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Mensaje por Annaxx Sáb 05 Oct 2013, 2:40 am

me encantoooo claro que quiero maraton!!!! te escribo cortito porque estoy desde el movil :)
muchisimos besos y yo quiero maraton!!!! que desgraciados la familia de rayi
Anna xx
Annaxx
Annaxx


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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Vanessa directioner Sáb 05 Oct 2013, 10:18 am

Sólo 1 comentario. :lloro: 
Vanessa directioner
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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Hemwin. Sáb 05 Oct 2013, 10:31 am

yo quieeeeeerooo maratón :3
Hemwin.
Hemwin.


http://www.wattpad.com/user/larryxhemwin

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Mensaje por Dani1DdeLerman Sáb 05 Oct 2013, 12:45 pm

Yo también quiero maratón!!!
Siiii?????
Por favor, esta muy bueno... Además ya se acerca la boda y Liam le está tomando más interés del que pensó a ella
Síguela!!!
Dani1DdeLerman
Dani1DdeLerman


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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Vanessa directioner Sáb 05 Oct 2013, 8:59 pm

CAPÍTULO 2 parte 2


A _____no la había sorprendido que los
Maybrick hubieran decidido casarla. Creían que no le quedaba otra alternativa.
Pero, en lugar de buscar el anillo perdido, preparó febrilmente una bolsa de
viaje y la lanzó al jardín. No era especialmente ágil, pero el pánico le dio la
fuerza necesaria para huir por la ventana del primer piso, desde donde bajó por
un canalón. Cruzó corriendo el jardín y la verja y, gracias a la suerte, consiguió detener un coche de punto.

Ahora, mientras esperaba a su futuro esposo, pensó con satisfacción taciturna que probablemente no volvería a ver nunca a Eustace. A medida que su volumen aumentaba, limitaba cada vez más sus
actividades a la casa de los Maybrick, y no solía dejarse ver en sociedad. Daba igual cómo salieran las cosas, ella jamás iba a arrepentirse de haber escapado al horrible destino de convertirse en su esposa. No era seguro que Eustace hubiera intentado acostarse con ella ya que no parecía poseer suficiente «espíritu carnal», eufemismo con que se designaba el instinto sexual. Dedicaba toda su pasión a la comida y los licores. Lord St.Payne, en cambio, había seducido, comprometido y deshonrado a innumerables mujeres. Aunque parecía que a muchas eso les resultaba atractivo, _____ no figuraba entre ellas. No obstante, después de la boda, nadie podría objetar que el matrimonio no se había consumado completamente según mandaba la ley.

Al pensarlo, se le hizo un nudo en el estómago. Había soñado que se casaría con un hombre sensible, acaso un poco aniñado, que nunca se burlaría de su tartamudez y sería cariñoso y tierno.

Liam, lord St.Payne, era la antítesis de su amor soñado. No tenía nada de amable o sensible, y mucho menos de aniñado.
Era un depredador al que, sin duda, le gustaba juguetear con su presa antes de matarla. Con la mirada puesta en el sillón que el había ocupado, pensó en el aspecto de St. Payne  a la luz de la chimenea. Alto y delgado, con un cuerpo que
era la percha perfecta para la ropa elegantemente sencilla que complementaba su atractivo leonado. Pelo del dorado viejo de un icono medieval, abundante y un poco rizado, salpicado de mechones Café pálido. Ojos que brillaban, y que no reflejaban ninguna emoción cuando sonreía. Sin embargo, su sonrisa bastaba para dejar a una mujer sin aliento. Boca sensual y cínica; dientes blancos destellantes... Oh, St. Payne era deslumbrante. Y él lo sabía.

Pero, por extraño que pareciera, _____ no le temía. St. Payne era demasiado inteligente para usar la violencia física cuando unas pocas palabras bien
elegidas fulminarían a alguien con un mínimo alboroto. _____ temía más la brutalidad simplona del tío Peregrine, por no mencionar las manos despiadadas de la tía Florence, a quien le gustaba dar bofetadas y pellizcos.

Nunca más, se juró _____ mientras se frotaba distraídamente las manchas del vestido, donde la suciedad del canalón le había dejado unas rayas
negras. Le apetecía ponerse el vestido limpio que había metido en la bolsa de viaje. Sin embargo, como los rigores del viaje le ensuciarían y arrugarían
cualquier cosa que llevara puesta, prefirió no cambiarse.

Un ruido en la puerta. Alzó los ojos y vio a
una criada regordeta, que le preguntó con timidez si quería refrescarse. Pensó con tristeza que la chica parecía acostumbrada a la presencia de mujeres solas en la casa, y dejó que la llevara hasta una pequeña habitación en el piso de arriba. El cuarto, como el resto de la casa, estaba muy bien amueblado y arreglado. El empapelado, de colores vivos, tenía un dibujo de aves y pagodas chinas. En una antecámara anexa había un lavabo con grifos de agua corriente con llaves en forma de delfines, y una puerta que daba a un retrete.

Tras hacer sus necesidades, se lavó las
manos y la cara, y bebió agua en un vaso de plata. Fue a la habitación en busca de un peine o un cepillo. Al no encontrar ninguno, se arregló el moño con las
manos.

No oyó nada que la advirtiera de la presencia de alguien pero, de golpe, supo que no estaba sola. Se volvió con un respingo nervioso. St. Payne estaba allí de pie, en una postura relajada y mirándola con la cabeza levemente ladeada. _____ sintió una sensación extraña: un calor suave, como la luz que atraviesa el agua, y de repente se sintió desfallecer. Estaba muy cansada y pensar en todo lo que le esperaba —el viaje a Escocia, la boda apresurada, la consumación posterior— era agotador. Se
enderezó y dio un paso pero, al hacerlo, una lluvia de estrellitas le nubló la vista. Se detuvo y se tambaleó.

Sacudió la cabeza para despejarse y advirtió
que St. Payne estaba a su lado, sujetándola por los codos. Era la primera vez que lo tenía tan cerca y su aroma y su contacto le impregnaron los sentidos:
una suave fragancia de colonia cara y la piel limpia cubierta por prendas de lino y lana fina. Irradiaba salud y virilidad. Sin duda, era un hombre atractivo y pulcro que sabía cuidar de sí mismo. _____ parpadeó y se percató de que era mucho más alto de lo que parecía. Le sorprendió ver su corpulencia,
algo que de lejos no se apreciaba.

— ¿Cuándo comió por última vez? —preguntó
él.
—Ayer por la ma... mañana...., creo...
—No me diga que su familia también la mataba
de hambre —comentó arqueando las cejas, antes de resoplar cuando ella asintió—.
Esto suena cada vez más melodramático. Pediré a la cocinera que prepare unos emparedados. Cójase de mi brazo y la ayudaré a bajar.
—No ne…necesito ayuda, gra... gracias.
—Cójase del brazo —repitió él con una voz
agradable pero firme—. No quiero que se caiga y se rompa la crisma antes de llegar siquiera al carruaje. No se encuentran herederas disponibles así como
así. Me costaría mucho encontrar una sustituta.

_____ debía de estar más mareada de lo que
creía, porque cuando se dirigieron hacia la escalera se alegró de contar con su apoyo. En algún momento del trayecto, St. Payne le deslizó un brazo por la
espalda y le tomó la mano libre para guiarla con cuidado peldaños abajo. Tenía unas leves magulladuras en los nudillos, recuerdo de la pelea con lord Niall.
_____ se estremeció al pensar en el penoso desempeño que tendría ese aristócrata
consentido en una pelea cuerpo a cuerpo con el descomunal tío Peregrine, y deseó estar ya en Gretna Green.

St .Payne, que notó su temblor, la sujetó con más fuerza al llegar al último peldaño.
— ¿Tiene frío? —preguntó—. ¿O son nervios?
—Qui... quiero irme de Londres antes de que
mis parientes me encuentren.
— ¿Tienen algún motivo para sospechar que ha
venido a mi casa?
—Oh, no —aseguró ella—. Na... nadie concebiría que pueda estar tan loca.

Si la cabeza no le diese ya vueltas, la deslumbrante sonrisa de St. Payne le habría provocado ese efecto.
—Afortunadamente tengo una vanidad muy
elevada. Sus pullas no me afectan.
—Seguramente hay muchas mujeres que le
alimentan la va... vanidad. No necesita ninguna más.
—Siempre necesito una más. Ése es miproblema.

La llevó a la biblioteca, donde la dejó sentada ante la chimenea unos minutos. Cuando se había adormilado, St. Payne regresó listo para partir. Aún aturdida, fue con él hacia un reluciente carruaje negro estacionado delante de la casa, y St. Payne la introdujo en el vehículo. La tapicería de terciopelo crema, muy poco práctica pero magnífica, brillaba a la tenue luz de una pequeña lámpara en el interior del coche. _____ sintió una extraña sensación de bienestar al recostarse en un cojín ribeteado de seda. La familia de su madre vivía según unas normas estrictas que regían el buen gusto, y no
les gustaba nada que oliera a exceso. Pensó que para St.Payne, en cambio, el exceso era habitual, en especial el relativo a la comodidad corporal.

En el suelo había una cesta hecha con cintas
de piel trenzadas. Contenía varios emparedados de pan blanco con lonchas de embutido y queso envueltos en servilletas. El aroma de carne ahumada le despertó un hambre voraz, y se comió dos emparedados con tanta rapidez que casi se atragantó.

St. Payne se había sentado frente a ella.
Esbozó una leve sonrisa al verla comer con avidez.

—¿Mejor ahora?
—Sí, gracias.

El abrió la puerta de un compartimiento
montado hábilmente en el tabique interior de la cabina y extrajo una copa de cristal y una botella de vino blanco. Llenó la copa y se la dio. Tras un sorbo
prudente, _____ se la acabó con rapidez. A las jóvenes no se les permitía tomar vino solo; solían rebajárselo con agua. St. Payne volvió a llenársela. El carruaje avanzaba ahora con un ligero balanceo, y los dientes de _____ golpearon ligeramente el borde de la copa. Temerosa de derramar el vino en el terciopelo crema, se acabó la copa de un trago. St. Payne soltó una carcajada.

—Bebe despacio, cariño. Nos espera un largo
viaje. —Se reclinó en los cojines con el aspecto de un pachá ocioso sacado de las novelas tórridas que tanto gustaban a Annabel Bowman—. Dígame, ¿qué habría hecho si no hubiera aceptado su propuesta? ¿Adonde habría ido?
—Supongo que habría ido a ca... casa de
Belén y del señor Tomlinson. No habría podido recurrir a Donna y lord Niall, ya que estaban de luna de miel. Y habría sido inútil dirigirse a los Bowman.
Aunque Annabel habría terciado vehementemente en su favor, sus padres no habrían querido tener nada que ver con aquello.

—¿Por qué no fue ésa su primera opción?
—Habría sido difícil para los Bowman impedir
que mis tíos me llevaran de vuelta —explicó _____, ceñuda—. Estaré más se... segura siendo su esposa que como invitada en casa de alguien. —El vino la había mareado un poco, y se hundió más en el asiento.

St. Payne la miró pensativamente antes de
inclinarse para quitarle los zapatos.

—Estará más cómoda sin ellos —aseguró—. Por
el amor de Dios, no tenga miedo. No voy a abusar de usted en el carruaje. —Le desabrochó los cordones y añadió en tono suave—: Y si lo hiciera, no importaría demasiado, ya que vamos a casarnos.

Ella apartó de golpe el pie y él, con una sonrisa, alargó la mano hacia el otro. Mientras dejaba que le quitara el zapato, _____ se obligó a relajarse, aunque el roce de aquellos dedos en su tobillo a través de la media le provocaba un extraño escalofrío.

—Debería aflojarse las cintas del corsé
—aconsejó él—. Así el viaje le resultará más agradable.
—No llevo co... corsé —respondió _____ sin mirarlo.
—¿No? Vaya, vaya —comentó St. Payne a la vez
que le repasaba el cuerpo con mirada experta—. ¡Una fulana muy bien proporcionada!
—No me gusta esa palabra.
—¿Fulana? Perdone... Es la fuerza de la
costumbre. Siempre trato a las damas como fulanas y a las fulanas como damas.
—¿Y le da buen resultado esa táctica?
—Ya lo creo —respondió él con una arrogancia
tan alegre que _____ no pudo evitar sonreír.
—Es usted te... terrible.
—Cierto. Pero es un hecho conocido que la gente terrible suele terminar mucho mejor de lo que se merece. Mientras que la buena, como usted... —Hizo un gesto dando a entender que su situación actual
era un ejemplo perfecto de ello.
—Puede que no sea tan bu... buena como usted
cree.
—La esperanza es lo último que se pierde. —Entornó los ojos, pensativo. _____ observó que tenía las pestañas, larguísimas para un hombre, un poco más oscuras que el pelo. A pesar de su corpulencia y su anchura de hombros, tenía un aire felino. Era como un tigre perezoso que a la primera podía resultar mortífero—. ¿Qué enfermedad padece su padre? He oído rumores, pero nada seguro.
—Tisis —murmuró _____—. Se la diagnosticaron hace seis meses y no lo he visto desde entonces. Es el ti... tiempo más largo que he estado sin visitarlo. Los Maybrick me lo prohibieron. Quieren que haga como que no existe.
—Me gustaría saber por qué —murmuró St. Payne
con ironía, y cruzó las piernas—. Así que no lo ve asiduamente. Entonces ¿por qué estas ganas repentinas de revolotear sobre su lecho de muerte? ¿Para asegurarse un lugar privilegiado en su testamento?

Sin tener en cuenta la maliciosa insinuación, _____ reflexionó y respondió con frialdad:

—Cuando era pequeña, me dejaban verlo una
vez al mes. Entonces estábamos unidos. Era, y es, el único hombre que se ha preocupado por mí. Le quiero. Y no deseo que muera solo. Puede bu... burlarse de mí si eso le divierte. Me da igual. Su opinión no significa nada para mí.
—Tranquila, encanto. —Su voz reflejó cierta
diversión—. Detecto indicios de un carácter sin duda heredado de su padre. He visto cómo le brillan los ojos cuando pierde los estribos por alguna
insignificancia.
—¿Co... conoce a mi padre? —preguntó
sorprendida.
—Claro. Todos los hombres amantes del placer
han estado alguna vez en el Jenner's. Su padre es un buen tipo, aunque tan explosivo como un polvorín. Por cierto, ¿cómo diablos se casó una Maybrick con un don nadie?
—Entre otras cosas, mi madre debió de
considerarlo un medio para escapar de su familia.
—Lo mismo que en nuestro caso. Existe cierta
simetría, ¿no?
—Espero que la si... simetría termine ahí.
Porque me concibieron poco después de casarse y mi madre murió en el parto.
—No la dejaré embarazada si no quiere
—comentó él con desfachatez—. Es bastante fácil evitarlo: fundas, esponjas, irrigaciones, además de esos espléndidos dispositivos plateados que... —Se
detuvo al ver su expresión y soltó una carcajada—. Dios mío, ha abierto unos ojos como platos. ¿La he alarmado? No me diga que sus amigas casadas no le hanhablado de estas cosas.

_____ meneó la cabeza. Aunque Belén Tomlinson
a veces se mostraba dispuesta a explicar algunos de los misterios de la vida conyugal, jamás había mencionado dispositivos para evitar el embarazo.
—Dudo que ellas los conozcan —dijo, y él rió
de nuevo.
—Estaré encantado de ilustrarla cuando
lleguemos a Escocia. —St. Payne esbozó una sonrisa que a las hermanas Bowman les habría resultado encantadora, aunque no habrían advertido el brillo calculador de los ojos—. ¿Ha pensado que quizá disfrute lo suficiente de nuestra consumación como para desear repetir, cielo?

Con qué facilidad pronunciaba palabras cariñosas.
—No —contestó _____—. Eso no pasará.
—Mmm... —murmuró él con un sonido parecido
al ronroneo de un gato—. Me gustan los retos.
—Pu... puede que me guste acostarme con usted —aclaró _____ mirándolo a los ojos, a pesar de que sostenerle la mirada la hizo sonrojar—. Espero que así sea. Pero no cambiaré de parecer. Porque sé
cómo es usted y de lo que es capaz.
—Todavía no ha visto lo peor, encanto —repuso él casi con ternura.
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Mensaje por Vanessa directioner Sáb 05 Oct 2013, 9:01 pm

Chicas cuantos capis quieren para la maratón 6 o 7 ?
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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Vanessa directioner Dom 06 Oct 2013, 2:58 pm

NI un comentario?
:lloro: 
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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Annaxx Dom 06 Oct 2013, 3:08 pm

hermosa!!! me encantó el capi
lo ame dios la rayis con Liam!!!! se van a casar!!!
aveces o casi siempre es tan idiota Liam aveces me dan ganas de darle un golpe
Siguelaaaa porfis la amooooooooo!!!!!!
necesito otro capi
Anna xx
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Mensaje por Dani1DdeLerman Dom 06 Oct 2013, 5:54 pm

7!!! 
Ya se viene lo más interesante... Estoy segura de que Liam a pesar de su imagen de jugador y su mala reputación sabrá comportarse con ella
Además el tema que han sacado ha relucir esta muy interesante, ninguno había hablado hasta entonces de esa posibilidad...
Siguela!! :)
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Mensaje por Vanessa directioner Dom 06 Oct 2013, 5:56 pm

Maratón 1/7

Para______, que la semana anterior se había
cansado en el viaje de doce horas desde la finca de Niall en Hampshire, el trayecto de cuarenta y ocho horas a Escocia fue una tortura. Si hubieran ido a
un ritmo moderado, habría sido más soportable. Pero, a insistencia de ella misma, irían directamente a Gretna Green y sólo se pararían para cambiar de
cocheros y de tiros. ______ temía que sus parientes hubieran averiguado su plan y los persiguieran. Y, visto el resultado de la pelea de St. Payne con lord Niall la semana anterior, tenía pocas esperanzas de que pudiera salir airoso de un enfrentamiento a ****azo limpio con su tío Peregrine.

Aunque el carruaje estaba bien equipado y tenía buena amortiguación, viajar a una velocidad incesante sacudía sin pausa al vehículo y ______ empezó a sentir náuseas. Estaba exhausta y no encontraba una postura cómoda para dormir. Cada poco, la cabeza le golpeaba contra el tabique. Y en cuanto conseguía dormirse, al parecer sólo pasaban unos minutos antes de que el cambio de caballos la despertara.
St. Payne no parecía pasarlo tan mal, aunque
también se le veía desaliñado y cansado. Hacía rato que los intentos de conversar se habían acabado, y viajaban en un silencio estoico.
Sorprendentemente, St. Payne no se quejó de este duro ejercicio de resistencia. ______se dio cuenta de que tenía la misma prisa que ella por llegar a Escocia.
Le interesaba tanto como a ella estar casado legalmente lo antes posible.
Y así siguieron, mientras el carruaje daba tumbos por el irregular camino, y en ocasiones casi lanzaba a ______ del asiento al suelo. Ella se las arreglaba para dar alguna que otra cabezadita.
Cada vez que la puerta del carruaje se abría y St. Payne bajaba para comprobar el nuevo tiro, una
bocanada de aire gélido entraba en el vehículo. ______, entumecida y dolorida, se acurrucaba en el rincón.
Tras la noche, amaneció un día con temperaturas glaciales y una lluvia helada. St. Payne la condujo a una posada, donde en una sala privada tomó un plato de sopa tibia y utilizó el orinal mientras él iba a supervisar el cambio de caballos y de cochero. La imagen de la cama casi le dolió en el alma. Pero ya dormiría más tarde, una vez estuviera en Gretna Green y fuera del alcance de su familia para siempre.
Al volver al carruaje media hora después, ______
trató de quitarse los zapatos mojados sin ensuciar la tapicería de terciopelo.
St. Payne subió al vehículo después que ella y se agachó para ayudarla.
Mientras le retiraba los zapatos de los pies acalambrados, ______ le quitó en silencio
el sombrero empapado y lo lanzó al asiento de enfrente. Tenía un pelo grueso y suave, y sus rizos exhibían todos los tonos entre el negro y el cafe.
St. Payne se sentó a su lado y, tras observar el aspecto tenso de su rostro, le tocó la mejilla helada.
—Hay que reconocerte algo —murmuró—.
Cualquier otra mujer se estaría quejando a gritos.
—No... no pu... puedo quejarme —dijo ______
mientras se estremecía violentamente—. Fui yo quien pidió viajar di...directamente a Escocia.
—Ya estamos a medio camino. Otra noche y un
día más, y mañana por la noche estaremos casados —comentó. Y añadió con una sonrisa—: Seguro que nunca ha habido una novia tan ansiosa por llegar a la
cama.
Los labios temblorosos de ______esbozaron
una sonrisa por la ironía: ella ansiaba dormir, no hacer el amor. Al mirarlo a la cara, tan cerca de la suya, se preguntó cómo las ojeras y los signos de
cansancio que mostraba podían resultar tan atractivos. Quizá porque así parecía humano y no un hermoso dios romano sin corazón. Había perdido gran parte de su altivez aristocrática, que sin duda reaparecería más tarde, cuando hubiera
descansado. Pero de momento estaba relajado y accesible. Durante ese viaje horroroso parecía haberse establecido entre ellos un frágil vínculo.
Una llamada a la puerta del carruaje interrumpió sus reflexiones. St. Payne la abrió, y apareció una camarera empapada bajo la lluvia.
—Aquí tiene, milord —dijo, y se sacó dos
objetos de debajo de la capa chorreante y se los entregó—. Un grog y un ladrillo, como pidió.
St. Payne buscó una moneda en el chaleco y
se la dio. La mujer le sonrió y volvió corriendo a refugiarse en la posada. ______ parpadeó sorprendida cuando él le entregó un tazón de barro lleno de un líquido humeante.
—¿Qué es? —preguntó.
—Algo para calentarte por dentro. —Sopesó el
ladrillo envuelto en franela gris—. Y esto es para los pies. Pon las piernas en el asiento.
En otras circunstancias, ______habría
impedido que le tocara las pantorrillas, pero guardó silencio mientras él le arreglaba la falda y le ponía el ladrillo caliente bajo los pies.
—¡Oh, qué delicia! —Se estremeció de placer
al notar cómo el calorcillo le reanimaba los dedos helados—. ¡Oh! Es lo me...mejor que he sentido nunca...
—Las mujeres suelen decirme eso —afirmó St. Payne con una sonrisa—. Ven, apóyate en mí.
Aprensiva y temblorosa, ______vaciló un momento. Luego, obedeció despacio y se obligó a relajarse entre sus brazos.
Hasta entonces sólo la había abrazado su padre, y la sensación le suscitó recuerdos de la infancia. St. Payne la estrechó hasta que se recostó contra él,
y la firmeza de su sujeción contribuyó a contener los temblores de sus doloridas extremidades. Su pecho era firme y duro, pero le servía de apoyo
perfecto para la parte posterior de la cabeza.
______ se acercó el tazón a los labios y sorbió vacilante la bebida caliente. Era alguna clase de licor, mezclado con agua y sazonado con azúcar y limón. A medida que bebía, el cuerpo le fue entrando en calor. Soltó un largo suspiro de alivio. El carruaje arrancó de golpe, pero St. Payne se ocupó de mantenerla cómodamente apoyada en su pecho. ______ no alcanzaba a entender cómo diablos podía sentirse en el séptimo cielo tan de
repente.
Jamás había tenido esa cercanía física con
nadie. Y le parecía horrible tenerla con un calavera como St. Payne. No obstante, ahí estaba. La naturaleza había derrochado belleza masculina en
alguien que no la merecía. Contuvo el impulso de acurrucarse más contra él. Su ropa era de una tela exquisita: una chaqueta de lana fina, un chaleco de seda gruesa y una camisa de lino suave. El aroma de almidón y de colonia, mezclado con la fragancia de su piel... Nunca se había imaginado que un hombre pudiera oler tan bien.
Intuyendo que la apartaría de él cuando se
terminase la bebida, intentó que le durara lo máximo posible. Para su pesar, vació por fin las últimas gotas dulces de la taza. St. Payne le tomó el
cacharro de las manos y lo dejó en el suelo. ______ se puso tensa, esperando que la devolviera a su asiento, pero sintió un enorme regocijo al notar que él volvía a estrecharla entre sus brazos. Su cuerpo era firme y cálido, y muy cómodo. Le oyó bostezar.
—Duérmete —murmuró Payne—. Tienes tres
horas antes del próximo cambio de tiro.
______ apoyó la planta de los pies con más
fuerza en el ladrillo, se volvió de costado y se acurrucó más contra él para sumirse en el ansiado sueño.
El resto del viaje se convirtió en una serie borrosa de movimiento, cansancio y despertares bruscos. A medida que el agotamiento de _____aumentaba, dependía cada vez más de St. Payne. En cada posta, le traía una taza de té o caldo, y recalentaba el ladrillo en cada chimenea disponible. Incluso encontró una manta acolchada en alguna parte.
Convencida de que, a esas alturas, se habría helado de no contar con St. Payne, _____ olvidó todas sus reservas sobre pegarse a él cada vez que estaba en el carruaje.
—No me... me estoy insinuando —le dijo mientras se sentaba en su regazo y se recostaba en su pecho—. Sólo eres una fu... fuente de calor.
—Ajaa —respondió St. Payne perezosamente
mientras colocaba bien la manta sobre ambos—. Pero el último cuarto de hora has estado rozando partes de mi anatomía que nadie se había atrevido a tocarme hasta ahora.
—Lo... lo dudo. —Se tapó aún más con la chaqueta de St. Payne y añadió con voz apagada—: Seguro que le han manoseado más que a las cestas de comida de Fortnum and Masón.
—Y se me puede conseguir a un precio más razonable —aseguró él antes de hacer una mueca y moverse para ponérsela bien en el regazo—. No pongas la rodilla ahí, encanto, o tus planes de consumar el matrimonio correrán peligro.
_____ dormitó hasta la siguiente parada, y justo cuando se estaba sumiendo en un sueño profundo, St. Payne la despertó con delicadeza.
—________ —murmuró mientras le arreglaba el
pelo despeinado—. Abre los ojos. Estamos en la siguiente posta. Tienes tiempo para entrar unos minutos.
—No quiero —se quejó ella.
—Tienes que hacerlo —insistió St. Payne en voz baja—. Nos espera un largo trecho al salir de aquí. Ve al baño ahora, ya que no podrás hacerlo en un buen rato.
_____ iba a protestar que no necesitaba ir
al baño cuando, de repente, se dio cuenta de que sí. La idea de levantarse y salir a la lluvia gélida de nuevo casi la hizo lagrimear. Se inclinó para
calzarse los zapatos húmedos y sucios, y se peleó con los cordones. St. Payne le apartó las manos y los ató correctamente. Después la ayudó a bajar del
carruaje. Una vez fuera, una ráfaga de viento glacial hizo que la muchacha apretara los dientes. Hacía un frío terrible. St. Payne le cubrió la cara con la capucha de la capa y, tras rodearle los hombros con un brazo, cruzaron el patio de la posada.
—Créeme —dijo—. Es mejor que vayas al
retrete aquí. Tener que bajar después junto a la carretera sería terrible. Por lo que sé sobre las mujeres y su anatomía...
—Conozco mi anatomía —lo interrumpió _____
irritada—. No hace falta que me la expliques.
—Por supuesto. Perdona si hablo demasiado;
es que intento mantenerme despierto. Y a ti también.
_____se aferró a su cintura y, mientras
avanzaba por el barro helado, pensó en el primo Eustace y en lo contenta que estaba de no tener que casarse con él. Nunca volvería a vivir bajo el techo de los Maybrick. La idea le dio fuerzas. Una vez casada legalmente, dejarían de tener poder sobre ella. Por Dios, cuánto ansiaba que todo terminase de una vez para siempre.
Después de tomar una habitación, St. Payne tomó a _____ por los hombros y la observó para evaluar su estado.
—Pareces a punto de desmayarte —comentó—.
Tenemos tiempo para que descanses un par de horas, cariño. ¿Por qué no...?
—Ni hablar —replicó ella—. Quiero seguir adelante.
St. Payne la observó con ceño, pero repuso con calma:
—¿Eres siempre tan terca? —La llevó a la
habitación y le recordó que cerrara la puerta con llave cuando él saliera—. E intenta no dormirte sentada en el orinal —bromeó.

Jajajajaja amo sus comentarios
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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Vanessa directioner Dom 06 Oct 2013, 7:11 pm

MARATÓN 2/7

Cuando volvieron al carruaje, ______siguieron el ritual ya familiar: se quitó los zapatos y dejó que St. Payne le pusiera el ladrillo caliente en los pies y
la situara después entre sus piernas separadas, con un pie cerca del ladrillo y el otro en el suelo para mantener el equilibrio. A ______ se le aceleró el
pulso cuando él le tomó una mano y empezó a juguetear con sus dedos fríos.
Tenía la mano caliente y los dedos, suaves, con las uñas cortas y bien limadas.
Una mano fuerte, pero sin duda perteneciente a un hombre ocioso.
St. Payne entrelazó sus dedos con los de ella con suavidad, le dibujó un pequeño círculo en la palma con el pulgar y después deslizó los dedos para que coincidieran con los de ella. Su piel bronceada era de un tono cálido, de la clase que absorbe el sol con facilidad.
Al final, St. Payne dejó de juguetear, pero no le soltó la mano.
No podía ser ella, la florero, ______Jenner...
Sola en un carruaje con un calavera irrecuperable viajando hacia Gretna Green.
«Mira la que has liado», pensó aturdida. Volvió la cabeza y apoyó la mejilla en la camisa de lino de St. Payne.
—¿Cómo es tu familia? —preguntó con Ternura—.¿Tienes hermanos?
St. Payne le acarició los rizos con los labios un momento antes de contestar:
—Sólo quedamos mi padre y yo. No recuerdo a mi madre. Murió de cólera cuando yo aún era un bebé. Tenía cuatro hermanas mayores. Como era el menor y único varón, me consintieron muchísimo. Pero tres
de mis hermanas murieron de escarlatina. Recuerdo que me enviaron a nuestra casa de campo cuando enfermaron, y cuando volví ya no estaban. Más adelante, la superviviente, mi hermana mayor, se casó pero, como tu madre, murió en un parto. El bebé tampoco sobrevivió.
______, que no se movió mientras él contaba su historia con naturalidad, sintió una enorme tristeza por ese niño. Una madre y cuatro hermanas que lo adoraban habían desaparecido en un período
relativamente corto de tiempo. Habría sido difícil de comprender para un adulto, mucho más para un niño.
—¿Te preguntas alguna vez cómo habría sido
tu vida si hubieras tenido madre? —quiso saber.
—Pues no.
—Yo sí. A menudo me pregunto qué consejo me
habría dado.
—Dado que tu madre se casó con un bribón como Ivo Jenner —contestó él con ironía—, yo no le daría demasiado valor a sus consejos. —Hizo una pausa socarrona—. Por cierto, ¿cómo se conocieron? Una chica de buena familia no suele relacionarse con hombres como Jenner.
—Se conocieron en un accidente de tráfico.
Mi madre iba en un carruaje con mi tía. Era uno de esos días de invierno en que la niebla de Londres es tan espesa que, a mediodía, la visibilidad es de apenas unos metros. El vehículo hizo un giro brusco para evitar el carro de un vendedor ambulante y atropello a mi padre, que estaba de pie en la acera. Ante la insistencia de mi madre, el cochero se detuvo para preguntarle si se había hecho daño. Sólo tenía unos rasguños, nada más. Pero supongo... supongo que mi padre debió de interesarle porque al día siguiente le envió una carta para preguntarle por su salud. Empezaron a escribirse, aunque mi padre debía hacerlo a través de alguien porque era analfabeto. No conozco más detalles, salvo que
al final se fugaron juntos. —Una sonrisa de satisfacción le iluminó la cara al imaginarse la ira de los Maybrick al descubrir que su madre se había escapado con Ivo Jenner—. Cuando ella murió, tenía diecinueve años —añadió pensativa—. Y
yo tengo veintitrés. Me parece extraño haber vivido más que ella —comentó antes de volverse parar mirarlo a la cara—. ¿Cuántos años tienes, milord? ¿Treinta y cuatro? ¿Treinta y cinco?

—Treinta y dos. Aunque en este momento me
siento como si tuviera ciento dos. ¿Qué le ha pasado a tu tartamudez, cielo? Desapareció en algún lugar entre Tessdale y aquí.
 —¿De veras? —preguntó ______, algo
sorprendida—. Supongo que contigo me siento cómoda. Suelo tartamudear menos con algunas personas. —Era extraño, porque no solía dejar de tartamudear por completo salvo que hablara con un niño. Notó cómo el pecho de St. Payne daba una especie de respingo de diversión.
—Nadie me había dicho que le hiciera sentir cómodo. Y no me gusta nada. Tendré que hacer algo diabólico para que cambies de opinión.
—Estoy segura de que lo harás. —Cerró los ojos y se apretujó más contra él—. Creo que estoy demasiado cansada para tartamudear.

St. Payne empezó a acariciarle el cabello y la cara para terminar masajeándole la sien con la yema de los dedos.
—Duerme —susurró—. Ya estamos llegando. Como nos encontramos en el quinto infierno, encanto, pronto deberías sentir más calor.
Pero no fue así. Cuanto más viajaban al norte, más frío hacía, y ______ llegó a pensar que no le vendría mal un poco de fuego eterno. El pueblo de Gretna Green se encontraba en el condado de Dumfriesshire, al norte de la frontera de Escocia. Centenares de parejas viajaban por la carretera de Londres a Gretna Green, pasando por Carlisle, para
evitar la estricta legislación matrimonial de Inglaterra. Iban a pie, en carruaje o a caballo y, una vez lograban pronunciar sus votos matrimoniales,
volvían a Inglaterra convertidos en marido y mujer.
Cuando una pareja cruzaba el puente sobre el río Sark y entraba en Escocia, podía casarse en cualquier punto del país.
Bastaba con una declaración hecha ante testigos. Sin embargo, en Gretna Green había surgido un próspero negocio casamentero, y muchos de sus habitantes competían por celebrar bodas en hogares particulares, posadas o, incluso, al aire libre. El sitio más conocido era la herrería, donde se habían efectuado tantas ceremonias rápidas que a todos los matrimonios celebrados en Gretna Green se los conocía como «bodas en el yunque».
El carruaje llegó por fin a su destino: una posada situada al lado de la herrería. St. Payne condujo a ______ rodeándola con un brazo como si fuera a desplomarse de cansancio. El posadero, un tal
señor Findley, sonrió encantado al saber que se habían fugado para casarse, y les aseguró con guiños exagerados que siempre tenía una habitación preparada para situaciones así.
—No es legal hasta que hayan consumado la boda, ¿saben? —les informó con un acento casi ininteligible—. En una ocasión tuvimos que sacar a escondidas a unos novios por la puerta de atrás mientras sus perseguidores aporreaban la de delante. En otra, entraron en la posada y encontraron a los dos amantes en la cama; el novio todavía llevaba puestas las botas, pero no había duda de que el acto se había consumado. —Soltó una carcajada al recordarlo.
—¿Qué ha dicho? —murmuró ______, recostada
en el hombro de St. Payne.

—No tengo ni idea—le susurró éste al oído. Levantó la cabeza y se dirigió al posadero—: Me gustaría disponer de un baño caliente en la habitación cuando regresemos de la herrería.
—Muy bien, milord —confirmó el posadero, y
recibió con entusiasmo las monedas que St. Payne le entregó a cambio de una llave anticuada—. ¿Desea también que les subamos la cena, milord?
Liam dirigió una mirada inquisidora a ______, que sacudió la cabeza.
—No —contestó St. Payne—, pero espero que
podamos tomar un desayuno copioso por la mañana.
—Sí, milord. Van a casarse en la herrería, ¿verdad? Ay, caray. No hay mejor casamentero en Gretna que Paisley MacPhee. Es un hombre culto. Hará las veces de clérigo y les emitirá un certificado.
—Gracias —dijo St. Payne.
Salieron de la posada y se dirigieron a la herrería, en la puerta de al lado. Una mirada rápida calle abajo les permitió ver hileras de casas y tiendas bien cuidadas, con farolas encendidas para mitigar la creciente oscuridad del atardecer. Al acercarse a la fachada del edificio encalado, él murmuró:
—Aguanta un poco más, cariño. Ya casi
estamos casados.
______ esperó apoyada en él con la cabeza medio hundida en su chaqueta mientras él llamaba a la puerta. La abrió un hombre corpulento, rubicundo, con un atractivo bigote que se unía a sus tupidas
patillas. Su acento escocés no era tan marcado como el del posadero, y ______ pudo comprender lo que decía.
—¿Es usted MacPhee? —preguntó St. Payne.
—El mismo.
Vanessa directioner
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Mensaje por Dani1DdeLerman Dom 06 Oct 2013, 8:36 pm

Oh gosh
Ya casi están casados... Y parece que los dos se están sintiendo más cómodos de lo que deberían el uno con el otro... Sospechoso...
Síguela :)
Dani1DdeLerman
Dani1DdeLerman


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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Vanessa directioner Dom 06 Oct 2013, 9:06 pm

MARATÓN 3/7


Rápidamente, St. Payne hizo las presentaciones y explicó su intención. El herrero sonrió de oreja a oreja.
—Así que quieren casarse. Pasen, por favor —dijo,
y llamó a sus dos hijas, un par de muchachas rubicundas y morenas a las que
presentó como Florag y Gavenia. 
Luego los condujo a la herrería, situada en el mismo edificio. Los MacPhee mostraron la misma alegría constante que el posadero, lo que desmentía lo que ______ había oído siempre sobre el famoso
carácter adusto de los escoceses.
—¿Les parece bien que mis dos hijas sean
testigos? —sugirió MacPhee.
—Sí —respondió St. Payne a la vez que echaba
un vistazo alrededor; el local estaba lleno de herraduras, equipo para carruajes y herramientas de labranza—. Como puede ver, mi... —Se detuvo un
momento como si dudara sobre cómo referirse a ______—. Mi novia y yo estamos bastante cansados. Hemos viajado desde Londres a un ritmo endiablado, de modo que nos gustaría acelerar el trámite.
—¿Desde Londres? —repitió el herrero, y
sonrió a ______—. ¿Por qué ha venido a Gretna, señorita? ¿No le dieron sus padres consentimiento para casarse?
—Me te... temo que no es tan sencillo. —______
le devolvió la sonrisa lánguidamente.
—Casi nunca lo es —concedió MacPhee mientras
meneaba la cabeza sabiamente—. Pero tengo que advertirle algo, señorita. Si va a casarse precipitadamente, el matrimonio escocés es un vínculo irrevocable e indisoluble. Asegúrese de que su amor es verdadero para...
St. Payne interrumpió lo que prometía ser una retahila de consejos paternales.
—No es un matrimonio por amor —aclaró—. Es un matrimonio de conveniencia, y la calidez que existe entre nosotros no llega ni a la de una vela de cumpleaños. Proceda, por favor. Ninguno de los dos ha dormido como es debido en dos días.
Se hizo el silencio, y la brusquedad del comentario pareció horrorizar a MacPhee y sus dos hijas.
—No me cae usted bien —anunció con ceño.
—A mi futura esposa tampoco—replicó St. Payne, exasperado—. Pero como eso no va a impedir que se case conmigo, tampoco debería detenerlo a usted. Adelante.
MacPhee dirigió una mirada de compasión a ______
—La novia no tiene flores —advirtió, de pronto decidido a que la ceremonia tuviese un aire romántico—. Florag, ve a buscar un ramito de brezo blanco.
—No necesita flores —soltó St. Payne, pero la joven se marchó de todos modos.
—Que la novia lleve brezo blanco es una vieja costumbre escocesa —explicó MacPhee a ______—. ¿Quiere que le cuente porqué?
Ella asintió y contuvo una risita ahogada. A pesar de su cansancio, o quizá debido a él, empezaba a sentir un placer perverso al ver cómo St. Payne se esforzaba por controlar su irritación. En aquel momento, el hombre mal afeitado y malhumorado que tenía a su lado no guardaba ningún parecido con el aristócrata petulante que había asistido a la fiesta en casa de lord Niall.
—Hace mucho, mucho tiempo... —empezó
MacPhee, sin prestar atención al gruñido de St. Payne—, había una hermosa joven llamada Malvina. Estaba prometida a Osear, un valiente guerrero que había conquistado su corazón. Osear pidió a su amada que lo esperara mientras iba a buscar fortuna. Pero un día aciago, Malvina recibió la noticia de que su novio había muerto en combate. Descansaría para siempre en unas colinas lejanas...
sumido en un sueño eterno...
—Dios mío, cómo lo envidio —afirmó St. Payne, a la vez que se frotaba los ojos.
—Cuando las lágrimas de dolor de Malvina
empaparon la hierba como el rocío —prosiguió MacPhee—, el brezo púrpura que había a sus pies se volvió blanco. Por eso todas las novias escocesas llevan brezo blanco el día de su boda.
—¿Esa es la historia? —preguntó St. Payne
con incredulidad—. ¿El brezo procede de las lágrimas que derramó una muchacha por la muerte de su prometido?
—Así es.
—¿Cómo diablos puede considerarse entonces
señal de buena suerte?
MacPhee abrió la boca para contestar pero,
en ese momento, Florag volvió y entregó a ______ un ramito de brezo blanco seco. Tras murmurarle las gracias, ______ dejó que el herrero la condujera
hacia el yunque, en el centro del local.
—¿Tiene un anillo para la señorita?
—preguntó MacPhee a St. Payne, que sacudió la cabeza .- Me lo imaginaba —dijo con frialdad el herrero—. Gavenia, trae el estuche de los anillos. —Y acercándose a ______ explicó—: Trabajo metales preciosos además de hierro. Es un trabajo fino, hecho con el mejor oro de Escocia.
—No necesita ningún... —St. Payne se detuvo al ver que ______ alzaba los ojos hacia él. Soltó un suspiro—. De acuerdo.
Elige uno.
MacPhee retiró un trozo de lana del estuche,
lo extendió sobre el yunque y colocó sobre él con delicadeza una selección de seis anillos. ______se inclinó parar mirarlos. Los anillos, todos ellos
alianzas de oro de diversos tamaños y motivos, eran tan intricados y delicados que parecía imposible que los hubiera creado un herrero.
—Éste muestra cardos y nudos —dijo MacPhee,
y lo levantó para que lo viera mejor—. Este tiene un diseño de llaves, y éste, una rosa de Shetland.
______ eligió el más pequeño y se lo probó
en el dedo anular izquierdo. Le iba perfecto. Se lo acercó para examinar el diseño. Era el más sencillo; una alianza de oro pulido que llevaba grabadas las
palabras: Tha Gad Agam Ort.
—¿Qué significa? —preguntó a MacPhee.
—«Mi amor es tuyo.»
St. Payne permaneció impertérrito y se produjo un silencio incómodo. ______ se quitó la alianza lamentando haberse interesado por los anillos. El sentimiento de aquella frase estaba tan fuera de
lugar en esa ceremonia impostada que realzaba la farsa de la boda.
 —Creo que no quiero anillo después de todo —masculló, y volvió a dejarlo en la tela.
—Nos lo quedamos —dijo entonces St. Payne.
Anonadada, ______ lo vio coger la alianza de oro y, cuando lo miró con los ojos desorbitados, él añadió con sequedad—: Son sólo palabras. No significa nada.
Ella asintió y agachó la cabeza.
MacPhee los observó con ceño y se tiró de la
barba incipiente.
—Niñas, cantad una canción —pidió a sus hijas con resuelta alegría.
—Una canción... —protestó St. Payne, pero ______ le tiró de la manga.
—Déjalos —murmuró—. Cuanto más discutas, más
tardaremos.
St. Payne maldijo entre dientes y fijó la vista en el yunque, mientras las hermanas entonaban en perfecta armonía.

Oh, mi amor es como una rosa roja, roja,
recién brotada en junio.
Oh, mi amor es como una melodía
que se entona dulcemente.
Mi amor por ti es tan inmenso
como tu belleza.
Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...

El herrero escuchó a sus hijas con orgullo
hasta que acabó la última nota y entonces las alabó generosamente. Se volvió a la pareja que estaba ante el yunque e indicó, dándose importancia:
—Y ahora les haré unas preguntas. ¿Son los dos solteros?
—Sí —respondió St. Payne.
—¿Tiene un anillo para la novia?
—Acaba de... —Liam se detuvo con una
imprecación entre dientes al ver que MacPhee arqueaba las cejas, impaciente.
Era evidente que si quería que la ceremonia concluyera, debía seguirle la corriente. Así que gruñó—: Sí, lo tengo.
—Póngaselo a su prometida en el dedo y
tómele la mano.
______se sintió extraña y mareada cuando
miró a St. Payne. En cuanto él le deslizó la alianza en el dedo, el corazón empezó a latirle deprisa, y le recorrió el cuerpo algo que no era ni entusiasmo
ni temor, sino una emoción nueva que le agudizaba los sentidos. No tenía palabras para definir ese sentimiento. La tensión la atenazó mientras su pulso
rehusaba calmarse. Su mano descansaba sobre la de St. Payne, cuyos dedos eran más largos y su palma suave y cálida.
Él inclinó un poco la cabeza para verle la cara. Aunque estaba inexpresiva, una nota de color le cubría los pómulos y el puente de la nariz. Y respiraba más rápido de lo habitual. Ella desvió la
mirada, sorprendida de que ya conociera algo tan íntimo como su respiración normal. El herrero tomó una cinta blanca y se la entregó a una de sus hijas. ______ se estremeció un poco cuando la chica rodeó con ella las muñecas de los novios.
Notó que St. Pyne había acercado la mano libre a su cuello y se lo acariciaba como si fuera un animal nervioso. El suave contacto de sus dedos hizo que se
relajara.
MacPhee terminó de rodearles las muñecas con
más cinta.
—Y ahora el nudo —dijo mientras lo hacía con
una floritura—. Repita después de mí, señorita: «Yo te tomo por esposo.»
—Yo te tomo por esposo —susurró ______.
—¿Milord? —lo animó el herrero.
St. Payne la miró con unos ojos fríos y brillantes que no revelaban nada. Aun así, ella sintió de algún modo que él también sentía aquella tensión extraña, tan fuerte como la de un relámpago.
—Yo te tomo por esposa —dijo en voz baja.
—Ante Dios y estos testigos, yo os declaro
marido y mujer —dijo MacPhee con tono de satisfacción—. Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Son ochenta y dos libras, tres coronas y un chelín.
St. Payne  apartó con dificultad la mirada de
______ y la dirigió hacia el herrero con una ceja arqueada.
—El anillo vale cincuenta libras —explicó
MacPhee en respuesta a su pregunta implícita.
—¿Cincuenta libras por un anillo sin piedra?
—replicó St. Payne agriamente.
—Es oro escocés —dijo MacPhee, a quien parecía indignarle que cuestionara el precio—. Es de los arroyos de las colinas de Lowther.
—¿Y el resto?
—Treinta libras por la ceremonia, una libra
por el uso del local, una guinea por el certificado de matrimonio, que les tendré preparado mañana, una corona por cada testigo... —Hizo una pausa para
señalar a sus hijas, que rieron e hicieron una reverencia—. Otra corona por las flores...
—¿Una corona por un puñado de hierbajos
secos? —soltó St. Payne, indignado.
—La canción es cortesía de la casa —concedió
MacPhee gentilmente—. Oh, y un chelín por la cinta, que no deben desatar hasta que el matrimonio se haya consumado o la mala suerte les perseguirá.
St. Payne abrió la boca para replicar, pero tras una mirada a la agotada ______metió la mano en el bolsillo de la chaqueta en busca del dinero. Se movía con torpeza, ya que era diestro y ahora sólo podía usar la mano izquierda. Sacó un fajo de billetes y unas monedas y los lanzó sobre el yunque.
—Tenga —dijo con brusquedad—. Quédese con el
cambio. Déselo a sus hijas. —Su voz adquirió una nota irónica—. Junto con mi gratitud por la canción.
MacPhee y sus hijas dieron las gracias a
coro y los siguieron hasta la puerta mientras las muchachas repetían unaestrofa:
Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...
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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Vanessa directioner Lun 07 Oct 2013, 5:35 am

MARATÓN 4/7


Cuando salieron de la herrería, la lluvia arreciaba como una densa cortina plateada. _____reunió las fuerzas que le quedaban para acelerar el paso en su regreso a la posada. Se sentía como si caminara en sueños. Todo parecía desproporcionado, le costaba concentrar la mirada y el suelo enfangado parecía moverse caprichosamente bajo sus pies. Para su disgusto, su flamante marido la detuvo junto al edificio, a cubierto bajo un alero chorreante.

—¿Qué pasa? —preguntó aturdida.

Él alargó la mano hacia sus muñecas atadas y
empezó a deshacer el nudo de la cinta.

—Voy a quitarnos esto.
—No. Espera. —La capucha de la capa le resbaló hacia atrás al intentar impedírselo. Le cubrió la mano con la suya y él la miró.

—¿Por qué? —preguntó St. Payne con
impaciencia. Inclinó la cabeza para mirarla a los ojos, y el agua empezó a resbalarle por el ala del sombrero. Había oscurecido y la única iluminación que había era el brillo tenue de las farolas. Aunque la luz era poca, parecía prender en sus ojos, que lucían como si poseyeran una luz interior.

—Ya has oído al señor MacPhee: trae mala
suerte desatar la cinta.
—¿Eres supersticiosa? —dijo St. Payne en tono incrédulo.
_____ asintió como disculpándose.
No costaba demasiado darse cuenta de que la
furia de St. Payne podría desatarse mucho antes que sus muñecas. Ahí de pie, juntos, en medio de la oscuridad y el frío, con los brazos extendidos en un
ángulo extraño, _____ sentía su mano sobre la de él. Era la única parte de su cuerpo que experimentaba calor.
El habló con una paciencia exagerada que habría impulsado a _____, en circunstancias normales, a retirar de inmediato sus objeciones.
—¿De verdad quieres entrar así en la posada?
Era irracional, pero _____ estaba demasiado
exhausta para pensar con sensatez. Sólo sabía que ya había tenido toda la mala suerte del mundo, y no quería buscarse más.
—Estamos en Gretna Green. Nadie le dará
ninguna importancia. Y creía que no te importaban las apariencias.
—Nunca me ha importado parecer depravado o
vil. Pero me niego a parecer idi*ota.
—No, por favor —insistió ella cuando St.Payne volvió a atacar el nudo. Forcejeó con él y sus dedos se entrelazaron.

De repente, St. Payne le tomó la boca con la suya y la empujó contra el edificio, donde la sujetó con su cuerpo. Con la mano libre, le tomó la nuca por debajo del pelo mojado. La presión de sus labios la aturdió. No sabía besar y no tenía idea de qué hacer con la boca.
Perpleja y temblorosa, le ofreció los labios cerrados mientras el corazón le latía con fuerza y las piernas le flaqueaban.
St. Payne quería cosas que ella no sabía darle. Al notar su confusión, él cedió un poco y empezó a darle besos breves e insistentes mientras le rozaba con suavidad la cara. Empezó a acariciarle la
mandíbula, el mentón, y, con el pulgar, le incitó a separar los labios. En cuanto lo consiguió se los cubrió con la boca. _____ podía saborearlo: una
esencia sutil y seductora que la afectó como si se tratara de un elixir exótico. Notó cómo le introducía la lengua, cómo le exploraba suavemente la boca, cómo la deslizaba más y más adentro sin que ella opusiera resistencia.
Tras este beso exuberante, St. Payne redujo la presión hasta que sus bocas apenas se tocaban y su aliento, que el frío de la noche convertía en vaho, se mezclaba de modo visible. La besó con suavidad una, dos veces. Le recorrió la mejilla con los labios hasta el hueco de la oreja. Entonces, al sentir cómo se la acariciaba con la lengua y cómo le tomaba el lóbulo entre los dientes, _______soltó un gritito ahogado. Se estremeció y una cálida sensación le invadió los pechos hasta sus partes íntimas.






MARATÓN 5/7
Buscó a ciegas su boca, la caricia delicada de su lengua. Y él se las ofreció con un beso tierno pero firme. _____ le rodeó el cuello con el brazo libre para no caerse, mientras él mantenía la otra
muñeca contra la pared, lo que provocaba que sus pulsos latieran juntos bajo la cinta blanca. Otro beso apasionado, rudo y dulce a la vez, con el que le devoró la boca y le saboreó y lamió el paladar. Ella sintió un placer tan intenso que casi se desmayó.
«No es extraño...», pensó atolondrada.
No, no era extraño que tantas mujeres hubieran sucumbido a aquel hombre, echado a perder su reputación y su honor por él. Habían incluso, si había que dar crédito a los rumores, amenazado con
suicidarse cuando las abandonó. Liam era la sensualidad personificada.
Cuando se separó de ella, le sorprendió no desplomarse. Él jadeaba tanto como ella, más incluso, y su tórax se movía con fuerza. Ambos guardaron silencio mientras él alargaba la mano para desatar la cinta con los ojos totalmente fijos en ello. Le temblaban las manos. No la miró, aunque no supo si era para evitar verle la expresión o para impedirle ver la suya. Una vez retirada la cinta blanca, _____se sintió como si siguieran atados. Su muñeca conservaba la sensación de estarlo.
Él, que por fin se atrevió a mirarla, la retó en silencio a que protestara. Así que ella se contuvo y le tomó el brazo para recorrer la corta distancia que los separaba de la posada.
La cabeza le daba vueltas y apenas oyó las felicitaciones joviales del señor Findley cuando entraron. Al subir la escalera, oscura y angosta, le pesaban las piernas.
El viaje concluía finalmente en un esfuerzo titánico por poner un pie delante del otro. Llegaron a una puerta en el pasillo de arriba. Apoyada contra la pared, vio cómo St. Payne introducía la llave en
la cerradura. Cuando hubo abierto, se tambaleó hacia el umbral.
—Espera —dijo él, y se agachó para cargarla.
—No tienes que... —soltó ella.
—Por deferencia a tu naturaleza supersticiosa, creo que será mejor que sigamos una última tradición. —Y la levantó con la misma facilidad que si fuera una niña y cruzó de lado la puerta con ella en brazos—. Trae mala suerte que la novia tropiece en el umbral. Y he visto hombres caminar mejor que tú después de una bacanal de tres días.
—Gracias —murmuró _____ cuando la dejó en el
suelo.
—Será media corona —replicó St. Payne, y el
recordatorio irónico de las tarifas del herrero la hizo sonreír.
Pero su sonrisa se desvaneció al echar un vistazo a la habitación. La cama de matrimonio se veía mullida y limpia, y la colcha, raída de incontables lavados. El armazón era de metal, con remates en forma de bola. Un brillo rosado emanaba de una lámpara de aceite con tulipa de cristal rojo que había en la mesita de noche. Manchada de barro, helada y
entumecida, _____ observó en silencio la bañera de cobre colocada delante de la chimenea.
St. Payne cerró la puerta, se acercó a ella y le desabrochó la capa. Su rostro reflejó algo parecido a la lástima cuando se percató de que temblaba de cansancio.
—Deja que te ayude —dijo en voz baja a la vez que le quitaba la capa de los hombros, y acercó una silla al fuego.
_____tragó saliva y trató de tensar las rodillas, que parecían querer doblarse. Al mirar la cama, un pavor frío le golpeó el estómago.
—¿Vamos a...? —empezó con una voz que se le
volvió áspera.
—¿Vamos a...? —repitió St. Payne a la vez que empezaba a desabrocharle la parte delantera del vestido. Sus dedos se movieron con rapidez por la botonadura del canesú—. No, por Dios. A pesar de lo deliciosa que eres, mi amor, estoy demasiado cansado. Jamás había dicho esto en toda mi vida pero, en este momento, me apetece más dormir que ****.
_____ suspiró aliviada. Tuvo que agarrarse a
él para no perder el equilibrio cuando le pasó el vestido por las caderas para quitárselo.
—No me gusta esa palabra —dijo en voz baja.
—Pues más vale que te acostumbres a ella
—respondió él con mordacidad—. Es una palabra que se usa con frecuencia en el club de tu padre. No entiendo cómo no estás acostumbrada a oírla.
—La he oído —replicó indignada mientras daba
un paso para salir del círculo que formaba el vestido en el suelo—. Sólo que, hasta ahora, no sabía qué significaba.
St. Payne se agachó para desabrocharle los
zapatos. Un ruido extraño, como de ahogo, se le escapó de los labios. _____ creyó, angustiada, que le había dado un ataque, pero luego comprendió que se estaba riendo. Era la primera carcajada auténtica que le oía, aunque no sabía qué le resultaba tan gracioso. De pie ante él, en camisola y culote, se cruzó de brazos y frunció el ceño.
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EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~ - Página 3 Empty Re: EL DIABLO EN EL INVIERNO~LIAM PAYNE Y TÚ~HOT~

Mensaje por Vanessa directioner Lun 07 Oct 2013, 5:49 am

MARATÓN 6/7

Sin dejar de regodearse, St. Payne le quitó los zapatos y los dejó en el suelo. Le bajó las medias con rápida eficiencia.
—Toma un baño, cielo —logró decir por fin—.
Esta noche no corres peligro conmigo. Podré mirar, pero no tocar. Adelante.
Como nunca se había desnudado delante de un
hombre, _____ se ruborizó de pies a cabeza mientras se soltaba los lazos de la camisola. St.Payne, con tacto, se volvió y se dirigió hacia el palanganero con un aguamanil lleno de agua caliente que había en la chimenea. Mientras sacaba los útiles para afeitarse, _____ se quitó con torpeza la ropa interior y se metió en la bañera. El agua estaba deliciosamente caliente y, al sumergirse, sintió
un cosquilleo en las piernas, como si se le clavaran millares de agujitas.
En un taburete junto a la bañera había un tarro con un jabón gelatinoso de color marrón y olor acre. Se vertió un poco en los dedos y se lo extendió por el pecho y los brazos. Tenía las manos muy torpes y los dedos se negaban a obedecer sus órdenes. Tras hundir la cabeza en el agua, alargó la mano para tomar un poco más de jabón y casi volcó el tarro.
Se lavó el pelo, refunfuñó cuando empezaron a escocerle los ojos y con las manos se vertió agua en la cara.
St. Payne se acercó a la bañera con el aguamanil. _____ le oyó hablar a través del agua.
—Echa la cabeza hacia atrás —ordenó antes de
verterle el resto de agua limpia sobre el pelo enjabonado.
Con destreza, le secó la cara con una toalla limpia pero áspera, y le dijo que se levantara. _____ tomó la mano que le ofrecía y lo hizo. Debería haberse muerto de vergüenza de estar desnuda ante él, pero había llegado a tal límite de agotamiento que era incapaz de sentir pudor. Temblorosa y agobiada, dejó que la ayudara a salir de la bañera. Incluso
permitió que la secara, sin hacer otra cosa que no fuera esperar lánguidamente a que terminara, sin importarle ni darse cuenta de si la estaba mirando.
St. Payne era más eficiente que cualquier doncella, y le puso con rapidez el camisón de franela blanca que había encontrado en su bolsa de viaje. Con la toalla le escurrió el agua del pelo y después la condujo hasta el palanganero. _____observó, indiferente, que había encontrado su cepillo de dientes en la bolsa y le había echado polvos dentífricos. Se cepilló los dientes, se los aclaró con movimientos enérgicos y escupió en la jofaina de cerámica. El cepillo se le escurrió entre los dedos entumecidos y repiqueteó en el suelo.
—¿Dónde está la cama? —susurró con los ojos
cerrados.
—Aquí, cariño. Tómame la mano —respondió él,
y la guió.
En cuanto llegó, _____ se tumbó como un animal herido. El colchón era mullido, y el peso de las sábanas y las mantas de lana, secas y calientes, exquisito para sus extremidades doloridas. Hundió la cabeza en la almohada y gimió suspirante. Sintió un ligero tirón en el cabello y comprendió que St. Payne le estaba peinando los mechones mojados. Aceptó pasivamente sus atenciones y dejó que le diera la vuelta para hacer lo mismo con el otro lado. Cuando hubo terminado, él fue a tomar su baño. _____ logró mantenerse despierta lo suficiente para ver su cuerpo esbelto y dorado a la luz del fuego. Cerró los ojos cuando se metía en la bañera y, cuando él se sentó, ella ya estaba dormida.
Ningún sueño la perturbó por la noche. No existía nada salvo la oscuridad dulce y densa, la cama mullida y la tranquilidad de un pueblo escocés en una noche fría de finales de otoño. Sólo se movió al alba, cuando los ruidos del exterior se colaron en la habitación: los gritos alegres del vendedor de bollos y de un buhonero, los sonidos de animales y carros que pasaban por la calle. Entreabrió los ojos, y en la luz tenue que entraba a través de las burdas cortinas beige, vio con sorpresa que había otra persona en la cama.
St. Payne. Su marido. Estaba desnudo, al menos de cintura para arriba. Dormía boca abajo, y rodeaba con sus musculosos brazos la almohada en que apoyaba la cabeza. Las líneas de sus hombros y
espalda eran tan perfectas que parecían grabadas en dorado pálido del Báltico y lijadas hasta lograr un acabado brillante. Su rostro parecía mucho más suave que cuando estaba despierto. Tenía cerrados sus calculadores ojos, y la boca, relajada, se veía sensual.
_____ cerró los ojos y pensó que era una mujer casada, y que podría ver a su padre y quedarse con él todo el tiempo que quisiera. Y, como era probable que a St. Payne no le importara demasiado lo que
hiciera o adonde fuera, gozaría de cierta libertad. A pesar de que seguía preocupada, sintió algo parecido a la felicidad y, con un suspiro, volvió a dormirse.
Esta vez soñó que avanzaba por un camino
bañado por el sol y bordeado de áster y espigas doradas. Era un camino de Hampshire que había recorrido muchas veces y que atravesaba campos húmedos llenos de reina de los prados y hierbas largas de finales de verano. Andaba sola hasta acercarse al pozo de los deseos donde ella y sus amigas habían lanzado una vez monedas al agua y formulado sus deseos. Como conocía la superstición local sobre el espíritu del pozo que vivía bajo tierra, _____ no había querido acercarse demasiado al borde. Según la leyenda, el espíritu esperaba capturar a alguna doncella inocente para que viviera con él en el pozo. En su sueño, sin embargo, no tenía miedo y se atrevía incluso a quitarse los zapatos y a meter los pies en el agua. Para su sorpresa, no estaba fría, sino deliciosamente caliente.
Se sentaba en el borde del pozo, sumergía las piernas en el agua y levantaba la cara hacia el sol. Sentía que algo le rozaba los tobillos. Se quedaba muy quieta, sin sentir ningún miedo a pesar de
notar que algo se movía bajo la superficie del agua. Otro roce... una mano... unos dedos largos le acariciaban los pies y le masajeaban con ternura los
doloridos arcos hasta que ella suspiraba de placer. Unas grandes manos masculinas le iban ascendiendo por las pantorrillas y las rodillas mientras un cuerpo corpulento y bien formado emergía de las profundidades del pozo. El espíritu había adoptado la forma de un hombre para cortejarla. La rodeaba con sus brazos y su contacto era extraño, pero tan agradable que seguía con los
ojos cerrados, temerosa de que, si intentaba mirarlo, pudiera desaparecer. Tenía la piel cálida y sedosa, y los músculos de la espalda se le tensaban bajo
sus dedos.
Su amante soñado le susurraba palabras cariñosas al abrazarla y le acariciaba el cuello con la boca. Notaba una sensación agradable dondequiera que la tocara.
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