Risks of being a dumb in love ♡ Luke Hemmings.

Tú no sabes dónde estás, pero eso no importa porque estás tomando su mano, y ella te sonríe. Todo lo que piensas es “quiero besarla”, y aparte de ello, hay otras preguntas en tu cabeza, y no sabes si hacerlo o no.
Y tú sabes que es la última oportunidad para que lo hagas, y tienes que correr el riesgo, porque de ese momento depende todo… porque ese momento es ahora, o nunca.

Desperté con pocas ganas de hacerlo, deseaba poder quedarme en cama y dormir hasta pasado el mediodía, pero sabía que si lo hacía, mamá se enfadaría demasiado. Suspiré un poco frustrado y me levanté de la cama, dando pasos lentos. Era como un pequeño zombi a esas horas de la mañana. ¿Qué hora era? ¿Las siete? Sacudí mi cabeza y entré al baño, hice la misma rutina de siempre, pero esta vez demoré un poco más, ya que no estaba despierto del todo. Mamá tocó la puerta del baño, diciéndome que era hora de salir.

Sinceramente, no tenía ganas de ir al colegio. La noche anterior me había quedado hasta tarde enviándome mensajes con mi mejor amigo, a tal punto que los últimos textos eran de cosas estúpidas. Algunos de los que él me enviaba decían cosas incoherentes, pero, por lo general, sólo eran muchas letras ininteligibles que me hacían dudar si no era que Calum se había sentado encima del teclado de su teléfono celular.

— Luke, a desayunar –escuché a mi papá gritar desde la planta baja de la casa–.

Asentí por inercia, sabiendo que él no me vería. Me vestí rápido con el uniforme, a pesar de mis pocas ganas de ir al colegio, tenía un hambre terrible. En ese momento odié a Calum con toda mi alma por haberme desvelado. Él y sus estúpidos mensajes de texto…

Cuando hube terminado, me dirigí a la cocina. Yo era ordenado, y siempre había las cosas antes para evitar andar a las apuradas. Me puse mi mochila en el hombro izquierdo antes de sentarme a desayunar.

— Luke, come despacio que vas a atragantarte –mamá me reprochó. Me encogí de hombros y le dediqué una sonrisa algo apenada–. ¿Por qué Dios no me ha dado una hija mujer?

Cada vez que Liz –perdón, mi mamá– comenzaba con sus lamentos de “¿por qué no he tenido una niña en vez de un crío?” yo solía escabullirme rápidamente hacia mi habitación, a menos que el bendito de Calum o san Michael tocasen el timbre de casa para poder salir. Y entonces, como si hubiesen escuchado mis súplicas, el timbre de casa sonó.

Me despedí de mis dos padres, alegando que ya era tarde y tenía que partir hacia el colegio.

Caminé hacia la puerta de entrada, y la abrí, dejando ver a Calum Hood y Michael Clifford, junto a una chica rubia de ojos verdes, Alison, la novia de Calum. Les sonreí antes de saludarlos.

— ¿Cómo están? –pregunté, cuando ya estábamos en camino hacia el auto de Alison. Todos los días solíamos turnarnos con respecto a la ida al colegio: a veces le tocaba a Alison recogernos a los tres, otras a Calum y otras a Michael. Lastimosamente, yo era la pequeña carga sin auto–.

— Yo te diría que bien, aunque he tenido que soportar a este par de tórtolos decirse cosas bonitas en el trayecto –Michael replicó, y luego se aferró a mí–. Te necesitaba, Lucas.

Reí estrepitosamente, al igual que el resto de mis amigos. De los tres, Michael era el más divertido, en mi opinión. Con solo verlo, uno ya podía reírse de su cabello arcoíris, porque cada tanto se le daba por teñirse el cabello. Ahora lo llevaba negro con un mechón verde en el flequillo.

Y luego estaba Calum, que era explosivo como Mike, pero quizás un poco más tranquilo. No era sarcástico como Michael, ni tampoco hablaba las cosas con doble sentido –er, un doble sentido puramente sexual–. En sí, no podía tener mejores amigos que ellos dos. Nunca los conseguiría, ni tampoco, ninguna persona en el mundo podría igualarse a ellos dos. Básicamente, nos habíamos conocido desde que entramos al kinder, y desde ese momento que formamos una irrompible amistad.

Y también estaba Alison, conocida como Allie, era mi amiga desde los ocho años, ya que éramos compañeros en la primaria y nos sentábamos juntos. Calum solía enfadarse conmigo y hacer berrinches de niño pequeño sólo porque Allie y yo nos hablábamos. Pero luego Cal se dio cuenta que ella se alejaría si seguía comportándose como un idiota, y comenzaron a salir. Eso fue hacía como un año, y desde ese momento que eran novios.

— Así que… ¿Qué tienen en las primeras horas? –Calum indagó para romper el silencio breve que se había formado–. Yo tengo biología, la profesora me odia.

— Calum, todos los profesores te odian. –murmuré.

— Calum, todos te odian. –corrigió Michael, y todos reímos, o bueno, sólo nosotros dos. Alison miró a Mike con una ceja levantada, y negó con la cabeza–.

— Clifford, puedes mover tu trasero y bajarte del auto si vas a hacerle bullying a mi novio–.

Todos sabíamos que ella no lo decía enserio, pero Mike gesticuló de tal forma que parecía que la amenaza era cierta; haciéndonos reír a todos.

Así eran todas las mañanas, alegres. Claro, con ese par de idiotas, era prácticamente imposible no pasar un buen rato. Además casi siempre Allie ponía un repertorio de buena música, para alivianar el ambiente si estábamos muy cansados.



El trayecto a la escuela fue el mismo que el de cada día; con diferentes bromas sobre cosas estúpidas y sin sentido. Mamá solía decir que algún día nos acabaríamos las bromas del mundo y terminaríamos contándonos los chistes que el cerdo de Johnny –un hombre de mediana edad, gordo y con olor a grasa de hamburguesas que solía pasear perros por nuestro vecindario– solía contar a sus conquistas. Eran chistes malos, vale decir.

Ir al colegio me era sumamente estresante, como a todos. Digo, tener que estar ocho horas sentado, prestar atención a alguna profesora, escuchar las risas de las porristas de tu curso, y luego tratar de digerir la comida que servían en la cafetería; era todo un reto para mí. Pero tenía que hacerlo, porque mis padres me abrirían la puerta de salida –sin regresos– si no terminaba la secundaria. Era una especie de trato que habíamos hecho: yo debía estudiar y graduarme, y luego podría hacer lo que se me cantase en la vida.

El problema era que yo quería cantar, y con Mike y Cal formábamos un grupo de música que tocaba en algunas ocasiones en el colegio. A mis padres no les parecía una mala idea, pero tampoco estaban muy a gusto con ella. Ellos querían que estudiase, y yo debía hacerlo, y de esa forma, me dejarían en paz.

— Luke, bebé, ahora tenemos que ir a clases–. Alison me sacó de mis pensamientos, como cada vez. Ella y yo tomábamos las mismas clases, o al menos, casi todas–. Te has quedado mirando a la nada, parecías un estúpido enamorado del suelo.

Eso era una de las cosas que amaba/odiaba de Allie, siendo mi mejor amiga y la novia de mi mejor amigo; era de las personas más honestas del mundo entero. Principalmente, conmigo. Era como mi matona personal, que me hacía bullying cada día, sólo que de una forma cariñosa. Michael y yo nos encargábamos de hacerle bullying también, aunque esa era otra cuestión. Volviendo con la sinceridad descarada de Alison, a veces uno podía sacar provecho de su honestidad, pero en otras –como era el caso– era mejor no saber la opinión de Allie.

— Yo también te quiero, Allie bebé– le dije después de un rato, y le sonreí. Caminamos uno a la par del otro, hablando sobre lo ridícula que era la profesora de Artes, hasta el salón de Matemáticas, casi en todas las clases que compartíamos nos sentábamos juntos, porque Calum odiaba casi todas las materias que nosotros teníamos, y no las tomaba. Y con Michael era lo mismo, aunque él odiaba el colegio, y lo quemaría si le diesen un encendedor y un poco de gasolina para poner alrededor–.

Nos sentamos en el mismo lugar que siempre, a veces era raro porque todos los chicos suelen sentarse con sus compañeros, y las chicas también se sientan con chicas; y Alison y yo siempre estábamos pegados en casi todas las asignaturas. Algunos incluso habían empezado a rumorear que Allie engañaba a Calum conmigo.

Eso era simplemente estúpido.

— ¿Sabes lo que me dijo Katie Fields por mensaje?– Allie me preguntó, con sus grandes ojos verdes-azulados bien abiertos, mientras guardaba su iPhone en el bolsillo de su chaqueta–. Que es muy probable que traigan a una chica de intercambio aquí. ¿Te imaginas si es de México? Podríamos pedirle que nos hablen de Cancún para poder ir de vacaciones allá algún día–.

— Cancún tiene playas, como Australia. Sería básicamente lo mismo que estar aquí, sólo que allí comen nachos y hablan español– le contesté.

— Y hay Mariachis–añadió–.

— Y hay Mariachis– repetí–. Particularmente, no iría a Cancún de vacaciones. Preferiría ir a esquiar, nunca lo he hecho–.

Cuando terminé de hacer ese comentario, Alison rodó los ojos, molesta. Ella odiaba los lugares con nieve, porque cada verano, ella debía irse con su padre a Rusia, desde que sus padres estaban divorciados. La gente solía decir que Allie era una especie de albina de Europa del Norte, por su piel pálida y su cabello rubio platinado, casi blanco… aunque ella era australiana de nacimiento, y había vivido toda su vida aquí; exceptuando sus viajes a Rusia anuales.



La profesora entró por la puerta, con la frente en alto y caminando esbelta, como siempre. Era una mujer joven, de unos treinta años; pero aún así, muy estricta. Además, elegante e inteligente. La profesora Olive Sarsfield era inglesa, y había venido a Australia porque se había casado con un hombre de aquí cuando tenía unos veintidós años, o algo así ella nos había comentado a los que formábamos parte de los Mateatletas –mejor conocido como: grupo de nerds cuyo promedio en matemática es excelente, un grupo del que Allie y yo éramos parte–. Sarsfield también usaba unas gafas enormes para ver de lejos; leía mucho Shakespeare, amaba las matemáticas, y tenía una hija de dos años a la que había llamado Marie por Marie Curie. Oh, y también era muy buena en el billar. Todos esos datos eran los que uno aprende cuando forma parte de un grupo de antisociales matemáticos que compiten por elevar un poco de puntaje al promedio. Ajá, yo era parte de eso.

Alison me codeó el brazo cuando descubrió que había dos chicas detrás de la profesora.

Ah, así que quizás sí íbamos a tener compañeras de intercambio…