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Mensaje por bigtimerush. Miér 12 Feb 2014, 1:48 pm


lucky and time.
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tema exclusivamente para posteo de capítulos de mi autoría.
no al plagio.
no se puede comentar por nada del mundo.
créditos a our source code y tumblr.
el objetivo de este tema es facilitar la obtención de capítulos por medio de links.
bigtimerush.
bigtimerush.


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Mensaje por bigtimerush. Miér 12 Feb 2014, 2:12 pm


Special Ladies.
I'm naked I'm numb I'm stupid I'm staying And if Cupid's got a gun, then he's shootin' Lights black Heads bang You're my drug We live it You're drunk You need it Real love I'll give it So we're bound to linger on We drink the fatal drop Then love until we bleed Then fall apart in parts
En medio de mi letargo y profundo escape continuo de la realidad, sentí un hormigueo recorrer mi cara poco a poco, provocando que mi rostro se contrajera precipitadamente en una sonrisa de satisfacción.

—Abre los ojos ya hermanita. Despierta antes de que se te haga más tarde. Mira que mi paciencia se agota y no quiero golpearte —escuché a lo lejos, un murmullo casi inaudible que tensó mi cuerpo.

Abrí los ojos de golpe tras gruñir sonoramente y tratar de tomar el rostro de Kendall y pellizcarlo hasta que quedaran marcas sangrantes, pero no pude; el fue más ágil que yo.

—Vaya, que sutil eres, Kendall —disipé con sarcasmo.

Estrujé mis ojos y tuve que pestañear varias veces antes de que mis grandes ojos color cielo se abrieran e inspeccionaran el rostro sonriente de mi hermano mayor. Lo tomé por la cintura y choqué su cuerpo contra el mío; mis ojos se cerraron con fuerza antes de captar su loción tan exquisita. Sus brazos envolvieron mi pequeño y frágil cuerpo en un dulce fortunio de su parte. La relación que manteníamos Kendall y yo sufría de un tormentoso temperamento, faceta que solo sirvió para que se uniera e intensificara aún más con el pasar de los años, logrando que a pesar de los defectos y las malas situaciones que teníamos que soportar, sirvieran de hincapié a un afecto mutuo y quizás sobreprotector.

La tenue y hasta casi indescifrable luz del sol que se colaba por mis ventanas, avisándonos sin emplear palabras clave que el día daba pie a su resplandor desde temprano, lo que quería decir que ya eran más de las seis en punto.

—Debo ir a trabajar, cariño —cortó Kendall deshaciendo el abrazo y obsequiándome, a su vez, el tierno brillo de sus ojos al observarme.

Asentí en consentimiento y me levante de la cama algo aturdida; mis pies se colocaron de puntillas y despeiné su cabello que hasta ese momento permanecía perfectamente peinado de forma causal y moderna.

—Ñoña, ve a ducharte —su mano ejerció presión en mi espalda impulsándome a entrar al baño de sopetón.

Una carcajada fue lo que bastó para mi mente se concentrara solo en ella. Mi aseo personal no requería de más de dos horas, como en los casos de las chicas normales en particular. En menos de media hora, estuve lista para otro tedioso día laborioso. Me posicioné en frente del espejo de mi habitación y pude mirar una sonrisa totalmente falsa que esperaba a la soledad para derrumbarse, y, por fin, no aparecer hasta que nadie sospeche por lo que pasó. Sacudí mi cabello y retire la gorra con el logo de la franquicia digitalizado de mi escritorio, al mismo tiempo que la colocaba sobre mi cabeza.

—Vamos a ver que tanto hueles a frituras hoy, Dylan —me susurré a mí misma.

Siempre me consolaba el hecho de que lo que hacía, lo realizaba por una buena y única causa: mi familia. La razón de mi esfuerzo y dedicación, la raíz de mi esperanza. Desde que mis padre nos abandonó cuan caja llena de cachorritos mugrientos, nuestras vidas se vieron afectadas abruptamente con su partida y no solo el dolor emocional demandó territorio en nuestro hogar, sino que también se fue maximizando a tal punto de hacer deprimir muchísimo a mi madre, causándole una enfermedad de gravedad mortal.

Agregando sin más que nuestra solvencia económica descendió a cero, dejándonos en la ruina, obligándonos a Kendall y a mí que adquiriésemos un trabajo para el sustento de todos.

Aún conservaba las esperanzas vagas de que, a pesar de las adversidades que se lanzaban hacia nosotros, pudiésemos tener una vida tranquila y muy dentro de las características de la alegría y el amor, del que carecíamos estos últimos días; pero sobretodo, albergaba la fe de que mi madre sobreviviera a su terrible enfermedad. Mis ojos se cristalizaron al instante de considerar mi razonamiento totalmente ilógico y fuera de lo real, a realidad me golpeaba con fuerza todas las mañanas al abrir mis ojos. Pero no cabía dudas de que mi descontrol de la situación demostraba mediante lágrimas que de mis ojos brotaban, que esta vez la cruda realidad había absorbido la poca fuerza que poseía.

El sonido de la puerta cerrarse contra el umbral de ésta, hizo eco en mi cabeza y con la mano debajo de mis ojos para limpiar las lágrimas, ladeé la cabeza y me encontré con un par de esmeraldas muy pequeñas, apagadas bajo el espesor de sus largas pestañas, enfocándome con atención.

—Sam, ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar ya con Kendall en la pastelería? —inquirí fingiendo una sonrisa genuina mientras me acercaba a mi hermanito menor.

Flexione las piernas hasta quedar a una altura frente a frente con Samuel, tomé su pequeña mano entre la mía y la besé, infundiéndole confianza.

—Te oí llorar y quería venir a verte antes de marcharme —se excusó aun con la misma mirada inicial, bajando su cabeza.

—Oh… No-no estaba lloran… —tartamudeé antes de que un siseo me hiciera cortar el rumbo de la mentira que estuve a punto de justificarle a Sam.

—No me mientas más, Dy —espetó en una melodía infantil muy madura a pesar de su corta edad.

—¿Qué dices, Samuel? Estoy bien —le mentí—. Mira —apunté con la barbilla la ranura de la puerta de la puerta, que estaba entreabierta dejando ver con claridad el perfil de Kendall—, te está esperando, anda.

Sus ojitos no se convencieron, pero aun así acercó su mano a mi rostro, limpiando las lágrimas de mis mejillas cuidadosamente; como si del juguete más preciado, hasta su favorito, se tratase.

—¿Me prometes que ya no lloraras más, Dy? Yo te puedo hacer feliz, estoy aquí contigo, ¿sí? —con la misma mano, acaricio mi cabello y yo solo pude tomar aire en un suspiro y asentir.

—Tu eres todo lo que necesite para sonreír, Sammy —repliqué besando sonoramente la coronilla de su cabellera rubia, como el oro en solido que lo representaba tal cual.

Me levanté de la cuclillas en la que me había puesto, y finalmente, entrelacé sus dedos entre los míos dirigiéndolo hacia mi puerta, a la espera de Kendizle.

—Sam, ve a buscar el almuerzo y tus juguetes, luego espérame en la cocina, ¿podrías? —Kendall chocó su puño con el de mi hermanito.

—De acuerdo. Nos vemos, Dy —me lanzó un beso pequeño para que Kendall no lo pudiera ver.

Le guiñé un ojo en respuesta. En unos segundos más, ya Sammy había desaparecido del pasillo principal que daba con los pares de habitaciones.

Seguramente había descifrado mal el brillo ansioso en los ojos de Kendall, la desilusión y todo rastro de esperanza se consumieron en un pestañeo, invocando mis lágrimas a salir.

—Mamá está empeorando, Dy. Hoy la llevare al médico, pero no es seguro que puedan atenderla. Esta mañana convulsionó de fiebre en mis manos y en realidad, está matándome a mí también —sollozó entre frases entrecortadas que provocaban que no llegara a sentir mi corazón palpitar.

No me gustó para nada que Kendall se mostrara débil ante mí, eso me daba a entender que ya le estaba afectando demasiado. Él no podía dejarme sola, no podía dejarme sucumbir. Mi roca de salvación no podía huir de mí, ni mucho menos hundirse a profundidades inalcanzables.

—Volveré lo más temprano posible del trabajo y te prometo que juntos la llevaremos a revisar con el esposo de la tía Molly. Todo va a estar bien, solo dame fuerza y una sonrisa, ¿vale?

Acerqué su pecho al mío, con mis dedos limpie el camino de lágrimas que ya tenían lugar en sus pálidas mejillas.

—Cuídate mucho, cielo. Nos veremos a la hora de la cena, traeré helado de chocolate suizo, Sammy te hará brownies y los cuatro veremos la trilogía de crespúsculo, ¿te parece? —me preguntó, ahora con el tono de voz más feliz, de cierta manera.

Deposito un beso sonoro y mojado en mi frente.

Carcajeé y le mostré una sonrisa única y especial, a la que solo tenían acceso completo Sam, Kendall y mi madre.
{…}

«Dylan, espero que todo marche bien. Quiero verte después del trabajo, aunque tenía pensado ir a comer una hamburguesa con Zack dentro de un rato. Te manda un beso. Cualquier improvisto, te estoy avisando. Te amamos. Clara.»

Apagué la pantalla del móvil, pero aunque este no reflejara nada, salvo la sombra de un rostro demacrado, no pare de contemplarla.

El olor a hamburguesas, pollo, carne frita, patatas y helados al mismo tiempo no suponía ningún tipo de fastidio alguno para mí, pero si me irritaba sobremanera el balbuceo incesante de la clientela. Me desagradaban los bullicios y las conversaciones fuera de tono y aunque llevara dos meses de contrato, intentaba sin éxito acostumbrarme por completo, tal vez ni una pizca. Soy más de esas chicas a las que les gusta el silencio y la música clásica de fondo en cualquier ambiente. Me entraron unas ganas tremendas de llevar las palmas de mis manos a los oídos para evitar escuchar el gorgoteo que no paraba de aquellas personas, más el choque de dos manos juntarse hizo que ladeara mi cabeza inconscientemente.

—Menos distracción, mas ingreso, señorita Schmidt —exigió la jocosa y anticuada voz de mi jefe, Rafael Jewkins.

La postura soberbia y por supuesto, superior que mantenía me intimidó un poco, lo suficiente como para que concentrara mi atención el maquina manufacturera y el monitor que llevaba a sucesión las cuentas que requerían un chequeo. Luego de asesorarse de que todo estuviera bajo control con la despistada chica, se esfumó del lugar de la caja registradora, mi sección especificada de trabajo. Entorné los ojos y con un poco de mala suerte, las ganas de soportar algo que tanto detestaba no se largaron de mi secuencia pensativa.

La puerta de la franquicia de comida rápida se abrió de par en par, alborotando las hormonas de las chicas que darían suspiros de admiración y más por respirar el mismo aire que respira cualquier sujeto de atractivo parecido a una pila de perfección en su expresión más pura. Un hombre de, calculándole a simple vista, unos cuarenta y pico de años irrumpió en el lugar con elegancia y un porte que daba a indicar de forma inmediata, su nivel de riqueza económica; junto con otro joven que escondía debajo de una chaqueta negra su rostro y otro acompañante rizado que sonreía abiertamente de mejilla a mejilla, cautivando a más de una chica del lugar con sus adorables hoyuelos, debía apreciar.

Para mi cuestionamiento interno, nada común por cierto, era la primera vez que gente de ese tipo de vida llegara como de la nada a un restaurant de hamburguesas grasientas y patatas adictivas. Me sorprendió un poco, mas debido a mi conocimiento sobre esas personas, el tema dejo de opacar mi cabeza.

Después, todo recobró el sentido anterior de bienvenida en mi persona; y podía jurar y perjurar que las ganas que tenia de huir de semejante escena me pedían a gritos ser tomadas en cuenta. Lastimosamente, mis zapatos parecían haberse pegado al suelo con cemento, por ejemplo. Los miré deseando quemarlos con la mirada.

El joven de la chaqueta de cuero con capucha negra arrastró sus pies a la caja en donde yo yacia petrificada y lentamente, dejo caer su capucha hacia atrás. Posó sus manos en el mostrador y antes de que articulara palabra alguna, yo hablé primero:

—Buen día. ¿Qué se le ofrece? —imité la voz que estaba grabada en mi cerebro para cuando un cliente hacia su orden.

Monótona y repetitiva.

—Soy Justin Bieber, así que también es un placer —apuntó con una carcajada frustrada y seca al mismo tiempo.

¿Para qué se presentaba? Yo solo deseaba con ansias su orden y desapareciera de su vista; su sonrisa fuera más irónica y yo pudiera comenzar a respirar sin dificultad. Clavé los ojos en el monitor del computador y esperé no parecer una tonta.

—¿Se le ofrece algo? —repetí de nuevo, sin cambiar nada a mi expresión anterior.

Sus nudillos golpearon con suavidad en la mesa.

—Me podrías decir tú nombre.

Respingué, vencida, y pensé que lo mejor sería darle la cara y que se marchara de una buena vez por todas. Mis ojos impactaron con amabilidad en los suyos y parecí haberme hundido en una especie de ensoñación ridícula propia de los adolescentes.

El sujeto carraspeó, divirtiéndose con el asunto de ser jodidamente tentador en todos los sentidos.

—Dylan Schmidt —dije, sin más, siendo algo indiferente a lo que respectaba su belleza—. ¿Va a ordenar algo, joven?

—Dylan, es un placer muy grato, pero desearía que me llamaras por mi nombre, si no es mucho pedir.

Alzó una de sus rubias cejas y esperó pacientemente a que cumpliera con lo que él quería escuchar.

—Justin… —musité frunciendo los labios—. ¿Qué quieres?

No lo pensó dos veces antes de contestarme, mordiéndose el labio, poniendo en un hilo mi paciencia:

—Una sonrisa de tú parte, querida.

No pude evitar arrugar la nariz; comenzaba a fastidiarme, en verdad.

—Bien puedes mover el trasero hacia la salida y olvidarte de tus coqueteos por un segundo u ordenar de una buena vez, querido —contesté balbuceando cada palabra con inquietud.

Parpadeó confundido y me miró por un largo minuto, no creyéndose el fallo intento de sus tácticas seductoras ridículas; por mi parte, bien podría largarse y dejar de jugar con mi persona.

—Está bien.

Su respuesta hizo que sonreirá levemente, victoriosa. Nunca estaba de más esfumar el ego de un chico con un par de palabras grotescas. Más mi victoria respecto al desplome de su ego, no significo ningún tipo de gratitud en mí. Era medianamente imposible impedir que mis pensamientos de detuvieran y me dejaran el subconsciente en silencio, a diferencia de mi día a día, donde en mi mundo interpretaba las cosas de una forma más puntual y diferente, donde miles de vocecillas pequeñas atacaban mi subconsciente con cuestionamientos que eran de relevancia personal, atormentándome, pero controlando mis emociones lo que nos llevaría a una gama de decisiones más completas y de mayor rango racional, claro está.

El joven seductor de rizos alborotados y extraños, miraba la escena con una mueca claramente burlona tatuada en el semblante y los ojos enfocados hacia nuestra dirección, sin interés alguno en mostrar discreción. Me pregunte en mi fuero interno si aquel chico era su hermano y el hombre de aspecto moderno pero mayor era su padre; así, cabía destacar, que entre los dos muchachos no había parecido alguno que los asemejara con un parentesco.

Desvié la mirada hacia la nómina de pago que estaba resolviendo sin éxito, pues mi imprudencia provocaba varias preguntas sobre ellos se pasara por mi mente, atacando hechos y con eso, determinando conclusiones que ni yo sabía si eran acertadas al cien por ciento.

De repente, sentí como una mano rugosa me tomaba del antebrazo con soltura, lastimándome al contacto. Volteé, dispuesta a descifrar de quien se trataba y cuando lo hice, me topé con los oscuros y no muy amables ojos de Jewkins. ¿Qué estaba haciendo? No fui capaz de mirar a Justin, pues supuse que él ya se habría ido. Me equivoqué.

—Oiga, la está lastimando, déjela en paz —demandó Justin en un gruñido receloso.

—Suélteme ya —me defendí tratando de zafarme de su agarre.

—Vendrás conmigo, tengo que hablarte sobre algunas cosas —me soltó a regañadientes al intercambiar una mirada de duda con Bieber.

Me cuestioné que habría visto a través de ellos.

—Que sea la última vez que me pone un solo dedo encima —le dije sin perder los cabales del respeto.

Aunque me haya tratado inadecuadamente, no podía permitirme perder los buenos modales de una dama que mama me había inculcado con tanto esmero.

—Vale, vale. Acompáñame, Dylan —había cambiado por completo el tono de su voz, transformándolo en uno más cordial y menos agresivo.

Todavía Justin no le quitaba los ojos de encima, evidentemente hostil. Yo estaba en el medio de un altercado de miradas llenas de ira entre los dos, no sabía que parte de la conversación me había perdido.
{…}

Las lágrimas se golpeaban en mis ojos con furor de decepción. Mi rostro estaba contraído en una mueca de indecisión. ¿Cómo se suponía que se lo diría a Kendall? Arruinaría lo que con tanto esfuerzo nos logró construir, estaríamos casi o igual que al principio. El sueldo pobre de Kendall no bastaba para todo un mes de sustento, cuidado y sólo duraba para una semana. Me regañaba mentalmente por haber perdido un empleo tan valioso, y no para mí, sino para mi familia. Veía a través de mis ojos, como el futuro estaba deslizándose en un abismo sin fondo; no sabía que haría. Jugueteé con mis dedos, el temor se apoderó de mí aunque no quise aceptarlo en ningún momento. Debía mantenerme fuerte, aunque yo misma sabía que todo cristal se quebraba.

Lleve las manos sudorosas a mi rostro y despegué de él los cabellos que se habían adherido a mi frente, que estaba perlada de sudor. Tenía que buscar una manera de irme a casa, sonreír con todas mis fuerzas y asegurar que todo cambiaria, que todo estaba bien, pero… no había nada que mi fe de que las cosas mejorasen pudiera hacer. Me sentía tan inútil, no tenía ningún poder sobre el destino y eso me afectaba. El contrapeso de la mejoría con el dolor se inclinaba al agobio, dejando tocar al suelo la mejoría. No quería que Sam se criara en un vecindario de mala muerte, quería que mantuviera presente los valores que le habíamos enseñado, pero la situación era tan critica que hasta eso iba a cambiar.

Finalmente, visualicé un rincón oscuro cerca de la salida trasera del local, ignoré que Jewkins me hubiera prohibido volver a pisar ese terreno; me senté en el duro y caliente asfalto, abrazándome a mí misma, dándome consuelo. Eso ocurría cuando no tenías a absolutamente nadie que te prometiera que las cosas estaban bien, que algún día la felicidad tocaría nuestros corazones… Kendall estaba lejos, inalcanzable, casi sentía su desesperanza, su decepción quemar mi pecho, mis ojos, mi corazón…

Una sola pregunta invadía mi razón, ¿Hasta dónde llegaríamos?

Mis ojos se cerraron lentamente, mi corazón se precipitó a detener su ritmo acelerado, mis piernas se debilitaban y mis ganas de seguir con vida se desvanecían.

—Dylan… —me había llamado con la voz apagada, casi desolada.

No obtuve el ánimo suficiente para volverme a ver su cara de ángel caído del cielo. Simplemente, no des adopté mi postura.

—Schmidt, el destino es algo tan… acertado y calculado. ¿Quién diría que hoy me toparía contigo? Siempre me ha afectado la debilidad de las chicas en sus momentos más difíciles, pero, eso algo totalmente natural, tomando en cuenta que es lo que te lastimó —un suspiro escapó de sus labios y percibí como la tonada de su voz era tan compasiva y sutil—. Tu hermano es una persona maravillosa, a decir verdad, uno de los mejores amigos que he tenido —me paralicé ante la mención de Kendall. Justin río levemente, para luego justificar sus palabras—: Lo conocí en la primaria pero nunca llegué a imaginar que tendría una hermana. Al principio me pareciste conocida, pero, nada que ver con algún tipo de asemejo, hasta que la determinación de tu voz te delató. Eres tan igual a él…

Mi mente estaba en blanco. Aferré mis rodillas a mi cuerpo en débil, solo que sin derramar ninguna lagrima, ya se había extinguido hace mucho.

—¿Eres alguien que me mandaron para minimizar mis agobios o… te burlaras de mí? —inquirí en un susurro, que al final, se quebró en la sintonía de aparentar ser lo que nunca seré: lo suficientemente fuerte.

—Yo seré lo que tú quieras que sea —me dijo, agregándole una pizca de dulzura.

Mi corazón se achicó por algo que no pude explicar mediante simples palabras ordinarias. Después de todo, siempre llega ese alguien que logra provocar en ti, un pequeño atisbo de luz que creías inexistente. Esa pizca del complemento del que carecías.

Estiré mis piernas y destapé mi rostro de la burbuja personal en la que me había sumido.
Me miró con ternura, traté de sonreírle lo mejor que pude. Me sentí culpable por el prototipo que le definí.

—Te conozco desde hace… —miró el reloj de su muñeca y se volvió hacia mí— aproximadamente, cuarenta minutos, por lo que no me has dicho que tipo de café te gusta, aunque permíteme predecir que es… —hizo un gesto pensativo y se colocó la mano en la barbilla.

—Moca late con crema de chocolate y una ración almendras endulzadas —adivinamos al unísono.

—Hay cosas que nunca cambian —admitió soltando una carcajada suave.

—Es el favorito de Kendall —le recordé mostrando la sinceridad de una sonrisa simple…
…. aunque no sabía por qué, él se merecía mucho más.

—Vamos al Starbucks más cercano, esta solo a unas cuadras —propuso él levantándose de mi rincón y tendiéndome la mano para ayudar.

—Me encantaría ir contigo, Bieber.
{…}

—Lamento mucho lo de tu madre, Dy. En verdad no sabía, porque si hubiese sido lo contrario… no te lo habría siquiera recordado.

Se disculpó con una sonrisa de pena automática. Me acaricio la mano por encima de la mesa; sí que se sentía culpable.

—Gracias… por preocuparte de tal manera, Justin —agradecí y tomé su mano entre la mía, acariciándola con lentitud.

—No tienes por qué agradecer. Todo lo que hago, lo hago de corazón.

Le propiné una sonrisa encantadora. Tomé un sorbo de mi café, aunque me quemé la garganta y la lengua, no podía despegar la vista de la ventana. Aun me preocupaba la reacción de Kendall, nuestro futuro tan incierto…

Mi cerebro no podía analizar nada, estaba totalmente cegado por el giro inesperado que tomaron las cosas.

El respetó mi silencio, y lo interpreto como la toma de un segundo para volver a la realidad de nuestro mundo alejado de ella. Le miré de reojo, cuidando que no se percatara de esa pequeña acción. No sabía si era un agite falso de algún tipo de preocupación o quizás temor, pero no sabía por qué. Su mirada reflejaba una mezcla de estas dos emociones al él mirar la pantalla de su móvil. ¿Había recibido una mala noticia?

Mi estómago sufrió un retorcijón de emociones confusas. Ya no estaba el pasivo o seductor Justin, estaba un Justin atemorizado. Su nariz tenía pequeñas gotitas de sudor y sus labios estaban hinchados de tanto morderlos. Noté que quería gritarme algo, pero no podía, por alguna razón en específico.

Opté por no preguntar nada, y evadir ese detalle. No quería obligarlo a inventar una excusa para no comentar nada.

—Debo irme, Justin, fue un placer haber compartido la tarde contigo. Le mandaré tus saludos a Kendall. Con permiso —me levanté de mi asiento y le dirigí una sonrisa como despedida.

Su rapidez me dejo pasmada, me tomó abruptamente por el codo haciéndome girar sobre mis talones.

—No te puedes ir, Dylan.

—¿Por qué no? Tengo que ir a casa, ya es tarde —repliqué mirándole con confusión.

Soltó mi brazo con la expresión vacía.

—Lo siento, no… no quiero que te vayas… —alzó sus cejas en modo de respuesta.
Me apresuré a negar con la cabeza varias veces.

—Me quedaría, pero no puedo. Aunque si gustas, podrías venir conmigo y te quedas a cenar —ofrecí con la voz ronca a causa del improvisto de mi propuesta.

—Vale, vale. Me haría bien conversar con Kendall —aceptó, nervioso.

Sus ojos transmitían un mensaje, pero no supe cuál era. Tal vez era algo inconsciente y no tenía por qué preocuparme…
… todos mis intentos de evasión acerca de su evidente reflejo de angustia, decayeron con la rapidez con la que cae un vaso y se estrella contra el piso, rompiéndose en miles de pedazos. Mis ojos fueron los emisores de mi pronto miedo, lo que me causó un estremecimiento de pies a cabeza desagradable. Súbitamente, mis piernas perdieron su fuerza e impactaron contra el suelo en un golpe seco. Un grito desgarrador alarmó mis sentidos, a pesar de que me estaba consumiendo por el temor que me invadía.

—¡Dylan! —me llamó en el retumbo más alejado que noté de su voz— ¡Déjenla en paz!

Un hombre de aspecto fortachón y espeluznante, con violencia, golpeó mi mejilla. El líquido corrió de la parte derecha de mi rostro. Gemí de dolor y pataleé alejándome del sujeto que quería tomarme de alguna manera. Visualicé a lo lejos como Justin me miraba sin expresar emoción alguna, sin querer acercarse a ayudarme. No pude reprimir las ganas de llorar desconsoladamente, y las lágrimas me impidieron ver con claridad cómo se desataba la situación.

¿Por qué no me ayudaba? ¿Es que había fingido todo este tiempo?

Mi corazón no soportó por mucho ver su indiferencia, mis ojos se cerraban con pesadez, mis piernas se cansaban de forcejear… mis pulmones de respirar.

No le di tiempo a mi sensatez de interpretar todo, pues un pañuelo mojado fue posado sobre mi nariz.

Sammy, mi madre Ellen, Kendall…

Todo pasó como un flashback por mi memoria… y no salí a la superficie.
Justin Bieber
Carly R. Jepsen.
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Mensaje por bigtimerush. Miér 12 Feb 2014, 2:16 pm


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Aparté la vista y me dediqué a observar el suelo con el ceño fruncido y los labios entreabiertos. Pequeños cuadros blancos, grises y negros se entrelazaban entre sí.

—Meck —me había llamado, atrayendo mi perdida atención—, ¿Te sucede algo? —lidió con la voz baja y controlada.

Toda la cafetería se mantuvo en silencio ante el casual encuentro que disfrutaban con la vista, más para mí fue el infierno en su máximo esplendor. La cabeza me empezó a dar vueltas, girando sobre su eje de una manera poco coherente, de manera incesable ante sus ojos, nuevamente dilatados por la preocupación que demacraba su rostro.

Fue hasta a ese momento es que me percaté de que temblaba de pies a cabeza, temblaba tanto que mi cuerpo vibraba hasta que finalmente, me castañearon los dientes, la cafetería puso en marcha su movimiento y se me nubló la vista. ¿Era posible que mi cuerpo se comportara de esa manera, allí, parada en donde estaba? Llegué a pensar que mi razonamiento no tenía nada que ver con lo que mi cuerpo experimentaba, aquella sensación de inseguridad y temor.

Escuché un murmullo y noté, aturdida en todos los sentidos, una presión en mi mano derecha, que yacía con timidez sujetando mis libros al pecho. El temblor me distraía lo suficiente para impedirme determinar la procedencia de la ligera fuerza, tanto oral como corporal, que me bloqueaba la precisión que debía haber tenido para zafarme con rapidez.

Deseé ser invisible, así no tendría la necesidad de trastornar mi cerebro con la melancolía que me embargaría luego de que mis pensamientos fluyeran con claridad.

—Me parece que se está pasando de histérica. Sería mucho mejor que le aventaran una bofetada a ver si no entra en estado coma —insinuó una voz afina e imperceptible cerca de mí.

Lo suficientemente cerca como para que Liam gruñera por encima de esas voces que no cesaban, al menos fuera de la burbuja protectora que me permitía olvidar todo el suceso por un segundo.

Lastimosamente… ese segundo de maravillosa compasión pasó y me dejó sin aliento.

Forcejeé los pulmones en busca de aire para que pudiera respirar con más facilidad, mi pecho se contraía en busca de oxígeno y mi nariz parecía congelarse, de hecho, consideraba intentarlo aunque supiera que era una idiotez.

—Hubiera deseado que las cosas se desarrollaran de una manera… diferente y menos perjudicante para ti.

Entonces lo comprendí. Oh. Su mano se acoplaba a la mía en un entrelace desesperado por tirar de ella y arrastrarme lejos de aquel lugar.

No supe a qué se refería, así que esperé a que sus labios si quiera se movieran y me dieran una pista clave para comprender lo que desde tanto tiempo deseaba oír.

—Todo está bien, estás a salvo, todo está bien —entonaba él una y otra vez.

El persistente olor a pasto y la sensación rústica bajo mis pies me permitió darme cuenta de que ya habíamos atravesado medio campus central. Sus pies se movían con suma rapidez, tal vez quería tanto como yo huir de la realidad que consumía las alientas, escabulléndome junto a él. Cada paso que daba en firme se convertía en un suspiro de alivio para mí. Mi cabeza chocaba con su pecho a medida de que se aproximaba a un destino en específico, pero no parecía importarle.

Me atreví a mirarle el rostro y no me inmute de manera idiota ante lo que me daba a entender mediante sus escrúpulos y la idea de un significado que no quería responder, que mi mente no quería procesar, no ahora. ¿Qué era lo que yo había esperado, a parte del deseo que partió más allá de lo evidente? Era un desperdicio, una locura, tener los ojos tan llenos de lágrimas y aparentar creer que todo iba de maravillas.

Las paredes protectoras de mármol que traté de construir a mi alrededor, tan fuertes por fuera, pero tan ligeras al roce infranqueable, se derrumbaron más rápido de lo que había llegado a imaginar jamás. Siempre albergué la esperanza de una reserva de fuerzas que me dieran valor para afrontar cualquier cosa, pero… ya no existían.

El temor me acechaba y las ilusiones me destruían.

Un pequeño pero turbador lugar con olor a flores silvestres y clavitos de madera, se abrió paso tras una puerta de cristal que atravesamos sin pensarlo. La necesidad de protección se hizo presente, y arriesgamos encontrarnos con cualquier tipo de cosa, con la esperanza de sentirnos seguros, protegidos, por lo menos una vez en la vida. Tuve que bajar la cabeza para que pudieran entrar sin golpearme.

Tardé más o menos diez segundos eternos en acostumbrar la vista a la oscuridad que nos brindaba con confianza el lugar. Me pregunté cuanto habíamos caminado para llegar a esa habitación.

—¿Qué piensas hacer? —tartamudeé una vez que me sentó en su regazo, al final de lo que parecía un hueco muy mínimo, acariciándome cabello sin parar, aún sin esbozar expresión alguna.

La inmovilidad y rigidez que conservaba expresó la confusión que me suspendía.

Me sentí consternada por el gesto, pero al mismo tiempo desdichada. Una sencilla escapada de lo inevitable no significaba nada y por ende, no dejé que mis pensamientos fluyeran y me trasmitieran una idea equivocada a la original.

—Es duro… —realizó una pausa y, por primera vez desde el impasse me miró a los ojos—: ¿Cómo puedes soportarlo?

Sus ojos conmovieron mi roto corazón de una tristeza y pena casi absoluta. Él conocía mi dolor, sabia más que nadie por lo que estaba pasando y esa conexión visual me sirvió para ser fuerte durante ese momento… por él, para él, tragaría ese nudo en la garganta y me arriesgaría a hundirme en el cruel abismo de la desesperación, si eso era vital para su supervivencia.

Pegué mi cabeza a su pecho, y él empezó, de nuevo, a acariciarme el cabello, descendiendo por mi frente y mejillas.

Ya estaba listo para escucharme. Una pieza muy pequeña que enmendaba mi corazón, se partió, débilmente, por el recuerdo de mi padre, Brian; respiré hondo y pronto, el calor humano inconsciente que irradiaba Liam me arropó en su delicadeza.

—El cielo permanece oscuro cuando así lo deseamos, sin puntos esenciales para alumbrar los días y bajar las desesperanzas. Cuando nuestra idea de seguir adelante se enciende, también lo hacen las estrellas en el cielo, pequeños refuerzos de apoyo para casi alcanzar el bienestar. Así es mi vida, tan sombría y oscura como la noche, pero aun así contiene esas pequeñas luces que me dan vida, un poco, pero lo hacen —le dije, sintiendo como el alma se sublevaba dentro de mí y me causaba escalofríos.

»Nunca había compartido nada con nadie. Mi mente tenía respuestas mecánicas a los impulsos cotidianos, sabían predecir las preguntas y soltar las respuestas. Todo estaba sistematizado, desde la muerte de mi padre, no había querido sacar a la luz mis sentimientos y por esto, sabía, con antelación, que las iba a pagar muy caro, me estrellaría contra la pared de la agonía.

Presioné los ojos con fuerza y mis dedos se deslizaron inconscientemente por la muñeca de mi brazo, lugar de múltiples medios para drenar el agobio. Mi corazón tembló.

—Siempre existen altibajos, claro, tan abruptos e inesperados como un golpe en el estómago que te quita la respiración, pero su recuperación es tan reconfortante como un suspiro.
—¿Y qué pasa cuando no existen esos puntos de iluminación? —sonsacó, con la voz áspera y algo raspada.
—Nunca te faltaran, estarán ahí —atesté, carraspeando suavemente.

Deseé con todas mis fuerzas haberme asegurado de que mi mano no descansara sobre la muñeca, que, bajo el sweater azul cielono estuviera la evidencia de mi debilidad, el centro de mi vulnerabilidad.

—¿Meck? —inquirió con la voz sorpresivamente quebrada—. Explícame, por favor, qué es eso —demandó, ahora con la voz en un tono más elevado y exigente.

¿Sería capaz de mirar a través de la tela que recubría mis heridas? No le miré el rostro, no pude ser capaz de hacerlo. Apreté la muñeca, maltándome en exceso las heridas sonrosadas que se encontraban en proceso de sanación.

Gemí de dolor, y con ello, el flashback de la noche más arrebatadora y atroz de mi vida, me barrió la mente. Mi cuerpo se transportó al suceso y para mi desgracia, en esta inoportuna ocasión, no lo pude evitar.

—Ya —había gritado, al ver un auto que entraba en el estacionamiento, flaqueada de árboles—. A lo mejor es papá, que ha llegado ya.

Pero el coche que se detuvo ante nuestra puerta era blanco, no verde, como el de mi padre. Y encima tenía una de esas luces rojas giratorias, y en un lado se leía POLICÍA DEL ESTADO.

Mamá sofocó un grito cuando dos policías de uniforme azul se acercaron a la puerta principal de nuestra casa y tocaron el timbre repetidas veces.

Parecía congelada. La mano le temblaba al apoyarla contra la garganta; el corazón le salía casi por los ojos oscureciéndolos. En mi corazón, sólo de observarla, despuntaba algo siniestro y espantoso.

Fue Jim Payne, el hermano mayor del padre de Liam, quién abrió la puerta e hizo entrar a los dos policías, que miraban a su alrededor nerviosamente, dándose cuenta sin duda alguna que aquella era una reunión de cumpleaños. Les bastaba con echar una ojeada al comedor y ver la mesa, preparada para una fiesta, los globos colgados de la araña y los regalos que había sobre el estante de cristal principal.

—¿Señora Henderson? —le había preguntado el más viejo de los dos a mi madre.

Mamá hizo un rígido ademán. Yo me acerqué a ella, como también Logan.

Jim permanecía con el rostro inescrutable y la mandíbula apretada. Tal vez él sabía lo que estaba ocurriendo, pues su hermano, el padre de Liam, quizás lo había llamado y advertido.

—Señora Henderson —comenzó a decir con una voz monótona que, inmediatamente, me llenó el corazón de temor—, lo sentimos muchísimo, pero ha ocurrido un accidente en la carretera Greenfield.
—¡Oh…! —suspiró mamá, tendiendo las manos para acercarnos a mí y a Logan hacia ella. Yo sentía temblar todo su cuerpo al igual que temblaba yo. Mis ojos estaban como hipnotizados por los botones de bronce de sus uniformes; no conseguía apartar la vista de ellos.
—En el accidente se vio implicado también su marido, señora Henderson —continúo el policía.

De la garganta sofocada de mamá se escapó un largo suspiro. Se tambaleó y habría caído de no ser porque Logan y yo la sostuvimos.
¿Es que no podrían dejarse de rodeos?

—Hemos interrogado a unos motoristas que vieron el accidente y, desde luego, no fue en absoluto culpa de su marido, señora Henderson —seguía recitando la voz del policía, sin mostrar emoción alguna—. Según nuestra versión del accidente, del que ya hemos informado, había un conductor con un «Ford» azul, que no hacía más que entrar y salir del carril izquierdo, según dicen borracho, y que chocó de frente contra el vehículo de su marido. Sumándole, al parecer que el daño fue demasiado grave como para salir intacto de éste suceso, por lo que perdió la vida instantáneamente.

Me sorprendió la desconsideración con la que expulsaban las palabras de su acostumbrada boca a las tragedias, no esperé que mostraran un poco de sensibilidad, pero tampoco impedía sutileza. La cuestión era, que los oídos me zumbaban y no podía bajo ninguna circunstancia poder escuchar más de lo que quería, y claro, lo que quería escuchar era la voz de mi padre suplicando que le besemos el rostro en cuanto llegase. No quería ser parte de la realidad que ya era un hecho, me negaba afrontarlo y obligar a mi cerebro a analizar sus palabras.

Nunca había visto una habitación llena de gente en que tan rápidamente reinara un espeso y abrumador silencio.

El rostro de Jim Payne parecía hacer conjeturas de sus palabras. Quizá, intentaba buscar una solución menos trágica para el desenlace de… de… el infortunio. El acompañamiento de su hermano junto a mi padre tenía que suponer algo para él y su familia, algo que incluían los mismos hechos que gritaban las conclusiones seguras.

—¿Y mi hermano..? —Jim le miró al policía, con el rostro ceniciento y los ojos cristalizados—. No está… no está… muerto, ¿verdad?
—Joven —declaró el policía de las canas notorias y las cejas hundidas, muy solemnemente—, no sabe usted cuanto lamento tener que darle tan malas noticias, y precisamente en un día como parecer ser éste —se detuvo un momento y observo a su alrededor, lleno de turbación—, lo siento muchísimo, joven…, todo el mundo hizo lo humanamente posible, pero, supongo que Dios ya lo tenía preparado, como todo.

Alguien que estaba sentado en el sofá, lanzó un grito, cargado con el pesar de la revelación.

Mamá no gritó. Sus ojos se volvieron oscuros, como distantes. La desesperación el dejo el precioso rostro sin su radiante colorido; se diría que se había convertido en una máscara. Yo la miraba fijamente, tratando de decirle con los ojos que nada de aquello podía ser verdad. ¡No, papá no estaba muerto! ¡No, mi papá no estaba muerto! ¡No podía estar muerto… no, no era posible! La muerte era para la gente vieja, para las personas enfermas… no para alguien tan querido y tan necesario y tan joven.

Y, sin embargo, mi madre estaba allí, con el rostro contraído en la concentración de su dolor, y a cada segundo que pasaba, veía como sus ojos parecían perderse más y más en la agonía de su rostro.

Me eché a llorar. Miles de lágrimas de las que no fui consciente retener, se golpeaban unas con otras y salían sin necesidad de inducirlas de mis ojos.

—Señora, tenemos unas cosas suyas que saltaron del auto al primer impacto. Hemos recuperado todo cuanto nos fue posible.
—¡Váyanse de aquí! —le grité al policía con la voz ronca por el nudo que se atascó en mi garganta—. ¡Váyanse de aquí! ¡No es mi papá! ¡Estoy segura de ello! Se ha parado en alguna tienda a comprar un helado y llegará de un momento a otro… ¡Váyanse de aquí! —me lancé contra el policía y le golpeé el pecho.

El hombre trato de mantenerse a distancias y, Logan se acercó también y tiró de mí.

—Haga el favor —pidió el policía—. ¿No podría alguien hacerse cargo de esta niña?

Los brazos de mi madre me rodearon los hombros, y me acercó a ella, apretándome. Los invitados murmuraban, conmocionados, y susurraban; la comida comenzaba a oler a quemado en el horno.

Esperaba a que alguien llegara de pronto y me cogiese de la mano y me dijese que Dios no se llevaba la vida de un hombre como mi padre, pero nadie se acercaba a mí. Solo Logan se me acercó, me rodeó la cintura con el brazo, y así nos encontramos los tres juntos: mamá, Logan y yo.

Fue Logan quién, finalmente, hizo un esfuerzo para hablar, y su voz era extraña, sin potencia vocal:

—¿Están completamente seguros de que la muerte fue instantánea? Habían tres personas implicadas, podía haber una posible confusión —el policía le miró a Logan, indignado por su acusación. Logan le ignoro olímpicamente—. Si el auto de papá se incendió, como naturalmente debió haber hecho, el que estaba dentro tuvo que quedar muy quemado, así que puede ser otra persona, no papá.

Gemidos hondos, ásperos, brotaron de la garganta de mi madre, como desgarrándola, pero a sus ojos no se asomó ninguna lagrima. ¡Ella sí creía! ¡Creía que aquellos hombres decían la verdad!

Los invitados, que habían venido elegantemente vestidos a la fiesta, nos rodearon, pronunciando esas frases consoladoras que dice la gente cuando la verdad no hay nada que decir.

—No sabes cuánto lo sentimos, Gemma, estamos verdaderamente horrorizados… es, terrible.
—¡Qué le haya pasado una cosa tan horrible a Brian!
—Nuestros días en la Tierra están contados; así es la vida, desde el mismo momento en que nacemos, nuestros días están contados.

Y así continuaron, lentos, como el agua filtrándose en cemento solidificado con el polvo de la desesperación. Papá estaba muerto, de verdad. Ya nunca más le veríamos vivo. Solo le veríamos en ese ataúd, tendido en una caja que acabaría hundiéndose en la tierra, con una lápida de mármol con su nombre y el día de su nacimiento, y el día de su muerte. Todos iguales, excepto el año.

Mis ojos y los de Logan se encontraron. El parecía tan sumido en la misma pesadilla que yo, su joven rostro parecía pálido y muy conmocionado; una expresión de vacío sombreaba sus ojos, impidiéndome ver más allá de lo que él quería revelarme.

—Alguien tiene que identificar el cadáver —dijo el policía.

Entonces me rendí ante la evidencia.

Salí corriendo de la habitación, salí huyendo de aquellas cosas que me desgarraban el corazón y me infundían un dolor mayor que cualquier otro dolor de los que había sentido hasta entonces. Salí huyendo de la enorme casa que me restregaba en la cara un sinfín de recuerdos inmensurables, corría y mi corazón no parecía detenerse y darme esa paz que tanto anhelaba, corrí y llegue al jardín, donde millones de estrellas brillaban a mitad de la noche y la brisa soplaba suavemente cargada de recientes fragancias primaverales.

Mis ojos parecían rocas, querían cerrarse y sucumbir, pero algo me lo impedía a toda costa. Visualicé entre la penumbra de la noche, una figura de mi tamaño, quizás un poco más grande, recargada en la puerta que conectaba nuestra casa con el jardín de los Payne. Había un sonido en particular, un sonido que no descifré… gemidos, tal vez.

¿Era que me estaba volviendo loca? Me preguntaba una y otra vez en el hilo de mis pensamientos, conforme con pasos lentos y temerosos me acercaba a aquella figura.

La tenue luz de la luna me permitió ver con dificultad de quién se trataba y el resultado de la visión, me dejo estupefacta. Aun así, nada de lo que pudiera llegar a sentir en aquel momento era comparado con el dolor que mi corazón gritaba, pero que mi mente no captaba.

—¿Liam? —pregunté, acercándome un poco más y así logrando ver sus mejillas blanquecinas impregnadas de un olor fuerte a sal y un brillo que las adornaba.

Había estado llorando, eso se podía notar. Sus labios se contraían en una línea dura; sus mejillas, tan regordetas y sonrosadas, no paraban de filtrar esas pequeñas lágrimas que de sus ojos se escapaban.
Sacudí la cabeza.

—Mi padre ha muerto —anunció, con la voz melancólica y entrecortada, una voz que a final, se quebró.

Aquello había sido un golpe en el estómago y un dolor de cabeza inmediato. Mi corazón, por unos segundos, detuvo su ritmo y se congeló en la espera de algún estimulo que me permitiera saber si aquel era el final.

Se me hacía muy difícil tratar de calmar mi respiración, por lo que hiperventilaba en mi interior y me preguntaba cuando esa presión en el pecho me dejaría de atormentar.

Mis labios iban a articular un «déjame en paz», pero su fuerza brutal me impidió siquiera pronunciar algo. Sus brazos, me envolvieron la cintura ágilmente, concentrando sus fuerzas en aquel agarre desesperado. No sentía la sangre circular, más no me importó. Mis manos se dirigieron rápidamente a su nuca, acariciándole el cabello y con cada pedazo de mi corazón roto, lloraba en silencio, sin que él llegara a poder oírme. Respiró hondo y eso se vio reflejado en mi pecho, segundos después, sentí como mi hombro se escurría de lágrimas sin detenerse.

No me fue posible guardar ese dolor desgarrador en el pecho y me vencí ante el alivio de saber que alguien, en medio de todo el mundo, entendía una mínima parte de lo que sentía.

Algo notable dentro de mí se removió con agite, lo que sirvió a duras penas para traerme a la realidad. Respiré hondo por la boca e intenté controlar mi sistema nervioso, que se desató irrevocablemente.

Todo permanecía igual, nada había cambiado. Liam seguía con la vista apuntando a ver mis ojos, pero a la vez sin ver nada, con los puños apretados con firmeza a sus costados y una delgada línea en sus labios que separaba la indiferencia con la preocupación.

Liam retiró mi mano del brazo y con delicadeza, logró levantarme de su tibio regazo, para así, poder tomar mis hombros entre sus manos temblorosas y sacudirme lo suficientemente fuerte como para que la cabeza se me descontrolara y mis ojos se desorbitaran, al mismo tiempo que una minúscula lagrima se acumulaba en su ojo.

No me sostuvo la mirada por mucho tiempo, la apartó instantáneamente y limpió con el dorso de su mano la lágrima que en su ojo, estuvo a punto de deslizarse. Tal vez lo menos que quería ahora era mostrarse débil, aunque fuera del todo incontrolable.

Le resté importancia a la sangre que de mis brazos brotaba como lago sin caudal, hasta llegar a empaparme el pantalón de mezclilla. Olía desagradablemente a una fusión esperada de óxido y sal, casi una esencia metálica; mi muñeca se estremeció por la sensación espesa y pesada que dejaba la sangre.

Payne parecía verdaderamente alarmado, miraba con los ojos abiertos como platos la sangre que se escurría por mi brazo, poco a poco y muy lentamente, notándose así al exterior del sweater. Reparó su mirada en mí, paralizado por el momento y perplejo.

—¿Qué? ¿Nunca habías visto a alguien sangrar? —intenté bromear, con la voz seducida por el deseo de que no me juzgara, no él, no ahora.

Suspiré al ver como no reaccionaba. Opté por arremangar el sweater hasta mi codo, pero la punzada de dolor que me invadió, provocó que se me escapara un quejido de los labios.

Luego de que de un minuto de fijación en la cuenta inmediata del asunto, quitó su camisa de mangas azul oscuro y su torso desnudo se exhibía ante mí.

Traté de acompasar la respiración a un ritmo común y corriente, evitando sobremanera agitar mi respiración y perder la poca calma que me restaba.

—Nunca te había visto a ti hacerlo, Meck —replicó.
Su camisa se encontraba llena de sangre por mis heridas. El proceso de sanación seria difícil. Las limpiaba una a una y se detenía observarlas por no más de tres segundos, con los ojos ardiéndole como fuego, bajo una careta de condescendencia.

—Fui una completa estupidez lo que hiciste —dijo, apretando la mandíbula.

…como si me odiara por ello y, no lo culpaba. Aun así, sentí la terrible necesidad de excusar mi comportamiento, por muy impulsivo e inútil de mi parte, todo tenía una razón que justificaba mis actos y precisamente, era algo injusto que pronunciara un par de palabras y aparentara conocerme.

—Viéndolo desde otra perspectiva, no lo es.
Liam Payne.
Bridgit Mendler.
Novela Colectiva
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Mensaje por bigtimerush. Miér 12 Feb 2014, 2:21 pm


Longing Irrevocable.
I'm naked I'm numb I'm stupid I'm staying And if Cupid's got a gun, then he's shootin' Lights black Heads bang You're my drug We live it You're drunk You need it Real love I'll give it So we're bound to linger on We drink the fatal drop Then love until we bleed Then fall apart in parts
Si con dar un solo golpe se atajaran las consecuencias y el éxito fuera seguro..., yo me lanzaría de cabeza desde el escollo de la duda al mar de una existencia nueva.
Macbeth, Acto I, escena VII.

—¿Lograremos llegar a lo que deseamos ser? No me permito pensar en la idea de caer, incluso si es contigo.

La voz temblorosa de Susie llegó a derrumbar el silencio que predominaba en la oscuridad de la noche, sumergiéndola así en un sinfín de interrogantes. Más que una pregunta para el moreno, era una de las incompetentes dudas que conservaba Susie. Ella podía ser capaz de ver a través de su ojos miel lo que su mente procesaba, aunque claro, Zayn tenía la capacidad del riesgo más potencializada, y a diferencia de ella, él tenía en claro la situación.

Más Susie percibía como el temor aplastaba fuertemente la decisión que la había hecho llegar hasta a ese punto, dejando en el vacío su idea principal de un escape peligroso.

Y entonces, con tan solo un vistazo al alma de Zayn, encontró de inmediato la respuesta que agotaba con el razonamiento de su suspicaz e inocente cerebro. Sus ojos chispearon con audacia, había descubierto la razón por la cual su mano se aferraba a la puerta del copiloto con la expresión de inseguridad, su mente enfocó el tema y no lo dejó escapar, analizando al mismo tiempo:

«Todo el sentimiento de confusión que esté presente ahora da sus orígenes en la juventud, las hormonas que transmiten información a tu cuerpo en general se activan al cien por ciento, debilitando cuestionar lo que es correcto o no. Yo puedo deducir con éxito que el amor no es correcto, al menos cuando restas más y sumas menos, cuando tus lagrimas brotan por las más mínima cosa que te debilita, significando así que venderías tu corazón a unas pocas palabras cariñosas, que no importaba como, pero arriesgarías tu felicidad condescendiendo con el afecto recíproco que siempre, pero siempre existirá entre esas dos personas. Desde luego, la palabra “amar” se convierte en un único sentimiento, dos almas que se embargan de un amor irrevocable se juntan y generan una lucha entre detenerse y abandonarlo todo o sucumbir.»

Retiró su mano del cuero que cubría la puerta, iba en contra de sus predicciones la palabra «arrepentimiento». Miró al cielo con una sonrisa victoriosa que demarcaba felicidad en su delicado rostro a la luz de la luna, tan rellena y regordeta de un amor sin fronteras, avisando mediante el espesor de su deslumbre brillantez que tal vez, las personas si tenían el poder de tomar esas buenas decisiones que las llevarían al lugar correcto… un lugar tan soñado, agregándole ese peculiar temor a la decepción absoluta.

—Es que no caeremos — le replicó Malik. Un segundo quedó en el pasado y el rostro de Susie permanecía con un atisbo de inseguridad, con temor al siguiente paso. Zayn le obsequió una hermosa sonrisa de lado—. Tú y yo hacemos un equipo invencible. ¿Es que no te he demostrado todo lo que soy capaz de sentir por ti, Sausam? Si es así, dímelo por favor —aunque sus palabras fueran aterciopeladas y tan sutiles como un roce de labios, entornó sus manos al volante con una fuerza casi abrupta—. No querré a nadie más que a ti, Susie, lo sé…, tengo esa sensación, solo nosotros, siempre.

Las pálidas y friolentas manos de Susie se aferraron con maravilla a la mano de Zayn, sobre el tablero del auto que temblaba suavemente al deslizarse por el asfalto. Sus labios presionaron con suma simpatía en los nudillos de él. Un gesto y el calor de sus manos juntas bastaron para que el corazón de ambos se llenara de dicha.

Zayn aceptó con una resignación afectuosa que la historia se repite y cada retentiva se hacía presente conforme se convencía sí mismo de esta locura de adolescentes… como en los viejos tiempos, solo que esta vez, aquel deseo que pronto se convertiría en un hecho, era tan irrevocable en todos los sentidos.

Susie, antes de cerrar sus parpados con cansancio, pensó: «En nuestros locos intentos de escapar de una realidad absurda, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser».

Habría que ser muy tontos como para no darse cuenta del amor que sentía el uno por el otro. Pero esperen, ¿Seáis lo suficientemente tontos como para creer en un «felices para siempre»?
Zayn Malik.
Próximamente.
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Mensaje por bigtimerush. Miér 12 Feb 2014, 2:25 pm


Little White Lies.
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Charlotte recostó sus labios sobre la fría y brillante pantalla del portátil, absolutamente vencida por los nervios que la invadían. Mañana… otro día nuevo en toda sus relevancias generales, segundo día de clases que pondría a prueba su capacidad de ajustarse a todo lo nuevo que la presionaba. Ella no quería eso, en cierta forma, su vida anterior era manejable y arriesgarse a empezar de nuevo le aterraba; cualquier error podría ser de gravedad para su propio juicio. Pero, ¿Eso qué importaba? Ya era muy tarde para refutar los planes de su familia, y muy tarde para maldecir el comienzo de su presente.

Apartó sus labios de la pantalla. No se percibía nada, solo el frágil quiebre de sus esperanzas le volvía loca. Con sus manos, cerró fuertemente la portátil y se llevó los dedos a los lados de su cabeza. No podía tolerar su falta de estimación por mucho tiempo.

En la mesa de noche contigua a su cama, el reloj marcaba las once y media de la noche. ¿El tiempo que restaba sería igual de quejoso? Creía pensar que no. Su madre no se encontraba en casa, por lo que estaba sola, sola en su privado avance a la locura.

Como el remedio esencial que necesitaba pero se declinaba a admitir en sí, el timbre de la entrada fue presionado una prolongada vez, retumbando cada rincón de su cuerpo.

Harry, en la sequedad de una noche intensa y con fines ocultos, aguardaba en la entrada, practicando repetidas veces su clásica sonrisa de seducción, apoyando el brazo en el umbral resbaladizo de la puerta.

Cuadró sus hombros, era ilógico; hacia mucho que no sentía de esa manera, tan… inestable.

Los leves pasos llegaron desde el otro lado, vacilantes, y entonces, cada terminación nerviosa de la chica se abrió paso en la corta distancia que mantenían, exponiéndola ridículamente al mirar los labios fruncidos y las dulces mejillas de Harry al reemplazar su antigua expresión por una sonrisa agraciada.

Antes de que Charlie se reanudara ante ese estimulo tan inesperado, Harry decidió hablar, con una desventaja debajo de la seguridad que lo condescendía:

—Charlotte, ¿Cómo estás? —Charlie intentó sonreír, exigiéndose a recordar cómo hacerlo—. Me preguntaba si querrías salir conmigo hoy.

La pregunta le tomó por desprevenida y no pudo evitar fruncir el ceño, buscando una razón en definido.

—Lo sé, es muy extraño —carcajeó, retirando el brazo del umbral e introduciéndolas casualmente en los bolsillos delanteros. Estaban sudando—. Pero en verdad quisiera que me acompañaras, sería muy importante para mí.

Sus pestañas se elevaron, revelando unos ojos tan verdes y brillantes que no podían ser reales. Eran de un intenso color esmeralda que destacaban en contraste con su piel perfectamente bronceada.

—Vaya, esto está pasando —se aclaró a sí misma, afanándose en evitar ruborizarse más—. Vas muy rápido.

—En realidad, no. Esto es lo que se acostumbra a hacer cuando te atrae una chica y no estoy dispuesto a perder más tiempo.

Meck Rose.
[02:00 am – Londres]


Caminé doblando la comisura de los labios hacia abajo; pasos firmes, la sangre me hervía. Podía oír la madera crujir debajo de mis pies descalzos; había olvidado calzar las zapatillas de cuero negro. No era razonable la situación en la que me encontraba, era desvariadamente injusta.

Sólo acogía la esperanza de que mi madre estuviera durmiendo colmadamente, ignorando de manera no intencional mi prolongado escape a… —miré mi reloj de muñeca y el rostro se me descompuso—… las dos en punto de la mañana.

No era la falta de consideración de Charlotte hacia mis destinadas ocho horas de descanso nocturno lo que me enojaba en su gran mayoría, pues la noche se me consumía por la preocupación constante hacia ella, sino su impotente y de una manera u otra sutil rebeldía repentina a siempre jugar en mi contra. Pero, no estaba entre mis planes dejarla sola, aún más sabiendo en donde se había metido esta vez; y, sinceramente ya tenía una idea, tomando en cuenta la monotonía predecible de Styles.

The Fifteen, bar nocturno con un par de mesas de billar gastadas y meseras de aspecto ridículo y sumamente grosero, mejor conocido como «pasatiempo netamente peligroso con indicios de incorrectas conductas», al menos para mí. El estrafalario lugar se denominaba así por pura cuestión de fama urbana, al no poseer un nombre en específico, la gente que acudía allí con frecuencia le etiquetó con ese nombre, pues se ubicaba en la décima quinta avenida principal al noreste de la ciudad de Londres. El dueño de dicha desgracia nocturna era Big Mike, el enorme mariscal de campo que cursaba último año —al igual que yo—, aquel chico que intimidaba a los estudiantes con una hojeada agresiva acompañada de una mueca en el rostro no muy amable; tenía diecinueve años y pertenecía al narcisista pero típico grupo de los populares. Nunca me había dirigido la palabra en el año que habíamos compartido en el mismo instituto, a pesar de que coincidiéramos en varias clases (Matemáticas, Historia Universal y Biología). Supuse que esto se debía a que sería perjudicante para su impecable reputación.

Me detuve en seco en la sala principal de la casa y el pecho se me contrajo de miedo al oír como unas pisadas demandaban cercanía a mí en su son. Ansié forzar mi cerebro a soltar una excusa ágilmente, algo convincente que fuera suficiente para despistar la atención sonámbula de cualquiera que estaba por destruir la poca paciencia que le quedaba.

Bueno, mamá, ¡No sabes! Se me ha olvidado tomar mis píldoras para dormir; es que he estado algo conmocionada por el regreso a clases y necesitaba un empujón a la comodidad.

Muy lentamente y con los vellos del cuello erizados, me volví a mis espaldas con los ojos abiertos como platos; los pies parecían haberse petrificado en la madera fría debajo de mi temor. Las luces permanecían apagadas, como era lo normal, y no fui capaz de distinguir quién demonios se hallaba en la penumbra hasta que su voz me provocó una sacudida de pies a cabeza.

—¡Por el amor de Dios, Nathaniel! —exclamé en un susurro, histérica; trajiné con nerviosismo hacia su relajada posición perpendicularmente a un metro de mí.

Un amargado Buzolic, aguardó un segundo antes de apretar mis mejillas con sus grandes manos tibias y fruncir los labios en una fina línea que separaba el desconcierto con la fatiga.

—No te atrevas a pensar de que podrás salir a mitad de la noche y vendrás sin más, pequeña —advirtió, con ese tan peculiar tono paternal del que solo hacía uso cuando estaba por hacer algo en contra de sus reglas.

Nathaniel Buzolic, dieciocho años, atractivo mejor amigo desde la infancia y chef profesional a mis caprichos veinticuatro por siete. Nunca se encontraría una palabra para definir la relación que manteníamos Charlotte, él y yo… sencillez y sobreprotección, quizás. Nos complementábamos de una forma u otra, aunque la idea de que fuera uno de los importantes eslabones en el equipo de fútbol y por ende, de la ya sobrestimada selección de rangos populares me agobiaba en cierto modo.

Había olvidado —como ponerme las zapatillas—, que mi madre lo había invitado a quedarse a dormir en la casa luego de que cenáramos los tres en el comedor, como esa familia que nunca llegaríamos a ser, justamente por razones que no venían al caso; me parecía mejor esquivar el tema transitoriamente.

Era presumiblemente extraño que mi madre, Abby, lo estimara de tal forma, a tal punto de dirigirle un trato quizás mejor que el que me sentenciaba. Sin embargo, cada vez que mi madre nos llevaba al instituto era gratificante mirar como aceptaba que en medio de todos mis dramas diarios prolongables, él me podía obsequiar la calma con un par de palabras; aun así, justo antes de traspasar el gran umbral que daba con las instalaciones internas del instituto, se alejaba en contra de su voluntad de mí y, lastimosamente, odiar más sus pretextos superficiales para alejarse parecía una opción razonable.

—No lo harías, ¿verdad? Porque se supone que eres mi amigo y mi activo contrastador de travesuras —le recordé, recorriendo la sala principal en busca de las botas beige que creía haber dejado anoche en the movie time.

Comenzaba a tener la necesidad de cambiar de opinión, pero una serie de factores presionaban el poner en pie el plan de escape, a pesar de todo, se trataba de mi mejor amiga y su inocencia, lo que podría ultimarle un par de problemas.

—Algún día quedaras sin cabello, no lo hagas —aconsejó, en voz baja, prediciendo mi mal hábito antes de que siquiera lo hiciera; con frecuencia, solía mordía un mechón de cabello como apta señal de desesperación. Lo escuchaba lejano, estaba a la otra mitad de la gran habitación—. Mantén la calma. Nos iremos en mi auto y llegaremos antes de que pueda arrepentirme de no atarte de manos y pies a la cama.

—Lo hacemos por Charlotte, recuérdalo —le dije, experimentado un ácido deslizarse por mi garganta.

Se rascó la nuca y asintió repetidas veces, convenciéndose.

—Lo sé, lo sé —realizó una pausa e inspeccionó la sala—. Busca debajo de la mesa y apresúrate, Meck.

Refunfuñé en silencio, sosteniéndome de la pared más cercana para evitar colapsar.

—Oh —articulé, mirando las brillantes botas justo en lugar en donde él había predicho.




Nathaniel estacionó su flamante Audi R8 Coupé en la acera derecha que daba con un edificio aparentemente en ruinas. En ruinas porque parecía que lo hubiesen desmantelado y vuelto a reconstruir, pero quedándose en el proceso; grandes ventanales cubiertos con una voluminosa capa de polvo y un pedazo de tela negra que se encontraba detrás de esta, como si trataran de esa forma esconder algo; era de un alto sorprendente, como varios pisos que parecían derrumbarse por su propio peso en cualquier momento y, por supuesto, el grandulón supervisor de entrada se encontraba al pie del umbral del edificio, como principal factor que indica que no todo el mundo podía ingresar al club; no sabía su nombre, me pareció no haberlo visto nunca.

Un largo suspiro se me escapó de los labios, frotándome las cienes con el dedo y al mismo tiempo aplastando inmediatamente las ganas de marcharme y descansar por lo menos cinco horas antes de enfrentar el primer día de clases; primer día en lo que a mi ausencia concernía.

Aun así, me rehusé a cambiar de rumbo.

El reloj del tablero del auto de Nathaniel señalaba las dos y media de la mañana en letras rojas y titilantes, un elemento que me distraía de la idea original.

—Pase lo que pase, no te alejes de mi lado, ¿vale? Ya he entrado aquí antes y una chica como tú podría salir… —dejó la frase en suspensión y sacudió la cabeza, golpeando el volante en un seco impacto.

—Está bien, lo prometo.

Me arremangué la sudadera gris hasta los codos, traté de relajarme y evitar entrar en un ataque de pánico o tal vez empezar a morder mi cabello. Quién sabía con qué me podría encontrar; la llamada perturbada de Harry me había alterado las terminaciones nerviosas y siendo así, la información que me proveyó no fue muy productiva.

—¿Sí? —había contestado, con la voz ronca y los ojos presionando contra los parpados ante el nombre que se exhibía en la pantalla del móvil.

—Meck —saludó, impasiblemente; lo percibí—. Necesito que vengas a The Fifteen ya mismo.

—¿Disculpa? ¿Qué rayos iba a ser yo allí? —cuestioné, alzando una tonada la voz y sacudiéndome las sabanas que hace un segundo me envolvían.

Se oyeron un par de segundos muertos.

—Es Charlotte, ella está aquí —gruñó a media voz, tomando una íntima respiración…
… y colgó.

¿En realidad confiaba en Harry Styles?

No lo sabía, pero mis potentes gana de saberlo me afectaban paulatinamente; ¿Desde cuándo tenía que confiar en el chico?

El zumbido de la música penetró en mis oídos, el hombre de la puerta mostró una sonrisa relampagueante, casi acertada en mi dirección una vez que me acercaba a la entrada; francamente, oscuridad y descontrol iban bien para puntualizar a la situación. Mientras más vueltas le daba al asunto, más me convencía de la locura en la que me encontraba; pero no era tiempo de regresar y abandonar a Charlie, tenía que armarme de valor y conservar la idea de que mi única razón era la de Harry: ella. La noche estaba sumida bajo el contra sonido del club y un cielo sin estrella alguna que me consolara de alguna forma.

Ninguno de los dos habló en la corta caminata hacia la irrelevante mueca del sujeto frente a mí. Sólo esperaba ingresar y salir muy rápido.

Nathaniel se posicionó delante de mí, en defensa de cualquier cosa, obstaculizándome la vista. Creí que era mucha sobreprotección, pero no lo era considerando donde estábamos esa noche.

—Buzolic, hermano, ¿Cómo estás? —gesticuló con la voz grave y juguetona.

Dos segundos y Nathaniel no desertaba su lugar; podría haber apostado toda mi mesada a que no se había movido ni un solo centímetro. La deliberada confianza del sujeto hacia Nathaniel se incumbía a algo y es cognición abarcaba que probablemente, pertenecían al mismo rango de importancia social.

—Matthew —asintió secamente, recurriendo a un tono de voz elevado y casi amenazante.

No fui consciente de como mi mejor amigo tomaba mi mano en la suya, esta vez fría e innegable, sin vacilar.

—Busco a Harry Styles —le participé atentamente, orientándome por encima del hombro del chico.

Nathe apretó la mandíbula, más yo me pateé mentalmente por la voz ridículamente turbada que poseía.

—¿Styles? Allá adentro —me dirigió una mirada agradable pero cautelosa al mismo tiempo—. ¿Lo están buscando?

Me estremecí de pies a cabeza, comenzaba a altercar el contexto.

—Mis saludos a Big Mike, Matthew; nos vemos pronto —se despidió Nathaniel con la tonada un poco más cálida y el pecho más rígido.

Tiró de mí con su mano hasta hacerme chocar con su espalda.

El ambiente era pesado a esa hora, la esencia de alcohol no se camuflaba con absolutamente nada y las ganas de golpear a Styles por meterme en tal complicación arrastrando a Charlie se extendieron dentro de mí.

Una barra de bebidas se extendía a lo largo de la derecha superior del local, con diversidad de botellas con liquido de muchos colores; la gente se aproximaba y el barman, eufórico, los atendía a todos tanto como su agilidad le permitía. No habían luces de neón y ningún indicio de modernidad ahí, solo —como lo predije— un par de mesas de billar, sillones gastados de cuero marrón alrededor y una pista de baile no muy grande, en la que se concentraba la mayoría de las personas agitando sus cuerpos por la influencia de quién sabe qué sustancias. La luz era escasa en su totalidad, el lugar tenía un discreto olor a algún tipo de hierba, del cual no quería ser reflexiva.

En un abrir y cerrar de ojos, percibí el aliento de Nathaniel chocar contra mi mejilla; al segundo, me susurró:

—Ya vi a Harry, no parece muy sensato, por lo tanto, deberás mantener la calma y evitar ser agresiva.

Solté un bufido y mis manos rozaron despacio contra su mejilla; su reparo había provocado esas ganas incesantes en mí de llevarle la contraria y actuar de acuerdo a mis convicciones, temerario y estúpido, aunque facetas que me consentían.

—Vete al demonio, Nathe —musité, dirigiendo mi cabeza a un costado y aspirando el fuerte pestilencia a alcohol.

Evadí su mirada amenazante y me aveciné meneando las caderas descaradamente hacia la barra. Era absurdo que de un momento a otro ya mi recelo por lo ineludible se haya disipado, y esta vez, actuara de manera elocuente y torpemente sensual.

Agité la cabeza a la derecha, zarandeando mi cabello a un lado de mi cuello; se sentía pegajoso y desagradable, el ambiente estaba colmado de un calor abrasador impresionante.
—¿Qué vas a ordenar, preciosa? —inquirió un chico con sus ojos azules traspasando los míos y pude notar, en mi demencia, su aliento a menta y jarabe de fresa.

Disparé una hojeada por encima del hombro y no pude ver a mi mejor amigo por ningún lado, así que opté por pedir un trago y escanear las posibilidades de arrepentirme en un nano segundo.

—Me gustaría… un martini doble con extra de almíbar de frambuesa, por favor —empleé un movimiento divertido de pestañas y el chico se conmovió por el gesto.

Una vez que estuvo de espaldas a mí, sirviendo mi trago, repasé el objetivo y me despedí de la imagen de regresar a casa sola.

Tarde.

En un cerrar de ojos, mis labios estaban mojados por el alcohol, mi autocontrol estaba pisoteado y las pretensiones de que la salida de Charlie pasara por debajo de la mesa iban en descenso. ¡Era incomprensible!

Pellizqué mis labios con los dedos helados y temblorosos, prestando atención a cada rostro que se me exhibía, imponiéndole mi nublada vista a captar un rostro conocido para así descargarme, esperaba que Harry se apareciera y así, no tendría que gritarle a nadie más.

Súbitamente, unas suaves y fuertes manos me atraparon la cintura y se negaban a ser más amables; por detrás, el pecho de alguien tropezaba hacia mi espalda y era una sensación extrañamente… interesante, el aliento de dicha persona estaba excedido y fogoso, no obstante, su posición era tangible y atrevida.

—¿Qué demonios…? —exclamé, frunciendo el ceño, confundida.

—Uhm, esto es más difícil de lo qué pensé —murmuró por primera vez el chico, aprovechándose de su exquisita voz masculina para provocarme delirios inminentemente.

No sabía la razón, pero la sangre dentro de mi organismo dio una sacudida y me alteré por el simple hecho de que pensara que podía tener algún tipo de influencia en mí. Dispuesta a patearle al trasero a quién quiera que ejerciera presión en mi cintura, ahora, totalmente en convulsión, tomé su mano entre las mías y las aparté bruscamente.

—No sé quién te creas que eres, pero a mí no se me toca de esa manera, ¿está…? —las palabras se atascaron en mi garganta, y entonces, se me hizo difícil recordar como respirar.

«Santa mierda», exclamé para mis adentros. Contuve la respiración furtivamente y mi corazón sufrió un ataque de adrenalina y atracción.

Damon Stack.
[02:42 am – Londres, UK]

—¿Se te perdió algo, linda? —inquirí, alzando una ceja en respuesta a su abrumada expresión de encanto inevitable.

Mis sentidos estaban colapsados por esas poderosas y fascinantes esmeraldas radiantes que me sondeaban con una mezcla de gracia y arrebato. Tenía, definitivamente, todo lo que a otras les faltaban; más allá de lo que se podía apreciar superficialmente, su espléndida figura y contextura adecuada, sin dudas, inmovilizaba mis técnicas de facilidad con suma precipitación.

—En realidad, sí —admitió, configurando su expresión para que no delatara algún signo de jerarquía hacia mí—. Y no estoy dispuesta a perder más tiempo.

«Melodía recóndita y frustrada», descubrí.

—Precisamente por ello estoy aquí, no debes buscar más.

Rechacé las posibilidades de comportarme con un signo de delicadeza y cortesía, aunque no fuera evidente, le provocaba una especie de alteración al inspeccionarme precavidamente, como si ya hubiese objetado una aversión disparatada de mí.

—¿Qué tratas de decirme? —cuestionó, relamiendo sus labios de una manera poco discreta.

—Soy Damon Stack —cambié de tema, ofreciéndole una sonrisa de lado—. Y es un placer conocerte.

Meck no des adoptó su postura indiferente y divertida, en cierto modo.

—Sí, sí, me alegro de conocerte, también —contestó sarcástica, enterrando sus manos nerviosas dentro de la sudadera gris.

—Está bien —carraspeé—. Harry, Charlotte y Buzolic están arreglando un par de problemas que se presentaron y tu presencia no es exactamente requerida allí, por lo que, tendré que llevarte a casa conmigo —le anuncié, demandante, imperturbable y convincente.

Junté esos aspectos por el que las chicas estremecían de disgusto y ventilé a juzgar por su expresión que tendría que llevarla a la fuerza.

—¿Hablas jodidamente en serio? —la mandíbula se le tensó y sus ojos se desorbitaron.

Antes de que si quiera intentara protestar, la tomé en mis brazos y la puse en mi hombro cuán costal de harina; luchaba con sus minúsculas piernas, pero era casi imposible derrumbarme a pesar de que sus ganas de matarme fueran muy lejos.

—¡Voy a matar a Charlie, juro por Dios que lo hago! —chilló, aferrando sus uñas a mi espalda.

Carcajeándome, alcanzamos la entrada de The Fifteen. Matthew, aguardaba con la puerta abierta, vacilante a estallar en carcajadas y negando repetidas veces con la cabeza.

Styles me debía una grande.
Ian Somerhalder.
Kristen Stewart.
Novela Colectiva.
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bigtimerush.
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