ULTRAPERCEPCIÓN ~ Andy Biersack & Ash STymest ~

Selina, de veintiún años, conducía calmadamente por la 75 hasta Richardson, un pequeño pueblo de Dallas, Texas. Había escuchado de su hermana, que una de las amigas de su madre tenía una posada para viajeros en ese pueblo, y era ahí a donde se dirigía, con los ojos pesados y los constantes bostezos que el sueño le estaba produciendo. La suave voz de Alex Turner en I do wanna know salía de la radio y se limitaba a cantar despacio porque odiaba su voz a esta hora de la noche, especialmente después de no haber cepillado sus dientes desde la hora del almuerzo, que era todo el tiempo que estuvo conduciendo. Extrañaba a su familia, a su nerviosa madre, a su taciturno padre y a Helen, su hermana mayor. Las últimas noticias habían sido sobre el nacimiento de su pequeña sobrina, hija de Helen y su esposo Christian. Pero esas noticias fueron de hace cuatro años, cuando Selina todavía usaba un teléfono celular. Y, pensaba, que llegar a casa después de tanto tiempo sería bueno, sobre todo, por lo que había sucedido antes con Andy. 

La canción se había acabado, al ser la última del disco que Andy había preparado para ella alguna vez. Selina lo sacó del pequeño estéreo y quitó su mirada de la carretera para enforcarse en el título del disco: Para que no olvides lo que pasó esta noche. Era realmente triste, de una manera terrible. Porque cada parte de su sistema recordaba la suavidad de los besos de Andy sobre su piel, del roce de sus pestañas largas contra sus pómulos, y el olor de su ropa. Y también el miedo que estaba empezando a ser una costumbre para ella. Guardó el disco en la guantera, y puso los ojos nuevamente en la pista, y aceleró tanto como pudo, sin darse cuenta que no había puesto otro disco, así que detuvo el auto y se hecho a llorar.

La muerte de Andy había sido como si el agua de un vaso se hubiese evaporado en segundos, y Selina creía que el agua era su alma y que Andy se la había llevado con él al irse. De todos modos, la vida continuaba. Con alma o sin ella. Se limpió las lágrimas de la cara con la manga de su abrigo, se rió al estar llorando, una chica como ella no llora jamás. Pero siempre hay excepciones y Andy lo valía. 

Selina tenía la costumbre de grabar discos para sí misma también, tenía desde Música para deprimirse hasta Canciones para bailar toda la noche. Pero esta vez se decidió por Soledad. Empezó la primera canción y encendió el auto para seguir con su camino en busca de la posada en Richardson. Casi había olvidado que estaba llorando hace un rato, porque su mirada estaba posicionada en algo, demasiado increíble para ser ella quien lo estuviera presenciando, había soñado con ello, pero jamás, jamás, pensó que se convertiría en realidad.

El hombre estaba parado luciendo bien a pesar del clima. Hacía tanto frío que Selina podría congelarse  aún metida en el auto. Él tenía el dedo pulgar afuera, haciendo la señal para que el único auto en toda la autopista de detuviera. Selina abrió los ojos como platos, luego volvió a cerrarlos, y finalmente se detuvo en seco para dejarlo subir. Estaba tan nerviosa y asustada que toda la comida de su almuerzo apareció mágicamente en su garganta. Los nervios le provocaban arcadas y este no era un buen momento, porque, este hombre, de un metro ochenta o tal vez más, con el cabello alborotado y el tatuaje en el cuello, era el vivo retrato de Andy. Su Andy.

Selina había olvidado respirar, y lo notó cuando escuchó la voz misteriosa del gemelo perdido de Andy a un metro de distancia. Le pedía un favor, si podía llevarlo hasta Richardson, a donde ella se dirigía, imagínate, eso da miedo. Tras la pregunta, Selina dejó que el hombre  entrara en el auto, sentándose en el asiento del copiloto y suspirando. Olía a cigarrillos y a naturaleza, no como otros hombres, bien perfumados y estrictamente peinados. Tal y como Andy, pensó. El auto avanzó y ambos se mantenían en silencio; Selina creía que era mejor así, ya que ninguno se conocía y no hacían el intento de cambiar eso. 

Era extraño que la carretera haya estado tan desierta, en Nueva York no hay lugar en donde poner un auto más y el ruido de los motores y del cláxon era insoportable. Así que volver a Dallas era un cambio enorme después de haber estado ausente casi cuatro años. El chico, con la confianza no otorgada, abrió la guantera y revisó los discos que tenía Selina, ella solo se limitaba a verlo por el rabillo del ojo. Era Igual a Andy, hasta en las manos. Revisó cada uno de los discos, leyendo la lista de todas las canciones que cada uno contenía, ella escribía los títulos con marcador negro sobre un papel blanco que iba pegado con cinta en frente de la cajita que guardaba cada disco. Cuando terminó de verlos, los puso todos en su lugar.

- Tienes mucha música. - carraspeó la garganta - Me llamo Ash. - y sonó como música. El hombre tenía un acento británico exquisito, como chocolate y crema sobre pastel. Pero ¿qué clase de nombre era Ash? ¿algún diminutivo de Ashton o quizás escuchó mal y el nombre era Dash? ¿O Clash? De todos modos, ¿qué clase de nombres eran esos también? Cuando Selina reaccionó, vio la mano del hombre, estirada en su dirección. Eso es especial, pensó, que los hombres todavía sean caballerosos.

- Selina. - volteó a mirarlo, y demonios que eran iguales, el mismo pefil y el cuello interminable. Los mismos ojos. Era imposible dejar de mirarlo y a la vez compararlo con Andy. 

De pronto, un falso movimiento de timón provocó que el auto se saliera del carril de la autopista, girando en vueltas de campana, una y otra, y otra vez. Selina cerró los ojos, sintiendo como su cabeza se golpeaba con el pavimento, luego con el parabrisas, y aunque no lo estaba viendo, sabía lo que era, por los sonidos que producían. Trato de abrir los ojos, pero no lo conseguía, tal vez porque el dolor era más fuerte que la voluntad, o simplemente, porque estaba muerta y se negaba a reconocerlo.