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Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 Empty Re: Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación]

Mensaje por chelis Dom 15 Dic 2013, 5:09 pm

otrooooooooo
chelis
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Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 Empty Re: Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación]

Mensaje por aranzhitha Dom 15 Dic 2013, 6:36 pm

siguela!!
aranzhitha
aranzhitha


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Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 Empty Re: Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación]

Mensaje por chelis Dom 15 Dic 2013, 7:13 pm

Otroooooo
chelis
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Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 Empty Re: Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación]

Mensaje por @ntonella Lun 16 Dic 2013, 12:17 pm

Porfitas porfitas...!!  :arrastro: 
continuaaa que me estoy muriendo de tanta intriga  Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 3212464482  Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 3232760151  Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 3232760151
@ntonella
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Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 Empty Re: Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación]

Mensaje por chelis Lun 16 Dic 2013, 6:55 pm

Otroooo
chelis
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Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 Empty Re: Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación]

Mensaje por aranzhitha Mar 17 Dic 2013, 3:31 pm

siguela  :lloro:
aranzhitha
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Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 Empty Re: Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación]

Mensaje por NiinnyJonas Mar 17 Dic 2013, 5:15 pm

Capítulo Diecinueve



No lo conseguiría.

Alberto le clavó el cuchillo en la parte superior del brazo y ________________ sintió que la atravesaba una gélida punzada de dolor cuando la sangre comenzó a brotar de la herida.

Trastabilló y cayó de rodillas sobre la resbaladiza nieve. Alberto debió considerar la situación divertida, ya que le golpeó el trasero con la bota para que se estampara de bruces contra el suelo.

Actuando rápidamente, ________________ sujetó su puñal con fuerza y rodó para esquivar otra patada en el abdomen. Luego se puso en pie de un salto y esquivó el cuchillo que iba dirigido a su estómago.

Se estaba quedando sin fuerzas. Ni siquiera el bombeo de adre­nalina en las venas era suficiente para que pudiera luchar contra su oponente, mucho más fuerte y musculoso que ella.

Aun así, respiró hondo y sostuvo el puñal en alto preparándose para enfrentarse a Alberto.

—Me gusta jugar contigo. —Él sonrió ampliamente—. Es exci­tante. —Se llevó la mano a la entrepierna y se la agarró con firme­za—. Quizá lleve esto un poco más lejos y te folle mientras te desangras.

________________ tuvo que morderse el labio inferior para contener las náu­seas antes de hablar.

—No lo soportarías. —Sonrió de medio lado—. Tienes el estó­mago débil.

Él se encogió de hombros mientras agitaba el cuchillo delante de ella.

—Gringa, has sido una digna adversaria —la alabó, moviéndo­se en círculos como un coyote hambriento—. Ha sido una buena cacería, ¿no te parece?

—Teniendo en cuenta que has hecho trampa... —No pudo seguir hablando. Necesitaba respirar profundamente e intentar reu­nir la energía que sabía que iba a necesitar para repeler el siguiente ataque.

—¿Trampa? —La miró furioso—. ¿Cómo que he hecho tram­pa? Te encontré. Te he dado la oportunidad de luchar. Eres tú la que ha fallado.

—Te contrataron para que me eliminaras —le recordó la joven con un deje sardónico—. No eres tú el que me ha encontrado, Alberto.

—Eso no viene al caso. —El colombiano hizo girar la muñeca, moviendo otra vez el cuchillo en dirección de la joven—. Será una agradable victoria de todas maneras.

Hasta ahí había llegado la suerte de ________________.

La joven lo observó sin parpadear sabiendo que se lanzaría sobre ella en cualquier momento y que, cuando lo hiciera, probable­mente la mataría.

¿Dónde demonios estaban los guardias de seguridad? Sabía que había cámaras por todo el recorrido del laberinto y que el personal de seguridad de Raymond patrullaba el recinto con minuciosidad. Los hombres más ricos del mundo se reunían allí durante dos sema­nas al año, por Dios. No podían permitirse un fallo como aquél en la vigilancia.

—Cuando te mate, elevaré una plegaria a Carlos y él me sonrei­rá desde el cielo —dijo el colombiano.

—Desde el infierno, querrás decir. —________________ esbozó una mueca burlona—. Dudo mucho que Carlos esté en el cielo, Alberto. Estará esperándote en el infierno.

¿Podría haber dicho algo peor?

________________ logró esquivar la siguiente cuchillada a duras penas. Con un hábil movimiento, consiguió sujetarle la muñeca y se la retorció para rompérsela. Él la agarró del pelo y tiró con fuerza, pero ni siquiera así consiguió que le soltara la muñeca.

—¡Bastardo! —le gritó furiosa, pateándole la rodilla y casi haciéndole caer.

El golpe provocó que el colombiano aflojara la presión en el pelo de ________________ durante un segundo. Justo el tiempo suficiente para que ella apartara la cabeza, impidiendo así que el cuchillo se acerca­ra a su garganta.

Maldito fuera. Tomó nota mental de atormentarle sin descan­so hasta que él mismo se cortara el cuello si finalmente lograba matarla.

—Zorra —gruñó él cuando la joven logró golpearle la nariz con el puño—. Ahora no te librarás de que te folle después de matarte.

No, aquello no ocurriría nunca, se dijo ________________.

Sin embargo, a pesar de su determinación, un segundo después la joven voló por el aire y aterrizó de espaldas en el suelo. Se quedó sin aire en los pulmones, pero el instinto la obligó a intentar rodar a un lado para volver a ponerse en pie.

No le dio tiempo. En un segundo, Alberto se puso a horcajadas sobre ella, volvió a cogerla por el pelo y le echó la cabeza hacia atrás para tener un mejor acceso a su cuello.

La joven forcejeó con las pocas fuerzas que le quedaban, pero simplemente no podía con él. Era demasiado grande. Demasiado fuerte. Demasiado pesado. ________________ iba a morir. Pero a diferencia de Nick, ella moriría para siempre.

Ante sus ojos bailaron unos puntos negros mientras luchaba por respirar. Sentía cómo la oscuridad se cernía sobre ella y, atur­dida, observó que él echaba el brazo hacia atrás. Los rayos del sol arrancaban destellos a la hoja del cuchillo y apenas podía ver nada.

Justo en el momento en que aceptó que no podría escapar, que era su final, deseó ver a Joseph una última vez y decirle cuánto lo amaba. Decirle lo poco que le importaba seguir viviendo si él la dejaba atrás una vez más.

Entonces, un enfurecido y salvaje rugido que ponía los pelos de punta llenó el aire y, de pronto, ________________ se encontró libre.

Al instante, respiró hondo y rodó bruscamente por el suelo hacia la dudosa protección de los setos que bordeaban el corredor del laberinto.

Mientras yacía en la nieve, sacudió la cabeza y luchó por enten­der qué había ocurrido. Pero cuando logró aclararse la vista, vio que todo había acabado.

Joseph acaba de darle un puñetazo a la ensangrentada cara de Alberto, y la fuerte sacudida hizo que el colombiano echara brusca­mente la cabeza hacia atrás y cayera al suelo.

—Encárgate de él. —Joseph se apartó del cuerpo caído y recogió el cuchillo antes de volverse hacia Travis con una oscura e intensa mirada—. Quiero saber quién le contrató y por qué. Y quiero saber­lo ya. ¿Entendido?

Travis asintió con la cabeza. Con movimientos fríos y precisos, arrancó la rasgada manga de la camisa del colombiano para usarla a modo de soga, le ató las gruesas muñecas con firmeza y se lo echó al hombro.

—________________. —La voz de Joseph estaba llena de preocupación cuan­do se arrodilló a su lado y le examinó la herida en el brazo.

Ella parpadeó tratando de enfocar la mirada.

—Has tardado mucho —dijo casi sin voz—. ¿Por qué los guar­dias de seguridad de Greer no han venido en mi ayuda? Hay cáma­ras por todas partes.

Antes de que Joseph pudiera contestar, Raymond y Myron apare­cieron en el corredor.

—Nuestros guardias de seguridad estaban comprobando una intrusión al otro lado de la propiedad —explicó Raymond—. Tenemos una brecha en el alambrado. Al parecer, alguien contrató a unos pandilleros para distraernos. De esa manera, nuestro buen amigo Alberto pudo colarse y atacar a ________________.

La joven les dirigió a los dos hombres una mirada furiosa.

—Quien le contrató le dijo dónde podía encontrarme. —Se puso en pie y Joseph se apresuró a rodearla con un brazo—. Tiene que haber sido alguien de dentro.

Raymond y Myron intercambiaron una mirada llena de confusión.

—Nadie involucrado en nuestros negocios habría hecho algo así —repuso Myron al cabo de unos segundos—. Todos saben a qué atenerse. Warbucks no quiere verte muerta, ________________. Como bien sabes, nadie desea que tu fortuna vaya a parar a la beneficencia. ¿Por qué si no iba a pagarle a Orión para que siguieras viva? —Hizo aquella declaración casi casualmente. Aunque la muerte de sus padres no había supuesto nada desde un punto de vista financiero, la de ella supondría una considerable pérdida.

—Averiguaré quién es el responsable —le aseguró Joseph, estre­chándola contra sí—. Travis interrogará a Alberto antes de desha­cerse de su cuerpo. Será un mensaje de advertencia para quien haya sido tan estúpido como para amenazar a mi pareja.

¿Podía un hombre dejar más claro que ________________ era de su propiedad? La joven levantó la ceja con ironía. Resulta que ahora pertenecía a un «muerto» arrogante que tenía intención de largarse en cuanto acabara la misión.

—Entonces, ¿será su guardaespaldas quien se encargue de esto? —preguntó Myron—. Podríamos ocuparnos de él nosotros mis­mos.

—Es su seguridad la que ha fallado, caballeros —gruñó Joseph—. ¿Cómo pretenden proteger cualquier artículo que pueda interesar a mis clientes cuando ni siquiera son capaces de garantizar la seguridad de sus invitados?

Tras decir aquello, Joseph alzó a ________________ en brazos con extremo cuidado, como si estuviera herida en la pierna y no en el brazo.

La joven se dijo entonces que todo había resultado mucho mejor de lo que había esperado. Puede que ni siquiera necesitara que le suturaran la herida. Todavía respiraba, y Joseph estaba lleno de rabia, cólera y preocupación.

¿Qué más podía querer una mujer?

Una punzada de dolor le atravesó el brazo justo en ese instante, como burlándose de ella. Así que se relajó contra el fuerte cuerpo masculino y permitió que la llevara a su habitación. Dios, no había placer más grande que estar rodeada por los brazos del hombre que amaba.

Ninguno de los invitados se había enterado del ataque y espera­ba que no surgieran rumores más tarde. Si todo salía bien, le limpia­rían la herida, se la vendarían, y entonces podría poner buena cara. Al menos hasta el siguiente ataque. Maldita sea, necesitaba unas vacaciones.

—No vuelvas a ir al jardín sola —le ordenó Joseph en cuanto la dejó sobre la cama—. ¿Entendido?

—Sí, señor —murmuró ella en tono burlón mientras la puerta se abría de nuevo.

________________ levantó la mirada y observó con expresión neutra cómo

Jerric Abbas y su famosa amante, Carolina Lamont, entraban en el dormitorio y cerraban la puerta.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Jerric con voz tensa.

________________ sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Él todavía era su primo David, por mucho que intentara fingir lo contrario. Tenía la misma mirada en los ojos, la misma línea tensa en los labios que cuando se preocupaba antaño.

La joven recordaba a la perfección que él había tenido esa misma mirada cuando ella se había enNickado con el Mossad duran­te su primer año en la CIA. Cada vez que ella sufría algún percan­ce, él adoptaba esa expresión, como si se echara la culpa a sí mismo.

—Estoy bien. Es sólo un rasguño —les tranquilizó. Pero no puedo evitar hacer una mueca cuando Joseph le cortó la manga de la camiseta para dejar expuesta la herida.

—¿Necesita puntos? —Carolina se acercó a ella—. ¿Le digo a Greer que avise al médico?

—¿Un médico? —repitió ________________—. Por Dios, es sólo un arañazo.

—Necesitas puntos —gruñó Joseph mientras sacaba el móvil de la cinturilla del pantalón. Pulsó varias teclas y esperó un segundo antes de decir—: Manda un médico a nuestra habitación.

Escuchó la respuesta de quienquiera que se encontrara al otro lado de la línea y luego volvió a colocar el teléfono en su lugar.

—Raymond ha dicho que subirá en unos minutos —explicó mirando a la joven.

—Lo más probable es que sea un carnicero. —________________ gimió al levantar la cabeza para ver la herida—. No es para tanto. Una crema y un vendaje serán suficientes.

—No seas tan terca. —Esta vez fue Jerric el que habló, utilizan­do el tono autoritario de un general—. Tienen que curarte esa heri­da sin importar lo que sientas por...

Al oír que se interrumpía bruscamente, ________________ giró la cabeza hacia él y entrecerró los ojos.

—Sin importar lo que siento por las agujas —añadió en voz baja—. ¿Por qué no terminas la frase?

—Basta —rugió Joseph con expresión furiosa—. Te guste o no, tienen que darte puntos e inyectarte un antibiótico. ¿Estás vacuna­da contra el tétanos?

—Sí. Y no me des órdenes. No eres mi jefe aunque pienses lo contrario.

—Deja de discutir conmigo o me encargaré de que ese maldito médico te dé suficientes somníferos para que estés dormida duran­te dos días —la amenazó—. Y deja de incordiar a Jerric. Ya tiene bastantes problemas con ella. —Señaló con la cabeza a Catalina, que sonrió con aire inocente.

Catalina. Tehya. Dios, esa gente tenía más nombres e identida­des que ella calcetines. Jerric se había casado bajo el nombre de Micah Sloane con una de las jóvenes más dulces y amables del mundo, y, sin duda, estaba profundamente enamorado de ella.

—A los hombres les gusta complicar las cosas. —Catalina cruzó los brazos sobre el pecho mientras esbozaba una falsa sonri­sa—. Aunque he de reconocer que a Jerric se le da mejor que a los demás.
NiinnyJonas
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Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 Empty Re: Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación]

Mensaje por NiinnyJonas Mar 17 Dic 2013, 5:18 pm

Jerric gruñó en respuesta antes de volverse hacia Joseph.

—Será mejor que os dejemos solos —masculló—. Avísanos si necesitas algo.

En cuanto Catalina y Abbas se fueron, ________________ observó cómo Joseph se dirigía al cuarto de baño y regresaba unos segundos después con un paño húmedo. Le limpió la sangre y volvió a examinarle el corte.

—No necesito puntos —le aseguró ella con un suspiro—. Créeme, conozco mi cuerpo.

—Te he dicho que no discutas conmigo.

Resultaba evidente que Joseph no le hacía caso y, sinceramente, ella se encontraba tan magullada y cansada que no le importaba nada.

—Asegúrate de que el médico trae analgésicos —murmuró enfurruñada—. Y de que me seda. Si no te importa prefiero que no me duela.

Joseph frunció el ceño y la miró preocupado. Ignoraba que la joven tuviese tanto miedo a las jeringuillas y al dolor físico.

Raymond Greer no tardó en llegar acompañado por un famoso cirujano plástico. Era increíble lo que podían conseguir los ricos y famosos en tan poco tiempo.

Joseph se colocó de inmediato detrás del médico para observar todos sus movimientos, mientras éste examinaba la herida.

—¿Ha traído un analgésico? —preguntó ________________, haciendo una mueca ante el primer roce.

El canoso cirujano se rió entre dientes.

—Por supuesto. Soy un experto en mi trabajo —afirmó al tiem­po que comenzaba a sacar el instrumental del maletín.

________________ volvió la cabeza hacia el otro lado, negándose a mirar cómo él esterilizaba el material que había traído consigo. Unos minutos después, sintió un afilado pinchazo y le lanzó al cirujano una mirada furiosa.

—Eso le entumecerá la zona, señorita —le explicó él, soste­niéndole la mirada—. ¿O hubiera preferido sentir cada puntada?

Entonces sí que habría vomitado. Se le revolvió el estómago sólo de pensarlo. Volvió a girar la cabeza, mirando de reojo a Joseph y a Raymond. El analgésico hacía que le diera vueltas la cabeza, pero no tanto como para no darse cuenta de que allí había algo que no cuadraba.

Los dos hombres conversaban en susurros, demasiado bajo para que ella pudiera entender lo que decían.

Cuando se le cerraron los ojos de nuevo, tomó nota mental de preguntarle a Joseph qué era lo que estaba ocurriendo exactamente. Ahora mismo estaba demasiado cansada. El subidón de adrenalina, el dolor en la herida, el hecho de que había estado a punto de morir... Todo se unió para dejarla fuera de combate.

Sin luchar, ________________ se dejó llevar por la maravillosa sensación de seguridad que le producía la voz de Joseph.

Él estaba allí, así que por fin podría descansar. No había ningu­na razón para permanecer en guardia. Joseph la protegería.

—Ya he terminado. —El doctor se levantó de la cama y guardó meticulosamente el material que había utilizado para suturar la heri­da.

El vendaje blanco que cubría la parte superior del brazo de la joven contrastaba notablemente con la piel enrojecida de alrede­dor. Con cuidado, el médico cubrió a ________________ con el edredón y se la quedó mirando un instante con una sonrisa antes de sacudir la cabeza.

A Joseph no le extrañó en absoluto aquella actitud. Ella parecía tener ese efecto en todos los hombres que la conocían.

—Gracias por venir, doctor, y, una vez más, debo apelar a su discreción. —Raymond le estrechó la mano y lo acompañó hasta la puerta—. Páseme la factura, por favor. Me encargaré de que le paguen.

—Esta vez será una buena cantidad —le informó el médico—. Estoy de vacaciones, ¿sabe? Mi mujer no pasará por alto mi ausencia.

—Yo mismo hablaré con ella —le calmó Raymond—. Creo que lleva unos días intentando hacer una reserva en uno de los restau­rantes más exclusivos de la ciudad, ¿Casamara's, quizá?

—Efectivamente —respondió el médico.

—Le aseguro que tendrá mesa cada vez que quiera —le prome­tió Raymond—. Confíe en mí. Yo mismo me encargaré de hablar con el dueño del restaurante.

El médico arqueó las cejas asombrado y le dio las gracias antes de salir de la habitación y cerrar la puerta tras de sí.

—¿Se sabe quién es el responsable? —inquirió entonces Raymond, mirando a Joseph—. ¿Te ha llamado ya Travis?

Joseph negó con la cabeza.

—Todavía no. Pero lo hará pronto.

—No es cosa de Warbucks —le aseguró Raymond—. Entró en cólera cuanto Myron le informó del ataque. Incluso le oí gritar por el teléfono. —Se interrumpió un momento—. Jamás le había oído gritar así.

—Averiguaré quién ha sido —prometió Joseph antes de mirar a ________________ de nuevo. Por fin se había dormido—. Voy a tener que decir­le que sigues en la CIA, Raymond. Es inevitable.

Aunque lo cierto era que no esperaba que la joven le creyera, por lo menos no al principio.

Raymond ladeó la cabeza en un gesto irónico.

—Disfruta odiándome, Joseph. Y tengo que admitir que ha sido divertido tener carta blanca para irritarla. Sin embargo, Mary me conoce demasiado bien. No logro enfurecerla con tanta facilidad.

Raymond y Mary se habían casado por amor. Por verdadero amor. Aquel hombre amaba a su esposa sin importarle el dinero ni el poder que ella tuviera. No había sido algo racional. No obstante, utilizaba su nueva posición social siempre que podía para avanzar en las misiones que le surgían.

Era un buen agente. A veces, demasiado bueno. Tanto que había engañado a ________________.

—Averigua lo que está ocurriendo —le ordenó Joseph mientras la joven se removía inquieta en la cama—. Dile a Warbucks que no soporto que toquen a mi mujer. Que sospecho que él está detrás de todo esto y que si no quiere que me largue, se deje de juegos y me dé el contrato. Que si llega a saberse que fue él quien ordenó atacar a ________________, pondría en peligro su reputación y la venta del artículo.

—Buen argumento —reconoció Raymond con una sonrisa diabólica—. El propio Myron tiene ese temor, así que no creo que surjan problemas.

Sin más, se dirigió a la puerta y salió de la habitación dejando a Joseph con la certeza de que no tendría que haber dejado sola a ________________. No debería haberse negado a la petición de Warbucks de que ella formara parte del proceso de negociación, diciéndole que prefería trabajar solo. Su decisión había puesto en peligro a la joven, y eso hacía que le hirviera la sangre. No volvería a ocu­rrir.

Después de mirar el reloj, cogió el móvil y marcó un número.

—Richards. —Ian respondió al primer pitido.

Joseph se acercó al distorsionador de sonidos y le informó sobre el estado de ________________.

—Kira estaba preocupada —dijo entonces Ian con suavidad—. Pensábamos ir a ver a ________________ dentro de un rato, antes de marcharnos. El tío de Kira ha tenido una pequeña emergencia y quiere verla.

Era un código. El tío de Kira disfrutaba de una salud perfecta. La frase era una señal para reunir al equipo y prepararse para la fase final de la misión.

El momento de la venganza había llegado por fin. Joseph lo pre­sentía. Sentía la oleada de adrenalina en la sangre, la sensación de peligro inminente.

—Dale a su tío recuerdos de mi parte, y dile que espero que se mejore pronto —dijo Joseph.

—Lo haré —murmuró Ian—. Dentro de una hora pasaremos a despedirnos de ________________. ¿Estará despierta?

—No lo creo —respondió—. En cualquier caso, lo sabremos a su debido tiempo.

Colgó y se acercó a la cama antes de pasarse la mano por el pelo con nerviosismo.

Le volvía loco pensar lo cerca que había estado de perderla. Que casi había permitido que le arrebataran la vida a la mujer que amaba. Pero de una cosa estaba seguro: no volvería a ocurrir. Y en cuanto descubriera quién había revelado a Alberto Rodríguez la identidad de la joven y le había contratado para matarla, Joseph se encargaría de que recibiera su merecido.

Volvió a mirar el reloj y se paseó por la habitación esperando la llamada de Travis. Esperando conocer el nombre de un hombre que no tardaría mucho en morir.

 

Raymond entró en su despacho y echó un vistazo a Myron, que estaba sentado con las manos en la cara delante de la chimenea encendida.

Parecía cansado; pero siempre lo estaba después de hablar con Warbucks. Por un momento Raymond se preguntó si el jefe de Myron, Samuel Waterstone, sería el traidor, pero descartó la idea con rapidez. Waterstone divertía a Myron más que otra cosa. Warbucks, sin embargo, conseguía aterrorizarlo.

—¿Sigue furioso? —preguntó Raymond dirigiéndose al escrito­rio.

—Ese hombre es un psicópata —masculló Myron.

Durante los últimos años, Myron había llegado a confiar en Raymond. Era como si necesitara tener a alguien con quien discu­tir los asuntos que concernían a Warbucks. Estaba preocupado por él. Sus enfados eran cada vez más violentos y sus órdenes más peligrosas.

—Puede que después de este asunto nos dé un respiro —seña­ló Raymond—. Por lo general, se toma unas pequeñas vacaciones antes de planificar el siguiente negocio.

Myron negó con la cabeza.

—¿Te das cuenta, Raymond, de cuántos hombres buenos han muerto por culpa del robo de ese maldito artefacto?

Los hombres que habían robado el «Destructor» no podían calificarse precisamente como «buenos». Habían sido mercenarios que trabajaban por un precio exorbitante. Aun así, se habían visto truncadas las vidas de valiosas personas durante el robo que Warbucks había planeado. No importaba a cuántos generales chan­tajearas para obtener información, seguía habiendo soldados leales.

Y en aquella operación habían muerto muchos soldados. Jóvenes patriotas cuyas vidas deberían haber sido salvaguardadas. Había sido un desperdicio. Aquellos eran los hombres buenos que habí­an perdido la vida.

—Será difícil para él encontrar algo que supere la venta de esos misiles. —Raymond se encogió de hombros como si sólo le impor­tara el dinero—. ¿No ha dicho reiteradamente que cada venta será mayor que la anterior?

Quizá fuera eso lo que preocupaba a Myron. A Raymond desde luego sí le preocupaba, porque lo único que le quedaba por vender a ese traidor eran armas biológicas.

—Va a conseguir que nos maten a todos. —Myron se puso en pie y se acercó a la chimenea clavando la mirada en el fuego—. Llevo trabajando para él dieciséis años y he observado día tras día cómo se volvía cada vez más peligroso. Está convencido de que nunca lo atraparán. Que la suerte está de su lado y que nunca perderá.

Eso no parecía corresponder con Ford Grace, el cuñado de Raymond. Ford era un hombre reservado que sólo confiaba en los tres hombres con los que había crecido: Waterstone, Claymore y Menton-Squire. Eran sus únicos amigos. Sus únicos confidentes. Sin embargo, Raymond no lo veía confiando un asunto como ése a aquellos tres hombres. Si algo tenía claro es que no trabajaban jun­tos. No se ponían de acuerdo ni en la hora del día, así que mucho menos en algo tan importante como el robo y la venta de armas militares.

—Su preocupación por la señorita Serborne me sorprende. —Raymond se dirigió al mueble de las bebidas para servir dos copas—. Y no creo que tenga que ver con perder su herencia.

Myron negó con la cabeza.

—Es como calderilla para él.

—Entonces ¿por qué esa obsesión por ella? A Orión le pagaba una fortuna mensual para mantenerla viva. ¿Por qué le importa tanto? Dejar que ese bastardo la asesinara le hubiera ahorrado muchísimos problemas.

Myron soltó una risita burlona.

—¿Qué piensas entonces? —Aceptó la copa que Raymond le tendía—. No es por el dinero, eso está claro.

—Pero si no es así, ¿qué otro motivo podría tener?

Myron se quedó pensativo un rato antes de respirar hondo.

—Le pregunté una vez, justo después de que contratara a Orión para que no la matara. —Pareció confundido durante un momen­to—. Me dijo que la mantenía con vida para recordar algo.

—¿Y nunca te dijo qué? —Su hija quizá, pensó Raymond. Si Ford Grace era realmente Warbucks, era muy posible que la muer­te de su hija pesara sobre su conciencia. Aunque pensándolo bien, ese hijo de perra no tenía conciencia—. Bueno, lo más probable es que eso tampoco importe demasiado ahora.

—¿Por qué? —se extrañó Myron.

Raymond se sentó lentamente frente a él y observó el hipnóti­co fuego.

—Jonas está furioso. Cree que ha sido Warbucks quien con­trató a Rodríguez.

—Eso es imposible —afirmó Myron—. Nunca haría algo así. Me ha ordenado que lleve al culpable ante él en cuanto descubra su identidad. Quiere matarle con sus propias manos.

Raymond se encogió de hombros.

—Eso sospechaba, y así se lo he dicho al señor Jonas. Pero no me ha parecido muy convencido. Sugeriría hacer un gesto de buena voluntad y alentar a nuestro jefe para que tome una decisión, inclinando la balanza a favor de Jonas. Me temo que cuando la señorita Serborne esté lista para viajar, se marcharán. Parece real­mente encariñado con ella.

Myron asintió.

—Jonas es conocido por ser muy protector con las mujeres con las que se le relaciona.

—Es extraño —murmuró Raymond como si realmente no lo comprendiera.

—Cierto —convino Myron tomando un trago de su copa—. Me reuniré con Warbucks y veré lo que puedo hacer. Estoy de acuerdo contigo en que es necesario tener un gesto de buena volun­tad. No dudo de que éste haya sido otro de esos estúpidos juegos suyos y creo que aceptará la elección de ________________.

El aparente afecto que Warbucks sentía por ________________ confundía tanto a Myron como a Raymond. Warbucks no parecía un tipo capaz de sentir afecto por nadie, y mucho menos por una mujer.

—Sugiero intentarlo antes de que ella esté lista para viajar —apuntó Raymond—. Jonas está furioso y no creo que sea bueno hacerle esperar.

—Volveré a llamar a Warbucks esta noche. —Myron se levan­tó, puso la copa vacía en la mesita y se dirigió a la puerta—. Deséame suerte. No es fácil tratar con él estos días.

—Buena suerte, amigo mío —dijo Raymond con suavidad.

Una vez se quedó solo, Raymond se quedó mirando el alegre fuego que danzaba en la chimenea; pero no vio las anaranjadas llamas, sino unos brillantes ojos azules, una larga melena rojiza y una sonrisa que le enternecía el corazón.

Vio a la hermana que quiso con toda su alma. La mujer inteligen­te y tenaz en que se había convertido. La vio reír un instante y al minuto siguiente en un ataúd; su belleza y su risa borradas para siem­pre. Lucy había sido mensajera de la CIA. Se estaba haciendo pasar por una estudiante universitaria en Milán, pasando información clasificada entre dos contactos, cuando cayó en una emboscada.

La mataron después de robarle la información y la sonrisa. La investigación había conducido hasta los hombres de Warbucks. El muy bastardo la había violado antes de pasársela a sus hombres y luego le había metido una bala en la cabeza.

De eso hacía ya quince años. Lucy había muerto, y él ni siquie­ra había podido asistir a su entierro porque nadie conocía la relación familiar que compartía con la joven.

Raymond era hijo ilegítimo. Su padre no le había reconocido y él nunca se lo pidió. Pero Lucy le encontró. Y le quiso. Le enseñó lo que era el afecto y la lealtad.

Es por ti, Lucy. Alzó la copa hacia el fuego, hacia las llamas que tanto se parecían al pelo de su hermana, y brindó por ella.

Sólo por ti.
NiinnyJonas
NiinnyJonas


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Mensaje por aranzhitha Mar 17 Dic 2013, 6:31 pm

aww menos mal que la rayiz esta bien!
no sabia eso de Raymon!
ahora se porque se quiere vengar de Warbucks  Me duele amarte (Joe & _____) [Adaptación] - Página 22 4242539333 
siguela!!
aranzhitha
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Mensaje por @ntonella Miér 18 Dic 2013, 10:59 am

:muack:
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.....
@ntonella
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Mensaje por josy style Miér 18 Dic 2013, 4:54 pm

hola soy nueva lectora y me gusto... mucho jejeje........... siguela... y porfa pasaet por mi nove Amante Oscuro
https://onlywn.activoforo.com/t69435-amante-oscuro-harry-styles-y-tu-adaptada....  :amor: :bye: 
josy style
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Mensaje por aranzhitha Miér 18 Dic 2013, 5:03 pm

siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Miér 18 Dic 2013, 7:19 pm

El que sigue!!!!.. Aaaahhh ya quiero saber si le atiné!!!... O será el hijo de Ford!!!..
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por NiinnyJonas Miér 18 Dic 2013, 9:15 pm

josy style escribió:hola soy nueva lectora y me gusto... mucho jejeje........... siguela... y porfa pasaet por mi nove Amante Oscuro
https://onlywn.activoforo.com/t69435-amante-oscuro-harry-styles-y-tu-adaptada....      :amor: :bye:




BIENVENIDA A BORDO!

NiinnyJonas
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Mensaje por NiinnyJonas Miér 18 Dic 2013, 9:18 pm

Capítulo Veinte



Hasta la tarde siguiente, ________________ no volvió a sentirse ella misma. Se notaba rígida y dolorida, pero bastante recuperada a pesar de los puntos en el brazo y el vendaje que los cubría.

De hecho, estaba lo suficientemente bien para que las hormo­nas se le alborotasen cuando Joseph salió del cuarto de baño con tan sólo una toalla alrededor de las caderas.

Ella se había duchado antes. Había insistido en hacerlo a pesar de la herida. Al refrescarse se había sentido mejor y totalmente pre­parada para algo que la haría sentirse muy viva.

Algo que le proporcionaría un recuerdo más para conservar, que le ayudaría a luchar contra la soledad que volvería a adueñarse muy pronto de su vida.

La inyección contra el dolor que el médico le había puesto la noche anterior, la había dejado fuera de combate. Los analgésicos solían producirle ese efecto. Le habían permitido descansar profun­damente durante toda la noche e incluso se había despertado tarde.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó él, sentándose a su lado.

—Muchísimo mejor —le aseguró ________________. Lo miró y extendió el brazo para quitarle lentamente la toalla, revelando la erección que Joseph no había intentado ocultar.

El oscuro glande estaba hinchado, y una perla de líquido semi­nal brillaba en la punta.

La joven sintió que los pezones se le endurecían dolorosamente y que el clítoris empezaba a palpitarle. De su sexo comenzó a manar un cálido fluido que humedeció los pliegues de su carne y la dejó débil de deseo y necesidad.

Se había enfrentado a la muerte. Se había enfrentado al temor de no volver a tocar a Joseph, de no volver a sentir sus besos ni a oír su risa.

De no disfrutar nunca más de su calor. Se había enfrentado a todo eso y ahora quería volver a disfrutar de lo que podía haber perdido.

—Maldita sea, pareces una diosa —gruñó él, acercándose a ella y mirándola con avidez—. Y no llevas más que unas bragas y una camiseta. ¿Sabes lo difícil que ha sido para mí no tocarte estas últi­mas horas? ¿No besarte ni saborear ese pequeño y delicioso cuerpo que tienes?

Ella separó los labios para respirar hondo. Aquellas eróticas y decadentes palabras hacían que la lujuria se adueñara de su mente. Necesitaba sus caricias, su calidez. Necesitaba a Joseph.

—Mírate, cariño —susurró él con aquel oscuro y profundo acento australiano—. Te has ruborizado de deseo. ¿Te excita saber que me vuelves loco de lujuria? ¿Que ninguna otra mujer me ha provocado como tú lo haces?

________________ le sostuvo la mirada cuando él levantó la mano y le rozó la curva del seno con el dorso de los dedos, consiguiendo que el pezón se le tensara aún más.

Se tumbó en la cama y la estrechó entre sus brazos, dejando que ella sintiera la dura longitud de su pene contra la piel desnuda del vientre, justo en el lugar donde se le había subido la camiseta. El caliente glande latió contra el cuerpo de ________________ y envió una miríada de abrasadoras sensaciones a su sexo al recordarle cómo era sentir­lo en su interior.

—Me vuelves loco. —Joseph se inclinó sobre sus labios y se apo­deró de ellos con un beso profundo y adictivo. Le lamió y acarició la lengua con la suya. Los sentidos de la joven se rebelaron, se descontrolaron por la necesidad que la atravesó—. Maldita sea, no puedo pensar en nada más que en esto. Eres mi debilidad, ________________. Pero también mi fuerza.

A pesar de la ternura que demostraba, había en él una necesidad imperiosa de poseerla. Una oscuridad, un deseo creciente que deja­ba a la joven sin respiración. Que la llenaba de un deseo demoledor que ella no había sentido antes.

—Podría haberte perdido —murmuró él, rozándole los labios con los suyos mientras le bajaba las bragas hasta las rodillas.

Sin poder esperar un segundo más, la joven se deshizo rápida­mente de la delicada prenda y recorrió el poderoso cuerpo masculino con las manos, empapándose de ese calor, de esa necesidad que Joseph emitía, al tiempo que él le separaba los muslos y se colocaba sobre ella.

—Rodéame con las piernas. —El tono sensual de su voz era ahora más crudo, más áspero, como si no pudiera ocultar durante más tiempo quién era en realidad cuando estaba con la mujer que amaba.

La agarró por las caderas y ella obedeció de inmediato. El pesa­do y grueso miembro se frotó entonces contra el sexo de ________________, deslizándose entre los resbaladizos y húmedos pliegues hasta encontrar la estrecha abertura que buscaba.

La falta de preliminares aumentó el grado de erotismo de la situación hasta límites insospechados. Aquella desesperada y violen­ta lujuria que los había atrapado tan repentinamente, hizo que el corazón de ________________ palpitara desenfrenado y que su cuerpo vibrara de placer.

Echó la cabeza hacia atrás y se aferró a los poderosos hombros masculinos mientras un jadeo ahogado escapaba de sus labios. Sentía cómo él la llenaba con su duro miembro y le apretó las cade­ras con las piernas al tiempo que su respiración se convertía en gemidos de angustiosa necesidad.

El éxtasis la atravesaba, la envolvía. El calor la rodeó. Sentía los brazos de Joseph flexionados bajo los de ella, sus manos sosteniéndo­la, el rudo empuje de sus caderas contra las suyas.

Le necesitaba, estaba dolorida y hambrienta. Jamás se había sen­tido tan fuera de sí, como si sólo existiera ese mágico instante en el tiempo. Un instante en el que nada importaba salvo el placer desga­rrador que se había apoderado de ellos.

—Maldita sea, sí —gruñó Joseph en su oído.

En respuesta, ella impulsó las caderas hacia él. Sus músculos internos, sensibles y tiernos, ondearon en torno al grueso miembro en un intento de retenerle en su interior.

—Acabarás matándome. —Joseph le pasó los labios por la barbilla y el cuello en una abrasadora caricia. La estrechó con más fuerza y desplazó la mano desde su trasero a uno de sus erguidos pechos. Le agarró el pezón entre el pulgar y el índice y tiró con fuerza, provocan­do que un fuego ardiente consumiera su vientre.

—Sobrevivirás. —La joven se quedó sin aliento al sentir el ini­cio del orgasmo arremolinándose en su vientre, fundiéndose en aquel placer abrasador.

Joseph apoyó los codos en la cama y empezó a penetrarla con un ritmo duro, salvaje, consiguiendo que una súplica desesperada esca­pase de los labios de ________________.

Eso era lo que Joseph quería de ella. Sentirla lujuriosa y excitada entre sus brazos. Sabía que nunca olvidaría esa imagen de la joven tumbada en la cama, con la cabeza hundida en la almohada, los ojos cerrados, los labios abiertos mientras luchaba por recuperar el aliento.

________________ se aferraba a él como si fuera el centro de su mundo, como si ella fuera el centro del suyo.

—Mi dulce amor —gimió Joseph, incapaz de contener las pala­bras con las que la reclamaba.

Santo Dios, quería poseerla con toda su alma. Amarla comple­taba su vida. Sin ella no había luz ni vida. Ni calidez. Tenía el poder de hacerle feliz o de destrozarle con una sola mirada.

Casi la había perdido. Cuando se internó corriendo en el labe­rinto de setos hacia el corredor donde Alberto la tenía atrapada y vio que la sujetaba con el cuchillo sobre la garganta, el pánico se apoderó de él.

No se podía imaginar la vida sin ella. Sin el dulce calor de su sexo oprimiéndole la polla. Sin que ________________ le clavara las uñas en los hombros, suplicándole y exigiéndole más mientras gemía su nom­bre.

No podía reclamarla ante el mundo, pero sí podía hacerlo en la intimidad, lejos de miradas indiscretas. Podía tenerla como la tenía ahora. Podía amarla, abrazarla. Podía poseerla.

—Joseph. —________________ desplazó las manos de sus hombros y le aga­rró del pelo. Enterró los dedos en los gruesos mechones de color castaño y tiró con fuerza al tiempo que se arqueaba hacia él.

No. Eso no era lo que él quería. Todavía no. Primero ________________. Quería ver cómo ella se corría, quería sentir cómo se estremecía interiormente, cómo se convulsionaba alrededor de su polla.

—Joseph, por favor. —La joven temblaba de pies a cabeza—. Oh Dios, Joseph...

Él observó cómo las llamas ardían en los ojos de ________________, cómo se le dilataban las pupilas, cómo su cuerpo se tensaba cuando el orgasmo hizo estallar violentamente su cuerpo.
NiinnyJonas
NiinnyJonas


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