Vendida al mejor amigo de mi hermano difunto |LT| {Parte 2}

Louis había tomado la atención de todos lo que habían visto la situación curiosa. Especialmente de los hombres ansiosos por ver debajo de la campera que cubría a Rachel en bikini. Sin embargo, habían tomado la cautela de no ser vistos por el jefe, quien no dudaría ni un segundo en despedirlos si los atrapaba viendo.

—Que nadie nos interrumpa, Tina— Ordenó el castaño, mientras sin detenerse, y con pasos largos y sonoros, entraba por las puertas de su oficina.

Bajó a Rachel de sus brazos, y la aterrizó sobre sus propios pies. Ésta al sentir el piso sobre sus plantas del pie expresó alivio mediante un ruidoso suspiro; no obstante, sabía que vendría una discusión fuerte… Muy fuerte.

Louis trotó hacia la puerta y la cerró con pestillo. Luego con toda la calma del mundo, se giró sobre su eje, y se apoyó contra la puerta que ahora estaba bloqueada. Si, parecía canchero, tenía la apariencia como si fuera a comprar un café por la mañana, pero pese a todas esas fachadas, al final solo era eso… una fachada; porque Rachel sentía la tensión y la amargura impregnada por todo el sitio, inundando sus pulmones, cambiando el estado de ánimo a uno mucho más bajo y agresivo.

Oh, Rachel estaba lista para luchar.

El oji-azul se cruzó de brazos y alzó una ceja, incitando a Rachel a explicarse. Pese a eso, la castaña no iba a bajar los brazos, ni mucho menos soltar una palabra.

—No te debo nada— Liberó. Bien, cuatro palabras habían sido. Su orgullo había sido más fuerte que su instinto que le decía que se mantuviese callada. Rachel se sentía superada por la situación, porque nuevamente, ella estaba encerrada con él.

Él, al que había querido evitar todo el día.

Él, al que no le quería dirigir la mirada.

Él, al que se sentía sumamente intimidad.

Él… Louis Tomlinson, caja de secretos, cajón de mentiras.

Todo giraba en torno a él, y ella, ella era solo la muchacha que lo perseguía por el bien propio y de la verdad.

Louis soltó una risa amarga e irónica, y la apuntó con un dedo como diciendo “que buen chiste”

—Oh no, Rachel— Pronunció con diversión. Sin embargo, la gracia desapareció segundos después, dejando paso al orden y la opresión. —Me debes todo— Sentenció.

Rachel se quedó mirando durante unos segundos, batallando con la mirada de Louis que parecía perforar cada centímetro de cada hueso suyo. Luego, sin ninguna clase de simpatía presente, soltó una carcajada; superando las risas misteriosas del castaño.

—¡¿Te debo todo?!— Una risa más, ganándose otra gota más de irritación de Louis. —Te debo todo— Afirmó, como si fuera una broma.

Porque de hecho, si era una broma para ella. Y una de muy mal gusto. Rachel no le debía nada, al menos que entre las deudas se encontraran una buena golpiza, gritos y reclamos, entonces en ese caso sí.

Las sensaciones que tenía eran demasiados centradas en un mismo punto. Se encontraban, y peleaban por dominar la conciencia de Rachel. Una parte le decía que tomara las cosas con calma, que se tranquilizara y tratara de no alborotar las cosas. Otra, completamente distinta, le insistía en que fuera por todo. Y que ese, era el momento de la verdad.

—¡Podría haber intentado cualquier cosa!— Louis no estaba gritando, todavía. Pero su tono de voz característicamente elevado, indicaba que no faltaba mucho para que su paciencia se agotara definitivamente.

—Pero no lo hizo— Se defendió Rachel.

—¡Porque yo lo evite, Rachel!— Contrarrestó Louis, golpeteando su pecho con su dedo índice. La castaña blanqueó los ojos, y se retiró un paso más atrás. —Oh, no, no, no— Tomándola por sorpresa, y con un poco más de la brusquedad deseada, los brazos de Rachel fueron encerrados por las manos de Louis, obligándola a mirarlo directo a los ojos.

La castaña se veía un poco shockeada por la situación, no obstante, no se veía sorprendida por las actitudes impulsivas e irracionales de Louis, pero completamente predecibles.

Louis se acercó un poco más, hasta que una fina línea de aire separaba a ambos chicos. Los ojos de el castaño viajaron de un ojo a otro, estudiando la mirada de Rachel cautelosamente, tratando de comprender los millones de misterios que rodeaban a la muchacha. Negó con la cabeza, luego de respirar profundamente, y finalmente después de momentos de tensión, liberó las siguientes palabras.

—¿Por qué lo haces?— Susurró, con vos ronca. Las palmas de Louis seguían cerradas sobre los brazos de Rachel. Sus dedos se tomaban turnos para presionar la piel de la castaña, sintiendo como ella empezaba a emitir un ligero temblor.

¿Era la situación? ¿Era el momento? O… ¿Simplemente era él el causante de ello?

De cualquier forma, a Louis no le gustaba ser el origen de un mal. Y menos que Rachel fuera afectada.

No tenía la culpa. Sabía cómo era. Sin embargo, quería saber. Quería conocer la razón, porque debajo de todo, el sentía que ella tenía algo que decirle.

—Dime Rachel…— Insistió, apretando la mandíbula. —¿Qué escondes?— La castaña no pudo evitar sentir como gotas de agua se aglomeraban en sus ojos, signo del estrés, la frustración, y la presión que sentía hace días, y una vez más dejaba signos a la vista.

Dicen que si necesitamos llorar, lo único que hay que hacer es eso: llorar. Que nos va a aliviar, nos va a liberar de alguna manera, y quizás… calmar un poco más el dolor.

Pero ¿Acaso hay límite para esa regla?... ¿Cuántas lágrimas se pueden echar? ¿El dolor tiene medida?

Porque Rachel… ella había llorado, y llorado, y llorado... y… nada. No se había sentido más “liberada” no se había sentido mejor.  Ni esa semana, ni hace meses atrás, y tampoco cuando… Alan falleció.

Esa regla no existía, o al menos en el mundo trágico que consistía la vida de Rachel.

—No…— Las lágrimas ya corrían libremente por la cara de la oji-verde, dejando su cara húmeda mientras éstas seguían su recorrido natural hacia abajo. Tragó con dificultad mientras sentía el latido de su corazón fuerte como un tambor en sus oídos. Negó con la cabeza, y así tomó la valentía para pronunciar la próxima oración. –Estás haciendo la pregunta incorrecta…- El nombrado juntó sus cejas, en un claro signo de confusión; estaba a punto de preguntar de que estaba hablando. Que quería decir con eso. Sin embargo, la castaña se le adelantó, contestándole a su futura pregunta, y más… mucho más. -¿Qué escondes tu, Louis?- Sentenció.

De pronto, Louis no era más en ese momento alguien confundido. Era alguien sorprendido, anonado, desesperanzado… porque sabía que ese era el momento.

Rachel temblaba por todos lados, un océano era apenas un estanque al lado de la cantidad de agua que sus ojos derrochaban. Sus ojos… ella estaba destruida, física y mentalmente. Necesitaba alivio, tranquilidad… y comprendía que solo él se la iba a dar con la verdad que estaba buscando hace tiempo.

Rachel era fuerte, era insistente, y era decidida. Y no se iba a detener hasta conseguir lo que quería, y solo él tenía eso.

Pero ¿Cómo? ¿Cómo decir algo sin que duela, cuando a él le dolía más que la mismísima mierda? ¿Cómo sentenciar un futuro asegurado de dolor y decepción? ¿Quizás… de humillación para el mismo?

Sea como fuese, sucediese lo que sucediese… el debía decirle. El momento estaba dictado hace tiempo, y no había manera de prolongarlo más.

—Siéntate…— Susurró Louis, encarándola directamente a los ojos. Rachel parecía no comprender, sin embargo lo sentía… -Siéntate.

—No.

—Siéntate— Ordenó.

—No. Quiero.— Desafió con osadía la castaña. Sus palabras quedaron insistentes, persistentes en el aire, cuando corrió hacia su bolso y con rapidez y desesperación sacó los expedientes tan temidos por ambos jóvenes.

Los ojos de Louis expresaron sorpresa y ansiedad, al ver que Rachel sostenía nada más y nada menos que solo una parte de la verdad.

—Tú los tenías…— Respiró con dificultad Louis. Rachel percibió un tic que se formaba en su boca, en un intento vano de sonrisa.

—Sí, yo los tenía… ¿Sorprendido?— Espetó la oji-verde. Louis asintió lentamente, mientras se acercaba a ella.

—Por supuesto que sí- Alegó. —Aunque, presentía que los tendrías.- Rachel ladeó la cabeza, mientras su mirada se enfocaba en el centro del rostro de Louis.

—¿Y porqué eso?— Interrogó la castaña, ansiosa de la respuesta a su “premonición” que había alegado.

—Porque nadie tenía acceso a los antecedentes, yo lo decidí así.— Louis alzó una ceja. —Y la única persona que podría tener oportunidad de siquiera saber de ellos, era alguien cercano… Alguien en quien David confiara.— Confesó Louis. Rachel pasó su peso de un pie a otro, acertando a sus pensamientos, o incluso a los que Louis infiltraba en su cabeza.

—Y David confió en mí…

—Y lo defraudaste— Indicó Louis, metiendo sus manos en los bolsillos delantero, demostrando una posición relajada completamente anormal para alguien en una situación así; pero justiciera a la personalidad del castaño. —Y a mí me defraudó él. Pensé, en realidad, que sería mucho más cauteloso. Y leal- Señaló encogiéndose de hombros. —. De hecho, justamente, tu eres la persona que le pedí que bajo ninguna circunstancia te mostrara esos expedientes— “Obviamente” deliberó la castaña, blanqueando los ojos internamente. Los sucesos eran obvios, y así las acciones que Louis tomaría al respecto. El había dejado en claro que no quería que ella supiera ningún dato sobre los eventos que tomaron lugar trágicamente años atrás, sin embargo, nunca especuló –hasta días atrás- que él tomaría riendas en el asunto, y sobornaría al detective del caso.

—No defraudé a nadie, Louis…— Murmuró con una auto-defensa notable en su voz. Louis suspiró y asintió lentamente.

—No, no lo hiciste. Porque eres la persona más fuerte que he conocido, Rachel, y por eso mereces saber toda la verdad— La castaña sintió como su corazón se encogía ante tales palabras, las ansias la estaban consumiendo hace tiempo, y al parecer… la calma estaba a tan solo unos segundos de llegar. O quizás, solo las cosas empeorarían, y los secretos revelados, solo le harían doler todavía más la cabeza.

Louis tomó una profunda inhalación, y se sentó en el sillón de cuero negro que adornaba su oficina. Sin despegar la vista del piso, palmeó dos veces el lugar libre que quedaba al lado de él, invitando claramente a que se sentara al lado suyo. Rachel no iba a retrasar esto todavía más, por lo que ni bien la incitó a acompañarlo, lo hizo de inmediato.

—Rachel, prométeme que después de lo que te voy a contar no vas a hacer nada estúpido— La castaña se quedó mirando el vacío, no sabiendo que contestar a esa petición. Pronto, sintió la mano de Louis en su barbilla levantándole el rostro para que quedara justo a la altura de los ojos del oji-azul. —Júralo— Susurró, con suavidad, pero con la misma cantidad de demanda que la vez anterior.

Si tenía que jurar para conseguir la verdad, lo haría. Había hecho cosas más arriesgadas para saber el lado oscuro –al menos el verdadero- de su pasado, y lo haría de nuevo.

—Lo juro— Murmuró.


Louis casi trotaba detrás de su amigo. Sus pasos eran sigilosos, y su respiración se encontraba en su punto más pesado. Estaba cansado de perseguirlo ya hace unos cuantos –muchos- metros, y ya se acercaban hacia el punto final de su camino.


—Alan!— Exclamó una vez más, mientras que el nombrado solo se dio vuelta y le dedicó una sonrisa arrogante y completamente fuera de sí. Louis negó con la cabeza, y echó un último trote para al fin alcanzar hacia su amigo que no estaba en sus cabales.


—¡Hey, te estaba esperando!— Anunció Alan, palmeándole el hombro. Louis suspiró y miró con pena a su amigo que estaba pasado en alcohol. Cada día su estado empeoraba y como las cosas iban, parecía que no tendría otro final más que uno trágico y rodeado de un ambiente desolador.


—Hermano, no podemos ir estando así— Señaló el castaño. —Si estando completamente sobrios y lúcidos es una de las ideas más estúpidas que se te puede haber ocurrido, entonces esto es suicida— Las palabras del muchacho salían frías y completamente certeras. Estaban caminando hacia un pozo vacío donde el final no estaba predicho. Su visión estaba cegada por una venda, o al menos cubría la de Alan.


—No tengo opción, ahora vamos —Invitó Alan. —. De todas maneras esta supuesta ebriedad es solo una fachada. Los más débiles son los mejores para ellos, ¿Verdad?— Los ojos celestes del amigo eran incrédulos y sospechosos. No quería estar allí; pero dejarlo solo era peor. Al menos, estando Louis allí, tenía una mayor posibilidad de salir vivo de ese lugar.


—Claro— Sentenció, recorriendo los pocos metros que los separaban de lo desconocido.


Las calles se tornaron oscuras y muchas más peligrosas. Los rostros eran más oscuros e inciertos, sus intenciones estaban escondidos por una fachada que daba una probada de lo que podía llegar a suceder si uno se metía erróneamente con ellos.


Una luz roja posaba titilante arriba de la puerta metálica y deteriorada. Su destino se encontraba a tan solo segundos y centímetros. Ambos patovicas que se mantenían enfrente de la puerta, fumando, se abrieron paso ante la presencia de uno de los jóvenes.


Un pasillo largo y angosto se extendía frente a ellos. Las paredes, pintadas de un gris apagado y completamente descuidadas, se mantenían deterioradas hasta donde su vista alcanzaba a divisar.


Al llegar al final de dicha extensión, Louis y Alan se encontraron frente a un centro rectangular, donde al menos unos quince hombres se encontraban seguramente matando el tiempo. Jugando a las cartas, teniendo charlas animadas y masculinas; cualquier cosa que tuviera que ver con simplemente sentarse y disfrutar de lo que sea que disfrutaran.


Louis se vio interrumpido por la mano de Alan chocando con su hombro. Su atención se dirigió hacia el gesto que realizaba y, por consecuente, hacia donde señalaba. Hacia delante, un hombre robusto y con gesto taciturno los miraba fijamente. El castaño alzó una ceja mientras esperaba lo que tenía que aguardar. Con un movimiento de la cabeza seco y hosco, les indicó que ya tenían permiso para entrar.


—No hables demasiado una vez allí…— Advirtió el más grande de los dos. Sin embargo, Alan ya se había encaminado y Louis se vio obligado a alcanzarlo con la consternación inundándole el cuerpo.


Las puertas fueron traspasadas en tan solo unos segundos. Ambos pasaron de una habitación enorme y llena de gente, a una mucho más chica, privada y tenebrosa.


Tres hombres se sentaban callados y vigilantes bajo un solo foco de luz; todos sentados alrededor de una mesa redonda, con dos sillas vacías. El olor a tabaco podía impregnarse fácilmente en sus prendas estando solamente unos segundos allí.


Louis observó con recato la habitación entera. Pudo notar a dos hombres en las paredes posteriores; tenían ambas manos agarras frente a ellos, similarmente a los que se había encontrado en el exterior del lugar.


—Alan, llegaste; por favor, siéntate— Habló el que se encontraba en medio de aquellos dos. Louis apretó la mandíbula y se dedicó a no incomodarse frente a él.


—Claro— Aceptó, Alan. El canoso asintió, sin demostrar simpatía alguna y luego dirigió su vista hacia el oji-azul que posaba rígido y a la espera de cualquier rareza.


—Hijo— Pronunció, dándole una calada a aquel cilindro blanco encendido. Louis asintió y se cruzó de brazos.


—Padre— Saludó, con falsa simpatía. Ambos luchaban internamente con sus miradas. Aquellas visiones llenas de dolor y rencor, inundadas por un pasado compartido.


Claramente ninguno quería estar allí. Y Louis sentía que solo era el comienzo de unas horas de tortura.