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Why We Broke Up {Harry Styles}
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 2 de 2. • 1, 2
Re: Why We Broke Up {Harry Styles}
mari2900 escribió:no por favor no la canceles a mi me encanta te entiendo yo tengo una con pocas lectoras pero tengo unas k se k les gusta mucho y por ellas no la cancelo con ellas digo una o creo k eran dos pero muy pocas ya veras k llegaran pronto pero no me dejes a mi asi k me muero sin saber como seguira
besosssssssssssss mari
Ainssssssss!
¡Qué te como! (No literalmente, no soy caníbal...)
Eres una amor, enserio, ahora mismo subo un capítulo solo porque eres la mejor ;)
MuchLove :(L):
¡Qué te como! (No literalmente, no soy caníbal...)
Eres una amor, enserio, ahora mismo subo un capítulo solo porque eres la mejor ;)
MuchLove :(L):
RockMeInSummerOf69
Re: Why We Broke Up {Harry Styles}
Capítulo 6
[b style="font-weight: bold; color: rgb(255, 255, 255); font-family: Verdana;"]Si abres esta caja, verás que se encuentra vacía[/b] y, por un instante, te preguntarás si estaba así
cuando me la diste —puedo verlo—, otro de tus gestos vanos deslizado en mi mano como un mal
soborno. Pero la verdad, y te estoy contando la verdad, es que estaba llena: había veinticuatro
cerillas alineadas cuidadosamente en su interior. Ahora está vacía porque las gasté.
Yo no fumo, aunque en las películas queda fenomenal. Pero enciendo cerillas en esas
meditabundas noches de insomnio en las que gateo hasta el techo del garaje y de la casa mientras mis
padres duermen inocentemente y solo algunos coches solitarios circulan por las calles lejanas,
cuando la almohada no me resulta cómoda y las mantas me molestan sobre el cuerpo sin importar si
me muevo o permanezco quieta. Simplemente me siento con las piernas colgando, enciendo cerillas y
observo cómo parpadean hasta apagarse.
Esta caja duró tres noches, no seguidas, antes de que todas desaparecieran y se mostrara el vacío
que ahora ves. La primera fue la del día en el que me la diste, después de que mi madre se marchara
por fin a la cama dando un portazo y yo colgara el teléfono tras hablar con Al. Estaba demasiado
feliz y alterada para dormir, y las imágenes de todo el día seguían apareciendo en la pequeña sala de
proyección de mi cerebro. Hay una fotografía en Cuando las luces se apagan, breve historia
ilustrada del cine en la que aparece Alec Matto fumando en una silla, dentro de una habitación y con
un haz de luz que se proyecta sobre su cabeza hacia una pantalla que no vemos. «Alec Matto
revisando las pruebas de rodaje de ¿Dónde se ha marchado Julia? (1947) en su sala de proyección
privada». Joan me tuvo que explicar lo que son las pruebas de rodaje: cuando el director dedica algo
de tiempo por la noche, mientras fuma, a ver las secuencias rodadas ese día, tal vez una única escena.
Eso son las pruebas de rodaje, y yo necesité siete u ocho cerillas sobre el tejado del garaje para
repasar aquella noche nuestras emocionantes pruebas de rodaje: la nerviosa espera con las entradas
en la mano, Lottie Carson dirigiéndose hacia el norte en todos aquellos trenes, besarte, besarte, la
extraña conversación en A-Post Novelties que me dejó angustiada después de contársela a Al, a
pesar de que él no tuviera ninguna opinión al respecto. Las cerillas eran un poco como el juego de me
quiere, no me quiere, pero entonces vi en la caja que tenía veinticuatro, con lo que acabaría en no
me quiere, así que dejé que un pequeño manojo centelleara y humeara durante un instante, cada una
un estremecimiento, una diminuta y deliciosa sacudida por cada recuerdo, hasta que me quemé el
dedo y regresé, pensando todavía en todo lo que habíamos hecho juntos.
—Bien, y ahora ¿qué?
Tras recorrer dos manzanas, Lottie Carson había doblado una esquina y había entrado en el
Mayakovsky’s Dream, un restaurante ruso con capas y capas de cortinajes en los ventanales. Éramos
incapaces de ver nada, al menos desde el otro lado de la calle.
—Nunca me había fijado en este lugar —comenté—. Debe de estar almorzando.
—Es tarde para el almuerzo.
—Tal vez ella también juegue al baloncesto y coma todo el tiempo.
Diste un resoplido.
—Debe de jugar con los Western. Son todos unas pequeñas ancianitas.
—Vale, vamos a seguirla.
—¿Ahí dentro?
—¿Qué pasa? Es un restaurante.
—Parece elegante.
—No pediremos mucho.
—Ali, ni siquiera sabemos si es ella.
—Podemos escuchar si el camarero la llama Lottie.
—Ali…
—O señora Carson o algo. ¿Es que no te parece el lugar al que iría una estrella de cine, su
restaurante habitual?
Sonreíste.
—No lo sé.
—Por supuesto que sí.
—Supongo.
—Sí.
—Vale —dijiste, y avanzaste hacia la calle tirando de mí—. Lo parece, lo parece.
—Espera, deberíamos esperar.
—¿A qué?
—Resultará sospechoso que entremos sin más. Deberíamos esperar, digamos, tres minutos.
—Claro, eso evitará sospechas.
—¿Tienes reloj? No importa, contaremos hasta doscientos.
—¿Cómo?
—Los segundos. Uno. Dos.
—Ali, doscientos segundos no son tres minutos.
—Oh, claro.
—Doscientos segundos no podrían ser tres nada. Son ciento ochenta.
—¿Sabes qué?, acabo de recordar que eres bueno en matemáticas.
—Vale ya.
—¿Qué pasa?
—No me fastidies con lo de las matemáticas.
—No te estoy fastidiando. Solo estoy recordando. Ganaste un premio el año pasado, ¿no?
—Alison.
—¿Qué se siente?
—Solo fui finalista, no gané. Veinticinco personas lo consiguieron.
—Bueno, pero la cuestión es…
—La cuestión es que me resulta incómodo, y Louis y todo el mundo se burlan de mí con eso.
—Yo no. ¿Quién haría algo así? Son matemáticas, Harry. No es como si…, no sé, fueras un tejedor
realmente bueno. No es que tejer…
—Es de maricones, igual que lo otro.
—¿Cómo? No…, las matemáticas no son de maricones.
—Lo son, algo así.
—¿Einstein era homosexual?
—Tenía pelo de marica.
Miré tu pelo, y luego a ti. Tú sonreíste con los ojos fijos en un chicle que había en la acera.
—Realmente vivimos en mundos diferentes, eh… —dije.
—Sí —afirmaste—. Tú vives donde tres minutos son doscientos segundos.
—Oh, claro. Tres. Cuatro.
—Déjalo, ya han pasado.
Me arrastraste para cruzar la calle de forma alocada y temeraria, sujetándome ambas manos como
en un baile popular. Doscientos segundos, pensé, ciento ochenta, ¿qué más da?
—Espero que sea ella.
—¿Sabes qué? —dijiste—. Yo también. Pero aunque no fuera…
Sin embargo, tan pronto como entramos, supimos que debíamos marcharnos. No fue solo por el
terciopelo rojo que cubría las paredes. Ni por las pantallas de las lámparas, telas de color rojo
transformado en rosa cuando la luz de las bombillas las traspasaba, ni por las pequeñas cuentas de
cristal que colgaban de las persianas y revoloteaban como prismas con la brisa que entraba por la
puerta abierta. No fue únicamente por los esmóquines de los hombres que deambulaban por allí, ni
por las servilletas rojas dobladas como si fueran banderas, con un pequeño pliegue en la esquina a
modo de mástil, apiladas en la mesa del rincón para cuando hubiera que cambiarlas, banderas sobre
banderas sobre banderas sobre banderas igual que si hubiese acabado una guerra y la rendición se
hubiera completado. No fue solo por los platos con la inscripción roja de Mayakovsky’s Dream y un
centauro levantando un tridente sobre su barbuda cabeza, con la pezuña alzada para vencernos a
todos y patearnos hasta convertirnos en insignificante polvo. Y no fue solo por nosotros. No se
trataba únicamente de que fuéramos estudiantes de instituto, yo de tercer curso y tú de cuarto, ni de
que nuestra ropa fuera totalmente inadecuada para restaurantes como ese, con colores demasiado
vivos y demasiado arrugada, con demasiadas cremalleras y demasiado manchada y demasiado
descuidada, rara y dada de sí, moderna y desesperante e informal e indecisa y fanfarrona y sudorosa
y deportiva y fuera de lugar. No fue solo porque Lottie Carson no apartase la vista de lo que estaba
mirando, ni porque estuviera mirando al camarero, ni porque el camarero estuviese sujetando una
botella, envuelta en una servilleta roja doblada, inclinada por encima de su cabeza, ni tampoco
porque la botella, helada y con brillo de gotitas en el cuello, estuviera llena de champán. No fue solo
por eso. Fue por el menú, claro, claro, desplegado en un pequeño atril junto a la puerta, y por lo
jodidamente caro que era todo y por el poco jodido dinero que teníamos en nuestros jodidos
bolsillos. Así que nos marchamos, entramos y sin más salimos, pero no sin que antes cogieras una
caja de cerillas de la enorme copa de coñac colocada al lado de la puerta y la apretaras contra mi
mano, otro regalo, otro secreto, otra ocasión para inclinarte y besarme.
—No sé por qué estoy haciendo esto —dijiste, y te devolví el beso con la mano llena de cerillas
apoyada en tu nuca.
La noche después de perder mi virginidad, después de que me dejaras en casa y tras varias horas
sobre la cama, sin hacer nada, cansada e inquieta, hasta que me incorporé y salí a contemplar el
atardecer en el horizonte…, esa noche desaparecieron otras siete u ocho cerillas. Y la tercera noche
fue después de que rompiéramos, lo que hubiera merecido un millón de cerillas, pero solo recibió las
que me quedaban. Esa noche tuve la sensación de que, encendiéndolas en el tejado, de algún modo,
las cerillas lo quemarían todo, de que las chispas de las llamas incendiarían el mundo y a todas las
personas con el corazón roto. Deseaba que todo se transformara en humo, que tú te volvieras humo,
aunque esa película sería imposible de hacer, demasiados efectos, demasiado pretenciosa para lo diminuta y mal que me sentía. Hay que quitar ese fuego de la película, no importa cuántas veces lo
vea en las pruebas de rodaje. Pero lo quiero de todos modos, Harry, quiero conseguir lo imposible, y
por eso rompimos.
cuando me la diste —puedo verlo—, otro de tus gestos vanos deslizado en mi mano como un mal
soborno. Pero la verdad, y te estoy contando la verdad, es que estaba llena: había veinticuatro
cerillas alineadas cuidadosamente en su interior. Ahora está vacía porque las gasté.
Yo no fumo, aunque en las películas queda fenomenal. Pero enciendo cerillas en esas
meditabundas noches de insomnio en las que gateo hasta el techo del garaje y de la casa mientras mis
padres duermen inocentemente y solo algunos coches solitarios circulan por las calles lejanas,
cuando la almohada no me resulta cómoda y las mantas me molestan sobre el cuerpo sin importar si
me muevo o permanezco quieta. Simplemente me siento con las piernas colgando, enciendo cerillas y
observo cómo parpadean hasta apagarse.
Esta caja duró tres noches, no seguidas, antes de que todas desaparecieran y se mostrara el vacío
que ahora ves. La primera fue la del día en el que me la diste, después de que mi madre se marchara
por fin a la cama dando un portazo y yo colgara el teléfono tras hablar con Al. Estaba demasiado
feliz y alterada para dormir, y las imágenes de todo el día seguían apareciendo en la pequeña sala de
proyección de mi cerebro. Hay una fotografía en Cuando las luces se apagan, breve historia
ilustrada del cine en la que aparece Alec Matto fumando en una silla, dentro de una habitación y con
un haz de luz que se proyecta sobre su cabeza hacia una pantalla que no vemos. «Alec Matto
revisando las pruebas de rodaje de ¿Dónde se ha marchado Julia? (1947) en su sala de proyección
privada». Joan me tuvo que explicar lo que son las pruebas de rodaje: cuando el director dedica algo
de tiempo por la noche, mientras fuma, a ver las secuencias rodadas ese día, tal vez una única escena.
Eso son las pruebas de rodaje, y yo necesité siete u ocho cerillas sobre el tejado del garaje para
repasar aquella noche nuestras emocionantes pruebas de rodaje: la nerviosa espera con las entradas
en la mano, Lottie Carson dirigiéndose hacia el norte en todos aquellos trenes, besarte, besarte, la
extraña conversación en A-Post Novelties que me dejó angustiada después de contársela a Al, a
pesar de que él no tuviera ninguna opinión al respecto. Las cerillas eran un poco como el juego de me
quiere, no me quiere, pero entonces vi en la caja que tenía veinticuatro, con lo que acabaría en no
me quiere, así que dejé que un pequeño manojo centelleara y humeara durante un instante, cada una
un estremecimiento, una diminuta y deliciosa sacudida por cada recuerdo, hasta que me quemé el
dedo y regresé, pensando todavía en todo lo que habíamos hecho juntos.
—Bien, y ahora ¿qué?
Tras recorrer dos manzanas, Lottie Carson había doblado una esquina y había entrado en el
Mayakovsky’s Dream, un restaurante ruso con capas y capas de cortinajes en los ventanales. Éramos
incapaces de ver nada, al menos desde el otro lado de la calle.
—Nunca me había fijado en este lugar —comenté—. Debe de estar almorzando.
—Es tarde para el almuerzo.
—Tal vez ella también juegue al baloncesto y coma todo el tiempo.
Diste un resoplido.
—Debe de jugar con los Western. Son todos unas pequeñas ancianitas.
—Vale, vamos a seguirla.
—¿Ahí dentro?
—¿Qué pasa? Es un restaurante.
—Parece elegante.
—No pediremos mucho.
—Ali, ni siquiera sabemos si es ella.
—Podemos escuchar si el camarero la llama Lottie.
—Ali…
—O señora Carson o algo. ¿Es que no te parece el lugar al que iría una estrella de cine, su
restaurante habitual?
Sonreíste.
—No lo sé.
—Por supuesto que sí.
—Supongo.
—Sí.
—Vale —dijiste, y avanzaste hacia la calle tirando de mí—. Lo parece, lo parece.
—Espera, deberíamos esperar.
—¿A qué?
—Resultará sospechoso que entremos sin más. Deberíamos esperar, digamos, tres minutos.
—Claro, eso evitará sospechas.
—¿Tienes reloj? No importa, contaremos hasta doscientos.
—¿Cómo?
—Los segundos. Uno. Dos.
—Ali, doscientos segundos no son tres minutos.
—Oh, claro.
—Doscientos segundos no podrían ser tres nada. Son ciento ochenta.
—¿Sabes qué?, acabo de recordar que eres bueno en matemáticas.
—Vale ya.
—¿Qué pasa?
—No me fastidies con lo de las matemáticas.
—No te estoy fastidiando. Solo estoy recordando. Ganaste un premio el año pasado, ¿no?
—Alison.
—¿Qué se siente?
—Solo fui finalista, no gané. Veinticinco personas lo consiguieron.
—Bueno, pero la cuestión es…
—La cuestión es que me resulta incómodo, y Louis y todo el mundo se burlan de mí con eso.
—Yo no. ¿Quién haría algo así? Son matemáticas, Harry. No es como si…, no sé, fueras un tejedor
realmente bueno. No es que tejer…
—Es de maricones, igual que lo otro.
—¿Cómo? No…, las matemáticas no son de maricones.
—Lo son, algo así.
—¿Einstein era homosexual?
—Tenía pelo de marica.
Miré tu pelo, y luego a ti. Tú sonreíste con los ojos fijos en un chicle que había en la acera.
—Realmente vivimos en mundos diferentes, eh… —dije.
—Sí —afirmaste—. Tú vives donde tres minutos son doscientos segundos.
—Oh, claro. Tres. Cuatro.
—Déjalo, ya han pasado.
Me arrastraste para cruzar la calle de forma alocada y temeraria, sujetándome ambas manos como
en un baile popular. Doscientos segundos, pensé, ciento ochenta, ¿qué más da?
—Espero que sea ella.
—¿Sabes qué? —dijiste—. Yo también. Pero aunque no fuera…
Sin embargo, tan pronto como entramos, supimos que debíamos marcharnos. No fue solo por el
terciopelo rojo que cubría las paredes. Ni por las pantallas de las lámparas, telas de color rojo
transformado en rosa cuando la luz de las bombillas las traspasaba, ni por las pequeñas cuentas de
cristal que colgaban de las persianas y revoloteaban como prismas con la brisa que entraba por la
puerta abierta. No fue únicamente por los esmóquines de los hombres que deambulaban por allí, ni
por las servilletas rojas dobladas como si fueran banderas, con un pequeño pliegue en la esquina a
modo de mástil, apiladas en la mesa del rincón para cuando hubiera que cambiarlas, banderas sobre
banderas sobre banderas sobre banderas igual que si hubiese acabado una guerra y la rendición se
hubiera completado. No fue solo por los platos con la inscripción roja de Mayakovsky’s Dream y un
centauro levantando un tridente sobre su barbuda cabeza, con la pezuña alzada para vencernos a
todos y patearnos hasta convertirnos en insignificante polvo. Y no fue solo por nosotros. No se
trataba únicamente de que fuéramos estudiantes de instituto, yo de tercer curso y tú de cuarto, ni de
que nuestra ropa fuera totalmente inadecuada para restaurantes como ese, con colores demasiado
vivos y demasiado arrugada, con demasiadas cremalleras y demasiado manchada y demasiado
descuidada, rara y dada de sí, moderna y desesperante e informal e indecisa y fanfarrona y sudorosa
y deportiva y fuera de lugar. No fue solo porque Lottie Carson no apartase la vista de lo que estaba
mirando, ni porque estuviera mirando al camarero, ni porque el camarero estuviese sujetando una
botella, envuelta en una servilleta roja doblada, inclinada por encima de su cabeza, ni tampoco
porque la botella, helada y con brillo de gotitas en el cuello, estuviera llena de champán. No fue solo
por eso. Fue por el menú, claro, claro, desplegado en un pequeño atril junto a la puerta, y por lo
jodidamente caro que era todo y por el poco jodido dinero que teníamos en nuestros jodidos
bolsillos. Así que nos marchamos, entramos y sin más salimos, pero no sin que antes cogieras una
caja de cerillas de la enorme copa de coñac colocada al lado de la puerta y la apretaras contra mi
mano, otro regalo, otro secreto, otra ocasión para inclinarte y besarme.
—No sé por qué estoy haciendo esto —dijiste, y te devolví el beso con la mano llena de cerillas
apoyada en tu nuca.
La noche después de perder mi virginidad, después de que me dejaras en casa y tras varias horas
sobre la cama, sin hacer nada, cansada e inquieta, hasta que me incorporé y salí a contemplar el
atardecer en el horizonte…, esa noche desaparecieron otras siete u ocho cerillas. Y la tercera noche
fue después de que rompiéramos, lo que hubiera merecido un millón de cerillas, pero solo recibió las
que me quedaban. Esa noche tuve la sensación de que, encendiéndolas en el tejado, de algún modo,
las cerillas lo quemarían todo, de que las chispas de las llamas incendiarían el mundo y a todas las
personas con el corazón roto. Deseaba que todo se transformara en humo, que tú te volvieras humo,
aunque esa película sería imposible de hacer, demasiados efectos, demasiado pretenciosa para lo diminuta y mal que me sentía. Hay que quitar ese fuego de la película, no importa cuántas veces lo
vea en las pruebas de rodaje. Pero lo quiero de todos modos, Harry, quiero conseguir lo imposible, y
por eso rompimos.
RockMeInSummerOf69
Re: Why We Broke Up {Harry Styles}
Siento decir esto, pero ya me he indignado.
Me voy a poner en huelga.
No pienso subir más capítulos hasta que la gente empiece a comentar,
esto no quiere decir que la cancelo, solo que estoy en huelga.
MuchLove :(L):
Me voy a poner en huelga.
No pienso subir más capítulos hasta que la gente empiece a comentar,
esto no quiere decir que la cancelo, solo que estoy en huelga.
MuchLove :(L):
RockMeInSummerOf69
Re: Why We Broke Up {Harry Styles}
RockMeInSummerOf69 escribió:Siento decir esto, pero ya me he indignado.
Me voy a poner en huelga.
No pienso subir más capítulos hasta que la gente empiece a comentar,
esto no quiere decir que la cancelo, solo que estoy en huelga.
MuchLove :(L):
huelga huelga al menos no lo as cancelado k biennnnnnnnnnnnnnn
bueno sabes intentare acerte publicidad para k te comenten por k adoro es decir poco esta novela
yo siempre estare aki tu loca lectora
besosssssssssssssssss mari
Devon.
Re: Why We Broke Up {Harry Styles}
No la quiero cancelar.
Solo voy a esperar un tiempo a ver si la gente empieza a comentar.
En cuanto vea que na o dos personas empiezan a comentar subo capítulo enseguida.
MuchLove
Solo voy a esperar un tiempo a ver si la gente empieza a comentar.
En cuanto vea que na o dos personas empiezan a comentar subo capítulo enseguida.
MuchLove
RockMeInSummerOf69
Página 2 de 2. • 1, 2
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