Loss of knowledge.

 Escribí otra canción, y esperaba que fuera la última, pero sabía que aquello no ocurriría. Sólo Dios sabía cuánto tiempo no la veía, y cuánto deseaba hacerlo. Hace tanto que no le dedicaba mis letras, que no tomaba sus manos, que no besaba sus labios. Sonaba ridículo, pero habría dado todo lo que tenía en ese momento, por aunque sea discutir con ella una vez más. Su ceño fruncido, su mirada seria y su voz que parecía jamás daba a torcer. ¿Y para qué hablar de lo que tengo? Tengo nada, y lo había desecho todo, se lo habían llevado todo. Y todo por una decisión peor que la anterior. Un grotesco fracaso. Sus lágrimas me perseguían por las noches, sus letras me acompañaban en sueños. ¿Y cómo saber que eran para mí? ¿Cómo no suponer que eran ya de alguien más? Era tan terrible ya no ser parte de su vida. Aún recuerdo esa mañana, cuando la tuve entre mis brazos por última vez. Cuando me pedía con todas sus fuerzas que fuera de ella por siempre, como se lo prometí alguna vez, como nunca debió de cambiar, como nunca debió rogar. Con esos ojos. Y a pesar de todo lo que ya le había hecho, solo me pedía que la eligiera. Pero yo elegí otra historia, la que no tenía futuro, la que no era ese primer amor. ¿Cómo afrontas al corazón, cuando le obligas a querer a alguien que no quieres querer? ¿Cómo arrancarle a ella del alma? ¿Cómo si nunca podría hacerlo? ¿Cómo permitir que ganara la batalla el silencio? Las cosas con ella nunca fueron sencillas, era cierto, pero valía la pena. Valía cada lágrima, cada palabra y cada gesto. ¿Y cómo pude cambiarla? ¿Cómo cambiar esos dulces besos, y su fidelidad y su amor, por una vida llena de engaños? ¿Cómo pude llegar a despreciarla, dejarla ir con esa mirada llena de decepción?

Y claro que a veces lograba estar bien, pero luego, en las horas de soledad, en las más oscuras, regresaban todas esas dudas. Regresaba su olor a mi piel, sus abrazos, sus mimos, y todas las tardes que la hice mía en secreto. Sus frases de amor y su hermosa luz. Y no poder buscarla, no poder ser sincero con ella. Pero es que era tan tarde, y sé lo que ella me diría, que no importara cuánto tiempo me tomara, que la buscara, como siempre me repetía, como lo recordaba cuando relía nuestras conversaciones, pero la maldita cobardía me convencía que ella tal vez había cambiado, que sería inútil regresar, y que incluso le haría mal a su vida si yo volvía. Es que le iba tan bien sin mí. Y sin embargo su voz me invadía y me decía lo contrario. Pero los días pasaban y pronto fueron meses, hasta que llegó ese día en que por primera vez nos volvimos a encontrar. Había regresado a mí del peor mes de mi vida, al mejor día de mi vida.

Santa Bárbara - California.
1993.