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Bailando con el Diablo - James y Astrid
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
Capitulo 12
James hizo a un lado el teléfono y miró a Astrid durmiendo en su abrigo. Él necesitaba descansar también, pero realmente no podía hacerlo. Estaba demasiado herido para dormir.
Después de cerrar la puerta trampa, se movió hacia su improvisada cama. Los recuerdos volvieron a surgir.
Se vio hecho una furia. Vio caras y llamas. Sintió la furia de su enojo
chisporroteando a través de él. Había matado a las mismas personas que se suponía que tenía que proteger.
Había matado...
Una risa malvada hizo eco en su cabeza. Un destello de luz llenó el cuarto.
Y Joe...
James se esforzó por recordar. ¿Por qué no podía recordar lo que sucedió en
Nueva Orleáns?
¿Lo que sucedió en su pueblo?
Todo estaba fragmentado y nada tenía sentido. Era como si miles de piezas
de un rompecabezas hubieran sido lanzadas al piso y él no pudiera resolver dónde iba cada una.
Caminó por el estrecho espacio, haciendo su mejor esfuerzo por recordar el pasado.
Las horas pasaron lentamente mientras escuchaba cualquier sonido que delatara que Thanatos se acercaba. En algún momento, cerca del mediodía, el excesivo cansancio lo alcanzó y se acostó al lado de Astrid.
En contra de su voluntad, se encontró acunándola entre sus brazos e inspirando el dulce, fragante perfume de su pelo.
Se acurrucó contra ella, cerró los ojos y oró por un sueño amable...
James tropezó al ser empujado con fuerza hacia adelante y atado al poste de flagelación en el antiguo patio romano. Su peplo andrajoso, raído, estaba desgarrado, dejando su cuerpo desnudo ante las tres personas reunidas allí para castigarlo.
Él tenía once años de edad.
Sus hermanos Marius y Marcus estaban parados delante de él con miradas aburridas en sus caras mientras su padre desenrollaba el látigo de cuero.
James estaba ya tenso, sabiendo muy bien el dolor que iba a recibir.
—No me importa cuántos latigazos le dé, Padre –dijo Marius. —No me disculpo por insultar a Maximillius y tengo la intención de volver a hacerlo la próxima vez que lo vea.
Su padre dejó de moverse. —¿Qué ocurre si te digo que este lastimoso esclavo es tu hermano? ¿Te importaría entonces?
Los dos niños estallaron en risas. —¿Este miserable? No hay sangre romana en él.
Su padre avanzó. Enterró su mano en el pelo de James y levantó su cabeza a fin de que sus hermanos pudieran ver su cara llena de cicatrices. —¿Estás seguro que no están emparentados?
Dejaron de reírse.
James se mantuvo completamente quieto, incapaz de respirar. Él siempre había sabido sobre su linaje. Le era recordado todos los días cuándo los otros esclavos escupían su comida o le lanzaban cosas o lo golpeaban porque no se atrevían a dirigir su cólera y odio al resto de la familia.
—¿Qué está diciendo, Padre? —preguntó Marius.
Su padre empujó la cabeza de James contra el poste, luego lo soltó. —Lo engendré con la puta favorita de tu tío. ¿Por qué piensan que lo enviaron cuando era un niño?
Marius frunció los labios. —Él no es hermano mío. Prefiero reclamar a Zayn que a esta postilla.
Marius se acercó a James. Se inclinó, tratando de encontrar la mirada de James
Sin otro recurso, James cerró los ojos. Él había aprendido hacía mucho tiempo que mirar de frente a sus hermanos significaba una paliza aún más ruda.
—¿Qué dices, esclavo? ¿Tienes algo de sangre romana en ti? James negó con la cabeza.
—¿Eres mi hermano?
Otra vez él negó con la cabeza.
—¿Entonces, estás llamando a mi noble padre mentiroso?
James se congeló al percatarse que había sido engañado por ellos otra vez. Aterrorizándose, trató de apartarse del poste. Quería escaparse de lo que vendría por esto.
—¿Lo haces? —demandó Marius.
Él negó con la cabeza.
Pero era demasiado tarde. El látigo cortó el aire con un siseo aterrorizador y
mordió su espalda, cortando la carne desnuda.
James se despertó temblando. Se esforzaba por respirar mientras luchaba por sentarse y miraba alrededor salvajemente, medio esperando que uno de sus hermanos estuviera allí.
—¿James?
Él sintió el calor de una suave mano en su espalda.
—¿Estás bien?
No pudo hablar mientras los viejos recuerdos llameaban dentro de él. Desde
el momento en que Marius y Marcus supieron la verdad hasta el día que su padre había sobornado a un traficante de esclavos para llevarlo, sus hermanos habían hecho un esfuerzo extraordinario para hacerle pagar a James el hecho de que estuvieran emparentados.
Él nunca había conocido un solo día de paz.
Mendigo, campesino, o noble, todos eran mejor que él.
Y él no fue sino un patético chivo expiatorio para todos ellos.
Astrid se sentó y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. —Estas
tiritando. ¿Tienes frío?
Todavía no contestaba. Sabía que debería apartarla, pero en ese mismísimo
momento quería su consuelo. Él deseaba que alguien le dijera que no era una persona sin valor.
Alguien que le dijera que no se avergonzaba de él.
Cerrando los ojos, la acercó y colocó la cabeza en su hombro.
Astrid estaba estupefacta por sus inusuales acciones. Ella acarició su pelo y
lo meció suavemente en sus brazos. Simplemente sosteniéndolo. —¿Me dirás qué esta mal? –preguntó ella quedamente.
—¿Por qué? No cambiaria nada.
—Porque me importa, James. Quiero hacer lo mejor. Si me dejaras.
Su tono fue tan bajo que ella tuvo que esforzarse para oír lo que él dijo. —
Hay algunos dolores que nada puede aliviarlos.
Ella colocó su mano sobre su mejilla. —¿Como cuales?
Él vaciló por varios latidos antes de hablar otra vez. —¿Sabes cómo morí? —No.
—Sobre manos y rodillas, como un animal sobre la tierra, rogando por
misericordia.
Ella se sobresaltó ante sus palabras. Estaba tan dolorida por él que apenas
podía respirar por la tensión de su pecho.
—¿Por qué?
Él se tensó y tragó. Al principio ella pensó que se apartaría, pero no se
movió. Se quedó allí, dejándola abrazarlo.
—¿Tu viste cómo mi padre se deshizo de mí? ¿Cómo le pagó al traficante
de esclavos para que me llevara? —Sí.
—Viví con el traficante por cinco años.
Los brazos de James se apretaron alrededor de ella como si apenas pudiera soportar admitir eso ante ella. —No puedes imaginar cómo me trataron. Lo que me vi forzado a limpiar.
—Todos los días cuándo me despertaba, maldecía por encontrarme todavía vivo. Todas las noches rezaba para morir mientras dormía. Nunca tuve un solo sueño de escapar de esa vida. La idea de escapar no se te ocurre cuando has nacido esclavo. El pensamiento de que no merecía lo que me hicieron nunca se introdujo en mi mente. Era lo que yo era. Todo lo que conocía. Y no tenía esperanza de que alguien me comprara para sacarme de allí. Cada vez que un cliente entraba y me veía, oía sus bruscas inspiraciones de aire. Veía las confusas sombras de sus horrorizados gestos de desprecio.
Los ojos de Astrid se llenaron de lágrimas. Él era un hombre tan bien parecido que cualquier mujer mataría por tenerle, y aún así su apariencia había sido brutalmente arruinada. Sin otra razón más que la crueldad.
Nadie debería ser baldado y degradado como él lo había sido.
Nadie.
Ella presionó sus labios en su frente, peinando su pelo con los dedos hacia
atrás mientras él continuaba confiándole lo qué ella estaba segura nunca había confiado a otro ser viviente.
No había emoción en su voz. La única pista del dolor que él sentía era la tensión de su cuerpo. El hecho de que él aún tenía que dejarla ir.
—Un día una bella señora entró –murmuró él. —Tenía a un soldado romano como escolta. Ella se quedó parada en la entrada vistiendo un peplo azul oscuro. Su pelo era tan negro como el cielo de medianoche, su piel era tersa e inmaculada. No la podía ver muy claramente, pero oía a los otros esclavos murmurando acerca de ella y sólo hacían eso cuando la mujer era verdaderamente excepcional.
Una apuñalada de celos traspasó a Astrid.
¿La había amado James?
—¿Quién era ella? —preguntó.
—Solo otra mujer de la nobleza, queriendo un esclavo.
James hizo a un lado el teléfono y miró a Astrid durmiendo en su abrigo. Él necesitaba descansar también, pero realmente no podía hacerlo. Estaba demasiado herido para dormir.
Después de cerrar la puerta trampa, se movió hacia su improvisada cama. Los recuerdos volvieron a surgir.
Se vio hecho una furia. Vio caras y llamas. Sintió la furia de su enojo
chisporroteando a través de él. Había matado a las mismas personas que se suponía que tenía que proteger.
Había matado...
Una risa malvada hizo eco en su cabeza. Un destello de luz llenó el cuarto.
Y Joe...
James se esforzó por recordar. ¿Por qué no podía recordar lo que sucedió en
Nueva Orleáns?
¿Lo que sucedió en su pueblo?
Todo estaba fragmentado y nada tenía sentido. Era como si miles de piezas
de un rompecabezas hubieran sido lanzadas al piso y él no pudiera resolver dónde iba cada una.
Caminó por el estrecho espacio, haciendo su mejor esfuerzo por recordar el pasado.
Las horas pasaron lentamente mientras escuchaba cualquier sonido que delatara que Thanatos se acercaba. En algún momento, cerca del mediodía, el excesivo cansancio lo alcanzó y se acostó al lado de Astrid.
En contra de su voluntad, se encontró acunándola entre sus brazos e inspirando el dulce, fragante perfume de su pelo.
Se acurrucó contra ella, cerró los ojos y oró por un sueño amable...
James tropezó al ser empujado con fuerza hacia adelante y atado al poste de flagelación en el antiguo patio romano. Su peplo andrajoso, raído, estaba desgarrado, dejando su cuerpo desnudo ante las tres personas reunidas allí para castigarlo.
Él tenía once años de edad.
Sus hermanos Marius y Marcus estaban parados delante de él con miradas aburridas en sus caras mientras su padre desenrollaba el látigo de cuero.
James estaba ya tenso, sabiendo muy bien el dolor que iba a recibir.
—No me importa cuántos latigazos le dé, Padre –dijo Marius. —No me disculpo por insultar a Maximillius y tengo la intención de volver a hacerlo la próxima vez que lo vea.
Su padre dejó de moverse. —¿Qué ocurre si te digo que este lastimoso esclavo es tu hermano? ¿Te importaría entonces?
Los dos niños estallaron en risas. —¿Este miserable? No hay sangre romana en él.
Su padre avanzó. Enterró su mano en el pelo de James y levantó su cabeza a fin de que sus hermanos pudieran ver su cara llena de cicatrices. —¿Estás seguro que no están emparentados?
Dejaron de reírse.
James se mantuvo completamente quieto, incapaz de respirar. Él siempre había sabido sobre su linaje. Le era recordado todos los días cuándo los otros esclavos escupían su comida o le lanzaban cosas o lo golpeaban porque no se atrevían a dirigir su cólera y odio al resto de la familia.
—¿Qué está diciendo, Padre? —preguntó Marius.
Su padre empujó la cabeza de James contra el poste, luego lo soltó. —Lo engendré con la puta favorita de tu tío. ¿Por qué piensan que lo enviaron cuando era un niño?
Marius frunció los labios. —Él no es hermano mío. Prefiero reclamar a Zayn que a esta postilla.
Marius se acercó a James. Se inclinó, tratando de encontrar la mirada de James
Sin otro recurso, James cerró los ojos. Él había aprendido hacía mucho tiempo que mirar de frente a sus hermanos significaba una paliza aún más ruda.
—¿Qué dices, esclavo? ¿Tienes algo de sangre romana en ti? James negó con la cabeza.
—¿Eres mi hermano?
Otra vez él negó con la cabeza.
—¿Entonces, estás llamando a mi noble padre mentiroso?
James se congeló al percatarse que había sido engañado por ellos otra vez. Aterrorizándose, trató de apartarse del poste. Quería escaparse de lo que vendría por esto.
—¿Lo haces? —demandó Marius.
Él negó con la cabeza.
Pero era demasiado tarde. El látigo cortó el aire con un siseo aterrorizador y
mordió su espalda, cortando la carne desnuda.
James se despertó temblando. Se esforzaba por respirar mientras luchaba por sentarse y miraba alrededor salvajemente, medio esperando que uno de sus hermanos estuviera allí.
—¿James?
Él sintió el calor de una suave mano en su espalda.
—¿Estás bien?
No pudo hablar mientras los viejos recuerdos llameaban dentro de él. Desde
el momento en que Marius y Marcus supieron la verdad hasta el día que su padre había sobornado a un traficante de esclavos para llevarlo, sus hermanos habían hecho un esfuerzo extraordinario para hacerle pagar a James el hecho de que estuvieran emparentados.
Él nunca había conocido un solo día de paz.
Mendigo, campesino, o noble, todos eran mejor que él.
Y él no fue sino un patético chivo expiatorio para todos ellos.
Astrid se sentó y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. —Estas
tiritando. ¿Tienes frío?
Todavía no contestaba. Sabía que debería apartarla, pero en ese mismísimo
momento quería su consuelo. Él deseaba que alguien le dijera que no era una persona sin valor.
Alguien que le dijera que no se avergonzaba de él.
Cerrando los ojos, la acercó y colocó la cabeza en su hombro.
Astrid estaba estupefacta por sus inusuales acciones. Ella acarició su pelo y
lo meció suavemente en sus brazos. Simplemente sosteniéndolo. —¿Me dirás qué esta mal? –preguntó ella quedamente.
—¿Por qué? No cambiaria nada.
—Porque me importa, James. Quiero hacer lo mejor. Si me dejaras.
Su tono fue tan bajo que ella tuvo que esforzarse para oír lo que él dijo. —
Hay algunos dolores que nada puede aliviarlos.
Ella colocó su mano sobre su mejilla. —¿Como cuales?
Él vaciló por varios latidos antes de hablar otra vez. —¿Sabes cómo morí? —No.
—Sobre manos y rodillas, como un animal sobre la tierra, rogando por
misericordia.
Ella se sobresaltó ante sus palabras. Estaba tan dolorida por él que apenas
podía respirar por la tensión de su pecho.
—¿Por qué?
Él se tensó y tragó. Al principio ella pensó que se apartaría, pero no se
movió. Se quedó allí, dejándola abrazarlo.
—¿Tu viste cómo mi padre se deshizo de mí? ¿Cómo le pagó al traficante
de esclavos para que me llevara? —Sí.
—Viví con el traficante por cinco años.
Los brazos de James se apretaron alrededor de ella como si apenas pudiera soportar admitir eso ante ella. —No puedes imaginar cómo me trataron. Lo que me vi forzado a limpiar.
—Todos los días cuándo me despertaba, maldecía por encontrarme todavía vivo. Todas las noches rezaba para morir mientras dormía. Nunca tuve un solo sueño de escapar de esa vida. La idea de escapar no se te ocurre cuando has nacido esclavo. El pensamiento de que no merecía lo que me hicieron nunca se introdujo en mi mente. Era lo que yo era. Todo lo que conocía. Y no tenía esperanza de que alguien me comprara para sacarme de allí. Cada vez que un cliente entraba y me veía, oía sus bruscas inspiraciones de aire. Veía las confusas sombras de sus horrorizados gestos de desprecio.
Los ojos de Astrid se llenaron de lágrimas. Él era un hombre tan bien parecido que cualquier mujer mataría por tenerle, y aún así su apariencia había sido brutalmente arruinada. Sin otra razón más que la crueldad.
Nadie debería ser baldado y degradado como él lo había sido.
Nadie.
Ella presionó sus labios en su frente, peinando su pelo con los dedos hacia
atrás mientras él continuaba confiándole lo qué ella estaba segura nunca había confiado a otro ser viviente.
No había emoción en su voz. La única pista del dolor que él sentía era la tensión de su cuerpo. El hecho de que él aún tenía que dejarla ir.
—Un día una bella señora entró –murmuró él. —Tenía a un soldado romano como escolta. Ella se quedó parada en la entrada vistiendo un peplo azul oscuro. Su pelo era tan negro como el cielo de medianoche, su piel era tersa e inmaculada. No la podía ver muy claramente, pero oía a los otros esclavos murmurando acerca de ella y sólo hacían eso cuando la mujer era verdaderamente excepcional.
Una apuñalada de celos traspasó a Astrid.
¿La había amado James?
—¿Quién era ella? —preguntó.
—Solo otra mujer de la nobleza, queriendo un esclavo.
issadanger
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
Capitulo 12 Parte 2
La respiración de James caía contra su cuello mientras él jugueteaba con una hebra de su pelo entre sus dedos callosos. La ternura de ese gesto no le pasó desapercibida a ella.
—Ella se acercó a la celda donde estaba limpiando los orinales –dijo él. — Yo no me atreví a mirarla y luego la oí decir, 'quiero éste'. Asumí que ella se refería a uno de los otros hombres. Pero cuando vinieron por mí, me quedé sin habla.
Astrid sonrió tristemente. —Ella reconocía algo bueno cuando lo veía.
—No –dijo él agudamente. —Ella quería que un criado le advirtiera a ella y a su amante cuando su marido volvía a casa inesperadamente. Quería a un esclavo que fuese leal a ella. Uno que le debiera todo. Era la criatura más miserable de allí y ella nunca dejó de recordármelo. Una palabra de ella y me habrían devuelto directamente a mi infierno.
Él se apartó de ella.
Ella extendió la mano para encontrarlo sentado al lado de ella. —¿Lo hizo? —No. Ella me conservó a pesar de que su marido se ponía lívido en mi
presencia. Él no podía soportar verme. Era tan repugnante. Lisiado. Medio ciego. Tenía cicatrices tan feas que los niños solían llorar cuando me veían. Las mujeres se quedaban sin aliento y desviaban sus ojos, luego se apartaban de mi camino, asustadas de que en mi condición las pudiera rozar.
Astrid se estremeció ante lo que él describía. —¿Cuánto tiempo la serviste?
—Seis años. Fui completamente leal a ella. Habría hecho cualquier cosa que ella me pidiera.
—¿Ella era amable contigo?
—No. No realmente. Ella no era más que amable. No quería tener que mirarme más que cualquier otro lo querría. Así es que me mantenía oculto en una celda pequeña, y sólo me sacaba siempre que su amante llegaba a visitarla. Permanecía en la entrada y escuchaba si los guardias saludaban a su Señor. Cuando él regresaba y ellos estaban juntos, corría a su cuarto y golpeaba en la puerta para advertirlos.
Eso explicaba bastante acerca de su muerte. —¿Es así cómo moriste? ¿Te atrapó su señor advirtiéndoles?
—No. Ese día, fui a la puerta para advertirla, pero cuando logré llegar oí que lloraba de dolor, diciéndole a su amante que dejara de lastimarla. Me apresuré a entrar y lo encontré golpeándola. Traté de alejarlo de ella. Pero se volvió contra mí. Él finalmente oyó a su marido afuera y se fue. Ella me dijo a mí que saliera también y lo hice.
James se quedó callado mientras el recuerdo de ese día lo desgarraba nuevamente. Él todavía podía ver la pequeña celda que era su cuarto. Oler el hedor de la celda y el de su cuerpo herido. Sentir el dolor en su cara y cuello en donde Arkus lo había golpeado repetidamente mientras él trataba de alejar al soldado lejos de Carlia.
El soldado le había propinado una paliza tan fuerte que él había esperado que lo matara. Había estado tan lastimado y arruinado después que apenas podía moverse, apenas respirar, mientras cojeaba de regreso al hueco dónde Carlia lo mantenía.
James había estado sentado sobre el piso, clavando los ojos en la pared, esperando con ilusión que su cuerpo dejara de doler.
Luego la puerta se había abierto.
Él había visto la imagen poco definida del marido de Carlia, Theodosius, mirándolo con una cruda furia deformándole la cara.
Al principio James había asumido inocentemente que el senador se había enterado de la infidelidad de su esposa y su parte en advertirla cuando él volvía a casa.
No había sido así.
—¡Cómo te atreves! —Theodosius lo había levantado tomándolo del pelo y lo había arrojado de la celda. El hombre lo había golpeado y pateado a través del patio de la casa durante todo el camino hacia el cuarto de Carlia.
James se había desparramado en su dormitorio, justamente a unos metros de ella. Él yació en el piso, golpeado y ensangrentado, estremeciéndose, sin idea de por que él había sido atacado esta vez.
Indefenso, esperó que ella dijera algo.
Su cara amoratada estaba cenicienta, estaba parada allí como una reina andrajosa, apretando firmemente a su cuerpo devastado su túnica ensangrentada y desgarrada.
—¿Este el que te violó? —preguntó Theodosius a su esposa.
La boca de James se quedó seca ante la pregunta. No, él no debía haber oído correctamente.
Ella lloró incontrolablemente mientras su sierva trataba de confortarla. —Sí. Él me hizo esto.
James se atrevió a levantar la mirada hacia Carlia, incapaz de creer su mentira. Después de todo lo que él había hecho por ella...
Después de la paliza que él había recibido de su amante por protegerla. ¿Cómo le podía hacer esto a él?
—Mi señora...
Theodosius cruelmente lo pateó en la cabeza, cortando el resto de sus palabras. —Silencio, perro sin valor —. Él se volvió contra su esposa.
—Te dije que debías haberlo dejado en el pozo negro. ¿Vez lo qué sucede cuándo sientes lástima por criaturas como esta?
Luego Theodosius había llamado a sus guardias.
James había sido inmediatamente sacado del cuarto, y llevado a las autoridades. Había tratado de protestar su inocencia, pero la justicia romana seguía un principio básico: Culpable hasta probar lo contrario.
Su palabra como esclavo no era nada comparada con la de Carlia.
En el transcurso de una semana, los jueces romanos consiguieron, mediante torturar, una completa confesión de él.
Él habría dicho cualquier cosa para detener la dolorosa tortura.
Él nunca había conocido más dolor que él vivido en esa semana. Ni siquiera la crueldad de su padre podía igualarse a los instrumentos del gobierno romano.
Y así es que él había sido condenado. Él, un virgen que nunca había tocado la carne de una mujer de ninguna forma, iba a ser ejecutado por violar a su dueña.
—Me arrastraron desde mi celda y me llevaron atravesando la ciudad, donde todo el mundo estaba congregado para escupirme –murmuró él inexpresivamente al oído de Astrid. —Me abuchearon y lanzaron comida podrida, llamándome cada nombre que puedas imaginar. Los soldados me desataron del carro y me arrastraron al centro de la multitud. Trataron de pararme, pero mis piernas estaban quebradas. Finalmente, me dejaron allí sobre mis manos y rodillas a fin de que la multitud pudiera apedrearme. Sabes, todavía puedo sentir las rocas lloviendo sobre mi cuerpo. Oírlos diciéndome que muriera.
Astrid luchaba por respirar cuando terminó su historia.
—Estoy tan apenada, James —murmuró ella, sufriendo por él.
—No seas condescendiente –gruñó él.
Ella se apoyó en él y presionó sus labios contra su mejilla. —Créeme, no lo
soy. Nunca sobreprotegería a alguien con tu fuerza.
Él trató de apartarse de ella, pero lo sujetó con fuerza. —No soy fuerte.
—Sí lo eres. No sé cómo has soportado el dolor de tu vida. Siempre me he
sentido sola, pero no en tu forma.
Él se relajó un poco mientras ella se apoyaba contra su lado. Deseaba poder
verlo ahora. Ver las emociones en sus oscuros ojos.
—Sabes, no estoy realmente loco.
Ella sonrió. —Sé que no lo estas.
Él dejó escapar un largo, cansado suspiro. —¿Por qué no te fuiste con Jess
cuando tuviste la oportunidad? Podrías estar a salvo ahora.
—Si te dejo antes de que el juicio se haya terminado, entonces los Destinos
te matarán.
—¿Y qué?
—No quiero que mueras, James.
—Continúas diciendo eso y todavía no sé por qué.
Porque te amo. Las palabras se atascaron en su garganta. Ella quería
desesperadamente tener el valor de decirlo en voz alta, pero sabía que él no lo aceptaría.
No su Príncipe Encantado.
Él gruñiría y la apartaría a la fuerza porque en su mente tal cosa no existía. Él no lo entendería.
Ella no sabía si alguna vez él lo haría.
Astrid quería abrazarlo. Consolarlo.
Pero sobre todo, quería amarlo. De un modo que la hacia sufrir y volar al
mismo tiempo.
¿James alguna vez permitiría a ella o a cualquiera, amarlo?
—¿Qué puedo decirte para que me creas? –respondió ella. —Te reirías si
dijese que me preocupo por ti. Te enojarías si dijese que te amo. Así que dime por qué no quiero que mueras.
Ella sintió los músculos de su mandíbula moviéndose debajo de su mano. — Desearía poder sacarte de aquí, Princesa. No es necesario que estés conmigo.
—No, James, no es necesario. Pero quiero estar contigo.
James se sobresaltó al escuchar las palabras más bellas que había oído alguna vez en su vida.
Ella lo asombraba. No había paredes entre ellos ahora. Ningún secreto. Ella lo conocía de una forma como nadie en toda su vida.
Y ella no lo rechazaba.
No la entendía. –Ni siquiera yo quiero estar conmigo la mayoría de las veces. ¿Por qué tu sí?
Ella le dio un empellón. —Juro que eres como un niño de tres años. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué es el cielo azul? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué mi perro tiene pelo? Algunas cosas sólo son, James. No tienen que tener sentido. Acéptalo.
La respiración de James caía contra su cuello mientras él jugueteaba con una hebra de su pelo entre sus dedos callosos. La ternura de ese gesto no le pasó desapercibida a ella.
—Ella se acercó a la celda donde estaba limpiando los orinales –dijo él. — Yo no me atreví a mirarla y luego la oí decir, 'quiero éste'. Asumí que ella se refería a uno de los otros hombres. Pero cuando vinieron por mí, me quedé sin habla.
Astrid sonrió tristemente. —Ella reconocía algo bueno cuando lo veía.
—No –dijo él agudamente. —Ella quería que un criado le advirtiera a ella y a su amante cuando su marido volvía a casa inesperadamente. Quería a un esclavo que fuese leal a ella. Uno que le debiera todo. Era la criatura más miserable de allí y ella nunca dejó de recordármelo. Una palabra de ella y me habrían devuelto directamente a mi infierno.
Él se apartó de ella.
Ella extendió la mano para encontrarlo sentado al lado de ella. —¿Lo hizo? —No. Ella me conservó a pesar de que su marido se ponía lívido en mi
presencia. Él no podía soportar verme. Era tan repugnante. Lisiado. Medio ciego. Tenía cicatrices tan feas que los niños solían llorar cuando me veían. Las mujeres se quedaban sin aliento y desviaban sus ojos, luego se apartaban de mi camino, asustadas de que en mi condición las pudiera rozar.
Astrid se estremeció ante lo que él describía. —¿Cuánto tiempo la serviste?
—Seis años. Fui completamente leal a ella. Habría hecho cualquier cosa que ella me pidiera.
—¿Ella era amable contigo?
—No. No realmente. Ella no era más que amable. No quería tener que mirarme más que cualquier otro lo querría. Así es que me mantenía oculto en una celda pequeña, y sólo me sacaba siempre que su amante llegaba a visitarla. Permanecía en la entrada y escuchaba si los guardias saludaban a su Señor. Cuando él regresaba y ellos estaban juntos, corría a su cuarto y golpeaba en la puerta para advertirlos.
Eso explicaba bastante acerca de su muerte. —¿Es así cómo moriste? ¿Te atrapó su señor advirtiéndoles?
—No. Ese día, fui a la puerta para advertirla, pero cuando logré llegar oí que lloraba de dolor, diciéndole a su amante que dejara de lastimarla. Me apresuré a entrar y lo encontré golpeándola. Traté de alejarlo de ella. Pero se volvió contra mí. Él finalmente oyó a su marido afuera y se fue. Ella me dijo a mí que saliera también y lo hice.
James se quedó callado mientras el recuerdo de ese día lo desgarraba nuevamente. Él todavía podía ver la pequeña celda que era su cuarto. Oler el hedor de la celda y el de su cuerpo herido. Sentir el dolor en su cara y cuello en donde Arkus lo había golpeado repetidamente mientras él trataba de alejar al soldado lejos de Carlia.
El soldado le había propinado una paliza tan fuerte que él había esperado que lo matara. Había estado tan lastimado y arruinado después que apenas podía moverse, apenas respirar, mientras cojeaba de regreso al hueco dónde Carlia lo mantenía.
James había estado sentado sobre el piso, clavando los ojos en la pared, esperando con ilusión que su cuerpo dejara de doler.
Luego la puerta se había abierto.
Él había visto la imagen poco definida del marido de Carlia, Theodosius, mirándolo con una cruda furia deformándole la cara.
Al principio James había asumido inocentemente que el senador se había enterado de la infidelidad de su esposa y su parte en advertirla cuando él volvía a casa.
No había sido así.
—¡Cómo te atreves! —Theodosius lo había levantado tomándolo del pelo y lo había arrojado de la celda. El hombre lo había golpeado y pateado a través del patio de la casa durante todo el camino hacia el cuarto de Carlia.
James se había desparramado en su dormitorio, justamente a unos metros de ella. Él yació en el piso, golpeado y ensangrentado, estremeciéndose, sin idea de por que él había sido atacado esta vez.
Indefenso, esperó que ella dijera algo.
Su cara amoratada estaba cenicienta, estaba parada allí como una reina andrajosa, apretando firmemente a su cuerpo devastado su túnica ensangrentada y desgarrada.
—¿Este el que te violó? —preguntó Theodosius a su esposa.
La boca de James se quedó seca ante la pregunta. No, él no debía haber oído correctamente.
Ella lloró incontrolablemente mientras su sierva trataba de confortarla. —Sí. Él me hizo esto.
James se atrevió a levantar la mirada hacia Carlia, incapaz de creer su mentira. Después de todo lo que él había hecho por ella...
Después de la paliza que él había recibido de su amante por protegerla. ¿Cómo le podía hacer esto a él?
—Mi señora...
Theodosius cruelmente lo pateó en la cabeza, cortando el resto de sus palabras. —Silencio, perro sin valor —. Él se volvió contra su esposa.
—Te dije que debías haberlo dejado en el pozo negro. ¿Vez lo qué sucede cuándo sientes lástima por criaturas como esta?
Luego Theodosius había llamado a sus guardias.
James había sido inmediatamente sacado del cuarto, y llevado a las autoridades. Había tratado de protestar su inocencia, pero la justicia romana seguía un principio básico: Culpable hasta probar lo contrario.
Su palabra como esclavo no era nada comparada con la de Carlia.
En el transcurso de una semana, los jueces romanos consiguieron, mediante torturar, una completa confesión de él.
Él habría dicho cualquier cosa para detener la dolorosa tortura.
Él nunca había conocido más dolor que él vivido en esa semana. Ni siquiera la crueldad de su padre podía igualarse a los instrumentos del gobierno romano.
Y así es que él había sido condenado. Él, un virgen que nunca había tocado la carne de una mujer de ninguna forma, iba a ser ejecutado por violar a su dueña.
—Me arrastraron desde mi celda y me llevaron atravesando la ciudad, donde todo el mundo estaba congregado para escupirme –murmuró él inexpresivamente al oído de Astrid. —Me abuchearon y lanzaron comida podrida, llamándome cada nombre que puedas imaginar. Los soldados me desataron del carro y me arrastraron al centro de la multitud. Trataron de pararme, pero mis piernas estaban quebradas. Finalmente, me dejaron allí sobre mis manos y rodillas a fin de que la multitud pudiera apedrearme. Sabes, todavía puedo sentir las rocas lloviendo sobre mi cuerpo. Oírlos diciéndome que muriera.
Astrid luchaba por respirar cuando terminó su historia.
—Estoy tan apenada, James —murmuró ella, sufriendo por él.
—No seas condescendiente –gruñó él.
Ella se apoyó en él y presionó sus labios contra su mejilla. —Créeme, no lo
soy. Nunca sobreprotegería a alguien con tu fuerza.
Él trató de apartarse de ella, pero lo sujetó con fuerza. —No soy fuerte.
—Sí lo eres. No sé cómo has soportado el dolor de tu vida. Siempre me he
sentido sola, pero no en tu forma.
Él se relajó un poco mientras ella se apoyaba contra su lado. Deseaba poder
verlo ahora. Ver las emociones en sus oscuros ojos.
—Sabes, no estoy realmente loco.
Ella sonrió. —Sé que no lo estas.
Él dejó escapar un largo, cansado suspiro. —¿Por qué no te fuiste con Jess
cuando tuviste la oportunidad? Podrías estar a salvo ahora.
—Si te dejo antes de que el juicio se haya terminado, entonces los Destinos
te matarán.
—¿Y qué?
—No quiero que mueras, James.
—Continúas diciendo eso y todavía no sé por qué.
Porque te amo. Las palabras se atascaron en su garganta. Ella quería
desesperadamente tener el valor de decirlo en voz alta, pero sabía que él no lo aceptaría.
No su Príncipe Encantado.
Él gruñiría y la apartaría a la fuerza porque en su mente tal cosa no existía. Él no lo entendería.
Ella no sabía si alguna vez él lo haría.
Astrid quería abrazarlo. Consolarlo.
Pero sobre todo, quería amarlo. De un modo que la hacia sufrir y volar al
mismo tiempo.
¿James alguna vez permitiría a ella o a cualquiera, amarlo?
—¿Qué puedo decirte para que me creas? –respondió ella. —Te reirías si
dijese que me preocupo por ti. Te enojarías si dijese que te amo. Así que dime por qué no quiero que mueras.
Ella sintió los músculos de su mandíbula moviéndose debajo de su mano. — Desearía poder sacarte de aquí, Princesa. No es necesario que estés conmigo.
—No, James, no es necesario. Pero quiero estar contigo.
James se sobresaltó al escuchar las palabras más bellas que había oído alguna vez en su vida.
Ella lo asombraba. No había paredes entre ellos ahora. Ningún secreto. Ella lo conocía de una forma como nadie en toda su vida.
Y ella no lo rechazaba.
No la entendía. –Ni siquiera yo quiero estar conmigo la mayoría de las veces. ¿Por qué tu sí?
Ella le dio un empellón. —Juro que eres como un niño de tres años. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué es el cielo azul? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué mi perro tiene pelo? Algunas cosas sólo son, James. No tienen que tener sentido. Acéptalo.
issadanger
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
siguela pobre james :lloro: :lloro: :lloro:
tortugitastyles
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
aaaaaAAAAHHH!!!!.. LLORE CON LA HISTORIA DE JAMES!!.... MALDITOS ROMANOS!!!... COMO PUDIERON HACERLE ESO!!!.. Y MALDITOS SU PADRES Y HERMANOS!!!.... OJALA ESTEN EN EL INFIERNO SUFRIENDO TODO LO QUE LE HICIERON A EL!!!!!!
chelis
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