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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Bailando con el Diablo - James y Astrid
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
siguela pobre james esta confundido y enamorado aunque lo niegue
tortugitastyles
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
:aah: me encanta!!!
:aah: me encanta!!!
evelan
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
el amors llego *-* seguro james no sabe que es :c por eso inseguro :c
Feer :)x.
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
Capitulo 11 Parte 3
En contra de su voluntad, se encontró tomando su mano en la suya. — Vamos, Princesa.
Astrid refrenó su sonrisa. Su tono era rudo, pero ella sintió una victoria pequeña dentro de su corazón. Sin mencionar el hecho que él había dejado de usar "Princesa" como un insulto. Ella no creía que él se diera cuenta de que ahora cuando la llamaba así, su voz se suavizaba muy ligeramente.
En algún momento durante sus sueños, el insulto que él había usado para mantenerla a distancia se había transformado en una palabra de afecto.
James la dirigió a su cabaña.
—Párate aquí —le dijo, colocándola a la izquierda al pasar la entrada.
Ella le oyó murmurando a su derecha. Mientras él estaba ocupado, ella pasó
su mano contra la pared para llegar hasta él. Lo que encontró allí la asombró. Frunciendo el ceño, pasó su mano sobre los profundos planos y depresiones de la pared. Era una sensación táctil increíble. Intrincada. Compleja. Pero lo que tocaba era tan grande que realmente no podía entender lo que
representaba.
Mientras seguía el diseño con la mano se dio cuenta que cubría la pared
entera.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Un paisaje de la playa —él dijo distraídamente.
Ella arqueó una ceja. —¿Un paisaje de la playa esta tallado en tu pared? —Estaba aburrido ¿Ok? –dijo él bruscamente. —Así que tallo cosas.
Algunas veces en el verano me quedo sin madera y tallo las paredes y los estantes.
Algo así como el lobo que había tallado en su casa.
Astrid se tropezó con algo mientras trataba de alcanzar la siguiente pared. Varias cosas se derribaron, desparramándose sobre sus pies.
James maldijo. —Pensé que te dije que te quedaras donde te puse.
—Lo siento —. Ella se inclinó para recoger las cosas para encontrarse que eran animales tallados en madera.
Parecía que había docenas de ellos.
Se asombró por lo intrincado de cada pieza al pasar los dedos sobre ellos, levantándolos del suelo. —¿Hiciste todos estos?
Él no contestó mientras los agarraba rápidamente y los amontonaba otra vez.
—James –dijo ella en tono severo, —háblame.
—¿Para decir qué? Sí, talle las malditas piezas. Usualmente hago tres o cuatro de ellas en una noche. ¿Y qué?
—Entonces debería haber más de ellas. ¿Dónde están las demás?
—No sé –dijo él con un tono menos hostil, —llevé algunas al pueblo y las regalé y el resto las quemé cuando los generadores se apagaron.
—¿No significan nada para ti?
—No. Nada significa una mierda para mí.
—¿Nada?
James hizo una pausa al verla arrodillarse al lado de él. Sus mejillas estaban
irritadas, la piel ya no estaba suave y protegida como había estado cuando la despertó en su cabaña. Tenía la mirada fija sobre su hombro, pero él supo que era así porque no estaba realmente segura de dónde él estaba.
Sus labios estaban ligeramente separados, su pelo desordenado.
En su mente podía verla entre sus brazos, sintiendo su piel resbalando contra la de él. Y en ese momento, hizo un descubrimiento sorprendente.
A él sí le importaba algo.
Ella.
Si bien ella le había mentido y engañado, no quería que se hiciera daño. No quería ver su piel delicada dañada por el clima extremo.
Ella debería estar protegida de tal dureza.
Cómo se odiaba por esa debilidad.
—No, Princesa –murmuró él, la mentira atascándose en su garganta. —No
me preocupo por nada.
Ella extendió la mano para tocarle la cara. —¿Esa mentira es para tu
beneficio o el mío?
—¿Quién dice que es una mentira?
—Yo, James. Para un hombre que no le importa nada, has hecho un gran
esfuerzo para asegurarte que estoy a salvo —ella le sonrió. —Te conozco, Príncipe Encantado. Yo realmente veo que hay dentro tuyo.
—Estas ciega.
Ella negó con la cabeza. —No tan ciega como tu.
Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó hacia delante y
capturó sus labios con los de ella.
Algo dentro de él se hizo pedazos ante el contacto, ante la sensación de sus
dulces labios húmedos. De su lengua tocando la de él.
Éste no era un sueño.
Esto era real.
Y era maravilloso. Tan buena como había sabido ella antes, era mucho
mejor ahora.
La aplastó contra él, asumiendo el control del beso. Quería devorarla.
Tomarla ahora mismo en el piso hasta que su erección se consumiera y saciara.
Pero si sus sueños eran un índice, entonces le llevaría más que un sólo acto sexual aliviar el fuego de su ingle.
Él podía amar a esta mujer durante toda la noche y todavía mendigar por más cuando la mañana llegara.
Astrid no podía respirar por la fiereza de su beso. El calor de su cuerpo prendió fuego al de ella.
Él era verdaderamente indomable, su guerrero.
Él deslizó su mano fresca bajo su camisa hasta que pudo tomar su pecho. Ella tembló cuando sus dedos apartaron a un lado el encaje de su sostén a fin de que él pudiera pasar la palma contra su pezón dilatado.
Ella nunca había permitido que alguien la tocara así. Pero en verdad, ella había hecho un montón de cosas con él que nunca antes había hecho.
Toda su vida, había sido recatada y correcta. El tipo de mujer que vivía de acuerdo a las reglas y que nunca trató de romperlas o siquiera torcerlas.
James liberó algo dentro de ella. Algo descabellado y maravilloso.
Algo inesperado.
Él se apartó de sus labios mientras su mano se movía más abajo, sobre su
estomago, bajando hacia su cintura.
Tembló mientras le desabotonaba los pantalones, luego deslizó el cierre. En
el sueño, aún había cierta protección de que no era real. De que todo era un sueño.
Esta noche la barrera había desaparecido. Una vez que él la tocara en este reino, no habría vuelta atrás.
¿Qué diablos? No había vuelta atrás para ella de cualquier manera. Nunca sería la misma.
—¿Me dejarías joderte en mi piso, Princesa? —preguntó, su voz quebrada y profunda con hambre.
—No, James –suspiró ella. —Pero puedes hacer el amor conmigo donde sea que quieras.
Tomo su mano en la de ella y la deslizó dentro de los pantalones, adentro de sus bragas de algodón.
La respiración de James fue salvaje al abrir ella las piernas, incitándolo. La miró extendida sobre el piso. Su camisa arrugada estaba levantada, mostrando su estómago redondeado mientras su mano descansaba contra su ropa interior rosa claro. Delgados mechones de pelo se asomaban de abajo de la cinturilla mientras él masajeaba su montículo delicadamente.
Ella abrió la cremallera de sus pantalones, liberando su erección. Él no pudo moverse mientras lo tomaba entre sus cálidas manos.
Su cuerpo estaba en llamas, deslizó su mano a través de los rizos húmedos en la unión de sus muslos a fin de poder tocarla íntimamente mientras ella lo acariciaba.
Estaba tan mojada ya, sus labios inferiores hinchados, implorando por más. Sus manos lo masajearon, causándole que se endureciera al extremo del dolor. Él deslizó sus dedos en su hendidura, deleitándose con el sonido de su
quejido de placer.
Él hundió su cabeza en su pecho, para juguetear con su pezón. Lo chupó y
probó, tomándose el tiempo para saborearla.
Queriendo más de ella, deslizar sus dedos dentro de ella, sólo para tocar
algo que lo dejó estupefacto. Algo que no había estado allí en el sueño.
Se congeló.
Haciéndose para atrás, frunció el ceño al sentir su himen bajo el sondeo de
sus dedos. —¿Eres virgen? —Sí.
Él maldijo y se alejó de ella.
—Eres una virgen —él repitió. —¿Cómo diantre puedes ser virgen?
—Fácil. Nunca me he acostado con un hombre.
—Pero en mis sueños...
—Esos eran sueños, James. Ese no era realmente mi cuerpo.
Su vista se oscureció. Los celos lo mordieron. Su pequeña ninfa había
encontrado una maldita escapatoria. —¿A cuántos hombres has jodido en tus sueños?
—¡Eres un bastardo! –dijo ella enojada, levantándose hasta quedar sentada en el piso. —¡Si pudiera encontrar tu cara, entonces te abofetearía!
Enojada, se enderezó la ropa y se alejó de él. Sus mejillas estaban ruborizadas, sus manos temblando, mientras continuaba maldiciendo a los dos entre dientes.
Fue ahí cuando él lo supo.
Ella no estaría así de enojada si fuera culpable de lo que le había dicho. Ella nunca había estado con otro hombre.
Sólo con él.
Ese conocimiento lo devastó.
En contra de su voluntad, se encontró tomando su mano en la suya. — Vamos, Princesa.
Astrid refrenó su sonrisa. Su tono era rudo, pero ella sintió una victoria pequeña dentro de su corazón. Sin mencionar el hecho que él había dejado de usar "Princesa" como un insulto. Ella no creía que él se diera cuenta de que ahora cuando la llamaba así, su voz se suavizaba muy ligeramente.
En algún momento durante sus sueños, el insulto que él había usado para mantenerla a distancia se había transformado en una palabra de afecto.
James la dirigió a su cabaña.
—Párate aquí —le dijo, colocándola a la izquierda al pasar la entrada.
Ella le oyó murmurando a su derecha. Mientras él estaba ocupado, ella pasó
su mano contra la pared para llegar hasta él. Lo que encontró allí la asombró. Frunciendo el ceño, pasó su mano sobre los profundos planos y depresiones de la pared. Era una sensación táctil increíble. Intrincada. Compleja. Pero lo que tocaba era tan grande que realmente no podía entender lo que
representaba.
Mientras seguía el diseño con la mano se dio cuenta que cubría la pared
entera.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Un paisaje de la playa —él dijo distraídamente.
Ella arqueó una ceja. —¿Un paisaje de la playa esta tallado en tu pared? —Estaba aburrido ¿Ok? –dijo él bruscamente. —Así que tallo cosas.
Algunas veces en el verano me quedo sin madera y tallo las paredes y los estantes.
Algo así como el lobo que había tallado en su casa.
Astrid se tropezó con algo mientras trataba de alcanzar la siguiente pared. Varias cosas se derribaron, desparramándose sobre sus pies.
James maldijo. —Pensé que te dije que te quedaras donde te puse.
—Lo siento —. Ella se inclinó para recoger las cosas para encontrarse que eran animales tallados en madera.
Parecía que había docenas de ellos.
Se asombró por lo intrincado de cada pieza al pasar los dedos sobre ellos, levantándolos del suelo. —¿Hiciste todos estos?
Él no contestó mientras los agarraba rápidamente y los amontonaba otra vez.
—James –dijo ella en tono severo, —háblame.
—¿Para decir qué? Sí, talle las malditas piezas. Usualmente hago tres o cuatro de ellas en una noche. ¿Y qué?
—Entonces debería haber más de ellas. ¿Dónde están las demás?
—No sé –dijo él con un tono menos hostil, —llevé algunas al pueblo y las regalé y el resto las quemé cuando los generadores se apagaron.
—¿No significan nada para ti?
—No. Nada significa una mierda para mí.
—¿Nada?
James hizo una pausa al verla arrodillarse al lado de él. Sus mejillas estaban
irritadas, la piel ya no estaba suave y protegida como había estado cuando la despertó en su cabaña. Tenía la mirada fija sobre su hombro, pero él supo que era así porque no estaba realmente segura de dónde él estaba.
Sus labios estaban ligeramente separados, su pelo desordenado.
En su mente podía verla entre sus brazos, sintiendo su piel resbalando contra la de él. Y en ese momento, hizo un descubrimiento sorprendente.
A él sí le importaba algo.
Ella.
Si bien ella le había mentido y engañado, no quería que se hiciera daño. No quería ver su piel delicada dañada por el clima extremo.
Ella debería estar protegida de tal dureza.
Cómo se odiaba por esa debilidad.
—No, Princesa –murmuró él, la mentira atascándose en su garganta. —No
me preocupo por nada.
Ella extendió la mano para tocarle la cara. —¿Esa mentira es para tu
beneficio o el mío?
—¿Quién dice que es una mentira?
—Yo, James. Para un hombre que no le importa nada, has hecho un gran
esfuerzo para asegurarte que estoy a salvo —ella le sonrió. —Te conozco, Príncipe Encantado. Yo realmente veo que hay dentro tuyo.
—Estas ciega.
Ella negó con la cabeza. —No tan ciega como tu.
Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó hacia delante y
capturó sus labios con los de ella.
Algo dentro de él se hizo pedazos ante el contacto, ante la sensación de sus
dulces labios húmedos. De su lengua tocando la de él.
Éste no era un sueño.
Esto era real.
Y era maravilloso. Tan buena como había sabido ella antes, era mucho
mejor ahora.
La aplastó contra él, asumiendo el control del beso. Quería devorarla.
Tomarla ahora mismo en el piso hasta que su erección se consumiera y saciara.
Pero si sus sueños eran un índice, entonces le llevaría más que un sólo acto sexual aliviar el fuego de su ingle.
Él podía amar a esta mujer durante toda la noche y todavía mendigar por más cuando la mañana llegara.
Astrid no podía respirar por la fiereza de su beso. El calor de su cuerpo prendió fuego al de ella.
Él era verdaderamente indomable, su guerrero.
Él deslizó su mano fresca bajo su camisa hasta que pudo tomar su pecho. Ella tembló cuando sus dedos apartaron a un lado el encaje de su sostén a fin de que él pudiera pasar la palma contra su pezón dilatado.
Ella nunca había permitido que alguien la tocara así. Pero en verdad, ella había hecho un montón de cosas con él que nunca antes había hecho.
Toda su vida, había sido recatada y correcta. El tipo de mujer que vivía de acuerdo a las reglas y que nunca trató de romperlas o siquiera torcerlas.
James liberó algo dentro de ella. Algo descabellado y maravilloso.
Algo inesperado.
Él se apartó de sus labios mientras su mano se movía más abajo, sobre su
estomago, bajando hacia su cintura.
Tembló mientras le desabotonaba los pantalones, luego deslizó el cierre. En
el sueño, aún había cierta protección de que no era real. De que todo era un sueño.
Esta noche la barrera había desaparecido. Una vez que él la tocara en este reino, no habría vuelta atrás.
¿Qué diablos? No había vuelta atrás para ella de cualquier manera. Nunca sería la misma.
—¿Me dejarías joderte en mi piso, Princesa? —preguntó, su voz quebrada y profunda con hambre.
—No, James –suspiró ella. —Pero puedes hacer el amor conmigo donde sea que quieras.
Tomo su mano en la de ella y la deslizó dentro de los pantalones, adentro de sus bragas de algodón.
La respiración de James fue salvaje al abrir ella las piernas, incitándolo. La miró extendida sobre el piso. Su camisa arrugada estaba levantada, mostrando su estómago redondeado mientras su mano descansaba contra su ropa interior rosa claro. Delgados mechones de pelo se asomaban de abajo de la cinturilla mientras él masajeaba su montículo delicadamente.
Ella abrió la cremallera de sus pantalones, liberando su erección. Él no pudo moverse mientras lo tomaba entre sus cálidas manos.
Su cuerpo estaba en llamas, deslizó su mano a través de los rizos húmedos en la unión de sus muslos a fin de poder tocarla íntimamente mientras ella lo acariciaba.
Estaba tan mojada ya, sus labios inferiores hinchados, implorando por más. Sus manos lo masajearon, causándole que se endureciera al extremo del dolor. Él deslizó sus dedos en su hendidura, deleitándose con el sonido de su
quejido de placer.
Él hundió su cabeza en su pecho, para juguetear con su pezón. Lo chupó y
probó, tomándose el tiempo para saborearla.
Queriendo más de ella, deslizar sus dedos dentro de ella, sólo para tocar
algo que lo dejó estupefacto. Algo que no había estado allí en el sueño.
Se congeló.
Haciéndose para atrás, frunció el ceño al sentir su himen bajo el sondeo de
sus dedos. —¿Eres virgen? —Sí.
Él maldijo y se alejó de ella.
—Eres una virgen —él repitió. —¿Cómo diantre puedes ser virgen?
—Fácil. Nunca me he acostado con un hombre.
—Pero en mis sueños...
—Esos eran sueños, James. Ese no era realmente mi cuerpo.
Su vista se oscureció. Los celos lo mordieron. Su pequeña ninfa había
encontrado una maldita escapatoria. —¿A cuántos hombres has jodido en tus sueños?
—¡Eres un bastardo! –dijo ella enojada, levantándose hasta quedar sentada en el piso. —¡Si pudiera encontrar tu cara, entonces te abofetearía!
Enojada, se enderezó la ropa y se alejó de él. Sus mejillas estaban ruborizadas, sus manos temblando, mientras continuaba maldiciendo a los dos entre dientes.
Fue ahí cuando él lo supo.
Ella no estaría así de enojada si fuera culpable de lo que le había dicho. Ella nunca había estado con otro hombre.
Sólo con él.
Ese conocimiento lo devastó.
issadanger
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
Capitulo 11 Parte 4
Él no podía comenzar a entender porque ella le ofrecería algo que no había ofrecido a nadie más.
No tenía sentido en su mundo.
—¿Por qué quieres estar conmigo?
Ella hizo una pausa al vestirse y miró furiosamente en su dirección. —No
tengo idea. Eres malhumorado. Grosero. Aborrecible. Nunca en mi vida vi a alguien más maleducado y... y... irritante. No respetas a nadie, ni siquiera a ti mismo. Todo lo que puedes hacer es provocar, provocar, provocar. Ni siquiera sabes ser feliz.
Astrid abrió la boca para continuar, pero se detuvo al darse cuenta del tono de voz de James cuando le planteó la pregunta.
Había sido amablemente indagatorio. No acusatorio.
Sobre todo, había provenido muy profundamente de dentro de él.
Y así que le contestó desde su corazón.
—¿Quieres saber la verdad, James? Quiero estar contigo porque hay algo en
ti que me pone caliente y me estremece. Cuando te siento cerca de mí, quiero extender la mano y tocarte. Deslizarte dentro de mí a fin de poder mantenerte cerca y decirte que todo va a estar bien. Que no voy a dejar que nadie te lastime.
—No soy un niño –dijo él enojado.
Astrid extendió la mano a través de la oscuridad y encontró su mano en el piso delante de ella. La tomó entre las de ella y la sostuvo fuertemente.
—No, no eres un niño. Nunca lo fuiste. Se supone que los niños deben ser protegidos y cuidados. Nunca nadie te abrazó cuando llorabas. Nadie alguna vez te consoló. Nunca te contaron historias o hicieron que te rieras cuando estabas triste.
La tragedia de su vida tuvo mayor alcance para ella en ese momento, penetrando en su corazón, haciéndole querer llorar por toda la injusticia que había recibido.
Las cosas que ella había dado por supuesto cuando niña, le habían sido negadas a él. Amistad, felicidad, familia, regalos. Y sobre todo, amor.
Su vida había sido tan injusta.
Ella arrastró su mano por su brazo musculoso, para enterrarla en su pelo a fin de poder acariciar su cuero cabelludo.
—Has el amor conmigo, James. No puedo quitar tu pasado, pero te puedo abrazar ahora. Quiero compartir mi cuerpo contigo, aún si es sólo por poco tiempo.
La tiró con fuerza contra él y la besó apasionadamente. Ella gimió, arqueando su espalda mientras la colocaba en el piso.
Astrid pateó sus zapatos, luego removió sus pantalones y bragas. Se quitó de encima la camisa y desabrochó su sostén.
Debería estar avergonzada, ya que nunca se había desnudado delante de alguien. Nunca había estado desnuda cuando los demás estaban vestidos.
Pero ella no estaba avergonzada.
Se sentía poderosa con él. Femenina. Sabía que él la deseaba y ella sólo deseaba complacerlo.
Ella yacía recostada contra su piso helado.
James fascinado, no podía moverse al ver a Astrid doblar las rodillas y abrir las piernas en invitación.
Sus pezones estaban arrugados de frío y de deseo. Su pelo estaba suelto, derramado sobre sus hombros, y sus manos descansaban sobre su estómago.
Pero era su centro en donde él clavó los ojos. Ella estaba ya mojada para él, su cuerpo abotagado con necesidad igual que estaba el de él.
—Tengo frío, James –murmuró ella. —¿Me calentarías? Él debería levantarse y dejarla allí así.
Él no podía.
Nunca nadie le había ofrecido un regalo tan precioso. Nadie sino Astrid.
Él agarró las mantas de su jergón y la cubrió con ellas. Se quitó sus ropas, luego se unió a ella. Separando sus muslos aún más, se tomó un momento para mirar la parte mas privada de su cuerpo.
Ella era tan bella.
Recorrió con sus dedos su abertura, haciéndola temblar aún más bajo el calor de las pieles. Usando sus pulgares, le separó los labios y entonces bajó la cabeza para tomarla en su boca.
Astrid se quedó sin aliento al sentir la lengua de James recorriéndola. Él lamió y probó, mientras su respiración le calentaba el trasero.
Sus manos calientes tomaron sus caderas, jalándola más cerca a su boca y a la áspera piel de su cara.
Él gimió como si el sabor de ella fuese paradisíaco. Relamiéndose los labios, Astrid se estiró hasta ahuecar su cara en sus manos mientras le daba placer.
Su corazón martilló al sentir su mandíbula moviéndose bajo sus manos.
En sus sueños su toque había sido increíble, pero en la realidad era mucho más intenso.
Mucho más satisfactorio.
Su cabeza giró mientras su corazón se aceleraba. El éxtasis desenfrenado bailó a través de ella y la dejó pronunciando su nombre al presionarse a sí misma más cerca de sus labios.
Y cuando ella se corrió, gritó, sosteniendo su cabeza contra ella, mientras su cuerpo se desintegraba en mil chispas de placer.
Él continuó lamiéndola y probándola hasta que lloriqueó de placer.
James se hizo para atrás para verla jadeando en el piso. La parte superior estaba cubierta de pieles y mantas, pero la parte inferior estaba al descubierto, resplandeciendo en la suave luz de la linterna, con la combinación de sus jugos con los de él.
Su cara estaba excitada, sus ojos brillantes.
Él nunca había tenido a una mujer en su cabaña antes. Más especialmente, una desnuda.
Él apartó las mantas. Ella se quedó sin aliento al sentirlas raspar sus pechos abotagados, sensibles. James se aparto sólo el tiempo suficiente para quitarse las ropas.
Ella lo alcanzó mientras extendía su cuerpo sobre el de ella y dejaba que su calor lo calentara.
James gruñó al rozar sus pezones duros con su pecho. La punta de su pene presionando contra los vellos húmedos entre sus piernas.
Astrid los cubrió a ambos con las mantas otra vez y lo acunó con su cuerpo.
Dioses, qué bien la sentía bajo él, en esta forma. Cara a cara. Sus piernas envueltas alrededor de su cintura. Sus manos acariciando su espalda desnuda.
Inclinó la cabeza y la besó, explorando su boca con la lengua.
Pero no era su boca lo que quería penetrar...
Arrastró su mano por su brazo hasta que pudo entrelazar sus dedos con los de ella. Sosteniendo sus manos encima de sus cabezas, él hizo más hondo el beso.
Astrid tragó al sentir a James levantar su peso, dejando todo su lujurioso, ondulante cuerpo masculino sobre el de ella.
Presionó la punta de su pene contra su centro. Ella arqueó la espalda, esperando que la llenara.
Él hizo más hondo su beso y, con un empuje se deslizó profundamente en su interior.
Astrid se encogió y lloriqueó ante la punzada de dolor que pasó sobre su placer.
James se salió inmediatamente. —¿Oh, Dios mío, Astrid, te lastimé? Lo siento. No sabía que iba a doler.
Su arrepentimiento fue tan inmediato y sincero que la dejó aún más estupefacta que el dolor.
Las disculpas y James eran dos cosas que iban tan juntas como los puercos espines y los globos.
Obviamente, él no sabía lo que ella sí.
—Está bien –dijo ella, besándolo hasta que se relajó. —Se supone que duele la primera vez.
—No me dolió la primera vez que lo hice. Créeme.
Ella se rió de eso. —Es cosa de mujeres, Príncipe Encantado. Está bien, de verdad.
Ella bajó la mano por su cuerpo y lo encontró todavía duro y latiendo. Él gimió profundamente en su garganta mientras ella lo acariciaba.
Mordiéndose los labios, lo dirigió hacia ella.
Él se tensó, rehusándose a dejar que ella lo atrajese a su nido. —No quiero lastimarte.
La alegría la llenó. —No lo harás, James. Te quiero dentro de mí.
Él vaciló algunos minutos más antes de deslizase lentamente en ella otra vez.
Ambos gimieron.
Astrid arqueó su espalda ante la increíble percepción intensa y dura de él en su interior. Él era tan grande. Tan dominante.
Ella subió y bajó sus manos sobre sus hombros y musculosa espalda.
Lo único que haría esto más perfecto sería poder ver en sus ojos mientras la amaba. Eso era lo único que ella extrañaba de tenerlo en sus sueños. Si bien la sensación de él era más intensa ahora, ella deseaba poder verlo otra vez.
Gimiendo su nombre, él enterró sus labios en su garganta, raspando su piel con sus colmillos mientras la penetraba lentamente, enérgicamente.
El corazón de James latía a gran velocidad mientras saboreaba la calidez, la humedad de ella. Dejó que la suavidad de su cuerpo lo apaciguara.
Su toque era el paraíso. Lo era en el sonido de su nombre en los labios de ella.
Ni siquiera una vez soñó que tomar a una mujer de esta forma, lo podía hacer sentir como ella lo hacia.
Ella ahuecó su cara entre sus manos. —¿Qué estas haciendo? –murmuró él. —Quiero verte.
Él no podía comenzar a entender porque ella le ofrecería algo que no había ofrecido a nadie más.
No tenía sentido en su mundo.
—¿Por qué quieres estar conmigo?
Ella hizo una pausa al vestirse y miró furiosamente en su dirección. —No
tengo idea. Eres malhumorado. Grosero. Aborrecible. Nunca en mi vida vi a alguien más maleducado y... y... irritante. No respetas a nadie, ni siquiera a ti mismo. Todo lo que puedes hacer es provocar, provocar, provocar. Ni siquiera sabes ser feliz.
Astrid abrió la boca para continuar, pero se detuvo al darse cuenta del tono de voz de James cuando le planteó la pregunta.
Había sido amablemente indagatorio. No acusatorio.
Sobre todo, había provenido muy profundamente de dentro de él.
Y así que le contestó desde su corazón.
—¿Quieres saber la verdad, James? Quiero estar contigo porque hay algo en
ti que me pone caliente y me estremece. Cuando te siento cerca de mí, quiero extender la mano y tocarte. Deslizarte dentro de mí a fin de poder mantenerte cerca y decirte que todo va a estar bien. Que no voy a dejar que nadie te lastime.
—No soy un niño –dijo él enojado.
Astrid extendió la mano a través de la oscuridad y encontró su mano en el piso delante de ella. La tomó entre las de ella y la sostuvo fuertemente.
—No, no eres un niño. Nunca lo fuiste. Se supone que los niños deben ser protegidos y cuidados. Nunca nadie te abrazó cuando llorabas. Nadie alguna vez te consoló. Nunca te contaron historias o hicieron que te rieras cuando estabas triste.
La tragedia de su vida tuvo mayor alcance para ella en ese momento, penetrando en su corazón, haciéndole querer llorar por toda la injusticia que había recibido.
Las cosas que ella había dado por supuesto cuando niña, le habían sido negadas a él. Amistad, felicidad, familia, regalos. Y sobre todo, amor.
Su vida había sido tan injusta.
Ella arrastró su mano por su brazo musculoso, para enterrarla en su pelo a fin de poder acariciar su cuero cabelludo.
—Has el amor conmigo, James. No puedo quitar tu pasado, pero te puedo abrazar ahora. Quiero compartir mi cuerpo contigo, aún si es sólo por poco tiempo.
La tiró con fuerza contra él y la besó apasionadamente. Ella gimió, arqueando su espalda mientras la colocaba en el piso.
Astrid pateó sus zapatos, luego removió sus pantalones y bragas. Se quitó de encima la camisa y desabrochó su sostén.
Debería estar avergonzada, ya que nunca se había desnudado delante de alguien. Nunca había estado desnuda cuando los demás estaban vestidos.
Pero ella no estaba avergonzada.
Se sentía poderosa con él. Femenina. Sabía que él la deseaba y ella sólo deseaba complacerlo.
Ella yacía recostada contra su piso helado.
James fascinado, no podía moverse al ver a Astrid doblar las rodillas y abrir las piernas en invitación.
Sus pezones estaban arrugados de frío y de deseo. Su pelo estaba suelto, derramado sobre sus hombros, y sus manos descansaban sobre su estómago.
Pero era su centro en donde él clavó los ojos. Ella estaba ya mojada para él, su cuerpo abotagado con necesidad igual que estaba el de él.
—Tengo frío, James –murmuró ella. —¿Me calentarías? Él debería levantarse y dejarla allí así.
Él no podía.
Nunca nadie le había ofrecido un regalo tan precioso. Nadie sino Astrid.
Él agarró las mantas de su jergón y la cubrió con ellas. Se quitó sus ropas, luego se unió a ella. Separando sus muslos aún más, se tomó un momento para mirar la parte mas privada de su cuerpo.
Ella era tan bella.
Recorrió con sus dedos su abertura, haciéndola temblar aún más bajo el calor de las pieles. Usando sus pulgares, le separó los labios y entonces bajó la cabeza para tomarla en su boca.
Astrid se quedó sin aliento al sentir la lengua de James recorriéndola. Él lamió y probó, mientras su respiración le calentaba el trasero.
Sus manos calientes tomaron sus caderas, jalándola más cerca a su boca y a la áspera piel de su cara.
Él gimió como si el sabor de ella fuese paradisíaco. Relamiéndose los labios, Astrid se estiró hasta ahuecar su cara en sus manos mientras le daba placer.
Su corazón martilló al sentir su mandíbula moviéndose bajo sus manos.
En sus sueños su toque había sido increíble, pero en la realidad era mucho más intenso.
Mucho más satisfactorio.
Su cabeza giró mientras su corazón se aceleraba. El éxtasis desenfrenado bailó a través de ella y la dejó pronunciando su nombre al presionarse a sí misma más cerca de sus labios.
Y cuando ella se corrió, gritó, sosteniendo su cabeza contra ella, mientras su cuerpo se desintegraba en mil chispas de placer.
Él continuó lamiéndola y probándola hasta que lloriqueó de placer.
James se hizo para atrás para verla jadeando en el piso. La parte superior estaba cubierta de pieles y mantas, pero la parte inferior estaba al descubierto, resplandeciendo en la suave luz de la linterna, con la combinación de sus jugos con los de él.
Su cara estaba excitada, sus ojos brillantes.
Él nunca había tenido a una mujer en su cabaña antes. Más especialmente, una desnuda.
Él apartó las mantas. Ella se quedó sin aliento al sentirlas raspar sus pechos abotagados, sensibles. James se aparto sólo el tiempo suficiente para quitarse las ropas.
Ella lo alcanzó mientras extendía su cuerpo sobre el de ella y dejaba que su calor lo calentara.
James gruñó al rozar sus pezones duros con su pecho. La punta de su pene presionando contra los vellos húmedos entre sus piernas.
Astrid los cubrió a ambos con las mantas otra vez y lo acunó con su cuerpo.
Dioses, qué bien la sentía bajo él, en esta forma. Cara a cara. Sus piernas envueltas alrededor de su cintura. Sus manos acariciando su espalda desnuda.
Inclinó la cabeza y la besó, explorando su boca con la lengua.
Pero no era su boca lo que quería penetrar...
Arrastró su mano por su brazo hasta que pudo entrelazar sus dedos con los de ella. Sosteniendo sus manos encima de sus cabezas, él hizo más hondo el beso.
Astrid tragó al sentir a James levantar su peso, dejando todo su lujurioso, ondulante cuerpo masculino sobre el de ella.
Presionó la punta de su pene contra su centro. Ella arqueó la espalda, esperando que la llenara.
Él hizo más hondo su beso y, con un empuje se deslizó profundamente en su interior.
Astrid se encogió y lloriqueó ante la punzada de dolor que pasó sobre su placer.
James se salió inmediatamente. —¿Oh, Dios mío, Astrid, te lastimé? Lo siento. No sabía que iba a doler.
Su arrepentimiento fue tan inmediato y sincero que la dejó aún más estupefacta que el dolor.
Las disculpas y James eran dos cosas que iban tan juntas como los puercos espines y los globos.
Obviamente, él no sabía lo que ella sí.
—Está bien –dijo ella, besándolo hasta que se relajó. —Se supone que duele la primera vez.
—No me dolió la primera vez que lo hice. Créeme.
Ella se rió de eso. —Es cosa de mujeres, Príncipe Encantado. Está bien, de verdad.
Ella bajó la mano por su cuerpo y lo encontró todavía duro y latiendo. Él gimió profundamente en su garganta mientras ella lo acariciaba.
Mordiéndose los labios, lo dirigió hacia ella.
Él se tensó, rehusándose a dejar que ella lo atrajese a su nido. —No quiero lastimarte.
La alegría la llenó. —No lo harás, James. Te quiero dentro de mí.
Él vaciló algunos minutos más antes de deslizase lentamente en ella otra vez.
Ambos gimieron.
Astrid arqueó su espalda ante la increíble percepción intensa y dura de él en su interior. Él era tan grande. Tan dominante.
Ella subió y bajó sus manos sobre sus hombros y musculosa espalda.
Lo único que haría esto más perfecto sería poder ver en sus ojos mientras la amaba. Eso era lo único que ella extrañaba de tenerlo en sus sueños. Si bien la sensación de él era más intensa ahora, ella deseaba poder verlo otra vez.
Gimiendo su nombre, él enterró sus labios en su garganta, raspando su piel con sus colmillos mientras la penetraba lentamente, enérgicamente.
El corazón de James latía a gran velocidad mientras saboreaba la calidez, la humedad de ella. Dejó que la suavidad de su cuerpo lo apaciguara.
Su toque era el paraíso. Lo era en el sonido de su nombre en los labios de ella.
Ni siquiera una vez soñó que tomar a una mujer de esta forma, lo podía hacer sentir como ella lo hacia.
Ella ahuecó su cara entre sus manos. —¿Qué estas haciendo? –murmuró él. —Quiero verte.
issadanger
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
es tan lindo!!!!!.... Aaaaaaaahhhh!!!!... James soy tu fan!!!!
chelis
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