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Bailando con el Diablo - James y Astrid
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
Capitulo 10 Parte 2
—Vives, James –dijo ella, acentuando las palabras, haciendo un intento por hacerlo entender. —Tan solo por eso, mereces un poco de felicidad.
La duda en sus ojos la aguijoneó.
Decidida a alcanzarlo, ella "conjuró" para sí misma un par de pantalones cortos blancos y un top azul, luego lo vistió a él con un par de pantalones vaqueros negros y una camisa playera.
Lo condujo hacia el gentío del "sueño".
James guardó silencio mientras caminaban hacia las escaleras que conducían a la anticuada pasarela. Se tensó visiblemente mientras las personas lo pasaban demasiado cerca, casi rozándolo. Ella tuvo la clara impresión que estaba a un paso de pronunciar un cruel comentario.
—Está bien, James.
Él desdeñó con sarcasmo a un hombre que se aproximó demasiado.
—No me gusta que nadie me toque.
Pero no dijo nada acerca del hecho que ella tenía su brazo enganchado con el de él.
Eso la hizo derretirse.
Sonriendo, lo llevó a un pequeño puesto donde una señora vendía salchichas y algodón de azúcar. Ella compró la bolsa más grande y extrajo un puñado del ligero y esponjoso azúcar rosado, luego se lo ofreció a él.
—Aquí va. Un mordisco y sabrás cuál es el sabor de la ambrosía.
James trató de tomarlo, pero ella alejó su mano.
—Quiero dártelo yo.
La furia restalló en sus ojos. —No soy un animal para comer de tu mano.
La cara de ella se ensombreció ante sus palabras y su buen humor se apagó instantáneamente.
—No, James. No eres un animal. Eres mi amante y yo quiero cuidar de ti. James se congeló ante sus palabras mientras clavaba los ojos en su cara, preciosa y sincera.
¿Cuidar de él?
Una parte de él gruñó ante la idea, pero otro parte, la parte extraña de sí, se despertó de un sacudón ante sus palabras.
Era una parte hambrienta de él.
Una parte anhelosa. Necesitada.
Una parte que él había sellado y abandonado hacía tanto tiempo que vagamente la recordaba.
Apártate.
No lo hizo.
En lugar de eso, se forzó a agacharse y abrir sus labios.
Ella sonrió de una forma que lo quemó del incluso mientras el extraño dulce se desintegraba dentro de su boca.
Ella colocó su mano en contra de su mejilla.
—Ves, no duele.
No, no lo hacía. Se sentía caliente y maravilloso. Incluso alegre.
Pero era un sueño.
Él se despertaría dentro de poco y estaría frío otra vez.
Solo.
La Astrid real no le ofrecería algodón de azúcar y no lo abrazaría en el oleaje.
Lo miraría con miedo y sospecha en su preciosa cara. Estaría protegida por un lobo blanco que lo odiaba tanto como él se odiaba a sí mismo.
La Astrid real nunca se tomaría el tiempo para domesticarlo.
No es que tuviese importancia. Tenía una sentencia de muerte sobre él. No tenía tiempo para la Astrid real.
No tenía tiempo para nada más que la supervivencia básica. Era por eso que este sueño significaba tanto para él.
Por una vez en la vida, había tenido un buen día. Sólo esperaba que cuando se despertase, lo pudiera recordar.
Astrid lo guió por la arcada, jugando en los juegos y comiendo comida chatarra de la que James le dijo que sólo había leído su existencia, en la Web. Si bien él nunca sonrió, era como un niño en su curiosidad.
—Prueba esto –dijo ella, dándole una manzana acaramelada.
Astrid rápidamente supo que comer manzanas acarameladas con colmillos no era una cosa muy fácil de hacer.
Cuando él logro darle una mordida, ella lo miró impacientemente. —¿Bien?
Él lo tragó antes de contestar.
—Esta bien, pero no pienso que esté dispuesto a repetir la experiencia. No es lo bastante bueno como para compensar todo el trabajo para obtenerlo.
Ella se rió mientras él lanzaba la manzana en un gran cubo blanco de basura. Lo metió a la galería a fin de enseñarle a jugar Skee—Ball, uno de sus juegos favoritos. Él era asombrosamente hábil en eso.
—¿Dónde aprendiste a tirar así?
—Vivo en Alaska, Princesa, territorio de hielo y nieve. No hay mucha diferencia entre esto y lanzar una bola de nieve.
Ella se sorprendió de eso. Tuvo una imagen divertida de él jugando en la nieve, la cual era totalmente ajena a su forma de ser.
—¿Con quién te tirabas bolas de nieve?
Él rodó otra bola por la rampa y dio en el círculo central.
—Con nadie. Solía lanzarlas a los osos a fin de que se enfurecieran y se acercaran lo suficiente para que yo los matara.
—¿Matabas a los osos pequeños?
Él le dirigió una mirada risueña.
—Ellos no eran pequeños, Princesa, lo juro. Y a diferencia de los conejos, se puede hacer más de una comida con ellos y no necesitas a muchos para hacer un abrigo de piel o una manta. En lo más recio del invierno, no hay suficiente para comer. La mayoría de las veces, antes que existieran las tiendas de comestibles, era o carne de oso o morirse de hambre.
El pecho de Astrid se apretó ante sus palabras. Ella suponía que no había sido fácil para él sobrevivir, pero lo que describía le hacía querer extenderse hacia él y abrazarlo fuertemente.
—¿Cómo los matabas?
—Con mis garras de plata.
Ella estaba consternada.
—¿Matabas a los osos con una garra? Por favor dime que hay formas más fáciles para hacer eso. ¿Una lanza, un arco y flecha, una pistola?
—Fue mucho antes de las armas, y además, no habría sido justo para el oso. Él no me podía atacar desde lejos. Yo calculaba que él tenía garras y yo también. El ganador se llevaba todo.
Ella sacudió la cabeza de incredulidad.
Tenía que darle crédito, al menos James era deportivo acerca de eso.
—¿No te lastimabas?
Él se encogió de hombros despreocupadamente, luego arrojó otra bola. —Mejor que morir de hambre. Además, estoy acostumbrado a ser tajeado — la miró traviesamente. —¿Quieres un gorro de piel de oso, Princesa? Tengo realmente una colección.
Ella no encontró humor en su pregunta.
Su garganta estaba apretada, Astrid quería llorar por lo que le estaba diciendo. Las imágenes traspasaron su mente... de él a solas, herido, arrastrando a un oso a través de la nieve ártica, que lo sobrepasaba en peso, al menos diez veces, a fin de poder comer.
Y llevar al oso a casa era solo el comienzo. Él tenía que cuerearlo y carnearlo antes que los otros animales olieran su presa o su sangre.
Luego cocinarlo.
Nadie que lo pudiera ayudar y ninguna otra elección, excepto hacerlo o morir de hambre.
Se preguntaba cuántos días había pasada sin nada de comida...
—¿Qué hay acerca de la comida en el verano, cuándo tienes veintidós horas o más de luz de día? Digo, no podías conservar la carne por tanto tiempo y no te daba bastante tiempo para plantar o cosechar cualquier cosa. ¿Qué hacías entonces?
—Me moría de hambre, Princesa, y rezaba por el invierno.
Las lágrimas fluyeron en sus ojos.
—Lo siento tanto, James.
Él torció la mandíbula. Se rehusaba a mirarla.
—No lo sientas, no es tu culpa. Además, el hambre no era tan malo como la sed. Agradezco a los dioses por el agua embotellada. Antes de eso había algunos días en los cuales no podía llegar al pozo, si bien estaba bastante cerca de mi puerta.
Él trató de alcanzar otra pelota.
Astrid colocó su mano en la de él para detenerle.
Se giró para enfrentarla, sus labios ligeramente separados. Ella lo jaló a sus brazos y lo besó, queriendo darle algún consuelo, algún grado de paz.
James la aplastó contra él. Ella abrió su boca para saborearlo completamente y dejar que su fuerza la inundara.
Él se echó hacia atrás con un gemido.
—¿Por qué estas acá?
—Estoy aquí por ti, Príncipe Encantado.
—No te creo. ¿Por qué estas realmente aquí? ¿Qué quieres de mí?
Ella suspiró.
—Eres asombrosamente desconfiado.
—No, soy realista y los sueños como éste no me ocurren.
Ella arqueó una ceja.
—¿Nunca?
—No en los últimos dos mil años, de todas formas.
Ella alisó la línea en su frente con la punta del dedo y le sonrió.
—Bien, las cosas están cambiando.
James irguió la cabeza ante eso, no creyéndolo ni por un minuto.
Algunas cosas nunca cambian.
Nunca.
—Vives, James –dijo ella, acentuando las palabras, haciendo un intento por hacerlo entender. —Tan solo por eso, mereces un poco de felicidad.
La duda en sus ojos la aguijoneó.
Decidida a alcanzarlo, ella "conjuró" para sí misma un par de pantalones cortos blancos y un top azul, luego lo vistió a él con un par de pantalones vaqueros negros y una camisa playera.
Lo condujo hacia el gentío del "sueño".
James guardó silencio mientras caminaban hacia las escaleras que conducían a la anticuada pasarela. Se tensó visiblemente mientras las personas lo pasaban demasiado cerca, casi rozándolo. Ella tuvo la clara impresión que estaba a un paso de pronunciar un cruel comentario.
—Está bien, James.
Él desdeñó con sarcasmo a un hombre que se aproximó demasiado.
—No me gusta que nadie me toque.
Pero no dijo nada acerca del hecho que ella tenía su brazo enganchado con el de él.
Eso la hizo derretirse.
Sonriendo, lo llevó a un pequeño puesto donde una señora vendía salchichas y algodón de azúcar. Ella compró la bolsa más grande y extrajo un puñado del ligero y esponjoso azúcar rosado, luego se lo ofreció a él.
—Aquí va. Un mordisco y sabrás cuál es el sabor de la ambrosía.
James trató de tomarlo, pero ella alejó su mano.
—Quiero dártelo yo.
La furia restalló en sus ojos. —No soy un animal para comer de tu mano.
La cara de ella se ensombreció ante sus palabras y su buen humor se apagó instantáneamente.
—No, James. No eres un animal. Eres mi amante y yo quiero cuidar de ti. James se congeló ante sus palabras mientras clavaba los ojos en su cara, preciosa y sincera.
¿Cuidar de él?
Una parte de él gruñó ante la idea, pero otro parte, la parte extraña de sí, se despertó de un sacudón ante sus palabras.
Era una parte hambrienta de él.
Una parte anhelosa. Necesitada.
Una parte que él había sellado y abandonado hacía tanto tiempo que vagamente la recordaba.
Apártate.
No lo hizo.
En lugar de eso, se forzó a agacharse y abrir sus labios.
Ella sonrió de una forma que lo quemó del incluso mientras el extraño dulce se desintegraba dentro de su boca.
Ella colocó su mano en contra de su mejilla.
—Ves, no duele.
No, no lo hacía. Se sentía caliente y maravilloso. Incluso alegre.
Pero era un sueño.
Él se despertaría dentro de poco y estaría frío otra vez.
Solo.
La Astrid real no le ofrecería algodón de azúcar y no lo abrazaría en el oleaje.
Lo miraría con miedo y sospecha en su preciosa cara. Estaría protegida por un lobo blanco que lo odiaba tanto como él se odiaba a sí mismo.
La Astrid real nunca se tomaría el tiempo para domesticarlo.
No es que tuviese importancia. Tenía una sentencia de muerte sobre él. No tenía tiempo para la Astrid real.
No tenía tiempo para nada más que la supervivencia básica. Era por eso que este sueño significaba tanto para él.
Por una vez en la vida, había tenido un buen día. Sólo esperaba que cuando se despertase, lo pudiera recordar.
Astrid lo guió por la arcada, jugando en los juegos y comiendo comida chatarra de la que James le dijo que sólo había leído su existencia, en la Web. Si bien él nunca sonrió, era como un niño en su curiosidad.
—Prueba esto –dijo ella, dándole una manzana acaramelada.
Astrid rápidamente supo que comer manzanas acarameladas con colmillos no era una cosa muy fácil de hacer.
Cuando él logro darle una mordida, ella lo miró impacientemente. —¿Bien?
Él lo tragó antes de contestar.
—Esta bien, pero no pienso que esté dispuesto a repetir la experiencia. No es lo bastante bueno como para compensar todo el trabajo para obtenerlo.
Ella se rió mientras él lanzaba la manzana en un gran cubo blanco de basura. Lo metió a la galería a fin de enseñarle a jugar Skee—Ball, uno de sus juegos favoritos. Él era asombrosamente hábil en eso.
—¿Dónde aprendiste a tirar así?
—Vivo en Alaska, Princesa, territorio de hielo y nieve. No hay mucha diferencia entre esto y lanzar una bola de nieve.
Ella se sorprendió de eso. Tuvo una imagen divertida de él jugando en la nieve, la cual era totalmente ajena a su forma de ser.
—¿Con quién te tirabas bolas de nieve?
Él rodó otra bola por la rampa y dio en el círculo central.
—Con nadie. Solía lanzarlas a los osos a fin de que se enfurecieran y se acercaran lo suficiente para que yo los matara.
—¿Matabas a los osos pequeños?
Él le dirigió una mirada risueña.
—Ellos no eran pequeños, Princesa, lo juro. Y a diferencia de los conejos, se puede hacer más de una comida con ellos y no necesitas a muchos para hacer un abrigo de piel o una manta. En lo más recio del invierno, no hay suficiente para comer. La mayoría de las veces, antes que existieran las tiendas de comestibles, era o carne de oso o morirse de hambre.
El pecho de Astrid se apretó ante sus palabras. Ella suponía que no había sido fácil para él sobrevivir, pero lo que describía le hacía querer extenderse hacia él y abrazarlo fuertemente.
—¿Cómo los matabas?
—Con mis garras de plata.
Ella estaba consternada.
—¿Matabas a los osos con una garra? Por favor dime que hay formas más fáciles para hacer eso. ¿Una lanza, un arco y flecha, una pistola?
—Fue mucho antes de las armas, y además, no habría sido justo para el oso. Él no me podía atacar desde lejos. Yo calculaba que él tenía garras y yo también. El ganador se llevaba todo.
Ella sacudió la cabeza de incredulidad.
Tenía que darle crédito, al menos James era deportivo acerca de eso.
—¿No te lastimabas?
Él se encogió de hombros despreocupadamente, luego arrojó otra bola. —Mejor que morir de hambre. Además, estoy acostumbrado a ser tajeado — la miró traviesamente. —¿Quieres un gorro de piel de oso, Princesa? Tengo realmente una colección.
Ella no encontró humor en su pregunta.
Su garganta estaba apretada, Astrid quería llorar por lo que le estaba diciendo. Las imágenes traspasaron su mente... de él a solas, herido, arrastrando a un oso a través de la nieve ártica, que lo sobrepasaba en peso, al menos diez veces, a fin de poder comer.
Y llevar al oso a casa era solo el comienzo. Él tenía que cuerearlo y carnearlo antes que los otros animales olieran su presa o su sangre.
Luego cocinarlo.
Nadie que lo pudiera ayudar y ninguna otra elección, excepto hacerlo o morir de hambre.
Se preguntaba cuántos días había pasada sin nada de comida...
—¿Qué hay acerca de la comida en el verano, cuándo tienes veintidós horas o más de luz de día? Digo, no podías conservar la carne por tanto tiempo y no te daba bastante tiempo para plantar o cosechar cualquier cosa. ¿Qué hacías entonces?
—Me moría de hambre, Princesa, y rezaba por el invierno.
Las lágrimas fluyeron en sus ojos.
—Lo siento tanto, James.
Él torció la mandíbula. Se rehusaba a mirarla.
—No lo sientas, no es tu culpa. Además, el hambre no era tan malo como la sed. Agradezco a los dioses por el agua embotellada. Antes de eso había algunos días en los cuales no podía llegar al pozo, si bien estaba bastante cerca de mi puerta.
Él trató de alcanzar otra pelota.
Astrid colocó su mano en la de él para detenerle.
Se giró para enfrentarla, sus labios ligeramente separados. Ella lo jaló a sus brazos y lo besó, queriendo darle algún consuelo, algún grado de paz.
James la aplastó contra él. Ella abrió su boca para saborearlo completamente y dejar que su fuerza la inundara.
Él se echó hacia atrás con un gemido.
—¿Por qué estas acá?
—Estoy aquí por ti, Príncipe Encantado.
—No te creo. ¿Por qué estas realmente aquí? ¿Qué quieres de mí?
Ella suspiró.
—Eres asombrosamente desconfiado.
—No, soy realista y los sueños como éste no me ocurren.
Ella arqueó una ceja.
—¿Nunca?
—No en los últimos dos mil años, de todas formas.
Ella alisó la línea en su frente con la punta del dedo y le sonrió.
—Bien, las cosas están cambiando.
James irguió la cabeza ante eso, no creyéndolo ni por un minuto.
Algunas cosas nunca cambian.
Nunca.
issadanger
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
ahy síguela pobre james debio sufrir mucho besos
tortugitastyles
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
MALDITOOO THANATOOOSSS!!!!... AAARRGGG!!!!! ... AAAIII JAMES!!!... ASTRID CURALOOO!!!... QUE ES UN DULCE DE LECHE!!!... PERO EL NO SE LOO CREEEE!!!... PON MAS CAAAPIISSS
chelis
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