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Bailando con el Diablo - James y Astrid
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
sufrio!!!!!.... casi igual que Ash!!!!!.... su sufrimiento parecido!!!!!!!!.... Llloreee enserio llore por el!!!!!.... Espero que pongas otrooo
chelis
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
fueron unos malditos con james :c yo que el los mato.. ya esta muertos sdfghjkñ JAmes yo te adoro :c Siguelaaaaaaaaaaaaaaaaa
Feer :)x.
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
Capítulo 7
James se despertó poco después del mediodía. Él muy raras veces dormía durante el día. Era más como una siesta. En el verano hacía demasiado calor en su cabaña para dormir cómodamente y en el invierno hacía demasiado frío.
Pero en su mayor parte era porque sus sueños nunca lo dejaban dormir mucho tiempo. El pasado lo perseguía en demasía como para tener paz, y mientras estaba inconsciente, no podía mantener esos recuerdos alejados.
Pero mientras abría los ojos y oía el viento rugiendo afuera, recordó dónde estaba.
La cabaña de Astrid.
Había corrido las cortinas la noche anterior así que no podía saber si todavía estaba nevando afuera o no. No es que tuviese importancia. Durante la luz del día, estaba atrapado aquí.
Atrapado con Ella.
Salió de la cama y caminó por el vestíbulo, hacia la cocina. Cómo deseaba estar en su casa. Realmente necesitaba una bebida sustanciosa. No era que el vodka realmente espantara los sueños que consumían su mente. Pero la quemazón que producía lo distraía un poco.
—¿James?
Giró ante la voz suave, que descendió por él como una caricia sedosa. Su cuerpo reaccionó instantáneamente a eso.
Todo lo que tenía que hacer era pensar en su nombre y eso lo hacía poner duro, como una piedra, de necesidad.
—¿Qué? —no supo por qué le contestó cuando normalmente no lo habría hecho.
—¿Estás bien?
Él bufó ante eso. Nunca en su vida lo había estado. —¿Tienes algo para beber en este lugar?
—Tengo jugo y té.
—Licor, Princesa. ¿Tienes cualquier cosa en este lugar que muerda un poco?
—Sólo Sasha y tú, por supuesto.
James recorrió con la mirada los cortes crueles en su brazo donde su mascota lo había atacado. Si él fuera cualquier otro Cazador Oscuro esas heridas ya no estarían. Pero con suerte sólo estarían ahí por unos pocos días más.
Así como el agujero en su espalda.
Suspirando, alcanzó la heladera y sacó el jugo de naranja. Abrió la parte superior y casi tenía el envase en sus labios cuando recordó que no era suyo y éste no era su lugar.
Su lado cruel le dijo que continuara y bebiera, ella nunca lo sabría, pero no escuchó esa voz.
Fue al aparador y sacó un vaso, luego lo llenó.
Astrid sólo podía oír débiles signos que le decían que James todavía estaba en la cocina. Estaba tan quieto que tuvo que esforzarse para estar segura.
Caminando hacia delante, ella se dirigió hacia el fregadero. —¿Tienes hambre?
Fuera de costumbre, extendió sus manos y rozó una cadera caliente y desnuda.
Era suave, invitadora.
Llena de vida.
Atontada por la inesperada sensación de su mano sobre su carne
desnuda, bajó la mano por su pierna antes de percatarse que James no llevaba ropas puestas.
El hombre estaba completamente desnudo en su cocina.
Su corazón martillaba.
Él se alejó de ella. —No me toques.
Ella tembló ante la cólera en su voz. —¿Dónde están tus ropas? —No duermo con jeans.
Su mano ardió ante recuerdo de su piel bajo ella. —Bien, deberías ponértelos antes de venir aquí.
—¿Por qué? Estas ciega. No es como si me pudieras ver.
Verdad, pero si Sasha estuviera despierto, habría tenido un ataque por esto.
—No necesito que me recuerdes mis defectos, Príncipe Encantado. Créeme, soy muy consciente del hecho que no puedo verte.
—Bien, entonces, cuentas tus bendiciones.
—¿Por qué?
—Porque no vale la pena mirarme.
Su mandíbula se aflojó ante la sinceridad que oyó en su voz. El hombre
que ella había visto a través de los ojos de Sasha bien valía la pena de ser mirado. Él era bellísimo.
Tan bien parecido como ningún otro hombre que alguna vez hubiera visto.
Luego recordó su sueño. En la forma que las otras personas lo habían mirado.
En su mente, él todavía era el desgraciado herido que otras personas habían golpeado y habían maldecido.
Y eso la hacía querer llorar por él.
—En cierta forma lo dudo —su murmullo logró pasar el nudo que tenía en la garganta.
—No lo dudes.
Lo escuchó caminar coléricamente delante de ella, por el vestíbulo. Cerró de un golpe la puerta.
Astrid se quedó parada en la cocina, debatiendo qué hacer.
Él estaba tan perdido.
Ella entendía eso ahora.
No, ella se corrigió a sí misma. Realmente no lo entendía para nada.
¿Cómo podría?
Nadie nunca se había atrevido a tratarla de la forma en que lo habían
tratado a él. Su madre y sus hermanas habrían matado a cualquiera que se atreviera a mirarla por debajo de la nariz. Siempre la habían protegido del mundo, aún mientras ella luchaba para escaparse de ellos.
James nunca había conocido un contacto cariñoso. Nunca conocido el calor de una familia.
Siempre había estado solo en una forma que ella ni siquiera podía comenzar a entender.
Abrumada por las nuevas emociones que sentía, no estaba segura de lo que debía hacer. Pero quería ayudarlo.
Ella caminó por el vestíbulo sólo para descubrir que había cerrado la puerta. —¿James?
Él se rehusó a contestarle otra vez.
Suspirando, presionó su cabeza contra la puerta y se preguntó si habría alguna forma con la que ella pudiera alcanzarlo alguna vez.
Alguna forma de salvar a un hombre que no quería ser salvado.
Thanatos estaba furioso con la orden de Artemisa.
—Retírate, mi trasero —no tenía intención de retirarse. Por novecientos años había esperado esta directiva.
Esperando la oportunidad para igualar los tantos con James de Moesia.
Nadie, y más especialmente no Artemisa, se interpondría en su camino ahora.
Tendría a James o moriría haciendo el intento.
Thanatos sonrió por eso. Artemisa no tenía tanto poder como ella pensaba. Al fin, sería su voluntad la que ganaría el día.
No la de ella.
Ella no era nada para él. Nada menos que un medio para conseguir un fin que él reclamaba.
La venganza finalmente sería suya.
Thanatos golpeó a la puerta de la remota cabaña. Al otro lado de la puerta, pudo oír voces bajas llenas de pánico. Apolitas, apresurándose a esconder a sus mujeres y sus niños.
Apolitas que vivían con el miedo de cualquiera que viniera buscándolos.
—Soy la luz de la lira —dijo Thanatos, diciendo palabras que solo los Apolitas o Daimon conocerían. Palabras que eran usadas cuando un Daimon o Apolita buscaba a otro de los suyos para refugiarse. La frase era una referencia a su parentesco con Apolo, el dios del sol, quien los había maldecido y abandonado.
—¿Cómo es que puedes caminar bajo la luz del día? —era la voz de una mujer. Una llena de miedo.
—Soy el Dayslayer. Abre la puerta.
—¿Cómo sabemos eso? —esta vez fue un hombre el que habló. Thanatos gruñó por lo bajo.
¿Por qué quería ayudar a estas personas?
Eran despreciables.
Pero claro, él lo sabía. Una vez, hacía mucho, había sido uno de ellos.
También había estado escondiéndose, asustado de los Escuderos y los Cazadores Oscuros. Asustado de la lastimosa humanidad que venía por ellos a la luz del día...
Cómo los odiaba a todos ellos.
—Voy a abrir esta puerta —les advirtió Thanatos. —La única razón por la que golpeé era a fin de que ustedes la destrabaran y se salieran del camino de la luz del día antes de que entrase. Ahora destrábenla o la patearé hasta tirarla.
James se despertó poco después del mediodía. Él muy raras veces dormía durante el día. Era más como una siesta. En el verano hacía demasiado calor en su cabaña para dormir cómodamente y en el invierno hacía demasiado frío.
Pero en su mayor parte era porque sus sueños nunca lo dejaban dormir mucho tiempo. El pasado lo perseguía en demasía como para tener paz, y mientras estaba inconsciente, no podía mantener esos recuerdos alejados.
Pero mientras abría los ojos y oía el viento rugiendo afuera, recordó dónde estaba.
La cabaña de Astrid.
Había corrido las cortinas la noche anterior así que no podía saber si todavía estaba nevando afuera o no. No es que tuviese importancia. Durante la luz del día, estaba atrapado aquí.
Atrapado con Ella.
Salió de la cama y caminó por el vestíbulo, hacia la cocina. Cómo deseaba estar en su casa. Realmente necesitaba una bebida sustanciosa. No era que el vodka realmente espantara los sueños que consumían su mente. Pero la quemazón que producía lo distraía un poco.
—¿James?
Giró ante la voz suave, que descendió por él como una caricia sedosa. Su cuerpo reaccionó instantáneamente a eso.
Todo lo que tenía que hacer era pensar en su nombre y eso lo hacía poner duro, como una piedra, de necesidad.
—¿Qué? —no supo por qué le contestó cuando normalmente no lo habría hecho.
—¿Estás bien?
Él bufó ante eso. Nunca en su vida lo había estado. —¿Tienes algo para beber en este lugar?
—Tengo jugo y té.
—Licor, Princesa. ¿Tienes cualquier cosa en este lugar que muerda un poco?
—Sólo Sasha y tú, por supuesto.
James recorrió con la mirada los cortes crueles en su brazo donde su mascota lo había atacado. Si él fuera cualquier otro Cazador Oscuro esas heridas ya no estarían. Pero con suerte sólo estarían ahí por unos pocos días más.
Así como el agujero en su espalda.
Suspirando, alcanzó la heladera y sacó el jugo de naranja. Abrió la parte superior y casi tenía el envase en sus labios cuando recordó que no era suyo y éste no era su lugar.
Su lado cruel le dijo que continuara y bebiera, ella nunca lo sabría, pero no escuchó esa voz.
Fue al aparador y sacó un vaso, luego lo llenó.
Astrid sólo podía oír débiles signos que le decían que James todavía estaba en la cocina. Estaba tan quieto que tuvo que esforzarse para estar segura.
Caminando hacia delante, ella se dirigió hacia el fregadero. —¿Tienes hambre?
Fuera de costumbre, extendió sus manos y rozó una cadera caliente y desnuda.
Era suave, invitadora.
Llena de vida.
Atontada por la inesperada sensación de su mano sobre su carne
desnuda, bajó la mano por su pierna antes de percatarse que James no llevaba ropas puestas.
El hombre estaba completamente desnudo en su cocina.
Su corazón martillaba.
Él se alejó de ella. —No me toques.
Ella tembló ante la cólera en su voz. —¿Dónde están tus ropas? —No duermo con jeans.
Su mano ardió ante recuerdo de su piel bajo ella. —Bien, deberías ponértelos antes de venir aquí.
—¿Por qué? Estas ciega. No es como si me pudieras ver.
Verdad, pero si Sasha estuviera despierto, habría tenido un ataque por esto.
—No necesito que me recuerdes mis defectos, Príncipe Encantado. Créeme, soy muy consciente del hecho que no puedo verte.
—Bien, entonces, cuentas tus bendiciones.
—¿Por qué?
—Porque no vale la pena mirarme.
Su mandíbula se aflojó ante la sinceridad que oyó en su voz. El hombre
que ella había visto a través de los ojos de Sasha bien valía la pena de ser mirado. Él era bellísimo.
Tan bien parecido como ningún otro hombre que alguna vez hubiera visto.
Luego recordó su sueño. En la forma que las otras personas lo habían mirado.
En su mente, él todavía era el desgraciado herido que otras personas habían golpeado y habían maldecido.
Y eso la hacía querer llorar por él.
—En cierta forma lo dudo —su murmullo logró pasar el nudo que tenía en la garganta.
—No lo dudes.
Lo escuchó caminar coléricamente delante de ella, por el vestíbulo. Cerró de un golpe la puerta.
Astrid se quedó parada en la cocina, debatiendo qué hacer.
Él estaba tan perdido.
Ella entendía eso ahora.
No, ella se corrigió a sí misma. Realmente no lo entendía para nada.
¿Cómo podría?
Nadie nunca se había atrevido a tratarla de la forma en que lo habían
tratado a él. Su madre y sus hermanas habrían matado a cualquiera que se atreviera a mirarla por debajo de la nariz. Siempre la habían protegido del mundo, aún mientras ella luchaba para escaparse de ellos.
James nunca había conocido un contacto cariñoso. Nunca conocido el calor de una familia.
Siempre había estado solo en una forma que ella ni siquiera podía comenzar a entender.
Abrumada por las nuevas emociones que sentía, no estaba segura de lo que debía hacer. Pero quería ayudarlo.
Ella caminó por el vestíbulo sólo para descubrir que había cerrado la puerta. —¿James?
Él se rehusó a contestarle otra vez.
Suspirando, presionó su cabeza contra la puerta y se preguntó si habría alguna forma con la que ella pudiera alcanzarlo alguna vez.
Alguna forma de salvar a un hombre que no quería ser salvado.
Thanatos estaba furioso con la orden de Artemisa.
—Retírate, mi trasero —no tenía intención de retirarse. Por novecientos años había esperado esta directiva.
Esperando la oportunidad para igualar los tantos con James de Moesia.
Nadie, y más especialmente no Artemisa, se interpondría en su camino ahora.
Tendría a James o moriría haciendo el intento.
Thanatos sonrió por eso. Artemisa no tenía tanto poder como ella pensaba. Al fin, sería su voluntad la que ganaría el día.
No la de ella.
Ella no era nada para él. Nada menos que un medio para conseguir un fin que él reclamaba.
La venganza finalmente sería suya.
Thanatos golpeó a la puerta de la remota cabaña. Al otro lado de la puerta, pudo oír voces bajas llenas de pánico. Apolitas, apresurándose a esconder a sus mujeres y sus niños.
Apolitas que vivían con el miedo de cualquiera que viniera buscándolos.
—Soy la luz de la lira —dijo Thanatos, diciendo palabras que solo los Apolitas o Daimon conocerían. Palabras que eran usadas cuando un Daimon o Apolita buscaba a otro de los suyos para refugiarse. La frase era una referencia a su parentesco con Apolo, el dios del sol, quien los había maldecido y abandonado.
—¿Cómo es que puedes caminar bajo la luz del día? —era la voz de una mujer. Una llena de miedo.
—Soy el Dayslayer. Abre la puerta.
—¿Cómo sabemos eso? —esta vez fue un hombre el que habló. Thanatos gruñó por lo bajo.
¿Por qué quería ayudar a estas personas?
Eran despreciables.
Pero claro, él lo sabía. Una vez, hacía mucho, había sido uno de ellos.
También había estado escondiéndose, asustado de los Escuderos y los Cazadores Oscuros. Asustado de la lastimosa humanidad que venía por ellos a la luz del día...
Cómo los odiaba a todos ellos.
—Voy a abrir esta puerta —les advirtió Thanatos. —La única razón por la que golpeé era a fin de que ustedes la destrabaran y se salieran del camino de la luz del día antes de que entrase. Ahora destrábenla o la patearé hasta tirarla.
issadanger
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
Capítulo 7 Parte 2
Oyó el chasquido del cerrojo.
Haciendo una respiración profunda, tranquilizadora, empujó la puerta lentamente.
Tan pronto como entró y cerró la puerta, una pala llegó a su cabeza.
Thanatos la agarró y la sacudió con fuerza, arrancando a una mujer de las sombras.
—¡No dejaré que lastime a mis niños!
Él tomó la pala y la miró con resentimiento. —Confía en mí, si quisiera lastimarlos, no me podrías detener. Nadie podría. Pero no estoy aquí para eso. Estoy aquí para matar al Cazador Oscuro que cazó a tus parientes.
El alivio inundó su bella cara mientras lo miraba como si él fuese un ángel.
—Entonces realmente es el Dayslayer —la voz era masculina.
Thanatos volteó su cabeza para ver un Daimon masculino dejando las sombras. El Daimon no aparentaba ser mayor de veinte años. Como todos los de su raza, el Daimon era un modelo de excelencia en perfección física. Bello en su juventud y su compostura física, su largo cabello rubio estaba trenzado a su espalda. Su mejilla derecha estaba marcada con tres lágrimas rojas como la sangre que habían sido tatuadas allí.
Thanatos supo cual era su raza instantáneamente.
El Daimon era uno de los raros guerreros Spathi que Thanatos había venido buscando.
—¿Son lágrimas por sus niños?
El Daimon hizo una brusca inclinación de cabeza. —Cada uno fue muerto por un Dark Hunter. Y yo a mi vez maté al Hunter.
Thanatos sintió dolor por el hombre. Los Apolitas no tenían una oportunidad real y aun así eran castigados porque ellos escogían la vida sobre la muerte. Se preguntó lo que la humanidad y los Cazadores Oscuros harían si les dijeran que tenían una de dos elecciones: morir dolorosamente en medio de su joven vida, o tomar almas humanas y vivir.
Como un mero Apolita, Thanatos había estado preparado para morir. Como su esposa...
James le había quitado incluso esa opción a su familia.
Demente, él había venido a su pueblo, arrasando a todos los que
estaban allí. El hombre apenas había podido esconder a la mujer y a los niños antes de que James los hubiera destruido a todos ellos.
Nadie que se hubiese cruzado en el camino de James había permanecido vivo.
Nadie.
James había matado a Apolitas y Daimons indiscriminadamente. Y por ese delito su único castigo había sido el exilio.
¡Desterrado!
La furia se extendió en él. Cómo demonios James continuó viviendo con comodidad durante todos estos siglos mientras el recuerdo de esa noche supuraría eternamente en el corazón de Thanatos.
Pero se forzó a dejar ese odio a un lado. No era el momento de dejar que su cólera lo dirigiese. Era el momento de ser tan frío y calculador como su enemigo.
—¿Qué edad tienes, Daimon? —preguntó Thanatos al Spathi. —Noventa y cuatro.
Thanatos arqueó una ceja. —Lo has hecho bien.
—Sí, lo he hecho. Me cansé de ocultarme.
Él conocía el sentimiento. No había nada peor que verse forzado a vivir
en la oscuridad. Vivir la vida confinado.
—No tengas miedo. Ningún Cazador Oscuro irá tras de ti. Estoy aquí
para asegurarme de eso.
El hombre sonrió. —Pensamos que eras un mito.
—Todos los buenos mitos tienen sus raíces en la realidad y la verdad.
¿No te enseñó tu madre eso?
Los ojos del Spathi se pusieron oscuros, embrujados. —Tenía solo tres
años cuando ella cumplió veintisiete. No tuvo tiempo de enseñarme nada de nada.
Thanatos colocó una mano reconfortante sobre el hombro del hombre.
—Retomaremos este planeta, hermano. Pierde cuidado, nuestro día ha llegado otra vez. Convocaré a los demás de tu especie y uniremos a nuestros ejércitos. La humanidad no tendrá a nadie que los pueda proteger.
—¿Qué hay de los Cazadores Oscuros? —preguntó la mujer.
Thanatos sonrió. —Están circunscriptos a la noche. Yo no lo estoy. Los puedo asechar cuando quiera —se rió. —Soy inmune a sus heridas. Soy La Muerte para todos ellos y ahora estoy en casa otra vez, con mi gente. Juntos, regiremos esta tierra y todo lo que habita en ella.
James se despertó con el olor del paraíso. Habría pensado que estaba soñando, pero sus sueños nunca eran tan agradables.
Quedándose en la cama, tuvo miedo de moverse. Asustado de que el aroma delicioso resultara ser una invención de su imaginación.
Su estómago rugió.
Él oyó el ladrido del lobo.
—Silencio, Sasha. Despertarás a nuestro invitado.
James abrió sus ojos. Invitado. Nunca nadie más que Astrid lo había
llamado así.
Sus pensamientos se dirigieron a la semana que había pasado en Nueva
Orleáns.
—¿Estoy quedándome contigo y Nick o con Jerry?
—Pensamos que era mejor que tuvieras tu propio lugar.
Las palabras de Acheron habían pateado algo dentro de él que no sabía
que todavía tenía.
Nunca nadie lo había querido cerca.
Él pensó que había aprendido a que no le importara.
Y aún así las palabras simples de Astrid tocaron la misma parte extraña
que Acheron había tocado.
Saliendo de la cama, se vistió y fue a buscarla.
James se paró en la entrada, observando como hacía panqueques en el
horno a microondas. Ella era asombrosamente autosuficiente a pesar de su ceguera.
El lobo lo miró y gruñó.
Astrid levantó la cabeza como tratando de ver si podía oírlo. —¿James? ¿Estás en la habitación?
—En la puerta —. No supo por qué le respondió. No sabía por qué él estaba todavía aquí.
Concedido, la tormenta era todavía feroz, pero había viajado a través de muchas tormentas durante los siglos cuando había vivido aquí sin las comodidades modernas. Hubo una época, no hacía mucho tiempo, que él había tenido que buscar comida en lo más recio del invierno. Derretir nieve a fin de tener algo que beber.
—He hecho panqueques. No sé si a ti te gustan, pero tengo jarabe de arce y arándanos o fresas frescas si lo prefieres.
Él fue a la mesada y alcanzó un plato.
—Siéntate, te lo traeré.
—No, Princesa –dijo él agudamente. Habiendo sido forzado a servir a
otros, se rehusaba a tener a alguien sirviéndolo a él. —Puedo arreglarme solo.
Ella levantó las manos en señal de rendición. —Muy Bien, Príncipe Encantado. Si hay algo que respeto, son aquellos que pueden cuidarse solos.
—¿Por qué sigues llamándome así? ¿Estás burlándote de mí?
Ella se encogió de hombros. –Tu me llamas ―Princesa, yo te llamo ―Príncipe Encantado. Imagino que es justo.
Concediéndole una mayor cantidad de respeto, alcanzó el tocino que había en un platito sobre la cocina. —¿Cómo fríes esto cuando no puedes ver?
—Horno de microondas. Sólo marco el tiempo para fritos.
El lobo se acercó y comenzó a oler su pierna. Lo contempló como si estuviera ofendido y comenzó a ladrarle.
—Cállate, Benji — gruñó. —No quiero escuchar sobre mi higiene de alguien que lame sus propias pelotas.
—¡James! —Astrid se quedó boquiabierta. —No puedo creer hayas dicho eso.
Él apretó sus dientes. Bien, ya no hablaría más. El silencio era lo más conveniente de cualquier manera.
El lobo lloriqueó y ladró.
—Shh —lo serenó ella. —Si él no quiere tomar un baño, entonces no es asunto nuestro.
Su apetito se había ido, James colocó su plato en la mesa y regresó a su cuarto donde no los podría ofender más.
Astrid anduvo a tientas hacia la mesa, esperando encontrar a James allí. Todo lo que encontró fue su plato con comida sin tocar.
—¿Que sucedió? —preguntó a Sasha.
— Si él tuviese sentimientos, entonces diría que lo heriste. Como no los tiene, él se regresó al cuarto para encontrar un arma y así poder matarnos.
—¡Sasha! Dime qué sucedió ahora mismo. —Ok, bajó el plato y salió.
—¿Cómo parecía estar?
—Nada. No exteriorizó ningún tipo de emoción. Eso no la ayudó para nada.
Ella fue tras de James.
—Vete –gruñó él después que ella golpeara la puerta y la empujara para abrirla.
Oyó el chasquido del cerrojo.
Haciendo una respiración profunda, tranquilizadora, empujó la puerta lentamente.
Tan pronto como entró y cerró la puerta, una pala llegó a su cabeza.
Thanatos la agarró y la sacudió con fuerza, arrancando a una mujer de las sombras.
—¡No dejaré que lastime a mis niños!
Él tomó la pala y la miró con resentimiento. —Confía en mí, si quisiera lastimarlos, no me podrías detener. Nadie podría. Pero no estoy aquí para eso. Estoy aquí para matar al Cazador Oscuro que cazó a tus parientes.
El alivio inundó su bella cara mientras lo miraba como si él fuese un ángel.
—Entonces realmente es el Dayslayer —la voz era masculina.
Thanatos volteó su cabeza para ver un Daimon masculino dejando las sombras. El Daimon no aparentaba ser mayor de veinte años. Como todos los de su raza, el Daimon era un modelo de excelencia en perfección física. Bello en su juventud y su compostura física, su largo cabello rubio estaba trenzado a su espalda. Su mejilla derecha estaba marcada con tres lágrimas rojas como la sangre que habían sido tatuadas allí.
Thanatos supo cual era su raza instantáneamente.
El Daimon era uno de los raros guerreros Spathi que Thanatos había venido buscando.
—¿Son lágrimas por sus niños?
El Daimon hizo una brusca inclinación de cabeza. —Cada uno fue muerto por un Dark Hunter. Y yo a mi vez maté al Hunter.
Thanatos sintió dolor por el hombre. Los Apolitas no tenían una oportunidad real y aun así eran castigados porque ellos escogían la vida sobre la muerte. Se preguntó lo que la humanidad y los Cazadores Oscuros harían si les dijeran que tenían una de dos elecciones: morir dolorosamente en medio de su joven vida, o tomar almas humanas y vivir.
Como un mero Apolita, Thanatos había estado preparado para morir. Como su esposa...
James le había quitado incluso esa opción a su familia.
Demente, él había venido a su pueblo, arrasando a todos los que
estaban allí. El hombre apenas había podido esconder a la mujer y a los niños antes de que James los hubiera destruido a todos ellos.
Nadie que se hubiese cruzado en el camino de James había permanecido vivo.
Nadie.
James había matado a Apolitas y Daimons indiscriminadamente. Y por ese delito su único castigo había sido el exilio.
¡Desterrado!
La furia se extendió en él. Cómo demonios James continuó viviendo con comodidad durante todos estos siglos mientras el recuerdo de esa noche supuraría eternamente en el corazón de Thanatos.
Pero se forzó a dejar ese odio a un lado. No era el momento de dejar que su cólera lo dirigiese. Era el momento de ser tan frío y calculador como su enemigo.
—¿Qué edad tienes, Daimon? —preguntó Thanatos al Spathi. —Noventa y cuatro.
Thanatos arqueó una ceja. —Lo has hecho bien.
—Sí, lo he hecho. Me cansé de ocultarme.
Él conocía el sentimiento. No había nada peor que verse forzado a vivir
en la oscuridad. Vivir la vida confinado.
—No tengas miedo. Ningún Cazador Oscuro irá tras de ti. Estoy aquí
para asegurarme de eso.
El hombre sonrió. —Pensamos que eras un mito.
—Todos los buenos mitos tienen sus raíces en la realidad y la verdad.
¿No te enseñó tu madre eso?
Los ojos del Spathi se pusieron oscuros, embrujados. —Tenía solo tres
años cuando ella cumplió veintisiete. No tuvo tiempo de enseñarme nada de nada.
Thanatos colocó una mano reconfortante sobre el hombro del hombre.
—Retomaremos este planeta, hermano. Pierde cuidado, nuestro día ha llegado otra vez. Convocaré a los demás de tu especie y uniremos a nuestros ejércitos. La humanidad no tendrá a nadie que los pueda proteger.
—¿Qué hay de los Cazadores Oscuros? —preguntó la mujer.
Thanatos sonrió. —Están circunscriptos a la noche. Yo no lo estoy. Los puedo asechar cuando quiera —se rió. —Soy inmune a sus heridas. Soy La Muerte para todos ellos y ahora estoy en casa otra vez, con mi gente. Juntos, regiremos esta tierra y todo lo que habita en ella.
James se despertó con el olor del paraíso. Habría pensado que estaba soñando, pero sus sueños nunca eran tan agradables.
Quedándose en la cama, tuvo miedo de moverse. Asustado de que el aroma delicioso resultara ser una invención de su imaginación.
Su estómago rugió.
Él oyó el ladrido del lobo.
—Silencio, Sasha. Despertarás a nuestro invitado.
James abrió sus ojos. Invitado. Nunca nadie más que Astrid lo había
llamado así.
Sus pensamientos se dirigieron a la semana que había pasado en Nueva
Orleáns.
—¿Estoy quedándome contigo y Nick o con Jerry?
—Pensamos que era mejor que tuvieras tu propio lugar.
Las palabras de Acheron habían pateado algo dentro de él que no sabía
que todavía tenía.
Nunca nadie lo había querido cerca.
Él pensó que había aprendido a que no le importara.
Y aún así las palabras simples de Astrid tocaron la misma parte extraña
que Acheron había tocado.
Saliendo de la cama, se vistió y fue a buscarla.
James se paró en la entrada, observando como hacía panqueques en el
horno a microondas. Ella era asombrosamente autosuficiente a pesar de su ceguera.
El lobo lo miró y gruñó.
Astrid levantó la cabeza como tratando de ver si podía oírlo. —¿James? ¿Estás en la habitación?
—En la puerta —. No supo por qué le respondió. No sabía por qué él estaba todavía aquí.
Concedido, la tormenta era todavía feroz, pero había viajado a través de muchas tormentas durante los siglos cuando había vivido aquí sin las comodidades modernas. Hubo una época, no hacía mucho tiempo, que él había tenido que buscar comida en lo más recio del invierno. Derretir nieve a fin de tener algo que beber.
—He hecho panqueques. No sé si a ti te gustan, pero tengo jarabe de arce y arándanos o fresas frescas si lo prefieres.
Él fue a la mesada y alcanzó un plato.
—Siéntate, te lo traeré.
—No, Princesa –dijo él agudamente. Habiendo sido forzado a servir a
otros, se rehusaba a tener a alguien sirviéndolo a él. —Puedo arreglarme solo.
Ella levantó las manos en señal de rendición. —Muy Bien, Príncipe Encantado. Si hay algo que respeto, son aquellos que pueden cuidarse solos.
—¿Por qué sigues llamándome así? ¿Estás burlándote de mí?
Ella se encogió de hombros. –Tu me llamas ―Princesa, yo te llamo ―Príncipe Encantado. Imagino que es justo.
Concediéndole una mayor cantidad de respeto, alcanzó el tocino que había en un platito sobre la cocina. —¿Cómo fríes esto cuando no puedes ver?
—Horno de microondas. Sólo marco el tiempo para fritos.
El lobo se acercó y comenzó a oler su pierna. Lo contempló como si estuviera ofendido y comenzó a ladrarle.
—Cállate, Benji — gruñó. —No quiero escuchar sobre mi higiene de alguien que lame sus propias pelotas.
—¡James! —Astrid se quedó boquiabierta. —No puedo creer hayas dicho eso.
Él apretó sus dientes. Bien, ya no hablaría más. El silencio era lo más conveniente de cualquier manera.
El lobo lloriqueó y ladró.
—Shh —lo serenó ella. —Si él no quiere tomar un baño, entonces no es asunto nuestro.
Su apetito se había ido, James colocó su plato en la mesa y regresó a su cuarto donde no los podría ofender más.
Astrid anduvo a tientas hacia la mesa, esperando encontrar a James allí. Todo lo que encontró fue su plato con comida sin tocar.
—¿Que sucedió? —preguntó a Sasha.
— Si él tuviese sentimientos, entonces diría que lo heriste. Como no los tiene, él se regresó al cuarto para encontrar un arma y así poder matarnos.
—¡Sasha! Dime qué sucedió ahora mismo. —Ok, bajó el plato y salió.
—¿Cómo parecía estar?
—Nada. No exteriorizó ningún tipo de emoción. Eso no la ayudó para nada.
Ella fue tras de James.
—Vete –gruñó él después que ella golpeara la puerta y la empujara para abrirla.
issadanger
Re: Bailando con el Diablo - James y Astrid
dfghlñ Sasha -.-' jaosasdñ me haces reir xddd peroooooooooooooooooo se estaba formando un momentoo y lo arruinaste :c siguela:c
Feer :)x.
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