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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por andrew Mar 21 Mayo 2013, 7:40 pm

Les dejo un prologo de una novela que lei y me gusto mucho!

Novela: Soy toda tuya.
Autor: Andersen Susan
Adaptacion: Si Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Icon_biggrin
Genero: Hot
Advertencia: Escenas hot.
andrew
andrew


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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por andrew Mar 21 Mayo 2013, 7:41 pm

Prólogo
Tras la carrera por el aeropuerto, Nicholas Jonas llegó a la
zona de embarque justo a tiempo de ver cómo se alejaba el vuelo 437. Se
detuvo con un patinazo.
—¡Mierda! —exclamó, dando un puñetazo al aire.
Se
dio la vuelta con brusquedad y alzó los brazos para pasarse los diez
dedos por el pelo, mirando ceñudo a lo lejos, ajeno a la gente que al
pasar daba un amplio rodeo para no acercarse a él.
Tenía ganas de
golpear algo. ¡Se moría de ganas de liarse a golpes! Se le acababa de
presentar una oportunidad de oro... y se le había esfumado sin que él
pudiera echarle el guante.
Intentó calmarse, haciendo un esfuerzo por
ver el lado positivo. Qué demonios, había sido pura casualidad ver a
Kaylee MacPherson. Nick volvía de una reunión con los banqueros de
Carolina del Norte que financiaban el refugio de pesca que quería
comprar, y la última persona a la que esperaba ver en el aeropuerto era a
una clienta del agente de fianzas. Pero allí estaba, y mientras él se
frenaba en seco para quedarse mirándola perplejo, ella había recorrido
la explanada con aquel paso suyo tan provocativo, el maletín rebotando
en su bien formada pantorrilla.
Incapaz de dar crédito a sus ojos,
Nick había tardado en reaccionar. Pero era imposible confundirla: esa
misma mañana Nick había estado en la oficina, recogiendo un cheque,
mientras el garante que le empleaba hacía las gestiones necesarias para
acudir a la comparecencia de Kaylee ante el juez y depositar la fianza
convenida. Y era más que seguro que en Miami no había dos mujeres con
aquel color de cabello ni un cuerpo así. Y Nick sabía muy bien que al
salir de la zona, Kaylee estaba violando los términos de su libertad
bajo fianza.
«¡Dios, Dios!», pensó; estaba claro que Dios existía. La
recompensa por detener a Kaylee le proporcionaría los fondos que
necesitaba para el refugio. Por fin podría decir adiós a la escoria de
la sociedad, a la humedad, a las calles polvorientas, para recibir con
los brazos abiertos la serenidad de las mañanas frescas y brumosas. Más
fácil imposible.
Lo cual demostraba lo que puede suceder cuando uno
subestima la tarea que tiene por delante. Aquello le daba un nuevo
significado al término «bocazas». ¿Por qué coño había imaginado que
atrapar a MacPherson iba a ser pan comido?
Ella había sido tan tonta
que ni siquiera había intentado disimular o modificar su apariencia, y
mucho menos viajar bajo un nombre falso. Qué demonios, si al mirarla,
uno podía oír el ritmo sensual del meneo de aquellas caderas redondeadas
embutidas en licra. Por no mencionar esa exuberante melena de pelo
rojizo que llameaba resplandeciente. Vamos, era como si llevara sobre la
cabeza una hilera de flechas de neón señalando el camino. Para no
perderla de vista solo hacía falta seguir el camino indicado por las
cabezas masculinas que se volvían a su paso.
Claro que a Nick no le había servido de nada.
No
había contado con la empleada nueva que lo había retenido en el control
de facturación. Y la culpa había sido solo suya. Ahora no tenía más
remedio que comprar un billete para Seattle e intentar encontrar un
rastro que sin duda estaría ya helado para cuando llegara. Joder, se
moría de ganas de encender un cigarrillo. Qué momento más gilipollas
para dejar de fumar.
Llamó a la oficina para informarles de adonde se
dirigía, para que le enviaran el contrato de fianza de la fugitiva y
para conseguir toda la
información posible sobre MacPherson. Luego fue al mostrador, donde por
fin tuvo suerte, aunque se encontró con el tópico de «una buena noticia y
otra mala». La buena noticia era que había un vuelo que le dejaría en
Seattle menos de una hora después que MacPherson. La mala era que
aquello le dejaba sin presupuesto para nada más. Bueno, qué se le iba a
hacer.
Ya encontraría la forma de economizar en el trayecto de vuelta
a Miami. Al pensarlo, soltó un resoplido de risa, aunque no le hacía
ninguna gracia. Aquello iba a ser un desafío de narices, teniendo en
cuenta que la mujer a la que perseguía no era precisamente de gustos
baratos.


Última edición por andrew el Mar 21 Mayo 2013, 7:48 pm, editado 1 vez
andrew
andrew


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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por andrew Mar 21 Mayo 2013, 7:42 pm

Espero que les guste! Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Icon_biggrin
Me dicen y la sigo!
andrew
andrew


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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por andrew Mar 21 Mayo 2013, 7:45 pm

Capítulo
1




El
primer impulso de _________ MacPherson al oír el timbre de la puerta fue no
responder. No se sentía precisamente sociable.



Por
otra parte, la autocompasión era un rasgo muy poco atractivo, que además le
provocaba mala conciencia, a pesar de que se había concedido un día entero para
regodearse en su desgracia. El timbre volvió a sonar, incesante, insistente, y
al final ganaron los años de autodisciplina. Contestó la llamada.



La
última persona que esperaba ver a la puerta de su casa era a su gemela.



—Kaylee
—dijo, aturdida, y se quedó allí parada, mirando perpleja a su hermana.




¡Sorpresa! —exclamó Kaylee con su voz ronca de contralto que había
perfeccionado cuando tenía quince años.



Y sin
más entró en el recibidor, con un bamboleo de pechos, el asa del bolso cayendo
por su brazo y la enorme maleta chocando contra el marco de la puerta. Soltó el
equipaje y el bolso y se echó en brazos de _________, envolviéndola en un
exuberante y fragante abrazo.



_________
le devolvió el abrazo de manera automática, pero no pudo acallar la vocecilla
en su mente que susurraba: «Oh, oh. Se avecinan problemas en River City».



Se
apartó dándole a Kaylee unos golpecitos en el hombro y retrocedió un paso.



Kaylee
echó un vistazo al recibidor, se asomó al salón y volvió a mirar a _________
alzando una ceja con gesto irónico.



—Ya veo
que sigues siendo una maruja —comentó divertida—. Un sitio para cada cosa y
cada cosa en su sitio.



Fue
como si le metieran brutalmente un dedo en una llaga.



—En
realidad la casa está más ordenada de lo habitual —replicó _________, tensa—.
Iba a marcharme a Europa anoche, pero cuando llegué al aeropuerto me enteré de
que mi agencia de viajes estaba en bancarrota y se había quedado con todo mi
dinero.




¡Vaya!



—Me he
pasado la vida ahorrando para ese viaje, Kaylee. —A _________ le tembló un
instante el mentón, pero hizo acopio de fuerzas y apretó los dientes hasta
recuperar el dominio de sí misma.



—Sí,
qué mala suerte —se compadeció Kaylee. Luego se encogió de hombros y añadió
alegremente—: Pero tú lo solucionarás, hermanita. Como siempre. —Cogió una
frágil escultura de la mesita del recibidor, se la quedó mirando con
indiferencia un instante y se volvió de nuevo hacia su hermana—. El caso es
—volvió a dejar la figura con cuidado en su sitio— que yo sí que tengo
problemas.



«Vaya,
eso sí que es una novedad», pensó _________, aunque sabía que ese sarcasmo
decía muy poco de su carácter, pero no conseguía arrepentirse del todo. No era
una casualidad que viviese lo más alejada posible de su hermana sin tener que
salir de Estados Unidos.



Desde
que _________ podía recordar, siempre había tenido que hacerse cargo de los
problemas familiares. Lo que no recordaba era cómo había recaído sobre ella esa
responsabilidad, aunque seguramente se debía a un hecho evidente: para lograr
algo, era necesario que alguien estuviera dispuesto a hacerlo. Y en su familia
nunca se ofreció nadie más. Su padre se pasaba la vida detrás de múltiples
proyectos con la intención de hacerse rico de forma inmediata, y que luego
viniera Rita (y todos los demás) a cargar con las consecuencias. Su madre era
sorda y estaba inmersa en su grupo de la iglesia fundamentalista, del que solo
salía el tiempo suficiente para advertir a _________ y a Kaylee de los peligros
que suponía mostrar sus cuerpos pecadores. Este tipo de advertencias habían
llegado con soporífera regularidad, pero los problemas cotidianos se habían
ignorado. Tuvo que ser _________ la que se encargara de que se pagaran las
facturas, de que hubiera comida en la mesa. Dependió de ella también sacar a
Kaylee de los diversos líos en los que se había metido.



Durante
su adolescencia, _________ deseó muchas cosas, pero lo que más ansiaba era que
su madre dejara de predicar tanto sobre sus cuerpos pecadores. Aquello le hacía
sentirse algo avergonzada del suyo, sin embargo a Kaylee la impulsaba a mostrar
del suyo tanto como estuviera legalmente permitido. Por lo visto, el lema de su
hermana había sido: «Si dicen que no, hazlo. Y si te gusta, hazlo hasta no
poder más».



_________
se cansaba solo de pensarlo. Durante una época, solucionar los excesos de
Kaylee le había requerido toda su energía, porque su hermana rara vez pensaba
antes de actuar. _________ no tenía ni que cerrar los ojos para que le pasara
por la mente a una velocidad vertiginosa toda una serie de incidentes.



La
paciencia de _________ ya no era la misma de antes, pero aquello no negaba el
hecho de que, al igual que los perros de Pavlov, había sido condicionada para
reaccionar ante un conjunto dado de estímulos. En su caso, si se encontraba
ante un dilema, reaccionaba al instante en busca de soluciones. Sintiendo
aquella vieja e incómoda mezcla de amor, rabia y desesperación, _________ ahogó
un suspiro y se agachó para recoger la maleta de su hermana.



—Ven a
la cocina —la invitó con cansancio—, y me lo cuentas.









— ¿Que
oíste qué? —preguntó incrédula unos momentos más tarde, dándose la vuelta para
mirar a su hermana.



—Que
planeaban un asesinato.



— ¡Por
Dios, Kaylee! Eso me había parecido oír. —_________ volvió a la cocina para
poner la tetera al fuego. Debido a la impresión recibida, los dedos se le
habían debilitado y la tetera chocó con estrépito contra el fogón. Las tazas
que llevó a la mesa traqueteaban en los platos, y el sol que se filtraba por
las persianas parecía de pronto chillón y extraño—. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Quién?



Kaylee
miró inexpresiva la primorosa taza de flores que su hermana le había puesto
delante, luego se volvió hacia la cara pálida de su gemela.



— ¿Un
té? —Preguntó incrédula—. Te digo que he oído cómo preparaban un asesinato, ¿y
tú me das una taza de té? Joderrr, _________. ¿No tienes nada un pelín más
fuerte? Un whisky, un coñac... lo que sea.



«Joderrr,
_________.» _________ oyó la voz de su padre, vio su rostro, con su sonrisa
siempre a punto y sus mejillas rubicundas. «Joderrr, _________y, tienes que
aprender a animarte un poco. Seguro que te las apañas para preparar una buena
cena. ¡Vamos, ni que me hubiera gastado todo el dinero de la compra!»



Se
abstuvo de señalar que era un poco temprano para beber alcohol. Se levantó en
silencio y fue hasta el armario donde guardaba el medio litro de whisky que
quedó de la Navidad. Se lo ofreció a Kaylee y la miró mientras su hermana abría
la botella y se echaba un generoso chorro en la taza. Luego volvió a sentarse
frente a ella.



Kaylee
bebió un largo trago y tosió con delicadeza. Miró a _________, y como si la
viera por primera vez torció la boca hacia un lado con gesto irónico y movió la
cabeza.



—Por
Dios, _________, vistes como una monja. Mamá estaría orgullosísima.



_________
se miró. Era cierto que la blusa blanca era un poco amplia, pero no quería que
los pechos se le delinearan bajo la ropa porque llamaban demasiado la atención.
Sus pantalones de ciclista, sin embargo, eran de licra y se le pegaban como una
segunda piel. Miró a continuación a su hermana, que llevaba licra del escote
hasta el muslo, y zapatos de tacón de aguja de ocho centímetros frente a las
Keds deportivas de _________. Tuvo que reconocer, que comparada con Kaylee, era
cierto que tenía un aspecto bastante parroquial.



—¿De
verdad quieres hablar de mi vestuario?



—No,
supongo que no. ¿Por dónde íbamos? —Kaylee desechó la cuestión con un gesto de
sus dedos esbeltos de uñas pintadas—. Da igual, empezaré por el principio. Hace
tres días me quedé plantada en el club sin coche, por culpa de una bruja que...
bueno, eso es otra historia, y además es una chorrada comparada con el lío en
que me he metido ahora.



_________
sabía que el club era el Tropicana Lounge, donde Kaylee trabajaba de gogó. Por
lo que ella sabía, aquello significaba que Kaylee danzaba sobre un escenario
junto con otras chicas, vestidas con mucha parafernalia en la cabeza y muy poca
tela. Su madre siempre decía que Kaylee era bailarina, porque le parecía que la
palabra tenía connotaciones menos desagradables. Bajo su punto de vista, gogó
venía a significar stripper. Pero así era su madre.



—El
Trop está muy bien —prosiguió Kaylee—. Pero el vestuario de las bailarinas está
pegado al servicio de caballeros, y te aseguro que la pared es muy fina. Hay
ciertas funciones corporales que preferiría no haber tenido que escuchar.
—Kaylee se encogió de hombros—. En fin, el caso es que estaba descansando un
poco, esperando a que Maria terminara de coquetear con un tío en el vestíbulo y
me llevara a casa, cuando oí a Hector Sanchez, el dueño del garito, al otro
lado de la pared. Estaba hablando con el Cadenas de Alice Mayberry, con la que
tiene una tórrida historia, como todo el mundo sabe. Pues nada, que yo me lo
estaba pasando pipa allí escuchando, esperando enterarme de algo jugoso, cuando
Hector le encargó el trabajito.



—El
trabajito —repitió _________ con un hilo de voz.



—Un
encargo, _________, una ejecución. Ordenada por mi jefe... y llevada a cabo por
Jimmy Cadenas Slovak. Es el jefe de seguridad del Trop. Y, esto... —Kaylee
carraspeó, mirando a su hermana con recelo—, el jefe de mi novio Bobby LaBon.



_________
se atragantó con el té y se apresuró a dejar la taza sobre la mesa.



—¿Tu
novio? ¿Tu novio trabaja para un asesino a sueldo?



—Bobby
es un gorila, _________. Y desde luego yo no sabía que el Cadenas era un
asesino. Joder, no lo es. Por lo menos no lo era hasta ahora, que yo sepa.



_________
no escuchaba. Miraba horrorizada a su hermana.



—¿Y se
te ha ocurrido venir aquí? Pero ¿tú estás loca? Este es el primer sitio donde
esa gente te buscará.



—Qué
va. —Kaylee entornó los ojos—. ¿Y a qué te refieres al decir «esa gente»?
Hablas como mamá, _________.



—No. Lo
que pasa es que me pongo un poco nerviosa cuando me traes a casa a asesinos a
sueldo.



—Joderrr,
cálmate. Sanchez y Jimmy Cadenas no saben nada de ti.



—¿Ah,
no? ¿Y tu novio, Kaylee? Dices que trabaja para ese tal Cadenas, ese asesino a
sueldo, y perdona que insista en el tema. Tu novio seguro que sabe de mí.



—No, no
sabe nada.



_________
notó que disminuía parte de la tensión en su espalda.



—Ah
—asintió con la cabeza—. Es un novio nuevo, ¿no?



Kaylee
parpadeó con sus grandes ojos verdes.



—Qué
va, _________. Es mi amante desde hace tiempo. Llevamos saliendo al menos
cuatro meses.



«Cuatro
meses. Increíble.»



—Y en
todo ese tiempo, ¿ni una sola vez se te ocurrió mencionarle que tienes una
hermana gemela? —replicó _________, intentando que su tono no fuera belicoso.



Kaylee
se encogió de hombros,



—Pues
no, la verdad. Cuando estamos juntos, nuestra prioridad no es precisamente
hablar, no sé si me entiendes.



Sí que
lo entendía. Era precisamente esa sexualidad a veces desenfrenada de Kaylee la
que había acortado las riendas a la suya, en las pocas ocasiones en que amenazó
con desbocarse. ¿Y si se dejaba ir y se convertía en su hermana? La idea le
producía pavor, y eso la había mantenido si no exactamente pura, por lo menos
cautelosa.



Kaylee
rebuscó en su bolso y sacó un espejo. Mientras estudiaba con ojo crítico su
reflejo, debió de ver algo en la expresión de su hermana, porque se apresuró a
tranquilizarla:



—Bueno,
tampoco es que no hablemos nunca. Hemos hablado de muchas cosas. Por ejemplo,
sé que él tiene un par de hermanos y él sabe que tengo una hermana. Lo que pasa
es que todavía no hemos tenido ocasión de intercambiar los pequeños detalles de
nuestro árbol genealógico. Ni nuestras agendas. —Y le dio un golpecito al
abultado bolso que tenía sobre el regazo—. Y yo me he asegurado de traerme la
mía. —Era evidente que se enorgullecía de su previsión.



_________
intentó no rechinar los dientes, pero lo logró a duras penas. Se pasó los dedos
por el cabello para apartárselo de la frente, apoyó el codo sobre la mesa de la
cocina y miró fijamente a su hermana.



—Vas a
tener que rebobinar —sugirió en un tono neutro—. Estoy algo perdida.



—Muy
bien. Bobby vio mi número en el Tropicana mi primera noche y fue como si
surgiera entre nosotros una química instantánea, ¿sabes? ¡Ay, ojalá lo hubieras
visto, hermanita! —comentó entusiasmada—. ¡Es un dios! Mide por lo menos uno
noventa, con el pelo más negro que te puedas imaginar, y unos hombros así, y
unos ojos para morirse, son tan...



—¡Kaylee!
No me interesan los atributos de tu novio. Cuéntame lo de Alice Mayberry.



—Ah,
claro, claro. ¿Por dónde iba? —Kaylee intentó retomar el desflecado hilo de sus
pensamientos—. Ah, sí. Pues nada, que cuando oí que Hector ofrecía al Cadenas
dinero por cargarse a Alice, me imaginé que se trataba de un chiste malo.
Vamos, que Hector y Alice estaban de tortolitos total, así que pensé que era
una broma del tipo «la maté porque era mía».



—¿Y qué
dijo Sanchez exactamente?



—Dijo
que Alice le estaba dando problemas, y le ofrecía al Cadenas diez mil dólares
por solucionar el tema. Y también le dijo dónde enterrar el cadáver una vez
liquidado el asunto.



—¿Y
pensaste que era una broma?



—Bueno...
sí. ¿Quién se lo iba a tomar en serio? Esas cosas no pasan.



—¿Y qué
hiciste?



—Pues
irme a casa.



_________
lanzó un gemido y se levantó para lavar su taza. No obedecía a un deseo de
limpieza, sino intentaba evitar sacudir a su hermana. ¿Cómo podía Kaylee oír
una cosa así y marcharse sin más? Costaba creer que las dos hubieran compartido
el mismo óvulo. _________ dudaba de que fuera posible encontrar dos
personalidades más distintas en el mundo entero.



—_________,
¿de verdad crees que me habría ido tranquilamente a casa de haber pensado
que hablaban en serio?



_________
respiró hondo para calmarse, dejó la taza limpia en el escurridor y se volvió
hacia su hermana, que la miraba con gesto acusador.



—No,
claro que no. —Y se sintió algo avergonzada, porque por un momento había creído
eso. La responsabilidad no era uno de los puntos fuertes de Kaylee—. Y de todas
formas, a lo mejor tienes razón. Quizá el asesinato no llegó a ejecutarse. —Dio
un respingo ante sus propias palabras, y supo que en cierto modo se estaba
engañando. Kaylee no había llegado hasta allí por nada.



—Eso
también esperaba yo. Pero debo haber llamado más de diez veces, y no me han
contestado. Y Alice no ha vuelto al trabajo, _________. Y sé que es porque está
muerta.



_________
se desplomó contra el mostrador, intentando pensar.



—¿Y qué
razón podía tener Sanchez para matarla? Tiene que haber algún motivo, porque si
no esto es absurdo.



—Le he
dado muchísimas vueltas, y tengo el terrible presentimiento de que Alice
amenazó con ir a contárselo todo a la señora Sanchez.



—¿Y por
qué iba a hacer una cosa así? Se arriesgaba a perder su trabajo, como mínimo,
¿no?



—Sí,
pero Alice era ambiciosa. Aspiraba a algo más que andar pavoneándose sobre un
escenario.



—Bailando
—la corrigió _________ de manera automática, y Kaylee le dirigió una súbita y
cálida sonrisa.



—¡Anda
que mamá no te ha lavado el cerebro! —Kaylee apenas tuvo tiempo de ver la mueca
con la que su hermana le dio de mala gana la razón—. A lo mejor Alice pensó que
así obligaría a Sanchez a dejar a su esposa para casarse con ella.



_________
se aferró al mostrador a su espalda.



—Muy
bien, pero sigo pensando que no es una razón para matarla.



—La
señora Sanchez es la que maneja el dinero en la familia, _________.



—Ah.
Mierda.



—Eso
digo yo.



—Bueno,
pues tenemos un posible móvil. Pero ¿por qué iban ellos a sospechar que tú
habías oído algo?



—Porque
luego me encontré con Jimmy Cadenas en el pasillo. —Al ver la expresión de _________,
Kaylee se apresuró a defenderse—: ¡Creía que se habían ido! Los oí marcharse,
pero al Cadenas se le debió de olvidar hacer pis o algo. Es muy típico de él:
si todo su cerebro fuera cocaína de primera, no habría suficiente para comprar
una barra de labios en un todo a cien. En fin, el caso es que cuando salí del
vestuario para ir a buscar a Maria y largarme de allí de una vez, él venía por
el pasillo.



—Si no
es muy inteligente, a lo mejor no sacó conclusiones.



—Seguramente
él no —convino Kaylee—. Pero le encanta hablar, y me muero de miedo al pensar
que puede mencionárselo a Hector. Porque si eso pasa, _________, estoy tan
muerta como Alice. —Kaylee miró a su hermana—. Y no exagero. Hector dijo a
Jimmy Cadenas dónde enterrar el cadáver. Y sin cadáver, no hay crimen. Si se
encuentra el cadáver, y a eso se suma un testimonio que lo relacione con Hector,
seguramente irá a la cárcel. Le dejé un montón de mensajes a Alice en el
contestador para que me llamara. Si Hector los oye, y si llega a sospechar que
oí sus planes, estoy muerta del todo.



_________
se apartó del mostrador.



—Tienes
que ir a la policía, Kaylee.



—Bueno...
es que... en fin... —Kaylee evitaba mirarla a los ojos.



—¡Oh,
no! —_________ se enderezó—. ¿Qué? ¿Qué pasa ahora?



—Pues
que... bueno, más o menos me detuvieron esta semana.



—¿Qué?


—Que me
detuvieron. No fue culpa mía, _________.



—No,
claro que no. Nunca es culpa tuya, ¿verdad? —_________ apretó los dientes.
¿Cuántas veces había oído esas palabras en su vida? Era la razón por la que
había cogido al vuelo el trabajo en Briarwood School que le habían ofrecido
cuatro años atrás. Seattle se le antojaba maravillosamente lejos de Miami—.
Mira, antes de llegar a viejas, sería fantástico que por una vez, aunque fuera
una sola, aceptaras la responsabilidad de tus propios actos.



Dios.
Veinticinco minutos en compañía de su hermana, y ya era como si nunca se
hubiera marchado. No debería ser así.



No
siempre había sido así.



—¡Ay,
déjate de sermones, _________! —le espetó Kaylee—. ¿Desde cuándo eres tan
estirada?



—¿Cuándo
demonios he tenido la posibilidad de no serlo? —_________ se dejó caer en la
silla y miró ceñuda a su hermana—. Siempre he estado demasiado ocupada
solucionando tus problemas.



—Vale,
vale, puede que no siempre haya sido muy responsable. Pero eso era antes. Y
esta vez no ha sido culpa mía, te lo estoy diciendo. La detención fue un error.
Verás, Bobby tenía que salir de la ciudad, y me dejó su coche nuevo. Pero al
final resultó que no era suyo, y a mí me acusaron de haberlo robado por la
declaración de una idiota que tenía los papeles del coche y muy mala leche.



—Entonces,
¿cómo...?



—Ah,
nada, me soltaron bajo fianza. Pero ese es el problema, _________. Que según
los términos de la fianza, no puedo salir de Florida. Pero claro, en cuanto me
di cuenta de que el contrato para matar a Alice no era un chiste malo, saqué
todo lo que tenía en el banco y me vine hacia aquí. —Tendió el brazo sobre la
mesa y apretó los dedos de su hermana—. Venga, _________, por favor. Esto es
muy serio, y de verdad que necesito tu ayuda.



En la
calle se oyó la puerta de un coche al cerrarse. _________ miró por la ventana. Había
un sedán aparcado a medio camino entre su casa y la de los vecinos, y un hombre
inclinado sobre él, cerrando la puerta del conductor. Seguramente habría ido a
ver la casa de al lado, que estaba en venta.



—Haré
lo que pueda por solucionar esto, claro —accedió con cansancio—. Pero, a pesar
de todo, tendrás que entregarte.



Kaylee
soltó los dedos de _________.



—¡Joder,
_________! Te estoy diciendo que eso es imposible.



—No, me
estás diciendo que la situación es complicada. Pero el caso es que oíste que alguien
planeaba un asesinato. Un asesinato, Kaylee, que sospechas que ya se ha
cometido. Y según tus propias palabras, eres la única que sabe dónde está
enterrado el cadáver. Esta vez estás metida en un lío de los gordos.



—A ver
si te enteras, _________. Que cuando salí de Florida violé mi libertad bajo
fianza. ¡Que no puedo volver!



—Pues
tienes que volver.



Kaylee
fue a levantarse de la mesa. Era evidente que no le gustaba lo que estaba
oyendo. Pero _________ la agarró de la muñeca y no la soltó hasta que tuvo toda
su atención.



—Si no
te entregas, no solo estarás huyendo de ese tal Cadenas y Bobby LaBon o quien
sea, sino que además serás una fugitiva de la justicia. No puedes huir de todo
el mundo. ¡Necesitas a alguien de tu lado!



—Sí, ya
lo sé. Para eso te tengo a ti.



—¡Por
Dios, Kaylee! ¡Yo soy profesora de alumnos sordos! ¿Qué sé yo de asesinos a
sueldo ni de tu situación legal en un asunto tan complicado? Si quieres estar a
salvo, necesitas contar con gente que sepa de esto.



_________
miró de nuevo por la ventana y vio que el hombre del coche se había incorporado
y miraba la casa de al lado. Era un hombre impactante con su pelo negro, sus
cejas oscuras y un cuerpo atlético, vestido con pantalones y una camisa blanca
remangada hasta los codos. Emanaba fuerza y energía.



—Ya
puedes pensar en otra cosa —insistió Kaylee, llamando de nuevo la atención de _________—.
Porque yo no puedo volver.



—No hay
otra solución.



—Tiene
que haberla. Si vuelvo, nadie me creerá. Sanchez es un hombre de negocios
respetado y conocido en la comunidad. —Kaylee se frotó el ceño fruncido—.
Joder, con lo ilusionada que estaba pensando que por una vez en mi vida había
encontrado un trabajo en un club con clase. Pensaba que era mi gran
oportunidad. Piensa en otra solución, _________. Sé que tú puedes. Por eso he
venido.



—Por
Dios, Kaylee, ¿qué pensabas que iba a hacer yo? ¿Hacerte desaparecer? ¿Eliminar
el problema a golpe de varita mágica?



—No
necesito tu sarcasmo, _________. ¡Necesito tu ayuda! Volver no solucionaría
nada.



—Lo
siento, pero no tienes más remedio. Tú misma lo has dicho: esto es muy serio, y
no se puede barrer debajo de la alfombra. —Vio el gesto belicoso del mentón de
su gemela, y supo que Kaylee no quería oír lo que tenía que decirle, pero _________
insistió, apretando los dientes—: ¡Tienes que entregarte!



Kaylee,
empeñada en evitar su mirada, volvió la vista hacia la ventana. De pronto se
levantó de la mesa de un brinco.



—Tengo
que ir al servicio. —Agarró el bolso y la maleta y echó a andar
precipitadamente por el pasillo con paso patizambo.



_________
hundió la cara en las manos. Tal vez debería llamar a un abogado, después de
ponerse en contacto con la policía. ¿Y había que llamar a la policía local o a
la de Miami? ¡Un momento!



¿Para
qué necesitaba Kaylee la maleta para ir al cuarto de baño?



_________
recorrió el pasillo en un instante e irrumpió en el baño justo a tiempo de ver
a su hermana saltar por la ventana al patio de ladrillos. Se lanzó hacia ella.



—¡Kaylee!


No le
salió del todo la orden imperiosa que pretendía, puesto que su diafragma
impactó con fuerza contra el repecho de la ventana. Al mismo tiempo se oyó un
estrépito en la parte delantera de la casa y una voz masculina rugió:



—¡Alto!


Dos
pares de ojos verdes se miraron con idéntica expresión horrorizada. Hasta que
Kaylee salió de su parálisis y recogió a toda prisa la agenda del patio, donde
se había desparramado el contenido de su bolso. Volvió a meter dentro el fajo
de billetes que se había salido y se puso en pie. Con el puño cerrado trazó un
círculo sobre su pecho, el signo de los sordomudos estadounidenses para
expresar «lo siento». Vaciló un instante y luego se limitó a repetir: «Lo
siento, _________». Acto seguido dio media vuelta y echó a correr, dejando
atrás el bolso y la maleta.



«¡No!»
Un grito silencioso surgió en la mente de _________, mientras renovaba sus
esfuerzos por salir por la ventana. Casi lo había logrado, deseando poder
frenar su caída con algo que no fuera su cabeza, cuando la puerta del cuarto de
baño se estrelló contra la pared.



—¡Alto
ahí! —Unas manos fuertes se aferraron a su cadera y la introdujeron de nuevo en
la habitación.



_________
abrió la boca para gritar, pero advirtió que se le habían bloqueado las cuerdas
vocales. De manera que, inspirándose en la única clase de defensa personal que
había recibido en su vida, hizo lo mejor que se le ocurrió. Lanzó una patada y
experimentó un salvaje estallido de satisfacción al notar que hacía impacto
contra la dura espinilla del intruso.
andrew
andrew


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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por Adore. Jue 23 Mayo 2013, 10:08 pm

Holaaa nueva lectora me encanta tu nove siguela :) xauu
Adore.
Adore.


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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por IS MY WORLD ~ Dom 26 Mayo 2013, 1:09 pm

http://direectioneerthing5.blogspot.com.ar/ CHICAS PASENSE POORFIIS .. AMOO TU NOVEE :)
IS MY WORLD ~
IS MY WORLD ~


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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por andrew Vie 31 Mayo 2013, 8:28 am

Que bueno q les guste! Puede q suba cap entre hoy y mañana! Disculpen si me tardo mucho es q no tengo internet en mi casa y tambien estoy algo ocupada con la Uni!
andrew
andrew


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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por andrew Dom 02 Jun 2013, 3:43 pm

Capítulo 2
—¡Mierda! —Nicholas Jonas estaba hasta las narices.
Pero ¿es que nunca se iba a acabar aquel maldito día? Aquella mujer le había partido en dos el hueso de la espinilla.
Nick se inclinó sobre la exuberante pelirroja que tenía atrapada y asomó la cabeza por la ventana de la que acababa de apartarla. Guiñando los ojos debido al sol, vio la maleta y el bolso en el patio y lo tomó como prueba irrefutable de que MacPherson había intentado escapar. Se enderezó de nuevo, apartando el pecho de la espalda de ella, y cerró la ventana.
—Una cosa tengo que admitir, eres de armas tomar.
Nick la empujó contra la pared y, metiendo un pie entre los de ella, se los abrió de una patada.
_________ lanzó una exclamación ahogada al notar que le recorría con las manos los hombros y los costados. Pero cuando aquel hombre rozó con los dedos la curva de sus pechos, guardó silencio y se quedó muy, muy quieta, como si pensara que su inmovilidad le impulsaría a dejar de cachearla.
Nick no sentía mucha compasión. Aquella mujer le había hecho sudar la gota gorda y le había costado una fortuna que no podía permitirse. Le repasó el torso y subió las manos entre los pechos hasta las clavículas, luego las pasó de forma impersonal sobre las generosas pendientes de sus pechos. Deslizó los dedos en torno a la cintura elástica de sus pantalones de ciclista, y un instante después la cacheó desde la cintura hasta la costura de la entrepierna, por delante y por detrás.
—No —gimió ella—. Por favor.
—Calma, pelirroja. Lo único que me interesa es saber si tienes algún arma escondida. —Se agachó para pasarle las manos por las caderas hasta donde los pantalones daban paso a la piel desnuda, y luego trazó el recorrido inverso por la parte interior de las piernas, que eran largas, firmes y tersas. En cuanto su cerebro registró esa impresión, sus manos se apartaron de golpe del cuerpo y Nick se levantó.
—Muy bien, estás limpia. Date la vuelta.
Ella se volvió despacio hasta situarse frente a él. La manera en que se aferraba a la pechera de la blusa como una solterona horrorizada era un detalle astuto, pensó Nick con cinismo. Casi podía creerse que esa mujer no tenía ni idea de por qué estaba él allí.
—Escuche —resolló _________ sin aliento, mirándole con sus enormes ojos verdes—, está cometiendo usted un terrible error.
Nick se echó a reír sin humor.
—¿Cuántas veces habré oído yo eso? Venga, guapa, vamos a por tus cosas. Luego ya se lo contarás todo al juez de Miami.
¿Al juez? _________ suspiró aliviada. ¡Gracias a Dios! Si pensaba llevarla ante la justicia de Florida, debía de tratarse de un policía, y no de LaBon.
No es que ella fuera a confundir en un millón de años a un simio con un dios, ni nada parecido. Pero se acordaba de la descripción de Kaylee, y teniendo en cuenta la altura y aquellos hombros, más la negrura de su pelo, ella había asumido enseguida que...
Nick la arrastró de mala manera por el pasillo hasta el recibidor, donde cerró con llave la puerta de la casa. Luego la llevó de vuelta por el pasillo, a través de la cocina, hasta la puerta trasera. Ella trotaba dócilmente tras él, de momento. Aquello no era tan espantoso como ella había temido. Todo saldría bien. No era la situación ideal, claro. La situación ideal habría sido que su hermana se entregara voluntariamente. Pero por lo menos tenía que lidiar con el lado bueno de la ley. Y eso, desde luego, suponía un alivio.
—Escuche, comete usted un error —repitió cuando Nick se detuvo en el patio. Él la agarró de la muñeca con mano dura y se agachó para recoger con la otra mano los contenidos del bolso de Kaylee—. Yo no soy la que busca. Me llamo _________ MacPherson. Soy la hermana gemela de Kaylee.
Él se quedó quieto un instante. Luego se enderezó despacio, y su imponente altura se impuso sobre ella. _________ tuvo tiempo de advertir que sus ojos eran de un castaño dorado, más penetrantes que los de un águila cazando. Nick tendió la mano libre, le dio un golpecito paternalista en la mejilla con sus dedos callosos y convino secamente:
—Seguro que sí.
—Escúcheme. Estoy más que dispuesta a colaborar con usted, pero soy _________ MacPherson. Soy profesora en la escuela de sordos Briarwood, y esto —y con el gesto abarcó el patio soleado y la parte trasera de la casa— es mi casa.
—¿Tengo yo pinta de haber nacido ayer? —la interrumpió él impaciente—. Lo primero que he hecho es pasarme por la escuela Briarwood. ¿Y sabes qué, pelirroja? Tu hermana salió ayer hacia Europa, en un viaje que llevaba años planeando.
—¡Me robaron! —exclamó _________ con amargura—. Y no me llamo pelirroja. Me llamo _________ MacPherson. Señorita MacPherson, para usted.
Nick abrió la cartera que había recogido del suelo y le pegó a las narices la parte que contenía el carnet de identidad.
—Aquí pone que tu nombre es Kaylee MacPherson. —Cerró bruscamente la cartera pero siguió blandiéndola delante de su cara—. Y Kaylee MacPherson es una gogó del Tropicana en Miami.
_________ apartó la cartera de un manotazo.
—Bailarina —corrigió automáticamente. Y luego deseó haberse mordido la lengua hasta sangrar. Su madre había estado negando la realidad hasta el día de su muerte, y su repetida y terca insistencia había hecho que _________ dijera aquello sin pensarlo. Sin embargo, haberlo soltado así en aquella situación, había sonado como si se estuviera defendiendo—. Y, de todas formas, eso no lo pone en el carnet de conducir —añadió, y entonces hizo una mueca. «Mal, _________. Muy mal. Estás empeorando las cosas.»
Intentó soltarse tirando de la muñeca, pero Nick la retuvo y se acercó un paso más, lo cual la puso muy nerviosa.
—Mire —se desesperó ella—, vamos a mi casa y le enseño mi carnet de conducir. Le puedo enseñar toda una serie de... Pero ¿qué se cree que está haciendo?
Nick se había sentado de pronto en el suelo con las piernas cruzadas y había tirado de ella hasta tenerla tumbada boca abajo sobre su regazo. Agarrándola con una mano fuerte, llevó la otra a la cintura de los pantalones de ciclista, y en un solo movimiento se los bajó.
—Según mi expediente, señorita MacPherson, tiene usted un tatuaje de unos labios rojos... —Uno de sus dedos se deslizó bajo el encaje de las bragas—. Más o menos... —Y apartó la frágil tela dejando al descubierto una nalga redondeada—. ¡Aquí! —Y su pulgar calloso frotó el lugar.
_________ se quedó helada. Era un loco. Luego su cuerpo se convirtió en un frenesí de movimientos. Tendió el brazo hacia atrás y le arañó la mano, se la apartó de golpe y se levantó. Intentó colocarse bien las bragas y los pantalones y se volvió hacia él, sabiendo que tenía las mejillas encendidas.
—¡Dios mío! —resolló—. Pero ¿qué clase de persona es usted? ¡Y pensar que tengo todo un programa para enseñar a mis niños que la policía es nuestra amiga! No puedo creerme que haya hecho algo tan... Dios mío... algo tan... sórdido...
—Vamos, cálmate, pelirroja. Tú sabes quién soy, yo sé quién eres, así que dejémonos de historias, ¿eh? Coge tu bolso. Ya hemos perdido bastante tiempo. —Le puso el bolso en las manos y se agachó para recoger la maleta. Luego la agarró de la mano y la arrastró hasta el lateral de la casa—. Tengo que cumplir con mi agenda.
Nick apartó una rama de un manotazo y rodeó la casa hasta salir al jardín frontal, arrastrando a su prisionera tras él. Pero ¿por quién demonios le había tomado?, se preguntaba sombrío. ¿Por un completo imbécil? Aquella mujer había visto demasiados culebrones.
La madre de Nick era aficionada a los culebrones. Lenore Jonas, en su casa, un cuarto piso sin ascensor, se pasaba las horas pegada al pequeño televisor viendo aquellos programas. Con una madre que prefería con mucho soñar fantasías antes que enfrentarse a la realidad, Nick conocía al dedillo la vieja historia de la gemela mala y la buena. Ya de pequeño no se la creía, y mucho menos ahora.
Pero ¿es que MacPherson pensaba que se acababa de caer de un guindo? Joder, él no era precisamente el tonto de la película, aunque aquella mujer pensase que podía cambiar de aspecto con solo quitarse el maquillaje y peinarse hasta dejarse el pelo liso y brillante en lugar de abultado y esponjoso. Era cierto que había intentado mostrarse menos exuberante y llamar menos la atención, con el propósito de integrarse en el entorno de clase media de su hermana. ¡Pero vamos! Aunque su modesta blusa hacía todo lo posible, todavía no se había inventado un atuendo lo bastante conservador para disfrazar un cuerpazo como el suyo.
—Tiene que escucharme —protestaba ahora, tirando de la muñeca que él seguía agarrándole—. Kaylee está metida en un buen lío. Oyó cómo planeaban el asesinato de una mujer, desde entonces ha desaparecido, y si entierran el cuerpo donde ella sabe que lo harán, podrá hacer que condenen tanto al hombre que cometió el asesinato como al que lo encargó. Y eso significa que mi hermana corre un serio peligro.
¡Por todos los santos! Nick la arrastró hasta el coche aparcado en la acera y abrió la puerta del pasajero.
—Cuidado con la cabeza —advirtió, poniéndole la mano en la coronilla para protegérsela mientras la hacía entrar en el sedán.
El tacto de su pelo era cálido y resbaladizo entre sus dedos. Nick presionó contra su cabeza para que se moviera. Quería meterla en el coche cuanto antes para poder apartar sus manos de ella. No le gustaban los impulsos que sentía cada vez que la tocaba.
Pero _________ no se movía, negándose a cooperar. De pronto se dio media vuelta para mirarle con expresión furiosa.
—¡Maldita sea! ¿Quiere escucharme?
—No, si ya te he escuchado, pelirroja. Eso también se lo puedes contar al juez.
—Quiero ver su identificación. Quiero verla ahora mismo. —Pero por dentro tembló de miedo al ver el súbito gesto sombrío de la boca de Jonas y el ceño en el que se unían sus cejas negras sobre sus entrecerrados ojos ambarinos. Nick la miraba como si estuviera a punto de darle un puñetazo. _________ tragó saliva—. Quiero ver su placa —insistió con decisión, intentando ignorar el calor que emanaba en oleadas del cuerpo de Jonas.
Él masculló entre dientes una maldición, pero apartó la mano de su cabeza para ponerla sobre el techo del coche, inmovilizándola así entre él, el vehículo y la puerta abierta mientras se llevaba la otra mano al bolsillo del pantalón. No se molestó en apartarse y _________ bajó la mirada, concentrándose en su nuez de adán. ¿De verdad hacía falta que se pegara tanto a ella? Podía oler el jabón de lavandería en su camisa de paño y un leve aroma a limpio sudor masculino.
—Aquí está —gruñó él, poniéndole en las narices la cartera abierta.
Ella leyó la identificación. Parpadeó y volvió a leerla con creciente incredulidad.
—¿Agente de recuperación de fugitivos? —Y para su humillación, se le quebró la voz. Respiró hondo y echó atrás la cabeza para mirar los fieros ojos dorados de Jonas—. ¡Pero si ni siquiera eres policía! —le acusó. Su tono de voz subía con cada palabra—. ¡No eres más que un asqueroso cazarrecompensas!
Nick lanzó otra maldición.
—No tengo tiempo para esto —masculló. Y con un rápido movimiento, la apartó de la puerta abierta del coche y la inmovilizó con firmeza bajo el brazo. Cerró la puerta del pasajero, la arrastró hasta el lado del conductor y por allí la introdujo en el coche. Se metió tras ella, cerró la puerta y bloqueó todas las cerraduras pulsando un botón—. Ponte el cinturón —ordenó, mientras metía la llave en el contacto.
A _________ le entró el pánico al oír el ruido del motor.
—¡Déjame salir, Jonas!
La mirada que él le dirigió la hizo encogerse en una esquina.
—He dicho que te pongas el cinturón, pelirroja. ¿O prefieres que lo haga yo?
_________ no pensaba por nada del mundo darle la menor oportunidad para que volviera a plantarle encima aquellas manos de palmas anchas y dedos largos, de manera que se puso el cinturón.
—No te saldrás con la tuya, ¿sabes?
Jonas resopló. Mientras ponía en marcha el motor se sacó del bolsillo de la camisa un papel doblado, lo abrió con una sacudida y lo alzó para que ella lo leyera. Era una copia certificada de la fianza de Kaylee.
—Según la ley, esto es prueba suficiente para realizar una detención.
—Puede, si yo fuera Kaylee MacPherson —replicó _________ con los dientes apretados, mientras se alejaban del barrio—. Pero soy _________.
—Maldita sea, pelirroja, ya estoy harto de esa murga. Como no te calles, te amordazo. —No lo haría, por supuesto. Pero conocía a las mujeres y sabía que con esa amenaza bastaría. Lo que más odiaba en el mundo una mujer era que le impidiesen hablar.
_________ guardó silencio. «¡Esto es el colmo!» La rabia hervía en su interior, ahogando todas las células de su cuerpo. «¿Que me va a amordazar? ¿Amordazar? ¡Eso es ya lo último de lo último! ¡Este tío acaba de cruzar la línea!»
Durante toda su vida había respetado las reglas. Y esta era su recompensa: un cretino que no dudaba en ponerle las manazas encima ni en utilizar la fuerza para intimidarla. Y lo peor es que era como su padre, dispuesto a todo por ganar un dólar, pisando a cualquiera que se interpusiera en su camino. Pues bien. Ya estaba harta de intentar convencer a aquel listillo de que no era la mujer que él buscaba. De ahora en adelante haría cualquier cosa que estuviera en su poder para impedir el viaje a Florida. Los detalles específicos para lograrlo eran bastante vagos de momento, pero ya encontraría la manera. En primer lugar, sin embargo... Se volvió hacia él.
—Eres un cerdo —declaró, pronunciando las palabras con gran claridad.
Él apartó un momento la vista de la carretera para mirarla ceñudo, clavándola en el asiento con sus ojos de color whisky. Los músculos del cuello y los hombros se le tensaron, lo que le daba un aspecto todavía más imponente, pero _________ no se amilanó. Arrojó sobre él todo el desprecio del que pudo hacer acopio.
—Has cometido un gran error, Jonas, y de alguna forma haré que lo pagues.
Nick emitió un ruido grosero.
—Sí, ya. Anda que voy a perder yo el sueño con la preocupación. —Cambió de carril y volvió a mirarla—. En cuanto a tus deseos de venganza, pelirroja, ya puedes intentarlo. El día que yo me equivoque con alguien como tú...
_________ se ofendió.
—¿Cómo dices? ¿Alguien como yo?
—Alguien que se gana la vida dando brincos cubierta de lentejuelas.
—Ya, en lugar de ser un ciudadano ejemplar como tú, supongo. ¿Pues sabes, cariño? Odio tener que decirte esto, pero tú no eres precisamente la crême de la crême. No eres más que un asqueroso cazarrecompensas al que le gusta fingir que es un policía de verdad.
Aquello tocó una fibra sensible.
—Yo por lo menos sé reconocer y aceptar la verdad —respondió tenso.
—¡Qué cara más dura! ¡Tú no reconocerías la verdad ni aunque te mordiera el culo!
Nick notaba el mentón cada vez más tenso.
—Como te decía, pelirroja, el día que yo me equivoque con alguien como tú, me meto a monje.
—Pues prepárate para el monasterio, colega —le espetó _________—. Porque vas a ir de cabeza.
andrew
andrew


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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por andrew Miér 05 Jun 2013, 2:59 pm


Capítulo 3
Solo
llevaba unas horas con aquel caso, y no pintaba nada bien. «Mamá, qué
pena que ya no estés con nosotros», pensó sombrío, intentando por todos
los medios ignorar a su malhumorada y escultural pasajera y
concentrándose en el tráfico pesado del centro de la ciudad.
Aquella
situación no solo incluía elementos que parecían salidos de los
programas favoritos de Lenore Jonas, sino que venía a corroborar la
teoría derrotista de su madre de que «nadie escapa del nicho en el que
ha nacido».
No era que ella deseara el mal para nadie, pero nunca
había creído que alguien pudiera mejorar la posición social que le había
tocado en la vida. Ella se había esforzado mucho, y lo único que logró
fue trabajar muchas horas por un salario muy bajo, una liquidación sin
bonificación alguna y una pensión de mala muerte. En otras palabras:
acabó justo donde había empezado. De manera que se dedicó a planchar, a
ver la televisión y a advertir a Nick para que se resignara al hecho de
que él también terminaría donde había comenzado. Según Lenore, tal vez
podría escapar por un tiempo, pero antes o después la vida le daría una
patada y lo mandaría de nuevo al fondo.
Nick no estaba de acuerdo.
Había ingresado en el ejército, se convirtió en policía militar, y
durante más de doce años desmintió las predicciones de su madre. En un
entorno ordenado y estructurado, prosperó. Luego su compañero Gary
Proscelli recibió una bala dirigida a Nick y se quedó parapléjico.
Y Nick se preguntó entonces si su madre no tendría razón. Tenía que decidir en ese momento cuál sería su nueva ocupación.
Pero
no pensaba rendirse, no pensaba dirigirse hacia el ocaso con el rabo
entre las piernas. Dejó el servicio cuando se enteró de que pensaban
enviarle a la base militar de Oakland. ¿Quién demonios esperaban que
ayudara a Gary si a él le mandaban al otro lado del continente? Había
que cumplimentar todo el interminable papeleo para darle de baja en el
ejército, y luego más papeleo para conseguir la pensión de invalidez.
Por no mencionar que su amigo también necesitaba a alguien que le
ayudara a suavizar la transición a su nuevo modo de vida.
Nick se
sintió tan culpable viendo a Gary esforzarse por rehacer su vida que la
mala conciencia estuvo a punto de acabar con él. Sabía que tenía que
hacer algo. Una vez que se hubieron establecido en un pequeño
apartamento de Miami, empezó a buscar la manera de hacer realidad un
sueño que habían acariciado durante años.
Siempre habían hablado de
cumplir sus veinticinco años en el ejército y luego, con el dinero de la
jubilación, comprarse un refugio de pesca. Lo cierto es que había sido
una ambición que entonces les parecía muy lejana, que pertenecía a un
futuro remoto. Pero cuando el plan fue abatido por la misma bala que
paralizó a Gary, Nick tuvo que buscar la manera de ganar dinero de forma
rápida.
Y no existían muchas perspectivas para un tipo con estudios
primarios y muy pocos créditos universitarios. El crimen estaba
descartado, y las fuerzas de la ley no ofrecían un sueldo suficiente, no
si esperaba cumplir su objetivo en este siglo. Era una lástima, porque
le habría gustado ser policía. Desde luego le gustaba ser policía
militar. Pero no se trataba de él. Se trataba de asegurar el futuro de
Gary. La caza de recompensas parecía la manera más rápida de ganar
dinero. El hecho de que Nick no tuviera gana alguna de convertirse en
agente de recuperación de fugitivos y que cada día odiara más su trabajo
era lo de menos.
Estaba más que harto de estar en contacto
permanente con las formas de vida más rastreras de Miami. Pero al cabo
de un año y medio empezaba a vislumbrar los beneficios, porque hacía tan
solo unas semanas se había puesto en venta el refugio de pesca con el
que Gary y él soñaban. Estaba situado en un lugar donde habían pasado
algunos de sus mejores momentos, el retiro de vacaciones de Carolina del
Norte donde habían ido varios años seguidos. Era un trocito de cielo en
la tierra, y jamás habían esperado que lo pusieran en venta.
Nick
pensaba comprarlo. La entrada que le pedían era más alta de lo que
esperaba, pero disponía de treinta días para reunir la cantidad
necesaria antes de perder la opción de compra.
Se fijó en su
prisionera, que miraba malhumorada el tráfico por la ventanilla. Por lo
menos esta no tenía un historial de violencia, a diferencia de la
mayoría de la gentuza a la que entregaba. De hecho, le sorprendía un
poco lo alta que había sido su fianza. Había tenido mala suerte con el
juez, quien despreciaba el mundo del espectáculo. Pero ese no era su
problema. De hecho, desde su punto de vista, cuando más alta fuera una
fianza, mejor, puesto que el porcentaje que a él le correspondía tras la
entrega del fugitivo era del 10 por ciento.
Pero lo primero era llevar a la pelirroja a Miami sin más tropiezos como los de esa mañana. Nick abrió el mapa de carreteras.
_________
le oyó mascullar para sus adentros y le miró. Cada vez que llegaban a
un semáforo en rojo, es decir, cada dos minutos, inclinaba la cabeza
sobre el mapa de la consola entre los dos asientos y farfullaba
palabrotas de lo más grosero. _________ se quedó mirando la enorme mano
abierta sobre el papel. Tenía los dedos largos y parecía fuerte. Tuvo
que volverse apresuradamente hacia la ventana al experimentar una
salvaje oleada de satisfacción cuando vio los arañazos rojos en el dorso
de la mano. Por Dios. Jamás habría imaginado que algún día se sentiría
bien por haber infligido esas heridas a alguien.
Los edificios que se
alzaban a ambos lados sumían las calles en una penumbra casi
sobrenatural, y por primera vez _________ advirtió el paisaje que se
deslizaba por la ventana. Al salir de la autopista estaba demasiado
alterada para fijarse, pero ahora se dio cuenta de que estaban en el
centro de Seattle.
¿Para qué? El aeropuerto de SeaTac estaba a más de quince kilómetros al sur.
Varias
manzanas más adelante, su captor lanzó un murmullo de satisfacción y se
metió en un aparcamiento de coches de alquiler. Al cabo de unos
segundos había aparcado y estaba con su bolsa, el equipaje de Kaylee y
_________ ante el mostrador de la minúscula agencia. Mientras hablaba
con el empleado para devolver el coche, _________ intentó discretamente
zafar la muñeca de los fuertes dedos que la aprisionaban. Nick dejó al
instante lo que estaba haciendo y le clavó sus ojos dorados, tapando la
vista del empleado con un sutil movimiento de su hombro.
—Podemos
hacer esto de dos maneras —la informó en voz baja—. Podemos hacerlo por
las buenas, como amigos, o puedo ponerte las esposas y llevarte a
rastras delante de todo el mundo. La verdad, pelirroja, tu dignidad me
importa un carajo, de manera que la elección es tuya.
_________ dejó
el brazo yerto. Aunque hervía de rabia, echó a andar obedientemente tras
él cuando se marcharon de la agencia un minuto más tarde. Al notar que
él echaba el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda, se felicitó
por haberle dificultado una parte de su trabajo. Pero aunque Nick
cojeara y tuviera una mano arañada, la situación de _________ no había
experimentado ninguna mejora. Jonas todavía se la llevaba a... bueno,
adonde la estuviera llevando.
En la manzana siguiente, Jonas se
detuvo delante de un edificio de mármol en la esquina entre la Ocho y
Stewart. Nada más abrir la puerta, _________ se detuvo en seco y se
quedó mirando el cartel azul y blanco que había colgado.
—¿Greyhound? —exclamó incrédula—. ¿Vamos a ir a Miami en autobús?
Y
vio sorprendida cómo una oleada de rubor ascendía por el cuello de
Nick, sobre su fuerte mentón hasta las mejillas tersas y planas. Él
miraba ceñudo hacia un punto lejano más allá de ella, negándose a
encontrarse con sus ojos. Su evidente incomodidad dio a _________ algo
que no había poseído desde el momento en que Jonas había irrumpido en su
vida: un atisbo de control. Le miró alzando una ceja.
—¿Qué pasa aquí, Jonas? ¿Es que a los cazarrecompensas malos y grandotes no os dan dietas de viaje?
Los dedos de Nick se tensaron en torno a la muñeca de ella un instante, pero el hombre se limitó a gruñir.
—Muy graciosa, pelirroja. Muy graciosa. —Y la arrastró hacia la ventanilla.
Quince
minutos más tarde se metía los billetes en el bolsillo de su camisa
blanca y se la llevaba hacia una hilera de sillas de plástico clavadas
al suelo al lado de la sala de juegos. Allí dejó caer el equipaje.
—Siéntate.
—Caramba. ¿Cómo podría rechazar una invitación tan educada y encantadora? —Y eligió para sentarse la silla más limpia.
Él
le acercó el equipaje a patadas y se dejó caer en la silla contigua. Se
inclinó, plantó los codos sobre sus piernas abiertas y se quedó mirando
las sucias losetas rojas del suelo. La camisa se tensaba sobre sus
hombros y sus manos grandes colgaban entre sus rodillas. El muslo
izquierdo invadía el espacio de _________.
Ella estaba sentada
erguida y tiesa, con los tobillos alineados y las piernas remilgadamente
juntas, apartadas de la pierna musculosa que invadía su territorio.
Sabía que debía de tener una pinta de lo más repipi, pero no le
importaba. Era lo único que de momento podía hacer para mantener bajo
control sus agitadas emociones. Se quedó mirando al vacío, escuchando
las vibraciones y pitidos eléctricos que surgían de la sala de
video-juegos a su espalda.
Nick la miró de reojo y frunció el ceño.
Había algo en ella que hacía que él se sintiese como un gorila sin
modales. Por la manera que tenía de estar allí sentada como una reina
entre la plebe, era difícil recordar que se ganaba la vida meneando las
caderas con un mínimo de ropa. Menuda actriz. Tuvo la tentación de
presionar un poco más con la pierna izquierda, solo para ver qué haría
ella.
Pero probablemente no era una buena idea. Maldita sea. ¿Qué
tenía aquella mujer que no hacía más que incitarle a olvidarse de su
profesionalidad?
Se inclinó para recoger del suelo su bolsa y se la
puso sobre el regazo. Abrió la cremallera y comenzó a sacar los
contenidos para hacer un breve inventario. Se animó al instante. No
estaba tan mal como se había temido.
—¿Qué demonios estás haciendo?
Nick
advirtió que la mujer se había quedado mirando la pila de téjanos,
camisetas y calzoncillos que tenía sobre el regazo, y los útiles de
afeitar que oscilaban encima del montón.
—Mirando lo que llevo.
—¿Por qué? ¿Es que te hizo la bolsa tu mujer o algo parecido?
El resoplido de risa de Nick fue breve y carente de humor.
—¿Acaso te parezco un producto de la felicidad conyugal?
Ella le miró con una expresión serena en sus grandes ojos verdes.
—No
creo que quieras saber lo que de verdad me pareces, Jonas. A pesar de
todo, sí que da la impresión de que tienes inteligencia suficiente para
recordar lo que echaste en la bolsa anoche o esta mañana.
Por alguna razón, el insulto le provocó una sonrisa. Una cosa tenía que admitir, la pelirroja no tenía pelos en la lengua.
—La
bolsa lleva en el maletero de mi coche... ya ni me acuerdo. —De hecho,
la previsión de tener siempre una bolsa lista le había evitado más de un
apuro—. El coche había pasado la noche en el aparcamiento, así que esta
mañana tuve el tiempo justo de recoger la bolsa antes de que saliera mi
avión. Y menos mal, porque si no habría tenido que comprarme la ropa a
precios del aeropuerto cuando te me escapaste esta mañana en MIA.
—¿MIA? ¡Por favor! ¿Eso qué es, argot de cazarrecompensas?
«Ya. Como si tú no lo supieras.»
—Muy
bien, voy a seguirte la corriente —replicó con paciencia—. Miami
Internacional Airport. Desde donde los dos hemos salido esta mañana.
Qué
demonios. Su buen humor, al garete. No necesitaba que nadie le
recordara lo mucho que la fugitiva le había costado en billetes de avión
y autobús.
Un chiquillo rubio se subió a la silla junto a la de _________.
—Hola —saludó.
Agarrándose
al respaldo de plástico con una mano regordeta, se inclinó hacia ella,
haciendo oscilar precariamente el zumo de uva que llevaba en la otra
mano.
—¡Tommy! ¡Deja en paz a esa señorita! —Una rubia con expresión
de agotamiento, vestida con ropa de mercadillo, se sentó al otro lado de
su hijo.
Para sorpresa de Nick, _________ sonrió a la madre y al hijo.
—No pasa nada —aseguró. Luego miró al pequeño y añadió con voz suave—: Hola, Tommy.
—¿Sabes
qué? —dijo el golfillo—. La semana que viene cumplo cuato años. —Sonrió
y prosiguió informando—: Mi made y yo vamos a Pote'land. —Hizo un
amplio gesto con la mano que sostenía el zumo—. Vamos a vivir con mi
abuela. ¿Y tú? ¿Dónde vas? —Con esta última pregunta el zumo de uva
salió disparado del vaso, trazó un arco en el aire y salpicó a _________
en la blusa y las rodillas desnudas. Ella se levantó de un brinco con
una exclamación, apartándose del pecho el algodón empapado.
—¡Tommy!
¡Mira lo que has hecho! —gimió la madre—. Lo siento, señorita. Lo siento
muchísimo. —Y también se puso en pie para intentar secar la blusa de
_________ con una servilleta de papel.
El niño se contagió de su creciente agitación y su gemido de sorpresa se convirtió en un llanto a moco tendido.
—No
pasa nada, de verdad. Es una blusa vieja. —_________ le quitó a la
mujer la servilleta mojada y se limpió el zumo de las piernas.
A Nick le sorprendió su compostura. Él habría jurado que era de esas que se ponen hecha una furia en una situación así.
—Vamos —dijo, levantándose y agarrando las bolsas—. Puedes asearte en el servicio.
Dejando
a la mujer balbuceando disculpas y al chiquillo llorando, Nick se llevó
a _________ del codo hasta la rampa que llevaba a los servicios de
señoras. Abrió de golpe la puerta y asomó la cabeza para asegurarse de
que no había otra salida por la que su prisionera pudiera largarse. Una
mujer que se estaba secando las manos lanzó una exclamación indignada,
pero Nick no le hizo ningún caso. Le tendió la maleta a _________ y
sugirió:
—Ve a asearte.
_________ se limpió los pegajosos
churretes de zumo de uva con agua del grifo y varias toallas de papel.
Se quitó la blusa, y después de un triste examen la tiró a la papelera.
No había manera de quitarle las manchas. Se agachó para abrir la maleta
de Kaylee.
Para una mujer que había pasado toda su vida adulta
disimulando unas curvas demasiado voluptuosas, la elección que le
ofrecían los contenidos de la maleta eran desoladores. Se probó un top
tras de otro, y cada uno parecía más atrevido que el anterior. Por fin
se decidió por una camiseta corta verde esmeralda, pero al verse en el
espejo tiró avergonzada de la escasa tela en un intento por estirarla
hasta la cintura de los pantalones. ¡Y por Dios! Si por lo menos no se
ciñera tanto a la forma de sus pechos... _________ realizó un último y
fútil examen de la maleta. ¿Es que Kaylee no tenía ni una sola prenda
que no brillara, relumbrara o se ajustara como una segunda piel?
Unos fuertes golpes en la puerta de los servicios la hicieron dar un brinco.
—Abre, pelirroja —gruñó Jonas—. Ya llevas ahí un buen rato.
_________ se precipitó hacia la puerta y la abrió de golpe.
—¡Lárgate! ¡No soy tu perrito faldero! Saldré cuando haya terminado.
Los
ojos de Nick apuntaron como misiles teledirigidos a sus pechos. Luego
la repasó entera con la vista y su nuez de adán se deslizó arriba y
abajo por la fuerte columna de su garganta.
—Eh... sí. Claro. Muy
bien —convino vagamente. Bajó la vista hasta su rostro y sus oscuras
cejas se unieron por encima de la nariz mientras recuperaba la
compostura—. Tienes dos minutos, MacPherson.
_________ le dio con la puerta en las narices.
—Haz
esto, pelirroja. No hagas lo otro —le imitó ella con amargura—. Como si
necesitara que un gusano me dijera lo que tengo que hacer. —Volvió a
guardar la ropa de Kaylee, se levantó y miró a su alrededor.
Pero ¿en
qué demonios estaba pensando? Había malgastado el tiempo preocupándose
por cómo le quedaba la ropa de su hermana cuando tenía un momento a
solas para pensar en la forma de salir de aquel lío. ¡Maldita sea! Le
daban ganas de darse de bofetadas. ¿Había allí alguna ventana? Miró de
nuevo alrededor. No, no había ventana. Bueno, muy bien. Tenía que
pensar. ¿Qué otra cosa..? ¡Barra de labios! Escribiría un mensaje
pidiendo socorro en el espejo. A lo mejor alguien lo leía y llamaba al
FBI o algo así.
Metió la mano en el bolso buscando el gigantesco
neceser de maquillaje de Kaylee. En el fondo encontró una barra de
Woodrose Creme. La abrió y apoyándose con una mano en el lavabo se
inclinó sobre el espejo.
La puerta se abrió de golpe a su espalda.
—Pero
¿qué te pasa? —le preguntó al reflejo de Nick. Sin dejar de mirarle a
los ojos, redondeó los labios y aplicó sobre ellos el cremoso carmín—.
¿Es que el servicio de caballeros no funciona o qué?
Nick la miró
mientras se secaba los labios con un pañuelo, luego bajó la vista hasta
la curva de su trasero, para hacerla rebotar de nuevo en la imagen en el
espejo. _________ hizo un pequeño mohín con los labios y se apartó para
observarse con ojo crítico. Dejó caer el carmín en el bolso, se dio la
vuelta y señaló el cubículo con un gesto.
—Todo tuyo.
Él atravesó
la sala en un instante y plantó las manos sobre el mostrador a cada lado
de sus caderas, empujándola contra el lavabo.
—No me provoques, pelirroja.
Ella alzó el mentón.
—¿O qué? ¿Me vas a llevar a rastras por todo el país para meterme en la cárcel?
Un
músculo brincó en el mentón de Jonas. Luego se apartó, sus ojos fríos
de nuevo, como si los fuegos se hubieran extinguido de pronto.
—Vamos. El autobús está a punto de salir.
_________
notó una oleada de pánico. Ahora que se acercaba el momento de partir,
de pronto todo parecía mucho más real, y su breve rebelión acabó no con
un estallido sino con un gemido. ¡No! ¡No podía permitir que sucediera
aquello! Había logrado labrarse allí una vida, una vida segura, lejos de
los altercados y los problemas en los que su hermana estaba siempre
involucrada. Y ahora, por culpa de Kaylee, estaba a punto de...
—¡No! —Intentó echar a correr hacia la puerta, pero en vano.
Una
idea estúpida. Lo supo antes de que Nick la atrapara con un brazo en
torno a su cintura y la levantara del suelo. Pero _________ no era capaz
de razonar con calma. Reaccionó instintivamente, dando puñetazos y
patadas a cualquier parte del cuerpo que pudiera alcanzar, hasta que él
la rodeó con los dos brazos y avanzó unos pasos hacia la derecha. Para
cuando _________ se dio cuenta, estaba aplastada entre la pared del baño
y los músculos de hierro de su captor.
—Cálmate —ordenó Jonas. Su
voz salía ronca de su pecho, con un tono que sorprendentemente carecía
de agresividad—. Domínate, pelirroja.
Liberó una de sus manos sin
dejar que ella se moviera ni un centímetro. Le agarró con ella la cabeza
y la dejó inmóvil, con la frente apoyada contra su pecho. El calor de
sus largos dedos se extendía por su cráneo. Luego Jonas bajó la mano a
lo largo de su pelo.
—Para y piensa un momento —prosiguió, con el
mismo tono enérgico—. Así no llegarás a ninguna parte. —El calor de su
cuerpo comenzaba a penetrar los tensos músculos de _________.
Nick
advirtió su ligero movimiento de sorpresa. Se preguntó qué pensaría si
le dijera que ya esperaba de ella una reacción parecida. Siempre llegaba
un momento en el que los prisioneros se daban cuenta de que volvían sin
remedio a la cárcel a la espera de un juicio del que habían confiado
librarse. La reacción entonces era siempre la misma: todos intentaban
huir. A los hombres solía reducirlos con la fuerza bruta y el uso de su
pistola, si era necesario. Pero con la mayoría de las mujeres intentaba
ser un poco menos brusco, siempre y cuando ellas no se pusieran
agresivas. Pero la pelirroja era la única persona, hombre o mujer, a la
que no había esposado.
No es que la considerase especial, ni mucho
menos. No lo había hecho por ella. Tenían un largo camino por delante,
porque en su margen de beneficios ya no cabía el precio de los billetes
de avión. Ni por un momento había creído su historia de complots,
cadáveres enterrados y asesinos a sueldo. Pero era un hombre precavido, y
en el improbable caso de que hubiera un ápice de honestidad en aquella
mujer, quería atravesar el país llamando lo menos posible la atención.
Bastaba con echar un vistazo a la pelirroja para saber que tenía muy
pocas posibilidades de pasar desapercibida, y la ropa ajustada que
acababa de ponerse no aumentaba precisamente esas posibilidades. Si a
todo eso le añadía unas esposas, más le valía quedarse allí parado
esperando a que apareciera uno de aquellos hipotéticos villanos para
arrebatarle a la prisionera de las manos.
Su expresión se endureció.
Aquello no ocurriría mientras él estuviera allí, sobre todo teniendo en
cuenta que debía cobrar sus honorarios y comprar un refugio para Gary.
Se
apartó de ella dando un paso hacia atrás. _________ osciló un poco, y
él le apoyó las manos en los hombros para estabilizarla.
—Vamos —dijo con aspereza—. Es hora de ponerse en marcha.
Ella parpadeó.
—¿Qué?
Nick
tensó la boca al mirar aquellos grandes y atormentados ojos verdes. Por
Dios, aquella mujer se había equivocado de profesión. En Hollywood
habría arrasado, y ni siquiera habría necesitado exponer el 95 por
ciento de su cuerpo.
No sabía por qué aquello seguía sacándole de quicio.
La
puerta se abrió tras ellos. Nick volvió la cabeza bruscamente, dándose
cuenta de pronto de que estaba en una posición en la que no podría
alcanzar deprisa su pistola. Una mujer entró en los servicios, pero
frenó en seco al verle. Luego miró a _________ frunciendo los ojos.
—¡Ya
podían buscarse otro sitio para eso! —les espetó—. A algunas nos gusta
saber que al entrar en el servicio de señoras solo vamos a encontrar
señoras.
—Vamos, pelirroja. —Nick agarró las maletas y deslizó el
brazo por los hombros de _________. Así la guió por la rampa hasta la
puerta de embarque—. El autobús llegará enseguida. —Miró el reloj. Eran
las 17.40. Aquello le recordó que se acercaba la hora de la cena y que
pasarían varias horas metidos en un autobús hasta la siguiente parada—.
¿Te apetece comer algo?
Ella negó con la cabeza.
—Probablemente
tengamos tiempo de tomar una hamburguesa —sugirió Jonas, señalando con
la cabeza el Burger King que tenía una entrada en la estación de
autobuses.
Ella se estremeció y apartó la vista.
—Vale, nada de
hamburguesas. Pero voy a comprar algo para llevar. Es posible que
cambies de opinión una vez que estemos en camino. —La condujo hasta una
serie de máquinas expendedoras y compró varios artículos que metió en su
bolsa. Luego se dirigieron al exterior, donde otros pasajeros esperaban
el autobús fumando o andando de un lado a otro. Nick se palmeó el
bolsillo del pecho buscando su tabaco antes de acordarse de que había
dejado de fumar.
El autobús llegó al cabo de un momento. Nick
introdujo a su prisionera en el interior y no tardó en tener el equipaje
en el estante superior y a _________ sentada junto a la ventanilla.
Esta
no decía nada. Ni siquiera reconocía ya su presencia. Miraba por la
ventanilla mientras el autobús salía de la estación. Era como si Nick no
existiera.
Bueno, a él no le importaba. Cuanto menos hablaran,
mejor. Tampoco es que se muriera de ganas de conocerla. Las luces de la
ciudad iluminaban su perfil mientras se dirigían hacia la autopista.
Nick frunció el ceño. Aquella mujer no era para él más que mercancía,
por mucho que hubiera sentido un pellizco en el estómago cuando la vio
pintarse los labios. Qué demonios, seguro que había sido debido al
hambre. La pelirroja había dicho que no a una hamburguesa, pero a él le
habría venido de miedo. «Mercancía», se repitió en silencio. «Es
mercancía.»
Un paquete que tenía que entregar antes de poder lograr su objetivo.
andrew
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Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu Empty Re: Soy Toda Tuya- Nick Jonas y Tu

Mensaje por Pamm Jonas Miér 03 Jul 2013, 11:59 am

Hola hola! Nueva lectora !! Wow ya me hizo enojar muy rápido la nove con la malcriada de Kaylee !! Siguelaaaa :)
Pamm Jonas
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