Autumn Tree. {Harry Styles.}

Allí, desde la camilla cubierta con frías sábanas verdosas, veía su rostro y sus ojos cerrados, con ansias y esperando a que los abriera para poder ver el color esmeralda, comenzó a recordar cada momento, como solía hacer mucho últimamente. Era una de las pocas virtudes que su enfermedad no le había arrebatado, su memoria. Recordaba cada cosa que había ocurrido desde el momento en que cumplió tres años. No estaba segura de por qué exactamente desde cumplió los pocos tres años de edad, pero así era. Y pasando su mano delicadamente por su mejilla, las imágenes comenzaron a volver a su mente…

No tendría caso comenzar desde el momento en que lo conoció, harían falta demasiados acontecimientos. Así que comencemos por ese día de primavera, el primer día de primavera, en el que todos los niños juegan y salen a cortar flores, las madres arreglan sus jardínes y el día en que Valerie Kauffman muere por poco.

A sus dieciséis años se había encargado de arruinar su vida de la forma más placentera: Llevar el “ser adolescente.” A los niveles no recomendados. Por durante casi tres años, Valerie había salido cinco noches a la semana como mínimo y vuelto por la madrugada, faltado más de la mitad del año a la escuela, y fumado más de los cigarrillos que una persona que lo tuviese bajo control, como decía ella, podría hacerlo en su vida. Y a pesar de eso, no fue eso lo que por poco y acaba con su vida. Podría decirse que fue todo lo contrario.
Ese mismo verano, poco antes de comenzar la primavera en la que casi muere, había sido obligada a convivir con su madre con la que apenas y había tenido contacto al ser una adicta igual o peor que ella. Una adicta a los hombres. Si bien sus tíos, con los que vivía, no tenían ni la más mínima idea del problema de su madre ya que era una maldita mentirosa de primera, no estaban demasiado confiados ni en su propio pensamiento. “Debe convivir con su madre algún día.”
Bien, el caso es que al estar allí abstente de todo lo que poseía, y solo con una maleta que habían registrado previamente, paso las tres semanas más largas de su vida. No sólo sin un cigarrillo, sin tan siquiera un encendedor para no caer en tal aburrimiento. Pero nadie la había preparado para lo que uno de esos hombres haría.
Su madre había cometido la estupidez de la década al embriagar a un hombre para poder llevárselo, al ser este hombre, lo que su madre llamaba “microbios moralistas.” Es decir, los hombres que le atraían y eran moralmente correctos. Después de todo, no resultó tan bien el plan. El hombre resultó no ser tan correcto como ella creía, y recuperó la conciencia al apenas llegar a la residencia. En un abrir y cerrar de ojos, sacó un arma de su chaqueta de cuero hecha a medida, y rompió en tiros hacía todos lados, incluyendo a su madre y se sorprendió a si misma al recordar que no sintió una sola pizca de dolor al ver a su madre tirada en el piso, mientras la sangre le corría por la sien.
El verdadero problema estaba en que el hombre procedió por disparar al techo, y cómo correr si el techo era su propio piso y no sabía si cualquier paso que daría sería un paso en falso.

Pero ese lado de la historia no interesa demasiado ya. Poco después descubrió por parte de la corte, que el hombre nunca estuvo realmente ebrio, y conocía a su madre. Al parecer, su madre era más que sólo una zorra con clase. Si no también vendedora de drogas. No había pagado nadie sabe qué cosa, y él era el encargado de asesinarla por ello. Una vez más, no sintió culpa alguna por su madre, no le llegó la mas mínima sensación de pena. Lo único que ocurrió realmente, era que cuando quiso prender el cigarrillo e inhalar como solía hacer a diario cuando regreso a su hogar, no pudo. Fue como si estuviese tomando un cigarrillo por primera vez. Pero poco después se dio cuenta que ante una minima cantidad de humo, comenzaba ese ataque.

Fue entonces cuando le diagnosticaron con esa enfermedad que desconocían y seguían sin conocer. Sólo sabían que todo había sido causado por la gran cantidad de adrenalina que se desató en el momento de tratar de huir de la muerte, y sus pulmones y otros miembros se vieron afectados. Pero por sobremanera, sus pulmones. Déjandola completamente incapacitada para volver a poner uno de esos rollitos dentro de su boca y prenderles fuego.

Pensó en drogas, pensó en alcohol. Pero justo entonces se puso a pensar que, si algo así le había causado el estar bajo tanta adrenalina, podría empeorar. Y estando drogada, o ebria, no tenía control sobre lo que haría. Fue entonces cuando comenzó a perderse en sus ideas, en los “¿Y qué pasaría sí?” Y cuando, inconscientemente, dejó de ser una adicta.

Comenzó a leer el papel, en vez de quemarlo. Comenzó a imaginar cómo sería saltar del precipicio en el que se sentaba para leer ese papel. Y todos comenzaban a decir que era una suicida.
Comenzó a pensar en cómo sería ser una rubia prototipo, y no la rubia que ella era, callada, reservada, mutilada. En cómo sería ser la reina del baile de la escuela, la cuál terminó haciendo tareas y exámenes desde el hospital del cual salió pocos meses luego y nunca entró a la universidad debido a que los doctores advirtieron que su enfermedad era grave y probablemente terminal.
Comenzó a pensar en cómo hubiese sido si hubiese dejado de ser virgen con alguien a quién amaba, y en sí llegaría a casarse algún día, a pesar de que no usaría un vestido de novia al no ir siquiera a una iglesia.
Y finalmente comenzó a pensar en que si se enamoraba de alguien, y alguien se enamoraba de ella… Ella moriría, sin importar qué. ¿Qué sería de él entonces?
Fue en ese momento en que se dio cuenta de algo, algo que la liberó, algo con lo que comenzó a vivir feliz, en paz, relativamente: No podía amar.

Por otro lado estaba él, cuando lo conoció, tiempo después, no parecía ser todo lo que era. No parecía guardar todos los secretos que guardaba. Y mucho menos parecía ser tan poco ingenuo como ella creía que era al verlo. Aunque seguía siéndolo. La ignorancia hace la felicidad, esas fueron las primeras palabras que cruzaron.

–¿Cómo puedes verte tan feliz, y estar tan triste?
–Me gusta hacer feliz a los demás.
–¿Y eso qué tiene que ver?
–Ellos no saben que no soy feliz, rubia, la ignorancia de verme sonreír les hace pensar que soy feliz, y eso, inconscientemente, les alegra.
–A mí no me alegra, rizado, sé que no eres feliz.
–¿Y cómo sabes eso?
–Yo tampoco lo soy.
–Estás sonriendo.
–Así es. ¿No?

Después de eso, se echaron a reír, como la ironía misma. Riéndose de la ignorancia del mundo ante la felicidad. Ellos ya no conocían aquello. Él, lo había perdido todo, él había sido el causante mismo de perderlo todo, y ahora no volvería a tener todo lo que le causaba la felicidad que en algún momento tuvo. Ella, no amaba, no podía amar, no le estaba permitido.
¿Y qué es una persona qué no sabe cómo amar, no tiene a quién amar, ni tiene por qué amar?