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Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
AWWWW TAN LINDA CHELKIS LLEGASTE A LA PAG 5 SIN QUE YO DIJERA NADA AWWWWWW POR ESO VOY A SUBIR UN SUPER HIPER MEGA ULTRA GRANDIOSA MARATON JIJIJ EN UN MOMENTO COMIENZO
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
MARATON 1/5
Capitulo 3 Parte 5
—Hola, Taylor —dijo ella, alargando su mano para tocar y calmar a su compañero—. Excepto por mi mascota, sí.
—¿Mascota? —Él echó una ojeada por sobre el mostrador para mirar a Kevin, que ahora estaba sobre sus patas con las orejas echadas hacia atrás.
Taylor dio un paso atrás. —Es un demonio de mascota lo que tienes ahí. ¿Tu papá te lo dio?
—¿Qué quieres? —preguntó ella—. Sé que no has venido sólo para darle a la lengua conmigo.
—Tengo, um, tengo tus cosas afuera y quiero saber que hacer con ellas.
Ella miró afuera para ver una pequeña furgoneta de mudanzas aparcada detrás del Alfa Romeo rojo de Taylor. —Se supone que las debías traer dos días atrás.
Él hizo un sonido de disgusto. —Sí, bueno he estado ocupado. Sabes, en realidad tengo una vida.
Ella puso sus ojos en blanco mientras la ira hacia él la invadía. —¿Sabes?, yo también.
—Sí —dijo él con una carcajada—. Comer caramelos y mirar la TV consume mucho tiempo.
Ella le echó una mirada de reproche. —Eres un idiota. ¿Qué vi en ti alguna vez?
Él extendió sus brazos como si se presentara a sí mismo y sonrió. —La misma cosa que cada mujer ve en mí, nena. Enfréntalo, ambos sabemos que nunca tendrás otro tipo que luzca tan bien como yo, interesado en ti.
Kevin saltó hacia él.
—¡No! —dijo Isabel bruscamente, pero era demasiado tarde. El lobo ya se había echado sobre el brazo de Taylor.
Taylor gritó de dolor.
Ella agarró al lobo y lo tiró hacia atrás. Kevin luchó contra ella, ladrando y gruñendo ferozmente cuando finalmente dejó el brazo de Taylor.
Ella lo empujó hacia el cuarto trasero y lo encerró.
Taylor sostenía su brazo que sangraba contra su costado. —Eso es. Considérate demandada.
—Ni lo intentes —dijo ella, su propio temperamento se abría paso mientras se iba acercando a donde él estaba de pie—. Estás en mi propiedad. Le diré a la policía que me amenazabas.
—¿Sí? De acuerdo, quien jamás te creería eso?
—Cualquier presentador de las otras dos estaciones que te odian tanto como yo.
Se puso pálido.
—Sí, Taylor —dijo ella malvadamente—. Recuerda que a todos los que esta pequeña chica gorda conoce en esta ciudad. Soy la última persona a la que quisieras joder.
Él giró sobre sus talones y salió.
Isabel lo siguió y lo oyó gritarle a la gente de la mudanza, —Sólo tiren su mierda sobre la calle.
—¡No te atrevas!
—Háganlo —gruñó él a los hombres.
Para el inmediato disgusto de ella, los hombres abrieron la parte trasera del camión y comenzaron a poner las cajas sobre la acera.
Isabel estaba horrorizada. —Les pagaré trescientos dólares por llevarlas a mi apartamento atrás.
Los hombres se miraron el uno al otro, luego asintieron con la cabeza y se dirigieron a la puerta.
—Doblaré lo que ella les ofrece si dejan sus pertenencias sobre la calle como la basura que es.
Ellos llevaron las cajas de nuevo sobre la acera.
—¡Tu bastardo increíble!
Él abrió su boca para responder, luego la cerró mientras una motocicleta venía rugiendo hacia ellos.
Isabel frunció el ceño, el conductor saltaba el bordillo delante del Alfa y aparcaba justo fuera de su tienda. En el instante que el motorista se quitó su casco, su corazón comenzó a palpitar.
Era Kevin, y no el peludo.
Vestido en una chaqueta negra de cuero y vaqueros descoloridos, se veía tan bueno como para comérselo.
Y su ruda belleza ponía en ridículo los rasgos de muchacho bonito de Taylor.
Taylor los miró fijamente mientras Isabel acortaba la distancia entre ellos. Kevin bajó el pie de sostén de la moto, pasó una larga y masculina pierna sobre la moto. En un movimiento fluido, él la atrajo contra él y la besó de una forma como sacada de una película.
—Hola, Isabel —él suspiró contra sus labios.
Ella le sonrió. —Hola.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó Taylor.
Kevin le echó un vistazo que decía que Taylor no le importaba mucho. —¿Soy su amante, y quien demonios eres tu?
Isabel se mordió el labio mientras la felicidad se abría paso dentro de ella. Podría besarlo otra vez por esto.
—Soy su novio.
—Ah —dijo Kevin—. Eres el sucio hijo de puta.
Se volvió a mirar a Isabel. —Pensé que te habías deshecho de este perdedor.
Ella sonrió aún más antes cuando le lanzó una mirada maligna a Taylor. —Lo hice, pero volvió... rogando.
Kevin miró sobre su hombro a los trabajadores, que rápidamente amontonaban los muebles y cajas de ella sobre la acera. —¿Qué están haciendo?
Ella lanzó un derrotado suspiro ante la crueldad de Taylor. —Taylor les paga por dejar mis pertenencias sobre la calle como basura. Todo lo que intente pagarles para que lo lleven a mi apartamento, él les paga el doble.
Kevin parecía menos contento por esto. —¿En serio? —Él levantó su barbilla—. ¡Hey!, muchachos?
Ellos hicieron una pausa para mirar a Kevin.
—Diez mil dólares por llevar sus pertenencias dentro y ponerlas en cualquier parte donde ella quiera.
Él más alto de ellos se rió. — Sí, correcto. ¿Los llevas encima?
Kevin se alejó de ella. Él sacó su teléfono celular de su cinturón y se lo dio al hombre. —Aprieta el uno y llama a Wachovia (Compañia de servicios financieros). Pide por Leslie Daniels, ella es la presidente del banco, y dale a ella tu número de cuenta bancaria. Ella los girará al instante a tu cuenta, o a Western Union si lo prefieres.
El hombre lo miró escéptico, pero hizo lo que Kevin le pidió. En cuanto pidió por Leslie, sus ojos se desorbitaron.
Él miró al resto de los peones y luego fue al camión a sacar su talonario de cheques.
Kevin le guiñó a ella.
Unos minutos más tarde, el peón regresaba y le devolvía el teléfono a Kevin.
—Ella quiere hablar con usted para asegurarse que sea es el Señor Kattalakis.
Kevin tomó el teléfono. —Hola, Les, soy yo... Sí, lo sé —. Mientras escuchaba, le echó una mirada enojada a Taylor—. Sabes qué. Gírales quince mil a ellos. Parecen unos hombres malditamente decentes Sí, okey. Te hablaré más tarde —Él colgó el teléfono y miró a los hombres.
El responsable le dirigió una cabezada de admiración. —Okey, muchachos, oyeron al Señor Kattalakis. Tengan cuidado con las pertenencias de la dama y pónganlas en cualquier parte donde ella quiera.
Kevin le lanzó lo que solo podría llamarse una enorme sonrisa de desprecio a Taylor. —¿Tienes ganas de duplicarlo ahora?
Taylor comenzó a ir hacia ellos, pero la mirada salvaje en la cara de Kevin lo hizo dar un paso atrás.
Taylor hizo un gesto de disgusto con la boca —Te regalo a la gorda perra.
Antes de que ella pudiera parpadear, Kevin tenía Taylor tirado a través del capó de su coche y con su mano alrededor de su garganta.
Isabel corrió hacia ellos mientras Kevin golpeaba la cabeza de Taylor contra el capó.
—¡Kevin, detente, por favor! Alguien llamará a la policía.
Gruñendo, Kevin le dejó ir. —Si alguna vez vuelves a insultar a Isabel, juro que te arrancaré la garganta y alimentaré a los cocodrilos del pantano contigo. ¿Me entiendes?
—Estás loco. Pediré una orden de alejamiento contra ti.
Kevin rió insultantemente. —Por favor inténtalo. Todo lo que tengo que hacer es presionar dos en mi teléfono por mi abogado. Te golpeará con tantos pleitos por tantos años, que tus nietos serán los que acudan a los tribunales.
Escabulléndose del capó del auto, Taylor estrechó sus ojos, pero sabía claramente que había sido manejado por un mejor estratega. Con su respiración entrecortada, abrió la su puerta de su coche, se metió y salió chirriando.
—Hey!, señora? —preguntó un trabajador—. Cuando esté lista para mostrarnos donde poner sus pertenencias, por favor avísenos.
Isabel dejó a Kevin lo suficiente como para abrir la puerta y mostrarles su estudio en la parte trasera. Cuando volvió, encontró a Kevin apoyado contra un lado de su edificio, mirando la furgoneta de mudanzas.
Su corazón palpitó. —Gracias —dijo suavemente—. Estoy realmente contenta con que llegaras cuando lo hiciste.
Él alargó un brazo para jugar con un rizo suelto que ella tenía sobre su hombro.
—Yo, también.
—Yo, um... tendré que pagarte por lo de la mudanza.
—No te preocupes por eso. Es un regalo.
—Kevin...
—No te preocupes por eso —él insistió—. Te dije, que el dinero no tiene ningún valor verdadero para mí.
¿Cuánto dinero tenía que tener para ser capaz de decir eso sobre quince mil dólares? ¿Y por qué un tipo tan rico pasaba el tiempo ella?
—Bien, eso tiene valor para mí y no quiero sentirme obligada por nada.
—No estás obligada hacia mí, Isabel. Jamás.
—No, tengo que devolvértelo.
—Entonces cena conmigo y no lo hablaremos jamás.
Ella sacudió su cabeza hacia él. —Ese no es ningún modo de devolverte.
—Seguro que lo es.
Ella abrió su boca para responder, luego recordó a su otro Kevin —Ah no, tengo que ir a sacar a mi lobo. ¡Él estará fuera de sí!
Kevin se puso pálido por sus palabras, pero ella no lo notó ya que estaba regresando a su tienda.
Él miró alrededor para asegurarse que los trabajadores no podían verlo, luego se destelló de regreso al armario en el cuarto de atrás como lobo.
Él apenas lo había hecho antes de que ella abriera la puerta.
—Ahí estás, muchacho —dijo ella, arrodillándose ante él como mascota—. Lo siento tanto, tuve que ponerle en aquí. ¿Estás bien?
Él la hocicó con cuidado.
Ella le dio un abrazo fuerte y luego se levantó. —Vamos, bebé, tengo alguien que quiero que conozcas.
Kevin rechinó sus dientes ante sus palabras. ¿Cómo diablos podría encontrarse consigo mismo? Él era poderoso, pero esto estaba fuera hasta de sus habilidades.
En cambio, él se largó por la puerta entreabierta y siguió corriendo hasta que estuvo seguro que estaba fuera de su vista.
Isabel salió corriendo detrás de su lobo.
Capitulo 3 Parte 5
—Hola, Taylor —dijo ella, alargando su mano para tocar y calmar a su compañero—. Excepto por mi mascota, sí.
—¿Mascota? —Él echó una ojeada por sobre el mostrador para mirar a Kevin, que ahora estaba sobre sus patas con las orejas echadas hacia atrás.
Taylor dio un paso atrás. —Es un demonio de mascota lo que tienes ahí. ¿Tu papá te lo dio?
—¿Qué quieres? —preguntó ella—. Sé que no has venido sólo para darle a la lengua conmigo.
—Tengo, um, tengo tus cosas afuera y quiero saber que hacer con ellas.
Ella miró afuera para ver una pequeña furgoneta de mudanzas aparcada detrás del Alfa Romeo rojo de Taylor. —Se supone que las debías traer dos días atrás.
Él hizo un sonido de disgusto. —Sí, bueno he estado ocupado. Sabes, en realidad tengo una vida.
Ella puso sus ojos en blanco mientras la ira hacia él la invadía. —¿Sabes?, yo también.
—Sí —dijo él con una carcajada—. Comer caramelos y mirar la TV consume mucho tiempo.
Ella le echó una mirada de reproche. —Eres un idiota. ¿Qué vi en ti alguna vez?
Él extendió sus brazos como si se presentara a sí mismo y sonrió. —La misma cosa que cada mujer ve en mí, nena. Enfréntalo, ambos sabemos que nunca tendrás otro tipo que luzca tan bien como yo, interesado en ti.
Kevin saltó hacia él.
—¡No! —dijo Isabel bruscamente, pero era demasiado tarde. El lobo ya se había echado sobre el brazo de Taylor.
Taylor gritó de dolor.
Ella agarró al lobo y lo tiró hacia atrás. Kevin luchó contra ella, ladrando y gruñendo ferozmente cuando finalmente dejó el brazo de Taylor.
Ella lo empujó hacia el cuarto trasero y lo encerró.
Taylor sostenía su brazo que sangraba contra su costado. —Eso es. Considérate demandada.
—Ni lo intentes —dijo ella, su propio temperamento se abría paso mientras se iba acercando a donde él estaba de pie—. Estás en mi propiedad. Le diré a la policía que me amenazabas.
—¿Sí? De acuerdo, quien jamás te creería eso?
—Cualquier presentador de las otras dos estaciones que te odian tanto como yo.
Se puso pálido.
—Sí, Taylor —dijo ella malvadamente—. Recuerda que a todos los que esta pequeña chica gorda conoce en esta ciudad. Soy la última persona a la que quisieras joder.
Él giró sobre sus talones y salió.
Isabel lo siguió y lo oyó gritarle a la gente de la mudanza, —Sólo tiren su mierda sobre la calle.
—¡No te atrevas!
—Háganlo —gruñó él a los hombres.
Para el inmediato disgusto de ella, los hombres abrieron la parte trasera del camión y comenzaron a poner las cajas sobre la acera.
Isabel estaba horrorizada. —Les pagaré trescientos dólares por llevarlas a mi apartamento atrás.
Los hombres se miraron el uno al otro, luego asintieron con la cabeza y se dirigieron a la puerta.
—Doblaré lo que ella les ofrece si dejan sus pertenencias sobre la calle como la basura que es.
Ellos llevaron las cajas de nuevo sobre la acera.
—¡Tu bastardo increíble!
Él abrió su boca para responder, luego la cerró mientras una motocicleta venía rugiendo hacia ellos.
Isabel frunció el ceño, el conductor saltaba el bordillo delante del Alfa y aparcaba justo fuera de su tienda. En el instante que el motorista se quitó su casco, su corazón comenzó a palpitar.
Era Kevin, y no el peludo.
Vestido en una chaqueta negra de cuero y vaqueros descoloridos, se veía tan bueno como para comérselo.
Y su ruda belleza ponía en ridículo los rasgos de muchacho bonito de Taylor.
Taylor los miró fijamente mientras Isabel acortaba la distancia entre ellos. Kevin bajó el pie de sostén de la moto, pasó una larga y masculina pierna sobre la moto. En un movimiento fluido, él la atrajo contra él y la besó de una forma como sacada de una película.
—Hola, Isabel —él suspiró contra sus labios.
Ella le sonrió. —Hola.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó Taylor.
Kevin le echó un vistazo que decía que Taylor no le importaba mucho. —¿Soy su amante, y quien demonios eres tu?
Isabel se mordió el labio mientras la felicidad se abría paso dentro de ella. Podría besarlo otra vez por esto.
—Soy su novio.
—Ah —dijo Kevin—. Eres el sucio hijo de puta.
Se volvió a mirar a Isabel. —Pensé que te habías deshecho de este perdedor.
Ella sonrió aún más antes cuando le lanzó una mirada maligna a Taylor. —Lo hice, pero volvió... rogando.
Kevin miró sobre su hombro a los trabajadores, que rápidamente amontonaban los muebles y cajas de ella sobre la acera. —¿Qué están haciendo?
Ella lanzó un derrotado suspiro ante la crueldad de Taylor. —Taylor les paga por dejar mis pertenencias sobre la calle como basura. Todo lo que intente pagarles para que lo lleven a mi apartamento, él les paga el doble.
Kevin parecía menos contento por esto. —¿En serio? —Él levantó su barbilla—. ¡Hey!, muchachos?
Ellos hicieron una pausa para mirar a Kevin.
—Diez mil dólares por llevar sus pertenencias dentro y ponerlas en cualquier parte donde ella quiera.
Él más alto de ellos se rió. — Sí, correcto. ¿Los llevas encima?
Kevin se alejó de ella. Él sacó su teléfono celular de su cinturón y se lo dio al hombre. —Aprieta el uno y llama a Wachovia (Compañia de servicios financieros). Pide por Leslie Daniels, ella es la presidente del banco, y dale a ella tu número de cuenta bancaria. Ella los girará al instante a tu cuenta, o a Western Union si lo prefieres.
El hombre lo miró escéptico, pero hizo lo que Kevin le pidió. En cuanto pidió por Leslie, sus ojos se desorbitaron.
Él miró al resto de los peones y luego fue al camión a sacar su talonario de cheques.
Kevin le guiñó a ella.
Unos minutos más tarde, el peón regresaba y le devolvía el teléfono a Kevin.
—Ella quiere hablar con usted para asegurarse que sea es el Señor Kattalakis.
Kevin tomó el teléfono. —Hola, Les, soy yo... Sí, lo sé —. Mientras escuchaba, le echó una mirada enojada a Taylor—. Sabes qué. Gírales quince mil a ellos. Parecen unos hombres malditamente decentes Sí, okey. Te hablaré más tarde —Él colgó el teléfono y miró a los hombres.
El responsable le dirigió una cabezada de admiración. —Okey, muchachos, oyeron al Señor Kattalakis. Tengan cuidado con las pertenencias de la dama y pónganlas en cualquier parte donde ella quiera.
Kevin le lanzó lo que solo podría llamarse una enorme sonrisa de desprecio a Taylor. —¿Tienes ganas de duplicarlo ahora?
Taylor comenzó a ir hacia ellos, pero la mirada salvaje en la cara de Kevin lo hizo dar un paso atrás.
Taylor hizo un gesto de disgusto con la boca —Te regalo a la gorda perra.
Antes de que ella pudiera parpadear, Kevin tenía Taylor tirado a través del capó de su coche y con su mano alrededor de su garganta.
Isabel corrió hacia ellos mientras Kevin golpeaba la cabeza de Taylor contra el capó.
—¡Kevin, detente, por favor! Alguien llamará a la policía.
Gruñendo, Kevin le dejó ir. —Si alguna vez vuelves a insultar a Isabel, juro que te arrancaré la garganta y alimentaré a los cocodrilos del pantano contigo. ¿Me entiendes?
—Estás loco. Pediré una orden de alejamiento contra ti.
Kevin rió insultantemente. —Por favor inténtalo. Todo lo que tengo que hacer es presionar dos en mi teléfono por mi abogado. Te golpeará con tantos pleitos por tantos años, que tus nietos serán los que acudan a los tribunales.
Escabulléndose del capó del auto, Taylor estrechó sus ojos, pero sabía claramente que había sido manejado por un mejor estratega. Con su respiración entrecortada, abrió la su puerta de su coche, se metió y salió chirriando.
—Hey!, señora? —preguntó un trabajador—. Cuando esté lista para mostrarnos donde poner sus pertenencias, por favor avísenos.
Isabel dejó a Kevin lo suficiente como para abrir la puerta y mostrarles su estudio en la parte trasera. Cuando volvió, encontró a Kevin apoyado contra un lado de su edificio, mirando la furgoneta de mudanzas.
Su corazón palpitó. —Gracias —dijo suavemente—. Estoy realmente contenta con que llegaras cuando lo hiciste.
Él alargó un brazo para jugar con un rizo suelto que ella tenía sobre su hombro.
—Yo, también.
—Yo, um... tendré que pagarte por lo de la mudanza.
—No te preocupes por eso. Es un regalo.
—Kevin...
—No te preocupes por eso —él insistió—. Te dije, que el dinero no tiene ningún valor verdadero para mí.
¿Cuánto dinero tenía que tener para ser capaz de decir eso sobre quince mil dólares? ¿Y por qué un tipo tan rico pasaba el tiempo ella?
—Bien, eso tiene valor para mí y no quiero sentirme obligada por nada.
—No estás obligada hacia mí, Isabel. Jamás.
—No, tengo que devolvértelo.
—Entonces cena conmigo y no lo hablaremos jamás.
Ella sacudió su cabeza hacia él. —Ese no es ningún modo de devolverte.
—Seguro que lo es.
Ella abrió su boca para responder, luego recordó a su otro Kevin —Ah no, tengo que ir a sacar a mi lobo. ¡Él estará fuera de sí!
Kevin se puso pálido por sus palabras, pero ella no lo notó ya que estaba regresando a su tienda.
Él miró alrededor para asegurarse que los trabajadores no podían verlo, luego se destelló de regreso al armario en el cuarto de atrás como lobo.
Él apenas lo había hecho antes de que ella abriera la puerta.
—Ahí estás, muchacho —dijo ella, arrodillándose ante él como mascota—. Lo siento tanto, tuve que ponerle en aquí. ¿Estás bien?
Él la hocicó con cuidado.
Ella le dio un abrazo fuerte y luego se levantó. —Vamos, bebé, tengo alguien que quiero que conozcas.
Kevin rechinó sus dientes ante sus palabras. ¿Cómo diablos podría encontrarse consigo mismo? Él era poderoso, pero esto estaba fuera hasta de sus habilidades.
En cambio, él se largó por la puerta entreabierta y siguió corriendo hasta que estuvo seguro que estaba fuera de su vista.
Isabel salió corriendo detrás de su lobo.
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
MARATON 2/5
Capitulo 3 Parte 6
—¡Kevin—lo llamó ella, precipitándose por la puerta. Ella no podía ver rastro de él en ninguna parte.
—¿Llamaste?
Ella brincó, luego giró para ver al humano Kevin detrás de ella. —No, mi lobo...
—¿Se llama Kevin?
Ella abrió su boca mientras se ponía colorada —Esa es una larga historia.
Él le sonrió.
¿Oh, Dios, cómo conseguía meterse en estos aprietos?
—Bien, yo no me preocuparía de él. Estoy seguro que volverá.
—Eso espero. Me he acostumbrado a tenerlo.
El corazón de Kevin se hundió. Esta era lo último que quería que ella dijera. Pero en verdad, él también se había encontrado atado a ella. Algo qué era una locura.
Él dejó caer su mano de su pelo aun cuando que realmente lo que quería era atraerla a sus brazos y besar aquellos labios. Ambas partes de él no querían nada más que quitarle y quitarse la ropa y frotarse contra ella. Sentir su piel suave deslizándose contra él. Probar su carne con su lengua.
Isabel tragó ante la expresión en la cara de él. La miraba como si ella era fuera una torta que él estaba a punto de devorar.
Ningún hombre jamás le había brindado una mirada tan hambrienta, tan necesitada. Estaba paralizada por eso.
—Hey!, señora?
Ella saltó ante la llamada del trabajador. —¿Sí?—
—¿Dónde quiere que pongamos la cama?
Ella alzó la vista hacia Kevin. —¿Volveré, de acuerdo? —
Él asintió. Ella se fue de su lado y sintió su caliente y pesada mirada sobre ella todo el camino mientras se iba con los trabajadores. Kevin luchó por respirar mientras la miraba alejarse de él. Esta mujer tenía el mejor trasero que había visto jamás. Y él amaba y odiaba el modo en que ella llevaba recogido su cabello. Los rizos cayendo, rozando su cuello, haciendo que él quisiera lamer cada centímetro de esa seductora carne.
¿Todos los lobos se sentirían así con sus compañeras? ¿O era algo en Isabel? Él no lo sabía con seguridad. Pero ahora él era humano con ella. Que Dios los ayudara a ambos.
Capitulo 3 Parte 6
—¡Kevin—lo llamó ella, precipitándose por la puerta. Ella no podía ver rastro de él en ninguna parte.
—¿Llamaste?
Ella brincó, luego giró para ver al humano Kevin detrás de ella. —No, mi lobo...
—¿Se llama Kevin?
Ella abrió su boca mientras se ponía colorada —Esa es una larga historia.
Él le sonrió.
¿Oh, Dios, cómo conseguía meterse en estos aprietos?
—Bien, yo no me preocuparía de él. Estoy seguro que volverá.
—Eso espero. Me he acostumbrado a tenerlo.
El corazón de Kevin se hundió. Esta era lo último que quería que ella dijera. Pero en verdad, él también se había encontrado atado a ella. Algo qué era una locura.
Él dejó caer su mano de su pelo aun cuando que realmente lo que quería era atraerla a sus brazos y besar aquellos labios. Ambas partes de él no querían nada más que quitarle y quitarse la ropa y frotarse contra ella. Sentir su piel suave deslizándose contra él. Probar su carne con su lengua.
Isabel tragó ante la expresión en la cara de él. La miraba como si ella era fuera una torta que él estaba a punto de devorar.
Ningún hombre jamás le había brindado una mirada tan hambrienta, tan necesitada. Estaba paralizada por eso.
—Hey!, señora?
Ella saltó ante la llamada del trabajador. —¿Sí?—
—¿Dónde quiere que pongamos la cama?
Ella alzó la vista hacia Kevin. —¿Volveré, de acuerdo? —
Él asintió. Ella se fue de su lado y sintió su caliente y pesada mirada sobre ella todo el camino mientras se iba con los trabajadores. Kevin luchó por respirar mientras la miraba alejarse de él. Esta mujer tenía el mejor trasero que había visto jamás. Y él amaba y odiaba el modo en que ella llevaba recogido su cabello. Los rizos cayendo, rozando su cuello, haciendo que él quisiera lamer cada centímetro de esa seductora carne.
¿Todos los lobos se sentirían así con sus compañeras? ¿O era algo en Isabel? Él no lo sabía con seguridad. Pero ahora él era humano con ella. Que Dios los ayudara a ambos.
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
MARATON 3/5
Capitulo 4
Nunca, en toda su existencia, Isabel se había sentido más torpe. ¿Qué le decía una mujer a un hombre que la había salvado de uno de los peores momentos de su vida?
“Gracias” eran tan inadecuado para lo que ella sentía. Él era realmente un héroe para ella.
Ella dejó el apartamento y se dirigió de nuevo de regreso a su tienda mientras los trabajadores seguían descargando sus pertenencias.
Al principio no vio a Kevin por ninguna parte. ¿Se había marchado?
Su motocicleta todavía estaba donde él la había aparcado.
Frunciendo el ceño, miró dentro de la tienda y lo encontró mirando un estante de vestidos muy ajustados que habían entrado más temprano esa mañana.
Él se detuvo ante un elegante vestido negro que había llamado la atención de ella. Estaba hecho de pesada seda con el corpiño armado que quedaría genial en alguien del tipo de Tabitha. Ella los había pedido por impulso porque sabía instintivamente que el vestido realmente haría resaltar el de la gargantilla que Kevin había comprado para ella.
Ella al principio había pensado mostrar los dos artículos juntos.
Isabel abrió la puerta y se dirigió hacia él. —¿Quieres probarte uno? —preguntó ella juguetonamente.
Él se rió de esto. Su cara entera se iluminó y sus ojos verdes brillaban. Dios mío, ningún hombre debería ser tan hermoso.
—No creo que tenga el escote para llevarlo y probablemente hará que mi trasero luzca realmente flaco.
Ella se rió.
Él sacó el más grande y se lo alcanzó. —En ti por otra parte... Hermoso.
—Oh no —dijo ella, acariciando la fresca seda con su mano—. Esto es demasiado ceñido para mí. Además, no me gusta nada mostrar mis brazos.
Él pareció confundido por sus palabras. —¿Por qué?
Ella se encogió de hombros. —No sé. Me hace sentir realmente tímida.
Él miró el vestido, luego a ella, como si se la imaginara en él. —Sí, probablemente tengas razón. Demasiados tipos te comerían con los ojos, entonces yo tendría que hacerles daño.
Él estaba serio. Asombrada por eso, Isabel arqueó sus cejas mientras le quitaba el vestido y lo devolvía al perchero.
Kevin la miró muy de cerca mientras su olor lo rodeaba. Pensando en ella en ese vestido...
Estaba tan excitado por ella que todo lo que podía hacer era estar parado ahí y no saltar. Él miraba fijamente la carne desnuda de su cuello, queriendo presionar sus labios allí y saborear la deliciosa piel.
En su hábitat natural, él no habría vacilado a tirarse encima de ella y besarla hasta que pidiera piedad. Pero los humanos que había visto no se comportaban así. Había protocolos en el noviazgo sobre los que no estaba seguro.
Ella se giró hacia él.
Kevin la miró, temeroso de que ella pudiera sentir cuan terriblemente la deseaba. Cuan inseguro estaba.
En su reino, un lobo tímido era un lobo muerto. En el reino humano...
El tímido, ¿triunfaría o perdería?
Maldición, debería haber prestado más atención.
—¿Y entonces, que hacemos con la cena? —preguntó, intentando estar a medio camino entre el tímido y el poderoso. —¿Quieres que te dé un par de horas para que los trabajadores arreglen todo y luego vuelva?
Ella se mordió el labio. —No sé.
—¿Por favor?
Ella asintió, luego se ruborizó graciosamente.
Por alguna razón que no podía explicar, tenía ganas de aullar de triunfo. Él se estiró para alcanzar el vestido del perchero y tiró de la falda. —¿Podrías usar este? —preguntó esperanzado.
Isabel lo miró dudando, pero la expresión en la cara de él hizo que ella lo tomara. Él había sido tan amable con ella hasta el momento...
—Sólo si juras que no te reirás de mí en él.
Su mirada la chamuscó. —Yo nunca me reiría de ti.
Ella tragó ante el feroz temblor que la atravesó por la profunda sinceridad de sus palabras. Él realmente era demasiado atractivo para su propio bien. —Bien. ¿A qué hora estarás de vuelta?
Él comprobó la hora en su teléfono de celular. —¿A las seis?
—Es una cita.
La satisfecha expresión en su cara envió una emoción desconocida a través de ella. Isabel, no lo hagas. La última cosa que necesitas es de tener tu corazón roto por el Mr. Bodacious (Famosa marca de ropa sexy).
Tal vez él sería diferente.
O tal vez será peor.
Ella no lo sabría a no ser que se arriesgara.
Respirando profundamente, ella tomó el vestido de sus manos. Isabel McTierney nunca había sido una mujer tímida. De vez en cuando había sido estúpida, como cuando había dejado a Taylor usarla, pero nunca cobardemente.
Isabel enfrentaba la vida y ella no iba a tener el miedo con Kevin. —A las seis en punto —repitió.
—Te veré a esa hora —dijo Kevin. Él se inclinó y le dio un beso sumamente casto sobre su mejilla.
Aún así, esto la excitó casi tanto como una caricia verdadera. Isabel lo miró mientras salía de su tienda.
Afuera, él en realidad hizo una pausa para mirarla de nuevo y sonreírle antes de ponerse sus gafas de sol.
Silbando ante la espléndida visión de él, ella miró como encendía su moto, luego la sacaba de la acera, hacia la calle.
—Oh por favor, Kevin —susurró ella sin aliento—. No rompas mi corazón, también.
Isabel llevó el vestido al probador e hizo todo lo posible para no recordar lo bien que se veía Kevin desnudo allí. Lo bien que lo había sentido dentro de ella. La imagen de suprema satisfacción sobre su cara mientras la mecía con cuidado entre sus brazos.
Ella colgó el vestido y fue a buscar los accesorios para complementarlo. No sabía a donde iba a llevarla, pero iba a lucir de lo mejor, aunque eso la matara.
Kevin regresó a la tienda de muñecas donde había dejado a Ash.
Él tenía una cita.
Con Isabel.
El pánico ya se estaba estableciendo. ¿Qué diablos hacían los humanos en una cita además de tener sexo?
Él había visto que la gente en el bar interactuaba uno con el otro, pero aquellos encuentros habían sido similares a los que los lobos tenían. Alguien entraba, miraba alrededor, encontraba la compañera que quisiera reclamar, y la llevaba a casa para acostarse con ella. Dev le había dicho desde la primera noche que ese no era el modo en que el mundo humano normalmente funcionaba. Que algunas cosas en El Santuario eran diferentes.
La otra, muchos de los humanos que iban ya estaban citados o casados el uno con el otro. Ellos por lo general parecían pasarlo bien... A no ser que pelearan. Pero Kevin nunca les había prestado mucha atención.
Él no sabía nada sobre cómo debía actuar un humano “como” él, en realidad. Él había pasado los últimos cuatrocientos años de su vida matando a los que amenazaban a sus hermanos o intentando espantar al resto.
¿Qué haría que Isabel se enamorarse de él lo suficiente como para que aceptase ser su compañera?
Después de estacionar su moto sobre una calle transversal, él volvió con Liza por algo de ayuda.
Kevin vaciló al entrar en el cuarto delantero donde dos mujeres miraban la colección de muñecas mientras hablaban con Liza. Una de las mujeres era una copia exacta de Tabitha, excepto que ella no tenía la cicatriz sobre su cara.
Ella debía ser la esposa de Nick Hunter, Amanda. Kevin se había cruzado con el ex Dark-Hunter de vez en cuando, pero nunca se había encontrado con su esposa. Marissa estaba en los brazos de Amanda, jugando con el cabello de su madre. La otra mujer, una morena bajita, la conocía bien. Era la Doctora Grace Alexander, la psicóloga humana que le dijo que nada ayudaría a su hermano hasta que Fang estuviera listo para ser ayudado. Grace sostenía a su hijo en sus brazos mientras Amanda se detenía en la mitad de la oración.
Las tres mujeres se dieron vuelta para mirar fijamente a Kevin, quien vaciló justo al entrar por la puerta.
—Él está todavía atrás —dijo Liza, como si ella si supiera a quien buscaba.
—Gracias.
Él oyó a Liza explicar quien y qué era a Amanda mientras se dirigía al cuarto de atrás.
Kevin pasó por las cortinas para encontrar que la demonio se había ido y Nick, Jerry Gautier, y Joe Alexander hablaban con Ash.
Él conocía a Jerry de todas las veces que el joven humano había ido a El Santuario a ver a su madre, Cherise. Jerry era extraño, pero como servía a los Dark-Hunters y ellos amaban a su madre, los osos lo trataban como a otro de sus cachorros. Nick era ligeramente más alto que Joe, pero con el cabello rubio en un tono más oscuro. Incluso aunque ellos eran su mayor parte humanos, los dos hombres poseían suficiente autoridad y habilidad que Kevin los respetaba.
—¿Que pasa, lobo? —preguntó Ash mientras se reclinaba sobre una mesa de trabajo que estaba cubierta con partes de muñecas y telas. Ash tenía su trasero apoyado sobre ella, con sus piernas estiradas delante de él y sus manos afirmadas a cada lado de su largo y delgado cuerpo.
Jerry, Joe, y Nick estaban de pie formando un semicírculo entre él y Ash.
Kevin vaciló. A él no le agradaba la idea de una consulta pública, pero ya que dos de los hombres estaban casados con mujeres modernas y Jerry sabía mucho de citas, tal vez ellos podrían echarle una mano.
—Necesito asesoramiento sobre citas. Rápido.
Ash arqueó una sola ceja ante esto. —Soy inútil. Nunca he estado en una.
Los tres hombres humanos se dieron vuelta para mirarlo atónitos.
—¿Qué? —les preguntó Ash defensivamente.
Jerry comenzó a reírse. —Oh hombre, esto no tiene precio. ¿No me digan que el gran Acheron es virgen?
Ash le echó una mirada cómica. —Sí, Jerry. Soy blanco como una azucena.
—¿Cómo has pasado por la vida sin una cita? —le preguntó Kyrian a Ash.
—Eso no era una cuestión entonces —dijo Ash de manera cortante.
—Sí, bueno, esto es una cuestión seria a mí —dijo Kevin, acercándose a ellos. —¿Joe, cómo conociste a tu esposa?
Joe se encogió de hombros. —Mi hermano el dios del sexo me maldijo y me metió en un libro durante dos mil años. Grace se emborrachó en su cumpleaños y me convocó.
Kevin puso sus ojos en blanco. —Eso es inútil. ¿Nick? ¿Qué pasó contigo?
—Me desperté esposado a Amanda.
Kevin podría trabajar con eso. —¿Entonces tengo que conseguir un juego de esposas?
Capitulo 4
Nunca, en toda su existencia, Isabel se había sentido más torpe. ¿Qué le decía una mujer a un hombre que la había salvado de uno de los peores momentos de su vida?
“Gracias” eran tan inadecuado para lo que ella sentía. Él era realmente un héroe para ella.
Ella dejó el apartamento y se dirigió de nuevo de regreso a su tienda mientras los trabajadores seguían descargando sus pertenencias.
Al principio no vio a Kevin por ninguna parte. ¿Se había marchado?
Su motocicleta todavía estaba donde él la había aparcado.
Frunciendo el ceño, miró dentro de la tienda y lo encontró mirando un estante de vestidos muy ajustados que habían entrado más temprano esa mañana.
Él se detuvo ante un elegante vestido negro que había llamado la atención de ella. Estaba hecho de pesada seda con el corpiño armado que quedaría genial en alguien del tipo de Tabitha. Ella los había pedido por impulso porque sabía instintivamente que el vestido realmente haría resaltar el de la gargantilla que Kevin había comprado para ella.
Ella al principio había pensado mostrar los dos artículos juntos.
Isabel abrió la puerta y se dirigió hacia él. —¿Quieres probarte uno? —preguntó ella juguetonamente.
Él se rió de esto. Su cara entera se iluminó y sus ojos verdes brillaban. Dios mío, ningún hombre debería ser tan hermoso.
—No creo que tenga el escote para llevarlo y probablemente hará que mi trasero luzca realmente flaco.
Ella se rió.
Él sacó el más grande y se lo alcanzó. —En ti por otra parte... Hermoso.
—Oh no —dijo ella, acariciando la fresca seda con su mano—. Esto es demasiado ceñido para mí. Además, no me gusta nada mostrar mis brazos.
Él pareció confundido por sus palabras. —¿Por qué?
Ella se encogió de hombros. —No sé. Me hace sentir realmente tímida.
Él miró el vestido, luego a ella, como si se la imaginara en él. —Sí, probablemente tengas razón. Demasiados tipos te comerían con los ojos, entonces yo tendría que hacerles daño.
Él estaba serio. Asombrada por eso, Isabel arqueó sus cejas mientras le quitaba el vestido y lo devolvía al perchero.
Kevin la miró muy de cerca mientras su olor lo rodeaba. Pensando en ella en ese vestido...
Estaba tan excitado por ella que todo lo que podía hacer era estar parado ahí y no saltar. Él miraba fijamente la carne desnuda de su cuello, queriendo presionar sus labios allí y saborear la deliciosa piel.
En su hábitat natural, él no habría vacilado a tirarse encima de ella y besarla hasta que pidiera piedad. Pero los humanos que había visto no se comportaban así. Había protocolos en el noviazgo sobre los que no estaba seguro.
Ella se giró hacia él.
Kevin la miró, temeroso de que ella pudiera sentir cuan terriblemente la deseaba. Cuan inseguro estaba.
En su reino, un lobo tímido era un lobo muerto. En el reino humano...
El tímido, ¿triunfaría o perdería?
Maldición, debería haber prestado más atención.
—¿Y entonces, que hacemos con la cena? —preguntó, intentando estar a medio camino entre el tímido y el poderoso. —¿Quieres que te dé un par de horas para que los trabajadores arreglen todo y luego vuelva?
Ella se mordió el labio. —No sé.
—¿Por favor?
Ella asintió, luego se ruborizó graciosamente.
Por alguna razón que no podía explicar, tenía ganas de aullar de triunfo. Él se estiró para alcanzar el vestido del perchero y tiró de la falda. —¿Podrías usar este? —preguntó esperanzado.
Isabel lo miró dudando, pero la expresión en la cara de él hizo que ella lo tomara. Él había sido tan amable con ella hasta el momento...
—Sólo si juras que no te reirás de mí en él.
Su mirada la chamuscó. —Yo nunca me reiría de ti.
Ella tragó ante el feroz temblor que la atravesó por la profunda sinceridad de sus palabras. Él realmente era demasiado atractivo para su propio bien. —Bien. ¿A qué hora estarás de vuelta?
Él comprobó la hora en su teléfono de celular. —¿A las seis?
—Es una cita.
La satisfecha expresión en su cara envió una emoción desconocida a través de ella. Isabel, no lo hagas. La última cosa que necesitas es de tener tu corazón roto por el Mr. Bodacious (Famosa marca de ropa sexy).
Tal vez él sería diferente.
O tal vez será peor.
Ella no lo sabría a no ser que se arriesgara.
Respirando profundamente, ella tomó el vestido de sus manos. Isabel McTierney nunca había sido una mujer tímida. De vez en cuando había sido estúpida, como cuando había dejado a Taylor usarla, pero nunca cobardemente.
Isabel enfrentaba la vida y ella no iba a tener el miedo con Kevin. —A las seis en punto —repitió.
—Te veré a esa hora —dijo Kevin. Él se inclinó y le dio un beso sumamente casto sobre su mejilla.
Aún así, esto la excitó casi tanto como una caricia verdadera. Isabel lo miró mientras salía de su tienda.
Afuera, él en realidad hizo una pausa para mirarla de nuevo y sonreírle antes de ponerse sus gafas de sol.
Silbando ante la espléndida visión de él, ella miró como encendía su moto, luego la sacaba de la acera, hacia la calle.
—Oh por favor, Kevin —susurró ella sin aliento—. No rompas mi corazón, también.
Isabel llevó el vestido al probador e hizo todo lo posible para no recordar lo bien que se veía Kevin desnudo allí. Lo bien que lo había sentido dentro de ella. La imagen de suprema satisfacción sobre su cara mientras la mecía con cuidado entre sus brazos.
Ella colgó el vestido y fue a buscar los accesorios para complementarlo. No sabía a donde iba a llevarla, pero iba a lucir de lo mejor, aunque eso la matara.
Kevin regresó a la tienda de muñecas donde había dejado a Ash.
Él tenía una cita.
Con Isabel.
El pánico ya se estaba estableciendo. ¿Qué diablos hacían los humanos en una cita además de tener sexo?
Él había visto que la gente en el bar interactuaba uno con el otro, pero aquellos encuentros habían sido similares a los que los lobos tenían. Alguien entraba, miraba alrededor, encontraba la compañera que quisiera reclamar, y la llevaba a casa para acostarse con ella. Dev le había dicho desde la primera noche que ese no era el modo en que el mundo humano normalmente funcionaba. Que algunas cosas en El Santuario eran diferentes.
La otra, muchos de los humanos que iban ya estaban citados o casados el uno con el otro. Ellos por lo general parecían pasarlo bien... A no ser que pelearan. Pero Kevin nunca les había prestado mucha atención.
Él no sabía nada sobre cómo debía actuar un humano “como” él, en realidad. Él había pasado los últimos cuatrocientos años de su vida matando a los que amenazaban a sus hermanos o intentando espantar al resto.
¿Qué haría que Isabel se enamorarse de él lo suficiente como para que aceptase ser su compañera?
Después de estacionar su moto sobre una calle transversal, él volvió con Liza por algo de ayuda.
Kevin vaciló al entrar en el cuarto delantero donde dos mujeres miraban la colección de muñecas mientras hablaban con Liza. Una de las mujeres era una copia exacta de Tabitha, excepto que ella no tenía la cicatriz sobre su cara.
Ella debía ser la esposa de Nick Hunter, Amanda. Kevin se había cruzado con el ex Dark-Hunter de vez en cuando, pero nunca se había encontrado con su esposa. Marissa estaba en los brazos de Amanda, jugando con el cabello de su madre. La otra mujer, una morena bajita, la conocía bien. Era la Doctora Grace Alexander, la psicóloga humana que le dijo que nada ayudaría a su hermano hasta que Fang estuviera listo para ser ayudado. Grace sostenía a su hijo en sus brazos mientras Amanda se detenía en la mitad de la oración.
Las tres mujeres se dieron vuelta para mirar fijamente a Kevin, quien vaciló justo al entrar por la puerta.
—Él está todavía atrás —dijo Liza, como si ella si supiera a quien buscaba.
—Gracias.
Él oyó a Liza explicar quien y qué era a Amanda mientras se dirigía al cuarto de atrás.
Kevin pasó por las cortinas para encontrar que la demonio se había ido y Nick, Jerry Gautier, y Joe Alexander hablaban con Ash.
Él conocía a Jerry de todas las veces que el joven humano había ido a El Santuario a ver a su madre, Cherise. Jerry era extraño, pero como servía a los Dark-Hunters y ellos amaban a su madre, los osos lo trataban como a otro de sus cachorros. Nick era ligeramente más alto que Joe, pero con el cabello rubio en un tono más oscuro. Incluso aunque ellos eran su mayor parte humanos, los dos hombres poseían suficiente autoridad y habilidad que Kevin los respetaba.
—¿Que pasa, lobo? —preguntó Ash mientras se reclinaba sobre una mesa de trabajo que estaba cubierta con partes de muñecas y telas. Ash tenía su trasero apoyado sobre ella, con sus piernas estiradas delante de él y sus manos afirmadas a cada lado de su largo y delgado cuerpo.
Jerry, Joe, y Nick estaban de pie formando un semicírculo entre él y Ash.
Kevin vaciló. A él no le agradaba la idea de una consulta pública, pero ya que dos de los hombres estaban casados con mujeres modernas y Jerry sabía mucho de citas, tal vez ellos podrían echarle una mano.
—Necesito asesoramiento sobre citas. Rápido.
Ash arqueó una sola ceja ante esto. —Soy inútil. Nunca he estado en una.
Los tres hombres humanos se dieron vuelta para mirarlo atónitos.
—¿Qué? —les preguntó Ash defensivamente.
Jerry comenzó a reírse. —Oh hombre, esto no tiene precio. ¿No me digan que el gran Acheron es virgen?
Ash le echó una mirada cómica. —Sí, Jerry. Soy blanco como una azucena.
—¿Cómo has pasado por la vida sin una cita? —le preguntó Kyrian a Ash.
—Eso no era una cuestión entonces —dijo Ash de manera cortante.
—Sí, bueno, esto es una cuestión seria a mí —dijo Kevin, acercándose a ellos. —¿Joe, cómo conociste a tu esposa?
Joe se encogió de hombros. —Mi hermano el dios del sexo me maldijo y me metió en un libro durante dos mil años. Grace se emborrachó en su cumpleaños y me convocó.
Kevin puso sus ojos en blanco. —Eso es inútil. ¿Nick? ¿Qué pasó contigo?
—Me desperté esposado a Amanda.
Kevin podría trabajar con eso. —¿Entonces tengo que conseguir un juego de esposas?
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
MARATON 4/5
Capitulo 4 Parte 2
—No en la primera cita —dijo Ash con una sonrisa satisfecha—. La asustarás de muerte si la esposas.
Nick se mofó. —Eso funcionó para mí en la primera cita.
Ash le echó una mirada aburrida. —Y también tener a un Daimon loco tratando de matarlos a los dos. Pero no pienso que Kevin desee seguir ese camino.
—¿Qué hacen ustedes los lobos en una cita? —preguntó Jerry.
—No tenemos citas —dijo Kevin—. Cuando una mujer está en celo, luchamos por ella y luego ella escoge quien la monta.
Jerry bostezó. —¿Estás bromeando? ¿No tienes que comprarle su cena? ¿Quieres decir que ni tienes que hablarle? —Él se dio vuelta hacia Acheron—. Demonios, Ash, hazme lobo.
—No te gustaría ser lobo, Jerry —dijo Ash—. Tendrías que comer la carne cruda y dormir a la intemperie.
Jerry se encogió de hombros. —Eso me suena típico de Mardi Gras.
—¿Qué más? —les preguntó Kevin, interrumpiendo el relato de Jerry de sus hábitos de Mardi Gras—. ¿Qué hacían muchachos, cuando eran humanos?
Nick pensó en ello antes de contestar. —Bien, en nuestros días —dijo él, mirando a Joe—, llevábamos a las mujeres a carreras de carros y juegos.
—Oh, Jesús —dijo Jerry—. Usted chicos, son patéticos. Carreras de carros, mi culo —. Él dio un paso hacia adelante y pasó su brazo alrededor de los hombros de Kevin. —Bien, escúchame, lobo. Consigues algo de buena ropa y la impresionas con mucho en dinero en efectivo. Tienes que llevarla a algún buen sitio para comer. Hay un lugar, bajando, en Chartres donde puedes conseguir una cena dos-por-uno...
—¡Jerry!
Todos ellos se dieron vuelta para ver a Amanda, que estaba de pie entre las cortinas, mirándoles airadamente.
—¿Qué? —preguntó Jerry.
—No te atrevas a decirle qué hacer en una cita —Amanda vino y le dio su hija a Nick—. Han notado alguna vez notó que el Señor Suave raras veces tiene una cita dos veces con la misma mujer? Hay una razón para eso.
Grace cloqueó su lengua a los hombres mientras se les unía. —Juro, que deberíamos hacerles tomar a todos ustedes un curso básico sobre citas. Es increíble que se hayan casado.
Joe le ofreció una diabólica sonrisa burlona a su esposa. —No te oí quejarte cuando...
Ella cubrió su boca con su mano, luego le puso a su hijo en sus brazos. —Ustedes dos vayan a casa antes que te metas en más problemas.
— Y tu —dijo Amanda a Ash—, eres bastante viejo y bastante sabio como para hacerlo mejor.
—No hice nada —dijo Ash, pero había un destello en sus ojos plateados que desdecía su defensa.
—Sí, bien —dijo Amanda ahuyentándolo hacia la puerta.
Ash se paseó tranquilamente como si estuviera enormemente divertido por las mujeres.
Jerry comenzó a seguirlo, pero Amanda lo agarró del brazo.
—Tu espera aquí.
—¿Por qué? —preguntó Jerry.
Amanda le sacó un juego de llaves de coche del bolsillo de su camisa. —Porque le vas a prestar a Kevin tu coche esta noche.
—Como el infierno. ¿Desde cuándo un lobo puede conducir un Jaguar?
Grace miró a Kevin. —¿Puedes conducir?
—Sí.
—Eso está decidido, entonces —dijo Grace. Ella se volvió a Jerry—. Lleva el Jaguar al lavadero y por todos los cielos retira todas las cajas de Cajitas Felices de McDonald de él.
—¡Hey! —dijo Jerry, con cara ofendida—. Eso es un golpe bajo. Esas cajas son de colección.
Grace no le hizo caso. —¿A qué hora es tu cita? —le preguntó a Kevin.
—A las seis.
Amanda le dio las llaves a Jerry. —Bien, Jerry, ten el coche en la casa a las cinco treinta.
—Pero, pero …
—Ningún pero, solamente hazlo.
Ellas obligaron a salir Jerry, luego giraron para enfrentar a Kevin con las manos sobre sus caderas.
Era algo bueno que Kevin no fuera un ganso. Aún así, se sentía perfectamente cocinado cuando las dos mujeres lo miraron a él así. Él tenía un marcado sentimiento que estaban a favor.
—Bien. ¿Quieres una cita humana? —preguntó Amanda.
Él asintió.
—Entonces ven con nosotras y escucha bien.
Isabel comprobó su reloj. Eran las seis y no había ninguna señal de Kevin.
—Él estará aquí —se decía a sí misma mientras comprobaba su cabello y maquillaje otra vez en el espejo, intentando no mirar nada debajo de su barbilla.
Si lo hiciera, querría cambiarse de ropa, y le había llevado mucho tiempo controlar sus nervios para ponerse el vestido que a Kevin le había gustado. Ella abrió la puerta de calle de su apartamento sólo para no encontrar señal alguna de ninguno de los dos Kevin. Su lobo no había regresado desde que había huido de ella
Esperaba que no fuera una mala señal.
—Contrólate —se dijo a sí misma. No había estado nerviosa en años.
Pero por otra parte, no había estado chiflada por un hombre...
Nunca.
Alguien sonó una bocina delante de su puerta.
Isabel miró con ceño fruncido al Jaguar plateado que había aparecido. ¿Ese era el coche de Kevin? Ella agarró su bolso, cerró la puerta, y cruzó el patio delantero para ver a un hombre en el asiento del conductor que no reconoció.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó mientras se acercaba.
Más o menos de su edad, el hombre era sumamente apuesto, con una barba de aproximadamente un día en su cara. Vestido en una burda camisa Hawaiana azul, tenía el cabello negro y una sonrisa burlona encantadora.
—¿Usted es Isabel? —preguntó.
—Sí.
Él salió del coche y se quitó sus gafas de sol para mostrarle un par de hermosos ojos azules—. Jerry Gautier —dijo, ofreciéndole su mano—. Soy su chofer, o casi.
—¿Mi chofer?
—Sí, Kevin está retenido, y ellos me dijeron que metiera mi trasero aquí y me asegurase que usted estaría en el restaurante a tiempo y sin demoras. Él dijo que la encontraría ahí.
Jerry caminó hasta el lado de pasajeros del coche y abrió la puerta para ella.
Isabel entró y se ajustó el vestido mientras Jerry volvía al otro lado.
—¿Usted trabaja para Kevin? —preguntó mientras él cerraba de un golpe.
Jerry se rió a carcajadas. —Nah. Pero he aprendido a no discutir con la esposa de mi jefe. Ella podría parecer muy agradable y dulce, pero es una cosa repugnante cuando usted consigue irritarla. Amanda me dijo que hiciera esto, así que no voy a enfadarla.
Él puso reversa el coche y casi le saca de lugar la cervical mientras daba la vuelta y pisaba fuerte el acelerador.
Isabel de repente tenía otros pensamientos sobre estar en el coche con Jerry. Él era un hombre extraño.
Que no podía conducir.
Él los condujo unas calles por Royal Street, que ahora estaba abierta al tráfico, y se detuvo frente al Restaurante Brennan.
Isabel esperó que Jerry se bajara otra vez y abriera la puerta para ella, pero él no lo hizo.
—Él dijo que él la encontraría dentro en cuanto pudiera.
—Bien —ella salió.
Jerry partió, haciendo chillar sus neumáticos, al minuto que ella estuvo sobre la acera.
Bien… Él debe haber tenido algo más para hacer.
Isabel ajustó su chal adornado con piedras alrededor de sus hombros desnudos y echó un vistazo dentro, esperando ver una señal de Kevin.
No había ni una.
Juntando el coraje que le quedaba, abrió la puerta y entró. Una joven vestida con una blusa blanca y la falda negra estaba en el atril del maître. —¿Puedo ayudarla?
—Um, sí. Se suponía que me encontraría con alguien para cenar, Kevin Kattalakis.
La muchacha revisó su libro de reservas. —Lo siento, no tenemos ninguna reserva para alguien con ese nombre.
El corazón de Isabel se hundió. —¿Está usted segura?
La mujer giró el libro de reservas para mostrárselo. —¿Es con “K” correcto?
Isabel comprobó los nombres. Su estómago apretado hasta que descubrió un nombre familiar.
Taylor Winthrop.
Ella quiso morirse justo ahí, en el vestíbulo. Brennan era su restaurante favorito y Taylor se había negado a llevarla allí. Él siempre decía que era demasiado caro para él y que no podía gastar esa cantidad de dinero en una sola comida.
Lo que había pasado es que no había querido gastarla en ella.
Ella era una idiota.
—Gracias —dijo Isabel, alejándose. Ella envolvió sus manos en su chal mientras debatía que debería hacer.
De repente, pareció que tenía quince años otra vez, esperando que su cita de graduación apareciese.
Él nunca fue.
Había encontrado a alguien más para llevar y ni se había molestado en decírselo. Ella se había enterado de eso al día siguiente por un amigo. Y cuando Tabitha lo había averiguado, ella había puesto fuego líquido en el suspensor del tipo e hiedra venenosa en su ropa interior.
Isabel amó a Tabitha ese día por eso.
Pero no había ninguna Tabitha aquí esta noche para hacerlo mejor. Seguramente Kevin no sería tan cruel.
¿O sí?
¿Todo esto había sido una especie de puesta en escena?
No. Él estaría aquí.
Su estómago se hizo nudos, ella esperó diez minutos completos antes que la puerta se abriera. Isabel se dio vuelta, esperando ver a Kevin. En cambio, era Taylor con una mujer alta, de cabellera negra. Ella no era demasiado bonita, pero la mujer tenía cuerpo de gimnasio.
Taylor se acercó en el instante en que la vio a ella.
Isabel tuvo un pequeño y malvado segundo de satisfacción al ver que tenía un ojo morado de su encuentro más temprano con Kevin.
Él sacó a relucir una burla. —¿Te encuentras con tus padres aquí, Isabel?
—No —dijo ella—. Espero a mi cita.
Él se inclinó y susurró algo en el oído de la mujer. Ella miró a Isabel y se rió.
Capitulo 4 Parte 2
—No en la primera cita —dijo Ash con una sonrisa satisfecha—. La asustarás de muerte si la esposas.
Nick se mofó. —Eso funcionó para mí en la primera cita.
Ash le echó una mirada aburrida. —Y también tener a un Daimon loco tratando de matarlos a los dos. Pero no pienso que Kevin desee seguir ese camino.
—¿Qué hacen ustedes los lobos en una cita? —preguntó Jerry.
—No tenemos citas —dijo Kevin—. Cuando una mujer está en celo, luchamos por ella y luego ella escoge quien la monta.
Jerry bostezó. —¿Estás bromeando? ¿No tienes que comprarle su cena? ¿Quieres decir que ni tienes que hablarle? —Él se dio vuelta hacia Acheron—. Demonios, Ash, hazme lobo.
—No te gustaría ser lobo, Jerry —dijo Ash—. Tendrías que comer la carne cruda y dormir a la intemperie.
Jerry se encogió de hombros. —Eso me suena típico de Mardi Gras.
—¿Qué más? —les preguntó Kevin, interrumpiendo el relato de Jerry de sus hábitos de Mardi Gras—. ¿Qué hacían muchachos, cuando eran humanos?
Nick pensó en ello antes de contestar. —Bien, en nuestros días —dijo él, mirando a Joe—, llevábamos a las mujeres a carreras de carros y juegos.
—Oh, Jesús —dijo Jerry—. Usted chicos, son patéticos. Carreras de carros, mi culo —. Él dio un paso hacia adelante y pasó su brazo alrededor de los hombros de Kevin. —Bien, escúchame, lobo. Consigues algo de buena ropa y la impresionas con mucho en dinero en efectivo. Tienes que llevarla a algún buen sitio para comer. Hay un lugar, bajando, en Chartres donde puedes conseguir una cena dos-por-uno...
—¡Jerry!
Todos ellos se dieron vuelta para ver a Amanda, que estaba de pie entre las cortinas, mirándoles airadamente.
—¿Qué? —preguntó Jerry.
—No te atrevas a decirle qué hacer en una cita —Amanda vino y le dio su hija a Nick—. Han notado alguna vez notó que el Señor Suave raras veces tiene una cita dos veces con la misma mujer? Hay una razón para eso.
Grace cloqueó su lengua a los hombres mientras se les unía. —Juro, que deberíamos hacerles tomar a todos ustedes un curso básico sobre citas. Es increíble que se hayan casado.
Joe le ofreció una diabólica sonrisa burlona a su esposa. —No te oí quejarte cuando...
Ella cubrió su boca con su mano, luego le puso a su hijo en sus brazos. —Ustedes dos vayan a casa antes que te metas en más problemas.
— Y tu —dijo Amanda a Ash—, eres bastante viejo y bastante sabio como para hacerlo mejor.
—No hice nada —dijo Ash, pero había un destello en sus ojos plateados que desdecía su defensa.
—Sí, bien —dijo Amanda ahuyentándolo hacia la puerta.
Ash se paseó tranquilamente como si estuviera enormemente divertido por las mujeres.
Jerry comenzó a seguirlo, pero Amanda lo agarró del brazo.
—Tu espera aquí.
—¿Por qué? —preguntó Jerry.
Amanda le sacó un juego de llaves de coche del bolsillo de su camisa. —Porque le vas a prestar a Kevin tu coche esta noche.
—Como el infierno. ¿Desde cuándo un lobo puede conducir un Jaguar?
Grace miró a Kevin. —¿Puedes conducir?
—Sí.
—Eso está decidido, entonces —dijo Grace. Ella se volvió a Jerry—. Lleva el Jaguar al lavadero y por todos los cielos retira todas las cajas de Cajitas Felices de McDonald de él.
—¡Hey! —dijo Jerry, con cara ofendida—. Eso es un golpe bajo. Esas cajas son de colección.
Grace no le hizo caso. —¿A qué hora es tu cita? —le preguntó a Kevin.
—A las seis.
Amanda le dio las llaves a Jerry. —Bien, Jerry, ten el coche en la casa a las cinco treinta.
—Pero, pero …
—Ningún pero, solamente hazlo.
Ellas obligaron a salir Jerry, luego giraron para enfrentar a Kevin con las manos sobre sus caderas.
Era algo bueno que Kevin no fuera un ganso. Aún así, se sentía perfectamente cocinado cuando las dos mujeres lo miraron a él así. Él tenía un marcado sentimiento que estaban a favor.
—Bien. ¿Quieres una cita humana? —preguntó Amanda.
Él asintió.
—Entonces ven con nosotras y escucha bien.
Isabel comprobó su reloj. Eran las seis y no había ninguna señal de Kevin.
—Él estará aquí —se decía a sí misma mientras comprobaba su cabello y maquillaje otra vez en el espejo, intentando no mirar nada debajo de su barbilla.
Si lo hiciera, querría cambiarse de ropa, y le había llevado mucho tiempo controlar sus nervios para ponerse el vestido que a Kevin le había gustado. Ella abrió la puerta de calle de su apartamento sólo para no encontrar señal alguna de ninguno de los dos Kevin. Su lobo no había regresado desde que había huido de ella
Esperaba que no fuera una mala señal.
—Contrólate —se dijo a sí misma. No había estado nerviosa en años.
Pero por otra parte, no había estado chiflada por un hombre...
Nunca.
Alguien sonó una bocina delante de su puerta.
Isabel miró con ceño fruncido al Jaguar plateado que había aparecido. ¿Ese era el coche de Kevin? Ella agarró su bolso, cerró la puerta, y cruzó el patio delantero para ver a un hombre en el asiento del conductor que no reconoció.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó mientras se acercaba.
Más o menos de su edad, el hombre era sumamente apuesto, con una barba de aproximadamente un día en su cara. Vestido en una burda camisa Hawaiana azul, tenía el cabello negro y una sonrisa burlona encantadora.
—¿Usted es Isabel? —preguntó.
—Sí.
Él salió del coche y se quitó sus gafas de sol para mostrarle un par de hermosos ojos azules—. Jerry Gautier —dijo, ofreciéndole su mano—. Soy su chofer, o casi.
—¿Mi chofer?
—Sí, Kevin está retenido, y ellos me dijeron que metiera mi trasero aquí y me asegurase que usted estaría en el restaurante a tiempo y sin demoras. Él dijo que la encontraría ahí.
Jerry caminó hasta el lado de pasajeros del coche y abrió la puerta para ella.
Isabel entró y se ajustó el vestido mientras Jerry volvía al otro lado.
—¿Usted trabaja para Kevin? —preguntó mientras él cerraba de un golpe.
Jerry se rió a carcajadas. —Nah. Pero he aprendido a no discutir con la esposa de mi jefe. Ella podría parecer muy agradable y dulce, pero es una cosa repugnante cuando usted consigue irritarla. Amanda me dijo que hiciera esto, así que no voy a enfadarla.
Él puso reversa el coche y casi le saca de lugar la cervical mientras daba la vuelta y pisaba fuerte el acelerador.
Isabel de repente tenía otros pensamientos sobre estar en el coche con Jerry. Él era un hombre extraño.
Que no podía conducir.
Él los condujo unas calles por Royal Street, que ahora estaba abierta al tráfico, y se detuvo frente al Restaurante Brennan.
Isabel esperó que Jerry se bajara otra vez y abriera la puerta para ella, pero él no lo hizo.
—Él dijo que él la encontraría dentro en cuanto pudiera.
—Bien —ella salió.
Jerry partió, haciendo chillar sus neumáticos, al minuto que ella estuvo sobre la acera.
Bien… Él debe haber tenido algo más para hacer.
Isabel ajustó su chal adornado con piedras alrededor de sus hombros desnudos y echó un vistazo dentro, esperando ver una señal de Kevin.
No había ni una.
Juntando el coraje que le quedaba, abrió la puerta y entró. Una joven vestida con una blusa blanca y la falda negra estaba en el atril del maître. —¿Puedo ayudarla?
—Um, sí. Se suponía que me encontraría con alguien para cenar, Kevin Kattalakis.
La muchacha revisó su libro de reservas. —Lo siento, no tenemos ninguna reserva para alguien con ese nombre.
El corazón de Isabel se hundió. —¿Está usted segura?
La mujer giró el libro de reservas para mostrárselo. —¿Es con “K” correcto?
Isabel comprobó los nombres. Su estómago apretado hasta que descubrió un nombre familiar.
Taylor Winthrop.
Ella quiso morirse justo ahí, en el vestíbulo. Brennan era su restaurante favorito y Taylor se había negado a llevarla allí. Él siempre decía que era demasiado caro para él y que no podía gastar esa cantidad de dinero en una sola comida.
Lo que había pasado es que no había querido gastarla en ella.
Ella era una idiota.
—Gracias —dijo Isabel, alejándose. Ella envolvió sus manos en su chal mientras debatía que debería hacer.
De repente, pareció que tenía quince años otra vez, esperando que su cita de graduación apareciese.
Él nunca fue.
Había encontrado a alguien más para llevar y ni se había molestado en decírselo. Ella se había enterado de eso al día siguiente por un amigo. Y cuando Tabitha lo había averiguado, ella había puesto fuego líquido en el suspensor del tipo e hiedra venenosa en su ropa interior.
Isabel amó a Tabitha ese día por eso.
Pero no había ninguna Tabitha aquí esta noche para hacerlo mejor. Seguramente Kevin no sería tan cruel.
¿O sí?
¿Todo esto había sido una especie de puesta en escena?
No. Él estaría aquí.
Su estómago se hizo nudos, ella esperó diez minutos completos antes que la puerta se abriera. Isabel se dio vuelta, esperando ver a Kevin. En cambio, era Taylor con una mujer alta, de cabellera negra. Ella no era demasiado bonita, pero la mujer tenía cuerpo de gimnasio.
Taylor se acercó en el instante en que la vio a ella.
Isabel tuvo un pequeño y malvado segundo de satisfacción al ver que tenía un ojo morado de su encuentro más temprano con Kevin.
Él sacó a relucir una burla. —¿Te encuentras con tus padres aquí, Isabel?
—No —dijo ella—. Espero a mi cita.
Él se inclinó y susurró algo en el oído de la mujer. Ella miró a Isabel y se rió.
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
MARATON 5/5
Capitulo 4 Parte 3
En aquel momento, Isabel se sintió tan pequeña que todo lo que pudo hacer fue no salir corriendo del restaurante. Pero ella rechazó darle la satisfacción.
El maître se acercó desde la parte trasera del restaurante. —¿Puedo ayudarlo, señor?
—Sí, tenemos una reserva para dos para Taylor Winthrop. Y asegúrese que nos den una mesa romántica, aislada.
El maître comprobó su nombre en la lista y asintió. —Serán sólo unos minutos, Sr. Winthrop.
Taylor pasó al hombre una propina. El maître se giró hacia ella. —¿Puedo ayudarla, señora?
Ella sintió que su cara ardía. —Ha habido una confusión con nuestras reservas. Solamente espero que mi cita llegue.
El hombre asintió otra vez mientras Taylor se reía de ella.
—Eso es lo que pasa cuando te citas con perdedores —le dijo a la mujer que estaba con él.
El primer instinto de Isabel fue devolverle el insulto, pero de verdad compadeció a la cita trofeo de Taylor. La pobre mujer no tenía ninguna idea con que serpiente iba a cenar.
Ella solamente esperaba que la mujer nunca lo averiguara.
Isabel tiró su mantón más alto sobre sus hombros y se sintió tres veces más tímida. Desde luego, no ayudó que Taylor y su cita siguieran observándola, susurrando y luego rieran.
Ella quiso morir.
Justo cuando estaba a punto de marcharse, la puerta finalmente se abrió y entró Kevin.
Él estaba devastador. Vestido con un traje de Armani negro, él había dejado su camisa negra abierta en el cuello, luciendo los poderosos tendones de su cuello bronceado. El color ébano realmente remarcaba el verde de sus ojos. Su cabello oscuro, ondulado caía suelto y su cara estaba afeitada.
Él nunca había lucido más peligroso. Más atractivo.
Sexy.
Isabel oyó que la cita de Taylor contenía bruscamente el aliento al verlo.
Ella medio esperó que Kevin mirara a la mujer. Él no hizo. Él tenía ojos sólo para ella.
Caminó directamente a su lado, colocando sus grandes y cálidas manos sobre sus hombros y besándola ligeramente en la mejilla. Ella se derritió al instante al inhalar el aroma masculino de él y su loción para después de afeitar.
Hizo todo lo que pudo para no ronronear.
—¿Por qué me estás esperando en la puerta? —preguntó mientras se retiraba ligeramente.
—No tenemos reservas.
Kevin le frunció el ceño. —Nunca hago reservaciones. No las necesito —. Él tomó su mano y la condujo al mostrador.
El maître apareció al instante. —Señor Kattalakis —dijo, sonriendo—. Es tan bueno verle otra vez.
—Hola, Henri —dijo Kevin, colocando su brazo alrededor de la cintura de Isabel—. ¿Mi mesa está lista?
La risa se borró de Henri cuando su mirada se dirigió a Isabel. Él giró al instante arrepentido. —Oh, no me di cuenta que ella era su cita. Ella dijo... —Él giró hacia Isabel— Madame, por favor acepte mis más profundas disculpas por haberla hecho esperar. ¿Fue Tiffany quien la dejó esperando sin ubicarla? Ella es nueva, pero la reprenderé al instante por eso.
—Está bien —dijo ella, sonriendo felizmente a Kevin mientras su corazón palpitaba con alivio.
—¿Estas segura? —preguntó Kevin.
—Sí. No fue su culpa.
Henri suspiró con alivio. —Igual hablaré con ella y esto nunca volverá a pasar otra vez. Lo prometo.
La mujer con Taylor resopló fuerte. —¿Por qué ellos consiguen una mesa sin esperar, Taylor? Él no está en la TV.
Kevin se dio vuelta hacia ellos con una mirada penetrante y frunciendo el ceño que los hizo callar a ambos inmediatamente.
—Por favor síganme —dijo Henri—. Tenemos su mesa en la terraza esperando.
Isabel miró sobre su hombro a Kevin mientras Henri les conducía por el restaurante. —¿Cómo consigue tan gran servicio?
—Es bueno ser rey —dijo él encogiendo los hombros mientras metía sus manos en sus bolsillos—. El Dinero habla y mucho dinero canta y baila.
Sí, pero aún así...
Los condujeron a una mesa en una esquina con una hermosa vista al patio inferior. Tenía una vista impresionante de la fauna y la flora. Henri sostuvo una silla para Isabel, que se deslizó en ella.
Kevin sacó su cartera y le dio varios billetes de cien dólares a Henri. —Hágame un favor. Aquel tipo abajo... Taylor. Déle la peor mesa en la casa.
Los ojos de Henri bailaron, divertidos. —Para usted, Señor Kattalakis, cualquier cosa.
Kevin tomó asiento mientras Henri se iba.
—Eso es muy malo de ti —dijo ella con una sonrisa tímida.
—¿Quieres que lo detenga?
—Difícilmente. Yo simplemente te advertía que eso estaba mal.
—¿Qué puedo decir? Sólo soy un gran lobo malo —. Kevin tomó su mano y le dio un dulce y entrañable beso en su palma donde estaba la extraña marca. Era bastante curioso que pareciera no notarla. —Luces lo bastante buena como para comerte.
El calor explotó a través de su cara. —Gracias. Luces bastante riquísimo tu mismo.
—Siento haber llegado tarde —dijo él, sacando una única rosa roja de su chaqueta y dándosela—. Me tomó un poco más de tiempo de lo que ellos pensaron tener mi traje listo.
—¿Te compraste un traje nuevo para nuestra cita?
—Bien, sí. No soy realmente un tipo de esta clase de traje. Soy más bien una bestia natural.
Dos camareros se acercaron a la mesa vestidos con chaquetas negras y corbatas. Uno era mayor, con una apariencia de caballero distinguido, por de corta estatura, con acento, y de color, Isabel lo tomaría por un Cajún. El otro era un hombre más joven, al principio de los veinte años.
—Señor Kattalakis —lo saludó el más viejo—. Que agradable verlo con compañía para variar.
Kevin le dirigió una cálida y ardiente mirada. —¿Sí, eso es agradable, verdad?
—¿Quisiera usted su vino habitual? —preguntó el camarero.
—Seguro.
Ellos miraron a Isabel.
—Evian (agua mineral natural), por favor.
—¿Quieres algún vino? —preguntó Kevin.
—No, agua está bien. En serio.
Él frunció el ceño mientras los camareros fueron a conseguir sus bebidas.
Isabel recogió su menú y notó que Kevin no se molestaba en mirar el suyo.
—¿Cuan a menudo vienes aquí?
Él se encogió de hombros. —Dos o tres veces a la semana. Ellos tienen un desayuno realmente bueno y me he hecho adicto a sus Bananas Foster (postre por excelencia de nueva orleans). ¿Y tu? ¿Viniste alguna vez aquí?
Ella aplastó el dolor que sintió al pensar en Taylor y su cita, y el rechazo de Taylor de traerla aquí. —No en mucho tiempo, pero sí, amo su comida.
Kevin pareció aliviado por eso.
Isabel intentó leer el menú, pero era difícil ya que él no quitaba sus ojos de ella. Había algo sumamente animal y poderoso en el modo en que la trataba. En la manera en que la miraba.
Era halagador y, al mismo tiempo, casi atemorizante.
Ella levantó la mirada hacia él. —¿Qué?
—¿Qué? —preguntó él de vuelta.
—¿Por qué me miras fijamente?
—No lo puedo remediar. Sigo esperando que no seas real.
Sus palabras la anonadaron.
Los camareros volvieron con sus bebidas. —¿Están listos para ordenar ahora?
Isabel dejó su menú. —Tomaré la ensalada Brennan sin el queso, por favor.
Él lo anotó.
—¿Y? —preguntó Kevin.
Isabel alzó la vista hacia él. —¿Y qué?
—¿Qué más comes?
—Solamente la ensalada.
Kevin frunció el ceño ante eso. —Bernie —le dijo al camarero —. ¿Por favor podría darnos un minuto?
—Seguro Señor Kattalakis. Tómese su tiempo.
Kevin esperó hasta que ellos se hubieran ido antes de inclinarse hacia delante. —Sé que tienes hambre, Isabel. ¿Qué comiste en el almuerzo? ¿Medio emparedado?
Su pregunta la sorprendió. —¿Cómo sabes eso?
—Es una conjetura ya que puedo oír retumbar tu estómago.
Ella puso su mano sobre su estómago. —No me di cuenta que yo era tan desagradable.
Él le gruñó. Isabel se movió nerviosamente ante el sonido que no era muy humano.
—Mira, Isabel —dijo él, su voz profunda y resonante —. Voy a ser honesto contigo. ¿No sé lo que hago esta noche, bien? Nunca he tenido una cita antes y me dijeron que a las mujeres les gusta que las lleven a algún agradable a comer. Grace y Amanda dijeron que debería ser yo mismo y no intentar impresionarte. Así que, aquí estamos, en mi restaurante favorito, pero si no te gusta podemos ir a algún otro lugar y comer lo que tu quieras.
Los ojos de Isabel se llenaron de lágrimas ante sus palabras y lo que ellas significaban. —¿Le preguntaste a alguien como tener una cita conmigo?
Él soltó un suspiro y echó un vistazo hacia sus manos apretadas. —Genial. Ahora te he puesto triste otra vez. Lo siento. Esto fue una idea realmente mala. Solo te llevaré a casa y podrás olvidar que alguna vez posaste tus ojos en mí.
Ella extendió sus manos y tomó la de él entre las suyas. —Bien, seamos honestos el uno con el otro. Yo no sé lo que hago, tampoco. Hace una semana, yo sabía lo que quería. Era dueña de un negocio bastante exitoso, salía con un tipo al que tontamente pensé que amaba y con el que pensaba casarme algún día.
—Una tarde, mi vida entera se desplomó y luego de repente este gran tipo viene como un caballero andante en su brillante armadura. Él es magnífico, forrado, y me dice todas las cosas correctas. Él me hace sentir que puedo volar, y cada vez que aparece, él hace todo mejor. ¿No estoy acostumbrada a eso, okey? Y no estoy acostumbrada a estar con un tipo tan increíblemente atractivo que me hace sentir como premio al peor.
—Pienso que eres hermosa, Isabel.
—¡Ves! —dijo ella, gesticulando hacia él—. Ahí estás siendo perfecto otra vez. Pienso que necesitas que te examinen la cabeza.
Él la miró sumamente ofendido por eso.
Isabel se retiró y se sentó muy derecha. —Bien, vamos a intentarlo otra vez.
Ella le ofreció su mano. —Hola, soy Isabel McTierney. Encantada de conocerte.
Capitulo 4 Parte 3
En aquel momento, Isabel se sintió tan pequeña que todo lo que pudo hacer fue no salir corriendo del restaurante. Pero ella rechazó darle la satisfacción.
El maître se acercó desde la parte trasera del restaurante. —¿Puedo ayudarlo, señor?
—Sí, tenemos una reserva para dos para Taylor Winthrop. Y asegúrese que nos den una mesa romántica, aislada.
El maître comprobó su nombre en la lista y asintió. —Serán sólo unos minutos, Sr. Winthrop.
Taylor pasó al hombre una propina. El maître se giró hacia ella. —¿Puedo ayudarla, señora?
Ella sintió que su cara ardía. —Ha habido una confusión con nuestras reservas. Solamente espero que mi cita llegue.
El hombre asintió otra vez mientras Taylor se reía de ella.
—Eso es lo que pasa cuando te citas con perdedores —le dijo a la mujer que estaba con él.
El primer instinto de Isabel fue devolverle el insulto, pero de verdad compadeció a la cita trofeo de Taylor. La pobre mujer no tenía ninguna idea con que serpiente iba a cenar.
Ella solamente esperaba que la mujer nunca lo averiguara.
Isabel tiró su mantón más alto sobre sus hombros y se sintió tres veces más tímida. Desde luego, no ayudó que Taylor y su cita siguieran observándola, susurrando y luego rieran.
Ella quiso morir.
Justo cuando estaba a punto de marcharse, la puerta finalmente se abrió y entró Kevin.
Él estaba devastador. Vestido con un traje de Armani negro, él había dejado su camisa negra abierta en el cuello, luciendo los poderosos tendones de su cuello bronceado. El color ébano realmente remarcaba el verde de sus ojos. Su cabello oscuro, ondulado caía suelto y su cara estaba afeitada.
Él nunca había lucido más peligroso. Más atractivo.
Sexy.
Isabel oyó que la cita de Taylor contenía bruscamente el aliento al verlo.
Ella medio esperó que Kevin mirara a la mujer. Él no hizo. Él tenía ojos sólo para ella.
Caminó directamente a su lado, colocando sus grandes y cálidas manos sobre sus hombros y besándola ligeramente en la mejilla. Ella se derritió al instante al inhalar el aroma masculino de él y su loción para después de afeitar.
Hizo todo lo que pudo para no ronronear.
—¿Por qué me estás esperando en la puerta? —preguntó mientras se retiraba ligeramente.
—No tenemos reservas.
Kevin le frunció el ceño. —Nunca hago reservaciones. No las necesito —. Él tomó su mano y la condujo al mostrador.
El maître apareció al instante. —Señor Kattalakis —dijo, sonriendo—. Es tan bueno verle otra vez.
—Hola, Henri —dijo Kevin, colocando su brazo alrededor de la cintura de Isabel—. ¿Mi mesa está lista?
La risa se borró de Henri cuando su mirada se dirigió a Isabel. Él giró al instante arrepentido. —Oh, no me di cuenta que ella era su cita. Ella dijo... —Él giró hacia Isabel— Madame, por favor acepte mis más profundas disculpas por haberla hecho esperar. ¿Fue Tiffany quien la dejó esperando sin ubicarla? Ella es nueva, pero la reprenderé al instante por eso.
—Está bien —dijo ella, sonriendo felizmente a Kevin mientras su corazón palpitaba con alivio.
—¿Estas segura? —preguntó Kevin.
—Sí. No fue su culpa.
Henri suspiró con alivio. —Igual hablaré con ella y esto nunca volverá a pasar otra vez. Lo prometo.
La mujer con Taylor resopló fuerte. —¿Por qué ellos consiguen una mesa sin esperar, Taylor? Él no está en la TV.
Kevin se dio vuelta hacia ellos con una mirada penetrante y frunciendo el ceño que los hizo callar a ambos inmediatamente.
—Por favor síganme —dijo Henri—. Tenemos su mesa en la terraza esperando.
Isabel miró sobre su hombro a Kevin mientras Henri les conducía por el restaurante. —¿Cómo consigue tan gran servicio?
—Es bueno ser rey —dijo él encogiendo los hombros mientras metía sus manos en sus bolsillos—. El Dinero habla y mucho dinero canta y baila.
Sí, pero aún así...
Los condujeron a una mesa en una esquina con una hermosa vista al patio inferior. Tenía una vista impresionante de la fauna y la flora. Henri sostuvo una silla para Isabel, que se deslizó en ella.
Kevin sacó su cartera y le dio varios billetes de cien dólares a Henri. —Hágame un favor. Aquel tipo abajo... Taylor. Déle la peor mesa en la casa.
Los ojos de Henri bailaron, divertidos. —Para usted, Señor Kattalakis, cualquier cosa.
Kevin tomó asiento mientras Henri se iba.
—Eso es muy malo de ti —dijo ella con una sonrisa tímida.
—¿Quieres que lo detenga?
—Difícilmente. Yo simplemente te advertía que eso estaba mal.
—¿Qué puedo decir? Sólo soy un gran lobo malo —. Kevin tomó su mano y le dio un dulce y entrañable beso en su palma donde estaba la extraña marca. Era bastante curioso que pareciera no notarla. —Luces lo bastante buena como para comerte.
El calor explotó a través de su cara. —Gracias. Luces bastante riquísimo tu mismo.
—Siento haber llegado tarde —dijo él, sacando una única rosa roja de su chaqueta y dándosela—. Me tomó un poco más de tiempo de lo que ellos pensaron tener mi traje listo.
—¿Te compraste un traje nuevo para nuestra cita?
—Bien, sí. No soy realmente un tipo de esta clase de traje. Soy más bien una bestia natural.
Dos camareros se acercaron a la mesa vestidos con chaquetas negras y corbatas. Uno era mayor, con una apariencia de caballero distinguido, por de corta estatura, con acento, y de color, Isabel lo tomaría por un Cajún. El otro era un hombre más joven, al principio de los veinte años.
—Señor Kattalakis —lo saludó el más viejo—. Que agradable verlo con compañía para variar.
Kevin le dirigió una cálida y ardiente mirada. —¿Sí, eso es agradable, verdad?
—¿Quisiera usted su vino habitual? —preguntó el camarero.
—Seguro.
Ellos miraron a Isabel.
—Evian (agua mineral natural), por favor.
—¿Quieres algún vino? —preguntó Kevin.
—No, agua está bien. En serio.
Él frunció el ceño mientras los camareros fueron a conseguir sus bebidas.
Isabel recogió su menú y notó que Kevin no se molestaba en mirar el suyo.
—¿Cuan a menudo vienes aquí?
Él se encogió de hombros. —Dos o tres veces a la semana. Ellos tienen un desayuno realmente bueno y me he hecho adicto a sus Bananas Foster (postre por excelencia de nueva orleans). ¿Y tu? ¿Viniste alguna vez aquí?
Ella aplastó el dolor que sintió al pensar en Taylor y su cita, y el rechazo de Taylor de traerla aquí. —No en mucho tiempo, pero sí, amo su comida.
Kevin pareció aliviado por eso.
Isabel intentó leer el menú, pero era difícil ya que él no quitaba sus ojos de ella. Había algo sumamente animal y poderoso en el modo en que la trataba. En la manera en que la miraba.
Era halagador y, al mismo tiempo, casi atemorizante.
Ella levantó la mirada hacia él. —¿Qué?
—¿Qué? —preguntó él de vuelta.
—¿Por qué me miras fijamente?
—No lo puedo remediar. Sigo esperando que no seas real.
Sus palabras la anonadaron.
Los camareros volvieron con sus bebidas. —¿Están listos para ordenar ahora?
Isabel dejó su menú. —Tomaré la ensalada Brennan sin el queso, por favor.
Él lo anotó.
—¿Y? —preguntó Kevin.
Isabel alzó la vista hacia él. —¿Y qué?
—¿Qué más comes?
—Solamente la ensalada.
Kevin frunció el ceño ante eso. —Bernie —le dijo al camarero —. ¿Por favor podría darnos un minuto?
—Seguro Señor Kattalakis. Tómese su tiempo.
Kevin esperó hasta que ellos se hubieran ido antes de inclinarse hacia delante. —Sé que tienes hambre, Isabel. ¿Qué comiste en el almuerzo? ¿Medio emparedado?
Su pregunta la sorprendió. —¿Cómo sabes eso?
—Es una conjetura ya que puedo oír retumbar tu estómago.
Ella puso su mano sobre su estómago. —No me di cuenta que yo era tan desagradable.
Él le gruñó. Isabel se movió nerviosamente ante el sonido que no era muy humano.
—Mira, Isabel —dijo él, su voz profunda y resonante —. Voy a ser honesto contigo. ¿No sé lo que hago esta noche, bien? Nunca he tenido una cita antes y me dijeron que a las mujeres les gusta que las lleven a algún agradable a comer. Grace y Amanda dijeron que debería ser yo mismo y no intentar impresionarte. Así que, aquí estamos, en mi restaurante favorito, pero si no te gusta podemos ir a algún otro lugar y comer lo que tu quieras.
Los ojos de Isabel se llenaron de lágrimas ante sus palabras y lo que ellas significaban. —¿Le preguntaste a alguien como tener una cita conmigo?
Él soltó un suspiro y echó un vistazo hacia sus manos apretadas. —Genial. Ahora te he puesto triste otra vez. Lo siento. Esto fue una idea realmente mala. Solo te llevaré a casa y podrás olvidar que alguna vez posaste tus ojos en mí.
Ella extendió sus manos y tomó la de él entre las suyas. —Bien, seamos honestos el uno con el otro. Yo no sé lo que hago, tampoco. Hace una semana, yo sabía lo que quería. Era dueña de un negocio bastante exitoso, salía con un tipo al que tontamente pensé que amaba y con el que pensaba casarme algún día.
—Una tarde, mi vida entera se desplomó y luego de repente este gran tipo viene como un caballero andante en su brillante armadura. Él es magnífico, forrado, y me dice todas las cosas correctas. Él me hace sentir que puedo volar, y cada vez que aparece, él hace todo mejor. ¿No estoy acostumbrada a eso, okey? Y no estoy acostumbrada a estar con un tipo tan increíblemente atractivo que me hace sentir como premio al peor.
—Pienso que eres hermosa, Isabel.
—¡Ves! —dijo ella, gesticulando hacia él—. Ahí estás siendo perfecto otra vez. Pienso que necesitas que te examinen la cabeza.
Él la miró sumamente ofendido por eso.
Isabel se retiró y se sentó muy derecha. —Bien, vamos a intentarlo otra vez.
Ella le ofreció su mano. —Hola, soy Isabel McTierney. Encantada de conocerte.
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
EXTRA
Capitulo 4 Parte 4
Su expresión dijo que pensaba que ella era quien necesitaba que le examinaran la cabeza. Él tomó su mano en la suya. —Hola, soy Kevin Kattalakis y estoy hambriento. ¿Te gustaría cenar conmigo, Isabel?
—Sí, Kevin. Me gustaría.
Él se rió de ella. —¿Bien, entonces ahora viene la parte dónde compartimos historias sexuales?
Isabel se echó a reír tan fuerte que varias personas cerca se dieron vuelta para mirarla. Cubriendo su boca, ella lo miró. —¿Qué?
—Eso es lo que Jerry dijo que debería hacer para llegar a conocer a una mujer.
—¿Jerry? —preguntó ella con incredulidad. —¿El que llevaba la horrible camisa, yo-no-puedo-encontrar-mi-salida-en-una-bolsa-de-papel-Jerry?
Los ojos de Kevin se oscurecieron. Peligrosos. —¿Él te ofendió cuándo te recogió? Di la palabra y lo mataré.
—No, pero si yo fuera tu, no pensaría en seguir consejos sobre citas de él.
—¿Por qué? Él consigue mujeres todo el tiempo.
—¿Sí, pero alguna vez conserva a alguna de ellas?
—Bien… No.
—Entonces no sigas sus consejos.
—Okey —Kevin hizo señas a los camareros que esperaban cerca—. ¿Quieres compartir el Chateaubriand Bouquetière (Comida francesa tradicional) conmigo? Ya que se supone que lo sirven para dos, ellos se asustan cuando lo devoro yo solo.
Ella se mordía para no reírse de sus palabras. —Me encantaría.
Kevin alzó la vista mientras Bernie regresaba. —Comenzaremos con dos Crepes Barbaras como aperitivos, después el Chateaubriand Bouquetière.
—Muy bien, Señor Kattalakis. Muy bien.
Kevin les entregó los menús, luego se inclinó hacia delante. —Y asegúrate de guardar espacio para el postre.
—No sé si puedo conservarlo, pero lo intentaré. Si quieres a una mujer que puede comer todo eso, necesitas tener una cita con mi amiga Tabitha.
Él tomó su mano otra vez y la masajeó como si fuera algo indescriptiblemente precioso. —No quiero una cita con Tabitha —dijo él, poniendo su mano contra su propia suave mejilla—. Sólo quiero estar contigo.
Isabel nunca se había sentido así en toda su vida. Se sentía tan deseable cerca de él. Tan... femenina.
Él de algún modo hasta lograba hacerla sentir menuda.
—¿Y cómo es que un tipo como tu nunca ha tenido una cita antes?
Kevin tomó un trago de vino mientras pensaba como contestar su pregunta. Él no quería mentirle, pero no podía decirle exactamente que él era un lobo que había crecido viviendo en los bosques, durmiendo en guaridas con otros lobos.
Esto podría asustarla un poco.
—Crecí en una especie de comunidad.
Ella parecía nerviosa ahora y le recordó a un conejo arrinconado. —¿Qué tipo de comunidad? No eres uno de esos locos religiosos que van a secuestrarme y lavarme el cerebro por mi dinero, verdad?
Kevin sacudió su cabeza. Esta mujer tenía las ideas más extrañas. —No. Definitivamente no. Sólo crecí de un modo en que la mayoría de la gente no lo hace. ¿Y tu?
—Crecí aquí. Mis padres, ambos son veterinarios. Ellos se conocieron en la universidad y se casaron cuando terminaron la carrera. No hay realmente mucho para contar. Tuve una vida muy normal, común.
Kevin intentó imaginarse tal cosa. En su mundo, donde ellos podían manejar la magia, los elementos, y hasta el mismo tiempo, normal realmente no era un factor. De alguna manera, envidiaba a Isabel su mundo humano donde lo imposible no era realidad. —Eso debe haber sido agradable.
—Lo era —Ella tomó un sorbo de su agua—. ¿Y tus padres que hacen?
—Idean modos creativos de matarse el uno al otro —Kevin se abatió por haber abierto su boca. Estaba tan acostumbrado a usar la frase que no pensó en ello hasta que se había oído decirla.
—No, en serio.
Kevin miró a lo lejos, incómodo.
Isabel quedó boquiabiertas cuando comprendió que él no estaba bromeando.
—¿Por qué ellos harían eso?
Kevin en realidad se retorció un poco antes de contestar. —Eso es una larga historia. Mi madre se escapó no mucho después que nací y mi padre me quiere muerto, así que aquí estoy... contigo.
Ella no sabía que pensar de esto. —Este… Um… Esta locura en la familia, no es hereditaria, verdad?
—No lo parece —dijo él serio—. Pero si se acerca a mí, tienes permiso de pegarme un tiro.
Ella no estaba segura si quería decir eso o no. Por eso, repentinamente agradecida que estuvieran en un lugar público, ella decidió cambiar el tema por algo más seguro. —¿Cómo es que tienes tanto dinero? Después de lo que dijiste, no creo que tus padres te lo hayan dado, verdad?
—No. Hago inversiones. A veces vendo artefactos.
Ahora eso sonaba interesante. —¿Qué tipo de artefactos?
Él se encogió de hombros. —Esto y aquello.
Los camareros trajeron sus aperitivos. Isabel se apoyó en la silla y miró como Kevin empezaba a comer. Él parecía real y refinado mientras comía en la tradicional manera europea.
—Sabes, para alguien que creció en una comunidad, tienes modales impecables.
Una profunda y oscura tristeza se abatió sobre él. —Mi hermana me enseñó. Ella decía… bueno, ella sentía que la gente debería comer como la gente y no como animales.
Isabel oyó como su voz se quebraba al hablar de su hermana. Era obvio que su hermana significaba mucho para él. —¿Dónde está ella ahora?
Su tristeza aumentó diez veces mientras tragaba. El dolor en sus ojos era tan profundo que la hizo sufrir por él. —Ella murió hace unos meses.
—Oh, Kevin, lo siento tanto.
—Sí, yo, también —Él aclaró su garganta.
Su corazón se rompió por él, Isabel extendió la mano y acarició con sus dedos su mejilla para ofrecerle consuelo. Él giró su cara hacia el brazo de ella y le besó el interior de su muñeca.
La imagen de sus salvajes ojos la hizo temblar.
—Eres tan suave —él suspiró, luego le besó su mano y se apartó ligeramente de ella—. Si sigo oliéndote, nosotros podríamos dar un espectáculo aquí esta noche.
—¿Qué tipo de espectáculo?
—Yo simplemente podría tirarte sobre mi hombro y llevarte de aquí para poder violarte otra vez.
Ella se rió ante la idea. —¿Podrías realmente?
Ella vio la cruda verdad, en sus ojos. —Si podría, si me hubieras dejado.
Isabel se retiró a su lado de la mesa y pasaron el resto de la comida en una conversación ociosa, segura. Kevin era ingenioso y cálido. Un raro placer.
Una vez que habían terminado la cena y el postre, ellos volvieron a bajar las escaleras donde ella vio a Taylor y a su cita sentados al lado de la puerta de la cocina. Ningún uno de los dos parecía contento.
—Eres muy malo, Kevin —dijo ella otra vez, riéndose al verlos.
—¡Eh!, esto es amable comparado con lo que quiero hacerle. Al menos de esta manera, él todavía respira.
Henri les deseó buenas noches mientras se retiraban y emprendían el regreso hacia la casa de ella.
—¿Te importaría caminar? —preguntó ella—. Está realmente agradable esta noche.
—Caminar no me molesta.
Ella tomó su mano y le condujo hacia Iberville.
Kevin miró la manera en que la luz de la luna jugaba con los rizos de su cabello castaño y se reflejaba sobre la gargantilla que le había comprado. Su vestido hacía resaltar sus curvas a la perfección y el borde del corpiño le recordaba lo fácil que debería ser deslizar su mano dentro de él y tomar su pecho con cuidado en la palma de su mano.
Su ingle se apretó. Una y otra vez recordándole como la había sentido. Cuan cálidas y sensibles habían sido sus caricias.
Él ansiaba eso ahora. El lobo en él aullaba por probarla.
Isabel estaba un poco nerviosa bajo la intensa mirada de Kevin. Había algo animal en ella. Devorador.
Había veces cuando estaba con él que se sentía como presa de su naturaleza predatoria.
Ellos no hablaron mucho caminaban de regreso a su apartamento. En la puerta, ella llamó a su lobo.
—No crees que ellos lo atraparon, verdad?
—No —dijo Kevin—. Estoy seguro que está bien. Él probablemente está disfrutando de la noche.
—¿Lo crees?
Él sonrió abiertamente maliciosamente. —Sí, lo creo.
Ella suspiró. —Eso espero. Odiaría que algo malo le pasara.
Él la siguió hasta la puerta de su apartamento. Isabel la abrió, luego vaciló.
Kevin bajó su cabeza hacia la curva de su cuello donde inhaló su aroma. Él posó sus cálidas manos sobre sus hombros. —Quiero estar dentro de ti otra vez, Isabel —Él levantó su cabeza y la ladeó de una forma que le hizo recordar al lobo Kevin. —¿Me llevarás dentro?
Isabel estaba desconcertada. ¿Ella lo quería también, pero qué tipo de relación era esa?
Ella comenzó a reírse de modo incontrolable.
Kevin la miró con ceño fruncido. —¿Qué es tan gracioso?
—Lo siento, sólo que oí ese cliché horrible en mi cabeza “¿Todavía me respetarás por la mañana?”
Él la miró confundido. —¿La gente no se respeta el uno al otro después de que tuvieron sexo?
—Tu sabes, cuando dices cosas así, suenas como un ser del espacio exterior.
—Me siento como un ser del espacio exterior. Muchísimo.
Qué cosa extraña para decir. —¿Cuánto tiempo viviste en esa comunidad tuya?
—Toda mi vida. Hasta hace ocho meses.
—Oh, mi Dios. ¿E serio?
Él asintió.
No le asombraba que no supiera nada de citas. Ella no podía imaginarse viviendo aislada del mundo.
Él pasó su mano sobre su hombro. —Desde entonces he estado quedándome con... amigos, que son los dueños del Bar El Santuario en Ursulinas. Ellos me han enseñado mucho sobre como la gente se comporta, pero Amanda dijo que tu no apreciarías las frases y los movimientos con que los hombres en el bar suelen levantar a las mujeres que conocen allí.
Isabel trató de no concentrarse en cuan cálida era su mano sobre su piel desnuda. Lo bien que sentía su caria. Esta enviaba escalofríos a través de ella, directamente a sus pechos, que se endurecieron, clamando por su contacto. —¿Amanda qué?
—Hunter.
Isabel se dio cuenta del nombre. —¿La hermana gemela de Tabitha?
Él asintió.
Capitulo 4 Parte 4
Su expresión dijo que pensaba que ella era quien necesitaba que le examinaran la cabeza. Él tomó su mano en la suya. —Hola, soy Kevin Kattalakis y estoy hambriento. ¿Te gustaría cenar conmigo, Isabel?
—Sí, Kevin. Me gustaría.
Él se rió de ella. —¿Bien, entonces ahora viene la parte dónde compartimos historias sexuales?
Isabel se echó a reír tan fuerte que varias personas cerca se dieron vuelta para mirarla. Cubriendo su boca, ella lo miró. —¿Qué?
—Eso es lo que Jerry dijo que debería hacer para llegar a conocer a una mujer.
—¿Jerry? —preguntó ella con incredulidad. —¿El que llevaba la horrible camisa, yo-no-puedo-encontrar-mi-salida-en-una-bolsa-de-papel-Jerry?
Los ojos de Kevin se oscurecieron. Peligrosos. —¿Él te ofendió cuándo te recogió? Di la palabra y lo mataré.
—No, pero si yo fuera tu, no pensaría en seguir consejos sobre citas de él.
—¿Por qué? Él consigue mujeres todo el tiempo.
—¿Sí, pero alguna vez conserva a alguna de ellas?
—Bien… No.
—Entonces no sigas sus consejos.
—Okey —Kevin hizo señas a los camareros que esperaban cerca—. ¿Quieres compartir el Chateaubriand Bouquetière (Comida francesa tradicional) conmigo? Ya que se supone que lo sirven para dos, ellos se asustan cuando lo devoro yo solo.
Ella se mordía para no reírse de sus palabras. —Me encantaría.
Kevin alzó la vista mientras Bernie regresaba. —Comenzaremos con dos Crepes Barbaras como aperitivos, después el Chateaubriand Bouquetière.
—Muy bien, Señor Kattalakis. Muy bien.
Kevin les entregó los menús, luego se inclinó hacia delante. —Y asegúrate de guardar espacio para el postre.
—No sé si puedo conservarlo, pero lo intentaré. Si quieres a una mujer que puede comer todo eso, necesitas tener una cita con mi amiga Tabitha.
Él tomó su mano otra vez y la masajeó como si fuera algo indescriptiblemente precioso. —No quiero una cita con Tabitha —dijo él, poniendo su mano contra su propia suave mejilla—. Sólo quiero estar contigo.
Isabel nunca se había sentido así en toda su vida. Se sentía tan deseable cerca de él. Tan... femenina.
Él de algún modo hasta lograba hacerla sentir menuda.
—¿Y cómo es que un tipo como tu nunca ha tenido una cita antes?
Kevin tomó un trago de vino mientras pensaba como contestar su pregunta. Él no quería mentirle, pero no podía decirle exactamente que él era un lobo que había crecido viviendo en los bosques, durmiendo en guaridas con otros lobos.
Esto podría asustarla un poco.
—Crecí en una especie de comunidad.
Ella parecía nerviosa ahora y le recordó a un conejo arrinconado. —¿Qué tipo de comunidad? No eres uno de esos locos religiosos que van a secuestrarme y lavarme el cerebro por mi dinero, verdad?
Kevin sacudió su cabeza. Esta mujer tenía las ideas más extrañas. —No. Definitivamente no. Sólo crecí de un modo en que la mayoría de la gente no lo hace. ¿Y tu?
—Crecí aquí. Mis padres, ambos son veterinarios. Ellos se conocieron en la universidad y se casaron cuando terminaron la carrera. No hay realmente mucho para contar. Tuve una vida muy normal, común.
Kevin intentó imaginarse tal cosa. En su mundo, donde ellos podían manejar la magia, los elementos, y hasta el mismo tiempo, normal realmente no era un factor. De alguna manera, envidiaba a Isabel su mundo humano donde lo imposible no era realidad. —Eso debe haber sido agradable.
—Lo era —Ella tomó un sorbo de su agua—. ¿Y tus padres que hacen?
—Idean modos creativos de matarse el uno al otro —Kevin se abatió por haber abierto su boca. Estaba tan acostumbrado a usar la frase que no pensó en ello hasta que se había oído decirla.
—No, en serio.
Kevin miró a lo lejos, incómodo.
Isabel quedó boquiabiertas cuando comprendió que él no estaba bromeando.
—¿Por qué ellos harían eso?
Kevin en realidad se retorció un poco antes de contestar. —Eso es una larga historia. Mi madre se escapó no mucho después que nací y mi padre me quiere muerto, así que aquí estoy... contigo.
Ella no sabía que pensar de esto. —Este… Um… Esta locura en la familia, no es hereditaria, verdad?
—No lo parece —dijo él serio—. Pero si se acerca a mí, tienes permiso de pegarme un tiro.
Ella no estaba segura si quería decir eso o no. Por eso, repentinamente agradecida que estuvieran en un lugar público, ella decidió cambiar el tema por algo más seguro. —¿Cómo es que tienes tanto dinero? Después de lo que dijiste, no creo que tus padres te lo hayan dado, verdad?
—No. Hago inversiones. A veces vendo artefactos.
Ahora eso sonaba interesante. —¿Qué tipo de artefactos?
Él se encogió de hombros. —Esto y aquello.
Los camareros trajeron sus aperitivos. Isabel se apoyó en la silla y miró como Kevin empezaba a comer. Él parecía real y refinado mientras comía en la tradicional manera europea.
—Sabes, para alguien que creció en una comunidad, tienes modales impecables.
Una profunda y oscura tristeza se abatió sobre él. —Mi hermana me enseñó. Ella decía… bueno, ella sentía que la gente debería comer como la gente y no como animales.
Isabel oyó como su voz se quebraba al hablar de su hermana. Era obvio que su hermana significaba mucho para él. —¿Dónde está ella ahora?
Su tristeza aumentó diez veces mientras tragaba. El dolor en sus ojos era tan profundo que la hizo sufrir por él. —Ella murió hace unos meses.
—Oh, Kevin, lo siento tanto.
—Sí, yo, también —Él aclaró su garganta.
Su corazón se rompió por él, Isabel extendió la mano y acarició con sus dedos su mejilla para ofrecerle consuelo. Él giró su cara hacia el brazo de ella y le besó el interior de su muñeca.
La imagen de sus salvajes ojos la hizo temblar.
—Eres tan suave —él suspiró, luego le besó su mano y se apartó ligeramente de ella—. Si sigo oliéndote, nosotros podríamos dar un espectáculo aquí esta noche.
—¿Qué tipo de espectáculo?
—Yo simplemente podría tirarte sobre mi hombro y llevarte de aquí para poder violarte otra vez.
Ella se rió ante la idea. —¿Podrías realmente?
Ella vio la cruda verdad, en sus ojos. —Si podría, si me hubieras dejado.
Isabel se retiró a su lado de la mesa y pasaron el resto de la comida en una conversación ociosa, segura. Kevin era ingenioso y cálido. Un raro placer.
Una vez que habían terminado la cena y el postre, ellos volvieron a bajar las escaleras donde ella vio a Taylor y a su cita sentados al lado de la puerta de la cocina. Ningún uno de los dos parecía contento.
—Eres muy malo, Kevin —dijo ella otra vez, riéndose al verlos.
—¡Eh!, esto es amable comparado con lo que quiero hacerle. Al menos de esta manera, él todavía respira.
Henri les deseó buenas noches mientras se retiraban y emprendían el regreso hacia la casa de ella.
—¿Te importaría caminar? —preguntó ella—. Está realmente agradable esta noche.
—Caminar no me molesta.
Ella tomó su mano y le condujo hacia Iberville.
Kevin miró la manera en que la luz de la luna jugaba con los rizos de su cabello castaño y se reflejaba sobre la gargantilla que le había comprado. Su vestido hacía resaltar sus curvas a la perfección y el borde del corpiño le recordaba lo fácil que debería ser deslizar su mano dentro de él y tomar su pecho con cuidado en la palma de su mano.
Su ingle se apretó. Una y otra vez recordándole como la había sentido. Cuan cálidas y sensibles habían sido sus caricias.
Él ansiaba eso ahora. El lobo en él aullaba por probarla.
Isabel estaba un poco nerviosa bajo la intensa mirada de Kevin. Había algo animal en ella. Devorador.
Había veces cuando estaba con él que se sentía como presa de su naturaleza predatoria.
Ellos no hablaron mucho caminaban de regreso a su apartamento. En la puerta, ella llamó a su lobo.
—No crees que ellos lo atraparon, verdad?
—No —dijo Kevin—. Estoy seguro que está bien. Él probablemente está disfrutando de la noche.
—¿Lo crees?
Él sonrió abiertamente maliciosamente. —Sí, lo creo.
Ella suspiró. —Eso espero. Odiaría que algo malo le pasara.
Él la siguió hasta la puerta de su apartamento. Isabel la abrió, luego vaciló.
Kevin bajó su cabeza hacia la curva de su cuello donde inhaló su aroma. Él posó sus cálidas manos sobre sus hombros. —Quiero estar dentro de ti otra vez, Isabel —Él levantó su cabeza y la ladeó de una forma que le hizo recordar al lobo Kevin. —¿Me llevarás dentro?
Isabel estaba desconcertada. ¿Ella lo quería también, pero qué tipo de relación era esa?
Ella comenzó a reírse de modo incontrolable.
Kevin la miró con ceño fruncido. —¿Qué es tan gracioso?
—Lo siento, sólo que oí ese cliché horrible en mi cabeza “¿Todavía me respetarás por la mañana?”
Él la miró confundido. —¿La gente no se respeta el uno al otro después de que tuvieron sexo?
—Tu sabes, cuando dices cosas así, suenas como un ser del espacio exterior.
—Me siento como un ser del espacio exterior. Muchísimo.
Qué cosa extraña para decir. —¿Cuánto tiempo viviste en esa comunidad tuya?
—Toda mi vida. Hasta hace ocho meses.
—Oh, mi Dios. ¿E serio?
Él asintió.
No le asombraba que no supiera nada de citas. Ella no podía imaginarse viviendo aislada del mundo.
Él pasó su mano sobre su hombro. —Desde entonces he estado quedándome con... amigos, que son los dueños del Bar El Santuario en Ursulinas. Ellos me han enseñado mucho sobre como la gente se comporta, pero Amanda dijo que tu no apreciarías las frases y los movimientos con que los hombres en el bar suelen levantar a las mujeres que conocen allí.
Isabel trató de no concentrarse en cuan cálida era su mano sobre su piel desnuda. Lo bien que sentía su caria. Esta enviaba escalofríos a través de ella, directamente a sus pechos, que se endurecieron, clamando por su contacto. —¿Amanda qué?
—Hunter.
Isabel se dio cuenta del nombre. —¿La hermana gemela de Tabitha?
Él asintió.
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
Jajajajajajajjaajajajajajajajjaajjajaj este maratón estuvo divertidisisimo!!!!..... jajajajajajajajajajajajajaja desde que Kevin mordio a Taylor!!!!!!....... Hasta donde fue por ayuda...... Jajajajajajajajajajajaja se pasa Jerry!!!!!!!.... Jajajajajajajajajaja y luego nick y joe con sus explicaciones de sus citas!!!!!!...... Jajajajajajajajajajajaja y Ash........ Jajjajajajajajaja luego Amanda y la esposa de joe!!!.. Aaaahhh se me olvido .... El nombre!!!!!... Pero como los amenazaron y los sacaron para que ellas entrenaran a kev. Sobre su cita con Isabel!!!!..... Jajajajajajajajajajajajajaja sugiere porfiiiiiss andaaaaa!!!... Amo esta nooveeee!!!!...
chelis
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
jajaj si la esposa de Joe se llama Grace jijijij la verdad paraces ser la unica que le gusta la nove :( porque mis otras dos lectoras no se reportan :(
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
Ooooooh mi dios que me rei con lo de Taylor jaosdjoasdñ sigue asi kevin :'D yo ya quiero que le confiese que es un lobo :'D aah les cuento algo? bueno ayer me puse a pensar en la historia de nick y "amanda"... donde amanda es una contable y yo estudio contabilidad :'D por lo que me hace contableeeee !!! estoy tan cerca de tener una vida de novela como la de nick y amanda :'D aah xdd
Feer :)x.
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
Yo lamento el no reportarme T-T pero estoy en pruebas globales x-x y hace poco estaba estudiando pero me puse a leer jasodjaosdñ sigueña <3
Feer :)x.
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
jajaja feer de pronto tengas suerte de encontrarte a un homdre tan maravilloso como Nick Hunter jijijijijiji
issadanger
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
convulsionare en ese momento xddissadanger escribió:jajaja feer de pronto tengas suerte de encontrarte a un homdre tan maravilloso como Nick Hunter jijijijijiji
Feer :)x.
Re: Juego de la Noche... Isabel y Kevin TERMINADA
jijijiFeerStyles escribió:convulsionare en ese momento xddissadanger escribió:jajaja feer de pronto tengas suerte de encontrarte a un homdre tan maravilloso como Nick Hunter jijijijijiji
issadanger
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