+ The one who never sees the truth...

Never say goodbye, because saying goodbye means going away, and going away means forgetting.

¿Nunca en tu vida creíste en hadas, elfos y sirenas? ¿Nunca pensaste que sí existía Nunca Jamás y que todos los seres que habitaban allí en serio existían? Quizás en tu infancia.
La mamá de Faylinn Marshall es la excepción, ella cree en todas las criaturas míticas, mágicas y legendarias que solían contarles a los chicos. Sigue las reglas del libro “La Historia de las Hadas” al pie de la letra y nunca infringe una.
Cuídate de Rhiannon, si te descubre infringiendo una ley de su libro favorito, te empastará la cara y la nuca con su mezcla de falo amorfo titánico, de un color verde amarillento y olor terriblemente apestoso.

«Otro día, otra mentira.»

«–Mascara, ropa deportiva, mochila. Todo listo–.»
La máscara era una simple mezcla de plástico, plastilina y pegamento, del color exacto al de mi piel, que pongo sobre mi cara. Es como un pedazo de masa que creó mi único amigo Joseph.
Mis anteojos gruesos de pasta los cambié por los lentes de contacto azules. Mucho mejor. Solo tenía que agarrar mi mochila para ir al instituto.
«Otro día, otra mentira.»

«—Vamos Hazzie, ¿por qué no vas al baile de otoño?
«—Lo siento Jessie, tengo practica de futbol.

«— ¡Harry! ¡Qué suerte que te encuentro! ¿Quieres ir al baile conmigo?
«—Eh…lo siento Verónica, ya tengo pareja.

«—Hola Harry. ¿Tienes pareja para el baile de otoño?
«—Perdón Bailey, pero no podré ir, hay un partido de futbol ese día.

«— ¿Ya tienes pareja Harry? ¿No era que tenías práctica?

El baile de otoño, ¿por qué no pensé en eso? Ya se cumplían dos años desde que decidí vivir una farsa, pero este era el primer baile, el que haría que todo nuestro arduo trabajo fracase.
Nunca me trataron bien en mi escuela, era la clase de chico que volvía a su casa con un intolerable olor a agua de inodoro, o que volvía con comida en partes donde no debería haber o incluso llegaba con los lentes rotos. Aun los tengo. Están en el tercer cajón del lado derecho del armario. Con llave. Junto con mi ropa vieja.
Un cambio de imagen no hace daño a nadie. Mis padres no lo saben. Cuento los minutos exactos para que no estén en casa cuando llego. Cinco para guardar mis cosas y salir del salón. Ocho para hablar con mis “amigos” antes de salir de la escuela. Once para ir hasta la parada de autobús. Veintidós para llegar a mi casa. Tres entrar al pórtico, sacar las llaves y entrar. Diez para quitarme la máscara, la ropa y los lentes de contacto para cambiarlos por mi antigua ropa y anteojos guardados bajo llave. Uno para esperar a que mis padres lleguen.
Y todo eso en una hora.