Divina Locura || Zayn Malik y Emma Shelley.

¿Atracción magnética? Sí, eso era exactamente lo que había dicho ayer cuando vi por primera vez a la persona que iba a ocasionar tantos problemas con mi padre. Es que no sé en qué momento se me ocurrió decir la magnífica idea de que él me pudiera atraer si quiera un poquito, supongo que en ese momento estaba loca, supongo…

Como mi papá es la persona más obstinada de este mundo le gritó al chico de la moto, que sí, era el tal Malik. Aún recuerdo como él moreno tocaba el claxon mientras mi padre le decía que esperara; y de gritos y gritos al chico se le ocurrió la brillante idea de pasar a los golpes y para mi mala suerte le dejó una completa rayadura al carro de mi papá.

Grité molesta y mis puños se cerraron para estamparse en mis piernas, miré a mi padre que ya estaba rojo de la ira por el incidente anterior. A pesar de que estaba molesta y que quería agárralo y matarlo por lo que acababa de hacer, estaba algo aliviada porque hubiera cola, así mi padre no se las iba a dar de valiente e intentara perseguirlo, aunque fuese sido divertido ver como mi papá iba tras de él, tampoco podía tener mucha confianza, yo no lo conocía lo suficientemente como para saber si era una persona mala o buena. Además, yo no quería volver a verlo, algo imposible, ya que estudiamos juntos.

Sí es que me quedaba aunque sea algo de suerte, deseaba que se retirara del instituto y poder estudiar en paz.

¿Pero qué rayos me pasaba? Yo no soy así, no he dejado de pensar en él desde que llegué a casa y aunque solo sea para criticarlo igual está mal, porque eso le da más importancia lo que me da a entender que me importa y no, no pienso admitirlo.

Frustrada me paré de la cama y caminé hacia la sala para ver si había algo de comer. Me encontré con mi hermana en el mueble quien hacía su tarea con la ayuda de mi madre que había llegado hace como una hora, pero no había querido salir a saludarla, no me sentía muy bien y como conozco mi cuerpo lo suficiente sé que me va a dar dolor de cabeza dentro de poco.

Le pedí la Bendición y esta me la respondió, también saludé a mi hermana, que era menor que yo por 7 años, era una chica muy inteligente, la mejor de su clase y la favorita entre todas, creo que eso lo heredó de su hermana, solo esperaba que no fuera tan desastrosa de conducta como yo, pero no lo creía, era tan tranquila como mi madre.

Eso era algo extraño, ya que yo me parecía más a mi madre de físico y mi carácter era como el de mi padre; y con mi hermana era al revés, se parecía de físico a mi padre y su carácter era como el de mamá.

Abrí la nevera y no encontré nada, luego mis ojos localizaron el microondas y recordé que mi padre me había dicho que me había guardado algo de comida allí. Lo prendí y dejé calentar la comida por 2 minutos.

Apoyé mis manos en el mesón y suspiré lentamente mientras pensaba en cómo me iría mañana en el nuevo instituto, solo esperaba que mejor, los profesores que vi ayer nos dijeron claramente que mañana empezarían con las clases.

Hasta ahora no había ninguno que me cayera mal, pero como ya saben, así es al principio, luego todo cambia rotundamente y los profesores que creías que eran más amables son los peores.

El pitido del microondas atormentó mis oídos y lo abrí antes de que siguiera sonando. Saqué lo que iba a comer y me dirigí a la mesa, mi madre me pregunto qué tal me había ido y solo me había limitado a responder que los profesores se veían agradables.

– ¿Hiciste algún amigo? –Negué con la cabeza y seguí comiendo. Agarré unos panes que estaban cerca y me los comí. Me quedé un rato pensativa y luego vi la hora, era temprano todavía, así que supongo que tenía tiempo de visitar a mi vecina, que era prácticamente como mi otra hermana perdida.

Casi nunca la veía y eso me entristecía, por mala suerte nunca habíamos estudiado juntas porque los padres de ella habían preferido inscribirla en un instituto que quedaba cerca, en lo particular a mí no me gustaba estudiar tan cerca de mi casa, sentía que estaría siendo vigilada constantemente por mis padres y eso no lo quería.

Pasó la media hora que siempre tardaba en comer y llevé los platos al fregadero, le dije a mi madre que iba a salir y al llegar los lavaría, no puso muy buena cara pero a la final aceptó, para luego seguir explicándole a mi hermana sobre su tarea.

Abro la puerta y la tranco tras de mí, mientras me dirijo a la casa de al lado, que era donde vivía mi amiga. Toqué 3 veces seguidas, era como nuestro código. Hasta sus padres ya reconocían cuando yo tocaba.

Me abrió el padre de ella, un agradable señor canoso con lentes, era mucho mayor que la madre de ella y solía ser muy amable conmigo.

– ¡Emma, pero qué tiempo ha pasado sin verte por aquí!

– He estado algo ocupada –confesé rascándome la cabeza.

– Pasa, mi hija está en su cuarto –asentí y saludé a la madre de esta que estaba preparando la cena y a su hermana pequeña que era algo contemporánea con la mía, solo que era un año menor y se la llevaban tan bien como su hermana y yo.

A pesar de ser idénticas de físico eran completamente diferentes de personalidad, su hermana era más arriesgada, contestona e intranquila, en cambio que Josefa –mi amiga– era más tranquila y pacífica.

Por eso tal vez nos llevábamos de lo mejor, ella era la que me hacía entrar en razón cuando perdía la cordura. Cuando termino de caminar por el pasillo logró escuchar la voz de mi amiga cantarina y suelte una leve ricita, abro la puerta y pude verla acostada con los audífonos cantando ‘as long as you love me’ de Justin. Terminé de reírme.

– ¡Papá! ¡¿Cuántas veces te he dicho que avises cuando tenga visitas?! –Me miró y noté como sus mejillas se iban sonrojando de la pena–. Eehh…

– No es nada tonta –pasé con confianza–. ¿Qué hacías? Aparte de cantar. –Se sentó y me ofreció asiento también.

– Estaba aburrida ¿qué tal te fue en tu primer día?

– Agh, no me hables de eso –miré al techo.

– ¿Por qué? ¿No era lo que esperabas? ¿Habían puros chicos feos verdad? –La miré y ambas nos echamos a reír y entonces fue cuando lo recordé, con sus ojos color miel hipnotizantes ¿su sonrisa? Eso si que era un misterio.

– No estuve pendiente de eso –me miró incrédula y chistó, evidentemente sabía que le estaba mintiendo–. Ok, no quiero hablar de eso ¿sí?... Háblame de ti ¿cómo te va con Harry?

– Lo mismo de siempre, desde que terminamos la primera vez ahora las cosas están funcionando mejor, solo hay que saber manejar todo.

– Ustedes se ven lindos juntos, solo tienes que tener paciencia con él, no está acostumbrado a tener una novia por tanto tiempo.

– Lo sé, eso me hace sentirme alagada, ya que soy la única que pudo entrar en su vida.

– Sí tan solo... –agaché mi cabeza.

– Oye no vuelvas a pensar en eso –me reprendió, ella sabía que yo me sentía muy mal conmigo misma y odiaba eso, ya que ella hace un año se sentía así, hasta que conoció un chico de rizos, ojos verdes y de gran altura que cambió su vida por completo, y por supuesto, su manera de pensar–. No hace falta que tengas novio para ser feliz, apenas tienes 14 años, somos muy jóvenes para lamentarnos por eso.

– Suenas como vieja.

– A veces siento que lo soy –confesó riendo–. Solo quiero que te sientas bien, todo llega a su momento y bien sabes que no eres fea, eres una chica muy linda y sencilla, no eres una cualquiera, eso es todo –me consoló–. Oye ¿qué tal si te quedas a dormir?

– ¿Y tener que escuchar tus canciones de Justin? No.

– Déjalo en paz –hizo puchero.

– No entiendo como puede gustarte.

– Mis gustos, los tuyos.

– Ok, ok –levanté las manos.

– ¿Vas a quedarte o no?

– ¿Y el instituto?

– Yo también tengo que levantarme temprano.

– Está bien –acepté mientras ella se abalanzó a mí y ambas caímos en la cama riéndonos–, voy a buscar mis cosas –dije y me paré para ir a mi casa.

Quizás esto era buena idea, quizás esto ayudaría a olvidarme de muchas cosas.

Pasé de nuevo por la sala de la casa mi amiga y le sonreí a sus padres que veían una película, eran muy tiernos juntos.

Cuando entré a mi casa pude darme cuenta que le había prometido a mi mamá que lavaría los platos, me maldecía mentalmente por no haber hecho las cosas al momento, ya que ahorita me daba una profunda flojera de hacerlo.

Me acerqué al fregadero y comencé a enjuagar los platos, traté de hacer el menor ruido posible para no despertar a mis padres que ya se habían ido a acostar, supuse que mi hermana estaba durmiendo con ellos y no en su cuarto, ya que todas las luces estaban apagadas y ella le tiene miedo a la oscuridad. Pero con mis padres junto a ella el miedo se esfumaba.

Cuando terminé de lavar los platos me sequé las manos, fui al cuarto con cuidado y saqué mi pijama con mi cepillo de dientes, no quise llevar mi uniforme porque pensaba vestirme y arreglarme en casa.

Agarré un papel y un lapicero y les dejé una nota a mis padres, avisándole que estaría en casa de mi amiga, pero llegaría temprano para irme a estudiar. Dejé la nota apoyada en el espejo que estaba en el baño arriba del mesón, así cuando ellos se pararan fuera lo primero que viesen, luego me tomé una pastilla para el dolor de cabeza que ya estaba amenazando con atacar y me fui.

Llamé a mi amiga porque vi todas las luces de la casa apagada, no quería despertar a sus padres y esta sale silenciosamente. Entramos y nos encerramos en su cuarto.

Prendimos la tv para ver que había de bueno, pero fue un error, un gran y terrible error. Estaban pasando la película de Justin y mi amiga como gran fanática que era se emocionó.

– ¿Es en serio Josefa? –Me crucé de brazos.

– Pero sabes que lo amo.

– Has visto la película más de cien veces y no, no lo digo jugando.

– Ok, ¿entonces qué hacemos?

– Pon alguna película que tengas.

Buscamos un rato en el gigante gabinete de películas que tenía y escogimos ‘son como niños’. Para divertirnos un rato y así olvidarnos de cualquier problema que tengamos en ese momento. Preparamos palomitas y nos servimos refrescos, nos reíamos a la vez que la veíamos y en un momento nos llegamos a tirar las palomitas, siempre la pasaba bien con ella, era una de las pocas personas en las que podía confiar.

Con Cheryl y Aída la pasaba bien, pero nunca dejaba de sentirme inferior con ellas, en cambio que con Josefa era todo distinto, nos parecíamos tanto. Rachel también era otra de mis grandes amigas, lástima que no pudo estudiar conmigo.

Tanto hicimos que terminamos quedándonos dormidas a las 2:30 am, gran error, ya que me tenía que levantar a las 5:00 am, para así poder llegar temprano al instituto, que me quedaba muy lejos.




La alarma que había colocado en el teléfono para poder despertarme había sonado, no tenía ganas de ir a estudiar y eso que era el segundo día. Con pereza me senté en la cama y vi como mi amiga ni se había inmutado, estaba profundamente atrapada en los brazos de Morfeo, sonreí y luego salí de la habitación, solo esperaba que sus padres lograran pararla, ya que ellos me decían que siempre era un problema porque tenía un sueño muy profundo y yo misma podía comprobarlo.

Salgo y entro al baño para cepillarme los dientes y lavarme la cara.

Con ojos cansados y algo moribunda camino por todo el pasillo y al llegar a la sala saludo a los padres de esta. El señor estaba en el mueble con una taza de café mientras leía el periódico y la señora estaba cocinando. Me ofreció el desayuno pero me negué.

Salgo de aquella casa y entro a la mía. Fui a mi cuarto y me lancé en la cama, quería dormir aunque sea cinco minutos más.

– ¡No te duermas! –Me gritó mi madre entrando a la habitación, dándome un susto de muerte.

Algo obstinada me paré y fui al baño para darme una ducha fría, a ver si así se me quitaba el inmenso sueño que cargaba.

En el instituto

– Se llama Liam –me sorprendió mi amiga Cheryl por detrás.

– ¿Ah? –Pregunté confundida.

– El chico que vi ayer, ayer me acompañó a la casa, es agradable.

– ¿Cómo lo haces? –La miré atónita.

– ¿Qué cosa?

– Ser tan social, tan despreocupada.

– Es mi naturaleza, por cierto, cuídame la espaldas, saldré con él hoy.

– ¿Estás loca? –La miré fijamente.

– Prométeme que no le dirás a nadie, luego yo le explico a Aída pero mientras, todo en secreto –su mirada era suplicante, lo suficiente como para que terminara aceptando, me dio un beso en la mejilla y luego salió del instituto.

Sonó el timbre y yo subí a mi respectivo salón, en la entrada de este estaban Aída y Niall abrazados, como si jamás se fueran a ver, no lograba entender su amor, era algo obsesivo. Saludo a ambos y entro, divisé el puesto que había agarrado ayer, pero más vale que no, ahí estaba él, sentado de lo más cómodo.

Mi mirada recorrió todo el salón hasta que vi un puesto en la última fila, odiaba estar de última, no lograba ver al pizarrón y me negaba rotundamente a usar los lentes que mi madre me había comprado, solo los usaba en casa.

Me senté y dejé caer mi mochila al lado mío. La abrí y saqué la libreta esperando a que el profesor llegara. Al rato llegó mi amiga y se sentó en el puesto que había apartado.

– ¿Por qué no escogiste uno de adelante? –Le pregunté.

– No me gusta.

– Pues a mí tampoco me gusta aquí.

– Disculpa ¿sí?

Rodeé los ojos y entró el profesor, que al parecer era de matemática. Comenzó a dar los puntos y yo los fui anotando. La clase se me hizo rápida, ya que me gustaba esta materia y el profesor era muy agradable, por lo menos tenía suerte en esto.

Sonó el timbre de descanso y vuelvo a meter la libreta en la mochila. Cuando voy saliendo tropiezo con alguien, levanto mi mirada y ahí estaba él, el chico problemático de la moto, pero lo que me llamó la atención y me extrañó fue ver su sonrisa. ¿Me estaba sonriendo a mí?

Me quedé embobada mirándolo por unos escasos dos segundos que para mí fueron la eternidad. Cuando caigo en cuenta bajo la mirada y fue casi a la velocidad de la luz con la que se fue porque al levantarla ya no estaba allí.

Había dos opciones. O era muy rápido o fue una alucinación de mi parte. Aunque también podía existir una tercera opción; era un vampiro.

No, creo que en verdad estaba alucinando.

La hora de comida se pasó muy, muy rápido. Ya esto se estaba volviendo una costumbre, yo sentada con mis audífonos mientras mi amiga Aída se besuqueaba con su novio. Al menos en el otro instituto tenía la compañía de mis otras amigas solteras.

Subí al salón algo desanimada y mucho antes de la hora, de hecho dejé a mi amiga sola, total, estaba sobrando.

Mis ojos se encontraron con los de él quien estaba rodeado de un grupito del salón. Me hizo señas con la mano y volteo para ver si le hablaba a otra persona y no estar confundida.

– Sí, es contigo –me dijo.

Me acerqué algo penosa.

– Hola –saludé con la mano agachando la mirada.

– Eres algo asocial, deberías unirte a nosotros –cuando lo miro está sonriendo y no es por halagarlo, pero nunca había visto una sonrisa tan hermosa.

– Tienes razón –contesté.

– ¿Cómo te llamas? –Preguntó una de las chicas.

– Em…

– Emma Shelley –responde él y yo me quedo sorprendida mientras suelto una gran risa–. ¿Qué es lo que da risa? –Me mira fijamente.

– Que tú te sabes mi nombre y yo ni siquiera recuerdo el tuyo –corrección, si recordaba su apellido.

– Zayn Malik –me estrecha la mano y yo la recibo, en cuanto su piel entró en contacto con la mía una especie de escalofrío recorrió mi ser, la dejé ahí por unos segundos hasta darme cuenta de que me había quedado completamente hipnotizada ante su mirada.

Los otros 10 minutos se la pasó él hablándonos mientras todos se reían, debo admitirlo, es muy gracioso. No entendía por qué ayer se había comportado de semejante manera, bueno, tal vez se haya levantado de mal humor.

La profesora de Español llegó y todos se quedaron callados, odiaba esta materia, no necesito aprender un idioma en el cual no estoy interesada.

Tenía que admitir que todos los del salón eran chicos agradables, muchos más tranquilos que en el anterior instituto, pero estaba bien. Creo que el que los alborotaba era Zayn, pero lo bueno de todo es que era sanamente, no robaban, ni se drogaban o esas cosas y para mí eso era más que suficiente. O al menos eso creía.

El timbre de salida sonó y con él todos se dirigieron a sus respectivas casas. Yo me fui a la entrada a esperar por mi padre.
Niall se ofreció a llevarme junto con Aída al ver que ya había pasado más de media hora y nada que llegaba mi padre pero yo me negué.

– Si tanto insistes –se despidieron de mí y yo seguí paciente esperando por mi padre, si tan solo tuviera saldo lo llamara, pero para mi mala suerte me habían cobrado la renta ayer.

Al rato es escuchó un bullicio y con el todos los del grupito de mi salón salieron, cada uno de ellos se fue despidiendo y el chico de ojos hipnotizantes –así lo catalogaría de ahora en adelante– se fue a su moto y se quedó un rato hablando con dos chicos.

Los minutos pasaban y pasaban y nada que mi padre llegaba, esto ya me estaba desesperando y me empezaba a preocupar por él, era extraño que con lo controlador que solía ser, o que es mejor dicho, no viniera a buscarme. Pensar que le pasó algo malo solo me ponía peor.

– ¿Quieres que te preste mi teléfono? –Su voz aguda me saca de mis cavilaciones y levanto la mirada para verlo.

– ¿Para qué?

– Sé que necesitas llamar a alguien, la persona que te va a venir a buscar, ten –me extiende su mano junto a su teléfono y niego con la cabeza–. ¡Oh vamos! Deja la pereza a un lado.

– No lo necesito, gracias –contesté cortante.

– Creo que soy un idiota por molestarte –cuando se da la vuelta lo agarro por la chaqueta logrando que me mire interrogante.

– ¿Por qué eres tan delicado?

– Me molesta la gente odiosa, yo trato de ser social, amable y las chicas como tú simplemente las repudio –abrí los ojos de par en par y solté su chaqueta.

– Y yo soy una estúpida por creer que te caía bien.

– Me caías.

– Te molestaste ayer conmigo solo porque te pregunté qué te pasaba, estabas intimidándome con tu mirada –logro ver como sus dientes se van asomando dando una leve sonrisa.

– ¿Te puse nerviosa?

Rodeé los ojos mientras me crucé de brazos.

– Veo que eres una chica caprichosa, ya no me caes mal –dijo mientras agarraba mi quijada, quité sus manos velozmente.

– ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que puedes andar por la calle tratando mal o bien a las chicas dependiendo como te caiga en el momento?

– Puede ser.

– Eres un idiota, me voy –me paré y fui caminando sin saber lo que hacía.
– Hey ¿a dónde vas? Si ni siquiera conoces Bradford.

– ¿Cómo te consta que no lo conozco –extendió los brazos.

– Mírame, soy el dueño de esta ciudad, la conozco como la palma de mi mano. Se nota que eres una sifrinita de esas que sus padres le dan de todo.

– Te equivocas, no sabes nada mí, solo que no soy de aquí, más nada.

Seguí caminando y no lo escuché más, ahora si estaba nerviosa, solo esperaba encontrar rápidamente una parada de autobuses que dijera Leeds o un lugar cerca para poder montarme e irme lejos de aquí.

Ya me había obstinado de nuevo, el frío ya me estaba pegando y me aferré más a mis brazos, solo quería llegar a mi casa y saber qué le pasó a mi padre, porque si no me vino a buscar fue por algo.

El rugido de una moto suena a mi lado y cuando volteo era él montado, lo que me faltaba.

– No seas dura, si quieres te llevo.

– Nunca.

– Nunca digas de esta agua no beberé. ¡Vamos, no seas gallina!

– ¿A quién le dices gallina? –Me paró en seco y él da un frenazo.

– A ti –hace puchero en son de burla y me acerco, agarro bien fuerte mi mochila y me monto.

– Que conste que lo hago para que veas que no soy una gallina.

– Como quieras gallinita. Te recomiendo que te agarres.

Pude escuchar su ricita chocante pero provocadora a la vez. Arrancó fuertemente y no tuve más alternativa que aceptar. Enganché mis manos a su cintura por vencida y juntos nos fuimos hasta mi casa, le dije la dirección y como en 15 minutos estuvimos llegando, algo rápido a decir verdad, cada vez que pasábamos por entre los carros me entraba una crisis de nervios y lo agarraba más fuerte, lo que causaba una risa inevitable en él.

– Llegamos sanos y salvos –comenté divertida. Pero se quedé callado.

Antes de que me dejara en la puerta de mi casa le dije que se parara una cuadra antes, no quería llegar y que mi papá nos viera, eso sí que complicaría las cosas.

– Gracias –dije luego de un rato y me bajé.

– ¿Por qué no quieres que te deje frente a tu casa? Esto está muy solo para que estés caminando por ahí.

– Conozco a Leeds como la palma de mi mano –imité su acción de hace media hora y seguí caminando.

– De nada –gritó luego de un rato y lo último que escuché antes de abrir la puerta de mi casa fue el sonido de la moto arrancando, se había ido.