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Hielo Negro. HOT. {HarryStyles}

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Hielo Negro. HOT. {HarryStyles} Empty Hielo Negro. HOT. {HarryStyles}

Mensaje por pinkfloyd. Miér 19 Jun 2013, 5:42 pm


Hielo Negro.
Síndrome de Estocolmo. Cuando el rehén desarrolla una obsesión insana por su captor. —jay.


Título: Hielo Negro.
Autor: Anne Stuart.
Adaptación: Si, completamente. Es uno de mis libros favoritos.
Género: De todo un poco.
Contenido: Drama, crimen, y contenido erótico.
Advertencias: No lo se. Creo que tiene que ver con el contenido. Ah, no tiene sinopsis.


Última edición por Only The Children Cry el Dom 23 Jun 2013, 4:18 pm, editado 2 veces
pinkfloyd.
pinkfloyd.


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Hielo Negro. HOT. {HarryStyles} Empty Re: Hielo Negro. HOT. {HarryStyles}

Mensaje por pinkfloyd. Miér 19 Jun 2013, 7:06 pm




Capitulo Uno.

*   *   *   *
Primera Parte.



La gente siempre hablaba de la primavera en París, pensó Chloe Underwood mientras caminaba por la calle arrebujada en su chaquetón, pero no había nada como el invierno en la Ciudad de las Luces. A principios de diciembre las hojas se habían caído, el aire era fresco y vigorizante, y se habían ido suficientes turistas como para que la vida fuera soportable. En agosto siempre se preguntaba por qué demonios había decidido largarse e irse a vivir a cinco mil kilómetros de su familia. Pero entonces llegaba el invierno, y lo recordaba.

Hubiera sido más fácil de haber podido dejar la ciudad a los turistas que llegaban cada agosto, como hacían los franceses, pero todavía no había encontrado un empleo que incluyera lujos como vacaciones, atención sanitaria y un salario digno para vivir. Tenía suerte de haber encontrado trabajo. Tal y como estaban las cosas, su estancia en Francia era semilegal, y la mayor parte de los días llegaba a la conclusión de que era una suerte simplemente estar allí, aunque compartiera un piso diminuto y sin ascensor con otra exiliada que parecía tener muy poco sentido de la responsabilidad. Sylvia apenas recordaba que tenía que pagar su mitad del alquiler, nunca en toda su vida había barrido un suelo y consideraba cualquier mueble o superficie lisa lugar idóneo para dejar su asombrosamente nutrido vestuario. Por otro lado, gastaba la misma talla que Chloe, una treinta y ocho, y no le importaba compartir su ropa. También estaba empeñada en casarse con un francés rico, y persiguiendo esa meta se pasaba casi todas las noches fuera del agobiante pisito, de manera que Chloe tenía más espacio para respirar.

En realidad, era Sylvia quien le había encontrado el empleo como traductora de libros infantiles. Sylvia llevaba dos años trabajando en Les Fréres Lau rent, y se había acostado con todos los fréres, tres caballeros de mediana edad, lo cual le había asegurado el puesto y un salario decente como traductora de novelas de espionaje y thrillers para la pequeña editorial. Los libros infantiles eran menos lucrativos, y a Chloe se la pagaba conforme a ello, pero por lo menos no tenía que pedirle dinero a su familia ni tocar el fondo fiduciario que le habían dejado sus abuelos. De todos modos, sus padres no la animaban a hacerlo. Ese dinero estaba destinado a su educación, y un empleo de poca monta en París difícilmente podía considerarse una educación puntera.

De no haber estado maniatada por las exigencia del trabajo, quizá hubiera podido encontrar algo un poco más estimulante. Su francés era excelente, pero también hablaba con fluidez italiano, español y alemán, un poco de sueco y ruso, y algunos retazos de árabe y japonés. Le apasionaban las palabras, casi tanto como le apasionaba cocinar, pero parecía tener más talento fuera de la cocina. Al menos, eso fue lo que le dijeron cuando la despidieron del famoso Cordon Bleu a mitad de curso. Demasiada imaginación para una principiante, dijeron. Y poco respeto a la tradición.

Chloe nunca había sentido mucho respeto por las tradiciones, incluida la medicina, que en su familia era tradición. Había dejado a los cinco miembros de la familia Underwood en las montañas de Carolina del Norte. Sus padres eran internistas, sus dos hermanos mayores, cirujanos, y su hermana mayor anestesista. Y todavía no acababan de creerse que Chloe no se muriera de ganas por entrar en la facultad de medicina, ignorando el hecho de que no había nadie a quien le diera más asco la visión de la sangre que a la benjamina de los Underwood.
No, no iba a tocar aquel hermoso pellizquito de dinero hasta que diera su brazo a torcer e ingresara en la facultad de medicina. Y, antes de que eso ocurriera, podía helarse el infierno.

Entre tanto, Chloe podía hacer milagros con un poco de pasta y verduras frescas, y las caminatas que se daba impedían que los hidratos de carbono camparan por sus respetos, aunque parecían haberle tomado cierto cariño a su trasero. A sus veintitrés años no podía seguir teniendo la complexión de potrillo de una adolescente, y jamás tendría el aspecto de una francesa. Le faltaba el estilo que hasta Sylvia, su compañera de piso, que era inglesa, tenía en abundancia. Podía ponerse su ropa, pero jamás dominaría ese porte ligeramente arrogante y un tanto irónico que tanto deseaba. Además, tenía el trasero tirando a gordo.

Les Fréres Laurent estaba en la tercera planta de un viejo edificio cerca de Montmartre. Chloe fue la primera en llegar, como de costumbre, y preparó una cafetera como le gustaba a ella el café, muy fuerte. Con una taza entre las manos heladas, se quedó mirando la ajetreada calle de abajo. Los hermanos apagaban la calefacción de noche, y como era nueva en la empresa no se le permitía tocar el termostato, de modo que se había acostumbrado a guardar un jersey de más en el diminuto cubículo que le había tocado en suerte. No le apetecía trabajar: hacía un día precioso, con el cielo de un azul luminoso sobre los edificios viejos que les rodeaban, y no sabía por qué, pero las aventuras de Flora, la pequeña hurón, no la tiraban mucho. No había suficiente sexo y violencia, pensó melancólicamente. Sólo lecciones morales en forma de farragosos sermones pronunciados por un roedor esmirriado provisto de un tutú rosa y del engreimiento y los valores propios de un republicano estadounidense. Deseaba que, sólo por una vez, Flora se quitara el tutú y se abalanzara sobre la desvergonzada comadreja que le había echado el ojo. Pero Flora jamás caería tan bajo.

Chloe bebió un sorbo de café. Fuerte como la fe, dulce como el amor, negro como el pecado. No sería una verdadera parisina hasta que empezara a fumar, pero ni siquiera para fastidiar a sus padres podía llegar tan lejos. Además, cuanto más lejos estaban sus padres, menos molestos resultaban.

Faltaba una hora para que llegara alguien a la oficina, y se dijo que nadie se enteraría, ni le importaría, que perdiera unos minutos preciosos antes de volver con la tediosa Flora. No era de extrañar que le irritara tanto aquel personaje. Lo que necesitaba era un poco más de sexo y violencia en su propia vida.

«Ten cuidado con lo que deseas», murmuró una vocecilla en su cabeza, pero Chloe se la sacudió mientras apuraba el café. El sexo brillaba por su ausencia desde hacía diez meses, y su última aventura había sido tan mediocre que la había dejado sin ganas de buscarse otra. No era que Claude fuera mal amante. Se envanecía de sus habilidades, y esperaba que aquella americana tan torpe se mostrara convenientemente deslumbrada. Y no había sido así.

Probablemente podía pasar sin violencia, que por lo general iba acompañada de sangre, cosa que tendía a hacerla vomitar. De todas formas, no había visto mucha violencia a lo largo de su vida. Su familia la había mantenido a buen recaudo, y ella tenía un sano respeto por su integridad física. No se adentraba de noche en barrios peligrosos de la ciudad, cerraba puertas y ventanas y miraba a un lado y a otro, rezando con diligencia una oración antes de atreverse a cruzar por entre el homicida tráfico parisino.

No, podía esperar con anhelo otro apacible invierno en el frío apartamento, comiendo pasta, traduciendo Flora la huroncita valiente y Bruce la mandarina, aunque seguía sin caberle en la cabeza que una mandarina tuviera vida propia. Quizá porque sabía que le esperaban los cítricos remoloneaba tanto con Flora.

Encontraría otro amante, tarde o temprano. Quizá Sylvia diera por fin con un filón y se mudara y ella encontrara a un francés amable, simpático y flacucho, con gafas de montura metálica y aficionado a la cocina experimental.

Entre tanto la aguardaba la valerosa huroncita, y la desalentadora tarea de encontrar el equivalente francés de «valerosa».

Oyó a Sylvia antes de que entrara: el taconeo de sus lujosos zapatos en los dos tramos de escalera y las maldiciones que mascullaba su boca perfectamente pintada eran inconfundibles. La única pregunta era ¿qué hacía Sylvia en la oficina tres horas antes de la hora en la que habitualmente solía arrastrarse hasta allí?

La puerta se abrió de golpe con estruendo y apareció Sylvia, jadeante, sin un pelo fuera de su sitio ni una gota de maquillaje corrido.
—¡Ahí estás! —gritó.
—Sí —dijo Chloe—. ¿Quieres un café?
—¡No tenemos tiempo para café, maldita sea! Chloe, tesoro, tienes que ayudarme. Es cuestión de vida o muerte.
Chloe parpadeó. Por suerte estaba acostumbrada a las exageraciones de Sylvia.
—¿Qué pasa ahora?
Sylvia se paró en seco, ofendida de pronto. —Hablo en serio, Chloe. Si no me ayudas a salir de ésta..., no sé qué voy a hacer.
Había arrastrado una enorme maleta escalera arriba; con razón había armado tanto ruido. —¿Dónde quieres ir y qué quieres que haga para taparte? —preguntó Chloe, resignada.
La enorme maleta que a la mayoría de la gente le serviría para un viaje de dos semanas, mantendría a Sylvia decentemente vestida tres o cuatro días. Tres o cuatro días con el piso para ella sola y nadie a quien andar recogiéndole las cosas. Podía abrir las ventanas y dejar que corriera el aire sin que nadie se quejara del frío. Estaba dispuesta a echarle una mano.
—No voy a ninguna parte. Te vas tú.

_______________________

¡Muy buenas criaturitas del señor!
Me presento, soy Esperanza, más conocida como Eddie por los callejones de mi ciudad y bueno, aquí también me llaman así ._.
Digamos, me encanta esta novela y claramente la quise compartir con ustedes.
Si hay comentarios la sigo.
pinkfloyd.
pinkfloyd.


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Mensaje por pinkfloyd. Miér 19 Jun 2013, 8:37 pm

¿En serio a nadie le gusta?
Lastima, es una excelente novela.
pinkfloyd.
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Mensaje por pinkfloyd. Jue 20 Jun 2013, 7:37 pm

¿Hay a alguien que le haya gustado y no la lean por que no necesito chicas?
En serio, si a nadie le gusta, por favor, que me digan, me siento como una estúpida frente a la pantalla.
pinkfloyd.
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Hielo Negro. HOT. {HarryStyles} Empty Re: Hielo Negro. HOT. {HarryStyles}

Mensaje por ThatBitch. Jue 20 Jun 2013, 11:12 pm

Gosh, no!!
A mi me ha encantado, Eddie.
Hace tiempo que no leía una novela ambientada
en la bella Francia, y te juro que ésta me ha intrigado demasiado.
Pobre Chloe, tan malapata. Por qué la está echando Sylvia?
Por favor, no te desanimes y siguela.
Me vas a tener insistiéndote todo el tiempo.
ThatBitch.
ThatBitch.


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Mensaje por pinkfloyd. Vie 21 Jun 2013, 9:05 am

Brunella Moritz escribió:
Gosh, no!!
A mi me ha encantado, Eddie.
Hace tiempo que no leía una novela ambientada
en la bella Francia, y te juro que ésta me ha intrigado demasiado.
Pobre Chloe, tan malapata. Por qué la está echando Sylvia?
Por favor, no te desanimes y siguela.
Me vas a tener insistiéndote todo el tiempo.
¿Te ha gustado?
Que bueno, al menos a alguien no se interesa simplemente en salir en la novela.
Por que, el necesitar chicas, hace, por lo menos, para mi, que tenga lectoras.
¡Es tan irritante!
Si, Chloe parece tonta, ¿no? ._.
La sigo más tarde, ¡ahora no tengo nada que hacer!
Excepto ir a mis clases de Francés.
Por eso es que me gusto este libro.
¡Chau!
pinkfloyd.
pinkfloyd.


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Hielo Negro. HOT. {HarryStyles} Empty Re: Hielo Negro. HOT. {HarryStyles}

Mensaje por pinkfloyd. Vie 21 Jun 2013, 3:27 pm




Capitulo Uno.

*   *   *   *
Segunda Parte.


—No voy a ninguna parte. Te vas tú.
Chloe parpadeó de nuevo.
—¿Y la maleta?
—Es para ti. Tu ropa es horrible, y lo sabes. He metido todo lo que me parece que te sienta bien. Excepto mi abrigo de piel, pero no esperarás que me quede sin él —añadió, adoptando momentáneamente una actitud práctica.
—No espero que te quedes sin nada. Y no puedo irme a ninguna parte. ¿Qué dirían los Laurent?
—Déjamelos a mí. Te buscaré una tapadera —dijo Sylvia mientras la miraba de arriba abajo—. Por lo menos vas decentemente vestida, aunque yo que tú prescindiría de la bufanda. Encajarás bastante bien. Un intenso presentimiento se apoderó de Chloe.
—¿Encajar dónde? Respira hondo y dime qué quieres, y veré si puedo ayudarte.
—Tienes que hacerlo —dijo Sylvia lisa y llanamente—. Ya te he dicho que es...
—Cuestión de vida o muerte —añadió Chloe—. ¿Qué quieres que haga?
La ansiedad de Sylvia se disipó en parte.
—Nada del otro mundo. Pasar un par de días en una finca preciosa en el campo, traduciendo para un grupo de importadores, ganando montones de dinero y dejando que te sirva un batallón de criados. Comida maravillosa y entorno de fábula. La única pega es que tendrás que vértelas con empresarios de lo más aburrido. Tendrás que vestirte para cenar, ganarás toneladas de dinero y podrás coquetear con quien se te antoje. Deberías darme las gracias por ofrecerte una oportunidad de oro.

Típico de Sylvia darle la vuelta a la tortilla a su conveniencia.

—¿Y se puede saber por qué exactamente vas a ofrecerme esa oportunidad de oro?
—Porque le prometí a Henry que pasaría el fin de semana con él en el Raphael.
—¿Henry?
—Henry Blythe Merriman, uno de los herederos de Merriman Extract. Es rico, es guapo, es encantador, es bueno en la cama y me adora.
—¿Cuántos años tiene?
—Sesenta y siete —dijo Sylvia con total descaro. —¿Y está casado?
—¡Claro que no! Yo tengo mis principios.
—Siempre y cuando sean ricos, solteros y respiren —dijo Chloe—. ¿Y cuándo tengo que irme?
—Un coche viene para acá a recogerte. La verdad es que creen que me van a recoger a mí, pero les he llamado, les he explicado la situación y les he dicho que ibas a ocupar mi lugar. Sólo necesitan una traductora de francés a inglés y viceversa. Para ti, pan comido.
—Pero Sylvia...
—¡Por favor, Chloe! ¡Te lo suplico! Si les dejo en la estacada, no volverán a darme trabajo, y todavía no puedo contar con Henry. Necesito esos trabajillos de fin de semana para completar mis ingresos. Ya sabes lo mal que pagan los Fréres.
—Como el doble de lo que me pagan a mí.
—Entonces necesitas el dinero incluso más que yo —dijo Sylvia sin inmutarse—. Vamos, Chloe, decídete. Sé alocada y salvaje para variar. A ti lo que te hace falta es pasar unos días en el campo.
—¿Alocada y salvaje con un hatajo de empresarios? No sé por qué, pero no lo veo posible.
—Piensa en la comida.
—Zorra —dijo Chloe alegremente.
—Y seguramente también habrá gimnasio. Muchas de esas casonas antiguas se han convertido en centros de congresos. No tienes que preocuparte por tu trasero.
—Dos veces zorra —repuso Chloe, y se arrepintió de haberse quejado alguna vez de sus curvas delante de ella.
—Vamos, Chloe —dijo Sylvia en tono persuasivo—. Quieres ir y lo sabes. Te lo pasarás en grande. No será tan aburrido como crees, y puede que cuando vuelvas celebremos mi compromiso.

Chloe lo dudaba.

—¿Cuándo se supone que me voy?
Sylvia dejó escapar un pequeño graznido de júbilo. Y no porque creyera seriamente que no iba a salirse con la suya.
—Eso es lo mejor. Seguramente la limusina ya estará abajo. Tienes que hablar con el señor Hakim. Él te dirá qué hacer.
—¿Hakim? El árabe lo hablo de pena.
—Ya te he dicho que sólo tienes que hablar inglés y francés. En esos grupos de importadores hay gente de distintas nacionalidades, pero todos hablan o inglés o francés. Pan comido, Chloe. En más de un sentido.
—Tres veces zorra —dijo Chloe—. ¿Tengo tiempo para...?
—No. Son las ocho y treinta y tres y la limusina llegaba a las ocho y media. Esa gente suele ser muy puntual. Ponte un poco de maquillaje y bajamos.
—Ya voy maquillada.

Sylvia dejó escapar un suspiro exasperado.
—No es suficiente. Ven conmigo. Voy a arreglarte —la agarró de la mano y comenzó a tirar de ella hacia el cuarto de baño.
—No necesito arreglarme —protestó Chloe, soltándose de un tirón.
—Pagan setecientos euros por día, y lo único que tienes que hacer es hablar.

Chloe volvió a darle la mano.
—Arréglame —dijo, resignada, y la siguió al atestado cuartito de baño del fondo del pasillo.



*   *   *   *



Harry Styles, también conocido como Harry Toussaint, Jean-Marc Marceau, Jeffrey Pillbeam, Carlos Santería, Vladimir el Carnicero, Wilhem el Menor y media docena larga de otros nombres e identidades, encendió un cigarrillo e inhaló el humo con tibio placer. En sus tres últimos trabajos no fumaba, y se había adaptado con su habitual templanza. No solía permitir que sus debilidades le causaran molestias: era relativamente impermeable a las adicciones, al dolor, a la tortura y a la ternura. Podía, de cuando en cuando, mostrarse compasivo si la situación lo requería. Si no, administraba justicia sin pestañear. Hacía lo que tenía que hacer.

Pero, necesitara el cigarrillo o no, lo disfrutaba, del mismo modo que disfrutaría del buen vino de la cena y de los whiskys de malta solos que, se suponía, debían bajarle la guardia y soltarle la lengua. Y así sería: vertería información suficiente para satisfacer a los demás y adelantar sus planes. Podía hacer lo mismo con el vodka, pero prefería el whisky escocés, y lo saborearía, igual que el tabaco, y pasaría sin él cuando hubiera concluido su trabajo.

Aquella misión duraba ya más que la mayoría. Llevaban más de dos años preparando su tapadera y cuando once meses atrás se había metido por fin en el papel, estaba más que dispuesto. Era un hombre paciente, y sabía cuánto costaba poner las cosas en marcha. Pero la recompensa estaba cerca, casi al alcance de la mano, y esa certeza le producía una fría satisfacción, a pesar de que iba a echar de menos a Harry Toussaint. Se había acostumbrado a él: a su leve encanto galo, a su ingeniosa crueldad, a su gusto por las mujeres. Hacía algún tiempo que no tenía tantas experiencias sexuales como encarnando el papel de Harry. El sexo, otro lujo del que podía prescindir, otro placer que saborear si se cruzaba en su camino. Se suponía que tenía una esposa en Marsella, pero eso poco importaba. La mayoría de los hombres a los que iba a conocer tenían esposa e hijos, agradables familias nucleares en su país de origen. Hijos y esposas que vivían felizmente de los beneficios de sus ocupaciones.

Importación. De frutas de Oriente Medio. De cerveza australiana. De armas allí donde mejor se pagara.

Por lo menos esta vez no eran drogas. Nunca se sentía a gusto con el tráfico de heroína. Una estúpida muestra de sentimentalismo por su parte: la gente decidía consumir drogas; no decidía, en cambio, que le pegaran un tiro con las armas con las que él traficaba. Debía de ser una regresión a su antigua vida, tan lejana que ya apenas la recordaba.
Era un día de invierno áspero y frío. Había en el aire un olor distante a manzanas, y el sonido apacible del rastrillo con que el jardinero recogías las hojas delante de la extensa casona. La mayoría de los miembros del servicio llevaban armas bajo la ropa holgada. Semiautomáticas, Uzis quizá. Posiblemente se las había proporcionado él.

Maldita la gracia que le haría que le mataran con una de ellas.

Tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó. Alguien quitaría la colilla, con la misma calma con que le quitaría a él de en medio si se lo ordenaban. Y lo más extraño de todo era que no le importaba en realidad.

La puerta se abrió tras él, y Gilles Hakim salió al sol.
—Harry, vamos a tomar un café en la biblioteca. ¿Por qué no te reúnes con nosotros? Sólo estamos esperando a que llegue la traductora.
Harry le dio la espalda al bello día de diciembre y siguió a Hakim al interior de la casa.
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Hielo Negro. HOT. {HarryStyles} Empty Re: Hielo Negro. HOT. {HarryStyles}

Mensaje por ThatBitch. Vie 21 Jun 2013, 11:30 pm

Oh, la traductora malvestida y el cínico hombre de negocios :Q...
Ahora si que me ha atrapado, ¡¡lo juro!!
Tienes que seguirla, Eddie.
Por lo menos, por mi :omg:
ThatBitch.
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Hielo Negro. HOT. {HarryStyles} Empty Re: Hielo Negro. HOT. {HarryStyles}

Mensaje por pinkfloyd. Sáb 22 Jun 2013, 9:32 am

Brunella Moritz escribió:
Oh, la traductora malvestida y el cínico hombre de negocios :Q...
Ahora si que me ha atrapado, ¡¡lo juro!!
Tienes que seguirla, Eddie.
Por lo menos, por mi :omg:
¡Hey, pobre Chloe!
Sylvia es un poco cruel, ¿no crees?
Mmmm.... después vas a saber más sobre ese cínico hombre de negocios.
¡Ahora mismo la sigo!
pinkfloyd.
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Hielo Negro. HOT. {HarryStyles} Empty Re: Hielo Negro. HOT. {HarryStyles}

Mensaje por pinkfloyd. Sáb 22 Jun 2013, 10:05 am




Capitulo Dos.

*   *   *   *
Primera Parte.



Chloe tuvo tiempo de sobra para pensar en lo imprudente que había sido. El chofer uniformado mantenía subida la mampara de cristal que los separaba, era demasiado temprano para calmarse los nervios con una copa, y Sylvia le había metido tantas prisas que había olvidado llevarse un libro. Lo único que tenía eran sus pensamientos para hacerla compañía en aquel trayecto aparentemente interminable.

Había alzado la mano en un gesto automático para recogerse detrás de la oreja un mechón del pelo largo castaño cuando recordó que, en apenas tres minutos, Sylvia había obrado un auténtico milagro utilizando un poco de maquillaje y un cepillo. Quizá no dispusiera de un libro, pero tenía los polvos compactos de Sylvia en el bolso de Hermés de Sylvia, y quería echarse un vistazo más para ver a la desconocida que la miraba desde los mismos ojos marrones y serenos que había tenido siempre, aunque ahora estuvieran delineados y pintados y parecieran preciosos en su cara pálida. El pelo largo y liso ya no le colgaba alrededor de la cara; Sylvia se lo había cardado y ahuecado de modo que, en menos de un minuto, había pasado de ser un velo lacio a convertirse en una melena alborotada. Su boca descolorida era ahora carnosa, roja y brillante, y la bufanda prestada que adornaba sus hombros estaba anudada con todo cuidado.

La pregunta era: ¿cuánto tiempo sería capaz de mantener aquella farsa? Sylvia podía arreglarse así en tres minutos; había tardado menos de cinco en trasformar a Chloe de vulgar abadejo marrón en pavo real. Chloe había intentado en numerosas ocasiones lograr ese mismo resultado y siempre había fracasado.

—Menos es más —le había dicho Sylvia en tono aleccionador, pero más nunca era suficiente.

De todas formas, se estaba agobiando sin razón. Querían una intérprete, no una modelo de pasarela, y si de algo sabía Chloe era de lenguas. Podía hacer su trabajo y pasar el resto del tiempo fingiendo que estaba acostumbrada a vivir en un cháteau en vez de en un apartamento minúsculo que siempre olía a col. Y comería cuanto se le antojara.

Tres o cuatro noches en un cháteau y luego volvería, y Sylvia le debería un gran favor. Quizás aquello no fuera el sexo y la violencia que ansiaba en broma, pero al menos sería un cambio. Y ¿quién sabía?, quizá uno de aquellos aburridos empresarios tuviera un ayudante guapo al que le interesaran las chicas estadounidenses. Todo era posible.

En Cháteau Mirabel había más medidas de seguridad que en Fort Knox, pensó cuando, media hora después, iniciaron su viaje a través de una serie de verjas, garitas de vigilancia, guardias armados y perros con correa. Cuanto más se adentraban en la finca, más nerviosa se ponía.

Entrar era ya difícil. Salir parecía imposible, a menos que estuvieran dispuestos a dejarla salir.

¿Y por qué no iban a estar dispuestos? Se estaba comportando como una tonta, pero cuando la limusina paró por fin delante de la ancha escalinata de la casa, había logrado dominar tanto su curiosidad como su imaginación y salió de la parte de atrás del coche remedando en lo posible la lánguida elegancia de Sylvia.

El hombre que la esperaba era alto y mayor, y vestía mejor que el francés medio, lo cual significaba que iba sumamente bien vestido. Saltaba a la vista que procedía de Oriente Medio, y Chloe le lanzó su sonrisa más deslumbrante.

—¿Monsieur Hakim?
Él asintió con la cabeza al tiempo que le estrechaba la mano.
—Y usted es la señorita Underwood, la sustituta de la señorita Whickham. Acabo de enterarme de que venía. De haberlo sabido, podría haberle ahorrado un viaje.
—¿Ahorrarme un viaje? ¿No me necesitan? — dos horas o más de viaje de vuelta a la ciudad no era lo que más le apetecía, y menos ganas aún tenía de decirle adiós al dinero que Sylvia le había prometido.
—Somos menos de los que esperábamos, y creo que podríamos arreglárnoslas bastante bien para entendernos los unos a los otros sin ayuda —dijo con voz suave y bien modulada. Estaban hablando en inglés, y Chloe se apresuró a cambiar al francés.
—Si lo desea, monsieur..., aunque estoy segura de que podría serles útil. No tengo nada previsto para los próximos días, y me encantaría quedarme.
—Si no tiene nada previsto, podrá regresar a París y disfrutar de unas agradables vacaciones —sugirió él en la misma lengua.
—Me temo que mi apartamento no es el mejor sitio para pasar unas vacaciones, monsieur Hakim —no sabía a ciencia cierta por qué intentaba persuadirlo para que le permitiera quedarse. Al principio no había querido ir; sólo la habían convencido las súplicas de Sylvia. Y la perspectiva de ganar setecientos euros al día. Pero, ahora que estaba allí, no quería irse.

Aunque fuera lo más prudente.

El señor Hakim titubeó; era evidente que no estaba acostumbrado a tratar con mujeres respondonas. Luego asintió con la cabeza.

—Supongo que podrá sernos de utilidad —dijo—. Sería una pena que hubiera hecho un viaje tan largo para nada.
—Ha sido un viaje muy largo, sí —repuso Chloe—. Creo que el conductor se perdió. Pasamos varias veces por el mismo sitio. La próxima vez debería llevar un mapa.

La sonrisa de Hakim era ligera.
—Me ocuparé de ello, mademoiselle Underwood. Entre tanto, haremos que los sirvientes se encarguen de su maleta mientras viene usted a conocer a los invitados a los que va a traducir. No creo que sea una tarea muy penosa, y cuando no tengamos reuniones dispondrá de una hermosa habitación de la que disfrutar. Y la presencia de una joven tan encantadora sólo puede hacer que nuestro trabajo vaya como la seda, claro está.

Por alguna razón, la acostumbrada cortesía francesa tenía en Hakim un sesgo algo torcido, y de pronto Chloe tuvo ganas de lavarse las manos. Le dedicó la sonrisa maternal que reservaba para los hermanos Laurent más lujuriosos, y murmuró:

—Es usted muy amable —mientras lo seguía por la escalinata de mármol.
Buen número de viejos cháteaus habían sido convertidos en hoteles de lujo y centros de congresos. Los más destartalados, en cambio, se habían trasformado en hostales de cama y desayuno. Aquél era más elegante que ninguno que Chloe hubiera visto y, para cuando Hakim la hizo entrar en un extenso salón, estaba cada vez más inquieta.

Al menos no era la única mujer. Había ocho personas reunidas en la habitación, tomando café. Las recorrió con los ojos rápidamente. Las dos mujeres no tenían nada en común, excepto su buena presencia: madame Lambert era alta, de cierta edad, vestida con un traje que, gracias a Sylvia, Chloe reconoció como de Lagerfeld. La otra era algo más joven, de poco más de treinta años, un poco demasiado bella, un poco demasiado vivaz. Las presentaciones fueron a pedir de boca: estaba el señor Otomi, un japonés entrado en años y de aspecto digno que, por suerte, hablaba un inglés excelente, y su ayudante, Tanaka—san, un tipo con ojos de acero; el signor Ricetti, un hombre vanidoso de mediana edad cuyo apuesto ayudante era sin duda también su amante; y el barón von Rutter. Todos, tal y como era de esperar, nadie de particular interés salvo...

Salvo él. Chloe se apresuró a bajar los ojos, asombrada por su inesperada reacción. No le gustaban los hombres con traje, ni aunque el traje fuera de Armani. No le gustaban los empresarios..., la mayoría de ellos carecían por completo de sentido del humor y sólo pensaban en conseguir dinero. Había muchísimas cosas en Francia que Chloe adoraba, pero la obsesión por las finanzas no era una de ellas. Lástima que aquel tipo fuera uno de ellos, pensó rápidamente. Era injusto que se sintiera atraída al instante por un hombre imposible.

Madame Lambert, el signor Ricetti, el barón y la baronesa von Rutter, Otomi y Toussaint.

Harry Toussaint. Al menos pareció mostrar un total desinterés por ella cuando les presentaron y, tras inclinar la cabeza, la desterró a todas luces de sus pensamientos. No había ningún motivo en particular para que ella reaccionara así: Toussaint no era el hombre más guapo que había visto. Era un poco más alto que la mayoría, delgado y fibroso, y tenía la cara estrecha y dura y la nariz fuerte. Sus ojos eran claros, casi luminosos, y Chloe dudaba de que hubieran reparado siquiera en ella. Tenía el pelo corto, castaño y ondulado, con rulos, una anomalía, quizás incluso un inesperado indicio de vanidad. A ella no le gustaban los hombres vanidosos, ¿verdad?

Sí, sí le gustaban, si el hombre en concreto era Harry Toussaint. Apartó la mirada mientras sus orejas sintonizaban un torrente de italiano procedente del signor Ricetti.

—¿Qué hace ésa aquí? —preguntaba, furioso—. Se suponía que iba a ser esa imbécil inglesa. ¿Cómo sabemos que podemos confiar en ésta? Puede que no sea tan discreta como la otra. Líbrese de ella, Hakim.
—Signor Ricetti, es poco amable hablar italiano delante de una persona que no entiende el idioma dijo Hakim en inglés, en tono de reproche. Miró a Chloe—. Porque no habla usted italiano, ¿verdad, mademoiselle Underwood?

Chloe no supo por qué mintió. Hakim la estaba poniendo nerviosa, y la evidente hostilidad de Ricetti no mejoraba las cosas.
—Sólo francés e inglés —dijo alegremente. Ricetti no se calmó.
—Sigo pensando que es demasiado peligroso, y estoy seguro de que los otros me darán la razón. Madame Lambert, monsieur Toussaint, ¿no creen que deberíamos despedir a esta joven? —seguía hablando en italiano, y Chloe mantenía un semblante inexpresivo.
—No sea idiota, Ricetti —cosa rara, madame Lambert hablaba italiano con acento británico. Al igual que Sylvia, había conseguido asimilar la inefable elegancia de las francesas, algo que de momento a Chloe se le escapaba.
—Yo creo que debería quedarse —dijo Harry Toussaint con voz indolente—. Es demasiado bonita para despedirla. ¿Qué daño puede hacer? Seguramente no tiene cerebro. Es incapaz de leer entre líneas —su italiano era perfecto, sólo levemente tintado por el acento francés y por algo que Chloe no lograba definir, y su voz era profunda, lenta y sensual. Aquello iba de mal en peor.


_____________________
Ahí está, Mapi.
Te juro que me dieron ganas de llorar con el mensaje en Facebook.
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Mensaje por ThatBitch. Sáb 22 Jun 2013, 12:48 pm

Oh, no, no!
Llorar no...
Mmm, te voy a enseñar algo bonito para que no llores, vale?

El capítulo, por Dios.
A mi si me gustan los hombres en traje, no sé, me gustan mucho :P
Pobre Chloe, pobrecilla. Por lo menos Troissant piensa que es bonita :3
Sylvia, inglesa imbécil! Me dió risa eso :D
Me gustó mucho mucho, siguela pronto!!
ThatBitch.
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Mensaje por Bittersweet. Sáb 22 Jun 2013, 1:47 pm

¡¡¡Nueva lectora!!!
Hola Eddie *.*
Me llamo Bree, tengo 15 y soy de Perú.
Me encanta esta novela, ¡¡Chloe me gusta mucho!!
Quiero saber cómo se lleva con Harry baba
¡Besos, siguela! ;)
Bittersweet.
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Mensaje por pinkfloyd. Sáb 22 Jun 2013, 2:28 pm

Brunella Moritz escribió:
Oh, no, no!
Llorar no...
Mmm, te voy a enseñar algo bonito para que no llores, vale?

El capítulo, por Dios.
A mi si me gustan los hombres en traje, no sé, me gustan mucho :P
Pobre Chloe, pobrecilla. Por lo menos Troissant piensa que es bonita :3
Sylvia, inglesa imbécil! Me dió risa eso :D
Me gustó mucho mucho, siguela pronto!!
¿Algo bonito?

A mi no, no lo se, no me gustan.
Digo, depende, si es empresario, me cargan.
Si, Toussaint. Toussaint va a ser un problema.
Es que Sylvia parece tonta, ¿no?
Mañana la sigo... quizas ._.
pinkfloyd.
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Mensaje por pinkfloyd. Sáb 22 Jun 2013, 2:31 pm

Bittersweet. escribió:¡¡¡Nueva lectora!!!
Hola Eddie *.*
Me llamo Bree, tengo 15 y soy de Perú.
Me encanta esta novela, ¡¡Chloe me gusta mucho!!
Quiero saber cómo se lleva con Harry baba
¡Besos, siguela! ;)
¡Hola Bree!
¡Bienvenida! -Eso suena muy cliché en OnlyWn.
Yo tengo 16.
Oh, Chloe, ¿en serio?
Mmmm... mañana quizás la siga.
pinkfloyd.
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Mensaje por pinkfloyd. Dom 23 Jun 2013, 9:29 am




Capitulo Dos.

*   *   *   *
Segunda Parte.



—Sigo diciendo que es un fastidio —dijo Ricetti, dejando su taza de café.

Chloe notó que le temblaban un poco las manos. ¿Demasiado café, quizá? ¿O había algo más?
—Bueno, no hace falta que lo diga otra vez — dijo el barón. Era gordo, de pelo blanco, con aspecto de abuelo, y los extraños presentimientos de Chloe disminuyeron.
— Bienvenida a Cháteau Mirabel, mademoiselle Underwood —dijo en francés—. Nos alegra mucho que haya podido venir en el último momento.

Chloe tardó una milésima de segundo en recordar que se suponía que debía entender lo último que había dicho el barón.
—Merci, monsieur —contestó mientras intentaba concentrar toda su atención en el amable caballero y procuraba ignorar al hombre que permanecía de pie más allá de su hombro derecho—. Haré todo lo que esté en mi mano.
—Lo hará usted muy bien —dijo Hakim con un leve filo en la voz. Ricetti se sonrojó y guardó silencio—. Por esta tarde hemos acabado, y supongo que querrá instalarse. El cóctel se sirve a las siete, la cena a las nueve. Confío en que se una a nosotros. Intentamos no hablar de negocios después de las horas de trabajo, pero todos tenemos descuidos a veces, y será de gran ayuda que estuviera usted disponible.
—¿Cómo de disponible? —preguntó Harry, esta vez en alemán—. Puede que yo necesite alguna distracción.
—¡Sácate el cerebro de los pantalones, Harry! —le reconvino madame Lambert—. No queremos que tus devaneos compliquen las cosas. Los hombres tienen la desafortunada costumbre de confesar toda clase de cosas cuando están entre las piernas de una mujer.

Chloe parpadeó, intentando no mostrar reacción alguna cuando Harry se colocó en su línea de visión. Su sonrisa era lenta, secreta y extrañamente sexy.
—Mi mujer dice que follo en perfecto silencio — dijo.
—Será mejor que no lo comprobemos —dijo Hakim—. En cuanto acabemos aquí podrás seguirla hasta París y follártela a gusto. Mientras tanto, tenemos cosas que hacer —volvió al inglés—. Lamento toda esta cháchara, mademoiselle. Como habrá adivinado, sólo la mitad de nosotros entiende el mismo idioma y, a veces, resulta muy confuso. De ahora en adelante sólo hablaremos en inglés y francés. ¿Entendido?
Harry la miraba desde detrás de sus párpados entornados.
—Claro como el agua —dijo en inglés—. Siempre puedo esperar.
—¿Esperar, monsieur? —preguntó ella con aire inocente.

Un error. Harry fijó en ella toda la fuerza de su mirada, y el efecto resultó sorprendente. Sus ojos eran muy claros, y Chloe se preguntó si alguna vez se reflejaba algo en su opaca superficie. Esperaba no hallarse en situación de averiguarlo. Confiaba en que no le faltara del todo el sentido común. Aquel hombre era sin duda guapísimo. Y también estaba sin duda fuera de su alcance.

—Esperar una cena tardía, mademoiselle —respondió él con suavidad. Antes de que ella se diera cuenta de lo que pretendía, la tomó de la mano y se la llevó a los labios. No era la primera vez que a Chloe le besaban la mano, cosa no del todo inaudita en la Europa moderna. Pero siempre se la habían besado hombres mayores y corteses detrás de cuyos coqueteos no había intención alguna. La boca que Harry Toussaint posó sobre el envés de su mano no era ni cortés ni insignificante, pero dejó caer su mano antes de que Chloe pudiera apartarla.
—Estoy seguro de que tiene hambre, mademoiselle —dijo Hakim—. Marie la acompañará a su habitación y se encargará de que le suban una bandeja. Si le interesa recorrer la finca, sólo tiene que pedirlo y uno de los jardineros la llevará a dar una vuelta. Ahora mismo hace un poco de frío para nadar, aunque la piscina está climatizada, y los americanos son una raza muy dura.
—No recuerdo si he traído bañador —dijo ella, y se preguntó qué demonios habría metido Sylvia en la maleta.
—Siempre puede bañarse sin él, mademoiselle Chloe —dijo Harry en tono sedoso.

Aquél debía ser su primer indicio de que Toussaint estaba interesado en ella, aunque no lograba comprender por qué, puesto que apenas se había inmutado cuando les habían presentado. Quizá hubiera decidido que, entre lo que había allí, era la mejor opción.

Pero Chloe no iba a permitir que la turbara. —Hace demasiado frío para eso —contestó con desenfado—. Creo que, si quiero hacer algo de ejercicio, iré a dar un paseo.
—Debe tener cuidado, mademoiselle Chloe — dijo Ricetti en un francés con fuerte acento extranjero—. Estamos en temporada de caza, y no sabe uno de dónde le va a venir una bala perdida. Eso por no hablar de los perros guardianes que por las noches merodean sueltos por ahí y que no tienen piedad. Si quiere salir a dar un paseo, asegúrese de ir acompañada. No querrá tropezar accidentalmente con algún... peligro.

¿Era una advertencia, una amenaza o un poco de ambas cosas? ¿Y qué demonios estaba pasando allí? ¿En qué se había metido Sylvia?
Sexo y violencia, se recordó. El solo hecho de mirar a Harry llenaba su cuota de sexo, y la violencia no le hacía en realidad mucho tilín. Aun así, el fin de semana sería al menos entretenido, y sería una estupidez pensar que corría peligro. A fin de cuentas, estaba en la Francia moderna, rodeada por empresarios formales, comunes y corrientes. Había leído demasiadas novelas de suspense de las que traducía Sylvia.

—Tendré mucho cuidado de no meterme donde no me llaman —contestó.
—Desde luego que sí —dijo Hakim con su voz distante.

Tenía un aire peculiar, levemente siniestro, aunque quizá fuera su fastidiosa imaginación, que a veces se desbocaba. Era al mismo tiempo autoritario y un poco servil, y Chloe no alcanzaba a entender cuál era su posición entre aquellos socios de negocios. No era de extrañar que tuviera la sensación de que allí pasaba algo raro, con aquella gente que mascullaba comentarios crípticos en idiomas que se suponía que ella no entendía, pero en resumidas cuentas no eran más que un grupo de personas encerradas en el campo sin ningún tipo de entretenimiento.

—La veremos a las siete.

Una mujer de semblante serio, ataviada con un uniforme negro y almidonado, había hecho acto de aparición. Se parecía más a la señora Danvers, el ama de llaves de Rebeca, que a Mary Poppins.

—Si hace el favor de acompañarme, mademoiselle —dijo en un francés que era a todas luces una lengua extranjera para ella, aunque Chloe no acertaba a adivinar cuál era su idioma materno.

Sabía que Harry la estaba observando, y tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para no mirarlo. Supuestamente ignoraba que monsieur Toussaint fuera un mujeriego dispuesto a acostarse con la primera recién llegada que entrara en la casa. Además, estaba casado, y ése era un criterio que compartía con su desvergonzada compañera de piso. Quizá, en su búsqueda de un marido rico, Sylvia sólo se acostara con solteros, pero Chloe buscaba otra cosa. Qué, no estaba segura. Sólo sabía que Harry Toussaint no podía proporcionárselo.

—A las siete —dijo, y se preguntó para sus adentros en qué estado estarían si se pasaban dos horas bebiendo antes de la cena. Pero eso no era problema suyo. Nada de lo que sucediera allí lo era, ni siquiera las insinuaciones desganadas de Harry. Toussaint no la deseaba en realidad; ella no era su tipo. A él le gustaban las modelos larguiruchas y piernilargas, las mujeres con estilo y actitud de vete—al—diablo. Chloe llevaba años puliendo su actitud de vete—al—diablo, pero ésta distaba mucho de ser un producto acabado.

Iba a perderse en un laberinto de habitaciones, pensó mientras cruzaba el vestíbulo detrás de la tiesa figura de Marie. Su cuarto estaba al foral de un pasillo largísimo, y en cuanto entró en ella sus recelos se volatilizaron. Era una habitación digna de un museo: una hermosa cama con cortinaje de seda verde, suelos de mármol, un opulento sofá y el cuarto de baño más grande que había visto desde que dejara los Estados Unidos. No veía ningún televisor, lo cual no debía sorprenderla, pero sin duda encontraría algo que leer en un lugar como aquél. Había varios periódicos muy conocidos en la mesa del vestíbulo; siempre podía birlar uno y hacer los crucigramas. Los crucigramas eran problemas lingüísticos que le encantaban desde siempre, y seguramente con un par de ellos podría entretenerse algunos días. Sólo tenía que acordarse de no ele——ir los periódicos italianos ni alemanes.

En ese momento sólo quería ponerse algo cómodo y disfrutar de una larga siesta.
—¿Dónde está mi maleta? —preguntó.
—La han deshecho y enviado al almacén —dilo Marie con tersura—. Supongo que monsieur Hakim se lo dijo, pero le recuerdo que se visten para la cena. Creo que el vestido de encaje plateado sería lo apropiado.
Si Sylvia se había separado de su vestido de encaje plateado, aquel trabajo tenía que importarle muchísimo. Jamás perdía de vista aquel vestido, como no fuera en caso de emergencia.

A Chloe le quedaba una pizca demasiado estrecho en el trasero y los pechos, pero no iba a tentar al destino intentando averiguar qué otra cosa sería adecuada para semejante ocasión. Marie lo sabría, y si tenía la amabilidad de decírselo, Chloe aprovecharía la información.

—Gracias, Marie.
Sintió por un momento una punzada de pánico al preguntarse si debía darle una propina. Antes de que pudiera titubear, Marie se dirigió a la puerta. Saltaba a la vista que no esperaba nada de aquella torpe americana. En el último momento se dio la vuelta.

—¿A qué hora quiere que se la despierte? ¿A las cinco? ¿A las cinco y media? Querrá tener tiempo para arreglarse.
Debía de pensar que aquélla era una tarea muy ardua.
—A las seis y media es suficiente —dijo Chloe alegremente.
Marie tenía la nariz larga y la miró a lo largo de ella con la mezcla perfecta de desdén y preocupación.
—Si necesita ayuda, sólo tiene que pedirla —dijo al cabo de un momento—. Tengo cierta experiencia con pelo como el suyo —hacía que sonara como si fuera paja incrustada de abono.
—Muchísimas gracias, Marie. Estoy segura de que no tendré ningún problema.

Marie se limitó a levantar las cejas, y los recelos de Chloe volvieron a ponerse en pie de guerra.


Última edición por Only The Children Cry el Dom 23 Jun 2013, 1:11 pm, editado 1 vez
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