This Time Aroundϟ - Novela Colectiva de Harry Potter

Sentimientos de alegría, emoción y pánico bailaban frenéticamente en el estómago de Lisset. Sus ojos clavados en el gran castillo que cada vez era más grande y, aunque pareciera imposible, más hermoso. Mientras oía a sus amigas hablar, se pellizcó con fuerza el brazo derecho para ver si es que estaba soñando. No creía en ese estúpido truco de las películas, pero no pudo evitar hacerlo. Maldijo entre dientes por el punzante dolor. Volvió la vista al semi-gigante que se encontraba en frente suyo. Era tal cual J.K Rowling lo habría descrito en sus libros. La joven ojiazul se sentía extasiada. No estaba segura de que si estaba alucinando, soñando o realmente viviendo todo eso. Pero, se dio cuenta, que no le importaba. Por primera vez en mucho tiempo, disfrutó simplemente del presente. No pensó ni en su padre, ni en su madre, ni en la humillación que había sufrido ese mismo día, ni siquiera en los concursos en los que unos días atrás había participado. Lo único que le importaba en ese preciso momento era el extraordinario castillo frente a sus ojos.

Bromeó junto a sus amigas a costa de Lucy, haciendo que esta se ruborizara de la cabeza a los pies. Mientras caminaban hacia la entrada, hablaban de boberías – como de costumbre -. En su escuela, eran llamadas “infantiles” y “come libros”, entre otros tantos desagradables epítetos. Poco y nada les importaba a ellas. Eran felices en su pequeño mundo, rodeadas de magia y fantasía. Aunque, claro, la realidad siempre aparecía para amargarlas. Sucesos que, en su mayoría, se trataban de miembros de su familia. Pero afortunadamente siempre podían contar en la otra. Hace ya años que se conocían, estaban tan unidas que a veces asustaba. Se comprendían y ayudaban en las buenas y en las malas. Muchos también decían que no era común la relación que ellas sostenían. En la mayoría de los casos, dentro de un grupo tan extenso como el suyo, había peleas y separaciones. Sin embargo, no les sucedía a ellas. Claro, tenían pequeñas discusiones y no siempre estaban de acuerdo pero eso era nada en comparación a las veces que sí lo estaban.

Luego de la efusiva bienvenida de Hagrid, las jóvenes norteamericanas entraron al inmenso castillo. La belleza del interior la deslumbró y la charla cesó en un instante. Enormes sonrisas, parecidas a la del Gato de Chesire del conocido libro “Alicia en el País de las Maravillas”, aparecieron en sus rostros. La emoción reflejada en el fulgor dentro de sus ojos.

- Vamos, vamos, caminen. La Selección está a punto de comenzar. – las apremió el guardabosques y profesor de Cuidado de las Criaturas Mágicas.

Con pasos que parecían casi no tocar el piso, Lisset se acercó al Gran Comedor. Sus ojos saltaban de cuadro en cuadro a medida que hacían el recorrido. Las personas retratadas en estos le devolvían la mirada. Algunos le sonreían y otros la miraban con el ceño fruncido. La castaña se sintió repentinamente cohibida. Sentía que Hagrid estaba hablando, pero era incapaz de oír una sola palabra. Escuchaba su propio corazón latiendo en sus tímpanos. Se secó las manos sudadas en el jean que traía puesto. Se preguntó si es que la seleccionarían con esa ropa. De pronto, se dio cuenta de un dato que se le había pasado por alto, ¡El Sobrero Seleccionador iba a elegir una casa para ella! Desde la primera vez que había leído Harry Potter, había deseado que eso sucediera. Supo casi al instante que entraría a Slytherin. Siempre había sentido que pertenecía ahí. A pesar de ser una casa conocida por la gran cantidad de magos oscuros que habían salido de allí, le parecía su mejor opción. Dudaba que en otra casa estuviera mejor que en esa. Allí entenderían su necesidad de ganar. Sus amigas fingían entenderlo, eso lo sabía con seguridad, y estaba agradecida. Pero eso no era suficiente. La idea de ser aceptada hizo que su corazón diera un salto.

De pronto, se chocó con la espalda de Lorrie. Esta, había parado de caminar. Lisset se estiró para ver la razón y sintió su mandíbula abrirse de par en par al ver a la Señora Jibbs parada en la puerta del Gran Comedor. Estaba vestida con una túnica color naranja. No uno chillante y horrendo, sino uno cálido que le recordaba a las llamas de una chimenea. Antes de ser capaz de pronunciar palabra, la sorprendentemente enigmática Señora Jibbs habló.

- ¡Oh, queridas, qué susto me habían dado! ¿Cómo se les ocurre desaparecer de esa forma? - su voz sonó preocupada y melodiosa. Como seda.

Lisset frunció el ceño. La mujer parada allí parecía una versión mejorada de su vecina obsesionada con los perros. Tragó un nudo que se había alojado en su garganta y se propuso a hablar. A pesar de no saber de qué estaba hablando, le siguió el juego.

- ¡Ha sido mi culpa! Ese bosque me ha dado curiosidad y no pude evitar querer recorrerlo. Lo lamento mucho, no era nuestra intención preocuparla, se lo aseguro. – las palabras salieron fluidamente de su boca. Lisset agradeció esa gran facilidad para mentir que tenía desde pequeña.

- ¡Si eso lo sé bien, Señorita Trevian! – una agradable sonrisa le estiró el rostro. Sus ojos color avellana se posaron en Hagrid. - ¡Qué amable de su parte traerlas sanas y salvas, profesor!

El semi-gigante parecía halagado y ligeramente sorprendido por la forma en que la Señora Jibbs se había dirigido a él. Se aclaró la garganta estruendosamente, ruborizándose.

- Es mi deber, Directora, no iba a dejarlas allí.

- De todas formas, gracias. – Hagrid asintió levemente incómodo y musitó una disculpa para después entrar al Gran Comedor.

- ¡¿Qué diablos?! – explotó Kate. Su hermana gemela la golpeó en el hombro. - ¡Auch!

- Kate, por favor, te pido que te calmes… - dijo la Señora – perdón – Directora Jibbs.

- ¿¡Qué me calme!? – preguntó retóricamente. - ¿¡Cómo voy a calmarme!? ¿¡Qué está sucediendo!?

- Kate, creo que deberías calmarte… - dijo Lorrie con voz calmada.

- ¡Quiero que me explique todo en este mismo instante, Señora Jibbs! – exigió la rubia con la cara sonrojada de la indignación.

Lisset se pasó la mano por el cabello como siempre hacía cuando estaba nerviosa. Observó atentamente a la Directora Jibbs mientras esta suspiraba y elegía que palabras utilizar.

- Como ya se habrán dado cuenta, están en Hogwarts. Un lugar que hasta hace menos de una hora creían era ficticio… - hizo una pausa. – No sabría explicarles por qué están aquí ahora, porque sinceramente no lo sé.

La decepción ensombreció los rostros de las jóvenes.

- Y el por qué el mundo mágico y las aventuras de Harry Potter están plasmadas en papel… Bueno, no me corresponde responder eso.

Quejas salieron de las bocas de las seis chicas frente a ella. Con un gesto de la mano, las silenció.

- Lo lamento, pero así es como debe ser. – dijo dejando en claro que no había discusión al respecto. – Ahora, seguramente se están preguntando como es que comenzarán en Hogwarts. Bueno, confío que hayan leído bien esos libros suyos y sepan lo necesario para entrar al año que les corresponde por su edad. No entrarán como alumnas de Hogwarts, claro, son de Estados Unidos. Uno se daría cuenta de inmediato.

- Entonces, ¿cómo…? – musitó Rosie.

- Les doy la bienvenida al Instituto de Brujas de Salem. – una amplia sonrisa se alojó en el rostro de su nueva directora.

Las jóvenes, sin poder evitarlo, comenzaron a acuchillear y susurrar entre ellas.

- ¡Silencio! – exclamó la Directora. – Como nuevas discípulas mías, espero respeto.

Las chicas susurraron una disculpa y cerraron sus bocas.

- Bien. – dijo satisfecha. – Ahora, es tiempo de cambiar esas ropas muggles que llevan puestas. – Con un simple movimiento de varita, la ropa que llevaban puesta se cambió por el uniforme de Hogwarts. Ellas hicieron exclamaciones de sorpresa y felicidad. – Dirán que son mestizas. Lamentablemente, la política del Instituto no permite admitir a nacidos de muggles. No pregunten por qué, es una vieja tradición que no se puede cambiar. Vamos, hay que entrar. No querrán llegar tarde a su Selección, ¿o sí?