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* El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
wiii pase de pagina
baile de 5 segundos!! jeje
ok ya SIGUELAAAAAA!!! SI??
:D
baile de 5 segundos!! jeje
ok ya SIGUELAAAAAA!!! SI??
:D
CrazyxJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
MARATOOOOOOOOOOOOOOOOOON
ADE DONDE TE METES MUJER?
ES QUE JOE TE MANTIENE OCUPADA ?? :twisted:
ADE DONDE TE METES MUJER?
ES QUE JOE TE MANTIENE OCUPADA ?? :twisted:
Aly
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Black Keys :) escribió:MARATOOOOOOOOOOOOOOOOOON
ADE DONDE TE METES MUJER?
ES QUE JOE TE MANTIENE OCUPADA ?? :twisted:
jajaja... sii que es lo qe haces que no subes??? :P
SIGUELAAAAAAAAA!!!
CrazyxJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Black Keys :) escribió:MARATOOOOOOOOOOOOOOOOOON
ADE DONDE TE METES MUJER?
ES QUE JOE TE MANTIENE OCUPADA ?? :twisted:
Algo así, hermana. Algo así :twisted:
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Bueno chicas, aquí les traigo su maratón.
Gracias a todas :D
Gracias a todas :D
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
—¿________?
No había oído ningún indicio de movimiento. No había captado ningún sonido de Joe. Pero ahí estaba, de pie en el umbral de la puerta.
Abrió los ojos cuando encendió la luz, sobresaltándola y casi cegándola, y se le cayó la tira de píldoras en el lavabo con un ligero ruido que atrajo la atención de él. Avanzó un paso, las recogió y les dio la vuelta, de modo que el nombre resultó claramente legible para ambos.
—Joe… —comenzó con voz quebrada—. Yo…
Pero él no escuchaba. Tenía la vista clavada en lo que sostenía en las manos, el ceño fruncido con expresión fiera.
Capítulo 6
—¡__________! —repitió él con tono más lúgubre—. ¿Qué es esto?
—No… —¿qué sentido tenía? Sin duda podía reconocer el envoltorio—. Tú mismo puedes ver lo que es —musitó a regañadientes.
—Puedo verlo, pero no me creo… —respondió. «¡No quieres creer!», le dijo su mente. No quería aceptar que en todo ese tiempo, mientras lo devoraba la preocupación de estar fallando, de que su masculinidad se hallaba en duda, ella… La ira fue como una explosión en su mente, llevándose el raciocinio y su capacidad para pensar con claridad—. ___________ —gruñó con voz más salvaje y amenazadora—. ¿Qué diablos es…?
__________ ya había soportado suficiente. Se puso de pie y lo encaró, esforzándose por no encogerse bajo la furia negra que anidaba en esos ojos verdes.
—¡Vamos, Joe! ¡Sabes muy bien lo que es!
—Dímelo tú.
—Evidentemente es la píldora. ¡La píldora anticonceptiva!
—¿Tu píldora anticonceptiva?
—¿De quién podría ser?
—¿Y por qué la estás tomando?
—¿Por qué? ¿De verdad necesitas que te lo diga?
—Desde luego necesito que me digas por qué te has retractado de nuestro acuerdo.
—Yo… —el valor la abandonó por completo. Al contemplar el rostro frío de Joe, sintió que se le resecaba la garganta—. Yo… —lo intentó otra vez, sin éxito.
—¿Tú? —instó él con dureza.
—No… no pensé que fuera el momento idóneo para tener un hijo. No… no estaba preparada.
—¿No estabas preparada? —repitió con tono peligroso—. Corrígeme si me equivoco, pero, ¿no fuiste tú quien dijo que tu reloj biológico avanzaba… deprisa? ¿Qué lo que más querías en el mundo era un hijo?
Sí, lo había dicho, y en su momento había sido sincera. ¿A quién quería engañar? ¡Aún lo quería! De hecho, lo deseaba más que nunca por quien iba a ser el padre. La idea de traer al mundo al hijo de Joe, de compartir ese vínculo especial, representaba más de lo que podía explicar con palabras, en especial cuando había descubierto lo mucho que lo quería. Pero no podía pensar solo en sí misma. Debía considerar el posible futuro del bebé, y eso lo modificaba todo.
—Cambié de idea.
—¿Cambiaste de idea? —se apoyó en la pared sin soltar la tira de píldoras—, ¿Y cuándo tomaste esa importante decisión?
—Hace unos cuatro meses.
Sintió un gran alivio al decirlo. Ya no lo engañaba. Se pondría furioso, lo sabía. Era inevitable; hacía meses que lo esperaba. Pero quizá, solo quizá, en cuanto se calmara, podrían hablar con serenidad.
—¿Cuatro meses?
—¡Sí, meses! ¿Vas a repetir cada cosa que diga?
Con rostro pétreo, Joe soslayó su exabrupto.
—¿O sea que llevas tomando la píldora… desde cuándo?
En esa ocasión el valor le falló por completo, e incapaz de enfrentarse a la acusación que veía en sus ojos, bajó la vista para mirar el suelo.
—Desde septiembre —susurró.
No supo si de verdad no la había oído o si estaba decidido a hacer que lo repitiera. Que confirmara hasta dónde llegaba su culpabilidad.
—¿Desde cuándo?
El hielo que captó en su voz fue la gota que colmó el vaso. _________ alzó la cabeza.
La parte de su cerebro que tanto necesitaba contarle lo que sentía por él se hallaba en conflicto con su otra mitad más cautelosa. La mitad que le advertía que lo último que quería Joe era una declaración precipitada de amor. Y menos en ese momento, cuando la expresión que veía en la cara de él declaraba que ella era la última persona en la tierra que quería que tuviera derecho a reclamar cualquier emoción que pudiera sentir.
—Desde septiembre.
La mano de Joe se cerró sobre la tira de píldoras y aplastó el plástico con brutalidad. La furia que vio en los ojos de él hizo que se preguntara si querría hacer lo mismo con su cuello.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —«nunca», respondió su mente con furia. Nunca había tenido la intención de contárselo. Había planeado mantenerlo en una ignorancia ciega.
La furia era como una bruma roja en su mente. Le era imposible ver y pensar. De pronto el espacio cerrado del cuarto de baño fue demasiado pequeño para contenerlo. Demasiado pequeño para compartirlo con __________. Debía salir de ahí antes de hacer algo muy estúpido y posiblemente también peligroso.
—Joe…
Apenas oyó la voz de __________ a través del zumbido de su cabeza. Ni siquiera podía mirarla, ni detenerse a esperar para averiguar qué tenía que decirle. Debía contener la ira que bullía en su interior y que amenazaba con explotar como un volcán, destruyendo todo a su alrededor.
—Joe… ¿qué haces?
¡Maldición, lo seguía! Se hallaba de pie en su lado de la cama, mirándolo como si se hubiera vuelto loco. Quizá tenía razón. Se sentía loco, salvaje, totalmente fuera de control.
Y en todo ese tiempo se obligó a mantener la boca cerrada. Si la abría, si emitía una sola palabra, ya no pararía. Canalizaría su furia sobre ella con las palabras más duras y punzantes que pudiera pensar. Y no confiaba en sí mismo como para no destruirla por completo.
Se forzó a concentrarse en sacar su ropa, con movimientos bruscos y violentos. No quería mirarla a la cara por temor a que la expresión de inocencia que había tenido, la facilidad con que había podido engañarlo, destrozaran su concentración.
—Joe…
Soltó el aliento a través de los dientes. ¿Es que no veía lo que hacía?
—Voy a vestirme —espetó con brutal economía de palabras, con la esperanza de que eso cancelara toda conversación. Pero fue una esperanza vana.
—¿Por qué?
—Porque no puedo soportar estar aquí, en la misma habitación que tú, y no hacer algo que luego pueda lamentar.
—Pero…
—¡No! —había estado concentrado en subirse la cremallera de los vaqueros, pero por el rabillo del ojo vio el movimiento hacia él y de inmediato alzó la cabeza advirtiéndole con los ojos que no se acercara más—. Mantente alejada de mí, __________. En este momento no confío en mí mismo en lo que a ti concierne.
Eso la detuvo. Vaciló, luego se paralizó y pareció aturdida.
—Joe… por favor… no tiene que ser de esta manera. Puedo explicártelo… siempre quise contártelo.
—¡Oh, claro!
—Es verdad… lo intenté…
Durante un segundo casi la creyó. El leve temblor de la boca deliciosa casi lo engañó.
Pero entonces lo comprendió. Le dio entre los ojos y la cabeza retrocedió como empujada por el impacto.
Esa era la manera en que siempre lo distraía. El atractivo que ejercía sobre él era tan fuerte que ni siquiera pensaba en su relación. Simplemente reaccionaba, y lo hacía del modo más básico y primitivo para un hombre.
Sintió un nudo en el estómago al contemplar la cama deshecha. En su cabeza danzaron imágenes eróticas de la noche que habían pasado juntos, como fotos proyectadas en una pantalla, hasta que el simple recuerdo le revolvió el estómago.
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
¿Cuánto tiempo había jugado con él de esa manera? ¿Desde septiembre o antes? ¿Había querido cumplir el acuerdo por el que se casaron o tenía otros motivos diferentes para haberlo aceptado? En ese caso, ¿cuáles?
—¡Joe… por favor… no!
Parpadeó aturdida al notar la fuerza de la reacción de él y el corazón se le retorció de dolor al ver la determinación con la que se enfundó las botas. Ni siquiera había respondido a su intento de explicarse. Simplemente había girado esos ojos implacables hacia ella como si no estuviera presente.
Y lo aterrador era que de pronto sentía que no conocía a ese Joe.
Ese no era el hombre con el que se había casado… encantador, en apariencia relajado, muy atractivo, sensual y excitante al que solo le bastaba tocarla para encenderla como unos fuegos artificiales.
Y desde luego no era el hombre con quien había vivido el último año.
En el espacio de unos segundos, daba la impresión de haberse convertido en otra persona. Y ese Joe era un hombre duro y peligroso. Un hombre al que no podía llegar de ninguna de las maneras a las que ya se había acostumbrado. Un hombre que, a pesar de la cama que los separaba, podía hallarse a años luz de ella a juzgar por la hostilidad que proyectaban sus ojos y la expresión gélida de su rostro.
—No quiero tener nada que ver contigo.
—Pero deberíamos hablar.
—¿Hab1ar? —fue un sonido duro, una explosión brutal de rechazo—. ¿No crees que es un poco tarde para hablar? ¿No es algo que deberías haber hecho cuando decidiste que no podías respetar nuestro acuerdo? ¿Cuándo decidiste que te ibas a echar para atrás?
—¡No hice eso!
—¿No? —ladeó la cabeza y exhibió una expresión cínica para recalcar su incredulidad—. Entonces, ¿qué es exactamente lo que hiciste?
—Yo… yo…
¿Qué podía decir? «¿Perdí el corazón por ti y a partir de entonces no he podido pensar con claridad? ¿Estaba tan enamorada de ti que sabía que no podía continuar de esa manera? ¿No podía tener un hijo hasta no saber exactamente qué lugar ocupaba en tu vida? ¿Tenía que darme un poco de tiempo para tratar… tratar de hacerte ver lo que me sucedía, tratar de conquistarte, de conseguir que también te enamoraras de mí?».
¡Eso le encantaría! Desde el principio había aseverado que no sabía qué era el amor, que no creía en él. El, que le había declarado abiertamente que creía que un matrimonio pactado podía funcionar tan bien, o mejor, que los así llamados por amor, ya que al menos contaba con la ventaja del realismo, sin que ninguna de las partes involucradas esperara algo que ningún otro ser humano sería capaz de proporcionar. No querría oír que creía haberse enamorado de él. Tanto, que sabía que nunca podría haber otro hombre para ella en todo el mundo.
—Yo… solo quería retrasarlo un poco.
—Claro que lo hiciste, encanto.
Empleó un tono almibarado lleno de veneno que penetró hasta el alma de ___________.
Pero de pronto se contuvo y se tragó las palabras que iba a soltar.
—Entonces, dime —continuó—, ¿alguna vez pensabas contarme que habías tomado esa decisión?
—¡Por supuesto!
—¿Cuándo?
¿Cuándo?
Desesperada, __________ pensó en su plan original. En la esperanza original de que algún día, no muy lejano, Joe descubriera que también se había enamorado de su esposa. Su sueño de que pudieran convertir ese matrimonio pactado en uno verdadero y vivir felices para siempre, como sucedía en todos los cuentos de hadas.
Entonces ni habría dudado en tener un hijo con él. Pero al observar su rostro en ese momento, al ver la furia negra y el rechazo absoluto marcados en esas facciones hermosas, reconoció que ese sueño era vano, un engaño estúpido, y movió la cabeza con tristeza.
—¿No? ¿Significa eso que no me lo quieres decir, encanto? ¿O que nunca pensaste en decírmelo?
—Por supuesto que…
—¡Por supuesto! ¿Por supuesto?
La repetición de su protesta con un sarcasmo acentuado le provocó un gran dolor.
—No hay ningún «por supuesto» en esto, encanto. Desde mi posición, da la impresión de que iniciaste este matrimonio sobre una mentira —continuó, recogiendo la camisa más próxima para ponérsela con movimientos bruscos.
—No… yo nunca… fui sincera al decir… —intentó explicarse, pero él la cortó con un gesto implacable.
—Y por lo que sé, tenías la intención de continuar la mentira hasta… hasta…
Intentaba abotonarse la camisa sin mucho éxito. Dos veces introdujo un botón en el ojal equivocado, y dos veces lo desabrochó con una maldición queda hasta que al final alzó los brazos disgustado, se rindió y se la dejó suelta, sin siquiera molestarse en meterla en los vaqueros.
—¿Hasta qué? —se obligó a preguntar ___________.
—Hasta conseguir lo que querías —respondió con indiferencia.
—¿Y qué crees que era?
—No lo sé… dímelo tú. A mí solo se me ocurre una contestación obvia.
—¿Sí? ¿Y qué contestación es?
«¿De verdad necesitas que te lo diga?», indicaba su expresión desdeñosa. Sin embargo, respondió.
—Dinero —declaró, brutalmente conciso.
—¡Dinero! —no podía creer lo que oía—. ¡En absoluto!
—¿No? ¿Y por qué no?
—Porque… porque… ¡no puedes creer que haría eso! No puedes creer que me casaría contigo… que viviría contigo… que me acostaría contigo… ¡por dinero! —al ver la expresión ceñuda de él, comprendió que había dicho lo que no debía decir. O más bien de la manera equivocada—. Yo… —trató de empezar otra vez, pero Liam ya no le permitió continuar.
—¿Qué sucede, encanto? ¿No te gusta enfrentarte a la verdad? ¿No quieres admitir que estabas preparada para rebajarte si ello significaba casarte con el heredero de la fortuna Hewland? Después de todo, todo el mundo conoce a tu familia… sabe que los Lassiter son ricos en posición social y pobres en dinero. Puede que seáis capaces de seguir vuestra ascendencia hasta la conquista Normanda, pero no tenéis ni un penique. A eso se reduce todo… —alzó una mano y frotó los dedos pulgar e índice—.Y eso sería suficiente para que te degradaras lo suficiente como para ser la esposa del nieto bastardo del hombre más rico de la zona.
—No —una vez más negó con la cabeza, pero en esa ocasión con más desesperación—. No, no fue así. En absoluto.
—¿No? Entonces, ¿por qué no me cuentas cómo fue? ¿No tienes nada que decir, encanto? —se burló con crueldad cuando ella no habló—. ¿El gato te ha comido la lengua?
Fue el desdén deliberado de la repetición de «encanto» lo que consiguió quebrar la parálisis vocal a que la sometían sus palabras.
Eso y el modo en que la había descartado para centrarse en subirse las mangas de la camisa y revelar la fibrosa fuerza de sus antebrazos.
—¿Por qué no te cuento yo cómo es? —espetó, alzando la barbilla en gesto desafiante. Recibió de buen grado la furia liberadora que a su paso se llevó la desdicha y desesperación—. ¿Y qué me dices de ti, querido marido? ¿Por qué no me cuentas tú por qué te casaste conmigo? ¡Creo que ya es hora de que también tú reconozcas la verdad!
—¿La verdad? ¿En serio quieres conocerla?
La mirada que ella le lanzó hizo que deseara retirar la pregunta, pero era demasiado tarde, y aunque experimentó un nudo doloroso en el estómago, supo que debería seguir adelante, sin importar el resultado.
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Capítulo 7
—¿De verdad quieres conocerla?
Joe reconoció que estaba ganando tiempo, demorando la respuesta hasta saber qué decir.
¿Qué podía decir? ¿Por qué se había casado con ella? ¿Cuál era la verdad?
La verdad era que lo había cautivado nada más verla. Que no había sido capaz de quitársela de la cabeza. Que había estado al corriente de los planes que tenía su abuelo para su futuro, el futuro de ambos, y el modo en que el padre de _________ los había aceptado, y que había decidido sabotear las manipulaciones del viejo. Aunque nada más ver lo hermosa que era _________ Lassiter había lamentado con amargura esa decisión.
Y por eso la había invitado a una cita para fastidiar a los dos intrigantes. Se había dicho que dejaría que fuera __________ quien decidiera. Si mostraba algún indicio de querer continuar con la relación, seguiría adelante. Pero ella había acordado que lo mejor era decirse adiós. No había mostrado ningún interés en volver a verlo. Hasta que la besó.
—¡Sí, quiero conocerla!
La boca de ________ había adquirido una expresión obstinada y sus ojos lo miraron desafiantes. Tenía que encontrar algo que decir… ¡y deprisa!
Un día antes, quizá le hubiera contado la verdad. La noche anterior, una vez saciado después de haber hecho el amor, a punto estuvo de revelárselo. Hasta había sentido cómo las palabras se formaban en su lengua, pero la cobardía lo había impulsado a tragárselas porque desconocía lo que sentía ella.
Y en ese momento solo podía darle gracias a Dios por el instante de aprensión que le había impedido revelar sus entrañas emocionales a alguien que no habría querido conocerlas.
Tembló por dentro ante la idea de que hubiera podido abrirse, cuando en todo ese tiempo ella le había mentido, lo había estado engañando deliberadamente.
—¿Y bien? ¿Me lo vas a contar? ¿Tienes algo que decir?
¿Cuándo los ojos de ella habían sido tan fríos? ¿Cuándo había aprendido a mirarlo con tanta arrogancia? ¿O siempre lo había hecho en secreto? ¿Acaso jamás había visto a la verdadera _________ Jonas hasta ese momento?
«________ Lassiter», se corrigió. Porque en ese instante era pura Lassiter. La sangre de los Lassiter corría por sus venas y en sus ojos estaba el orgullo de los Lassiter. La idea de que tal vez hubiera sabido en todo momento que su padre trataba de hacerse con el dinero de los Hewland para mejorar la suerte económica de la familia le heló la sangre. Quizá no solo lo había sabido, sino que lo había aceptado. Puede que incluso el plan fuera de ella. Desde luego había disfrutado de poder disponer de dinero.
Quizá desde el principio había decidido a favor de un matrimonio de conveniencia. La atracción sexual que existía entre ellos había sido una bonificación inesperada. Algo que endulzaba la píldora que se veía obligada a tragar si quería disfrutar de la fortuna de su abuelo. Algo que hacía más soportable el peso de tener que ser la esposa de Joe Jonas.
—¿Algo que decir? —repitió él con voz hueca, mirando el rostro reservado con abierto desagrado—. Oh, sí, tengo muchas cosas que decir si quieres oírlas.
—Adelante.
___________ se obligó a no retroceder. Si en ese momento mostraba alguna debilidad, él se lanzaría a la yugular, la atacaría sin piedad, y el único modo en que podía enfrentarse a lo que se avecinaba era refugiándose detrás de una máscara de indiferencia. Resultaba más seguro que dejar que se acercara a la verdad.
—¿Por qué me casé contigo?
Dio la impresión de estar pensándoselo de verdad, cuando ___________ sabía que ya tendría la respuesta analizada y preparada. Jugaba con ella al fingir que titubeaba, alargaba el momento para conseguir el efecto que deseaba.
Y le funcionaba. Ella tenía los nervios tensos, y se sobresaltó cuando Joe se movió súbitamente, pero solo para ir a un sillón que había junto al ventanal. Se dejó caer en él, estiró con pereza las piernas poderosas y las cruzó a la altura de los tobillos. Apoyó la cabeza en el respaldo y la miró a través de unos verdes ojos entornados.
—Tú sabes por qué.
—¿Porque querías un hijo?
El se encogió de hombros para descartar la pregunta como irrelevante.
—Jamás lo mantuve en secreto… y tampoco tú.
Era algo que no podía negar. Pero consideró mejor guardar silencio.
—Y tenías clase con C mayúscula.
_________ no había esperado eso, de modo que no pudo evitar reaccionar. Alzó la cabeza asombrada y abrió mucho los ojos. Al instante se recobró y fue a sentarse en la cama, alisando con cuidado la seda azul sobre las rodillas. Pero había reaccionado, y sabía que Joe lo había notado.
—¿Eso era importante para ti? —de algún modo, logró mantener la voz en un tono de indiferencia, como si la pregunta la trajera sin cuidado.
—Le importaba al viejo.
—¿A tu abuelo? —él reconoció la pregunta con una afirmación de la cabeza—. ¿Y por qué la… clase le importaba tanto?
—Pensaba que restauraría la posición caída de la familia Hewland. Que ayudaría a reparar el daño que mi atrevida e irresponsable madre causó a la pureza de nuestro linaje al dejar que William Jonas fuera el padre de su único hijo. Yo podía ser la oveja negra resultante, pero una unión contigo devolvería el necesitado rango al honor familiar. Un hijo que te tuviera a ti como madre ayudaría a borrar la mancha que había provocado mi existencia.
—¿De modo que eso es lo único que fui para ti… una yegua de cría?
El sabor de la tristeza fue amargo en su lengua y penetró hasta su alma como si fuera ácido. Había sabido que nunca la había amado, pero nunca imaginó que sería algo tan calculado.
El ni siquiera reconoció la acusación, y menos intentó negarla.
—Al parecer ni siquiera eso. Tú no quieres tener a mi hijo.
—¡No quiero el hijo de nadie! —pero eso no era verdad. Anhelaba tanto tener el hijo de Joe que era como un dolor permanente en el corazón. Sin embargo, no se atrevía a reconocerlo. No ante él; casi ni siquiera ante sí misma—. No podía traer a un bebé a este mundo… tu mundo.
—¡Mi mundo! —sus ojos despidieron fuego, la expresión se tomó sombría y peligrosa—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Que no querría traer a… a un hijo a nuestro matrimonio.
—Al principio la idea te agradaba.
—Porque no pensaba con claridad. Cuando lo hice, comprendí que jamás podría tener un hijo de un matrimonio sin amor. Un matrimonio que no es verdadero. No podría traerlo a uno donde…
—¿Dónde lo quisiera, lo cuidara y le diera todo lo que estaba a mi alcance? ¿No se supone que es eso lo que ha de hacer un padre?
—Bueno, sí, pero…
Sabía que querría al bebé. Eso no lo dudaba, Pero, ¿y ella? ¿Alguna vez le daría el amor que tanto necesitaba? ¿El amor que haría completa su vida, que llenaría el agujero que existía donde debería estar su corazón?
—¿Pero qué? —instó Joe al verla titubear—. ¿En qué más hay que pensar?
—Estoy yo.
La mirada que le lanzó él fue vacía, carente de emoción. Daba la impresión de que acabara de notar que estaba en la habitación, que existía, _________ tuvo ganas de huir para esconderse, de meterse bajo la cama y desaparecer de vista.
—Tú puedes tener todo lo que quieras. Siempre has podido.
—¿Cualquier cosa? —«¿qué me dices de tu corazón? ¿De tu amor? ¿De tu entrega? ¿De tu lealtad para el resto de la vida?».
No se atrevió a plasmar sus pensamientos en palabras y agachó la cabeza, de modo que el cabello le cayó como un telón que le ocultó el rostro.
—Por supuesto. Solo tienes que pedirlo.
Eso la impulsó a levantar la cabeza y a mirar con ojos centelleantes el rostro frío.
—¡No quiero tener que pedir!
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
—¿Así que esperas que yo lo sepa? —soltó Joe con voz dura—. ¡No soy un condenado adivino! No sé con solo mirarte lo que has decidido que te gustaría como regalo en este momento.
—No hablo de regalos.
—Entonces, ¿de qué estás hablando? ¿Qué quieres? ¿Cómo pudo dártelo si no me lo dices?
¡Si tan solo pudiera! Incluso abrió la boca, lo bastante temeraria como para pronunciar las palabras, pero en el último instante la voz le falló por completo y tuvo que volver a cerrar los labios, por temor a parecer un pez.
—No sería suficiente —logró musitar con voz ahogada.
—Lo fue al comienzo de este matrimonio. Fue más que suficiente.
—¡Pues ya no lo es!
Joe emitió un suspiro profundo y se pasó las manos por el pelo.
—Muy bien, ¿cuánto va a costarme?
Con un esfuerzo, __________ volvió a centrarse en el tema y desterró la súbita necesidad de alisarle el pelo. Sabía por experiencia que si se lo tocaba, ya no habría marcha atrás.
—He dicho que cuánto va a costarme.
Sus palabras no parecían tener sentido y solo pudo mirarlo confusa e insegura.
—Lo que quieras. Si puedo, té lo daré. Como ya he dicho, solo tienes que pedirlo.
—¿Harías esto… por tener un hijo? ¿Tanto significa para ti?
—Sí.
Fue una respuesta abierta y franca, sin signo de vacilación y los ojos miel la miraron con convicción, sin atisbo de vergüenza o duda. De hecho, estaban tan fríos, duros e impenetrables como la piedra de la cual tomaban el color.
—¿Crees que podrías comprar un hijo?
Eso provocó un cambio en su cara, un destello veloz de algo profundo en la mirada impasible. Pero desapareció al siguiente instante, de modo que no estuvo segura de haberlo visto.
—No. El niño sería mío por derecho. Pero sé que podría comprarte a ti. Ya lo he hecho.
Fue demasiado. El tipo de insulto deliberado que atravesó su alma como un estilete. La conmoción y la desesperación habían embotado el dolor que quería infligirle, pero __________ supo que en lo más hondo sangraba peligrosamente.
—Bueno, pues ahí es donde te equivocas.
El conocimiento de que disponía de un tiempo limitado la espoleó, proporcionándole una especie de coraje falso que esperaba que ocultara lo que verdaderamente sentía. Solo podría mantener la serenidad unos minutos más. Luego se desmoronaría, se desintegraría en el sufrimiento abyecto y la humillaría que Joe lo viera. Tenía que deshacerse de él antes. Debía ganarse un respiro para que el corazón se le rompiera en privado.
—Nada de lo que puedas ofrecerme sería suficiente. ¡No quiero nada de ti! Nada en absoluto.
—Mentirosa —contradijo en voz baja—. Sé que no crees nada de lo que dices.
—¡Te equivocas! —protestó—. Hablo en serio. Y más vale que me creas —cuando le dedicó una de esas miradas cínicas y escépticas, supo que tenía que hacer algo más. Si esperaba convencerlo, debía recurrir a medidas desesperadas —¡Créeme! —espetó, sin importarle cómo sonaba su voz—. Y si no quieres hacerlo, entonces cree esto…
En un gesto atrevido, alzó la mano izquierda con los dedos bien abiertos. Se quitó los anillos del dedo anular. El de compromiso de diamantes y la alianza de oro que Joe le había puesto hacía exactamente un año.
No resultó tal como había esperado. Hasta los anillos parecían conspirar contra ella al negarse a salir cuando tiró de ellos. Durante un momento horrible, pensó que no iba a conseguir sacárselos y que el momento se estropearía. Pero justo cuando iba a caer en la desesperación, lo logró.
—¿Esto te parece una mentira? ¿O esto…? Arrojados con más fuerza que precisión, impactaron con violencia, uno contra el hombro de Joe y el otro contra la piel de su pecho. Luego cayeron sobre la alfombra.
—Ya no quiero llevar tus anillos. No quiero ser tu esposa y no quiero tener tus hijos.
Lo peor, lo más sobrecogedor de la reacción de Joe, fue que no mostró ninguna. Durante ese pequeño drama que había interpretado delante de él, había permanecido sentado, inmóvil, sin parpadear, en apariencia sin respirar. Simplemente la había observado con mirada fría y desapasionada, sin mostrar reacción o emoción alguna en las líneas frías de su rostro. Podría haber estado tallado en mármol. Y _________, a quien le costaba respirar, se sintió como si fuera una especie de espécimen clínicamente diseccionado en un laboratorio, estudiada con total indiferencia.
«¡Di algo!», exclamó para sus adentros, sabiendo que no iba a poder soportar mucho tiempo el silencio. Pero cuando él respiró para hablar, también supo que temía lo que podría decir. Y al final ya no supo qué sería peor.
—¿No quieres hijos? —preguntó al fin, con voz tan inexpresiva como su rostro.
—No.
Sorprendentemente, transmitió más convicción de lo que había creído posible.
—Me casé contigo por los hijos —el control de Joe era total.
—Cuánto lo siento. Me niego a ser una yegua de cría para ti y tu abuelo.
Al fin él mostró algo, pero si fue una emoción, a ___________ le resultó imposible interpretarla. Entrecerró los ojos con expresión calculadora y apretó los labios.
—Es tu decisión —manifestó.
—¡Sí, es mi decisión! Y no pienso… —la voz le falló cuando él se puso de pie y desterró todo pensamiento coherente de su mente—. Yo… —volvió a intentarlo, pero él no le prestó atención.
—Creía que entendías los términos de nuestro acuerdo —expuso con voz gélida—. Si no hay hijos, no hay matrimonio. No puedes tener uno sin el otro.
—¿Y si no quiero ninguno?
¿Qué decía? Parecía no poseer más control sobre su lengua. No reflexionaba en las palabras; en su cerebro no sé formaba nada. Simplemente abrió la boca y oyó las terribles y destructoras frases que fluían sin vacilación, cuando en el pasado ni siquiera había tenido el valor de considerarlas. No supo si estaba yendo demasiado lejos para ganar espacio para pensar.
—Sin hijos, no hay matrimonio —repitió Joe—. Sin matrimonio, no hay dinero. Es así de simple.
La mente de __________ quedó sumida en el horror. ¿De verdad la consideraba tan superficial como para reconsiderar su declaración por dinero?
¡Claro que lo creía! Sí no, ¿por qué iba a decirlo? Tenía que refutar la acusación, pero su lengua parecía haberse paralizado en la boca, negándose a formar una sola palabra.
—Dura elección, ¿verdad encanto? ¿Qué ha sido de ese «no es suficiente»?
Para su sorpresa, Joe sonreía. No se trataba de una sonrisa cálida. De hecho, era un gesto diabólico, odioso, que le heló la sangre.
—No comprendiste toda la situación cuando te casaste conmigo, cariño —continuó con énfasis cínico en la última palabra. Quizá considerar este matrimonio como un modo de acceder a la mansión Hewland y a todo lo que ello acarrea, pero mi abuelo estipuló algunas condiciones en su testamento. Si no le proporciono un heredero legítimo en vida, todo va a parar a un hogar para caballos de carrera retirados.
—Pero… —no podía creer lo que oía. Sabía que Joshua Hewland era un hombre difícil y estrecho de mente, pero jamás había creído que llegaría tan lejos. ¿Qué hombre apartaría a su nieto de su testamento solo por despecho?—. ¡No hablas en serio! ¡No te creo!
—¡Créelo! Como he dicho, sin hijo, no hay dinero. Es así de simple. Y el divorcio no es una opción… solo garantizaría que los caballos se queden con todo. No hay salida.
Al hablar, dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Los dos anillos que le había tirado seguían en el suelo, en su camino. Con un movimiento desdeñoso del pie, los apartó y terminaron por quedar debajo de la cama. El gesto fue tan expresivo de lo que sentía por ella y su matrimonio, que para __________ fue como si unas manos crueles le partieran el corazón en dos.
—¿Adónde vas?
No supo por qué lo preguntó, solo que no podía permitir que se fuera sin hacerlo. En lo más hondo de su ser, de pronto tuvo mucho miedo de que se marchara de su vida, que desapareciera para siempre, sin siquiera mirar atrás.
—Fuera —soltó por encima del hombro, sin detenerse—. He de salir de esta casa… respirar aire fresco. Con franqueza, el hedor de la codicia y del engaño me resulta opresivo —entonces, inesperadamente, al llegar al umbral giró y la sometió a un estudió despectivo—. Si eres inteligente, durante mi ausencia dedicarás el tiempo a reflexionar, a decidir qué quieres y lo que estás preparada para hacer con el fin de obtenerlo.
—Ya te he dicho… —comenzó _________, pero él la cortó con un movimiento arrogante de la mano.
—Sí, ya sé lo que me has dicho… pero eso fue antes de que yo te dijera a ti que no ganarías nada dejándome y sí todo quedándote. Si quieres el dinero, cariño, entonces tendrás que ceñirte al matrimonio. Es así de simple. Piensa en ello. Estoy convencido de que no tardarás en verle la lógica.
—¡Antes prefiero morirme de hambre!
En ese momento, no sabía si lo que sentía por Joe era un amor ciego y necio o un odio absoluto. Fuera como fuere, daba la impresión de que nada de lo que hacía lograba llegar hasta él.
—Eso se puede arreglar —respondió Joe con helada frialdad antes de dar media vuelta y dirigirse hacia las escaleras—. Si es lo que quieres entonces divórciate. La mitad de nada sigue siendo nada.
Al oír los pasos descender por los escalones y cruzar el vestíbulo, __________ comprendió realmente cuál era el significado de la soledad. Sin Joe, incluso sin un Joe indignado y amargo, la habitación parecía vacía y fría. Y ella se sentía perdida.
—Joe… —intentó llamar—. Joe… por favor, no te vayas. Por favor, quédate a hablar… y quizá podamos solucionarlo. Por favor… por favor… vuelve…
La voz se le quebró y al final le falló, y entonces solo pudo oír un silencio pesado opresivo y absoluto. Hasta los pasos de Joe habían desaparecido en la distancia.
Y no supo si él había oído su intento de llamarlo. O si lo que era mucho peor, lo había oído y adrede había decidido ignorarla.
—No hablo de regalos.
—Entonces, ¿de qué estás hablando? ¿Qué quieres? ¿Cómo pudo dártelo si no me lo dices?
¡Si tan solo pudiera! Incluso abrió la boca, lo bastante temeraria como para pronunciar las palabras, pero en el último instante la voz le falló por completo y tuvo que volver a cerrar los labios, por temor a parecer un pez.
—No sería suficiente —logró musitar con voz ahogada.
—Lo fue al comienzo de este matrimonio. Fue más que suficiente.
—¡Pues ya no lo es!
Joe emitió un suspiro profundo y se pasó las manos por el pelo.
—Muy bien, ¿cuánto va a costarme?
Con un esfuerzo, __________ volvió a centrarse en el tema y desterró la súbita necesidad de alisarle el pelo. Sabía por experiencia que si se lo tocaba, ya no habría marcha atrás.
—He dicho que cuánto va a costarme.
Sus palabras no parecían tener sentido y solo pudo mirarlo confusa e insegura.
—Lo que quieras. Si puedo, té lo daré. Como ya he dicho, solo tienes que pedirlo.
—¿Harías esto… por tener un hijo? ¿Tanto significa para ti?
—Sí.
Fue una respuesta abierta y franca, sin signo de vacilación y los ojos miel la miraron con convicción, sin atisbo de vergüenza o duda. De hecho, estaban tan fríos, duros e impenetrables como la piedra de la cual tomaban el color.
—¿Crees que podrías comprar un hijo?
Eso provocó un cambio en su cara, un destello veloz de algo profundo en la mirada impasible. Pero desapareció al siguiente instante, de modo que no estuvo segura de haberlo visto.
—No. El niño sería mío por derecho. Pero sé que podría comprarte a ti. Ya lo he hecho.
Fue demasiado. El tipo de insulto deliberado que atravesó su alma como un estilete. La conmoción y la desesperación habían embotado el dolor que quería infligirle, pero __________ supo que en lo más hondo sangraba peligrosamente.
—Bueno, pues ahí es donde te equivocas.
El conocimiento de que disponía de un tiempo limitado la espoleó, proporcionándole una especie de coraje falso que esperaba que ocultara lo que verdaderamente sentía. Solo podría mantener la serenidad unos minutos más. Luego se desmoronaría, se desintegraría en el sufrimiento abyecto y la humillaría que Joe lo viera. Tenía que deshacerse de él antes. Debía ganarse un respiro para que el corazón se le rompiera en privado.
—Nada de lo que puedas ofrecerme sería suficiente. ¡No quiero nada de ti! Nada en absoluto.
—Mentirosa —contradijo en voz baja—. Sé que no crees nada de lo que dices.
—¡Te equivocas! —protestó—. Hablo en serio. Y más vale que me creas —cuando le dedicó una de esas miradas cínicas y escépticas, supo que tenía que hacer algo más. Si esperaba convencerlo, debía recurrir a medidas desesperadas —¡Créeme! —espetó, sin importarle cómo sonaba su voz—. Y si no quieres hacerlo, entonces cree esto…
En un gesto atrevido, alzó la mano izquierda con los dedos bien abiertos. Se quitó los anillos del dedo anular. El de compromiso de diamantes y la alianza de oro que Joe le había puesto hacía exactamente un año.
No resultó tal como había esperado. Hasta los anillos parecían conspirar contra ella al negarse a salir cuando tiró de ellos. Durante un momento horrible, pensó que no iba a conseguir sacárselos y que el momento se estropearía. Pero justo cuando iba a caer en la desesperación, lo logró.
—¿Esto te parece una mentira? ¿O esto…? Arrojados con más fuerza que precisión, impactaron con violencia, uno contra el hombro de Joe y el otro contra la piel de su pecho. Luego cayeron sobre la alfombra.
—Ya no quiero llevar tus anillos. No quiero ser tu esposa y no quiero tener tus hijos.
Lo peor, lo más sobrecogedor de la reacción de Joe, fue que no mostró ninguna. Durante ese pequeño drama que había interpretado delante de él, había permanecido sentado, inmóvil, sin parpadear, en apariencia sin respirar. Simplemente la había observado con mirada fría y desapasionada, sin mostrar reacción o emoción alguna en las líneas frías de su rostro. Podría haber estado tallado en mármol. Y _________, a quien le costaba respirar, se sintió como si fuera una especie de espécimen clínicamente diseccionado en un laboratorio, estudiada con total indiferencia.
«¡Di algo!», exclamó para sus adentros, sabiendo que no iba a poder soportar mucho tiempo el silencio. Pero cuando él respiró para hablar, también supo que temía lo que podría decir. Y al final ya no supo qué sería peor.
—¿No quieres hijos? —preguntó al fin, con voz tan inexpresiva como su rostro.
—No.
Sorprendentemente, transmitió más convicción de lo que había creído posible.
—Me casé contigo por los hijos —el control de Joe era total.
—Cuánto lo siento. Me niego a ser una yegua de cría para ti y tu abuelo.
Al fin él mostró algo, pero si fue una emoción, a ___________ le resultó imposible interpretarla. Entrecerró los ojos con expresión calculadora y apretó los labios.
—Es tu decisión —manifestó.
—¡Sí, es mi decisión! Y no pienso… —la voz le falló cuando él se puso de pie y desterró todo pensamiento coherente de su mente—. Yo… —volvió a intentarlo, pero él no le prestó atención.
—Creía que entendías los términos de nuestro acuerdo —expuso con voz gélida—. Si no hay hijos, no hay matrimonio. No puedes tener uno sin el otro.
—¿Y si no quiero ninguno?
¿Qué decía? Parecía no poseer más control sobre su lengua. No reflexionaba en las palabras; en su cerebro no sé formaba nada. Simplemente abrió la boca y oyó las terribles y destructoras frases que fluían sin vacilación, cuando en el pasado ni siquiera había tenido el valor de considerarlas. No supo si estaba yendo demasiado lejos para ganar espacio para pensar.
—Sin hijos, no hay matrimonio —repitió Joe—. Sin matrimonio, no hay dinero. Es así de simple.
La mente de __________ quedó sumida en el horror. ¿De verdad la consideraba tan superficial como para reconsiderar su declaración por dinero?
¡Claro que lo creía! Sí no, ¿por qué iba a decirlo? Tenía que refutar la acusación, pero su lengua parecía haberse paralizado en la boca, negándose a formar una sola palabra.
—Dura elección, ¿verdad encanto? ¿Qué ha sido de ese «no es suficiente»?
Para su sorpresa, Joe sonreía. No se trataba de una sonrisa cálida. De hecho, era un gesto diabólico, odioso, que le heló la sangre.
—No comprendiste toda la situación cuando te casaste conmigo, cariño —continuó con énfasis cínico en la última palabra. Quizá considerar este matrimonio como un modo de acceder a la mansión Hewland y a todo lo que ello acarrea, pero mi abuelo estipuló algunas condiciones en su testamento. Si no le proporciono un heredero legítimo en vida, todo va a parar a un hogar para caballos de carrera retirados.
—Pero… —no podía creer lo que oía. Sabía que Joshua Hewland era un hombre difícil y estrecho de mente, pero jamás había creído que llegaría tan lejos. ¿Qué hombre apartaría a su nieto de su testamento solo por despecho?—. ¡No hablas en serio! ¡No te creo!
—¡Créelo! Como he dicho, sin hijo, no hay dinero. Es así de simple. Y el divorcio no es una opción… solo garantizaría que los caballos se queden con todo. No hay salida.
Al hablar, dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Los dos anillos que le había tirado seguían en el suelo, en su camino. Con un movimiento desdeñoso del pie, los apartó y terminaron por quedar debajo de la cama. El gesto fue tan expresivo de lo que sentía por ella y su matrimonio, que para __________ fue como si unas manos crueles le partieran el corazón en dos.
—¿Adónde vas?
No supo por qué lo preguntó, solo que no podía permitir que se fuera sin hacerlo. En lo más hondo de su ser, de pronto tuvo mucho miedo de que se marchara de su vida, que desapareciera para siempre, sin siquiera mirar atrás.
—Fuera —soltó por encima del hombro, sin detenerse—. He de salir de esta casa… respirar aire fresco. Con franqueza, el hedor de la codicia y del engaño me resulta opresivo —entonces, inesperadamente, al llegar al umbral giró y la sometió a un estudió despectivo—. Si eres inteligente, durante mi ausencia dedicarás el tiempo a reflexionar, a decidir qué quieres y lo que estás preparada para hacer con el fin de obtenerlo.
—Ya te he dicho… —comenzó _________, pero él la cortó con un movimiento arrogante de la mano.
—Sí, ya sé lo que me has dicho… pero eso fue antes de que yo te dijera a ti que no ganarías nada dejándome y sí todo quedándote. Si quieres el dinero, cariño, entonces tendrás que ceñirte al matrimonio. Es así de simple. Piensa en ello. Estoy convencido de que no tardarás en verle la lógica.
—¡Antes prefiero morirme de hambre!
En ese momento, no sabía si lo que sentía por Joe era un amor ciego y necio o un odio absoluto. Fuera como fuere, daba la impresión de que nada de lo que hacía lograba llegar hasta él.
—Eso se puede arreglar —respondió Joe con helada frialdad antes de dar media vuelta y dirigirse hacia las escaleras—. Si es lo que quieres entonces divórciate. La mitad de nada sigue siendo nada.
Al oír los pasos descender por los escalones y cruzar el vestíbulo, __________ comprendió realmente cuál era el significado de la soledad. Sin Joe, incluso sin un Joe indignado y amargo, la habitación parecía vacía y fría. Y ella se sentía perdida.
—Joe… —intentó llamar—. Joe… por favor, no te vayas. Por favor, quédate a hablar… y quizá podamos solucionarlo. Por favor… por favor… vuelve…
La voz se le quebró y al final le falló, y entonces solo pudo oír un silencio pesado opresivo y absoluto. Hasta los pasos de Joe habían desaparecido en la distancia.
Y no supo si él había oído su intento de llamarlo. O si lo que era mucho peor, lo había oído y adrede había decidido ignorarla.
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
PORQUE SOLO NO LE DIGO QUE LO AMO !
plis sigue o PUEDES dejarla ahi
plis sigue o PUEDES dejarla ahi
fernanda
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