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Encuentros privados Joe J y(_TN) Terminada
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Re: Encuentros privados Joe J y(_TN) Terminada
Capítulo 10
Especial 1/2
Irene jamás se había sentido tan ridícula en su vida como se sentía en ese momento delante del espejo. El equipo del Hush se había pasado un par de horas peinándola, maquillándola y poniéndole aquel vestido y aquellas sandalias que le daban dolor de pies con sólo mirarlas.
¿A quién intentaba engañar? Ella no era una mujer tipo princesa.
Tenía treinta y siete años y era hija de una mecánico del medio oeste. Una mujer que había aprendido desde pequeña a contar chistes para que los demás le hicieran caso. Y no sólo eso. Porque si nadie sabía que aquella chica dura y bocazas ansiaba el romance, entonces nadie le haría daño.
Y habiendo revelado el secreto lo único que quería era guardárselo de nuevo para que nadie pudiera hacerle daño o burlarse de ella.
Qué ridiculez. Ésa que veía en el espejo, con esos ojos grandes y esos labios suaves pintados de carmín rosa no era ella. ¿Carmín rosa? Ella nunca se había pintado los labios de rosa. A ella siempre le había gustado el rojo. Sí, el rojo intenso.
Abrió el armario y sacó algo rojo y negro. Sin duda se había gastado una fortuna en su apariencia, pero ese fin de semana se trataba de hacer lo que le apeteciera, y si quería cambiar de opinión y ser una mujer madura en lugar de una princesa, eso sería precisamente lo que haría.
Se puso de rodillas y sacó los Keds en rojo brillante que se había comprado en Target y se quitó una de las finas sandalias que seguramente serían de Manolo Blahnik. ¡Qué chiste! Las mujeres como ella que vivían en el medio oeste y lo más que se acercaban a Manhattan era viendo la televisión un viernes por la noche sabían qué diseñadores de zapatos estaban de moda. ¡Diseñadores de zapatos, por amor de Dios!
Tenía un Ked rojo y un Blahnik en la mano cuando alguien llamó a la puerta con suavidad.
Después de toda una tarde de tratamientos, peinados y maquillaje, Irene se preguntó quién podría ser.
Abrió la puerta y a punto estuvo de caerse, ya que llevaba un zapato plano y otro de tacón. No podría haber sido por aquel hombre de ensueño que la miraba con sorpresa.
Se quedó unos instantes mirando a la personificación del príncipe de sus sueños. Era alto, naturalmente, y por supuesto moreno, aunque tenía algunas canas que le daban un toque de distinción. Tenía los ojos grises, serenos, pero con un toque risueño. Arqueó las cejas levemente al ver que ella no dejaba de mirarlo.
—¿Irene Bonnet? —le preguntó con un acento británico tan pomposo y perfecto, que Irene estuvo a punto de desmayarse.
—Sí. Sí, soy Irene. ¿Y tú eres...?
—Soy tu acompañante para esta noche. Giles Pendleton.
Entonces el tío bueno le dio una flor blanca. Irene se sintió débil y a punto de desmayarse. ¡Qué boba!
—¿De dónde eres? ¿De Central Casting? —le preguntó ella.
—De Kent. La casa familiar está en Kent.
—Bueno, desde luego en Ohio no está.
No podía ser de verdad. Pero había que tener en cuenta que aquel fin de semana era para fantasear, así que lo demás no importaba. Que ella supiera, él podría ser de Ohio y haber aprendido ese acento en una escuela de interpretación. Con un esmoquin, el cabello perfectamente peinado y expresión distinguida en el rostro, estaba fabuloso.
—Siéntate —dijo él— y deja que te ayude con el otro zapato.
Como estaba todavía sorprendida, se sentó y todo, ruidosamente, en una de las butacas.
Ante sus sorprendidos ojos, su príncipe azul se agachó graciosamente apoyándose en una rodilla y le quitó la zapatilla de deporte del pie para ponerle el zapato de tacón de aguja antes de que ella pudiera decirle que su intención era ponerse las zapatillas de deporte y cambiarse de ropa.
—Gracias —dijo ella, dejando que él la ayudara a ponerse de pie.
—¿Puedo ponerte la flor?
Ella asintió. Él era tan hábil que le colocó la flor en el vestido sin apenas rozarla; y sin embargo Irene sintió el calor de sus dedos en el hombro.
—¿Cómo lo sabías? —le preguntó ella—. ¿Cómo sabías que no iba de blanco?
—Me gustaría fingir que ha sido mi exquisito gusto, pero la realidad es que he hecho trampas y llamé a (_Tn). Ella sabía cómo ibas vestida.
Sí, eso era porque le había elegido la ropa y se la había pagado. Estaba claro que eso no se lo había dicho al aristócrata, lo cual ella le agradecía enormemente. Agarró el bolso, echó una mirada de desconsuelo a las cómodas zapatillas rojas y aspiró con nerviosismo.
—Estás preciosa —le dijo Giles con esa voz suave y sexy.
Ella se miró de nuevo al espejo.
—¿No crees que parezco un plumero de ésos de plumas de avestruz?
Él se echó a reír.
—No. Creo que pareces la clase de mujer que tiene unas entradas para ir al ballet.
—Aparte de la escuela de interpretación, también has tomado clases de urbanidad, ¿eh? —ella le sonrió, sintiéndose más relajada al ver que su acompañante era un hombre tan apuesto.
Él esbozó una sonrisa muy atractiva que iluminó sus ojos mientras le ofrecía el brazo.
—¿Nos vamos? —dijo él, que seguidamente le tomó la mano y se la colocó en el brazo.
—Entonces —dijo Irene— te habré visto en alguna obra.
Él la miró con confusión.
—Creo que no entiendo lo que dices.
—Me refiero a películas, o en alguna obra de teatro. ¿O tal vez en algún anuncio? —dijo ella, que no quería que él pensara que ella esperaba mucho de él.
Él parecía divertido.
—No soy un actor.
—¿Entonces qué eres? Quiero decir, no te dedicas a esto.
—Soy un hombre de negocios.
—Bueno, eso cubre más o menos desde el tráfico de drogas hasta la administración.
—No me dedico ni a lo uno ni a lo otro, aunque me temo que la emoción y el peligro de mi trabajo se acercan más a lo administrativo que al tráfico de drogas.
—¿Tengo que seguir adivinando o me lo vas a decir?
—Me dedico a la banca; a la banca privada, para ser más exactos.
—¿En Inglaterra?
—Primordialmente. Aunque tenemos un bastantes clientes en América y en unos meses vamos a abrir una sucursal aquí en Nueva York.
Irene estaba sorprendida. ¿Sería posible que su príncipe azul tuviera un empleo fijo? Claro que lo de la banca podría habérselo inventado para quedar bien con ella. En realidad no le importaba, puesto que él sólo tenía que fingir durante un fin de semana. Pero a ella le gustaría saberlo. Una sencilla prueba le diría si se estaba aprovechando o no de su ignorancia sobre la banca para perder el tiempo.
—Y bien —dijo ella con naturalidad—. ¿Qué tal irá Dow en los próximos meses? ¿Sigue siendo una apuesta mejor que NASQUAD?
Giles le dio unas palmadas en la mano que le había colocado en el brazo.
—Uno nunca debe mezclar los negocios con el placer, querida mía —le dijo con toda naturalidad y de manera muy oportuna.
Llegaron al bar demasiado deprisa para el gusto de Irene, que estaba disfrutando de ir paseando del brazo con el británico más sexy de la tierra. Erotique, por amor de Dios. El que le hubiera puesto ese nombre habría estado bebido.
Giles miró a su alrededor.
—Parece que hemos llegado nosotros primero. ¿Entramos?
—Claro.
Él la condujo a una mesa que no estaba lejos del bar y desde donde se veía bien la entrada. Esperó hasta que Irene estuvo sentada para sentarse él. ¡Qué modales!
—¿Qué quieres beber?
—No lo sé. Normalmente bebo ron con cola, pero siento que quiero beber algo elegante con este vestido.
—Desde luego. ¿Puedo sugerir un cóctel de champaña?
—¿Está tan bueno como suena?
—Sí.
Ella le sonrió.
—De acuerdo. Estoy dispuesta.
Giles hizo un gesto discreto con la mano y un camarero se acercó a la mesa. Se notaba claramente que era de esa clase de hombre que conseguía buenas mesas en los restaurantes y que siempre conseguía un taxi en Nueva York.
—Sí, señor. ¿Qué desean tomar los señores?
—Un cóctel de champán para la dama, por favor; y yo tomaré un Martini seco.
—¿Solo?
—Naturalmente —respondió Giles.
Cuando se fue el camarero, Giles miró a Irene, que se estaba riendo.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Tú —hizo un gesto para imitar al camarero—. «¿Sólo?» —repitió Irene, y continuó con exagerado acento británico—: «Naturalmente».
Era una imitadora maravillosa, y Giles tuvo que sonreír aunque no le hiciera gracia que ella estuviera riéndose de él.
—¿Y cómo le gusta el sexo, señor? ¿Solo, también? —continuó Irene, que claramente no sabía cerrar la boca—. Naturalmente —se contestó.
Giles parecía más sorprendido que enfadado.
—¿Te ha dicho algo Joe ?
—¿Quién es Joe ?
—Ah, no importa, me da la impresión de que Joe cree que...
Pero fuera lo que fuera lo que creyera Joe , estaba claro que no se iba a enterar. Giles se levantó con garbo cuando (_Tn) llegó de la mano de un tío macizo. Ambos parecían algo sofocados, como si acabaran de practicar el sexo, e Irene sintió envidia. El macizo tenía el pelo húmedo.
—Sentimos llegar tarde —dijo (_Tn).
—En absoluto —respondió Giles—. Nosotros acabamos de llegar. ¿Qué vais a tomar? Irene va a probar el cóctel de champaña.
—Me suena muy bien —dijo (_Tn).
—Y yo me voy a tomar un Martini —dijo Giles mirando hacia el tío macizo, que asintió con la cabeza y se acercó a la mesa.
—Irene —le dijo (_Tn)—. Te presento a Joe .
—Hola —dijo Irene, y se dieron la mano.
Los dos recién llegados parecían tener dificultades para bajar a la tierra, de modo que Irene dijo algo para animar la conversación.
—Este bar es estupendo.
—Sí —Joe miró a (_Tn)—. Y ésta es mi mesa favorita.
(_Tn) pestañeó y miró a su alrededor. Entonces, en opinión de Irene, (_Tn) hizo algo muy raro, ya que se agachó y miró debajo de la mesa.
—¿Es ésta?
—Sí.
—¿De qué habláis? —dijo Irene.
—Ésta es la mesa a la que (_Tn) y yo nos sentamos cuando estuvimos en el bar —dijo Joe , que miró a (_Tn) con picardía.
No era de extrañar que (_Tn) se estuviera sonrojando. Si Giles se ponía a mirarla de ese modo, con ese deseo tan claro en la mirada, ella también se sonrojaría. Aun que la mera idea de que Giles se comportara de ese modo le resultaba inimaginable.
Y no porque ella no fuera una mujer sexy; que lo era. Pero desgraciadamente pocos hombres la habían mirado con ese deseo.
Giles volvió a sentarse a su lado, y al momento llegó el camarero con las cuatro bebidas.
Cuando probó el cóctel, Irene decidió que Giles no se había equivocado. Era delicioso, elegante; ni demasiado dulce, ni demasiado seco.
—¿Qué tal está el cóctel de champaña?
—En su punto.
—Me encontré con Duncan Trevor, que salía del restaurante —dijo Joe pasado un momento.
—Santo cielo. Me preguntó qué estará haciendo aquí.
—No lo sé. Pero espero que sea lo que sea, lo esté haciendo con su esposa. He oído que iban a volver.
—Ah, me alegro. Duncan es un buen tipo.
—¿No le llevaste tú la financiación de su empresa?
—Sí.
Irene pestañeó. ¿Sería verdad que estaba en la banca? ¿O también Joe era parte de la función? Empeñada en saber la verdad, se volvió hacia Giles.
—Giles.
—¿Sí?
Tendió su mano de uñas perfectamente arregladas y pintadas del mismo color rosado que los labios.
—Déjame una tarjeta tuya.
Él sacó la cartera y sin vacilación sacó una tarjeta tan discreta que podría haber sido la de un agente secreto. Era de un precioso tono crema, y la inscripción rezaba: Honorable Giles Pendleton, Banca Privada. Detrás de su nombre había algunas legras, y la dirección del banco era de Londres.
—¿Esto es de verdad?
—Me temo que sí —dijo él, como si se estuviera disculpando.
Ella, aún incrédula, miró a los otros dos.
—¿De verdad está en la banca privada?
Los otros dos asintieron.
—¿Entonces no es un actor?
(_Tn) y Joe negaron con la cabeza.
—¿Qué es todo esto de «honorable»? —quiso saber Irene.
—¿Está en tu tarjeta? —le preguntó Joe a Giles con sorpresa.
—Para ser sinceros, tengo dos tarjetas —dijo Giles.
—Eres un agente secreto, ¿verdad?
Él se echó a reír.
—Bueno, eso me gusta más que lo de actor, desde luego.
Ella se guardó la tarjeta en el bolso de mano negro.
—Estoy segura de que tu trabajo es de lo más interesante —dijo (_Tn), que sin duda había nacido para su profesión de relaciones públicas—. Siendo una actriz de comedia...
—Bueno, sí. Es mejor que operadora de telefonía, que era lo que hacía cuando empecé.
—¿De dónde sacas el material?
Le hacía gracia que todo el mundo le hiciera siempre esa pregunta. Se encogió de hombros.
—Supongo que de la vida. De ver algo de una manera distinta, nueva. Como por ejemplo, vamos a ver, estos zapatos me están destrozando los pies. En este momento me gustaría burlarme de Manolo Blahnik.
—¿De verdad? —(_Tn) la miró divertida—. ¿Y por qué no lo haces?
—¿Cómo, ahora?
—Claro.
Tras una breve monólogo en el que Irene se burló del nombre del diseñador durante una conversación telefónica imaginaria, todos se echaron a reír. E Irene notó que les había hecho gracia de verdad.
—Fantástico —comentó (_Tn)—. ¿De verdad acabas de inventártelo?
—Claro. Si lo trabajara un poco, lo haría más gracioso.
—Entonces deberías hacerlo —le dijo Giles.
—Tienes razón. Podría escribir una serie de gags sobre los diseñadores —tamborileó con las uñas sobre la mesa con aire pensativo—. ¿Me presta alguien un bolígrafo? Tengo que anotar esto antes de que se me olvide.
Giles le pasó un bolígrafo tan bonito y elegante que Irene pensó que debía de ser muy caro. Con la ayuda de su bolígrafo y de tres tarjetas más, consiguió anotar lo básico de su nueva idea.
—Gracias —dijo, y le devolvió el bolígrafo a Giles y se guardó las tarjetas en el bolso.
—Caray, qué divertido —dijo (_Tn), que de pronto frunció el ceño—. Mmm, no irás a hacer una burla de nuestro concurso, ¿verdad?
Sorprendida, Irene miró a Giles. Por qué, no sabría decirlo. Él le sonrió de modo tranquilizador, dándole al menos la seguridad de que a él no le parecía una broma todo aquello.
—No —dijo Irene—. Por supuesto que no.
Pasaron un rato charlando sobre los ballets que habían visto cada uno. Giles había visto casi todo lo que había ido a Londres o Nueva York en los últimos veinte años; Irene había visto todas las actuaciones del Ballet de Ohio. (_Tn) había ido a cuatro desde que se había ido a Manhattan, y Joe a ninguno.
—¿No eres tú también un ganador del concurso? —le preguntó Irene a Joe .
Él miró a (_Tn) como si quisiera comérsela como la aceituna que tenía su Martini.
—Oh, sí.
—¿Entonces por qué vienes al ballet si no es lo que te gusta?
Él seguía mirando a (_Tn), que fingía no darse cuenta.
—Quería probar algo nuevo. Y debo decir que estoy viviendo el fin de semana de mis sueños —añadió.
(_Tn) lo miró rápidamente, e Irene se dijo que entre esos dos había algo. Observar a la gente era una necesidad ocupacional para ella, y estaba bien segura de que entre aquellos dos estaba pasando algo más.
Interesante...
—Bueno —dijo Giles—. Me alegro de que lo hayáis aclarado ya. ¿Nos marchamos?
Ella se levantó primero.
—Sí, milord —dijo, haciendo una reverencia.
—En realidad —dijo él— es mi hermano mayor a quien te tienes que dirigir de esa manera. Yo soy el hermano pequeño.
Y ella, que en toda su vida se había quedado boquiabierta, se quedó en ese momento.
Giles era de verdad un aristócrata. Aquel hombre tenía que tener algo muy malo, y ella estaba empeñada en averiguar qué era antes de dejarse llevar por el torbellino de la fantasía.
Irene permaneció en silencio durante el primer acto; apenas respiraba, de lo cautivada que estaba. Se alegraba de que no hubieran ido a ver una composición moderna. Quería un cuento de hadas, quería ver tutús blancos y delicados. Quería ver El lago de los cisnes.
Apenas habló durante el descanso; y cuando llegó la escena de la muerte del cisne se le saltaron las lágrimas. Trató de enjugarse las lágrimas con la mano, ya que, estúpida de ella, no había metido un paquete de pañuelos de papel en el bolso. Pero de pronto notó que Giles se metía la mano en un bolsillo y le pasaba un pañuelo de algodón.
Ella ni siquiera apartó la mirada del escenario; tan sólo se limpió la cara con suavidad, estiró la mano hacia un lado y encontró la de él.
Sin decir ni una palabra, él le tomó la mano con gesto consolador. Ella sintió un agradable calor y una especie de afinidad entre los dos. Resultaba muy extraño, ya que no podían ser dos personas más diferentes, y sin embargo Giles tenía algo con lo que ella se identificaba. Él también era de fuera, pensaba, y un observador de la vida como lo era ella. Tal vez ella gastara bromas, mientras que él se limitaba a observar el mundo con perezoso esparcimiento, pero entre ellos nacía una simpatía natural.
—Ay, ha sido maravilloso. Muchas gracias —le dijo ella cuando los bailarines dejaron de saludar y ella de aplaudir, que había estado haciéndolo durante diez minutos por lo menos.
—De nada —dijo Giles, que la miró con una sonrisa brillante.
—¿Oh, Dios, por qué me miras así? ¿Se me ha corrido todo el maquillaje?
—Está bien. Me alegro tanto de que hayas disfrutado del ballet...
—¿Disfrutado? Me ha encantado. Si viviera aquí, iría a cada actuación, creo —trató de devolverle el pañuelo húmedo, pero él negó con la cabeza.
—Quédatelo.
—Pero tiene tus iniciales. Los siervos han debido de pasarse noche y día bordándote las iniciales.
—Hace cien años que no hay siervos en mi familia —le dijo en ese tono estirado que tanta gracia le hacía a Irene—. Y mis pañuelos se hacen en Francia. Puedes sonarte los mocos con éste con la conciencia tranquila.
—De acuerdo.
Ella le sonrió de manera vaga e hizo lo que él le había sugerido.
Ella seguramente se habría quedado allí toda la noche, mirando la cortina, recordando las escenas del ballet.
—Ha estado fantástico —dijo (_Tn) cuando salían del teatro—. ¿No crees? —se volvió hacia Joe —. ¿Te ha gustado?
—No ha estado tan mal como yo pensaba —reconoció Joe .
—Tú, Joe , eres un cernícalo.
Joe abrió la boca, pero (_Tn) se echó a reír suavemente y le puso una mano en el hombro.
—No seas tan duro con él, Giles. Para no gustarle, se ha portado bien —le dio un beso en la mejilla—. Gracias. Me lo he pasado de maravilla —se volvió hacia los dos hombres—. La limusina nos viene a recoger. Vosotros vais a cenar en el Amuse Bouche, ¿verdad?
—Sí —dijo Irene—. Leí una crítica fantástica en la revista del avión —miró a Giles—. Si te parece bien.
—Esta noche, estoy a tu disposición.
Y, dichas por él, esas palabras tan afectadas a Irene no le sonaron así en absoluto. Suspiró.
—¿Tienes prisa por volver? —le dijo Giles con esa suave sonrisa en los labios.
Esa sonrisa que era lo que de verdad la hacía sentirse como una princesa.
—No —estaba en pleno cuento de hadas, y no tenía prisa por salir.
Él se volvió hacia (_Tn).
—Creo que tal vez prefiramos volver dentro de un rato.
—Muy bien —dijo (_Tn)—. Avisaré en el restaurante de que vais a llegar tarde.
—Gracias —Giles le echó una sonrisa encantadora.
Joe y (_Tn) se unieron al público, que salía despacio de la sala. Irene los observaba con interés mientras pensaba en la buena pareja que hacían.
—¿Te gustaría ir a conocer a los bailarines? —le preguntó Giles en tono suave.
—¿Puedes conseguir eso?
—Sí.
Ella se lo pensó y decidió que no quería ver a esas criaturas mágicas de cerca, que no querría ver sus pies torcidos y su maquillaje sudoroso.
—No —dijo con un suspiro—. No quiero. Quiero recordarlo como ha sido.
—Vamos, entonces. Hace una noche preciosa, y estamos en una de las ciudades más bellas del mundo. Caminemos.
—¿Con estos zapatos?
Él no dijo nada más, pero como Irene se dio cuenta de que tenía un plan, lo siguió medio cojeando. A los pocos minutos estaba sentada en un coche de caballos.
Cuando los caballos arrancaron, ella echó hacia atrás la cabeza y miró las copas de los árboles, el cielo y los altos edificios.
—¿De qué te sonríes? —le preguntó Giles, que de pronto estaba muy cerca.
Ella volvió la cabeza y allí estaba él, a pocos centímetros de ella.
—Estaba pensando que soy todo un cliché: una turista en Nueva York montada en una carroza. Sólo me faltan las tazas con el emblema de la Gran Manzana y estoy lista.
Giles se echó a reír.
—Adoro tu honestidad.
—¿De verdad?
—Sí. He disfrutado tanto de observarte cómo disfrutabas del ballet tanto como yo...
—¿Me estabas observando?
Había estado tan entusiasmada que ni siquiera se había dado cuenta.
—Has estado encantadora.
—¿Qué hora es? —le preguntó Irene a su acompañante.
—Las once menos diez.
—Entonces dile al conductor que se dé prisa; no vaya a ser que la carroza se convierta en una calabaza, como le pasó a Cenicienta.
Giles le tomó la mano.
—¿Por qué estás tan segura de que esta noche no puede ser real?
—Oh, la noche es real. Eres tú quien no puede ser real.
—Aparte de todo lo que te he dicho, que es verdad, también soy un hombre.
—Sí, bueno, pero los hombres que tienen el título de «honorable» en su tarjeta de visita y hablan como si estuvieran tomando el té con la reina Isabel de Inglaterra no suelen salir con mujeres como yo.
—Entiendo, así que no es en mí en quien no crees, Irene —le dijo Giles, mirándola—. Es en ti misma.
Por un instante ella lo miró y vio comprensión en su mirada. Y como siempre hacía, se refugió en las bromas para ocultar sus emociones.
—Deberías ver los hombres que normalmente me piden salir. La última vez que me entró un tipo, estábamos patinando sobre ruedas y me choqué con él. Estaba...
Giles interrumpió su monólogo de «pobre de mí qué desastre soy» y la besó.
Por un instante la sorpresa la paralizó; pero enseguida se entregó suavemente al momento del que sin duda estaba disfrutando. Giles besaba exactamente como había imaginado, con buenos modales y moderación. No le metió la lengua en la garganta ni la sobó. Sencillamente utilizó los labios, y cuando ella se relajó empezó a besarla más apasionadamente. Y allí estaba disfrutando del beso cuando le ocurrió algo extraño. Algo le estaba pasando, como si diminutos fuegos artificiales estallaran tras sus ojos, y en otras partes del cuerpo.
Tal vez había pasado mucho tiempo, ciertamente había pasado mucho tiempo, pero jamás recordaba que un sencillo beso la hubiera vuelto tan loca como aquél.
Cuando finalmente él se apartó de ella, Irene se dio cuenta de que se habían dado un beso perfecto. Ni demasiado largo, ni demasiado corto, ni demasiado mojado, ni demasiado seco, sino absolutamente perfecto.
—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó ella, que lo miraba todavía aturdida.
—¿De verdad? Lo he hecho para que te callaras.
—Ah, sí. Hablo mucho.
—Eres graciosa. Eso me gusta mucho de ti. Y eres sincera, algo que me resulta de verdad nuevo e interesante. Además de todo, también eres preciosa, ¿sabes?
Ella se echó a reír.
—¡Sí, preciosa!
Se sorprendió cuando vio que Giles le tapaba la boca.
—Basta de hablar mal de ti misma.
—Me ha gustado más que me hicieras callar con el beso que con la mano.
—Muy bien —dijo él, y volvió a besarla. Continuaron en el coche de caballos, pero apenas eran conscientes de las calles por las que pasaban.
—¿Cómo es posible que seas real? —le preguntó ella finalmente—. Tiene que haber algún truco.
—Mi pobre y cínica Cenicienta —dijo Giles, y le acarició la mejilla.
Antes de que ella tuviera la oportunidad de decirle que aquella respuesta no le valía para su pregunta, el coche frenó y el conductor anunció que habían llegado a su destino.
Giles pagó al hombre y la ayudó a bajar. Entonces Irene le puso la mano en el brazo y entraron en el hotel. El portero asintió y los llamó por sus nombres mientras les abría las puertas del Hush. Y así, del brazo de Giles, con su vestido y sus zapatos de fantasía, sí que se sintió como una princesa de cuento de hadas. ¿Por qué no darle vacaciones a su cinismo y liberar a la princesa que llevaba dentro, aunque sólo fuera durante un fin de semana? Después de todo, eso era lo que quería.
—¿Tienes hambre? —le preguntó Giles.
—Estoy muerta de hambre.
—Bien —dijo él—. Detesto a las mujeres que apenas comen; y me encanta las que tienen buen apetito.
—Cariño, entonces te va a encantar comer conmigo —dijo mientras decidía que aquel hombre era el perfecto príncipe azul sustituto.
Y si el lunes ella volvía a ser la actriz cómica y él el banquero, al menos Irene tendría un fin de semana para recordar.
Giles tenía razón. Tenía que dejar de buscar si había truco o no. No lo había. Estaba disfrutando de todo corazón del fin de semana que quería. Lo único que tenía que hacer era olvidarse de la realidad durante cuarenta y ocho horas y darse el gusto.
En realidad, todos sus apetitos eran saludables; pero si la dejaba a su puerta con un correcto beso en la mejilla, de todos modos habría pasado una de las veladas más bonitas de su vida.
Y si, llegado el lunes, él era parte de la fantasía que también se convertía en una calabaza o en un ratón, se enfrentaría a ello entonces.
ElitzJb
Re: Encuentros privados Joe J y(_TN) Terminada
Capítulo 11
Especial 2/2
—¿Te has aburrido mucho en el ballet? —le preguntó (_Tn) a Joe .
Estaban de pie, el uno junto al otro, en la azotea. El aroma a jazmín y a alhelí del jardín impregnaba el aire. Abajo, se oía el zumbido incesante del tráfico; pero allí arriba, (_Tn) se sentía más cerca de las estrellas.
—Después de la limpieza de cutis, el ballet no ha sido nada.
No parecía tan disgustado; y de hecho (_Tn) estaba segura de que había disfrutado del ballet más de lo que quería demostrar.
Joe se colocó detrás de ella y la abrazó, y ella se recostó sobre su pecho fuerte y esbelto y disfrutó del calor de su cuerpo.
—Qué bien hueles —le dijo él, plantándole varios besos en el cuello.
—Creo que son las flores del jardín —dijo ella.
—No —murmuró Joe en su piel, consiguiendo que ella se estremeciera—. Desde luego eres tú.
—Ésta es nuestra última noche —le dijo ella, sintiendo su cuerpo responder al suyo aunque ya los dos habían acabado agotados, por no decir también medio ahogados, en la enorme bañera de hidromasaje esa tarde.
—¿De verdad? —le preguntó él mientras le deslizaba los labios por el hombro.
Su aliento era caliente, sus labios provocativos.
(_Tn) se había estado preguntado si de verdad sería su última noche. Tal vez pudiera seguir teniéndolo como amante. Sólo que el que hubiera sido su ex prometido podría complicar mucho la cosa.
—No lo sé —reconoció (_Tn)—. Tendré que pensármelo.
—¿Y si te ayudo a tomar una decisión? Vamos a hacer una lista ahora.
—Qué tontería. Además, tengo hambre. En cuanto pidamos la cena nos la suben.
—Dame el gusto —se metió la mano en el bolsillo y sacó algo plano y rectangular—. Tengo mi agenda electrónica; puedo cambiar el color del texto, como te gustaba siempre hacerlo a ti. Improvisaremos por el camino.
—No puedo hacer una lista de tus virtudes y defectos contigo delante —le dijo ella.
—Claro que puedes. Y yo te ayudaré. ¿Quién va a conocer mis cualidades y mis vicios mejor que yo?
Ella se apoyó sobre una mesa negra de hierro forjado. El agua de la piscina lamía suavemente los bordes, y en sus aguas se reflejaba la luz de ambiente del patio y el pálido resplandor de la luna.
—De acuerdo —decidió ella para dejarlo cortado—. Si tú quieres.
—Estupendo. Sí —abrió un archivo—. No tengo letra morada. ¿Te vale rosa?
—Empecemos con las cosas negativas.
—Espero que mi agenda tenga memoria suficiente —le dijo él echándole una mirada de pesar.
—Yo desde luego la tengo —le soltó ella con fastidio.
Él la miró a los ojos, y (_Tn) vio en ellos cierta ansiedad. Joe quería hablar del pasado. Maldición. No había sido su intención darle ese tono de enfado a sus palabras. Porque ella no estaba enfadada. Jamás le daba vueltas a los errores del pasado. Qué extraño que el recuerdo de ese dolor le resultara tan insoportable.
Dio la impresión de que Joe fuera a decir algo, pero pareció pensárselo mejor.
—De acuerdo —dijo él—. Letra negra, entonces. Los fallos de Joe , escribió en letra negra.
Entonces le pasó la agenda para que ella escribiera el primer punto: Pincha en los momentos menos apropiados.
—Ahora escribe tú uno —le dijo ella mientras se lo pasaba de nuevo.
Él se quedó pensativo un momento, antes de escribir: Se le olvida comprarse calcetines. A veces se pone uno de cada color
Ella leyó lo que él había escrito.
—¿Y qué? Eso a mí no me importa.
—De acuerdo. Tú escribe algo negativo.
(_Tn) agarró la agenda y escribió: Agobiante. Entonces se lo pasó de nuevo.
Él la tomó y escribió: No acudió a su propia boda; ¿riesgo emocional?
—Eso no es justo —le dijo ella leyendo lo que él había escrito—. Si alguien fuera a escribir eso en la lista, debería haber sido yo.
—¿Y por qué no lo has hecho?
—Porque eso no importa. Es parte del pasado.
Ella fue a borrar su última anotación, pero él se lo impidió.
—Dejémoslo de momento —alzó la mirada—. Mmm, tal vez debamos añadir algunas cosas positivas a esta lista.
—Tengo mucha hambre. Podríamos comer primero.
Él suspiró.
—De acuerdo.
Diez minutos después, estaban sentados a la mesa comiendo lo que les había enviado Jacob.
—Bien —dijo él mientras se recostaba en el asiento—. Cuéntame la historia de tu vida, (_Tn).
Ella arrugó la nariz mientras trataba de adivinar lo que pensaba él por su expresión.
—Tú ya conoces la historia de mi vida —le dijo—. Hace años que nos conocemos.
—Finge que acabas de conocerme. Conozcámonos.
—Pero es una bobada...
Joe abrió la boca y ella adivinó lo que le iba a decir.
—Sí, sí, lo sé —dijo (_Tn)—. Tendrás lo que quieras.
Él asintió, claramente complacido con su intuición.
—Bien. Nací en Oregón —empezó a decir—. Era bastante buena en el colegio, aunque no la mejor, una deportista razonable, pero no una estrella. Mi padre era el encargado de una tienda de alimentación, y mi madre se quedó en casa para criarnos. Se separaron hace unos años, y ahora mi madre trabaja para una agencia de investigación del cáncer. Recauda fondos.
—¿Has heredado de ella tu talento para las relaciones públicas? —le preguntó Joe , como si no supiera nada de eso.
—Supongo que sí —(_Tn) se echó a reír pensando en su madre—. Ella es más exagerada, pero a mí también me gusta que todo esté perfecto.
Él dio un sorbo de vino y la observó. (_Tn) se dio cuenta de que tenía toda su atención.
—Ahora estás muy lejos de Oregón.
—Decidí venirme al este a la universidad; supongo que para salir de casa, para ver cosas nuevas. Conocí a Piper en la facultad. Desde entonces somos amigas. Si quieres que te diga la verdad, ella desperdició mucho tiempo en la facultad. Yo no. A mí me encantaba. Nací para las relaciones públicas.
—¿Qué te llevó a mudarte a Nueva York? —le preguntó.
Como haría cualquiera; como si él no supiera nada.
—Iba a casarme —dijo ella—. Pero no funcionó.
—Lo siento por él —le dijo Joe , como si se refiriera a un extraño—. Pero me alegro por mí.
Aquello era cada vez más raro. Ella lo miró un momento con rabia.
—De todos modos, como al final no me casé, me mudé a Manhattan, conseguí un empleo con una empresa de relaciones públicas y empecé a trabajar mucho. Piper me contrató cuando abrió el Hush. Como he dicho, es el mejor trabajo. Parte de mi responsabilidad es que se me vea en la ciudad, ir a los sitios de moda. Vivo la vida divertida de una soltera en la ciudad más estupenda del mundo. ¿Qué podría haber mejor?
—¿Qué crees que podrías estar haciendo en este momento si te hubieras casado con ese tipo de la facultad?
Apoyó la barbilla en la mano y lo pensó; y eso no era algo que hiciera a menudo, porque a ella no le gustaba pensar en el pasado.
—No lo sé. Pasó años viviendo fuera del país. De haberme casado con él, seguramente habría vivido en Hong Kong o en Europa. O tal vez habría conseguido un trabajo en Estados Unidos, y yo habría seguido los mismos pasos profesionalmente. ¿Quién sabe?
—¿Te has preguntado alguna vez si a lo mejor no era ese tipo lo que falló, sino el momento?
—Joe , por favor. No quiero volver a hablar de eso.
Él parecía tan frustrado como se sentía ella. ¿Por qué no dejaba de torturarla con el pasado?
—Bien, si no quieres hablar del pasado, pasemos a nuestro posible futuro —dijo mientras sacaba de nuevo su agenda electrónica.
—No quiero hacerlo otra vez. Resulta ridículo contigo sentado aquí.
—Vamos, no puedes dejar a un hombre con una lista de aspectos negativos sobre su carácter y nada positivo. Y eso que eres relaciones públicas.
Ella ahogó una sonrisa. Joe parecía algo molesto.
—No sé.
—Tan sólo un par de cosas. Por favor...
Ella puso la mano y él le pasó la agenda electrónica. Entonces trató de pensar en algo positivo acerca de Joe que no sonara como si ella todavía lo quisiera. Tecleó unas palabras que salieron en rosa.
—«Besa bien» —leyó Joe , y le guiñó un ojo—. De acuerdo. Deja que yo escriba una —tecleó unas palabras y se lo pasó.
Ella se echó a reír. Joe había escrito: Muy bueno en la cama.
Ella escribió entonces: Nada modesto, y se lo pasó. Menos mal que habían convertido aquello en algo divertido y frívolo. Cuando Joe le pasó la agenda electrónica de nuevo, ella ya sonreía, imaginándose qué otro comentario presuntuoso se le habría ocurrido. Pero la sonrisa se le heló en los labios cuando leyó: Te quiere.
Se quedó mirando las letras rosas y tuvo que contenerse para no tirar la agenda terraza abajo. Lo habría hecho de no haber temido darle en la cabeza a alguien que pasara en ese momento por la calle.
—¡Tú no me quieres! —gritó ella—. ¡Nunca me quisiste!
Se puso de pie, sin preocuparse ya de ocultar su dolor, y echó a correr.
Él la alcanzó antes de llegar a la puerta de la terraza. La agarró por los hombros pero ella no quiso mirarlo. Volvió la cabeza y pestañeó frenéticamente.
—Por favor, no te marches. Por favor, deja que te ame.
—No digas esas palabras —se volvió a mirarlo, fiera y orgullosamente—. No vuelvas a decirlo.
—De acuerdo —él estaba temblando.
(_Tn) lo sintió, y por un instante se preguntó qué pasaría si se dejaba llevar como había hecho en el pasado, cuando había creído en él plenamente, si pudiera estar segura de que estarían juntos para siempre.
Se preguntó qué pasaría si le entregara el corazón con la misma facilidad con la que le había entregado su cuerpo.
—De acuerdo —dijo él de nuevo—. Sólo te pido por favor que pasemos esta noche juntos. Ella lo miró con rabia.
—Y tú no me quieres.
Él la miró un momento y después dijo: —Y no te quiero.
La besó despacio, dulcemente, mientras le acariciaba la espalda y la abrazaba con fuerza.
—No me encanta el modo en que tu cuerpo se amolda al mío a la perfección —le dio la vuelta, de modo que estuvo de espaldas a la pared—. Ni lo mucho que me gusta acariciar tus pechos —le dijo mientras le pasaba los dedos levemente sobre los pezones anhelantes. Y no me encanta conocerte tan bien que casi puedo leerte el pensamiento —le dijo mientras le desabrochaba los botones de su vestido de seda azul noche.
Tenía la voz ronca, y ella también jadeaba al tiempo que el deseo se mezclaba con emociones nuevas y pasadas en fogosa receta.
Teniendo en cuenta lo bien que la conocía, le retiró de los pechos las copas de seda del sujetador y empezó a jugar con sus pezones hasta que la tuvo gimiendo. Entonces la besó ardientemente.
—No me encanta cómo me besas, ni el sabor de tus pezones en mi lengua —le dijo en tono ronco, bajando la cabeza para meterse un pezón en la boca.
—Ah —gimió ella mientras le hundía los dedos en los cabellos.
Él continuaba lamiéndola, arrastrando el borde de los dientes por el pezón y succionándolo con placer, provocándole potentes sensaciones que estallaban en sus entrañas.
—No me encanta cómo la luz de la luna baña tus pechos.
Terminó de quitarle el sujetador, y sus senos quedaron bañados por una luz lechosa que aclaró su piel.
Estaba desesperada por sentirlo dentro, y así le arañó la camisa, deseosa de poder acariciar también su piel.
Cuando dejó al descubierto su pecho y su estómago, él la estrechó contra su cuerpo para deleitarse de la sensación de estar piel con piel.
Joe se abrió los pantalones, y (_Tn) sintió cómo su erección saltaba y apuntaba sobre su vientre. Gimió de deseo. Había en ellos tanta emoción que parecía concentrarse en un tema en el que no había controversia. Tal vez no pudieran comunicarse verbalmente, pero sus cuerpos estaban deseosos de estar juntos.
Ella lo besó ardientemente, saboreando el vino y un resto de langosta en su lengua; y le mordisqueó el labio mientras la agarraba de las caderas con fuerza.
Él le quitó las braguitas y la subió para apoyarla contra la pared al tiempo que ella lo rodeaba con sus piernas.
—No me encanta cuando entro en tu cuerpo — dijo él—, ni cuando siento que todo lo que soy y todo lo que seré está aquí mismo, entre nosotros.
La embistió con fuerza y suavidad al mismo tiempo; y ella se sintió tan poseída que se dijo que no había nada en el mundo que quisiera con más anhelo que estar allí en ese momento. Él le tomó la mano y ella se deleitó con la caricia. Sus palabras eran locas, apasionadas, y de no ser porque no podía creer en él, sabía que le respondería con total abandono.
Que de todos modos, y a pesar de todo, fue lo que hizo.
Gritó cuando él la llevó a la cumbre del placer, y sus gemidos quedaron ahogados por los besos de su boca.
Cuando ella se puso de pie de nuevo, se dio cuenta de que todo seguía igual. Tal vez él pensara que estaba enamorado de ella, pero también lo había estado en el pasado.
Y ella también. Y no pensaba volver a pasar por todo ello.
¡Pero cuánto lo deseaba su cuerpo!
—¿Te vas a volver conmigo a la cama? —le preguntó él cuando ella se abotonó el vestido y se puso las braguitas.
—Sí —suspiró, sabiendo que acababan de empezar nada más.
—¿Te quedas a pasar la noche?
—No.
_________________________________________________________________________________________________________
chicas gracias x sus comentarios
espero q les alla gustado el especial
nos leeremos pronto vale ;)
ElitzJb
Re: Encuentros privados Joe J y(_TN) Terminada
AAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!!!... JOE TENEMOS QUE TRABAJAR EN LA CONFIANZA DE _____!!!!!... OJALA Y LE DE OTRA OPORTUNIDAD
chelis
Re: Encuentros privados Joe J y(_TN) Terminada
POR DIOS !!
eres mala !!
como la dejas asi ??
que suerte la de irene.. en verdad giles es perfectooo...
estaria bueno encontrar a alguien asi en un concurso....
y joe.. aii las cosas venian TAN bien... tenia que arruinarlas -.-
grrrrr.... yo la entiendo a la rayis...
amee los caps
siiguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
eres mala !!
como la dejas asi ??
que suerte la de irene.. en verdad giles es perfectooo...
estaria bueno encontrar a alguien asi en un concurso....
y joe.. aii las cosas venian TAN bien... tenia que arruinarlas -.-
grrrrr.... yo la entiendo a la rayis...
amee los caps
siiguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Ciin :)
Re: Encuentros privados Joe J y(_TN) Terminada
ahh Joe ve con calma!!!
Si no la vas a perder!!
Siguela!!
Si no la vas a perder!!
Siguela!!
aranzhitha
Re: Encuentros privados Joe J y(_TN) Terminada
Pero rayis Vaya q Es tozuda!!! Siguela!!
kenyajonasgrey
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