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-El Lado Explosivo de Zayn Malik-
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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-El Lado Explosivo de Zayn Malik-
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El lado explosivo de Zayn -
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-El lado explosivo de Zayn-
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Los veranos me convertían en una idiota. Por eso me alegraba de que ese casi se hubiera acabado.
Desde la pubertad, todos los años, desde mediados de junio a principios de septiembre, había dado por hecho que iba a conocer al equivalente en el mundo real del príncipe azul. Llamadme antigua, llamadme romántica empedernida, incluso podríais llamarme loca, pero tanto si era una cosa como la otra, el resultado final era el mismo: era una idiota. Hasta la fecha, no había encontrado un solo chico que le llegase siquiera a la suela de los zapatos al tal príncipe; aunque tampoco me sorprendía, ya que cada vez estaba más convencida de que los chicos eran una especie de grano en el culo. Pero aquí, trabajándome el bronceado en la playa del lago Sapphire, a solo un par de semanas de empezar el último curso en un instituto nuevo, acababa de encontrar a un príncipe rojo pasión.
Había llegado con otro grupo de chicos que jugaban a pasarse un balón de fútbol americano, y ejemplares como ese confirmaban que alguna clase de mano divina había estado dirigiendo el universo, porque era imposible que existiera proceso de selección natural capaz de crear algo como él. Aquello tenía que ser obra de un dios.
Era alto, ancho de espaldas y tenía esos iris de contorno oscuro y pestañas negras con el poder de anular las mejores intenciones de cualquier chica. Vamos, que era justo mi tipo, para entendernos. Y el de cualquier mujer del hemisferio norte.
Ni siquiera mi granizado de frambuesa azul podía competir con él por mi atención. No sabía su nombre, ni si tenía novia, ni si quería tenerla, pero sí que me había metido en un problema.
Aunque no supe que el problema era tan grave hasta que dejó de regatear, placar y esprintar y se volvió hacia donde estaba yo.
La mirada fue infinitamente más larga que cualquier otra que hubiera intercambiado con un extraño, pero lo que me transmitió esa brevísima comunicación me llegó muy dentro y dejó que una parte de aquel desconocido se abriera camino hacia mi interior. No era la primera vez que experimentaba algo así, un mero contacto visual con alguien anónimo me pedía que le prestara atención y lo siguiera.
Hasta el momento, nunca lo había hecho, pero la última vez que había desaprovechado uno de esos momentos había sido en un restaurante al que había ido con mi familia. El chico en cuestión dejó la pizza en la mesa, nos deseó buen provecho y, a continuación, justo cuando se iba, me guiñó un ojo. El corazón empezó a latirme con fuerza, se me embotó la cabeza y sentí una profunda angustia al ver que se daba la vuelta y se iba, como si estuviéramos unidos por una cuerda. Había dejado pasar cuatro de aquellos huracanes anímicos, pero había hecho un pacto sumamente sagrado conmigo misma según el cual no volvería a echar a perder un quinto del mismo modo.
Nunca estaba segura de si quien se hallaba en el otro extremo de aquella mirada lo sentía con la misma intensidad que yo, así que cuando el príncipe rojo pasión dio media vuelta para placar a alguien contra la arena, supe que corría el riesgo de que pensara que yo era una de esas chicas expertas en el arte de cazar chicos guapos ocupados en sus propios asuntos. No me importaba, no estaba dispuesta a dejar escapar otro de esos momentos. La vida era corta y, durante gran parte de la mía, había sido una firme partidaria de aprovechar la ocasión cuando se presentaba.
Entonces volvió a detenerse, como si mis ojos lo hubieran clavado al suelo, y esta vez no se trató de un vistazo de pasada, sino de un parón de cinco segundos, en el que acabó con la misma mirada pasmada que yo. El chico había empezado a curvar los labios en una sonrisa cuando un balón lo alcanzó en un lado de la cara. Fue uno de esos momentos que se ven en las películas: un chico mira a una chica con los ojos abiertos como platos, ajeno a todo lo que lo rodea, y de pronto acaba con los cordones de un balón grabados en la frente.
— ¡Deja de comértela con los ojos, Zayn! —Dijo el chico que se lo había lanzado—. Está demasiado buena, incluso para ti. Además, es probable que sepa leer, porque lleva un libro, así que es lo bastante lista para saber que debe evitar a tipos como tú.
Me puse las gafas al ver que el chico del encuentro afortunado salía corriendo detrás del bromista, que no levantaba dos palmos del suelo, y volví a enfrascarme en el libro que tenía abierto delante de mí.
Había visto la atracción en sus ojos; eso y más. Lo que tardara en acercarse dependía solo de la calma con que quisiera tomarse las cosas. Yo tenía todo el día.
Era lo que me decía para tranquilizarme, mientras él se echaba al otro chico al hombro, corría hacia el lago y le hacía ahogadillas hasta que su víctima se puso a chillar, muerto de la risa. Volví a repetírmelo cuando salieron del agua dando trompicones y regresó junto al grupo que jugaba al fútbol para continuar donde lo había dejado, como si tal cosa.
Intenté distraerme con el libro, pero, al darme cuenta de que había leído el mismo párrafo seis veces, me di por vencida. Todavía no había vuelto a mirarme, como si fuera invisible.
Una hora después estábamos en las mismas, así que decidí tomar cartas en el asunto. Si él no iba a venir detrás de mí y yo no tenía intención de ir detrás de él, no me quedaba más remedio que obligarlo. Había llegado a la conclusión de que los chicos eran criaturas bastante simples, al menos en cuanto a instintos básicos —en cuestiones de mente, corazón y alma los entendía tanto como la termodinámica—, y puesto que instinto básico era una forma bonita de llamar a las hormonas fuera de control, decidí utilizar la superabundancia de testosterona en mi provecho.
Abrí la bolsa de la playa, saqué la botella de litro de agua y me incorporé, con movimientos lentos y calculados. O al menos sin parecer ridícula. Sus ojos no estaban puestos en mí mientras me recolocaba el biquini con disimulo, aunque sí los de otros. Buena señal, estaba haciéndolo bien; aunque si él no se enteraba la señal no era tan buena, ya que había puesto en marcha toda aquella pantomima para él.
Me quité el pasador de modo que la melena me cayera sobre la espalda y me la ahuequé, para rematar la jugada. Prácticamente me puse a maldecir entre dientes cuando eché otro vistazo. Nada. Pero ¿qué tiene una que hacer hoy en día para llamar la atención de un chico?
Volví junto a la mesa del merendero, donde la nueva incorporación a la familia, algo peluda, seguía sonriendo entre jadeos. De hecho, era tan nueva que todavía tenía que encontrarle un nombre.
—Tú sí que eres un buen chico —dije, y me arrodillé junto a él, que descansaba a la sombra de la mesa—. Ya que sois del mismo género, aunque me llaman más los de tu especie en muchos aspectos, ¿tienes alguna sugerencia acerca de cómo conseguir a ese chico? —le pregunté, poniéndole un poco más de agua en el cuenco mientras miraba cómo Zayn atrapaba un balón en el aire.
El tipo jugaba al mejor fútbol de playa que había tenido el placer de contemplar hasta el momento.
Mi amigo peludo me dedicó unos cuantos lametones en el brazo antes de darme un golpecito en la pierna con su hocico húmedo. Puede que hubiera querido interpretar aquel gesto como un empujoncito de ánimo, pero, cuando sus ojos perrunos se volvieron hacia Zayn y su sonrisa perruna se ensanchó, me eché a reír.
—Sí, sí. Ya sé que el mundo es de las mujeres y todo eso, pero hay cosas para las que todavía soy un poco antigua —dije, rascándole detrás de las orejas—. Como que es el chico quien tiene que acercarse a la chica. No vayas a chivarte ahora al movimiento feminista o ya puedes olvidarte del bistec de esta noche.
Le di unas palmaditas cariñosas en la cabeza cuando confirmó su voto de silencio con un breve ladrido y luego regresé a mi toalla, observando subrepticiamente a San mientras lanzaba el balón a otro. Si incorporarse, estirarse y reajustarse el bañador no funcionaba, y puesto que quedaba menos de una hora para la cena, tendría que recurrir a medidas más desesperadas y drásticas. Era tozuda y era idiota, y después de esperar durante tanto tiempo a que se acercara a mí, no iba a rendirme. La palabra rendición no existía en mi diccionario.
Me estiré en la toalla, boca abajo, y retorcí los brazos detrás de mí para desatar el lazo del biquini. En mi experiencia como chica de diecisiete años, siete de los cuales con pecho suficiente para precisar un sujetador, deshacer ese pequeño nudo en medio de la espalda tenía alrededor de un noventa y cinco por ciento de probabilidades de éxito de atraer a cualquier varón en un radio de cinco toallas de playa. Era posible que San se encontrara entre la quinta y la sexta, pero era todo lo que me quedaba. El último truco que guardaba en la chistera.
Utilicé el vestido de reposacabezas y fingí concentrar toda mi atención en que no me quedaran las marcas del biquini, pero, al echar un rápido vistazo a mí alrededor, no había ojos masculinos en cinco toallas a la redonda que no estuvieran dirigidos en mi dirección. Salvo los suyos.
Incluso oí algunos silbidos lanzados por sus compañeros de juego, a los que hice oídos sordos, pero ni aun así se inmutó. Una amiga de mi antigua escuela me había dicho que si llegaba el día en que los objetivos masculinos en quienes habíamos puesto el ojo no acudían junto a nosotras en rebaño tras ese último intento desesperado, era el momento de avisar al Vaticano: solo quedaba pedir un milagro.
Que me pusieran con Roma, porque el milagro estaba obrándose ante mis ojos: el único chico que quería que se fijara en mí era el único que no lo hacía. Malditos fueran la providencia y los huracanes anímicos.
Le daría cinco minutos más antes de verme obligada a tragarme mi orgullo y mover
Mover ficha. Sabía que, si tenía que abordarlo yo, cabía la posibilidad de que me rechazara, pero no pensaba desaprovechar otra de aquellas oportunidades. Carpe diem, nena.
Vi con el rabillo del ojo que algo pasaba zumbando sobre mi cabeza, pero no le di demasiada importancia hasta que cierto cuerpo por el que había estado babeando lo atrapó justo antes de caer al suelo tras quedar suspendido en el aire con un estilo soberbio. O por lo menos antes de caer encima de mí.
No fue un aterrizaje demasiado duro, lo que me llevó a pensar que había sido intencionado, pero aun así me las arreglé para chillar como una niñita. Me até la parte superior del biquini mientras él se incorporaba como podía.
—Mi nombre es Zayn, ya que veo que salivas como un perro rabioso por saberlo, y no me van las novias, ni las relaciones, ni las flores, ni las llamadas telefónicas un día sí y otro también. Si te mola el plan, creo que podríamos tener algo especial.
¿Y esa sensación de encuentro afortunado por el que había estado angustiándome buena parte de una preciosa tarde de verano? Menuda pérdida de tiempo. No había habido nada en el otro extremo de aquella intensa mirada salvo un oportunista… ejem, rollo de verano. Que Dios me ayudase, o realineaba mi radar masculino hacia chicos que no fueran penes andantes o acabaría metida a monja.
—Y yo te diría el mío si realmente quisiera algo de ti además de esperar que te fueras al cuerno —contesté, al tiempo que me daba la vuelta y me ponía boca arriba, después de asegurarme de que no asomaba nada en el frente.
Sin embargo, ya se debiera a mi forma de darme la vuelta o a la suya de dársela al asunto, su pierna se quedó pegada a mi cadera cuando me giraba y lo arrastré conmigo. Genial, lo tenía sentado a horcajadas sobre mí, y a pesar de que echaba chispas por los ojos, sentí que el corazón me retumbaba en el pecho como nunca antes lo había hecho.
Me sonrió. En realidad se acercaba más a un gesto burlón, un gesto cargado de chulería. También resultaba un poquitín sexy, y más que podría haberlo sido si no hubiera decidido de antemano que no iba a caer en la trampa de aquel chico.
—Me preguntaba cuánto tardaría en ponerte en horizontal —dijo, mientras me recorría con la mirada hasta el ombligo—. Aunque en realidad no soy de esos a los que les va la postura del misionero.
Acababa de destruir lo que quedara de mis fantasías románticas sobre la galantería masculina y el amor a primera vista. Jamás admitiría en voz alta que era una romántica —uno de los muchos secretos que me guardaba para mí—, pero se trataba de un ideal especial, y un solo chico se había llevado el último pedacito al que me aferraba.
NicoleDirectioner♥
Capitulo
2
Intentar apartarlo fue como intentar mover un tanque. Me quité las gafas de sol para que pudiera ver mi mirada asesina.
—¿Lo dices porque para eso sería necesario que una mujer real, de carne y hueso, y no una imaginaria o de las que se inflan, quisiera acostarse contigo?
Se echó a reír, como si hubiese dicho algo graciosísimo.
—No, el suministro de chicas nunca supone un problema. Si son ellas las que llaman a mi puerta, ¿por qué voy a molestarme en hacer yo todo el trabajo?
El regusto amargo de mi boca podría deberse a que estaba a punto de vomitar.
—Eres un cerdo —le espeté, y volví a empujarlo. Con más fuerza, tanta que le di un palmetazo en el pecho, pero fue como si lo hubiera acariciado una ráfaga de viento.
—Nunca he defendido lo contrario —contestó. Levantó las manos en un gesto de rendición cuando volví a intentar quitármelo de encima—. También sabía que no dejarías de mirarme hasta que conocieras la cruda y dura realidad. Así que considérate avisada. Puede que no sea de los que estudian en la playa —añadió, mirando de reojo el libro que tenía abierto—, pero soy lo bastante listo para saber que las chicas como tú deberían mantenerse alejadas de los tipos como yo. Así que mantente alejada.
Mi mirada asesina había pasado a ser fulminante.
—Eso dejará de ser un problema en cuanto me sueltes —dije, y esperé a que se moviera. Lo hizo, aunque sin borrar aquella sonrisita burlona. Odiaba esas sonrisitas—. Y tú puedes considerarte avisado de que estás invadiendo una propiedad privada. —Agarré mi toalla rosa a modo de explicación cuando oí unos ladridos a mi espalda; sabía que ese chucho era mi alma gemela—. Y de que tengas cuidado con el perro. —Lo miré con desprecio cuando se incorporó y se quedó arrodillado a mi lado, todavía a horcajadas—. Ya puedes irte.
Aquello borró la sonrisilla de su rostro.
—¿Qué? —preguntó. El gorro de color gris oscuro se le bajó un poco al arrugar la frente.
Además, ¿qué tipo de persona llevaba un gorro de punto en la playa con el calor que hacía? Los perturbados mentales de los que debía mantenerme alejada, ese tipo.
—Que te largues —insistí, despidiéndolo con la mano—. No voy a seguir desperdiciando los últimos y valiosos minutos de una preciosa tarde de verano contigo. Gracias por regalarme la vista, pero ya veo que no hay mucho más donde rascar. Ah, por cierto, tu culo no impresiona tanto de cerca como de lejos.
No llegué a poder reprocharme aquel último arrebato de incontinencia verbal, porque se quedó boquiabierto unos instantes. Justo la reacción que había estado buscando.
—Las chicas habláis un idioma que no entenderé jamás, pero ¿estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
—Si implica que te levantes y te apartes del sol y de mi vida lo que queda de eternidad, entonces estamos en la misma onda —contesté, y me deslicé por la toalla para que el sol volviera a darme en la cara mientras trataba de disimular que su rostro no era justo de lo que tratan los pensamientos sucios. De no ser por la larga cicatriz que le recorría el pómulo izquierdo en diagonal, podría haberse clasificado como pasmosamente perfecto.
Y pasmosamente alejado de mi tipo. Tuve que recordármelo. Y también convencerme de ello.
Seguía mirándome con el entrecejo fruncido, como si intentara resolver el más enrevesado de los acertijos.
—¿A qué viene esa cara de pasmarote? —pregunté.
—A que todavía no he conocido a la chica que me dé con la puerta en las narices —contestó, mientras me estudiaba con una expresión nueva.
—Siento mucho echar por tierra tu exquisita desconsideración para con las mujeres, pero parece que aquí no tengo nada más que hacer.
Me incorporé y metí el libro en la bolsa.
—¿De qué raza es el perro? —preguntó, de pronto. Su voz había abandonado los tonos graves.
Lo observé de reojo mientras recogía a toda prisa mis indispensables de playa, tratando de decidir si hablaba en serio o no. Acababa de pasar de prácticamente montarme en la playa a una conversación informal.
—Es una mezcla de varias razas —contesté, con cierta precaución, sin dejar de mirarlo de reojo para ver si se trataba de otra trampa.
—Entonces es un chucho. —No —dije, y me volví hacia la bola de pelo que seguía enseñándole los dientes a Jude—. Es perfecto —añadí.
—Vaya, es el mejor intento que he oído hasta la fecha de que algo parezca menos cutre de lo que es en realidad —dijo, mientras hacía girar el balón sobre un dedo.
—No, es mi modo de ver las cosas por lo que realmente son —repliqué, convencida de que había sonado más a la defensiva de lo que pretendía—. Para que lo sepas, sus dueños anteriores golpearon, patearon, mataron de hambre y prendieron fuego a esa «mierda» antes de dejarla en la perrera por haber tenido el valor de devorar un sándwich de atún que nadie vigilaba. Hoy iban a sacrificar a esa «mierda» solo por haber tenido mala suerte en la vida y sacar la pajita más corta.
Jude se volvió hacia el perro.
—¿Es el primer día que lo tienes? —preguntó, y puso mala cara—. De entre todos los perros que podrías haber escogido, has elegido el más birrioso que he visto en mi vida.
—No iba a dejar que lo mataran solo porque un gusano lo haya dejado en ese estado, ¿no crees? —contesté, haciendo una mueca al pensar en lo que dirían mis padres—. Bueno, míralo. Los humanos lo han tratado de la peor forma posible y ahora mismo lo único en lo que piensa es en protegerme. ¿Cómo no iba a salvarlo?
—Porque es el perro más feo que he visto en toda mi vida —dijo Jude—. Le falta de todo menos pelo, y no pienso acercarme, porque me temo que me arrancaría los huevos, pero estoy bastante seguro de que ese olor apestoso viene de él. A no ser que…
Se inclinó sobre mí y me retiró el pelo hacia atrás al tiempo que pegaba su nariz a mi cuello. Mi reacción instantánea habría sido estremecerme. Ese chico sabía lo que se hacía, y que el mínimo roce de sus dedos sobre las zonas correctas de la piel o un aliento cálido y húmedo sobre el lugar correcto del cuello era prácticamente capaz de desbaratar incluso la más noble de las intenciones de una chica, pero reprimí el escalofrío. No iba a ser de las que se derretían en su presencia. El tipo no necesitaba que siguieran alimentando su ya de por sí desmesurado ego.
—No, por aquí solo huelo a dulzura e inocencia —susurró junto a mi cuello. Esbozó una sonrisita burlona, muy consciente de lo que hacía él y de lo que trataba de no hacer yo—. Te aconsejo que pases ese saco de pulgas por un tren de lavado de perros varias veces. —El perro empezó a ladrar al ver que se acercaba tanto a
mí,
NicoleDirectioner♥
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