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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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"Posdata: Te Amo" {Original}
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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"Posdata: Te Amo" {Original}
Hello everybody, soy Ilse(: Este es un libro que descargué y no he tenido el tiempo de leerlo todo completo, y ojalá pueda leerlo junto con ustedes. Tiene película, creo que en ella sale Amanda Seyfried, en fin... Ojala les guste y COMENTEN!! :D
Nombre: Posdata: Te Amo
Autor: Cecilia Ahern
Adaptación: No
Género: Drama
Advertencias:
Otras páginas:
POSDATA:
TE AMO
CAPÍTULO 1
Holly hundió la nariz en el suéter azul de algodón y un olor familiar la golpeó de inmediato: un abrumador desconsuelo le cerró el estómago y le partió el corazón. Le subió un hormigueo por el cogote y un nudo en la garganta amenazó con asfixiarla. Le entró el pánico. Aparte del leve murmullo del frigorífico y de los ocasionales gemidos de las tuberías, en la casa reinaba el silencio. Estaba sola. Tuvo una arcada de bilis y corrió al cuarto de baño, donde cayó de rodillas ante el retrete.
Gerry se había ido y jamás regresaría. Ésa era la realidad. Nunca volvería a acariciar la suavidad de su pelo, a intercambiar en secreto una broma con él du-rante una cena con amigos, a lloriquearle al llegar a casa tras una dura jornada en el trabajo porque necesitaba algo tan simple como un abrazo; nunca volvería a compartir la cama con él, ni la despertarían cada mañana sus ataques de es-tornudos, ni reiría con él hasta dolerle la barriga, nunca volverían a discutir sobre a quién le tocaba levantarse para apagar la luz del dormitorio. Lo único que le quedaba eran un puñado de recuerdos y una imagen de su rostro, que día tras día iba haciéndose más vaga.
Su plan había sido muy sencillo: pasar juntos el resto de sus vidas. Un plan que todo su círculo consideró de lo más factible. Nadie dudaba de que fueran grandes amigos, amantes y almas gemelas destinadas a estar juntas. Pero dio la casualidad de que un día el destino cambió de parecer.
El final había llegado demasiado pronto. Después de quejarse de una migraña durante varios días, Gerry se avino a seguir el consejo de Holly y fue a ver a su médico. Lo hizo un miércoles, aprovechando la hora del almuerzo. El médi-co pensó que el dolor de cabeza se debía al estrés o al cansancio y aventuró que en el peor de los casos quizá necesitase usar gafas. A Gerry no le gustó na-da aquello.
Le molestaba la idea de tener que usar gafas. No debería haberse preocu-pado, pues resultó que su problema no residía en los ojos, sino en el tumor que estaba creciendo en su cerebro.
Holly tiró de la cadena del retrete y, temblando por lo frías que estaban las baldosas del suelo, se puso de pie. Gerry sólo tenía treinta años. Ni mucho menos había sido el hombre más sano de la Tierra, pero había gozado de suficiente salud para... bueno, para llevar una vida normal. Cuando ya estaba muy enfermo, bromeaba a propósito de haber vivido con demasiada prudencia. Debería haber tomado drogas, haber bebido y viajado más, tendría que haber saltado de aviones y depilarse las piernas en plena caída.
La lista seguía. Aunque él se riera de todo eso, Holly veía pesar y arrepen-timiento en sus ojos. Arrepentimiento por las cosas para las que nunca había sabido tener tiempo, los lugares que nunca había visitado, y pesar por la pérdi-da de experiencias futuras. ¿Acaso lamentaba la vida que había llevado con ella? Holly jamás dudó de que la amara, pero temía que tuviera la impresión de haber desperdiciado un tiempo precioso.
Hacerse mayor se convirtió en algo que Gerry deseaba desesperadamente lograr, dejando así de ser un hecho inevitable y temido. ¡Qué presuntuosos habían sido ambos al no considerar nunca que hacerse mayor constituyese un logro y un desafío! Los dos habían querido evitar envejecer a toda costa.
Holly vagaba de una habitación a otra mientras sorbía lagrimones salados. Tenía los ojos enrojecidos e irritados y la noche parecía no tener fin. Ningún lu-gar en la casa le proporcionaba el menor consuelo. Los muebles que contemplaba sólo le devolvían inhóspitos silencios. Anheló que el sofá tendiera los brazos hacia ella, pero tampoco éste se dio por aludido.
A Gerry no le hubiese gustado nada esto, pensó. Exhaló un hondo suspiro, se enjugó las lágrimas y procuró recobrar un poco de sentido común. No, a Ge-rry no le hubiese gustado en absoluto.
Igual que cada noche durante las últimas semanas, Holly se sumió en un profundo sueño poco antes del alba. Cada día despertaba incómodamente repantingada en un lugar distinto; hoy le tocó el turno al sofá. Una vez más, fue la llamada telefónica de un familiar o un amigo preocupado la que la despertó. Probablemente pensaran que no hacía más que dormir. ¿Por qué no la llamaban mientras vagaba con desgana por la casa como un zombi, registrando las habitaciones en busca de... de qué? ¿Qué esperaba encontrar?
-¿Diga? -contestó adormilada. Tenía la voz ronca de tanto llorar, pero ya hacía bastante tiempo que no se molestaba en disimular. Su mejor amigo se había ido para siempre y nadie parecía comprender que ninguna cantidad de maquillaje, de aire fresco o de compras iba a llenar el vacío de su corazón.
-Oh, perdona, cariño, ¿te he despertado? -preguntó la voz inquieta de su madre a través de la línea.
Siempre la misma conversación. Cada mañana su madre llamaba para ver si había sobrevivido a la noche en soledad. Siempre temerosa de despertarla no obstante, aliviada al oírla respirar; a salvo al constatar que su hija se había enfrentado a los fantasmas nocturnos.
-No, sólo estaba echando una cabezada, no te preocupes. Siempre la misma respuesta.
-Tu padre y Decían han salido y estaba pensando en ti, cielo.
¿Por qué aquella voz tranquilizadora y comprensiva conseguía siempre que se le saltaran las lágrimas? Imaginaba el rostro preocupado de su madre, el ceño fruncido, la frente arrugada por la inquietud. Pero eso no sosegaba a Holly. En realidad hacía que recordara por qué estaban preocupados y que no deberían estarlo. Todo tendría que ser normal. Gerry debería estar allí junto a ella, poniendo los ojos en blanco e intentando hacerla reír mientras su madre le daba a la sinhueso. Un sinfín de veces Holly había tenido que pasarle el telé-fono a Gerry, incapaz de contener el ataque de risa. Entonces él seguía la char-la, ignorando a Holly mientras ésta daba brincos alrededor de la cama, haciendo muecas y bailes estrafalarios para captar su atención, cosa que rara vez conseguía.
Siguió toda la conversación contestando casi con monosílabos, oyendo sin escuchar una sola palabra.
-Hace un día precioso, Holly. Te sentaría la mar de bien salir a dar un paseo. Respirar un poco de aire fresco.
-Sí... Supongo que sí. -Otra vez el aire fresco, la presunta solución a sus problemas.
-Igual paso por ahí más tarde y charlamos un rato.
-No, gracias, mamá. Estoy bien.
Silencio.
-Bueno, pues nada... Llámame si cambias de idea. Estoy libre todo el día.
-De acuerdo. Otro silencio. -Gracias de todos modos -agregó Holly.
-De nada. En fin... Cuídate, cariño.
-Lo haré.
Holly estaba a punto de colgar el auricular pero volvió a oír la voz de su madre.
-Ah, Holly, por poco me olvido. Ese sobre sigue aquí, ya sabes, ese que te comenté. Está en la mesa de la cocina. Lo digo por si quieres recogerlo. Lleva aquí semanas y puede que sea importante.
-Lo dudo mucho. Lo más probable es que sea otra tarjeta de pésame.
-No, me parece que no lo es, cariño. La carta va dirigida a ti y encima de tu nombre pone... Espera, no cuelgues, que voy a buscarla...
Holly oyó el golpe seco del auricular, el ruido de los tacones sobre las baldosas alejándose hacia la mesa, el chirrido de una silla arrastrada por el sue-lo, pasos cada vez más fuertes y por fin la voz de su madre al coger de nuevo el teléfono.
-¿Sigues ahí?
-Sí.
-Muy bien, en la parte superior pone «la lista». No sé muy bien qué significa, cariño. Valdría la pena que le echaras...
Holly dejó caer el teléfono.
[color=violet][ Gracias por leer, comenten si les gustó o no :)
Un Beso:* /color]
Nombre: Posdata: Te Amo
Autor: Cecilia Ahern
Adaptación: No
Género: Drama
Advertencias:
Otras páginas:
POSDATA:
TE AMO
CAPÍTULO 1
Holly hundió la nariz en el suéter azul de algodón y un olor familiar la golpeó de inmediato: un abrumador desconsuelo le cerró el estómago y le partió el corazón. Le subió un hormigueo por el cogote y un nudo en la garganta amenazó con asfixiarla. Le entró el pánico. Aparte del leve murmullo del frigorífico y de los ocasionales gemidos de las tuberías, en la casa reinaba el silencio. Estaba sola. Tuvo una arcada de bilis y corrió al cuarto de baño, donde cayó de rodillas ante el retrete.
Gerry se había ido y jamás regresaría. Ésa era la realidad. Nunca volvería a acariciar la suavidad de su pelo, a intercambiar en secreto una broma con él du-rante una cena con amigos, a lloriquearle al llegar a casa tras una dura jornada en el trabajo porque necesitaba algo tan simple como un abrazo; nunca volvería a compartir la cama con él, ni la despertarían cada mañana sus ataques de es-tornudos, ni reiría con él hasta dolerle la barriga, nunca volverían a discutir sobre a quién le tocaba levantarse para apagar la luz del dormitorio. Lo único que le quedaba eran un puñado de recuerdos y una imagen de su rostro, que día tras día iba haciéndose más vaga.
Su plan había sido muy sencillo: pasar juntos el resto de sus vidas. Un plan que todo su círculo consideró de lo más factible. Nadie dudaba de que fueran grandes amigos, amantes y almas gemelas destinadas a estar juntas. Pero dio la casualidad de que un día el destino cambió de parecer.
El final había llegado demasiado pronto. Después de quejarse de una migraña durante varios días, Gerry se avino a seguir el consejo de Holly y fue a ver a su médico. Lo hizo un miércoles, aprovechando la hora del almuerzo. El médi-co pensó que el dolor de cabeza se debía al estrés o al cansancio y aventuró que en el peor de los casos quizá necesitase usar gafas. A Gerry no le gustó na-da aquello.
Le molestaba la idea de tener que usar gafas. No debería haberse preocu-pado, pues resultó que su problema no residía en los ojos, sino en el tumor que estaba creciendo en su cerebro.
Holly tiró de la cadena del retrete y, temblando por lo frías que estaban las baldosas del suelo, se puso de pie. Gerry sólo tenía treinta años. Ni mucho menos había sido el hombre más sano de la Tierra, pero había gozado de suficiente salud para... bueno, para llevar una vida normal. Cuando ya estaba muy enfermo, bromeaba a propósito de haber vivido con demasiada prudencia. Debería haber tomado drogas, haber bebido y viajado más, tendría que haber saltado de aviones y depilarse las piernas en plena caída.
La lista seguía. Aunque él se riera de todo eso, Holly veía pesar y arrepen-timiento en sus ojos. Arrepentimiento por las cosas para las que nunca había sabido tener tiempo, los lugares que nunca había visitado, y pesar por la pérdi-da de experiencias futuras. ¿Acaso lamentaba la vida que había llevado con ella? Holly jamás dudó de que la amara, pero temía que tuviera la impresión de haber desperdiciado un tiempo precioso.
Hacerse mayor se convirtió en algo que Gerry deseaba desesperadamente lograr, dejando así de ser un hecho inevitable y temido. ¡Qué presuntuosos habían sido ambos al no considerar nunca que hacerse mayor constituyese un logro y un desafío! Los dos habían querido evitar envejecer a toda costa.
Holly vagaba de una habitación a otra mientras sorbía lagrimones salados. Tenía los ojos enrojecidos e irritados y la noche parecía no tener fin. Ningún lu-gar en la casa le proporcionaba el menor consuelo. Los muebles que contemplaba sólo le devolvían inhóspitos silencios. Anheló que el sofá tendiera los brazos hacia ella, pero tampoco éste se dio por aludido.
A Gerry no le hubiese gustado nada esto, pensó. Exhaló un hondo suspiro, se enjugó las lágrimas y procuró recobrar un poco de sentido común. No, a Ge-rry no le hubiese gustado en absoluto.
Igual que cada noche durante las últimas semanas, Holly se sumió en un profundo sueño poco antes del alba. Cada día despertaba incómodamente repantingada en un lugar distinto; hoy le tocó el turno al sofá. Una vez más, fue la llamada telefónica de un familiar o un amigo preocupado la que la despertó. Probablemente pensaran que no hacía más que dormir. ¿Por qué no la llamaban mientras vagaba con desgana por la casa como un zombi, registrando las habitaciones en busca de... de qué? ¿Qué esperaba encontrar?
-¿Diga? -contestó adormilada. Tenía la voz ronca de tanto llorar, pero ya hacía bastante tiempo que no se molestaba en disimular. Su mejor amigo se había ido para siempre y nadie parecía comprender que ninguna cantidad de maquillaje, de aire fresco o de compras iba a llenar el vacío de su corazón.
-Oh, perdona, cariño, ¿te he despertado? -preguntó la voz inquieta de su madre a través de la línea.
Siempre la misma conversación. Cada mañana su madre llamaba para ver si había sobrevivido a la noche en soledad. Siempre temerosa de despertarla no obstante, aliviada al oírla respirar; a salvo al constatar que su hija se había enfrentado a los fantasmas nocturnos.
-No, sólo estaba echando una cabezada, no te preocupes. Siempre la misma respuesta.
-Tu padre y Decían han salido y estaba pensando en ti, cielo.
¿Por qué aquella voz tranquilizadora y comprensiva conseguía siempre que se le saltaran las lágrimas? Imaginaba el rostro preocupado de su madre, el ceño fruncido, la frente arrugada por la inquietud. Pero eso no sosegaba a Holly. En realidad hacía que recordara por qué estaban preocupados y que no deberían estarlo. Todo tendría que ser normal. Gerry debería estar allí junto a ella, poniendo los ojos en blanco e intentando hacerla reír mientras su madre le daba a la sinhueso. Un sinfín de veces Holly había tenido que pasarle el telé-fono a Gerry, incapaz de contener el ataque de risa. Entonces él seguía la char-la, ignorando a Holly mientras ésta daba brincos alrededor de la cama, haciendo muecas y bailes estrafalarios para captar su atención, cosa que rara vez conseguía.
Siguió toda la conversación contestando casi con monosílabos, oyendo sin escuchar una sola palabra.
-Hace un día precioso, Holly. Te sentaría la mar de bien salir a dar un paseo. Respirar un poco de aire fresco.
-Sí... Supongo que sí. -Otra vez el aire fresco, la presunta solución a sus problemas.
-Igual paso por ahí más tarde y charlamos un rato.
-No, gracias, mamá. Estoy bien.
Silencio.
-Bueno, pues nada... Llámame si cambias de idea. Estoy libre todo el día.
-De acuerdo. Otro silencio. -Gracias de todos modos -agregó Holly.
-De nada. En fin... Cuídate, cariño.
-Lo haré.
Holly estaba a punto de colgar el auricular pero volvió a oír la voz de su madre.
-Ah, Holly, por poco me olvido. Ese sobre sigue aquí, ya sabes, ese que te comenté. Está en la mesa de la cocina. Lo digo por si quieres recogerlo. Lleva aquí semanas y puede que sea importante.
-Lo dudo mucho. Lo más probable es que sea otra tarjeta de pésame.
-No, me parece que no lo es, cariño. La carta va dirigida a ti y encima de tu nombre pone... Espera, no cuelgues, que voy a buscarla...
Holly oyó el golpe seco del auricular, el ruido de los tacones sobre las baldosas alejándose hacia la mesa, el chirrido de una silla arrastrada por el sue-lo, pasos cada vez más fuertes y por fin la voz de su madre al coger de nuevo el teléfono.
-¿Sigues ahí?
-Sí.
-Muy bien, en la parte superior pone «la lista». No sé muy bien qué significa, cariño. Valdría la pena que le echaras...
Holly dejó caer el teléfono.
[color=violet][ Gracias por leer, comenten si les gustó o no :)
Un Beso:* /color]
IlseJonasLovato
Re: "Posdata: Te Amo" {Original}
Primera y Nueva Lectora!
Ame el primer capitulo :3
Siguela cuando puedas hermosa!
Se ve muy interesante!
Ame el primer capitulo :3
Siguela cuando puedas hermosa!
Se ve muy interesante!
.Dreams.
Re: "Posdata: Te Amo" {Original}
Wow! No me había dado la vuelta por aqui, lo siento, aqui te dejo el siguiente cap, muchas gracias por leer y bienvenida!^^
CAPÍTULO 2
-¡Gerry, apaga la luz!
Holly reía tontamente mientras miraba a su marido desnudarse delante de ella. Éste bailaba por la habitación haciendo un striptease, desabrochándose len-tamente la camisa blanca de algodón con sus dedos de pianista. Arqueó la ceja izquierda hacia Holly y dejó que la camisa le resbalara por los hombros, la cogió al vuelo con la mano derecha y la hizo girar por encima de la cabeza. Holly rió otra vez.
-¿Que apague la luz? ¡Qué dices! ¿Y perderte todo esto?
Gerry sonrió con picardía mientras flexionaba los músculos. No era un hombre vanidoso aunque tenía mucho de lo que presumir, pensó Holly. Tenía el cuerpo fuerte y estaba en plena forma, las piernas largas y musculosas gracias a las horas que pasaba haciendo ejercicio en el gimnasio. Su metro ochenta y cin-co de estatura bastaba para que Holly se sintiera segura cuando él adoptaba una actitud protectora junto a su cuerpo de metro setenta y siete. No obstante, lo que más le gustaba era que al abrazarlo podía apoyar la cabeza justo debajo del mentón, de modo que notase el leve soplido de su aliento en el pelo haciéndole cosquillas.
El corazón le dio un brinco cuando se bajó los calzoncillos, los atrapó con la punta del pie y los lanzó hacia ella, aterrizando en su cabeza.
-Bueno, al menos aquí debajo está más oscuro. -Holly se echó a reír.
Siempre se las arreglaba para hacerla reír. Cuando llegaba a casa, cansa-da y enojada después del trabajo, él se mostraba comprensivo y escuchaba sus lamentos. Rara vez discutían, y cuando lo hacían era por estupideces que luego les hacían reír, como quién había dejado encendida la luz del porche todo el día o quién se había olvidado de conectar la alarma por la noche.
Gerry terminó su striptease y se zambulló en la cama. Se acurrucó a su lado, metiendo los pies congelados debajo de sus piernas para entrar en calor. -¡Aaay! ¡Gerry, tienes los pies como cubitos de hielo! -Holly sabía que aquella postura significaba que no tenía intención de moverse un centímetro-. Gerry...
-Holly.. -la imitó él.
-¿No te estás olvidando de algo?
-Creo que no -contestó Gerry con picardía.
-La luz.
-Ah, sí, la luz -dijo con voz soñolienta, y soltó un falso ronquido.
-¡Gerry!
-Anoche tuve que levantarme a apagarla, si no recuerdo mal -arguyó Ge-rry.
-Sí, ¡pero estabas de pie justo al lado del interruptor hace un segundo!
-Sí... hace un segundo -repitió él con voz soñolienta.
Holly suspiró. Detestaba tener que levantarse cuando ya estaba cómoda y calentita en la cama, pisar el suelo frío de madera y luego regresar a tientas y a ciegas por la habitación a oscuras. Chasqueó la lengua en señal de desaprobación.
-No puedo hacerlo siempre yo, ¿sabes, Hol? Quizás algún día yo no esté aquí y... ¿qué harás entonces?
-Pediré a mi nuevo marido que lo haga -contestó enfurruñada, tratando de apartar a patadas sus pies fríos.
-¡Ja
-O me acordaré de hacerlo yo misma antes de acostarme -añadió Holly.
Gerry soltó un bufido.
-Dudo mucho que así sea, amor mío. Tendré que dejarte un mensaje al lado del interruptor antes de irme para que no se te olvide.
-Muy amable de tu parte, aunque preferiría que te limitaras a dejarme tu dinero -replicó Holly.
-Y una nota en la caldera de la calefacción -prosiguió Gerry. -Ja, ja.
-Y en el cartón de la leche.
-Eres muy gracioso, Gerry.
-Ah, y también en las ventanas, para que no las abras y se dispare la alarma por las mañanas.
-Oye, si crees que sin ti seré tan incompetente, ¿por qué no me dejas en tu testamento una lista de las cosas que tengo que hacer?
-No es mala idea -dijo Gerry, y se echó a reír.
-Muy bien, entonces ya apago yo la maldita luz.
Holly se levantó de la cama a regañadientes, hizo una mueca al pisar el gélido suelo y apagó la luz. Tendió los brazos en la oscuridad y avanzó lenta-mente de regreso a la cama.
-¿Hola? Holly, ¿te has perdido? ¿Hay alguien ahí? ¿O ahí? ¿O ahí? -vociferó Gerry a la habitación a oscuras.
-Sí, estoy... ¡Ay! -gritó Holly al golpearse un dedo del pie contra la pata de la cama-. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Que te jodan, gilipollas! Gerry soltó una risa burlona debajo del edredón.
-Número dos de mi lista: cuidado con la pata de la cama...
-Oh, cállate, Gerry, y deja de ponerte morboso -le espetó Holly, tocándose el pie con la mano.
-¿Quieres que te lo cure con un beso? -preguntó Gerry.
-No, ya está bien -respondió Holly con impostada tristeza-. Bastará con que los meta aquí para calentarlos...
-¡Aaah! ¡Jesús, están helados! Holly rió de nuevo.
Así fue como surgió la broma de la lista. Era una idea simple y tonta que no tardaron en compartir con sus amigos más íntimos, Sharon y John McCart-hy. Era John quien había abordado a Holly en el pasillo del colegio cuando sólo tenían catorce años para farfullar la frase famosa: «Mi colega quiere saber si saldrías con él.» Tras días de incesante debate y reuniones de urgencia con sus amigas, Holly finalmente accedió. «Oh, venga, Holly-la había apremiado Sha-ron-, está como un tren, y al menos no tiene la cara llena de granos como John.»
Cuánto envidiaba Holly a Sharon ahora mismo. Sharon y John se casaron el mismo año que ella y Gerry. Con veintitrés años, Holly era la benjamina del grupo; el resto tenía veinticuatro. Alguien dijo que era demasiado joven y la sermoneó insistiendo en que, a su edad, debería ver mundo y disfrutar de la vida. En vez de eso, Gerry y Holly recorrieron juntos el mundo. Tenía mucho más sentido hacerlo así, ya que cuando no estaban... juntos, Holly sentía como si a su cuerpo le faltara un órgano vital.
El día de la boda distó mucho de ser el mejor de su vida. Como casi todas las niñas, había soñado con una boda de cuento de hadas, con un vestido de princesa y un hermoso día soleado en un lugar romántico, rodeada de sus seres queridos. Imaginaba que la recepción sería la mejor noche de su vida y se veía bailando con todos sus amigos, siendo la admiración de la concurrencia y sin-tiéndose alguien especial. La realidad fue bastante distinta.
Despertó en el hogar familiar a los gritos de «¡No encuentro la corbata!» (su padre) y «¡Tengo el pelo hecho un asco!» (su madre). Y el mejor de todos: «¡Parezco una vaca lechera!' ¡Cómo voy a asistir a esta puñetera boda con este aspecto! ¡Me moriría de vergüenza! ¡Mamá, mira cómo estoy! Holly ya puede ir buscándose otra dama de honor porque, lo que es yo, no pienso moverme de casa. ¡Jack, devuélveme el puto secador, que aún no he terminado!» (Esta inolvi-dable declaración salió de la boca de su hermana menor, Ciara, a quien cada dos por tres le daba un berrinche y se negaba a salir de la casa, alegando que no tenía nada que ponerse, pese a que su armario ropero estaba siempre ates-tado. En la actualidad vivía en algún lugar de Australia con unos desconocidos y la única comunicación que la familia mantenía con ella se reducía a un e-mail cada tantas semanas.) La familia de Holly pasó el resto de la mañana intentando convencer a Ciara de que era la mujer más guapa del mundo. Mientras tanto, Holly fue vistiéndose en silencio, sintiéndose peor que mal. Finalmente, Ciara aceptó salir de la casa cuando el padre de Holly, un hombre de talante tranquilo, gritó a pleno pulmón para gran asombro de todos:
-¡Ciara, hoy es el puñetero día de Holly, no el tuyo! ¡Y vas a ir a la boda y vas a pasarlo bien, y cuando Holly baje por esa escalera le dirás lo guapa que está, y no quiero oírte rechistar más en todo el día!
De modo que cuando Holly bajó todos exclamaron embelesados, mientras Ciara, que parecía una cría de diez años que acabara de recibir una azotaina, la miró con ojos empañados y labios temblorosos y dijo:
-Estás preciosa, Holly.
Los siete se hacinaron en la limusina: Holly, sus padres, sus tres hermanos y Ciara, todos guardando un aterrado silencio durante el trayecto hasta la igle-sia. Aquella jornada era ya un vago recuerdo. Apenas había tenido tiempo de hablar con Gerry, pues ambos eran reclamados sin tregua en direcciones distintas para saludar a la tía abuela Betty, surgida de no se sabía dónde, y a la que no había vuelto a ver desde su bautizo, y al tío abuelo Toby de América, a quien nadie había mencionado hasta la fecha, pero que de repente se había convertido en un miembro muy importante de la familia.
Desde luego, nadie la había prevenido de lo agotador que sería. Al final de la noche le dolían las mejillas de tanto sonreír para las fotografías y tenía los pies destrozados después de andar todo el día de aquí para allá calzada con unos ridículos zapatitos que no estaban hechos para caminar. Se moría de ganas de sentarse a la mesa grande que habían dispuesto para sus amigos, quienes habían estado partiéndose el pecho de risa durante toda la velada, pasándolo en grande. En fin, al menos alguien había disfrutado del acontecimiento, pensó entonces. Ahora bien, en cuanto puso un pie en la suite nupcial con Gerry, las preocupaciones del día se desvanecieron y todo quedó claro.
Las lágrimas corrían de nuevo por el rostro de Holly, que de pronto cayó en la cuenta de que había vuelto a soñar despierta. Seguía sentada inmóvil en el sofá con el auricular del teléfono aún en la mano. Últimamente perdía a menudo la noción del tiempo y no sabía qué hora ni qué día era. Parecía como si viviera fuera de su cuerpo, ajena a todo salvo al dolor de su corazón, de los huesos, de la cabeza. Estaba tan cansada... Las tripas le temblaron y se dio cuenta de que no recordaba cuándo había comido por última vez. ¿Había sido ayer?
Fue hasta la cocina arrastrando los pies, envuelta en el batín de Gerry y calzada con las zapatillas «Disco Diva» de color rosa, sus favoritas, las que Gerry le había regalado la Navidad anterior. Ella era su Disco Diva, solía decirle. Siem-pre la primera en lanzarse a la pista, siempre la última en salir del club. ¿Dónde estaba esa chica ahora? Abrió la nevera y contempló los estantes vacíos. Sólo verduras y un yogur que llevaba siglos caducado y apestaba. No había nada que comer. Agitó el cartón de leche con un amago de sonrisa. Vacío. Lo tercero en la lista...
En la Navidad de hacía dos años Holly había salido con Sharon a comprar un vestido para el baile anual al que solían asistir en el Hotel Burlington. Ir de compras con Sharon siempre entrañaba peligro, y John y Gerry habían bromea-do sobre cómo tendrían que volver a sufrir una Navidad sin regalos por culpa de las alocadas compras de las chicas. Y no se equivocaron de mucho. Pobres ma-ridos desatendidos, los llamaban siempre ellas.
Aquella Navidad Holly gastó una cantidad vergonzosa de dinero en Brown Thomas para adquirir el vestido blanco más bonito que había visto en la vida.
-Mierda, Sharon, esto dejará un agujero tremendo en mi bolsillo --dijo Holly con aire de culpabilidad, mordiéndose el labio y acariciando la suave tela con la yema de los dedos.
-Bah, no te preocupes, deja que Gerry lo remiende -repuso Sharon, y soltó una de sus típicas risas burlonas-. Y deja de llamarme «mierda, Sharon», por fa-vor. Cada vez que salimos de compras te diriges a mí así. Sé más cuidadosa o empezaré a ofenderme. Compra el fastidioso vestido, Holly. Al fin y al cabo, es-tamos en Navidad, es la época de los regalos y la generosidad.
-Por Dios, mira que eres mala, Sharon. No volveré a ir de compras contigo. Esto equivale a la mitad de mi paga mensual. ¿Qué voy a hacer el resto del mes?
-Vamos a ver, Holly. ¿Qué prefieres?, ¿comer o estar fabulosa? ¿Acaso era preciso pensarlo dos veces?
-Me lo quedo -dijo Holly con entusiasmo a la dependienta.
El vestido era muy escotado, por lo que mostraba perfectamente el pecho pequeño pero bien formado de Holly, y tenía un corte hasta el muslo que exhibía sus piernas esbeltas. Gerry no había podido quitarle el ojo de encima. Aunque no fue por lo guapa que estaba, sino porque no acertaba a comprender cómo diablos era posible que aquel pedazo de tela minúsculo pudiera ser tan caro. Una vez en el baile, la señorita Disco Diva se excedió en el consumo de bebidas alcohólicas y consiguió destrozar su vestido, derramando una copa de vino tinto en la parte delantera. Holly intentó sin éxito contener el llanto mien-tras los hombres de la mesa informaban a sus parejas, arrastrando las palabras, de que el número cincuenta y cuatro de la lista prohibía beber vino tinto si lle-vaban un vestido caro de color blanco. Entonces decidieron que la leche era la bebida preferida, puesto que no resultaría visible si se derramaba sobre un ves-tido caro de color blanco.
Poco después, cuando Gerry volcó su jarra de cerveza, haciendo que chorreara por el borde de la mesa hasta el regazo de Holly, ésta anunció llorosa pe-ro muy seria a la mesa (y a algunas de las mesas vecinas):
-Regla cincuenta y cinco de la lista: nunca jamás compres un vestido caro de color blanco.
Y así se acordó, y Sharon despertó de su coma en algún lugar de debajo de la mesa para aplaudir la idea y ofrecer apoyo moral. Hicieron un brindis (des-pués de que el desconcertado camarero les hubiese servido una bandeja llena de vasos de leche) por Holly y su sabia aportación a la lista.
-Siento lo de tu vestido caro de color blanco, Holly-había dicho John, hipando antes de caer del taxi y llevarse a Sharon a rastras hacia su casa.
¿Era posible que Gerry hubiese cumplido su palabra, escribiendo una lista para ella antes de morir? Holly había pasado a su lado cada minuto de cada día hasta que falleció, y ni él la mencionó nunca ni ella había visto indicios de que la hubiese escrito. «No, Holly, cálmate y no seas estúpida.» Deseaba tan ardiente-mente que volviera que estaba imaginando toda clase de locuras. Gerry no habría hecho algo semejante. ¿O sí?
Muchisimas gracias por leer! :3
CAPÍTULO 2
-¡Gerry, apaga la luz!
Holly reía tontamente mientras miraba a su marido desnudarse delante de ella. Éste bailaba por la habitación haciendo un striptease, desabrochándose len-tamente la camisa blanca de algodón con sus dedos de pianista. Arqueó la ceja izquierda hacia Holly y dejó que la camisa le resbalara por los hombros, la cogió al vuelo con la mano derecha y la hizo girar por encima de la cabeza. Holly rió otra vez.
-¿Que apague la luz? ¡Qué dices! ¿Y perderte todo esto?
Gerry sonrió con picardía mientras flexionaba los músculos. No era un hombre vanidoso aunque tenía mucho de lo que presumir, pensó Holly. Tenía el cuerpo fuerte y estaba en plena forma, las piernas largas y musculosas gracias a las horas que pasaba haciendo ejercicio en el gimnasio. Su metro ochenta y cin-co de estatura bastaba para que Holly se sintiera segura cuando él adoptaba una actitud protectora junto a su cuerpo de metro setenta y siete. No obstante, lo que más le gustaba era que al abrazarlo podía apoyar la cabeza justo debajo del mentón, de modo que notase el leve soplido de su aliento en el pelo haciéndole cosquillas.
El corazón le dio un brinco cuando se bajó los calzoncillos, los atrapó con la punta del pie y los lanzó hacia ella, aterrizando en su cabeza.
-Bueno, al menos aquí debajo está más oscuro. -Holly se echó a reír.
Siempre se las arreglaba para hacerla reír. Cuando llegaba a casa, cansa-da y enojada después del trabajo, él se mostraba comprensivo y escuchaba sus lamentos. Rara vez discutían, y cuando lo hacían era por estupideces que luego les hacían reír, como quién había dejado encendida la luz del porche todo el día o quién se había olvidado de conectar la alarma por la noche.
Gerry terminó su striptease y se zambulló en la cama. Se acurrucó a su lado, metiendo los pies congelados debajo de sus piernas para entrar en calor. -¡Aaay! ¡Gerry, tienes los pies como cubitos de hielo! -Holly sabía que aquella postura significaba que no tenía intención de moverse un centímetro-. Gerry...
-Holly.. -la imitó él.
-¿No te estás olvidando de algo?
-Creo que no -contestó Gerry con picardía.
-La luz.
-Ah, sí, la luz -dijo con voz soñolienta, y soltó un falso ronquido.
-¡Gerry!
-Anoche tuve que levantarme a apagarla, si no recuerdo mal -arguyó Ge-rry.
-Sí, ¡pero estabas de pie justo al lado del interruptor hace un segundo!
-Sí... hace un segundo -repitió él con voz soñolienta.
Holly suspiró. Detestaba tener que levantarse cuando ya estaba cómoda y calentita en la cama, pisar el suelo frío de madera y luego regresar a tientas y a ciegas por la habitación a oscuras. Chasqueó la lengua en señal de desaprobación.
-No puedo hacerlo siempre yo, ¿sabes, Hol? Quizás algún día yo no esté aquí y... ¿qué harás entonces?
-Pediré a mi nuevo marido que lo haga -contestó enfurruñada, tratando de apartar a patadas sus pies fríos.
-¡Ja
-O me acordaré de hacerlo yo misma antes de acostarme -añadió Holly.
Gerry soltó un bufido.
-Dudo mucho que así sea, amor mío. Tendré que dejarte un mensaje al lado del interruptor antes de irme para que no se te olvide.
-Muy amable de tu parte, aunque preferiría que te limitaras a dejarme tu dinero -replicó Holly.
-Y una nota en la caldera de la calefacción -prosiguió Gerry. -Ja, ja.
-Y en el cartón de la leche.
-Eres muy gracioso, Gerry.
-Ah, y también en las ventanas, para que no las abras y se dispare la alarma por las mañanas.
-Oye, si crees que sin ti seré tan incompetente, ¿por qué no me dejas en tu testamento una lista de las cosas que tengo que hacer?
-No es mala idea -dijo Gerry, y se echó a reír.
-Muy bien, entonces ya apago yo la maldita luz.
Holly se levantó de la cama a regañadientes, hizo una mueca al pisar el gélido suelo y apagó la luz. Tendió los brazos en la oscuridad y avanzó lenta-mente de regreso a la cama.
-¿Hola? Holly, ¿te has perdido? ¿Hay alguien ahí? ¿O ahí? ¿O ahí? -vociferó Gerry a la habitación a oscuras.
-Sí, estoy... ¡Ay! -gritó Holly al golpearse un dedo del pie contra la pata de la cama-. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Que te jodan, gilipollas! Gerry soltó una risa burlona debajo del edredón.
-Número dos de mi lista: cuidado con la pata de la cama...
-Oh, cállate, Gerry, y deja de ponerte morboso -le espetó Holly, tocándose el pie con la mano.
-¿Quieres que te lo cure con un beso? -preguntó Gerry.
-No, ya está bien -respondió Holly con impostada tristeza-. Bastará con que los meta aquí para calentarlos...
-¡Aaah! ¡Jesús, están helados! Holly rió de nuevo.
Así fue como surgió la broma de la lista. Era una idea simple y tonta que no tardaron en compartir con sus amigos más íntimos, Sharon y John McCart-hy. Era John quien había abordado a Holly en el pasillo del colegio cuando sólo tenían catorce años para farfullar la frase famosa: «Mi colega quiere saber si saldrías con él.» Tras días de incesante debate y reuniones de urgencia con sus amigas, Holly finalmente accedió. «Oh, venga, Holly-la había apremiado Sha-ron-, está como un tren, y al menos no tiene la cara llena de granos como John.»
Cuánto envidiaba Holly a Sharon ahora mismo. Sharon y John se casaron el mismo año que ella y Gerry. Con veintitrés años, Holly era la benjamina del grupo; el resto tenía veinticuatro. Alguien dijo que era demasiado joven y la sermoneó insistiendo en que, a su edad, debería ver mundo y disfrutar de la vida. En vez de eso, Gerry y Holly recorrieron juntos el mundo. Tenía mucho más sentido hacerlo así, ya que cuando no estaban... juntos, Holly sentía como si a su cuerpo le faltara un órgano vital.
El día de la boda distó mucho de ser el mejor de su vida. Como casi todas las niñas, había soñado con una boda de cuento de hadas, con un vestido de princesa y un hermoso día soleado en un lugar romántico, rodeada de sus seres queridos. Imaginaba que la recepción sería la mejor noche de su vida y se veía bailando con todos sus amigos, siendo la admiración de la concurrencia y sin-tiéndose alguien especial. La realidad fue bastante distinta.
Despertó en el hogar familiar a los gritos de «¡No encuentro la corbata!» (su padre) y «¡Tengo el pelo hecho un asco!» (su madre). Y el mejor de todos: «¡Parezco una vaca lechera!' ¡Cómo voy a asistir a esta puñetera boda con este aspecto! ¡Me moriría de vergüenza! ¡Mamá, mira cómo estoy! Holly ya puede ir buscándose otra dama de honor porque, lo que es yo, no pienso moverme de casa. ¡Jack, devuélveme el puto secador, que aún no he terminado!» (Esta inolvi-dable declaración salió de la boca de su hermana menor, Ciara, a quien cada dos por tres le daba un berrinche y se negaba a salir de la casa, alegando que no tenía nada que ponerse, pese a que su armario ropero estaba siempre ates-tado. En la actualidad vivía en algún lugar de Australia con unos desconocidos y la única comunicación que la familia mantenía con ella se reducía a un e-mail cada tantas semanas.) La familia de Holly pasó el resto de la mañana intentando convencer a Ciara de que era la mujer más guapa del mundo. Mientras tanto, Holly fue vistiéndose en silencio, sintiéndose peor que mal. Finalmente, Ciara aceptó salir de la casa cuando el padre de Holly, un hombre de talante tranquilo, gritó a pleno pulmón para gran asombro de todos:
-¡Ciara, hoy es el puñetero día de Holly, no el tuyo! ¡Y vas a ir a la boda y vas a pasarlo bien, y cuando Holly baje por esa escalera le dirás lo guapa que está, y no quiero oírte rechistar más en todo el día!
De modo que cuando Holly bajó todos exclamaron embelesados, mientras Ciara, que parecía una cría de diez años que acabara de recibir una azotaina, la miró con ojos empañados y labios temblorosos y dijo:
-Estás preciosa, Holly.
Los siete se hacinaron en la limusina: Holly, sus padres, sus tres hermanos y Ciara, todos guardando un aterrado silencio durante el trayecto hasta la igle-sia. Aquella jornada era ya un vago recuerdo. Apenas había tenido tiempo de hablar con Gerry, pues ambos eran reclamados sin tregua en direcciones distintas para saludar a la tía abuela Betty, surgida de no se sabía dónde, y a la que no había vuelto a ver desde su bautizo, y al tío abuelo Toby de América, a quien nadie había mencionado hasta la fecha, pero que de repente se había convertido en un miembro muy importante de la familia.
Desde luego, nadie la había prevenido de lo agotador que sería. Al final de la noche le dolían las mejillas de tanto sonreír para las fotografías y tenía los pies destrozados después de andar todo el día de aquí para allá calzada con unos ridículos zapatitos que no estaban hechos para caminar. Se moría de ganas de sentarse a la mesa grande que habían dispuesto para sus amigos, quienes habían estado partiéndose el pecho de risa durante toda la velada, pasándolo en grande. En fin, al menos alguien había disfrutado del acontecimiento, pensó entonces. Ahora bien, en cuanto puso un pie en la suite nupcial con Gerry, las preocupaciones del día se desvanecieron y todo quedó claro.
Las lágrimas corrían de nuevo por el rostro de Holly, que de pronto cayó en la cuenta de que había vuelto a soñar despierta. Seguía sentada inmóvil en el sofá con el auricular del teléfono aún en la mano. Últimamente perdía a menudo la noción del tiempo y no sabía qué hora ni qué día era. Parecía como si viviera fuera de su cuerpo, ajena a todo salvo al dolor de su corazón, de los huesos, de la cabeza. Estaba tan cansada... Las tripas le temblaron y se dio cuenta de que no recordaba cuándo había comido por última vez. ¿Había sido ayer?
Fue hasta la cocina arrastrando los pies, envuelta en el batín de Gerry y calzada con las zapatillas «Disco Diva» de color rosa, sus favoritas, las que Gerry le había regalado la Navidad anterior. Ella era su Disco Diva, solía decirle. Siem-pre la primera en lanzarse a la pista, siempre la última en salir del club. ¿Dónde estaba esa chica ahora? Abrió la nevera y contempló los estantes vacíos. Sólo verduras y un yogur que llevaba siglos caducado y apestaba. No había nada que comer. Agitó el cartón de leche con un amago de sonrisa. Vacío. Lo tercero en la lista...
En la Navidad de hacía dos años Holly había salido con Sharon a comprar un vestido para el baile anual al que solían asistir en el Hotel Burlington. Ir de compras con Sharon siempre entrañaba peligro, y John y Gerry habían bromea-do sobre cómo tendrían que volver a sufrir una Navidad sin regalos por culpa de las alocadas compras de las chicas. Y no se equivocaron de mucho. Pobres ma-ridos desatendidos, los llamaban siempre ellas.
Aquella Navidad Holly gastó una cantidad vergonzosa de dinero en Brown Thomas para adquirir el vestido blanco más bonito que había visto en la vida.
-Mierda, Sharon, esto dejará un agujero tremendo en mi bolsillo --dijo Holly con aire de culpabilidad, mordiéndose el labio y acariciando la suave tela con la yema de los dedos.
-Bah, no te preocupes, deja que Gerry lo remiende -repuso Sharon, y soltó una de sus típicas risas burlonas-. Y deja de llamarme «mierda, Sharon», por fa-vor. Cada vez que salimos de compras te diriges a mí así. Sé más cuidadosa o empezaré a ofenderme. Compra el fastidioso vestido, Holly. Al fin y al cabo, es-tamos en Navidad, es la época de los regalos y la generosidad.
-Por Dios, mira que eres mala, Sharon. No volveré a ir de compras contigo. Esto equivale a la mitad de mi paga mensual. ¿Qué voy a hacer el resto del mes?
-Vamos a ver, Holly. ¿Qué prefieres?, ¿comer o estar fabulosa? ¿Acaso era preciso pensarlo dos veces?
-Me lo quedo -dijo Holly con entusiasmo a la dependienta.
El vestido era muy escotado, por lo que mostraba perfectamente el pecho pequeño pero bien formado de Holly, y tenía un corte hasta el muslo que exhibía sus piernas esbeltas. Gerry no había podido quitarle el ojo de encima. Aunque no fue por lo guapa que estaba, sino porque no acertaba a comprender cómo diablos era posible que aquel pedazo de tela minúsculo pudiera ser tan caro. Una vez en el baile, la señorita Disco Diva se excedió en el consumo de bebidas alcohólicas y consiguió destrozar su vestido, derramando una copa de vino tinto en la parte delantera. Holly intentó sin éxito contener el llanto mien-tras los hombres de la mesa informaban a sus parejas, arrastrando las palabras, de que el número cincuenta y cuatro de la lista prohibía beber vino tinto si lle-vaban un vestido caro de color blanco. Entonces decidieron que la leche era la bebida preferida, puesto que no resultaría visible si se derramaba sobre un ves-tido caro de color blanco.
Poco después, cuando Gerry volcó su jarra de cerveza, haciendo que chorreara por el borde de la mesa hasta el regazo de Holly, ésta anunció llorosa pe-ro muy seria a la mesa (y a algunas de las mesas vecinas):
-Regla cincuenta y cinco de la lista: nunca jamás compres un vestido caro de color blanco.
Y así se acordó, y Sharon despertó de su coma en algún lugar de debajo de la mesa para aplaudir la idea y ofrecer apoyo moral. Hicieron un brindis (des-pués de que el desconcertado camarero les hubiese servido una bandeja llena de vasos de leche) por Holly y su sabia aportación a la lista.
-Siento lo de tu vestido caro de color blanco, Holly-había dicho John, hipando antes de caer del taxi y llevarse a Sharon a rastras hacia su casa.
¿Era posible que Gerry hubiese cumplido su palabra, escribiendo una lista para ella antes de morir? Holly había pasado a su lado cada minuto de cada día hasta que falleció, y ni él la mencionó nunca ni ella había visto indicios de que la hubiese escrito. «No, Holly, cálmate y no seas estúpida.» Deseaba tan ardiente-mente que volviera que estaba imaginando toda clase de locuras. Gerry no habría hecho algo semejante. ¿O sí?
Muchisimas gracias por leer! :3
IlseJonasLovato
Re: "Posdata: Te Amo" {Original}
Segunda y Nueva lectora
¡Yo busque y rebusque el libro pero nunca lo encontré!
Y ahora tu lo publicas ¡Te amo! asdfghjkl Esta película me mato del llanto, es simplemente hermosa.
Síguela cuando puedas.
—Bee
¡Yo busque y rebusque el libro pero nunca lo encontré!
Y ahora tu lo publicas ¡Te amo! asdfghjkl Esta película me mato del llanto, es simplemente hermosa.
Síguela cuando puedas.
—Bee
nicte
Re: "Posdata: Te Amo" {Original}
Asdfghjklñ, otra lectora*-* Que bueno que encontraste está nota entonces :D Me alegro^^ Gracias por leer y comentar, aqui te dejo el siguiente capítulo(:
CAPÍTULO 3
Holly caminaba por un prado cuajado de lirios tigrados. Soplaba una amable brisa que hacía que los pétalos sedosos le hicieran cosquillas en la punta de los dedos mientras avanzaba entre los altos tallos de intenso y brillante verde. No-taba el terreno blando y mullido bajo sus pies descalzos y sentía el cuerpo tan liviano que casi le parecía estar flotando justo por encima de la superficie de tie-rra esponjosa. Alrededor los pájaros entonaban melodías alegres mientras aten-dían sus quehaceres. El sol brillaba con tal intensidad en el cielo despejado que tenía que protegerse los ojos, y con cada ráfaga de viento que le acariciaba el rostro el dulce aroma de los lirios le llenaba la nariz. Era tan... feliz, tan libre. Una sensación que le resultaba del todo ajena últimamente.
De pronto el cielo oscureció cuando el sol caribeño se escondió tras una enorme nube gris. La brisa arreció y enfrió el aire. Los pétalos de los lirios tigrados corrían alocadamente llevados por el viento, dificultando la visibilidad. El suelo mullido se convirtió en un lecho de afilados guijarros que le arañaban los pies a cada paso. Los pájaros habían dejado de cantar y estaban posados en las ramas mirándolo todo. Algo iba mal y tuvo miedo. Delante de ella, a cierta dis-tancia, una piedra gris se erguía visible en medio de la hierba alta. Quería correr de regreso al hermoso lecho de flores, pero necesitaba averiguar qué había allí delante.
Cuando estuvo más cerca oyó unos golpes: ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Apretó el paso y acabó corriendo sobre los guijarros, entre la hierba de afilados tallos que le arañaban brazos y piernas. Cayó de rodillas delante de la losa gris y soltó un alarido de dolor al descubrir lo que era: la tumba de Gerry. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Estaba intentando salir! ¡Estaba llamándola, oía su voz!
Holly despertó del sueño y oyó que alguien aporreaba su puerta. -¡Holly! ¡Holly! ¡Sé que estás ahí! ¡Déjame entrar, por favor!
Confusa y medio dormida, fue a abrir la puerta y encontró a Sharon en un estado frenético.
-¡Por Dios! ¿Qué estabas haciendo? ¡Llevo siglos llamando a la puerta! Holly echó un vistazo al exterior, aún adormilada. Brillaba el sol y hacía un poco de frío, debía de ser por la mañana, muy pronto.
-Bueno, ¿no vas a dejarme entrar?
-Sí, claro, Sharon. Perdona. Me había quedado dormida en el sofá.
-¡Jesús! Tienes un aspecto horrible, Hol.
Sharon escrutó su semblante antes de darle un fuerte abrazo.
-Vaya, gracias -dijo Holly, que puso los ojos en blanco y se volvió para ce-rrar la puerta.
Sharon no era de las que se andaban con rodeos, pero por eso la quería tanto, por su sinceridad. Aunque ése era también el motivo por el que no había ido a verla desde hacía más de un mes. No quería oír la verdad. No quería que le dijeran que tenía que seguir adelante con su vida; sólo quería... En realidad no sabía lo que quería. Era feliz sintiéndose desdichada. Le parecía lo más apropia-do. -Dios, aquí falta el aire. ¿Cuánto hace que no abres una ventana? Sharon re-corrió resueltamente la casa, abriendo ventanas y recogiendo tazas y platos va-cíos. Los llevó a la cocina, los metió en el fregadero y se dispuso a lavarlos.
-Oh, no tienes por qué hacerlo, Sharon -protestó Holly débilmente-Ya lo haré yo...
-¿Cuándo? ¿El año que viene? No quiero que vivas miserablemente mien-tras el resto de nosotros finge no darse cuenta. ¿Por qué no vas arriba y te das una buena ducha? Cuando bajes, tomaremos una taza de té.
Una ducha. ¿Cuándo se había siquiera lavado la cara por última vez? Sharon tenía razón, debía de presentar un aspecto lamentable con el pelo grasiento, las raíces oscuras y el quimono sucio. El quimono de Gerry. Aunque eso era algo que no tenía la menor intención de lavar. Quería conservarlo exactamente tal como él lo había dejado. Por desgracia, su olor estaba empezando a disiparse, dando paso al inconfundible hedor de su propia piel.
-De acuerdo, pero no hay leche -le advirtió Holly-. No he ido a... De pron-to se sintió avergonzada ante lo mucho que había descuidado la casa y a sí misma.
De ningún modo iba a permitir que su amiga mirara dentro de la ne-vera o, de lo contrario, ésta la pondría en un serio aprieto.
-¡Tachín'. -entonó Sharon, alzando una bolsa que Holly no había visto al recibirla-. No te preocupes, ya me he encargado de eso. Al parecer, llevas semanas sin comer.
-Gracias. Sharon. -Se le hizo un nudo en la garganta y las lágrimas le asomaron a los ojos. Su amiga se estaba portando demasiado bien con ella. -¡No lo hagas! ¡Hoy nada de lágrimas! Sólo buen rollo, risas y felicidad, querida amiga. Y ahora, a la ducha. ¡Deprisa!
Holly se sentía casi un ser humano cuando volvió a bajar. Se había puesto un chándal azul y llevaba su larga melena rubia (marrón en las raí-ces) suelta sobre los hombros. Todas las ventanas de abajo estaban abier-tas de par en par y la brisa fresca le despejó la mente. Fue como despren-derse de sus malos pensamientos y temores. Rió al contemplar la posibili-dad de que, a fin de cuentas, su madre tuviera razón. Cuando por fin salió del trance, Holly se quedó atónita al ver cómo estaba la casa. No podía haber pasado más de media hora, pero Sharon había ordenado y limpiado, había pasado la aspiradora y ahuecado los cojines, los suelos estaban fre-gados y todas las habitaciones olían a ambientador. Oyó ruidos en la coci-na, donde encontró a Sharon sacando brillo a los quemadores. Los mostra-dores estaban relucientes, los grifos plateados y el escurridero del fregade-ro resplandecían.
-¡Sharon, eres un ángel! ¡Es increíble que hayas hecho todo esto! ¡Y en tan poco rato'.
-Pero si has estado arriba más de una hora. Estaba empezando a pen-sar que te habías colado por el desagüe. Lo cual no sería de extrañar, te-niendo en cuenta lo flaca que estás. -Miró a Holly de arriba abajo.
¿Una hora? Una vez más las ensoñaciones de Holly se habían apode-rado de su mente.
-En fin, he comprado un poco de fruta y verdura, hay queso y yogures y también leche, por descontado. No sé dónde guardas la pasta y la comida envasada, de modo que las he dejado ahí encima. Ah, y he metido unos cuantos platos precocinados en el congelador. No tienes más que calentar-los en el microondas. Con todo esto puedes apañártelas una temporadita, aunque a juzgar por tu aspecto te durará al menos un año. ¿Cuánto peso has perdido?
Holly se miró el cuerpo. El chándal le hacía bolsas en el trasero y, aunque se había anudado el cordón de la cintura al máximo, le caía hasta las cade-ras.
Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que había adelga-zado. La voz de Sharon la hizo regresar de nuevo a la realidad.
-Hay unas cuantas galletas que puedes tomar con el té. Jammy Dodgers, tus favoritas.
Aquello fue demasiado para Holly. Las Jammy Dodgers fueron la gota que colmó el vaso. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.
-Oh, Sharon -susurró-, muchas gracias. Has sido muy buena conmigo mientras que yo me he portado como la peor de las amigas. -Se sentó a la mesa y cogió la mano de Sharon-. No sé qué haría sin ti.
Sharon se sentó frente a ella en silencio, dejándola continuar. Eso era lo que más había horrorizado a Holly, venirse abajo delante de la gente en cualquier momento. Pero no se sentía avergonzada. Sharon se limitaba a beber sorbos de té v sostenerle la mano como si fuese lo más normal. Finalmente las lá-grimas dejaron de brotar.
-Gracias.
-Soy tu mejor amiga, Hol. Si no te ayudo yo, ¿quién va a hacerlo? -dijo Sharon, estrechándole la mano y esbozando una sonrisa alentadora.
-Supongo que debería valerme por mí misma -aventuró Holly.
-¡Bah! -espetó Sharon, restándole importancia con un ademán-. Lo harás cuando estés preparada. No hagas caso a la gente que te diga que deberías vol-ver a la normalidad en un par de meses. Además, llorar la pérdida que has sufri-do forma parte del proceso de recuperación.
Siempre decía lo más apropiado en cada momento.
-Sí, bueno, pero, sea como fuere, llevo mucho tiempo haciéndolo. Ya he llorado todo lo que tenía que llorar ---dijo Holly.
-¡Eso es imposible! -replicó Sharon, con una mueca de disgusto-. Sólo hace dos meses que enterraste a tu marido.
-¡Oh, basta! La gente no parará de decirme cosas por el estilo, ¿verdad? -Probablemente, pero que les jodan. Hay peores pecados en el mundo que aprender a ser feliz de nuevo.
-Supongo que tienes razón -concedió Holly. -Prométeme que comerás-ordenó Sharon. -Lo prometo.
-Gracias por venir a verme, Sharon. De verdad que he disfrutado con la charla -dijo Holly, abrazando agradecida a su amiga, que había pedido el día li-bre en el trabajo para hacerle compañía-. Ya me siento mucho mejor.
-Como ves, te conviene estar con gente, Hol. Los amigos y la familia podemos ayudarte. Bueno, en realidad, pensándolo dos veces, quizá tu familia no pueda-bromeó Sharon-, pero al menos el resto de nosotros sí.
-Sí, lo sé, ahora me doy cuenta. Es sólo que creía que sabría manejar la situación por mí misma, y está claro que no es así.
-Prométeme que irás a verme. O al menos que saldrás de casa de vez en cuando.
-Prometido. -Holly puso los ojos en blanco-. Estás empezando a parecerte a mi madre.
-Bueno, todos estamos pendientes de ti. En fin, hasta pronto -dijo Sha-ron, y le dio un beso en la mejilla-. iY come! -insistió pinchándole las costillas.
Holly se despidió de Sharon con la mano cuando el coche arrancó. Era casi de noche. Habían pasado el día riendo y bromeando sobre los viejos tiempos, luego llorando, para más tarde volver a reír y al cabo llorar otra vez. La vi-sita de Sharon también le sirvió para ver las cosas de forma más objetiva. Holly ni siquiera había reparado que Sharon y John habían perdido a su mejor ami-go, que sus padres habían perdido a su yerno y los de Gerry a su único hijo. Había estado demasiado ocupada pensando en sí misma. No obstante, le había sentado muy bien volver a sentirse entre los vivos en lugar de andar ali-caída entre los fantasmas de su pasado. Mañana sería un nuevo día, estaba dispuesta a iniciarlo yendo a recoger el sobre que le guardaba su madre.
CAPÍTULO 3
Holly caminaba por un prado cuajado de lirios tigrados. Soplaba una amable brisa que hacía que los pétalos sedosos le hicieran cosquillas en la punta de los dedos mientras avanzaba entre los altos tallos de intenso y brillante verde. No-taba el terreno blando y mullido bajo sus pies descalzos y sentía el cuerpo tan liviano que casi le parecía estar flotando justo por encima de la superficie de tie-rra esponjosa. Alrededor los pájaros entonaban melodías alegres mientras aten-dían sus quehaceres. El sol brillaba con tal intensidad en el cielo despejado que tenía que protegerse los ojos, y con cada ráfaga de viento que le acariciaba el rostro el dulce aroma de los lirios le llenaba la nariz. Era tan... feliz, tan libre. Una sensación que le resultaba del todo ajena últimamente.
De pronto el cielo oscureció cuando el sol caribeño se escondió tras una enorme nube gris. La brisa arreció y enfrió el aire. Los pétalos de los lirios tigrados corrían alocadamente llevados por el viento, dificultando la visibilidad. El suelo mullido se convirtió en un lecho de afilados guijarros que le arañaban los pies a cada paso. Los pájaros habían dejado de cantar y estaban posados en las ramas mirándolo todo. Algo iba mal y tuvo miedo. Delante de ella, a cierta dis-tancia, una piedra gris se erguía visible en medio de la hierba alta. Quería correr de regreso al hermoso lecho de flores, pero necesitaba averiguar qué había allí delante.
Cuando estuvo más cerca oyó unos golpes: ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Apretó el paso y acabó corriendo sobre los guijarros, entre la hierba de afilados tallos que le arañaban brazos y piernas. Cayó de rodillas delante de la losa gris y soltó un alarido de dolor al descubrir lo que era: la tumba de Gerry. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Estaba intentando salir! ¡Estaba llamándola, oía su voz!
Holly despertó del sueño y oyó que alguien aporreaba su puerta. -¡Holly! ¡Holly! ¡Sé que estás ahí! ¡Déjame entrar, por favor!
Confusa y medio dormida, fue a abrir la puerta y encontró a Sharon en un estado frenético.
-¡Por Dios! ¿Qué estabas haciendo? ¡Llevo siglos llamando a la puerta! Holly echó un vistazo al exterior, aún adormilada. Brillaba el sol y hacía un poco de frío, debía de ser por la mañana, muy pronto.
-Bueno, ¿no vas a dejarme entrar?
-Sí, claro, Sharon. Perdona. Me había quedado dormida en el sofá.
-¡Jesús! Tienes un aspecto horrible, Hol.
Sharon escrutó su semblante antes de darle un fuerte abrazo.
-Vaya, gracias -dijo Holly, que puso los ojos en blanco y se volvió para ce-rrar la puerta.
Sharon no era de las que se andaban con rodeos, pero por eso la quería tanto, por su sinceridad. Aunque ése era también el motivo por el que no había ido a verla desde hacía más de un mes. No quería oír la verdad. No quería que le dijeran que tenía que seguir adelante con su vida; sólo quería... En realidad no sabía lo que quería. Era feliz sintiéndose desdichada. Le parecía lo más apropia-do. -Dios, aquí falta el aire. ¿Cuánto hace que no abres una ventana? Sharon re-corrió resueltamente la casa, abriendo ventanas y recogiendo tazas y platos va-cíos. Los llevó a la cocina, los metió en el fregadero y se dispuso a lavarlos.
-Oh, no tienes por qué hacerlo, Sharon -protestó Holly débilmente-Ya lo haré yo...
-¿Cuándo? ¿El año que viene? No quiero que vivas miserablemente mien-tras el resto de nosotros finge no darse cuenta. ¿Por qué no vas arriba y te das una buena ducha? Cuando bajes, tomaremos una taza de té.
Una ducha. ¿Cuándo se había siquiera lavado la cara por última vez? Sharon tenía razón, debía de presentar un aspecto lamentable con el pelo grasiento, las raíces oscuras y el quimono sucio. El quimono de Gerry. Aunque eso era algo que no tenía la menor intención de lavar. Quería conservarlo exactamente tal como él lo había dejado. Por desgracia, su olor estaba empezando a disiparse, dando paso al inconfundible hedor de su propia piel.
-De acuerdo, pero no hay leche -le advirtió Holly-. No he ido a... De pron-to se sintió avergonzada ante lo mucho que había descuidado la casa y a sí misma.
De ningún modo iba a permitir que su amiga mirara dentro de la ne-vera o, de lo contrario, ésta la pondría en un serio aprieto.
-¡Tachín'. -entonó Sharon, alzando una bolsa que Holly no había visto al recibirla-. No te preocupes, ya me he encargado de eso. Al parecer, llevas semanas sin comer.
-Gracias. Sharon. -Se le hizo un nudo en la garganta y las lágrimas le asomaron a los ojos. Su amiga se estaba portando demasiado bien con ella. -¡No lo hagas! ¡Hoy nada de lágrimas! Sólo buen rollo, risas y felicidad, querida amiga. Y ahora, a la ducha. ¡Deprisa!
Holly se sentía casi un ser humano cuando volvió a bajar. Se había puesto un chándal azul y llevaba su larga melena rubia (marrón en las raí-ces) suelta sobre los hombros. Todas las ventanas de abajo estaban abier-tas de par en par y la brisa fresca le despejó la mente. Fue como despren-derse de sus malos pensamientos y temores. Rió al contemplar la posibili-dad de que, a fin de cuentas, su madre tuviera razón. Cuando por fin salió del trance, Holly se quedó atónita al ver cómo estaba la casa. No podía haber pasado más de media hora, pero Sharon había ordenado y limpiado, había pasado la aspiradora y ahuecado los cojines, los suelos estaban fre-gados y todas las habitaciones olían a ambientador. Oyó ruidos en la coci-na, donde encontró a Sharon sacando brillo a los quemadores. Los mostra-dores estaban relucientes, los grifos plateados y el escurridero del fregade-ro resplandecían.
-¡Sharon, eres un ángel! ¡Es increíble que hayas hecho todo esto! ¡Y en tan poco rato'.
-Pero si has estado arriba más de una hora. Estaba empezando a pen-sar que te habías colado por el desagüe. Lo cual no sería de extrañar, te-niendo en cuenta lo flaca que estás. -Miró a Holly de arriba abajo.
¿Una hora? Una vez más las ensoñaciones de Holly se habían apode-rado de su mente.
-En fin, he comprado un poco de fruta y verdura, hay queso y yogures y también leche, por descontado. No sé dónde guardas la pasta y la comida envasada, de modo que las he dejado ahí encima. Ah, y he metido unos cuantos platos precocinados en el congelador. No tienes más que calentar-los en el microondas. Con todo esto puedes apañártelas una temporadita, aunque a juzgar por tu aspecto te durará al menos un año. ¿Cuánto peso has perdido?
Holly se miró el cuerpo. El chándal le hacía bolsas en el trasero y, aunque se había anudado el cordón de la cintura al máximo, le caía hasta las cade-ras.
Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que había adelga-zado. La voz de Sharon la hizo regresar de nuevo a la realidad.
-Hay unas cuantas galletas que puedes tomar con el té. Jammy Dodgers, tus favoritas.
Aquello fue demasiado para Holly. Las Jammy Dodgers fueron la gota que colmó el vaso. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.
-Oh, Sharon -susurró-, muchas gracias. Has sido muy buena conmigo mientras que yo me he portado como la peor de las amigas. -Se sentó a la mesa y cogió la mano de Sharon-. No sé qué haría sin ti.
Sharon se sentó frente a ella en silencio, dejándola continuar. Eso era lo que más había horrorizado a Holly, venirse abajo delante de la gente en cualquier momento. Pero no se sentía avergonzada. Sharon se limitaba a beber sorbos de té v sostenerle la mano como si fuese lo más normal. Finalmente las lá-grimas dejaron de brotar.
-Gracias.
-Soy tu mejor amiga, Hol. Si no te ayudo yo, ¿quién va a hacerlo? -dijo Sharon, estrechándole la mano y esbozando una sonrisa alentadora.
-Supongo que debería valerme por mí misma -aventuró Holly.
-¡Bah! -espetó Sharon, restándole importancia con un ademán-. Lo harás cuando estés preparada. No hagas caso a la gente que te diga que deberías vol-ver a la normalidad en un par de meses. Además, llorar la pérdida que has sufri-do forma parte del proceso de recuperación.
Siempre decía lo más apropiado en cada momento.
-Sí, bueno, pero, sea como fuere, llevo mucho tiempo haciéndolo. Ya he llorado todo lo que tenía que llorar ---dijo Holly.
-¡Eso es imposible! -replicó Sharon, con una mueca de disgusto-. Sólo hace dos meses que enterraste a tu marido.
-¡Oh, basta! La gente no parará de decirme cosas por el estilo, ¿verdad? -Probablemente, pero que les jodan. Hay peores pecados en el mundo que aprender a ser feliz de nuevo.
-Supongo que tienes razón -concedió Holly. -Prométeme que comerás-ordenó Sharon. -Lo prometo.
-Gracias por venir a verme, Sharon. De verdad que he disfrutado con la charla -dijo Holly, abrazando agradecida a su amiga, que había pedido el día li-bre en el trabajo para hacerle compañía-. Ya me siento mucho mejor.
-Como ves, te conviene estar con gente, Hol. Los amigos y la familia podemos ayudarte. Bueno, en realidad, pensándolo dos veces, quizá tu familia no pueda-bromeó Sharon-, pero al menos el resto de nosotros sí.
-Sí, lo sé, ahora me doy cuenta. Es sólo que creía que sabría manejar la situación por mí misma, y está claro que no es así.
-Prométeme que irás a verme. O al menos que saldrás de casa de vez en cuando.
-Prometido. -Holly puso los ojos en blanco-. Estás empezando a parecerte a mi madre.
-Bueno, todos estamos pendientes de ti. En fin, hasta pronto -dijo Sha-ron, y le dio un beso en la mejilla-. iY come! -insistió pinchándole las costillas.
Holly se despidió de Sharon con la mano cuando el coche arrancó. Era casi de noche. Habían pasado el día riendo y bromeando sobre los viejos tiempos, luego llorando, para más tarde volver a reír y al cabo llorar otra vez. La vi-sita de Sharon también le sirvió para ver las cosas de forma más objetiva. Holly ni siquiera había reparado que Sharon y John habían perdido a su mejor ami-go, que sus padres habían perdido a su yerno y los de Gerry a su único hijo. Había estado demasiado ocupada pensando en sí misma. No obstante, le había sentado muy bien volver a sentirse entre los vivos en lugar de andar ali-caída entre los fantasmas de su pasado. Mañana sería un nuevo día, estaba dispuesta a iniciarlo yendo a recoger el sobre que le guardaba su madre.
IlseJonasLovato
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