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Mensaje por lachicamisteriosa Vie 22 Mar 2013, 12:16 pm

Prologo

El principio. Siempre se ha de comenzar por ahí. Debe haber uno. Todas las
historias lo tienen. Un principio, unos acontecimientos y un final, que puede ser
idílico o no.
Un buen principio no tiene por qué empezar, aunque su propia palabra lo
describa, desde el inicio de una vida. Puede nacer en un acontecimiento
realmente importante. Así fue como se originó este relato: con un inmenso
accidente que estuvo a punto de acabar con mi vida, aunque para mi
desgracia, no todos corrieron con mi misma suerte.
Entonces, ahí va… Mi principio.
Recuperé la consciencia por unos instantes y, ensordecí, debido al ruido
causado por las hélices y los motores de varios helicópteros. Las luces,
multicolores, de los coches de policía y de las ambulancias, no cesaban de
deslumbrarme, y mis ojos, cubiertos de polvo, lagrimeaban.
En aquel momento no recordaba qué había sucedido. Lo último que
permanecía en mi mente era una tarde de tormenta, un fogonazo, y muchos
gritos de pánico.
Me hallaba casi sepultada por completo, entre escombros, metal y trozos de
cristal, que me imposibilitaban moverme y casi respirar. Todo había sido tan
repentino… Unas horas antes estaba sentada en la terraza de un café,
mientras merendaba con unas amigas.
En esos momentos todo lo que me rodeaba era dolor y caos. Mis ojos
volvieron a cerrarse y no los abrí hasta varios días después.
Desperté la mañana de un martes en una habitación de hospital. No sentía niuno sólo de los músculos de mi cuerpo. Estaba completamente paralizada.
Miré de soslayo, de izquierda a derecha, ansiando ver algún rostro conocido,
pero no lo encontré. Intenté moverme pero no pude. Quise hablar, pero
tampoco lo conseguí. Me sentía destrozada, no sólo en el aspecto físico,
también en el emocional. Permanecía en un lugar plagado de enfermos y
personal médico, pero no podía pedir ayuda.
Descansaba en una solitaria habitación, sumida en penumbra y alejada del
mundanal ruido, a excepción de un transistor en el que se escuchaba música
clásica. Me rodeaban un sinfín de máquinas y tenía cables pegados a mi piel,
los cuales medían cada uno de mis latidos, pulso, y cualquier intento de
movimiento. Eso hizo que mi angustia se acrecentase. Quería chillar, salir
corriendo de allí; que alguien me diese una explicación de lo que había
ocurrido, pero todo aquello era, sencillamente, imposible.
Pasaron varias horas desde que abrí mis ojos y nadie vino a visitarme.
Rondaban las tres de la tarde, según dictaba el reloj que había frente a mi
cama. En aquella soledad, las lágrimas no cesaban de resbalar por mis
mejillas y fui tomando conciencia de mi realidad. Miré el viejo transistor que
había junto a mí y me sorprendí que no hubiese callado en ningún momento.
Me pareció fuera de lugar. La habitación se veía nueva, con material de última
generación, e incluso había un televisor con pantalla plana. Todo demasiado
lujoso para un hospital cualquiera. Me pregunté quién habría puesto allí aquel
cacharro viejo y despintado. El color plateado se había desgastado, por el
paso del tiempo, y dejaba ver el tono amarillento del plástico que cubría todo el
mecanismo.
Mientras estaba sumida en mis pensamientos, escuché ruido y al mirar a mi
derecha me asusté. Había un médico junto a mí. Tomaba mi mano, intentando
medir el pulso de mi muñeca. No le había escuchado llegar, y mucho menos
había sentido cómo tomaba una de mis extremidades. Estaba completamente
indefensa.
- Lo siento, ¿te he asustado? - Me preguntó, con preocupación.
Afirmé con los ojos, cerrándolos y abriéndolos una sola vez.
- Has tenido mucha suerte. – Prosiguió, mientras abría mis parpados y me
cegaba con una pequeña linterna.
Aquella frase me entristeció tanto, que comencé a llorar de nuevo. Intenté hablarle pero no pude. Ante mi frustración comencé a llorar de nuevo y
se inquietó.
- ¿No puedes hablar? – Me preguntó, sorprendido ante mi falta de
respuesta.
Negué con los ojos, cerrándolos con fuerza durante unos segundos, y miré el
resto de mi cuerpo, haciéndole entender que, salvo mis ojos, el resto no
parecía funcionar. Me sentía como un robot al que se le había agotado la
batería.
Me miró seriamente y comenzó a pincharme, con la punta de un bolígrafo, en
varias partes de mi cuerpo, pero al ver que no había reacción alguna, salió de
la habitación, sin darme ningún tipo de explicación de lo que me estaba
ocurriendo.
De nuevo me quedé a solas. Estaba aterrada y no había nada ni nadie que
pudiese consolarme en aquellos duros momentos. Cerré mis ojos, con pesar,
y pensé que lo mejor sería descansar un rato. Quizás al despertar ocurriría un
milagro y volvería a ser yo misma. Pero no fue así.
No volví a despertar hasta pasados dos meses. Las contusiones me habían
devuelto a un coma profundo. Casi fue un alivio para mí, porque durante ese
tiempo no era consciente de lo que sucedía.
Estaba sumida en un sueño en el que podía hacer realidad todos mi
s deseos.
lachicamisteriosa
lachicamisteriosa


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TODOS LOS CAMINOS ME LLEVAN A TI(LOUIS TOMLINSON Y TU) Empty Re: TODOS LOS CAMINOS ME LLEVAN A TI(LOUIS TOMLINSON Y TU)

Mensaje por Invitado Vie 22 Mar 2013, 12:18 pm

First lectora!

Ajajajaja ya ves soy españoinglesa ajajajajajajajaja

Bueno bueno

ME ENCANTO!

SIGUELA!!!!

Y si necesitas chica for Hazza no dudes en avisarme

BESOTES!!

BYEE

Y suerte
Invitado
avatar


Invitado

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TODOS LOS CAMINOS ME LLEVAN A TI(LOUIS TOMLINSON Y TU) Empty Re: TODOS LOS CAMINOS ME LLEVAN A TI(LOUIS TOMLINSON Y TU)

Mensaje por lachicamisteriosa Vie 22 Mar 2013, 12:37 pm

Capitulo 1

El día que abrí los ojos, por segunda vez, encontré al doctor sentado a mi lado,
apoyando la cabeza sobre el borde de mi cama. Era plena madrugada. Las
cuatro si no recuerdo mal. Entristecí al verle allí. Parecía el único que me había
acompañado en todo ese tiempo.
Un cambio brusco en el sonido de la maquinaria a la que estaba conectada, le
hizo despertar y me miró, soñoliento, aunque bastante nervioso. Al ver que le
estaba mirando, volvió a cegarme con la pequeña linterna y a tomarme el
pulso.
- ¿Te encuentras mejor? – Preguntó, mientras me sonreía, y ponía su cálida
mano sobre mi frente.
- Sí… - Respondí, y al mismo tiempo me sorprendí, al escuchar después de
tanto tiempo, el timbre de mi voz -. Puedo hablar… Puedo sentir su mano
sobre mi piel…
- Bueno, es un comienzo. – Guardó silencio durante unos segundos, y tras
mirarme con determinación, me informó de mi estado -. Has sufrido
contusiones y traumatismos. También tienes una lesión en la columna
vertebral. Tendremos que intervenirte quirúrgicamente y en unos meses
volverás a caminar. – Me miró, sosegadamente, para no infundirme más
nerviosismo, y después, comenzó a observar todos los movimientos de las
máquinas que había junto a mi cama.
- ¿Qué ocurrió? – Mi pregunta le hizo dejar lo que estaba haciendo y se
sentó en el borde de mi cama.
- Un autobús se salió de la vía y te atropelló. – Comentó, mientras tomaba
mi mano- ¿Qué? – Pregunté sobresaltada -. No… No lo recuerdo… Pero, ¿y mis
amigas? ¿Cómo están? ¿Les ha sucedido lo mismo que a mí o escaparon del
atropello?
Su mirada entristeció y supuse lo peor. No me equivoqué.
- Lo siento mucho. Sólo pudimos salvarte a ti. Es mejor que desconozcas los
detalles, al menos hasta que estés completamente restablecida.
- Pero… No lo comprendo… Estábamos merendado en la terraza del café,
bajo las lonas de plástico. Llovía… y… y…
Por un momento la imagen apareció clara ante mí. Un enorme autobús, que
iba a mayor velocidad de la permitida, al girar, perdió estabilidad y se
empotró contra el café.
Comencé a llorar y el médico me miró, apenado. Seguía sin poder moverme,
por lo que no podía darle la espalda. Estuvo unos instantes, dudando, entre
acercarse a mí o no, pero al final me levantó un poco y me abrazó, mientras
mis lágrimas mojaban su bata blanca.
Olía bien. Tenía un perfume tan embriagador, que poco a poco, me fui
relajando y comencé a cerrar los ojos.
Al percatarse de que iba a volver a dormir, me depositó con suavidad sobre el
colchón y me obligó a mirarle, acercando su rostro al mío. Fue entonces
cuando le vi realmente. No debía tener más de treinta años. Era joven, aunque
al principio no me lo había parecido. Su cabello, estaba peinado con
esmero hacia atrás, pero los mechones de su largo flequillo se habían soltado,
dejando parte de su frente y su ojo derecho ocultos tras ellos. Sus ojos eran de
un azul penetrante y sus pestañas largas y oscuras. Su nariz, no demasiado
grande, era recta, casi afilada, se podría decir, pero contrastaba con su rostro,
de pómulos marcados y fuerte mentón.
Por un momento nuestras miradas se encontraron y sentí cómo su respiración
se cortó, por unos segundos, luego se retiró rápidamente, mientras volvía a
poner el cabello en su lugar y miraba hacia atrás, asegurándose que no había
nadie, del exterior, observando lo que ocurría en la habitación.
- ¿Dónde está mi familia? Quiero volver a casa. – Dije, bruscamente, y me
miró sorprendido.
- ¿A casa? De momento eso no va a ser posible. Primero tienes que
recuperarte.
- Quiero salir de aquí…
- En estos momentos sería muy peligroso moverte. - ¿Dónde está mi familia? – Repetí -. En las dos ocasiones que he
despertado sólo le he visto a usted a mi lado.
- Claro, eres mi paciente. Debo estar pendiente de tu salud.
- Pero son las cuatro y media de la madrugada. ¿Por qué está aquí, tan
tarde?
- Hoy me toca turno de noche. Mientras descansaba, pensé en quedarme
un rato a tu lado para hacerte compañía.
- ¿Dónde está mi familia? – Le imploré, con la mirada.
- No lo sé. Hasta el momento no he tenido el placer de conocerles. – Me
respondió.
- Pero, ¿por qué? ¿No han coincidido o es que no han estado aquí, en
ningún momento?
- Lo siento. No les he visto. No puedo decirte más.
- Comprendo… - Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos y los cerré,
intentando además ahogar un sollozo que luchaba por salir de mi garganta.
- Eres muy joven. No deberías estar sola, por eso todos estamos tan
pendientes de ti.
- Gracias, pero no es necesario que se sigan molestando. Usted tiene muchos pacientes a los que atender. No debería perder más tiempo conmigo.
- Entiendo que estés enfadada, pero…
- No. Usted no puede entenderlo. Estoy sola desde los once años. Mi
madre murió cuando yo tenía cinco y mi padre volvió a casarse dos años más
tarde. Su esposa… digamos que…
- Entiendo…
- Mi padre falleció en un accidente hace cuatro años. Después de aquello
nada volvió a ser igual. Mi madrastra me envió aquí, a Inglaterra, a estudiar. No
le agrada mi presencia… Dice que le recuerdo demasiado a mi padre. Ella
sabe que estoy aquí, ¿verdad?
- Hemos informado al colegio en el que vives. Encontramos tus datos entre
tus pertenencias. Ellos deben haber informado a tu familia, o a lo más
parecido que tengas.
- Entonces, ella lo sabe…
Se sentó en el borde de mi cama y tomó mi mano. Le miré de soslayo y su
franca sonrisa me sorprendió.
- No te preocupes por nada. Ya habrá tiempo para lamentaciones. Lo
importante es que te vas a poner bien. Me lo voy a tomar como algo personal.
En cuanto te restablezcas podrás volver a tu colegio y reanudar tu vida. No te
vengas abajo.
- Gracias… - Sonreí-. Doctor, ¿Cuál es su nombre?
- Me llamo Louis Tomlinon.
- Estrecharía su mano, pero no puedo… - Dije, con media sonrisa, aunque
las lágrimas seguían empañando mis ojos. - La estrecharé yo por los dos.
- Yo me llamo _____ Rolland.
- ¿Rolland? Es francés, ¿verdad?
- Sí. Soy francesa.
-bueh como ya dije te dije soy el doctor Tomlinson Me licencié hace dos años y me concedieron una beca para ejercer aquí y
tomar experiencia.
- Y ahora yo soy su conejillo de indias, ¿no es así?
- Oh, sí. Por supuesto. – Sonrió -. Pero no me gusta experimentar con niñas.
– Su rostro se volvió serio -. Te lo prometo. Voy a curarte. - Me alegra saberlo, pero quiero que tenga en cuenta que no soy tan niña.
Tengo quince años.
- Bueno, cuando yo tenía tu edad también me consideraba adulto, pero mira
qué casualidad, mis padres no pensaban de igual modo. Y no se
equivocaban. No tengas prisa en crecer. Disfruta de los momentos de la
adolescencia, porque quizás, en unos años los extrañarás.
- Me gusta cómo habla, pero… No le voy a tomar eso en cuenta. – Sonreí.
Se levantó, bruscamente, y retiró el cabello de mi rostro.
- En fin, voy a buscar a unos colegas para que te hagan algunos análisis y
ver si podemos darte algo sólido para comer.
- Eso estaría muy bien.
- Espérame. No vuelvas a dormirte.
- Lo intentaré.
Durante semanas, estuvieron haciéndome todo tipo de pruebas. El doctor
Tomlinson, Louis, estaba siempre cerca. Me hacía sentir acompañada, incluso
cuando estaba sola en mi habitación.
Aunque en esos momentos no era consciente, un sentimiento, en mi interior,
se estaba gestando Cuando estuve preparada, comencé a recibir visitas y aunque mi familia,
bueno, la única persona que me quedaba, a la que en teoría debía llamar así,
no vino jamás ni me llamó por teléfono; sí que me visitaron algunos profesores
y compañeros de clase, que me ayudaron en todo lo posible e hicieron que
retomase mis clases desde el hospital. Liam, mi mejor amigo, se lo tomó
como algo personal. Cuando tenía tardes libres, y algunos fines de semana,
pasaba un tiempo conmigo. Me leía los libros y las lecciones, que daban a
diario, para que no me quedase atrás. Fue de gran ayuda en aquellos meses.
Pero el momento cumbre del día era cuando veía pasar por los pasillos a mi
doctor. Si se asomaba y me saludaba, ya me sentía feliz el resto del día, pero
cuando había días en que no nos veíamos, me sentía desgraciada. Era una
sensación muy rara.
Dos meses después de mi último despertar del coma, una noche me visitó y
se sentó a mi lado.
- ¿Tiene turno de noche otra vez? – Le pregunté, mientras ambos veíamos
la televisión.
- Sí.
- Debe ser incómodo.
- No, para nada. Las noches son casi como un descanso. Todo está en
silencio y puedo trabajar mejor.
- ¿Y qué hace en estos momentos? ¿Está trabajando? – Le sonreí, y me
miró de soslayo.
- De hecho sí. Me preocupo por uno de mis pacientes.
- Ya sabe que estoy bien.
- Tenemos que hablar. – Me dijo aquello, tan seriamente, que la sonrisa se
borró de mis labios.
- ¿Que… qué ocurre? – Pregunté, nerviosa. - He programado tu primera operación de columna.
- Ah, ¿sí? ¿Y para cuando?
- Mañana a primera hora.
- ¿Mañana? – De repente sentí un miedo tan profundo que comencé a
llorar.
- ¿Qué ocurre? – Se levantó del sofá y se sentó en el borde de mi cama.
- Es que estoy aterrada. Tengo miedo de que no salga bien.
- Vamos, no digas tonterías. Yo estaré a tu lado. Asistiré al cirujano.
- Pero está haciendo turno de noche. No debería molestarse tanto por mí.
- Ese no es tu problema. Eres mi paciente. Te lo debo. - No. Se equivoca. No me debe nada. Soy yo quien le debo mi vida.
Tomó mi mano y la besó. Aquel gesto hizo que mi corazón latiese con fuerza y
una de las máquinas registró el cambio de mi pulso. Me sentí como si le
hubiese dicho, abiertamente, que sentía algo por él y supongo que me
ruboricé, ya que comencé a sentir mucho calor.
Ante lo que había sucedido, me soltó, con suavidad, y me pidió perdón. Se
marchó sin más. Ni siquiera miró atrás.
- Soy una estúpida… - Me dije a mí misma -. Jamás se fijaría en alguien
como yo…
A la mañana siguiente, tal y como dijo, me metieron en un quirófano. Estaba
anocheciendo cuando abrí mis ojos. Seguía sin poder moverme, pero según
me comentó otro doctor, al que le habían pasado mi caso, era normal. La
operación había sido un éxito y quizás, como mucho en un año, podría volver a
caminar como lo hice antaño.
No volví a ver a Louis en muchos meses. Era como si ya no trabajase en el
hospital, pero no debía ser así ya que en varias ocasiones escuché a otros
médicos referirse a él.
Mi amigo Liam fue entonces, desde aquella noche en la que una máquina
descifró el significado de mis sentimientos, mi único apoyo.
Los profesores se tomaron la molestia, aunque bien retribuida por mi
madrastra, de venir al hospital de vez en cuando, y hacer exámenes orales, de
los cuales fui saliendo airosa uno tras otro.
Poco a poco mis extremidades fueron respondiendo, y tras algunos meses de
ejercicios en el hospital, comencé a caminar, ayudada por unas muletas. Cuando por fin pude caminar sola, me dieron el alta. Mi amigo Liam vino a
recogerme.
- ¿Para qué querías que te trajese este ramo de flores? ¿Es que quieres
que todos nuestros compañeros de clase piensen que tenemos una relación?
– Me sonrió, y me besó en la mejilla.
- Claro, como que lo iban a creer. – Le devolví el beso.
- ¿Para quién es?
- No es de tu incumbencia. ¿Me has traído la tarjeta y el sobrecito que te
pedí?
- Sí, por supuesto. Venga, _____, que somos íntimos. Podrías tener el detalle
de contármelo.
- ¿Íntimos? – Reí -. No sé a qué te refieres. Por lo que sé no soy la clase de
persona de la que te enamorarías.
- Bueno, de eso ninguno tenemos la culpa, pero no tientes a la suerte.
- Liam, las flores son para mi doctor. – Le dije, en un susurro, mientras las
acariciaba y olía.
- ¿Para el doctor Fergusson? ¿Para ese viejo? – Se sorprendió.
- No. Para el doctor Tomlinson.
El rostro de Liam se enfurruñó. Cogió el ramo y dio media vuelta con la
intención de marcharse.
- Pero, ¿qué haces? – Le pregunté, sorprendida. - Vuelvo al colegio. No pienso permitir que le des a ese sujeto un ramo de
flores.
- No es asunto tuyo. Necesito hacerlo.
- ¡No, ____! Pasó de ti. Le cedió tu caso a otro médico. Dejó de
preocuparse por tu estado. No le interesas lo más mínimo. Eres una de tantos.
- Liam, por favor. Necesito hacerlo. Es cuanto puedo explicarte. Al menos,
de momento. Dame el ramo, por favor.
Me lo cedió, con desgana, y en sus ojos pude ver la pena que sentía por mí.
- Te va a romper el corazón. – Me susurró.
- No lo hará. No tendrá ocasión. No voy a volver a verle. – Le miré, con los
ojos enrojecidos, por la pena.
Tomé el ramo de las manos de _____ y lo deposité sobre mi cama. Rellené la
tarjeta y la guardé en el sobre. Escribí entonces el nombre del doctor Tomlinson y
deposité la carta sobre el ramo, en un lugar bien visible. Lo miré por última vez y tomé a Liam de la mano. Se soltó y rodeó mis
hombros con su brazo izquierdo, mientras con el otro cogía una bolsa con mis
pertenencias. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro y suspiré.
- Deberías ser tú quien estuviese en mi corazón.
- Claro, ¿y qué diría mi novia? – Sonrió, y me besó en la mejilla.
- Tiene mucha suerte por tenerte.
Salimos de la habitación y coincidimos con algunas enfermeras y doctores,
que me habían estado tratando. Me despedí de todos, afectuosamente. Había
pasado un largo año junto a ellos y sentía como si fuesen parte de mi familia.
Pero él no estaba. Aunque tuve el presentimiento que desde algún lugar me
estaba viendo marchar.
Cuando llegamos a la salida del hospital, encontré a varios compañeros, que
me habían estado esperando, y nos fuimos todos juntos.
Cogimos un autobús, y media hora después, llegamos al recinto estudiantil.
Cuando bajé del autobús, miré hacia arriba y permanecí unos instantes
contemplando aquel edificio gris de la época victoriana. Desde su
construcción, no había cambiado ni un ápice su fachada exterior. Tan sólo se
había ido reformando por dentro, convirtiéndose con el paso de los años en
uno de las escuelas más modernas y vanguardistas de toda Gran Bretaña.
El cielo se había cubierto por completo y en la lejanía escuchamos que la
tormenta se iba acercando poco a poco. Me despedí entonces de mis
compañeros, los cuales tenían que volver a sus clases, y entré, junto a Liam,
en el ala norte del edificio: el lugar dónde se ubicaban las habitaciones de las
chicas. Cuando llegamos a mi puerta, paré en seco. No fui capaz de tocar el
pomo de la puerta- ¿Quieres que entre contigo un momento? Ahora no nos ve nadie.
- No. Es que… - Fruncí el ceño y cerré los ojos, con pesar.
- ¿Qué ocurre? – Preguntó, e instantes después, calló, al comprenderlo.
- No sé si lo habré superado.
Me abrazó con fuerza, durante unos minutos, y luego se retiró poco a poco. Se
marchó en silencio y acabé sola en aquel largo y solitario pasillo.
Tomé aire y abrí la puerta despacio. Todo estaba sumido en penumbra, pero
no quise encender la luz. No quería ver dónde estaba. Cerré la puerta tras de
mí y caminé despacio, hasta sentarme sobre mi cama, la cual estaba situada
en la parte derecha, junto a una ventana. Me tendí de lado y apoyé la cabeza
sobre la almohada. Intenté cerrar los ojos y no pensar en nada, pero no lo
conseguí. La cama que había frente a la mía estaba vacía y la persona que
debía ocuparla no iba a venir después de clase. Estaba muerta. Un sollozo
escapó de mi garganta y lloré, al principio casi en un susurro, pero luego como
si la vida se me escapase en cada uno de mis lamentos.
No recuerdo cuándo me quedé dormida. Sólo que desperté, al escuchar unos
toquecitos suaves en mi puerta. Abrí un poco la persiana y observé que había
atardecido. Llovía con mucha fuerza. Me levanté, despacio, pero aún así me
sentí algo mareada. Apoyé mis manos sobre la pared y me acerqué a la
puerta. La abrí un poco y al ver un rostro conocido me relajé. Era una de mis
profesoras.
- ¿Qué ocurre? – Le pregunté, mientras miraba hacia abajo, intentando
evitar que se percatase de mi lamentable estado.
- ¿Puedes salir un momento?
- ¿Por qué?
- Tienes una visita. – Me sonrió- ¿Una visita? ¿Quién quiere verme?
- Tu tío ha venido a visitarte.
- ¿Mi tío? – Me sorprendí mucho al escuchar aquello. No tenía ningún tío, o al menos, no le conocía. Pero aquella visita me resultó
tan intrigante, que decidí ver de quién se trataba. Le comuniqué a la profesora
que bajaría en unos minutos y cerré la puerta de mi habitación. Encendí la luz y
tras mirarme en un espejo me horroricé. Tenía el rostro demacrado por el
dolor. Mis ojos estaban hinchados y enrojecidos. Entré en el baño y tras
lavarme la cara con abundante agua fría, me sentí mejor. Me recogí el cabello
con una gomilla y salí al exterior.
El pasillo estaba oscuro y a medida que me iba acercando a la entrada del
ala, escuchaba el crepitar de la lluvia contra el asfalto y el olor de la tierra
mojada.
Bajé los escalones con cuidado, ya que todavía no estaba completamente
restablecida, y accedí a la galería exterior. Ésta estaba rodeada por un
hermoso jardín con muchos setos, los cuales estaban cuajados de flores; y una
gran cantidad de rosales.
En el otro extremo había alguien dejando caer su espalda sobre una ancha
columna, obnubilado con la lluvia y la bella floresta que había frente a su
persona. En un principio no supe de quién se trataba, pero al irme
aproximando lo descubrí. Era él Louis.
Cuando escuchó mis pisadas miró hacia atrás y se alejó de la columna,
situándose en el centro del pasillo. Su mano derecha sujetaba un ramo de
flores. Mi ramo. Se acercó a mí y me miró seriamente.
- Por lo que veo ya estás mucho mejor. Me alegro. – Aunque sus palabras
eran amables, no reflejaba alegría alguna en su rostro.
- Gracias. – Respondí, ocultando toda emoción -. ¿Para qué ha venido a
visitarme, “tío”? - Tuve que mentir para que me permitiesen verte. Este centro es privado y no
me está permitida la entrada. Siento mucho el haberte creado una falsa
ilusión.
- No lo has hecho. No tengo ningún tío, Louis. – Por primera vez le llamé
por su nombre.
- He venido a devolverte esto. – Dijo mientras me enseñaba mi ramo y lo
depositaba sobre mis brazos.
- ¿Por qué? – Aquel gestó me sorprendió y le miré con tristeza.
- No puedo aceptarlo. – Cerró sus ojos, ya que no podía aguantar mi
mirada, y desvió la vista hacia otro lado, imposibilitando así que viese sus
bonitos ojos azules.
- Pero, era para agradecer…
- No. – Me interrumpió, y me miró fijamente a los ojos -. Con tu nota me
estabas entregando tu corazón, no agradeciendo algo de lo que no tienes por
qué.
Retrocedí unos pasos, y le miré, a punto de echarme a llorar. Decía la verdad.
En mi nota le dije claramente que mi corazón le pertenecería siempre. Estaba
enamorada de él, pero quizás fue un error, no el sentimiento, sino el habérselo
comunicado.
- No puedes prohibirme el sentimiento que guardo en mi corazón. – Jamás
le había tuteado hasta aquel momento y me sentí extraña.
- Pero puedo rehusarlo. – Me contestó, en un tono cortante -. ¿Es que no te
has dado cuenta? Por eso me alejé de ti. No quiero que albergues un
sentimiento de ese tipo por mí.
- ¿Por qué?
- Eres mi paciente- No. Eso no es cierto. Durante meses no has querido seguir siendo mi
doctor y ahora no estoy hospitalizada. No nos une ningún tipo de relación
médica.
- Eres una niña.
- Qué fácil es recurrir siempre a la diferencia de edad. A ver, ¿qué edad
tienes tú, doctor?
- Veintidos.
- Yo tengo dieciséis. Tienes 7 años más que yo. No creo que tengas
edad para ser mi padre. – Le contesté enfadada, mientras cogía el ramo de
flores por el cabo y lo arrastraba por el suelo -. Si no sientes nada por mí, lo
superaré, pero no intentes convencerme con sandeces. - Con tu actitud lo único que demuestras es una gran falta de madurez. – Me
miró con determinación y en sus ojos pude ver que estaba muy enojado -.
Jamás me fijaría en alguien como tú. – En ningún momento me levantó la voz,
pero aún así sus palabras me hirieron de forma considerable.
En su voz percibí desagrado hacia mi persona. Dio media vuelta y se dirigió
hacia la salida. Permanecí estática, mirando cómo se marchaba, y las
lágrimas rodaron por mis mejillas.
- ¡Louis! – Grité su nombre -. ¡Me has partido el corazón! - Sollocé y di
media vuelta, dejando el ramo tirado en el suelo.
Escuchó cómo mis pasos presurosos se iban alejando de él y por un momento
miró atrás.
Mientras me contemplaba subir las escaleras y desaparecer en aquel oscuro
pasillo; se percató que el ramo de flores estaba tirado en el suelo. Cuando me
hubo perdido de vista, volvió sobre sus pasos y tomó el ramo de flores. Lo
puso, delicadamente, sobre un banco de hierro, bajo la fría lluvia, pero no dejó
ahí la tarjeta. La tomó y la guardó en un bolsillo interior de su cazadora, junto a
su corazón. Sus ojos enrojecieron y las lágrimas salieron.
lachicamisteriosa
lachicamisteriosa


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TODOS LOS CAMINOS ME LLEVAN A TI(LOUIS TOMLINSON Y TU) Empty Re: TODOS LOS CAMINOS ME LLEVAN A TI(LOUIS TOMLINSON Y TU)

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