Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Match me if you can (Nick y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 7 de 7. • Comparte
Página 7 de 7. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
Re: Match me if you can (Nick y tu)
22
________ salió corriendo al pasillo desierto. De los altavoces salía música suave, y la iluminación, tenue y romántica, arrancaba un resplandor relajante de las paredes granates, pero ella no podía dejar de temblar. Creía que Rob le había partido el corazón, pero aquel dolor no había sido nada en comparación con lo que sentía ahora. Nada más pasar el comedor, se topó con un rincón amueblado con un confidente y un par de sillas Sheraton. Nick la seguía, pero ella insistió en darle la espalda, y él tuvo la lucidez de no tocarla.
—Antes de que digas nada que luego vayas a lamentar, _________, déjame sugerirte que enciendas tu fax cuando llegues a casa. Voy a mandarte el recibo de un joyero por un anillo de tamaño considerable. Fíjate en cuándo lo encargué. El martes, hace cuatro días.
De modo que había dicho la verdad al contar que había decidido casarse con ella la noche de la fiesta. No le supuso consuelo alguno. A pesar de que sabía que Nick tenía ese agujero emocional en su interior, había pensado que ella podría guardarse de caer nunca en él.
—¿Me estás escuchando? —dijo—. Ya había decidido casarme contigo antes de conocer a un solo miembro de tu familia. Siento haber tardado tanto en ver las cosas claras, pero, tal y como te ha faltado tiempo para señalar, soy un idiota, y lo único que he conseguido esta noche ha sido demostrar que tienes razón. Tendría que haber hablado contigo en privado, pero empecé a pensar en lo mucho que significaría para ellos ser parte de esto. Obviamente, se me fue la cabeza.
—Ni se te ocurrió que yo fuera a negarme, ¿no? —Tenía la mirada perdida en su reflejo desvaído en la ventana—. Tenías tan claro que yo estaba loca por ti que ni siquiera lo dudaste.
Él se le acercó por detrás, hasta el punto en que pudo sentir el calor de su cuerpo.
—¿No lo estás?
Se había creído muy lista restregándole a Dean por las narices pero él había sabido interpretar su pantomima, y ahora la había despojado de los últimos restos de su amor propio, por añadidura a todo lo demás.
—Sí, bueno, ¿y qué? Me enamoro con facilidad. Por fortuna, lo supero con la misma facilidad.
—Menuda mentira.
—No digas eso.
Finalmente, se volvió para mirarle de frente.
—Te conozco mucho mejor de lo que piensas. Viste lo bien que me llevaba con los chicos en la fiesta, y fue entonces cuando te diste cuenta de que sería un activo para tus negocios, lo bastante importante para compensar que no soy una belleza despampanante.
—Deja de hacerte de menos. Eres la mujer más hermosa que he conocido jamás.
Podría haberse reído ante su desfachatez si no le doliera tanto.
—Para de decir mentiras. Soy una concesión, y ambos lo sabemos.
—Nunca hago concesiones —replicó él—. Y te juro que no las he hecho contigo. A veces dos personas encajan, y es lo que nos ha pasado a nosotros.
Era escurridizo como una anguila, y no podía permitir que la desarmara.
—Empieza a tener sentido. Tú no eres partidario de incumplir los plazos. Se avecina tu treinta y cinco cumpleaños. Es hora de tomar iniciativas, ¿verdad? En la fiesta, viste que yo podía ser un activo para tus negocios. Te gusta estar conmigo. Luego, esta noche, descubres que pertenezco al tipo de familia rica y distinguida que andabas buscando. Supongo que eso ha acabado de decidirte. Pero se te ha olvidado algo, ¿no crees? —Se forzó a mirarle a los ojos—. ¿Qué hay del amor? ¿Qué pasa con eso?
Respondió sin vacilar un instante.
—¿Que qué pasa? Pon atención, porque voy a empezar por el principio. Eres preciosa, toda tú. Amo tu pelo, el aspecto que tiene, su tacto. Adoro tocarlo, olerlo. Amo la forma en que arrugas la nariz cuando te ríes. Me hace reír, además; no falla. Y adoro verte comer. A veces parece imposible que te puedas meter la comida en la boca a esa velocidad, pero cuando una conversación te interesa se te olvida que la tienes delante. Sabe Dios que adoro hacer el amor contigo. Ni siquiera puedo hablar de eso sin desearte. Adoro tu patética fidelidad a tus jubilados. Adoro lo duro que trabajas... —Y así continuó un rato, dando vueltas por un mínimo sector de la alfombra y catalogando sus virtudes.
Empezó a describir su futuro, pintando un cuadro de color de rosa de su vida en común, instalados en su casa; de las fiestas que darían, de las vacaciones que se tomarían. Hasta incurrió en la temeridad de hablar de hijos, lo que le hizo a ella volver a pisar con los pies en el suelo.
—¡Basta! ¡Déjalo ya! —Cerró las manos en puño—. Lo has dicho todo excepto lo que necesito oír. Quiero que me quieras a mí, Nicholas, no que te guste mi espantoso pelo, ni lo bien que me llevo con tus clientes, ni el hecho de que tengo la familia con que siempre has soñado. Quiero que me quieras a mí, y eso no sabes cómo se hace, ¿verdad?
Él ni siquiera pestañeó.
—¿Has escuchado algo de lo que he dicho?
—Hasta la última palabra.
La atravesó con su mirada, tratando de ahogarla en su letal seguridad.
—¿Cómo no iba a quererte, entonces?
Si no hubiera estado tan dolorosamente acostumbrada a sus trucos, podía haber mordido el anzuelo, pero sus palabras cayeron en saco roto.
—No lo sé —dijo sin inmutarse—. Dímelo tú.
Él alzó una mano al cielo, pero _______ notó que actuaba a la desesperada.
—Tu familia tiene razón. Eres un desastre de persona. ¿Qué es lo que quieres? Sólo dime lo que quieres.
—Quiero tu mejor oferta.
Se la quedó mirando con una mirada intensa, intimidante, sobrecogedora. Y entonces hizo lo inimaginable. Desvió la vista. Descorazonada, ella le vio meterse las manos en los bolsillos, y cómo sus hombros caían de modo casi imperceptible.
—Ya te la he hecho.
________ se mordió el labio y asintió.
—Eso me parecía. —Y dicho esto, se alejó andando.
No llevaba dinero encima, pero se subió a un taxi igualmente y luego hizo esperar al taxista a la puerta de su casa mientras ella entraba a coger efectivo para pagarle. Su familia se presentaría en cualquier momento. Agarró una maleta antes de que eso sucediera y empezó a llenarla con cualquier cosa con que toparan sus dedos, sin permitirse sentir ni pensar. Al cabo de quince minutos, estaba en su coche.
***
Poco antes de medianoche, Portia recibió la noticia de la proposición matrimonial de Nick por una llamada de Baxter Benton, que atendía las mesas del club Mayfair desde hacía mil años y había estado escuchando a escondidas durante la fiesta de la familia Granger. La pilló acurrucada en el sofá, envuelta en una vieja toalla de playa y unos pantalones de chándal —ya no le cabían los vaqueros—, rodeada de un mar de envoltorios de caramelo y pañuelos de papel arrugados, como si estuviera encerrada por una alambrada. En cuanto colgó el teléfono se puso en pie, animada por primera vez en varias semanas. No había perdido su instinto después de todo. Por eso no había podido dar con la mujer ideal para esa última presentación. La química que percibió entre Nicholas y _________ aquel día en su despacho no era fruto de su imaginación.
Echó a andar, pisando la toalla que había dejado caer al suelo, y agarró un ejemplar del Tribune, que no había abierto siquiera, para comprobar la fecha. Su contrato con Nicholas expiraba el martes: disponía aún de tres días. Dejó el periódico a un lado y empezó a caminar muy inquieta. Si era capaz de arreglar aquello, quizás, sólo quizás, pudiera dejar atrás Parejas Power sin sentirse una perfecta fracasada.
Era medianoche, y no podía hacer nada hasta la mañana. Contempló la porquería acumulada a su alrededor. La mujer de la limpieza se había despedido un par de semanas antes, y no la había reemplazado. Una película de polvo lo cubría todo, el cubo de la basura rebosaba y había que pasar la aspiradora por las alfombras. El día anterior ni siquiera había ido a trabajar. ¿Para qué? Estaba sin ayudantes, sólo quedaban Inez y el informático que se ocupaba de su página web, la parte del negocio que menos le interesaba.
Se tocó la cara. Aquella mañana había ido al dermatólogo, demostrando una organización de su tiempo catastrófica, pero, después de todo, también lo era su vida. No obstante, por primera vez en varias semanas, sintió un hálito de esperanza.
***
Nick se emborrachó el sábado por la noche, igual que solía hacerlo su viejo. Sólo le hacía falta tener a mano una mujer a la que pegar, y sería de tal palo tal astilla. Pensándolo bien, el viejo estaría orgulloso de él, porque hacía un par de horas que había vapuleado a una a base de bien; tal vez no físicamente, pero en el plano emocional le había dado una paliza de muerte. Y ella le había devuelto los golpes. Le había dado donde más le dolía. Cuando se desplomó en la cama, hacia la madrugada, deseó haberle dicho que la amaba, haber pronunciado las palabras que ella necesitaba oír. Pero a __________ no podía ofrecerle sino la verdad. Ella significaba demasiado para él.
Cuando por fin despertó, era domingo por la tarde. Fue trastabillando hasta la ducha y metió su cabeza dolorida debajo del agua. Debería estar en Soldier Field en aquel momento, con la familia de Sean, pero al salir de la ducha lo que hizo fue ponerse un albornoz, entrar en la cocina y coger la cafetera. No había llamado a un solo cliente para desearle suerte, y ni siquiera le importaba.
Sacó un tazón del armario y trató de incubar un poco más de su indignación con __________. Le había desbaratado la vida, y no le hacía ninguna gracia. Tenía un plan, uno magnífico, para ambos. ¿Por qué no podía haber confiado en él? ¿Por qué necesitaba oír un montón de chorradas sin sentido? Los actos eran más elocuentes que las palabras y, una vez casados, él le habría demostrado lo mucho que le importaba de todas las maneras que sabía.
Cogió unas aspirinas, bajó al piso inferior y se dirigió a la sala de audiovisuales, para poder seguir algún partido. No se había vestido ni afeitado ni había comido, y le importaba un carajo. Mientras zapeaba por los canales deportivos, pensó en cómo la había tomado con él la familia de __________ después de que ella abandonara la reunión. Como un banco de pirañas.
«¿A qué juegas, Jonas?»
«¿La quieres o no?»
«Nadie hace daño a __________ y se va de rositas.»
Hasta Candace había intervenido: «Estoy convencida de que la has hecho llorar, y no soporta que se le corra el maquillaje.»
Para rematar la faena, Chet lo había dicho todo:
«Ahora será mejor que te vayas.»
Nick pasó el resto de la tarde del domingo, hasta entrada la noche, cambiando de un partido a otro sin enterarse de ninguno. Había ignorado el teléfono todo el día, pero no quería que nadie llamara a la policía, así que reunió los ánimos para fingir una coartada, alegando una gripe en una conversación con Bodie. Luego subió al piso de arriba y cogió una bolsa de patatas fritas. Le supieron a pelusa de secadora. Vestido aún con su albornoz de algodón blanco, se sentó en el solitario sofá del salón con una botella de whisky llena.
Su plan perfecto yacía a su alrededor hecho trizas. En una sola y desastrosa noche, había perdido una esposa, una amante y una amiga, y todas eran la misma persona. La larga y desolada sombra del camping de caravanas Beau Vista se cernía sobre él.
***
Portia se pasó el domingo encerrada en su apartamento, con un teléfono enganchado en el hombro, intentando localizar a Nicholas. Al final consiguió ponerse en contacto con su recepcionista, a la que prometió un fin de semana en un balneario si podía averiguar dónde se encontraba. La mujer no la llamó hasta las once de la noche.
—Está en su casa, enfermo —dijo—. En jornada de liga. Nadie puede creerlo.
Portia necesitaba pronunciar su nombre.
—¿Ha hablado Bodie con él?
—Por él nos hemos enterado de que estaba enfermo.
—Entonces... ¿Bodie ha pasado a verle?
—No. Todavía está de viaje de vuelta de Texas.
Cuando colgó, a Portia le sangraba el corazón, pero no podía ceder a aquello, no en ese momento. No se creyó ni por un instante que Nicholas estuviera enfermo, y marcó su número. Cuando le saltó su contestador, volvió a intentarlo, pero no cogía el teléfono. Una vez más, se tocó la cara. ¿Cómo iba a hacer eso?
¿Cómo iba a dejar de hacerlo?
Se precipitó a su dormitorio y revolvió en sus cajones hasta encontrar el más grande de sus pañuelos de Hermés. Aún así, vaciló. Se acercó a la ventana y echó un vistazo a la oscuridad de la noche.
Al diablo con todo.
***
Nicholas estaba adormilado, con Willie Nelson sonando en el equipo de música. Hacia la medianoche, oyó el timbre de la puerta. Lo ignoró. Volvió a sonar, insistentemente. Cuando no pudo aguantarlo más, fue dando zancadas hasta el recibidor, agarró sus deportivas y las lanzó contra la puerta.
—¡Largo!
Volvió dando pisotones al desierto salón y cogió el vaso de whisky escocés que había dejado momentos antes. Un ruido de golpes frenéticos en su ventana le hizo girarse... y contempló una visión salida directamente del infierno.
—¡Joder!
Su vaso cayó al suelo hecho añicos, y el whisky salpicó sus pantorrillas desnudas.
—Pero qué co...
El rostro de pesadilla se escondió entre los arbustos.
—¡Abra la maldita puerta!
—¿Portia? —Pasó por encima de los cristales rotos, pero no vio nada más que las ramas agitándose al otro lado de la ventana. Aquel rostro oscuro, embozado y desprovisto de todo rasgo humano, a excepción de un par de ojos desorbitados, no podía ser producto de su imaginación. Volvió al recibidor y abrió la puerta de par en par. El porche estaba vacío.
Oyó una voz sibilante detrás de los arbustos.
—Acérquese.
—Ni hablar. He leído a Stephen King. Venga usted aquí.
—No puedo.
—No pienso moverme.
Pasaron unos segundos.
—De acuerdo —dijo ella—, pero dése la vuelta.
—Vale.
No se movió.
Poco a poco, Portia emergió de entre las sombras y se adentró en el camino. Llevaba un impermeable largo, negro, con un pañuelo carísimo envolviéndole la cabeza. Se llevó a la mano a la frente a modo de visera.
—¿Me está mirando?
—Claro que la estoy mirando. ¿Cree que estoy loco?
Transcurrieron unos segundos más, y luego ella bajó la mano. Estaba azul. Su cara entera y lo que alcanzaba a ver de su cuello eran azules. No de un leve tono azulado, sino de un azul brillante, intenso, como de metileno. Sólo sus ojos y sus labios se habían salvado.
—Ya lo sé —dijo—. Parezco un pitufo.
El parpadeó.
—Yo estaba pensando en otra cosa, pero sí, tiene razón. ¿No se le va con jabón?
—¿Cree que saldría de casa con esta pinta si se fuera con jabón?
—Supongo que no.
—Es un producto cosmético exfoliante muy especial. Me lo aplicaron ayer por la mañana. —Parecía enfadada, como si fuera culpa de Nicholas—. Evidentemente, no pensaba dejarme ver hasta que se fuera.
—Y sin embargo, aquí está. ¿Cuánto dura el efecto pitufo?
—Unos pocos días más, y luego se pela. Ayer tenía peor aspecto.
—Es difícil de imaginar. ¿Y se ha hecho usted esto por...?
—Elimina las células muertas y estimula la generación de nuevas... Da lo mismo.
Portia reparó en su mandíbula sin afeitar, su albornoz blanco, las piernas desnudas y los mocasines de Gucci.
—No soy la única con muy mala pinta.
—¿No puede un hombre tomarse un día de asueto de vez en cuando?
—¿Un domingo en plena temporada de fútbol? No le creo. —Entró en la casa pasando por delante de él con paso decidido, y una vez dentro se apresuró a apagar la luz del recibidor—. Tenemos que hablar muy seriamente.
—No veo por qué.
—Negocios, Nicholas. Tenemos negocios que discutir.
Normalmente, la habría echado a patadas, pero ya no le apetecía seguir dándole al whisky, y necesitaba hablar con alguien que no estuviera predispuesto a ponerse del lado de ___________. Pasó delante de ella hacia el salón y, ya que no era su maldito padre, y tenía alguna noción de normas elementales de educación, bajó el regulador de la única lámpara de la habitación.
—Hay cristales rotos junto a la chimenea.
—Ya veo. —Tomó nota de la ausencia de muebles en la sala, pero no hizo ningún comentario—. Me he enterado de que anoche le propuso matrimonio a __________ Granger. Lo que no sé es por qué la muy boba le rechazó. Dado que salió a toda prisa del club Mayfair sin usted, deduzco que eso es lo que ocurrió.
La sensación de haber sido maltratado de Nicholas hizo erupción.
—Porque está como una cabra, por eso. Y maldita la falta que me hace que me complique más la vida con sus chifladuras. Y no la llame usted boba.
—Discúlpeme —dijo, arrastrando las sílabas.
—No es que tenga un montón de hombres haciendo cola para casarse con ella, tampoco.
—Tengo entendido que su último prometido sufría un problema de identidad sexual, así que creo que podemos decir sin temor a equivocarnos que suponía usted una mejora.
—Parece ser que no.
Portia no se había dado cuenta, aparentemente, de que se le había resbalado el pañuelo. Bajo el cual, llevaba el pelo hecho un desastre, apelmazado a un lado, levantado por el otro. Era difícil conciliar su imagen con aquella otra, tan de mírame y no me toques, que Nicholas recordaba.
—Traté de advertirle de que no era de fiar —dijo ella—. Nunca debió hacer tratos con ella, de entrada. —Se le acercó, con ojos penetrantes en sus fantasmales cuencas azules—. Y, desde luego, no debía usted haberse enamorado de ella.
Fue como si le diera un navajazo en el estómago.
—¡No estoy enamorado de ella! No trate de poner etiquetas a esto.
Portia reparó en la botella de whisky vacía.
—¿No? Pues me habría engañado tranquilamente.
Nick no iba a permitir de ninguna manera que le hiciera aquello
—Pero ¿qué pasa con ustedes las mujeres? ¿Es que no pueden dejar estar las cosas? El hecho es que __________ y yo nos llevamos estupendamente. Nos entendemos, y lo pasamos bien juntos. Pero a ella no le basta con eso. Tiene unas inseguridades de mil pares de cojones. —Empezó a dar vueltas por la sala, incubando su sensación de agravio y buscando un ejemplo que demostrara su afirmación—. Tiene ese rollo con su pelo...
Portia se acordó por fin del suyo y se palpó el aplastado revoltijo.
—Con un pelo como el suyo, supongo que podemos pasarle por alto un poco de vanidad.
—Lo aborrece —dijo él, triunfante—. Ya le he dicho que está como una cabra.
—Y sin embargo, es la mujer que ha elegido por esposa.
Su ira amainó. Se sentía como apaleado, y le entraron ganas de echar otro trago.
—Todo el asunto me ha cogido un poco por sorpresa. Es dulce, es lista. Inteligente de veras, no sólo sabihonda. Es graciosa. Dios, cómo me hace reír. Sus amigas la adoran, y eso ya dice mucho, porque son unas mujeres increíbles. No sé... Cuando estoy con ella, me olvido del trabajo, y... —Se detuvo. Ya había hablado más de la cuenta.
Portia se llegó hasta la chimenea, y el abrigo se le abrió exponiendo a la vista unos pantalones de chándal rojos y lo que parecía la parte de arriba de un pijama. Normalmente, Nicholas no habría hecho excesivo caso de una mujer con la cara azul pitufo y el pelo como quien acaba de levantarse de la cama, pero se trataba de Portia Powers, y no bajó la guardia; afortunadamente, por cierto, porque ella volvió al ataque.
—Pero a pesar de todo eso, usted parece amarla.
A duras penas podía controlar su agitación.
—Vamos, Portia. Usted y yo estamos hechos de la misma pasta. Los dos somos realistas.
—Que yo sea realista no quiere decir que no crea que el amor existe. Tal vez no para todo el mundo, pero... —Hizo un pequeño gesto, algo extraño, que no iba con su carácter—. Su proposición debió de dejarla desconcertada. Ella le ama, desde luego. Eso lo intuí durante nuestra infausta reunión. Me sorprende que no se mostrara predispuesta a pasar por alto su estreñimiento emocional y aceptar su proposición al vuelo.
—El hecho de que no quisiera mentirle no implica que no fuera una oferta buena de narices. Le habría dado todo lo que necesitara.
—Menos amor. Eso es lo que ella esperaba oír, ¿me equivoco?
—¡No es más que una palabra! Lo que cuenta son los hechos.
Portia apartó con la punta del zapato la botella de whisky que él había dejado en el suelo.
—¿Se le ha pasado por la cabeza, y se lo pregunto simplemente porque es mi trabajo, que es posible que sea __________ la que está en sus cabales, y usted el loco de atar?
—Creo que es mejor que se vaya a casa.
—Y yo creo que se queja usted demasiado. Le presentaron a una serie de mujeres deslumbrantes, pero __________ es la única con la que quiso casarse. Eso, por sí solo, ya debería hacerle reflexionar.
—Consideré la situación con lógica, eso es todo.
—Ah, sí, es usted el maestro de la lógica, es verdad. —Rodeó los cristales rotos—. Venga, Nicholas. Déjese de historias. No puedo ayudarle si usted no me dice la verdad sobre ese muro que ha levantado en torno a sí.
—¿Qué es esto? ¿La hora del psiquiatra?
—¿Por qué no? Dios sabe que sus secretos están a salvo conmigo. Y no porque no tenga un ejército de amigas íntimas deseosas de arrancármelos.
—Créame, no le interesa escuchar mis traumas de infancia. Digamos únicamente que, cuando cumplí quince años, más o menos, adiviné que mi supervivencia dependía de no entrarle a la gente con mi corazón por delante. Incumplí esa norma una vez, y lo pagué caro. ¿Sabe una cosa? Ha resultado ser una forma más sensata de vivir. Yo la recomiendo. —Se acercó a ella—. También me duele su insinuación de que soy no sé qué clase de monstruo despiadado, porque no es verdad.
—¿Es eso lo que ha entendido? Sí que presenta usted todos los síntomas clásicos.
—¿De qué?
—De un hombre enamorado, por supuesto.
Su expresión se descompuso.
—Mírese. —Su tono se suavizó, y Nicholas creyó distinguir en éste una nota de sincera simpatía—. No estamos hablando de un acuerdo de negocios que se ha torcido. Estamos hablando de que se le parte el corazón.
El oyó un bramido en su cabeza.
Portia se acercó a la ventana. Sus palabras llegaron a Nick en sordina, como si a ella le costara pronunciarlas.
—Creo... Creo que así es como siente el amor la gente como usted y yo. Como una amenaza, un peligro. Necesitamos tener el control, y el amor nos priva de él. Las personas como nosotros... No podemos soportar la vulnerabilidad. Pero, por mucho que nos esforcemos, tarde o temprano el amor nos alcanza. Y entonces... —Tomó aire con dificultad—. Y entonces nos venimos abajo.
Se sintió golpeado a traición.
Ella se volvió lentamente hacia él, con la cabeza erguida, y unos regueros plateados corriendo por el azul brillante de sus mejillas.
—Reclamo mi presentación.
Nick oyó lo que había dicho, pero sus palabras carecían de sentido.
—Nos prometió a ___________ y a mí una última presentación. _________ agotó la suya con Delaney Lightfield. Ahora me toca a mí.
—¿Quiere presentarme a alguien? ¿Ahora? ¿Después de decirme que estoy enamorado de __________?
—Tenemos un acuerdo. —Se frotó la nariz con la manga del impermeable—. Fue usted quien definió los términos, y yo tengo a una joven preciosa que es justo lo que usted necesita. Es inteligente y animosa. También es impulsiva, y algo temperamental, lo que ayudará a que usted no pierda interés. Atractiva, por supuesto, como lo son todas las candidatas de Parejas Power. Tiene un pelo rojo espectacular...
Habitualmente, Nicholas no era tan duro de mollera, y, al final, entendió.
—¿Pretende presentarme a __________?
—No es que lo pretenda. Es que voy a hacerlo —dijo con fiera determinación—. Tenemos un acuerdo. Su contrato no expira hasta la medianoche del martes.
—Pero...
—No puede usted ir más lejos por sí mismo. Es hora de que se haga cargo del asunto una profesional. —En esto, sin más, se le agotó la energía, y otra lágrima le resbaló por la mejilla—. __________ tiene... Tiene la hondura de carácter de la que usted carece. Es la mujer que... le hará seguir siendo humano. Porque ella no va a conformarse nunca con menos. —Su pecho se elevó al tomar una inspiración prolongada e irregular—. Desgraciadamente, va a tener que encontrarla primero. He hecho averiguaciones. No está en su casa.
La noticia le conmocionó. Él la quería quietecita y a resguardo en casa de su abuela. Esperándole.
La costura rosa de los labios de Portia se estrechó bajo sus mejillas azules y húmedas.
—Escúcheme, Nicholas. En cuanto la encuentre, llámeme. No trate de ocuparse usted mismo. Necesita ayuda. ¿Me ha entendido? Ésta es mi presentación.
En aquel preciso instante, lo único que él entendía era la enormidad de su propia estupidez. Amaba a __________. Por supuesto que la amaba. Eso explicaba todos aquellos sentimientos a los que no había dado nombre porque estaba demasiado asustado.
Necesitaba quedarse solo para darle vueltas a aquello. Portia pareció comprenderlo, porque se abrochó el impermeable y abandonó la habitación. Nicholas se sentía como si le hubieran dado un golpe en la cabeza con una pelota de béisbol, de bolea. Se derrumbó en el asiento y hundió la cara entre las manos.
Los tacones de Portia repiquetearon en el suelo de mármol del recibidor. Oyó que abría la puerta de la calle y luego, inesperadamente, la voz de Bodie.
—¡Joder!
________ salió corriendo al pasillo desierto. De los altavoces salía música suave, y la iluminación, tenue y romántica, arrancaba un resplandor relajante de las paredes granates, pero ella no podía dejar de temblar. Creía que Rob le había partido el corazón, pero aquel dolor no había sido nada en comparación con lo que sentía ahora. Nada más pasar el comedor, se topó con un rincón amueblado con un confidente y un par de sillas Sheraton. Nick la seguía, pero ella insistió en darle la espalda, y él tuvo la lucidez de no tocarla.
—Antes de que digas nada que luego vayas a lamentar, _________, déjame sugerirte que enciendas tu fax cuando llegues a casa. Voy a mandarte el recibo de un joyero por un anillo de tamaño considerable. Fíjate en cuándo lo encargué. El martes, hace cuatro días.
De modo que había dicho la verdad al contar que había decidido casarse con ella la noche de la fiesta. No le supuso consuelo alguno. A pesar de que sabía que Nick tenía ese agujero emocional en su interior, había pensado que ella podría guardarse de caer nunca en él.
—¿Me estás escuchando? —dijo—. Ya había decidido casarme contigo antes de conocer a un solo miembro de tu familia. Siento haber tardado tanto en ver las cosas claras, pero, tal y como te ha faltado tiempo para señalar, soy un idiota, y lo único que he conseguido esta noche ha sido demostrar que tienes razón. Tendría que haber hablado contigo en privado, pero empecé a pensar en lo mucho que significaría para ellos ser parte de esto. Obviamente, se me fue la cabeza.
—Ni se te ocurrió que yo fuera a negarme, ¿no? —Tenía la mirada perdida en su reflejo desvaído en la ventana—. Tenías tan claro que yo estaba loca por ti que ni siquiera lo dudaste.
Él se le acercó por detrás, hasta el punto en que pudo sentir el calor de su cuerpo.
—¿No lo estás?
Se había creído muy lista restregándole a Dean por las narices pero él había sabido interpretar su pantomima, y ahora la había despojado de los últimos restos de su amor propio, por añadidura a todo lo demás.
—Sí, bueno, ¿y qué? Me enamoro con facilidad. Por fortuna, lo supero con la misma facilidad.
—Menuda mentira.
—No digas eso.
Finalmente, se volvió para mirarle de frente.
—Te conozco mucho mejor de lo que piensas. Viste lo bien que me llevaba con los chicos en la fiesta, y fue entonces cuando te diste cuenta de que sería un activo para tus negocios, lo bastante importante para compensar que no soy una belleza despampanante.
—Deja de hacerte de menos. Eres la mujer más hermosa que he conocido jamás.
Podría haberse reído ante su desfachatez si no le doliera tanto.
—Para de decir mentiras. Soy una concesión, y ambos lo sabemos.
—Nunca hago concesiones —replicó él—. Y te juro que no las he hecho contigo. A veces dos personas encajan, y es lo que nos ha pasado a nosotros.
Era escurridizo como una anguila, y no podía permitir que la desarmara.
—Empieza a tener sentido. Tú no eres partidario de incumplir los plazos. Se avecina tu treinta y cinco cumpleaños. Es hora de tomar iniciativas, ¿verdad? En la fiesta, viste que yo podía ser un activo para tus negocios. Te gusta estar conmigo. Luego, esta noche, descubres que pertenezco al tipo de familia rica y distinguida que andabas buscando. Supongo que eso ha acabado de decidirte. Pero se te ha olvidado algo, ¿no crees? —Se forzó a mirarle a los ojos—. ¿Qué hay del amor? ¿Qué pasa con eso?
Respondió sin vacilar un instante.
—¿Que qué pasa? Pon atención, porque voy a empezar por el principio. Eres preciosa, toda tú. Amo tu pelo, el aspecto que tiene, su tacto. Adoro tocarlo, olerlo. Amo la forma en que arrugas la nariz cuando te ríes. Me hace reír, además; no falla. Y adoro verte comer. A veces parece imposible que te puedas meter la comida en la boca a esa velocidad, pero cuando una conversación te interesa se te olvida que la tienes delante. Sabe Dios que adoro hacer el amor contigo. Ni siquiera puedo hablar de eso sin desearte. Adoro tu patética fidelidad a tus jubilados. Adoro lo duro que trabajas... —Y así continuó un rato, dando vueltas por un mínimo sector de la alfombra y catalogando sus virtudes.
Empezó a describir su futuro, pintando un cuadro de color de rosa de su vida en común, instalados en su casa; de las fiestas que darían, de las vacaciones que se tomarían. Hasta incurrió en la temeridad de hablar de hijos, lo que le hizo a ella volver a pisar con los pies en el suelo.
—¡Basta! ¡Déjalo ya! —Cerró las manos en puño—. Lo has dicho todo excepto lo que necesito oír. Quiero que me quieras a mí, Nicholas, no que te guste mi espantoso pelo, ni lo bien que me llevo con tus clientes, ni el hecho de que tengo la familia con que siempre has soñado. Quiero que me quieras a mí, y eso no sabes cómo se hace, ¿verdad?
Él ni siquiera pestañeó.
—¿Has escuchado algo de lo que he dicho?
—Hasta la última palabra.
La atravesó con su mirada, tratando de ahogarla en su letal seguridad.
—¿Cómo no iba a quererte, entonces?
Si no hubiera estado tan dolorosamente acostumbrada a sus trucos, podía haber mordido el anzuelo, pero sus palabras cayeron en saco roto.
—No lo sé —dijo sin inmutarse—. Dímelo tú.
Él alzó una mano al cielo, pero _______ notó que actuaba a la desesperada.
—Tu familia tiene razón. Eres un desastre de persona. ¿Qué es lo que quieres? Sólo dime lo que quieres.
—Quiero tu mejor oferta.
Se la quedó mirando con una mirada intensa, intimidante, sobrecogedora. Y entonces hizo lo inimaginable. Desvió la vista. Descorazonada, ella le vio meterse las manos en los bolsillos, y cómo sus hombros caían de modo casi imperceptible.
—Ya te la he hecho.
________ se mordió el labio y asintió.
—Eso me parecía. —Y dicho esto, se alejó andando.
No llevaba dinero encima, pero se subió a un taxi igualmente y luego hizo esperar al taxista a la puerta de su casa mientras ella entraba a coger efectivo para pagarle. Su familia se presentaría en cualquier momento. Agarró una maleta antes de que eso sucediera y empezó a llenarla con cualquier cosa con que toparan sus dedos, sin permitirse sentir ni pensar. Al cabo de quince minutos, estaba en su coche.
***
Poco antes de medianoche, Portia recibió la noticia de la proposición matrimonial de Nick por una llamada de Baxter Benton, que atendía las mesas del club Mayfair desde hacía mil años y había estado escuchando a escondidas durante la fiesta de la familia Granger. La pilló acurrucada en el sofá, envuelta en una vieja toalla de playa y unos pantalones de chándal —ya no le cabían los vaqueros—, rodeada de un mar de envoltorios de caramelo y pañuelos de papel arrugados, como si estuviera encerrada por una alambrada. En cuanto colgó el teléfono se puso en pie, animada por primera vez en varias semanas. No había perdido su instinto después de todo. Por eso no había podido dar con la mujer ideal para esa última presentación. La química que percibió entre Nicholas y _________ aquel día en su despacho no era fruto de su imaginación.
Echó a andar, pisando la toalla que había dejado caer al suelo, y agarró un ejemplar del Tribune, que no había abierto siquiera, para comprobar la fecha. Su contrato con Nicholas expiraba el martes: disponía aún de tres días. Dejó el periódico a un lado y empezó a caminar muy inquieta. Si era capaz de arreglar aquello, quizás, sólo quizás, pudiera dejar atrás Parejas Power sin sentirse una perfecta fracasada.
Era medianoche, y no podía hacer nada hasta la mañana. Contempló la porquería acumulada a su alrededor. La mujer de la limpieza se había despedido un par de semanas antes, y no la había reemplazado. Una película de polvo lo cubría todo, el cubo de la basura rebosaba y había que pasar la aspiradora por las alfombras. El día anterior ni siquiera había ido a trabajar. ¿Para qué? Estaba sin ayudantes, sólo quedaban Inez y el informático que se ocupaba de su página web, la parte del negocio que menos le interesaba.
Se tocó la cara. Aquella mañana había ido al dermatólogo, demostrando una organización de su tiempo catastrófica, pero, después de todo, también lo era su vida. No obstante, por primera vez en varias semanas, sintió un hálito de esperanza.
***
Nick se emborrachó el sábado por la noche, igual que solía hacerlo su viejo. Sólo le hacía falta tener a mano una mujer a la que pegar, y sería de tal palo tal astilla. Pensándolo bien, el viejo estaría orgulloso de él, porque hacía un par de horas que había vapuleado a una a base de bien; tal vez no físicamente, pero en el plano emocional le había dado una paliza de muerte. Y ella le había devuelto los golpes. Le había dado donde más le dolía. Cuando se desplomó en la cama, hacia la madrugada, deseó haberle dicho que la amaba, haber pronunciado las palabras que ella necesitaba oír. Pero a __________ no podía ofrecerle sino la verdad. Ella significaba demasiado para él.
Cuando por fin despertó, era domingo por la tarde. Fue trastabillando hasta la ducha y metió su cabeza dolorida debajo del agua. Debería estar en Soldier Field en aquel momento, con la familia de Sean, pero al salir de la ducha lo que hizo fue ponerse un albornoz, entrar en la cocina y coger la cafetera. No había llamado a un solo cliente para desearle suerte, y ni siquiera le importaba.
Sacó un tazón del armario y trató de incubar un poco más de su indignación con __________. Le había desbaratado la vida, y no le hacía ninguna gracia. Tenía un plan, uno magnífico, para ambos. ¿Por qué no podía haber confiado en él? ¿Por qué necesitaba oír un montón de chorradas sin sentido? Los actos eran más elocuentes que las palabras y, una vez casados, él le habría demostrado lo mucho que le importaba de todas las maneras que sabía.
Cogió unas aspirinas, bajó al piso inferior y se dirigió a la sala de audiovisuales, para poder seguir algún partido. No se había vestido ni afeitado ni había comido, y le importaba un carajo. Mientras zapeaba por los canales deportivos, pensó en cómo la había tomado con él la familia de __________ después de que ella abandonara la reunión. Como un banco de pirañas.
«¿A qué juegas, Jonas?»
«¿La quieres o no?»
«Nadie hace daño a __________ y se va de rositas.»
Hasta Candace había intervenido: «Estoy convencida de que la has hecho llorar, y no soporta que se le corra el maquillaje.»
Para rematar la faena, Chet lo había dicho todo:
«Ahora será mejor que te vayas.»
Nick pasó el resto de la tarde del domingo, hasta entrada la noche, cambiando de un partido a otro sin enterarse de ninguno. Había ignorado el teléfono todo el día, pero no quería que nadie llamara a la policía, así que reunió los ánimos para fingir una coartada, alegando una gripe en una conversación con Bodie. Luego subió al piso de arriba y cogió una bolsa de patatas fritas. Le supieron a pelusa de secadora. Vestido aún con su albornoz de algodón blanco, se sentó en el solitario sofá del salón con una botella de whisky llena.
Su plan perfecto yacía a su alrededor hecho trizas. En una sola y desastrosa noche, había perdido una esposa, una amante y una amiga, y todas eran la misma persona. La larga y desolada sombra del camping de caravanas Beau Vista se cernía sobre él.
***
Portia se pasó el domingo encerrada en su apartamento, con un teléfono enganchado en el hombro, intentando localizar a Nicholas. Al final consiguió ponerse en contacto con su recepcionista, a la que prometió un fin de semana en un balneario si podía averiguar dónde se encontraba. La mujer no la llamó hasta las once de la noche.
—Está en su casa, enfermo —dijo—. En jornada de liga. Nadie puede creerlo.
Portia necesitaba pronunciar su nombre.
—¿Ha hablado Bodie con él?
—Por él nos hemos enterado de que estaba enfermo.
—Entonces... ¿Bodie ha pasado a verle?
—No. Todavía está de viaje de vuelta de Texas.
Cuando colgó, a Portia le sangraba el corazón, pero no podía ceder a aquello, no en ese momento. No se creyó ni por un instante que Nicholas estuviera enfermo, y marcó su número. Cuando le saltó su contestador, volvió a intentarlo, pero no cogía el teléfono. Una vez más, se tocó la cara. ¿Cómo iba a hacer eso?
¿Cómo iba a dejar de hacerlo?
Se precipitó a su dormitorio y revolvió en sus cajones hasta encontrar el más grande de sus pañuelos de Hermés. Aún así, vaciló. Se acercó a la ventana y echó un vistazo a la oscuridad de la noche.
Al diablo con todo.
***
Nicholas estaba adormilado, con Willie Nelson sonando en el equipo de música. Hacia la medianoche, oyó el timbre de la puerta. Lo ignoró. Volvió a sonar, insistentemente. Cuando no pudo aguantarlo más, fue dando zancadas hasta el recibidor, agarró sus deportivas y las lanzó contra la puerta.
—¡Largo!
Volvió dando pisotones al desierto salón y cogió el vaso de whisky escocés que había dejado momentos antes. Un ruido de golpes frenéticos en su ventana le hizo girarse... y contempló una visión salida directamente del infierno.
—¡Joder!
Su vaso cayó al suelo hecho añicos, y el whisky salpicó sus pantorrillas desnudas.
—Pero qué co...
El rostro de pesadilla se escondió entre los arbustos.
—¡Abra la maldita puerta!
—¿Portia? —Pasó por encima de los cristales rotos, pero no vio nada más que las ramas agitándose al otro lado de la ventana. Aquel rostro oscuro, embozado y desprovisto de todo rasgo humano, a excepción de un par de ojos desorbitados, no podía ser producto de su imaginación. Volvió al recibidor y abrió la puerta de par en par. El porche estaba vacío.
Oyó una voz sibilante detrás de los arbustos.
—Acérquese.
—Ni hablar. He leído a Stephen King. Venga usted aquí.
—No puedo.
—No pienso moverme.
Pasaron unos segundos.
—De acuerdo —dijo ella—, pero dése la vuelta.
—Vale.
No se movió.
Poco a poco, Portia emergió de entre las sombras y se adentró en el camino. Llevaba un impermeable largo, negro, con un pañuelo carísimo envolviéndole la cabeza. Se llevó a la mano a la frente a modo de visera.
—¿Me está mirando?
—Claro que la estoy mirando. ¿Cree que estoy loco?
Transcurrieron unos segundos más, y luego ella bajó la mano. Estaba azul. Su cara entera y lo que alcanzaba a ver de su cuello eran azules. No de un leve tono azulado, sino de un azul brillante, intenso, como de metileno. Sólo sus ojos y sus labios se habían salvado.
—Ya lo sé —dijo—. Parezco un pitufo.
El parpadeó.
—Yo estaba pensando en otra cosa, pero sí, tiene razón. ¿No se le va con jabón?
—¿Cree que saldría de casa con esta pinta si se fuera con jabón?
—Supongo que no.
—Es un producto cosmético exfoliante muy especial. Me lo aplicaron ayer por la mañana. —Parecía enfadada, como si fuera culpa de Nicholas—. Evidentemente, no pensaba dejarme ver hasta que se fuera.
—Y sin embargo, aquí está. ¿Cuánto dura el efecto pitufo?
—Unos pocos días más, y luego se pela. Ayer tenía peor aspecto.
—Es difícil de imaginar. ¿Y se ha hecho usted esto por...?
—Elimina las células muertas y estimula la generación de nuevas... Da lo mismo.
Portia reparó en su mandíbula sin afeitar, su albornoz blanco, las piernas desnudas y los mocasines de Gucci.
—No soy la única con muy mala pinta.
—¿No puede un hombre tomarse un día de asueto de vez en cuando?
—¿Un domingo en plena temporada de fútbol? No le creo. —Entró en la casa pasando por delante de él con paso decidido, y una vez dentro se apresuró a apagar la luz del recibidor—. Tenemos que hablar muy seriamente.
—No veo por qué.
—Negocios, Nicholas. Tenemos negocios que discutir.
Normalmente, la habría echado a patadas, pero ya no le apetecía seguir dándole al whisky, y necesitaba hablar con alguien que no estuviera predispuesto a ponerse del lado de ___________. Pasó delante de ella hacia el salón y, ya que no era su maldito padre, y tenía alguna noción de normas elementales de educación, bajó el regulador de la única lámpara de la habitación.
—Hay cristales rotos junto a la chimenea.
—Ya veo. —Tomó nota de la ausencia de muebles en la sala, pero no hizo ningún comentario—. Me he enterado de que anoche le propuso matrimonio a __________ Granger. Lo que no sé es por qué la muy boba le rechazó. Dado que salió a toda prisa del club Mayfair sin usted, deduzco que eso es lo que ocurrió.
La sensación de haber sido maltratado de Nicholas hizo erupción.
—Porque está como una cabra, por eso. Y maldita la falta que me hace que me complique más la vida con sus chifladuras. Y no la llame usted boba.
—Discúlpeme —dijo, arrastrando las sílabas.
—No es que tenga un montón de hombres haciendo cola para casarse con ella, tampoco.
—Tengo entendido que su último prometido sufría un problema de identidad sexual, así que creo que podemos decir sin temor a equivocarnos que suponía usted una mejora.
—Parece ser que no.
Portia no se había dado cuenta, aparentemente, de que se le había resbalado el pañuelo. Bajo el cual, llevaba el pelo hecho un desastre, apelmazado a un lado, levantado por el otro. Era difícil conciliar su imagen con aquella otra, tan de mírame y no me toques, que Nicholas recordaba.
—Traté de advertirle de que no era de fiar —dijo ella—. Nunca debió hacer tratos con ella, de entrada. —Se le acercó, con ojos penetrantes en sus fantasmales cuencas azules—. Y, desde luego, no debía usted haberse enamorado de ella.
Fue como si le diera un navajazo en el estómago.
—¡No estoy enamorado de ella! No trate de poner etiquetas a esto.
Portia reparó en la botella de whisky vacía.
—¿No? Pues me habría engañado tranquilamente.
Nick no iba a permitir de ninguna manera que le hiciera aquello
—Pero ¿qué pasa con ustedes las mujeres? ¿Es que no pueden dejar estar las cosas? El hecho es que __________ y yo nos llevamos estupendamente. Nos entendemos, y lo pasamos bien juntos. Pero a ella no le basta con eso. Tiene unas inseguridades de mil pares de cojones. —Empezó a dar vueltas por la sala, incubando su sensación de agravio y buscando un ejemplo que demostrara su afirmación—. Tiene ese rollo con su pelo...
Portia se acordó por fin del suyo y se palpó el aplastado revoltijo.
—Con un pelo como el suyo, supongo que podemos pasarle por alto un poco de vanidad.
—Lo aborrece —dijo él, triunfante—. Ya le he dicho que está como una cabra.
—Y sin embargo, es la mujer que ha elegido por esposa.
Su ira amainó. Se sentía como apaleado, y le entraron ganas de echar otro trago.
—Todo el asunto me ha cogido un poco por sorpresa. Es dulce, es lista. Inteligente de veras, no sólo sabihonda. Es graciosa. Dios, cómo me hace reír. Sus amigas la adoran, y eso ya dice mucho, porque son unas mujeres increíbles. No sé... Cuando estoy con ella, me olvido del trabajo, y... —Se detuvo. Ya había hablado más de la cuenta.
Portia se llegó hasta la chimenea, y el abrigo se le abrió exponiendo a la vista unos pantalones de chándal rojos y lo que parecía la parte de arriba de un pijama. Normalmente, Nicholas no habría hecho excesivo caso de una mujer con la cara azul pitufo y el pelo como quien acaba de levantarse de la cama, pero se trataba de Portia Powers, y no bajó la guardia; afortunadamente, por cierto, porque ella volvió al ataque.
—Pero a pesar de todo eso, usted parece amarla.
A duras penas podía controlar su agitación.
—Vamos, Portia. Usted y yo estamos hechos de la misma pasta. Los dos somos realistas.
—Que yo sea realista no quiere decir que no crea que el amor existe. Tal vez no para todo el mundo, pero... —Hizo un pequeño gesto, algo extraño, que no iba con su carácter—. Su proposición debió de dejarla desconcertada. Ella le ama, desde luego. Eso lo intuí durante nuestra infausta reunión. Me sorprende que no se mostrara predispuesta a pasar por alto su estreñimiento emocional y aceptar su proposición al vuelo.
—El hecho de que no quisiera mentirle no implica que no fuera una oferta buena de narices. Le habría dado todo lo que necesitara.
—Menos amor. Eso es lo que ella esperaba oír, ¿me equivoco?
—¡No es más que una palabra! Lo que cuenta son los hechos.
Portia apartó con la punta del zapato la botella de whisky que él había dejado en el suelo.
—¿Se le ha pasado por la cabeza, y se lo pregunto simplemente porque es mi trabajo, que es posible que sea __________ la que está en sus cabales, y usted el loco de atar?
—Creo que es mejor que se vaya a casa.
—Y yo creo que se queja usted demasiado. Le presentaron a una serie de mujeres deslumbrantes, pero __________ es la única con la que quiso casarse. Eso, por sí solo, ya debería hacerle reflexionar.
—Consideré la situación con lógica, eso es todo.
—Ah, sí, es usted el maestro de la lógica, es verdad. —Rodeó los cristales rotos—. Venga, Nicholas. Déjese de historias. No puedo ayudarle si usted no me dice la verdad sobre ese muro que ha levantado en torno a sí.
—¿Qué es esto? ¿La hora del psiquiatra?
—¿Por qué no? Dios sabe que sus secretos están a salvo conmigo. Y no porque no tenga un ejército de amigas íntimas deseosas de arrancármelos.
—Créame, no le interesa escuchar mis traumas de infancia. Digamos únicamente que, cuando cumplí quince años, más o menos, adiviné que mi supervivencia dependía de no entrarle a la gente con mi corazón por delante. Incumplí esa norma una vez, y lo pagué caro. ¿Sabe una cosa? Ha resultado ser una forma más sensata de vivir. Yo la recomiendo. —Se acercó a ella—. También me duele su insinuación de que soy no sé qué clase de monstruo despiadado, porque no es verdad.
—¿Es eso lo que ha entendido? Sí que presenta usted todos los síntomas clásicos.
—¿De qué?
—De un hombre enamorado, por supuesto.
Su expresión se descompuso.
—Mírese. —Su tono se suavizó, y Nicholas creyó distinguir en éste una nota de sincera simpatía—. No estamos hablando de un acuerdo de negocios que se ha torcido. Estamos hablando de que se le parte el corazón.
El oyó un bramido en su cabeza.
Portia se acercó a la ventana. Sus palabras llegaron a Nick en sordina, como si a ella le costara pronunciarlas.
—Creo... Creo que así es como siente el amor la gente como usted y yo. Como una amenaza, un peligro. Necesitamos tener el control, y el amor nos priva de él. Las personas como nosotros... No podemos soportar la vulnerabilidad. Pero, por mucho que nos esforcemos, tarde o temprano el amor nos alcanza. Y entonces... —Tomó aire con dificultad—. Y entonces nos venimos abajo.
Se sintió golpeado a traición.
Ella se volvió lentamente hacia él, con la cabeza erguida, y unos regueros plateados corriendo por el azul brillante de sus mejillas.
—Reclamo mi presentación.
Nick oyó lo que había dicho, pero sus palabras carecían de sentido.
—Nos prometió a ___________ y a mí una última presentación. _________ agotó la suya con Delaney Lightfield. Ahora me toca a mí.
—¿Quiere presentarme a alguien? ¿Ahora? ¿Después de decirme que estoy enamorado de __________?
—Tenemos un acuerdo. —Se frotó la nariz con la manga del impermeable—. Fue usted quien definió los términos, y yo tengo a una joven preciosa que es justo lo que usted necesita. Es inteligente y animosa. También es impulsiva, y algo temperamental, lo que ayudará a que usted no pierda interés. Atractiva, por supuesto, como lo son todas las candidatas de Parejas Power. Tiene un pelo rojo espectacular...
Habitualmente, Nicholas no era tan duro de mollera, y, al final, entendió.
—¿Pretende presentarme a __________?
—No es que lo pretenda. Es que voy a hacerlo —dijo con fiera determinación—. Tenemos un acuerdo. Su contrato no expira hasta la medianoche del martes.
—Pero...
—No puede usted ir más lejos por sí mismo. Es hora de que se haga cargo del asunto una profesional. —En esto, sin más, se le agotó la energía, y otra lágrima le resbaló por la mejilla—. __________ tiene... Tiene la hondura de carácter de la que usted carece. Es la mujer que... le hará seguir siendo humano. Porque ella no va a conformarse nunca con menos. —Su pecho se elevó al tomar una inspiración prolongada e irregular—. Desgraciadamente, va a tener que encontrarla primero. He hecho averiguaciones. No está en su casa.
La noticia le conmocionó. Él la quería quietecita y a resguardo en casa de su abuela. Esperándole.
La costura rosa de los labios de Portia se estrechó bajo sus mejillas azules y húmedas.
—Escúcheme, Nicholas. En cuanto la encuentre, llámeme. No trate de ocuparse usted mismo. Necesita ayuda. ¿Me ha entendido? Ésta es mi presentación.
En aquel preciso instante, lo único que él entendía era la enormidad de su propia estupidez. Amaba a __________. Por supuesto que la amaba. Eso explicaba todos aquellos sentimientos a los que no había dado nombre porque estaba demasiado asustado.
Necesitaba quedarse solo para darle vueltas a aquello. Portia pareció comprenderlo, porque se abrochó el impermeable y abandonó la habitación. Nicholas se sentía como si le hubieran dado un golpe en la cabeza con una pelota de béisbol, de bolea. Se derrumbó en el asiento y hundió la cara entre las manos.
Los tacones de Portia repiquetearon en el suelo de mármol del recibidor. Oyó que abría la puerta de la calle y luego, inesperadamente, la voz de Bodie.
—¡Joder!
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
23
Portia cayó en los brazos de Bodie. Cayó, sin más. Él no se lo esperaba, y reculó a trompicones. Sin que ella se despegara de él, envolviéndole en sus brazos, negándose a soltarle. Nunca más. Aquel hombre era sólido como una roca.
—¿Portia? —La agarró por los hombros y la empujó, apartándola unos centímetros para poder examinarle la cara.
Ella miró directamente a sus horrorizados ojos.
—Todo lo que dijiste de mí era cierto.
—Eso ya lo sé, pero...—Le pasó el pulgar por su apergaminada mejilla azul—. ¿Es que has perdido una apuesta, o algo así?
Portia recostó la cabeza en su pecho.
—He pasado un par de meses realmente espantosos. ¿Te importa abrazarme, sin más?
—Puede que lo haga. —La estrechó contra sí, y así se quedaron un rato, rodeados por el charco de luz de los apliques en cobre del porche—. ¿Te fue mal en una batalla de bolas de pintura? —preguntó Bodie al fin.
Ella se abrazó a él más fuerte.
—Un tratamiento con ácido. No sabes cómo quemaba. Pensé que tal vez... pudiera pelarme mi viejo yo.
Él le frotó la parte de atrás del cuello.
—Vamos a sentarnos allá y me lo cuentas todo.
Portia se acurrucó entre sus brazos.
—Vale. Pero no me sueltes.
—No lo haré. —Fiel a su palabra, siguió rodeándola con el brazo mientras la conducía, cruzando la calle, hasta el pequeño parque del barrio, que tenía un único banco de hierro, pintado de verde. Aun antes de llegar allí, ella empezó a hablar, y se lo contó todo mientras las hojas secas revoloteaban sobre sus zapatos: lo de los pollitos de malvavisco, lo de su exfoliación al ácido, lo de Nicholas y _________. Le contó que la habían despedido como mentora y le habló de sus temores.
—Tengo miedo constantemente, Bodie. Constantemente.
Él le acarició el pelo apelmazado.
—Lo sé, nena. Lo sé.
—Te quiero. ¿También lo sabes?
—Eso no lo sabía. —La besó encima de la cabeza—. Pero me alegra oírlo.
La cola de su pañuelo le cruzó la mejilla, agitada por el aire.
—¿Me quieres tú?
—Me temo que sí.
Ella sonrió.
—¿Quieres casarte conmigo?
—Déjame ver primero si consigo pasar los próximos meses sin matarte.
—Vale. —Se acurrucó arrimándose aún más a él—. Puede que te hayas dado cuenta de que no soy la mejor influencia del mundo.
—A tu extraña manera, sí que lo eres. —Le apartó el pañuelo de la cara—. Todavía no puedo creerme que tuvieras el valor de salir a la calle con esta pinta.
—Tenía un trabajo que hacer.
—Me encantan las mujeres capaces de sacrificarse por el equipo.
Ella no apreció en su voz sino admiración reverencial, y eso hizo que le amara más aún.
—Tengo que unir a esta pareja, Bodie.
—¿Todavía no has aprendido suficiente sobre los peligros de la ambición implacable?
—No es exactamente lo que estás pensando. La mejor parte de mí misma quiere hacer esto por Nicholas. Pero, además, es que quiero irme con todos los honores. Un último emparejamiento, éste, y después pienso vender mi negocio.
—¿De verdad?
—Necesito nuevos desafíos.
—Ampáranos, Señor.
—Lo digo en serio, Bodie. Quiero volar libre. A mi antojo. Quiero ir donde la pasión me lleve. Quiero trabajar duro en algo que sólo la mujer más fuerte del mundo pueda hacer.
—Vale, ahora me estás asustando.
—Quiero comer. Comer de verdad. Y ser más bondadosa y generosa. Con generosidad de la buena, sin esperar nada a cambio. Quiero tener una piel estupenda a los ochenta años. Y no quiero que vuelva a preocuparme nunca más lo que pueda pensar nadie. Excepto tú.
—Ay, Dios. Estoy tan excitado ahora mismo que voy a explotar. —Bruscamente, se levantó del banco, tirando de ella—. Vámonos de vuelta a mi piso. Ya.
—Sólo si me prometes que no me vas a contar chistes verdes de esos que me sacan los colores.
—Con el color que tienes ahora mismo, la cosa no podría empeorar mucho.
Ella sonrió.
—Ya sabes que no tengo sentido del humor.
—Trabajaremos ese asunto. —Y entonces la besó, con labios azules y todo.
***
El lunes por la mañana, incluso antes de meterse en la ducha, Nicholas empezó a darle al teléfono. Estaba resacoso, asqueado, asustado y exultante. La terapia de choque de Portia le había hecho afrontar lo que su subconsciente hacía mucho tiempo que sabía, pero su miedo le impedía reconocer: que amaba a _________ con todo su corazón. Todo lo que Portia dijo había dado en el blanco. Su enemigo había sido el miedo, no el amor. De no haber estado tan ocupado midiendo su carácter con una regla torcida, puede que hubiera entendido lo que le faltaba en su interior. Se había enorgullecido de su rectitud profesional y su destreza intelectual, de su agudeza y su tolerancia al riesgo, pero se había negado a admitir que su miserable infancia le había convertido en un cobarde emocional. Como resultado, había vivido una vida a medias. Tal vez contar con __________ a su lado le permitiría por fin relajarse y convertirse en el hombre que nunca reunió el valor de ser. Pero para que eso fuera posible, tenía que encontrarla primero.
Ella no respondía ni a su teléfono fijo ni al móvil, y no tardó en descubrir que también sus amigas se negaban a hablar con él. Tras una ducha rápida, consiguió contactar con Kate. Primero le echó la bronca, luego admitió que _________ la había llamado el domingo por la mañana para hacerle saber que estaba bien, pero se negó a contarle a su madre dónde se encontraba.
—Personalmente, te echo a ti la culpa de todo esto —dijo Kate—. _________ es extremadamente sensible. Tendrías que haberte dado cuenta de eso.
—Sí, señora. Y en cuanto la encuentre, le prometo que lo arreglaré todo.
Aquello la ablandó lo suficiente como para que le revelara que los hermanos Granger se la tenían jurada, y que debía andarse con cuidado. Aquellos tíos le encantaban.
Salió hacia Wicker Park. De su despacho no paraban de llegarle mensajes, uno detrás de otro, pero los ignoró. Por primera vez en toda su carrera, no se había puesto en contacto con ninguno de sus clientes para comentar el partido del domingo. Ni tenía intención de hacerlo hasta que hubiera encontrado a ________.
Soplaba el viento procedente del lago, y la nubosa mañana de octubre había amanecido con algo de rasca. Aparcó en el callejón detrás de la casa de _________, y encontró allí el flamante deportivo plateado, un Audi TT Roadster, que había encargado para ella por su cumpleaños, pero no su Crown Vic. El señor Bronicki reparó en Nicholas de inmediato, y se acercó a ver qué buscaba, pero aparte de trasladarle la información de que Annabelle _________ salido conduciendo como una loca el sábado por la noche, no pudo decirle nada más. Se interesó no obstante por el Audi y, cuando supo que era un regalo de cumpleaños, advirtió a Nicholas que más valía que no esperara tener «relaciones» con ella en compensación por un coche de lujo.
—No crea que porque su abuelita no está aquí ya no va a haber gente que cuide de ella.
—Qué me va usted a contar —masculló Nick.
—¿Cómo dice?
—Digo que estoy enamorado de ella. —Le gustó cómo sonaba aquello, y lo repitió—. Quiero a ___________, y tengo intención de casarme con ella. —Si es que la encontraba. Y si ella estaba dispuesta a aceptarle.
El señor Bronicki refunfuñó.
—Bueno, pero asegúrese de que no suba sus tarifas. Mucha gente ha de subsistir con unos ingresos fijos, ¿sabe?
—Haré lo que pueda.
Después de que el señor Bronicki aparcase el Audi en su garaje para mayor seguridad, Nick rodeó la casa y llamó a la puerta principal, pero estaba cerrada a cal y canto. Sacó su móvil y probó a llamar a Gwen de nuevo, aunque fue su marido quien se puso al aparato.
—No, __________ no ha pasado la noche aquí—dijo Ian—. Tío más vale que te guardes las espaldas. Ayer habló con alguna de las del club de lectura, y las mujeres están muy cabreadas. Acéptame un consejo, colega. Es difícil encontrar a una mujer que se muera de ganas de casarse con un tío que no está enamorado de ella, por muy forrado que tenga el riñón.
—¡Estoy enamorado de ella!
—Díselo a ella, no a mí.
—Maldita sea, es lo que intento. Y no sé cómo expresarte lo cómodo que me siento de saber que en esta ciudad todo el mundo está al tanto de mis asuntos privados.
—Tú te lo has buscado. Es el precio de la estupidez.
Nick colgó y trató de pensar, pero hasta que consiguiera que alguien hablara con él, lo tenía fatal. De pie en el porche de _________, pasó revista rápida a sus mensajes. Ninguno era de ella. ¿Por qué demonios no le dejaba todo el mundo en paz? Se frotó la mandíbula y reparó en que había olvidado afeitarse por segundo día consecutivo, y tal y como iba vestido tendría suerte si no le arrestaban por mendicidad, pero se había puesto lo primero que había encontrado: unos pantalones de calle azul marino de marca, una camiseta rajada naranja y negra de los Bengals y una sudadera roja de los Cardinals manchada de pintura que Bodie había sacado de a saber dónde y olvidado en su armario.
Finalmente, consiguió hablar con Kevin.
—Soy Nicholas. ¿Has...?
—Sólo te digo una cosa... Para ser un tío supuestamente brillante, la has...
—Ya lo sé, ya lo sé. ¿Ha pasado _________ la noche en vuestra casa?
—No, y tampoco creo que estuviera con ninguna de las demás mujeres.
Nick se sentó en el peldaño de la entrada de su casa.
—Tienes que averiguar adonde ha ido.
—¿Crees que me lo van a decir? Las chicas han pegado un cartel enorme de un extremo a otro de la casita rosa de su club social que reza: PROHIBIDA LA ENTRADA A LOS CHICOS.
—Eres mi mejor baza. Vamos, Kev.
—Todo lo que sé es que el club de lectura se reúne hoy a la una. Phoebe libra los lunes durante la temporada, y la reunión es en su casa. Molly ha estado haciendo collares de flores, así que la cosa debe de ir de algún rollo hawaiano.
A __________ le encantaba el club de lectura. Seguro que estaría allí. Habría salido corriendo a buscar consuelo y apoyo en esas mujeres tan rápido como pudieran llevarla sus piececitos. Ellas le darían lo que no estaba obteniendo de él.
—Una cosa más —dijo Kevin—. Robillard ha estado llamando a todo el mundo, tratando de ponerse en contacto contigo.
—Puede esperar.
—¿He oído bien? —dijo Kevin—. Es de Dean Robillard de quien estamos hablando. Aparentemente, después de meses de tontear con unos y otros, ha descubierto que necesita urgentemente un representante.
—Le llamaré más adelante. —Nick se dirigió a la calzada, hacia su coche.
—¿Será más o menos cuando te decidas a felicitarme por el partido de ayer, que se puede considerar el mejor de mi carrera?
—Sí, felicidades. Eres el mejor. Tengo que dejarte.
—Vale, sabandija, no sé quién eres ni qué pretendes, pero haz que se ponga otra vez al teléfono mi representante ahora mismo.
Nick colgó. Y entonces cayó en la cuenta. Había visto el número de Dean en su registro de llamadas perdidas, pero las había estado ignorando. ¿Y si _________ no hubiera pasado las dos últimas noches con sus amigas? ¿Y si hubiera ido corriendo con su quarterback mascota?
Dean cogió el teléfono al segundo timbre.
—Palacio del Porno de Dan el Pirado, dígame.
—¿Está ________ contigo?
—¿Nicliff? Joder, tío, sí que la has dejado hecha polvo.
—Lo sé, pero ¿cómo es que lo sabes tú?
—Por la secretaria de Phoebe.
—¿Seguro que no es ________ quien te lo ha dicho? ¿Ha estado contigo?
—Ni la he visto ni he hablado con ella, pero, si lo hago, pienso aconsejarle muy decididamente que te diga que...
—¡La quiero! —No era su intención gritar, pero no pudo reprimirse, y la mujer que acababa de salir de su casa al otro lado de la calle volvió a meterse en ella a toda prisa—. La quiero —repitió en un tono sólo ligeramente más bajo—, y necesito decírselo. Pero tengo que encontrarla primero.
—Dudo que me llame. A menos que esa prueba de embarazo...
—Te lo advierto, Robillard, como me entere de que sabes dónde ha ido y no me lo dices voy a romperte hasta el último puto hueso de ese hombro tuyo que vale un millón de dólares.
—Está el tío hablando de pegarse, y no es ni la hora de comer. Sí que estás lanzado. Bueno, vamos al asunto, Nicliff, al motivo por el que te he estado llamando. Un par de capitostes de la Pepsi-cola se han puesto en contacto conmigo, y...
Nick le colgó el teléfono al regalo de Dios a la Liga Nacional de Fútbol, le dio al botón del seguro de su coche para desbloquearlo, y salió hacia el centro para dirigirse a Birdcage Press. La reunión del club de lectura no estaba programada hasta la una, lo que le daba tiempo de tocar otra tecla más.
—He hablado con Molly esta mañana. —El antiguo prometido de _________ observó el mentón sin afeitar y el atuendo desaliñado de Nick desde detrás de su escritorio en el departamento de márketing de la editorial de Molly—. Ya le hice yo bastante daño a _________. ¿Tenía usted que machacarla también?
Rosemary no era la mujer más atractiva que hubiera visto Nick, pero iba bien vestida y tenía un aspecto muy digno. Demasiado digno. No era en absoluto la persona adecuada para _________. ¿En qué estaría ella pensando?
—No era mi intención machacarla.
—Seguro que creyó que le estaba haciendo un favor enorme al pedir su mano —dijo Rosemary arrastrando las palabras. A continuación, procedió a castigar a Nick con un sermón que se pasaba de perspicaz sobre la insensibilidad masculina, justo lo que menos necesitaba oír en aquel momento. Se escapó de allí lo más rápidamente que pudo.
Volviendo a su coche, vio que había recibido media docena de llamadas más, ninguna de ellas de la persona con quien quería hablar. Rompió el ticket de aparcamiento del parabrisas y se encaminó a la vía Eisenhower. Para cuando llegó, tenía el estómago hecho un revoltijo de nudos. Se dijo a sí mismo que ella volvería a su casa tarde o temprano, que aquello no era una emergencia. Pero nada podía aplacar su urgente necesidad. Ella estaba sufriendo por su culpa, víctima de su estupidez, y eso le resultaba intolerable.
Pilló una retención de tráfico en la autopista de peaje East West y no llegó a casa de los Calebow hasta la una y cuarto. Repasó rápidamente la fila de coches aparcados en el camino de entrada buscando un Crown Victoria verde y feo, pero el coche de __________ estaba desaparecido en combate. A lo mejor la había llevado alguien. Pero, mientras llamaba al timbre, no podía sacudirse de encima una sensación de oscuro presentimiento.
Se abrió la puerta, y se encontró con Pippi Tucker a sus pies. Sendas coletitas rubias se le disparaban a ambos lados de la cabeza, y sostenía una colección de animales de peluche contra su pequeño pecho.
—¡Puíncepe! Hoy no he ido al cole porque en mi escuela se han doto las tubedías.
—Ah, ¿sí? Eh... ¿Está aquí _________?
—Estoy jugando con los animales disecados de Hannah. Hannah está en el cole. Ella no tiene las tubedías dotas. ¿Me enseñas tu teléfono?
—¿Pip? —Phoebe apareció en el recibidor. Llevaba unos pantalones de calle negros y un bonito jersey de cuello de cisne morado, adornado con un collar de flores de papel azules y amarillas. Observó el aspecto desaseado de Nick a través de un par de gafas sin montura—. Espero que la policía haya cogido a quienquiera que te haya atracado.
Pippi daba botes en el sitio.
—¡Ha venido el Puíncepe!
—Ya lo veo. —Phoebe puso la mano en el hombro de la niña sin quitarle a Nick los ojos de encima—. ¿Has venido hasta aquí sólo para pavonearte? Me encantaría ser lo bastante madura para felicitarte por tu nuevo cliente, pero no lo soy.
Él se abrió paso al interior del vestíbulo.
—¿Está aquí _________?
Ella se quitó las gafas.
—Adelante, cuéntame las mil maneras que se te han ocurrido para llevarme a la bancarrota.
—No veo su coche.
Phoebe entrecerró sus ojos de gata.
—Has hablado con Dean, ¿no?
—Sí, pero no sabía dónde está _________. —Interrogar a Phoebe era una pérdida de tiempo, y se dirigió al salón, que era espacioso y rústico, con vigas vistas y un altillo. El club de lectura se hallaba reunido en un rincón debajo de este último; todas menos __________. Incluso vestidas de manera informal y envueltas en collares de flores de papel, eran un puñado de mujeres que imponía, y mientras cruzaba la habitación sintió que sus miradas se clavaban en él como agujas hipodérmicas.
—¿Dónde está? Y no me digáis que no lo sabéis.
Molly descruzó las piernas y se puso en pie.
—Lo sabemos, y tenemos órdenes de mantener la boca cerrada. _________ necesita tiempo para reflexionar.
—Eso es sólo lo que ella cree. Tengo que hablar con ella.
Gwen le miró por encima de su enorme barriga como un Buda hostil.
—¿Tienes pensado darle más razones por las que debería casarse con un hombre que no la quiere?
—Eso no es así. —Apretó los dientes—. Sí que la quiero. La quiero con todo mi puto corazón, pero no puedo convencerla de eso si nadie me dice adónde ha ido.
No pretendía sonar tan cabreado, pero Charmaine se ofendió.
—¿Y cuándo has caído tan milagrosamente en la cuenta?
—Anoche. Me abrieron los ojos una mujer azul y una botella de whisky. Así que ¿dónde está?
—No te lo vamos a decir—dijo Krystal.
Janine le dirigió una mirada furiosa.
—Si llama, le transmitiremos tu mensaje. Y también le diremos que no nos gusta tu actitud.
—Le transmitiré mi jodido mensaje yo mismo —replicó él.
—En este caso, ni siquiera el gran Nicholas Jonas puede allanar el camino con su apisonadora. —La tranquila firmeza de Molly hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal—. __________ se pondrá en contacto contigo cuando y como decida. O tal vez no. Depende de ella. Sé que va en contra de tu naturaleza, pero tendrás que tener paciencia. Ahora tiene ella la sartén por el mango.
—Tampoco es que tú no vayas a estar ocupado —dijo la Dama malvada a sus espaldas, arrastrando las palabras—. Ahora que Dean ha desatendido los buenos deseos de la mujer que detenta su contrato...
Él giró sobre sus talones para plantarle cara.
—Dean me importa un bledo ahora mismo, Phoebe, y tengo una noticia de última hora que darte. En la vida hay cosas más importantes que el fútbol.
Ella arqueó las cejas, casi imperceptiblemente. Nick se volvió hacia el resto de mujeres, dispuesto a sonsacarles la información aunque para ello tuviera que estrangularlas, pero descubrió de pronto que su ira se había agotado. Elevó las manos al cielo, comprobando con horror que le temblaban, aunque no tanto como le temblaba la voz.
—__________ está... Te-tengo que enmendar esto. No soporto saber que está... Que la he hecho sufrir. Por favor...
Pero no tenían corazón, y, una por una, desviaron la vista.
Él salió de la casa desolado. Se había levantado viento, y una ráfaga helada penetró en su sudadera. De forma mecánica, sacó su teléfono, en la vana esperanza de que ella le hubiera llamado, sabiendo que no lo habría hecho.
Los Chiefs estaban intentando contactar con él. Al igual que Bodie y Phil Tyree. Apoyó las manos en la capota de su coche e inclinó la cabeza. Él merecía sufrir. Ella no.
—¿Estás triste, puíncepe?
Volvió la vista hacia la casa y vio a Pippi de pie en el escalón superior del porche, con un mono debajo de un brazo y un oso bajo el otro. Combatió un impulso poderoso de levantarla en brazos y pasearla un rato, de frotarle la cabeza con su barbilla y abrazarla fuerte, como a uno de sus peluches. Tomó un poco de aire.
—Sí, Pip. Estoy un poco triste.
—¿Vas a llorar?
Respondió sobreponiéndose al nudo de su garganta.
—No, los chicos no lloran.
La puerta se abrió tras la niña, y apareció Phoebe, rubia, poderosa y despiadada. No le prestó a él ninguna atención. Simplemente se agachó junto a Pippi y le arregló una de sus coletitas, mientras le hablaba en voz baja. Nick se llevó la mano al bolsillo para buscar sus llaves.
Phoebe se dio la vuelta para volver a la casa. Pippi dejó caer sus animales de peluche y bajó trotando las escaleras.
—¡Puíncepe! Tengo que decirte una cosa. —Corrió hacia él, volando sobre sus zapatillas rosas. Al llegar a su lado, inclinó la cabeza hacia atrás para mirarle—. Tengo un secreto.
Él se agachó junto a ella. Olía a inocencia. Como los lápices de colores y el zumo de frutas.
—¿Sí?
—Dice tía Phoebe que no se lo diga a nadie más que a ti, ni siquiera a mamá.
Nick miró al porche de reojo, pero Phoebe había desaparecido.
—¿Decirme qué?
—¡__! —Pippi sonreía—. ¡Ha ido a nuestro campamento!
Una descarga de adrenalina le recorrió las venas. La cabeza empezó a darle vueltas. Levantó a Pippi en el aire, la atrajo hacia sí y la besó en las mejillas hasta hartarse.
—Gracias, cariño. Gracias por decírmelo.
Ella le puso la manita en el mentón y le apartó la cabeza con ceño.
—Rasca.
Nick se rió, le dio otro beso para cerrar la cuenta y la posó de nuevo en el suelo. Se le había olvidado apagar el móvil, que empezó a sonar. A la niña se le agrandaron los ojos. Él lo sacó con gesto automático.
—Jonas.
—Nicliff, tío, necesito un representante —exclamó Dean—, y te juro por Dios que como vuelvas a colgarme...
Nick le endosó el móvil a Pippi.
—Habla con este señor tan simpático, cariño. Cuéntale que tu papi es el mejor quarterback que ha dado o dará jamás el fútbol.
Al salir camino abajo, vio a Pippi dirigirse de nuevo al porche, con el móvil pegado a la oreja y las coletas bailando mientras hablaba por los codos.
Dentro de la casa, se movieron las cortinas de la entrada, y a través de la ventana vio asomar el rostro de la mujer más poderosa de la Liga Nacional de Fútbol. Puede que fuera cosa de su imaginación, pero le pareció que sonreía.
Portia cayó en los brazos de Bodie. Cayó, sin más. Él no se lo esperaba, y reculó a trompicones. Sin que ella se despegara de él, envolviéndole en sus brazos, negándose a soltarle. Nunca más. Aquel hombre era sólido como una roca.
—¿Portia? —La agarró por los hombros y la empujó, apartándola unos centímetros para poder examinarle la cara.
Ella miró directamente a sus horrorizados ojos.
—Todo lo que dijiste de mí era cierto.
—Eso ya lo sé, pero...—Le pasó el pulgar por su apergaminada mejilla azul—. ¿Es que has perdido una apuesta, o algo así?
Portia recostó la cabeza en su pecho.
—He pasado un par de meses realmente espantosos. ¿Te importa abrazarme, sin más?
—Puede que lo haga. —La estrechó contra sí, y así se quedaron un rato, rodeados por el charco de luz de los apliques en cobre del porche—. ¿Te fue mal en una batalla de bolas de pintura? —preguntó Bodie al fin.
Ella se abrazó a él más fuerte.
—Un tratamiento con ácido. No sabes cómo quemaba. Pensé que tal vez... pudiera pelarme mi viejo yo.
Él le frotó la parte de atrás del cuello.
—Vamos a sentarnos allá y me lo cuentas todo.
Portia se acurrucó entre sus brazos.
—Vale. Pero no me sueltes.
—No lo haré. —Fiel a su palabra, siguió rodeándola con el brazo mientras la conducía, cruzando la calle, hasta el pequeño parque del barrio, que tenía un único banco de hierro, pintado de verde. Aun antes de llegar allí, ella empezó a hablar, y se lo contó todo mientras las hojas secas revoloteaban sobre sus zapatos: lo de los pollitos de malvavisco, lo de su exfoliación al ácido, lo de Nicholas y _________. Le contó que la habían despedido como mentora y le habló de sus temores.
—Tengo miedo constantemente, Bodie. Constantemente.
Él le acarició el pelo apelmazado.
—Lo sé, nena. Lo sé.
—Te quiero. ¿También lo sabes?
—Eso no lo sabía. —La besó encima de la cabeza—. Pero me alegra oírlo.
La cola de su pañuelo le cruzó la mejilla, agitada por el aire.
—¿Me quieres tú?
—Me temo que sí.
Ella sonrió.
—¿Quieres casarte conmigo?
—Déjame ver primero si consigo pasar los próximos meses sin matarte.
—Vale. —Se acurrucó arrimándose aún más a él—. Puede que te hayas dado cuenta de que no soy la mejor influencia del mundo.
—A tu extraña manera, sí que lo eres. —Le apartó el pañuelo de la cara—. Todavía no puedo creerme que tuvieras el valor de salir a la calle con esta pinta.
—Tenía un trabajo que hacer.
—Me encantan las mujeres capaces de sacrificarse por el equipo.
Ella no apreció en su voz sino admiración reverencial, y eso hizo que le amara más aún.
—Tengo que unir a esta pareja, Bodie.
—¿Todavía no has aprendido suficiente sobre los peligros de la ambición implacable?
—No es exactamente lo que estás pensando. La mejor parte de mí misma quiere hacer esto por Nicholas. Pero, además, es que quiero irme con todos los honores. Un último emparejamiento, éste, y después pienso vender mi negocio.
—¿De verdad?
—Necesito nuevos desafíos.
—Ampáranos, Señor.
—Lo digo en serio, Bodie. Quiero volar libre. A mi antojo. Quiero ir donde la pasión me lleve. Quiero trabajar duro en algo que sólo la mujer más fuerte del mundo pueda hacer.
—Vale, ahora me estás asustando.
—Quiero comer. Comer de verdad. Y ser más bondadosa y generosa. Con generosidad de la buena, sin esperar nada a cambio. Quiero tener una piel estupenda a los ochenta años. Y no quiero que vuelva a preocuparme nunca más lo que pueda pensar nadie. Excepto tú.
—Ay, Dios. Estoy tan excitado ahora mismo que voy a explotar. —Bruscamente, se levantó del banco, tirando de ella—. Vámonos de vuelta a mi piso. Ya.
—Sólo si me prometes que no me vas a contar chistes verdes de esos que me sacan los colores.
—Con el color que tienes ahora mismo, la cosa no podría empeorar mucho.
Ella sonrió.
—Ya sabes que no tengo sentido del humor.
—Trabajaremos ese asunto. —Y entonces la besó, con labios azules y todo.
***
El lunes por la mañana, incluso antes de meterse en la ducha, Nicholas empezó a darle al teléfono. Estaba resacoso, asqueado, asustado y exultante. La terapia de choque de Portia le había hecho afrontar lo que su subconsciente hacía mucho tiempo que sabía, pero su miedo le impedía reconocer: que amaba a _________ con todo su corazón. Todo lo que Portia dijo había dado en el blanco. Su enemigo había sido el miedo, no el amor. De no haber estado tan ocupado midiendo su carácter con una regla torcida, puede que hubiera entendido lo que le faltaba en su interior. Se había enorgullecido de su rectitud profesional y su destreza intelectual, de su agudeza y su tolerancia al riesgo, pero se había negado a admitir que su miserable infancia le había convertido en un cobarde emocional. Como resultado, había vivido una vida a medias. Tal vez contar con __________ a su lado le permitiría por fin relajarse y convertirse en el hombre que nunca reunió el valor de ser. Pero para que eso fuera posible, tenía que encontrarla primero.
Ella no respondía ni a su teléfono fijo ni al móvil, y no tardó en descubrir que también sus amigas se negaban a hablar con él. Tras una ducha rápida, consiguió contactar con Kate. Primero le echó la bronca, luego admitió que _________ la había llamado el domingo por la mañana para hacerle saber que estaba bien, pero se negó a contarle a su madre dónde se encontraba.
—Personalmente, te echo a ti la culpa de todo esto —dijo Kate—. _________ es extremadamente sensible. Tendrías que haberte dado cuenta de eso.
—Sí, señora. Y en cuanto la encuentre, le prometo que lo arreglaré todo.
Aquello la ablandó lo suficiente como para que le revelara que los hermanos Granger se la tenían jurada, y que debía andarse con cuidado. Aquellos tíos le encantaban.
Salió hacia Wicker Park. De su despacho no paraban de llegarle mensajes, uno detrás de otro, pero los ignoró. Por primera vez en toda su carrera, no se había puesto en contacto con ninguno de sus clientes para comentar el partido del domingo. Ni tenía intención de hacerlo hasta que hubiera encontrado a ________.
Soplaba el viento procedente del lago, y la nubosa mañana de octubre había amanecido con algo de rasca. Aparcó en el callejón detrás de la casa de _________, y encontró allí el flamante deportivo plateado, un Audi TT Roadster, que había encargado para ella por su cumpleaños, pero no su Crown Vic. El señor Bronicki reparó en Nicholas de inmediato, y se acercó a ver qué buscaba, pero aparte de trasladarle la información de que Annabelle _________ salido conduciendo como una loca el sábado por la noche, no pudo decirle nada más. Se interesó no obstante por el Audi y, cuando supo que era un regalo de cumpleaños, advirtió a Nicholas que más valía que no esperara tener «relaciones» con ella en compensación por un coche de lujo.
—No crea que porque su abuelita no está aquí ya no va a haber gente que cuide de ella.
—Qué me va usted a contar —masculló Nick.
—¿Cómo dice?
—Digo que estoy enamorado de ella. —Le gustó cómo sonaba aquello, y lo repitió—. Quiero a ___________, y tengo intención de casarme con ella. —Si es que la encontraba. Y si ella estaba dispuesta a aceptarle.
El señor Bronicki refunfuñó.
—Bueno, pero asegúrese de que no suba sus tarifas. Mucha gente ha de subsistir con unos ingresos fijos, ¿sabe?
—Haré lo que pueda.
Después de que el señor Bronicki aparcase el Audi en su garaje para mayor seguridad, Nick rodeó la casa y llamó a la puerta principal, pero estaba cerrada a cal y canto. Sacó su móvil y probó a llamar a Gwen de nuevo, aunque fue su marido quien se puso al aparato.
—No, __________ no ha pasado la noche aquí—dijo Ian—. Tío más vale que te guardes las espaldas. Ayer habló con alguna de las del club de lectura, y las mujeres están muy cabreadas. Acéptame un consejo, colega. Es difícil encontrar a una mujer que se muera de ganas de casarse con un tío que no está enamorado de ella, por muy forrado que tenga el riñón.
—¡Estoy enamorado de ella!
—Díselo a ella, no a mí.
—Maldita sea, es lo que intento. Y no sé cómo expresarte lo cómodo que me siento de saber que en esta ciudad todo el mundo está al tanto de mis asuntos privados.
—Tú te lo has buscado. Es el precio de la estupidez.
Nick colgó y trató de pensar, pero hasta que consiguiera que alguien hablara con él, lo tenía fatal. De pie en el porche de _________, pasó revista rápida a sus mensajes. Ninguno era de ella. ¿Por qué demonios no le dejaba todo el mundo en paz? Se frotó la mandíbula y reparó en que había olvidado afeitarse por segundo día consecutivo, y tal y como iba vestido tendría suerte si no le arrestaban por mendicidad, pero se había puesto lo primero que había encontrado: unos pantalones de calle azul marino de marca, una camiseta rajada naranja y negra de los Bengals y una sudadera roja de los Cardinals manchada de pintura que Bodie había sacado de a saber dónde y olvidado en su armario.
Finalmente, consiguió hablar con Kevin.
—Soy Nicholas. ¿Has...?
—Sólo te digo una cosa... Para ser un tío supuestamente brillante, la has...
—Ya lo sé, ya lo sé. ¿Ha pasado _________ la noche en vuestra casa?
—No, y tampoco creo que estuviera con ninguna de las demás mujeres.
Nick se sentó en el peldaño de la entrada de su casa.
—Tienes que averiguar adonde ha ido.
—¿Crees que me lo van a decir? Las chicas han pegado un cartel enorme de un extremo a otro de la casita rosa de su club social que reza: PROHIBIDA LA ENTRADA A LOS CHICOS.
—Eres mi mejor baza. Vamos, Kev.
—Todo lo que sé es que el club de lectura se reúne hoy a la una. Phoebe libra los lunes durante la temporada, y la reunión es en su casa. Molly ha estado haciendo collares de flores, así que la cosa debe de ir de algún rollo hawaiano.
A __________ le encantaba el club de lectura. Seguro que estaría allí. Habría salido corriendo a buscar consuelo y apoyo en esas mujeres tan rápido como pudieran llevarla sus piececitos. Ellas le darían lo que no estaba obteniendo de él.
—Una cosa más —dijo Kevin—. Robillard ha estado llamando a todo el mundo, tratando de ponerse en contacto contigo.
—Puede esperar.
—¿He oído bien? —dijo Kevin—. Es de Dean Robillard de quien estamos hablando. Aparentemente, después de meses de tontear con unos y otros, ha descubierto que necesita urgentemente un representante.
—Le llamaré más adelante. —Nick se dirigió a la calzada, hacia su coche.
—¿Será más o menos cuando te decidas a felicitarme por el partido de ayer, que se puede considerar el mejor de mi carrera?
—Sí, felicidades. Eres el mejor. Tengo que dejarte.
—Vale, sabandija, no sé quién eres ni qué pretendes, pero haz que se ponga otra vez al teléfono mi representante ahora mismo.
Nick colgó. Y entonces cayó en la cuenta. Había visto el número de Dean en su registro de llamadas perdidas, pero las había estado ignorando. ¿Y si _________ no hubiera pasado las dos últimas noches con sus amigas? ¿Y si hubiera ido corriendo con su quarterback mascota?
Dean cogió el teléfono al segundo timbre.
—Palacio del Porno de Dan el Pirado, dígame.
—¿Está ________ contigo?
—¿Nicliff? Joder, tío, sí que la has dejado hecha polvo.
—Lo sé, pero ¿cómo es que lo sabes tú?
—Por la secretaria de Phoebe.
—¿Seguro que no es ________ quien te lo ha dicho? ¿Ha estado contigo?
—Ni la he visto ni he hablado con ella, pero, si lo hago, pienso aconsejarle muy decididamente que te diga que...
—¡La quiero! —No era su intención gritar, pero no pudo reprimirse, y la mujer que acababa de salir de su casa al otro lado de la calle volvió a meterse en ella a toda prisa—. La quiero —repitió en un tono sólo ligeramente más bajo—, y necesito decírselo. Pero tengo que encontrarla primero.
—Dudo que me llame. A menos que esa prueba de embarazo...
—Te lo advierto, Robillard, como me entere de que sabes dónde ha ido y no me lo dices voy a romperte hasta el último puto hueso de ese hombro tuyo que vale un millón de dólares.
—Está el tío hablando de pegarse, y no es ni la hora de comer. Sí que estás lanzado. Bueno, vamos al asunto, Nicliff, al motivo por el que te he estado llamando. Un par de capitostes de la Pepsi-cola se han puesto en contacto conmigo, y...
Nick le colgó el teléfono al regalo de Dios a la Liga Nacional de Fútbol, le dio al botón del seguro de su coche para desbloquearlo, y salió hacia el centro para dirigirse a Birdcage Press. La reunión del club de lectura no estaba programada hasta la una, lo que le daba tiempo de tocar otra tecla más.
—He hablado con Molly esta mañana. —El antiguo prometido de _________ observó el mentón sin afeitar y el atuendo desaliñado de Nick desde detrás de su escritorio en el departamento de márketing de la editorial de Molly—. Ya le hice yo bastante daño a _________. ¿Tenía usted que machacarla también?
Rosemary no era la mujer más atractiva que hubiera visto Nick, pero iba bien vestida y tenía un aspecto muy digno. Demasiado digno. No era en absoluto la persona adecuada para _________. ¿En qué estaría ella pensando?
—No era mi intención machacarla.
—Seguro que creyó que le estaba haciendo un favor enorme al pedir su mano —dijo Rosemary arrastrando las palabras. A continuación, procedió a castigar a Nick con un sermón que se pasaba de perspicaz sobre la insensibilidad masculina, justo lo que menos necesitaba oír en aquel momento. Se escapó de allí lo más rápidamente que pudo.
Volviendo a su coche, vio que había recibido media docena de llamadas más, ninguna de ellas de la persona con quien quería hablar. Rompió el ticket de aparcamiento del parabrisas y se encaminó a la vía Eisenhower. Para cuando llegó, tenía el estómago hecho un revoltijo de nudos. Se dijo a sí mismo que ella volvería a su casa tarde o temprano, que aquello no era una emergencia. Pero nada podía aplacar su urgente necesidad. Ella estaba sufriendo por su culpa, víctima de su estupidez, y eso le resultaba intolerable.
Pilló una retención de tráfico en la autopista de peaje East West y no llegó a casa de los Calebow hasta la una y cuarto. Repasó rápidamente la fila de coches aparcados en el camino de entrada buscando un Crown Victoria verde y feo, pero el coche de __________ estaba desaparecido en combate. A lo mejor la había llevado alguien. Pero, mientras llamaba al timbre, no podía sacudirse de encima una sensación de oscuro presentimiento.
Se abrió la puerta, y se encontró con Pippi Tucker a sus pies. Sendas coletitas rubias se le disparaban a ambos lados de la cabeza, y sostenía una colección de animales de peluche contra su pequeño pecho.
—¡Puíncepe! Hoy no he ido al cole porque en mi escuela se han doto las tubedías.
—Ah, ¿sí? Eh... ¿Está aquí _________?
—Estoy jugando con los animales disecados de Hannah. Hannah está en el cole. Ella no tiene las tubedías dotas. ¿Me enseñas tu teléfono?
—¿Pip? —Phoebe apareció en el recibidor. Llevaba unos pantalones de calle negros y un bonito jersey de cuello de cisne morado, adornado con un collar de flores de papel azules y amarillas. Observó el aspecto desaseado de Nick a través de un par de gafas sin montura—. Espero que la policía haya cogido a quienquiera que te haya atracado.
Pippi daba botes en el sitio.
—¡Ha venido el Puíncepe!
—Ya lo veo. —Phoebe puso la mano en el hombro de la niña sin quitarle a Nick los ojos de encima—. ¿Has venido hasta aquí sólo para pavonearte? Me encantaría ser lo bastante madura para felicitarte por tu nuevo cliente, pero no lo soy.
Él se abrió paso al interior del vestíbulo.
—¿Está aquí _________?
Ella se quitó las gafas.
—Adelante, cuéntame las mil maneras que se te han ocurrido para llevarme a la bancarrota.
—No veo su coche.
Phoebe entrecerró sus ojos de gata.
—Has hablado con Dean, ¿no?
—Sí, pero no sabía dónde está _________. —Interrogar a Phoebe era una pérdida de tiempo, y se dirigió al salón, que era espacioso y rústico, con vigas vistas y un altillo. El club de lectura se hallaba reunido en un rincón debajo de este último; todas menos __________. Incluso vestidas de manera informal y envueltas en collares de flores de papel, eran un puñado de mujeres que imponía, y mientras cruzaba la habitación sintió que sus miradas se clavaban en él como agujas hipodérmicas.
—¿Dónde está? Y no me digáis que no lo sabéis.
Molly descruzó las piernas y se puso en pie.
—Lo sabemos, y tenemos órdenes de mantener la boca cerrada. _________ necesita tiempo para reflexionar.
—Eso es sólo lo que ella cree. Tengo que hablar con ella.
Gwen le miró por encima de su enorme barriga como un Buda hostil.
—¿Tienes pensado darle más razones por las que debería casarse con un hombre que no la quiere?
—Eso no es así. —Apretó los dientes—. Sí que la quiero. La quiero con todo mi puto corazón, pero no puedo convencerla de eso si nadie me dice adónde ha ido.
No pretendía sonar tan cabreado, pero Charmaine se ofendió.
—¿Y cuándo has caído tan milagrosamente en la cuenta?
—Anoche. Me abrieron los ojos una mujer azul y una botella de whisky. Así que ¿dónde está?
—No te lo vamos a decir—dijo Krystal.
Janine le dirigió una mirada furiosa.
—Si llama, le transmitiremos tu mensaje. Y también le diremos que no nos gusta tu actitud.
—Le transmitiré mi jodido mensaje yo mismo —replicó él.
—En este caso, ni siquiera el gran Nicholas Jonas puede allanar el camino con su apisonadora. —La tranquila firmeza de Molly hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal—. __________ se pondrá en contacto contigo cuando y como decida. O tal vez no. Depende de ella. Sé que va en contra de tu naturaleza, pero tendrás que tener paciencia. Ahora tiene ella la sartén por el mango.
—Tampoco es que tú no vayas a estar ocupado —dijo la Dama malvada a sus espaldas, arrastrando las palabras—. Ahora que Dean ha desatendido los buenos deseos de la mujer que detenta su contrato...
Él giró sobre sus talones para plantarle cara.
—Dean me importa un bledo ahora mismo, Phoebe, y tengo una noticia de última hora que darte. En la vida hay cosas más importantes que el fútbol.
Ella arqueó las cejas, casi imperceptiblemente. Nick se volvió hacia el resto de mujeres, dispuesto a sonsacarles la información aunque para ello tuviera que estrangularlas, pero descubrió de pronto que su ira se había agotado. Elevó las manos al cielo, comprobando con horror que le temblaban, aunque no tanto como le temblaba la voz.
—__________ está... Te-tengo que enmendar esto. No soporto saber que está... Que la he hecho sufrir. Por favor...
Pero no tenían corazón, y, una por una, desviaron la vista.
Él salió de la casa desolado. Se había levantado viento, y una ráfaga helada penetró en su sudadera. De forma mecánica, sacó su teléfono, en la vana esperanza de que ella le hubiera llamado, sabiendo que no lo habría hecho.
Los Chiefs estaban intentando contactar con él. Al igual que Bodie y Phil Tyree. Apoyó las manos en la capota de su coche e inclinó la cabeza. Él merecía sufrir. Ella no.
—¿Estás triste, puíncepe?
Volvió la vista hacia la casa y vio a Pippi de pie en el escalón superior del porche, con un mono debajo de un brazo y un oso bajo el otro. Combatió un impulso poderoso de levantarla en brazos y pasearla un rato, de frotarle la cabeza con su barbilla y abrazarla fuerte, como a uno de sus peluches. Tomó un poco de aire.
—Sí, Pip. Estoy un poco triste.
—¿Vas a llorar?
Respondió sobreponiéndose al nudo de su garganta.
—No, los chicos no lloran.
La puerta se abrió tras la niña, y apareció Phoebe, rubia, poderosa y despiadada. No le prestó a él ninguna atención. Simplemente se agachó junto a Pippi y le arregló una de sus coletitas, mientras le hablaba en voz baja. Nick se llevó la mano al bolsillo para buscar sus llaves.
Phoebe se dio la vuelta para volver a la casa. Pippi dejó caer sus animales de peluche y bajó trotando las escaleras.
—¡Puíncepe! Tengo que decirte una cosa. —Corrió hacia él, volando sobre sus zapatillas rosas. Al llegar a su lado, inclinó la cabeza hacia atrás para mirarle—. Tengo un secreto.
Él se agachó junto a ella. Olía a inocencia. Como los lápices de colores y el zumo de frutas.
—¿Sí?
—Dice tía Phoebe que no se lo diga a nadie más que a ti, ni siquiera a mamá.
Nick miró al porche de reojo, pero Phoebe había desaparecido.
—¿Decirme qué?
—¡__
Una descarga de adrenalina le recorrió las venas. La cabeza empezó a darle vueltas. Levantó a Pippi en el aire, la atrajo hacia sí y la besó en las mejillas hasta hartarse.
—Gracias, cariño. Gracias por decírmelo.
Ella le puso la manita en el mentón y le apartó la cabeza con ceño.
—Rasca.
Nick se rió, le dio otro beso para cerrar la cuenta y la posó de nuevo en el suelo. Se le había olvidado apagar el móvil, que empezó a sonar. A la niña se le agrandaron los ojos. Él lo sacó con gesto automático.
—Jonas.
—Nicliff, tío, necesito un representante —exclamó Dean—, y te juro por Dios que como vuelvas a colgarme...
Nick le endosó el móvil a Pippi.
—Habla con este señor tan simpático, cariño. Cuéntale que tu papi es el mejor quarterback que ha dado o dará jamás el fútbol.
Al salir camino abajo, vio a Pippi dirigirse de nuevo al porche, con el móvil pegado a la oreja y las coletas bailando mientras hablaba por los codos.
Dentro de la casa, se movieron las cortinas de la entrada, y a través de la ventana vio asomar el rostro de la mujer más poderosa de la Liga Nacional de Fútbol. Puede que fuera cosa de su imaginación, pero le pareció que sonreía.
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
2 4
Nicholas llegó al campamento de Wind Lake poco antes de medianoche. En la oscuridad barrida por la lluvia, sólo brillaban el resplandor acuoso de las farolas victorianas de la zona comunitaria y la solitaria luz del porche del bed & breakfast. Sus limpiaparabrisas batían la luna frontal del Audi. Las cabañas se alzaban, sin calefacción, vacías y con los postigos echados para el resto de la temporada. Habían apagado hasta las amarillas lámparas portuarias enrejadas, a lo lejos. En un principio, pensó en coger un avión, pero con aquel tiempo de perros habían cerrado el pequeño aeropuerto, y Nick no tuvo paciencia para esperar a que se reanudaran los vuelos. Hubiera debido hacerlo, porque la tormenta había alargado el viaje, que duraba ocho horas, a diez.
Había salido de Chicago con retraso. Le molestaba no llevar el anillo de compromiso de __________ en el bolsillo —quería darle algo tangible—, así que había vuelto con su coche a Wicker Park para recoger el Audi nuevo. Tal vez no pudiera ponérselo en el dedo, pero al menos le demostraría que iba en serio. Desgraciadamente, el deportivo no estaba pensado para alguien de uno ochenta, y al cabo de diez horas Nicholas tenía las piernas contraídas, un calambre en el cuello y un dolor de cabeza mortal, que él había alimentado a base de café negro. En el asiento de atrás iban bailando diez globos de Disney. Los había visto atados juntos en la gasolinera donde paró a repostar, y los había comprado en un impulso. Dumbo y Cruella de Vil llevaban los últimos cien kilómetros golpeándole en la nuca.
A través del parabrisas anegado por la lluvia, distinguió una fila de mecedoras balanceándose en el porche de entrada. Aunque estuvieran cerradas las cabañas, Kevin le había explicado que el bed & breakfast hacía negocio en esa temporada con los turistas que subían en busca del follaje de otoño, y los faros del Roadster descubrieron media docena de coches aparcados a un lado. Pero el Crown Vic de ________ no se contaba entre ellos.
El Audi dio una sacudida al pasar por un bache lleno de lluvia cuando Nick giró por la calzada que corría paralela al oscuro lago. Se le pasó por la cabeza, y no era la primera vez, que viajar hasta los bosques del norte basándose en información facilitada a una niña de tres años por una mujer que le tenía una ojeriza descomunal podía no ser su jugada más inteligente, pero el caso era que lo había hecho.
Pisó el freno en cuanto sus faros alumbraron lo que hacía diez horas que rezaba por ver: el coche de _________, aparcado frente a Lirios del campo. Notó la cabeza embriagada de alivio. Mientras detenía el coche detrás del Crown Vic, contempló a través de la lluvia la cabaña oscurecida, y combatió el impulso de despertar a _________ y aclarar las cosas. No estaría en condiciones de negociar su futuro hasta que hubiera dormido unas horas. El bed & breakfast estaba cerrado de noche, y no podía quedarse en el pueblo, puesto que ella podría decidir marcharse antes de que él volviera. Sólo podía hacer una cosa...
Dio marcha atrás al Audi hasta bloquear el camino. Cuando tuvo la tranquilidad de que ella no podría salir, apagó el motor, apartó al pato Donald de en medio y reclinó el asiento a tope. Pero a pesar de que estaba bastante exhausto, no concilio el sueño de inmediato. Demasiadas voces del pasado. Demasiados recordatorios de las mil maneras en que el amor le había pateado en los dientes... una y otra vez.
***
El frío despertó a __________ antes incluso que su despertador, que había puesto a las seis. La temperatura había descendido en picado durante la noche, y la manta con que se había arropado no la protegía del rigor de la madrugada. Molly le había dicho que se quedara en las habitaciones privadas de los Tucker en el bed & breakfast, en vez de en una cabaña sin calefacción, pero _________ había buscado la soledad de Lirios del campo. Ahora lo lamentaba.
Hacía una semana que el agua caliente estaba cortada, y se salpicó la cara con la fría. Después de ayudar a servir el desayuno a los huéspedes, se regalaría con un largo remojón en la bañera de Molly. El día anterior se había prestado a echar una mano con el desayuno porque la chica que trabajaba normalmente en el turno de mañana había caído enferma. Una pequeña distracción que le vino muy bien.
Contempló el rostro de ojos cavernosos del espejo. Daba pena. Pero cada lágrima que había vertido aquí en el campamento era una lágrima que no tendría que verter cuando estuviera de vuelta en la ciudad. Aquél era su momento de duelo. No pretendía convertirse en una profesional de la infelicidad, pero tampoco iba a castigarse por haberse escondido. Se había enamorado de un hombre que era incapaz de corresponderla. Si una mujer no podía llorar por eso es que no tenía corazón.
Se dio la vuelta recogiéndose el pelo en una coleta, luego se puso los vaqueros y unas zapatillas, además de un jersey muy abrigado que había tomado prestado del armario de Molly. Salió de la cabaña por la puerta de atrás. El viento se había llevado la tormenta por fin, y su aliento formaba nubecitas heladas en el aire límpido y frío mientras caminaba por el sendero que llevaba al lago. La alfombra de hojas empapadas se hundía bajo sus zapatillas, y de las ramas de los árboles le caían gotas en la cabeza, pero ver el lago de madrugada la animó, y no le importó mojarse.
Subir hasta allí había sido una buena elección. Nicholas era un vendedor consumado, y veía cualquier obstáculo como un desafío. Andaría buscándola cuando regresara, para intentar convencerla de que debería contentarse con la posición a la que él pretendía relegarla en su vida: por detrás de sus clientes y sus reuniones, sus llamadas telefónicas y su ambición desmedida. No podía regresar hasta que hubiera afirmado bien sus defensas.
Del lago emanaban columnas de neblina, y un par de garcetas blancas como la nieve picoteaban junto a la orilla. Bajo el peso de su tristeza, se debatía por hallar unos contados momentos de paz. Cinco meses antes, puede que se hubiera conformado con las migajas emocionales que Nicholas le arrojaba, pero ya no. Ahora sabía que merecía más. Por primera vez en su vida, tenía una visión clara de quién era y qué quería de la vida. Estaba orgullosa de todo lo que había conseguido con Perfecta para Ti, orgullosa de haber levantado algo bueno. Pero estaba aún más orgullosa de sí misma por haberse negado a ser para Nick plato de segunda mesa. Se merecía poder amar abierta y gozosamente —sin barreras—, y ser amada de la misma forma en correspondencia. Con Nick eso no iba a ser posible. Volviendo del lago supo que había hecho lo correcto. Por el momento, aquél era su único consuelo.
Cuando llegó al bed & breakfast, se puso a ayudar. Conforme los huéspedes empezaban a llenar el comedor, ella sirvió café, fue a por cestas llenas de bollos calientes, rellenó las fuentes del autoservicio y hasta se animó a hacer algún chiste. A las nueve el comedor se había quedado vacío, y ella se dirigió de vuelta a la cabaña. Antes de darse el baño, haría sus llamadas telefónicas de negocios. Un maestro de ejecutivos le había enseñado el valor del contacto personal, y tenía clientes que dependían de ella.
Era irónico lo mucho que había aprendido de Nick, incluida la importancia de seguir su propia opinión en vez de la de otros. Perfecta para Ti jamás la haría rica, pero unir a las personas era aquello para lo que había nacido. Toda clase de personas. No sólo las guapas y triunfadoras, también las raras e inseguras, las desventuradas y obtusas. Y no sólo las jóvenes. Fuera o no rentable, nunca podría abandonar a sus jubilados. Ser casamentera era un follón, impredecible y exigente, pero le encantaba.
Llegó a la playa desierta y se detuvo un instante. Se arrebujó el jersey y fue paseando hasta el muelle. El lago estaba tranquilo sin veraneantes, y le sobrevino el recuerdo de la noche en que Nick y ella habían bailado sobre la arena. Se sentó al final del muelle y se llevó las rodillas al pecho. Se había colado dos veces por hombres traumatizados. Pero nunca más.
Oyó pisadas sobre el muelle, detrás de ella. Alguno de los huéspedes. Se restregó la mejilla húmeda contra la rodilla para enjugar las lágrimas.
—Hola, cariño.
Levantó la cabeza, y el corazón le dio un brinco. La había encontrado. Debería haber sabido que lo haría.
—He usado tu cepillo de dientes —dijo él a su espalda—. Iba a usar tu cuchilla de afeitar, hasta que me he dado cuenta de que no había agua caliente. —Su voz sonaba áspera, como si no hubiera hablado en mucho rato.
_________ se dio la vuelta muy despacio. Abrió los ojos de asombro. Iba vestido de cualquier manera, desaseado y sin afeitar. Bajo una sudadera roja gastada, llevaba una camiseta naranja descolorida y unos pantalones de calle azul marino con pinta de haber dormido con ellos puestos. Sostenía en la mano un montón de globos de Disney. Goofy se había desinflado y colgaba junto a su pierna, pero él no parecía haberse dado cuenta. Entre los globos y su pelo alborotado, tendría que haberle parecido ridículo. Pero, desprovisto del barniz de refinamiento que tanto esfuerzo le había costado obtener, le hizo sentirse incluso más amenazada.
—No deberías haber venido aquí —se oyó decir a sí misma—. Esto es perder el tiempo.
Él ladeó la cabeza y le brindó su sonrisa de charlatán.
—Oye, se supone que esto ha de ser como Jerry Maguire. ¿Te acuerdas? «Me conquistaste en cuanto dijiste hola.»
—Las mujeres flacuchas son unas incautas.
Su engañoso encanto se evaporó como el helio del globo de Goofy. Se encogió de hombros y dio un paso más hacia ella.
—Mi verdadero nombre es Nicholas. Nicholas D. Jonas. Adivina de qué es la D. —Se hubiera lanzado sobre ella, pero no dejaba de balancearse.
—¿De desgraciado?
—De Davidson. Nicholas Davidson Jonas. ¿Qué te parece? A mi viejo le encantaban las bromas, siempre que no se las gastaran a él.
_________ no iba a permitirle que jugara a hacerse el simpático.
—Vete, Nicholas. Los dos hemos dicho todo lo que teníamos que decir.
Él se metió la mano libre en el bolsillo de la sudadera.
—Solía enamorarme de sus novias. Era un tío guapo, y sabía poner en acción su encanto cuando le daba la gana, así que las hubo a carretadas. Cada vez que traía a casa una nueva, yo me convencía a mí mismo de que iba a ser la que se quedaría, de que él por fin se asentaría y se portaría como un padre. Hubo esta mujer... Carol. Hacía fideos caseros. Aplanaba la masa con una botella y me dejaba a mí cortarla en tiritas. Lo mejor que he probado en mi vida. Otra, que se llamaba Erin, me llevaba en coche adonde yo quisiera. Falsificó la firma de mi padre en una autorización para que yo pudiera jugar al fútbol escolar con la Pop Warner. Cuando se fue, me quedé sin transporte y tenía que caminar seis o siete kilómetros para ir a entrenar si no me recogía nadie en la carretera. Eso resultó positivo al final, sin embargo. Acabé teniendo mucho más aguante que los demás tíos. No era el más fuerte, ni el más rápido, pero nunca me rendía, y eso fue una lección importante de la vida.
—A veces, saber cuándo rendirse es la verdadera prueba del carácter.
Como si no hubiera dicho nada.
—Joyce me enseñó a fumar, y algunas otras cosas que no debió enseñarme, pero tenía algunos problemas, y trato de no reprochárselo.
—Es demasiado tarde para todo esto.
—La cosa es que... —Miraba al muelle, no a ella, examinando las tablas alrededor de sus pies—. Más tarde o más temprano, todas aquellas mujeres a las que yo amaba se marchaban. No sé. Tal vez hoy no estaría donde estoy si una de ellas se hubiera quedado. —Cuando levantó los ojos para mirarla a ella, recuperó su vieja combatividad—. Aprendí muy pronto que nadie iba a facilitarme nada. Eso me volvió duro.
Pero no más duro de lo que era ella. Hizo acopio de sus fuerzas y se puso en pie.
—Te merecías una infancia mejor, pero yo no puedo cambiar lo que ocurrió. Aquellos años dieron forma a lo que eres. Arreglar eso no está en mi mano. Ni tampoco arreglarte a ti.
—Yo ya no necesito que me arreglen. El trabajo está hecho. Te quiero, ________.
El dolor fue casi mayor de lo que ella podía soportar. Sólo estaba diciéndole lo que sabía que quería oír, y no le creyó, ni por un instante. Sus palabras estaban cuidadosamente calculadas, elegidas con el único propósito de cerrar un negocio.
—No, lo cierto es que no me quieres —acertó a decir—. Lo que pasa es que detestas no salirte con la tuya.
—No es eso.
—Para ti, ganar lo es todo. La alegría de matar es la sangre de tu vida.
—No cuando se trata de ti.
—¡No me hagas esto! Es cruel. Tú sabes quién eres. —Los ojos de _________ se llenaron de lágrimas—. Pero yo también sé quién soy. Soy una mujer que no se contenta con el segundo lugar. Quiero lo mejor —dijo suavemente—. Y tú no lo eres.
Él se quedó como si le hubiera abofeteado. Pese a todo su dolor _________ no había pretendido herirle, pero hacía falta que uno de los dos dijera la verdad.
—Lo siento —susurró—. No quiero pasarme la vida cerca de ti esperando tus sobras. Esta vez, la perseverancia no va a conducirte al éxito.
El no trató de detenerla cuando abandonó el muelle. Al llegar a la arena, se redobló el jersey sobre el pecho y apretó el paso en dirección al bosque, sin permitirse mirar atrás. Pero una vez que hubo llegado al camino, no pudo evitarlo.
El muelle estaba vacío. Todo en perfecta quietud. El único movimiento lo ponía un puñado de globos alejándose por el plomizo cielo de octubre.
***
No le costó mucho hacer el equipaje. Una lágrima le cayó en la mano al cerrar la cremallera de la maleta. Estaba tan harta de llorar... Recogió la bolsa y salió maquinalmente por la puerta principal. A cada paso que daba, se recordaba que no renunciaría nunca ni por nadie a ser quien era. Se detuvo en seco. Más que nada porque alguien había bloqueado su coche con un deportivo Audi plateado...
Lo había hecho a conciencia. Un roble gigantesco le impedía avanzar, y el Audi no le dejaba ir marcha atrás. Las etiquetas provisionales de Illinois no dejaban lugar a dudas sobre quién era el responsable de aquello. No podría soportar otro encuentro con él, y arrastró la maleta de vuelta al interior de la cabaña, pero apenas la había dejado en el suelo cuando oyó ruido de neumáticos sobre la gravilla. Se acercó a la ventana, pero no era Nicholas. Lo que entrevio fue otro deportivo, azul oscuro, que se detuvo detrás del Audi. El bosque se extendía lo justo para ocultarle a la vista quién pudiera ser el huésped que había decidido explorar el campamento.
Ya era demasiado. Se desplomó en el sofá y enterró la cara entre las manos. ¿Por qué tenía Nicholas que hacerlo todo más duro?
Repiquetearon en el porche unas pisadas ligeras, demasiado ligeras para ser de Nicholas. Oyó que llamaban a la puerta. Arrastrando los pies, se levantó, atravesó la habitación, abrió la puerta... y dio un grito. Dicho en su honor, no fue un alarido de película de miedo, sino más bien una especie de hipido entrecortado de sobresalto.
—Ya lo sé —dijo una voz conocida—. He tenido días mejores.
_________ dio un paso atrás involuntariamente.
—Está usted azul.
—Un tratamiento cosmético. Ya se está pelando. ¿Puedo entrar?
________ se hizo a un lado. Aun obviando su cara azul, que había empezado a cuartearse como un bolso de cocodrilo barato, no podía decirse que Portia luciera su mejor aspecto. Llevaba el pelo oscuro pegado a la cabeza, limpio pero sin arreglar. Su suéter blanco tenía una mancha de café reciente en la pechera. Había engordado, y los vaqueros le quedaban una talla demasiado ajustados. Portia examinó la cabaña.
—¿Ha hablado con Nick?
—¿Qué hace usted aquí?
Portia fue hacia la cocina, asomó la cabeza y volvió a sacarla.
—Reclamar mi última presentación. Usted eligió a Delaney Lightfield. Yo la elijo a usted. Bienvenida a Parejas Power. Veamos si podemos encontrarle un poco de maquillaje. Y una ropa decente tampoco nos vendría mal.
—Está chiflada.
Ella obsequió a _________ con una sonrisa sorprendentemente alegre.
—Sí, pero no tanto como solía. Es interesante. Después de aterrorizar a un restaurante repleto de gente (un Burger King cerca de Puerto Benton), se queda una básicamente liberada de preocuparse nunca más por cuidar su apariencia.
—¿Entró a un Burger King con esa pinta?
—Una parada para hacer pis. Además, Bodie me desafió.
—¿Bodie?
Ella sonrió, y sus labios azules hacían que sus bonitos dientes parecieran algo amarillentos.
—Somos amantes. Más que amantes. Enamorados. Es raro, ya lo sé, pero nunca he sido más feliz. Nos vamos a casar. Bueno, él todavía no ha dicho que sí, pero lo hará. —Escrutó a _________ más de cerca y frunció el entrecejo—. Deduzco de esos ojos rojos que ha hablado con Nicholas y la cosa no ha ido bien.
—Ha ido muy bien. Le dije que no y me marché.
Portia elevó las manos al cielo.
—¿Cómo es que no me sorprende? Bueno, a partir de ahora se ha acabado el recreo. Ustedes los aficionados ya se han divertido pero es hora de que se hagan a un lado y dejen que una profesional se encargue del asunto.
—Está claro que ha perdido el juicio, por no hablar de su buena presencia.
Sorprendentemente, Portia no se ofendió.
—Mi buena presencia la recuperaré sobradamente. Espere a ver qué hay debajo de todo esto.
—Tendré que fiarme de su palabra.
—Le dije a Nicholas que no hablara con usted sin mí, pero es muy cabezota. En cuanto a usted... Usted, más que nadie, debería haberse mostrado más sensible. ¿No ha aprendido nada acerca de este negocio? Dos hombres distintos me han ordenado que no la llame boba, pero, francamente, __________... como dice el refrán: si el zapato te está bien, cálzatelo.
_________ se plantó junto a la puerta.
—Gracias por la visita. Lamento que tenga que marcharse tan pronto.
Portia se sentó en el brazo del sofá.
—¿Tiene la más remota idea del valor que ha tenido que echarle Nicholas para admitir el hecho de que se ha enamorado de usted, y no digamos para venir aquí y ponerle su corazón en bandeja? ¿Y usted qué ha hecho? Arrojárselo a la cara, ¿no es eso? Muy poco prudente, _________, sobre todo tratándose de Nicholas. Es emocionalmente muy inseguro. Por lo que me ha contado Bodie, sospecho que eso es exactamente lo que él, en su subconsciente, esperaba que usted hiciera, y no creo que reúna el coraje de volvérselo a pedir.
—¿Inseguro? Es el hombre más gallito del mundo. —Pero Portia había hecho tambalearse su seguridad, y el suelo no le parecía ya tan firme—. El no me quiere —dijo, con contundencia—. Lo que pasa es que no soporta que nadie le diga que no.
—No podrías estar más equivocada. —La voz provenía de detrás de ella. Se volvió y vio a Bodie plantado en el hueco de la puerta. A diferencia de Portia, iba hecho un figurín de la cabeza a los pies, con un jersey gris, unos vaqueros que le quedaban como un guante y botas de motorista. ________ pasó al ataque.
—¿Les ha enviado Nicholas a hablar conmigo? Porque es muy de su estilo, delegar en otros esos engorrosos asuntos personales que tanto le desagradan.
—Es bastante borde, la muy zorra—le dijo Portia a Bodie, como si ________ no estuviera presente.
Él enarcó una ceja.
—Nena...
Portia levantó una mano abierta.
—Lo sé, lo sé... Si fuera un hombre la tildaríamos de agresiva. Pero, la verdad, Bodie, a veces una zorra es sólo una zorra.
—Exacto.
A Portia parecía hacerle gracia todo aquello.
—Vale, tomo nota.
Él se rió, y __________ empezó a sentirse como si fuera a remolque de todos los demás en su propia crisis. Bodie, finalmente, consiguió apartar sus ojos de la Dama azul.
—Nicholas no sabe que estamos aquí Portia y yo. Sólo he conseguido enterarme de adonde había ido por una conversación telefónica accidental con la cría de Kevin. —Deslizó el brazo en torno a los hombros de Portia—. La cosa, _________, es que... ¿y si Portia tiene razón? Y, reconozcámoslo, ella tiene más experiencia que tú con estas cosas. Y el hecho de que tenga un historial de joderse la vida ella misma, cosa que me alegra decir que está superando, no quita que haya hecho un éxito de la de los demás. Conclusión: hay una forma más o menos fácil de aclarar todo esto.
Pelearse con los dos había agotado los recursos ya disminuidos de _________ y se dejó caer en el sofá.
—Con ese hombre nada es fácil.
—Esta vez sí —dijo él—. Le he visto a lo lejos, dirigiéndose a ese camino que da la vuelta al lago.
El mismo camino por el que había planeado ella dar un paseo después de comer.
—Sal a buscarle —continuó Bodie—, y cuando le encuentres sólo has de hacerle dos preguntas. Cuando hayas oído sus respuestas, sabrás exactamente qué hacer.
—¿Dos preguntas?
—Eso es. Y te voy a decir concretamente cuáles son...
***
El agua de las hojas empapadas estaba calando las zapatillas de _________, y empezaban a castañetearle los dientes, aunque más por los nervios, sospechaba ella, que por el frío. Podía ser que estuviera cometiendo el mayor error de su vida. No veía nada de particular en las preguntas que Bodie había planteado, pero él había sido categórico. En cuanto a Portia... esa mujer daba miedo. A __________ no le habría extrañado nada verla sacar una pistola del bolso. Portia y Bodie formaban la pareja más extraña que hubiera visto jamás, y sin embargo parecían entenderse a la perfección. Aparentemente, __________ tenía todavía mucho que aprender del oficio de casamentera. Tenía que reconocer que Portia empezaba a caerle bien. ¿Cómo iba a odiar a una mujer que se mostraba tan dispuesta a jugársela por ella?
El camino se hacía más empinado al subir hacia el acantilado rocoso que se erguía sobre el lago. Molly le había dicho que Kevin y ella iban de vez en cuando a saltar al agua desde allí. _________ se detuvo tras dar la vuelta a un recodo para recuperar el aliento. Fue entonces cuando vio a Nicholas. Estaba de pie al extremo del risco, contemplando el lago, con la chaqueta echada hacia atrás y las puntas de los dedos metidas en los bolsillos traseros del pantalón. Incluso desaseado y con el pelo revuelto, era magnífico, un macho alfa a la cabeza de todo aquello que emprendía, excepto la empresa más importante de todas.
El oyó sus pisadas y volvió la cabeza. Lentamente, dejó caer las manos a sus costados. En el cielo, a lo lejos, __________ vio un punto diminuto. Los globos, perdiéndose en la distancia. No parecía un augurio tranquilizador.
—Tengo dos preguntas que hacerte —dijo.
Su actitud, su expresión vacía, todo en él le recordó la forma en que habían cerrado las cabañas para el invierno: sin agua caliente, con las cortinas echadas, cerradas las puertas.
—Vale —dijo en tono indiferente.
El corazón le latía con fuerza a __________ cuando rodeó el cartel de PROHIBIDO LANZARSE AL AGUA.
—Primera pregunta: ¿dónde tienes el móvil?
—¿El móvil? ¿Qué más te da?
No estaba segura. ¿Qué importancia podía tener que lo llevara en uno u otro bolsillo? Sin embargo, Bodie había insistido en que se lo preguntara.
—La última vez que lo vi —dijo Nicholas—, lo tenía Pip.
—¿Has dejado que te robara otro teléfono?
—No, se lo di.
Ella tragó saliva y se le quedó mirando.
—¿Le diste tu móvil? ¿Por qué?
—¿Ésa es la segunda pregunta?
—No. Borra eso. La segunda pregunta es... ¿por qué no has devuelto las llamadas de Dean?
—Le devolví una, pero él tampoco sabía dónde estabas.
—¿Y por qué te llamaba él, para empezar?
—¿De qué va esto, __________? Francamente, empiezo a estar harto de que todo el mundo se comporte como si el mundo entero girara alrededor de Dean Robillard. Sólo porque de pronto le haya entrado esta urgencia por firmar con un representante, no voy a acudir como un perrito. Le llamaré cuando le llame, y si eso no le vale, tiene el teléfono de IMG.
___________ sintió que sus piernas dejaban de sostenerla, y se desplomó sobre la roca más cercana.
—Ay, Dios mío. Es verdad que me quieres.
—Eso ya te lo había dicho —replicó él.
—Me lo has dicho, ¿verdad? —No conseguía recuperar del todo el aliento.
Él acabó por darse cuenta de que algo había cambiado.
—¿__________?
Ella intentó responder, lo intentó de veras, pero Nicholas había puesto su mundo patas arriba una vez más, y su lengua se negaba a colaborar.
En los ojos de él, la esperanza pugnaba por desbancar al desaliento. Habló sin apenas mover los labios.
—¿Me crees?
—A-ja. —Los latidos de su corazón habían creado un efecto de ondas concéntricas, y tuvo que apretar los puños para que dejaran de temblarle las manos.
—¿Sí?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Vas a casarte conmigo?
Ella volvió a asentir, y a Nicholas no le hizo falta más. Con un gemido grave, tiró de ella para ayudarla a incorporarse y la besó. Durante segundos... horas... __________ no supo cuánto duró aquel beso, pero él cubrió mucho terreno: labios, lengua y dientes; sus mejillas y sus párpados; su cuello. Introdujo las manos bajo su jersey para acariciarle los senos. Ella hurgó bajo su chaqueta para tocar su pecho desnudo.
___________ apenas recordaba luego cómo regresaron a la cabaña vacía, sólo que su corazón cantaba y que no podía caminar lo bastante deprisa para seguir el paso a él. Finalmente, Nicholas la levantó en sus brazos y cargó con ella. Ella echó atrás la cabeza y rompió a reír mirando al cielo.
Se desnudaron, con una urgencia que les volvía torpes al quitarse apresuradamente los zapatos embarrados y los empapados vaqueros, al desprenderse dando botes de los calcetines húmedos, chocando con los muebles, y el uno con el otro. Ella tiritaba de frío para cuando él levantó las mantas y la arrastró consigo a la cama helada. Le ofreció el calor de su cuerpo para hacer desaparecer la piel de gallina, le frotó los brazos y los riñones, le chupeteó los contraídos pezones hasta devolverles la calidez. Finalmente, halló con dedos febriles los pliegues prietos de su entrepierna y los abrió convirtiéndolos en pétalos caldeados por el verano, hinchados por un rocío de bienvenida. Reivindicó cada rincón de su cuerpo con su tacto. Ella gimió con un sonido ahogado cuando la penetró.
—Te quiero tanto, mi dulce, dulce ___________ —susurró, volcando en sus palabras todo lo que su corazón sentía.
Ella rió con el gozo de su invasión y le miró a los ojos.
—Y yo a ti.
El lanzó un gruñido, volvió a besarla e hizo pivotar sus caderas para entrar hasta el fondo. Se abandonaron, no a una elaborada coreografía amatoria, sino en un acoplamiento embarullado de fluidos, de dulce concupiscencia, procaces obscenidades, de confianza total y absoluta, tan sagrada y pura como los votos ante el altar.
Mucho rato después, con sólo agua helada para lavarse, maldijeron y rieron y se salpicaron mutuamente, lo que les llevó de vuelta a la cama. Siguieron haciendo el amor el resto de la tarde.
Cuando se despedía la luz del día, les interrumpieron llamando a la puerta enérgicamente, e inmediatamente oyeron la voz de Portia.
—¡Servicio de habitaciones!
Nicholas se tomó su tiempo, pero finalmente se enrolló una toalla a la cintura y salió a investigar. Volvió con una bolsa de ultramarinos de papel marrón llena de comida. Presas de un apetito voraz, comieron y se dieron de comer, devorando sandwiches de rosbif, jugosas manzanas de Michigan y pegajosa tarta de calabaza que les supo a gloria. Lo bajaron todo con cerveza tibia, y luego, saciados y aturdidos, se durmieron el uno en brazos del otro.
Era noche cerrada cuando ___________ despertó. Se envolvió en un edredón, fue al salón y recuperó su móvil. Al cabo de unos segundos, le saltó el contestador de Dean.
—Ya sé que Nicholas ha perdido un poco la cabeza contigo, colega, y te pido disculpas en su nombre. El hombre está enamorado, así que no ha podido evitarlo. Te prometo que lo primero que hará mañana por la mañana será llamarte y poner las cosas en su sitio, de modo que ni se te ocurra hablar con IMG entretanto. Te lo digo en serio, Dean, si firmas con otro que no sea Nicholas no volveré a hablarte en la vida. Es más, le diré a todo Chicago que duermes con un póster gigante de ti mismo junto a la cama. Lo que probablemente sea cierto.
Volvió a sonreír, colgó y sacó de un cajón un cuaderno hecho polvo de papel pautado amarillo, junto con un lápiz mordisqueado, ya en las últimas. Cuando volvió al dormitorio, encendió una lámpara y se acurrucó sobre el colchón, a los pies de la cama, bien envuelta en el edredón. Tenía los pies helados, así que los introdujo bajo las mantas y los pegó al cálido muslo de Nicholas.
El aulló y hundió la cabeza en la almohada.
—Tendrás que pagar por eso, no lo dudes.
—Qué más quisieras. —Apoyó el cuaderno en sus rodillas envueltas por el edredón y se regaló con la vista de Nicholas. Parecía un pirata malo contra la nívea funda de la almohada. La piel morena, el oscuro pelo alborotado y la barba de tres días de malhechor, que había irritado diversas partes sensibles de su cuerpo—. Muy bien amante, es hora de negociar.
Él se incorporó un poco sobre las almohadas y se fijó en la libreta.
—¿Es realmente necesario?
—¿Estás mal de la cabeza? ¿Crees que voy a casarme con la pitón sin un acuerdo prenupcial blindado?
Nicholas hurgó bajo las sábanas buscando sus piececitos fríos.
—Parece que no.
—De entrada... —Mientras él le calentaba los dedos de los pies frotándolos con su mano, ella empezó a escribir en la libreta— No habrá móviles, ni BlackBerrys, ni faxes, ni ningún otro tipo de dispositivo electrónico que esté aún por inventar, en nuestra mesa a la hora de cenar.
Él siguió frotándole los dedos de los pies.
—¿Y si comemos en un restaurante?
—Especialmente si comemos en un restaurante.
—Excluye los de comida rápida, y trato hecho.
Ella se lo pensó un momento.
—De acuerdo.
—Ahora me toca a mí. —Colocó la pantorrilla sobre su muslo—. Ciertos dispositivos electrónicos selectos, con exclusión de los antedichos, estarán no sólo permitidos en nuestro dormitorio, sino fomentados. Y me corresponderá a mí elegirlos.
—Como no te olvides de aquel catálogo...
El señaló la libreta.
—Anótalo.
—Bien. —Lo anotó.
La sábana resbaló hasta media altura sobre el pecho de Nicholas, lo que la distrajo momentáneamente mientras él seguía hablando.
—Los desacuerdos sobre dinero son la principal causa de divorcio.
Ella agitó la mano de un lado a otro.
—Ningún problema en absoluto. Tu dinero es nuestro dinero. Mi dinero es mi dinero. —Se apresuró a escribirlo.
—Debería dejarte negociar a ti con Phoebe.
__________ señaló su pecho bien torneado con el lápiz.
—En el caso improbable de que descubra después de casarnos que tu declaración de amor y devoción eternos ha sido una elaborada estafa ejecutada por ti, en complicidad con Bodie y el Coco Azul…
Él le masajeó el arco del pie.
—Yo, decididamente, no dejaría que eso me quitara el sueño.
—Por si acaso. Me cederás todos tus bienes terrenales, te raparás la cabeza al cero y abandonarás el país.
—Trato hecho.
—Además, tendrás que entregarme tus entradas para ver a los Sox para que las pueda quemar delante de tus narices.
—Sólo si obtengo algo a cambio.
—¿El qué?
—Sexo sin restricciones. Como yo quiera, cuando yo quiera y donde yo quiera. En el asiento de atrás de tu reluciente coche nuevo, encima de mi escritorio...
—Decididamente de acuerdo.
—Y niños.
Ella se atragantó de improviso.
—Sí. Oh, sí.
Él no se inmutó ante su muestra de emoción, sino que entrecerró maliciosamente los ojos y entró a matar.
—Iremos a ver a tu familia un mínimo de seis veces al año.
Ella cerró violentamente la libreta.
—Eso no va a ocurrir.
—Cinco, y les daré una paliza a tus hermanos.
—Una.
Él le soltó el pie.
—Maldita sea, _________. Transigiré con cuatro visitas al año hasta que tengamos el primer hijo, y después les iremos a ver cada dos meses, y esto no es negociable. —Agarró la libreta y el lápiz y empezó a escribir.
—Muy bien —replicó ella—. Yo me iré a un balneario mientras todos vosotros os sentáis a protestar por las limitaciones de la semana laboral de sesenta horas.
Él se echó a reír.
—Qué chorradas dices. Sabes perfectamente que te mueres de ganas de restregarle nuestro primogénito a Candace en las narices.
—Mira, ahí tienes razón. —Hizo una pausa y recuperó la libreta, pero no pudo leer ni una palabra de lo que llevaba escrito. Por más que odiara dejar que la realidad aguara su felicidad, era el momento de ponerse seria—. Nicholas, ¿cómo piensas ser un padre para esos hijos que queremos a la vez que cumples con esa semana laboral de sesenta horas? —Habló despacio, deseosa por dejar aquello bien claro—. Con Perfecta para Ti, yo tengo horarios flexibles pero... Sé lo mucho que te gusta tu trabajo, y jamás te pediría que renunciaras a él. Por otro lado, no pienso criar una familia yo sola.
—No tendrás que hacerlo —dijo él con aire de suficiencia—. Tengo un plan.
—¿Te importaría compartirlo?
Él se estiró para agarrarla del brazo, la arrastró a su lado y le contó lo que tenía en mente.
—Me gusta tu plan. —Le sonrió y se acurrucó sobre su pecho—. Bodie se merece ser tu socio de pleno derecho.
—No podría estar más de acuerdo.
Estaban los dos tan complacidos que empezaron a besarse otra vez, lo que les llevó a una encantadora —y muy exitosa— prueba de las habilidades de ___________ como dominatrix. El resultado fue que tardaron un rato en reanudar sus negociaciones. Cubrieron las cuestiones relativas a la ropa de dormir (ninguna), los nombres de los hijos (prohibidas las marcas de vehículos de motor) y el béisbol (diferencias irreconciliables). Cuando terminaron, Nicholas recordó que había una pregunta que se le había olvidado hacer.
Mirándola a los ojos, le cogió las manos y las llevó a sus propios labios.
—Te quiero, ___________ Granger. ¿Quieres casarte conmigo?
—Nicholas Davidson Jonas, has encontrado una esposa.
—Es el mejor negocio que he hecho en la vida —repuso él con una sonrisa.
___________________________________________________________________
CHICAS LO SIENTO SE QUE NO TENGO EXCUSA PERO ESTO DE LA PREPA Y HABER TOCADO EN LA TARDE CUANDO SIEMPRE HE ESTADO EN LA MAÑANA NO ES LO MIO ;c PERO BUENO AQUI LES DDEJO TRES CAPITULOS MAÑANA O EL SABADO LES PROMETO AHORA SI POR MI VIDAA(ESO SIGNIFICA QUE VOY A HACER TODO LO POSIBLE Y NO LES VOY A FALLAR) QUE VOY A SUBIRLES EL EPILOGO BSS :bye:
Nicholas llegó al campamento de Wind Lake poco antes de medianoche. En la oscuridad barrida por la lluvia, sólo brillaban el resplandor acuoso de las farolas victorianas de la zona comunitaria y la solitaria luz del porche del bed & breakfast. Sus limpiaparabrisas batían la luna frontal del Audi. Las cabañas se alzaban, sin calefacción, vacías y con los postigos echados para el resto de la temporada. Habían apagado hasta las amarillas lámparas portuarias enrejadas, a lo lejos. En un principio, pensó en coger un avión, pero con aquel tiempo de perros habían cerrado el pequeño aeropuerto, y Nick no tuvo paciencia para esperar a que se reanudaran los vuelos. Hubiera debido hacerlo, porque la tormenta había alargado el viaje, que duraba ocho horas, a diez.
Había salido de Chicago con retraso. Le molestaba no llevar el anillo de compromiso de __________ en el bolsillo —quería darle algo tangible—, así que había vuelto con su coche a Wicker Park para recoger el Audi nuevo. Tal vez no pudiera ponérselo en el dedo, pero al menos le demostraría que iba en serio. Desgraciadamente, el deportivo no estaba pensado para alguien de uno ochenta, y al cabo de diez horas Nicholas tenía las piernas contraídas, un calambre en el cuello y un dolor de cabeza mortal, que él había alimentado a base de café negro. En el asiento de atrás iban bailando diez globos de Disney. Los había visto atados juntos en la gasolinera donde paró a repostar, y los había comprado en un impulso. Dumbo y Cruella de Vil llevaban los últimos cien kilómetros golpeándole en la nuca.
A través del parabrisas anegado por la lluvia, distinguió una fila de mecedoras balanceándose en el porche de entrada. Aunque estuvieran cerradas las cabañas, Kevin le había explicado que el bed & breakfast hacía negocio en esa temporada con los turistas que subían en busca del follaje de otoño, y los faros del Roadster descubrieron media docena de coches aparcados a un lado. Pero el Crown Vic de ________ no se contaba entre ellos.
El Audi dio una sacudida al pasar por un bache lleno de lluvia cuando Nick giró por la calzada que corría paralela al oscuro lago. Se le pasó por la cabeza, y no era la primera vez, que viajar hasta los bosques del norte basándose en información facilitada a una niña de tres años por una mujer que le tenía una ojeriza descomunal podía no ser su jugada más inteligente, pero el caso era que lo había hecho.
Pisó el freno en cuanto sus faros alumbraron lo que hacía diez horas que rezaba por ver: el coche de _________, aparcado frente a Lirios del campo. Notó la cabeza embriagada de alivio. Mientras detenía el coche detrás del Crown Vic, contempló a través de la lluvia la cabaña oscurecida, y combatió el impulso de despertar a _________ y aclarar las cosas. No estaría en condiciones de negociar su futuro hasta que hubiera dormido unas horas. El bed & breakfast estaba cerrado de noche, y no podía quedarse en el pueblo, puesto que ella podría decidir marcharse antes de que él volviera. Sólo podía hacer una cosa...
Dio marcha atrás al Audi hasta bloquear el camino. Cuando tuvo la tranquilidad de que ella no podría salir, apagó el motor, apartó al pato Donald de en medio y reclinó el asiento a tope. Pero a pesar de que estaba bastante exhausto, no concilio el sueño de inmediato. Demasiadas voces del pasado. Demasiados recordatorios de las mil maneras en que el amor le había pateado en los dientes... una y otra vez.
***
El frío despertó a __________ antes incluso que su despertador, que había puesto a las seis. La temperatura había descendido en picado durante la noche, y la manta con que se había arropado no la protegía del rigor de la madrugada. Molly le había dicho que se quedara en las habitaciones privadas de los Tucker en el bed & breakfast, en vez de en una cabaña sin calefacción, pero _________ había buscado la soledad de Lirios del campo. Ahora lo lamentaba.
Hacía una semana que el agua caliente estaba cortada, y se salpicó la cara con la fría. Después de ayudar a servir el desayuno a los huéspedes, se regalaría con un largo remojón en la bañera de Molly. El día anterior se había prestado a echar una mano con el desayuno porque la chica que trabajaba normalmente en el turno de mañana había caído enferma. Una pequeña distracción que le vino muy bien.
Contempló el rostro de ojos cavernosos del espejo. Daba pena. Pero cada lágrima que había vertido aquí en el campamento era una lágrima que no tendría que verter cuando estuviera de vuelta en la ciudad. Aquél era su momento de duelo. No pretendía convertirse en una profesional de la infelicidad, pero tampoco iba a castigarse por haberse escondido. Se había enamorado de un hombre que era incapaz de corresponderla. Si una mujer no podía llorar por eso es que no tenía corazón.
Se dio la vuelta recogiéndose el pelo en una coleta, luego se puso los vaqueros y unas zapatillas, además de un jersey muy abrigado que había tomado prestado del armario de Molly. Salió de la cabaña por la puerta de atrás. El viento se había llevado la tormenta por fin, y su aliento formaba nubecitas heladas en el aire límpido y frío mientras caminaba por el sendero que llevaba al lago. La alfombra de hojas empapadas se hundía bajo sus zapatillas, y de las ramas de los árboles le caían gotas en la cabeza, pero ver el lago de madrugada la animó, y no le importó mojarse.
Subir hasta allí había sido una buena elección. Nicholas era un vendedor consumado, y veía cualquier obstáculo como un desafío. Andaría buscándola cuando regresara, para intentar convencerla de que debería contentarse con la posición a la que él pretendía relegarla en su vida: por detrás de sus clientes y sus reuniones, sus llamadas telefónicas y su ambición desmedida. No podía regresar hasta que hubiera afirmado bien sus defensas.
Del lago emanaban columnas de neblina, y un par de garcetas blancas como la nieve picoteaban junto a la orilla. Bajo el peso de su tristeza, se debatía por hallar unos contados momentos de paz. Cinco meses antes, puede que se hubiera conformado con las migajas emocionales que Nicholas le arrojaba, pero ya no. Ahora sabía que merecía más. Por primera vez en su vida, tenía una visión clara de quién era y qué quería de la vida. Estaba orgullosa de todo lo que había conseguido con Perfecta para Ti, orgullosa de haber levantado algo bueno. Pero estaba aún más orgullosa de sí misma por haberse negado a ser para Nick plato de segunda mesa. Se merecía poder amar abierta y gozosamente —sin barreras—, y ser amada de la misma forma en correspondencia. Con Nick eso no iba a ser posible. Volviendo del lago supo que había hecho lo correcto. Por el momento, aquél era su único consuelo.
Cuando llegó al bed & breakfast, se puso a ayudar. Conforme los huéspedes empezaban a llenar el comedor, ella sirvió café, fue a por cestas llenas de bollos calientes, rellenó las fuentes del autoservicio y hasta se animó a hacer algún chiste. A las nueve el comedor se había quedado vacío, y ella se dirigió de vuelta a la cabaña. Antes de darse el baño, haría sus llamadas telefónicas de negocios. Un maestro de ejecutivos le había enseñado el valor del contacto personal, y tenía clientes que dependían de ella.
Era irónico lo mucho que había aprendido de Nick, incluida la importancia de seguir su propia opinión en vez de la de otros. Perfecta para Ti jamás la haría rica, pero unir a las personas era aquello para lo que había nacido. Toda clase de personas. No sólo las guapas y triunfadoras, también las raras e inseguras, las desventuradas y obtusas. Y no sólo las jóvenes. Fuera o no rentable, nunca podría abandonar a sus jubilados. Ser casamentera era un follón, impredecible y exigente, pero le encantaba.
Llegó a la playa desierta y se detuvo un instante. Se arrebujó el jersey y fue paseando hasta el muelle. El lago estaba tranquilo sin veraneantes, y le sobrevino el recuerdo de la noche en que Nick y ella habían bailado sobre la arena. Se sentó al final del muelle y se llevó las rodillas al pecho. Se había colado dos veces por hombres traumatizados. Pero nunca más.
Oyó pisadas sobre el muelle, detrás de ella. Alguno de los huéspedes. Se restregó la mejilla húmeda contra la rodilla para enjugar las lágrimas.
—Hola, cariño.
Levantó la cabeza, y el corazón le dio un brinco. La había encontrado. Debería haber sabido que lo haría.
—He usado tu cepillo de dientes —dijo él a su espalda—. Iba a usar tu cuchilla de afeitar, hasta que me he dado cuenta de que no había agua caliente. —Su voz sonaba áspera, como si no hubiera hablado en mucho rato.
_________ se dio la vuelta muy despacio. Abrió los ojos de asombro. Iba vestido de cualquier manera, desaseado y sin afeitar. Bajo una sudadera roja gastada, llevaba una camiseta naranja descolorida y unos pantalones de calle azul marino con pinta de haber dormido con ellos puestos. Sostenía en la mano un montón de globos de Disney. Goofy se había desinflado y colgaba junto a su pierna, pero él no parecía haberse dado cuenta. Entre los globos y su pelo alborotado, tendría que haberle parecido ridículo. Pero, desprovisto del barniz de refinamiento que tanto esfuerzo le había costado obtener, le hizo sentirse incluso más amenazada.
—No deberías haber venido aquí —se oyó decir a sí misma—. Esto es perder el tiempo.
Él ladeó la cabeza y le brindó su sonrisa de charlatán.
—Oye, se supone que esto ha de ser como Jerry Maguire. ¿Te acuerdas? «Me conquistaste en cuanto dijiste hola.»
—Las mujeres flacuchas son unas incautas.
Su engañoso encanto se evaporó como el helio del globo de Goofy. Se encogió de hombros y dio un paso más hacia ella.
—Mi verdadero nombre es Nicholas. Nicholas D. Jonas. Adivina de qué es la D. —Se hubiera lanzado sobre ella, pero no dejaba de balancearse.
—¿De desgraciado?
—De Davidson. Nicholas Davidson Jonas. ¿Qué te parece? A mi viejo le encantaban las bromas, siempre que no se las gastaran a él.
_________ no iba a permitirle que jugara a hacerse el simpático.
—Vete, Nicholas. Los dos hemos dicho todo lo que teníamos que decir.
Él se metió la mano libre en el bolsillo de la sudadera.
—Solía enamorarme de sus novias. Era un tío guapo, y sabía poner en acción su encanto cuando le daba la gana, así que las hubo a carretadas. Cada vez que traía a casa una nueva, yo me convencía a mí mismo de que iba a ser la que se quedaría, de que él por fin se asentaría y se portaría como un padre. Hubo esta mujer... Carol. Hacía fideos caseros. Aplanaba la masa con una botella y me dejaba a mí cortarla en tiritas. Lo mejor que he probado en mi vida. Otra, que se llamaba Erin, me llevaba en coche adonde yo quisiera. Falsificó la firma de mi padre en una autorización para que yo pudiera jugar al fútbol escolar con la Pop Warner. Cuando se fue, me quedé sin transporte y tenía que caminar seis o siete kilómetros para ir a entrenar si no me recogía nadie en la carretera. Eso resultó positivo al final, sin embargo. Acabé teniendo mucho más aguante que los demás tíos. No era el más fuerte, ni el más rápido, pero nunca me rendía, y eso fue una lección importante de la vida.
—A veces, saber cuándo rendirse es la verdadera prueba del carácter.
Como si no hubiera dicho nada.
—Joyce me enseñó a fumar, y algunas otras cosas que no debió enseñarme, pero tenía algunos problemas, y trato de no reprochárselo.
—Es demasiado tarde para todo esto.
—La cosa es que... —Miraba al muelle, no a ella, examinando las tablas alrededor de sus pies—. Más tarde o más temprano, todas aquellas mujeres a las que yo amaba se marchaban. No sé. Tal vez hoy no estaría donde estoy si una de ellas se hubiera quedado. —Cuando levantó los ojos para mirarla a ella, recuperó su vieja combatividad—. Aprendí muy pronto que nadie iba a facilitarme nada. Eso me volvió duro.
Pero no más duro de lo que era ella. Hizo acopio de sus fuerzas y se puso en pie.
—Te merecías una infancia mejor, pero yo no puedo cambiar lo que ocurrió. Aquellos años dieron forma a lo que eres. Arreglar eso no está en mi mano. Ni tampoco arreglarte a ti.
—Yo ya no necesito que me arreglen. El trabajo está hecho. Te quiero, ________.
El dolor fue casi mayor de lo que ella podía soportar. Sólo estaba diciéndole lo que sabía que quería oír, y no le creyó, ni por un instante. Sus palabras estaban cuidadosamente calculadas, elegidas con el único propósito de cerrar un negocio.
—No, lo cierto es que no me quieres —acertó a decir—. Lo que pasa es que detestas no salirte con la tuya.
—No es eso.
—Para ti, ganar lo es todo. La alegría de matar es la sangre de tu vida.
—No cuando se trata de ti.
—¡No me hagas esto! Es cruel. Tú sabes quién eres. —Los ojos de _________ se llenaron de lágrimas—. Pero yo también sé quién soy. Soy una mujer que no se contenta con el segundo lugar. Quiero lo mejor —dijo suavemente—. Y tú no lo eres.
Él se quedó como si le hubiera abofeteado. Pese a todo su dolor _________ no había pretendido herirle, pero hacía falta que uno de los dos dijera la verdad.
—Lo siento —susurró—. No quiero pasarme la vida cerca de ti esperando tus sobras. Esta vez, la perseverancia no va a conducirte al éxito.
El no trató de detenerla cuando abandonó el muelle. Al llegar a la arena, se redobló el jersey sobre el pecho y apretó el paso en dirección al bosque, sin permitirse mirar atrás. Pero una vez que hubo llegado al camino, no pudo evitarlo.
El muelle estaba vacío. Todo en perfecta quietud. El único movimiento lo ponía un puñado de globos alejándose por el plomizo cielo de octubre.
***
No le costó mucho hacer el equipaje. Una lágrima le cayó en la mano al cerrar la cremallera de la maleta. Estaba tan harta de llorar... Recogió la bolsa y salió maquinalmente por la puerta principal. A cada paso que daba, se recordaba que no renunciaría nunca ni por nadie a ser quien era. Se detuvo en seco. Más que nada porque alguien había bloqueado su coche con un deportivo Audi plateado...
Lo había hecho a conciencia. Un roble gigantesco le impedía avanzar, y el Audi no le dejaba ir marcha atrás. Las etiquetas provisionales de Illinois no dejaban lugar a dudas sobre quién era el responsable de aquello. No podría soportar otro encuentro con él, y arrastró la maleta de vuelta al interior de la cabaña, pero apenas la había dejado en el suelo cuando oyó ruido de neumáticos sobre la gravilla. Se acercó a la ventana, pero no era Nicholas. Lo que entrevio fue otro deportivo, azul oscuro, que se detuvo detrás del Audi. El bosque se extendía lo justo para ocultarle a la vista quién pudiera ser el huésped que había decidido explorar el campamento.
Ya era demasiado. Se desplomó en el sofá y enterró la cara entre las manos. ¿Por qué tenía Nicholas que hacerlo todo más duro?
Repiquetearon en el porche unas pisadas ligeras, demasiado ligeras para ser de Nicholas. Oyó que llamaban a la puerta. Arrastrando los pies, se levantó, atravesó la habitación, abrió la puerta... y dio un grito. Dicho en su honor, no fue un alarido de película de miedo, sino más bien una especie de hipido entrecortado de sobresalto.
—Ya lo sé —dijo una voz conocida—. He tenido días mejores.
_________ dio un paso atrás involuntariamente.
—Está usted azul.
—Un tratamiento cosmético. Ya se está pelando. ¿Puedo entrar?
________ se hizo a un lado. Aun obviando su cara azul, que había empezado a cuartearse como un bolso de cocodrilo barato, no podía decirse que Portia luciera su mejor aspecto. Llevaba el pelo oscuro pegado a la cabeza, limpio pero sin arreglar. Su suéter blanco tenía una mancha de café reciente en la pechera. Había engordado, y los vaqueros le quedaban una talla demasiado ajustados. Portia examinó la cabaña.
—¿Ha hablado con Nick?
—¿Qué hace usted aquí?
Portia fue hacia la cocina, asomó la cabeza y volvió a sacarla.
—Reclamar mi última presentación. Usted eligió a Delaney Lightfield. Yo la elijo a usted. Bienvenida a Parejas Power. Veamos si podemos encontrarle un poco de maquillaje. Y una ropa decente tampoco nos vendría mal.
—Está chiflada.
Ella obsequió a _________ con una sonrisa sorprendentemente alegre.
—Sí, pero no tanto como solía. Es interesante. Después de aterrorizar a un restaurante repleto de gente (un Burger King cerca de Puerto Benton), se queda una básicamente liberada de preocuparse nunca más por cuidar su apariencia.
—¿Entró a un Burger King con esa pinta?
—Una parada para hacer pis. Además, Bodie me desafió.
—¿Bodie?
Ella sonrió, y sus labios azules hacían que sus bonitos dientes parecieran algo amarillentos.
—Somos amantes. Más que amantes. Enamorados. Es raro, ya lo sé, pero nunca he sido más feliz. Nos vamos a casar. Bueno, él todavía no ha dicho que sí, pero lo hará. —Escrutó a _________ más de cerca y frunció el entrecejo—. Deduzco de esos ojos rojos que ha hablado con Nicholas y la cosa no ha ido bien.
—Ha ido muy bien. Le dije que no y me marché.
Portia elevó las manos al cielo.
—¿Cómo es que no me sorprende? Bueno, a partir de ahora se ha acabado el recreo. Ustedes los aficionados ya se han divertido pero es hora de que se hagan a un lado y dejen que una profesional se encargue del asunto.
—Está claro que ha perdido el juicio, por no hablar de su buena presencia.
Sorprendentemente, Portia no se ofendió.
—Mi buena presencia la recuperaré sobradamente. Espere a ver qué hay debajo de todo esto.
—Tendré que fiarme de su palabra.
—Le dije a Nicholas que no hablara con usted sin mí, pero es muy cabezota. En cuanto a usted... Usted, más que nadie, debería haberse mostrado más sensible. ¿No ha aprendido nada acerca de este negocio? Dos hombres distintos me han ordenado que no la llame boba, pero, francamente, __________... como dice el refrán: si el zapato te está bien, cálzatelo.
_________ se plantó junto a la puerta.
—Gracias por la visita. Lamento que tenga que marcharse tan pronto.
Portia se sentó en el brazo del sofá.
—¿Tiene la más remota idea del valor que ha tenido que echarle Nicholas para admitir el hecho de que se ha enamorado de usted, y no digamos para venir aquí y ponerle su corazón en bandeja? ¿Y usted qué ha hecho? Arrojárselo a la cara, ¿no es eso? Muy poco prudente, _________, sobre todo tratándose de Nicholas. Es emocionalmente muy inseguro. Por lo que me ha contado Bodie, sospecho que eso es exactamente lo que él, en su subconsciente, esperaba que usted hiciera, y no creo que reúna el coraje de volvérselo a pedir.
—¿Inseguro? Es el hombre más gallito del mundo. —Pero Portia había hecho tambalearse su seguridad, y el suelo no le parecía ya tan firme—. El no me quiere —dijo, con contundencia—. Lo que pasa es que no soporta que nadie le diga que no.
—No podrías estar más equivocada. —La voz provenía de detrás de ella. Se volvió y vio a Bodie plantado en el hueco de la puerta. A diferencia de Portia, iba hecho un figurín de la cabeza a los pies, con un jersey gris, unos vaqueros que le quedaban como un guante y botas de motorista. ________ pasó al ataque.
—¿Les ha enviado Nicholas a hablar conmigo? Porque es muy de su estilo, delegar en otros esos engorrosos asuntos personales que tanto le desagradan.
—Es bastante borde, la muy zorra—le dijo Portia a Bodie, como si ________ no estuviera presente.
Él enarcó una ceja.
—Nena...
Portia levantó una mano abierta.
—Lo sé, lo sé... Si fuera un hombre la tildaríamos de agresiva. Pero, la verdad, Bodie, a veces una zorra es sólo una zorra.
—Exacto.
A Portia parecía hacerle gracia todo aquello.
—Vale, tomo nota.
Él se rió, y __________ empezó a sentirse como si fuera a remolque de todos los demás en su propia crisis. Bodie, finalmente, consiguió apartar sus ojos de la Dama azul.
—Nicholas no sabe que estamos aquí Portia y yo. Sólo he conseguido enterarme de adonde había ido por una conversación telefónica accidental con la cría de Kevin. —Deslizó el brazo en torno a los hombros de Portia—. La cosa, _________, es que... ¿y si Portia tiene razón? Y, reconozcámoslo, ella tiene más experiencia que tú con estas cosas. Y el hecho de que tenga un historial de joderse la vida ella misma, cosa que me alegra decir que está superando, no quita que haya hecho un éxito de la de los demás. Conclusión: hay una forma más o menos fácil de aclarar todo esto.
Pelearse con los dos había agotado los recursos ya disminuidos de _________ y se dejó caer en el sofá.
—Con ese hombre nada es fácil.
—Esta vez sí —dijo él—. Le he visto a lo lejos, dirigiéndose a ese camino que da la vuelta al lago.
El mismo camino por el que había planeado ella dar un paseo después de comer.
—Sal a buscarle —continuó Bodie—, y cuando le encuentres sólo has de hacerle dos preguntas. Cuando hayas oído sus respuestas, sabrás exactamente qué hacer.
—¿Dos preguntas?
—Eso es. Y te voy a decir concretamente cuáles son...
***
El agua de las hojas empapadas estaba calando las zapatillas de _________, y empezaban a castañetearle los dientes, aunque más por los nervios, sospechaba ella, que por el frío. Podía ser que estuviera cometiendo el mayor error de su vida. No veía nada de particular en las preguntas que Bodie había planteado, pero él había sido categórico. En cuanto a Portia... esa mujer daba miedo. A __________ no le habría extrañado nada verla sacar una pistola del bolso. Portia y Bodie formaban la pareja más extraña que hubiera visto jamás, y sin embargo parecían entenderse a la perfección. Aparentemente, __________ tenía todavía mucho que aprender del oficio de casamentera. Tenía que reconocer que Portia empezaba a caerle bien. ¿Cómo iba a odiar a una mujer que se mostraba tan dispuesta a jugársela por ella?
El camino se hacía más empinado al subir hacia el acantilado rocoso que se erguía sobre el lago. Molly le había dicho que Kevin y ella iban de vez en cuando a saltar al agua desde allí. _________ se detuvo tras dar la vuelta a un recodo para recuperar el aliento. Fue entonces cuando vio a Nicholas. Estaba de pie al extremo del risco, contemplando el lago, con la chaqueta echada hacia atrás y las puntas de los dedos metidas en los bolsillos traseros del pantalón. Incluso desaseado y con el pelo revuelto, era magnífico, un macho alfa a la cabeza de todo aquello que emprendía, excepto la empresa más importante de todas.
El oyó sus pisadas y volvió la cabeza. Lentamente, dejó caer las manos a sus costados. En el cielo, a lo lejos, __________ vio un punto diminuto. Los globos, perdiéndose en la distancia. No parecía un augurio tranquilizador.
—Tengo dos preguntas que hacerte —dijo.
Su actitud, su expresión vacía, todo en él le recordó la forma en que habían cerrado las cabañas para el invierno: sin agua caliente, con las cortinas echadas, cerradas las puertas.
—Vale —dijo en tono indiferente.
El corazón le latía con fuerza a __________ cuando rodeó el cartel de PROHIBIDO LANZARSE AL AGUA.
—Primera pregunta: ¿dónde tienes el móvil?
—¿El móvil? ¿Qué más te da?
No estaba segura. ¿Qué importancia podía tener que lo llevara en uno u otro bolsillo? Sin embargo, Bodie había insistido en que se lo preguntara.
—La última vez que lo vi —dijo Nicholas—, lo tenía Pip.
—¿Has dejado que te robara otro teléfono?
—No, se lo di.
Ella tragó saliva y se le quedó mirando.
—¿Le diste tu móvil? ¿Por qué?
—¿Ésa es la segunda pregunta?
—No. Borra eso. La segunda pregunta es... ¿por qué no has devuelto las llamadas de Dean?
—Le devolví una, pero él tampoco sabía dónde estabas.
—¿Y por qué te llamaba él, para empezar?
—¿De qué va esto, __________? Francamente, empiezo a estar harto de que todo el mundo se comporte como si el mundo entero girara alrededor de Dean Robillard. Sólo porque de pronto le haya entrado esta urgencia por firmar con un representante, no voy a acudir como un perrito. Le llamaré cuando le llame, y si eso no le vale, tiene el teléfono de IMG.
___________ sintió que sus piernas dejaban de sostenerla, y se desplomó sobre la roca más cercana.
—Ay, Dios mío. Es verdad que me quieres.
—Eso ya te lo había dicho —replicó él.
—Me lo has dicho, ¿verdad? —No conseguía recuperar del todo el aliento.
Él acabó por darse cuenta de que algo había cambiado.
—¿__________?
Ella intentó responder, lo intentó de veras, pero Nicholas había puesto su mundo patas arriba una vez más, y su lengua se negaba a colaborar.
En los ojos de él, la esperanza pugnaba por desbancar al desaliento. Habló sin apenas mover los labios.
—¿Me crees?
—A-ja. —Los latidos de su corazón habían creado un efecto de ondas concéntricas, y tuvo que apretar los puños para que dejaran de temblarle las manos.
—¿Sí?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Vas a casarte conmigo?
Ella volvió a asentir, y a Nicholas no le hizo falta más. Con un gemido grave, tiró de ella para ayudarla a incorporarse y la besó. Durante segundos... horas... __________ no supo cuánto duró aquel beso, pero él cubrió mucho terreno: labios, lengua y dientes; sus mejillas y sus párpados; su cuello. Introdujo las manos bajo su jersey para acariciarle los senos. Ella hurgó bajo su chaqueta para tocar su pecho desnudo.
___________ apenas recordaba luego cómo regresaron a la cabaña vacía, sólo que su corazón cantaba y que no podía caminar lo bastante deprisa para seguir el paso a él. Finalmente, Nicholas la levantó en sus brazos y cargó con ella. Ella echó atrás la cabeza y rompió a reír mirando al cielo.
Se desnudaron, con una urgencia que les volvía torpes al quitarse apresuradamente los zapatos embarrados y los empapados vaqueros, al desprenderse dando botes de los calcetines húmedos, chocando con los muebles, y el uno con el otro. Ella tiritaba de frío para cuando él levantó las mantas y la arrastró consigo a la cama helada. Le ofreció el calor de su cuerpo para hacer desaparecer la piel de gallina, le frotó los brazos y los riñones, le chupeteó los contraídos pezones hasta devolverles la calidez. Finalmente, halló con dedos febriles los pliegues prietos de su entrepierna y los abrió convirtiéndolos en pétalos caldeados por el verano, hinchados por un rocío de bienvenida. Reivindicó cada rincón de su cuerpo con su tacto. Ella gimió con un sonido ahogado cuando la penetró.
—Te quiero tanto, mi dulce, dulce ___________ —susurró, volcando en sus palabras todo lo que su corazón sentía.
Ella rió con el gozo de su invasión y le miró a los ojos.
—Y yo a ti.
El lanzó un gruñido, volvió a besarla e hizo pivotar sus caderas para entrar hasta el fondo. Se abandonaron, no a una elaborada coreografía amatoria, sino en un acoplamiento embarullado de fluidos, de dulce concupiscencia, procaces obscenidades, de confianza total y absoluta, tan sagrada y pura como los votos ante el altar.
Mucho rato después, con sólo agua helada para lavarse, maldijeron y rieron y se salpicaron mutuamente, lo que les llevó de vuelta a la cama. Siguieron haciendo el amor el resto de la tarde.
Cuando se despedía la luz del día, les interrumpieron llamando a la puerta enérgicamente, e inmediatamente oyeron la voz de Portia.
—¡Servicio de habitaciones!
Nicholas se tomó su tiempo, pero finalmente se enrolló una toalla a la cintura y salió a investigar. Volvió con una bolsa de ultramarinos de papel marrón llena de comida. Presas de un apetito voraz, comieron y se dieron de comer, devorando sandwiches de rosbif, jugosas manzanas de Michigan y pegajosa tarta de calabaza que les supo a gloria. Lo bajaron todo con cerveza tibia, y luego, saciados y aturdidos, se durmieron el uno en brazos del otro.
Era noche cerrada cuando ___________ despertó. Se envolvió en un edredón, fue al salón y recuperó su móvil. Al cabo de unos segundos, le saltó el contestador de Dean.
—Ya sé que Nicholas ha perdido un poco la cabeza contigo, colega, y te pido disculpas en su nombre. El hombre está enamorado, así que no ha podido evitarlo. Te prometo que lo primero que hará mañana por la mañana será llamarte y poner las cosas en su sitio, de modo que ni se te ocurra hablar con IMG entretanto. Te lo digo en serio, Dean, si firmas con otro que no sea Nicholas no volveré a hablarte en la vida. Es más, le diré a todo Chicago que duermes con un póster gigante de ti mismo junto a la cama. Lo que probablemente sea cierto.
Volvió a sonreír, colgó y sacó de un cajón un cuaderno hecho polvo de papel pautado amarillo, junto con un lápiz mordisqueado, ya en las últimas. Cuando volvió al dormitorio, encendió una lámpara y se acurrucó sobre el colchón, a los pies de la cama, bien envuelta en el edredón. Tenía los pies helados, así que los introdujo bajo las mantas y los pegó al cálido muslo de Nicholas.
El aulló y hundió la cabeza en la almohada.
—Tendrás que pagar por eso, no lo dudes.
—Qué más quisieras. —Apoyó el cuaderno en sus rodillas envueltas por el edredón y se regaló con la vista de Nicholas. Parecía un pirata malo contra la nívea funda de la almohada. La piel morena, el oscuro pelo alborotado y la barba de tres días de malhechor, que había irritado diversas partes sensibles de su cuerpo—. Muy bien amante, es hora de negociar.
Él se incorporó un poco sobre las almohadas y se fijó en la libreta.
—¿Es realmente necesario?
—¿Estás mal de la cabeza? ¿Crees que voy a casarme con la pitón sin un acuerdo prenupcial blindado?
Nicholas hurgó bajo las sábanas buscando sus piececitos fríos.
—Parece que no.
—De entrada... —Mientras él le calentaba los dedos de los pies frotándolos con su mano, ella empezó a escribir en la libreta— No habrá móviles, ni BlackBerrys, ni faxes, ni ningún otro tipo de dispositivo electrónico que esté aún por inventar, en nuestra mesa a la hora de cenar.
Él siguió frotándole los dedos de los pies.
—¿Y si comemos en un restaurante?
—Especialmente si comemos en un restaurante.
—Excluye los de comida rápida, y trato hecho.
Ella se lo pensó un momento.
—De acuerdo.
—Ahora me toca a mí. —Colocó la pantorrilla sobre su muslo—. Ciertos dispositivos electrónicos selectos, con exclusión de los antedichos, estarán no sólo permitidos en nuestro dormitorio, sino fomentados. Y me corresponderá a mí elegirlos.
—Como no te olvides de aquel catálogo...
El señaló la libreta.
—Anótalo.
—Bien. —Lo anotó.
La sábana resbaló hasta media altura sobre el pecho de Nicholas, lo que la distrajo momentáneamente mientras él seguía hablando.
—Los desacuerdos sobre dinero son la principal causa de divorcio.
Ella agitó la mano de un lado a otro.
—Ningún problema en absoluto. Tu dinero es nuestro dinero. Mi dinero es mi dinero. —Se apresuró a escribirlo.
—Debería dejarte negociar a ti con Phoebe.
__________ señaló su pecho bien torneado con el lápiz.
—En el caso improbable de que descubra después de casarnos que tu declaración de amor y devoción eternos ha sido una elaborada estafa ejecutada por ti, en complicidad con Bodie y el Coco Azul…
Él le masajeó el arco del pie.
—Yo, decididamente, no dejaría que eso me quitara el sueño.
—Por si acaso. Me cederás todos tus bienes terrenales, te raparás la cabeza al cero y abandonarás el país.
—Trato hecho.
—Además, tendrás que entregarme tus entradas para ver a los Sox para que las pueda quemar delante de tus narices.
—Sólo si obtengo algo a cambio.
—¿El qué?
—Sexo sin restricciones. Como yo quiera, cuando yo quiera y donde yo quiera. En el asiento de atrás de tu reluciente coche nuevo, encima de mi escritorio...
—Decididamente de acuerdo.
—Y niños.
Ella se atragantó de improviso.
—Sí. Oh, sí.
Él no se inmutó ante su muestra de emoción, sino que entrecerró maliciosamente los ojos y entró a matar.
—Iremos a ver a tu familia un mínimo de seis veces al año.
Ella cerró violentamente la libreta.
—Eso no va a ocurrir.
—Cinco, y les daré una paliza a tus hermanos.
—Una.
Él le soltó el pie.
—Maldita sea, _________. Transigiré con cuatro visitas al año hasta que tengamos el primer hijo, y después les iremos a ver cada dos meses, y esto no es negociable. —Agarró la libreta y el lápiz y empezó a escribir.
—Muy bien —replicó ella—. Yo me iré a un balneario mientras todos vosotros os sentáis a protestar por las limitaciones de la semana laboral de sesenta horas.
Él se echó a reír.
—Qué chorradas dices. Sabes perfectamente que te mueres de ganas de restregarle nuestro primogénito a Candace en las narices.
—Mira, ahí tienes razón. —Hizo una pausa y recuperó la libreta, pero no pudo leer ni una palabra de lo que llevaba escrito. Por más que odiara dejar que la realidad aguara su felicidad, era el momento de ponerse seria—. Nicholas, ¿cómo piensas ser un padre para esos hijos que queremos a la vez que cumples con esa semana laboral de sesenta horas? —Habló despacio, deseosa por dejar aquello bien claro—. Con Perfecta para Ti, yo tengo horarios flexibles pero... Sé lo mucho que te gusta tu trabajo, y jamás te pediría que renunciaras a él. Por otro lado, no pienso criar una familia yo sola.
—No tendrás que hacerlo —dijo él con aire de suficiencia—. Tengo un plan.
—¿Te importaría compartirlo?
Él se estiró para agarrarla del brazo, la arrastró a su lado y le contó lo que tenía en mente.
—Me gusta tu plan. —Le sonrió y se acurrucó sobre su pecho—. Bodie se merece ser tu socio de pleno derecho.
—No podría estar más de acuerdo.
Estaban los dos tan complacidos que empezaron a besarse otra vez, lo que les llevó a una encantadora —y muy exitosa— prueba de las habilidades de ___________ como dominatrix. El resultado fue que tardaron un rato en reanudar sus negociaciones. Cubrieron las cuestiones relativas a la ropa de dormir (ninguna), los nombres de los hijos (prohibidas las marcas de vehículos de motor) y el béisbol (diferencias irreconciliables). Cuando terminaron, Nicholas recordó que había una pregunta que se le había olvidado hacer.
Mirándola a los ojos, le cogió las manos y las llevó a sus propios labios.
—Te quiero, ___________ Granger. ¿Quieres casarte conmigo?
—Nicholas Davidson Jonas, has encontrado una esposa.
—Es el mejor negocio que he hecho en la vida —repuso él con una sonrisa.
___________________________________________________________________
CHICAS LO SIENTO SE QUE NO TENGO EXCUSA PERO ESTO DE LA PREPA Y HABER TOCADO EN LA TARDE CUANDO SIEMPRE HE ESTADO EN LA MAÑANA NO ES LO MIO ;c PERO BUENO AQUI LES DDEJO TRES CAPITULOS MAÑANA O EL SABADO LES PROMETO AHORA SI POR MI VIDAA
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
:wut: pensé que no lo iba a perdonar!!!!!.... Jajajjajajaja podría y su estilo pitufo!!!!!!.... Jajajajajajajajaja pero bueno se arreglaron las cosas y descuida...... La espera valió la pena!!!
chelis
Re: Match me if you can (Nick y tu)
CHICAS GRACIAS ENCERIO MIL GRACIAS POR HABER LEIDO ESTA NOVELA QUE PORCIERTO YA LLEGO A SU FIN :wut: Y POR CAUSAS ESCOLARES:juay: VOY A TENER QUE DEJAR DE SUBIR NOVELAS POR UN TIEMPO PORQUE SE SUPONE QUE DEBERIA DE ESTAR DE VACACIONES PERO NO LO ESTOY :( PORQUE TENGO QUE IR A NOS MALDITOS CURSOS ASI QUE...... LAS VOY A EXTRAÑAR, MIL:enamorado: GRACIAS POR HABER LEIDO ESTA NOVELA ENCERIO SE LOS AGRADESCO MILES DE BESOS :bye: :lloro:
Epílogo
Pippi levantó la grabadora a la altura de sus labios y gritó:
—¡Probando! ¡Probando! ¡Probando!
—Funciona —exclamó Nicholas desde el sofá situado en el extremo opuesto de la sala de audiovisuales—. ¿Crees que podrías hablar un poco más bajo?
—Me llamo Victoria Phoebe Tucker —susurró ella. Luego volvió a su volumen habitual—. Tengo cinco años, y vivo en el hotel Plaza. —Miró de soslayo a Nick, pero él había visto la película Eloise con la pequeña y se limitó a sonreír—. Esto es la grabadora de Nicholas, que dice que tengo que devolvérsela.
—Y tanto que sí. —Se suponía que Pip debía estar viendo el partido de los Sox con él mientras el club de lectura estaba reunido en el piso de arriba, pero se había aburrido.
—Prince todavía está enfadado por todos los teléfonos que me quedé cuando sólo tenía tres años —dijo a la grabadora—. Pero sólo era un bebé, y mamá los encontró casi todos y se los devolvió.
—No todos.
—¡Porque no me acuerdo de dónde los guardé! —exclamó ella, fulminándole con su mirada de diminuta quarterback—. Te lo he dicho como un millón de veces. —Pasando de él, volvió a concentrarse en lo que estaba haciendo—. Éstas son las cosas que me gustan. Me gustan papá y mamá y Danny y la tía Phoebe y el tío Dan y mis primos y Príncipe cuando no habla de teléfonos y __ y todas las del club de lectura excepto Portia, porque no me dejó ir delante tirando las flores cuando se casó con Bodie porque se zurraron en Las Vegas.
Nick se echó a reír.
—Se «fugaron» a Las Vegas.
—Se fugaron —repitió—. Y __ no quería que Portia fuera del club de lectura, pero la tía Phoebe ensistió porque decía que Portia necesitaba... —No se acordaba, y miró a Nick en busca de ayuda.
—Amistades femeninas no competitivas —dijo él, con una sonrisa—. Y la tía Phoebe tenía razón, como de costumbre. Que es por lo que yo, en mi brillantez, convencí a la tía Phoebe para que se hiciera mentora de Portia.
Pippi asintió y siguió largando.
—A Príncipe le gusta Portia. Portia antes era casamentera, pero ahora trabaja para él, y Príncipe dice que es la mejor representante deportiva que ha visto en su buñetera vida, y que gracias a ella su nueva divizión de deportes de chicas se hace más grande cada día.
—Es la tercera mejor representante deportiva —dijo él—, detrás de Bodie y de mí. Y no digas «puñetera».
Ella se hundió más en el gran sillón reclinable, cruzando los tobillos igual que él.
—Príncipe pagó un montón de dinero a Portia por el regalo de boda de ___. Mami dijo que era un regalo estúpido, pero ___ dijo que Príncipe no podía haberle dado nada que le hiciera más ilusión, y ahora Portia da consejos a ___ sobre cómo ser casamentera. —Se estrujó la frente—. ¿Qué era esa cosa que le diste de regalo de boda?
—La base de datos de la antigua empresa de Portia.
—Le tenías que haber regalado un perrito.
Nick se rió, y luego puso cara de pocos amigos al televisor.
—¡No intentes ir a por todas, idiota!
—No me gustan los Sox—dijo Pippi enfáticamente—. Pero me gustan el doctor Adam y Delaney porque me dejaron ir delante de ellos tirando las flores en su boda, y la mamá de __ lloró y dijo que __ es la mejor casamentera del mundo. Y me gusta Rosemary porque me cuenta cuentos y sabe maquillar. Rosemary ahora es del club de lectura. __ le dijo a tía Phoebe que si dejaban entrar a Portia, también tenían que admitir a Rosemary, porque Rosemary necesitaba amigas lo mismo que Portia, y luego __ dijo que era demasiado feliz para guardar viejos restemores.
—Resquemores.
—Y éstas son las cosas que no me gustan. —Lanzó a Nick otra mirada sombría—. No me gusta Trevor Granger Jonas. Que es un pañal lleno de caca.
—Ya empezamos otra vez. —Nick apoyó sobre el hombro el fardo que acunaba entre los brazos.
Pip dejó la grabadora a un lado, maniobró para bajar del sillón reclinable, se encaramó al sofá al lado de Nick, y una vez allí contempló con disgusto al bebé dormido.
—Trevor me ha dicho que no le gusta nada que lo lleves encima todo el rato. Dice que quiere... que le dejes... ¡en el... suelo!
Dado que Trevor sólo tenía seis meses, Nick dudaba mucho que hubiera desarrollado tanto sus habilidades lingüísticas, pero bajó el volumen de la tele y dedicó su atención a la niña celosa de cinco años.
—Creía que ya habíamos hablado de esto.
Ella se recostó en él.
—Habla conmigo otra vez.
Él le envolvió los hombros con el brazo libre. Pip no estaba satisfecha si no tenía a todos los varones del mundo libre pendientes de ella, como prácticamente los tenía.
—Trev no es más que un bebé. Es aburrido. No puede jugar conmigo como tú.
—Y es un bebé muy llorón.
Nick sintió la paternal necesidad de defender la virilidad de su hijo.
—Sólo cuando tiene hambre.
Pippi levantó la cabeza.
—Oigo que se están moviendo allí arriba. Creo que es la hora del postre.
—¿Estás segura de que no quieres quedarte a ver el resto del partido conmigo?
—No alucines. —Era la última expresión que había aprendido, y la soltaba siempre que sus padres no estaban cerca.
Nick plantó un beso en la cabeza llena de pelusa de Trevor Granger Jonas y la siguió al piso de arriba.
________ había puesto su sello a la casa desde un principio. Al entrar al salón, Nick observó el mobiliario, grande y acogedor, las cálidas alfombras y las flores frescas. Un ostentoso cuadro abstracto que habían comprado en una galería de Seattle una tarde de lluvia ocupaba el espacio de encima de la chimenea. Después habían celebrado la adquisición haciendo el amor el resto de aquella tarde que ambos creían que les había dado a su hijo.
Bajo el cuadro se hallaban Portia y Phoebe con las cabezas juntas, planeando probablemente la dominación del mundo. Molly se había agachado para escuchar a Pippi. Las demás se habían congregado en torno a Rosemary. En cuanto ___________ reparó en su presencia, se separó del grupo y fue hacia él, con la cara dominada por aquella sonrisa particular que Nick adoraba. Observó a Pip y al club de lectura, y luego a su hermosa y pelirroja esposa. Aquello era lo que había estado persiguiendo toda su vida. Mujeres que se quedaran.
—¿Hay alguna posibilidad de que saques a tu aquelarre de aquí en los próximos diez minutos? —preguntó en voz baja al llegar _________ junto a él.
Ella acarició la mejilla de su hijo, y el bebé se volvió instintivamente hacia su mano.
—Lo dudo. No han tomado el postre.
—Sírveselo en el porche.
—Pórtate bien.
—Eso dices ahora —susurró Nick—. Luego me cantarás otra canción.
Ella se rió, le plantó un beso fugaz en la comisura de la boca y luego besó al bebé en la cabeza. Al otro extremo de la habitación, Phoebe Calebow volvió la vista hacia ellos, e intercambió con Nick una mirada de perfecto entendimiento. La semana siguiente les tocaría batallar por la renovación del contrato de Dean, pero por el momento reinaba la paz.
Mientras Pip ayudaba a _________ a servir el postre, él se llevó al crío al piso de arriba, al ampliado despacho de su casa. Dejó que el bebé durmiera en su regazo mientras hacía algunas llamadas. Con Bodie de socio de pleno derecho, la carga de trabajo de Nick se había aligerado considerablemente. Más que en llevar la mayor agencia deportiva de la ciudad, se estaban centrando en ser la mejor, y se habían vuelto extraordinariamente selectivos a la hora de elegir sus clientes. Así y todo, había límites a lo que podían controlar, y, bajo la dirección de Portia, la nueva división de mujeres venía creciendo a pasos agigantados, pese a que también ella se había marcado unos límites. Hacía un par de años que Nick no veía en su rostro aquella expresión tensa, desquiciada. Era increíble lo que un buen matrimonio y nueve kilos de más podían hacer por la actitud de una mujer.
Perfecta para Ti también medraba. Para alivio de los jubilados de _________, Kate cedió a su hija la casa de Wicker Park como regalo de bodas. Siguiendo los consejos de Portia, _________ había contratado tanto a una secretaria como a una ayudante. Ignorando los consejos de Portia, seguía cultivando un batiburrillo de clientes. A ella le gustaba así.
Nick oyó por fin que las componentes del club de lectura empezaban a marcharse. A Trev le estaba entrando hambre, y el ruido le despertó. Cuando vio que no había moros en la costa, Nick le llevó al piso de abajo.
__________ estaba de pie junto a la ventana, y la luz de la tarde la bañaba como ámbar líquido. Al oírle acercarse, sonrió como si llevara todo el día esperando aquel momento, lo que probablemente era el caso. Él le pasó al bebé y se sentó complacido a ver cómo le daba de mamar. __________ y él hablaron un poco. No mucho. Oyó el traqueteo del fax en el piso de arriba, y al cabo de unos minutos vibró su móvil. Se metió la mano en el bolsillo y lo apagó.
Finalmente, abrigaron a su hijo y salieron los tres a dar un paseo. Un hombre y su familia. Una hermosa tarde en Chicago. Los Sox camino del título.
—¿Por qué sonríes? —preguntó su mujer, sonriendo ella a su vez.
—Porque eres perfecta.
—No, no lo soy —dijo ella entre risas—. Pero soy perfecta para ti.
La Pitón no podía estar más de acuerdo.
Epílogo
Pippi levantó la grabadora a la altura de sus labios y gritó:
—¡Probando! ¡Probando! ¡Probando!
—Funciona —exclamó Nicholas desde el sofá situado en el extremo opuesto de la sala de audiovisuales—. ¿Crees que podrías hablar un poco más bajo?
—Me llamo Victoria Phoebe Tucker —susurró ella. Luego volvió a su volumen habitual—. Tengo cinco años, y vivo en el hotel Plaza. —Miró de soslayo a Nick, pero él había visto la película Eloise con la pequeña y se limitó a sonreír—. Esto es la grabadora de Nicholas, que dice que tengo que devolvérsela.
—Y tanto que sí. —Se suponía que Pip debía estar viendo el partido de los Sox con él mientras el club de lectura estaba reunido en el piso de arriba, pero se había aburrido.
—Prince todavía está enfadado por todos los teléfonos que me quedé cuando sólo tenía tres años —dijo a la grabadora—. Pero sólo era un bebé, y mamá los encontró casi todos y se los devolvió.
—No todos.
—¡Porque no me acuerdo de dónde los guardé! —exclamó ella, fulminándole con su mirada de diminuta quarterback—. Te lo he dicho como un millón de veces. —Pasando de él, volvió a concentrarse en lo que estaba haciendo—. Éstas son las cosas que me gustan. Me gustan papá y mamá y Danny y la tía Phoebe y el tío Dan y mis primos y Príncipe cuando no habla de teléfonos y __
Nick se echó a reír.
—Se «fugaron» a Las Vegas.
—Se fugaron —repitió—. Y __
—Amistades femeninas no competitivas —dijo él, con una sonrisa—. Y la tía Phoebe tenía razón, como de costumbre. Que es por lo que yo, en mi brillantez, convencí a la tía Phoebe para que se hiciera mentora de Portia.
Pippi asintió y siguió largando.
—A Príncipe le gusta Portia. Portia antes era casamentera, pero ahora trabaja para él, y Príncipe dice que es la mejor representante deportiva que ha visto en su buñetera vida, y que gracias a ella su nueva divizión de deportes de chicas se hace más grande cada día.
—Es la tercera mejor representante deportiva —dijo él—, detrás de Bodie y de mí. Y no digas «puñetera».
Ella se hundió más en el gran sillón reclinable, cruzando los tobillos igual que él.
—Príncipe pagó un montón de dinero a Portia por el regalo de boda de ___
—La base de datos de la antigua empresa de Portia.
—Le tenías que haber regalado un perrito.
Nick se rió, y luego puso cara de pocos amigos al televisor.
—¡No intentes ir a por todas, idiota!
—No me gustan los Sox—dijo Pippi enfáticamente—. Pero me gustan el doctor Adam y Delaney porque me dejaron ir delante de ellos tirando las flores en su boda, y la mamá de __
—Resquemores.
—Y éstas son las cosas que no me gustan. —Lanzó a Nick otra mirada sombría—. No me gusta Trevor Granger Jonas. Que es un pañal lleno de caca.
—Ya empezamos otra vez. —Nick apoyó sobre el hombro el fardo que acunaba entre los brazos.
Pip dejó la grabadora a un lado, maniobró para bajar del sillón reclinable, se encaramó al sofá al lado de Nick, y una vez allí contempló con disgusto al bebé dormido.
—Trevor me ha dicho que no le gusta nada que lo lleves encima todo el rato. Dice que quiere... que le dejes... ¡en el... suelo!
Dado que Trevor sólo tenía seis meses, Nick dudaba mucho que hubiera desarrollado tanto sus habilidades lingüísticas, pero bajó el volumen de la tele y dedicó su atención a la niña celosa de cinco años.
—Creía que ya habíamos hablado de esto.
Ella se recostó en él.
—Habla conmigo otra vez.
Él le envolvió los hombros con el brazo libre. Pip no estaba satisfecha si no tenía a todos los varones del mundo libre pendientes de ella, como prácticamente los tenía.
—Trev no es más que un bebé. Es aburrido. No puede jugar conmigo como tú.
—Y es un bebé muy llorón.
Nick sintió la paternal necesidad de defender la virilidad de su hijo.
—Sólo cuando tiene hambre.
Pippi levantó la cabeza.
—Oigo que se están moviendo allí arriba. Creo que es la hora del postre.
—¿Estás segura de que no quieres quedarte a ver el resto del partido conmigo?
—No alucines. —Era la última expresión que había aprendido, y la soltaba siempre que sus padres no estaban cerca.
Nick plantó un beso en la cabeza llena de pelusa de Trevor Granger Jonas y la siguió al piso de arriba.
________ había puesto su sello a la casa desde un principio. Al entrar al salón, Nick observó el mobiliario, grande y acogedor, las cálidas alfombras y las flores frescas. Un ostentoso cuadro abstracto que habían comprado en una galería de Seattle una tarde de lluvia ocupaba el espacio de encima de la chimenea. Después habían celebrado la adquisición haciendo el amor el resto de aquella tarde que ambos creían que les había dado a su hijo.
Bajo el cuadro se hallaban Portia y Phoebe con las cabezas juntas, planeando probablemente la dominación del mundo. Molly se había agachado para escuchar a Pippi. Las demás se habían congregado en torno a Rosemary. En cuanto ___________ reparó en su presencia, se separó del grupo y fue hacia él, con la cara dominada por aquella sonrisa particular que Nick adoraba. Observó a Pip y al club de lectura, y luego a su hermosa y pelirroja esposa. Aquello era lo que había estado persiguiendo toda su vida. Mujeres que se quedaran.
—¿Hay alguna posibilidad de que saques a tu aquelarre de aquí en los próximos diez minutos? —preguntó en voz baja al llegar _________ junto a él.
Ella acarició la mejilla de su hijo, y el bebé se volvió instintivamente hacia su mano.
—Lo dudo. No han tomado el postre.
—Sírveselo en el porche.
—Pórtate bien.
—Eso dices ahora —susurró Nick—. Luego me cantarás otra canción.
Ella se rió, le plantó un beso fugaz en la comisura de la boca y luego besó al bebé en la cabeza. Al otro extremo de la habitación, Phoebe Calebow volvió la vista hacia ellos, e intercambió con Nick una mirada de perfecto entendimiento. La semana siguiente les tocaría batallar por la renovación del contrato de Dean, pero por el momento reinaba la paz.
Mientras Pip ayudaba a _________ a servir el postre, él se llevó al crío al piso de arriba, al ampliado despacho de su casa. Dejó que el bebé durmiera en su regazo mientras hacía algunas llamadas. Con Bodie de socio de pleno derecho, la carga de trabajo de Nick se había aligerado considerablemente. Más que en llevar la mayor agencia deportiva de la ciudad, se estaban centrando en ser la mejor, y se habían vuelto extraordinariamente selectivos a la hora de elegir sus clientes. Así y todo, había límites a lo que podían controlar, y, bajo la dirección de Portia, la nueva división de mujeres venía creciendo a pasos agigantados, pese a que también ella se había marcado unos límites. Hacía un par de años que Nick no veía en su rostro aquella expresión tensa, desquiciada. Era increíble lo que un buen matrimonio y nueve kilos de más podían hacer por la actitud de una mujer.
Perfecta para Ti también medraba. Para alivio de los jubilados de _________, Kate cedió a su hija la casa de Wicker Park como regalo de bodas. Siguiendo los consejos de Portia, _________ había contratado tanto a una secretaria como a una ayudante. Ignorando los consejos de Portia, seguía cultivando un batiburrillo de clientes. A ella le gustaba así.
Nick oyó por fin que las componentes del club de lectura empezaban a marcharse. A Trev le estaba entrando hambre, y el ruido le despertó. Cuando vio que no había moros en la costa, Nick le llevó al piso de abajo.
__________ estaba de pie junto a la ventana, y la luz de la tarde la bañaba como ámbar líquido. Al oírle acercarse, sonrió como si llevara todo el día esperando aquel momento, lo que probablemente era el caso. Él le pasó al bebé y se sentó complacido a ver cómo le daba de mamar. __________ y él hablaron un poco. No mucho. Oyó el traqueteo del fax en el piso de arriba, y al cabo de unos minutos vibró su móvil. Se metió la mano en el bolsillo y lo apagó.
Finalmente, abrigaron a su hijo y salieron los tres a dar un paseo. Un hombre y su familia. Una hermosa tarde en Chicago. Los Sox camino del título.
—¿Por qué sonríes? —preguntó su mujer, sonriendo ella a su vez.
—Porque eres perfecta.
—No, no lo soy —dijo ella entre risas—. Pero soy perfecta para ti.
La Pitón no podía estar más de acuerdo.
[b style="font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 12.800000190734863px; line-height: 18px;"]FIN [/b]
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
AAAAAIII ME ENCANTA PIP!!!... JEJEJJE Y SU PUINCIPE Y AHORA YA TIENE CINCO!!!... JAJAJAJ ES UNA DIABLILLA!!!.. Y TUVIERON UN BB Y AHORA SON FELICES!!!!!!.... AME ESTA NOVEEE!!! GRACIAS POR SUBIRLA Y COMPARTIRLA!!! SI SUBES OTRA AVISAS Y AHI ME TENDRAS!!!
chelis
Página 7 de 7. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 7 de 7.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.