Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Match me if you can (Nick y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 6 de 7. • Comparte
Página 6 de 7. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Ya no se que más escribir.... Pero quiero pasar de página!!!
Lau_ilovejonas
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Pase de página!! FIESTA DE CINCO SEGUDOS!!!!! Jajajajaj
Seguila prontoooooo
Seguila prontoooooo
Lau_ilovejonas
Re: Match me if you can (Nick y tu)
NUEVA LECTORAAAAAA, ME LA LEI TODA DE UNA VEZ, ME ENCANTOOOOOOO. SUBI MAS CAPIS PRONTOOOO!!! Ya pasamos de pag ;) jajajajajaja
Daick
Re: Match me if you can (Nick y tu)
1/?
18 Pasaron dos semanas. Entre hacer los preparativos de su fiesta de vino y queso y preocuparse por Nick y Keri Winters, _________ perdió el peso suficiente para poder abrocharse la minifalda azul hierba doncella que no había conseguido ponerse en todo el verano.
—Vaya a ponerse algo encima —le había gruñido el señor Bronicki la noche de la fiesta al bajar ella por las escaleras con la mini puesta, además de un ceñido top color marfil.
—A usted le pago por ayudar —replicó ella—. No le está permitido criticar.
—Exhibiéndose como una buscona... Irene, venga aquí y eche un vistazo a esto.
La señora Valerio asomó la cabeza por la puerta de la cocina.
—Está muy guapa, __________. Howard, venga a ayudarme a abrir este bote de olivas. —La señora Valerio, desde que empezó a verse con el señor Bronicki, se había teñido el pelo del mismo rojo que el Pájaro Loco, que combinaba con las zapatillas carmín que llevaba esta noche con su mejor vestido negro de los domingos.
El señor Bronicki, como un pincel con su camisa blanca de manga larga, la siguió a la cocina. __________ se fue a su despacho, donde había convertido el escritorio en una mesa de bufé con el mantel de cuadros amarillo y azul de Nana y un magnífico centro de flores de jardín que había donado la señora McClure. Pusieron el queso y la fruta en los encantadores platos de cerámica de los sesenta de Nana. El señor Bronicki se ofreció a atender a la puerta y servir el vino mientras la señora Valerio se encargaba de rellenar los platos. Fijándose en lo que compraba y recurriendo a la ayuda de sus jubilados, __________ se las había arreglado para ajustar la velada a un presupuesto. Y lo que era mejor aún, había reclutado dos clientes varones más a través de su nueva página web.
Concentrarse en el trabajo no la había ayudado mucho a borrar las imágenes de Nick en la cama con Keri, pero hizo lo que pudo. La noticia de que la presentadora de la WGN y el más destacado representante deportivo de la ciudad se dejaban ver juntos había llegado últimamente a las tertulias radiofónicas, incluyendo el programa de máxima audiencia de la mañana, cuyos disc jockeys Eric y Kathy habían lanzado ya un concurso «para poner nombre al extraño hijo que tendrán».
Sonó el timbre de la puerta.
—Ya lo he oído —gruñó el señor Bronicki desde la cocina—. No estoy sordo.
—Recuerde lo que le he dicho de sonreír —le dijo __________ cuando pasó a su lado arrastrando los pies.
—No he podido volver a sonreír desde que perdí los dientes.
—Tiene usted la misma gracia que una caja de lavativas.
—Un respeto, señorita.
__________ había estado muy preocupada con que la gente no se mezclara, y había pedido a Janine que le echara una mano. Su amiga fue la primera en llegar, seguida de Ernie Marks y Melanie Richter.
Al cabo de una hora, las pequeñas habitaciones del piso de abajo de __________ estaban a reventar. Celeste, la economista de la Universidad de Chicago, pasó mucho tiempo hablando con Jerry, el ahijado de Shirley Miller. Ernie Marks, el tranquilo director de escuela primaria, y Wendy, la vivaz arquitecta de Roscoe Village, parecía que congeniaban. Sus dos clientes más recientes, encontrados a través de la página web, se arremolinaban en torno a la elegante Melanie. Desafortunadamente, Melanie parecía más interesada en John Nager. Considerando que Melanie había estado casada con un hombre obsesionado con desinfectar los pomos de las puertas, __________ no creía que John el Hipocondríaco fuera su mejor opción. Lo más interesante que deparó la noche, no obstante, resultó algo inesperado. Para sorpresa de __________, Ray Fiedler se pegó a Janine nada más entrar, y Janine no hizo el menor esfuerzo por quitárselo de encima. _________ tenía que admitir que el nuevo corte de pelo de Ray había obrado maravillas en él.
Para cuando se fue el último invitado, estaba exhausta pero satisfecha, sobre todo porque todo el mundo quiso saber la fecha de su siguiente fiesta, y había desaparecido un buen puñado de sus folletos. En resumen, Perfecta para Ti había disfrutado de una noche bastante triunfal.
***
Al entrar el cortejo de Nick y Keri en su tercera semana, _________ dejó de escuchar los chismorreos de la radio. En lugar de eso, se dedicó a hacer el seguimiento de los contactos que sus clientes habían establecido en la fiesta, intentó disuadir a Melanie de verse con John y firmó con otro cliente. Nunca había estado más ocupada. Sólo le faltaba ser más feliz.
Un martes por la noche, poco antes de las once, sonó el timbre de la puerta. Puso a un lado el libro que estaba leyendo, bajó y se encontró a Nick plantado en su porche, con la ropa arrugada y el aspecto cansado de quien vuelve de viaje. Aunque habían hablado por teléfono, era la primera vez que le veía desde la noche en que conoció a Keri.
El repasó su camiseta ancha, sin mangas, de algodón blanco —no llevaba sujetador— y sus pantalones de pijama azules estampados con copas rosas de martini que contenían pequeñas olivas verdes.
—¿Estabas durmiendo?
—Leyendo. ¿Ocurre algo?
—No. —Tras él, un taxi se alejaba del bordillo. Tenía enrojecido el contorno de los ojos, y una sombra de barba asomaba en su mentón de tipo duro, lo cual, a los ojos trastornados de _________, no le hacía sino más toscamente atractivo.
—¿Tienes algo de comer? En el avión no daban más que pretzels, incluso en primera clase. —Ya había entrado. Dejó en el suelo su maleta de ruedas y el portátil—. Tenía pensado llamar antes, pero me he quedado dormido en el taxi.
Las emociones de __________ estaban demasiado a flor de piel para hacer frente a esto.
—Sobras de espaguetis nada más.
—Suena estupendamente.
Reparando en las líneas de fatiga de su cara, ella no tuvo corazón para echarle, y se encaminó a la cocina.
—Tenías razón sobre Keri y yo —dijo él, a su espalda. Ella se dio con el marco de la puerta.
—¿Qué?
Él miró a la nevera, más allá de ella.
—No me vendría mal una Coca-Cola, si tienes.
Ella sentía deseos de agarrarle del cuello de su camisa blanca y sacudirle hasta que le dijera exactamente qué había querido decir pero se contuvo.
—Claro que tenía razón sobre Keri y tú. Soy una profesional experimentada.
Él se aflojó el nudo de la corbata y se desabotonó el cuello.
—Refréscame la memoria. ¿Qué clase de experiencia has tenido, concretamente?
—Mi abuela era una superestrella. Lo llevo en la sangre. —Iba a ponerse a chillar si él no le decía lo que ocurría. Sacó una Coca-Cola de la nevera y se la pasó.
—Keri y yo nos parecíamos demasiado. —Apoyó un hombro contra la pared y dio un sorbo a su refresco—. Tuvimos que llamarnos media docena de veces sólo para poder quedar a comer.
La nube negra que llevaba siguiéndola tres semanas se la llevó el viento a arruinar la vida de alguna otra persona. Extrajo de la nevera un vetusto Tupperware azul pastel, junto con los restos del whopper que no había tenido ganas de acabarse al mediodía.
—¿Ha sido dura la ruptura?
—No exactamente. Habíamos pasado tanto tiempo mareando la perdiz al teléfono que tuvimos que hacerlo por correo electrónico.
—No se han roto corazones, entonces.
Su mentón adquirió una actitud obcecada.
—Debíamos haber estado genial juntos.
—Ya conoces mi opinión al respecto.
—La teoría Fisher-Price. ¿Cómo iba a olvidarla?
Mientras cortaba los restos de su hamburguesa y la mezclaba con los espaguetis, _________ se preguntó por qué no la había llamado para darle la noticia en vez de presentarse en persona. Metió el plato en el microondas.
Él se acercó a inspeccionar el plan de dieta apuntado en un panel, amarillento ya, que había pegado ella en la puerta de la nevera nada más mudarse.
—No nos hemos acostado —dijo, sin apartar un milímetro los ojos de una cena baja en carbohidratos a base de pescado.
Ella reprimió su alegría.
—No es asunto mío.
—Desde luego que no, pero eres una cotilla.
—Oye, he estado demasiado ocupada construyendo mi imperio para obsesionarme por tu vida sexual. O por tu falta de ella. —Contuvo sus ganas de marcarse unos pasos de claqué mientras cogía una manopla, sacaba el plato y lo ponía encima de la mesa—. No eres mi único cliente, ¿sabes?
Nick encontró un tenedor en el cajón de la plata, se sentó y examinó su plato.
—¿Es una patata frita esto que hay en mis espaguetis?
—Nouvelle cuisine. —Abrió el congelador para sacar el vaso de helado que no le había apetecido tocar en tres semanas.
—¿Y cómo va el negocio? —preguntó él.
Abriendo la tapa, ella le contó lo de su fiesta y sus nuevos clientes. La sonrisa de Nick sugería que se alegraba sinceramente.
—Felicidades. Estás cosechando el fruto de tu esfuerzo.
—Eso parece.
—¿Y cómo te van las cosas con tu amorcito?
Le costó un momento adivinar de quién estaba hablando. Hundió la cuchara en el helado.
—Cada día mejor.
—Tiene gracia. Le vi en el Waterworks hace un par de noches haciéndole el boca a boca a una clon de Britney Spears.
Ella excavó una viruta de chocolate.
—Forma parte del plan. No quiero que se sienta agobiado.
—Créeme. No lo está.
—¿Lo ves? Funciona.
El enarcó una ceja.
—Es sólo la opinión de un hombre, pero creo que estabas mejor con Raoul.
Ella sonrió, volvió a tapar el helado y a dejar el vaso en el congelador. Mientras él comía, fregó una sartén que había dejado a remojo en el fregadero y respondió a sus preguntas sobre la fiesta teniendo en cuenta lo cansado que estaba, apreció su interés.
Cuando acabó de comer, Nick le acercó su plato. Lo había devorado entero, hasta la patata frita.
—Gracias. Es la mejor comida que he tomado en varios días.
—Caramba, sí que has estado ocupado.
Nick recuperó lo que quedaba del helado del congelador
—Estoy demasiado cansado para irme a casa. ¿Tienes una cama de invitados en que me pueda tirar?
Ella se golpeó la espinilla con la puerta del fregadero.
—¡Ay! ¿Quieres quedarte aquí esta noche?
Él levantó la vista del vaso de helado con expresión de gran desconcierto, como si no entendiera la pregunta.
—Hace dos días que no duermo. ¿Te supone un problema? Te prometo que estoy demasiado cansado para asaltarte, si es eso lo que te preocupa.
—Qué me va a preocupar. —Se distrajo sacando el cubo de la basura de debajo del fregadero—. Supongo que no pasa nada. Pero el antiguo dormitorio de Nana da al callejón, y mañana es el día que pasa el camión de la basura.
—Sobreviviré.
Viendo lo cansado que estaba, ella no entendía por qué no había esperado al día siguiente para llamar y darle la noticia de lo de Keri. Salvo que no quisiera estar solo esa noche. Tal vez sus sentimientos hacia Keri fueran más profundos de lo que quería dar a entender. De la burbuja de felicidad de _________ escapó un poco de aire.
—Ya saco yo eso. —Nick volvió a meter el helado en el congelador y se llevó la bolsa de basura que ella acababa de atar.
Resultaba todo demasiado íntimo. Las altas horas, la acogedora cocina, las tareas compartidas. Ella en pijama y sin sujetador. La montaña rusa en que viajaba su estado de ánimo desde hacía semanas enfiló otra cuesta abajo.
Cuando él regresó de sus labores de basurero, echó el pestillo a la puerta detrás de él y señaló al patio trasero con la cabeza.
—Ese coche... Déjame adivinar. ¿De Nana?
—Sherman tiene más personalidad que un coche.
—¿De verdad conduces ese trasto por donde la gente puede verte?
—Algunos no podemos permitirnos un BMW.
Él sacudió la cabeza.
—Supongo que si este montaje de la agencia de contactos no sale adelante, siempre puedes pintarlo de amarillo y meter un taxímetro en el salpicadero.
—Estás disfrutando, ¿no?
Él sonrió y se dirigió a la parte delantera de la casa.
—¿Qué tal si me enseñas mi habitación, Campanilla?
Esto se salía de lo normal. Apagó la luz, decidida a mantener una actitud despreocupada.
—Si por casualidad eres una de esas personas a las que no les gustan los ratones, mete la cabeza debajo de la sábana. Eso suele mantenerlos a raya.
—Me disculpo por haberme reído de tu coche.
—Disculpas aceptadas.
Nick cogió su maleta y subió por las escaleras al pequeño distribuidor cuadrado del piso de arriba, que estaba jalonado por una serie de puertas.
—Puedes quedarte en la antigua habitación de Nana —dijo ella—. El cuarto de baño está justo al lado. Eso es el cuarto de estar. Era la habitación de mi madre de pequeña. Yo duermo en el tercer piso.
Él dejó la maleta en el suelo y fue hasta el umbral del cuarto de estar. La anticuada decoración en gris y malva tenía un aire irremediablemente ruinoso. Un trozo del periódico del día anterior había caído a la rugosa moqueta de tweed, y el libro que había estado leyendo __________ yacía abierto sobre el sofá gris. Un curtido aparador de roble sobre el que descansaba un televisor ocupaba el espacio entre dos ventanas de guillotina, que estaban rematadas por ampulosos bastidores a rayas grises y malvas descoloridas. Delante de las ventanas, un juego de dos bases blancas de metal de patas torcidas sostenían más ejemplares de la colección de violetas africanas de Nana.
—Esto es agradable —dijo—. Me gusta tu casa.
Al principio, ella creyó que le tomaba el pelo, pero luego comprendió que era sincero.
—Te la cambio —dijo.
Él miró a la puerta abierta del distribuidor.
—¿Tú duermes en el ático?
—Es donde dormía de pequeña, y terminé cogiéndole gusto.
—La guarida de Campanilla. Eso tengo que verlo. —Se encaminó a las estrechas escaleras del ático.
—¿No estabas tan cansado? —exclamó ella.
—Lo que hace de ésta la ocasión perfecta para ver tu dormitorio. Soy inofensivo.
Ella no le creyó ni por un momento.
El ático, con sus dos buhardillas y sus techos inclinados, se había convertido en el almacén de todas las antigüedades desechada de Nana: una cama de cerezo con postes de baldaquín, un escritorio de roble, un tocador con un espejo con dorados, hasta un viejo maniquí de sastre de los tiempos en que Nana se mantenía ocupada cosiendo en vez de ejerciendo de casamentera. Una de las buhardillas acogía un confortable sillón y una otomana, la otra un escritorio pequeño de nogal y un aparato de aire acondicionado, feo pero eficiente. ______---- había añadido poco antes cortinas de tela ligera azul y blanca a las ventanas de las buhardillas, una colcha de la misma tela y algunas reproducciones de arte para compensar la miscelánea de paisajes que habían ido a parar allí arriba.
_________ se alegró de haber hecho limpieza un rato antes, aunque deseó no haber pasado por alto el sostén rosa que yacía sobre la cama. Los ojos de Nick se posaron en él, y luego se desviaron al maniquí, que en ese momento vestía un viejo mantel de encaje y un sombrero de los Cubs.
—¿Nana?
—Era muy hincha.
—Ya lo veo. —Alzó la vista al techo inclinado—. Con un par de tragaluces estaría perfecto.
—Tal vez deberías concentrarte en decorar tu propia casa.
—Supongo que sí.
—En serio, Nicholas, si yo tuviera esa casa magnífica y tanto dinero como tú, la convertiría en una atracción turística.
—¿Qué quieres decir?
—Grandes muebles, mesas de piedra, una iluminación cuidadosa, arte contemporáneo colgado en las paredes... lienzos enormes. ¿Cómo puedes aguantar vivir en una casa tan fabulosa sin hacer nada con ella?
Él la miro de forma tan extraña que empezó a sentirse incómoda y le dio la espalda.
—La habitación de Nana tiene una persiana un poco caprichosa voy a echártela y a llevarte unas toallas.
Corrió al piso de abajo. El tenue olor del perfume A una rosa silvestre, de Avon, impregnaba todavía el cuarto de Nana. Encendió la pequeña lámpara de tocador de porcelana, retiró la sábana de más que había dejado a los pies de la cama y arregló la persiana. En el cuarto de baño escondió la caja de Tampax de la semana anterior y colgó un juego de toallas limpias del viejo toallero cromado.
Nick seguía sin bajar. Se preguntó si habría descubierto su vieja muñeca Tippy Tumbles, que estaba apoyada en el escritorio. O peor aún, el catálogo de juguetes eróticos que nunca había llegado a tirar. Subió las escaleras a la carrera.
Le encontró tumbado en su cama, completamente vestido excepto por los zapatos, y dormido como un tronco.
Tenía los labios ligeramente separados, y los tobillos enfundados en sencillos calcetines negros, cruzados. Una de sus manos reposaba sobre el pecho. La otra, a un lado del cuerpo, junto a un extremo del sujetador rosa que sobresalía bajo sus caderas. Estaba pegado a las yemas de sus dedos, sin llegar a tocarlas, pero lo bastante cerca como para provocarle a __________ un hormigueo en el estómago. Estaría loca, pero no soportaba ver lencería abandonada cerca de él.
Una de las tablas del suelo crujió al acercarse de puntillas a la cama. Muy despacio, con cuidado, enganchó la tira del sostén y tiró de ella.
El sostén no se movió.
El soltó un ligero resoplido. Era una locura. ___________ se sentía ya suficientemente vulnerable con la situación en general. Debela marcharse y dejarle dormir. Pero dio otro tirón.
El se volvió sobre un costado, hacia ella, acabando de atrapar todo el sujetador, salvo una vueltecita de la tira de encaje, bajo su cadera.
__________ empezó a sudar. Sabía que era una locura, pero no podía decidirse a marcharse. Crujió otra tabla en el suelo cuando se arrodilló a un lado de la cama, la misma tabla que crujía cada vez que la pisaba, de modo que podía haber tenido más cuidado. El corazón le latía con fuerza. Se apoyó con una mano en el colchón y deslizó el dedo a través de la tira enroscada que asomaba bajo cadera de Nick. Tiró fuerte.
Nick levantó pesadamente un párpado, y su voz amodorrada la sobresaltó.
—Una de dos: o te metes aquí conmigo o te largas.
—Esta es —tiró un poco más fuerte— mi cama.
—Ya lo sé. Estoy descansando un momento.
No daba la impresión de estar descansando un momento. Daba la impresión de que se había instalado para toda la noche. Junto con su lencería. Que se negaba a moverse.
—Si me dejas...
—Estoy muerto del todo. —Cerró los ojos—. Te devolveré tu cama por la mañana. Te lo prometo. —Su voz fue haciéndose un murmullo confuso.
—Vale, pero...
—Vete —masculló él.
—Ya voy. Pero antes, ¿te importaría...?
Nick volvió a tumbarse de espaldas, lo que habría debido liberar el sujetador, pero no fue así: se quedó pillado entre su cadera y su mano.
—Yo, eh, tengo que coger una cosita. Y ya no te molestaré más.
Los dedos de Nick le apresaron la muñeca, y esta vez, al abrir se sus párpados, tenía los ojos bien despiertos.
—¿Qué quieres?
—Recuperar mi sujetador.
Él levantó la cabeza y se miró el costado, sin soltarle la muñeca.
—¿Por qué?
—Soy una maniática del orden. Las habitaciones desordenadas me sacan de quicio. —Dio un fuerte tirón y liberó el brazo.
Nick contempló el sujetador que colgaba ahora de su mano.
—¿Vas a salir esta noche?
—No, voy a... —Estaba claro que había despertado al león durmiente, e hizo un ovillo en la mano con el sostén, tratando de hacer lo invisible—. Vuelve a dormirte. Ya me acuesto yo en la cama de Nana.
—Ahora ya estoy despierto. —Se incorporó sobre los codos—. Normalmente, te veo venir de lejos con tus chifladuras, pero tengo que admitir que esta vez me has dejado perplejo.
—Bah, olvídalo.
—Lo que tengo claro —señaló su mano con la cabeza— es que la cosa no va de un sujetador.
—Eso crees tú. —Le miró con acritud—. Mientras no estés en mi piel, no juzgues.
—¿Que no juzgue qué?
—No lo entenderías.
—Me paso todo el día entre futbolistas. Te sorprendería la cantidad de cosas raras que entiendo.
—No serán tan raras como ésta.
—Ponme a prueba.
El gesto resuelto de su mentón le decía que Nick no iba a dejarlo correr, y ella no tenía otra explicación que la verdad.
—No soporto ver... —Tragó saliva y se pasó la lengua por los labios—. Lo paso mal si veo... eh... lencería femenina demasiado cerca de la mano de un hombre. Es decir, cuando esa lencería no cubre de hecho un cuerpo femenino.
Nick soltó un gruñido y volvió a hundir la cabeza en la almohada.
—Señor, señor. No me digas.
—Me disgusta. —Y eso era expresarlo con suavidad.
Sabía que Nick se reiría, y así fue, con una sonora carcajada que rebotó por los peculiares ángulos del ático. Ella le miró fijamente hasta hacerle apartar la vista.
Nick bajó los pies de la cama.
—¿Te da miedo que me dé a mí por travestirme?
Oírselo decir en voz alta arrancó de __________ una mueca de dolor. ¿Cómo había podido llegar a los treinta y uno sin que nadie la hiciera encerrar?
—Miedo exactamente, no. Pero... La cosa es... ¿por qué exponerte a la tentación?
Aquello a él le encantó.
__________ entendía que le divirtiera, le hubiera divertido a ella de estar en su lugar, pero fue incapaz de esbozar una sonrisa. Abatida se volvió hacia las escaleras. La risa de Nick se fue apagando, crujió otra tabla cuando salió tras ella. Le puso las manos en los hombros.
—Oye, sí que estás disgustada, ¿verdad?
Ella asintió.
—Lo siento. Paso demasiado tiempo en vestuarios. No me burlaré más de ti, te lo prometo.
Su simpatía era peor aún que sus burlas, pero se dio la vuelta igualmente y apoyó la cabeza en su pecho. Él le acarició el pelo _________ se dijo que debía apartarse, pero tenía la impresión de que estaba exactamente en su sitio tal como estaba. Y entonces tomó conciencia de la potente erección que presionaba su piel.
Lo mismo le ocurrió a él. Dio rápidamente un paso atrás, soltándola de golpe.
—Será mejor que vaya al piso de abajo para que recuperes tu cuarto —dijo.
Ella acertó a asentir trémulamente con la cabeza.
—Vale.
El recogió sus zapatos, pero no salió de inmediato. Primero se dirigió al escritorio y señaló con un gesto el montón de revistas que había encima.
—Me gusta leer antes de dormir. ¿No tendrás por ahí un ejemplar del Sports Illustrated?
—Me temo que no.
—Claro que no. ¿Por qué ibas a tenerlo? —Extendió una mano—. ¿Puedo llevarme esta otra, entonces?
Y se fue con su catálogo de juguetes eróticos.
***
Nick sonreía para sí bajando por las escaleras, pero su sonrisa se había esfumado cuando llegó al cuarto de Nana. ¿Qué demonios estaba haciendo allí? Se quitó la camisa y la arrojó sobre una silla. No tenía planeado presentarse a la puerta de __________, pero había pasado una semana brutal. Con la pretemporada a punto de comenzar, había estado volando por todo el país, tocando base con todos sus clientes. Había hecho de hermano mayor, de animadora, de abogado y de psiquiatra. Había soportado retrasos en los vuelos, confusiones con los coches de alquiler, mala comida, música a demasiado volumen, demasiada bebida y falta de sueño. Esa noche, al meterse en el taxi, la imagen de su casa desierta alzándose ante él había resultado demasiado, y se oyó a sí mismo dándole al conductor la dirección de __________.
La sensación de estar arrastrándose amenazaba su salud mental. Había firmado con Portia en mayo, y con _________ a principios de junio. Estaban ya a mediados de agosto, pero seguía tan lejos de alcanzar sus objetivos como al principio. Mientras se bajaba la cremallera, comprendió que su frustrante ruptura con Keri demostraba una cosa: no podía continuar así, no con la temporada de fútbol en marcha, no si pretendía tener la cabeza despejada. Había llegado el momento de introducir algunos cambios...
***
Portia observó cómo aquellos senos de mujer goteaban dentro de la bandeja de ostras crudas, con un repiqueteo rítmico y regular. Una escultura de hielo de una clásica figura femenina habría tenido sentido en abstracto, pero la subasta silenciosa y el cóctel de esa noche se celebraban en beneficio de una casa de acogida para mujeres maltratadas, y ver a una mujer fundiéndose sobre los entremeses enviaba un mensaje equivocado. O la estatua de hielo o la concurrencia eran más de lo que el aire acondicionado podía enfriar, y Portia tenía calor incluso con su vestido sin tirantes. Se había comprado aquel modelito rojo y muy corto aquella misma tarde, en la esperanza de que algo nuevo y extravagante le levantaría el ánimo, como si un vestido nuevo pudiera arreglar cuanto le pasaba. Había sido muy optimista respecto a Nick y Keri, regodeándose con la publicidad que despertaban. Debió reparar en que eran demasiado parecidos, pero había perdido su instinto junto con su pasión por fabricar finales felices para los demás.
Se sentía aislada y deprimida, harta de Parejas Power, harta de sí misma y de todo aquello que tan orgullosa la había hecho sentirse en el pasado. Se alejó de la mesa del bufé y de la mujer evanescente. Necesitaba recobrar su entereza antes de la reunión concertada con Nick para la mañana siguiente. ¿Para qué la había convocado? Probablemente, no para cantar sus alabanzas. Pues bien: se negaba a perder aquello. Bodie decía que estaba obsesionada. «Dile a Nicholas que se vaya al infierno, y ya está.» Ella trataba de explicarle que el fracaso llama al fracaso, pero Bodie había crecido en un camping de caravanas, de modo que algunas cosas no contaban para él.
Había intentado, con escaso éxito, no pensar en Bodie. Se habían convertido en criaturas de la oscuridad. Llevaban un mes viéndose varias veces a la semana, siempre en casa de Portia, siempre de noche, como un par de vampiros enloquecidos con el sexo. Cada vez que Bodie sugería que salieran a cenar o al cine, ella ponía una excusa. No podía explicar a sus amigos lo de Bodie y sus tatuajes, como tampoco la extraña necesidad que sentía a veces de exhibirlo ante todo el mundo. Tenía que acabar. Cualquier día de aquellos, le plantaría.
Toni Duchette apareció a su lado, con mechas rubias nuevas en su corto pelo castaño y su figura de boca de riego embutida en un modelo negro de lentejuelas.
—¿Has pujado por algo?
—Por la acuarela. —Portia señaló con un gesto vago un falso Berthe Morisot que había sobre la mesa más cercana—. Es perfecta para colgarla sobre mi cómoda.
Recordó la expresión atónita que puso Bodie la primera vez que vio su dormitorio, extravagantemente femenino. Su virilidad exuberante habría quedado ridicula sobre la recargada cama blanca de princesa de cuento de hadas, pero ver aquellos músculos nervudos recortados sobre sus sedosas sábanas color crudo, su cabeza afeitada arrugando las almohadas de satén, un fleco de encaje velando los tatuajes que rodeaban su brazo, no había hecho más que avivar su deseo.
Mientras Toni seguía hablando de las donaciones recibidas, Portia exploraba automáticamente la habitación en busca de perspectivas interesantes, pero ése era un público anciano, y apoyar la casa de acogida nunca había sido para ella una cuestión de negocios. No imaginaba nada peor que estar sometida al poder de un maltratador, y había donado a la casa miles de dólares a lo largo de los años.
—El comité ha hecho un trabajo magnífico —dijo Toni, estudiando la multitud—. Ha venido hasta Colleen Corbett, que ya no asiste casi nunca a estas cosas. —Colleen Corbett era un bastión de la alta sociedad del viejo Chicago, de setenta años de edad e íntima, en un tiempo, tanto de Eppie Lederer, también conocida como Ann Landers, como de la difunta Sis Daley, esposa del jefe Daley y madre del alcalde actual. Portia llevaba años intentando sin éxito congraciarse con ella.
Cuando Toni se alejó por fin, Portia decidió volver a intentar vencer la reserva de Colleen Corbett. Aquella noche, Colleen lucía uno de sus trajes originales de Chanel, el de color melocotón con remates en beige. Su peinado de laca y permanente no había cambiado desde sus fotos de los años sesenta, excepto en el color, que era ahora un gris acero lustroso.
—Colleen, qué placer volver a verla. —Portia le brindó la más obsequiosa de sus sonrisas—. Portia Powers. Estuvimos charlando en la fiesta del Sidney's la primavera pasada.
—Sí. Me alegro de verla. —Tenía una voz levemente nasal, y sus modales eran cordiales, pero Portia se dio cuenta de que no la recordaba. Transcurrieron unos instantes de silencio, que Colleen no trató de rellenar.
—Hay algunas piezas interesantes a subasta. —Portia combatió el impulso de atrapar un gintonic al paso de un camarero.
—Sí, muy interesantes —replicó Colleen.
—Hace un poco de calor aquí esta noche. Me parece que la escultura de hielo está librando una batalla perdida.
—Ah, ¿sí? No me había fijado.
No había nada que hacer. Portia detestaba parecer una aduladora, y acababa de decidirse a limitar los daños cuando percibió un cambio sutil en el ambiente de la sala. El nivel de ruido descendió; algunas cabezas se volvían aquí y allá. Ella se volvió para ver qué había causado esa ola de interés.
Y sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
Bodie se hallaba en mitad de la entrada, enfundado el corpachón en un traje de verano beige claro de corte impecable y una camisa color chocolate, con una corbata discretamente estampada. Parecía un matón de la mafia extremadamente caro y letal. La invadieron deseos de lanzarse a sus brazos. Al mismo tiempo, sintió el impulso urgente de correr a esconderse bajo la mesa del bufé. Los chismosos más notables de Chicago se encontraban allí esa noche. Toni Duchette radiaba ella sola más chismes que la WGN.
Sintió que le flaqueaban las rodillas, que se le dormían las puntas de los dedos. ¿Qué estaba haciendo él allí? Sus pensamientos se sucedieron vertiginosamente hasta fijar en su cabeza la imagen de Bodie desnudo ante la pequeña consola de su salón donde guardaba su correo personal. Se había apartado al acercársele ella, pero debió de ver el fajo de invitaciones que Portia nunca le mencionaba a la fiesta en la piscina de los Morrison, a la inauguración de la nueva galería River North, a aquella misma subasta benéfica. Se habría dado perfecta cuenta de por qué no le había invitado a acompañarla. Ahora, pretendía hacérselo pagar.
El empalagoso perfume del Shalimar de Colleen le revolvió el estómago. La sonrisa de gángster de Bodie al dirigirse derecho hacia ella no inspiraba tranquilidad en absoluto. Un reguerillo de sudor se deslizó entre sus pechos. Ése no era un hombre que encajara bien un desaire.
Colleen estaba de espaldas a él. Portia no sabía cómo hacer frente a un desastre de tal magnitud. Bodie se detuvo justo detrás de Colleen. Si la anciana miraba a su alrededor le iba a dar un infarto. La expresión burlona de los ojos azules de Bodie les daba un tono gris pizarra. Levantó un brazo y apoyó la mano en el hombro de Colleen.
—Hola, cariño.
A Portia se le cortó la respiración. ¿Acababa Bodie de llamar «cariño» a Colleen Corbett?
La anciana ladeó la cabeza.
—¿Bodie? ¿Qué diantre estás haciendo aquí?
A Portia le daba vueltas la cabeza.
—Me enteré de que daban copas gratis —dijo él. Y luego estampó un beso en la mejilla apergaminada de Colleen.
Colleen deslizó la mano en su enorme zarpa y dijo muy indignada:
—Ya recibí esa espantosa postal de felicitación tuya por mi cumpleaños, y no tenía ni pizca de gracia.
—A mí me hizo reír.
—Tendrías que haber mandado flores, como todo el mundo.
—Aquella postal te gustó mucho más que un puñado de rosas. Admítelo.
Colleen frunció los labios.
—No pienso admitir nada. A diferencia de tu madre, me niego a alentar tu comportamiento.
Bodie desvió la mirada hacia Portia, recordándole a Colleen que debía cumplir con los formalismos.
—Ah, Paula... Éste es Bodie Gray.
—Se llama Portia —dijo él—. Y ya nos conocemos.
—¿Portia? —Su frente se llenó de arrugas—. ¿Estás seguro?
—Estoy seguro, tía Cee.
«¿Tía Cee?»
—¿Portia? Qué shakesperiano. —Colleen dio unas palmaditas en el brazo a Bodie y sonrió a Portia—. Mi sobrino es relativamente inofensivo, pese a su aspecto aterrador.
Portia se tambaleó ligeramente sobre sus tacones de aguja.
—¿Su sobrino?
Bodie extendió una mano para estabilizarla. Al tocarle el brazo, su voz suave y amenazadora se derramó sobre ella como seda negra.
—Tal vez deberías poner la cabeza entre las rodillas.
¿Y qué había del camping de caravanas, y del padre borracho? ¿Y las cucarachas, y las mujeres barriobajeras...? Se lo había inventado todo. Había estado jugando con ella desde un principio.
No soportaba la idea. Dio media vuelta y se abrió paso entre la multitud. Veía sucederse las caras de la gente mientras se apresuraba hacia la entrada, fuera del restaurante. Sintió el aire de la noche pesado y espeso, cálido y agobiante. Echó a andar calle abajo, dejando atrás las tiendas cerradas y un muro cubierto de graffiti. El restaurante Bucktown marcaba el límite de Humboldt Park, una zona menos elegante, pero ella siguió caminando, sin importarle adónde iba, tan sólo consciente de que no podía detenerse. Un autobús de la compañía de transportes de Chicago pasó rugiendo, y un punki con un pit bull la evaluó con mirada maliciosa. La ciudad se cernía sobre ella, caliente, opresiva, trillada de amenazas. Bajó del bordillo.
—Tu coche está en dirección contraria —dijo Bodie tras ella.
—No tengo nada que decirte.
Él la agarró del brazo y la arrastró de vuelta a la acera.
—¿Qué tal si te disculpas por tratarme como a un simple trozo de carne?
—Ah, no, esto es lo último. Ahora no voy a ser yo la que está en falta. El que mintió eres tú. Todos esos cuentos... Las cucarachas, el padre borracho. Me has mentido desde el principio. No eres el guardaespaldas de Nicholas.
—Él se defiende bastante bien solo.
—Te has estado riendo de mí todo este tiempo.
—Bueno, sí, más o menos. Cuando no me reía de mí mismo —La metió en el hueco del portal de una floristería cochambrosa con el escaparate sucio—. Te dije lo que necesitabas oír para que tuviéramos alguna oportunidad como pareja.
—¿Para ti la forma de iniciar una relación es mintiendo?
—Me pareció la forma en que necesitaba iniciarse ésta.
—¿O sea que ha sido todo premeditado?
—Mira, ahí me has pillado. —Le acarició el brazo con los pulgares allí por donde la tenía sujeta y luego la soltó—. Al principio te tiraba de la cadena porque me ponías negro. Tú querías un semental, y yo estaba encantado de complacerte, pero no tardé mucho en resentirme de ser tu sucio secretito.
Ella cerró los ojos con fuerza.
—No habrías sido un secreto si me hubieras dicho la verdad.
—Cierto. Eso te habría encantado. Me puedo figurar cómo me habrías exhibido ante tus amigos, explicándole a todo el mundo que mi madre y Colleen Corbett son hermanas. Tarde o temprano, habrías descubierto que la familia de mi padre es aún más respetable. Del viejo Greenwich. Eso te habría hecho muy feliz, ¿a que sí?
—Hablas como si yo fuera una esnob terrible.
—No intentes negarlo siquiera. Nunca he conocido a nadie que tuviera más miedo que tú de lo que opine la gente.
—Eso no es cierto. Soy dueña de mi persona. Y no tolero que me manipulen.
—Sí. No tener el control te aterra. —Le pasó el pulgar por la mejilla—. A veces, pienso que eres la persona más asustada que conozco. Tienes tanto miedo de no dar la talla que vas a acabar enferma.
Ella le apartó las manos violentamente, tan furiosa que apenas podía hablar.
—Soy la mujer más fuerte que hayas conocido.
—Dedicas tanto tiempo a tratar de demostrar tu superioridad que se te ha olvidado cómo vivir. Te obsesionas con todas las cosas que no debes, no dejas que nadie se asome a tu interior, y luego no te explicas por qué no eres feliz.
—Si quisiera un psiquiatra, contrataría a uno.
—Debiste hacerlo hace mucho. Yo también he vivido en las sombras, nena, y no te recomiendo que sigas allí. —Vaciló un momento, y Portia pensó que había terminado, pero continuó—. Después de verme obligado a dejar el fútbol, tuve problemas muy gordos con las drogas. Cualquiera que se te ocurra, yo la he probado. Toda mi familia me convenció para que me metiera en rehabilitación, pero le dije a todo el mundo que los consejeros eran gilipollas y lo dejé al cabo de dos días. Seis meses más tarde, Nicholas me encontró inconsciente en un bar. Me golpeó la cabeza contra la pared un par de veces, me dijo que antes me admiraba pero que me había convertido en el hijoputa más lastimoso que había visto jamás. Entonces me ofreció trabajo. No me sermoneó con que tenía que pasar de las drogas, pero yo sabía que era parte del trato, de modo que le pedí que me d
—Debiste hacerlo hace mucho. Yo también he vivido en las sombras, nena, y no te recomiendo que sigas allí. —Vaciló un momento, y Portia pensó que había terminado, pero continuó—. Después de verme obligado a dejar el fútbol, tuve problemas muy gordos con las drogas. Cualquiera que se te ocurra, yo la he probado. Toda mi familia me convenció para que me metiera en rehabilitación, pero le dije a todo el mundo que los consejeros eran gilipollas y lo dejé al cabo de dos días. Seis meses más tarde, Nicholas me encontró inconsciente en un bar. Me golpeó la cabeza contra la pared un par de veces, me dijo que antes me admiraba pero que me había convertido en el hijoputa más lastimoso que había visto jamás. Entonces me ofreció trabajo. No me sermoneó con que tenía que pasar de las drogas, pero yo sabía que era parte del trato, de modo que le pedí que me diera seis semanas. Seguí un programa de desintoxicación, y esa vez sí que lo cumplí. Aquellos consejeros me salvaron la vida.
—Yo no soy precisamente una drogadicta.
—El miedo puede ser una adicción.
Aunque su dardo envenenado había dado en el blanco, ella se resistió a pestañear siquiera.
—Si tan poco respeto me tienes, ¿qué haces aquí conmigo todavía?
Él deslizó dulcemente la mano entre sus cabellos y le sujetó un rizo tras la oreja.
—Porque me vuelven idiota las criaturas hermosas y heridas.
Algo se resquebrajó dentro de ella.
—Y porque —prosiguió Bodie— cuando bajas la guardia, veo a alguien que es brillante y apasionada. —Le acarició un pómulo con el pulgar—. Pero tienes tanto miedo de seguir a tu corazón que te estás muriendo por dentro.
Ella sintió que se desgarraba, y castigó a Bodie de la única manera que sabía.
—Vaya montón de mentiras. Sigues por aquí porque te gusta follarme.
—Eso también. —La besó en la frente—. Hay una mujer tremenda escondida tras todo ese miedo. ¿Por qué no dejas que salga a jugar al sol?
Porque no sabía cómo.
La rigidez de su pecho le hacía difícil respirar.
—Vete al infierno. —Echó a andar calle abajo dejándole plantado, medio caminando, medio corriendo. Pero él ya la había llorar, y eso nunca se lo perdonaría.
***
Bodie oyó el sonido de una retransmisión de béisbol procedente del televisor al entrar en su apartamento de Wrigleyville.
—Ponte cómodo, como si estuvieras en tu casa —masculló dejando caer las llaves sobre la mesa estilo misión californiana del vestíbulo.
—Gracias —dijo Nick desde el gran sofá modular del salón de Bodie—. Los Sox acaban de renunciar a una carrera en la séptima Bodie se desplomó sobre el sillón de enfrente. A diferencia de la de Nick, su casa estaba amueblada. A Bodie le gustaba el limpio diseño de la época artesanal, y había adquirido a lo largo de los años algunas notables piezas de Stickley y añadido empotrados del mismo estilo. Se quitó los zapatos con los pies.
—Deberías vender tu puta casa, o bien vivir en ella.
—Ya lo sé. —Nick dejó su cerveza en la mesa—. Se te ve hecho mierda.
—Hay mil mujeres preciosas en esta ciudad, y yo he de ir a colgarme de Portia Powers.
—Te buscaste la ruina la primera noche, cuando la chantajeaste con esa patraña de que eras mi guardaespaldas.
Bodie se frotó la cabeza con la mano.
—Dime algo que no sepa.
—Si esa mujer se da cuenta algún día del miedo que le tienes, estarás bien jodido.
—Es como un grano en el culo. No paro de decirme que debo dejarla, pero..., joder, no sé... Es como si tuviera rayos X en los ojos y pudiera ver cómo es en realidad bajo el rollo que se tira. —Giro la silla, sintiéndose incómodo al revelar tanto, aunque fuera a su mejor amigo.
Nick le entendía.
—Dime que no compartimos los mismos sentimientos, Mary Lou.
—Que te jodan.
—Calla y mira el partido.
Bodie se relajó en el sillón. De entrada, le había atraído Portia por su belleza, más adelante por su pura mala baba. Tenía tantas agallas y tanto coraje como cualquiera de los colegas con los que había jugado, y él respetaba esas cualidades. Pero cuando hacían el amor, veía a otra mujer, una muy insegura, generosa y toda corazón, y no podía dejar de pensar que esa otra mujer, más dulce y vulnerable, era la auténtica Portia Powers. Aun así, ¿qué clase de idiota se colgaba de alguien tan desesperadamente necesitada de ayuda?
De pequeño, solía llevar a casa animales heridos y cuidarlos, tratando de devolverles la salud. Al parecer, seguía haciéndolo.
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
2/?
19
A ________ le costó encontrar aparcamiento para Sherman pero llegó con sólo dos minutos de retraso a la reunión que Nick había programado, lo que no bastaba realmente para justificar la mirada de censura que le dirigió su malvado recepcionista. En la pantalla de televisión de la recepción estaba puesta la ESPN, al fondo sonaban los teléfonos, y uno de los becarios de Nick luchaba por cambiar un cartucho de tinta de la impresora en el armario del equipo. La puerta del despacho de su izquierda, que estaba cerrada la primera vez que estuvo allí, se hallaba ahora abierta de par en par, y pudo ver a Bodie con los pies encima del escritorio y un teléfono pegado a la oreja. La saludó al pasar. Ella abrió la puerta del despacho de Nick y oyó una cavernosa voz femenina.
—... y soy muy optimista respecto a ella. Es increíblemente guapa. —Portia Powers estaba sentada en una de las dos sillas colocadas ante el escritorio de Nick. En el mensaje de voz que le había dejado en el contestador no mencionaba que la reunión iba a ser a tres bandas.
Sólo con mirar a la Dama Dragón, ________ se sintió vestida sin pizca de gracia. Se suponía que la moda de verano era todo color, pero tal vez ________ se había pasado un poco con su blusa color melón, falda amarillo limón y los aparatosos pendientes con piedrecitas verde lima que había encontrado en TJ Maxx. Al menos, llevaba el pelo decente. Ahora que lo tenía un poco crecido, podía aplicarle tenacillas y peinarlo con los dedos hasta conseguir un aspecto alborotado e informal.
Portia era pura elegancia fría, vestida de seda color peltre. En combinación con su pelo oscuro, el efecto era deslumbrante. Unos pendientes pequeños, rosa pétalo, añadían un toque sutil de color a su piel de porcelana, y un bolso de Kate Spade del mismo tono de rosa descansaba en el suelo a su lado. No había cometido el error de abusar del rosa con los zapatos, y llevaba elegantes chinelas negras.
Una de ellos, al menos, era negra.
_________ se quedó mirando los pies de su rival. A primera vista, los dos zapatos parecían iguales. Los dos eran abiertos por la punta y de tacón bajo, pero uno era una chinela negra y el otro era azul marino. ¿Cómo era posible?
_______ miró a otro lado y guardó sus gafas de sol en el bolso.
—Lamento el retraso. A Sherman no le gustaba ninguno de los sitios para aparcar que le enseñaba.
—Sherman es el coche de ________ —explicó Nick, levantándose tras el escritorio y señalando con un gesto la silla vacía junto a Portia—. Tome asiento. Creo que no se conocían ustedes en persona.
—En realidad, sí —repuso Portia suavemente.
A través del largo ventanal de detrás del escritorio, ________ divisó un velero que surcaba el lago Michigan a lo lejos. Deseó encontrarse en él en aquel momento.
—Llevamos con esto desde la primavera —dijo Nick—, y ahora empieza la temporada de fútbol. Creo que ambas saben que esperaba haber avanzado más.
—Lo entiendo. —La tranquila seguridad de Portia desmentía a sus zapatos disparejos—. Todos esperábamos que esto resultara más fácil. Pero es usted un hombre muy selectivo, y merece una mujer extraordinaria.
«Pelota», pensó _______. Sin embargo, por lo que a Nick se refería, tampoco ella merecía matrícula en profesionalidad, y seguir el ejemplo de Portia no era lo peor que podía hacer.
Portia giró un poco sobre su silla, exponiendo su cara a una luz más violenta. No era tan joven como le había parecido a _______ cuando se conocieron, y el maquillaje que se había aplicado con mano experta no llegaba a camuflar los círculos oscuros debajo de sus ojos. ¿Demasiada vida nocturna? ¿O algo más serio?
Nick se sentó sobre la esquina de su escritorio.
—Portia, usted me encontró a Keri Winters y, aunque aquello no llegara a nada, iba bien encaminada. Pero también me ha enviado a demasiadas candidatas sin ninguna posibilidad.
Portia no cometió el error de ponerse a la defensiva.
—Tiene razón. Debí eliminar a más, pero todas las mujeres que elegí eran especiales a su manera, y no me gusta suplantar el juicio de mis clientes más exigentes. Seré más cuidadosa de ahora en adelante.
La Dama Dragón era buena. _______ tenía que reconocerle eso, como mínimo.
Nick dirigió su atención a _______. Nadie se hubiera imaginado que dos noches antes se había quedado dormido en su dormitorio del ático, o que una vez, en una bonita cabaña a la orilla del lago Michigan, habían hecho el amor.
—_______, usted ha hecho mejor trabajo filtrando a las candidatas, y me ha presentado a muchas pasables, pero a ninguna ganadora.
Ella abrió la boca para contestar, pero antes de que pronunciase una palabra, él la cortó.
—Gwen no cuenta.
A diferencia de Portia, _______ sacaba lo mejor de sí poniéndose a la defensiva.
—Gwen era casi perfecta.
—Siempre que pasemos por alto al marido y ese embarazo tan inoportuno.
Portia se enderezó en su silla. ________ cruzó recatadamente las manos sobre su regazo.
—Ha de admitir que era exactamente la clase de mujer que está buscando.
—Sí, la bigamia es el sueño de mi vida, es cierto.
—Usted me arrinconó —replicó ella—. Y seamos sinceros: si ella hubiera llegado a conocerle mejor, habría acabado dejándole. Usted se pasa mucho de exigente.
Los ojos de Portia se abrieron como alas de mariposa. Examinó a _______ con más atención. Luego empezó a hacer movimientos nerviosos. Descruzó las piernas que había cruzado; las volvió a cruzar. El pie de arriba —el del zapato azul marino— empezó a menearse frenéticamente.
—Estoy segura de que _______ habrá aprendido a estas alturas que debe investigar con más cuidado los antecedentes.
_______ fingió sorpresa.
—¿Tenía que investigar los antecedentes de Nicholas?
—No los de Nicholas —repuso Portia—. ¡Los de las mujeres!
Nick se esforzó por no sonreír.
—_______ la está pinchando. He aprendido que es mejor ignorarla.
Portia parecía ya absolutamente descolocada. _______ casi sintió lástima por ella, viendo el zapato azul agitarse cada vez más rápido.
Nick, entretanto, aceleró hasta la línea de gol.
—Les diré lo que vamos a hacer, señoritas. Cometí un error al no firmar sus contratos por un plazo más breve, pero es un error que voy a rectificar ahora mismo. Les queda un cartucho a cada una. No hay más.
El zapato azul marino se detuvo en seco.
—Cuando dice un cartucho...
—Una candidata cada una —dijo Nick en tono firme.
Portia se retorció en su silla, derribando el bolso de Kate Spade con el talón.
—Eso es poco realista.
—Es lo que hay.
—¿Estás seguro de que de verdad quieres casarte? —dijo _______—. Porque, si es así, tal vez debería considerar la posibilidad... y a mi juicio es más que una posibilidad, pero intento ser diplomática... ¿Ha considerado la posibilidad de que sea usted quien esté saboteando el proceso, y no nosotras?
Portia le dirigió una mirada de advertencia.
—«Sabotaje» es una palabra muy fuerte. Estoy segura de que lo que _______ quiere decir es...
—Lo que _______ quiere decir —se puso en pie— es que le hemos presentado unas cuantas mujeres realmente asombrosas, Pero usted sólo le ha dado alguna oportunidad a una. A una equivocada, siempre en mi modesta y particular opinión. No hacemos magia, Nicholas. Tenemos que trabajar con seres humanos de carne y hueso, no con mujeres de fantasía que usted ha conjurado en su cabeza.
Portia compuso una sonrisa postiza y acudió presurosa al salvamento del barco que se hundía.
—Le estoy escuchando atentamente, Nicholas. No está satisfecho con el servicio que Parejas Power le está prestando. Quiere que seleccionemos a las candidatas con más cuidado, y se trata de una petición muy razonable, ciertamente. No puedo hablar por la señorita Granger, pero prometo que procederé de forma más conservadora de ahora en adelante.
—Muy conservadora —dijo él—. Dispone de una cita. Y lo mismo va por usted, ________. Después de eso, yo abandono.
La sonrisa de plástico de Portia se fundió por las comisuras.
—Pero su contrato no finaliza hasta octubre. Estamos sólo a mediados de agosto.
—Ahórrese la saliva —dijo _______—. Nicholas busca una excusa para despedirnos. No cree en el fracaso, y si nos despide puede transferirnos la responsabilidad.
—¿Despedirnos? —Portia hacía mala cara.
—Será una experiencia nueva para usted —dijo ________, desalentada—. Afortunadamente para mí, yo ya tengo práctica.
Portia recobró la compostura. .
—Sé que esto ha sido frustrante, pero es que es frustrante para todo el que pasa por este proceso. Usted se merece resultados, y los obtendrá, pero sólo con un poco de paciencia.
—He sido paciente durante meses —dijo él—. El tiempo suficiente.
________ contempló su rostro orgulloso y obstinado y no pudo callarse.
—¿Piensa asumir parte de la responsabilidad del problema?
Nick la miró directamente a los ojos.
—Por supuesto. Es lo que estoy haciendo ahora mismo. Les dije que estaba buscando a alguien fuera de lo corriente, y si hubiera pensado que iba a ser fácil encontrarla, me habría ocupado en persona. —Se levantó del escritorio, poniéndose en pie—. Tómense el tiempo que haga falta para presentarme a su última candidata. Y créanme, nadie desea más que yo que una de las dos acierte.
Se acercó a la puerta y luego se hizo a un lado para dejarles salir, quedando su silueta recortada contra el rótulo del camping de caravanas Beau Vista que colgaba de la pared tras él.
________ recogió su bolso y asintió con la cabeza con suma dignidad, pero abandonó el despacho furiosa, y en ningún caso de humor para compartir el ascensor con Portia, por lo que atravesó rápidamente la recepción en dirección al rellano.
Resultó en realidad que no le hacía falta correr.
***
Portia aflojó el paso mientras veía desaparecer a ________. El despacho de Bodie estaba poco más adelante, a su derecha. Al pasar antes junto a la puerta, se había obligado a no mirar, pero supo que estaba allí. Podía sentirle en su piel. Incluso durante aquella horrible reunión con Nick, cuando más necesitaba mantener la cabeza fría, le había sentido.
Había pasado toda la noche reviviendo las cosas espantosas que le había dicho. Tal vez hubiera podido perdonarle las mentiras sobre su pasado, pero nunca lo demás. ¿Quién se había creído que era para psicoanalizarla? El único problema que tenía era él. Podía ser que estuviera un poco deprimida antes de conocerle, pero tampoco había tenido mayor importancia. La noche anterior, él había conseguido que se sintiera una fracasada, y eso no se lo toleraba a nadie.
Le temblaban las manos cuando se detuvo ante la puerta de su despacho. Estaba al teléfono, con el corpachón reclinado en la silla. En cuanto la vio, una sonrisa iluminó su cara, y puso los pies en el suelo.
—Ahora te llamo, Jimmie... Sí, suena bien. Ya quedaremos. —Dejó el teléfono a un lado y se puso en pie—. Hola, nena... ¿Todavía me hablas?
Su sonrisa, tonta y esperanzada, hizo titubear a Portia. Más que un tipo peligroso, parecía un crío que acabara de ver una bici nueva aparcada delante de su portal. Se dio la vuelta para componer el gesto y se encontró de frente con una pared llena de recuerdos. Se fijó en un par de portadas de revista enmarcadas, algunas fotos de equipo de sus días de jugador, recortes de periódico. Pero fue una foto en blanco y negro la que capturó su atención. El fotógrafo había captado a Bodie con el casco retirado hacia atrás en la cabeza, el barbuquejo bailando, unas briznas de hierba enganchadas en una esquina del protector facial. Sus ojos brillaban victoriosos, y su sonrisa radiante era la del amo del mundo. Portia se mordió el labio y se obligó a volverse de nuevo para hacerle frente.
—Voy a cortar contigo, Bodie.
Él se le acercó rodeando la mesa, la sonrisa ya desvaneciéndose.
—No lo hagas, cariño.
—No pudiste equivocarte más conmigo. —Se forzó a pronunciar las palabras que la mantendrían a salvo—. Me encanta mi vida. Tengo dinero y una casa preciosa, un negocio boyante. Tengo amigos, buenos amigos, y queridos. —Le tembló la voz—. Me encanta mi vida. Todas las partes de mi vida. Excepto la parte que te incluye a ti.
—No, nena, no. —Extendió hacia ella una de sus dulces manos como ganchos de carnicero, sin llegar a tocarla, en un gesto de súplica—. Eres una luchadora —dijo con ternura—. Ten las agallas de luchar por nosotros.
Ella se armó de coraje para afrontar el dolor.
—Ha sido una aventura, Bodie. Una diversión. Y ahora se ha acabado.
Habían empezado a temblarle los labios, como a una niña, y no esperó a que él respondiera. Se dio media vuelta... salió de su despacho... tomó el ascensor hacia la calle con la mente en blanco. Al salir, se cruzó con dos jóvenes preciosas. Una le señaló a los pies, y la otra se echó a reír.
Portia las adelantó, tensando los párpados para contener las lágrimas, asfixiándose. Un autobús turístico rojo de dos pisos pasó despacio a su lado, y el guía iba citando a Cari Sandburg con una voz tonante y exageradamente dramática que arañaba como uñas la pizarra de su piel.
«Camorra violenta, tormentosa... Ciudad de las anchas espaldas: Me dicen que eres perversa, y yo les creo...»
Portia se enjugó los ojos y reanudó la marcha. Tenía trabajo que hacer. El trabajo lo arreglaría todo.
***
A Sherman se le había estropeado el aire acondicionado, el aspecto de ________ para cuando llegó a casa después de la reunión con Nick había degenerado en una masa de rizos y arrugas. Pero no entró directamente, sino que se quedó en el coche con las ventanillas bajadas, reuniendo los ánimos para dar el siguiente paso. Nick le había dado sólo una oportunidad más. Lo que significaba que no podía seguir posponiéndolo. Aun así, necesitó toda fuerza de voluntad para sacar el móvil del bolso y hacer la llamada.
—Hola, Delaney. Soy _______. Sí, es verdad, hace siglos...
***
—Somos más pobres que las ratas —le dijo Delaney Lightfield a Nick la noche de su primera cita oficial, sólo tres días después de que fueran presentados—. Pero todavía guardamos las apariencias. Y gracias a las influencias del tío Eldred, tengo un trabajo estupendo en el departamento comercial de la Ópera Lírica.
Le dio esta información riéndose de sí misma, con una risa encantadora que hizo sonreír a Nick. A sus veintinueve años, Delaney le recordaba a una Audrey Hepburn rubia y más atlética. Llevaba un vestido de punto azul marino, sin mangas, con un sencillo collar de perlas que había pertenecido a su bisabuela. Se había criado en Lake Forest y graduado en Smith. Era una esquiadora consumada y se defendía bastante bien al tenis. Jugaba al golf, montaba a caballo y hablaba cuatro idiomas. Pese a que varias décadas de prácticas comerciales obsoletas habían dilapidado la fortuna familiar que los Lightfield habían amasado en el negocio ferroviario, obligándoles a vender su residencia de verano en Bar Harbor, en el estado de Maine, la atraía el desafío de triunfar por sus propios medios. Le encantaba cocinar y confesaba que a veces deseaba haber ido a una escuela de cocina. La mujer de sus sueños había aparecido al fin.
A medida que avanzaba la noche, Nick pasó de la cerveza al vino, se recordó que debía vigilar su lenguaje y se propuso mencionar la exposición de los nuevos fauvistas del Instituto del Arte, después de cenar, la llevó en coche al apartamento que compartía con dos compañeras y le dio un beso caballeroso en la mejilla. Después de dejarla, el tenue perfume a lavanda francesa permanecía en coche. Cogió el móvil para llamar a _______, pero estaba demasiado revolucionado para volver a casa. Quería hablar con ella en persona. Canturreando con la radio en su tesitura de barítono desafinado, se dirigió a Wicker Park.
_______ abrió la puerta. Llevaba un top a rayas con cuello de pico y una minifalda azul que favorecía mucho a sus piernas.
—Debería haber lanzado mi ultimátum antes —dijo—. Decididamente, respondes bien bajo presión.
—Creí que te gustaría.
—¿Ya te ha llamado?
_______ asintió pero no dijo más, y él se puso tenso. Tal vez la cita no había ido tan bien como él pensaba. Delaney era de sangre azul. ¿Podía ser que hubiera notado demasiado el tufillo del camping de caravanas?
—He hablado con ella hace unos minutos —dijo finalmente _______—. Está entusiasmada contigo. Felicidades.
—¿En serio? —Su instinto no le había engañado—. Eso es estupendo. Vamos a celebrarlo. ¿Qué tal una cerveza?
_______ no se movió.
—No es... un buen momento.
Miró por encima de su hombro, y fue entonces cuando Nick se dio cuenta. No estaba sola. Sopesó el brillo de sus labios, recién puesto, y la minifalda azul. Su buen humor se apagó. ¿A quién tenía con ella?
Echó una mirada por encima de sus rizos, pero el salón estaba vacío. Lo que no implicaba que pudiera decirse otro tanto de su dormitorio... Resistió el impulso de entrar en tromba en la casa y comprobarlo.
—No pasa nada —dijo, algo envarado—. Hablamos la semana que viene.
Pero no se fue, sino que se quedó allí plantado. Finalmente, ella asintió y cerró la puerta.
Cinco minutos antes, se sentía el rey del mundo. Ahora quería emprenderla a patadas con algo. Caminó acera abajo y subió a su coche, pero no fue hasta que sacó el morro de su plaza de aparcamiento que sus luces alumbraron el vehículo aparcado al otro lado de la calle. Hasta entonces, había estado demasiado ensimismado para fijarse, pero ya no lo estaba.
La última vez que había visto aquel Porsche rojo reluciente, estaba aparcado en el cuartel general de los Stars.
***
________ entró en la cocina arrastrando los pies. Dean estaba sentado a la mesa, con una Coca-Cola en la mano y una baraja de cartas en la otra.
—Te toca dar —dijo.
—No me apetece seguir jugando.
—Esta noche eres un muermo. —Dejó las cartas en la mesa.
—No es que tú estés hecho unas castañuelas. —Kevin se había hecho un esguince en el tobillo durante el partido del domingo, por lo que Dean le sustituyó en el segundo cuarto e interceptó el balón cuatro veces antes de que se pitara el final del partido. La prensa le acosaba, y por eso había decidido esconderse en casa de ________ un rato.
El grifo del fregadero goteaba, y su golpeteo rítmico la estaba sacando de quicio. Sabía de antemano que Delaney y Nick congeniarían. La tentadora combinación de la presencia física de Delaney, su casi varonil forma atlética y su impecable pedigrí habían dejado a Nick fuera de combate, como era de esperar. Y Delaney siempre había sentido debilidad por los hombres muy machos.
_______ había conocido a Delaney hacía ya veintiún años, en un campamento de verano, y se hizo su mejor amiga, pese a que Delaney era dos años más joven. Cuando dejaron de ir a campamentos se veían con menos frecuencia, básicamente en Chicago, cuando ________ iba a visitar a Nana. En la universidad perdieron el contacto, para retomarlo hacía sólo unos años. Ahora quedaban para comer cada pocos meses, no ya como amigas íntimas, sino como conocidas bien avenidas que compartían un pasado. ________ llevaba semanas pensando en que Nick y Delaney eran perfectos el uno para el otro, así que ¿por qué había esperado tanto para presentarles?
Porque sabía lo perfectos que serían el uno para el otro.
Se quedó mirando a Dean, que estaba lanzando palomitas al aire y atrapándolas con la boca. Era una lástima que sus pases en el campo no fueran igual de precisos. Cerró bien el grifo que goteaba y luego se desplomó en su silla junto a la mesa, un alma gemela deprimida.
El compresor de la nevera se paró, y la cocina quedó en silencio, excepto por el tictac del reloj de pared en forma de margarita y el leve chasquido de las palomitas al llegar a su destino.
—¿Quieres que nos demos el lote? —dijo en tono fúnebre
Él se atragantó con una palomita.
—¡No!
—Tampoco es para que te escandalices.
La silla de Dean cayó sobre sus cuatro patas con un ruido seco
—Sería como hacérmelo con mi hermana.
—Tú no tienes hermanas.
—No, pero tengo imaginación.
—Vale. Yo tampoco quería, de todas formas. Sólo era por dar conversación.
—Sólo era por distraerte, porque te has ido a enamorar de quien no debías.
—Eres un creído.
—He oído la voz de Nicholas en la puerta.
—Negocios.
—Cualquier cosa que te ayude a pasar el día. —Apartó el cuenco de palomitas del extremo de la mesa—. Me alegro de que no le hayas dejado entrar. Ya tengo suficiente con que me persiga Bodie. No se rinde ni a la de tres.
—Llevas más de dos meses. Me cuesta creer que aún no hayas encontrado representante. ¿O ya tienes? No, no me lo digas. Se lo contaría a Nicholas, y no quiero estar en medio de los dos.
—No estás en medio. Estás de su parte. —Volvió a inclinar la silla hacia atrás—. ¿Y cómo es que no has aprovechado esta oportunidad de oro para darle celos, invitándole a pasar?
Era justo lo que había estado preguntándose, pero, en realidad, ¿de qué iba a servir? Estaba más que harta de engaños, harta de mantener la guardia alta. Se inventó lo de su enamoramiento sólo para no perder a Nicholas como cliente, y ya no tenía que preocuparse por eso.
—No me apetecía.
Con todo y sus modales de deportista ignorante, Dean era más listo que el hambre, y a ________ no le gustaba nada la forma en que la estaba mirando, de modo que le miró con ceño.
—¿Llevas maquillaje? —le dijo.
—Protector solar total de color en la barbilla. Me ha salido un grano.
—Qué putada ser un adolescente.
—Si le hubieras invitado a pasar, yo te habría mordisqueado el cuello y toda la pesca.
Con un suspiro, _______ cogió las cartas y empezó a barajarlas.
—Me toca dar.
***
Delaney no se separaba de Nick aunque él pasara la mitad del tiempo recorriendo las tribunas preferentes del Palacio de Deportes del Medio Oeste para tomarles el pulso a quienes agitaban el cotarro y cortaban el bacalao en la ciudad. Mientras seguía el partido de los Stars, le llegaban mensajes de texto desde todos los rincones del país, informándole de la marcha de los partidos del resto de sus clientes. Llevaba desde primera hora de la mañana colgado de sus teléfonos a intervalos, hablando con esposas, padres y novias, hasta con la abuela de Caleb Crenshaw, haciendo saber a todo el mundo que se ocupaba de sus asuntos. Echó un vistazo a la BlackBerry y vio que tenía un mensaje de Bodie, que estaba en Lambeau Field con Sean. De momento, su fullback novato estaba haciendo una gran temporada.
Nick llevaba un mes viendo a Delaney, aunque había estado viajando tanto que sólo habían podido salir cinco veces. Aun así, hablaban casi cada día, y estaba ya convencido de haber encontrado a la mujer que buscaba. Aquella tarde, Delaney llevaba un suéter de cuello de pico, las perlas de su bisabuela y unos vaqueros modernillos cuyo corte se ajustaba a la perfección a su figura alta y delgada. Para sorpresa de Nick, se separó de su lado y se acercó a Jerry Pierce, un hombre rubicundo de unos sesenta años, que era el director de uno de los despachos de corredores de Bolsa más importantes de Chicago.
Saludó a Jerry con un abrazo que denotaba una amistad antigua.
—¿Cómo está Mandy?
—De cinco meses. Estamos tocando madera.
—Esta vez llegará a término sin complicaciones, estoy segura. Carol y tú seréis los mejores abuelos del mundo.
Nick y Jerry jugaban todos los años en el mismo torneo benéfico de golf, pero Nick no tenía ni idea de que tuviera una hija, y mucho menos de que ella tuviera problemas de embarazo. Ésa era la clase de cosas de las que estaba al tanto Delaney, además de saber siempre dónde encontrar la última botella disponible de un Shot-fire Ridge cuvée del 2002 y por qué merecía la pena el esfuerzo de localizarla. Aunque a él le iba más la cerveza, admiraba su profundo conocimiento, y se estaba esforzando por apreciar el buen vino. El fútbol parecía ser una de las pocas materias que ella no dominaba ya que prefería otros deportes más elegantes, pero estaba haciendo cuanto podía por aprender más.
Jerry estrechó la mano de Nick.
—Robillard está dando por fin lo mejor de sí mismo esta semana —dijo el veterano—. ¿Cómo es que todavía no has firmado con ese chico?
—Dean prefiere tomarse su tiempo.
—Si firma con cualquier otro es que es idiota —dijo Delaney, lealmente—. Nicholas es el mejor.
Jerry resultó ser un gran aficionado a la ópera, otra cosa que Nick desconocía, y la conversación derivó hacia la lírica.
—A Nicholas le va el country. —El tono de Delaney incorporaba un matiz dulce y tolerante—. Estoy decidida a ganarle para la causa.
Nick miró a su alrededor por el palco, buscando a ________. Ella solía ir a los partidos de los Stars con Molly o alguna de las otras, y estaba convencido de que acabaría por encontrársela, pero no había habido suerte hasta el momento. Mientras Delaney seguía perorando sobre Don Giovanni, Nick recordó una noche en la que, entre dos presentaciones, _______ le había cantado de cabo a rabo «It's Five O'Clock Somewhere», de Alan Jackson. Claro que ________ almacenaba todo tipo de información inútil. Como el hecho de que sólo a la gente con una determinada enzima en el cuerpo les olía el pis cuando comían espárragos, cosa que, había que admitirlo, tenía su interés.
La puerta del palco se abrió y entró Phoebe vestida con los colores del equipo, con un vestido aguamarina de punto ajustado al cuerpo y una bufanda dorada al cuello. Nick se disculpó con Jerry y condujo a Delaney hacia ella para presentársela.
—Es un placer —dijo Delaney, con evidente sinceridad.
—________ me ha hablado tantísimo de ti... —repuso Phoebe con una sonrisa.
Nick dejó a las mujeres charlando, sin preocuparse porque Delaney fuera a meter la pata. No lo hacía nunca, y le gustaba a todo el mundo menos a Bodie.
Y no es que a Bodie le cayera mal. Sólo que no creía que Nick debiera casarse con ella. «Admito que los dos hacéis buena pareja sobre el papel —le había dicho la semana anterior—, pero nunca te veo relajado a su lado. No eres tú mismo.»
Tal vez porque Nick se estaba volviendo mejor persona. Teniendo en cuenta que lo que pasaba por ser la vida amorosa de Bodie en aquel momento era una colisión de trenes, a Nick le tranquilizaba ignorar sus advertencias.
Más tarde, Nick se encontró con Phoebe en el pasillo, a la salida del palco presidencial. Delaney acababa de irse al lavabo, y Nick estaba charlando con Ron y Sharon McDermitt cuando la dueña de los Stars asomó por una esquina.
—Nicholas, ¿puedo distraerle un momento?
—Juro por Dios que, sea lo que sea, no he sido yo. Díselo, Ron.
Ron sonrió.
—Estás solo en esto, colega. —Sharon y él desaparecieron dentro del palco.
Nick dirigió a Phoebe una mirada precavida.
—Sabía que tenía que haberme puesto una vacuna de refuerzo contra el tétanos.
—Es posible que le deba una disculpa.
—Ya está. Voy a dejar la cerveza. Nunca se imaginaría lo que me ha parecido oírle decir ahora mismo.
—Escúcheme. —Se colocó mejor el bolso en el hombro—. Lo único que intento decirle es que puede ser que yo sacara una conclusión equivocada cuando estuvimos en el lago.
—Y, de entre unas cien conclusiones equivocadas, ¿cuál sería? —Conocía la respuesta, pero ella le perdería respeto si se ablandaba tan fácilmente.
—Que se estaba aprovechando de ________. Creo que soy lo bastante madura como para, cuando me equivoco, admitirlo, pero ha de recordar que me ha programado para esperar de usted lo peor. En fin, cada vez que veo a ________ me habla de lo emocionada que está de haberle emparejado con Delaney. Su negocio está floreciendo. Y Delaney es adorable. —Levantó la mano y le dio unas palmaditas en la mejilla—. Puede que nuestro pequeño esté creciendo por fin.
No podía creerlo. ¿Se había roto por fin el hielo con Phoebe después de tantos años? Si así era, se lo debía a Delaney.
Cuando Phoebe hubo desaparecido en el palco presidencial sacó su móvil para compartir la noticia con _______, pero antes de que marcara su número reapareció Delaney. Probablemente, no habría podido contactar con ella de todas formas. A diferencia de él, _______ no era partidaria de tener siempre el teléfono conectado.
***
________ nunca había sido muy aficionada a la ópera, pero Delaney tenía entradas de palco para Tosca, y la lujosa producción de la Lírica era exactamente la distracción que necesitaba para sacarse de la cabeza la llamada telefónica que le había hecho su madre aquella tarde. Su familia, al parecer, había decidido bajar a Chicago el mes siguiente para ayudar a ________ a celebrar su trigésimo segundo cumpleaños.
«Adam da una conferencia —había dicho Kate—, y Doug y Candace quieren visitar a unos viejos amigos. Papá y yo teníamos pensado hacer un viaje a San Luis de todas formas, así que iremos desde allí.»
Una gran familia, unida y feliz.
Llegó el intermedio.
—No puedo creer lo mucho que estoy disfrutando esto —dijo ________ mientras invitaba a Delaney a una copa de vino.
Por desgracia, su vieja amiga estaba más interesada en hablar de Nick que en discutir las tribulaciones de los amantes condenados de Tosca.
—¿Te he explicado ya que Nicholas me presentó a Phoebe Calebow el sábado? Es adorable. Todo el fin de semana fue fabuloso.
A ________ no le apetecía oír aquello, pero Delaney estaba imparable.
—Te he contado que Nicholas se fue a la costa ayer, pero no que ha vuelto a mandarme flores. Otra vez rosas, desafortunadamente, pero él es básicamente un deportista, así que no puedes esperar que tenga mucha imaginación.
A ________ le encantaban las rosas, y no creía que fueran prueba de falta de imaginación.
Delaney tiró de su collar de perlas.
—Mis padres le adoran, por supuesto, ya sabes cómo son, y mi hermano cree que es el mejor tío con el que he salido.
A los hermanos de ________ también les habría gustado Nick. Por las razones equivocadas, pero así y todo...
—Cumpliremos cinco semanas el próximo viernes. ________, creo que podría ser el definitivo. Es lo más próximo al hombre perfecto que voy a encontrar en la vida. —Su sonrisa se marchitó—. Bueno... Excepto por ese pequeño problema del que te vengo hablando.
________ soltó lentamente el aire que venía reteniendo en los pulmones.
—¿Sigue igual?
Delaney bajó la voz.
—El sábado, estuve con él en el coche metiéndole mano por todas partes. Era evidente que le excitaba, pero echó el freno. No sé si estaré paranoica, y desde luego que nunca le comentaría esto a nadie más, pero ¿estás absolutamente segura de que no es gay? En la universidad, había aquel tío totalmente macho, y luego resultó que tenía novio.
—No creo que sea gay —se oyó decir ________.
—No. —Delaney sacudió la cabeza con decisión—. Estoy segura de que no.
—Probablemente tienes razón.
Sonó la campana avisando del final del intermedio, y ________ se deslizó hasta su asiento como la miserable víbora que era.
***
La lluvia repiqueteaba en la ventana tras el escritorio de Portia, y un relámpago rasgó el cielo de última hora de la tarde.
—... de modo que te avisamos con las dos semanas preceptivas de antelación —dijo Briana.
Portia sintió que la furia de la tormenta le aguijoneaba la piel.
La raja de la falda negra de Briana se abrió al cruzar ella sus largas piernas.
—No ultimamos los detalles hasta ayer —dijo—, y por eso no te lo hemos podido decir antes.
—Podemos alargarlo a tres semanas si de verdad nos necesitas. —Kiki se inclinó hacia delante en la silla, con la frente arrugada por la preocupación—. Sabemos que aún no has encontrado sustituta para Diana y no queremos dejarte en un apuro.
Portia reprimió un estallido de risa histérica. ¿Qué podía ser peor que perder las dos ayudantes que le quedaban?
—Llevamos seis meses hablando de esto. —La sonrisa de Briana invitaba a Portia a alegrarse con ella—. A las dos nos encanta esquiar, y Denver es una gran ciudad.
—Una ciudad fabulosa —dijo Kiki—. Hay solteros a patadas y, con todo lo que hemos aprendido de ti, sabemos que estamos preparadas para establecernos por nuestra cuenta.
Briana ladeó la cabeza hacia un lado, y su liso pelo rubio le cayó sobre el hombro.
—Nunca podremos agradecerte lo bastante que nos hayas enseñado el oficio, Portia. Admito que a veces se nos ha hecho cuesta arriba lo dura que eres, pero ahora te estamos agradecidas por ello.
Portia juntó las sudorosas palmas de sus manos.
—Me alegra oír eso.
Las dos mujeres intercambiaron una mirada. Briana asintió con la cabeza de modo casi imperceptible. Kiki jugueteó con el botón superior de su blusa.
—Briana y yo nos preguntábamos, o más bien deseamos, si tal vez... ¿Te importaría que te llamáramos de vez en cuando? Sé que nos van a asaltar un millón de dudas al principio.
Querían que las amadrinara. La iban a dejar plantada, sin ninguna ayudante con experiencia, y pretendían que las ayudara.
—Por supuesto —dijo Portia fríamente—. Llamadme siempre que os haga falta.
—Muchísimas gracias —dijo Briana—. De verdad. Te lo decimos de corazón.
Portia se las arregló para asentir con la cabeza, esperaba que graciosamente, pero se le estaban revolviendo las tripas. No meditó lo que dijo a continuación.
Las palabras le salieron solas.
—Me doy cuenta de que estáis ansiosas por empezar, y por nada del mundo quisiera reteneros. Últimamente hay poco movimiento por aquí, de forma que no hay necesidad realmente de que os quedéis aún dos semanas más, ninguna de las dos. Puedo arreglarme sola. —Agitó los dedos señalando la puerta, despidiéndolas como si fueran un par de colegialas traviesas—. Venga. Acabad con lo que tengáis entre manos y podéis iros.
—¿De veras? —A Briana se le pusieron los ojos como platos—. ¿No te importa?
—Claro que no —dijo Portia—. ¿Por qué había de importarme?
No iban a mirarle el dentado al caballo regalado, y les faltó tiempo para irse hacia la puerta.
—Gracias, Portia. Eres la mejor.
—La mejor —murmuró Portia para sí al quedarse sola por fin. Otro trueno hizo retumbar la ventana. Ella cruzó los brazos sobre el escritorio y hundió la cabeza. Ya no podía seguir con aquello.
Aquella noche se sentó en la penumbra de su salón, mirando al vacío. Habían pasado casi seis semanas desde que viera a Bodie por última vez, y le echaba dolorosamente en falta. Se sentía desarraigada, a la deriva, sola en el mismo fondo de su corazón. Su vida privada yacía hecha añicos a su alrededor, y Parejas Power se estaba hundiendo. No sólo por la deserción de sus ayudantes, sino también porque ella había perdido su ojo clínico.
Pensó en lo que había ocurrido con Nick. A diferencia de Portia, ________ había cogido su oportunidad al vuelo y la había aprovechado brillantemente. «Una candidata cada una», había dicho él. Mientras Portia había decidido esperar siguiendo su menoscabado instinto, _________ dio el golpe presentándole a Delaney Lightfield. Era toda una ironía. Portia conocía a los Lightfield desde hacía años. Había visto crecer a Delaney. Pero había estado tan ocupada hundiéndose que nunca se le pasó por la cabeza presentársela a Nick.
Echó una mirada al reloj. No eran ni las nueve. No podía afrontar otra noche sin dormir. Hacía semanas que se resistía a tomarse un somnífero porque odiaba la idea de desarrollar una dependencia. Pero si no conseguía descansar como es debido aunque fuera una noche, se volvería loca. Su corazón empezó a palpitar frenéticamente. Se apretó el pecho con la mano. ¿Y si se moría allí mismo? ¿A quién le importaría? Sólo a Bodie.
No podía soportarlo más, de modo que se echó encima su provocativo impermeable rosa, agarró su bolso, cogió el ascensor y bajo a la recepción. Aunque era de noche, se puso las gafas de sol de Chanel por si se topaba con los vecinos. No podía soportar la idea de que la viera nadie en ese estado: sin maquillar, con un pantalón de chándal raído asomando bajo una gabardina de Marc Jacobs.
Dio apresuradamente la vuelta a la esquina, camino del drugstore, que estaba abierto las veinticuatro horas. Al llegar al pasillo de los remedios contra el insomnio, los vio. Apilados en un cubo de alambre con un cartel que decía 75% DE DESCUENTO. Polvorientas cajas moradas de pollitos de Pascua de malvavisco amarillo ya añejo. El cubo descansaba al final del pasillo, enfrente de las pastillas para dormir. Su madre solía comprar aquellos pollitos cada Semana Santa y ponérselos en su bol del osito Franklin Mint. Portia recordaba todavía el rechinar de los cristales de azúcar entre sus dientes.
—¿Necesita ayuda?
La dependienta era una joven hispana regordeta que llevaba demasiado maquillaje y sería incapaz de comprender que para según qué cosas no había ayuda posible. Portia negó con la cabeza y la chica desapareció. Dirigió su atención a las pastillas para dormir, pero las cajas daban vueltas ante sus ojos. Su mirada se volvió de nuevo al cubo de pollitos. La Semana Santa había sido hacía cinco meses. Estarían gomosos a estas alturas.
En el exterior, pasó un coche patrulla como un rayo, con la sirena a toda marcha, y Portia sintió el impulso de taparse los oídos con los dedos. Algunas de las cajas moradas de los pollitos estaban melladas, y un par de las ventanitas de celofán se habían rasgado. Qué mal efecto. ¿Por qué no las tiraban?
Sobre su cabeza zumbaban los tubos de los fluorescentes. La dependienta la miraba fijamente tras su exceso de maquillaje. Si conseguía dormir a gusto una noche, volvería a ser ella misma. Tenía que elegir algo rápido. Pero ¿qué?
El ruido de las luces fluorescentes le taladraba las sienes. Se le aceleró el pulso. No podía seguir allí parada. Movió los pies, y el bolso cayó más abajo en su brazo. En lugar de escoger unas pastillas, metió la mano en el cubo de los pollitos de malvavisco. Un reguerillo de sudor se deslizó entre sus pechos. Cogió una cajita, luego otra, y otra más. En la calle, tronó la bocina de un taxi. Ella dio con el hombro en una vitrina de artículos de limpieza, y una pack de esponjas cayó al suelo. Portia fue trastabillando hacia la caja registradora.
Detrás del mostrador había otro chico, éste pecoso y sin barbilla. Cogió una caja de pollitos.
—Me encantan estas cosas —dijo.
Portia fijó la vista en el expositor de los periódicos. El chico pasó la caja por el escáner. En el bloque de Portia, todo el mundo compraba en ese drugstore, y muchos salían de noche a pasear a su perro. ¿Y si entraba alguno y la veía?
El chico sostuvo en alto una caja con la ventana de celofán rasgada.
—Ésta está rota.
Ella hizo una mueca.
—Son... para la clase de mi sobrina del jardín de infancia.
—¿Quiere que se la cambie por otra?
—No, está bien.
—Pero está rota.
—¡Le he dicho que está bien! —gritó ella, y el chico dio un respingo. Portia retorció los labios en un simulacro de sonrisa—. Los quieren para... hacer collares.
Él la miró como si estuviera loca. El corazón de Portia iba cada vez más rápido mientras el chico pasaba las cajas por la máquina. Se abrió la puerta y entró en la tienda una pareja de ancianos. Nadie que ella conociera, pero sí que les había visto alguna vez. El cajero pasó la última caja por el escáner. Ella le tendió un billete de veinte dólares, y él lo examinó como si fuera un agente del Tesoro. Los pollitos estaban desperdigados por todo el mostrador, a la vista de cualquiera, ocho cajitas moradas a seis pollitos por caja. El chico le entregó el cambio. Ella lo metió en el bolso, directamente al fondo, sin molestarse en guardarlo en el monedero.
Sonó el teléfono junto a la caja registradora, y el chico respondió.
—Hola, Mark, ¿qué tal? No, no salgo hasta las doce. Un asco.
Portia le arrancó la bolsa de la mano y metió dentro el resto de las cajitas de cualquier manera. Una cayó al suelo. Allí se quedó.
—Eh, señorita, ¿no quiere el ticket?
Ella corrió a la calle. Se había puesto a llover otra vez. Estrechó la bolsa contra su pecho y esquivó a una joven de rostro lozano que aun debía de creer en lo de ser felices y comer perdices. La lluvia le estaba empapando el pelo, y para cuando llegó de vuelta a casa, estaba tiritando. Dejó caer la bolsa sobre la mesa del comedor. Algunas cajitas se salieron.
Se sacudió el impermeable de encima y trató de recuperar el aliento. Tendría que hacerse un té, se dijo, poner un poco de música, tal vez la tele. Pero no hizo nada de eso, sino que se hundió en una silla a los pies de la mesa y empezó lentamente a alinear las cajas delante de ella.
Siete cajas. A seis pollitos por caja.
Con las manos temblándole, empezó a quitar los papeles de celofán y a abrir las solapas. Cayeron al suelo trocitos de cartón morado. Los pollitos fueron saliéndose entre una nieve crujiente de azúcar amarillo.
Por fin estuvieron abiertas todas las cajas. Pasó la mano para tirar a la moqueta los últimos restos de cartón y celofán. Sólo quedaron los pollitos sobre la mesa. Mientras los miraba, supo que Bodie tenía razón en lo que le dijo. Toda su vida la había guiado el miedo, tan asustada de no dar la talla que había olvidado cómo vivir.
Empezó a comerse los pollitos, uno por uno.
A ________ le costó encontrar aparcamiento para Sherman pero llegó con sólo dos minutos de retraso a la reunión que Nick había programado, lo que no bastaba realmente para justificar la mirada de censura que le dirigió su malvado recepcionista. En la pantalla de televisión de la recepción estaba puesta la ESPN, al fondo sonaban los teléfonos, y uno de los becarios de Nick luchaba por cambiar un cartucho de tinta de la impresora en el armario del equipo. La puerta del despacho de su izquierda, que estaba cerrada la primera vez que estuvo allí, se hallaba ahora abierta de par en par, y pudo ver a Bodie con los pies encima del escritorio y un teléfono pegado a la oreja. La saludó al pasar. Ella abrió la puerta del despacho de Nick y oyó una cavernosa voz femenina.
—... y soy muy optimista respecto a ella. Es increíblemente guapa. —Portia Powers estaba sentada en una de las dos sillas colocadas ante el escritorio de Nick. En el mensaje de voz que le había dejado en el contestador no mencionaba que la reunión iba a ser a tres bandas.
Sólo con mirar a la Dama Dragón, ________ se sintió vestida sin pizca de gracia. Se suponía que la moda de verano era todo color, pero tal vez ________ se había pasado un poco con su blusa color melón, falda amarillo limón y los aparatosos pendientes con piedrecitas verde lima que había encontrado en TJ Maxx. Al menos, llevaba el pelo decente. Ahora que lo tenía un poco crecido, podía aplicarle tenacillas y peinarlo con los dedos hasta conseguir un aspecto alborotado e informal.
Portia era pura elegancia fría, vestida de seda color peltre. En combinación con su pelo oscuro, el efecto era deslumbrante. Unos pendientes pequeños, rosa pétalo, añadían un toque sutil de color a su piel de porcelana, y un bolso de Kate Spade del mismo tono de rosa descansaba en el suelo a su lado. No había cometido el error de abusar del rosa con los zapatos, y llevaba elegantes chinelas negras.
Una de ellos, al menos, era negra.
_________ se quedó mirando los pies de su rival. A primera vista, los dos zapatos parecían iguales. Los dos eran abiertos por la punta y de tacón bajo, pero uno era una chinela negra y el otro era azul marino. ¿Cómo era posible?
_______ miró a otro lado y guardó sus gafas de sol en el bolso.
—Lamento el retraso. A Sherman no le gustaba ninguno de los sitios para aparcar que le enseñaba.
—Sherman es el coche de ________ —explicó Nick, levantándose tras el escritorio y señalando con un gesto la silla vacía junto a Portia—. Tome asiento. Creo que no se conocían ustedes en persona.
—En realidad, sí —repuso Portia suavemente.
A través del largo ventanal de detrás del escritorio, ________ divisó un velero que surcaba el lago Michigan a lo lejos. Deseó encontrarse en él en aquel momento.
—Llevamos con esto desde la primavera —dijo Nick—, y ahora empieza la temporada de fútbol. Creo que ambas saben que esperaba haber avanzado más.
—Lo entiendo. —La tranquila seguridad de Portia desmentía a sus zapatos disparejos—. Todos esperábamos que esto resultara más fácil. Pero es usted un hombre muy selectivo, y merece una mujer extraordinaria.
«Pelota», pensó _______. Sin embargo, por lo que a Nick se refería, tampoco ella merecía matrícula en profesionalidad, y seguir el ejemplo de Portia no era lo peor que podía hacer.
Portia giró un poco sobre su silla, exponiendo su cara a una luz más violenta. No era tan joven como le había parecido a _______ cuando se conocieron, y el maquillaje que se había aplicado con mano experta no llegaba a camuflar los círculos oscuros debajo de sus ojos. ¿Demasiada vida nocturna? ¿O algo más serio?
Nick se sentó sobre la esquina de su escritorio.
—Portia, usted me encontró a Keri Winters y, aunque aquello no llegara a nada, iba bien encaminada. Pero también me ha enviado a demasiadas candidatas sin ninguna posibilidad.
Portia no cometió el error de ponerse a la defensiva.
—Tiene razón. Debí eliminar a más, pero todas las mujeres que elegí eran especiales a su manera, y no me gusta suplantar el juicio de mis clientes más exigentes. Seré más cuidadosa de ahora en adelante.
La Dama Dragón era buena. _______ tenía que reconocerle eso, como mínimo.
Nick dirigió su atención a _______. Nadie se hubiera imaginado que dos noches antes se había quedado dormido en su dormitorio del ático, o que una vez, en una bonita cabaña a la orilla del lago Michigan, habían hecho el amor.
—_______, usted ha hecho mejor trabajo filtrando a las candidatas, y me ha presentado a muchas pasables, pero a ninguna ganadora.
Ella abrió la boca para contestar, pero antes de que pronunciase una palabra, él la cortó.
—Gwen no cuenta.
A diferencia de Portia, _______ sacaba lo mejor de sí poniéndose a la defensiva.
—Gwen era casi perfecta.
—Siempre que pasemos por alto al marido y ese embarazo tan inoportuno.
Portia se enderezó en su silla. ________ cruzó recatadamente las manos sobre su regazo.
—Ha de admitir que era exactamente la clase de mujer que está buscando.
—Sí, la bigamia es el sueño de mi vida, es cierto.
—Usted me arrinconó —replicó ella—. Y seamos sinceros: si ella hubiera llegado a conocerle mejor, habría acabado dejándole. Usted se pasa mucho de exigente.
Los ojos de Portia se abrieron como alas de mariposa. Examinó a _______ con más atención. Luego empezó a hacer movimientos nerviosos. Descruzó las piernas que había cruzado; las volvió a cruzar. El pie de arriba —el del zapato azul marino— empezó a menearse frenéticamente.
—Estoy segura de que _______ habrá aprendido a estas alturas que debe investigar con más cuidado los antecedentes.
_______ fingió sorpresa.
—¿Tenía que investigar los antecedentes de Nicholas?
—No los de Nicholas —repuso Portia—. ¡Los de las mujeres!
Nick se esforzó por no sonreír.
—_______ la está pinchando. He aprendido que es mejor ignorarla.
Portia parecía ya absolutamente descolocada. _______ casi sintió lástima por ella, viendo el zapato azul agitarse cada vez más rápido.
Nick, entretanto, aceleró hasta la línea de gol.
—Les diré lo que vamos a hacer, señoritas. Cometí un error al no firmar sus contratos por un plazo más breve, pero es un error que voy a rectificar ahora mismo. Les queda un cartucho a cada una. No hay más.
El zapato azul marino se detuvo en seco.
—Cuando dice un cartucho...
—Una candidata cada una —dijo Nick en tono firme.
Portia se retorció en su silla, derribando el bolso de Kate Spade con el talón.
—Eso es poco realista.
—Es lo que hay.
—¿Estás seguro de que de verdad quieres casarte? —dijo _______—. Porque, si es así, tal vez debería considerar la posibilidad... y a mi juicio es más que una posibilidad, pero intento ser diplomática... ¿Ha considerado la posibilidad de que sea usted quien esté saboteando el proceso, y no nosotras?
Portia le dirigió una mirada de advertencia.
—«Sabotaje» es una palabra muy fuerte. Estoy segura de que lo que _______ quiere decir es...
—Lo que _______ quiere decir —se puso en pie— es que le hemos presentado unas cuantas mujeres realmente asombrosas, Pero usted sólo le ha dado alguna oportunidad a una. A una equivocada, siempre en mi modesta y particular opinión. No hacemos magia, Nicholas. Tenemos que trabajar con seres humanos de carne y hueso, no con mujeres de fantasía que usted ha conjurado en su cabeza.
Portia compuso una sonrisa postiza y acudió presurosa al salvamento del barco que se hundía.
—Le estoy escuchando atentamente, Nicholas. No está satisfecho con el servicio que Parejas Power le está prestando. Quiere que seleccionemos a las candidatas con más cuidado, y se trata de una petición muy razonable, ciertamente. No puedo hablar por la señorita Granger, pero prometo que procederé de forma más conservadora de ahora en adelante.
—Muy conservadora —dijo él—. Dispone de una cita. Y lo mismo va por usted, ________. Después de eso, yo abandono.
La sonrisa de plástico de Portia se fundió por las comisuras.
—Pero su contrato no finaliza hasta octubre. Estamos sólo a mediados de agosto.
—Ahórrese la saliva —dijo _______—. Nicholas busca una excusa para despedirnos. No cree en el fracaso, y si nos despide puede transferirnos la responsabilidad.
—¿Despedirnos? —Portia hacía mala cara.
—Será una experiencia nueva para usted —dijo ________, desalentada—. Afortunadamente para mí, yo ya tengo práctica.
Portia recobró la compostura. .
—Sé que esto ha sido frustrante, pero es que es frustrante para todo el que pasa por este proceso. Usted se merece resultados, y los obtendrá, pero sólo con un poco de paciencia.
—He sido paciente durante meses —dijo él—. El tiempo suficiente.
________ contempló su rostro orgulloso y obstinado y no pudo callarse.
—¿Piensa asumir parte de la responsabilidad del problema?
Nick la miró directamente a los ojos.
—Por supuesto. Es lo que estoy haciendo ahora mismo. Les dije que estaba buscando a alguien fuera de lo corriente, y si hubiera pensado que iba a ser fácil encontrarla, me habría ocupado en persona. —Se levantó del escritorio, poniéndose en pie—. Tómense el tiempo que haga falta para presentarme a su última candidata. Y créanme, nadie desea más que yo que una de las dos acierte.
Se acercó a la puerta y luego se hizo a un lado para dejarles salir, quedando su silueta recortada contra el rótulo del camping de caravanas Beau Vista que colgaba de la pared tras él.
________ recogió su bolso y asintió con la cabeza con suma dignidad, pero abandonó el despacho furiosa, y en ningún caso de humor para compartir el ascensor con Portia, por lo que atravesó rápidamente la recepción en dirección al rellano.
Resultó en realidad que no le hacía falta correr.
***
Portia aflojó el paso mientras veía desaparecer a ________. El despacho de Bodie estaba poco más adelante, a su derecha. Al pasar antes junto a la puerta, se había obligado a no mirar, pero supo que estaba allí. Podía sentirle en su piel. Incluso durante aquella horrible reunión con Nick, cuando más necesitaba mantener la cabeza fría, le había sentido.
Había pasado toda la noche reviviendo las cosas espantosas que le había dicho. Tal vez hubiera podido perdonarle las mentiras sobre su pasado, pero nunca lo demás. ¿Quién se había creído que era para psicoanalizarla? El único problema que tenía era él. Podía ser que estuviera un poco deprimida antes de conocerle, pero tampoco había tenido mayor importancia. La noche anterior, él había conseguido que se sintiera una fracasada, y eso no se lo toleraba a nadie.
Le temblaban las manos cuando se detuvo ante la puerta de su despacho. Estaba al teléfono, con el corpachón reclinado en la silla. En cuanto la vio, una sonrisa iluminó su cara, y puso los pies en el suelo.
—Ahora te llamo, Jimmie... Sí, suena bien. Ya quedaremos. —Dejó el teléfono a un lado y se puso en pie—. Hola, nena... ¿Todavía me hablas?
Su sonrisa, tonta y esperanzada, hizo titubear a Portia. Más que un tipo peligroso, parecía un crío que acabara de ver una bici nueva aparcada delante de su portal. Se dio la vuelta para componer el gesto y se encontró de frente con una pared llena de recuerdos. Se fijó en un par de portadas de revista enmarcadas, algunas fotos de equipo de sus días de jugador, recortes de periódico. Pero fue una foto en blanco y negro la que capturó su atención. El fotógrafo había captado a Bodie con el casco retirado hacia atrás en la cabeza, el barbuquejo bailando, unas briznas de hierba enganchadas en una esquina del protector facial. Sus ojos brillaban victoriosos, y su sonrisa radiante era la del amo del mundo. Portia se mordió el labio y se obligó a volverse de nuevo para hacerle frente.
—Voy a cortar contigo, Bodie.
Él se le acercó rodeando la mesa, la sonrisa ya desvaneciéndose.
—No lo hagas, cariño.
—No pudiste equivocarte más conmigo. —Se forzó a pronunciar las palabras que la mantendrían a salvo—. Me encanta mi vida. Tengo dinero y una casa preciosa, un negocio boyante. Tengo amigos, buenos amigos, y queridos. —Le tembló la voz—. Me encanta mi vida. Todas las partes de mi vida. Excepto la parte que te incluye a ti.
—No, nena, no. —Extendió hacia ella una de sus dulces manos como ganchos de carnicero, sin llegar a tocarla, en un gesto de súplica—. Eres una luchadora —dijo con ternura—. Ten las agallas de luchar por nosotros.
Ella se armó de coraje para afrontar el dolor.
—Ha sido una aventura, Bodie. Una diversión. Y ahora se ha acabado.
Habían empezado a temblarle los labios, como a una niña, y no esperó a que él respondiera. Se dio media vuelta... salió de su despacho... tomó el ascensor hacia la calle con la mente en blanco. Al salir, se cruzó con dos jóvenes preciosas. Una le señaló a los pies, y la otra se echó a reír.
Portia las adelantó, tensando los párpados para contener las lágrimas, asfixiándose. Un autobús turístico rojo de dos pisos pasó despacio a su lado, y el guía iba citando a Cari Sandburg con una voz tonante y exageradamente dramática que arañaba como uñas la pizarra de su piel.
«Camorra violenta, tormentosa... Ciudad de las anchas espaldas: Me dicen que eres perversa, y yo les creo...»
Portia se enjugó los ojos y reanudó la marcha. Tenía trabajo que hacer. El trabajo lo arreglaría todo.
***
A Sherman se le había estropeado el aire acondicionado, el aspecto de ________ para cuando llegó a casa después de la reunión con Nick había degenerado en una masa de rizos y arrugas. Pero no entró directamente, sino que se quedó en el coche con las ventanillas bajadas, reuniendo los ánimos para dar el siguiente paso. Nick le había dado sólo una oportunidad más. Lo que significaba que no podía seguir posponiéndolo. Aun así, necesitó toda fuerza de voluntad para sacar el móvil del bolso y hacer la llamada.
—Hola, Delaney. Soy _______. Sí, es verdad, hace siglos...
***
—Somos más pobres que las ratas —le dijo Delaney Lightfield a Nick la noche de su primera cita oficial, sólo tres días después de que fueran presentados—. Pero todavía guardamos las apariencias. Y gracias a las influencias del tío Eldred, tengo un trabajo estupendo en el departamento comercial de la Ópera Lírica.
Le dio esta información riéndose de sí misma, con una risa encantadora que hizo sonreír a Nick. A sus veintinueve años, Delaney le recordaba a una Audrey Hepburn rubia y más atlética. Llevaba un vestido de punto azul marino, sin mangas, con un sencillo collar de perlas que había pertenecido a su bisabuela. Se había criado en Lake Forest y graduado en Smith. Era una esquiadora consumada y se defendía bastante bien al tenis. Jugaba al golf, montaba a caballo y hablaba cuatro idiomas. Pese a que varias décadas de prácticas comerciales obsoletas habían dilapidado la fortuna familiar que los Lightfield habían amasado en el negocio ferroviario, obligándoles a vender su residencia de verano en Bar Harbor, en el estado de Maine, la atraía el desafío de triunfar por sus propios medios. Le encantaba cocinar y confesaba que a veces deseaba haber ido a una escuela de cocina. La mujer de sus sueños había aparecido al fin.
A medida que avanzaba la noche, Nick pasó de la cerveza al vino, se recordó que debía vigilar su lenguaje y se propuso mencionar la exposición de los nuevos fauvistas del Instituto del Arte, después de cenar, la llevó en coche al apartamento que compartía con dos compañeras y le dio un beso caballeroso en la mejilla. Después de dejarla, el tenue perfume a lavanda francesa permanecía en coche. Cogió el móvil para llamar a _______, pero estaba demasiado revolucionado para volver a casa. Quería hablar con ella en persona. Canturreando con la radio en su tesitura de barítono desafinado, se dirigió a Wicker Park.
_______ abrió la puerta. Llevaba un top a rayas con cuello de pico y una minifalda azul que favorecía mucho a sus piernas.
—Debería haber lanzado mi ultimátum antes —dijo—. Decididamente, respondes bien bajo presión.
—Creí que te gustaría.
—¿Ya te ha llamado?
_______ asintió pero no dijo más, y él se puso tenso. Tal vez la cita no había ido tan bien como él pensaba. Delaney era de sangre azul. ¿Podía ser que hubiera notado demasiado el tufillo del camping de caravanas?
—He hablado con ella hace unos minutos —dijo finalmente _______—. Está entusiasmada contigo. Felicidades.
—¿En serio? —Su instinto no le había engañado—. Eso es estupendo. Vamos a celebrarlo. ¿Qué tal una cerveza?
_______ no se movió.
—No es... un buen momento.
Miró por encima de su hombro, y fue entonces cuando Nick se dio cuenta. No estaba sola. Sopesó el brillo de sus labios, recién puesto, y la minifalda azul. Su buen humor se apagó. ¿A quién tenía con ella?
Echó una mirada por encima de sus rizos, pero el salón estaba vacío. Lo que no implicaba que pudiera decirse otro tanto de su dormitorio... Resistió el impulso de entrar en tromba en la casa y comprobarlo.
—No pasa nada —dijo, algo envarado—. Hablamos la semana que viene.
Pero no se fue, sino que se quedó allí plantado. Finalmente, ella asintió y cerró la puerta.
Cinco minutos antes, se sentía el rey del mundo. Ahora quería emprenderla a patadas con algo. Caminó acera abajo y subió a su coche, pero no fue hasta que sacó el morro de su plaza de aparcamiento que sus luces alumbraron el vehículo aparcado al otro lado de la calle. Hasta entonces, había estado demasiado ensimismado para fijarse, pero ya no lo estaba.
La última vez que había visto aquel Porsche rojo reluciente, estaba aparcado en el cuartel general de los Stars.
***
________ entró en la cocina arrastrando los pies. Dean estaba sentado a la mesa, con una Coca-Cola en la mano y una baraja de cartas en la otra.
—Te toca dar —dijo.
—No me apetece seguir jugando.
—Esta noche eres un muermo. —Dejó las cartas en la mesa.
—No es que tú estés hecho unas castañuelas. —Kevin se había hecho un esguince en el tobillo durante el partido del domingo, por lo que Dean le sustituyó en el segundo cuarto e interceptó el balón cuatro veces antes de que se pitara el final del partido. La prensa le acosaba, y por eso había decidido esconderse en casa de ________ un rato.
El grifo del fregadero goteaba, y su golpeteo rítmico la estaba sacando de quicio. Sabía de antemano que Delaney y Nick congeniarían. La tentadora combinación de la presencia física de Delaney, su casi varonil forma atlética y su impecable pedigrí habían dejado a Nick fuera de combate, como era de esperar. Y Delaney siempre había sentido debilidad por los hombres muy machos.
_______ había conocido a Delaney hacía ya veintiún años, en un campamento de verano, y se hizo su mejor amiga, pese a que Delaney era dos años más joven. Cuando dejaron de ir a campamentos se veían con menos frecuencia, básicamente en Chicago, cuando ________ iba a visitar a Nana. En la universidad perdieron el contacto, para retomarlo hacía sólo unos años. Ahora quedaban para comer cada pocos meses, no ya como amigas íntimas, sino como conocidas bien avenidas que compartían un pasado. ________ llevaba semanas pensando en que Nick y Delaney eran perfectos el uno para el otro, así que ¿por qué había esperado tanto para presentarles?
Porque sabía lo perfectos que serían el uno para el otro.
Se quedó mirando a Dean, que estaba lanzando palomitas al aire y atrapándolas con la boca. Era una lástima que sus pases en el campo no fueran igual de precisos. Cerró bien el grifo que goteaba y luego se desplomó en su silla junto a la mesa, un alma gemela deprimida.
El compresor de la nevera se paró, y la cocina quedó en silencio, excepto por el tictac del reloj de pared en forma de margarita y el leve chasquido de las palomitas al llegar a su destino.
—¿Quieres que nos demos el lote? —dijo en tono fúnebre
Él se atragantó con una palomita.
—¡No!
—Tampoco es para que te escandalices.
La silla de Dean cayó sobre sus cuatro patas con un ruido seco
—Sería como hacérmelo con mi hermana.
—Tú no tienes hermanas.
—No, pero tengo imaginación.
—Vale. Yo tampoco quería, de todas formas. Sólo era por dar conversación.
—Sólo era por distraerte, porque te has ido a enamorar de quien no debías.
—Eres un creído.
—He oído la voz de Nicholas en la puerta.
—Negocios.
—Cualquier cosa que te ayude a pasar el día. —Apartó el cuenco de palomitas del extremo de la mesa—. Me alegro de que no le hayas dejado entrar. Ya tengo suficiente con que me persiga Bodie. No se rinde ni a la de tres.
—Llevas más de dos meses. Me cuesta creer que aún no hayas encontrado representante. ¿O ya tienes? No, no me lo digas. Se lo contaría a Nicholas, y no quiero estar en medio de los dos.
—No estás en medio. Estás de su parte. —Volvió a inclinar la silla hacia atrás—. ¿Y cómo es que no has aprovechado esta oportunidad de oro para darle celos, invitándole a pasar?
Era justo lo que había estado preguntándose, pero, en realidad, ¿de qué iba a servir? Estaba más que harta de engaños, harta de mantener la guardia alta. Se inventó lo de su enamoramiento sólo para no perder a Nicholas como cliente, y ya no tenía que preocuparse por eso.
—No me apetecía.
Con todo y sus modales de deportista ignorante, Dean era más listo que el hambre, y a ________ no le gustaba nada la forma en que la estaba mirando, de modo que le miró con ceño.
—¿Llevas maquillaje? —le dijo.
—Protector solar total de color en la barbilla. Me ha salido un grano.
—Qué putada ser un adolescente.
—Si le hubieras invitado a pasar, yo te habría mordisqueado el cuello y toda la pesca.
Con un suspiro, _______ cogió las cartas y empezó a barajarlas.
—Me toca dar.
***
Delaney no se separaba de Nick aunque él pasara la mitad del tiempo recorriendo las tribunas preferentes del Palacio de Deportes del Medio Oeste para tomarles el pulso a quienes agitaban el cotarro y cortaban el bacalao en la ciudad. Mientras seguía el partido de los Stars, le llegaban mensajes de texto desde todos los rincones del país, informándole de la marcha de los partidos del resto de sus clientes. Llevaba desde primera hora de la mañana colgado de sus teléfonos a intervalos, hablando con esposas, padres y novias, hasta con la abuela de Caleb Crenshaw, haciendo saber a todo el mundo que se ocupaba de sus asuntos. Echó un vistazo a la BlackBerry y vio que tenía un mensaje de Bodie, que estaba en Lambeau Field con Sean. De momento, su fullback novato estaba haciendo una gran temporada.
Nick llevaba un mes viendo a Delaney, aunque había estado viajando tanto que sólo habían podido salir cinco veces. Aun así, hablaban casi cada día, y estaba ya convencido de haber encontrado a la mujer que buscaba. Aquella tarde, Delaney llevaba un suéter de cuello de pico, las perlas de su bisabuela y unos vaqueros modernillos cuyo corte se ajustaba a la perfección a su figura alta y delgada. Para sorpresa de Nick, se separó de su lado y se acercó a Jerry Pierce, un hombre rubicundo de unos sesenta años, que era el director de uno de los despachos de corredores de Bolsa más importantes de Chicago.
Saludó a Jerry con un abrazo que denotaba una amistad antigua.
—¿Cómo está Mandy?
—De cinco meses. Estamos tocando madera.
—Esta vez llegará a término sin complicaciones, estoy segura. Carol y tú seréis los mejores abuelos del mundo.
Nick y Jerry jugaban todos los años en el mismo torneo benéfico de golf, pero Nick no tenía ni idea de que tuviera una hija, y mucho menos de que ella tuviera problemas de embarazo. Ésa era la clase de cosas de las que estaba al tanto Delaney, además de saber siempre dónde encontrar la última botella disponible de un Shot-fire Ridge cuvée del 2002 y por qué merecía la pena el esfuerzo de localizarla. Aunque a él le iba más la cerveza, admiraba su profundo conocimiento, y se estaba esforzando por apreciar el buen vino. El fútbol parecía ser una de las pocas materias que ella no dominaba ya que prefería otros deportes más elegantes, pero estaba haciendo cuanto podía por aprender más.
Jerry estrechó la mano de Nick.
—Robillard está dando por fin lo mejor de sí mismo esta semana —dijo el veterano—. ¿Cómo es que todavía no has firmado con ese chico?
—Dean prefiere tomarse su tiempo.
—Si firma con cualquier otro es que es idiota —dijo Delaney, lealmente—. Nicholas es el mejor.
Jerry resultó ser un gran aficionado a la ópera, otra cosa que Nick desconocía, y la conversación derivó hacia la lírica.
—A Nicholas le va el country. —El tono de Delaney incorporaba un matiz dulce y tolerante—. Estoy decidida a ganarle para la causa.
Nick miró a su alrededor por el palco, buscando a ________. Ella solía ir a los partidos de los Stars con Molly o alguna de las otras, y estaba convencido de que acabaría por encontrársela, pero no había habido suerte hasta el momento. Mientras Delaney seguía perorando sobre Don Giovanni, Nick recordó una noche en la que, entre dos presentaciones, _______ le había cantado de cabo a rabo «It's Five O'Clock Somewhere», de Alan Jackson. Claro que ________ almacenaba todo tipo de información inútil. Como el hecho de que sólo a la gente con una determinada enzima en el cuerpo les olía el pis cuando comían espárragos, cosa que, había que admitirlo, tenía su interés.
La puerta del palco se abrió y entró Phoebe vestida con los colores del equipo, con un vestido aguamarina de punto ajustado al cuerpo y una bufanda dorada al cuello. Nick se disculpó con Jerry y condujo a Delaney hacia ella para presentársela.
—Es un placer —dijo Delaney, con evidente sinceridad.
—________ me ha hablado tantísimo de ti... —repuso Phoebe con una sonrisa.
Nick dejó a las mujeres charlando, sin preocuparse porque Delaney fuera a meter la pata. No lo hacía nunca, y le gustaba a todo el mundo menos a Bodie.
Y no es que a Bodie le cayera mal. Sólo que no creía que Nick debiera casarse con ella. «Admito que los dos hacéis buena pareja sobre el papel —le había dicho la semana anterior—, pero nunca te veo relajado a su lado. No eres tú mismo.»
Tal vez porque Nick se estaba volviendo mejor persona. Teniendo en cuenta que lo que pasaba por ser la vida amorosa de Bodie en aquel momento era una colisión de trenes, a Nick le tranquilizaba ignorar sus advertencias.
Más tarde, Nick se encontró con Phoebe en el pasillo, a la salida del palco presidencial. Delaney acababa de irse al lavabo, y Nick estaba charlando con Ron y Sharon McDermitt cuando la dueña de los Stars asomó por una esquina.
—Nicholas, ¿puedo distraerle un momento?
—Juro por Dios que, sea lo que sea, no he sido yo. Díselo, Ron.
Ron sonrió.
—Estás solo en esto, colega. —Sharon y él desaparecieron dentro del palco.
Nick dirigió a Phoebe una mirada precavida.
—Sabía que tenía que haberme puesto una vacuna de refuerzo contra el tétanos.
—Es posible que le deba una disculpa.
—Ya está. Voy a dejar la cerveza. Nunca se imaginaría lo que me ha parecido oírle decir ahora mismo.
—Escúcheme. —Se colocó mejor el bolso en el hombro—. Lo único que intento decirle es que puede ser que yo sacara una conclusión equivocada cuando estuvimos en el lago.
—Y, de entre unas cien conclusiones equivocadas, ¿cuál sería? —Conocía la respuesta, pero ella le perdería respeto si se ablandaba tan fácilmente.
—Que se estaba aprovechando de ________. Creo que soy lo bastante madura como para, cuando me equivoco, admitirlo, pero ha de recordar que me ha programado para esperar de usted lo peor. En fin, cada vez que veo a ________ me habla de lo emocionada que está de haberle emparejado con Delaney. Su negocio está floreciendo. Y Delaney es adorable. —Levantó la mano y le dio unas palmaditas en la mejilla—. Puede que nuestro pequeño esté creciendo por fin.
No podía creerlo. ¿Se había roto por fin el hielo con Phoebe después de tantos años? Si así era, se lo debía a Delaney.
Cuando Phoebe hubo desaparecido en el palco presidencial sacó su móvil para compartir la noticia con _______, pero antes de que marcara su número reapareció Delaney. Probablemente, no habría podido contactar con ella de todas formas. A diferencia de él, _______ no era partidaria de tener siempre el teléfono conectado.
***
________ nunca había sido muy aficionada a la ópera, pero Delaney tenía entradas de palco para Tosca, y la lujosa producción de la Lírica era exactamente la distracción que necesitaba para sacarse de la cabeza la llamada telefónica que le había hecho su madre aquella tarde. Su familia, al parecer, había decidido bajar a Chicago el mes siguiente para ayudar a ________ a celebrar su trigésimo segundo cumpleaños.
«Adam da una conferencia —había dicho Kate—, y Doug y Candace quieren visitar a unos viejos amigos. Papá y yo teníamos pensado hacer un viaje a San Luis de todas formas, así que iremos desde allí.»
Una gran familia, unida y feliz.
Llegó el intermedio.
—No puedo creer lo mucho que estoy disfrutando esto —dijo ________ mientras invitaba a Delaney a una copa de vino.
Por desgracia, su vieja amiga estaba más interesada en hablar de Nick que en discutir las tribulaciones de los amantes condenados de Tosca.
—¿Te he explicado ya que Nicholas me presentó a Phoebe Calebow el sábado? Es adorable. Todo el fin de semana fue fabuloso.
A ________ no le apetecía oír aquello, pero Delaney estaba imparable.
—Te he contado que Nicholas se fue a la costa ayer, pero no que ha vuelto a mandarme flores. Otra vez rosas, desafortunadamente, pero él es básicamente un deportista, así que no puedes esperar que tenga mucha imaginación.
A ________ le encantaban las rosas, y no creía que fueran prueba de falta de imaginación.
Delaney tiró de su collar de perlas.
—Mis padres le adoran, por supuesto, ya sabes cómo son, y mi hermano cree que es el mejor tío con el que he salido.
A los hermanos de ________ también les habría gustado Nick. Por las razones equivocadas, pero así y todo...
—Cumpliremos cinco semanas el próximo viernes. ________, creo que podría ser el definitivo. Es lo más próximo al hombre perfecto que voy a encontrar en la vida. —Su sonrisa se marchitó—. Bueno... Excepto por ese pequeño problema del que te vengo hablando.
________ soltó lentamente el aire que venía reteniendo en los pulmones.
—¿Sigue igual?
Delaney bajó la voz.
—El sábado, estuve con él en el coche metiéndole mano por todas partes. Era evidente que le excitaba, pero echó el freno. No sé si estaré paranoica, y desde luego que nunca le comentaría esto a nadie más, pero ¿estás absolutamente segura de que no es gay? En la universidad, había aquel tío totalmente macho, y luego resultó que tenía novio.
—No creo que sea gay —se oyó decir ________.
—No. —Delaney sacudió la cabeza con decisión—. Estoy segura de que no.
—Probablemente tienes razón.
Sonó la campana avisando del final del intermedio, y ________ se deslizó hasta su asiento como la miserable víbora que era.
***
La lluvia repiqueteaba en la ventana tras el escritorio de Portia, y un relámpago rasgó el cielo de última hora de la tarde.
—... de modo que te avisamos con las dos semanas preceptivas de antelación —dijo Briana.
Portia sintió que la furia de la tormenta le aguijoneaba la piel.
La raja de la falda negra de Briana se abrió al cruzar ella sus largas piernas.
—No ultimamos los detalles hasta ayer —dijo—, y por eso no te lo hemos podido decir antes.
—Podemos alargarlo a tres semanas si de verdad nos necesitas. —Kiki se inclinó hacia delante en la silla, con la frente arrugada por la preocupación—. Sabemos que aún no has encontrado sustituta para Diana y no queremos dejarte en un apuro.
Portia reprimió un estallido de risa histérica. ¿Qué podía ser peor que perder las dos ayudantes que le quedaban?
—Llevamos seis meses hablando de esto. —La sonrisa de Briana invitaba a Portia a alegrarse con ella—. A las dos nos encanta esquiar, y Denver es una gran ciudad.
—Una ciudad fabulosa —dijo Kiki—. Hay solteros a patadas y, con todo lo que hemos aprendido de ti, sabemos que estamos preparadas para establecernos por nuestra cuenta.
Briana ladeó la cabeza hacia un lado, y su liso pelo rubio le cayó sobre el hombro.
—Nunca podremos agradecerte lo bastante que nos hayas enseñado el oficio, Portia. Admito que a veces se nos ha hecho cuesta arriba lo dura que eres, pero ahora te estamos agradecidas por ello.
Portia juntó las sudorosas palmas de sus manos.
—Me alegra oír eso.
Las dos mujeres intercambiaron una mirada. Briana asintió con la cabeza de modo casi imperceptible. Kiki jugueteó con el botón superior de su blusa.
—Briana y yo nos preguntábamos, o más bien deseamos, si tal vez... ¿Te importaría que te llamáramos de vez en cuando? Sé que nos van a asaltar un millón de dudas al principio.
Querían que las amadrinara. La iban a dejar plantada, sin ninguna ayudante con experiencia, y pretendían que las ayudara.
—Por supuesto —dijo Portia fríamente—. Llamadme siempre que os haga falta.
—Muchísimas gracias —dijo Briana—. De verdad. Te lo decimos de corazón.
Portia se las arregló para asentir con la cabeza, esperaba que graciosamente, pero se le estaban revolviendo las tripas. No meditó lo que dijo a continuación.
Las palabras le salieron solas.
—Me doy cuenta de que estáis ansiosas por empezar, y por nada del mundo quisiera reteneros. Últimamente hay poco movimiento por aquí, de forma que no hay necesidad realmente de que os quedéis aún dos semanas más, ninguna de las dos. Puedo arreglarme sola. —Agitó los dedos señalando la puerta, despidiéndolas como si fueran un par de colegialas traviesas—. Venga. Acabad con lo que tengáis entre manos y podéis iros.
—¿De veras? —A Briana se le pusieron los ojos como platos—. ¿No te importa?
—Claro que no —dijo Portia—. ¿Por qué había de importarme?
No iban a mirarle el dentado al caballo regalado, y les faltó tiempo para irse hacia la puerta.
—Gracias, Portia. Eres la mejor.
—La mejor —murmuró Portia para sí al quedarse sola por fin. Otro trueno hizo retumbar la ventana. Ella cruzó los brazos sobre el escritorio y hundió la cabeza. Ya no podía seguir con aquello.
Aquella noche se sentó en la penumbra de su salón, mirando al vacío. Habían pasado casi seis semanas desde que viera a Bodie por última vez, y le echaba dolorosamente en falta. Se sentía desarraigada, a la deriva, sola en el mismo fondo de su corazón. Su vida privada yacía hecha añicos a su alrededor, y Parejas Power se estaba hundiendo. No sólo por la deserción de sus ayudantes, sino también porque ella había perdido su ojo clínico.
Pensó en lo que había ocurrido con Nick. A diferencia de Portia, ________ había cogido su oportunidad al vuelo y la había aprovechado brillantemente. «Una candidata cada una», había dicho él. Mientras Portia había decidido esperar siguiendo su menoscabado instinto, _________ dio el golpe presentándole a Delaney Lightfield. Era toda una ironía. Portia conocía a los Lightfield desde hacía años. Había visto crecer a Delaney. Pero había estado tan ocupada hundiéndose que nunca se le pasó por la cabeza presentársela a Nick.
Echó una mirada al reloj. No eran ni las nueve. No podía afrontar otra noche sin dormir. Hacía semanas que se resistía a tomarse un somnífero porque odiaba la idea de desarrollar una dependencia. Pero si no conseguía descansar como es debido aunque fuera una noche, se volvería loca. Su corazón empezó a palpitar frenéticamente. Se apretó el pecho con la mano. ¿Y si se moría allí mismo? ¿A quién le importaría? Sólo a Bodie.
No podía soportarlo más, de modo que se echó encima su provocativo impermeable rosa, agarró su bolso, cogió el ascensor y bajo a la recepción. Aunque era de noche, se puso las gafas de sol de Chanel por si se topaba con los vecinos. No podía soportar la idea de que la viera nadie en ese estado: sin maquillar, con un pantalón de chándal raído asomando bajo una gabardina de Marc Jacobs.
Dio apresuradamente la vuelta a la esquina, camino del drugstore, que estaba abierto las veinticuatro horas. Al llegar al pasillo de los remedios contra el insomnio, los vio. Apilados en un cubo de alambre con un cartel que decía 75% DE DESCUENTO. Polvorientas cajas moradas de pollitos de Pascua de malvavisco amarillo ya añejo. El cubo descansaba al final del pasillo, enfrente de las pastillas para dormir. Su madre solía comprar aquellos pollitos cada Semana Santa y ponérselos en su bol del osito Franklin Mint. Portia recordaba todavía el rechinar de los cristales de azúcar entre sus dientes.
—¿Necesita ayuda?
La dependienta era una joven hispana regordeta que llevaba demasiado maquillaje y sería incapaz de comprender que para según qué cosas no había ayuda posible. Portia negó con la cabeza y la chica desapareció. Dirigió su atención a las pastillas para dormir, pero las cajas daban vueltas ante sus ojos. Su mirada se volvió de nuevo al cubo de pollitos. La Semana Santa había sido hacía cinco meses. Estarían gomosos a estas alturas.
En el exterior, pasó un coche patrulla como un rayo, con la sirena a toda marcha, y Portia sintió el impulso de taparse los oídos con los dedos. Algunas de las cajas moradas de los pollitos estaban melladas, y un par de las ventanitas de celofán se habían rasgado. Qué mal efecto. ¿Por qué no las tiraban?
Sobre su cabeza zumbaban los tubos de los fluorescentes. La dependienta la miraba fijamente tras su exceso de maquillaje. Si conseguía dormir a gusto una noche, volvería a ser ella misma. Tenía que elegir algo rápido. Pero ¿qué?
El ruido de las luces fluorescentes le taladraba las sienes. Se le aceleró el pulso. No podía seguir allí parada. Movió los pies, y el bolso cayó más abajo en su brazo. En lugar de escoger unas pastillas, metió la mano en el cubo de los pollitos de malvavisco. Un reguerillo de sudor se deslizó entre sus pechos. Cogió una cajita, luego otra, y otra más. En la calle, tronó la bocina de un taxi. Ella dio con el hombro en una vitrina de artículos de limpieza, y una pack de esponjas cayó al suelo. Portia fue trastabillando hacia la caja registradora.
Detrás del mostrador había otro chico, éste pecoso y sin barbilla. Cogió una caja de pollitos.
—Me encantan estas cosas —dijo.
Portia fijó la vista en el expositor de los periódicos. El chico pasó la caja por el escáner. En el bloque de Portia, todo el mundo compraba en ese drugstore, y muchos salían de noche a pasear a su perro. ¿Y si entraba alguno y la veía?
El chico sostuvo en alto una caja con la ventana de celofán rasgada.
—Ésta está rota.
Ella hizo una mueca.
—Son... para la clase de mi sobrina del jardín de infancia.
—¿Quiere que se la cambie por otra?
—No, está bien.
—Pero está rota.
—¡Le he dicho que está bien! —gritó ella, y el chico dio un respingo. Portia retorció los labios en un simulacro de sonrisa—. Los quieren para... hacer collares.
Él la miró como si estuviera loca. El corazón de Portia iba cada vez más rápido mientras el chico pasaba las cajas por la máquina. Se abrió la puerta y entró en la tienda una pareja de ancianos. Nadie que ella conociera, pero sí que les había visto alguna vez. El cajero pasó la última caja por el escáner. Ella le tendió un billete de veinte dólares, y él lo examinó como si fuera un agente del Tesoro. Los pollitos estaban desperdigados por todo el mostrador, a la vista de cualquiera, ocho cajitas moradas a seis pollitos por caja. El chico le entregó el cambio. Ella lo metió en el bolso, directamente al fondo, sin molestarse en guardarlo en el monedero.
Sonó el teléfono junto a la caja registradora, y el chico respondió.
—Hola, Mark, ¿qué tal? No, no salgo hasta las doce. Un asco.
Portia le arrancó la bolsa de la mano y metió dentro el resto de las cajitas de cualquier manera. Una cayó al suelo. Allí se quedó.
—Eh, señorita, ¿no quiere el ticket?
Ella corrió a la calle. Se había puesto a llover otra vez. Estrechó la bolsa contra su pecho y esquivó a una joven de rostro lozano que aun debía de creer en lo de ser felices y comer perdices. La lluvia le estaba empapando el pelo, y para cuando llegó de vuelta a casa, estaba tiritando. Dejó caer la bolsa sobre la mesa del comedor. Algunas cajitas se salieron.
Se sacudió el impermeable de encima y trató de recuperar el aliento. Tendría que hacerse un té, se dijo, poner un poco de música, tal vez la tele. Pero no hizo nada de eso, sino que se hundió en una silla a los pies de la mesa y empezó lentamente a alinear las cajas delante de ella.
Siete cajas. A seis pollitos por caja.
Con las manos temblándole, empezó a quitar los papeles de celofán y a abrir las solapas. Cayeron al suelo trocitos de cartón morado. Los pollitos fueron saliéndose entre una nieve crujiente de azúcar amarillo.
Por fin estuvieron abiertas todas las cajas. Pasó la mano para tirar a la moqueta los últimos restos de cartón y celofán. Sólo quedaron los pollitos sobre la mesa. Mientras los miraba, supo que Bodie tenía razón en lo que le dijo. Toda su vida la había guiado el miedo, tan asustada de no dar la talla que había olvidado cómo vivir.
Empezó a comerse los pollitos, uno por uno.
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
3/?
20
El tráfico de mediodía en Denver se había colapsado a causa de las obras, arruinando aún más el pésimo humor de Nick. En seis semanas, no había mostrado a Delaney más que respeto. Después de todo, se trataba de su futura esposa, y no quería que pensara que sólo quería sexo de ella. En su mente surgió una imagen de ________ desnuda. Apretó los dientes y tocó la bocina de su coche de alquiler. La única razón por la que no dejaba de pensar en ________ era que estaba preocupado. Por más que husmeara, no conseguía saber a ciencia cierta si ella y Dean se acostaban juntos.
La posibilidad evidente de que Dean estuviera aprovechándose de ella le volvía loco, pero se forzó a centrar de nuevo sus pensamientos en Delaney, como correspondía. En sus últimas dos citas, ella había empezado a lanzar claras señales de que estaba preparada para el sexo, lo que significaba que él debía empezar a hacer sus planes, pero eso no era tan sencillo como parecía. Para empezar, ella tenía compañeras de piso, de modo que tendría que llevarla él a su casa, y ¿cómo iba a hacer eso hasta que hubiera trasladado sus aparatos de musculación al sótano? Quería que a ella le gustara su casa, pero ya había descubierto que le atraía bastante poco la arquitectura contemporánea, así que tendría que venderla. Un par de meses antes no le habría importado, pero después de mirarla con los ojos de ________, empezó a verla de otra manera. Deseó poder convencer a Delaney de que cambiara de opinión.
Pegó un grito al capullo que acababa de cortarle el paso y consideró un problema más serio. No podía desprenderse de la anticuada idea de que debía proponer matrimonio a Delaney antes de acostarse con ella. Era Delaney Lightfield, no una fan del equipo de fútbol. Cierto que sólo llevaban seis semanas saliendo juntos, pero era evidente para todo el mundo, menos Bodie, que estaban hechos el uno para el otro, así que ¿por qué esperar?
Pero ¿cómo iba a pedirle matrimonio sin un anillo?
Durante un breve instante, consideró la posibilidad de pedirle a ________ que eligiera ella uno, pero ni a él se le ocultaba que eso era mucho delegar. El tráfico se detuvo. Iba a llegar tarde a su cita de las once. Tamborileó con los dedos sobre el volante. Le vino a la mente la dificultad de intentar pedir en matrimonio a Delaney sin mencionar la palabra «amor», pero ya solucionaría eso más adelante. De momento, tenía que decidir qué hacer con lo del anillo. Ella debía de tener opiniones muy elaboradas sobre diamantes, y Nick sospechaba que su propia filosofía del «cuanto más grande, mejor» podía no estar en línea con su mentalidad aristocrática. Querría algo discreto con una talla impecable. Y luego estaban todas esas chorradas que la gente decía sobre los colores. Francamente, él no distinguía un diamante de otro.
El tráfico seguía en punto muerto. Nick lo reconsideró. Al infierno. Cogió su móvil y marcó el número.
Por una vez, fue ________ la que respondió, y no su contestador.
El fue directo al grano, pero la había pillado en uno de su momentos poco cooperativos, y le gritó de tal manera que, hasta con los coches dando bocinazos a su alrededor, tuvo que apartarse el teléfono de la oreja.
—¿Que quieres que haga qué?
***
________ iba por su casa hecha una furia, golpeando las puertas de los armarios, dando una patada a la papelera de su despacho. No podía creer que se hubiera permitido perder la cabeza por semejante perfecto y absoluto idiota. ¡Nick pretendía que fuera a mirar anillos de compromiso para Delaney! Vaya día asqueroso. Y con su fiesta de cumpleaños en familia a la vuelta de un par de semanas, el futuro no resultaba más alegre.
Agarró su chaqueta y salió a dar un paseo. Quizás aquella soleada tarde de octubre la animara un poco. En realidad, debería haberse sentido la reina del mundo. El señor Bronicki y la señora Valerio se iban a vivir juntos. «Nos gustaría casarnos —le habían explicado a ________—, pero no podemos permitírnoslo, así que nos decantamos por la segunda mejor opción.» Y aún más emocionante: podía ser que _______ hubiera conseguido su primer emparejamiento permanente. Janine y Ray Fiedler parecían estar enamorándose.
No podía alegrarse más por su amiga, y sonrió por fin. Una vez que Ray se hubo desembarazado de su espantoso peinado, también mejoró su actitud, y había resultado ser un tipo bastante decente. Janine temía que le repugnara su mastectomía, pero él la encontró la mujer más bonita del mundo.
________ tenía más razones para estar contenta. Parecía que la cosa iba en serio entre Ernie Marks, su tímido director de escuela, y Wendy, la vital arquitecta. Había convencido a Melanie de que John Nager no le convenía. Y gracias a la publicidad que había obtenido al emparejar a Nick con Delaney, su negocio crecía como la espuma. Por fin tenía suficiente dinero en el banco para ir pensando en comprarse un coche nuevo.
Pero prefirió pensar en Nick y Delaney. ¿Cómo podía estar él tan ciego? Pese a todo lo que ella misma había creído, Delaney no era la mujer adecuada para él. Era demasiado contenida, demasiado pulida. Demasiado perfecta.
***
Nick llevaba el anillo en el bolsillo, pero la lengua no dejaba de pegársele al paladar. Aquello era una estupidez. Él nunca dejaba que le afectara la presión, y sin embargo ahí estaba, chorreando sudor de pronto.
Esa tarde había enviado a su secretaria a recoger el anillo que había elegido nada más volver de Denver, dos semanas antes. Delaney y él acababan de dar cuenta de una cena de quinientos dólares en el Charlie Trotter's. Las luces estaban bajas, la música era suave el ambiente perfecto. Lo único que tenía que hacer era cogerle la mano y decir las palabras mágicas: «¿Me harías el honor de ser mi esposa?»
Había decidido evitar lo de «te quiero» sin salirse de lo concreto. Le diría que adoraba su inteligencia; que amaba su forma de andar. Que le volvía loco jugar al golf con ella. Que amaba, sobre todo su refinamiento, la sensación de que ella acabaría de pulirle. Si ella le apretaba con lo del amor, siempre podía decirle que estaba bastante seguro de que acabaría amándola al cabo de un tiempo, cuando llevaran un tiempo casados y él estuviera seguro de que ella no le dejaría, pero en el fondo no creía que ella considerara esa declaración tan tranquilizadora como él la veía, así que era mejor desviar la cuestión.
Se preguntó si a ella se le llenarían los ojos de lágrimas cuando le diera el anillo. Probablemente no. No era muy emotiva, lo que también resultaba positivo. Después, irían a su casa y celebrarían su compromiso en la cama. Pondría mucha atención en ir despacio. En ningún caso iba a despacharla como había despachado a ________ la primera vez.
Diantre, aquello había sido divertido.
Divertido, pero no serio. Hacer el amor con ________ había sido excitante, una locura, tórrido sin duda, pero no había sido importante. La única razón por la que pensaba en ello tan a menudo era que no podía repetir la experiencia, lo que le confería el atractivo de lo prohibido.
Pasó el dedo por el estuche de joyero azul huevo de tordo dentro de su bolsillo. Le traía ligeramente sin cuidado el anillo que había elegido. Era de poco más de un quilate, porque a Delaney no le gustaban las cosas ostentosas. Pero a él un poco de ostentación le parecía bien, especialmente si se trataba del anillo que iba a poner en el dedo de su futura esposa. De todos modos, no era él quien había de lucir la puñetera nadería, así que se reservaría su opinión.
Vale... Hora de pasar a la acción. Dirigir la conversación con mucho tacto soslayando el tema del amor, darle el puto anillo y hacer la proposición. Después, llevársela a casa y cerrar el trato.
El móvil vibró dentro del bolsillo, junto al estuche del anillo. ________ le había dado órdenes estrictas de no atender el teléfono estando con Delaney, pero ¿acaso no tendría que acostumbrarse a aquello si iban a casarse?
—Jonas. —Dirigió a su futura esposa una mirada de disculpa.
La voz de ________ bufó por el auricular como un radiador con una fuga.
—Ven aquí ahora mismo.
—Me pillas en medio de algo.
—Como si estás en la Antártida. Mueve tu triste culo y ven.
Nick oyó al fondo una voz masculina. O más bien voces masculinas. Se puso rígido en la silla.
—¿Estás bien?
—¿A ti qué te parece?
—Me parece que estás enfadada.
Pero ella ya había colgado.
Media hora más tarde, Delaney y él avanzaban a paso veloz por la acera que conducía al porche de entrada de _______.
—No es propio de ella ponerse histérica —dijo Delaney por segunda vez—. Debe de haber ocurrido algo serio.
Él ya le había explicado que _______ parecía más furiosa que histérica, pero el concepto de furia parecía ajeno a Delaney, lo que resultaría algo inconveniente cuando él tuviera que ver a los Sox perder un partido por los pelos.
—Parece que haya una especie de fiesta. —Delaney tocó el timbre, pero nadie iba a oírlo con la música hip-hop retumbando en el interior, y Nick estiró el brazo para empujar la puerta, que estaba abierta.
Nada más entrar, vio a Sean Palmer y a media docena de sus compañeros de los Bears acomodados alrededor del recibidor de ________, lo que no era muy alarmante en sí mismo, pero por la abertura de la puerta que conducía a la cocina divisó otro grupo de jugadores, todos de los Stars de Chicago. El despacho de ________ parecía ser territorio neutral, con cinco o seis jugadores, no exactamente mezclados, pero tanteándose desde esquinas opuestas, y ella plantada en mitad del arco de entrada. Nick entendía que estuviera nerviosa. Ninguno de los dos equipos había olvidado la polémica decisión arbitral que había dado a los Stars una estrecha y disputadísima victoria sobre sus rivales. No pudo evitar preguntarse qué parte del cerebro de ________ estaría de vacaciones para haber dejado entrar a todos esos tíos a la vez.
—Oíd todos, ha llegado Jerry Maguire.
Nick respondió al saludo de Sean Palmer con la mano. Delaney se arrimó a él un poco más.
—¿Cómo es que no tienes todavía televisión por cable, ________? —protestó Eddie Skinner por encima de la música—. ¿Arriba tienes?
—No —repuso ________, abriéndose paso hasta el recibidor—.Y quita esos zapatones de culo gordo de encima de los cojines de mi sofá. —Giró el tronco ciento ochenta grados, apuntando con el dedo como una pistola a Tremaine Russell, el mejor running back que habían conocido los Bears en una década—. ¿Para qué crees que están los malditos posavasos, Tremaine?
Nick se mantuvo al margen, sonriendo. _________ parecía la atribulada monitora de un grupo de boy scouts, con los brazos en jarras, el rojo pelo suelto, echando chispas por los ojos.
Tremaine levantó el vaso y limpió la mesita auxiliar con la manga de su jersey de diseño.
—Perdona, ________.
Ella advirtió la sonrisa de Nick y avanzó decidida a volcar su furia en él.
—Todo esto es culpa tuya. Aquí hay al menos cuatro clientes tuyos, a ninguno de los cuales conocía personalmente hace un año. De no ser por ti, sólo sería una hincha más viéndoles machacarse unos a otros desde una distancia prudencial.
Su acalorada pataleta estaba atrayendo la atención de todo el mundo y alguien bajó la música para no perderse detalle. Ella señaló a la cocina con un violento gesto de la cabeza.
—Se han bebido todo lo que había en la casa, incluida una jarra de fertilizante para las violetas africanas que acababa de mezclar y he tenido la ocurrencia de dejar en la encimera.
Tremaine le dio un puñetazo en el hombro a Eddie.
—Te dije que sabía raro.
Eddie se encogió de hombros.
—A mí me sabía bien.
—Además, han pedido comida china por valor de cientos de dólares, que no pienso ver esparcida por toda esta alfombra, así que todo el mundo se va a ir... a comer a la cocina.
—Y pizza. —Jasón Kent, un segundo stringer de los Stars, hablo a voces desde la zona de la nevera—. No olvides que también hemos pedido pizza.
—¿En qué momento se convirtió mi casa en el principal punto de encuentro de futbolistas profesionales exorbitantemente bien pagados y totalmente malcriados sin remedio del norte de Illinois?
—Nos gusta esto —dijo Jason—. Nos recuerda a casa.
—Aparte de que no hay mujeres. —Leandro Collins, el tight end titular de los Bears, surgió del despacho comiendo patatas fritas de una bolsa—. Hay veces que uno necesita descansar un poco de las damas.
________ soltó el brazo y le dio una colleja.
—No olvides con quién estás hablando.
Leandro tenía un mal pronto, y era sabido que se enganchaba de vez en cuando con los árbitros cuando no estaba de acuerdo con una decisión, pero el tight end se limitó a frotarse ligeramente el cogote y poner una mueca contrita.
—Igual que mi madre.
—Y que la mía —dijo Tremaine, asintiendo alegremente con la cabeza.
________ se volvió hacia Nick.
—¡Su madre! Tengo treinta y un años, y les recuerdo a sus madres.
—Haces lo mismo que mi madre —señaló Sean, imprudentemente según se vio, porque fue el siguiente en recibir un pescozón en el cogote.
Nick intercambió miradas comprensivas con los chicos antes de prestar toda su atención a ________, hablándole en tono dulce y paciente.
—Cuéntame cómo has llegado a esto, cariño.
________ lanzó las manos al cielo.
—No tengo ni idea. En verano era sólo Dean el que se dejaba caer por aquí. Luego empezó a traer a Jason y a Dewitt con él. Luego Arté me pidió que le echara un ojo a Sean, y le invité a venir (un día nada más, cuidado) y él se presentó con Leandro y Matt. Uno de los Stars por aquí, uno de los Bears por allá... Una cosa llevó a la otra. Y ahora tengo entre manos unos disturbios potencialmente mortales en mitad de mi sala de estar.
—Te dije que no te preocuparas por eso —dijo Jason—. Esto es terreno neutral.
—Sí, claro. —Echaba fuego por los ojos—. Terreno neutral, hasta que alguno se cabree, y entonces me vendréis todos: «Perdona, ________, pero parece que te faltan las ventanas de la fachada y la mitad del piso de arriba.»
—La única persona que se ha cabreado desde que estamos aquí eres tú —murmuró Sean.
_________ puso una expresión tan cómicamente asesina que Eddie echó cerveza por la nariz, o tal vez fertilizante de violetas, lo que hizo partirse de risa a todo el mundo.
_________ se lanzó sobre Nick, le agarró por la pechera de la camisa, se alzó de puntillas y le increpó entre dientes.
—Se van a emborrachar, y luego uno de estos idiotas empotrará su Mercedes en un coche lleno de monjas. Y yo seré responsable legal. Esto es Illinois. En este Estado hay leyes que regulan la hospitalidad.
Por primera vez, Nick se sintió decepcionado con ella.
—¿No les has quitado las llaves?
—Claro que les he quitado las llaves. ¿Crees que estoy loca? Pero...
De golpe, se abrió la puerta de la calle y el señor picha brava Robillard entró como el rey del mambo, engalanado con sus Oakley, diamantes y botas vaqueras. Saludó a la concurrencia con dos dedos, como si fuera el puto rey de Inglaterra.
—Oh, mierda. Ahora sí que estoy jodida. —_________ tiró aún más fuerte de la camisa de Nick—. Alguien se lo llevará de marcha esta noche. Lo presiento. Acabará con un brazo roto, o inutilizado, y yo me las tendré que ver con Phoebe.
Nick le abrió los dedos con mucha delicadeza.
—Relájate. Romeo sabe cuidar de sí mismo.
—Yo sólo quería ser una casamentera. ¿Tan difícil es de entender? Una simple casamentera. —Cayó bruscamente sobre sus talones de nuevo—. Mi vida es una ruina.
Leandro frunció el entrecejo.
—_________, tu actitud está empezando a ponerme de los nervios.
Robillard se plantó junto a ella en tres zancadas. Miró largamente a Nick y a continuación le pasó el brazo por los hombros a _________ y le dio un beso de ventosa en la boca. Nick sintió una explosión interna de furia. Su mano derecha se crispó en un puño, pero estaban en casa de __________, que nunca se lo perdonaría si hacía lo que le estaba apeteciendo.
—_________ es mi chica —anunció Dean al separar sus labios mirándola a los ojos—. El que le dé problemas se las tendrá que ver conmigo... y con mi línea de defensa.
_________ pareció molesta, lo que hizo que Nick se sintiera muchísimo mejor.
—Puedo cuidar de mí misma. Lo que no puedo es lidiar con una casa llena de tarugos borrachos.
—Qué dura eres —dijo Eddie, con aire ofendido.
Dean le acarició un hombro.
—Chicos, ya sabéis lo irracional que se puede volver una mujer embarazada.
Hubo un asentimiento alarmantemente unánime.
—¿Te has hecho la prueba como te dije, muñeca? —Dean volvió a envolverla con el brazo—. ¿Ya sabes si llevas ahí al hijo de mi amor?
Aquello pareció resultar demasiado para ________, porque se echó a reír.
—Necesito una cerveza. —Enganchó la botella de Tremaine y la apuró.
—No deberías beber si estás embarazada —dijo Eddie Skinner de mala cara.
Leandro le dio un manotazo en la cabeza.
Nick cayó en la cuenta de que hacía semanas que no se divertía tanto.
Cosa que le hizo acordarse de Delaney.
_________ había estado demasiado agobiada para reparar en ella entre el mogollón, y Delaney no se había movido del sitio, clavada bajo el umbral de la entrada. Estaba apoyada de espaldas en la pared, con su eterna sonrisa solícita congelada en la cara, pero tenía los ojos vidriosos y un punto enajenados. Delaney Lightfield, amazona, campeona de tiro al plato, golfista y esquiadora consumada, acababa de tener una fugaz visión de su futuro, y no le estaba gustando lo que veía.
—Por favor, que nadie me deje comer más de un rollo de primavera. —________ dejó su botella vacía sobre una pila de revistas—. Ya me empieza a costar subirme la cremallera de los vaqueros. —Miró severamente a Eddie, que aún le fruncía el ceño—. Y no estoy preñada.
Robillard seguía buscando bronca.
—Sólo porque no he puesto suficiente empeño. Nos ocuparemos de eso esta noche, muñeca.
_________ miró al cielo y a continuación buscó a su alrededor un sitio donde sentarse, pero todas las sillas estaban ocupadas así que acabó en las rodillas de Sean, sentada remilgada pero cómodamente.
—Y sólo puedo tomar una porción de pizza.
Nick tenía que hacer algo con Delaney y se acercó hasta ella
—Lamento todo esto.
—Debería mezclarme con la gente —dijo Delaney con determinación.
—No tienes que hacerlo si no te apetece.
—Es sólo que... Resulta un poco abrumador. Es tan pequeña, la casa. Y son tantos...
—Vamos afuera.
—Sí, creo que es la mejor idea.
Nick la acompañó al porche de entrada. Permanecieron en silencio un rato. Delaney contemplaba la casa de enfrente, abrazada a sí misma. Él apoyó un hombro contra un poste, y notó el peso del estuche en su cadera.
—No puedo dejarla —dijo.
—No, no, claro. No lo esperaría de ti.
Él hundió las manos en los bolsillos.
—Supongo que te hacía falta ver cómo es mi vida. Esto es un ejemplo bastante bueno.
—Sí. Qué tontería por mi parte. No me imaginaba... —Soltó una carcajada tensa, de autocensura—. Prefiero el palco.
El la entendió y sonrió.
—Es cierto que el palco mantiene la realidad a cierta distancia.
—Lo siento —dijo ella—. Me lo imaginaba de otra manera.
—Ya lo sé.
Alguien subió nuevamente el volumen de la música. Delaney deslizó los pulgares bajo las solapas de su chaqueta y miró en torno a sí.
—Es sólo cuestión de tiempo que los vecinos llamen a la policía.
La poli tenía tendencia a mirar a otro lado cuando los deportistas de élite de la ciudad hacían el gamberro, pero Nick dudaba que eso fuera a tranquilizarla.
Delaney acarició sus perlas.
—No entiendo cómo puede _________ sentirse cómoda en medio de ese follón.
Nick se decidió por la explicación más sencilla.
—Tiene hermanos.
—También yo.
—________ es una de esas personas que se aburren enseguida. Supongo que podrías decir que ella crea su propia diversión. —Igual que él.
Ella sacudió la cabeza.
—Pero es tan... caótico.
Por eso precisamente se buscaba ________ ese tipo de líos.
—Mi vida es bastante caótica —dijo Nick.
—Sí. Sí, ahora me doy cuenta.
Transcurrieron unos momentos en silencio.
—¿Quieres que te llame un taxi? —preguntó él suavemente.
Ella vaciló antes de asentir.
—Puede que sea lo mejor.
Mientras esperaban, se disculparon mutuamente, y los dos vinieron a decir las mismas cosas, que habían creído que lo suyo funcionaría pero que más valía haber descubierto ahora que no. Los diez minutos que tardó el taxi en llegar se hicieron eternos. Nick le dio al taxista un billete de cincuenta y ayudó a subir a Delaney. Ella le sonrió desde el asiento, más pensativa que triste. Era una persona excepcional, y Nick lamentó por un breve instante no ser la clase de hombre que se pudiera contentar con belleza, inteligencia y destreza atlética. No, para engancharle era necesario el factor Campanilla. Viendo partir el taxi, sintió que se relajaba por primera vez desde la noche en que se conocieron.
Mientras ellos estaban fuera había llegado la comida, pero cuando Nick volvió a entrar en la casa no había nadie comiendo. Estaban todos apelotonados en el cuarto de estar, con la música baja, y la atención puesta en una gorra de la NASCAR colocada boca arriba cerca de los pies de ________. Al acercarse un poco más, vio un surtido de cadenas, pendientes y anillos de oro refulgiendo en el oído.
________ reparó en él y le sonrió.
—Se supone que he de cerrar los ojos, sacar una joya y acostarme con el dueño. Oro macizo por un macizo. ¿No te parece divertido?
Dean estiró el cuello al otro lado de la habitación.
—Sólo para que lo sepas, Niccliff, mis pendientes siguen en mis orejas.
—Eso es porque no valen nada, puta barata. —Dewitt Gilbert el receptor favorito de Dean, le dio una palmada en la espalda.
________ sonrió a Nick.
—Sólo están haciendo el ganso. Saben que no voy a hacerlo.
—A lo mejor sí—dijo Gary Sweeney—. Hay sus buenos quince quilates en esa gorra.
—A la mierda. Siempre he querido acostarme con una pelirroja natural. —Reggie O'Shea se quitó de pronto el crucifijo recamado de piedras preciosas del cuello y lo metió en la gorra.
Los hombres se quedaron mirándolo.
—Ahí te has pasado, eso no está bien —dijo Leandro.
Hubo suficientes murmullos de asentimiento como para que Reggie retirara su cadena.
_________ suspiró, y Nick percibió en su voz un arrepentimiento sincero.
—Esto ha sido divertido, pero se nos va a enfriar toda la comida. Sean, es una colección de joyas magnífica, pero tu madre me mataría.
Por no hablar de lo que le haría Nick.
***
Hacia las dos de la mañana, el suministro de cervezas que un par de los tíos habían estado reponiendo en secreto se agotó por fin, y los asistentes empezaron a desertar. _________ puso a Nick a cargo de realizar pruebas de sobriedad sobre la marcha. Se ocupó de llamar taxis y cargar borrachos en los pocos coches cuyo conductor estaba sereno. En toda la noche sólo se había producido una pelea, y no fue a propósito de las llaves de un coche. Dean encontró ofensivo el comentario de su compañero de equipo Dewitt de que la única razón que puede tener un tío para comprarse un Porsche en vez de un coche atómico como el Escalade era para que hiciera juego con sus medias de encaje. Tuvieron que separarles dos jugadores de los Bears.
—Ahora dime la verdad —le había dicho _________ a Nick en aquel momento—. ¿En serio que han ido a la universidad?
—Sí, pero eso no quiere decir que asistieran a clase.
Para las dos y media, _________ había caído rendida en un extremo del sofá, y Leandro en el otro, mientras que Nick y Dean recogían lo más gordo de aquel desastre en la cocina. Nick lanzó a Dean una bolsa de basura.
—Esconde aquellas botellas de whisky vacías.
—Puesto que nadie ha resultado muerto, probablemente no le importará.
—Para qué arriesgarse. La he visto bastante cabreada esta noche.
Metieron el grueso de los restos de comida en bolsas de basura y las sacaron al callejón. Dean observó a Sherman con una mueca de disgusto.
—Figúrate que ha intentado convencerme para que nos cambiáramos los coches. Decía que conducir ese montón de chatarra durante un par de días me ayudaría a mantenerme en contacto con el mundo real.
—Por no mencionar que le daría a ella ocasión de probar tu Porsche.
—Creo recordar que se lo hice observar. —Se dirigieron hacia la casa—. ¿Y cómo es que no has intentado ponerme un contrato en las narices esta noche?
—Estoy perdiendo interés. —Nick le sostuvo abierta la puerta—. Estoy acostumbrado a tratar con tíos menos indecisos.
—De indeciso no tengo un pelo. Te confesaré que la única razón por la que todavía no he firmado con nadie es lo bien que me lo estoy pasando con todo el mundo cortejándome. No te creerías la de cosas que llegan a enviarte los representantes, y no me refiero a entradas de primera fila para algún concierto. Los Zagorski me compraron un Segway.
—Sí, vale, mientras te diviertes, recuerda que a la Nike están empezando a olvidársele los motivos por los que querían tu cara bonita sonriendo a los sin techo desde sus vallas.
—Hablando de regalos... —Dean se apoyó en la encimera, con expresión cautelosa—. He estado admirando el nuevo Rolex sumergible que he visto en los escaparates. Esa gente sí sabe lo que es hacer un buen reloj.
—¿Qué tal si te envío mejor un centro floral que haga juego con tus bonitos ojos azules?
—Qué insensible, tío. —Dean cogió sus llaves del tarro de las galletas de Hello Kitty de ________, junto con una Oreo—. Me cuesta entender que hayas llegado a ser el representante de moda con esa actitud tan fea.
Nick sonrió.
—Parece que nunca lo averiguarás. Tú te lo pierdes.
Dean partió la Oreo en dos con los dientes, le brindó una sonrisa chulesca y salió despreocupadamente de la cocina.
—Ya hablaremos, Nicliff.
Nick metió a Leandro en un taxi. No podía dejar de sonreír. No había nada entre _________ y Dean, más que travesuras. _________ no estaba enamorada de él. Le trataba exactamente igual que a los demás jugadores, como si fueran niños muy crecidos. Toda aquella filfa que le había largado a él era un montaje total. Y si Dean hubiera estado enamorado de ella, era evidente que no la habría dejado sola con otro hombre esa noche.
Estaba tumbada sobre un costado, y su aliento agitaba rítmicamente el rizo de pelo que le caía sobre la boca. Nick buscó una sábana, y ella no se movió un ápice mientras la tapaba. Se sorprendió preguntándose si estaría muy mal que se deslizara bajo esa sábana y le quitara los vaqueros para que durmiera más cómoda.
Muy mal.
Por más vueltas que le diera, sólo se le ocurría una razón para que _________ hubiera montado aquella farsa con Dean. Porque estaba enamorada de Nick, y quería salvar su orgullo. La divertida, combativa, gloriosa _________ Granger le quería. Su sonrisa se ensanchó, y sintió ligero el corazón por primera vez en meses. Era asombroso lo que la lucidez podía hacer por la paz interior de un hombre.
***
Le despertó el teléfono. Alargó la mano más allá de la cama para cogerlo y masculló al auricular:
—Jonas.
Siguió un prolongado silencio. Hundió más la cara en la almohada y se apartó.
—¿Nick? —oyó al otro lado.
Él se frotó la boca con la mano.
—¿Sí?
—¿Nick?
—¿Phoebe?
Oyó como una inspiración indignada y a continuación el chasquido de la comunicación cortada. Abrió los ojos de golpe. Pasaron unos segundos hasta que comprobó sus temores. No estaba en su habitación; el teléfono al que había respondido no era suyo, y aún no eran —echó un vistazo al reloj— las ocho de la mañana.
Fantástico. Ahora Phoebe sabía que había pasado la noche en casa de _________. Estaba jodido. Jodido por partida doble, en cuanto Phoebe se enterara de que había roto con Delaney.
Ya completamente despierto, salió de la cama de ________, en la que no se encontraba _________, desafortunadamente. Pese a las implicaciones profesionales de lo que acababa de ocurrir, no dejaba de sentir el buen humor de la noche anterior. Bajó las escaleras del ático para darse una ducha, y luego se afeitó con la Daisy de ________. No había traído una muda consigo, lo que le dejaba como opciones ponerse los boxers del día anterior o ir sin calzoncillos. Se decidió por esto último, y luego se vistió la camisa del día anterior, muy arrugada por los puños de ________.
Al descender al piso de abajo, la encontró hecha un ovillo, aún encima del sofá, con la sábana arrebujada hasta la barbilla y un pie saliéndole por debajo. Nunca había sido un fetichista de los pies, pero había algo en ese arco encantador que le provocó deseos de hacer con él toda clase de cosas medio obscenas. Claro que casi todas las partes del cuerpo de _________ parecían producir ese efecto en él, cosa que debería haberle dado alguna pista. Apartó la vista de sus deditos y se encaminó a la cocina.
Dean y él no se habían lucido con la limpieza, y la luz de la mañana reveló restos de comida china pegada a las encimeras. Mientras hervía el agua del café, cogió unas cuantas servilletas de papel y quitó lo más gordo. Para cuando volvió a echar una ojeada al cuarto de al lado, _________ había conseguido sentarse. El pelo le ocultaba la mayor parte del rostro, salvo la punta de la nariz y un pómulo.
—¿Dónde están mis vaqueros? —masculló ella—. Da igual. Hablaremos de eso después. —Se envolvió en la sábana y fue trastabilleando hacia las escaleras.
Nick volvió a la cocina y se sirvió café. Estaba a punto de darle un primer sorbo cuando reparó en que una maceta de violetas africanas había ido a parar debajo de la mesa. Él no sabía mucho de plantas, pero las hojas de aquélla parecían bastante ajadas. No podía probar en realidad que nadie se hubiera meado en ella, pero ¿por qué correr riesgos? La sacó al exterior y la escondió debajo de los escalones.
Acababa de terminar de leer los mensajes motivadores de la nevera de _________ cuando oyó un frufrú de ropas. Se volvió y pudo disfrutar de la vista de ________ arrastrando los pies al interior de la cocina. No había llegado al punto de ducharse, pero se había recogido el pelo y lavado la cara, dejándose las mejillas coloradas. Un pantalón corto de dormir de tela escocesa asomaba bajo una sudadera morada que le venía grande. Nick siguió con la vista la línea de sus piernas desnudas hasta sus pies, embutidos en unas zapatillas de deporte de un verde amarillento, hechas polvo. En conjunto, ofrecía un aspecto adormilado, arrugado y sexy.
Le tendió un tazón de café. Ella esperó a darle el primer trago antes de reconocer su presencia, con la voz todavía un poco áspera.
—¿Puedo saber quién me quitó los pantalones?
Él se lo pensó un poco.
—Robillard. El tío es una sabandija.
Ella le miró con ceño.
—No estaba tan inconsciente. Noté que eras tú cuando me bajaste la cremallera.
Nick no habría podido mostrar arrepentimiento ni aunque lo hubiera intentado.
—Se me escapó la mano.
Ella se dejó caer en una silla junto a la mesa de la cocina.
—¿Me lo imaginé yo o estuvo Delaney aquí anoche?
—Estuvo.
—¿Cómo es que no se quedó a echar una mano?
Ahora llegaban a la parte delicada. Nick hizo como que buscaba algo de comer revolviendo en los armarios, pese a que sabía que la habían dejado sin nada. Después de remover un par de latas de tomate frito, cerró las puertas.
—Toda la movida resultó un poco excesiva para ella.
_________ se enderezó en la silla.
—¿Qué quieres decir?
Nick se dio cuenta, demasiado tarde, de que debía haber meditado la forma de exponer aquello en vez de dedicarse a esconder violetas africanas y leer citas inspiradoras de Ophra. Tal vez encogiéndose de hombros pudiera eludir el tema hasta que ella estuviera bien despierta. Lo intentó.
—No funcionó.
—No lo entiendo. —_________ desplegó la pierna que había doblado bajo su cadera y empezó a parecer preocupada—. Me dijo que le estaba cogiendo gusto al fútbol.
—Parece ser que no cuando lo ve de cerca y en su dimensión personal.
Las arrugas se ahondaron en la frente de _________.
—Yo me encargaré de que le coja el tranquillo. Los chicos sólo asustan si dejas que se te suban a las barbas.
No hubiera debido sonreír, pero ¿no era precisamente por esto por lo que su nuevo plan iba a funcionar mucho mejor que el viejo? Desde el mismo principio, _________ le había hecho feliz, pero él estaba tan obcecado en seguir la dirección equivocada que no había comprendido lo que eso significaba. _________ no era la mujer de sus sueños. Ni mucho menos. Sus sueños habían sido el producto de la inseguridad, la inmadurez y la ambición mal orientada. No, _________ era la mujer de su futuro... La mujer de su felicidad.
Su nueva lucidez le decía que ella no iba a tomarse a bien sus noticias sobre Delaney, sobre todo porque él no estaba logrando reprimir del todo su sonrisa.
—La cosa es que... Delaney y yo hemos terminado.
_________ dejó el tazón de café en la mesa con un golpe, y se puso en pie súbitamente.
—No. No habéis terminado. Esto es sólo un bache en el camino.
—Me temo que no. Anoche tuvo ocasión de ver cómo es mi vida, y lo que vio no la hizo feliz.
—Yo lo arreglaré. Cuando haya entendido...
—No, ________ —dijo él, tajante—. Esto no tiene arreglo. No quiero casarme con ella.
Ella explotó.
—No quieres casarte con nadie.
—Eso no es... del todo cierto.
—Es cierto. Y estoy harta de ello. Estoy harta de ti. —Empezó a agitar los brazos—. Me estás volviendo loca, y no lo aguanto más. Estás despedido, señor Jonas. Esta vez yo te despido a ti.
Era una exhibición de temperamento impresionante, así que Nick decidió obrar con cautela.
—Soy un cliente —observó—. No puedes despedirme.
Le traspasó con aquellos ojos color de miel.
—Acabo de hacerlo.
—Diré en mi defensa que mis intenciones eran realmente buenas. —Se llevó la mano al bolsillo y sacó el estuche de joyero—. Pensaba proponerle matrimonio anoche. Estábamos en el Charlie Trotter's. La comida era estupenda, el ambiente perfecto y tenía el anillo preparado. Pero justo cuando me preparaba para dárselo... llamaste tú.
Hizo una pausa para dejar que ella sacara sus propias conclusiones, cosa que, siendo mujer, no tardó en hacer.
—Ay, Dios mío. Fui yo. Ha sido culpa mía.
Un buen representante siempre desviaba las culpas, pero viéndola sumirse en la consternación, supo que tenía que aclararlo.
—Tu llamada no era el problema de fondo. Llevaba toda la noche intentando darle el anillo, pero algo parecía impedirme sacarlo del bolsillo. ¿Eso no te sugiere nada?
Poner las cosas en su sitio no hizo sino llevarla a enfadarse de nuevo.
—¡Ninguna te vale! Te lo juro, le encontrarías pegas a la Virgen María. —Le arrebató el estuche, lo abrió y frunció los labios.
—¿Esto es lo mejor que has encontrado? ¡Eres multimillonario!
—¡Exacto! —Si necesitaba más pruebas de que _________ Granger era un mirlo blanco, ahí las tenía—. ¿No lo ves? A ella le gusta la sutileza en todo. Si hubiera elegido uno con un diamante más grande, le habría hecho sentirse violenta. Odio este anillo. Imagínate cómo reaccionarían los chicos si vieran esa piedrecilla miserable en el dedo de mi mujer.
Ella cerró con un chasquido el estuche y se lo encasquetó de nuevo en la mano.
—Sigues despedido.
—Comprendo. —Se lo guardó en el bolsillo, dio un último sorbo al café y se dirigió a la puerta.
—Creo que será mejor para ambos que lo dejemos estar aquí mismo.
Él anheló que el ligero temblor que apreció en su voz no fuera sólo fruto de su imaginación.
—¿Eso crees? —El impulso de aplacar su indignación a besos casi fue superior a él. Pero por tentadora que fuera la gratificación inmediata, necesitaba concentrarse en el largo plazo, de modo que se limitó a sonreír y dejarla sola.
Fuera, el aire de la mañana tenía el olor vivificante y ahumado del otoño. Respiró hondo y, a paso ligero, echó a andar calle abajo hacia su coche. Verla aquella noche con los muchachos le había abierto los ojos a algo que debía haber comprendido semanas antes. __________ Granger era su pareja ideal.
El tráfico de mediodía en Denver se había colapsado a causa de las obras, arruinando aún más el pésimo humor de Nick. En seis semanas, no había mostrado a Delaney más que respeto. Después de todo, se trataba de su futura esposa, y no quería que pensara que sólo quería sexo de ella. En su mente surgió una imagen de ________ desnuda. Apretó los dientes y tocó la bocina de su coche de alquiler. La única razón por la que no dejaba de pensar en ________ era que estaba preocupado. Por más que husmeara, no conseguía saber a ciencia cierta si ella y Dean se acostaban juntos.
La posibilidad evidente de que Dean estuviera aprovechándose de ella le volvía loco, pero se forzó a centrar de nuevo sus pensamientos en Delaney, como correspondía. En sus últimas dos citas, ella había empezado a lanzar claras señales de que estaba preparada para el sexo, lo que significaba que él debía empezar a hacer sus planes, pero eso no era tan sencillo como parecía. Para empezar, ella tenía compañeras de piso, de modo que tendría que llevarla él a su casa, y ¿cómo iba a hacer eso hasta que hubiera trasladado sus aparatos de musculación al sótano? Quería que a ella le gustara su casa, pero ya había descubierto que le atraía bastante poco la arquitectura contemporánea, así que tendría que venderla. Un par de meses antes no le habría importado, pero después de mirarla con los ojos de ________, empezó a verla de otra manera. Deseó poder convencer a Delaney de que cambiara de opinión.
Pegó un grito al capullo que acababa de cortarle el paso y consideró un problema más serio. No podía desprenderse de la anticuada idea de que debía proponer matrimonio a Delaney antes de acostarse con ella. Era Delaney Lightfield, no una fan del equipo de fútbol. Cierto que sólo llevaban seis semanas saliendo juntos, pero era evidente para todo el mundo, menos Bodie, que estaban hechos el uno para el otro, así que ¿por qué esperar?
Pero ¿cómo iba a pedirle matrimonio sin un anillo?
Durante un breve instante, consideró la posibilidad de pedirle a ________ que eligiera ella uno, pero ni a él se le ocultaba que eso era mucho delegar. El tráfico se detuvo. Iba a llegar tarde a su cita de las once. Tamborileó con los dedos sobre el volante. Le vino a la mente la dificultad de intentar pedir en matrimonio a Delaney sin mencionar la palabra «amor», pero ya solucionaría eso más adelante. De momento, tenía que decidir qué hacer con lo del anillo. Ella debía de tener opiniones muy elaboradas sobre diamantes, y Nick sospechaba que su propia filosofía del «cuanto más grande, mejor» podía no estar en línea con su mentalidad aristocrática. Querría algo discreto con una talla impecable. Y luego estaban todas esas chorradas que la gente decía sobre los colores. Francamente, él no distinguía un diamante de otro.
El tráfico seguía en punto muerto. Nick lo reconsideró. Al infierno. Cogió su móvil y marcó el número.
Por una vez, fue ________ la que respondió, y no su contestador.
El fue directo al grano, pero la había pillado en uno de su momentos poco cooperativos, y le gritó de tal manera que, hasta con los coches dando bocinazos a su alrededor, tuvo que apartarse el teléfono de la oreja.
—¿Que quieres que haga qué?
***
________ iba por su casa hecha una furia, golpeando las puertas de los armarios, dando una patada a la papelera de su despacho. No podía creer que se hubiera permitido perder la cabeza por semejante perfecto y absoluto idiota. ¡Nick pretendía que fuera a mirar anillos de compromiso para Delaney! Vaya día asqueroso. Y con su fiesta de cumpleaños en familia a la vuelta de un par de semanas, el futuro no resultaba más alegre.
Agarró su chaqueta y salió a dar un paseo. Quizás aquella soleada tarde de octubre la animara un poco. En realidad, debería haberse sentido la reina del mundo. El señor Bronicki y la señora Valerio se iban a vivir juntos. «Nos gustaría casarnos —le habían explicado a ________—, pero no podemos permitírnoslo, así que nos decantamos por la segunda mejor opción.» Y aún más emocionante: podía ser que _______ hubiera conseguido su primer emparejamiento permanente. Janine y Ray Fiedler parecían estar enamorándose.
No podía alegrarse más por su amiga, y sonrió por fin. Una vez que Ray se hubo desembarazado de su espantoso peinado, también mejoró su actitud, y había resultado ser un tipo bastante decente. Janine temía que le repugnara su mastectomía, pero él la encontró la mujer más bonita del mundo.
________ tenía más razones para estar contenta. Parecía que la cosa iba en serio entre Ernie Marks, su tímido director de escuela, y Wendy, la vital arquitecta. Había convencido a Melanie de que John Nager no le convenía. Y gracias a la publicidad que había obtenido al emparejar a Nick con Delaney, su negocio crecía como la espuma. Por fin tenía suficiente dinero en el banco para ir pensando en comprarse un coche nuevo.
Pero prefirió pensar en Nick y Delaney. ¿Cómo podía estar él tan ciego? Pese a todo lo que ella misma había creído, Delaney no era la mujer adecuada para él. Era demasiado contenida, demasiado pulida. Demasiado perfecta.
***
Nick llevaba el anillo en el bolsillo, pero la lengua no dejaba de pegársele al paladar. Aquello era una estupidez. Él nunca dejaba que le afectara la presión, y sin embargo ahí estaba, chorreando sudor de pronto.
Esa tarde había enviado a su secretaria a recoger el anillo que había elegido nada más volver de Denver, dos semanas antes. Delaney y él acababan de dar cuenta de una cena de quinientos dólares en el Charlie Trotter's. Las luces estaban bajas, la música era suave el ambiente perfecto. Lo único que tenía que hacer era cogerle la mano y decir las palabras mágicas: «¿Me harías el honor de ser mi esposa?»
Había decidido evitar lo de «te quiero» sin salirse de lo concreto. Le diría que adoraba su inteligencia; que amaba su forma de andar. Que le volvía loco jugar al golf con ella. Que amaba, sobre todo su refinamiento, la sensación de que ella acabaría de pulirle. Si ella le apretaba con lo del amor, siempre podía decirle que estaba bastante seguro de que acabaría amándola al cabo de un tiempo, cuando llevaran un tiempo casados y él estuviera seguro de que ella no le dejaría, pero en el fondo no creía que ella considerara esa declaración tan tranquilizadora como él la veía, así que era mejor desviar la cuestión.
Se preguntó si a ella se le llenarían los ojos de lágrimas cuando le diera el anillo. Probablemente no. No era muy emotiva, lo que también resultaba positivo. Después, irían a su casa y celebrarían su compromiso en la cama. Pondría mucha atención en ir despacio. En ningún caso iba a despacharla como había despachado a ________ la primera vez.
Diantre, aquello había sido divertido.
Divertido, pero no serio. Hacer el amor con ________ había sido excitante, una locura, tórrido sin duda, pero no había sido importante. La única razón por la que pensaba en ello tan a menudo era que no podía repetir la experiencia, lo que le confería el atractivo de lo prohibido.
Pasó el dedo por el estuche de joyero azul huevo de tordo dentro de su bolsillo. Le traía ligeramente sin cuidado el anillo que había elegido. Era de poco más de un quilate, porque a Delaney no le gustaban las cosas ostentosas. Pero a él un poco de ostentación le parecía bien, especialmente si se trataba del anillo que iba a poner en el dedo de su futura esposa. De todos modos, no era él quien había de lucir la puñetera nadería, así que se reservaría su opinión.
Vale... Hora de pasar a la acción. Dirigir la conversación con mucho tacto soslayando el tema del amor, darle el puto anillo y hacer la proposición. Después, llevársela a casa y cerrar el trato.
El móvil vibró dentro del bolsillo, junto al estuche del anillo. ________ le había dado órdenes estrictas de no atender el teléfono estando con Delaney, pero ¿acaso no tendría que acostumbrarse a aquello si iban a casarse?
—Jonas. —Dirigió a su futura esposa una mirada de disculpa.
La voz de ________ bufó por el auricular como un radiador con una fuga.
—Ven aquí ahora mismo.
—Me pillas en medio de algo.
—Como si estás en la Antártida. Mueve tu triste culo y ven.
Nick oyó al fondo una voz masculina. O más bien voces masculinas. Se puso rígido en la silla.
—¿Estás bien?
—¿A ti qué te parece?
—Me parece que estás enfadada.
Pero ella ya había colgado.
Media hora más tarde, Delaney y él avanzaban a paso veloz por la acera que conducía al porche de entrada de _______.
—No es propio de ella ponerse histérica —dijo Delaney por segunda vez—. Debe de haber ocurrido algo serio.
Él ya le había explicado que _______ parecía más furiosa que histérica, pero el concepto de furia parecía ajeno a Delaney, lo que resultaría algo inconveniente cuando él tuviera que ver a los Sox perder un partido por los pelos.
—Parece que haya una especie de fiesta. —Delaney tocó el timbre, pero nadie iba a oírlo con la música hip-hop retumbando en el interior, y Nick estiró el brazo para empujar la puerta, que estaba abierta.
Nada más entrar, vio a Sean Palmer y a media docena de sus compañeros de los Bears acomodados alrededor del recibidor de ________, lo que no era muy alarmante en sí mismo, pero por la abertura de la puerta que conducía a la cocina divisó otro grupo de jugadores, todos de los Stars de Chicago. El despacho de ________ parecía ser territorio neutral, con cinco o seis jugadores, no exactamente mezclados, pero tanteándose desde esquinas opuestas, y ella plantada en mitad del arco de entrada. Nick entendía que estuviera nerviosa. Ninguno de los dos equipos había olvidado la polémica decisión arbitral que había dado a los Stars una estrecha y disputadísima victoria sobre sus rivales. No pudo evitar preguntarse qué parte del cerebro de ________ estaría de vacaciones para haber dejado entrar a todos esos tíos a la vez.
—Oíd todos, ha llegado Jerry Maguire.
Nick respondió al saludo de Sean Palmer con la mano. Delaney se arrimó a él un poco más.
—¿Cómo es que no tienes todavía televisión por cable, ________? —protestó Eddie Skinner por encima de la música—. ¿Arriba tienes?
—No —repuso ________, abriéndose paso hasta el recibidor—.Y quita esos zapatones de culo gordo de encima de los cojines de mi sofá. —Giró el tronco ciento ochenta grados, apuntando con el dedo como una pistola a Tremaine Russell, el mejor running back que habían conocido los Bears en una década—. ¿Para qué crees que están los malditos posavasos, Tremaine?
Nick se mantuvo al margen, sonriendo. _________ parecía la atribulada monitora de un grupo de boy scouts, con los brazos en jarras, el rojo pelo suelto, echando chispas por los ojos.
Tremaine levantó el vaso y limpió la mesita auxiliar con la manga de su jersey de diseño.
—Perdona, ________.
Ella advirtió la sonrisa de Nick y avanzó decidida a volcar su furia en él.
—Todo esto es culpa tuya. Aquí hay al menos cuatro clientes tuyos, a ninguno de los cuales conocía personalmente hace un año. De no ser por ti, sólo sería una hincha más viéndoles machacarse unos a otros desde una distancia prudencial.
Su acalorada pataleta estaba atrayendo la atención de todo el mundo y alguien bajó la música para no perderse detalle. Ella señaló a la cocina con un violento gesto de la cabeza.
—Se han bebido todo lo que había en la casa, incluida una jarra de fertilizante para las violetas africanas que acababa de mezclar y he tenido la ocurrencia de dejar en la encimera.
Tremaine le dio un puñetazo en el hombro a Eddie.
—Te dije que sabía raro.
Eddie se encogió de hombros.
—A mí me sabía bien.
—Además, han pedido comida china por valor de cientos de dólares, que no pienso ver esparcida por toda esta alfombra, así que todo el mundo se va a ir... a comer a la cocina.
—Y pizza. —Jasón Kent, un segundo stringer de los Stars, hablo a voces desde la zona de la nevera—. No olvides que también hemos pedido pizza.
—¿En qué momento se convirtió mi casa en el principal punto de encuentro de futbolistas profesionales exorbitantemente bien pagados y totalmente malcriados sin remedio del norte de Illinois?
—Nos gusta esto —dijo Jason—. Nos recuerda a casa.
—Aparte de que no hay mujeres. —Leandro Collins, el tight end titular de los Bears, surgió del despacho comiendo patatas fritas de una bolsa—. Hay veces que uno necesita descansar un poco de las damas.
________ soltó el brazo y le dio una colleja.
—No olvides con quién estás hablando.
Leandro tenía un mal pronto, y era sabido que se enganchaba de vez en cuando con los árbitros cuando no estaba de acuerdo con una decisión, pero el tight end se limitó a frotarse ligeramente el cogote y poner una mueca contrita.
—Igual que mi madre.
—Y que la mía —dijo Tremaine, asintiendo alegremente con la cabeza.
________ se volvió hacia Nick.
—¡Su madre! Tengo treinta y un años, y les recuerdo a sus madres.
—Haces lo mismo que mi madre —señaló Sean, imprudentemente según se vio, porque fue el siguiente en recibir un pescozón en el cogote.
Nick intercambió miradas comprensivas con los chicos antes de prestar toda su atención a ________, hablándole en tono dulce y paciente.
—Cuéntame cómo has llegado a esto, cariño.
________ lanzó las manos al cielo.
—No tengo ni idea. En verano era sólo Dean el que se dejaba caer por aquí. Luego empezó a traer a Jason y a Dewitt con él. Luego Arté me pidió que le echara un ojo a Sean, y le invité a venir (un día nada más, cuidado) y él se presentó con Leandro y Matt. Uno de los Stars por aquí, uno de los Bears por allá... Una cosa llevó a la otra. Y ahora tengo entre manos unos disturbios potencialmente mortales en mitad de mi sala de estar.
—Te dije que no te preocuparas por eso —dijo Jason—. Esto es terreno neutral.
—Sí, claro. —Echaba fuego por los ojos—. Terreno neutral, hasta que alguno se cabree, y entonces me vendréis todos: «Perdona, ________, pero parece que te faltan las ventanas de la fachada y la mitad del piso de arriba.»
—La única persona que se ha cabreado desde que estamos aquí eres tú —murmuró Sean.
_________ puso una expresión tan cómicamente asesina que Eddie echó cerveza por la nariz, o tal vez fertilizante de violetas, lo que hizo partirse de risa a todo el mundo.
_________ se lanzó sobre Nick, le agarró por la pechera de la camisa, se alzó de puntillas y le increpó entre dientes.
—Se van a emborrachar, y luego uno de estos idiotas empotrará su Mercedes en un coche lleno de monjas. Y yo seré responsable legal. Esto es Illinois. En este Estado hay leyes que regulan la hospitalidad.
Por primera vez, Nick se sintió decepcionado con ella.
—¿No les has quitado las llaves?
—Claro que les he quitado las llaves. ¿Crees que estoy loca? Pero...
De golpe, se abrió la puerta de la calle y el señor picha brava Robillard entró como el rey del mambo, engalanado con sus Oakley, diamantes y botas vaqueras. Saludó a la concurrencia con dos dedos, como si fuera el puto rey de Inglaterra.
—Oh, mierda. Ahora sí que estoy jodida. —_________ tiró aún más fuerte de la camisa de Nick—. Alguien se lo llevará de marcha esta noche. Lo presiento. Acabará con un brazo roto, o inutilizado, y yo me las tendré que ver con Phoebe.
Nick le abrió los dedos con mucha delicadeza.
—Relájate. Romeo sabe cuidar de sí mismo.
—Yo sólo quería ser una casamentera. ¿Tan difícil es de entender? Una simple casamentera. —Cayó bruscamente sobre sus talones de nuevo—. Mi vida es una ruina.
Leandro frunció el entrecejo.
—_________, tu actitud está empezando a ponerme de los nervios.
Robillard se plantó junto a ella en tres zancadas. Miró largamente a Nick y a continuación le pasó el brazo por los hombros a _________ y le dio un beso de ventosa en la boca. Nick sintió una explosión interna de furia. Su mano derecha se crispó en un puño, pero estaban en casa de __________, que nunca se lo perdonaría si hacía lo que le estaba apeteciendo.
—_________ es mi chica —anunció Dean al separar sus labios mirándola a los ojos—. El que le dé problemas se las tendrá que ver conmigo... y con mi línea de defensa.
_________ pareció molesta, lo que hizo que Nick se sintiera muchísimo mejor.
—Puedo cuidar de mí misma. Lo que no puedo es lidiar con una casa llena de tarugos borrachos.
—Qué dura eres —dijo Eddie, con aire ofendido.
Dean le acarició un hombro.
—Chicos, ya sabéis lo irracional que se puede volver una mujer embarazada.
Hubo un asentimiento alarmantemente unánime.
—¿Te has hecho la prueba como te dije, muñeca? —Dean volvió a envolverla con el brazo—. ¿Ya sabes si llevas ahí al hijo de mi amor?
Aquello pareció resultar demasiado para ________, porque se echó a reír.
—Necesito una cerveza. —Enganchó la botella de Tremaine y la apuró.
—No deberías beber si estás embarazada —dijo Eddie Skinner de mala cara.
Leandro le dio un manotazo en la cabeza.
Nick cayó en la cuenta de que hacía semanas que no se divertía tanto.
Cosa que le hizo acordarse de Delaney.
_________ había estado demasiado agobiada para reparar en ella entre el mogollón, y Delaney no se había movido del sitio, clavada bajo el umbral de la entrada. Estaba apoyada de espaldas en la pared, con su eterna sonrisa solícita congelada en la cara, pero tenía los ojos vidriosos y un punto enajenados. Delaney Lightfield, amazona, campeona de tiro al plato, golfista y esquiadora consumada, acababa de tener una fugaz visión de su futuro, y no le estaba gustando lo que veía.
—Por favor, que nadie me deje comer más de un rollo de primavera. —________ dejó su botella vacía sobre una pila de revistas—. Ya me empieza a costar subirme la cremallera de los vaqueros. —Miró severamente a Eddie, que aún le fruncía el ceño—. Y no estoy preñada.
Robillard seguía buscando bronca.
—Sólo porque no he puesto suficiente empeño. Nos ocuparemos de eso esta noche, muñeca.
_________ miró al cielo y a continuación buscó a su alrededor un sitio donde sentarse, pero todas las sillas estaban ocupadas así que acabó en las rodillas de Sean, sentada remilgada pero cómodamente.
—Y sólo puedo tomar una porción de pizza.
Nick tenía que hacer algo con Delaney y se acercó hasta ella
—Lamento todo esto.
—Debería mezclarme con la gente —dijo Delaney con determinación.
—No tienes que hacerlo si no te apetece.
—Es sólo que... Resulta un poco abrumador. Es tan pequeña, la casa. Y son tantos...
—Vamos afuera.
—Sí, creo que es la mejor idea.
Nick la acompañó al porche de entrada. Permanecieron en silencio un rato. Delaney contemplaba la casa de enfrente, abrazada a sí misma. Él apoyó un hombro contra un poste, y notó el peso del estuche en su cadera.
—No puedo dejarla —dijo.
—No, no, claro. No lo esperaría de ti.
Él hundió las manos en los bolsillos.
—Supongo que te hacía falta ver cómo es mi vida. Esto es un ejemplo bastante bueno.
—Sí. Qué tontería por mi parte. No me imaginaba... —Soltó una carcajada tensa, de autocensura—. Prefiero el palco.
El la entendió y sonrió.
—Es cierto que el palco mantiene la realidad a cierta distancia.
—Lo siento —dijo ella—. Me lo imaginaba de otra manera.
—Ya lo sé.
Alguien subió nuevamente el volumen de la música. Delaney deslizó los pulgares bajo las solapas de su chaqueta y miró en torno a sí.
—Es sólo cuestión de tiempo que los vecinos llamen a la policía.
La poli tenía tendencia a mirar a otro lado cuando los deportistas de élite de la ciudad hacían el gamberro, pero Nick dudaba que eso fuera a tranquilizarla.
Delaney acarició sus perlas.
—No entiendo cómo puede _________ sentirse cómoda en medio de ese follón.
Nick se decidió por la explicación más sencilla.
—Tiene hermanos.
—También yo.
—________ es una de esas personas que se aburren enseguida. Supongo que podrías decir que ella crea su propia diversión. —Igual que él.
Ella sacudió la cabeza.
—Pero es tan... caótico.
Por eso precisamente se buscaba ________ ese tipo de líos.
—Mi vida es bastante caótica —dijo Nick.
—Sí. Sí, ahora me doy cuenta.
Transcurrieron unos momentos en silencio.
—¿Quieres que te llame un taxi? —preguntó él suavemente.
Ella vaciló antes de asentir.
—Puede que sea lo mejor.
Mientras esperaban, se disculparon mutuamente, y los dos vinieron a decir las mismas cosas, que habían creído que lo suyo funcionaría pero que más valía haber descubierto ahora que no. Los diez minutos que tardó el taxi en llegar se hicieron eternos. Nick le dio al taxista un billete de cincuenta y ayudó a subir a Delaney. Ella le sonrió desde el asiento, más pensativa que triste. Era una persona excepcional, y Nick lamentó por un breve instante no ser la clase de hombre que se pudiera contentar con belleza, inteligencia y destreza atlética. No, para engancharle era necesario el factor Campanilla. Viendo partir el taxi, sintió que se relajaba por primera vez desde la noche en que se conocieron.
Mientras ellos estaban fuera había llegado la comida, pero cuando Nick volvió a entrar en la casa no había nadie comiendo. Estaban todos apelotonados en el cuarto de estar, con la música baja, y la atención puesta en una gorra de la NASCAR colocada boca arriba cerca de los pies de ________. Al acercarse un poco más, vio un surtido de cadenas, pendientes y anillos de oro refulgiendo en el oído.
________ reparó en él y le sonrió.
—Se supone que he de cerrar los ojos, sacar una joya y acostarme con el dueño. Oro macizo por un macizo. ¿No te parece divertido?
Dean estiró el cuello al otro lado de la habitación.
—Sólo para que lo sepas, Niccliff, mis pendientes siguen en mis orejas.
—Eso es porque no valen nada, puta barata. —Dewitt Gilbert el receptor favorito de Dean, le dio una palmada en la espalda.
________ sonrió a Nick.
—Sólo están haciendo el ganso. Saben que no voy a hacerlo.
—A lo mejor sí—dijo Gary Sweeney—. Hay sus buenos quince quilates en esa gorra.
—A la mierda. Siempre he querido acostarme con una pelirroja natural. —Reggie O'Shea se quitó de pronto el crucifijo recamado de piedras preciosas del cuello y lo metió en la gorra.
Los hombres se quedaron mirándolo.
—Ahí te has pasado, eso no está bien —dijo Leandro.
Hubo suficientes murmullos de asentimiento como para que Reggie retirara su cadena.
_________ suspiró, y Nick percibió en su voz un arrepentimiento sincero.
—Esto ha sido divertido, pero se nos va a enfriar toda la comida. Sean, es una colección de joyas magnífica, pero tu madre me mataría.
Por no hablar de lo que le haría Nick.
***
Hacia las dos de la mañana, el suministro de cervezas que un par de los tíos habían estado reponiendo en secreto se agotó por fin, y los asistentes empezaron a desertar. _________ puso a Nick a cargo de realizar pruebas de sobriedad sobre la marcha. Se ocupó de llamar taxis y cargar borrachos en los pocos coches cuyo conductor estaba sereno. En toda la noche sólo se había producido una pelea, y no fue a propósito de las llaves de un coche. Dean encontró ofensivo el comentario de su compañero de equipo Dewitt de que la única razón que puede tener un tío para comprarse un Porsche en vez de un coche atómico como el Escalade era para que hiciera juego con sus medias de encaje. Tuvieron que separarles dos jugadores de los Bears.
—Ahora dime la verdad —le había dicho _________ a Nick en aquel momento—. ¿En serio que han ido a la universidad?
—Sí, pero eso no quiere decir que asistieran a clase.
Para las dos y media, _________ había caído rendida en un extremo del sofá, y Leandro en el otro, mientras que Nick y Dean recogían lo más gordo de aquel desastre en la cocina. Nick lanzó a Dean una bolsa de basura.
—Esconde aquellas botellas de whisky vacías.
—Puesto que nadie ha resultado muerto, probablemente no le importará.
—Para qué arriesgarse. La he visto bastante cabreada esta noche.
Metieron el grueso de los restos de comida en bolsas de basura y las sacaron al callejón. Dean observó a Sherman con una mueca de disgusto.
—Figúrate que ha intentado convencerme para que nos cambiáramos los coches. Decía que conducir ese montón de chatarra durante un par de días me ayudaría a mantenerme en contacto con el mundo real.
—Por no mencionar que le daría a ella ocasión de probar tu Porsche.
—Creo recordar que se lo hice observar. —Se dirigieron hacia la casa—. ¿Y cómo es que no has intentado ponerme un contrato en las narices esta noche?
—Estoy perdiendo interés. —Nick le sostuvo abierta la puerta—. Estoy acostumbrado a tratar con tíos menos indecisos.
—De indeciso no tengo un pelo. Te confesaré que la única razón por la que todavía no he firmado con nadie es lo bien que me lo estoy pasando con todo el mundo cortejándome. No te creerías la de cosas que llegan a enviarte los representantes, y no me refiero a entradas de primera fila para algún concierto. Los Zagorski me compraron un Segway.
—Sí, vale, mientras te diviertes, recuerda que a la Nike están empezando a olvidársele los motivos por los que querían tu cara bonita sonriendo a los sin techo desde sus vallas.
—Hablando de regalos... —Dean se apoyó en la encimera, con expresión cautelosa—. He estado admirando el nuevo Rolex sumergible que he visto en los escaparates. Esa gente sí sabe lo que es hacer un buen reloj.
—¿Qué tal si te envío mejor un centro floral que haga juego con tus bonitos ojos azules?
—Qué insensible, tío. —Dean cogió sus llaves del tarro de las galletas de Hello Kitty de ________, junto con una Oreo—. Me cuesta entender que hayas llegado a ser el representante de moda con esa actitud tan fea.
Nick sonrió.
—Parece que nunca lo averiguarás. Tú te lo pierdes.
Dean partió la Oreo en dos con los dientes, le brindó una sonrisa chulesca y salió despreocupadamente de la cocina.
—Ya hablaremos, Nicliff.
Nick metió a Leandro en un taxi. No podía dejar de sonreír. No había nada entre _________ y Dean, más que travesuras. _________ no estaba enamorada de él. Le trataba exactamente igual que a los demás jugadores, como si fueran niños muy crecidos. Toda aquella filfa que le había largado a él era un montaje total. Y si Dean hubiera estado enamorado de ella, era evidente que no la habría dejado sola con otro hombre esa noche.
Estaba tumbada sobre un costado, y su aliento agitaba rítmicamente el rizo de pelo que le caía sobre la boca. Nick buscó una sábana, y ella no se movió un ápice mientras la tapaba. Se sorprendió preguntándose si estaría muy mal que se deslizara bajo esa sábana y le quitara los vaqueros para que durmiera más cómoda.
Muy mal.
Por más vueltas que le diera, sólo se le ocurría una razón para que _________ hubiera montado aquella farsa con Dean. Porque estaba enamorada de Nick, y quería salvar su orgullo. La divertida, combativa, gloriosa _________ Granger le quería. Su sonrisa se ensanchó, y sintió ligero el corazón por primera vez en meses. Era asombroso lo que la lucidez podía hacer por la paz interior de un hombre.
***
Le despertó el teléfono. Alargó la mano más allá de la cama para cogerlo y masculló al auricular:
—Jonas.
Siguió un prolongado silencio. Hundió más la cara en la almohada y se apartó.
—¿Nick? —oyó al otro lado.
Él se frotó la boca con la mano.
—¿Sí?
—¿Nick?
—¿Phoebe?
Oyó como una inspiración indignada y a continuación el chasquido de la comunicación cortada. Abrió los ojos de golpe. Pasaron unos segundos hasta que comprobó sus temores. No estaba en su habitación; el teléfono al que había respondido no era suyo, y aún no eran —echó un vistazo al reloj— las ocho de la mañana.
Fantástico. Ahora Phoebe sabía que había pasado la noche en casa de _________. Estaba jodido. Jodido por partida doble, en cuanto Phoebe se enterara de que había roto con Delaney.
Ya completamente despierto, salió de la cama de ________, en la que no se encontraba _________, desafortunadamente. Pese a las implicaciones profesionales de lo que acababa de ocurrir, no dejaba de sentir el buen humor de la noche anterior. Bajó las escaleras del ático para darse una ducha, y luego se afeitó con la Daisy de ________. No había traído una muda consigo, lo que le dejaba como opciones ponerse los boxers del día anterior o ir sin calzoncillos. Se decidió por esto último, y luego se vistió la camisa del día anterior, muy arrugada por los puños de ________.
Al descender al piso de abajo, la encontró hecha un ovillo, aún encima del sofá, con la sábana arrebujada hasta la barbilla y un pie saliéndole por debajo. Nunca había sido un fetichista de los pies, pero había algo en ese arco encantador que le provocó deseos de hacer con él toda clase de cosas medio obscenas. Claro que casi todas las partes del cuerpo de _________ parecían producir ese efecto en él, cosa que debería haberle dado alguna pista. Apartó la vista de sus deditos y se encaminó a la cocina.
Dean y él no se habían lucido con la limpieza, y la luz de la mañana reveló restos de comida china pegada a las encimeras. Mientras hervía el agua del café, cogió unas cuantas servilletas de papel y quitó lo más gordo. Para cuando volvió a echar una ojeada al cuarto de al lado, _________ había conseguido sentarse. El pelo le ocultaba la mayor parte del rostro, salvo la punta de la nariz y un pómulo.
—¿Dónde están mis vaqueros? —masculló ella—. Da igual. Hablaremos de eso después. —Se envolvió en la sábana y fue trastabilleando hacia las escaleras.
Nick volvió a la cocina y se sirvió café. Estaba a punto de darle un primer sorbo cuando reparó en que una maceta de violetas africanas había ido a parar debajo de la mesa. Él no sabía mucho de plantas, pero las hojas de aquélla parecían bastante ajadas. No podía probar en realidad que nadie se hubiera meado en ella, pero ¿por qué correr riesgos? La sacó al exterior y la escondió debajo de los escalones.
Acababa de terminar de leer los mensajes motivadores de la nevera de _________ cuando oyó un frufrú de ropas. Se volvió y pudo disfrutar de la vista de ________ arrastrando los pies al interior de la cocina. No había llegado al punto de ducharse, pero se había recogido el pelo y lavado la cara, dejándose las mejillas coloradas. Un pantalón corto de dormir de tela escocesa asomaba bajo una sudadera morada que le venía grande. Nick siguió con la vista la línea de sus piernas desnudas hasta sus pies, embutidos en unas zapatillas de deporte de un verde amarillento, hechas polvo. En conjunto, ofrecía un aspecto adormilado, arrugado y sexy.
Le tendió un tazón de café. Ella esperó a darle el primer trago antes de reconocer su presencia, con la voz todavía un poco áspera.
—¿Puedo saber quién me quitó los pantalones?
Él se lo pensó un poco.
—Robillard. El tío es una sabandija.
Ella le miró con ceño.
—No estaba tan inconsciente. Noté que eras tú cuando me bajaste la cremallera.
Nick no habría podido mostrar arrepentimiento ni aunque lo hubiera intentado.
—Se me escapó la mano.
Ella se dejó caer en una silla junto a la mesa de la cocina.
—¿Me lo imaginé yo o estuvo Delaney aquí anoche?
—Estuvo.
—¿Cómo es que no se quedó a echar una mano?
Ahora llegaban a la parte delicada. Nick hizo como que buscaba algo de comer revolviendo en los armarios, pese a que sabía que la habían dejado sin nada. Después de remover un par de latas de tomate frito, cerró las puertas.
—Toda la movida resultó un poco excesiva para ella.
_________ se enderezó en la silla.
—¿Qué quieres decir?
Nick se dio cuenta, demasiado tarde, de que debía haber meditado la forma de exponer aquello en vez de dedicarse a esconder violetas africanas y leer citas inspiradoras de Ophra. Tal vez encogiéndose de hombros pudiera eludir el tema hasta que ella estuviera bien despierta. Lo intentó.
—No funcionó.
—No lo entiendo. —_________ desplegó la pierna que había doblado bajo su cadera y empezó a parecer preocupada—. Me dijo que le estaba cogiendo gusto al fútbol.
—Parece ser que no cuando lo ve de cerca y en su dimensión personal.
Las arrugas se ahondaron en la frente de _________.
—Yo me encargaré de que le coja el tranquillo. Los chicos sólo asustan si dejas que se te suban a las barbas.
No hubiera debido sonreír, pero ¿no era precisamente por esto por lo que su nuevo plan iba a funcionar mucho mejor que el viejo? Desde el mismo principio, _________ le había hecho feliz, pero él estaba tan obcecado en seguir la dirección equivocada que no había comprendido lo que eso significaba. _________ no era la mujer de sus sueños. Ni mucho menos. Sus sueños habían sido el producto de la inseguridad, la inmadurez y la ambición mal orientada. No, _________ era la mujer de su futuro... La mujer de su felicidad.
Su nueva lucidez le decía que ella no iba a tomarse a bien sus noticias sobre Delaney, sobre todo porque él no estaba logrando reprimir del todo su sonrisa.
—La cosa es que... Delaney y yo hemos terminado.
_________ dejó el tazón de café en la mesa con un golpe, y se puso en pie súbitamente.
—No. No habéis terminado. Esto es sólo un bache en el camino.
—Me temo que no. Anoche tuvo ocasión de ver cómo es mi vida, y lo que vio no la hizo feliz.
—Yo lo arreglaré. Cuando haya entendido...
—No, ________ —dijo él, tajante—. Esto no tiene arreglo. No quiero casarme con ella.
Ella explotó.
—No quieres casarte con nadie.
—Eso no es... del todo cierto.
—Es cierto. Y estoy harta de ello. Estoy harta de ti. —Empezó a agitar los brazos—. Me estás volviendo loca, y no lo aguanto más. Estás despedido, señor Jonas. Esta vez yo te despido a ti.
Era una exhibición de temperamento impresionante, así que Nick decidió obrar con cautela.
—Soy un cliente —observó—. No puedes despedirme.
Le traspasó con aquellos ojos color de miel.
—Acabo de hacerlo.
—Diré en mi defensa que mis intenciones eran realmente buenas. —Se llevó la mano al bolsillo y sacó el estuche de joyero—. Pensaba proponerle matrimonio anoche. Estábamos en el Charlie Trotter's. La comida era estupenda, el ambiente perfecto y tenía el anillo preparado. Pero justo cuando me preparaba para dárselo... llamaste tú.
Hizo una pausa para dejar que ella sacara sus propias conclusiones, cosa que, siendo mujer, no tardó en hacer.
—Ay, Dios mío. Fui yo. Ha sido culpa mía.
Un buen representante siempre desviaba las culpas, pero viéndola sumirse en la consternación, supo que tenía que aclararlo.
—Tu llamada no era el problema de fondo. Llevaba toda la noche intentando darle el anillo, pero algo parecía impedirme sacarlo del bolsillo. ¿Eso no te sugiere nada?
Poner las cosas en su sitio no hizo sino llevarla a enfadarse de nuevo.
—¡Ninguna te vale! Te lo juro, le encontrarías pegas a la Virgen María. —Le arrebató el estuche, lo abrió y frunció los labios.
—¿Esto es lo mejor que has encontrado? ¡Eres multimillonario!
—¡Exacto! —Si necesitaba más pruebas de que _________ Granger era un mirlo blanco, ahí las tenía—. ¿No lo ves? A ella le gusta la sutileza en todo. Si hubiera elegido uno con un diamante más grande, le habría hecho sentirse violenta. Odio este anillo. Imagínate cómo reaccionarían los chicos si vieran esa piedrecilla miserable en el dedo de mi mujer.
Ella cerró con un chasquido el estuche y se lo encasquetó de nuevo en la mano.
—Sigues despedido.
—Comprendo. —Se lo guardó en el bolsillo, dio un último sorbo al café y se dirigió a la puerta.
—Creo que será mejor para ambos que lo dejemos estar aquí mismo.
Él anheló que el ligero temblor que apreció en su voz no fuera sólo fruto de su imaginación.
—¿Eso crees? —El impulso de aplacar su indignación a besos casi fue superior a él. Pero por tentadora que fuera la gratificación inmediata, necesitaba concentrarse en el largo plazo, de modo que se limitó a sonreír y dejarla sola.
Fuera, el aire de la mañana tenía el olor vivificante y ahumado del otoño. Respiró hondo y, a paso ligero, echó a andar calle abajo hacia su coche. Verla aquella noche con los muchachos le había abierto los ojos a algo que debía haber comprendido semanas antes. __________ Granger era su pareja ideal.
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
4/4
21 Desde el día en que había entrado en el despacho de Nick la vida de ________ se había convertido en una noria girando a triple velocidad. Ascendía hasta la cumbre, permanecía allí durante unos segundos de inmensa felicidad, y a continuación se precipitaba a lo más bajo en un descenso que le revolvía las tripas. Mientras se preparaba para su fiesta de cumpleaños, se congratuló por haber despedido a Nicholas. Estaba loco. Y, lo que era peor, la había vuelto loca a ella. Aquella noche, al menos, no iba a tener tiempo de pensar en él. Dedicaría sus esfuerzos a asegurarse de que su familia la veía como lo que era, no ya una fracasada, sino una empresaria a las puertas del éxito con treinta y dos años recién cumplidos, que no necesitaba la compasión ni el consejo de nadie. Puede que Perfecta para Ti no fuese candidata a figurar en la lista de las quinientas mayores fortunas, pero como mínimo empezaba a generar beneficios.
Volvió a ponerle la tapa al tubo de brillo labial, salió del baño y cruzó el distribuidor para ir ante el espejo de cuerpo entero del dormitorio de Nana. Le gustó lo que vio. Su vestido de cóctel, de línea trapecio con manga larga, había sido un derroche, pero no lamentaba haberse dejado el dinero. El favorecedor escote, por debajo de los hombros, confería longitud y gracia a su cuello, además de un efecto dramático a su cara y su pelo. Podía haber elegido el vestido en negro, apostando sobre seguro con un criterio más conservador, pero se había decidido por un color melocotón. Le encantaba la dramática yuxtaposición del suave tono pastel con su pelo rojo, que, para variar, no le estaba dando ningún problema y flotaba en torno a su rostro, bellamente alborotado, dejando ver a intervalos un delicado par de pendientes de oro como de encaje. Sus zapatos de tacón alto color crema le aportaban unos centímetros de más, pero no la estatura que le daría el hombre de cuyo brazo iría.
—¿Vas a venir con un novio? —El asombro de Kate por la mañana, cuando desayunaron con sus padres en su hotel, aún chirriaba pero _________ se había mordido la lengua. Aunque la relativa juventud de Dean pudiera pesar en contra de ella, los Granger eran fanáticos del fútbol americano. Toda la familia, a excepción de Candace, seguía a los Stars desde hacía años, y ella confiaba en que el estatus de Dean compensaría su juventud y sus pendientes de diamante.
Echó un último vistazo a su reflejo. Candace llevaría un vestido de Max Mara, pero ¿qué más daba? Su cuñada era una trepa insegura y antipática. _________ hubiera preferido que Doug trajera a Jamison, pero habían dejado a su sobrino en casa, en California, con una niñera. _________ echó una ojeada a su reloj de pulsera. Faltaban aún veinte minutos para que su acompañante de lujo pasara a recogerla. Para que Dean se prestara a aquello, había tenido que prometerle que quedaría permanentemente a su disposición durante el resto de su vida, pero valdría la pena.
De camino al piso de abajo, tomó conciencia, con cierto disgusto, de que había algo patético en que una mujer de treinta y dos años estuviera todavía tratando de ganarse la aprobación de su familia. Tal vez hubiera superado aquello para cuando cumpliera los cuarenta. O tal vez no. Pero debía afrontar la verdad: tenía buenas razones para inquietarse. La última vez que había estado con su familia, le habían escenificado una intervención en toda regla.
«Tienes un potencial tan grande, cariño...», había dicho Kate tomando el ponche de Nochebuena en la terraza de su casa de Naples. «Te queremos demasiado para mantenernos al margen mientras te vemos desperdiciarlo.»
«Está bien estar colgada con veintiún años —había añadido Doug—. Pero si no te has puesto en serio con una profesión a los treinta, empiezas a parecer una perdedora.»
«Doug tiene razón —dijo el doctor Adam—. Nosotros no podemos estar siempre pendientes de ti. Tienes que poner algo de tu parte.»
«Al menos, podías pensar en cómo afecta tu estilo de vida al resto de la familia.» Ése había sido el comentario de Candace, después de dar cuenta de su cuarto vaso de ponche.
Hasta su padre se había sumado al coro: «Da clases de golf. No hay lugar mejor para hacer los contactos adecuados.»
La «fiesta» de esa noche iba a celebrarse en el aburrido club Mayfair, donde Kate había reservado un salón privado. _________ había pretendido invitar al club de lectura en pleno para estar más protegida, pero Kate insistió en que fuera «sólo para la familia». La última novia de Adam y el misterioso acompañante de _________ eran las únicas excepciones.
_________ comprobó la temperatura exterior. Hacía fresco, Halloween estaba próximo, pero el frío no era tanto como para arruinar su atuendo con una de sus chaquetas gastadas. Volvió al interior de la casa y empezó a dar vueltas. Quince minutos aún para que Dean pasara a recogerla. Hoy su familia vería sin duda que no era una fracasada. Tenía buen aspecto, la acompañaría un novio de pega que era un bombón, y Perfecta para Ti empezaba a despegar. Si no fuera por Nick...
Había estado haciendo grandes esfuerzos por no darle vueltas a su infelicidad. No quiso hablar con él desde la fiesta del fin de semana anterior, y, hasta el momento, él acataba su petición de que la dejara en paz. Incluso resistió la tentación de llamarle para agradecerle las cajas de delicatessen y licores caros que le había hecho llegar para reabastecer su despensa. El motivo por el que había incluido una solitaria violeta africana seguía siendo un misterio.
Por doloroso que le resultara, sabía que Nick era una inversión emocional que no podía seguir permitiéndose. Durante meses trató de convencerse de que sus sentimientos hacia él tenían más que ver con la lujuria que con el amor, pero no era verdad. Le amaba de tantas maneras que había perdido la cuenta: porque básicamente era una buena persona; por su sentido del humor; por lo bien que la entendía... Pero sus desequilibrios emocionales tenían unas raíces kilométricas, hundidas en lo más profundo, y le habían causado daños irreparables. Era capaz de la lealtad más absoluta, de una dedicación completa, de ofrecer fuerza y consuelo, pero ella no creía ya que fuera capaz de amar. Tenía que erradicarle de su vida.
Sonó el teléfono. Como fuera Dean para decirle que no podía acudir, no se lo perdonaría nunca jamás. Fue corriendo al despacho y se apresuró a coger el auricular, antes de que el contestador saltara.
—¿Hola?
—Escúchame: esto es por un asunto personal, no de negocios —dijo Nick— así que no me cuelgues. Tenemos que hablar.
El simple sonido de su voz hizo que el corazón le diera un pequeño brinco.
—No sé de qué.
—Me despediste —dijo él con toda calma—. Te lo respeto. Ya no eres mi casamentera. Pero seguimos siendo amigos, y en interés de nuestra amistad tenemos que discutir la página trece.
—¿La página trece?
—Me has acusado de ser arrogante. Yo siempre lo he visto más bien como confianza en mí mismo, pero estoy aquí para decirte que ya no. Después de examinar estas fotos... Cielo, si esto es lo que buscas en un hombre, creo que ninguno va a dar la talla.
Ella tenía la impresión creciente de que entendía exactamente lo que estaba diciéndole, y se sentó en la esquina del escritorio.
—No tengo ni idea de qué me estás contando.
—¿Quién iba a decir que la silicona elástica viniera en tantos colores?
Su catálogo de juguetes sexuales. Se lo había llevado hacía meses. Esperaba que se hubiera olvidado de ello a esas alturas.
—La mayor parte de estos productos parecen ser hipoalergénicos —prosiguió Nick—. Eso está bien, supongo. Algunos van a pilas, otros no. Supongo que eso es cuestión de preferencias. Éste lleva un arnés. Bastante morboso. Y... ¡Qué hijos de puta! Aquí dice que éste puede meterse en el lavavajillas. Mira que me gusta... Pero lo siento mucho, hay algo en eso que le quita a uno las ganas.
Tendría que colgarle, pero le había echado tanto de menos...
—Sean Palmer, ¿eres tú? Si no dejas de decir guarradas voy a contárselo a tu madre.
No picó.
—En la página catorce, arriba del todo... Este modelo viene con una especie de bomba de mano. Has doblado la esquina, así que debes estar interesada.
Estaba casi segura de no haber doblado la esquina de ninguna página, pero a saber...
—¿Y qué hay de éste de la ventosa? La cuestión es: ¿dónde hay que pegarlo, concretamente? Una pequeña advertencia, corazón, si pegas algo así en la ventana de tu habitación o, demonios, en el salpicadero de tu coche... conseguirás atraer la clase de atención que no te conviene.
Ella sonrió.
—Dime sólo una cosa, __________, que tengo que irme ya. —Su voz bajó a un tono intimista y cálido que la hizo estremecerse—. ¿Por qué va a interesarle a una mujer uno artificial, cuando uno de verdad funciona mucho mejor?
Mientras ella buscaba la réplica justa, él colgó. _________ hizo unas cuantas inspiraciones profundas, pero no consiguió serenarse. Por más que intentara protegerse, él siempre le llegaba adentro, lo cual era la principal razón por la que no podía permitirse conversaciones como aquélla.
Sonó el timbre. Gracias a Dios, Dean llegaba antes de hora. Saltó del escritorio y se presionó las mejillas con las manos para enfriarlas un poco. Adoptando una sonrisa forzada, abrió la puerta de la calle.
Nick estaba plantado al otro lado.
—Feliz cumpleaños. —Guardó su móvil en el bolsillo, bajó el catálogo y le rozó los labios con un beso rápido y leve, que a duras penas pudo ella refrenarse de devolver.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Estás preciosa. Preciosa es poco. Desgraciadamente, tu regalo no lo traen hasta mañana, pero no quiero que pienses que se me ha olvidado.
—¿Qué regalo? Da igual. —Se forzó a bloquear la entrada en vez de abrirle los brazos—. Dean va a pasar a recogerme en diez minutos. No puedo hablar contigo ahora.
Él la hizo a un lado para poder entrar.
—Me temo que Dean está indispuesto. He venido a sustituirle. Me gusta tu vestido.
—¿De qué estás hablando? He hablado con él hace tres horas y se encontraba bien.
—Estos virus estomacales son fulminantes.
—Es una bola. ¿Qué le has hecho?
—No he sido yo. Ha sido Kevin. No sé por qué se empeñó anoche en repasar vídeos de partidos con él. No le cuentes que lo he dicho, pero tu amigo Kevin puede ser un verdadero gilipollas cuando quiere. —Le acarició el cuello con la nariz, justo detrás de un pendiente—. Diantre, qué bien hueles.
A _________ le costó unos instantes más de la cuenta apartarse.
—¿Está Molly al tanto de esto?
—No exactamente. Por desgracia, Molly se ha pasado al lado oscuro junto a su hermana. Esas dos mujeres se pasan varios pueblos en su afán por protegerte. Es por mí por quien deberían preocuparse. No sé cómo no han entendido aún que puedes cuidar de ti misma.
A ella le complació saber que él sí lo comprendía, pero siguió resistiéndose a ceder a su encanto de representante adulador.
—No quiero ir a mi fiesta de cumpleaños contigo. Mi familia no sabe que ya no eres cliente mío, así que les parecería un poco raro. Además, quiero ir con Dean. Con alguien que les impresione.
—¿Y crees que yo no lo haré?
Ella pasó revista a su traje gris oscuro —probablemente de Armani—, su corbata de marca, y el reloj que llevaba esa noche, un Patek Philippe increíble, de oro blanco. Su familia se tumbaría de espaldas y le pedirían que les rascase las barrigas.
Él sabía que se la iba a camelar. ________ lo vio en su sonrisa ladina.
—Bueno, vale —dijo, gruñona—. Pero te lo advierto desde ahora: mis hermanos son los tíos más ignorantes, repelentes y dogmáticos que te puedas echar a la cara. —Alzó los brazos al cielo—. ¿Por qué gasto saliva? Te van a encantar.
***
Y él les encantó a ellos. Sus expresiones atónitas al entrar ella en el comedor privado revestido de nogal del club Mayfair, con Nick a su vera, colmaron todas sus fantasías. Primero comprobaron que no llevaba alzas en los zapatos, luego tasaron mentalmente su atuendo. Antes incluso de proceder a las presentaciones, le habían admitido como a uno de los suyos, un miembro más del club de los grandes triunfadores.
—Mamá, papá, éste es Nicholas Jonas, y ya sé lo que estáis pensando. A mí también me sonó a falso. Pero su apellido era originalmente Jonas, y habréis de admitir que Jonas es un buen nombre desde el punto de vista del márketing.
—Muy bueno, para el márketing —dijo Kate, en tono aprobatorio. Su pulsera favorita, una de oro con dibujos grabados, tintineo contra otra de Nana, antigua, con mucho encanto. Al mismo tiempo, dirigió a _________ una mirada inquisitiva, que ella fingió no ver, ya que no había pensado aún en cómo explicar que el hombre que conocían como su cliente más importante se presentase como su acompañante.
Kate lucía esta noche uno de sus trajes de punto de St. John de un color champán que entonaba a la perfección con su pelo rubio ceniza, que llevaba con un corte a lo paje como Gena Rowlands a la altura de la mandíbula, desde que _________ tenía memoria. Su padre vestía su blazier azul marino favorito, camisa blanca y una corbata del mismo gris que los vestigios de su pelo rizado. En tiempos había sido de color caoba, como el de su hija. Una insignia con la bandera americana adornaba su solapa, y, al abrazarle, _________ aspiró su familiar perfume a papá: espuma de afeitar brut, loción limpiadora seca y piel de cirujano, frotada a conciencia.
Nick empezó a estrechar manos.
—Kate, Chet, es un placer.
Aunque __________ había visto ya a sus padres en el desayuno, sus hermanos habían llegado en avión sólo unas horas antes, e intercambió abrazos con ellos. Doug y Adam habían heredado de Kate su agraciado aspecto —rubios, de ojos azules—, pero no así su tendencia a cargar con algún kilo de más en torno a la cintura. Estaban especialmente guapos esa noche, triunfadores con cuerpos endurecidos.
—Doug, tú eres el contable, ¿no es así? —Los ojos de Nick despedían un brillo de respeto—. Tengo entendido que te han hecho vicepresidente de Reynolds y Peate. Impresionante. Y Adam, el mejor cardiocirujano de San Luis. Es un honor.
Los hermanos Granger se sintieron igualmente honrados, y los tres se dieron amistosas palmaditas en los hombros.
—He leído sobre ti en los periódicos...
—Te has hecho toda una reputación...
—... tu nómina de clientes es asombrosa...
La cuñada de _________ se aplicaba el perfume como si fuera repelente para insectos, así que la abrazó en último lugar. Excesivarnente bronceada, con un maquillaje agresivo e infralimentada, Candace llevaba un vestido negro corto y sin tirantes para exhibir el color de sus brazos y sus impecables pantorrillas. Los diamantes de sus pendientes eran casi tan grandes como los de Sean Palmer, pero _________ seguía pensando que parecía un caballo.
Nick brindó a Candace su combinado especial: sonrisa sexy y mirada directa, rebosante de sinceridad.
—Vaya, Doug, ¿cómo es que un tío tan feo como tú ha conquistado a semejante belleza?
Doug, que sabía perfectamente lo guapo que era, se rió. Candace agitó coquetamente las extensiones caoba de su pelo.
—La pregunta es... ¿cómo es que una chica como __________ ha persuadido a alguien como tú de que se uniera a nuestra pequeña fiesta familiar?
_________ sonrió con dulzura.
—Le he prometido que después le dejaría atarme y azotarme.
El comentario divirtió a Nick, pero su madre soltó un bufido.
—_________, no todos los presentes están familiarizados con tu sentido del humor.
________ dirigió su atención a la única persona en la sala que no conocía, la última conquista de Adam. Al igual que las previas, incluida su ex mujer, era una chica bien trajeada, atractiva, de facciones cuadradas, llevaba una coleta castaña oscura cortada de un tajo, y carecía por completo de encanto. La simple visión de aquellos labios finos y serios anunciaba que su hermano había vuelto a elegir a una hembra emocionalmente robótica.
—Ésta es la doctora Lucille Menger. —Deslizó un brazo protector por sus hombros—. Nuestra muy talentosa nueva patóloga.
«Una elección profesional muy acertada, Lucy. Así no necesitas preocuparte por el trato con los pacientes.»
Nick le dirigió su sonrisa de mil vatios.
—Parece que tú y yo somos los únicos extraños a la familia esta noche, así que no deberíamos separarnos. Por lo que sabemos, esta gente podrían ser asesinos en serie.
Los padres y hermanos de _________ se rieron, pero Lucille pareció desconcertada. Finalmente, se disipó la niebla en su cerebro.
—Ah, es un chiste.
_________ lanzó una mirada rápida a Kate, pero aparte de un leve movimiento de ceja, su madre no dio señal alguna que deja entrever nada. La irritación de _________ aumentó mucho más. Su hermano tenía un historial insuperable eligiendo a aquellas cerebritos carentes de sentido del humor, pero ¿organizaba alguien una intromisión en la vida del doctor Adam? No, señor. Sólo en la de ___________.
Nick puso cara de pillo arrepentido.
—Un chiste muy malo, me temo.
Lucille pareció aliviada de saber que no era ella.
Kate siempre reservaba el comedor privado del segundo piso del club Mayfair para las reuniones familiares de los Granger en Chicago. Decorada como una casa solariega inglesa, llena de bronce pulido y de chinzs, la sala incluía una zona con asientos muy acogedora junto a una ventana abalconada, con parteluces, que daba a la plaza Delaware, y allí se sentaron a tomar el aperitivo y entregar los regalos. Doug y Candace la obsequiaron con un vale certificado para un salón de belleza de la ciudad. Estaba claro a quién se le había ocurrido esa idea. Adam le regaló un reproductor de DVD nuevo, junto con una colección de vídeos de musculación; muchas gracias. Cuando desenvolvió el regalo de sus padres, descubrió un traje azul marino carísimo que no se pondría ni muerta, pero que no podía devolver porque Kate lo había encargado en su boutique para mujeres trabajadoras favorita de San Luis, y el encargado se pondría a dar alaridos.
—Toda mujer necesita un traje sufrido cuando empieza a hacerse mayor —dijo su madre.
Nick torció la boca.
—Yo también tengo un regalo para _________. Lamentablemente, no estará listo hasta el lunes.
Candace le presionó para que diera más detalles, pero se negó a decir ni una palabra. Kate no podía reprimir más tiempo su curiosidad acerca de por qué había venido.
—A nosotros no nos importa que _________ se presente sin nadie, aunque ella dice que le hace sentirse como una quinta rueda. En tanto que cliente suyo, no tenías ciertamente obligación de acompañarla, pero... En fin, debo decir que estamos todos muy contentos de que aceptaras unirte a nosotros...
Acabó la frase con un signo de interrogación implícito. _________ confió en que Nick conseguiría de una forma u otra acabar con la presunción por parte de su madre de que la acompañaba por compasión, pero él estaba más centrado en resultar encantador.
—Para mí es un placer. Estaba deseando conoceros a todos. _________ me ha contado unas historias asombrosas sobre tu carrera en la banca, Kate. Has sido una verdadera pionera para las mujeres.
Kate se derretía oyéndole.
—No sé si tanto, pero sí te diré que en aquel entonces las cosas resultaban mucho más difíciles para las mujeres que ahora. No paro de decirle a _________ la suerte que tiene. Hoy en día, los únicos obstáculos que se interponen en el camino del éxito para una mujer son los que ella misma se crea.
«Toma.»
—Está claro que la habéis educado bien —dijo Nick, adulador—. Es asombroso lo que ha conseguido crear en tan corto espacio de tiempo. Debéis de estar muy orgullosos de ella.
Kate miró fijamente a Nick para ver si estaba hablando en broma. Candace soltó una risita por lo bajo. No es que _________ odiara a su cuñada, pero no estaría la primera en la fila si algún día Candace llegaba a necesitar un donante de riñón.
Kate estiró el brazo para darle a ________ unas palmaditas en la rodilla.
—Te expresas con mucho tacto, Nick. Mi hija siempre ha sido un espíritu libre. Y esta noche estás preciosa, cariño, aunque es una lástima que no tuvieran ese vestido en negro.
_________ suspiró. Nick sonrió, y luego se volvió a Candace, que había maniobrado para situarse en el sofá de cuero entre Doug y él.
—Tengo entendido que Doug y tú tenéis un niño pequeño muy inteligente.
¿Inteligente? Lo más que había dicho _________ de Jamison era que había aprendido a atraer la atención de todo el mundo a base de hacerse pis en la alfombra del salón. Pero el clan de los Granger se lo tragó.
Kate estaba radiante de orgullo.
—Me recuerda tanto a Doug y Adam a su edad...
«¿Por lo pequeño que tenían el pene?»
—Vamos a hacerle pruebas —dijo Doug—. No queremos que se aburra en el colegio.
—Le encanta su clase de conocimiento de la naturaleza. —Una hebra de las extensiones capilares de Candace se le había pegado al brillo de labios, pero no parecía haberse dado cuenta—. Le estamos enseñando a reciclar.
—Es asombrosa la coordinación que demuestra para tener tres años —dijo Adam—. Va a ser todo un atleta.
Kate estaba henchida de orgullo maternal.
—Doug y Adam fueron nadadores.
_________ también había sido nadadora.
—________ también nadaba. —Kate se sujetó un rizo rubio detrás de la oreja—. Desafortunadamente, no tenía tanta afición como sus hermanos.
Traducción: ella nunca ganó medallas.
—Yo lo hacía sólo para divertirme —murmuró, pero nadie le hizo caso, porque su padre acababa de decidir intervenir en la conversación.
—Voy a cortar mi viejo hierro del siete para Jamison. Nunca es demasiado pronto para que se aficionen al golf.
Candace se embarcó en una descripción de las proezas académicas de Jamison, y el Señor Encantador le dio todas las respuestas correctas. Kate miraba con orgullo a sus hijos.
—Tanto Doug como Adam habían aprendido a leer a los cuatro años. No palabras sueltas, sino párrafos enteros. Me temo que a _________ le costó un poquito más. No es que fuera lenta, no lo era en absoluto, pero le costaba estarse quieta.
Le seguía costando.
—Un pequeño desorden de déficit de atención no es necesariamente algo malo —dijo ________, sintiéndose obligada a terciar—. Al menos, te proporciona un amplio abanico de intereses.
Todos se la quedaron mirando, incluso Nick. Cuadraba. En menos de media hora, había desertado de la mesa de los perdedores y se había hecho con una plaza fija entre los chicos modélicos.
La agonía se prolongó con la llegada de los aperitivos; se sentaron en torno a la mesa, dispuesta con un mantel de lino blanco, rosas rojas y candelabros de plata.
—Así que ¿cuándo vas a venir a ver el ala nueva de cardiología, Patatita? —Adam se había sentado a su lado, y enfrente de su novia—. Qué risa, Lucille. La última vez que _________ vino de visita, alguien se había dejado un cubo de fregar en la recepción. _________ iba hablando, como de costumbre, y no lo vio. ¡Pataplaf!
Se echaron todos a reír, como si no hubieran oído aquella historia una docena de veces por lo menos.
—¿Os acordáis de aquella fiesta que hicimos antes de empezar nuestro último año de instituto? —Doug se tronchaba de risa—. Mezclamos los culos de todos los vasos y desafiamos a Patatita a que se bebiera aquel maldito brebaje. Dios, creí que no iba a acabar de vomitar nunca.
—Sí, oye, qué bonitos recuerdos, sí señor. —__________ apuró su copa de vino.
Por fortuna, estaban más interesados en acribillar a Nick a preguntas que en torturarla a ella. Doug quiso saber si había pensado en abrir una oficina en Los Ángeles. Adam le preguntó si había admitido a algún socio. Su padre le preguntó por su nivel al golf. Todos estuvieron de acuerdo en que el trabajo duro, unos objetivos bien definidos y un buen backswing eran las claves del éxito. Para cuando atacaron los entrantes, __________ pudo ver que Nick se había enamorado de su familia tanto como su familia de él.
Kate, no obstante, no había satisfecho aún su curiosidad sobre por qué se había presentado en calidad de acompañante.
—Cuéntanos cómo va tu búsqueda de esposa. Tengo entendido que estás trabajando con dos casamenteras.
_________ decidió destapar el asunto de una vez.
—Una casamentera. Yo le he despedido.
Sus hermanos se rieron, pero Kate le dirigió una mirada severa por encima de su panecillo.
—_________, tienes un sentido del humor de lo más extraño.
—No estaba bromeando —dijo ella—. Era imposible trabajar con Nick.
Un silencio sepulcral cayó sobre la mesa. Nick se encogió de hombros y dejó su tenedor.
—Parece que me costaba bastante cumplir con la parte que me tocaba, y _________ no tolera muchas tonterías cuando de trabajo se trata.
Su familia se había quedado con la boca abierta, todos menos Candace, que se acabó su tercera copa de chardonnay y decidió que ya era hora de sacar su tema de conversación predilecto.
—Nunca lo oirás de boca de uno de ellos, Nick, pero la familia Granger es de las más antiguas de San Luis, no sé si me entiendes
Nick enroscó los dedos en torno al pie de su copa.
—No estoy muy seguro.
Por más que se alegrara de cambiar de tema, _________ deseó que Candace hubiera elegido algún otro. A Kate tampoco le hacía feliz, pero ya que Candace había decidido portarse mal en lugar de _________, se limitó a pedirle a Lucille que le pasara la sal.
—La sal hace subir la tensión arterial —se sintió en el deber profesional de apuntar Lucille.
—Fascinante. —Kate le pasó el brazo por delante para coger el salero.
—Los Granger son una de las familias originales de las destilerías de San Luis —dijo Candace—. Prácticamente, fundaron ellos la ciudad.
_________ reprimió un bostezo.
Nick, sin embargo, abandonó su costilla de primera para prestarle a Candace toda su atención.
—No me digas.
Candace, una esnob de nacimiento, estuvo más que encantada de extenderse en detalles.
—Mi suegro esperó a acabar el instituto para anunciar que pensaba dedicarse a la medicina en vez de a la cerveza. Su familia se vio forzada a vender el negocio a la Anheuser-Busch. Según parece, la historia fue la comidilla de los periódicos locales.
—Me lo figuro. —Nick buscó la mirada de _________, al otro lado de la mesa—. Nunca me comentaste nada de esto.
—Ninguno lo hace —dijo Candace en un susurro de conspiradora—. Les avergüenza haber nacido ricos.
—Avergonzarnos, no —dijo Chet con firmeza—. Pero Kate y yo hemos creído siempre en el valor del trabajo duro. No teníamos la menor intención de criar a unos hijos sin nada mejor que hacer que contar el dinero de sus fideicomisos.
Dado que ninguno de ellos podría tocar el dinero de sus fideicomisos hasta que tuvieran unos ciento treinta años, __________ nunca había entendido dónde estaba el chollo.
—Hemos visto a demasiados jóvenes arruinarse así—dijo Kate.
Candace tenía otro chisme que desvelar.
—Parece que se armó bastante revuelo cuando Chet llevó a Kate a su casa. Los Granger pensaron que se rebajaba casándose con ella.
Lejos de ofenderse, Kate se mostró arrogante.
—La madre de Chet era una esnob terrible. No podía evitarlo, la pobre. Era un producto de esa cultura de la alta sociedad de San Luis tan cerrada, que es precisamente por lo que puse tanto empeño, podría añadir que en vano, en convencer a _________ de que no hiciera puesta de largo. Puede que mi familia fuera de clase trabajadora; sabe Dios que mi madre lo era, pero...
—No te atrevas a hablar mal de Nana. —_________ acuchilló una judía verde.
—... pero yo podía aprenderme las normas de etiqueta tan bien como cualquiera —prosiguió Kate sin alterarse en ningún momento—, y no me llevó mucho tiempo encajar perfectamente entre los encopetados Granger.
Chet miró a Kate con orgullo.
—Para cuando murió mi madre, se preocupaba más por Kate que por mí.
Nick no había apartado la vista de _________.
—¿Tuviste puesta de largo?
Ella se puso toda estirada, levantando la barbilla.
—Me encantaban los trajes, y en aquel momento parecía buena idea. ¿Tienes alguna objeción?
Nick se echó a reír, y el ataque le duró tanto que Kate tuvo que sacar un pañuelo de su bolso y pasárselo para que se secara los ojos. ________ no entendió, francamente, qué era lo que encontraba tan gracioso.
Candace permitió, imprudentemente, que el camarero le rellenara la copa de vino.
—Luego estaba el Meandro, la casa en la que se criaron todos...
Nick resopló, divertido.
—¿Vuestra casa tenía nombre?
—A mí no me mires —replicó _________—. Se lo pusieron antes de que yo naciera.
—El Meandro era una hacienda, no sólo una casa —explicó Candace—. Aún no nos acabamos de creer que Chet convenciera a Kate para que vendieran la propiedad, aunque su casa de Naples es espectacular.
A Nick le dio otro ataque de risa.
—Qué pesado estás —dijo _________.
Candace siguió describiendo la belleza del Meandro, lo que hizo que a _________ le entrara nostalgia, aunque a Candace se le olvidó mencionar las ventanas que dejaban pasar las corrientes de aire, las chimeneas humeantes y las frecuentes plagas de ratones. Al final, hasta Doug se hartó, y cambió de tema.
***
A Nick le encantaron los Granger, todos y cada uno, con la excepción de Candace, que era una petarda engreída, pero, claro la chica tenía que vivir a la sombra de __________, de modo que estaba dispuesto a mostrarse tolerante. Mirando en torno a aquella mesa, vio a la familia, sólida como una roca, con la que había soñado de niño. Chet y Kate eran unos padres amantísimos que habían dedicado su vida a hacer de sus niños unos adultos bien situados. A _________ le sacaba de quicio la forma en que sus hermanos la pinchaban —le hacían de todo, menos collejas—, pero siendo la pequeña, y la única chica, estaba claro que era su mascota, y observar la no muy sutil competencia entre Adam y Doug por monopolizar su atención resultó uno de los atractivos de la velada. Las sutilezas de las relaciones entre madre e hija se le escapaban. Kate se ponía machacona criticándola, pero no dejaba de buscar excusas para tocar a _________ siempre que podía, y le sonreía cuando ella no miraba. En cuanto a Chet... su expresión afectuosa no dejaba lugar a dudas sobre quién era la niña de sus ojos.
Contemplándola al otro lado de la mesa, sintió que el orgullo le atenazaba la garganta. Nunca la había visto tan hermosa ni tan sexy, aunque era cierto que sus pensamientos parecían derivar siempre en esa dirección. Sus hombros desnudos relucían a la luz de las velas, y él sintió deseos de lamer el cúmulo de pecas de aquella graciosa naricilla. El remolino brillante de su pelo le recordaba a las hojas de los árboles en otoño, y ardía en deseos de despeinarlo con sus dedos. Si no hubiera estado tan obcecado con su desfasada idea de lo que era una esposa de exhibición, habría comprendido meses antes el lugar que ella ocupaba en su vida. Pero había sido necesaria la fiesta del fin de semana anterior para abrirle los ojos. __________ hacía feliz a todo el mundo, incluido él. Con _________, recordaba que la vida consistía en vivir, no sólo en trabajar, y que la risa era un bien tan precioso como el dinero.
Había cancelado las citas de toda una mañana para elegir su anillo de compromiso, de sólo dos quilates y medio, porque ella tenía las manos pequeñas, y cargar todo el día con tres quilates podría dejarla demasiado cansada para desnudarse por la noche. Tenía exactamente planeado cómo la pediría en matrimonio, y aquella mañana puso en marcha la primera parte de su plan.
Había contratado a la banda de música de la Universidad del Noroeste.
Veía con claridad cómo debería desarrollarse todo. En aquel momento, ella estaba enfadada, de modo que tenía que hacerle olvidar que, hasta hacía pocas semanas, había estado decidido a casarse con Delaney Lightfield. Estaba bastante seguro de que _________ le amaba. La patraña de Dean Robillard lo demostraba, ¿no? Y si estaba equivocado, haría que le amara... empezando aquella misma noche.
La besaría hasta dejarla sin respiración, la subiría al dormitorio, pondría a Nana de cara a la pared, y haría el amor con ella hasta quedar inconscientes los dos. Después, seguiría con todo un cargamento de flores, unas cuantas citas súper-románticas, y una retahila de llamadas obscenas. Cuando estuviera absolutamente seguro de haber derribado la última de sus defensas, la invitaría a una cena especial en el restaurante exclusivo de Evanston. Después de haberla arrullado con la buena comida, el champán y la luz de las velas, le diría que quería ver los paraderos más frecuentados de su antigua universidad y propondría un paseo por el campus de la Noroeste. Por el camino, la arrastraría bajo uno de aquellos grandes soportales con arcadas, la besaría, y probablemente le metería mano un poco, porque, para qué engañarse, le era imposible besar a _________ sin tocarla además. Finalmente, llegarían al lugar en que el campus se abre al lago, y sería allí donde la banda de música del Noroeste les estaría esperando, tocando alguna balada clásica y romántica. Se postraría sobre una rodilla, sacaría el anillo y le pediría que se casara con él.
Fijó aquella imagen en su cabeza, la saboreó, y luego, con una punzada de pena, la dejó ir. No habría banda de música, ni proposición junto al lago, ni tan sólo un anillo para sellar el momento exacto en que la pidiera en matrimonio, dado que el que había elegido no estaría listo hasta la semana siguiente. Iba a renunciar a su plan perfecto porque, después de conocer a la familia Granger y ver lo mucho que significaban los unos para los otros —lo mucho que _________ significaba para ellos—, supo que tenían que formar parte de aquello.
El camarero desapareció, dejándoles con los cafés recién hechos y los postres. Al otro lado de la mesa, __________ increpaba al eminente cardiocirujano de San Luis, que le estaba retorciendo un rizo entre sus dedos y amenazaba con no soltarla hasta que le contara a todo el mundo lo de aquella vez que se había mojado las bragas en la fiesta de cumpleaños de Laurie no-sé-qué.
Nick se puso en pie. Adam soltó el pelo de _________, y ella le dio una patada por debajo de la mesa.
—¡Ay! —Adam se frotó la pierna—. ¡Me has hecho daño!
—Estupendo.
—Chicos...
Nick sonrió. Aquello le encantaba.
—Con vuestro permiso, tengo un par de cosas que anunciar. Primero, sois unas personas fantásticas. Gracias por permitirme tomar parte en esta velada.
Siguió un coro de «bravos», acompañado por el tintineo de las copas. Sólo _________ permanecía en silencio y recelosa, pero lo que estaba a punto de decir debería borrarle aquella expresión severa de la cara.
—Yo no tuve la suerte de crecer en una familia como la vuestra. Creo que todos sois conscientes de lo afortunados que sois de teneros los unos a los otros. —Miró a __________, pero ella estaba buscando su servilleta, que Adam le había pasado a Doug por debajo de la mesa. Esperó a que volviera a asomar la cabeza.
—Hace casi cinco meses que irrumpiste en mi despacho con aquel espantoso vestido amarillo, _________. Durante este tiempo, has puesto mi vida patas arriba.
Kate alzó una mano, sacudiendo sus pulseras con un ruido metálico.
—Si tienes un poco de paciencia, estoy segura de que hará todo lo posible por que todo se arregle. _________ es extremadamente trabajadora. Admito que sus métodos profesionales pueden no ser a lo que estás acostumbrado, pero tiene el corazón en su sitio.
Doug sacó una pluma del bolsillo.
—Estoy pensando en repasar sus archivos de cabo a rabo antes de irme. Con un poco de reorganización y una mano más firme en las riendas, su negocio debería estabilizarse en un tris.
__________ apoyó la barbilla en una mano y suspiró.
—No estoy hablando de Perfecta para Ti —dijo Nick.
Todos le miraron desconcertados.
—Cambió el nombre de la empresa —dijo él, pacientemente—. Ya no se llama Bodas Myrna. La ha llamado Perfecta para Ti.
Adam la miró asombrado.
—¿Es verdad eso?
Candace se ajustó un pendiente.
—¿No podías haber pensado en algo más pegadizo?
—No recuerdo haber oído nada de esto —dijo Doug.
—Yo tampoco. —Chet dejó su taza de café sobre la mesa—. Nadie me cuenta nunca nada.
—Yo te lo dije —replicó Kate en tono cortante—. Lamentablemente, no puse un anuncio en el canal de golf.
—¿Qué clase de empresa es? —dijo Lucille.
Mientras Adam explicaba que su hermana era casamentera, Doug sacó su BlackBerry.
—Seguro que no se te ha ocurrido registrar el nombre para protegerlo legalmente.
Nick comprendió que estaba perdiendo su atención, y alzó la voz.
—El asunto es... Hasta que conocí a _________, creía tener perfectamente planeada mi vida, pero a ella no le llevó mucho tiempo señalar que había cometido algunos errores muy serios en mis cálculos.
Kate puso una mueca de contrariedad.
—Ay, señor. Ya sé que no siempre demuestra mucho tacto, pero lo hace con buena intención.
_________ levantó la muñeca de Adam y miró su reloj. A Nick le habría gustado que demostrara un poco más de confianza.
—Sé que todos los presentes reconocéis lo especial que es ________ —dijo—, pero yo no la conozco hace tanto tiempo, y he tardado un poco en darme cuenta.
_________ se puso a frotar una mancha de salsa del mantel.
—Que me haya costado comprenderlo —prosiguió Nick— no quiere decir que sea estúpido. Reconozco la calidad cuando la veo y _________ es una mujer asombrosa. —Ahora sí que disfrutaba de toda su atención, y sintió esa familiar subida de adrenalina que anunciaba los momentos finales previos al cierre de un acuerdo—. Sé que hoy es tu cumpleaños, cariño, lo que significa que deberías ser tú la que reciba regalos, y no yo, pero me siento codicioso. —Se volvió primero hacia un extremo de la mesa, luego al otro—. Chet, Kate, quisiera pediros permiso para casarme con vuestra hija.
Un silencio atónito se adueñó de la sala. Chisporroteó la luz de una vela. Una cuchara cayó con estrépito sobre un plato. __________ se había quedado helada en su silla, en tanto que su familia volvía poco a poco a la vida.
—¿Por qué ibas a querer casarte con ________? —aulló Candace.
—Pero creía que estabas...
—Oh, cariño...
—¿Casarte con ella?
—¿Con nuestra __________?
—Ella no nos había dicho nada de...
Kate hurgó en su bolso en busca de sus pañuelos.
—Éste es el momento más feliz de mi vida.
—Permiso concedido, Jonas.
Doug, sonriendo, estiró el brazo para pellizcar a su madre.
—Que se casen por Navidad, antes de que se dé cuenta del lío en que se mete y cambie de idea.
Nick no había apartado los ojos de __________, dándole tiempo para hacerse a la idea. Sus labios formaban un óvalo torcido; sus ojos se habían vuelto charcos de miel derramada... Y de pronto, sus cejas se juntaron en el centro de su ceño.
—Pero ¿qué dices?
El se esperaba como mínimo un grito ahogado de alegría.
—Quiero casarme contigo —repitió.
Su expresión presagiaba lo peor, y Nick recordó de pronto que _________ muy rara vez hacía lo que él se esperaba, algo que posiblemente habría debido tener en cuenta antes de ponerse en pie.
—¿Y cuándo has tenido esta mágica revelación? —preguntó ella—. No, déjame adivinar. Esta noche, después de conocer a mi familia.
—Pues no. —En esto, al menos, pisaba terreno firme.
—¿Cuándo, entonces?
—El fin de semana pasado, en la fiesta.
En sus ojos brillaba la incredulidad.
—¿Por qué no lo dijiste sobre la marcha?
Demasiado tarde, comprendió que habría debido atenerse a su plan original, pero se negó a dejarse llevar por el pánico. Opón siempre la fuerza a la fuerza.
—Hacía apenas unas horas que había roto con Delaney. Me pareció un poco prematuro.
—Todo esto parece un poco prematuro.
Kate agarró el mantel con la mano.
—__________, estás siendo muy desagradable.
—Pues eso no es nada comparado con cómo me siento yo. —Nick crispó el gesto al verla levantarse como movida por un resorte—. ¿Alguien le ha oído pronunciar esa palabra que empieza con Q? Porque, desde luego, yo no.
Así, sin más ni más, le puso contra las cuerdas. ¿Había creído realmente que no se iba a dar cuenta? ¿Era por eso por lo que había decidido hacer aquello delante de su familia? Empezó a sudar. Si no manejaba la situación con mucho cuidado, todo el invento se vendría abajo en torno a él. Sabía lo que debía hacer, pero en el preciso instante en que debía conservar la calma, la perdió.
—¡Había contratado a la banda de música de la Universidad del Noroeste!
Aquella revelación fue recibida con un silencio de perplejidad.
Había conseguido quedar como un asno. __________ meneó la cabeza con una dignidad y una calma que le ponían nervioso.
—Has perdido la cabeza. Si por lo menos lo hubieras hecho en privado...
—¡__________! —A Kate se le estaba poniendo rojo el cuello—. Sólo porque Nicholas no quiera airear sus más íntimos sentimientos delante de gente que apenas conoce no tienes que pensar que no está enamorado de ti. ¿Cómo va a no quererte nadie?
__________ mantuvo su mirada clavada en la de Nick.
—Te voy a decir una cosa que he aprendido sobre las pitones madre: a veces es más importante prestar atención a lo que no dice que a lo que hacen.
Kate se puso en pie.
—Oye, estás demasiado enfadada para discutir esto ahora mismo. Nicholas es un hombre maravilloso. Mira si no cómo ha encajado enseguida. Espérate a mañana, cuando hayas tenido ocasión de enfriar un poco los ánimos, y entonces podéis hablar de esto los dos tranquilamente.
—Ahorra saliva —masculló Doug—. No hay más que verla para darse cuenta de que la va a fastidiar.
—Venga, Patatita —suplicó Adam—. Dile al hombre que te casarás con él. Por una vez en la vida, sé un poco lista.
Lo último que necesitaba Nick era la ayuda de sus hermanos. A aquellos tíos los quería a su lado en una trinchera, no alrededor de una mujer cabreada. Pedir su mano delante de su familia había sido la peor idea que hubiera tenido nunca, pero no era la primera vez que un acuerdo se le torcía, y aun así se las había arreglado para sacarlo adelante. Lo único que necesitaba era pillarla a solas... y evitar el único tema que ella se empeñaría en discutir.
Y AQUI LES DEJO LA NOVE GRACIAS POR ESPERARME A QUE SUBIERA NOVELA PERO ULTIMAMENTE HE ESTADO MUY ESTRESADA POR LO DE LA PREPA ASI QUE SOLO QUEDAN 2 CAPITULOS EL EPILOGO Y SE ACABA BUENO BYE NOS LEEMOS PRONTO LAS AMO MUCHO SON LAS MEJORES MUCHOS BSS
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
:gasp: como es que no se dio cuenta antes de lo que realmente sentía por ella!!!!..... Y ahora medio la pata al pedirle matrimonio delante de roda su familia!!!!!!..... Ellos la quieren pero le an demostrado su amor de una forma nada afectiva!!!!!.... Y descuida esperaré por los otros caapiiiussss
chelis
Re: Match me if you can (Nick y tu)
AIII NO PUEDO ESPERAR AL FINAL, AUNQUE CONFIESO QUE NO QUIERO QUE SE TERMINE :(
SEGUILAAA PRONTOOO!
BESOS!
SEGUILAAA PRONTOOO!
BESOS!
Daick
Página 6 de 7. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 6 de 7.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.