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Match me if you can (Nick y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Match me if you can (Nick y tu)
Unicornias por favor perdonenme es que esto de la prepa me tiene loca porque tuve que ir a la foto y un libro que me dieron para contestar y estudiar y aparte las tareas de la secu :imdead: enserio ya no lo soporto pero por tanto aguante les subo 6 capítulos las AMO y ENSERIO PERDON
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
12
_______ y Nick salieron de Chicago el viernes después de comer. El camping del lago Wind se hallaba al noreste de Michigan, aproximadamente a una hora de la bonita ciudad de Grayling. Kevin y Molly llevaban allí toda la semana, y el resto de miembros del club de lectura iba llegando en coche, pero el señor Súper-representante no disponía de tanto tiempo, de modo que se las había arreglado para que les llevaran en el reactor de la empresa de un amigo. Mientras él llamaba por teléfono, _______, que no había ido nunca en un avión privado, miraba por la ventanilla y se esforzaba por relajarse. Porque ¿qué importaba que Nick y ella fueran a compartir una cabaña durante el fin de semana? Él se pasaría la mayor parte del tiempo por ahí con los hombres o tratando de impresionar a Phoebe, así que apenas le vería, lo que sin duda era lo mejor, pues todas aquellas feromonas tan masculinas que emitía estaban afectándola. Afortunadamente, comprendía la diferencia entre la atracción biológica y el afecto duradero. Puede que estuviera algo salida, pero no era autodestructiva del todo.
Un cuatro por cuatro gris de alquiler les esperaba en la pequeña pista de aterrizaje. Estaban a sólo unos ciento treinta kilómetros de la isla de Mackinac, y el aire cálido de la tarde les traía el vigorizante aroma a pino de los bosques del norte. Nick cargó con su bolsa y con la de ella, las llevó hasta el coche, y luego volvió a por los palos de golf. Ella había estirado su presupuesto para comprarse unas cosas nuevas para el viaje, incluidos los pantalones sueltos de gamuza que llevaba y cuyas finas rayas verticales hacían que sus piernas parecieran más largas. Un coqueto top color bronce realzaba sus pequeños pendientes de ámbar. Se había hecho cortar las puntas y su pelo, por una vez, no le daba problemas. Nick llevaba otro de sus polos carísimos, éste verde musgo, combinado con chinos color piedra y mocasines.
Colocó el equipaje en el maletero y a continuación le lanzó las llaves.
—Usted conduce.
Ella contuvo una sonrisa mientras se sentaba al volante.
—Cada día que pasa, se hacen más evidentes las razones por las que quiere una esposa.
Él dejó su portátil en el asiento de atrás y se acomodó en el del copiloto. _______ consultó las indicaciones de Molly y luego tomó una sinuosa carretera de dos carriles. Se preguntó cómo habría pasado él el Cuatro de Julio. No había vuelto a verle desde el miércoles, cuando le presentó a la arpista del De Paul, que a él le pareció inteligente, atractiva, pero demasiado seria. Concluida la cita, le había pedido más información sobre Gwen. Algún día no muy lejano tendría que contarle la verdad sobre ese asunto. Una idea en absoluto agradable.
Mientras él hacía otra llamada, se concentró en el placer de conducir un coche que no fuera Sherman. Molly no había exagerado al describirle lo bonito que era aquello. Los bosques se extendían a ambos lados de la carretera, en grupos de pinos, robles y arces. El año anterior, ________ se había visto obligada a cancelar sus planes de asistir al retiro porque Kate se presentó en Chicago sin avisar, pero se lo habían contado todo: los paseos que habían dado por el camping, que iban a nadar al lago y que hacían las tertulias literarias en el cenador nuevo que Molly y Kevin habían construido cerca de la zona privada donde vivían, contigua al bed & breakfast. Le sonó todo muy relajante. Pero ahora no se sentía relajada. Se jugaba mucho, y tenía que permanecer centrada.
Nicholas realizó una segunda llamada antes de guardar por fin el teléfono y ocuparse de criticar su forma de conducir.
—Tiene un montón de sitio para adelantar a ese camión.
—Siempre que ignore la doble línea continúa.
—No le pasará nada por pisarla.
—Claro. ¿Para qué preocuparse por una tontería como una colisión frontal?
—El límite de velocidad es de noventa, usted no pasa de cien.
—No me obligue a parar el coche, joven.
Él se rió entre dientes, y pareció relajarse un rato. Sin embargo, no tardó en volver al ataque: suspirar, mover nerviosamente el pie, enredar con la radio. Ella le dirigió una mirada sombría.
—No es usted capaz de pasarse tres días enteros lejos del trabajo ni soñando.
—Claro que sí.
—No sin su móvil.
—Desde luego que no. Ganará usted nuestra apuesta.
—¡No hemos hecho ninguna apuesta!
—Mejor. Detesto perder. Y en realidad no son tres días. Hoy ya he trabajado ocho horas, y el domingo por la mañana salgo para Detroit. Usted ha hecho planes para volver a la ciudad por su cuenta, ¿no?
Ella asintió. Iba a volver en coche con Janine, la otra soltera del grupo. Él echó un vistazo al velocímetro.
—Ha debido de hablar con Molly después de la fiesta, y me atrevo a suponer que la acribillaría a preguntas sobre este fin de semana. ¿Cómo le explicó que viniera con usted?
—Le dije que estaban llamando a la puerta y que enseguida la llamaba. ¿Eso es un pavo silvestre?
—No lo sé. ¿Le devolvió la llamada?
—No.
—Debió hacerlo. Ahora sospechará algo.
—¿Y qué se supone que debía decirle? ¿Que está usted obsesionado con chuparle el culo a su hermana?
—No. Se supone que debía decirle que he estado trabajando demasiado y que eso me ha puesto tan tenso que no me deja apreciar las mujeres estupendas que me está presentando.
—Eso es muy cierto. Debería darle a Zoe otra oportunidad. La arpista —añadió, por si ya se le había olvidado.
—Me acuerdo.
—El solo hecho de que piense que Adam Sandler es imbécil no implica que carezca de sentido del humor.
—A usted le hace gracia Adam Sandler —observó él.
—Sí, pero yo soy una inmadura.
Él sonrió.
—Admítalo. Sabe que no era adecuada para mí. Ni siquiera creo que yo le gustara demasiado. Eso sí, tenía unas piernas magníficas. —Recostó la cabeza en el respaldo, curvando la boca como la cola de una pitón—. Dígale a Molly que no puede encontrarme esposa porque sólo pienso en el trabajo. Dígale que necesita alejarme de la ciudad el fin de semana para poder tener una charla seria conmigo sobre lo confundidas que tengo mis prioridades.
—Lo de sus prioridades es cierto.
—¿Lo ve? Ya está haciendo progresos.
—Molly es muy lista. No se tragará eso ni por un segundo. —No añadió que Molly ya había empezado a tantearla con preguntas sobre qué tal se iba llevando con Nick.
—Usted puede salir airosa le entre ella por donde le entre. ¿Y sabe por qué, campeona? Porque no le asustan los desafíos. Porque usted, amiga mía, vive para los desafíos, y cuanto más duros mejor.
—Sí señor, ésa soy yo. Un verdadero tiburón.
—Así se habla. —Pasaron como una exhalación junto a un indicador que señalaba al pueblo de Wind Lake—. ¿Sabe por dónde va?
—El camping está en la otra punta del lago.
—Déjeme ver.
Al ir a coger la hoja arrugada con las indicaciones que tenía ella sobre el regazo, rozó con el pulgar la cara interior de su muslo, y a ella se le puso la carne de gallina. Por pensar en otra cosa, salió con un poco de agresión pasiva.
—Me sorprende que éste sea su primer viaje al camping. Kevin y Molly suben aquí cada dos por tres. No puedo creer que él no le haya invitado.
—En ningún momento he dicho que no me hayan invitado. —Dejó las instrucciones para fijarse en un indicador—. Kevin es un tío muy entero. No necesita que le lleve de la mano a todas partes como mis clientes más jóvenes.
—Se estás saliendo por la tangente. Kevin no le ha invitado nunca a subir aquí, ¿y sabes por qué? Porque no hay forma de que nadie se relaje con usted al lado.
—Que es exactamente lo que usted está intentando cambiar. —Una señal verde y blanca con letras con ribete dorado apareció la izquierda ante su vista.
CABAÑAS DE WIND LAKE
BED & BREAKFAST
FUNDADO EN 1894
Giraron por un camino estrecho que se abría paso a través de la espesura de los árboles.
—Ya sé que esto podría ser difícil de asumir, pero pienso que debería ser sincero. Todo el mundo sabe que Phoebe y usted están enfrentados, así que ¿por qué no admite sin más que vio la oportunidad de mejorar su relación y decidió aprovecharla?
—¿Para qué Phoebe se ponga a la defensiva? Me parece que no.
—Sospecho que lo va a estar igualmente.
Otra sonrisa desganada.
—No si juego bien mis cartas.
Gravilla nueva repiqueteó contra los bajos del coche, y al cabo de pocos minutos el camping apareció a la vista. Ella observó la umbría zona comunitaria, en la que un grupo de críos jugaba al softball. Casitas como de mazapán, con pequeños aleros que iban soltando pinocha, rodeaban el rectángulo de hierba. Parecía que hubieran pintado cada casa con brochas untadas en un surtido de sorbetes: una, verde lima con cenefa de mango y regaliz, otra de frambuesa con toques de limón y almendra. A través de los árboles, entrevió una franja de playa arenosa y el azul límpido del agua del lago Wind.
—No me extraña que esto le guste tanto a Kevin —dijo Nick.
—Es exactamente igual que el bosque de Nightingale de los libros de Dafne de Molly. Cuánto me alegro de que consiguiera disuadir a Kevin de la idea de venderlo. —El campamento era propiedad de la familia de Kevin desde los tiempos de su bisabuelo, un Pastor metodista itinerante que lo había fundado para organizar retiros espirituales en verano. Acabó heredándolo el padre de Kevin, luego su tía, y finalmente el propio Kevin.
—Los gastos de mantenimiento del lugar son increíbles —dijo Nick—. Siempre me pregunté por qué lo conservaba.
—Ahora ya lo sabe.
—Ahora ya lo sé. —Se quitó las gafas de sol—. Aunque yo no echo en falta salir más al campo. Crecí dando tumbos por los bosques.
—¿Cazando y poniendo trampas ?
—No mucho. Nunca me tiró lo de matar bichos.
—Prefería torturarlos lentamente.
—Qué bien me conoce.
Siguieron la carretera que rodeaba la zona comunitaria. Cada cabaña tenía un rótulo pulcramente pintado encima de la puerta: VERDES PASTOS; LECHE Y MIEL; CORDERO DE DIOS; LA ESCALERA DE JACOB... Ella se detuvo a admirar el bed & breakfast, una majestuosa construcción de estilo reina Ana, con torrecillas y amplios porches, exuberantes helechos colgantes y mecedoras de madera en las que un par de mujeres charlaban sentadas. Nick consultó las indicaciones y señaló hacia una senda estrecha que discurría en paralelo al lago.
—Gira a la izquierda.
Ella así lo hizo. Se cruzaron con una mujer mayor con binoculares y un bastón, y luego con un par de adolescentes en bicicleta. Por fin llegaron al final de la senda, y ella aparcó enfrente de la última cabaña, una casita de muñecas con un rótulo encima de la puerta que rezaba: LIRIOS DEL CAMPO. La casa, pintada de un amarillo cremoso con detalles de rosa apagado y azul claro, parecía salida de un cuento infantil. A ________ le cautivó. Al mismo tiempo, se sorprendió deseando que no estuviera tan apartada de las demás cabañas.
Nick bajó del coche y descargó el equipaje. La puerta mosquitera chirrió al seguirle ella hacia la sala principal de la casita. Todo estaba viejo y desportillado y quedaba hogareño: auténtico estilo añejo, nada de carísimo interiorismo al uso. Paredes color hueso, un cómodo sofá con un estampado de flores desvaído, lámparas de bronce abolladas, un arcón de pino lleno de arañazos... Ella asomo la nariz por una cocina diminuta con un anticuado horno de gas. Al lado de la nevera, una puerta daba a un porche cerrado con tela mosquitera. ________ salió al exterior y vio una mecedora de columpio, combadas sillas de sauce y una vetusta mesa de alas abatibles con dos sillas más de madera pintada.
Nick apareció detrás de ella.
—Ni sirenas, ni el camión de la basura ni alarmas de coche. Me había olvidado de cómo suena el verdadero silencio.
Ella aspiró el aroma fresco y húmedo de la vegetación.
—Da tal sensación de privacidad... Es como un nido.
—Se está a gusto.
Resultaba todo demasiado acogedor para ella, y volvió al interior. El resto de la casa consistía en un cuarto de baño anticuado y dos dormitorios, en el mayor de los cuales había una cama de matrimonio con cabecera de forja. Y dos maletas...
—Nicholas...
Él asomó la cabeza por la puerta.
—¿Qué?
Señaló su maleta.
—Se ha dejado algo aquí dentro.
—Sólo hasta que nos juguemos la cama grande a cara o cruz.
—Buen intento. Es mi fiesta. A usted le toca la habitación del niño.
—Yo soy el cliente, y ésta parece más confortable.
—Ya lo sé. Por eso me la quedo.
—Está bien —respondió, haciendo gala de un buen humor sorprendente—. Yo sacaré el otro colchón al porche. Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que dormí al aire libre—. Puso la maleta de ________ encima de la cama y luego le pasó un sobre que tenía su nombre escrito con letra de Molly—. He encontrado esto en la cocina.
Ella sacó una nota escrita en un papel de cartas de la nueva línea de papelería del bosque de Nightingale.
—Dice Molly que ésta es una de sus cabañas favoritas y que espera que nos guste. La nevera está llena de víveres, y hoy a las seis hay organizada una cena en la playa. —________ se guardó para sí la posdata: «¡No hagas ninguna tontería!»
—Cuénteme más cosas sobre el club de lectura. —Quitó su maleta de en medio y apoyó un hombro en el marco de la puerta, mientras ella volvía a meter la nota en el sobre y se la guardaba en el bolsillo del pantalón—. ¿Cómo llegó a apuntarse?
—A través de Molly. —Abrió la cremallera de su maleta—. Nos reunimos una vez al mes desde hace dos años. El año pasado, a Phoebe se le ocurrió que sería divertido que nos fuéramos todas juntas de fin de semana. Creo que ella estaba pensando en ir a un balneario, pero Janine y yo no nos lo podíamos permitir... Janine escribe libros para adolescentes; así que Molly salió con la idea de venirnos todas al camping. Los hombres no tardaron mucho apuntarse también.
________ y Janine eran dos de las tres únicas componentes del club de lectura no directamente vinculadas a los Stars. La otra era la mujer ideal de Nick, Gwen. Afortunadamente, Ian y ella iban a cerrar la compra de su nueva casa ese fin de semana y no habían podido venir.
Nick soltó un silbido bajo.
—No está nada mal, este club de lectura. Phoebe y Molly. ¿Mencionó usted también a la mujer de Ron McDermitt?
Ella asintió y abrió la maleta.
—Sharon trabajaba antes en un jardín de infancia. Ella es la que nos tiene a raya.
—Y ahora está casada con el director general de los Stars. La conozco. —Miró abiertamente los sujetadores y bragas doblados encima de todo, pero tenía la cabeza puesta en los negocios, no en la lencería—. El día de la fiesta, Phoebe mencionó a un tal Darnell. No puede ser otro que Darnell Pruitt.
—Su mujer se llama Charmaine. —Disimuladamente, dejó caer una camiseta sobre el montoncito de la ropa interior.
—El mejor defensive tackle que han tenido los Stars en toda su historia.
—¿Charmaine jugaba al fútbol?
Pero él era un John Deere afrontando un concurso de arrastre con tractores, y ella no iba a conseguir distraerle.
—¿Quién más?
—Krystal Greer. —Sacó su neceser y lo colocó sobre la encimera de cascado mármol blanco del tocador.
—Son las mujeres los miembros del club, no los hombres. Trate de no avergonzarme.
El soltó un bufido y cogió su maleta, pero se detuvo en la puerta.
—¿Alguien se ha traído a los críos?
—Sólo adultos.
Sonrió.
—Magnífico.
—Salvo por Pippi y Danny. Son demasiado pequeños para dejarlos.
—Mierda.
Ella le puso mala cara.
—¿Qué problema tiene? Son unos niños adorables.
—Uno de ellos es adorable. Firmaría con él ahora mismo, si pudiera.
—Los desplazamientos podrían plantearle alguna dificultad, puesto que aún lo están amamantando. Y Pippi es tan rica como Danny. Esa cría es una joya.
—La meterán en la cárcel antes de que empiece la escuela primaria.
—Pero ¿qué dice?
—Nada, divago. —Salió por la puerta para inmediatamente volver a asomar la cabeza—. Tiene buen gusto para las braguitas, Campanilla. —Luego se marchó.
Ella se desplomó en una esquina de la cama. Al tipo no se le escapaba nada. ¿Qué más cosas podía notar de ella que no quería que viera? Con un mal presentimiento, se cambió los pantalones nuevos por unos shorts color galleta, pero se dejó puesto el coqueto top broncíneo. Después de pasarse los dedos por el pelo, se dirigió al porche. Nick ya estaba allí. El también se había puesto unos shorts, y además una camiseta gris clara que envolvía los contornos de su pecho como el humo de una pipa. Un rayo de luz que se colaba por la mosquitera le iluminaba un pómulo dibujando su perfil duro, inflexible.
—¿Piensa sabotearme este fin de semana? —preguntó él en tono calmado.
Tenía razones para desconfiar, por lo que ella no debería haberse ofendido, pero se ofendió.
—¿Es eso lo que piensa de mí?
—Sólo pretendo asegurarme de que estamos en la misma onda.
—Su onda.
—Todo lo que le pido es que no me desautorice. Yo me encargaré del resto.
—Seguro que sí, eso no lo dudo —dijo ella, con todo el sarcasmo del mundo.
—¿Qué mosca le ha picado? Lleva toda la tarde pinchándome sutilmente.
Se alegró de que lo hubiera notado.
—No sé a qué se refiere.
—Y no es sólo esta tarde. La toma conmigo a la menor ocasión ¿Es algo personal o la expresión de sus sentimientos respecto a los hombres en general? No es culpa mía que su último novio decidiera pasarse al mismo equipo en el que juega usted.
Muy bien. Ahora estaba furiosa.
—¿Quién se lo ha contado?
—No sabía que fuera un secreto.
—No lo es, no exactamente. —Molly nunca se lo habría dicho pero a Kevin aún le costaba trabajo aceptar lo que había hecho Rob lo que le convertía en el culpable más probable. Volvió a arrimar una de las sillas a la mesa. No iba a hablar de Rob con Nick—. Si he estado algo irritable, lo siento —dijo, sin dejar de sonar irritable—, pero me cuesta gran esfuerzo entender a la gente que hace del trabajo el centro de su vida, hasta el punto de excluir las relaciones personales.
—Que es precisamente por lo que me ha traído aquí. Para enmendar eso.
Ahí le había dado.
—¿Andando? —dijo Nick, y señaló la puerta del porche con un gesto.
—¿Por qué no? —Se sacudió el pelo y pasó delante de él—. Es hora de poner en marcha la operación Lamida de Culo.
—Eso quería oír: con convicción, como a mí me gusta.
***
En el fuego, pequeñas explosiones lanzaban chispas al cielo. Sobre la mesa de picnic sólo quedaba la bandeja de bizcochos de chocolate y nueces que Molly había hecho para ellos en la cocina del bed & breakfast aquella tarde. Una pareja joven se encargaba del día a día del camping, pero Molly y Kevin siempre echaban una mano cuando estaban allí. La comida había sido deliciosa: churrasco a la brasa, patatas asadas con un montón de salsas, cebollas dulces perfectamente tostadas en los extremos, y una ensalada aderezada con jugosas rodajas de pera madura. Kevin y Molly habían dejado a los niños con la pareja que llevaba el camping, nadie tenía que coger el coche y corrían el vino y la cerveza. Nicholas se encontraba en su elemento, cordial y encantador con las mujeres, como en casa con los hombres. Era un camaleón, pensó _______, y ajustaba su comportamiento para adecuarse al público. Esa noche, todo el mundo estaba disfrutando de su compañía menos Phoebe, e incluso ella no había ido más allá de lanzarle alguna que otra mirada envenenada.
Cuando empezó a sonar el equipo de música, _______ se fue andando hasta el desierto embarcadero, pero justo cuando empezaba a disfrutar de la soledad oyó el golpeteo resuelto de un par de sandalias hacia ella y se volvió para ver a Molly que se le acercaba. Excepto por el busto, más generoso por haber dado de amamantar a Danny, parecía la misma chica aplicada que _______ conociese hacía más de una década en una clase de literatura comparada. Esa noche, había retirado su lisa melena castaña de la cara con un pasador, y un par de diminutas tortugas de mar de plata pendían de los lóbulos de sus orejas. Llevaba leotardos morados con un top a juego y un collar hecho de tiburones de pasta.
—¿Por qué no me has devuelto las llamadas? —preguntó.
—Lo siento. Se me liaron las cosas. —Tal vez pudiera distraerla—. ¿Te acuerdas que te conté que tenía un cliente hipocondríaco? Le organicé una cita con una mujer que...
—Eso me da igual. ¿Qué está pasando entre Nick y tú?
_______ compuso una expresión de asombrada inocencia, tirando del anquilosado repertorio de sus días de teatro universitario.
—¿A qué te refieres? Asuntos de trabajo.
—No me vengas con ésas. Hace demasiado tiempo que somos amigas.
_______ cambió a una expresión ceñuda.
—Es mi cliente más importante. Sabes lo que esto significa para mí.
Molly no se lo tragaba.
—He visto cómo le miras. Igual que si fuera una tragaperras con los tres sietes tatuados en la frente. Como te enamores de él, te juro que no vuelvo a hablarte en la vida.
_______ casi se ahoga. Ya sabía que Molly sospecharía, pero no se esperaba una interpelación directa.
—¿Estás loca? Dejando de lado el hecho de que me trata como a una criada, nunca me iría a colgar de un adicto al trabajo, después de lo que he pasado con mi familia. —Ceder a la lujuria, por otro lado, era una cosa muy distinta.
—Tiene una calculadora por corazón.
—Creía que te caía bien.
—Le adoro. Llevó las negociaciones de Kevin brillantemente y, créeme, mi hermana puede ser muy agarrada. Nicholas es listo, nunca he conocido a nadie que trabaje tan duro, haría lo que fuera por un cliente, y su conducta es todo lo ética que se puede pedir de un representante. Pero es el peor candidato a un emparejamiento amoroso que haya conocido.
—¿Crees que no lo sé? Lo de este fin de semana es por trabajo. Ha rechazado a todas las chicas que le hemos presentado tanto Portia como yo. Hay algo que a las dos se nos escapa, y no consigo averiguar qué es durante esas míseras migajas de su tiempo que me dedica. —Decía la verdad. Eso era exactamente en lo que debía concentrar su atención ese fin de semana, en estudiar su psique y no en lo bien que olía o en aquellos ojazos verdes suyos.
Molly aún parecía preocupada.
—Me gustaría creerte, pero tengo el extraño presentimiento de que...
El presentimiento que tuviera se perdió cuando sonaron nuevas pisadas en el embarcadero. Se giraron y vieron que Krystal Greer y Charmaine Pruitt venían a unírseles. Krystal parecía Diana Ross más joven. Esa noche se había recogido el pelo largo y rizado con un lazo rojo que combinaba con un pañuelo atado a modo de top. Era pequeña, pero se comportaba como una reina, y el hecho de haber cumplido los cuarenta no había alterado ni sus pómulos de modelo ni su actitud implacable.
Pese a que tenían personalidades diametralmente opuestas, Charmaine era desde hacía años su mejor amiga. Charmaine, que vestía de forma conservadora, con un conjunto de suéter y chaqueta de algodón color arándano y unos shorts de paseo de rayas diagonales, era de líneas redondas, cariñosa y seria. Había sido bibliotecaria y ahora tocaba el órgano en una iglesia y dedicaba su vida a su marido y a sus dos pequeños. El día que conoció a Darnell, el marido de Charmaine, _______ se había quedado atónita ante lo que parecía el peor emparejamiento del siglo. Aunque sabía que Darnell había jugado en tiempos con los Stars, _______ no estaba por entonces al tanto del fútbol, y le había imaginado tan conservador como Charmaine. Muy al contrario, Darnell tenía un diamante incrustado en un diente, una colección aparentemente interminable de gafas de sol y una afición a la joyería pesada digna de una estrella del hip-hop. Las apariencias, no obstante, engañaban. Más de la mitad de los libros seleccionados en el club de lectura lo eran por recomendación suya.
—No deja de asombrarme cómo se ve el cielo aquí. —Charmaine se arropó con los brazos contemplando las estrellas—. Viviendo en la ciudad, se te olvida.
—Este fin de semana te vas a llevar sorpresas mayores que un bonito cielo plagado de estrellas —dijo Krystal con aire de suficiencia.
—Suelta tu gran secreto de una vez o deja de dar la lata —replicó Charmaine. Se volvió hacia _______ y Molly—. Krystal no para de soltar indirectas sobre no sé qué gran sorpresa que nos tiene preparada. ¿Alguna de vosotras sabe de qué se trata?
_______ y Molly negaron con la cabeza.
Krystal se enfundó los pulgares en los bolsillos delanteros de sus shorts y sacó una pechera todavía provocativa.
—Sólo os diré una cosa: nuestra señorita Charmaine puede que necesite un poco de terapia cuando haya acabado con ella. En cuanto al resto de vosotras... Bueno, estad preparadas.
—¿Para qué? —Janine venía hacia ellas con Sharon McDermitt y Phoebe, que se había puesto un chándal rosa con capucha y sostenía una copa de chardonnay. Janine, con sus canas prematuras, sus joyas de artesanía y su vestido de tirantes estampado hasta los tobillos, salía de un mal año: la muerte de su madre, un cáncer de mama, y una mala racha en la venta de sus libros. Las amistades del club de lectura lo eran todo para ella. Cuando estuvo enferma, ________ y Charmaine le traían comida y le hacían recados, Phoebe la llamaba a diario y le organizaba sesiones de masaje periódicas, Krystal se ocupaba del jardín, y Molly la espoleaba para que volviera a escribir. Sharon McDermott, la que mejor sabía escuchar del grupo, había sido su confidente. Después de Molly, Sharon era la mejor amiga de Phoebe, y presidía la Fundación benéfica de los Stars.
—Parece ser que Krystal tiene un secreto —dijo Molly—, que nos revelará, como de costumbre, cuando le venga en gana.
Mientras las demás hacían especulaciones sobre cuál podría ser el secreto de Krystal, ________ buscaba la mejor manera de introducir un tema delicado. Aunque hasta el momento había tenido suerte, no podía contar con que ésta la acompañara siempre, y en cuanto que se hizo una pausa en la conversación, intervino.
—Tal vez necesite un poco de ayuda este fin de semana.
Sabía, por sus expresiones expectantes, que deseaban que les explicara cómo era que se había presentado con Nick, pero no iba a darles más pistas de las que ya tenían. Jugueteó con la correa amarilla de su Swatch con motivos de margaritas.
—Todas sabéis los mucho que Perfecta para Ti significa para mí. Si no tengo éxito, se habrá demostrado, básicamente, que mi madre tiene razón en todo. Y la verdad es que no quiero hacerme contable.
—Kate te presiona demasiado —dijo Sharon, y no era la primera vez.
________ le dirigió una mirada agradecida.
—Gracias a Molly, conseguí una entrevista con Nick. Lo que pasa es que tuve que embarcarme en un pequeño subterfugio para que estampara su firma en un contrato.
—¿Qué clase de subterfugio? —preguntó Janine.
Ella respiró hondo y les contó cómo le había organizado una cita con Gwen.
Molly dio un respingo.
—Te matará. En serio, _______. Cuando se entere de que le engañaste, y se enterará, se pondrá hecho una furia.
—Me arrinconó. —_______ se encogió de hombros y se frotó un brazo—. Admito que fue un recurso rastrero, pero sólo tenía veinticuatro horas para salirle con una candidata que le tumbara de espaldas, o si no le perdía.
—Con ese hombre es mejor no enredar —dijo Sharon—. No te creerías algunas de las historias que le he oído a Ron.
_______ se mordisqueó el labio inferior.
—Sé que tengo que contarle la verdad. Sólo me hace falta encontrar el momento adecuado.
Krystal ladeó la cadera.
—Nena, no hay un momento adecuado para morir.
Charmaine chasqueó la lengua.
—Te apunto la primera en mi lista de oraciones.
Sólo Phoebe parecía complacida, y sus ojos de ámbar brillaban como los de un gato.
—Me parece genial. No el hecho de que vayas a acabar enterrada en un descampado, esto lo deploro, y me aseguraré de que caiga sobre él todo el peso de la ley. Pero me encanta saber que una chiquilla se la haya colado a la gran Pitón.
Molly miró a su hermana con furia.
—Precisamente por eso Christine Jeffrey no deja que su hija se quede a dormir con las gemelas. Asustas a la gente. —Luego se dirigió a ________—: ¿Qué quieres que hagamos?
—Que no mencionéis el nombre de Gwen estando él presente, nada más. No veo por qué habrían de nombrarla los hombres, así que me encomendaré a la suerte por lo que a ellos respecta. Salvo que a alguna se le ocurra una forma de sugerirlo sin tener que decirles lo que hice.
—Yo voto que les contemos la verdad —dijo Phoebe—. Se pasarán meses riéndose de él a su espalda.
—No vas a conseguir ni un voto. No en nada que tenga que ver con la Pitón.
—Pero qué injusticia —dijo Phoebe, y dio un resoplido.
Charmaine le dio unas palmaditas en el brazo.
—Te pones un poco irracional con ese tema.
Desde la playa llegó el sonido de risas varoniles.
—Más vale que volvamos —dijo Molly—. Mañana tenemos todo el día para hablar de los problemas de ________, incluido por qué se ha traído aquí a Nicholas, de entrada.
Sharon parecía preocupada.
—Creo que eso salta a la vista. En serio, _______, ¿en qué estabas pensando?
—¡Son negocios! —exclamó.
—Un poco turbios —murmuró Krystal.
—A Nicholas le hacía falta evadirse un poco, y yo necesito una ocasión para descubrir por qué no hay forma de encontrarle pareja. No hay nada más.
Charmaine intercambió con Phoebe una mirada significativa, dispuesta a añadir algo, pero Molly acudió al rescate de _______.
—Más vale que volvamos antes de que empiecen a rememorar partidos.
Se encaminaron todas al extremo del embarcadero. Y se pararon en seco.
Phoebe fue la primera en romper el largo silencio. Con su voz ronca y sensual, expresó lo que todas estaban pensando.
—Señoras, bienvenidas al jardín de los dioses.
Sharon habló muy pausadamente, con el murmullo del agua de fondo.
—Cuando estás al lado de ellos no acabas de apreciar el impacto del conjunto.
La voz de Krystal tenía un deje soñador.
—Podemos apreciarlo ahora.
Los hombres estaban de pie alrededor del fuego... los seis... a cuál más atractivo. Phoebe se pasó la lengua por el labio inferior y señaló al mayor de todos, un gigante rubio con una mano plantada en la cadera. Un día que ella nunca olvidaría, en el Midwest Sports Dome, Dan Calebow le había salvado la vida con un lanzamiento espiral perfecto.
—Elijo a ése —dijo suavemente—. Por siempre jamás.
Molly deslizó su brazo en torno al de su hermana y dijo, con la misma suavidad:
—Yo me quedaré con el chico de oro que está a su lado. Por siempre jamás. —Kevin Tucker, moreno y en forma, tenía los ojos color de avellana y un talento excepcional que le había granjeado dos anillos de la Super Bowl, pero todavía le decía a la gente que la noche en que tomó a Molly por un ladrón fue la más afortunada de su vida.
—Yo me quedo con aquel buen hermano, el que tiene los ojos conmovedores y esa sonrisa que me funde el corazón. —Krystal señalaba a Webster Greer, el segundo en corpulencia de los hombres reunidos en torno a las llamas—. Por más que me saque de quicio, me volvería a casar con él mañana mismo.
Charmaine contemplaba al más corpulento y amenazador de los dioses. Darnell Pruitt llevaba la camisa de seda desabrochada hasta la cintura, descubriendo un pecho musculoso y un trío de cadenas de oro. Con la luz del fuego convirtiendo su piel en ébano pulido, parecía un antiguo rey africano. Ella se apretó la base del cuello con la punta de los dedos.
—Todavía no lo acabo de entender. Debería tenerle miedo.
—Y es al revés. —La sonrisa de Janine tenía un dejo de añoranza—. Prestadme uno, alguna. Para esta noche sólo.
—El mío no —dijo Sharon. El hecho de que Ron McDermitt fuera el hombre más pequeño en torno a la hoguera y un cateto confeso no empañaba su bestial magnetismo sexual, sobre todo cuando las gafas de sol adecuadas hacían de él un clon de Tom Cruise.
Una a una, las mujeres fueron a posar sus miradas en Nicholas. Ágil, de mentón cuadrado, con el crespo pelo castaño espolvoreado de oro por el fuego, se erguía en el centro exacto de este grupo de guerreros de élite, como uno de ellos y a la vez como alguien separado de algún modo. Él era más joven, y la dureza labrada en mil batallas de sus rasgos se había cincelado en las mesas de negociación y no en la cancha, pero eso no hacía su aspecto menos imponente. Ése era un hombre a tener en cuenta.
—Da miedo lo bien que encaja en el grupo —apuntó Molly.
—Es el truco favorito de los no-muertos —dijo Phoebe, cortante—. Pueden adoptar cualquier forma y convertirse en lo que cualquiera quiera ver.
________ reprimió un fuerte impulso de salir en su defensa.
—Un cerebro de Harvard, el refinamiento de un alto ejecutivo y el encanto de un chico de pueblo —dijo Charmaine—. Por eso los jóvenes quieren firmar con él.
Phoebe pateó el muelle con la punta de su zapatilla.
—Un hombre como Nicholas Jonas sólo sirve para una cosa.
—Ya estamos otra vez —masculló Molly.
Phoebe frunció un labio.
—Para diana en prácticas de tiro.
—¡Para ya! —le espetó _______.
Todas la miraron. ________ aflojó los puños y trato de suavizar la cosa.
—Lo que quiero decir es que... o sea... Si un hombre dijera algo así de una mujer, la gente lo metería en la cárcel. Así que creo que tal vez... en fin... que tampoco una mujer debería decirlo de un hombre.
Phoebe parecía fascinada con el rebote de _______.
—A la Pitón le ha salido quien le defienda.
—Sólo digo que... —murmuró _______.
—Lo que ha dicho es cierto. —Krystal echó a andar hacia la playa—. Es difícil educar a los chicos para que vayan bien de autoestima. Y esa clase de cosas no ayudan.
—Tienes razón. —Phoebe le pasó el brazo a _______ por la cintura—. Soy madre de un hijo, y debería saberlo. Es sólo que estoy... un poco inquieta. Tengo más experiencia con Nicholas que tú.
Su preocupación era sincera, y _______ no pudo permanecer enfadada.
—No tienes de qué preocuparte, de verdad.
—No es fácil evitarlo. Me siento culpable.
—¿Por qué?
Phoebe aflojó el paso lo justo para quedarse rezagada de las demás. Le dio a ________ las mismas palmaditas que daba a sus hijos cuando estaba preocupada.
—Intento encontrar una forma de decirte esto con tacto, pero no doy con ella. ¿Eres consciente, verdad, de que te está utilizando para acceder a mí?
—No le puedes reprochar que lo intente —dijo ________ con toda calma—. Es un buen representante. Todo el mundo lo dice. Tal vez sea el momento de olvidar lo pasado. —Lamentó sus palabras nada más pronunciarlas. Desconocía por completo los mecanismos internos de la Liga Nacional de Fútbol, y no debería presumir que podía decirle a Phoebe cómo administrar su imperio.
Pero Phoebe se limitó a suspirar y a soltarla de la cintura.
—No hay representantes buenos. Pero, al menos, algunos de ellos no ponen tanto empeño en apuñalarte por la espalda.
Nick había olido el peligro, y se acercaba a ellas a grandes zancadas.
—Ron le había puesto el ojo encima al último bizcocho, ________, pero yo llegué primero. Ya he visto lo quisquillosa que se vuelve si pasa demasiado tiempo sin chocolate.
A ella le iban más los caramelos, pero no quiso contradecirle enfrente de su archienemiga, y cogió el bizcocho que le ofrecía.
—Phoebe, ¿quieres que nos lo partamos?
—Reservaré las calorías para otra copa de vino. —Sin siquiera mirar a Nick, se marchó para unirse a los demás.
—¿Y qué tal, cómo se va desarrollando su plan hasta ahora? —dijo _______, con los ojos clavados en la espalda de Phoebe.
—Se le acabará pasando.
—No veo próximo el momento.
—Actitud, ________, todo es cuestión de actitud.
—Como ya ha dicho alguna vez. —Le pasó el bizcocho—. Usted se deshará de esto mejor que yo.
Él mordió un trozo. Ella oyó a Janine decir en la playa que tenía que acabar el libro antes de mañana. Mientras todos le daban las buenas noches, Webster puso otro cede en el aparato y empezó a sonar un tema de Marc Anthony. Ron y Sharon se pusieron a bailar salsa sobre la arena. Kevin agarró a Molly y ambos se sumaron, ejecutando los pasos con más gracia que los McDermitt. Phoebe y Dan se miraron a los ojos, rompieron a reír y empezaron también a bailar.
Nicholas cerró los dedos en torno al codo de ________.
—Vamos a dar un paseo.
—No. Ya están con la mosca detrás de la oreja. Y Phoebe sabe perfectamente lo que pretende.
—¿Lo sabe? —Tiró lo que quedaba del bizcocho a la basura—. Si no quiere pasear, bailemos.
—Vale, pero baile también con las demás, para que nadie empiece a sospechar.
—¿A sospechar qué?
—Molly piensa... Mire, da igual. Limítese a esparcir su dudoso encanto por todas partes, ¿de acuerdo?
—¿Quiere relajarse? —La cogió de la mano y volvieron con los demás.
Ella no tardó en sacudirse las sandalias e imbuirse del ambiente de la noche. Con todas las clases que Kate le había hecho tomar, ________ era una buena bailarina. Y Nicholas, o había ido a clases él también o tenía un talento natural, porque la seguía perfectamente. En lo que a dominar las habilidades sociales se refería, parecía sabérselas todas. Se acabó la canción, y ________ esperó a la siguiente. Con las olas batiendo la orilla, el crepitar de la hoguera, un cielo tachonado de estrellas y un hombre tan tentador que daba miedo a su lado, la noche ofrecía la clásica estampa romántica. No habría podido soportar una balada... Sería demasiado cruel. Para su alivio, la música siguió en la onda más bailona.
Bailó con Darnell y con Kevin, y Nicholas con sus mujeres. Al cabo de un rato, las parejas volvieron a reunirse y continuaron así el resto de la noche. Finalmente, Kevin y Molly se fueron a echar un vistazo a sus críos. Phoebe y Dan se alejaron de la mano, paseando por la playa. Los demás siguieron bailando, quitándose las sudaderas, secándose la frente, refrescándose con una cerveza o una copa de vino, mientras se dejaban llevar por la música. _______ se daba con el pelo en las mejillas. Nicholas hizo un movimiento a lo Travolta que les hizo reír a ambos. Bebieron más vino; se juntaban, se separaban. Sus caderas se tocaban, se rozaban sus muslos, la sangre fluía atropellada por sus venas. Krystal pegaba el vientre a su marido como una contorsionista adolescente. Darnell cogió a su mujer por las caderas, la miró a los ojos y el aire remilgado de Charmaine se desvaneció por completo.
Las chispas del fuego se proyectaban al cielo. Outkast atacó su Hey yah! Los pechos de ________ rozaron el de Nicholas. Ella levantó la vista y vio unos profundos ojos verdes medio cerrados, y se le ocurrió que estar borracha podía darle a una mujer la excusa perfecta para hacer algo que normalmente no haría. Siempre podía decir al día siguiente: «Dios, estaba que me caía. No me dejéis volver a beber.»
Sería como tener un pase gratuito.
***
En algún momento, entre Marc Anthony y James Brown, Nicholas empezó a olvidar que _______ era su casamentera. Mientras caminaban de regreso a la cabaña, le echaba la culpa a la noche, a la música, a las cervezas de más y a aquel revoltijo rojizo que bailaba en torno a la cabeza de _______. Culpó a los picaros destellos ambarinos de sus ojos cuando bailando le retaba a seguirla. Culpó a la curva levantisca de su boca mientras sus pequeños pies desnudos pateaban la arena al aire. Pero sobre todo echaba la culpa a su régimen de preparación para la fidelidad conyugal, que según comprendía ahora se pasaba de estricto, o de otro modo sería capaz de recordar en aquel momento que ésa era ________, su casamentera, una especie de... colega...
Ella se sumió en el silencio al acercarse a la cabaña en penumbra. Nicholas tenía que admitir que no era la primera vez que sus pensamientos sobre ella tomaban un sesgo sexual, pero aquello había sido la reacción normal de un macho ante una hembra tan enigmática. __---___ no tenía sitio en su vida como potencial compañera de cama, y tenía que controlarse.
Abrió la puerta y la sostuvo, cediéndole el paso a ella. Durante toda la noche, su risa había resonado en su cabeza como campanillas y cuando le rozó el hombro al pasar, una inconveniente inyección de sangre afluyó a su zona lumbar. Olió a humo de madera mezclado con un champú de ligero aroma floral, y resistió al impulso de hundir la cabeza en su pelo. Su móvil seguía en la mesita donde lo dejase antes de la comida para no caer en la tentación de utilizarlo.
Normalmente, habría ido directo a comprobar los mensajes, pero esa noche no le apetecía. _______, por su parte, estaba atacadísima. Pasó junto a él para encender una lámpara, y torció la pantalla durante la operación. Abrió una ventana, se abanicó, cogió el bolso que había dejado en el sofá, lo volvió a dejar. Cuando por fin le miró, Nicholas se fijó en la mancha húmeda de su top, donde se había derramado su tercera copa de vino. Él, como el bastardo que era, se la había rellenado de inmediato.
—Será mejor que me vaya a la cama. —_______ se mordisqueó el labio inferior.
Nicholas no podía apartar la vista de aquellos dientes pequeños, rectos, clavados en la carne sonrosada.
—Todavía no —se oyó decir a sí mismo—. Estoy demasiado revolucionado. Quiero hablar con alguien. —«Tocar a alguien.»
________ le leyó el pensamiento y encaró la situación de frente.
—¿Cómo está de sobrio?
—Casi del todo.
—Estupendo. Porque yo no.
Los ojos de Nicholas se posaron en el capullo húmedo de aquella boca. Sus labios se abrían como pétalos de una flor. Trató de pensar en algún comentario meloso, que la ofendería con seguridad sacándoles así a ambos de ese trance, pero no se le ocurrió nada.
—¿Y si no estuviera casi sobrio? —dijo.
—Lo está. Casi. —Aquellos ojos de caramelo fundido no se apartaban de su cara—. Es una persona con gran control de sí mismo. Eso se lo respeto.
—Porque uno de los dos tiene que controlarse, ¿correcto?
Había cruzado las manos sobre la cintura. Tenía un aspecto adorable... la ropa arrugada, los tobillos llenos de arena, aquel amasijo de pelo brillante.
—Exacto.
—O tal vez no. —Al diablo con todo. Eran adultos. Sabían lo que hacían, y se acercó un paso a ella.
Ella levantó las manos en el aire. .
—Estoy borracha. Muy, muy borracha.
—Comprendido. —Se aproximó más.
—Estoy como una cuba. —Dio un pasito rápido hacia atrás, un poco extraño—. Me he puesto del revés.
—Vale. —Se detuvo en el sitio y esperó.
Ella adelantó dubitativamente la punta de una sandalia.
—¡No soy responsable!
—Recibido, alto y claro.
—Me parecería bien cualquier hombre, ahora mismo. —Otro paso hacia él— Si entrara Dan, o Darnell, o Ron, ¡no importa quién!... Pensaría en tirármelo. —El puente de la nariz se le llenó de arrugas de indignación—. ¡Incluso Kevin! El marido de mi mejor amiga, ¿se lo imagina? Así de borracha estoy, quiero decir, hasta... —Tomó aire—. ¡Usted! ¿Se lo puede creer? Llevo tal trompa que no distinguiría un hombre de otro.
—Cogería al primero que pillara, ¿no? —Oh, era demasiado fácil. Avanzó la distancia que aún les separaba.
A ella se le tensaron los músculos de la garganta al tragar saliva.
—Tengo que serle sincera.
—Me cogería incluso a mí.
_______ encogió sus estrechos hombros, que volvieron a caer.
—Desafortunadamente, es usted el único hombre que hay en esta habitación. Si hubiera alguien más, yo...
—Ya lo sé. Se lo tiraría. —Le pasó la punta de un dedo por la curva de la mejilla. Ella inclinó la cara hacia su mano. Él le frotó la barbilla con el pulgar—. ¿Se callará ahora para que pueda besarla?
Ella parpadeó, y las largas y espesas pestañas barrieron sus ojos de duende.
—¿Habla en serio? —preguntó.
—Ah, sí.
—Porque, si lo hace, yo le besaré también, así que tiene que recordar que estoy...
—Borracha. Lo recordaré. —Deslizó los dedos dentro de aquel pelo que se moría por tocar desde hacía semanas—. No es usted responsable de sus actos.
Ella alzó la vista hacia él.
—Es sólo para que lo entienda.
—Lo entiendo —dijo suavemente.
Y entonces la besó.
Ella se arqueó contra él, el cuerpo flexible y los labios calientes con ese toque picante tan suyo. El pelo enredado entre sus dedos como tirabuzones de seda. Nicholas liberó una mano y buscó un pecho. A través de la ropa, el pezón se endureció contra la palma de su mano. ________ le rodeó el cuello con los brazos y apretó las caderas contra las suyas. Sus lenguas se embarcaron en un juego erótico. Él sintió un impulso animal, ciego. Necesitaba más, y deslizó la mano bajo el top para sentir su piel.
Un gimoteo sofocado hendió la niebla que enturbiaba su mente. Ella se estremeció, e hizo presión contra su pecho con la base de las manos.
Él se echó atrás.
—¿________?
Ella levantó los ojos humedecidos hacia él, aspiró por la nariz, y su boca sonrosada y suave adoptó una mueca triste.
—Ojalá estuviera borracha al menos —musitó.
_______ y Nick salieron de Chicago el viernes después de comer. El camping del lago Wind se hallaba al noreste de Michigan, aproximadamente a una hora de la bonita ciudad de Grayling. Kevin y Molly llevaban allí toda la semana, y el resto de miembros del club de lectura iba llegando en coche, pero el señor Súper-representante no disponía de tanto tiempo, de modo que se las había arreglado para que les llevaran en el reactor de la empresa de un amigo. Mientras él llamaba por teléfono, _______, que no había ido nunca en un avión privado, miraba por la ventanilla y se esforzaba por relajarse. Porque ¿qué importaba que Nick y ella fueran a compartir una cabaña durante el fin de semana? Él se pasaría la mayor parte del tiempo por ahí con los hombres o tratando de impresionar a Phoebe, así que apenas le vería, lo que sin duda era lo mejor, pues todas aquellas feromonas tan masculinas que emitía estaban afectándola. Afortunadamente, comprendía la diferencia entre la atracción biológica y el afecto duradero. Puede que estuviera algo salida, pero no era autodestructiva del todo.
Un cuatro por cuatro gris de alquiler les esperaba en la pequeña pista de aterrizaje. Estaban a sólo unos ciento treinta kilómetros de la isla de Mackinac, y el aire cálido de la tarde les traía el vigorizante aroma a pino de los bosques del norte. Nick cargó con su bolsa y con la de ella, las llevó hasta el coche, y luego volvió a por los palos de golf. Ella había estirado su presupuesto para comprarse unas cosas nuevas para el viaje, incluidos los pantalones sueltos de gamuza que llevaba y cuyas finas rayas verticales hacían que sus piernas parecieran más largas. Un coqueto top color bronce realzaba sus pequeños pendientes de ámbar. Se había hecho cortar las puntas y su pelo, por una vez, no le daba problemas. Nick llevaba otro de sus polos carísimos, éste verde musgo, combinado con chinos color piedra y mocasines.
Colocó el equipaje en el maletero y a continuación le lanzó las llaves.
—Usted conduce.
Ella contuvo una sonrisa mientras se sentaba al volante.
—Cada día que pasa, se hacen más evidentes las razones por las que quiere una esposa.
Él dejó su portátil en el asiento de atrás y se acomodó en el del copiloto. _______ consultó las indicaciones de Molly y luego tomó una sinuosa carretera de dos carriles. Se preguntó cómo habría pasado él el Cuatro de Julio. No había vuelto a verle desde el miércoles, cuando le presentó a la arpista del De Paul, que a él le pareció inteligente, atractiva, pero demasiado seria. Concluida la cita, le había pedido más información sobre Gwen. Algún día no muy lejano tendría que contarle la verdad sobre ese asunto. Una idea en absoluto agradable.
Mientras él hacía otra llamada, se concentró en el placer de conducir un coche que no fuera Sherman. Molly no había exagerado al describirle lo bonito que era aquello. Los bosques se extendían a ambos lados de la carretera, en grupos de pinos, robles y arces. El año anterior, ________ se había visto obligada a cancelar sus planes de asistir al retiro porque Kate se presentó en Chicago sin avisar, pero se lo habían contado todo: los paseos que habían dado por el camping, que iban a nadar al lago y que hacían las tertulias literarias en el cenador nuevo que Molly y Kevin habían construido cerca de la zona privada donde vivían, contigua al bed & breakfast. Le sonó todo muy relajante. Pero ahora no se sentía relajada. Se jugaba mucho, y tenía que permanecer centrada.
Nicholas realizó una segunda llamada antes de guardar por fin el teléfono y ocuparse de criticar su forma de conducir.
—Tiene un montón de sitio para adelantar a ese camión.
—Siempre que ignore la doble línea continúa.
—No le pasará nada por pisarla.
—Claro. ¿Para qué preocuparse por una tontería como una colisión frontal?
—El límite de velocidad es de noventa, usted no pasa de cien.
—No me obligue a parar el coche, joven.
Él se rió entre dientes, y pareció relajarse un rato. Sin embargo, no tardó en volver al ataque: suspirar, mover nerviosamente el pie, enredar con la radio. Ella le dirigió una mirada sombría.
—No es usted capaz de pasarse tres días enteros lejos del trabajo ni soñando.
—Claro que sí.
—No sin su móvil.
—Desde luego que no. Ganará usted nuestra apuesta.
—¡No hemos hecho ninguna apuesta!
—Mejor. Detesto perder. Y en realidad no son tres días. Hoy ya he trabajado ocho horas, y el domingo por la mañana salgo para Detroit. Usted ha hecho planes para volver a la ciudad por su cuenta, ¿no?
Ella asintió. Iba a volver en coche con Janine, la otra soltera del grupo. Él echó un vistazo al velocímetro.
—Ha debido de hablar con Molly después de la fiesta, y me atrevo a suponer que la acribillaría a preguntas sobre este fin de semana. ¿Cómo le explicó que viniera con usted?
—Le dije que estaban llamando a la puerta y que enseguida la llamaba. ¿Eso es un pavo silvestre?
—No lo sé. ¿Le devolvió la llamada?
—No.
—Debió hacerlo. Ahora sospechará algo.
—¿Y qué se supone que debía decirle? ¿Que está usted obsesionado con chuparle el culo a su hermana?
—No. Se supone que debía decirle que he estado trabajando demasiado y que eso me ha puesto tan tenso que no me deja apreciar las mujeres estupendas que me está presentando.
—Eso es muy cierto. Debería darle a Zoe otra oportunidad. La arpista —añadió, por si ya se le había olvidado.
—Me acuerdo.
—El solo hecho de que piense que Adam Sandler es imbécil no implica que carezca de sentido del humor.
—A usted le hace gracia Adam Sandler —observó él.
—Sí, pero yo soy una inmadura.
Él sonrió.
—Admítalo. Sabe que no era adecuada para mí. Ni siquiera creo que yo le gustara demasiado. Eso sí, tenía unas piernas magníficas. —Recostó la cabeza en el respaldo, curvando la boca como la cola de una pitón—. Dígale a Molly que no puede encontrarme esposa porque sólo pienso en el trabajo. Dígale que necesita alejarme de la ciudad el fin de semana para poder tener una charla seria conmigo sobre lo confundidas que tengo mis prioridades.
—Lo de sus prioridades es cierto.
—¿Lo ve? Ya está haciendo progresos.
—Molly es muy lista. No se tragará eso ni por un segundo. —No añadió que Molly ya había empezado a tantearla con preguntas sobre qué tal se iba llevando con Nick.
—Usted puede salir airosa le entre ella por donde le entre. ¿Y sabe por qué, campeona? Porque no le asustan los desafíos. Porque usted, amiga mía, vive para los desafíos, y cuanto más duros mejor.
—Sí señor, ésa soy yo. Un verdadero tiburón.
—Así se habla. —Pasaron como una exhalación junto a un indicador que señalaba al pueblo de Wind Lake—. ¿Sabe por dónde va?
—El camping está en la otra punta del lago.
—Déjeme ver.
Al ir a coger la hoja arrugada con las indicaciones que tenía ella sobre el regazo, rozó con el pulgar la cara interior de su muslo, y a ella se le puso la carne de gallina. Por pensar en otra cosa, salió con un poco de agresión pasiva.
—Me sorprende que éste sea su primer viaje al camping. Kevin y Molly suben aquí cada dos por tres. No puedo creer que él no le haya invitado.
—En ningún momento he dicho que no me hayan invitado. —Dejó las instrucciones para fijarse en un indicador—. Kevin es un tío muy entero. No necesita que le lleve de la mano a todas partes como mis clientes más jóvenes.
—Se estás saliendo por la tangente. Kevin no le ha invitado nunca a subir aquí, ¿y sabes por qué? Porque no hay forma de que nadie se relaje con usted al lado.
—Que es exactamente lo que usted está intentando cambiar. —Una señal verde y blanca con letras con ribete dorado apareció la izquierda ante su vista.
CABAÑAS DE WIND LAKE
BED & BREAKFAST
FUNDADO EN 1894
Giraron por un camino estrecho que se abría paso a través de la espesura de los árboles.
—Ya sé que esto podría ser difícil de asumir, pero pienso que debería ser sincero. Todo el mundo sabe que Phoebe y usted están enfrentados, así que ¿por qué no admite sin más que vio la oportunidad de mejorar su relación y decidió aprovecharla?
—¿Para qué Phoebe se ponga a la defensiva? Me parece que no.
—Sospecho que lo va a estar igualmente.
Otra sonrisa desganada.
—No si juego bien mis cartas.
Gravilla nueva repiqueteó contra los bajos del coche, y al cabo de pocos minutos el camping apareció a la vista. Ella observó la umbría zona comunitaria, en la que un grupo de críos jugaba al softball. Casitas como de mazapán, con pequeños aleros que iban soltando pinocha, rodeaban el rectángulo de hierba. Parecía que hubieran pintado cada casa con brochas untadas en un surtido de sorbetes: una, verde lima con cenefa de mango y regaliz, otra de frambuesa con toques de limón y almendra. A través de los árboles, entrevió una franja de playa arenosa y el azul límpido del agua del lago Wind.
—No me extraña que esto le guste tanto a Kevin —dijo Nick.
—Es exactamente igual que el bosque de Nightingale de los libros de Dafne de Molly. Cuánto me alegro de que consiguiera disuadir a Kevin de la idea de venderlo. —El campamento era propiedad de la familia de Kevin desde los tiempos de su bisabuelo, un Pastor metodista itinerante que lo había fundado para organizar retiros espirituales en verano. Acabó heredándolo el padre de Kevin, luego su tía, y finalmente el propio Kevin.
—Los gastos de mantenimiento del lugar son increíbles —dijo Nick—. Siempre me pregunté por qué lo conservaba.
—Ahora ya lo sabe.
—Ahora ya lo sé. —Se quitó las gafas de sol—. Aunque yo no echo en falta salir más al campo. Crecí dando tumbos por los bosques.
—¿Cazando y poniendo trampas ?
—No mucho. Nunca me tiró lo de matar bichos.
—Prefería torturarlos lentamente.
—Qué bien me conoce.
Siguieron la carretera que rodeaba la zona comunitaria. Cada cabaña tenía un rótulo pulcramente pintado encima de la puerta: VERDES PASTOS; LECHE Y MIEL; CORDERO DE DIOS; LA ESCALERA DE JACOB... Ella se detuvo a admirar el bed & breakfast, una majestuosa construcción de estilo reina Ana, con torrecillas y amplios porches, exuberantes helechos colgantes y mecedoras de madera en las que un par de mujeres charlaban sentadas. Nick consultó las indicaciones y señaló hacia una senda estrecha que discurría en paralelo al lago.
—Gira a la izquierda.
Ella así lo hizo. Se cruzaron con una mujer mayor con binoculares y un bastón, y luego con un par de adolescentes en bicicleta. Por fin llegaron al final de la senda, y ella aparcó enfrente de la última cabaña, una casita de muñecas con un rótulo encima de la puerta que rezaba: LIRIOS DEL CAMPO. La casa, pintada de un amarillo cremoso con detalles de rosa apagado y azul claro, parecía salida de un cuento infantil. A ________ le cautivó. Al mismo tiempo, se sorprendió deseando que no estuviera tan apartada de las demás cabañas.
Nick bajó del coche y descargó el equipaje. La puerta mosquitera chirrió al seguirle ella hacia la sala principal de la casita. Todo estaba viejo y desportillado y quedaba hogareño: auténtico estilo añejo, nada de carísimo interiorismo al uso. Paredes color hueso, un cómodo sofá con un estampado de flores desvaído, lámparas de bronce abolladas, un arcón de pino lleno de arañazos... Ella asomo la nariz por una cocina diminuta con un anticuado horno de gas. Al lado de la nevera, una puerta daba a un porche cerrado con tela mosquitera. ________ salió al exterior y vio una mecedora de columpio, combadas sillas de sauce y una vetusta mesa de alas abatibles con dos sillas más de madera pintada.
Nick apareció detrás de ella.
—Ni sirenas, ni el camión de la basura ni alarmas de coche. Me había olvidado de cómo suena el verdadero silencio.
Ella aspiró el aroma fresco y húmedo de la vegetación.
—Da tal sensación de privacidad... Es como un nido.
—Se está a gusto.
Resultaba todo demasiado acogedor para ella, y volvió al interior. El resto de la casa consistía en un cuarto de baño anticuado y dos dormitorios, en el mayor de los cuales había una cama de matrimonio con cabecera de forja. Y dos maletas...
—Nicholas...
Él asomó la cabeza por la puerta.
—¿Qué?
Señaló su maleta.
—Se ha dejado algo aquí dentro.
—Sólo hasta que nos juguemos la cama grande a cara o cruz.
—Buen intento. Es mi fiesta. A usted le toca la habitación del niño.
—Yo soy el cliente, y ésta parece más confortable.
—Ya lo sé. Por eso me la quedo.
—Está bien —respondió, haciendo gala de un buen humor sorprendente—. Yo sacaré el otro colchón al porche. Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que dormí al aire libre—. Puso la maleta de ________ encima de la cama y luego le pasó un sobre que tenía su nombre escrito con letra de Molly—. He encontrado esto en la cocina.
Ella sacó una nota escrita en un papel de cartas de la nueva línea de papelería del bosque de Nightingale.
—Dice Molly que ésta es una de sus cabañas favoritas y que espera que nos guste. La nevera está llena de víveres, y hoy a las seis hay organizada una cena en la playa. —________ se guardó para sí la posdata: «¡No hagas ninguna tontería!»
—Cuénteme más cosas sobre el club de lectura. —Quitó su maleta de en medio y apoyó un hombro en el marco de la puerta, mientras ella volvía a meter la nota en el sobre y se la guardaba en el bolsillo del pantalón—. ¿Cómo llegó a apuntarse?
—A través de Molly. —Abrió la cremallera de su maleta—. Nos reunimos una vez al mes desde hace dos años. El año pasado, a Phoebe se le ocurrió que sería divertido que nos fuéramos todas juntas de fin de semana. Creo que ella estaba pensando en ir a un balneario, pero Janine y yo no nos lo podíamos permitir... Janine escribe libros para adolescentes; así que Molly salió con la idea de venirnos todas al camping. Los hombres no tardaron mucho apuntarse también.
________ y Janine eran dos de las tres únicas componentes del club de lectura no directamente vinculadas a los Stars. La otra era la mujer ideal de Nick, Gwen. Afortunadamente, Ian y ella iban a cerrar la compra de su nueva casa ese fin de semana y no habían podido venir.
Nick soltó un silbido bajo.
—No está nada mal, este club de lectura. Phoebe y Molly. ¿Mencionó usted también a la mujer de Ron McDermitt?
Ella asintió y abrió la maleta.
—Sharon trabajaba antes en un jardín de infancia. Ella es la que nos tiene a raya.
—Y ahora está casada con el director general de los Stars. La conozco. —Miró abiertamente los sujetadores y bragas doblados encima de todo, pero tenía la cabeza puesta en los negocios, no en la lencería—. El día de la fiesta, Phoebe mencionó a un tal Darnell. No puede ser otro que Darnell Pruitt.
—Su mujer se llama Charmaine. —Disimuladamente, dejó caer una camiseta sobre el montoncito de la ropa interior.
—El mejor defensive tackle que han tenido los Stars en toda su historia.
—¿Charmaine jugaba al fútbol?
Pero él era un John Deere afrontando un concurso de arrastre con tractores, y ella no iba a conseguir distraerle.
—¿Quién más?
—Krystal Greer. —Sacó su neceser y lo colocó sobre la encimera de cascado mármol blanco del tocador.
—Son las mujeres los miembros del club, no los hombres. Trate de no avergonzarme.
El soltó un bufido y cogió su maleta, pero se detuvo en la puerta.
—¿Alguien se ha traído a los críos?
—Sólo adultos.
Sonrió.
—Magnífico.
—Salvo por Pippi y Danny. Son demasiado pequeños para dejarlos.
—Mierda.
Ella le puso mala cara.
—¿Qué problema tiene? Son unos niños adorables.
—Uno de ellos es adorable. Firmaría con él ahora mismo, si pudiera.
—Los desplazamientos podrían plantearle alguna dificultad, puesto que aún lo están amamantando. Y Pippi es tan rica como Danny. Esa cría es una joya.
—La meterán en la cárcel antes de que empiece la escuela primaria.
—Pero ¿qué dice?
—Nada, divago. —Salió por la puerta para inmediatamente volver a asomar la cabeza—. Tiene buen gusto para las braguitas, Campanilla. —Luego se marchó.
Ella se desplomó en una esquina de la cama. Al tipo no se le escapaba nada. ¿Qué más cosas podía notar de ella que no quería que viera? Con un mal presentimiento, se cambió los pantalones nuevos por unos shorts color galleta, pero se dejó puesto el coqueto top broncíneo. Después de pasarse los dedos por el pelo, se dirigió al porche. Nick ya estaba allí. El también se había puesto unos shorts, y además una camiseta gris clara que envolvía los contornos de su pecho como el humo de una pipa. Un rayo de luz que se colaba por la mosquitera le iluminaba un pómulo dibujando su perfil duro, inflexible.
—¿Piensa sabotearme este fin de semana? —preguntó él en tono calmado.
Tenía razones para desconfiar, por lo que ella no debería haberse ofendido, pero se ofendió.
—¿Es eso lo que piensa de mí?
—Sólo pretendo asegurarme de que estamos en la misma onda.
—Su onda.
—Todo lo que le pido es que no me desautorice. Yo me encargaré del resto.
—Seguro que sí, eso no lo dudo —dijo ella, con todo el sarcasmo del mundo.
—¿Qué mosca le ha picado? Lleva toda la tarde pinchándome sutilmente.
Se alegró de que lo hubiera notado.
—No sé a qué se refiere.
—Y no es sólo esta tarde. La toma conmigo a la menor ocasión ¿Es algo personal o la expresión de sus sentimientos respecto a los hombres en general? No es culpa mía que su último novio decidiera pasarse al mismo equipo en el que juega usted.
Muy bien. Ahora estaba furiosa.
—¿Quién se lo ha contado?
—No sabía que fuera un secreto.
—No lo es, no exactamente. —Molly nunca se lo habría dicho pero a Kevin aún le costaba trabajo aceptar lo que había hecho Rob lo que le convertía en el culpable más probable. Volvió a arrimar una de las sillas a la mesa. No iba a hablar de Rob con Nick—. Si he estado algo irritable, lo siento —dijo, sin dejar de sonar irritable—, pero me cuesta gran esfuerzo entender a la gente que hace del trabajo el centro de su vida, hasta el punto de excluir las relaciones personales.
—Que es precisamente por lo que me ha traído aquí. Para enmendar eso.
Ahí le había dado.
—¿Andando? —dijo Nick, y señaló la puerta del porche con un gesto.
—¿Por qué no? —Se sacudió el pelo y pasó delante de él—. Es hora de poner en marcha la operación Lamida de Culo.
—Eso quería oír: con convicción, como a mí me gusta.
***
En el fuego, pequeñas explosiones lanzaban chispas al cielo. Sobre la mesa de picnic sólo quedaba la bandeja de bizcochos de chocolate y nueces que Molly había hecho para ellos en la cocina del bed & breakfast aquella tarde. Una pareja joven se encargaba del día a día del camping, pero Molly y Kevin siempre echaban una mano cuando estaban allí. La comida había sido deliciosa: churrasco a la brasa, patatas asadas con un montón de salsas, cebollas dulces perfectamente tostadas en los extremos, y una ensalada aderezada con jugosas rodajas de pera madura. Kevin y Molly habían dejado a los niños con la pareja que llevaba el camping, nadie tenía que coger el coche y corrían el vino y la cerveza. Nicholas se encontraba en su elemento, cordial y encantador con las mujeres, como en casa con los hombres. Era un camaleón, pensó _______, y ajustaba su comportamiento para adecuarse al público. Esa noche, todo el mundo estaba disfrutando de su compañía menos Phoebe, e incluso ella no había ido más allá de lanzarle alguna que otra mirada envenenada.
Cuando empezó a sonar el equipo de música, _______ se fue andando hasta el desierto embarcadero, pero justo cuando empezaba a disfrutar de la soledad oyó el golpeteo resuelto de un par de sandalias hacia ella y se volvió para ver a Molly que se le acercaba. Excepto por el busto, más generoso por haber dado de amamantar a Danny, parecía la misma chica aplicada que _______ conociese hacía más de una década en una clase de literatura comparada. Esa noche, había retirado su lisa melena castaña de la cara con un pasador, y un par de diminutas tortugas de mar de plata pendían de los lóbulos de sus orejas. Llevaba leotardos morados con un top a juego y un collar hecho de tiburones de pasta.
—¿Por qué no me has devuelto las llamadas? —preguntó.
—Lo siento. Se me liaron las cosas. —Tal vez pudiera distraerla—. ¿Te acuerdas que te conté que tenía un cliente hipocondríaco? Le organicé una cita con una mujer que...
—Eso me da igual. ¿Qué está pasando entre Nick y tú?
_______ compuso una expresión de asombrada inocencia, tirando del anquilosado repertorio de sus días de teatro universitario.
—¿A qué te refieres? Asuntos de trabajo.
—No me vengas con ésas. Hace demasiado tiempo que somos amigas.
_______ cambió a una expresión ceñuda.
—Es mi cliente más importante. Sabes lo que esto significa para mí.
Molly no se lo tragaba.
—He visto cómo le miras. Igual que si fuera una tragaperras con los tres sietes tatuados en la frente. Como te enamores de él, te juro que no vuelvo a hablarte en la vida.
_______ casi se ahoga. Ya sabía que Molly sospecharía, pero no se esperaba una interpelación directa.
—¿Estás loca? Dejando de lado el hecho de que me trata como a una criada, nunca me iría a colgar de un adicto al trabajo, después de lo que he pasado con mi familia. —Ceder a la lujuria, por otro lado, era una cosa muy distinta.
—Tiene una calculadora por corazón.
—Creía que te caía bien.
—Le adoro. Llevó las negociaciones de Kevin brillantemente y, créeme, mi hermana puede ser muy agarrada. Nicholas es listo, nunca he conocido a nadie que trabaje tan duro, haría lo que fuera por un cliente, y su conducta es todo lo ética que se puede pedir de un representante. Pero es el peor candidato a un emparejamiento amoroso que haya conocido.
—¿Crees que no lo sé? Lo de este fin de semana es por trabajo. Ha rechazado a todas las chicas que le hemos presentado tanto Portia como yo. Hay algo que a las dos se nos escapa, y no consigo averiguar qué es durante esas míseras migajas de su tiempo que me dedica. —Decía la verdad. Eso era exactamente en lo que debía concentrar su atención ese fin de semana, en estudiar su psique y no en lo bien que olía o en aquellos ojazos verdes suyos.
Molly aún parecía preocupada.
—Me gustaría creerte, pero tengo el extraño presentimiento de que...
El presentimiento que tuviera se perdió cuando sonaron nuevas pisadas en el embarcadero. Se giraron y vieron que Krystal Greer y Charmaine Pruitt venían a unírseles. Krystal parecía Diana Ross más joven. Esa noche se había recogido el pelo largo y rizado con un lazo rojo que combinaba con un pañuelo atado a modo de top. Era pequeña, pero se comportaba como una reina, y el hecho de haber cumplido los cuarenta no había alterado ni sus pómulos de modelo ni su actitud implacable.
Pese a que tenían personalidades diametralmente opuestas, Charmaine era desde hacía años su mejor amiga. Charmaine, que vestía de forma conservadora, con un conjunto de suéter y chaqueta de algodón color arándano y unos shorts de paseo de rayas diagonales, era de líneas redondas, cariñosa y seria. Había sido bibliotecaria y ahora tocaba el órgano en una iglesia y dedicaba su vida a su marido y a sus dos pequeños. El día que conoció a Darnell, el marido de Charmaine, _______ se había quedado atónita ante lo que parecía el peor emparejamiento del siglo. Aunque sabía que Darnell había jugado en tiempos con los Stars, _______ no estaba por entonces al tanto del fútbol, y le había imaginado tan conservador como Charmaine. Muy al contrario, Darnell tenía un diamante incrustado en un diente, una colección aparentemente interminable de gafas de sol y una afición a la joyería pesada digna de una estrella del hip-hop. Las apariencias, no obstante, engañaban. Más de la mitad de los libros seleccionados en el club de lectura lo eran por recomendación suya.
—No deja de asombrarme cómo se ve el cielo aquí. —Charmaine se arropó con los brazos contemplando las estrellas—. Viviendo en la ciudad, se te olvida.
—Este fin de semana te vas a llevar sorpresas mayores que un bonito cielo plagado de estrellas —dijo Krystal con aire de suficiencia.
—Suelta tu gran secreto de una vez o deja de dar la lata —replicó Charmaine. Se volvió hacia _______ y Molly—. Krystal no para de soltar indirectas sobre no sé qué gran sorpresa que nos tiene preparada. ¿Alguna de vosotras sabe de qué se trata?
_______ y Molly negaron con la cabeza.
Krystal se enfundó los pulgares en los bolsillos delanteros de sus shorts y sacó una pechera todavía provocativa.
—Sólo os diré una cosa: nuestra señorita Charmaine puede que necesite un poco de terapia cuando haya acabado con ella. En cuanto al resto de vosotras... Bueno, estad preparadas.
—¿Para qué? —Janine venía hacia ellas con Sharon McDermitt y Phoebe, que se había puesto un chándal rosa con capucha y sostenía una copa de chardonnay. Janine, con sus canas prematuras, sus joyas de artesanía y su vestido de tirantes estampado hasta los tobillos, salía de un mal año: la muerte de su madre, un cáncer de mama, y una mala racha en la venta de sus libros. Las amistades del club de lectura lo eran todo para ella. Cuando estuvo enferma, ________ y Charmaine le traían comida y le hacían recados, Phoebe la llamaba a diario y le organizaba sesiones de masaje periódicas, Krystal se ocupaba del jardín, y Molly la espoleaba para que volviera a escribir. Sharon McDermott, la que mejor sabía escuchar del grupo, había sido su confidente. Después de Molly, Sharon era la mejor amiga de Phoebe, y presidía la Fundación benéfica de los Stars.
—Parece ser que Krystal tiene un secreto —dijo Molly—, que nos revelará, como de costumbre, cuando le venga en gana.
Mientras las demás hacían especulaciones sobre cuál podría ser el secreto de Krystal, ________ buscaba la mejor manera de introducir un tema delicado. Aunque hasta el momento había tenido suerte, no podía contar con que ésta la acompañara siempre, y en cuanto que se hizo una pausa en la conversación, intervino.
—Tal vez necesite un poco de ayuda este fin de semana.
Sabía, por sus expresiones expectantes, que deseaban que les explicara cómo era que se había presentado con Nick, pero no iba a darles más pistas de las que ya tenían. Jugueteó con la correa amarilla de su Swatch con motivos de margaritas.
—Todas sabéis los mucho que Perfecta para Ti significa para mí. Si no tengo éxito, se habrá demostrado, básicamente, que mi madre tiene razón en todo. Y la verdad es que no quiero hacerme contable.
—Kate te presiona demasiado —dijo Sharon, y no era la primera vez.
________ le dirigió una mirada agradecida.
—Gracias a Molly, conseguí una entrevista con Nick. Lo que pasa es que tuve que embarcarme en un pequeño subterfugio para que estampara su firma en un contrato.
—¿Qué clase de subterfugio? —preguntó Janine.
Ella respiró hondo y les contó cómo le había organizado una cita con Gwen.
Molly dio un respingo.
—Te matará. En serio, _______. Cuando se entere de que le engañaste, y se enterará, se pondrá hecho una furia.
—Me arrinconó. —_______ se encogió de hombros y se frotó un brazo—. Admito que fue un recurso rastrero, pero sólo tenía veinticuatro horas para salirle con una candidata que le tumbara de espaldas, o si no le perdía.
—Con ese hombre es mejor no enredar —dijo Sharon—. No te creerías algunas de las historias que le he oído a Ron.
_______ se mordisqueó el labio inferior.
—Sé que tengo que contarle la verdad. Sólo me hace falta encontrar el momento adecuado.
Krystal ladeó la cadera.
—Nena, no hay un momento adecuado para morir.
Charmaine chasqueó la lengua.
—Te apunto la primera en mi lista de oraciones.
Sólo Phoebe parecía complacida, y sus ojos de ámbar brillaban como los de un gato.
—Me parece genial. No el hecho de que vayas a acabar enterrada en un descampado, esto lo deploro, y me aseguraré de que caiga sobre él todo el peso de la ley. Pero me encanta saber que una chiquilla se la haya colado a la gran Pitón.
Molly miró a su hermana con furia.
—Precisamente por eso Christine Jeffrey no deja que su hija se quede a dormir con las gemelas. Asustas a la gente. —Luego se dirigió a ________—: ¿Qué quieres que hagamos?
—Que no mencionéis el nombre de Gwen estando él presente, nada más. No veo por qué habrían de nombrarla los hombres, así que me encomendaré a la suerte por lo que a ellos respecta. Salvo que a alguna se le ocurra una forma de sugerirlo sin tener que decirles lo que hice.
—Yo voto que les contemos la verdad —dijo Phoebe—. Se pasarán meses riéndose de él a su espalda.
—No vas a conseguir ni un voto. No en nada que tenga que ver con la Pitón.
—Pero qué injusticia —dijo Phoebe, y dio un resoplido.
Charmaine le dio unas palmaditas en el brazo.
—Te pones un poco irracional con ese tema.
Desde la playa llegó el sonido de risas varoniles.
—Más vale que volvamos —dijo Molly—. Mañana tenemos todo el día para hablar de los problemas de ________, incluido por qué se ha traído aquí a Nicholas, de entrada.
Sharon parecía preocupada.
—Creo que eso salta a la vista. En serio, _______, ¿en qué estabas pensando?
—¡Son negocios! —exclamó.
—Un poco turbios —murmuró Krystal.
—A Nicholas le hacía falta evadirse un poco, y yo necesito una ocasión para descubrir por qué no hay forma de encontrarle pareja. No hay nada más.
Charmaine intercambió con Phoebe una mirada significativa, dispuesta a añadir algo, pero Molly acudió al rescate de _______.
—Más vale que volvamos antes de que empiecen a rememorar partidos.
Se encaminaron todas al extremo del embarcadero. Y se pararon en seco.
Phoebe fue la primera en romper el largo silencio. Con su voz ronca y sensual, expresó lo que todas estaban pensando.
—Señoras, bienvenidas al jardín de los dioses.
Sharon habló muy pausadamente, con el murmullo del agua de fondo.
—Cuando estás al lado de ellos no acabas de apreciar el impacto del conjunto.
La voz de Krystal tenía un deje soñador.
—Podemos apreciarlo ahora.
Los hombres estaban de pie alrededor del fuego... los seis... a cuál más atractivo. Phoebe se pasó la lengua por el labio inferior y señaló al mayor de todos, un gigante rubio con una mano plantada en la cadera. Un día que ella nunca olvidaría, en el Midwest Sports Dome, Dan Calebow le había salvado la vida con un lanzamiento espiral perfecto.
—Elijo a ése —dijo suavemente—. Por siempre jamás.
Molly deslizó su brazo en torno al de su hermana y dijo, con la misma suavidad:
—Yo me quedaré con el chico de oro que está a su lado. Por siempre jamás. —Kevin Tucker, moreno y en forma, tenía los ojos color de avellana y un talento excepcional que le había granjeado dos anillos de la Super Bowl, pero todavía le decía a la gente que la noche en que tomó a Molly por un ladrón fue la más afortunada de su vida.
—Yo me quedo con aquel buen hermano, el que tiene los ojos conmovedores y esa sonrisa que me funde el corazón. —Krystal señalaba a Webster Greer, el segundo en corpulencia de los hombres reunidos en torno a las llamas—. Por más que me saque de quicio, me volvería a casar con él mañana mismo.
Charmaine contemplaba al más corpulento y amenazador de los dioses. Darnell Pruitt llevaba la camisa de seda desabrochada hasta la cintura, descubriendo un pecho musculoso y un trío de cadenas de oro. Con la luz del fuego convirtiendo su piel en ébano pulido, parecía un antiguo rey africano. Ella se apretó la base del cuello con la punta de los dedos.
—Todavía no lo acabo de entender. Debería tenerle miedo.
—Y es al revés. —La sonrisa de Janine tenía un dejo de añoranza—. Prestadme uno, alguna. Para esta noche sólo.
—El mío no —dijo Sharon. El hecho de que Ron McDermitt fuera el hombre más pequeño en torno a la hoguera y un cateto confeso no empañaba su bestial magnetismo sexual, sobre todo cuando las gafas de sol adecuadas hacían de él un clon de Tom Cruise.
Una a una, las mujeres fueron a posar sus miradas en Nicholas. Ágil, de mentón cuadrado, con el crespo pelo castaño espolvoreado de oro por el fuego, se erguía en el centro exacto de este grupo de guerreros de élite, como uno de ellos y a la vez como alguien separado de algún modo. Él era más joven, y la dureza labrada en mil batallas de sus rasgos se había cincelado en las mesas de negociación y no en la cancha, pero eso no hacía su aspecto menos imponente. Ése era un hombre a tener en cuenta.
—Da miedo lo bien que encaja en el grupo —apuntó Molly.
—Es el truco favorito de los no-muertos —dijo Phoebe, cortante—. Pueden adoptar cualquier forma y convertirse en lo que cualquiera quiera ver.
________ reprimió un fuerte impulso de salir en su defensa.
—Un cerebro de Harvard, el refinamiento de un alto ejecutivo y el encanto de un chico de pueblo —dijo Charmaine—. Por eso los jóvenes quieren firmar con él.
Phoebe pateó el muelle con la punta de su zapatilla.
—Un hombre como Nicholas Jonas sólo sirve para una cosa.
—Ya estamos otra vez —masculló Molly.
Phoebe frunció un labio.
—Para diana en prácticas de tiro.
—¡Para ya! —le espetó _______.
Todas la miraron. ________ aflojó los puños y trato de suavizar la cosa.
—Lo que quiero decir es que... o sea... Si un hombre dijera algo así de una mujer, la gente lo metería en la cárcel. Así que creo que tal vez... en fin... que tampoco una mujer debería decirlo de un hombre.
Phoebe parecía fascinada con el rebote de _______.
—A la Pitón le ha salido quien le defienda.
—Sólo digo que... —murmuró _______.
—Lo que ha dicho es cierto. —Krystal echó a andar hacia la playa—. Es difícil educar a los chicos para que vayan bien de autoestima. Y esa clase de cosas no ayudan.
—Tienes razón. —Phoebe le pasó el brazo a _______ por la cintura—. Soy madre de un hijo, y debería saberlo. Es sólo que estoy... un poco inquieta. Tengo más experiencia con Nicholas que tú.
Su preocupación era sincera, y _______ no pudo permanecer enfadada.
—No tienes de qué preocuparte, de verdad.
—No es fácil evitarlo. Me siento culpable.
—¿Por qué?
Phoebe aflojó el paso lo justo para quedarse rezagada de las demás. Le dio a ________ las mismas palmaditas que daba a sus hijos cuando estaba preocupada.
—Intento encontrar una forma de decirte esto con tacto, pero no doy con ella. ¿Eres consciente, verdad, de que te está utilizando para acceder a mí?
—No le puedes reprochar que lo intente —dijo ________ con toda calma—. Es un buen representante. Todo el mundo lo dice. Tal vez sea el momento de olvidar lo pasado. —Lamentó sus palabras nada más pronunciarlas. Desconocía por completo los mecanismos internos de la Liga Nacional de Fútbol, y no debería presumir que podía decirle a Phoebe cómo administrar su imperio.
Pero Phoebe se limitó a suspirar y a soltarla de la cintura.
—No hay representantes buenos. Pero, al menos, algunos de ellos no ponen tanto empeño en apuñalarte por la espalda.
Nick había olido el peligro, y se acercaba a ellas a grandes zancadas.
—Ron le había puesto el ojo encima al último bizcocho, ________, pero yo llegué primero. Ya he visto lo quisquillosa que se vuelve si pasa demasiado tiempo sin chocolate.
A ella le iban más los caramelos, pero no quiso contradecirle enfrente de su archienemiga, y cogió el bizcocho que le ofrecía.
—Phoebe, ¿quieres que nos lo partamos?
—Reservaré las calorías para otra copa de vino. —Sin siquiera mirar a Nick, se marchó para unirse a los demás.
—¿Y qué tal, cómo se va desarrollando su plan hasta ahora? —dijo _______, con los ojos clavados en la espalda de Phoebe.
—Se le acabará pasando.
—No veo próximo el momento.
—Actitud, ________, todo es cuestión de actitud.
—Como ya ha dicho alguna vez. —Le pasó el bizcocho—. Usted se deshará de esto mejor que yo.
Él mordió un trozo. Ella oyó a Janine decir en la playa que tenía que acabar el libro antes de mañana. Mientras todos le daban las buenas noches, Webster puso otro cede en el aparato y empezó a sonar un tema de Marc Anthony. Ron y Sharon se pusieron a bailar salsa sobre la arena. Kevin agarró a Molly y ambos se sumaron, ejecutando los pasos con más gracia que los McDermitt. Phoebe y Dan se miraron a los ojos, rompieron a reír y empezaron también a bailar.
Nicholas cerró los dedos en torno al codo de ________.
—Vamos a dar un paseo.
—No. Ya están con la mosca detrás de la oreja. Y Phoebe sabe perfectamente lo que pretende.
—¿Lo sabe? —Tiró lo que quedaba del bizcocho a la basura—. Si no quiere pasear, bailemos.
—Vale, pero baile también con las demás, para que nadie empiece a sospechar.
—¿A sospechar qué?
—Molly piensa... Mire, da igual. Limítese a esparcir su dudoso encanto por todas partes, ¿de acuerdo?
—¿Quiere relajarse? —La cogió de la mano y volvieron con los demás.
Ella no tardó en sacudirse las sandalias e imbuirse del ambiente de la noche. Con todas las clases que Kate le había hecho tomar, ________ era una buena bailarina. Y Nicholas, o había ido a clases él también o tenía un talento natural, porque la seguía perfectamente. En lo que a dominar las habilidades sociales se refería, parecía sabérselas todas. Se acabó la canción, y ________ esperó a la siguiente. Con las olas batiendo la orilla, el crepitar de la hoguera, un cielo tachonado de estrellas y un hombre tan tentador que daba miedo a su lado, la noche ofrecía la clásica estampa romántica. No habría podido soportar una balada... Sería demasiado cruel. Para su alivio, la música siguió en la onda más bailona.
Bailó con Darnell y con Kevin, y Nicholas con sus mujeres. Al cabo de un rato, las parejas volvieron a reunirse y continuaron así el resto de la noche. Finalmente, Kevin y Molly se fueron a echar un vistazo a sus críos. Phoebe y Dan se alejaron de la mano, paseando por la playa. Los demás siguieron bailando, quitándose las sudaderas, secándose la frente, refrescándose con una cerveza o una copa de vino, mientras se dejaban llevar por la música. _______ se daba con el pelo en las mejillas. Nicholas hizo un movimiento a lo Travolta que les hizo reír a ambos. Bebieron más vino; se juntaban, se separaban. Sus caderas se tocaban, se rozaban sus muslos, la sangre fluía atropellada por sus venas. Krystal pegaba el vientre a su marido como una contorsionista adolescente. Darnell cogió a su mujer por las caderas, la miró a los ojos y el aire remilgado de Charmaine se desvaneció por completo.
Las chispas del fuego se proyectaban al cielo. Outkast atacó su Hey yah! Los pechos de ________ rozaron el de Nicholas. Ella levantó la vista y vio unos profundos ojos verdes medio cerrados, y se le ocurrió que estar borracha podía darle a una mujer la excusa perfecta para hacer algo que normalmente no haría. Siempre podía decir al día siguiente: «Dios, estaba que me caía. No me dejéis volver a beber.»
Sería como tener un pase gratuito.
***
En algún momento, entre Marc Anthony y James Brown, Nicholas empezó a olvidar que _______ era su casamentera. Mientras caminaban de regreso a la cabaña, le echaba la culpa a la noche, a la música, a las cervezas de más y a aquel revoltijo rojizo que bailaba en torno a la cabeza de _______. Culpó a los picaros destellos ambarinos de sus ojos cuando bailando le retaba a seguirla. Culpó a la curva levantisca de su boca mientras sus pequeños pies desnudos pateaban la arena al aire. Pero sobre todo echaba la culpa a su régimen de preparación para la fidelidad conyugal, que según comprendía ahora se pasaba de estricto, o de otro modo sería capaz de recordar en aquel momento que ésa era ________, su casamentera, una especie de... colega...
Ella se sumió en el silencio al acercarse a la cabaña en penumbra. Nicholas tenía que admitir que no era la primera vez que sus pensamientos sobre ella tomaban un sesgo sexual, pero aquello había sido la reacción normal de un macho ante una hembra tan enigmática. __---___ no tenía sitio en su vida como potencial compañera de cama, y tenía que controlarse.
Abrió la puerta y la sostuvo, cediéndole el paso a ella. Durante toda la noche, su risa había resonado en su cabeza como campanillas y cuando le rozó el hombro al pasar, una inconveniente inyección de sangre afluyó a su zona lumbar. Olió a humo de madera mezclado con un champú de ligero aroma floral, y resistió al impulso de hundir la cabeza en su pelo. Su móvil seguía en la mesita donde lo dejase antes de la comida para no caer en la tentación de utilizarlo.
Normalmente, habría ido directo a comprobar los mensajes, pero esa noche no le apetecía. _______, por su parte, estaba atacadísima. Pasó junto a él para encender una lámpara, y torció la pantalla durante la operación. Abrió una ventana, se abanicó, cogió el bolso que había dejado en el sofá, lo volvió a dejar. Cuando por fin le miró, Nicholas se fijó en la mancha húmeda de su top, donde se había derramado su tercera copa de vino. Él, como el bastardo que era, se la había rellenado de inmediato.
—Será mejor que me vaya a la cama. —_______ se mordisqueó el labio inferior.
Nicholas no podía apartar la vista de aquellos dientes pequeños, rectos, clavados en la carne sonrosada.
—Todavía no —se oyó decir a sí mismo—. Estoy demasiado revolucionado. Quiero hablar con alguien. —«Tocar a alguien.»
________ le leyó el pensamiento y encaró la situación de frente.
—¿Cómo está de sobrio?
—Casi del todo.
—Estupendo. Porque yo no.
Los ojos de Nicholas se posaron en el capullo húmedo de aquella boca. Sus labios se abrían como pétalos de una flor. Trató de pensar en algún comentario meloso, que la ofendería con seguridad sacándoles así a ambos de ese trance, pero no se le ocurrió nada.
—¿Y si no estuviera casi sobrio? —dijo.
—Lo está. Casi. —Aquellos ojos de caramelo fundido no se apartaban de su cara—. Es una persona con gran control de sí mismo. Eso se lo respeto.
—Porque uno de los dos tiene que controlarse, ¿correcto?
Había cruzado las manos sobre la cintura. Tenía un aspecto adorable... la ropa arrugada, los tobillos llenos de arena, aquel amasijo de pelo brillante.
—Exacto.
—O tal vez no. —Al diablo con todo. Eran adultos. Sabían lo que hacían, y se acercó un paso a ella.
Ella levantó las manos en el aire. .
—Estoy borracha. Muy, muy borracha.
—Comprendido. —Se aproximó más.
—Estoy como una cuba. —Dio un pasito rápido hacia atrás, un poco extraño—. Me he puesto del revés.
—Vale. —Se detuvo en el sitio y esperó.
Ella adelantó dubitativamente la punta de una sandalia.
—¡No soy responsable!
—Recibido, alto y claro.
—Me parecería bien cualquier hombre, ahora mismo. —Otro paso hacia él— Si entrara Dan, o Darnell, o Ron, ¡no importa quién!... Pensaría en tirármelo. —El puente de la nariz se le llenó de arrugas de indignación—. ¡Incluso Kevin! El marido de mi mejor amiga, ¿se lo imagina? Así de borracha estoy, quiero decir, hasta... —Tomó aire—. ¡Usted! ¿Se lo puede creer? Llevo tal trompa que no distinguiría un hombre de otro.
—Cogería al primero que pillara, ¿no? —Oh, era demasiado fácil. Avanzó la distancia que aún les separaba.
A ella se le tensaron los músculos de la garganta al tragar saliva.
—Tengo que serle sincera.
—Me cogería incluso a mí.
_______ encogió sus estrechos hombros, que volvieron a caer.
—Desafortunadamente, es usted el único hombre que hay en esta habitación. Si hubiera alguien más, yo...
—Ya lo sé. Se lo tiraría. —Le pasó la punta de un dedo por la curva de la mejilla. Ella inclinó la cara hacia su mano. Él le frotó la barbilla con el pulgar—. ¿Se callará ahora para que pueda besarla?
Ella parpadeó, y las largas y espesas pestañas barrieron sus ojos de duende.
—¿Habla en serio? —preguntó.
—Ah, sí.
—Porque, si lo hace, yo le besaré también, así que tiene que recordar que estoy...
—Borracha. Lo recordaré. —Deslizó los dedos dentro de aquel pelo que se moría por tocar desde hacía semanas—. No es usted responsable de sus actos.
Ella alzó la vista hacia él.
—Es sólo para que lo entienda.
—Lo entiendo —dijo suavemente.
Y entonces la besó.
Ella se arqueó contra él, el cuerpo flexible y los labios calientes con ese toque picante tan suyo. El pelo enredado entre sus dedos como tirabuzones de seda. Nicholas liberó una mano y buscó un pecho. A través de la ropa, el pezón se endureció contra la palma de su mano. ________ le rodeó el cuello con los brazos y apretó las caderas contra las suyas. Sus lenguas se embarcaron en un juego erótico. Él sintió un impulso animal, ciego. Necesitaba más, y deslizó la mano bajo el top para sentir su piel.
Un gimoteo sofocado hendió la niebla que enturbiaba su mente. Ella se estremeció, e hizo presión contra su pecho con la base de las manos.
Él se echó atrás.
—¿________?
Ella levantó los ojos humedecidos hacia él, aspiró por la nariz, y su boca sonrosada y suave adoptó una mueca triste.
—Ojalá estuviera borracha al menos —musitó.
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
13
_______ oyó el suspiro de Nicholas. Ese beso... Sabía de antemano que besaría de maravilla: dominando de la mejor manera posible, como amo y señor, comandante en jefe, líder carismático. Con éste no había que preocuparse porque se fuera a calzar unos tacones de aguja a la que ella se descuidara. Pero nada de esto justificaba su propia estupidez.
—Creo... Creo que tengo más autocontrol del que pensaba —dijo con voz vacilante.
—Vaya, me encanta que se dé cuenta precisamente ahora.
—No puedo echarlo todo por la borda por un par de minutos de jadeos.
—¿Un par de minutos? —exclamó él, indignado—. Si cree que eso es lo más que aguanto...
—No siga. —Sintió una punzada de dolor. Lo único que quería hacer ahora era meterse en la cama y enterrar la cabeza bajo las mantas. Se había desentendido de su negocio, de su vida, de su respeto hacia sí misma. Todo aquello que le importaba estaba cediendo al impulso del momento.
—Andando, Campanilla. —La agarró del brazo y tiró de ella hacia la cocina—. Vamos a dar un paseo para enfriarnos un poco.
—No quiero pasear —protestó ella.
—Perfecto. Sigamos con lo que estábamos.
Aun mientras se zafaba de él, era consciente de que tenía razón. Si quería recuperar su equilibrio, no podía esperar al día siguiente. Tenía que hacerlo ahora.
—De acuerdo.
El cogió la linterna colgada junto a la nevera, y _______ le siguió al exterior. Echaron a caminar por una senda mullida de hojas de pino. Ninguno de los dos pronunció palabra, ni siquiera cuando la senda desembocó en una caleta iluminada por la luna donde la piedra caliza bordeaba el agua. Nicholas apagó la linterna y la dejó sobre una solitaria mesa de picnic. Hundió las manos en los bolsillos traseros de sus shorts y se acercó a la orilla.
—Sé que pretende hacer una montaña de esto, pero no lo haga.
—¿Una montaña de qué? Ya lo he olvidado. —Guardaba las distancias, vagando hacia el agua pero deteniéndose a más de tres metros de él. El aire era cálido y traía un olor a pantano, y las luces del pueblo de Wind Lake parpadeaban a su izquierda.
—Estábamos bailando —dijo él—. Nos excitamos. ¿Y qué?
Ella hundió sus uñas en la palma de la mano.
—Por lo que a mí respecta, eso no ha ocurrido.
—Ya lo creo que ha ocurrido. —Se volvió hacia ella, y el tono duro de su voz le dijo que la Pitón se preparaba para el ataque—. Sé cómo piensa usted, y eso no ha sido ningún pecado enorme e imperdonable.
La compostura de _______ se disipó.
—¡Soy su casamentera!
—Justo. Una casamentera. No tuvo que prestar el juramento hipocrático para hacerse las tarjetas.
—Sabe perfectamente lo que quiero decir.
—No tiene pareja; yo tampoco. No se habría acabado el mundo por habernos dejado llevar.
No podía creer que le hubiera oído bien.
—Se habría acabado mi mundo.
—Temía que dijera eso.
Su tono ligeramente exasperado acabó de sacarla de quicio, y avanzó hacia él muy impetuosa.
—¡Nunca debí permitir que viniera conmigo este fin de semana! Sabía desde un principio que era una pésima idea.
—Fue una idea excelente, y nadie ha salido perjudicado. Somos dos adultos sanos, sin compromisos y razonablemente cuerdos. Lo pasamos bien juntos, y esto no me lo puede negar.
—Sí, desde luego, soy una colega estupenda.
—Créame, esta noche no pensaba en usted como colega.
Esto la descolocó completamente, pero se recuperó enseguida.
—Si hubiera habido alguna otra mujer alrededor, esto no habría pasado.
—No sé qué intenta decir, pero suéltelo ya.
—Venga, Nick. Ni soy rubia, ni tengo unas piernas largas, ni un busto generoso. Lo mío fue configuración por defecto. Ni siquiera mi ex prometido dijo nunca que fuera sexy.
—Su ex prometido se pinta los labios, así que yo no me tomaría eso muy a pecho. Se lo juro, _______, es usted muy sexy. Ese pelo...
—No la tome con mi pelo. Nací con él, vale. Es como burlarse de alguien con un defecto de nacimiento.
Lo oyó suspirar.
—Estamos hablando de simple atracción física provocada por un poco de luz de luna, algunos bailes y demasiado alcohol —dijo—. No es más que eso, ¿está de acuerdo?
—Supongo.
—Atracción física primaria.
—Me imagino.
—No sé usted —prosiguió él—, pero yo hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien.
—Vale, reconozco que ha sido divertido. Lo de bailar—se apresuró a añadir.
—Ha sido genial. Y por eso nos hemos dejado llevar un poco. Sólo por las circunstancias, ¿no es eso?
Su orgullo y respeto hacia sí misma le dictaban que asintiera.
—Desde luego.
—Por las circunstancias... y un poco de instinto animal. —El tono, algo más ronco, de su voz empezaba a sonar casi seductor—. Nada por lo que agobiarse. ¿Está de acuerdo conmigo?
La estaba dejando descolocada, pero afirmó con la cabeza.
Él se le acercó más, y su áspero susurro pareció rasparle la piel.
—Es perfectamente comprensible, ¿no?
—Así es. —Seguía asintiendo, casi como si la hubiera hipnotizado.
—¿Está segura? —susurró.
Ella siguió asintiendo con la cabeza, sin recordar ya cuál era la pregunta exactamente.
Los ojos de Nicholas brillaban a la luz de la luna.
—Porque sólo así... puede explicarse algo como esto. Pura atracción animal.
—A-ajá —acertó a decir ella, que empezaba a sentirse como una muñeca mareada, con un pompón por cabeza.
—Lo que nos deja la libertad —le tocó la barbilla, un roce apenas— de hacer exactamente eso que ninguno de los dos consigue quitarse de la cabeza, ¿correcto? —Inclinó la suya para besarla.
Silbaba la brisa nocturna; su corazón latía con fuerza. Un instante antes de que los labios de Nick tocaran los suyos, él parpadeó, y ella creyó ver agazapado en aquellos iris verdes un levísimo indicio de astucia. Ahí fue cuando explotó.
—¡Será víbora...! —Le puso las manos en el pecho y empujó.
Él dio un paso atrás, todo inocencia herida.
—No merezco esto.
—¡Dios santo! Me estaba aplicando el manual del vendedor. Me inclino ante mi señor.
—Está claro que se ha excedido mucho con la bebida.
—El gran vendedor hace las preguntas justas para que su víctima le diga a todo que sí. La hace asentir hasta que a la muy idiota casi se le desprende la cabeza. Y luego lanza su ataque letal. ¡Acaba de intentar hacerme una venta!
—¿Siempre ha sido tan desconfiada?
—Esto es muy propio de usted. —Marchó decidida hacia el sendero, pero inmediatamente giró en redondo, porque le quedaba aún mucho por decir—. Quiere algo que sabe que es absolutamente vergonzoso, e intenta vendérmelo con una combinación de preguntas capciosas y sinceridad fingida. Acabo de ver a la Pitón en acción, ¿no es así?
El sabía que le tenía calado, pero no era partidario de reconocer nunca la derrota.
—Mi sinceridad jamás es fingida. Estaba enunciando los hechos. Dos personas sin compromiso, una cálida noche de verano, un beso apasionado... Somos humanos, después de todo.
—Al menos uno de nosotros. El otro es un reptil.
—Esto es cruel, ________. Muy cruel.
Ella volvió a acercársele.
—Deje que le haga una pregunta, de empresario a empresario. —Le plantó el índice en el pecho—. ¿Alguna vez se ha enrollado con un cliente? ¿Es ésa una conducta profesional admisible, según sus normas?
—Mis clientes son hombres.
—No se me escurra. ¿Y si yo fuera una figura del patinaje, un campeona del mundo en puertas de unos juegos olímpicos? Digamos que soy favorita para el oro, y que acabo de firmar con usted hace una semana para que sea mi representante. ¿Se acostaría conmigo, o no?
—¿Sólo hace una semana que firmamos? Me parece un poco…
—Vale, pues saltamos hasta las Olimpiadas —dijo con un ademán de paciencia exagerado—. He ganado la maldita medalla. Me he tenido que conformar con la plata, porque no bordé la recepción de mi triple axel, pero a nadie le importa, porque tengo carisma y siguen queriendo poner mi cara en sus cajas de cereales. Usted y yo tenemos un contrato. ¿Se acuesta conmigo?
—Son naranjas y manzanas. En el caso que usted describe, habría en juego millones de dólares.
Ella imitó el sonido estridente de una alarma eléctrica.
—Respuesta incorrecta.
—Respuesta verdadera.
—¿Por que su meganegocio es incomparablemente más importante que mi ridicula agencia de contactos? Bueno, puede que lo sea para usted, señor Pitón, pero no para mí.
—Entiendo la importancia que tiene para usted su empresa.
—No tiene ni idea. —Endilgarle a él la culpa le hacía sentirse mucho mejor que asumir la parte que en justicia le correspondía, y fue dando pisotones hasta la mesa de picnic para agarrar la linterna—. Es usted igualito que mis hermanos. ¡Peor aún! No puede soportar que alguien te diga «no». —Le enfocó con la linterna—. Pues escúcheme bien, señor Jonas: no soy alguien con quien pueda pasar el rato mientras espera a que se presente su futura y espectacular esposa. No seré su pasatiempo sexual.
—Se insulta a sí misma —dijo él con mucha calma—. Puede que no siempre me entusiasme su forma de llevar el negocio, pero me inspira el máximo respeto como persona.
—Fantástico. Observe cómo obro en consecuencia.
Giró sobre sus talones y salió dando zancadas.
Nicholas se la quedó mirando hasta que desapareció entre los árboles. Cuando ya no la veía, cogió una piedra del suelo, la lanzó sobre las oscuras aguas y sonrió. Tenía más razón que un santo. Él era una víbora. Y estaba avergonzado. Bueno, tal vez no en aquel momento precisamente, pero lo estaría al día siguiente, seguro. Su única excusa era que ella le gustaba una barbaridad, y no recordaba la última vez que había hecho algo por pura diversión.
Aun así, poner a una amiga en ese brete era una canallada. Aunque fuera una amiga sexy, por más que ________ no pareciera tener claro ese punto, lo que hacía más tentador todavía el efecto de aquellos ojos traviesos y el remolino de ese pelo asombroso. Así y todo, si había de echar por la borda su preparación para la fidelidad conyugal, hubiera debido hacerlo con una de las mujeres de Waterworks, no con _______, porque ella llevaba razón en esto: ¿cómo iba a acostarse con él y presentarle luego a otras mujeres? No podía, ambos lo sabían, y dado que él no perdía nunca el tiempo defendiendo una postura indefendible, no podía imaginar por qué lo había hecho esta noche. O a lo mejor sí podía.
Porque quería a su casamentera desnuda... Lo que, decididamente, no figuraba en el plan que se había trazado en un principio.
***
Nicholas durmió aquella noche en el porche, y a la mañana siguiente le despertó el ruido de la puerta principal al cerrarse. Se dio la vuelta sobre el costado y miró su reloj con ojos entrecerrados. Faltaban unos minutos para las ocho, lo que quería decir que _______ iba a reunirse con el club de lectura para desayunar. Se levantó del colchón que había arrastrado al exterior para pasar la que resultó ser la noche en que más a gusto había dormido en muchas semanas; mil veces mejor que dando vueltas en la cama de su desierta casa.
Los hombres habían programado unos hoyos al golf. Mientras se duchaba y se vestía, se recordó que debía cuidar más los modales que tanto le había costado adquirir. _______ era su amiga, y él no jodía a sus amigos, ni en el sentido figurado ni en el literal.
Fue hasta el circuito público en coche con Kevin, pero acabó compartiendo el carro de los palos con Dan Calebow. Dan se contaba en una forma estupenda para haber pasado los cuarenta.
Aparte de unas pocas arrugas de expresión, no había cambiado mucho desde sus días de jugador, en que sus ojos acerados y su determinación y sangre fría en el campo le hicieran ganarse el sobrenombre de Ice, el hombre de hielo. Dan y Nick siempre se llevaron bien pero cada vez que Nick mencionaba a Phoebe, como hizo esa misma mañana, Dan venía a responderle siempre más o menos lo mismo.
—Cuando dos personas cabezotas se casan, aprenden a elegir con cuidado sus batallas. —Dan habló bajito para no distraer a Darnell, que estaba preparando su tiro desde el tee—. Ésta es toda tuya colega.
Darnell fue a colgar la pelota en el rough de la izquierda, y la conversación volvió a centrarse en el golf, pero más adelante, mientras conducían calle abajo, Nick preguntó a Dan si echaba de menos el trabajo de entrenador jefe, que había abandonado al asumir la presidencia.
—A veces. —Mientras Dan consultaba la tarjeta de las puntuaciones, Nick reparó en un tatuaje de los de calcomanía que llevaba a un lado del cuello. Un bebé unicornio azul. Cosa de Pippi Tucker, sin duda—. Pero mi premio de consolación está muy bien —prosiguió Dan—, y es que veo crecer a mis hijos.
—Muchos entrenadores tienen hijos.
—Sí, y sus mujeres los crían. Ser presidente de los Stars da mucho trabajo, pero no tanto que no pueda llevarlos al colegio por las mañanas y cenar en casa casi todas las noches.
En aquel momento, Nick no acababa de verle la emoción a ninguna de las dos cosas, pero asumió que pudiera llegar el día en que se la viera, puesto que Dan lo decía.
Acabó la ronda con sólo tres golpes más que Kevin, lo que no estaba nada mal teniendo en cuenta que su handicap era de doce. Se montaron en los carros y se dirigieron los seis al club para comer en un salón privado. Era un espacio deslucido y triste, con mesas baratas de contrachapado hechas polvo, y unas hamburguesas con queso que, según afirmaba Kevin, eran las mejores del condado. Después de un par de bocados, Nick se inclinaba a creerle.
Estaban tan a gusto repasando la ronda cuando, sin venir a cuento, Darnell decidió que tenía que aguar la fiesta.
—Ya es hora de que hablemos de nuestro libro —dijo—. ¿Se lo ha leído todo el mundo, como se supone que debíamos hacer?
Nick asintió al igual que los demás. La semana anterior, ________ le había dejado un mensaje con el título de la novela que supuestamente habían de leer los hombres, la historia de un grupo de alpinistas. Nick ya no solía leer por placer, y le encantó tener una excusa para hacerlo. Cuando era un crío, la biblioteca pública había constituido su refugio, pero al llegar al instituto ya se vio liado con las exigencias de tener dos trabajos, jugar al fútbol y estudiar para sacar los sobresalientes que le harían dejar atrás para siempre el camping de caravanas Beau Vista. Leer por gusto se había perdido por el camino, junto con muchos otros sencillos placeres.
Darnell apoyó un brazo en la mesa.
—¿Alguien quiere poner la pelota en juego?
Se produjo un largo silencio.
—A mí me gustó—dijo al fin Dan.
—A mí también —contribuyó Kevin.
Webster levantó la mano para pedir otra Coca-Cola.
—Lo encontré bastante interesante.
Se miraron los unos a los otros.
—La trama estaba bien —sentenció Ron.
Cayeron en un silencio aún más largo.
Kevin plegó como un acordeón el envoltorio de una pajita. Ron enredaba con el salero. Webster miraba en todas direcciones preguntándose por su Coca-Cola. Darnell volvió a intentarlo:
—¿Qué os pareció la reacción de los tipos la primera noche que pasan en la montaña?
—Bastante interesante.
—Sí, no está mal.
Darnell se tomaba esto de la literatura muy en serio, y en sus ojos empezaban a formarse nubes que anunciaban tormenta. Dirigió a Nick una mirada amenazadora.
—¿Tú tienes algo que decir?
Nick dejó la hamburguesa en la mesa.
—Combinar la aventura, la ironía y un sentimentalismo descarado, y que el conjunto quede logrado, es más difícil de lo que parece, sobre todo en una novela con un concepto central tan fuerte. Podemos preguntarnos: ¿dónde está el conflicto? ¿Es la lucha del hombre contra la naturaleza, del hombre contra el hombre, del hombre contra sí mismo? Una exploración bastante compleja de la moderna sensación de desarraigo. Trasfondo sombrío con pinceladas de humor. En mi opinión, funcionaba.
Aquello hizo que todos prorrumpieran en carcajadas. Incluso Darnell.
Por fin, se calmaron. A Webster le trajeron su Coca-Cola, Dan dio con un bote de ketchup lleno, y la conversación volvió al tema del que todos querían hablar excepto Darnell.
El fútbol.
***
Después de comer, el club de lectura se fue a dar un paseo por el campamento y continuar discutiendo las biografías de mujeres famosas que se habían leído. ________ había devorado sendos libros sobre las vidas de Katharine Graham y Mary Kay Ash. Phoebe se había centrado en Eleanor Roosevelt, Charmaine en Josephine Baker y Krystal en Coco Chanel. Janine había leído diversas biografías de supervivientes al cáncer, y Sharon explorado la vida de Frida Kahlo. Molly, como no era de extrañar, había elegido a Beatrix Potter. En su conversación, relacionaban las vidas de aquellas mujeres con las suyas propias, buscaban temas comunes y examinaban la capacidad para la supervivencia de cada una.
Después del paseo, volvieron al cenador privado de Kevin y Molly. Janine empezó a desplegar un surtido de revistas viejas, catálogos y reproducciones artísticas.
—Esto es algo que hicimos en mi grupo de apoyo a enfermos de cáncer —dijo—. Resultó muy revelador. Vamos a recortar palabras e imágenes que nos atraigan y a juntarlas cada una en un collage. Cuando hayamos terminado, los comentaremos.
________ podía reconocer una mina terrestre si se la ponían delante, y fue muy cauta con lo que elegía. Desgraciadamente, no lo bastante.
—Ese hombre se parece un montón a Nicholas. —Molly señalaba a un macizo modelo con una camisa de Van Heusen que _______ había pegado en la esquina superior izquierda de su póster.
—No es cierto —dijo protestando ________—. Representa la clase de clientes varones a los que quiero que atraiga Perfecta para Ti.
—¿Qué me dices de estos muebles de dormitorio? —Charmaine señaló una cama estilo imperio de Crate & Barrel—. ¿Y la niña y el perro?
—Están en el otro extremo del papel. Vida profesional. Vida privada. Totalmente separadas.
Por fortuna, justo en aquel momento, trajeron la bandeja con los postres, así que dejaron de interrogarla, pero ni siquiera con una porción de tarta de limón consiguió dejar de flagelarse por lo de la noche anterior. ¿Era estúpida de nacimiento o se trataba de una habilidad que había desarrollado con esfuerzo? Y todavía le quedaba toda una larga noche por delante...
***
—¡Tuíncepe!
Nicholas se sobresaltó al ver venir trotando hacia él al pequeño demonio de la laguna azul en miniatura con su bañador de lunares, sus botas de lluvia rojas y una gorra de béisbol que le caía tan por debajo de las orejas que sólo dejaba asomar las puntas rizadas de su pelo rubio. Cogió el periódico que guardaba bajo la silla de playa e hizo como que no la veía.
Los hombres habían echado un par de partidos al veintiuno después del almuerzo, y luego Nicholas volvió a la cabaña para hacer algunas llamadas. Más tarde se puso el traje de baño y bajó a la playa, donde supuestamente habían quedado en reunirse con las mujeres para nadar un poco antes de ir todos juntos a cenar al pueblo. Pese al rato pasado al teléfono, empezaba a tener la sensación de estar realmente de vacaciones.
—¿Tuíncepe?
Se acercó aún más el periódico a la cara, en la esperanza de que Pippi se marcharía si la ignoraba. Era impredecible, y esto le hacía sentirse incómodo. ¿Quién sabía con qué podría salir a continuaron? A su izquierda, a cierta distancia, Webster y Kevin jugaban al Frisbee con algunos de los críos que había en el camping. Darnell se encontraba tumbado en una toalla de playa del ratón Mickey, absorto en la lectura de un libro. Nicholas sintió en el brazo los golpecitos de unos dedos diminutos y llenos de arena. Pasó una página.
—¿Tuíncepe?
El no despegó los ojos del titular.
—No hay ningún tuíncepe por aquí.
Ella tiró de la pernera de su bañador y lo repitió por cuarta vez sólo que ésta sonó algo así como puíncepe, y fue entonces cuando lo entendió. «Príncipe». Le estaba llamando príncipe. Lo que resultaba más cariñoso que «capullo», desde luego.
La miró de soslayo tras el periódico.
—No me he traído el teléfono.
Ella le sonrió de oreja a oreja y se dio unas palmadas en su tripita redonda.
—Tengo un bebé.
Dejó el periódico y buscó desesperadamente a su padre con la mirada, pero Kevin estaba enseñando a un crío muy delgado con un corte de pelo lamentable cómo lanzar el frisbe más lejos.
—Hola, Pip.
Se volvió como un relámpago al sonido de aquella familiar voz femenina y vio a la caballería caminando hacia él bajo la forma de su menuda y sexy casamentera, encantadoramente vestida con un bikini blanco de modoso corte. Un corazón de plástico con los colores del arco iris unía las copas de la pieza superior plisando la tela, y un segundo corazón, éste más grande e impreso directamente sobre el tejido, adornaba su cadera. No podía apreciar en ella ni un solo contorno duro o ángulo marcado por ningún lado. Era toda curvas amables y perfiles suaves: hombros estrechos, cintura escueta, caderas redondas y unos muslos que a ella, siendo mujer, le parecerían a buen seguro demasiado gruesos, pero que a él, siendo hombre, le pedían a gritos que restregara en ellos el morro.
—¡Belle! —chilló Pippi.
Nicholas tragó saliva.
—En la vida me había alegrado tanto de ver a alguien —dijo.
—¿Y eso por qué? —________ se detuvo junto a su silla, pero se negó a mirarle directamente. No había olvidado la noche anterior, cosa que a él ya le estaba bien. No quería que lo olvidara, para que quedara claro que él era una víbora, tal como ella había dicho, pero no imposible de redimir. Por mucho que hubiera disfrutado del episodio, y lo había disfrutado, de todas todas, no habría segunda función. Era mal chico, pero no tan malo.
—¿Sabes qué? —Pippi empezó a frotarse la barriga otra vez—. Tengo un bebé en la tripita.
________ pareció muy interesada.
—¿De verdad? ¿Cómo se llama?
—Papi.
Nicholas hizo una mueca de disgusto.
—¿Lo ve? Por eso—dijo.
_________ rió. Pippi se despatarró en la arena y se rascó una mora de esmalte azul de la uña de su dedo gordo.
—El puíncepe no tiene el teléfono.
________ se sentó en la arena junto a ella, con cara de perplejidad.
—No te entiendo.
Pippi dio unas palmadas en la pantorrilla de Nicholas con su mano llena de arena.
—El puíncepe. No tiene el teléfono.
Pero no consiguió picarla, y ella se fue nadando. Él la observó vadear la orilla hasta la arena. Se le había enrollado la pieza inferior del bikini, descubriendo dos nalgas redondas perladas de agua. Se llevó la mano atrás, metió un dedo por debajo del bañador y se lo puso en su sitio. Nicholas emitió un gruñido y se sumergió, pero el agua distaba mucho de estar lo bastante fría, y tardó un rato en recuperarse.
Cuando volvió a la playa, estuvo un rato de cháchara con Charmaine y Darnell, pero sin dejar de tener presente a Phoebe, que yacía en una tumbona a pocos pasos. Llevaba un sombrero de paja grande, un bañador negro, de una pieza y corte bajo, un pareo de estampado tropical enrollado por la cintura y un rótulo invisible que decía NO MOLESTAR. Nicholas decidió que había llegado el momento de tomar la iniciativa. Se disculpó con los Pruitt y se acercó a ella.
—¿Le importa que me siente aquí en la arena para que hablemos un rato?— dijo.
Ella bajó los párpados tras sus gafas de sol de cristales rosas.
—Con lo bien que me estaba yendo el día hasta ahora.
—Todo lo bueno ha de llegar a su fin. —En vez de ocupar la tumbona vacía que había junto a ella, le concedió la ventaja de la posición superior y se sentó en una toalla abandonada en la arena—. Hay una cosa que vengo preguntándome desde aquella fiesta de las niñas.
—Ah, ¿sí?
—¿Cómo es posible que una vampiresa como usted tuviera una niña tan dulce como Hannah?
Por una vez, se echó a reír.
—Serán los genes de Dan.
—¿La oyó hablarles a las pequeñas sobre los globos?
Finalmente, se dignó a dirigirle la mirada.
—Creo que me perdí esa conversación.
—Les decía que si les explotaba un globo podían llorar si les apetecía, pero sólo era que algún hada cascarrabias se lo había pinchado con una aguja. ¿De dónde saca semejantes historias?
Ella sonrió.
—Hannah tiene mucha imaginación.
—Seguro. Es una cría muy especial.
Hasta los magnates más feroces se enternecían cuando de sus hijos se trataba, y el hielo se resquebrajó un poquito más.
—Nos preocupamos más por ella que por el resto. Es tan sensible...
—Teniendo en cuenta quiénes son sus padres, sospecho que será más dura de lo que piensa. —Debería estar avergonzado de forzar la nota tan descaradamente, pero Hannah era realmente una chica estupenda, y no se sentía demasiado mal por ello.
—No sé. La verdad es que siente las cosas muy adentro.
—Lo que usted llama sensibilidad yo lo llamo dotes psicológicas. Cuando haya aprobado noveno, envíemela y le daré trabajo. Necesito a alguien que me ponga en contacto con mi lado femenino.
Phoebe se echó a reír, con una risa que sonó franca.
—Lo pensaré. Puede que sea útil tener un espía en campo enemigo.
—Venga, Phoebe. Yo era un chulito que intentaba demostrar a todo el mundo lo duro que era. La cagué, y los dos lo sabemos. Pero no la he vuelto a putear desde entonces.
La expresión de Phoebe se ensombreció.
—Ahora va a por ________.
Así, de pronto, su frágil camaradería se evaporó. Nicholas habló con cautela.
—¿Eso es lo que cree que estoy haciendo?
—La está utilizando para llegar hasta mí, y no me gusta.
—No es fácil utilizar a ________. Es bastante lista.
Phoebe le lanzó esa mirada suya que quería decir «no me venga con tonterías».
—Ella es especial, Nicholas, y es mi amiga. Perfecta para Ti lo es todo para ella. Usted está liando las cosas.
Una afirmación bastante justa, pero aun así, Nicholas notó que un nudo de enojo se le formaba bajo el esternón.
—No le da usted la confianza que se merece.
—Es ella la que no confía en sí misma lo bastante. Eso es lo que la hace vulnerable. En su familia están convencidos de que es una fracasada porque no tiene ingresos de seis dígitos. Necesita concentrarse en hacer que su negocio funcione, y tengo la sensación de que usted se ha convertido deliberadamente en una distracción muy negativa.
El olvidó que tenía por norma no ponerse nunca a la defensiva.
—¿A qué se refiere exactamente?
—Vi cómo la miraba anoche.
La insinuación de que pudiera hacerle daño a _________ deliberadamente le sentó como un tiro. No era su padre. No utilizaba a las mujeres, y sobre todo no utilizaría a una mujer que le gustase. Pero estaba tratando con Phoebe Calebow, y no podía permitirse el lujo de perder los estribos, de modo que recurrió a su inagotable reserva de autodominio... y la encontró agotada.
—_________ es amiga mía, y no tengo por costumbre hacer daño a mis amigos. —Se puso en pie—. Claro que usted no me conoce lo bastante bien como para saberlo, ¿no?
Al alejarse, iba diciéndose de todo menos bonito. Él nunca perdía el control. Nunca jamás perdía el puto control. Y sin embargo, acababa básicamente de mandar al infierno a Phoebe Calebow. ¿Y por qué? Porque en lo que le había dicho anidaba suficiente verdad como para que le doliera. El hecho era que había incurrido en falta, y Phoebe le había levantado el banderín señalándosela.
***
_________ esperaba a Nicholas en el porche de entrada del bed & breakfast junto a Janine, a quien había invitado a acompañarles en el coche a cenar al pueblo. Había permanecido en su dormitorio de la cabaña hasta que oyó entrar a Nicholas. En cuanto oyó correr el agua de la ducha, garrapateó rápidamente una nota, la dejó sobre la mesa y se escapó. Cuanto menos tiempo pasara a solas con él, mucho mejor.
—¿Alguna pista sobre la misteriosa sorpresa de Krystal? —Janine enderezó el cierre de su collar de plata mientras aguardaban sentadas en las mecedoras del porche.
—No, pero espero que engorde. —La verdad era que a _________ le daba igual cuál fuera la sorpresa, con tal de que la mantuviera lejos de Nicholas después de cenar.
Por fin llegó con el coche, y ________ insistió en que Janine se sentara delante con él. De camino al pueblo, Nicholas se interesó por sus libros. No había leído jamás una línea escrita por ella, pero para cuando llegaron a la fonda ya la había convencido de que tenía todo lo necesario para convertirse en la próxima J. K. Rowling. Lo extraño era que daba la impresión de creérselo. La Pitón sabía cómo motivar a la gente, de eso no cabía duda.
La decoración rústica, en madera, de la fonda de Wind Lake acompañaba perfectamente un variado menú de ternera, pescado y caza. La conversación estuvo animada, y _________ redujo la ingesta de alcohol a una única copa de vino. Mientras atacaban los entrantes, Phoebe preguntó a los hombres qué tal había ido el debate sobre su libro. Darnell abrió la boca para responder y su diente centelleó, pero Ron se le adelantó.
—Salieron tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. ¿Dan?
—Fue muy intenso, desde luego —dijo el director general de los Stars.
Kevin adoptó una actitud reflexiva.
—Compartimos muchas impresiones.
—¿Intenso? —Darnell puso ceño—. Fue...
—Seguramente, Nicholas podría resumirlo mejor que cualquiera de nosotros —terció Webster.
Los demás asintieron con solemnidad y volvieron sus mirad hacia Nicholas, que dejó el tenedor.
—Dudo que fuera capaz de haceros justicia. ¿Quién habría pensado que pudiéramos tener tantas opiniones distintas sobre el nihilismo posmoderno?
Molly miró a Phoebe.
—No han hablado del libro en absoluto.
—Ya te dije que no lo harían —respondió su hermana.
Charmaine estiró el brazo para frotarle la espalda a su marido.
—Lo siento, cariño. Sabes que intenté convencer a las chicas de que te dejaran unirte a nuestro grupo, pero dicen que echarías a perder nuestra dinámica.
—Aparte de intimidarnos para que leamos Cien años de soledad —añadió Janine.
—¡Es un libro fantástico! —exclamó Darnell—. Aquí nadie está dispuesto a plantearse un desafío intelectual.
Kevin ya había oído alguna vez a Darnell sermonear a la gente sobre sus gustos literarios, e intervino rápidamente para cambiar de tema.
—Todos sabemos que tienes razón, y estamos avergonzados, ¿verdad, tíos?
—Yo sí.
—Y yo.
—Se me hace casi insoportable mirarme al espejo.
Kevin recurrió a _________ como siguiente distracción para evitar que Darnell se exaltara.
—¿Y qué es esto que he oído de que sales con Dean Robillard?
Todos cuantos estaban a la mesa dejaron de comer. Nicholas bajo el cuchillo. Las mujeres giraron la cabeza. Molly clavó la vista en los verdes ojos, no tan inocentes, de su marido.
—_________ no sale con Dean Robillard. Nos lo habría contado.
—De verdad que no —dijo _________.
Kevin Tucker, el quarterback más avispado de la Liga Nacional de Fútbol, se rascó la nuca como si fuera un tarado, eso sí, de muy buen ver.
—Estoy confuso. Hablé con Dean el viernes, y comentó que salisteis los dos la semana pasada y que se lo pasó muy bien.
—Bueno, fuimos a la playa...
—¿Fuiste a la playa con Dean Robillard y no se te ocurrió mencionarlo? —exclamó Krystal horrorizada.
—Fue... una cosa improvisada.
Hubo un murmullo de agitación entre las mujeres. Kevin tenía intención de seguir enredando y no esperó a que se calmaran.
—¿Y entonces, tiene intención Dean de volver a quedar contigo?
—No, claro que no. No. Quiero decir... ¿sí? ¿Por qué? ¿Dijo algo?
—No sé, es la impresión que saqué. Tal vez le entendí mal.
—Estoy segura de que sí.
Nicholas permanecía imperturbable, un hecho que llamó la atención de Phoebe.
—Su pequeña casamentera se está espabilando, desde luego.
—Me alegro —dijo Sharon—. Ya era hora de que saliera de su caparazón.
Nicholas miró a _______ recelosamente.
—¿Estaba en un caparazón?
—Más o menos.
Charmaine la miró desde el lado opuesto de la mesa.
—¿Nos está permitido hablar de tu infortunado compromiso?
________ suspiró.
—¿Por qué no? Según parece, estamos examinando todos los aspectos de mi vida.
—Yo me quedé de piedra —dijo Kevin—. Jugué al golf con Rob un par de veces. Tenía un swing horroroso, pero así y todo...
Molly puso la mano sobre la suya.
—Ya han pasado dos años, pero a Kevin todavía le cuesta aceptarlo.
Kevin sacudió la cabeza.
—Tengo la sensación de que debería invitarle... invitarla... a jugar otra vez, sólo para demostrar que soy abierto de ideas, cosa que soy, bajo circunstancias normales, pero _________ me cae bien, y Rob sabía desde un principio que tenía un problema. Nunca debió pedirle que se casara con él.
—Recuerdo el swing de Rob —dijo Webster.
—Sí, yo también me acuerdo. —Dan sacudió la cabeza con disgusto.
Se hizo un breve silencio. Kevin miró a su cuñado.
—¿Estás pensando lo mismo que yo?
—Sí.
—Yo también —dijo Webster.
Ron asintió. Al igual que el resto. Nicholas sonrió y todos volvieron a concentrarse en sus platos.
—¿Qué? —exclamó Molly.
Kevin sacudió la cabeza.
—Que no hay en el mundo operación de cambio de sexo que pueda arreglar ese swing.
***
Las mujeres dejaron a los hombres en la fonda y volvieron al bed & breakfast. Una vez allí, Krystal las encerró en un acogedor salón de la parte de atrás, corrió las cortinas y bajó las luces.
—Esta misma noche —anunció— vamos a celebrar nuestra sexualidad.
—He leído ese libro —dijo Molly—. Y si alguna empieza a desnudarse y a buscar un espejo, me voy corriendo.
—No la vamos a celebrar de esa manera —dijo Krystal—. Todas tenemos algún problema que hay que afrontar. Por ejemplo... Charmaine es muy remilgada.
—¿Yo?
—Te estuviste desnudando en el vestidor durante tus dos primeros años de matrimonio.
—De eso hace mucho tiempo, y ya no me desnudo allí.
—Sólo porque Darnell amenazó con quitar la puerta. Pero no eres la única con complejos sexuales. _________ no habla mucho del asunto, pero todas sabemos que no se ha acostado con nadie desde que Rob la dejó traumatizada. A menos que anoche...
Todas se volvieron a mirarla.
—¡Soy su casamentera! ¡No hay sexo entre nosotros!
—Eso está muy bien —dijo Molly—. Pero Dean Robillard es harina de otro costal, absolutamente. Háblanos del bomboncito de moda.
—No nos desviemos del tema —dijo Krystal—. Tres de nosotros llevamos mucho tiempo casadas, y por mucho que queramos a nuestros maridos, puede una caer en la rutina.
—O no —dijo provocativamente Phoebe, con su sonrisa de gata.
Hubo un coro de risitas, pero Krystal no iba a dejarse distraer.
—Molly y Kevin tienen críos pequeños, y ya sabemos lo mucho que eso puede lastrar tu vida sexual.
—O no. —Molly exhibió su propia sonrisa de gata.
—La cuestión es... va siendo hora de que nos pongamos más en contacto con nuestra sexualidad.
—Yo tengo contacto de sobras con la mía —dijo Janine—. Lo único que quisiera es que la tocara alguien más también.
Más risitas.
—Adelante, haced bromas —dijo Krystal—. Vamos a ver esta película igualmente. Nos hará mejores mujeres.
Charmaine se puso en alerta máxima.
—¿Qué clase de película?
—Una película erótica hecha específicamente para mujeres.
—Estás de broma. No, Krystal, en serio.
—En la que he seleccionado, una de mis favoritas, salen actores de diversas razas, edades y grados de sensualidad, para que ninguna se sienta excluida.
—¿Este era tu gran misterio? —dijo Phoebe—. ¿Qué vamos a ver una porno todas juntas?
—Erótica. Hecha sólo para mujeres. Y hasta que no hayas visto una de estas películas, no deberías juzgarlas.
_________ sospechaba que varias de ellas ya lo habían hecho, pero que ninguna quería aguar el entusiasmo de Krystal.
—Lo que más me gusta de esta película en particular es esto —dijo Krystal— los tíos están todos buenísimos, pero las mujeres son más bien normalitas. Nada de silicona.
—Eso la distinguiría del porno para hombres, ciertamente —dijo Sharon—. Al menos, por lo que tengo entendido.
Krystal empezó a toquetear el reproductor de DVD.
—Además, tiene guión y hay preámbulos a los polvos. Un montón. Se besan, se desnudan muy despacio, se acarician mogollón...
Janine hundió la cara entre las manos.
—Esto es patético. Ya me estoy poniendo cachonda.
—Pues yo no —dijo Charmaine enfurruñada—. Soy cristiana y me niego a...
—Se supone que un buen cristiano... una buena cristiana... ha de complacer a su marido. —Krystal sonrió y le dio al mando a distancia—. Y créeme, esto a Darnell le volverá loco de contento.
_______ oyó el suspiro de Nicholas. Ese beso... Sabía de antemano que besaría de maravilla: dominando de la mejor manera posible, como amo y señor, comandante en jefe, líder carismático. Con éste no había que preocuparse porque se fuera a calzar unos tacones de aguja a la que ella se descuidara. Pero nada de esto justificaba su propia estupidez.
—Creo... Creo que tengo más autocontrol del que pensaba —dijo con voz vacilante.
—Vaya, me encanta que se dé cuenta precisamente ahora.
—No puedo echarlo todo por la borda por un par de minutos de jadeos.
—¿Un par de minutos? —exclamó él, indignado—. Si cree que eso es lo más que aguanto...
—No siga. —Sintió una punzada de dolor. Lo único que quería hacer ahora era meterse en la cama y enterrar la cabeza bajo las mantas. Se había desentendido de su negocio, de su vida, de su respeto hacia sí misma. Todo aquello que le importaba estaba cediendo al impulso del momento.
—Andando, Campanilla. —La agarró del brazo y tiró de ella hacia la cocina—. Vamos a dar un paseo para enfriarnos un poco.
—No quiero pasear —protestó ella.
—Perfecto. Sigamos con lo que estábamos.
Aun mientras se zafaba de él, era consciente de que tenía razón. Si quería recuperar su equilibrio, no podía esperar al día siguiente. Tenía que hacerlo ahora.
—De acuerdo.
El cogió la linterna colgada junto a la nevera, y _______ le siguió al exterior. Echaron a caminar por una senda mullida de hojas de pino. Ninguno de los dos pronunció palabra, ni siquiera cuando la senda desembocó en una caleta iluminada por la luna donde la piedra caliza bordeaba el agua. Nicholas apagó la linterna y la dejó sobre una solitaria mesa de picnic. Hundió las manos en los bolsillos traseros de sus shorts y se acercó a la orilla.
—Sé que pretende hacer una montaña de esto, pero no lo haga.
—¿Una montaña de qué? Ya lo he olvidado. —Guardaba las distancias, vagando hacia el agua pero deteniéndose a más de tres metros de él. El aire era cálido y traía un olor a pantano, y las luces del pueblo de Wind Lake parpadeaban a su izquierda.
—Estábamos bailando —dijo él—. Nos excitamos. ¿Y qué?
Ella hundió sus uñas en la palma de la mano.
—Por lo que a mí respecta, eso no ha ocurrido.
—Ya lo creo que ha ocurrido. —Se volvió hacia ella, y el tono duro de su voz le dijo que la Pitón se preparaba para el ataque—. Sé cómo piensa usted, y eso no ha sido ningún pecado enorme e imperdonable.
La compostura de _______ se disipó.
—¡Soy su casamentera!
—Justo. Una casamentera. No tuvo que prestar el juramento hipocrático para hacerse las tarjetas.
—Sabe perfectamente lo que quiero decir.
—No tiene pareja; yo tampoco. No se habría acabado el mundo por habernos dejado llevar.
No podía creer que le hubiera oído bien.
—Se habría acabado mi mundo.
—Temía que dijera eso.
Su tono ligeramente exasperado acabó de sacarla de quicio, y avanzó hacia él muy impetuosa.
—¡Nunca debí permitir que viniera conmigo este fin de semana! Sabía desde un principio que era una pésima idea.
—Fue una idea excelente, y nadie ha salido perjudicado. Somos dos adultos sanos, sin compromisos y razonablemente cuerdos. Lo pasamos bien juntos, y esto no me lo puede negar.
—Sí, desde luego, soy una colega estupenda.
—Créame, esta noche no pensaba en usted como colega.
Esto la descolocó completamente, pero se recuperó enseguida.
—Si hubiera habido alguna otra mujer alrededor, esto no habría pasado.
—No sé qué intenta decir, pero suéltelo ya.
—Venga, Nick. Ni soy rubia, ni tengo unas piernas largas, ni un busto generoso. Lo mío fue configuración por defecto. Ni siquiera mi ex prometido dijo nunca que fuera sexy.
—Su ex prometido se pinta los labios, así que yo no me tomaría eso muy a pecho. Se lo juro, _______, es usted muy sexy. Ese pelo...
—No la tome con mi pelo. Nací con él, vale. Es como burlarse de alguien con un defecto de nacimiento.
Lo oyó suspirar.
—Estamos hablando de simple atracción física provocada por un poco de luz de luna, algunos bailes y demasiado alcohol —dijo—. No es más que eso, ¿está de acuerdo?
—Supongo.
—Atracción física primaria.
—Me imagino.
—No sé usted —prosiguió él—, pero yo hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien.
—Vale, reconozco que ha sido divertido. Lo de bailar—se apresuró a añadir.
—Ha sido genial. Y por eso nos hemos dejado llevar un poco. Sólo por las circunstancias, ¿no es eso?
Su orgullo y respeto hacia sí misma le dictaban que asintiera.
—Desde luego.
—Por las circunstancias... y un poco de instinto animal. —El tono, algo más ronco, de su voz empezaba a sonar casi seductor—. Nada por lo que agobiarse. ¿Está de acuerdo conmigo?
La estaba dejando descolocada, pero afirmó con la cabeza.
Él se le acercó más, y su áspero susurro pareció rasparle la piel.
—Es perfectamente comprensible, ¿no?
—Así es. —Seguía asintiendo, casi como si la hubiera hipnotizado.
—¿Está segura? —susurró.
Ella siguió asintiendo con la cabeza, sin recordar ya cuál era la pregunta exactamente.
Los ojos de Nicholas brillaban a la luz de la luna.
—Porque sólo así... puede explicarse algo como esto. Pura atracción animal.
—A-ajá —acertó a decir ella, que empezaba a sentirse como una muñeca mareada, con un pompón por cabeza.
—Lo que nos deja la libertad —le tocó la barbilla, un roce apenas— de hacer exactamente eso que ninguno de los dos consigue quitarse de la cabeza, ¿correcto? —Inclinó la suya para besarla.
Silbaba la brisa nocturna; su corazón latía con fuerza. Un instante antes de que los labios de Nick tocaran los suyos, él parpadeó, y ella creyó ver agazapado en aquellos iris verdes un levísimo indicio de astucia. Ahí fue cuando explotó.
—¡Será víbora...! —Le puso las manos en el pecho y empujó.
Él dio un paso atrás, todo inocencia herida.
—No merezco esto.
—¡Dios santo! Me estaba aplicando el manual del vendedor. Me inclino ante mi señor.
—Está claro que se ha excedido mucho con la bebida.
—El gran vendedor hace las preguntas justas para que su víctima le diga a todo que sí. La hace asentir hasta que a la muy idiota casi se le desprende la cabeza. Y luego lanza su ataque letal. ¡Acaba de intentar hacerme una venta!
—¿Siempre ha sido tan desconfiada?
—Esto es muy propio de usted. —Marchó decidida hacia el sendero, pero inmediatamente giró en redondo, porque le quedaba aún mucho por decir—. Quiere algo que sabe que es absolutamente vergonzoso, e intenta vendérmelo con una combinación de preguntas capciosas y sinceridad fingida. Acabo de ver a la Pitón en acción, ¿no es así?
El sabía que le tenía calado, pero no era partidario de reconocer nunca la derrota.
—Mi sinceridad jamás es fingida. Estaba enunciando los hechos. Dos personas sin compromiso, una cálida noche de verano, un beso apasionado... Somos humanos, después de todo.
—Al menos uno de nosotros. El otro es un reptil.
—Esto es cruel, ________. Muy cruel.
Ella volvió a acercársele.
—Deje que le haga una pregunta, de empresario a empresario. —Le plantó el índice en el pecho—. ¿Alguna vez se ha enrollado con un cliente? ¿Es ésa una conducta profesional admisible, según sus normas?
—Mis clientes son hombres.
—No se me escurra. ¿Y si yo fuera una figura del patinaje, un campeona del mundo en puertas de unos juegos olímpicos? Digamos que soy favorita para el oro, y que acabo de firmar con usted hace una semana para que sea mi representante. ¿Se acostaría conmigo, o no?
—¿Sólo hace una semana que firmamos? Me parece un poco…
—Vale, pues saltamos hasta las Olimpiadas —dijo con un ademán de paciencia exagerado—. He ganado la maldita medalla. Me he tenido que conformar con la plata, porque no bordé la recepción de mi triple axel, pero a nadie le importa, porque tengo carisma y siguen queriendo poner mi cara en sus cajas de cereales. Usted y yo tenemos un contrato. ¿Se acuesta conmigo?
—Son naranjas y manzanas. En el caso que usted describe, habría en juego millones de dólares.
Ella imitó el sonido estridente de una alarma eléctrica.
—Respuesta incorrecta.
—Respuesta verdadera.
—¿Por que su meganegocio es incomparablemente más importante que mi ridicula agencia de contactos? Bueno, puede que lo sea para usted, señor Pitón, pero no para mí.
—Entiendo la importancia que tiene para usted su empresa.
—No tiene ni idea. —Endilgarle a él la culpa le hacía sentirse mucho mejor que asumir la parte que en justicia le correspondía, y fue dando pisotones hasta la mesa de picnic para agarrar la linterna—. Es usted igualito que mis hermanos. ¡Peor aún! No puede soportar que alguien te diga «no». —Le enfocó con la linterna—. Pues escúcheme bien, señor Jonas: no soy alguien con quien pueda pasar el rato mientras espera a que se presente su futura y espectacular esposa. No seré su pasatiempo sexual.
—Se insulta a sí misma —dijo él con mucha calma—. Puede que no siempre me entusiasme su forma de llevar el negocio, pero me inspira el máximo respeto como persona.
—Fantástico. Observe cómo obro en consecuencia.
Giró sobre sus talones y salió dando zancadas.
Nicholas se la quedó mirando hasta que desapareció entre los árboles. Cuando ya no la veía, cogió una piedra del suelo, la lanzó sobre las oscuras aguas y sonrió. Tenía más razón que un santo. Él era una víbora. Y estaba avergonzado. Bueno, tal vez no en aquel momento precisamente, pero lo estaría al día siguiente, seguro. Su única excusa era que ella le gustaba una barbaridad, y no recordaba la última vez que había hecho algo por pura diversión.
Aun así, poner a una amiga en ese brete era una canallada. Aunque fuera una amiga sexy, por más que ________ no pareciera tener claro ese punto, lo que hacía más tentador todavía el efecto de aquellos ojos traviesos y el remolino de ese pelo asombroso. Así y todo, si había de echar por la borda su preparación para la fidelidad conyugal, hubiera debido hacerlo con una de las mujeres de Waterworks, no con _______, porque ella llevaba razón en esto: ¿cómo iba a acostarse con él y presentarle luego a otras mujeres? No podía, ambos lo sabían, y dado que él no perdía nunca el tiempo defendiendo una postura indefendible, no podía imaginar por qué lo había hecho esta noche. O a lo mejor sí podía.
Porque quería a su casamentera desnuda... Lo que, decididamente, no figuraba en el plan que se había trazado en un principio.
***
Nicholas durmió aquella noche en el porche, y a la mañana siguiente le despertó el ruido de la puerta principal al cerrarse. Se dio la vuelta sobre el costado y miró su reloj con ojos entrecerrados. Faltaban unos minutos para las ocho, lo que quería decir que _______ iba a reunirse con el club de lectura para desayunar. Se levantó del colchón que había arrastrado al exterior para pasar la que resultó ser la noche en que más a gusto había dormido en muchas semanas; mil veces mejor que dando vueltas en la cama de su desierta casa.
Los hombres habían programado unos hoyos al golf. Mientras se duchaba y se vestía, se recordó que debía cuidar más los modales que tanto le había costado adquirir. _______ era su amiga, y él no jodía a sus amigos, ni en el sentido figurado ni en el literal.
Fue hasta el circuito público en coche con Kevin, pero acabó compartiendo el carro de los palos con Dan Calebow. Dan se contaba en una forma estupenda para haber pasado los cuarenta.
Aparte de unas pocas arrugas de expresión, no había cambiado mucho desde sus días de jugador, en que sus ojos acerados y su determinación y sangre fría en el campo le hicieran ganarse el sobrenombre de Ice, el hombre de hielo. Dan y Nick siempre se llevaron bien pero cada vez que Nick mencionaba a Phoebe, como hizo esa misma mañana, Dan venía a responderle siempre más o menos lo mismo.
—Cuando dos personas cabezotas se casan, aprenden a elegir con cuidado sus batallas. —Dan habló bajito para no distraer a Darnell, que estaba preparando su tiro desde el tee—. Ésta es toda tuya colega.
Darnell fue a colgar la pelota en el rough de la izquierda, y la conversación volvió a centrarse en el golf, pero más adelante, mientras conducían calle abajo, Nick preguntó a Dan si echaba de menos el trabajo de entrenador jefe, que había abandonado al asumir la presidencia.
—A veces. —Mientras Dan consultaba la tarjeta de las puntuaciones, Nick reparó en un tatuaje de los de calcomanía que llevaba a un lado del cuello. Un bebé unicornio azul. Cosa de Pippi Tucker, sin duda—. Pero mi premio de consolación está muy bien —prosiguió Dan—, y es que veo crecer a mis hijos.
—Muchos entrenadores tienen hijos.
—Sí, y sus mujeres los crían. Ser presidente de los Stars da mucho trabajo, pero no tanto que no pueda llevarlos al colegio por las mañanas y cenar en casa casi todas las noches.
En aquel momento, Nick no acababa de verle la emoción a ninguna de las dos cosas, pero asumió que pudiera llegar el día en que se la viera, puesto que Dan lo decía.
Acabó la ronda con sólo tres golpes más que Kevin, lo que no estaba nada mal teniendo en cuenta que su handicap era de doce. Se montaron en los carros y se dirigieron los seis al club para comer en un salón privado. Era un espacio deslucido y triste, con mesas baratas de contrachapado hechas polvo, y unas hamburguesas con queso que, según afirmaba Kevin, eran las mejores del condado. Después de un par de bocados, Nick se inclinaba a creerle.
Estaban tan a gusto repasando la ronda cuando, sin venir a cuento, Darnell decidió que tenía que aguar la fiesta.
—Ya es hora de que hablemos de nuestro libro —dijo—. ¿Se lo ha leído todo el mundo, como se supone que debíamos hacer?
Nick asintió al igual que los demás. La semana anterior, ________ le había dejado un mensaje con el título de la novela que supuestamente habían de leer los hombres, la historia de un grupo de alpinistas. Nick ya no solía leer por placer, y le encantó tener una excusa para hacerlo. Cuando era un crío, la biblioteca pública había constituido su refugio, pero al llegar al instituto ya se vio liado con las exigencias de tener dos trabajos, jugar al fútbol y estudiar para sacar los sobresalientes que le harían dejar atrás para siempre el camping de caravanas Beau Vista. Leer por gusto se había perdido por el camino, junto con muchos otros sencillos placeres.
Darnell apoyó un brazo en la mesa.
—¿Alguien quiere poner la pelota en juego?
Se produjo un largo silencio.
—A mí me gustó—dijo al fin Dan.
—A mí también —contribuyó Kevin.
Webster levantó la mano para pedir otra Coca-Cola.
—Lo encontré bastante interesante.
Se miraron los unos a los otros.
—La trama estaba bien —sentenció Ron.
Cayeron en un silencio aún más largo.
Kevin plegó como un acordeón el envoltorio de una pajita. Ron enredaba con el salero. Webster miraba en todas direcciones preguntándose por su Coca-Cola. Darnell volvió a intentarlo:
—¿Qué os pareció la reacción de los tipos la primera noche que pasan en la montaña?
—Bastante interesante.
—Sí, no está mal.
Darnell se tomaba esto de la literatura muy en serio, y en sus ojos empezaban a formarse nubes que anunciaban tormenta. Dirigió a Nick una mirada amenazadora.
—¿Tú tienes algo que decir?
Nick dejó la hamburguesa en la mesa.
—Combinar la aventura, la ironía y un sentimentalismo descarado, y que el conjunto quede logrado, es más difícil de lo que parece, sobre todo en una novela con un concepto central tan fuerte. Podemos preguntarnos: ¿dónde está el conflicto? ¿Es la lucha del hombre contra la naturaleza, del hombre contra el hombre, del hombre contra sí mismo? Una exploración bastante compleja de la moderna sensación de desarraigo. Trasfondo sombrío con pinceladas de humor. En mi opinión, funcionaba.
Aquello hizo que todos prorrumpieran en carcajadas. Incluso Darnell.
Por fin, se calmaron. A Webster le trajeron su Coca-Cola, Dan dio con un bote de ketchup lleno, y la conversación volvió al tema del que todos querían hablar excepto Darnell.
El fútbol.
***
Después de comer, el club de lectura se fue a dar un paseo por el campamento y continuar discutiendo las biografías de mujeres famosas que se habían leído. ________ había devorado sendos libros sobre las vidas de Katharine Graham y Mary Kay Ash. Phoebe se había centrado en Eleanor Roosevelt, Charmaine en Josephine Baker y Krystal en Coco Chanel. Janine había leído diversas biografías de supervivientes al cáncer, y Sharon explorado la vida de Frida Kahlo. Molly, como no era de extrañar, había elegido a Beatrix Potter. En su conversación, relacionaban las vidas de aquellas mujeres con las suyas propias, buscaban temas comunes y examinaban la capacidad para la supervivencia de cada una.
Después del paseo, volvieron al cenador privado de Kevin y Molly. Janine empezó a desplegar un surtido de revistas viejas, catálogos y reproducciones artísticas.
—Esto es algo que hicimos en mi grupo de apoyo a enfermos de cáncer —dijo—. Resultó muy revelador. Vamos a recortar palabras e imágenes que nos atraigan y a juntarlas cada una en un collage. Cuando hayamos terminado, los comentaremos.
________ podía reconocer una mina terrestre si se la ponían delante, y fue muy cauta con lo que elegía. Desgraciadamente, no lo bastante.
—Ese hombre se parece un montón a Nicholas. —Molly señalaba a un macizo modelo con una camisa de Van Heusen que _______ había pegado en la esquina superior izquierda de su póster.
—No es cierto —dijo protestando ________—. Representa la clase de clientes varones a los que quiero que atraiga Perfecta para Ti.
—¿Qué me dices de estos muebles de dormitorio? —Charmaine señaló una cama estilo imperio de Crate & Barrel—. ¿Y la niña y el perro?
—Están en el otro extremo del papel. Vida profesional. Vida privada. Totalmente separadas.
Por fortuna, justo en aquel momento, trajeron la bandeja con los postres, así que dejaron de interrogarla, pero ni siquiera con una porción de tarta de limón consiguió dejar de flagelarse por lo de la noche anterior. ¿Era estúpida de nacimiento o se trataba de una habilidad que había desarrollado con esfuerzo? Y todavía le quedaba toda una larga noche por delante...
***
—¡Tuíncepe!
Nicholas se sobresaltó al ver venir trotando hacia él al pequeño demonio de la laguna azul en miniatura con su bañador de lunares, sus botas de lluvia rojas y una gorra de béisbol que le caía tan por debajo de las orejas que sólo dejaba asomar las puntas rizadas de su pelo rubio. Cogió el periódico que guardaba bajo la silla de playa e hizo como que no la veía.
Los hombres habían echado un par de partidos al veintiuno después del almuerzo, y luego Nicholas volvió a la cabaña para hacer algunas llamadas. Más tarde se puso el traje de baño y bajó a la playa, donde supuestamente habían quedado en reunirse con las mujeres para nadar un poco antes de ir todos juntos a cenar al pueblo. Pese al rato pasado al teléfono, empezaba a tener la sensación de estar realmente de vacaciones.
—¿Tuíncepe?
Se acercó aún más el periódico a la cara, en la esperanza de que Pippi se marcharía si la ignoraba. Era impredecible, y esto le hacía sentirse incómodo. ¿Quién sabía con qué podría salir a continuaron? A su izquierda, a cierta distancia, Webster y Kevin jugaban al Frisbee con algunos de los críos que había en el camping. Darnell se encontraba tumbado en una toalla de playa del ratón Mickey, absorto en la lectura de un libro. Nicholas sintió en el brazo los golpecitos de unos dedos diminutos y llenos de arena. Pasó una página.
—¿Tuíncepe?
El no despegó los ojos del titular.
—No hay ningún tuíncepe por aquí.
Ella tiró de la pernera de su bañador y lo repitió por cuarta vez sólo que ésta sonó algo así como puíncepe, y fue entonces cuando lo entendió. «Príncipe». Le estaba llamando príncipe. Lo que resultaba más cariñoso que «capullo», desde luego.
La miró de soslayo tras el periódico.
—No me he traído el teléfono.
Ella le sonrió de oreja a oreja y se dio unas palmadas en su tripita redonda.
—Tengo un bebé.
Dejó el periódico y buscó desesperadamente a su padre con la mirada, pero Kevin estaba enseñando a un crío muy delgado con un corte de pelo lamentable cómo lanzar el frisbe más lejos.
—Hola, Pip.
Se volvió como un relámpago al sonido de aquella familiar voz femenina y vio a la caballería caminando hacia él bajo la forma de su menuda y sexy casamentera, encantadoramente vestida con un bikini blanco de modoso corte. Un corazón de plástico con los colores del arco iris unía las copas de la pieza superior plisando la tela, y un segundo corazón, éste más grande e impreso directamente sobre el tejido, adornaba su cadera. No podía apreciar en ella ni un solo contorno duro o ángulo marcado por ningún lado. Era toda curvas amables y perfiles suaves: hombros estrechos, cintura escueta, caderas redondas y unos muslos que a ella, siendo mujer, le parecerían a buen seguro demasiado gruesos, pero que a él, siendo hombre, le pedían a gritos que restregara en ellos el morro.
—¡Belle! —chilló Pippi.
Nicholas tragó saliva.
—En la vida me había alegrado tanto de ver a alguien —dijo.
—¿Y eso por qué? —________ se detuvo junto a su silla, pero se negó a mirarle directamente. No había olvidado la noche anterior, cosa que a él ya le estaba bien. No quería que lo olvidara, para que quedara claro que él era una víbora, tal como ella había dicho, pero no imposible de redimir. Por mucho que hubiera disfrutado del episodio, y lo había disfrutado, de todas todas, no habría segunda función. Era mal chico, pero no tan malo.
—¿Sabes qué? —Pippi empezó a frotarse la barriga otra vez—. Tengo un bebé en la tripita.
________ pareció muy interesada.
—¿De verdad? ¿Cómo se llama?
—Papi.
Nicholas hizo una mueca de disgusto.
—¿Lo ve? Por eso—dijo.
_________ rió. Pippi se despatarró en la arena y se rascó una mora de esmalte azul de la uña de su dedo gordo.
—El puíncepe no tiene el teléfono.
________ se sentó en la arena junto a ella, con cara de perplejidad.
—No te entiendo.
Pippi dio unas palmadas en la pantorrilla de Nicholas con su mano llena de arena.
—El puíncepe. No tiene el teléfono.
Pero no consiguió picarla, y ella se fue nadando. Él la observó vadear la orilla hasta la arena. Se le había enrollado la pieza inferior del bikini, descubriendo dos nalgas redondas perladas de agua. Se llevó la mano atrás, metió un dedo por debajo del bañador y se lo puso en su sitio. Nicholas emitió un gruñido y se sumergió, pero el agua distaba mucho de estar lo bastante fría, y tardó un rato en recuperarse.
Cuando volvió a la playa, estuvo un rato de cháchara con Charmaine y Darnell, pero sin dejar de tener presente a Phoebe, que yacía en una tumbona a pocos pasos. Llevaba un sombrero de paja grande, un bañador negro, de una pieza y corte bajo, un pareo de estampado tropical enrollado por la cintura y un rótulo invisible que decía NO MOLESTAR. Nicholas decidió que había llegado el momento de tomar la iniciativa. Se disculpó con los Pruitt y se acercó a ella.
—¿Le importa que me siente aquí en la arena para que hablemos un rato?— dijo.
Ella bajó los párpados tras sus gafas de sol de cristales rosas.
—Con lo bien que me estaba yendo el día hasta ahora.
—Todo lo bueno ha de llegar a su fin. —En vez de ocupar la tumbona vacía que había junto a ella, le concedió la ventaja de la posición superior y se sentó en una toalla abandonada en la arena—. Hay una cosa que vengo preguntándome desde aquella fiesta de las niñas.
—Ah, ¿sí?
—¿Cómo es posible que una vampiresa como usted tuviera una niña tan dulce como Hannah?
Por una vez, se echó a reír.
—Serán los genes de Dan.
—¿La oyó hablarles a las pequeñas sobre los globos?
Finalmente, se dignó a dirigirle la mirada.
—Creo que me perdí esa conversación.
—Les decía que si les explotaba un globo podían llorar si les apetecía, pero sólo era que algún hada cascarrabias se lo había pinchado con una aguja. ¿De dónde saca semejantes historias?
Ella sonrió.
—Hannah tiene mucha imaginación.
—Seguro. Es una cría muy especial.
Hasta los magnates más feroces se enternecían cuando de sus hijos se trataba, y el hielo se resquebrajó un poquito más.
—Nos preocupamos más por ella que por el resto. Es tan sensible...
—Teniendo en cuenta quiénes son sus padres, sospecho que será más dura de lo que piensa. —Debería estar avergonzado de forzar la nota tan descaradamente, pero Hannah era realmente una chica estupenda, y no se sentía demasiado mal por ello.
—No sé. La verdad es que siente las cosas muy adentro.
—Lo que usted llama sensibilidad yo lo llamo dotes psicológicas. Cuando haya aprobado noveno, envíemela y le daré trabajo. Necesito a alguien que me ponga en contacto con mi lado femenino.
Phoebe se echó a reír, con una risa que sonó franca.
—Lo pensaré. Puede que sea útil tener un espía en campo enemigo.
—Venga, Phoebe. Yo era un chulito que intentaba demostrar a todo el mundo lo duro que era. La cagué, y los dos lo sabemos. Pero no la he vuelto a putear desde entonces.
La expresión de Phoebe se ensombreció.
—Ahora va a por ________.
Así, de pronto, su frágil camaradería se evaporó. Nicholas habló con cautela.
—¿Eso es lo que cree que estoy haciendo?
—La está utilizando para llegar hasta mí, y no me gusta.
—No es fácil utilizar a ________. Es bastante lista.
Phoebe le lanzó esa mirada suya que quería decir «no me venga con tonterías».
—Ella es especial, Nicholas, y es mi amiga. Perfecta para Ti lo es todo para ella. Usted está liando las cosas.
Una afirmación bastante justa, pero aun así, Nicholas notó que un nudo de enojo se le formaba bajo el esternón.
—No le da usted la confianza que se merece.
—Es ella la que no confía en sí misma lo bastante. Eso es lo que la hace vulnerable. En su familia están convencidos de que es una fracasada porque no tiene ingresos de seis dígitos. Necesita concentrarse en hacer que su negocio funcione, y tengo la sensación de que usted se ha convertido deliberadamente en una distracción muy negativa.
El olvidó que tenía por norma no ponerse nunca a la defensiva.
—¿A qué se refiere exactamente?
—Vi cómo la miraba anoche.
La insinuación de que pudiera hacerle daño a _________ deliberadamente le sentó como un tiro. No era su padre. No utilizaba a las mujeres, y sobre todo no utilizaría a una mujer que le gustase. Pero estaba tratando con Phoebe Calebow, y no podía permitirse el lujo de perder los estribos, de modo que recurrió a su inagotable reserva de autodominio... y la encontró agotada.
—_________ es amiga mía, y no tengo por costumbre hacer daño a mis amigos. —Se puso en pie—. Claro que usted no me conoce lo bastante bien como para saberlo, ¿no?
Al alejarse, iba diciéndose de todo menos bonito. Él nunca perdía el control. Nunca jamás perdía el puto control. Y sin embargo, acababa básicamente de mandar al infierno a Phoebe Calebow. ¿Y por qué? Porque en lo que le había dicho anidaba suficiente verdad como para que le doliera. El hecho era que había incurrido en falta, y Phoebe le había levantado el banderín señalándosela.
***
_________ esperaba a Nicholas en el porche de entrada del bed & breakfast junto a Janine, a quien había invitado a acompañarles en el coche a cenar al pueblo. Había permanecido en su dormitorio de la cabaña hasta que oyó entrar a Nicholas. En cuanto oyó correr el agua de la ducha, garrapateó rápidamente una nota, la dejó sobre la mesa y se escapó. Cuanto menos tiempo pasara a solas con él, mucho mejor.
—¿Alguna pista sobre la misteriosa sorpresa de Krystal? —Janine enderezó el cierre de su collar de plata mientras aguardaban sentadas en las mecedoras del porche.
—No, pero espero que engorde. —La verdad era que a _________ le daba igual cuál fuera la sorpresa, con tal de que la mantuviera lejos de Nicholas después de cenar.
Por fin llegó con el coche, y ________ insistió en que Janine se sentara delante con él. De camino al pueblo, Nicholas se interesó por sus libros. No había leído jamás una línea escrita por ella, pero para cuando llegaron a la fonda ya la había convencido de que tenía todo lo necesario para convertirse en la próxima J. K. Rowling. Lo extraño era que daba la impresión de creérselo. La Pitón sabía cómo motivar a la gente, de eso no cabía duda.
La decoración rústica, en madera, de la fonda de Wind Lake acompañaba perfectamente un variado menú de ternera, pescado y caza. La conversación estuvo animada, y _________ redujo la ingesta de alcohol a una única copa de vino. Mientras atacaban los entrantes, Phoebe preguntó a los hombres qué tal había ido el debate sobre su libro. Darnell abrió la boca para responder y su diente centelleó, pero Ron se le adelantó.
—Salieron tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. ¿Dan?
—Fue muy intenso, desde luego —dijo el director general de los Stars.
Kevin adoptó una actitud reflexiva.
—Compartimos muchas impresiones.
—¿Intenso? —Darnell puso ceño—. Fue...
—Seguramente, Nicholas podría resumirlo mejor que cualquiera de nosotros —terció Webster.
Los demás asintieron con solemnidad y volvieron sus mirad hacia Nicholas, que dejó el tenedor.
—Dudo que fuera capaz de haceros justicia. ¿Quién habría pensado que pudiéramos tener tantas opiniones distintas sobre el nihilismo posmoderno?
Molly miró a Phoebe.
—No han hablado del libro en absoluto.
—Ya te dije que no lo harían —respondió su hermana.
Charmaine estiró el brazo para frotarle la espalda a su marido.
—Lo siento, cariño. Sabes que intenté convencer a las chicas de que te dejaran unirte a nuestro grupo, pero dicen que echarías a perder nuestra dinámica.
—Aparte de intimidarnos para que leamos Cien años de soledad —añadió Janine.
—¡Es un libro fantástico! —exclamó Darnell—. Aquí nadie está dispuesto a plantearse un desafío intelectual.
Kevin ya había oído alguna vez a Darnell sermonear a la gente sobre sus gustos literarios, e intervino rápidamente para cambiar de tema.
—Todos sabemos que tienes razón, y estamos avergonzados, ¿verdad, tíos?
—Yo sí.
—Y yo.
—Se me hace casi insoportable mirarme al espejo.
Kevin recurrió a _________ como siguiente distracción para evitar que Darnell se exaltara.
—¿Y qué es esto que he oído de que sales con Dean Robillard?
Todos cuantos estaban a la mesa dejaron de comer. Nicholas bajo el cuchillo. Las mujeres giraron la cabeza. Molly clavó la vista en los verdes ojos, no tan inocentes, de su marido.
—_________ no sale con Dean Robillard. Nos lo habría contado.
—De verdad que no —dijo _________.
Kevin Tucker, el quarterback más avispado de la Liga Nacional de Fútbol, se rascó la nuca como si fuera un tarado, eso sí, de muy buen ver.
—Estoy confuso. Hablé con Dean el viernes, y comentó que salisteis los dos la semana pasada y que se lo pasó muy bien.
—Bueno, fuimos a la playa...
—¿Fuiste a la playa con Dean Robillard y no se te ocurrió mencionarlo? —exclamó Krystal horrorizada.
—Fue... una cosa improvisada.
Hubo un murmullo de agitación entre las mujeres. Kevin tenía intención de seguir enredando y no esperó a que se calmaran.
—¿Y entonces, tiene intención Dean de volver a quedar contigo?
—No, claro que no. No. Quiero decir... ¿sí? ¿Por qué? ¿Dijo algo?
—No sé, es la impresión que saqué. Tal vez le entendí mal.
—Estoy segura de que sí.
Nicholas permanecía imperturbable, un hecho que llamó la atención de Phoebe.
—Su pequeña casamentera se está espabilando, desde luego.
—Me alegro —dijo Sharon—. Ya era hora de que saliera de su caparazón.
Nicholas miró a _______ recelosamente.
—¿Estaba en un caparazón?
—Más o menos.
Charmaine la miró desde el lado opuesto de la mesa.
—¿Nos está permitido hablar de tu infortunado compromiso?
________ suspiró.
—¿Por qué no? Según parece, estamos examinando todos los aspectos de mi vida.
—Yo me quedé de piedra —dijo Kevin—. Jugué al golf con Rob un par de veces. Tenía un swing horroroso, pero así y todo...
Molly puso la mano sobre la suya.
—Ya han pasado dos años, pero a Kevin todavía le cuesta aceptarlo.
Kevin sacudió la cabeza.
—Tengo la sensación de que debería invitarle... invitarla... a jugar otra vez, sólo para demostrar que soy abierto de ideas, cosa que soy, bajo circunstancias normales, pero _________ me cae bien, y Rob sabía desde un principio que tenía un problema. Nunca debió pedirle que se casara con él.
—Recuerdo el swing de Rob —dijo Webster.
—Sí, yo también me acuerdo. —Dan sacudió la cabeza con disgusto.
Se hizo un breve silencio. Kevin miró a su cuñado.
—¿Estás pensando lo mismo que yo?
—Sí.
—Yo también —dijo Webster.
Ron asintió. Al igual que el resto. Nicholas sonrió y todos volvieron a concentrarse en sus platos.
—¿Qué? —exclamó Molly.
Kevin sacudió la cabeza.
—Que no hay en el mundo operación de cambio de sexo que pueda arreglar ese swing.
***
Las mujeres dejaron a los hombres en la fonda y volvieron al bed & breakfast. Una vez allí, Krystal las encerró en un acogedor salón de la parte de atrás, corrió las cortinas y bajó las luces.
—Esta misma noche —anunció— vamos a celebrar nuestra sexualidad.
—He leído ese libro —dijo Molly—. Y si alguna empieza a desnudarse y a buscar un espejo, me voy corriendo.
—No la vamos a celebrar de esa manera —dijo Krystal—. Todas tenemos algún problema que hay que afrontar. Por ejemplo... Charmaine es muy remilgada.
—¿Yo?
—Te estuviste desnudando en el vestidor durante tus dos primeros años de matrimonio.
—De eso hace mucho tiempo, y ya no me desnudo allí.
—Sólo porque Darnell amenazó con quitar la puerta. Pero no eres la única con complejos sexuales. _________ no habla mucho del asunto, pero todas sabemos que no se ha acostado con nadie desde que Rob la dejó traumatizada. A menos que anoche...
Todas se volvieron a mirarla.
—¡Soy su casamentera! ¡No hay sexo entre nosotros!
—Eso está muy bien —dijo Molly—. Pero Dean Robillard es harina de otro costal, absolutamente. Háblanos del bomboncito de moda.
—No nos desviemos del tema —dijo Krystal—. Tres de nosotros llevamos mucho tiempo casadas, y por mucho que queramos a nuestros maridos, puede una caer en la rutina.
—O no —dijo provocativamente Phoebe, con su sonrisa de gata.
Hubo un coro de risitas, pero Krystal no iba a dejarse distraer.
—Molly y Kevin tienen críos pequeños, y ya sabemos lo mucho que eso puede lastrar tu vida sexual.
—O no. —Molly exhibió su propia sonrisa de gata.
—La cuestión es... va siendo hora de que nos pongamos más en contacto con nuestra sexualidad.
—Yo tengo contacto de sobras con la mía —dijo Janine—. Lo único que quisiera es que la tocara alguien más también.
Más risitas.
—Adelante, haced bromas —dijo Krystal—. Vamos a ver esta película igualmente. Nos hará mejores mujeres.
Charmaine se puso en alerta máxima.
—¿Qué clase de película?
—Una película erótica hecha específicamente para mujeres.
—Estás de broma. No, Krystal, en serio.
—En la que he seleccionado, una de mis favoritas, salen actores de diversas razas, edades y grados de sensualidad, para que ninguna se sienta excluida.
—¿Este era tu gran misterio? —dijo Phoebe—. ¿Qué vamos a ver una porno todas juntas?
—Erótica. Hecha sólo para mujeres. Y hasta que no hayas visto una de estas películas, no deberías juzgarlas.
_________ sospechaba que varias de ellas ya lo habían hecho, pero que ninguna quería aguar el entusiasmo de Krystal.
—Lo que más me gusta de esta película en particular es esto —dijo Krystal— los tíos están todos buenísimos, pero las mujeres son más bien normalitas. Nada de silicona.
—Eso la distinguiría del porno para hombres, ciertamente —dijo Sharon—. Al menos, por lo que tengo entendido.
Krystal empezó a toquetear el reproductor de DVD.
—Además, tiene guión y hay preámbulos a los polvos. Un montón. Se besan, se desnudan muy despacio, se acarician mogollón...
Janine hundió la cara entre las manos.
—Esto es patético. Ya me estoy poniendo cachonda.
—Pues yo no —dijo Charmaine enfurruñada—. Soy cristiana y me niego a...
—Se supone que un buen cristiano... una buena cristiana... ha de complacer a su marido. —Krystal sonrió y le dio al mando a distancia—. Y créeme, esto a Darnell le volverá loco de contento.
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
14
Cuando _________ volvió a la cabaña, poco después de medianoche, tenía todavía las mejillas coloradas de ver la película, y el vestido de verano pegado a unas carnes calientes, humedecidas... muy humedecidas. Ver que en la ventana brillaba la luz la dejó consternada. Podía ser que él la hubiera dejado encendida como un detalle cortés. «Que no me esté esperando despierto, por favor.» Era absolutamente incapaz de hacerle frente esa noche. Aun sin haber visto una película guarra, le costaba lo suyo no ponerle las manos encima, pero después de lo que acababa de ver...
Subió al porche de puntillas, se quitó las sandalias y entró tan silenciosamente como le permitió la chirriante puerta con su pomo flojo.
—Hola.
Dio un respingo y dejó caer las sandalias.
—¡No me dé esos sustos!
—Perdone. —Estaba desmadejado en el sofá, con un fajo de papeles en una mano. No llevaba camiseta, sólo unos shorts de deporte negros, descoloridos. Tenía los pies descalzos y los tobillos cruzados sobre el brazo del sofá, y la luz de la lámpara de pie volvía dorados los pelos de sus pantorrillas. A ella se le fue la mirada otra vez a los pantalones de gimnasia. Después de lo que había visto en la pantalla, le daban ganas de ponerle una denuncia por exceso criminal de ropa.
Mientras se esforzaba por recuperar el aliento, él levantó la cabeza y los hombros, lo que, evidentemente, hizo que se contrajeran sus abdominales dibujando el ideal de la calculadora.
—¿Por qué tiene la cara tan roja? —preguntó Nicholas.
—M-me he quemado al sol. —Era consciente de lo vulnerable que resultaba en aquel momento, y de que debería haberse zambullido en el lago para enfriarse antes de volver allí.
—Eso no es del sol. —Puso ágilmente los pies en el suelo, y ella observó que tenía el pelo húmedo—. ¿Le pasa algo?
—¡Nada! —Empezó a recular tímidamente. No tenía la menor intención de darle la espalda, aunque eso la obligaba a dar una vuelta considerable—. Se ha vuelto a duchar.
—¿Y qué?
—Se ha duchado después de nadar. ¿Qué es usted, una especie de maniático de la higiene?
—Me fui a correr con Ron después de cenar. ¿Qué más le da?
Oh, Dios, ese pecho, esa boca... Esos ojos verdes que lo veían todo. Excepto a ella desnuda. Eso no lo habían visto nunca.
—Me... voy a la cama ya.
—¿Es por algo que he dicho?
—No vaya de amable. Por favor.
—Haré lo que pueda. —Le dirigió una sonrisa taimada—. Aunque siendo como soy...
—¡Pare! —No quería detenerse, pero sus pies parecieron declararse en huelga.
—¿Necesita un vaso de leche tibia, o algo?
—No, decididamente no necesito nada caliente.
—He dicho tibia. No he hablado de nada caliente. —Dejó los papeles a un lado.
—Ya... Ya lo sé.
Puede que ella se hubiera quedado un poco parada, pero él no, y mientras se le acercaba reparó en que llevaba el vestido arrugado y húmedo.
—¿Qué está pasando?
Ella no podía apartar los ojos de su boca. Le traía a la memoria todas las bocas que había visto en aquella pequeña pantalla de televisión poco antes, y concretamente las cosas que hacían. Maldita Krystal con su película.
—Estoy cansada, nada más —acertó a decir.
—No parece cansada. Tiene los labios hinchados, como si se los hubiera estado mordiendo, y respira pesadamente. Si quiere que le diga la verdad, parece que estuviera cachonda. ¿O es mi mente obsesiva que vuelve al ataque?
—Déjelo, ¿vale? —Observó que tenía una pequeña cicatriz en una costilla, probablemente de una herida de arma blanca causada por una novia rechazada.
—¿Qué diantres han estado haciendo las mujeres esta noche?
—¡No fue idea mía! —Sonaba culpable, y su rubor aumentó.
—Lo averiguaré. Me lo contará alguno de los tíos, así que más vale que me informe ahora.
—No creo que los hombres vayan a hablar de esto. O a lo mejor sí. No lo sé. No tengo ni idea de qué cosas se cuentan ustedes, los hombres.
—No tantas como las mujeres, eso seguro. —Inclinó la cabeza hacia la cocina—. ¿Quiere algo de beber? Hay una botella de vino en la nevera.
—Ah, claro... Vino es justo lo que no necesito en este momento.
—Un misterio esperando ser resuelto... —Estaba claro que empezaba a divertirse.
—Déjelo estar, ¿quiere?
—Justo lo que haría un tipo amable. —Se agachó y cogió su móvil—. Janine me dirá qué ha pasado. Parece una mujer muy franca.
—Está en el bed & breakfast. No tiene teléfono en la habitación.
—Cierto. Le preguntaré a Krystal. He hablado con Webster hace menos de media hora.
_________ se podía figurar lo que Krystal y Webster estarían haciendo en aquellos momentos, y no les iba a gustar que les interrumpieran.
—Es medianoche.
—Su pequeña reunión acaba de terminar. No se habrá ido a la cama todavía.
«¿Qué se apuesta...?»
Él pasó el pulgar por encima de las teclas.
—Siempre me ha gustado Krystal. Es muy directa. —Apretó el Primer botón.
_________ tomó aire.
—Hemos visto una peli porno, ¿vale?
El sonrió y dejó caer el teléfono.
—Ahora empezamos a entendernos.
—Créame, no fue idea mía. Y no tiene gracia. Además, ni siquiera era exactamente pornográfica. Era erótica. Para mujeres.
—¿Hay alguna diferencia?
—Ésa es justo la clase de respuesta que cabía esperar de un hombre. ¿Cree usted que la mayoría de nosotras nos excitamos viendo un puñado de mujeres con labios de colágeno e implantes del tamaño de pelotas de fútbol abalanzándose unas sobre otras?
—Por su expresión, sospecho que no.
Necesitaba beber algo frío, y se dirigió a la cocina, sin dejar de hablar, porque tenía algo que aclarar.
—La seducción, por ejemplo. En una película porno típica de las suyas, ¿se entretienen siquiera en mostrar algo de seducción?
Él la siguió.
—Para ser justos, no suele hacer mucha falta. Las mujeres son bastante agresivas.
—Exacto. Bueno, pues yo no. —Se habría dado de bofetadas en cuanto las palabras salieron de su boca. Lo último que quería hacer era llevar la conversación al terreno personal.
Él no se aprovechó de su desliz, no sería propio de la taimada Pitón. Él disfrutaba jugando con su víctima antes de asestar el golpe.
—¿Tenía argumento entonces, la película?
—Ambiente rural de Nueva Inglaterra; artista virginal; desconocido imponente. Baste con eso. —Abrió la puerta de la nevera y examinó el interior, sin ver nada.
—Sólo dos personas. Qué decepcionante.
—Había un par de tramas secundarias.
—Ah.
Ella se volvió hacia él, con la palma de la mano húmeda curvada aún en torno al asidero de la puerta de la nevera.
—Todo esto le parece muy gracioso, ¿verdad?
—Sí, pero me avergüenzo de mí mismo.
Sentía deseos de olerle. Tenía el pelo casi seco, y la piel recién duchada. Quería hundir la cara en su pecho e inhalar, hurgar en él, encontrar tal vez un mechón de pelo rebelde y dejar que le hiciera cosquillas en la nariz. Estuvo a punto de gemir.
—Por favor, váyase.
Él irguió la cabeza.
—Perdón. ¿Ha dicho algo?
Ella agarró la primera cosa fría que tocó y cerró la puerta.
—Ya sabe lo que me parece todo esto. Lo... nuestro.
—Lo dejó muy claro anoche.
—Y tengo razón.
—Sé que la tiene.
—¿Por qué me lo discutió, entonces?
—El síndrome del capullo. No puedo evitarlo. Soy un tío. —Sus labios se curvaron en una sonrisa perezosa—. Y usted no.
La carga de electricidad sexual que flotaba en el aire habría bastado para iluminar todo el planeta. Nick estaba plantado en mitad del paso que la separaba del dormitorio, y si pasaba demasiado cerca no podría resistir la tentación de lamerle, de modo que se encaminó al porche y casi tropezó con el colchón que él había arrastrado hasta allí afuera la noche anterior. Había estirado las sábanas, apilado las almohadas y doblado la manta en dos, haciendo mejor trabajo que ella con la cama de matrimonio. Él salió tranquilamente.
—¿Quiere un sándwich para acompañar?
No supo a qué se refería hasta que siguió la dirección de su mirada y vio en su propia mano un bote de mostaza francesa en vez de una lata de Coca-Cola. Se lo quedó mirando.
—Ocurre que la mostaza tiene la cualidad de ayudar a conciliar el sueño.
—No lo había oído en la vida.
—No lo sabe todo, ¿no?
—Parece ser que no. —Se produjo un breve silencio—. ¿Se la come o se la unta?
—Me voy a la cama.
—Porque si se la unta... probablemente yo podría echarle una mano.
Su temperamento de pelirroja explotó, y dejó el bote en la mesa rústica con un golpe.
—¿Qué tal si le entrego mis bragas directamente y zanjamos el asunto?
—Por mí bien. —Sus dientes refulgieron como los de un tiburón—. Entonces, si ahora la beso, ¿se hará la remilgada otra vez?
Su ira empezó a disiparse, reemplazada por una creciente inquietud.
—No lo sé.
—Tengo un ego considerable, eso ya lo sabe. Pero, aun así, la forma en que me rechazó anoche rozó lo traumático. —Introdujo un dedo bajo la parte superior de sus shorts, haciendo que la banda elástica dibujara una V marcada que hacía la boca agua—. Ahora me pregunto: ¿y si he perdido mi mano? ¿Qué voy a hacer, entonces? —Deslizó el pulgar hacia la arista de su cadera, descubriendo un poco más de piel—. Entenderá usted que esté un poco preocupado.
Contemplando la cuña de tenso abdomen, tuvo que combatir el impulso de pasarse el frío bote de mostaza por la frente.
—Eh... Yo no dejaría que eso me quitara el sueño. —Invocó sus últimas briznas de fuerza de voluntad para pasar junto a él, y tal vez lo habría logrado si él no hubiera alargado el brazo y tocado el suyo. Apenas la rozó con un dedo, en un simple gesto de despedida, pero lo hizo sobre su piel desnuda, y eso bastó para que se quedara clavada en el sitio.
Él se quedó tan inmóvil como ella. Al bajar la vista para mirarla, sus ojos verdes eran una invocación al desastre, superpuesta a una tímida disculpa.
—Maldita sea —susurró—. A veces me paso de listillo, en mi propio perjuicio.
La atrajo hacia sí, se dio un festín en su boca, pasó las manos por los contornos de su espalda. Y ella se lo permitió, como había hecho la noche anterior, ignorando el hecho de que esto era la Super Bowl de las malas ideas, ignorando las múltiples razones por las que no debía vivir cada momento de esa noche en concreto para acarrear al día siguiente con las consecuencias.
—No tengo paciencia. —Su oscuro murmullo cayó como una caricia sobre la mejilla de _________, mientras le bajaba la cremallera del vestido con un movimiento espontáneo y fluido.
—Esto lo va a echar todo a perder —musitó ella contra su boca, porque necesitaba pronunciar las palabras aunque no hiciera el menor esfuerzo por detenerle.
—Hagámoslo de todas formas —dijo él en voz baja y ronca— Ya lo arreglaremos después.
Justo lo que ella anhelaba oír. Se perdió en su beso; exangüe, hechizada, estúpida... un poco enamorada.
Al cabo de unos momentos, su vestido yacía en torno a sus pies junto con su sujetador, un par de braguitas y todo lo que él llevaba puesto: un par de pantalones cortos de deporte negros. Se hallaban en el porche pero estaba oscuro, les ocultaba la espesura de los árboles, y ¿qué más daba? Él contempló sus pechos, sin tocarlos, mirándolos sin más. Le envolvió un hombro con una mano. Con la otra, le pasó las yemas de los dedos por la columna y le acarició el coxis. Ella se estremeció y apretó la mejilla contra su pecho; luego giró la cara y presionó los labios, pero entonces él se echó atrás bruscamente y contuvo la respiración tras un siseo.
—No te muevas —susurró.
Se separó de ella y entró corriendo en la cocina, obsequiándola con una vista lamentablemente fugaz de un culo varonil espectacularmente prieto. Se le pasó por la cabeza que podía haber ido a recuperar su móvil para aprovechar el tiempo haciendo dos cosas a la vez, pero lo que hizo fue apagar la luz del techo de la cocina, dejando encendida sólo la de la campana; luego desapareció por la sala y apagó el resto de luces. Reapareció al cabo de un instante. La tenue luz dorada de la cocina bailaba por los largos músculos de su cuerpo al acercársele. Tenía una erección completa. Cuando llegó junto a ella, sostuvo en alto tres condones y dijo suavemente:
—Considera esto una muestra de mi afecto.
—Tomo nota, y te lo agradezco —repuso ella con idéntica suavidad.
La empujó hacia el colchón. Ella recordó lo expeditivo que era Nicholas, y comprendió que tal vez aquella noche de cine para chicas hubiera elevado demasiado sus expectativas de preámbulos lúdicos. En efecto, él tardó bien poco en ponerse encima de ella, con la boca en sus pechos. _________ le hundió los dedos en el pelo.
—Esto va a ser «aquí te pillo, aquí te mato», ¿no?
—No te quepa duda. —Deslizó la mano sobre su vientre, apuntando directamente al interruptor general.
—Quiero más besos.
—Ningún problema. —Tomó su pezón entre los labios.
Ella aspiró profundamente.
—En la boca.
El jugueteó con la pequeña y túrgida protuberancia, respirando cada vez más superficialmente.
—Negociemos.
Ella le clavó los dedos en la espalda, húmeda ya de la mínima contención que él pudiera estar ejerciendo. Automáticamente separo los muslos.
—Debía habérmelo esperado.
Él pasó un dedo por la mata de pelo rizado de la base de su vientre, jugueteando con los rebeldes bucles.
—Voy a ir demasiado rápido para ti. Eso podemos darlo por hecho, y me disculpo por adelantado. —Ella soltó un grito ahogado de placer al tocar él su carne húmeda y caliente—. Pero llevo mucho tiempo de abstinencia, y lo que pueda durar tal vez unos poco minutos...
—Como mucho. —Los dedos de sus pies se curvaron.
—... a mí me parecerá una eternidad. —Su voz se tornó irregular—. Así que voy a sugerir lo siguiente. —Ella se aferró a sus caderas mientras él seguía enredando—. Aceptemos el hecho de que no voy a poder dejarte satisfecha la primera vez. Eso nos liberará a los dos de la presión.
_________ dobló las rodillas y dijo con voz entrecortada:
—A ti, al menos.
—Pero una vez que haya soltado esa primera explosión de... vapor... —tomó aire, las palabras le salían entrecortadas, a trompicones—, tendré todo el tiempo del mundo —a __________ la cabeza le iba de un lado a otro mientras él la estimulaba con sus hábiles dedos de la forma más íntima— para hacerlo como es debido. —Le separó más los muslos con suavidad—. Y tú, Campanilla... —Ella sintió todo el peso de su cuerpo—. Tú pasarás una noche que nunca olvidarás.
La penetró con un gruñido, y aunque ella estaba lubricada y mas que lista, no lo encajó con facilidad. Levantó las rodillas y arqueó la espalda. Él unió su boca a la de ella, la agarró por las caderas y las hizo pivotar hasta el ángulo que ambos querían.
Imágenes febriles, demenciales, resplandecieron tras sus párpados. El cuerpo largo y grueso de una pitón abriéndose camino en su interior, desplegándose... estirándose... penetrando más adentro... más. Bajo sus manos, sintió la espalda de él ponerse muy rígida. El dulce ataque... la acometida. Una y otra vez. Y luego la escalada final. Él empezó a temblar. Ella recibió su gemido bajo y gutural. Vio destellos de luz tras sus ojos. Sintió el peso de Nicholas desplomándose sobre ella, echó la cabeza hacia atrás y cayó rendida.
Pasaron largos minutos. Él restregó los labios por su sien y luego rodó hasta apoyarse sobre un costado, a punto de salirse del colchón. Ella se apartó para hacerle sitio. Se reacomodaron. Él la atrajo hacia su piel humedecida y empezó a juguetear con sus cabellos. Estaba aturdida, pletórica, decidida a no pensar. Aún no.
—Yo... yo no he llegado —dijo.
Él se incorporó sobre un codo y la miró a los ojos.
—Me sabe fatal decirlo, pero ya te había avisado.
—Tenías razón, como de costumbre.
A Nicholas se le formaron arrugas en las comisuras de los ojos, y depositó un beso breve en su mejilla.
—Que esto nos sirva de lección. —Se incorporó—. Voy a necesitar unos minutos.
—Yo haré unos acrósticos mentalmente.
—Buena idea. —Mientras ella escuchaba los sonidos de la noche que envolvía su nido en el bosque, Nicholas desapareció dentro de la casa. Al cabo de unos minutos, volvió con una cerveza, se sentó en el borde del colchón y le tendió a _________ la botella. Ella le dio un trago y se la devolvió. Nicholas la dejó en el suelo, luego se tendió y la atrajo sobre su hombro, y allí empezó otra vez a juguetear con un rizo de su cabello. Aquella tierna intimidad le daba a __________ ganas de llorar, así que rodó hasta ponerse encima de él y empezó con su propia exploración sensual.
La respiración de Nicholas no tardó en acelerarse.
—Me parece... —dijo con voz ahogada— que no me va a costar recuperarme tanto como pensaba.
Ella le restregó los labios por el abdomen.
—Supongo que no puedes tener razón en todo.
Y eso fue lo último que dijo cualquiera de los dos en mucho, mucho rato.
Finalmente, él se quedó dormido, y ella pudo irse inadvertidamente a su habitación. Al acurrucarse en su almohada, no pudo ya ocultarse la realidad de lo que había hecho. Nicholas había afrontado el hacerle el amor con el mismo celo adictivo con que hacía todo lo demás, y, en el proceso, ella se enamoró un poco más de él.
De la comisura de sus ojos rodaron lágrimas, pero no se las enjugó. En vez de ello, las dejó correr mientras ella se resituaba, reelaboraba, reestructuraba. Para cuando la venció el sueño, sabía inevitablemente lo que debía hacer.
***
Nicholas oyó a __________ entrar en su dormitorio, pero no se movió. Ahora que había satisfecho el ansia de su cuerpo, la condena de lo despreciable de sus actos le golpeó con dureza. Ella se preocupaba por él. Todo un mundo de emociones que él no quería reconocer le había estado contemplando esa noche desde aquellos dulces ojos color de miel. Ahora se sentía el mayor capullo del mundo.
Ella le había dicho que aquello equivalía a gestar el desastre, pero había construido su vida a base de arrollar controles de carretera, por lo que había ignorado la evidencia y atacado de frente. Aunque sabía de antemano que ella tenía razón, la deseaba, de modo que había tomado lo que quería sin importarle las consecuencias. Ahora que era demasiado tarde, asumió en toda su dimensión la magnitud del desastre que eso suponía para ella, en lo profesional y en lo personal. Ella había puesto en juego sus emociones —pudo verlo en su rostro—, y eso significaba que ya no podía volver a ocuparse de ser su casamentera.
Se volvió y dio un puñetazo a la almohada. ¿En qué demonios estaría pensando? No había pensado, ése era precisamente el problema. Se había limitado a reaccionar, y en el proceso de conseguir lo que quería, había hecho añicos los sueños de ella. Ahora debía compensarla.
Empezó a trazar un plan en su cabeza. Haría propaganda de su empresa y encontraría algunos clientes decentes que echarle al saco. Usaría su equipo de publicistas y sus contactos con los medios para darle buena prensa. La historia era buena: una casamentera de segunda generación que lleva la empresa obsoleta de su abuela al siglo XXI. Tendría que habérsele ocurrido a __________, pero no pensaba con ambición.
Lo que no podía hacer era dejar que siguiera presentándole a otras mujeres. Eso le partiría el corazón. Desde un punto de vista egoísta, le disgustaba la idea de que ya no fuera a trabajar para él. Le gustaba tenerla cerca. Le hacía las cosas más fáciles... y él se lo había pagado jodiéndola, en sentido literal y figurado.
De tal palo, tal astilla: salía a su padre.
La desesperación que le embargó tenía algo de conocido y antiguo como el ruido de un portazo en una roulotte destartalada en mitad de la noche.
No recordaba que hubiera llegado a conciliar el sueño, pero debió de hacerlo, porque era de día cuando tembló el suelo. Abrió un ojo, vio un rostro al que no estaba preparado para hacer frente y hundió la cara en la almohada. Otro pequeño terremoto sacudió el colchón. Abrió los párpados y pestañeó cuando un rayo de luz hirió sus ojos.
—Despierta, imponente regalo al género femenino —gorjeó una voz.
Estaba sentada en el suelo del porche, junto a él, sosteniendo en la mano un tazón de café y con una pierna desnuda extendida para poder menear el colchón con el pie. Llevaba unos shorts de color amarillo chillón y una camiseta morada con el dibujo de un grotesco troll de tebeo y un bocadillo que decía NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS PERSONAS. Tenía el pelo hecho una maraña de rizos en torno a su cara de pilla, los labios sonrosados, y los ojos mucho más despejados que él. Desde luego, no parecía en absoluto desolada. «Mierda.» Tal vez pensaba que aquella noche había cambiado las cosas.
Nicholas sintió náuseas.
—Más tarde —acertó a decir.
—No puedo esperar. Hemos quedado con los demás para desayunar en el cenador, y tengo que hablar contigo. —Cogió del suelo un segundo tazón y se lo tendió—. Algo para suavizar el tránsito.
Tenía que estar alerta para esto, pero se sentía como el fondo de un cenicero sucio, y lo único que quería era evitar esa discusión dándose la vuelta y dormirse. Pero le debía a ella algo mejor que eso, de modo que se incorporó sobre un codo, cogió el café y trató de despejar las telarañas de su cerebro.
Ella siguió con la mirada la sábana al deslizársele hasta la cintura, y Nicholas sintió deseos de volver a la carga. Movió el brazo para ocultar las pruebas. ¿Cómo iba a comunicarle la noticia de que era una amiga, y no una candidata a una relación estable, sin partirle el corazón?
—En primer lugar —dijo ella—, lo de anoche significó para mí más de lo que puedas imaginar.
Justo lo que no quería oír. Se la veía tan dulce. Había que ser un verdadero cretino para lastimar a alguien así. Ojalá fuese __________ la mujer con la que siempre había soñado: sofisticada, elegante con un gusto impecable y de una familia cuyas raíces se remontaran a un barón bandolero del siglo XIX. Necesitaba a alguien con mundo suficiente para sobrevivir a los golpes de la vida, una mujer que viera la vida igual que él: como una competición en la que vencer, y no como una invitación permanente a salir a jugar al recreo.
—Por otro lado —continuó ella en voz más baja, con un tono más serio—, no podemos volver a hacerlo jamás. Fue una infracción de conducta profesional por mi parte, aunque tampoco haya resultado un problema tan grave como imaginaba. —Desplegó una sonrisa que sólo podía describir como picara—. Ahora puedo recomendarte con completo entusiasmo. —La sonrisa se disipó—. No, ahora el mayor problema es lo manipuladora que he sido.
El café de Nicholas salpicó por encima del borde de su tazón. ¿Qué demonios significaba eso...?
Ella fue rápidamente a la cocina a buscar una servilleta de papel y se la pasó para que pudiera secarse un poco.
—Volviendo a lo que nos ocupa—dijo __________—. Tienes que entender que te estoy verdaderamente agradecida por lo que has hecho. Todo el asunto de Rob me dejó realmente con la cabeza hecha un lío. Desde que rompimos, en fin... He estado rehuyendo el sexo. La cruda verdad es que estaba bastante traumatizada con todo aquello. —Secó algunas gotas que él había pasado por alto—. Gracias a ti, lo he superado.
Él dio cautelosamente un sorbo y esperó, pues ya no estaba seguro de adónde iba a parar aquello. Ella le tocó el brazo con un gesto que le molestó un poco, por maternal.
—Me siento sana otra vez, y te lo debo a ti. Bueno, y a la película de Krystal. Pero, Nicholas... —Las pequitas desperdigadas de su frente se aproximaron al fruncir ella el entrecejo—. No puedo soportar esta sensación de haberte... de haberte utilizado, de alguna manera.
El tazón de café se quedó parado a medio camino.
—¿De haberme utilizado a mí?
—De eso tenemos que hablar. Te considero un amigo, además de un cliente, y yo no utilizo a mis amigos. Al menos, nunca lo había hecho hasta ahora. Ya sé que para los hombres es distinto... tal vez tú no sientas que he abusado de ti. A lo mejor estoy haciendo una montaña de un grano de arena. Pero mi conciencia me dicta que tengo que ser totalmente sincera sobre mis motivaciones.
Él se puso tenso.
—Desde luego.
—Necesitaba a alguien con quien no tuviera nada que temer para volver a conectar con mi cuerpo, alguien con quien no estuviera involucrada emocionalmente. Así que, claro, tú eras perfecto.
«¿No involucrada emocionalmente?»
Ella se mordisqueó el labio inferior; empezaba a dar la impresión de que preferiría hallarse en cualquier otra parte en aquel momento.
—Dime que no te has enfadado —dijo—. Ah, maldita sea...
—No pienso llorar. Pero me siento fatal. Ya oíste a Kevin anoche. Yo... —tragó saliva—. Esa otra complicación... Vaya lío, ¿no?
Acababa de lanzarle otra bola con efecto.
—¿Qué otra complicación?
—Ya sabes...
—Refréscame la memoria.
—No me hagas decirlo. Es muy embarazoso.
—¿Qué más da pasar un poco de vergüenza, entre amigos? —dijo él, algo tenso—. Ya que estamos siendo tan sinceros...
Ella miró al techo, echó atrás los hombros, bajó la vista al suelo. Su voz se hizo un hilo, casi tímida.
—Ya sabes... que estoy un poco pillada con Dean Robillard.
El suelo se abrió bajo el colchón.
Ella hundió la cara entre las manos.
—Dios mío, me estoy poniendo colorada. Soy terrible, ¿no?, hablándote de esto.
—No, por favor. —Masticó las siguientes palabras—. Habla libremente.
Ella bajó las manos y le dirigió una mirada de infinita sinceridad.
—Ya sé que probablemente acabará en nada, este asunto con Dean, pero hasta anoche no me sentía con fuerzas ni siquiera para intentarlo. Está claro que él es un tío experimentado, y ¿qué iba a hacer yo si la conexión que sentía no estaba sólo en mi imaginación? ¿Qué haría si él también estuviera interesado por mí? No podía hacer frente a las implicaciones sexuales. Pero después de lo que hiciste por mí anoche, por fin tengo el valor de al menos intentarlo y si acaba en nada, pues así es la vida, pero al menos sabré que no me he retraído por culpa de mis neuras.
—¿Estás diciendo... que te he servido de «rompehielos»?
Aquellos ojos color miel se oscurecieron de preocupación.
—Dime que no te importa. Sé que tú no estabas poniendo en juego tus emociones, pero a nadie le gusta pensar que se han aprovechado de él.
Él aflojó los dientes.
—¿Y eso es lo que hiciste? ¿Aprovecharte de mí?
—Bueno, ya sabes, no es que lo tuviera en mente anoche mientras estaba contigo, ni nada. Vaya, tal vez por un par de segundos pero nada más, te lo juro.
Él entrecerró los ojos.
—¿Estamos bien, entonces? —preguntó ella.
Nick no acababa de entender la masa ardiente de resentimiento que se le estaba formando en el pecho, sobre todo teniendo en cuenta que ella le había eximido de toda responsabilidad.
—No lo sé. ¿Lo estamos?
Aún tuvo el descaro de sonreírle.
—Creo que sí. Pareces un poco enfurruñado, pero no un hombre cuyo honor ha sido violado. No debí preocuparme tanto. Para ti fue sólo sexo, pero para mí ha sido una liberación tremenda. Gracias, colega.
Le tendió la mano abierta, obligándole a dejar el café en el suelo para estrecharla si no quería parecer un pasmado. Luego ella se puso en pie de un tirón, se llevó las manos detrás de la cabeza y desperezó su cuerpecito, estirándose como una gata satisfecha y tirando de la camiseta para descubrir aquel ombliguito oval en el que anoche había hundido la punta de la lengua.
—Nos vemos en el cenador. —Su expresión se inundó de sinceridad—. Y te prometo, Nick, que si sientes el menor rescoldo de resentimiento hacia mí, en una semana habrá desaparecido. Esto me hace estar más decidida que nunca a encontrarte la mujer perfecta. Ahora ya no es sólo cuestión de negocios. Ya es algo personal.
Tras lanzarle una sonrisa radiante, salió disparada hacia la cocina para volver a asomar la cabeza al cabo de un momento.
—Gracias. De verdad. Te debo una.
Instantes más tarde se cerraba la puerta de la cabaña. Nick volvió a reclinarse sobre la almohada, apoyó el tazón en su pecho y trató de asimilar todo aquello.
¿__________ le había utilizado de precalentamiento para Dean Robillard?
15
Al llegar cerca del cenador, ________ vio a Ron y a Sharon camino adelante, cogidos de la cintura. Todavía estaba temblando, y sentía el estómago como una ciénaga ácida. Puede que nunca hubiera sido la mejor actriz del Departamento de Teatro del Noroeste, pero todavía era capaz de representar una escena. Delante de ella, Ron sostenía abierta la puerta del cenador para que pasara Sharon. Con la otra mano buscaba su trasero. Era fácil adivinar a qué se habían dedicado aquella noche. Ahora lo único que tenía que hacer era asegurarse de que ninguno de ellos percibiera a qué se había dedicado ella.
Cuando cruzó la puerta mosquitera, todos la saludaron, y formaban, por cierto, el grupo de gente más falto de sueño y sexualmente satisfecho que había visto jamás. Molly llevaba una marca sonrosada en el cuello que parecía de rozadura de barba, y a juzgar por la expresión de suficiencia de Darnell, Charmaine no merecía su reputación de mojigata. Phoebe y Dan compartían un único bizcocho sentados en un sofá de mimbre. Y Krystal, en vez de regañar a Webster como de costumbre, le hablaba con voz melosa y le llamaba «cielo». Los únicos rostros inocentes eran los de Pippi, el pequeño Danny y Janine.
_________ centró su atención en la comida que Molly había dispuesto, pese a que no tenía ganas de comer. Un jarrón de cerámica de un amarillo luminoso, lleno de zinnias, se alzaba en el centro de un mantel color nuez moscada sobre el que había desplegadas jarras de zumo escarchadas, una fuente de tostadas francesas, una cesta de bizcochos caseros y la especialidad del bed & breadfast, un pastel de harina de avena recubierto de azúcar moreno, canela y manzanas.
—¿Dónde está Nicholas? —preguntó Kevin—. No me lo digas, hablando por teléfono.
—Enseguida viene —dijo ella—. Se le han pegado las sábanas. No estoy segura de a qué hora fue a dormirse anoche, pero seguía despierto cuando yo me fui a la cama. —Dirigiéndose a la mesa del desayuno, se dijo que esa mentira era un acto de caridad, dado que la verdad habría arruinado algo más que unos cuantos desayunos.
Janine, que se estaba llenando el plato, lanzó una mirada contrariada a la profusión de comportamientos empalagosos que tenía lugar a su alrededor.
—Dime que no soy la única que se siente sexualmente indigente esta mañana.
________ sorteó la cuestión.
—Krystal debió mostrar más consideración hacia nosotras dos.
—¿Así que nos equivocábamos respecto a lo tuyo con Nicholas?
_________ se limitó a elevar los ojos al cielo.
—Hay que ver lo que os gusta el melodrama.
Janine y ella se acomodaron en un par de sillas de mimbre, no lejos de la familia Tucker. __________ mordisqueaba la esquina de su cuadrado de pastel de avena cuando Nicholas hizo su aparición. Llevaba unos shorts caqui y una camiseta de Nike. Al menos, parte de las cosas que le había dicho eran ciertas. Sí que sentía que había dicho adiós al fantasma de Rob. Desgraciadamente, otro fantasma había ocupado su lugar.
Pippi, que había estado robando trozos de plátano de la bandeja de la trona de su hermano pequeño, atravesó volando el cenador y placó a Nicholas a la altura de las rodillas.
—¡Puíncepe!
—Hola, nena. —Nick, algo forzado, le dio unas palmaditas en la cabeza, y uno de sus pasadores de la conejita Dafne se deslizó hasta la punta de un rizo rubio.
Phoebe frunció el entrecejo.
—¿Cómo le ha llamado?
_________ adoptó su expresión más jovial.
—Príncipe. ¿No es adorable?
Phoebe levantó una ceja. Dan besó a su mujer en la comisura de la boca, probablemente porque Nick le caía bien y pretendía distraerla. La niña de tres años, sin dejar de mantener una presa firme sobre las piernas de Nick, miró a su madre.
—Quiero que el puíncepe me dé zumo. —Elevó los ojos Nick—. Tengo mocos. —Arrugó la nariz para confirmar sus palabras.
Molly, que estaba limpiando un pegote de plátano del suelo de piedra caliza, señaló con un gesto vago en dirección a la mesa.
—El zumo está allí.
Pippi miró a Nick con adoración.
—¿Tienes teléfono?
Kevin irguió la cabeza.
—Que no se acerque a tu móvil. Le apasionan.
Nick empezó a responder, pero le interrumpió Webster.
—¿Adónde vamos de caminata?
Kevin tomó de manos de Molly el babero pringoso.
—La pista da la vuelta alrededor del lago. Yo había pensado que hiciéramos el tramo entre aquí y el pueblo... casi diez kilómetros. El paisaje es bonito. Troy y Amy se han ofrecido a traernos de vuelta en coche cuando lleguemos.
—Van a cuidar a los niños —dijo Molly.
Troy y Amy eran la pareja joven que llevaba el camping. Pippi dio unas palmadas en la pierna desnuda de Nick.
—Zumo, por favor.
—Marchando un zumo. —Nick se dirigió a la mesa del desayuno, llenó un vaso grande hasta arriba y se lo dio. Ella tomó medio sorbo, se lo devolvió sin derramar apenas unas gotas, y le sonrió.
—Sé hacer una cosa.
Esta vez, la sonrisa de Nick fue de genuina diversión.
—Ah, ¿sí?
—Mira. —Se dejó caer sobre la alfombra de pita y dio una voltereta.
—Qué guay. —Nick le levantó los pulgares.
—Papi también dice que soy guay.
Kevin sonrió.
—Ven aquí, calabacita. Deja al señor príncipe tranquilo hasta que haya desayunado.
—Buena idea —susurró Phoebe—. En cualquier momento le puede dar el ataque de licantropía.
Nick, ignorándola, tomó un sorbo de zumo del vaso de Pippi.
—¿A qué hora empieza la marcha, entonces?
—En cuanto estemos todos listos —respondió Kevin.
Nick dejó el vaso sobre la mesa y cogió unas cuantas tostadas francesas de la fuente. Como quien no quiere la cosa, dijo:
—Tenía pensado salir hacia Detroit justo después de desayunar, pero esto suena demasiado bien como para perdérmelo.
__________ hundió los dientes desconsolada en su porción de pastel de avena. A duras penas había conseguido salir airosa de su gran escena por la mañana. ¿Cómo iba a mantenerse risueña durante toda una marcha de diez kilómetros?
***
Al final, estuvieron separados casi todo el rato. _________ trataba de decidir si eso era bueno o malo. Aunque no tenía necesidad de seguir fingiendo, tampoco estaba absolutamente segura de haberle engañado con el numerito de la mañana.
Cuando regresaron al campamento, Pippi se tiró encima de sus padres como si llevara años sin verles. Kevin la entretuvo para que su mujer pudiera dar el pecho a Danny, y Molly se acurrucó con el bebé en la mecedora de mimbre del cenador. Danny quería mirarlo todo, y enseguida mandó a tomar viento la mantita descolorida que se había echado ella al hombro.
—¿Sería posible disfrutar de un poco de intimidad por aquí, colega? —Le envolvió la cabecita con la mano.
_________ tomó un sorbo de té helado de su vaso. Molly se merecía todo lo bueno que le pasara, y _________ no le envidiaba nada de ello, pero quería las mismas cosas para sí misma: un matrimonio fantástico, unos hijos guapos, una carrera fabulosa. Nick tomó asiento en la mecedora, junto a ella. Como se iba a marchar pronto, había preferido un té helado con las mujeres a una cerveza con los hombres.
—¡Una abeja! —exclamó Pippi, señalando al suelo—. ¡Mira, Puíncepe, una abeja!
—Es una hormiga, cariño —dijo su padre.
Los hombres se pusieron a hablar de la concentración de entrenamiento, y Janine anunció que quería desarrollar una idea para una escena de su nuevo libro en el corro de las mujeres. Danny acabó con su tentempié y Molly lo dejó en el suelo para que jugara. Apenas había terminado de ponerse bien la ropa cuando una voz más que conocida gorjeó en el camino que conducía al cenador.
—Aquí estáis todos.
__________ se quedó de piedra.
Todos se volvieron a mirar a través de la mosquitera a la mujer alta, preciosa y embarazada que avanzaba hacia ellos.
_________ no podía creerlo. Ahora no. No mientras estaba todavía intentando encajar el desastre de la noche pasada.
—¡Gwen! —El rostro de Krystal se abrió en una sonrisa. Se levantó de la silla como un rayo en cuanto se abrió la puerta, y los demás la imitaron.
—¡Gwen! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Pensábamos que no podíais venir.
—Nos vamos hoy. ¿Cómo es que os habéis decidido tan tarde?
—Por fin te has puesto ropa premamá.
Y entonces, una a una, las mujeres se fueron quedando calladas, a medida que caían en las implicaciones de la aparición de Gwen. Molly parecía consternada. Se volvió a mirar a _________, y a continuación a Nicholas. Las demás mujeres la seguían con sólo un instante de retraso. La expresión calculadora de Dan indicaba que Phoebe le había hablado de la artimaña de _________, pero el resto de los hombres permanecían ajenos a todo.
Kevin arrebató su cerveza a Pippi al ir a cogerla ella.
—Gwen me llamó ayer para asegurarse de que había habitación para ellos —dijo con una sonrisa—. Quería sorprenderos.
Y vaya si lo había conseguido.
—¿Dónde está tu marido? —preguntó Webster.
—Estará aquí en un momento. —Con todas las mujeres rodeándola, Gwen aún no había reparado en Nick, que se había puesto en pie muy despacio—. La firma se ha pospuesto —dijo, mientras aceptaba el vaso de té helado que le tendía Sharon. _________ estaba demasiado alterada para enterarse mucho de sus explicaciones: algo de un problema con el banco, que iban a meter sus cosas en un guardamuebles y que les sobraba una semana antes de poder mudarse.
—Hola, tíos. —Ian entró en el cenador. Llevaba unos shorts arrugados de tela escocesa y una camiseta de ordenadores Dell. Los hombres le saludaron ruidosamente. Darnell le dio una palmada en la espalda, lanzándolo hacia Kevin, que le atrapó por los hombros.
—No conoces a mi representante. —Kevin le condujo entre las mujeres—. Ian, éste es Nicholas Jonas. —A Ian, el brazo extendido se le congeló en el aire. Gwen dio un respingo, y se llevó una mano a su oronda tripa. Se quedó mirando a Nick, primero, y luego a _________.
________ se las apañó para sonreír tímidamente.
—Nos han pillado.
Nick estrechó la mano paralizada de Ian sin traslucir nada, pero ________ distinguía una muerte súbita cuando se le venía encima.
—Es un placer conocerte, Ian —dijo—. Y, Gwen, me alegro de volver a verte. —Señaló con un gesto a su barriga—. Una faena rápida. Enhorabuena.
Gwen no pudo más que tragar saliva. ________ sintió que los dedos de Nick se enroscaban en torno a su brazo.
—¿Queréis disculparnos? ________ y yo tenemos que hablar.
El club de lectura saltó como un solo hombre.
—¡No!
—¡No os mováis!
—No te la vas a llevar a ningún sitio.
—Olvídalo.
La cara de Nick era una bomba de racimo a punto de estallar.
—Me temo que debo insistir.
Kevin parecía intrigado.
—¿Qué pasa aquí?
—Negocios. —Nick escoltó a __________ hacia la puerta mosquitera. Si ella se hubiera envuelto la cabeza con un jersey, hubiera parecido un detenido de camino al juzgado.
Molly pasó rápidamente delante de ellos.
—Os acompaño.
—No —dijo Nick tajantemente—. Ni hablar.
Krystal lanzó a Phoebe una mirada ansiosa.
—A ti te teme toda la Liga Nacional de Fútbol. Haz algo.
—Estoy pensando.
—Ya sé... —Molly cogió a su hija y la empujó hacia ________—. Llévate a Pip contigo.
—¡Molly! —Phoebe se abalanzó indignada hacia ellos.
Molly miró a su hermana encogiéndose de hombros.
—No se pondrá muy duro si le está mirando una niña de tres años...
Phoebe atrapó a su sobrina para ponerla fuera de peligro.
—Déjalo, cariño. A mamá le ha dado uno de sus ataques de locura.
Gwen agitó débilmente la mano.
—_________, lo siento. No tenía ni idea.
_________ se encogió de hombros de mala gana.
—No es culpa tuya. Yo me lo he buscado.
—Exactamente —dijo Nick. Y la condujo al exterior.
Caminaron en silencio durante unos minutos. Finalmente, llegaron hasta una arboleda, y allí fue donde Nick se volvió hacia ella.
—Me embaucaste.
«Más de una vez, si cuento lo de esta mañana», pensó _________, pero confiaba en que eso no se lo figurara.
—Necesitaba una apuesta segura para que me firmaras el contrato, y Gwen era lo mejor que tenía. Te prometo que iba a decirte la verdad tarde o temprano. Lo que pasa es que aún no había reunido el valor.
—Esto sí que es una sorpresa. —Aquellos fríos ojos verdes podrían haber cortado un cristal—. Anzuelo y cambio de agujas.
—Me... me temo que ése era el plan.
—¿Cómo conseguiste que el marido se prestara?
—Eh... uh... Un año de canguro gratis.
Una racha de viento barrió el claro, revolviéndole el pelo a Nick. Se la quedó mirando fijamente tanto rato que a ella empezó a picarle la piel. Pensó en el mal trago que había tenido que pasar esa mañana... para nada.
—Me embaucaste —dijo él de nuevo, como si aún estuviera intentando encajarlo.
A __________, la angustia le hacía un nudo en el estómago.
—No se me ocurría otra manera.
Un pájaro graznó sobre sus cabezas. Otro le respondió. Y entonces, Nick frunció las comisuras de los labios.
—Así se hace, Campanilla. De eso es exactamente de lo que siempre te hablo.
***
Sólo porque Nick aprobara su trampa, _________ no se iba a librar de un sermón sobre ética y negocios. Se defendió diciendo, sin faltar a la verdad, que no se le habría pasado nunca por la cabeza hacer algo tan deshonesto con ningún otro cliente.
Él quedó satisfecho sólo en parte.
—Un vez que empiezas a tontear con el lado oscuro, es difícil volver atrás.
Bien que lo sabía ella.
Finalmente, Kevin asomó entre los árboles.
—Ah, qué bien —dijo al avistar a _________—. Le dije a Molly que probablemente seguirías con vida.
Ella no se separó de Kevin durante el camino de vuelta al cenador. Poco más tarde, Nick se marchó. Mientras se iba, _________ se sorprendió pensando que estaba harta de andarse con engaños. ¿Cómo habría reaccionado Nick si hubiera sido sincera? Claro... Como si ésa no fuera una receta segura para destruirlo todo, desde su autoestima a sus ilusiones profesionales. Pero estaba asqueada de engaños. Quería hacer el amor con alguien con quien no tuviera secretos, alguien con quien pudiera construirse un futuro. ¿Y no estaba todo dicho con eso? Todo era cuestión de química. No tenía nada que ver con una reunión eterna de almas gemelas.
[/b]
Cuando _________ volvió a la cabaña, poco después de medianoche, tenía todavía las mejillas coloradas de ver la película, y el vestido de verano pegado a unas carnes calientes, humedecidas... muy humedecidas. Ver que en la ventana brillaba la luz la dejó consternada. Podía ser que él la hubiera dejado encendida como un detalle cortés. «Que no me esté esperando despierto, por favor.» Era absolutamente incapaz de hacerle frente esa noche. Aun sin haber visto una película guarra, le costaba lo suyo no ponerle las manos encima, pero después de lo que acababa de ver...
Subió al porche de puntillas, se quitó las sandalias y entró tan silenciosamente como le permitió la chirriante puerta con su pomo flojo.
—Hola.
Dio un respingo y dejó caer las sandalias.
—¡No me dé esos sustos!
—Perdone. —Estaba desmadejado en el sofá, con un fajo de papeles en una mano. No llevaba camiseta, sólo unos shorts de deporte negros, descoloridos. Tenía los pies descalzos y los tobillos cruzados sobre el brazo del sofá, y la luz de la lámpara de pie volvía dorados los pelos de sus pantorrillas. A ella se le fue la mirada otra vez a los pantalones de gimnasia. Después de lo que había visto en la pantalla, le daban ganas de ponerle una denuncia por exceso criminal de ropa.
Mientras se esforzaba por recuperar el aliento, él levantó la cabeza y los hombros, lo que, evidentemente, hizo que se contrajeran sus abdominales dibujando el ideal de la calculadora.
—¿Por qué tiene la cara tan roja? —preguntó Nicholas.
—M-me he quemado al sol. —Era consciente de lo vulnerable que resultaba en aquel momento, y de que debería haberse zambullido en el lago para enfriarse antes de volver allí.
—Eso no es del sol. —Puso ágilmente los pies en el suelo, y ella observó que tenía el pelo húmedo—. ¿Le pasa algo?
—¡Nada! —Empezó a recular tímidamente. No tenía la menor intención de darle la espalda, aunque eso la obligaba a dar una vuelta considerable—. Se ha vuelto a duchar.
—¿Y qué?
—Se ha duchado después de nadar. ¿Qué es usted, una especie de maniático de la higiene?
—Me fui a correr con Ron después de cenar. ¿Qué más le da?
Oh, Dios, ese pecho, esa boca... Esos ojos verdes que lo veían todo. Excepto a ella desnuda. Eso no lo habían visto nunca.
—Me... voy a la cama ya.
—¿Es por algo que he dicho?
—No vaya de amable. Por favor.
—Haré lo que pueda. —Le dirigió una sonrisa taimada—. Aunque siendo como soy...
—¡Pare! —No quería detenerse, pero sus pies parecieron declararse en huelga.
—¿Necesita un vaso de leche tibia, o algo?
—No, decididamente no necesito nada caliente.
—He dicho tibia. No he hablado de nada caliente. —Dejó los papeles a un lado.
—Ya... Ya lo sé.
Puede que ella se hubiera quedado un poco parada, pero él no, y mientras se le acercaba reparó en que llevaba el vestido arrugado y húmedo.
—¿Qué está pasando?
Ella no podía apartar los ojos de su boca. Le traía a la memoria todas las bocas que había visto en aquella pequeña pantalla de televisión poco antes, y concretamente las cosas que hacían. Maldita Krystal con su película.
—Estoy cansada, nada más —acertó a decir.
—No parece cansada. Tiene los labios hinchados, como si se los hubiera estado mordiendo, y respira pesadamente. Si quiere que le diga la verdad, parece que estuviera cachonda. ¿O es mi mente obsesiva que vuelve al ataque?
—Déjelo, ¿vale? —Observó que tenía una pequeña cicatriz en una costilla, probablemente de una herida de arma blanca causada por una novia rechazada.
—¿Qué diantres han estado haciendo las mujeres esta noche?
—¡No fue idea mía! —Sonaba culpable, y su rubor aumentó.
—Lo averiguaré. Me lo contará alguno de los tíos, así que más vale que me informe ahora.
—No creo que los hombres vayan a hablar de esto. O a lo mejor sí. No lo sé. No tengo ni idea de qué cosas se cuentan ustedes, los hombres.
—No tantas como las mujeres, eso seguro. —Inclinó la cabeza hacia la cocina—. ¿Quiere algo de beber? Hay una botella de vino en la nevera.
—Ah, claro... Vino es justo lo que no necesito en este momento.
—Un misterio esperando ser resuelto... —Estaba claro que empezaba a divertirse.
—Déjelo estar, ¿quiere?
—Justo lo que haría un tipo amable. —Se agachó y cogió su móvil—. Janine me dirá qué ha pasado. Parece una mujer muy franca.
—Está en el bed & breakfast. No tiene teléfono en la habitación.
—Cierto. Le preguntaré a Krystal. He hablado con Webster hace menos de media hora.
_________ se podía figurar lo que Krystal y Webster estarían haciendo en aquellos momentos, y no les iba a gustar que les interrumpieran.
—Es medianoche.
—Su pequeña reunión acaba de terminar. No se habrá ido a la cama todavía.
«¿Qué se apuesta...?»
Él pasó el pulgar por encima de las teclas.
—Siempre me ha gustado Krystal. Es muy directa. —Apretó el Primer botón.
_________ tomó aire.
—Hemos visto una peli porno, ¿vale?
El sonrió y dejó caer el teléfono.
—Ahora empezamos a entendernos.
—Créame, no fue idea mía. Y no tiene gracia. Además, ni siquiera era exactamente pornográfica. Era erótica. Para mujeres.
—¿Hay alguna diferencia?
—Ésa es justo la clase de respuesta que cabía esperar de un hombre. ¿Cree usted que la mayoría de nosotras nos excitamos viendo un puñado de mujeres con labios de colágeno e implantes del tamaño de pelotas de fútbol abalanzándose unas sobre otras?
—Por su expresión, sospecho que no.
Necesitaba beber algo frío, y se dirigió a la cocina, sin dejar de hablar, porque tenía algo que aclarar.
—La seducción, por ejemplo. En una película porno típica de las suyas, ¿se entretienen siquiera en mostrar algo de seducción?
Él la siguió.
—Para ser justos, no suele hacer mucha falta. Las mujeres son bastante agresivas.
—Exacto. Bueno, pues yo no. —Se habría dado de bofetadas en cuanto las palabras salieron de su boca. Lo último que quería hacer era llevar la conversación al terreno personal.
Él no se aprovechó de su desliz, no sería propio de la taimada Pitón. Él disfrutaba jugando con su víctima antes de asestar el golpe.
—¿Tenía argumento entonces, la película?
—Ambiente rural de Nueva Inglaterra; artista virginal; desconocido imponente. Baste con eso. —Abrió la puerta de la nevera y examinó el interior, sin ver nada.
—Sólo dos personas. Qué decepcionante.
—Había un par de tramas secundarias.
—Ah.
Ella se volvió hacia él, con la palma de la mano húmeda curvada aún en torno al asidero de la puerta de la nevera.
—Todo esto le parece muy gracioso, ¿verdad?
—Sí, pero me avergüenzo de mí mismo.
Sentía deseos de olerle. Tenía el pelo casi seco, y la piel recién duchada. Quería hundir la cara en su pecho e inhalar, hurgar en él, encontrar tal vez un mechón de pelo rebelde y dejar que le hiciera cosquillas en la nariz. Estuvo a punto de gemir.
—Por favor, váyase.
Él irguió la cabeza.
—Perdón. ¿Ha dicho algo?
Ella agarró la primera cosa fría que tocó y cerró la puerta.
—Ya sabe lo que me parece todo esto. Lo... nuestro.
—Lo dejó muy claro anoche.
—Y tengo razón.
—Sé que la tiene.
—¿Por qué me lo discutió, entonces?
—El síndrome del capullo. No puedo evitarlo. Soy un tío. —Sus labios se curvaron en una sonrisa perezosa—. Y usted no.
La carga de electricidad sexual que flotaba en el aire habría bastado para iluminar todo el planeta. Nick estaba plantado en mitad del paso que la separaba del dormitorio, y si pasaba demasiado cerca no podría resistir la tentación de lamerle, de modo que se encaminó al porche y casi tropezó con el colchón que él había arrastrado hasta allí afuera la noche anterior. Había estirado las sábanas, apilado las almohadas y doblado la manta en dos, haciendo mejor trabajo que ella con la cama de matrimonio. Él salió tranquilamente.
—¿Quiere un sándwich para acompañar?
No supo a qué se refería hasta que siguió la dirección de su mirada y vio en su propia mano un bote de mostaza francesa en vez de una lata de Coca-Cola. Se lo quedó mirando.
—Ocurre que la mostaza tiene la cualidad de ayudar a conciliar el sueño.
—No lo había oído en la vida.
—No lo sabe todo, ¿no?
—Parece ser que no. —Se produjo un breve silencio—. ¿Se la come o se la unta?
—Me voy a la cama.
—Porque si se la unta... probablemente yo podría echarle una mano.
Su temperamento de pelirroja explotó, y dejó el bote en la mesa rústica con un golpe.
—¿Qué tal si le entrego mis bragas directamente y zanjamos el asunto?
—Por mí bien. —Sus dientes refulgieron como los de un tiburón—. Entonces, si ahora la beso, ¿se hará la remilgada otra vez?
Su ira empezó a disiparse, reemplazada por una creciente inquietud.
—No lo sé.
—Tengo un ego considerable, eso ya lo sabe. Pero, aun así, la forma en que me rechazó anoche rozó lo traumático. —Introdujo un dedo bajo la parte superior de sus shorts, haciendo que la banda elástica dibujara una V marcada que hacía la boca agua—. Ahora me pregunto: ¿y si he perdido mi mano? ¿Qué voy a hacer, entonces? —Deslizó el pulgar hacia la arista de su cadera, descubriendo un poco más de piel—. Entenderá usted que esté un poco preocupado.
Contemplando la cuña de tenso abdomen, tuvo que combatir el impulso de pasarse el frío bote de mostaza por la frente.
—Eh... Yo no dejaría que eso me quitara el sueño. —Invocó sus últimas briznas de fuerza de voluntad para pasar junto a él, y tal vez lo habría logrado si él no hubiera alargado el brazo y tocado el suyo. Apenas la rozó con un dedo, en un simple gesto de despedida, pero lo hizo sobre su piel desnuda, y eso bastó para que se quedara clavada en el sitio.
Él se quedó tan inmóvil como ella. Al bajar la vista para mirarla, sus ojos verdes eran una invocación al desastre, superpuesta a una tímida disculpa.
—Maldita sea —susurró—. A veces me paso de listillo, en mi propio perjuicio.
La atrajo hacia sí, se dio un festín en su boca, pasó las manos por los contornos de su espalda. Y ella se lo permitió, como había hecho la noche anterior, ignorando el hecho de que esto era la Super Bowl de las malas ideas, ignorando las múltiples razones por las que no debía vivir cada momento de esa noche en concreto para acarrear al día siguiente con las consecuencias.
—No tengo paciencia. —Su oscuro murmullo cayó como una caricia sobre la mejilla de _________, mientras le bajaba la cremallera del vestido con un movimiento espontáneo y fluido.
—Esto lo va a echar todo a perder —musitó ella contra su boca, porque necesitaba pronunciar las palabras aunque no hiciera el menor esfuerzo por detenerle.
—Hagámoslo de todas formas —dijo él en voz baja y ronca— Ya lo arreglaremos después.
Justo lo que ella anhelaba oír. Se perdió en su beso; exangüe, hechizada, estúpida... un poco enamorada.
Al cabo de unos momentos, su vestido yacía en torno a sus pies junto con su sujetador, un par de braguitas y todo lo que él llevaba puesto: un par de pantalones cortos de deporte negros. Se hallaban en el porche pero estaba oscuro, les ocultaba la espesura de los árboles, y ¿qué más daba? Él contempló sus pechos, sin tocarlos, mirándolos sin más. Le envolvió un hombro con una mano. Con la otra, le pasó las yemas de los dedos por la columna y le acarició el coxis. Ella se estremeció y apretó la mejilla contra su pecho; luego giró la cara y presionó los labios, pero entonces él se echó atrás bruscamente y contuvo la respiración tras un siseo.
—No te muevas —susurró.
Se separó de ella y entró corriendo en la cocina, obsequiándola con una vista lamentablemente fugaz de un culo varonil espectacularmente prieto. Se le pasó por la cabeza que podía haber ido a recuperar su móvil para aprovechar el tiempo haciendo dos cosas a la vez, pero lo que hizo fue apagar la luz del techo de la cocina, dejando encendida sólo la de la campana; luego desapareció por la sala y apagó el resto de luces. Reapareció al cabo de un instante. La tenue luz dorada de la cocina bailaba por los largos músculos de su cuerpo al acercársele. Tenía una erección completa. Cuando llegó junto a ella, sostuvo en alto tres condones y dijo suavemente:
—Considera esto una muestra de mi afecto.
—Tomo nota, y te lo agradezco —repuso ella con idéntica suavidad.
La empujó hacia el colchón. Ella recordó lo expeditivo que era Nicholas, y comprendió que tal vez aquella noche de cine para chicas hubiera elevado demasiado sus expectativas de preámbulos lúdicos. En efecto, él tardó bien poco en ponerse encima de ella, con la boca en sus pechos. _________ le hundió los dedos en el pelo.
—Esto va a ser «aquí te pillo, aquí te mato», ¿no?
—No te quepa duda. —Deslizó la mano sobre su vientre, apuntando directamente al interruptor general.
—Quiero más besos.
—Ningún problema. —Tomó su pezón entre los labios.
Ella aspiró profundamente.
—En la boca.
El jugueteó con la pequeña y túrgida protuberancia, respirando cada vez más superficialmente.
—Negociemos.
Ella le clavó los dedos en la espalda, húmeda ya de la mínima contención que él pudiera estar ejerciendo. Automáticamente separo los muslos.
—Debía habérmelo esperado.
Él pasó un dedo por la mata de pelo rizado de la base de su vientre, jugueteando con los rebeldes bucles.
—Voy a ir demasiado rápido para ti. Eso podemos darlo por hecho, y me disculpo por adelantado. —Ella soltó un grito ahogado de placer al tocar él su carne húmeda y caliente—. Pero llevo mucho tiempo de abstinencia, y lo que pueda durar tal vez unos poco minutos...
—Como mucho. —Los dedos de sus pies se curvaron.
—... a mí me parecerá una eternidad. —Su voz se tornó irregular—. Así que voy a sugerir lo siguiente. —Ella se aferró a sus caderas mientras él seguía enredando—. Aceptemos el hecho de que no voy a poder dejarte satisfecha la primera vez. Eso nos liberará a los dos de la presión.
_________ dobló las rodillas y dijo con voz entrecortada:
—A ti, al menos.
—Pero una vez que haya soltado esa primera explosión de... vapor... —tomó aire, las palabras le salían entrecortadas, a trompicones—, tendré todo el tiempo del mundo —a __________ la cabeza le iba de un lado a otro mientras él la estimulaba con sus hábiles dedos de la forma más íntima— para hacerlo como es debido. —Le separó más los muslos con suavidad—. Y tú, Campanilla... —Ella sintió todo el peso de su cuerpo—. Tú pasarás una noche que nunca olvidarás.
La penetró con un gruñido, y aunque ella estaba lubricada y mas que lista, no lo encajó con facilidad. Levantó las rodillas y arqueó la espalda. Él unió su boca a la de ella, la agarró por las caderas y las hizo pivotar hasta el ángulo que ambos querían.
Imágenes febriles, demenciales, resplandecieron tras sus párpados. El cuerpo largo y grueso de una pitón abriéndose camino en su interior, desplegándose... estirándose... penetrando más adentro... más. Bajo sus manos, sintió la espalda de él ponerse muy rígida. El dulce ataque... la acometida. Una y otra vez. Y luego la escalada final. Él empezó a temblar. Ella recibió su gemido bajo y gutural. Vio destellos de luz tras sus ojos. Sintió el peso de Nicholas desplomándose sobre ella, echó la cabeza hacia atrás y cayó rendida.
Pasaron largos minutos. Él restregó los labios por su sien y luego rodó hasta apoyarse sobre un costado, a punto de salirse del colchón. Ella se apartó para hacerle sitio. Se reacomodaron. Él la atrajo hacia su piel humedecida y empezó a juguetear con sus cabellos. Estaba aturdida, pletórica, decidida a no pensar. Aún no.
—Yo... yo no he llegado —dijo.
Él se incorporó sobre un codo y la miró a los ojos.
—Me sabe fatal decirlo, pero ya te había avisado.
—Tenías razón, como de costumbre.
A Nicholas se le formaron arrugas en las comisuras de los ojos, y depositó un beso breve en su mejilla.
—Que esto nos sirva de lección. —Se incorporó—. Voy a necesitar unos minutos.
—Yo haré unos acrósticos mentalmente.
—Buena idea. —Mientras ella escuchaba los sonidos de la noche que envolvía su nido en el bosque, Nicholas desapareció dentro de la casa. Al cabo de unos minutos, volvió con una cerveza, se sentó en el borde del colchón y le tendió a _________ la botella. Ella le dio un trago y se la devolvió. Nicholas la dejó en el suelo, luego se tendió y la atrajo sobre su hombro, y allí empezó otra vez a juguetear con un rizo de su cabello. Aquella tierna intimidad le daba a __________ ganas de llorar, así que rodó hasta ponerse encima de él y empezó con su propia exploración sensual.
La respiración de Nicholas no tardó en acelerarse.
—Me parece... —dijo con voz ahogada— que no me va a costar recuperarme tanto como pensaba.
Ella le restregó los labios por el abdomen.
—Supongo que no puedes tener razón en todo.
Y eso fue lo último que dijo cualquiera de los dos en mucho, mucho rato.
Finalmente, él se quedó dormido, y ella pudo irse inadvertidamente a su habitación. Al acurrucarse en su almohada, no pudo ya ocultarse la realidad de lo que había hecho. Nicholas había afrontado el hacerle el amor con el mismo celo adictivo con que hacía todo lo demás, y, en el proceso, ella se enamoró un poco más de él.
De la comisura de sus ojos rodaron lágrimas, pero no se las enjugó. En vez de ello, las dejó correr mientras ella se resituaba, reelaboraba, reestructuraba. Para cuando la venció el sueño, sabía inevitablemente lo que debía hacer.
***
Nicholas oyó a __________ entrar en su dormitorio, pero no se movió. Ahora que había satisfecho el ansia de su cuerpo, la condena de lo despreciable de sus actos le golpeó con dureza. Ella se preocupaba por él. Todo un mundo de emociones que él no quería reconocer le había estado contemplando esa noche desde aquellos dulces ojos color de miel. Ahora se sentía el mayor capullo del mundo.
Ella le había dicho que aquello equivalía a gestar el desastre, pero había construido su vida a base de arrollar controles de carretera, por lo que había ignorado la evidencia y atacado de frente. Aunque sabía de antemano que ella tenía razón, la deseaba, de modo que había tomado lo que quería sin importarle las consecuencias. Ahora que era demasiado tarde, asumió en toda su dimensión la magnitud del desastre que eso suponía para ella, en lo profesional y en lo personal. Ella había puesto en juego sus emociones —pudo verlo en su rostro—, y eso significaba que ya no podía volver a ocuparse de ser su casamentera.
Se volvió y dio un puñetazo a la almohada. ¿En qué demonios estaría pensando? No había pensado, ése era precisamente el problema. Se había limitado a reaccionar, y en el proceso de conseguir lo que quería, había hecho añicos los sueños de ella. Ahora debía compensarla.
Empezó a trazar un plan en su cabeza. Haría propaganda de su empresa y encontraría algunos clientes decentes que echarle al saco. Usaría su equipo de publicistas y sus contactos con los medios para darle buena prensa. La historia era buena: una casamentera de segunda generación que lleva la empresa obsoleta de su abuela al siglo XXI. Tendría que habérsele ocurrido a __________, pero no pensaba con ambición.
Lo que no podía hacer era dejar que siguiera presentándole a otras mujeres. Eso le partiría el corazón. Desde un punto de vista egoísta, le disgustaba la idea de que ya no fuera a trabajar para él. Le gustaba tenerla cerca. Le hacía las cosas más fáciles... y él se lo había pagado jodiéndola, en sentido literal y figurado.
De tal palo, tal astilla: salía a su padre.
La desesperación que le embargó tenía algo de conocido y antiguo como el ruido de un portazo en una roulotte destartalada en mitad de la noche.
No recordaba que hubiera llegado a conciliar el sueño, pero debió de hacerlo, porque era de día cuando tembló el suelo. Abrió un ojo, vio un rostro al que no estaba preparado para hacer frente y hundió la cara en la almohada. Otro pequeño terremoto sacudió el colchón. Abrió los párpados y pestañeó cuando un rayo de luz hirió sus ojos.
—Despierta, imponente regalo al género femenino —gorjeó una voz.
Estaba sentada en el suelo del porche, junto a él, sosteniendo en la mano un tazón de café y con una pierna desnuda extendida para poder menear el colchón con el pie. Llevaba unos shorts de color amarillo chillón y una camiseta morada con el dibujo de un grotesco troll de tebeo y un bocadillo que decía NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS PERSONAS. Tenía el pelo hecho una maraña de rizos en torno a su cara de pilla, los labios sonrosados, y los ojos mucho más despejados que él. Desde luego, no parecía en absoluto desolada. «Mierda.» Tal vez pensaba que aquella noche había cambiado las cosas.
Nicholas sintió náuseas.
—Más tarde —acertó a decir.
—No puedo esperar. Hemos quedado con los demás para desayunar en el cenador, y tengo que hablar contigo. —Cogió del suelo un segundo tazón y se lo tendió—. Algo para suavizar el tránsito.
Tenía que estar alerta para esto, pero se sentía como el fondo de un cenicero sucio, y lo único que quería era evitar esa discusión dándose la vuelta y dormirse. Pero le debía a ella algo mejor que eso, de modo que se incorporó sobre un codo, cogió el café y trató de despejar las telarañas de su cerebro.
Ella siguió con la mirada la sábana al deslizársele hasta la cintura, y Nicholas sintió deseos de volver a la carga. Movió el brazo para ocultar las pruebas. ¿Cómo iba a comunicarle la noticia de que era una amiga, y no una candidata a una relación estable, sin partirle el corazón?
—En primer lugar —dijo ella—, lo de anoche significó para mí más de lo que puedas imaginar.
Justo lo que no quería oír. Se la veía tan dulce. Había que ser un verdadero cretino para lastimar a alguien así. Ojalá fuese __________ la mujer con la que siempre había soñado: sofisticada, elegante con un gusto impecable y de una familia cuyas raíces se remontaran a un barón bandolero del siglo XIX. Necesitaba a alguien con mundo suficiente para sobrevivir a los golpes de la vida, una mujer que viera la vida igual que él: como una competición en la que vencer, y no como una invitación permanente a salir a jugar al recreo.
—Por otro lado —continuó ella en voz más baja, con un tono más serio—, no podemos volver a hacerlo jamás. Fue una infracción de conducta profesional por mi parte, aunque tampoco haya resultado un problema tan grave como imaginaba. —Desplegó una sonrisa que sólo podía describir como picara—. Ahora puedo recomendarte con completo entusiasmo. —La sonrisa se disipó—. No, ahora el mayor problema es lo manipuladora que he sido.
El café de Nicholas salpicó por encima del borde de su tazón. ¿Qué demonios significaba eso...?
Ella fue rápidamente a la cocina a buscar una servilleta de papel y se la pasó para que pudiera secarse un poco.
—Volviendo a lo que nos ocupa—dijo __________—. Tienes que entender que te estoy verdaderamente agradecida por lo que has hecho. Todo el asunto de Rob me dejó realmente con la cabeza hecha un lío. Desde que rompimos, en fin... He estado rehuyendo el sexo. La cruda verdad es que estaba bastante traumatizada con todo aquello. —Secó algunas gotas que él había pasado por alto—. Gracias a ti, lo he superado.
Él dio cautelosamente un sorbo y esperó, pues ya no estaba seguro de adónde iba a parar aquello. Ella le tocó el brazo con un gesto que le molestó un poco, por maternal.
—Me siento sana otra vez, y te lo debo a ti. Bueno, y a la película de Krystal. Pero, Nicholas... —Las pequitas desperdigadas de su frente se aproximaron al fruncir ella el entrecejo—. No puedo soportar esta sensación de haberte... de haberte utilizado, de alguna manera.
El tazón de café se quedó parado a medio camino.
—¿De haberme utilizado a mí?
—De eso tenemos que hablar. Te considero un amigo, además de un cliente, y yo no utilizo a mis amigos. Al menos, nunca lo había hecho hasta ahora. Ya sé que para los hombres es distinto... tal vez tú no sientas que he abusado de ti. A lo mejor estoy haciendo una montaña de un grano de arena. Pero mi conciencia me dicta que tengo que ser totalmente sincera sobre mis motivaciones.
Él se puso tenso.
—Desde luego.
—Necesitaba a alguien con quien no tuviera nada que temer para volver a conectar con mi cuerpo, alguien con quien no estuviera involucrada emocionalmente. Así que, claro, tú eras perfecto.
«¿No involucrada emocionalmente?»
Ella se mordisqueó el labio inferior; empezaba a dar la impresión de que preferiría hallarse en cualquier otra parte en aquel momento.
—Dime que no te has enfadado —dijo—. Ah, maldita sea...
—No pienso llorar. Pero me siento fatal. Ya oíste a Kevin anoche. Yo... —tragó saliva—. Esa otra complicación... Vaya lío, ¿no?
Acababa de lanzarle otra bola con efecto.
—¿Qué otra complicación?
—Ya sabes...
—Refréscame la memoria.
—No me hagas decirlo. Es muy embarazoso.
—¿Qué más da pasar un poco de vergüenza, entre amigos? —dijo él, algo tenso—. Ya que estamos siendo tan sinceros...
Ella miró al techo, echó atrás los hombros, bajó la vista al suelo. Su voz se hizo un hilo, casi tímida.
—Ya sabes... que estoy un poco pillada con Dean Robillard.
El suelo se abrió bajo el colchón.
Ella hundió la cara entre las manos.
—Dios mío, me estoy poniendo colorada. Soy terrible, ¿no?, hablándote de esto.
—No, por favor. —Masticó las siguientes palabras—. Habla libremente.
Ella bajó las manos y le dirigió una mirada de infinita sinceridad.
—Ya sé que probablemente acabará en nada, este asunto con Dean, pero hasta anoche no me sentía con fuerzas ni siquiera para intentarlo. Está claro que él es un tío experimentado, y ¿qué iba a hacer yo si la conexión que sentía no estaba sólo en mi imaginación? ¿Qué haría si él también estuviera interesado por mí? No podía hacer frente a las implicaciones sexuales. Pero después de lo que hiciste por mí anoche, por fin tengo el valor de al menos intentarlo y si acaba en nada, pues así es la vida, pero al menos sabré que no me he retraído por culpa de mis neuras.
—¿Estás diciendo... que te he servido de «rompehielos»?
Aquellos ojos color miel se oscurecieron de preocupación.
—Dime que no te importa. Sé que tú no estabas poniendo en juego tus emociones, pero a nadie le gusta pensar que se han aprovechado de él.
Él aflojó los dientes.
—¿Y eso es lo que hiciste? ¿Aprovecharte de mí?
—Bueno, ya sabes, no es que lo tuviera en mente anoche mientras estaba contigo, ni nada. Vaya, tal vez por un par de segundos pero nada más, te lo juro.
Él entrecerró los ojos.
—¿Estamos bien, entonces? —preguntó ella.
Nick no acababa de entender la masa ardiente de resentimiento que se le estaba formando en el pecho, sobre todo teniendo en cuenta que ella le había eximido de toda responsabilidad.
—No lo sé. ¿Lo estamos?
Aún tuvo el descaro de sonreírle.
—Creo que sí. Pareces un poco enfurruñado, pero no un hombre cuyo honor ha sido violado. No debí preocuparme tanto. Para ti fue sólo sexo, pero para mí ha sido una liberación tremenda. Gracias, colega.
Le tendió la mano abierta, obligándole a dejar el café en el suelo para estrecharla si no quería parecer un pasmado. Luego ella se puso en pie de un tirón, se llevó las manos detrás de la cabeza y desperezó su cuerpecito, estirándose como una gata satisfecha y tirando de la camiseta para descubrir aquel ombliguito oval en el que anoche había hundido la punta de la lengua.
—Nos vemos en el cenador. —Su expresión se inundó de sinceridad—. Y te prometo, Nick, que si sientes el menor rescoldo de resentimiento hacia mí, en una semana habrá desaparecido. Esto me hace estar más decidida que nunca a encontrarte la mujer perfecta. Ahora ya no es sólo cuestión de negocios. Ya es algo personal.
Tras lanzarle una sonrisa radiante, salió disparada hacia la cocina para volver a asomar la cabeza al cabo de un momento.
—Gracias. De verdad. Te debo una.
Instantes más tarde se cerraba la puerta de la cabaña. Nick volvió a reclinarse sobre la almohada, apoyó el tazón en su pecho y trató de asimilar todo aquello.
¿__________ le había utilizado de precalentamiento para Dean Robillard?
15
Al llegar cerca del cenador, ________ vio a Ron y a Sharon camino adelante, cogidos de la cintura. Todavía estaba temblando, y sentía el estómago como una ciénaga ácida. Puede que nunca hubiera sido la mejor actriz del Departamento de Teatro del Noroeste, pero todavía era capaz de representar una escena. Delante de ella, Ron sostenía abierta la puerta del cenador para que pasara Sharon. Con la otra mano buscaba su trasero. Era fácil adivinar a qué se habían dedicado aquella noche. Ahora lo único que tenía que hacer era asegurarse de que ninguno de ellos percibiera a qué se había dedicado ella.
Cuando cruzó la puerta mosquitera, todos la saludaron, y formaban, por cierto, el grupo de gente más falto de sueño y sexualmente satisfecho que había visto jamás. Molly llevaba una marca sonrosada en el cuello que parecía de rozadura de barba, y a juzgar por la expresión de suficiencia de Darnell, Charmaine no merecía su reputación de mojigata. Phoebe y Dan compartían un único bizcocho sentados en un sofá de mimbre. Y Krystal, en vez de regañar a Webster como de costumbre, le hablaba con voz melosa y le llamaba «cielo». Los únicos rostros inocentes eran los de Pippi, el pequeño Danny y Janine.
_________ centró su atención en la comida que Molly había dispuesto, pese a que no tenía ganas de comer. Un jarrón de cerámica de un amarillo luminoso, lleno de zinnias, se alzaba en el centro de un mantel color nuez moscada sobre el que había desplegadas jarras de zumo escarchadas, una fuente de tostadas francesas, una cesta de bizcochos caseros y la especialidad del bed & breadfast, un pastel de harina de avena recubierto de azúcar moreno, canela y manzanas.
—¿Dónde está Nicholas? —preguntó Kevin—. No me lo digas, hablando por teléfono.
—Enseguida viene —dijo ella—. Se le han pegado las sábanas. No estoy segura de a qué hora fue a dormirse anoche, pero seguía despierto cuando yo me fui a la cama. —Dirigiéndose a la mesa del desayuno, se dijo que esa mentira era un acto de caridad, dado que la verdad habría arruinado algo más que unos cuantos desayunos.
Janine, que se estaba llenando el plato, lanzó una mirada contrariada a la profusión de comportamientos empalagosos que tenía lugar a su alrededor.
—Dime que no soy la única que se siente sexualmente indigente esta mañana.
________ sorteó la cuestión.
—Krystal debió mostrar más consideración hacia nosotras dos.
—¿Así que nos equivocábamos respecto a lo tuyo con Nicholas?
_________ se limitó a elevar los ojos al cielo.
—Hay que ver lo que os gusta el melodrama.
Janine y ella se acomodaron en un par de sillas de mimbre, no lejos de la familia Tucker. __________ mordisqueaba la esquina de su cuadrado de pastel de avena cuando Nicholas hizo su aparición. Llevaba unos shorts caqui y una camiseta de Nike. Al menos, parte de las cosas que le había dicho eran ciertas. Sí que sentía que había dicho adiós al fantasma de Rob. Desgraciadamente, otro fantasma había ocupado su lugar.
Pippi, que había estado robando trozos de plátano de la bandeja de la trona de su hermano pequeño, atravesó volando el cenador y placó a Nicholas a la altura de las rodillas.
—¡Puíncepe!
—Hola, nena. —Nick, algo forzado, le dio unas palmaditas en la cabeza, y uno de sus pasadores de la conejita Dafne se deslizó hasta la punta de un rizo rubio.
Phoebe frunció el entrecejo.
—¿Cómo le ha llamado?
_________ adoptó su expresión más jovial.
—Príncipe. ¿No es adorable?
Phoebe levantó una ceja. Dan besó a su mujer en la comisura de la boca, probablemente porque Nick le caía bien y pretendía distraerla. La niña de tres años, sin dejar de mantener una presa firme sobre las piernas de Nick, miró a su madre.
—Quiero que el puíncepe me dé zumo. —Elevó los ojos Nick—. Tengo mocos. —Arrugó la nariz para confirmar sus palabras.
Molly, que estaba limpiando un pegote de plátano del suelo de piedra caliza, señaló con un gesto vago en dirección a la mesa.
—El zumo está allí.
Pippi miró a Nick con adoración.
—¿Tienes teléfono?
Kevin irguió la cabeza.
—Que no se acerque a tu móvil. Le apasionan.
Nick empezó a responder, pero le interrumpió Webster.
—¿Adónde vamos de caminata?
Kevin tomó de manos de Molly el babero pringoso.
—La pista da la vuelta alrededor del lago. Yo había pensado que hiciéramos el tramo entre aquí y el pueblo... casi diez kilómetros. El paisaje es bonito. Troy y Amy se han ofrecido a traernos de vuelta en coche cuando lleguemos.
—Van a cuidar a los niños —dijo Molly.
Troy y Amy eran la pareja joven que llevaba el camping. Pippi dio unas palmadas en la pierna desnuda de Nick.
—Zumo, por favor.
—Marchando un zumo. —Nick se dirigió a la mesa del desayuno, llenó un vaso grande hasta arriba y se lo dio. Ella tomó medio sorbo, se lo devolvió sin derramar apenas unas gotas, y le sonrió.
—Sé hacer una cosa.
Esta vez, la sonrisa de Nick fue de genuina diversión.
—Ah, ¿sí?
—Mira. —Se dejó caer sobre la alfombra de pita y dio una voltereta.
—Qué guay. —Nick le levantó los pulgares.
—Papi también dice que soy guay.
Kevin sonrió.
—Ven aquí, calabacita. Deja al señor príncipe tranquilo hasta que haya desayunado.
—Buena idea —susurró Phoebe—. En cualquier momento le puede dar el ataque de licantropía.
Nick, ignorándola, tomó un sorbo de zumo del vaso de Pippi.
—¿A qué hora empieza la marcha, entonces?
—En cuanto estemos todos listos —respondió Kevin.
Nick dejó el vaso sobre la mesa y cogió unas cuantas tostadas francesas de la fuente. Como quien no quiere la cosa, dijo:
—Tenía pensado salir hacia Detroit justo después de desayunar, pero esto suena demasiado bien como para perdérmelo.
__________ hundió los dientes desconsolada en su porción de pastel de avena. A duras penas había conseguido salir airosa de su gran escena por la mañana. ¿Cómo iba a mantenerse risueña durante toda una marcha de diez kilómetros?
***
Al final, estuvieron separados casi todo el rato. _________ trataba de decidir si eso era bueno o malo. Aunque no tenía necesidad de seguir fingiendo, tampoco estaba absolutamente segura de haberle engañado con el numerito de la mañana.
Cuando regresaron al campamento, Pippi se tiró encima de sus padres como si llevara años sin verles. Kevin la entretuvo para que su mujer pudiera dar el pecho a Danny, y Molly se acurrucó con el bebé en la mecedora de mimbre del cenador. Danny quería mirarlo todo, y enseguida mandó a tomar viento la mantita descolorida que se había echado ella al hombro.
—¿Sería posible disfrutar de un poco de intimidad por aquí, colega? —Le envolvió la cabecita con la mano.
_________ tomó un sorbo de té helado de su vaso. Molly se merecía todo lo bueno que le pasara, y _________ no le envidiaba nada de ello, pero quería las mismas cosas para sí misma: un matrimonio fantástico, unos hijos guapos, una carrera fabulosa. Nick tomó asiento en la mecedora, junto a ella. Como se iba a marchar pronto, había preferido un té helado con las mujeres a una cerveza con los hombres.
—¡Una abeja! —exclamó Pippi, señalando al suelo—. ¡Mira, Puíncepe, una abeja!
—Es una hormiga, cariño —dijo su padre.
Los hombres se pusieron a hablar de la concentración de entrenamiento, y Janine anunció que quería desarrollar una idea para una escena de su nuevo libro en el corro de las mujeres. Danny acabó con su tentempié y Molly lo dejó en el suelo para que jugara. Apenas había terminado de ponerse bien la ropa cuando una voz más que conocida gorjeó en el camino que conducía al cenador.
—Aquí estáis todos.
__________ se quedó de piedra.
Todos se volvieron a mirar a través de la mosquitera a la mujer alta, preciosa y embarazada que avanzaba hacia ellos.
_________ no podía creerlo. Ahora no. No mientras estaba todavía intentando encajar el desastre de la noche pasada.
—¡Gwen! —El rostro de Krystal se abrió en una sonrisa. Se levantó de la silla como un rayo en cuanto se abrió la puerta, y los demás la imitaron.
—¡Gwen! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Pensábamos que no podíais venir.
—Nos vamos hoy. ¿Cómo es que os habéis decidido tan tarde?
—Por fin te has puesto ropa premamá.
Y entonces, una a una, las mujeres se fueron quedando calladas, a medida que caían en las implicaciones de la aparición de Gwen. Molly parecía consternada. Se volvió a mirar a _________, y a continuación a Nicholas. Las demás mujeres la seguían con sólo un instante de retraso. La expresión calculadora de Dan indicaba que Phoebe le había hablado de la artimaña de _________, pero el resto de los hombres permanecían ajenos a todo.
Kevin arrebató su cerveza a Pippi al ir a cogerla ella.
—Gwen me llamó ayer para asegurarse de que había habitación para ellos —dijo con una sonrisa—. Quería sorprenderos.
Y vaya si lo había conseguido.
—¿Dónde está tu marido? —preguntó Webster.
—Estará aquí en un momento. —Con todas las mujeres rodeándola, Gwen aún no había reparado en Nick, que se había puesto en pie muy despacio—. La firma se ha pospuesto —dijo, mientras aceptaba el vaso de té helado que le tendía Sharon. _________ estaba demasiado alterada para enterarse mucho de sus explicaciones: algo de un problema con el banco, que iban a meter sus cosas en un guardamuebles y que les sobraba una semana antes de poder mudarse.
—Hola, tíos. —Ian entró en el cenador. Llevaba unos shorts arrugados de tela escocesa y una camiseta de ordenadores Dell. Los hombres le saludaron ruidosamente. Darnell le dio una palmada en la espalda, lanzándolo hacia Kevin, que le atrapó por los hombros.
—No conoces a mi representante. —Kevin le condujo entre las mujeres—. Ian, éste es Nicholas Jonas. —A Ian, el brazo extendido se le congeló en el aire. Gwen dio un respingo, y se llevó una mano a su oronda tripa. Se quedó mirando a Nick, primero, y luego a _________.
________ se las apañó para sonreír tímidamente.
—Nos han pillado.
Nick estrechó la mano paralizada de Ian sin traslucir nada, pero ________ distinguía una muerte súbita cuando se le venía encima.
—Es un placer conocerte, Ian —dijo—. Y, Gwen, me alegro de volver a verte. —Señaló con un gesto a su barriga—. Una faena rápida. Enhorabuena.
Gwen no pudo más que tragar saliva. ________ sintió que los dedos de Nick se enroscaban en torno a su brazo.
—¿Queréis disculparnos? ________ y yo tenemos que hablar.
El club de lectura saltó como un solo hombre.
—¡No!
—¡No os mováis!
—No te la vas a llevar a ningún sitio.
—Olvídalo.
La cara de Nick era una bomba de racimo a punto de estallar.
—Me temo que debo insistir.
Kevin parecía intrigado.
—¿Qué pasa aquí?
—Negocios. —Nick escoltó a __________ hacia la puerta mosquitera. Si ella se hubiera envuelto la cabeza con un jersey, hubiera parecido un detenido de camino al juzgado.
Molly pasó rápidamente delante de ellos.
—Os acompaño.
—No —dijo Nick tajantemente—. Ni hablar.
Krystal lanzó a Phoebe una mirada ansiosa.
—A ti te teme toda la Liga Nacional de Fútbol. Haz algo.
—Estoy pensando.
—Ya sé... —Molly cogió a su hija y la empujó hacia ________—. Llévate a Pip contigo.
—¡Molly! —Phoebe se abalanzó indignada hacia ellos.
Molly miró a su hermana encogiéndose de hombros.
—No se pondrá muy duro si le está mirando una niña de tres años...
Phoebe atrapó a su sobrina para ponerla fuera de peligro.
—Déjalo, cariño. A mamá le ha dado uno de sus ataques de locura.
Gwen agitó débilmente la mano.
—_________, lo siento. No tenía ni idea.
_________ se encogió de hombros de mala gana.
—No es culpa tuya. Yo me lo he buscado.
—Exactamente —dijo Nick. Y la condujo al exterior.
Caminaron en silencio durante unos minutos. Finalmente, llegaron hasta una arboleda, y allí fue donde Nick se volvió hacia ella.
—Me embaucaste.
«Más de una vez, si cuento lo de esta mañana», pensó _________, pero confiaba en que eso no se lo figurara.
—Necesitaba una apuesta segura para que me firmaras el contrato, y Gwen era lo mejor que tenía. Te prometo que iba a decirte la verdad tarde o temprano. Lo que pasa es que aún no había reunido el valor.
—Esto sí que es una sorpresa. —Aquellos fríos ojos verdes podrían haber cortado un cristal—. Anzuelo y cambio de agujas.
—Me... me temo que ése era el plan.
—¿Cómo conseguiste que el marido se prestara?
—Eh... uh... Un año de canguro gratis.
Una racha de viento barrió el claro, revolviéndole el pelo a Nick. Se la quedó mirando fijamente tanto rato que a ella empezó a picarle la piel. Pensó en el mal trago que había tenido que pasar esa mañana... para nada.
—Me embaucaste —dijo él de nuevo, como si aún estuviera intentando encajarlo.
A __________, la angustia le hacía un nudo en el estómago.
—No se me ocurría otra manera.
Un pájaro graznó sobre sus cabezas. Otro le respondió. Y entonces, Nick frunció las comisuras de los labios.
—Así se hace, Campanilla. De eso es exactamente de lo que siempre te hablo.
***
Sólo porque Nick aprobara su trampa, _________ no se iba a librar de un sermón sobre ética y negocios. Se defendió diciendo, sin faltar a la verdad, que no se le habría pasado nunca por la cabeza hacer algo tan deshonesto con ningún otro cliente.
Él quedó satisfecho sólo en parte.
—Un vez que empiezas a tontear con el lado oscuro, es difícil volver atrás.
Bien que lo sabía ella.
Finalmente, Kevin asomó entre los árboles.
—Ah, qué bien —dijo al avistar a _________—. Le dije a Molly que probablemente seguirías con vida.
Ella no se separó de Kevin durante el camino de vuelta al cenador. Poco más tarde, Nick se marchó. Mientras se iba, _________ se sorprendió pensando que estaba harta de andarse con engaños. ¿Cómo habría reaccionado Nick si hubiera sido sincera? Claro... Como si ésa no fuera una receta segura para destruirlo todo, desde su autoestima a sus ilusiones profesionales. Pero estaba asqueada de engaños. Quería hacer el amor con alguien con quien no tuviera secretos, alguien con quien pudiera construirse un futuro. ¿Y no estaba todo dicho con eso? Todo era cuestión de química. No tenía nada que ver con una reunión eterna de almas gemelas.
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ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
16
Portia apretó la tecla Entrar de su ordenador del despacho para reagrupar la base de datos. Esta vez había efectuado la búsqueda por el color de pelo, lo que era bastante estúpido, puesto que el color del pelo podía cambiar de una semana para otra, pero tenía que haber alguien en su base de datos que se le hubiese pasado por alto, una que fuera perfecta para Nicholas, y ella seguía imaginándose una rubia. Torció el gesto ante la agresiva estridencia de una sierra eléctrica que quebró la apacible tarde de domingo. Unos trabajadores no sindicados estaban reformando la oficina del piso de arriba, y su intrusión acabó de desquiciarle los nervios.
Nicholas se había ido a pasar el fin de semana con __________ Granger. Portia se enteró por su recepcionista, una mujer con la que había hecho amistad unos meses antes, con asientos de primera fila para un concierto de Shania Twain. Portia no acababa aún de creérselo. Era ella la que se iba de fin de semana con clientes importantes: de excursión a Las Vegas, a esquiar a Wisconsin, a pasar lánguidas tardes a esta o aquella playa. Había asistido a despedidas de soltera y celebraciones de nacimiento, a bar mitzvahs y fiestas de cumpleaños, incluso a funerales. Su lista de felicitaciones navideñas incluía más de quinientos nombres. Y, sin embargo, era _________ Granger la que había pasado el fin de semana con Nicholas Jonas.
La sierra eléctrica emitió otro chirrido estruendoso. Ella no solía acudir al despacho los domingos por la tarde, pero hoy se encontraba más inquieta de lo habitual. Había empezado el día yendo a misa en Winnetka. De pequeña, odiaba asistir a la iglesia, y a los veinte años dejó de hacerlo por completo. Pero había empezado a ir otra vez unos cinco años atrás. Al principio se trataba de una táctica de negocios, otra manera de establecer contactos convenientes. Se fijó como objetivos cuatro iglesias católicas de clase alta y las visitaba por turno: dos en la Costa Norte, una en Lincoln Park y otra cerca de la Costa Dorada. Sin embargo, al cabo del tiempo empezó esperar con impaciencia los oficios por motivos que no tenían nada que ver con el negocio, y todo que ver, en cambio, con la forma en que se deshacían los nudos en su interior a medida que se sumergía en las familiares palabras de la liturgia. Seguía alternando entre iglesias —¿no dicen que Dios ayuda al que se ayuda? —, pero ahora dedicaba sus domingos no tanto a los negocios como a la búsqueda de la paz. Hoy no había podido ser, sin embargo. Hoy, la serenidad que tan desesperadamente necesitaba la había eludido.
Después de misa había quedado para tomar café con unos conocidos, amigos de prominente posición social de su breve matrimonio. ¿Cómo reaccionarían si les presentara a Bodie? Sólo de pensarlo, se le agravaba el dolor de cabeza. Bodie ocupaba un compartimento secreto en su vida, una cámara sórdida y perversa en la que no podía dejar que nadie metiera la nariz. Aquella semana le había dejado dos mensajes en el contestador, pero ella no había respondido a ninguno, no hasta ese mismo día. Hacía una hora que había sucumbido a la tentación y marcado su número, pero colgó antes de que él respondiese. Si pudiera dormir una noche de un tirón, dejaría de estar obsesionada con él. Puede que fuera capaz incluso de dejar de preocuparse tanto por Nicholas y torturarse con la idea de que su negocio se venía abajo.
Volvió a zumbar la sierra eléctrica, taladrándole las sienes. Antes de su matrimonio, había tenido sus líos. Más de uno le deparó infelicidad, pero ninguno la condujo a degradarse. Que era lo que le había hecho Bodie la semana pasada. La había degradado. Y ella se lo había permitido.
Porque no había sentido que estuviera degradándose, eso era lo que no conseguía entender. Por eso su insomnio se estaba haciendo incontrolable, por eso había sido incapaz de abstraerse durante la misa, y por eso se había olvidado de pasar el condenado peso la semana pasada. Porque lo que él le hizo le pareció casi tierno.
Ante sus ojos bailaban las columnas en la pantalla del ordenador, y un estrépito de martillazos sustituyó el sonido de la sierra eléctrica. Tenía que salir de allí. Si todavía ejerciera de madrina, podría haberse reunido con alguna de las mujeres. Tal vez hiciera una parada en el club de salud, o llamara a Betsy Waits a ver si le apetecía quedar para cenar. Pero no hizo lo uno ni lo otro, sino que fue a concentrarse en los datos del monitor. Tenía que demostrarse a sí misma que todavía era la mejor, y la única forma de hacerlo era encontrarle pareja a Nicholas.
Los martillazos dieron paso a una serie de golpes, pero no fue hasta que se hicieron más fuertes e insistentes que se dio cuenta de que no procedían del piso de arriba. Dejó su escritorio y acudió al recibidor. Aún llevaba la chaquetilla color blanco roto de Burberry's y los pantalones Bottega Véneta que se puso para ir a misa, pero se había quitado los zapatos mientras trabajaba, y cruzó la moqueta sin hacer ruido. A través del cristal esmerilado, distinguió la silueta de un hombre de anchas espaldas.
—¿Quién es?
Una voz dura y rotunda replicó:
—El hombre de tus sueños.
Cerró los ojos con fuerza y se dijo a sí misma que no abriera la puerta. Esto no era bueno para ella. Él no era bueno para ella. Pero un coro oscuro, discordante, se impuso a su voluntad. Descorrió el pestillo.
—Estoy trabajando.
—Yo te miro.
—Te vas a morir de aburrimiento. —Se hizo a un lado para dejarle entrar.
Los hombres muy musculosos tenían habitualmente mejor aspecto vestidos con ropa de trabajo que en ropa de calle, pero no era el caso de Bodie Gray. Sus chinos y la camisa francesa azul, hecha a medida, se ajustaban a su cuerpo a la perfección. Echó un vistazo al área de recepción, evaluando las paredes de un verde frío y la decoración zen, pero sin decir palabra. Ella se negó a dejarle jugar a los silencios otra vez.
—¿Cómo has sabido que estaría aquí?
—Registro de llamadas perdidas.
Nunca debió haberle llamado. Ladeó la cabeza.
—Tengo entendido que tu amo y señor se ha ido de fin de semana con mi rival.
—Las noticias vuelan. Es agradable, este sitio.
La parte más necesitada de ella se regocijó con sus tibias palabras de alabanza, pero Portia permaneció impasible de puertas afuera.
—Lo sé.
Él contempló el escritorio de la recepción.
—Nadie te ha regalado nada, ¿eh?
—No me asusta el trabajo duro. Las mujeres que han de competir en los negocios tienen que ser duras si quieren sobrevivir.
—No sé por qué, no me imagino a nadie creándote demasiados problemas.
—Ni te lo imaginas. Las mujeres que triunfan son juzgadas con diferente baremo que los hombres.
—Es por tus pechos.
Nunca le habían hecho gracia los chistes sexistas, y se horrorizó al notar que estaba sonriendo, pero era difícil resistirse a su machismo chulesco y desacomplejado.
—Enséñame el despacho —dijo él.
Ella así lo hizo. Bodie asomó la cabeza por las mamparas de pergamino, estudió los gráficos de cuotas que tenía pegados en una pared del cuarto de recesos, hizo preguntas. Ella oyó un diálogo distante en español que indicaba que los trabajadores habían decidido dejar de torturarla por ese día; se marcharon por la escalera de servicio. Necesitaba saber más del fin de semana fuera de la ciudad de Nicholas, pero esperó a haber conducido a Bodie a su despacho particular para abordar el tema.
—Me sorprende que Nicholas no te hiciera acompañarle este fin de semana —dijo él—. Parece ser que no eres tan imprescindible como te gusta creer.
—Dispongo de unos días libres de vez en cuando. Hoy he venido aquí por él. —Señaló su ordenador con un gesto de la mano—. La pequeña señorita Granger puede llevárselo a cenar y a beber cuanto le plazca, pero seré yo quien le encuentre una esposa.
—Probablemente.
Ella se sentó en el borde de su escritorio.
—Háblame de las mujeres con las que ha salido en el pasado. Él no ayuda mucho.
—No quiero hablar de Nicholas. —Fue hasta la ventana, miró a la calle y luego tiró de la cuerda de las cortinas, que se cerraron con un susurro suave. Volvió donde se encontraba ella, y sus ojos, tan pálidos y distantes que podrían congelarla, fueron como un cálido bálsamo para su alma marchita.
—Desnúdate —le susurró.
Portia apretó la tecla Entrar de su ordenador del despacho para reagrupar la base de datos. Esta vez había efectuado la búsqueda por el color de pelo, lo que era bastante estúpido, puesto que el color del pelo podía cambiar de una semana para otra, pero tenía que haber alguien en su base de datos que se le hubiese pasado por alto, una que fuera perfecta para Nicholas, y ella seguía imaginándose una rubia. Torció el gesto ante la agresiva estridencia de una sierra eléctrica que quebró la apacible tarde de domingo. Unos trabajadores no sindicados estaban reformando la oficina del piso de arriba, y su intrusión acabó de desquiciarle los nervios.
Nicholas se había ido a pasar el fin de semana con __________ Granger. Portia se enteró por su recepcionista, una mujer con la que había hecho amistad unos meses antes, con asientos de primera fila para un concierto de Shania Twain. Portia no acababa aún de creérselo. Era ella la que se iba de fin de semana con clientes importantes: de excursión a Las Vegas, a esquiar a Wisconsin, a pasar lánguidas tardes a esta o aquella playa. Había asistido a despedidas de soltera y celebraciones de nacimiento, a bar mitzvahs y fiestas de cumpleaños, incluso a funerales. Su lista de felicitaciones navideñas incluía más de quinientos nombres. Y, sin embargo, era _________ Granger la que había pasado el fin de semana con Nicholas Jonas.
La sierra eléctrica emitió otro chirrido estruendoso. Ella no solía acudir al despacho los domingos por la tarde, pero hoy se encontraba más inquieta de lo habitual. Había empezado el día yendo a misa en Winnetka. De pequeña, odiaba asistir a la iglesia, y a los veinte años dejó de hacerlo por completo. Pero había empezado a ir otra vez unos cinco años atrás. Al principio se trataba de una táctica de negocios, otra manera de establecer contactos convenientes. Se fijó como objetivos cuatro iglesias católicas de clase alta y las visitaba por turno: dos en la Costa Norte, una en Lincoln Park y otra cerca de la Costa Dorada. Sin embargo, al cabo del tiempo empezó esperar con impaciencia los oficios por motivos que no tenían nada que ver con el negocio, y todo que ver, en cambio, con la forma en que se deshacían los nudos en su interior a medida que se sumergía en las familiares palabras de la liturgia. Seguía alternando entre iglesias —¿no dicen que Dios ayuda al que se ayuda? —, pero ahora dedicaba sus domingos no tanto a los negocios como a la búsqueda de la paz. Hoy no había podido ser, sin embargo. Hoy, la serenidad que tan desesperadamente necesitaba la había eludido.
Después de misa había quedado para tomar café con unos conocidos, amigos de prominente posición social de su breve matrimonio. ¿Cómo reaccionarían si les presentara a Bodie? Sólo de pensarlo, se le agravaba el dolor de cabeza. Bodie ocupaba un compartimento secreto en su vida, una cámara sórdida y perversa en la que no podía dejar que nadie metiera la nariz. Aquella semana le había dejado dos mensajes en el contestador, pero ella no había respondido a ninguno, no hasta ese mismo día. Hacía una hora que había sucumbido a la tentación y marcado su número, pero colgó antes de que él respondiese. Si pudiera dormir una noche de un tirón, dejaría de estar obsesionada con él. Puede que fuera capaz incluso de dejar de preocuparse tanto por Nicholas y torturarse con la idea de que su negocio se venía abajo.
Volvió a zumbar la sierra eléctrica, taladrándole las sienes. Antes de su matrimonio, había tenido sus líos. Más de uno le deparó infelicidad, pero ninguno la condujo a degradarse. Que era lo que le había hecho Bodie la semana pasada. La había degradado. Y ella se lo había permitido.
Porque no había sentido que estuviera degradándose, eso era lo que no conseguía entender. Por eso su insomnio se estaba haciendo incontrolable, por eso había sido incapaz de abstraerse durante la misa, y por eso se había olvidado de pasar el condenado peso la semana pasada. Porque lo que él le hizo le pareció casi tierno.
Ante sus ojos bailaban las columnas en la pantalla del ordenador, y un estrépito de martillazos sustituyó el sonido de la sierra eléctrica. Tenía que salir de allí. Si todavía ejerciera de madrina, podría haberse reunido con alguna de las mujeres. Tal vez hiciera una parada en el club de salud, o llamara a Betsy Waits a ver si le apetecía quedar para cenar. Pero no hizo lo uno ni lo otro, sino que fue a concentrarse en los datos del monitor. Tenía que demostrarse a sí misma que todavía era la mejor, y la única forma de hacerlo era encontrarle pareja a Nicholas.
Los martillazos dieron paso a una serie de golpes, pero no fue hasta que se hicieron más fuertes e insistentes que se dio cuenta de que no procedían del piso de arriba. Dejó su escritorio y acudió al recibidor. Aún llevaba la chaquetilla color blanco roto de Burberry's y los pantalones Bottega Véneta que se puso para ir a misa, pero se había quitado los zapatos mientras trabajaba, y cruzó la moqueta sin hacer ruido. A través del cristal esmerilado, distinguió la silueta de un hombre de anchas espaldas.
—¿Quién es?
Una voz dura y rotunda replicó:
—El hombre de tus sueños.
Cerró los ojos con fuerza y se dijo a sí misma que no abriera la puerta. Esto no era bueno para ella. Él no era bueno para ella. Pero un coro oscuro, discordante, se impuso a su voluntad. Descorrió el pestillo.
—Estoy trabajando.
—Yo te miro.
—Te vas a morir de aburrimiento. —Se hizo a un lado para dejarle entrar.
Los hombres muy musculosos tenían habitualmente mejor aspecto vestidos con ropa de trabajo que en ropa de calle, pero no era el caso de Bodie Gray. Sus chinos y la camisa francesa azul, hecha a medida, se ajustaban a su cuerpo a la perfección. Echó un vistazo al área de recepción, evaluando las paredes de un verde frío y la decoración zen, pero sin decir palabra. Ella se negó a dejarle jugar a los silencios otra vez.
—¿Cómo has sabido que estaría aquí?
—Registro de llamadas perdidas.
Nunca debió haberle llamado. Ladeó la cabeza.
—Tengo entendido que tu amo y señor se ha ido de fin de semana con mi rival.
—Las noticias vuelan. Es agradable, este sitio.
La parte más necesitada de ella se regocijó con sus tibias palabras de alabanza, pero Portia permaneció impasible de puertas afuera.
—Lo sé.
Él contempló el escritorio de la recepción.
—Nadie te ha regalado nada, ¿eh?
—No me asusta el trabajo duro. Las mujeres que han de competir en los negocios tienen que ser duras si quieren sobrevivir.
—No sé por qué, no me imagino a nadie creándote demasiados problemas.
—Ni te lo imaginas. Las mujeres que triunfan son juzgadas con diferente baremo que los hombres.
—Es por tus pechos.
Nunca le habían hecho gracia los chistes sexistas, y se horrorizó al notar que estaba sonriendo, pero era difícil resistirse a su machismo chulesco y desacomplejado.
—Enséñame el despacho —dijo él.
Ella así lo hizo. Bodie asomó la cabeza por las mamparas de pergamino, estudió los gráficos de cuotas que tenía pegados en una pared del cuarto de recesos, hizo preguntas. Ella oyó un diálogo distante en español que indicaba que los trabajadores habían decidido dejar de torturarla por ese día; se marcharon por la escalera de servicio. Necesitaba saber más del fin de semana fuera de la ciudad de Nicholas, pero esperó a haber conducido a Bodie a su despacho particular para abordar el tema.
—Me sorprende que Nicholas no te hiciera acompañarle este fin de semana —dijo él—. Parece ser que no eres tan imprescindible como te gusta creer.
—Dispongo de unos días libres de vez en cuando. Hoy he venido aquí por él. —Señaló su ordenador con un gesto de la mano—. La pequeña señorita Granger puede llevárselo a cenar y a beber cuanto le plazca, pero seré yo quien le encuentre una esposa.
—Probablemente.
Ella se sentó en el borde de su escritorio.
—Háblame de las mujeres con las que ha salido en el pasado. Él no ayuda mucho.
—No quiero hablar de Nicholas. —Fue hasta la ventana, miró a la calle y luego tiró de la cuerda de las cortinas, que se cerraron con un susurro suave. Volvió donde se encontraba ella, y sus ojos, tan pálidos y distantes que podrían congelarla, fueron como un cálido bálsamo para su alma marchita.
—Desnúdate —le susurró.
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Guuaaauuuu!!!!.. Mira que esa peli ayudó!!!!.. Pero nick se entero de lo de gwen!!... Y exactamente que ira a pasar ahora???????... Y esa nena jajajajajajaj que lindura con su puincipe jajajajajajjajajajaja
chelis
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Tenes que seguirlaaaaa
Tengo que admitir que yo soy muy perver, por lo que tu nove me encantaaaaaaaa
Besos :)
Tengo que admitir que yo soy muy perver, por lo que tu nove me encantaaaaaaaa
Besos :)
Lau_ilovejonas
Re: Match me if you can (Nick y tu)
17
La semana que siguió al desastroso retiro en el lago Wind, _________ se refugió en el trabajo para evitar obsesionarse con lo que había ocurrido. La página web de Perfecta para Ti estaba ya en funcionamiento, y recibió su primera consulta por correo electrónico. Se reunió por separado con Ray Fidler y Carole, que no estaban destinados a enamorarse, pero habían aprendido algo el uno del otro. Melanie Richter, la candidata de Parejas Power que Nick había rechazado, aceptó reunirse a tomar café con el ahijado de Shirley Miller. Desgraciadamente, Jerry se sintió intimidado con su vestuario de Neiman y se negó a quedar con ella de nuevo. A su puerta llegaron algunos jubilados que la tuvieron ocupada más tiempo de lo debido, pero ella sabía lo que era la soledad, y fue incapaz de rechazarlos. Al mismo tiempo, sabía que le hacía falta pensar a lo grande si pretendía ganarse así la vida. Examinó el balance de su cuenta bancaria y decidió que sólo le daba para ofrecer una fiesta con vino y queso a sus clientes más jóvenes. Se pasó la semana esperando que llamara Nick. Que no lo hizo.
El domingo, después de comer, estaba escuchando en la radio temas clásicos de Prince mientras sacaba algunas compras de la bolsa cuando sonó el teléfono.
—Hola, patatita. ¿Cómo va todo?
Con sólo oír la voz de su hermano Doug, se sintió una inepta. Le visualizó igual que le había visto por última vez: rubio y guapo, una versión masculina de su madre. Metió una bolsa de zanahorias baby en la nevera y apagó la radio.
—A pedir de boca. ¿Qué tal las cosas por Lalalandia?
—La casa de al lado acaba de venderse por un millón doscientos mil. Ha estado en el mercado menos de veinticuatro horas. ¿Cuándo nos vas a hacer otra visita? Jamison te echa de menos.
—Y yo a él. —No del todo cierto, ya que _________ no conocía apenas a su sobrino. Su cuñada tenía al pobre crío tan abrumado con compañeros de juego y clases de refuerzo para niños pequeños que la última vez que había ido a verles le había visto dormido en su sillita la mayor parte del tiempo. Mientras Doug continuaba perorando sobre su fabuloso barrio, _________ se imaginó a Jamison apareciendo en su puerta como un fugitivo de trece años neurótico y lleno de tics, huido de su casa. Ella velaría por devolverle la salud mental enseñándole sus mejores trucos para vagos, y cuando él creciera hablaría a sus hijos de su amada y excéntrica tía _________ que había preservado su cordura y le había enseñado a apreciar la vida.
—Y escucha esto —dijo Doug—: la semana pasada sorprendí a Candace regalándole un Mercedes nuevo. Ojalá hubieras visto la cara que puso.
_________ miró por la ventana de la cocina al callejón en el que Sherman se freía al sol como una enorme rana verde.
—Apuesto a que le encantó.
—Y que lo digas. —Doug siguió hablando del Mercedes: el interior, el exterior, GPS, como ella quería. En cierto momento la dejó en espera para atender otra llamada: otro parecido con Nick. Por fin, fue al grano, y entonces ella recordó la razón principal por la que solía llamar Doug: para echarle un sermón—. Tenemos que hablar de mamá. He estado discutiendo el problema con Adam.
—¿Mamá es un problema? —Abrió un bote de dulce de malvavisco y le metió mano.
—Bueno, patatita, no se está haciendo más joven, pero tú no pareces reconocer ese hecho.
—No tiene más que sesenta y dos años —dijo, con la boca llena de dulce—. Un poco pronto para llevarla a una residencia.
—¿Te acuerdas del susto que tuvo el mes pasado?
—¡Si fue una sinusitis!
—Puedes quitarle importancia si quieres, pero le van pesando los años.
—Se acaba de apuntar a clases de windsurf.
—Sólo te cuenta lo que quiere que oigas. No le gusta dar la lata.
—Podíais haberme engañado. —Tiró la cucharilla sucia al fregadero con más fuerza de la necesaria.
—Adam y yo estamos de acuerdo en esto, y Candace también. Todo lo que se preocupa Kate por ti y tu... digámoslo sin rodeos.
«Eso, digámoslo.» __________ enroscó la tapa y metió el bote en la alacena.
—Esta angustia por tu estilo de vida, básicamente sin objetivos, le crea una tensión que no le viene nada bien.
_________ se obligó a pasar por alto la pulla. Esta vez no iba a dejar que sus palabras llegaran a afectarla.
—Preocuparse por mí es lo que mejor le sienta a mamá —dijo casi con calma—. Estando jubilada se aburre, e intentar dirigirme la vida le da algo que hacer.
—No es así como lo vemos los demás. Siempre está estresada.
—Estar estresada es su forma de pasar el rato. Y tú lo sabes.
—Estás muy equivocada. ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que aferrarse a esa casa le supone un dolor de cabeza que maldita falta le hace?
La casa. Otro punto vulnerable. Pese a que pagaba su alquiler todos los meses, _________ no podía sustraerse al hecho de que vivía en casa de mamá.
—Tienes que mudarte de allí para que pueda ponerla a la venta.
A ella se le cayó el alma a los pies.
—¿Quiere vender la casa? —Contemplando la vetusta cocina, podía ver a su abuela de pie junto al fregadero cuando lavaban juntas los platos. A Nana no le gustaba estropearse la manicura, de modo que __------- siempre lavaba, mientras que ella secaba. Solían chismorrear sobre los chicos que le gustaban a ________, o sobre algún nuevo cliente que acabara de firmar con Nana, sobre todo y sobre nada en particular.
—Creo que lo que quiere ella está bastante claro —dijo Doug—. Quiere que su hija siente la cabeza y viva de manera responsable. En vez de vivir de gorra, que es lo que estás haciendo.
¿Así consideraban el dinero del alquiler que a duras penas conseguía arañar cada mes? Pero, ¿a quién quería engañar, de todas formas? Su madre ganaría una fortuna si consiguiera vender aquella casa a un constructor. __________ no pudo soportarlo más.
—Si mamá quiere vender la casa, puede hablar conmigo del asunto, así que tú no te metas.
—Siempre haces lo mismo. ¿No puedes discutir un problema racionalmente, por una vez?
—Si quieres racionalidad, habla con Adam. O con Candace. O con Jamison, por el amor de Dios, pero déjame a mí en paz.
Le colgó como la mujer madura de treinta y uno que no era y rompió a llorar al instante. Durante unos segundos, intentó contener las lágrimas, pero enseguida cogió una toalla de papel, se sentó a la mesa de la cocina y se abandonó a su infelicidad. Estaba harta de ser la oveja negra de la familia, harta de no llegar a fin de mes. Y tenía miedo... porque, por mucho que se resistiera, se estaba enamorando de un hombre que era igualito que ellos.
***
El lunes por la mañana, Nick aún no se había puesto en contacto con ella. Tenía un negocio que llevar, y por más que le apeteciera, no podía seguir mirando hacia otro lado y haciendo como si nada, así que le dejó un mensaje. El martes por la tarde, aún no le había respondido. Estaba bastante segura de que su interpretación merecedora de un Oscar le había dejado convencido, en aquel momento, de que sólo había sido su terapeuta sexual, pero ya hacía más de una semana de aquello, y parecía que pudiera estar cuestionándoselo. Evitar la confrontación no estaba en la naturaleza de Nick, y se pondría en contacto con ella antes o después, pero querría que su duelo se produjera en sus términos, que la pondrían a ella en desventaja.
Todavía conservaba el número de móvil de Bodie, del día que había pasado con Arté Palmer, y aquella noche lo utilizó.
Un corredor muy madrugador pasó zumbando mientras encajaba a Sherman en un sitio milagrosamente libre a escasos portales de la dirección de Lincoln Park que Bodie le había dado la noche anterior. Se había puesto el despertador a las cinco y media de la mañana, una hora muy adecuada para el señor Bronicki y sus colegas, pero una pesadilla para ella. Tras una ducha rápida, se enfundó un vestido de verano amarillo ácido con un corpiño con estructura de corsé que le hacía sentir como si tuviera busto, se puso un poco de gel moldeador en el pelo lavado el día antes, se dio unos toques de maquillaje en los ojos y de brillo en los labios, y salió de casa.
El café que había pillado en un Caribú de Halsted le calentaba la mano mientras comprobaba la dirección. La casa de Nick la dejó boquiabierta. La estructura de formas libres de cristal y ladrillo con su dramática cuña de dos alturas apuntando a la calle umbría, conseguía de alguna manera armonizar con las casas vecinas, tanto las señoriales del siglo XIX exquisitamente rehabilitadas como los más recientes hogares de lujo construidos en solares estrechos y carísimos. Fue caminando por la acera hasta girar por un caminito de ladrillo que conducía, haciendo una curva, a una puerta principal de caoba labrada, y llamó al timbre. Mientras esperaba, trató de afinar su estrategia, pero antes de que llegara a nada, oyó el clic de la cerradura y la puerta se abrió.
Llevaba una toalla morada, y una cara de pocos amigos que no se le fue cuando vio quién llamaba a su puerta a las siete menos veinte de la mañana. Se sacó el cepillo de dientes de la boca.
—No estoy.
—Vamos, vamos. —Le encasquetó el café en la mano libre—. Estoy montando una empresa nueva llamada Cafeína a gogó. Eres mi primer cliente. —Pasó a su lado entrando en el vestíbulo, donde una escalera en forma de S ascendía en curva hasta un segundo rellano. Observó el suelo de mármol veteado, la moderna araña de bronce, y lo único que amueblaba el vestíbulo en realidad, un par de zapatillas abandonadas.
—Caramba. Estoy absolutamente impresionada, aunque finja que no.
—Me alegro de que te guste —dijo él arrastrando las palabras—. Lamentablemente, hoy no hago la visita guiada.
__________ se resistió al impulso de pasarle el dedo por los restos de espuma de afeitar que le habían quedado en el lóbulo de la oreja.
—No pasa nada. Ya hecho yo un vistazo mientras tú te acabas de vestir. —Le señaló la escalera—. Adelante. No quiero interrumpirte.
—__________, ahora no tengo tiempo de hablar.
—Hazme un hueco —dijo ella, con la más cautivadora de sus sonrisas.
La pasta de dientes había empezado a asomarle en burbujas a Nick por la comisura de la boca. Se la limpió con el dorso de la mano. Su mirada se deslizó por los hombros desnudos de __________ hasta el ajustado corpiño de su vestido.
—No he estado evitándote. Te iba a devolver la llamada esta misma tarde.
—No, de verdad, tómate el tiempo que quieras. No tengo ninguna prisa. —Le hizo adiós con la mano y se dirigió al salón.
El masculló algo que sonó a blasfemia, y segundos más tarde __________ oyó el golpeteo de sus pies descalzos sobre el piso de arriba. Miró de soslayo por encima del hombro y vislumbró unos hombros gloriosos, una espalda desnuda y una toalla morada. Sólo cuando hubo desaparecido, volvió a centrar su atención en el salón.
La luz de la mañana entraba a raudales por la alta cuña de ventanas y veteaba el claro suelo de maderas nobles. Era un espacio precioso que pedía a gritos ser habitado, pero, salvo por los aparatos de gimnasio sobre alfombrillas de goma azul, estaba tan vacío como el vestíbulo. Nada de muebles, ni tan siquiera un póster de deportes en la pared. Mientras lo estudiaba, empezó a ver la habitación como debería ser: una mesa de café enorme, rematada en piedra, frente a un sofá grande y confortable; sillas tapizadas en colores vivos; lienzos ostentosos en las paredes; un equipo de música estilizado; libros y revistas desparramados. El juguete con ruedas de un niño. Un perro.
Con un suspiro, se recordó a sí misma que le había tendido una emboscada esa mañana para hacer que superaran su fin de semana en el lago. Le vino a la mente el viejo proverbio según el cual uno ha de tener cuidado con lo que desea. Ella había deseado que la gente se enterara de que Nick había firmado con Perfecta para Ti, y se había corrido la voz. Ahora, si le perdía como cliente, todo el mundo daría por hecho que ella no había sido lo bastante buena como para retenerle. Todo dependía de cómo se portara esa mañana.
Atravesó el comedor vacío para ir a la cocina. Las encimeras estaban despejadas, los electrodomésticos europeos de acero inoxidable parecían sin estrenar. Únicamente el vaso sucio del fregadero indicaba presencia humana. Le sorprendió la idea de que Nick tenía un sitio donde vivir, pero no un hogar.
Regresó al salón y contempló la calle por los ventanales. Una pieza del rompecabezas que era el hombre del que se había encaprichado encajaba ahora. Como le veía siempre de aquí para allá, se le había pasado por alto el hecho de que era básicamente un solitario. Aquella casa sin amueblar llamaba la atención sobre su aislamiento emocional.
Reapareció con unos pantalones anchos grises, una camisa azul oscura y una corbata estampada, todo tan bien combinado que se diría que salía de un anuncio de Barneys. Dejó la americana sobre el banco de pesas, dejó el café que le había traído y se abotonó los puños.
—No te estaba despachando. Necesitaba algo de tiempo para reevaluar la situación, y no es que esté pidiendo disculpas.
—Disculpas aceptadas. —La forma en que él frunció la frente no auguraba nada bueno, y cambió rápidamente de enfoque—. Siento que no fueran mejor las cosas con Phoebe en el lago. A pesar de lo que puedas pensar, yo te apoyaba.
—Tuvimos una conversación medio decente. —Volvió a coger el café.
—¿Qué pasó con la otra mitad?
—Dejé que me buscara las cosquillas.
__________ habría disfrutado escuchando los detalles, pero necesitaba avanzar antes de que él empezara a mirarse el reloj que asomaba bajo el puño de la camisa.
—Vale, te diré la razón por la que he venido en realidad, y si me hubieras devuelto las llamadas no habría tenido necesidad de molestarte: necesito saber si le has dicho algo a alguien sobre quien tú sabes. Si lo has hecho, te juro que no volveré a hablarte. Te lo conté de forma estrictamente confidencial. De verdad que me moriría de vergüenza.
—Dime que no te has presentado aquí intempestivamente para hablar del chico de tus sueños.
Ella fingió enredar con su anillo, uno con una turquesa que había comprado Nana en Santa Fe.
—Porque ¿tú crees que es posible que le guste a Dean?
—Diantre, no lo sé. ¿No puedes esperar a llegar a la sala de estuco y preguntar a tus amiguitas?
Intentó parecer ofendida.
—Buscaba el punto de vista masculino, eso es todo.
—Que te lo dé Raoul.
—Hemos terminado. Me ponía los cuernos.
—Eso ya lo sabía toda la ciudad, ¿no?
Muy bien, se habían divertido. _________ se sentó en una esquina del banco de pesas.
—Sé qué piensas que Dean es demasiado joven para mí...
—Tu edad es sólo un punto de una larga enumeración de calamidades que sobrevendrán sin duda si no superas esto. Y no he visto a tu amorcito, de modo que tu secreto está a salvo. ¿Algo más?
—No lo sé. ¿Algo más? —Se levantó del banco—. La cosa es que... me temo que todavía estés lidiando con algunas implicaciones emocionales del retiro, lo que podría hacer que te portes un poco como una nena.
—¿Nena? —Se le disparó hacia arriba una ceja oscura.
—Es sólo la opinión de una mujer.
—¿Crees que estoy portándome como una nena? ¿Tú, la reina del instituto _________?
—No has respondido a mis llamadas.
—Quería pensar en ello.
—Exacto. —Se aproximó a él, componiendo una actitud resuelta muy convincente—. Es obvio que todavía te supone un conflicto mi noche de liberación sexual, pero eres demasiado macho para admitirlo. Nunca debí aprovecharme de ti. Los dos lo sabemos, pero creí que no te importaba. Parece ser que no es así.
—Seguro que esto va a ser una desilusión para ti —dijo él secamente—, pero no me he quedado traumatizado por mi violación y pillaje.
—Respeto que te aferres a tu orgullo —dijo ella con cierto remilgo.
El frunció la frente.
—Déjate de tonterías. Fuiste meridianamente clara al hablar de mezclar el placer y los negocios, y tenías razón. Ambos lo sabemos. Pero Krystal dio su fiesta porno, a mí no me gusta que me digan que no, y el resto es historia. El que se aprovechó soy yo. La razón por la que no te he llamado es que todavía no he pensado en cómo compensarte.
_________ detestaba la idea de que la viera como a su víctima.
—No será echándote a correr, eso seguro. Apesta un poquito el jefe que se acuesta con su secretaria y luego la despide por ello.
Tuvo la satisfacción de verle crispar el gesto, herido.
—Yo nunca haría eso —dijo.
—Estupendo. Resérvame todas las noches a partir de mañana. Arrancaremos con una profesora de economía que es un cerebrito, recuerda un poco a Kate Hudson, encuentra a Adam Sandler como mínimo medianamente gracioso y sabe distinguir una copa de vino de una de agua. Si no te gusta, tengo seis más esperando. Así que ¿te reintegras al juego o te vas a rajar?
Se negó a morder el anzuelo. En vez de eso, se acercó a los ventanales, sorbiendo el café y tomándose su tiempo, pensando sin duda en lo complicado que se había vuelto todo aquello.
—¿Estás segura de querer seguir adelante? —dijo al fin.
—Oye, no soy yo la que se agobió. Claro que estoy segura. —«Menuda mentira.»—. Tengo que llevar un negocio y, francamente, me lo estás poniendo difícil.
Él se pasó la mano por el pelo.
—De acuerdo. Organízalo.
—Perfecto. —Le dedicó una sonrisa tan amplia que le dolieron las mejillas— Entonces, vamos a concretar...
Hicieron sus arreglos, fijando días y horas, y ____________ se largó en cuanto terminaron. Conduciendo de vuelta a casa, se hizo a sí misma una promesa: en lo sucesivo encerraría sus emociones allí donde debía guardarlas. En una bolsa interior Ziploc, extrarresistente.
***
La noche del día siguiente, Nick seguía a Kevin entre las mesas del salón de baile de un hotel mientras el quarterback estrechaba manos, palmeaba espaldas y se trabajaba a los numerosos hombres de negocios que se habían reunido a comer y escuchar su discurso de motivación titulado «Los balones largos de la vida». Nick permaneció detrás de él, listo para echarle un capote si alguien intentaba acercarse mucho o tomarse demasiadas familiaridades, pero Kevin logró llegar a la mesa presidencial sin incidentes.
Nick había escuchado su discurso una docena de veces, y en cuanto Kevin tomó asiento volvió al fondo del salón de baile. Dieron comienzo las presentaciones, y los pensamientos de Nick retrocedieron a la emboscada de __________ la mañana del día anterior. Había irrumpido en su casa, invadiéndolo todo con su descaro, y en contra lo que pudiera indicar su forma de hablarle, se había alegrado de verla. De todas formas, no le mintió al decirle que necesitaba tiempo para pensar las cosas, incluyendo cómo podía torpedear aquel capricho infantil que le había dado por Dean Robillard. Si no volvía pronto a sus cabales, Nick iba a perder todo su respeto por ella. ¿Por qué las mujeres dejaban el cerebro a un lado cuando se trataba de Dean?
Nick apartó el recuerdo incómodo de una antigua novia que decía de él exactamente lo mismo. Había decidido mantener una conversación franca con Dean para asegurarse de que al chico de oro le quedaba claro que _________ no era otra tontita más que pudiera incorporar a su vitrina de trofeos. Sólo que se suponía que quería camelarse a Dean, no enfrentarse con él. Una vez más, su casamentera le había puesto en un conflicto imposible.
Kevin hizo un chiste riéndose de sí mismo, y la multitud se lo celebró. Les tenía donde quería, y Nick se escabulló al pasillo para comprobar sus mensajes. Cuando vio el número de Bodie, le llamó a él en primer lugar.
—¿Qué pasa?
—Un amigo mío acaba de telefonearme desde la playa de Oak Street —dijo Bodie—. Tony Coffield, ¿te acuerdas de él? Su viejo tiene un par de bares en Andersonville.
—¿Sí? —Tony era uno de los componentes de una red de tipos que suministraban información a Bodie.
—Pues adivina quién más ha aparecido para pillar un poco de sol. Nada menos que nuestro buen amigo Robillard. Y parece que no está solo. Tony dice que comparte manta con una pelirroja. Mona, pero no su tipo habitual.
Nick apoyó la espalda contra la pared y apretó los dientes.
Bodie se reía.
—Tu pequeña casamentera no pierde el tiempo, desde luego.
***
________ levantó la cabeza de la manta llena de arena y contempló a Dean. Estaba tumbado de espaldas, con los músculos bronceados y aceitados, el pelo rubio reluciente y los ojos ocultos por unas gafas de sol futuristas con cristales azul claro. Un par de mujeres en bikini pasaron por delante por cuarta vez, y en esta ocasión parecieron reunir el valor para abordarle. __________ interceptó su mirada, se llevó el índice a los labios indicándoles que estaba dormido y sacudió la cabeza. Las mujeres, decepcionadas, pasaron de largo.
—Gracias —dijo Dean, sin mover los labios.
—¿No se cobra por este trabajo?
—Te he comprado un perrito caliente, ¿no?
Ella apoyó la barbilla en sus nudillos y hundió más en la arena los dedos de los pies. Dean la había llamado el día anterior, unas horas después de salir de casa de Nick. Le preguntó si se apuntaba a una excursión a la playa antes de que empezaran la concentración y los entrenamientos.
Ella tenía un millón de cosas que hacer para preparar la maratón de citas que había planeado, pero no podía dejar pasar la oportunidad de cebar el cuento de su encaprichamiento, por si Nick albergaba dudas todavía.
—Explícamelo otra vez, pues —dijo Dean, con los ojos aún cerrados—. Lo de que me estás utilizando descaradamente para tus propios propósitos nefandos.
—Se supone que los futbolistas no conocen palabras como «nefando».
—La oí en un anuncio de cerveza.
Ella sonrió y se ajustó las gafas de sol.
—Sólo voy a decirte esto: me he metido en un pequeño lío, y no, no te voy a contar con quién. La forma más fácil de escabullirme era fingir que estoy loca por ti. Y lo estoy, por supuesto.
—Mentirosa. Me tratas como a un niño.
—Sólo para protegerme de tu esplendor.
El resopló.
—Además, que me vean contigo eleva enormemente el perfil de mi empresa. —Apoyó la mejilla en el brazo—. Conseguiré que la gente hable de Perfecta para Ti, y la única publicidad que puedo permitirme en este preciso momento es la gratuita. Te lo pagaré. Te lo prometo. —Extendió el brazo y le dio una pequeña palmada en uno de sus bíceps durísimos y calentados por el sol—. De aquí a unos diez años, cuando estemos seguros de que has superado la pubertad, pienso encontrarte una mujer estupenda.
—¿Diez años?
—Tienes razón. Pongamos quince, sólo por asegurarnos.
***
_________ durmió de pena aquella noche. Estaba aterrorizada ante el comienzo de la maratón de citas de Nick, pero ya era hora de hacer de tripas corazón y echarle el resto.
Llegó al Sienna's la primera. Cuando entró él, el corazón le di un brinquito en el pecho antes de caérsele a los pies. Había sido su amante, y ahora tenía que presentárselo a otra mujer.
El parecía tan amargado como ella.
—Me han dicho que ayer hiciste novillos —dijo al sentarse
Ella contaba con que su escapada con Dean hubiera llegado a sus oídos, y se animó un poco.
—No. No voy a decir ni una palabra. —Hizo el gesto de cerrar sus labios como una cremallera, echó el candado y tiró la llave.
La irritación de Nick se ahondó.
—¿Sabes lo pueril que es eso?
—Eres tú el que ha preguntado.
—Sólo he dicho que te habías tomado el día libre. Estaba dando conversación.
—Se me permite tomarme un día libre de vez en cuando. Y el lago Wind no cuenta porque tuve que estar pendiente de un cliente. Concretamente, de ti.
Entornó los párpados en esa expresión suya tan sexy que anunciaba que estaba a punto de decir algo picante. Pero luego pareció pensárselo dos veces.
—¿Y qué tal progresa el curso del amor verdadero?
—Creo que le atraigo. Tal vez sea porque no soy pegajosa. Podría ponerme pegajosa, pero me estoy obligando a darle todo el cuartel. ¿No estás de acuerdo en que es lo más inteligente que puedo hacer?
—No vas a arrastrarme a esta discusión.
—Ya sé que le vienen admiradoras despampanantes como moscas, pero creo que podría estar superando esa etapa de su vida. Tengo la sensación de que está madurando.
—Espérate sentada.
—Crees que me comporto como una estúpida, ¿verdad?
—Campanilla, has dado un nuevo significado a la estupidez. Para ser una mujer supuestamente con la cabeza sobre los hombros…
—Chissst... Aquí llega Celeste.
Nick y Celeste tuvieron una conversación muy aburrida sobre economía, un tema que siempre desanimaba a __________. Si la economía iba bien, sentía que no sabía cómo sacarle partido, y si la economía iba mal, no veía cómo iba a conseguir ella salir adelante. Dejó que la conversación se estirara veinte minutos antes de ponerle fin.
Después de irse Celeste, Nick dijo:
—No me importaría contratar sus servicios, pero no quiero casarme con ella.
__________ no creía que a Celeste le hubiera gustado Nick demasiado tampoco, y su humor mejoró. Sólo transitoriamente, por desgracia, ya que su siguiente candidata, una ejecutiva de relaciones públicas, se presentó puntual.
Nick estuvo encantador, como de costumbre: respetuoso, mostrando interés por todo lo que ella decía, pero reacio a ir más allá.
—Se viste con mucho gusto, pero la pongo nerviosa.
A lo largo de la semana, __________ tiró de todos sus recursos, y le presentó a una directora de cine, a la propietaria de una floristería, a una ejecutiva de seguros y a la editora de Janine. Todas le gustaron, pero no mostró interés en salir con ninguna.
El bombardeo de citas llegó a oídos de Portia, que envió a dos aspirantes más. Una le babeaba encima, cosa que le molestó a él pero hizo las delicias de _________. A la otra le disgustó la falta de pedigrí de Nick, cosa que enfureció a _________. A continuación, Portia insistió en organizar una cita en el Drake para el café de la mañana. Nick accedió finalmente, así que _________ aprovechó para encajar a esas horas una cita con una antigua compañera de la universidad que por las noches daba clases a adultos.
La candidata de ________ fue un fiasco. La de Portia, no. Portia había insistido tanto en la cita matinal, según descubrió _________, porque había reclutado a la más reciente presentadora de las noticias de la noche de la WGN-TV, Keri Winters. Keri era despampanante, brillante y refinada; demasiado refinada. Era el equivalente femenino de Nick, y entre los dos resultaban lo bastante resbaladizos como para flotar un petrolero.
_________ intentó poner fin a la agonía al cabo de veinte minutos, pero Nick le dirigió una mirada asesina, y Keri se quedó media hora más. Cuando se quedaron a solas por fin, _________ elevó los ojos al cielo.
—Esto ha sido una pérdida de tiempo.
—Pero ¿qué dices? Es exactamente lo que ando buscando voy a pedirle que salgamos.
—Es tan de plástico como tú. Te lo advierto, no es una buena idea. Si alguna vez tenéis hijos, saldrán del conducto uterino con «Fisher-Price» estampado en el trasero.
Nick no quiso hacerle caso, y al día siguiente llamó a doña Noticias de las nueve para quedar con ella a cenar.[/b]
La semana que siguió al desastroso retiro en el lago Wind, _________ se refugió en el trabajo para evitar obsesionarse con lo que había ocurrido. La página web de Perfecta para Ti estaba ya en funcionamiento, y recibió su primera consulta por correo electrónico. Se reunió por separado con Ray Fidler y Carole, que no estaban destinados a enamorarse, pero habían aprendido algo el uno del otro. Melanie Richter, la candidata de Parejas Power que Nick había rechazado, aceptó reunirse a tomar café con el ahijado de Shirley Miller. Desgraciadamente, Jerry se sintió intimidado con su vestuario de Neiman y se negó a quedar con ella de nuevo. A su puerta llegaron algunos jubilados que la tuvieron ocupada más tiempo de lo debido, pero ella sabía lo que era la soledad, y fue incapaz de rechazarlos. Al mismo tiempo, sabía que le hacía falta pensar a lo grande si pretendía ganarse así la vida. Examinó el balance de su cuenta bancaria y decidió que sólo le daba para ofrecer una fiesta con vino y queso a sus clientes más jóvenes. Se pasó la semana esperando que llamara Nick. Que no lo hizo.
El domingo, después de comer, estaba escuchando en la radio temas clásicos de Prince mientras sacaba algunas compras de la bolsa cuando sonó el teléfono.
—Hola, patatita. ¿Cómo va todo?
Con sólo oír la voz de su hermano Doug, se sintió una inepta. Le visualizó igual que le había visto por última vez: rubio y guapo, una versión masculina de su madre. Metió una bolsa de zanahorias baby en la nevera y apagó la radio.
—A pedir de boca. ¿Qué tal las cosas por Lalalandia?
—La casa de al lado acaba de venderse por un millón doscientos mil. Ha estado en el mercado menos de veinticuatro horas. ¿Cuándo nos vas a hacer otra visita? Jamison te echa de menos.
—Y yo a él. —No del todo cierto, ya que _________ no conocía apenas a su sobrino. Su cuñada tenía al pobre crío tan abrumado con compañeros de juego y clases de refuerzo para niños pequeños que la última vez que había ido a verles le había visto dormido en su sillita la mayor parte del tiempo. Mientras Doug continuaba perorando sobre su fabuloso barrio, _________ se imaginó a Jamison apareciendo en su puerta como un fugitivo de trece años neurótico y lleno de tics, huido de su casa. Ella velaría por devolverle la salud mental enseñándole sus mejores trucos para vagos, y cuando él creciera hablaría a sus hijos de su amada y excéntrica tía _________ que había preservado su cordura y le había enseñado a apreciar la vida.
—Y escucha esto —dijo Doug—: la semana pasada sorprendí a Candace regalándole un Mercedes nuevo. Ojalá hubieras visto la cara que puso.
_________ miró por la ventana de la cocina al callejón en el que Sherman se freía al sol como una enorme rana verde.
—Apuesto a que le encantó.
—Y que lo digas. —Doug siguió hablando del Mercedes: el interior, el exterior, GPS, como ella quería. En cierto momento la dejó en espera para atender otra llamada: otro parecido con Nick. Por fin, fue al grano, y entonces ella recordó la razón principal por la que solía llamar Doug: para echarle un sermón—. Tenemos que hablar de mamá. He estado discutiendo el problema con Adam.
—¿Mamá es un problema? —Abrió un bote de dulce de malvavisco y le metió mano.
—Bueno, patatita, no se está haciendo más joven, pero tú no pareces reconocer ese hecho.
—No tiene más que sesenta y dos años —dijo, con la boca llena de dulce—. Un poco pronto para llevarla a una residencia.
—¿Te acuerdas del susto que tuvo el mes pasado?
—¡Si fue una sinusitis!
—Puedes quitarle importancia si quieres, pero le van pesando los años.
—Se acaba de apuntar a clases de windsurf.
—Sólo te cuenta lo que quiere que oigas. No le gusta dar la lata.
—Podíais haberme engañado. —Tiró la cucharilla sucia al fregadero con más fuerza de la necesaria.
—Adam y yo estamos de acuerdo en esto, y Candace también. Todo lo que se preocupa Kate por ti y tu... digámoslo sin rodeos.
«Eso, digámoslo.» __________ enroscó la tapa y metió el bote en la alacena.
—Esta angustia por tu estilo de vida, básicamente sin objetivos, le crea una tensión que no le viene nada bien.
_________ se obligó a pasar por alto la pulla. Esta vez no iba a dejar que sus palabras llegaran a afectarla.
—Preocuparse por mí es lo que mejor le sienta a mamá —dijo casi con calma—. Estando jubilada se aburre, e intentar dirigirme la vida le da algo que hacer.
—No es así como lo vemos los demás. Siempre está estresada.
—Estar estresada es su forma de pasar el rato. Y tú lo sabes.
—Estás muy equivocada. ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que aferrarse a esa casa le supone un dolor de cabeza que maldita falta le hace?
La casa. Otro punto vulnerable. Pese a que pagaba su alquiler todos los meses, _________ no podía sustraerse al hecho de que vivía en casa de mamá.
—Tienes que mudarte de allí para que pueda ponerla a la venta.
A ella se le cayó el alma a los pies.
—¿Quiere vender la casa? —Contemplando la vetusta cocina, podía ver a su abuela de pie junto al fregadero cuando lavaban juntas los platos. A Nana no le gustaba estropearse la manicura, de modo que __------- siempre lavaba, mientras que ella secaba. Solían chismorrear sobre los chicos que le gustaban a ________, o sobre algún nuevo cliente que acabara de firmar con Nana, sobre todo y sobre nada en particular.
—Creo que lo que quiere ella está bastante claro —dijo Doug—. Quiere que su hija siente la cabeza y viva de manera responsable. En vez de vivir de gorra, que es lo que estás haciendo.
¿Así consideraban el dinero del alquiler que a duras penas conseguía arañar cada mes? Pero, ¿a quién quería engañar, de todas formas? Su madre ganaría una fortuna si consiguiera vender aquella casa a un constructor. __________ no pudo soportarlo más.
—Si mamá quiere vender la casa, puede hablar conmigo del asunto, así que tú no te metas.
—Siempre haces lo mismo. ¿No puedes discutir un problema racionalmente, por una vez?
—Si quieres racionalidad, habla con Adam. O con Candace. O con Jamison, por el amor de Dios, pero déjame a mí en paz.
Le colgó como la mujer madura de treinta y uno que no era y rompió a llorar al instante. Durante unos segundos, intentó contener las lágrimas, pero enseguida cogió una toalla de papel, se sentó a la mesa de la cocina y se abandonó a su infelicidad. Estaba harta de ser la oveja negra de la familia, harta de no llegar a fin de mes. Y tenía miedo... porque, por mucho que se resistiera, se estaba enamorando de un hombre que era igualito que ellos.
***
El lunes por la mañana, Nick aún no se había puesto en contacto con ella. Tenía un negocio que llevar, y por más que le apeteciera, no podía seguir mirando hacia otro lado y haciendo como si nada, así que le dejó un mensaje. El martes por la tarde, aún no le había respondido. Estaba bastante segura de que su interpretación merecedora de un Oscar le había dejado convencido, en aquel momento, de que sólo había sido su terapeuta sexual, pero ya hacía más de una semana de aquello, y parecía que pudiera estar cuestionándoselo. Evitar la confrontación no estaba en la naturaleza de Nick, y se pondría en contacto con ella antes o después, pero querría que su duelo se produjera en sus términos, que la pondrían a ella en desventaja.
Todavía conservaba el número de móvil de Bodie, del día que había pasado con Arté Palmer, y aquella noche lo utilizó.
Un corredor muy madrugador pasó zumbando mientras encajaba a Sherman en un sitio milagrosamente libre a escasos portales de la dirección de Lincoln Park que Bodie le había dado la noche anterior. Se había puesto el despertador a las cinco y media de la mañana, una hora muy adecuada para el señor Bronicki y sus colegas, pero una pesadilla para ella. Tras una ducha rápida, se enfundó un vestido de verano amarillo ácido con un corpiño con estructura de corsé que le hacía sentir como si tuviera busto, se puso un poco de gel moldeador en el pelo lavado el día antes, se dio unos toques de maquillaje en los ojos y de brillo en los labios, y salió de casa.
El café que había pillado en un Caribú de Halsted le calentaba la mano mientras comprobaba la dirección. La casa de Nick la dejó boquiabierta. La estructura de formas libres de cristal y ladrillo con su dramática cuña de dos alturas apuntando a la calle umbría, conseguía de alguna manera armonizar con las casas vecinas, tanto las señoriales del siglo XIX exquisitamente rehabilitadas como los más recientes hogares de lujo construidos en solares estrechos y carísimos. Fue caminando por la acera hasta girar por un caminito de ladrillo que conducía, haciendo una curva, a una puerta principal de caoba labrada, y llamó al timbre. Mientras esperaba, trató de afinar su estrategia, pero antes de que llegara a nada, oyó el clic de la cerradura y la puerta se abrió.
Llevaba una toalla morada, y una cara de pocos amigos que no se le fue cuando vio quién llamaba a su puerta a las siete menos veinte de la mañana. Se sacó el cepillo de dientes de la boca.
—No estoy.
—Vamos, vamos. —Le encasquetó el café en la mano libre—. Estoy montando una empresa nueva llamada Cafeína a gogó. Eres mi primer cliente. —Pasó a su lado entrando en el vestíbulo, donde una escalera en forma de S ascendía en curva hasta un segundo rellano. Observó el suelo de mármol veteado, la moderna araña de bronce, y lo único que amueblaba el vestíbulo en realidad, un par de zapatillas abandonadas.
—Caramba. Estoy absolutamente impresionada, aunque finja que no.
—Me alegro de que te guste —dijo él arrastrando las palabras—. Lamentablemente, hoy no hago la visita guiada.
__________ se resistió al impulso de pasarle el dedo por los restos de espuma de afeitar que le habían quedado en el lóbulo de la oreja.
—No pasa nada. Ya hecho yo un vistazo mientras tú te acabas de vestir. —Le señaló la escalera—. Adelante. No quiero interrumpirte.
—__________, ahora no tengo tiempo de hablar.
—Hazme un hueco —dijo ella, con la más cautivadora de sus sonrisas.
La pasta de dientes había empezado a asomarle en burbujas a Nick por la comisura de la boca. Se la limpió con el dorso de la mano. Su mirada se deslizó por los hombros desnudos de __________ hasta el ajustado corpiño de su vestido.
—No he estado evitándote. Te iba a devolver la llamada esta misma tarde.
—No, de verdad, tómate el tiempo que quieras. No tengo ninguna prisa. —Le hizo adiós con la mano y se dirigió al salón.
El masculló algo que sonó a blasfemia, y segundos más tarde __________ oyó el golpeteo de sus pies descalzos sobre el piso de arriba. Miró de soslayo por encima del hombro y vislumbró unos hombros gloriosos, una espalda desnuda y una toalla morada. Sólo cuando hubo desaparecido, volvió a centrar su atención en el salón.
La luz de la mañana entraba a raudales por la alta cuña de ventanas y veteaba el claro suelo de maderas nobles. Era un espacio precioso que pedía a gritos ser habitado, pero, salvo por los aparatos de gimnasio sobre alfombrillas de goma azul, estaba tan vacío como el vestíbulo. Nada de muebles, ni tan siquiera un póster de deportes en la pared. Mientras lo estudiaba, empezó a ver la habitación como debería ser: una mesa de café enorme, rematada en piedra, frente a un sofá grande y confortable; sillas tapizadas en colores vivos; lienzos ostentosos en las paredes; un equipo de música estilizado; libros y revistas desparramados. El juguete con ruedas de un niño. Un perro.
Con un suspiro, se recordó a sí misma que le había tendido una emboscada esa mañana para hacer que superaran su fin de semana en el lago. Le vino a la mente el viejo proverbio según el cual uno ha de tener cuidado con lo que desea. Ella había deseado que la gente se enterara de que Nick había firmado con Perfecta para Ti, y se había corrido la voz. Ahora, si le perdía como cliente, todo el mundo daría por hecho que ella no había sido lo bastante buena como para retenerle. Todo dependía de cómo se portara esa mañana.
Atravesó el comedor vacío para ir a la cocina. Las encimeras estaban despejadas, los electrodomésticos europeos de acero inoxidable parecían sin estrenar. Únicamente el vaso sucio del fregadero indicaba presencia humana. Le sorprendió la idea de que Nick tenía un sitio donde vivir, pero no un hogar.
Regresó al salón y contempló la calle por los ventanales. Una pieza del rompecabezas que era el hombre del que se había encaprichado encajaba ahora. Como le veía siempre de aquí para allá, se le había pasado por alto el hecho de que era básicamente un solitario. Aquella casa sin amueblar llamaba la atención sobre su aislamiento emocional.
Reapareció con unos pantalones anchos grises, una camisa azul oscura y una corbata estampada, todo tan bien combinado que se diría que salía de un anuncio de Barneys. Dejó la americana sobre el banco de pesas, dejó el café que le había traído y se abotonó los puños.
—No te estaba despachando. Necesitaba algo de tiempo para reevaluar la situación, y no es que esté pidiendo disculpas.
—Disculpas aceptadas. —La forma en que él frunció la frente no auguraba nada bueno, y cambió rápidamente de enfoque—. Siento que no fueran mejor las cosas con Phoebe en el lago. A pesar de lo que puedas pensar, yo te apoyaba.
—Tuvimos una conversación medio decente. —Volvió a coger el café.
—¿Qué pasó con la otra mitad?
—Dejé que me buscara las cosquillas.
__________ habría disfrutado escuchando los detalles, pero necesitaba avanzar antes de que él empezara a mirarse el reloj que asomaba bajo el puño de la camisa.
—Vale, te diré la razón por la que he venido en realidad, y si me hubieras devuelto las llamadas no habría tenido necesidad de molestarte: necesito saber si le has dicho algo a alguien sobre quien tú sabes. Si lo has hecho, te juro que no volveré a hablarte. Te lo conté de forma estrictamente confidencial. De verdad que me moriría de vergüenza.
—Dime que no te has presentado aquí intempestivamente para hablar del chico de tus sueños.
Ella fingió enredar con su anillo, uno con una turquesa que había comprado Nana en Santa Fe.
—Porque ¿tú crees que es posible que le guste a Dean?
—Diantre, no lo sé. ¿No puedes esperar a llegar a la sala de estuco y preguntar a tus amiguitas?
Intentó parecer ofendida.
—Buscaba el punto de vista masculino, eso es todo.
—Que te lo dé Raoul.
—Hemos terminado. Me ponía los cuernos.
—Eso ya lo sabía toda la ciudad, ¿no?
Muy bien, se habían divertido. _________ se sentó en una esquina del banco de pesas.
—Sé qué piensas que Dean es demasiado joven para mí...
—Tu edad es sólo un punto de una larga enumeración de calamidades que sobrevendrán sin duda si no superas esto. Y no he visto a tu amorcito, de modo que tu secreto está a salvo. ¿Algo más?
—No lo sé. ¿Algo más? —Se levantó del banco—. La cosa es que... me temo que todavía estés lidiando con algunas implicaciones emocionales del retiro, lo que podría hacer que te portes un poco como una nena.
—¿Nena? —Se le disparó hacia arriba una ceja oscura.
—Es sólo la opinión de una mujer.
—¿Crees que estoy portándome como una nena? ¿Tú, la reina del instituto _________?
—No has respondido a mis llamadas.
—Quería pensar en ello.
—Exacto. —Se aproximó a él, componiendo una actitud resuelta muy convincente—. Es obvio que todavía te supone un conflicto mi noche de liberación sexual, pero eres demasiado macho para admitirlo. Nunca debí aprovecharme de ti. Los dos lo sabemos, pero creí que no te importaba. Parece ser que no es así.
—Seguro que esto va a ser una desilusión para ti —dijo él secamente—, pero no me he quedado traumatizado por mi violación y pillaje.
—Respeto que te aferres a tu orgullo —dijo ella con cierto remilgo.
El frunció la frente.
—Déjate de tonterías. Fuiste meridianamente clara al hablar de mezclar el placer y los negocios, y tenías razón. Ambos lo sabemos. Pero Krystal dio su fiesta porno, a mí no me gusta que me digan que no, y el resto es historia. El que se aprovechó soy yo. La razón por la que no te he llamado es que todavía no he pensado en cómo compensarte.
_________ detestaba la idea de que la viera como a su víctima.
—No será echándote a correr, eso seguro. Apesta un poquito el jefe que se acuesta con su secretaria y luego la despide por ello.
Tuvo la satisfacción de verle crispar el gesto, herido.
—Yo nunca haría eso —dijo.
—Estupendo. Resérvame todas las noches a partir de mañana. Arrancaremos con una profesora de economía que es un cerebrito, recuerda un poco a Kate Hudson, encuentra a Adam Sandler como mínimo medianamente gracioso y sabe distinguir una copa de vino de una de agua. Si no te gusta, tengo seis más esperando. Así que ¿te reintegras al juego o te vas a rajar?
Se negó a morder el anzuelo. En vez de eso, se acercó a los ventanales, sorbiendo el café y tomándose su tiempo, pensando sin duda en lo complicado que se había vuelto todo aquello.
—¿Estás segura de querer seguir adelante? —dijo al fin.
—Oye, no soy yo la que se agobió. Claro que estoy segura. —«Menuda mentira.»—. Tengo que llevar un negocio y, francamente, me lo estás poniendo difícil.
Él se pasó la mano por el pelo.
—De acuerdo. Organízalo.
—Perfecto. —Le dedicó una sonrisa tan amplia que le dolieron las mejillas— Entonces, vamos a concretar...
Hicieron sus arreglos, fijando días y horas, y ____________ se largó en cuanto terminaron. Conduciendo de vuelta a casa, se hizo a sí misma una promesa: en lo sucesivo encerraría sus emociones allí donde debía guardarlas. En una bolsa interior Ziploc, extrarresistente.
***
La noche del día siguiente, Nick seguía a Kevin entre las mesas del salón de baile de un hotel mientras el quarterback estrechaba manos, palmeaba espaldas y se trabajaba a los numerosos hombres de negocios que se habían reunido a comer y escuchar su discurso de motivación titulado «Los balones largos de la vida». Nick permaneció detrás de él, listo para echarle un capote si alguien intentaba acercarse mucho o tomarse demasiadas familiaridades, pero Kevin logró llegar a la mesa presidencial sin incidentes.
Nick había escuchado su discurso una docena de veces, y en cuanto Kevin tomó asiento volvió al fondo del salón de baile. Dieron comienzo las presentaciones, y los pensamientos de Nick retrocedieron a la emboscada de __________ la mañana del día anterior. Había irrumpido en su casa, invadiéndolo todo con su descaro, y en contra lo que pudiera indicar su forma de hablarle, se había alegrado de verla. De todas formas, no le mintió al decirle que necesitaba tiempo para pensar las cosas, incluyendo cómo podía torpedear aquel capricho infantil que le había dado por Dean Robillard. Si no volvía pronto a sus cabales, Nick iba a perder todo su respeto por ella. ¿Por qué las mujeres dejaban el cerebro a un lado cuando se trataba de Dean?
Nick apartó el recuerdo incómodo de una antigua novia que decía de él exactamente lo mismo. Había decidido mantener una conversación franca con Dean para asegurarse de que al chico de oro le quedaba claro que _________ no era otra tontita más que pudiera incorporar a su vitrina de trofeos. Sólo que se suponía que quería camelarse a Dean, no enfrentarse con él. Una vez más, su casamentera le había puesto en un conflicto imposible.
Kevin hizo un chiste riéndose de sí mismo, y la multitud se lo celebró. Les tenía donde quería, y Nick se escabulló al pasillo para comprobar sus mensajes. Cuando vio el número de Bodie, le llamó a él en primer lugar.
—¿Qué pasa?
—Un amigo mío acaba de telefonearme desde la playa de Oak Street —dijo Bodie—. Tony Coffield, ¿te acuerdas de él? Su viejo tiene un par de bares en Andersonville.
—¿Sí? —Tony era uno de los componentes de una red de tipos que suministraban información a Bodie.
—Pues adivina quién más ha aparecido para pillar un poco de sol. Nada menos que nuestro buen amigo Robillard. Y parece que no está solo. Tony dice que comparte manta con una pelirroja. Mona, pero no su tipo habitual.
Nick apoyó la espalda contra la pared y apretó los dientes.
Bodie se reía.
—Tu pequeña casamentera no pierde el tiempo, desde luego.
***
________ levantó la cabeza de la manta llena de arena y contempló a Dean. Estaba tumbado de espaldas, con los músculos bronceados y aceitados, el pelo rubio reluciente y los ojos ocultos por unas gafas de sol futuristas con cristales azul claro. Un par de mujeres en bikini pasaron por delante por cuarta vez, y en esta ocasión parecieron reunir el valor para abordarle. __________ interceptó su mirada, se llevó el índice a los labios indicándoles que estaba dormido y sacudió la cabeza. Las mujeres, decepcionadas, pasaron de largo.
—Gracias —dijo Dean, sin mover los labios.
—¿No se cobra por este trabajo?
—Te he comprado un perrito caliente, ¿no?
Ella apoyó la barbilla en sus nudillos y hundió más en la arena los dedos de los pies. Dean la había llamado el día anterior, unas horas después de salir de casa de Nick. Le preguntó si se apuntaba a una excursión a la playa antes de que empezaran la concentración y los entrenamientos.
Ella tenía un millón de cosas que hacer para preparar la maratón de citas que había planeado, pero no podía dejar pasar la oportunidad de cebar el cuento de su encaprichamiento, por si Nick albergaba dudas todavía.
—Explícamelo otra vez, pues —dijo Dean, con los ojos aún cerrados—. Lo de que me estás utilizando descaradamente para tus propios propósitos nefandos.
—Se supone que los futbolistas no conocen palabras como «nefando».
—La oí en un anuncio de cerveza.
Ella sonrió y se ajustó las gafas de sol.
—Sólo voy a decirte esto: me he metido en un pequeño lío, y no, no te voy a contar con quién. La forma más fácil de escabullirme era fingir que estoy loca por ti. Y lo estoy, por supuesto.
—Mentirosa. Me tratas como a un niño.
—Sólo para protegerme de tu esplendor.
El resopló.
—Además, que me vean contigo eleva enormemente el perfil de mi empresa. —Apoyó la mejilla en el brazo—. Conseguiré que la gente hable de Perfecta para Ti, y la única publicidad que puedo permitirme en este preciso momento es la gratuita. Te lo pagaré. Te lo prometo. —Extendió el brazo y le dio una pequeña palmada en uno de sus bíceps durísimos y calentados por el sol—. De aquí a unos diez años, cuando estemos seguros de que has superado la pubertad, pienso encontrarte una mujer estupenda.
—¿Diez años?
—Tienes razón. Pongamos quince, sólo por asegurarnos.
***
_________ durmió de pena aquella noche. Estaba aterrorizada ante el comienzo de la maratón de citas de Nick, pero ya era hora de hacer de tripas corazón y echarle el resto.
Llegó al Sienna's la primera. Cuando entró él, el corazón le di un brinquito en el pecho antes de caérsele a los pies. Había sido su amante, y ahora tenía que presentárselo a otra mujer.
El parecía tan amargado como ella.
—Me han dicho que ayer hiciste novillos —dijo al sentarse
Ella contaba con que su escapada con Dean hubiera llegado a sus oídos, y se animó un poco.
—No. No voy a decir ni una palabra. —Hizo el gesto de cerrar sus labios como una cremallera, echó el candado y tiró la llave.
La irritación de Nick se ahondó.
—¿Sabes lo pueril que es eso?
—Eres tú el que ha preguntado.
—Sólo he dicho que te habías tomado el día libre. Estaba dando conversación.
—Se me permite tomarme un día libre de vez en cuando. Y el lago Wind no cuenta porque tuve que estar pendiente de un cliente. Concretamente, de ti.
Entornó los párpados en esa expresión suya tan sexy que anunciaba que estaba a punto de decir algo picante. Pero luego pareció pensárselo dos veces.
—¿Y qué tal progresa el curso del amor verdadero?
—Creo que le atraigo. Tal vez sea porque no soy pegajosa. Podría ponerme pegajosa, pero me estoy obligando a darle todo el cuartel. ¿No estás de acuerdo en que es lo más inteligente que puedo hacer?
—No vas a arrastrarme a esta discusión.
—Ya sé que le vienen admiradoras despampanantes como moscas, pero creo que podría estar superando esa etapa de su vida. Tengo la sensación de que está madurando.
—Espérate sentada.
—Crees que me comporto como una estúpida, ¿verdad?
—Campanilla, has dado un nuevo significado a la estupidez. Para ser una mujer supuestamente con la cabeza sobre los hombros…
—Chissst... Aquí llega Celeste.
Nick y Celeste tuvieron una conversación muy aburrida sobre economía, un tema que siempre desanimaba a __________. Si la economía iba bien, sentía que no sabía cómo sacarle partido, y si la economía iba mal, no veía cómo iba a conseguir ella salir adelante. Dejó que la conversación se estirara veinte minutos antes de ponerle fin.
Después de irse Celeste, Nick dijo:
—No me importaría contratar sus servicios, pero no quiero casarme con ella.
__________ no creía que a Celeste le hubiera gustado Nick demasiado tampoco, y su humor mejoró. Sólo transitoriamente, por desgracia, ya que su siguiente candidata, una ejecutiva de relaciones públicas, se presentó puntual.
Nick estuvo encantador, como de costumbre: respetuoso, mostrando interés por todo lo que ella decía, pero reacio a ir más allá.
—Se viste con mucho gusto, pero la pongo nerviosa.
A lo largo de la semana, __________ tiró de todos sus recursos, y le presentó a una directora de cine, a la propietaria de una floristería, a una ejecutiva de seguros y a la editora de Janine. Todas le gustaron, pero no mostró interés en salir con ninguna.
El bombardeo de citas llegó a oídos de Portia, que envió a dos aspirantes más. Una le babeaba encima, cosa que le molestó a él pero hizo las delicias de _________. A la otra le disgustó la falta de pedigrí de Nick, cosa que enfureció a _________. A continuación, Portia insistió en organizar una cita en el Drake para el café de la mañana. Nick accedió finalmente, así que _________ aprovechó para encajar a esas horas una cita con una antigua compañera de la universidad que por las noches daba clases a adultos.
La candidata de ________ fue un fiasco. La de Portia, no. Portia había insistido tanto en la cita matinal, según descubrió _________, porque había reclutado a la más reciente presentadora de las noticias de la noche de la WGN-TV, Keri Winters. Keri era despampanante, brillante y refinada; demasiado refinada. Era el equivalente femenino de Nick, y entre los dos resultaban lo bastante resbaladizos como para flotar un petrolero.
_________ intentó poner fin a la agonía al cabo de veinte minutos, pero Nick le dirigió una mirada asesina, y Keri se quedó media hora más. Cuando se quedaron a solas por fin, _________ elevó los ojos al cielo.
—Esto ha sido una pérdida de tiempo.
—Pero ¿qué dices? Es exactamente lo que ando buscando voy a pedirle que salgamos.
—Es tan de plástico como tú. Te lo advierto, no es una buena idea. Si alguna vez tenéis hijos, saldrán del conducto uterino con «Fisher-Price» estampado en el trasero.
Nick no quiso hacerle caso, y al día siguiente llamó a doña Noticias de las nueve para quedar con ella a cenar.[/b]
ana_pau
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Aaaaaaaaahhhh!!!!!.. Es una equivocación!!!!!... Nick no puede hablar ni ir enserio con esa mujer!!!!!!.... Aaaaaaahhhhh pensé que ...... Aaaahh olvida........ espero que subas pronto
chelis
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Nick coló te atreves a no hacerle caso a la rayis??? Espero que la cita entre nick y la mina esa sea súper aburrida jajajaja
Seguila pronto!!!!!
Besos :)
Seguila pronto!!!!!
Besos :)
Lau_ilovejonas
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Odio cuando escribo mal y no me doy cuenta... En mi comentario anterior quise decir "nick como te atreves a no hacerle caso a la rayis?" Jajajaja por momentos odio a mi iPod jajajaja
Lau_ilovejonas
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Sabían que hoy es el cumple de Elvis (perro de nick)? No tengo idea de cuantos años tendrá...
Lau_ilovejonas
Re: Match me if you can (Nick y tu)
Te confieso que tu nove me encanta!!! Es tuya o es una adaptación?
Lau_ilovejonas
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