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Match me if you can (Nick y tu)

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Mensaje por Lau_ilovejonas Vie 15 Mar 2013, 6:40 pm

xD
Lau_ilovejonas
Lau_ilovejonas


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Match me if you can (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: Match me if you can (Nick y tu)

Mensaje por Lau_ilovejonas Vie 15 Mar 2013, 6:42 pm

FIESTA DE 5 SEGUNDOS!! *bailando deformemente*
Espero que subas un capi pronto...
Besos! :)
Lau_ilovejonas
Lau_ilovejonas


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Match me if you can (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: Match me if you can (Nick y tu)

Mensaje por chelis Vie 15 Mar 2013, 10:49 pm

Jajajajajajajajajaj creo que nick ha esta cayendo en las redes de ______ y no se dan cuenta ellos mismos........
Aaaaaaaa siguela porrrrfaaa
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Match me if you can (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: Match me if you can (Nick y tu)

Mensaje por ana_pau Miér 20 Mar 2013, 5:03 pm

HOLA HOLA UNICORNIAS!!!!!! como la pasan yo muy triste porque hoy hace un mes exactamente a esta hora conoci a mis bebes y los abraze y bese :-w-: fue lo mas increible del mundo bueno las dejo porque mi mama tenia la compu
________________________________________________________________________________________________[/front][/b">
6

[font=Arial Black]Alguien ocupó el asiento al lado del suyo en el compartimento de primera clase, pero él estaba demasiado ensimismado con la hoja de cálculo que había desplegado en su portátil como para prestarle atención. No fue hasta que el auxiliar de vuelo advirtió que se apagaran los dispositivos electrónicos que tomó conciencia de aquel perfume turbio y sutil. Levantó la vista y se topó con un par de inteligentes ojos azules.

—¿Portia?

—Buenos días, Nick. —Se recostó contra la cabecera—. ¿Cómo demonios se las arregla para soportar estos vuelos de madrugada?

—Se acaba uno acostumbrando.

—Voy a fingir que le creo.

Lucía una especie de vestido envolvente de color lila, como de seda, ajustado y sin mangas, con una rebeca púrpura abotonada a la altura de los hombros y una cadena de plata al cuello con tres diamantes engastados. Era una mujer muy bella, culta y con talento, y le gustaba hacer negocios con ella, pero no la encontraba sexy. Cultivaba una imagen demasiado estudiada, demasiado agresiva. Podría decirse que era una versión femenina de sí mismo.

—¿Qué la lleva a Tampa? —preguntó, pese a que conocía la respuesta.

—El clima no, desde luego. Hoy se alcanzarán allí los treinta y cuatro grados.

—Ah, ¿sí? —Nick no se preocupaba del tiempo a menos que afectara al resultado de un partido.

Ella le dedicó una sonrisa pensada para encandilar. Le habría funcionado de no ser porque él poseía una sonrisa similar que empleaba con idéntico propósito.

—Después de su llamada de anoche —dijo Portia—, decidí que teníamos que evaluar el punto en el que estamos y considerar qué ajustes deberíamos hacer. Le prometo no ponerle la cabeza como un bombo durante todo el vuelo. Nada resulta más molesto que verse atrapado en un avión con alguien que no para de hablar.

Si una de sus casamenteras debía prepararle una encerrona en un avión, hubiera preferido que fuera Campanilla. A ella habría podido amedrentarla para que le dejara en paz. El aspecto que lucía Portia esa mañana no tenía nada que ver con un impulso repentino de visitar Tampa. Él le había explicado el nuevo arreglo por teléfono la noche anterior y le colgó antes de que pudiera reponerse del disgusto. Era evidente que ya se había recuperado.

Se conformó con una chachara intrascendente hasta que estuvieron en el aire, pero una vez les sirvieron el desayuno empezó a preparar el terreno para ir al grano.

—Melanie estuvo encantada de conocerle. Más que encantada. Tengo la fuerte impresión de que se quedó prendada de usted.

—Espero que no. Es una persona muy agradable, pero no me pareció que conectáramos de verdad.

—Sólo pasaron juntos veinte minutos. —Le obsequió con la misma sonrisa comprensiva que empleaba él cuando un cliente se ponía difícil—. Entiendo perfectamente su situación de partida, pero el límite de tiempo que ha establecido crea algunos problemas. Llevo en este negocio el tiempo suficiente para darme cuenta de cuándo dos personas necesitan darse una segunda oportunidad, y creo que Melanie y usted cumplen los requisitos.

—Lo siento, pero eso no va a suceder.

Ninguna arruga perturbó la lisura de su frente, su expresión permaneció imperturbable.

—Mire, esto no va a funcionar. —Portia jugueteó con el envase del yogur en la bandeja de la fruta—. No tengo por norma meterme con la competencia, especialmente tratándose de una empresa de vía estrecha como Bodas Myrna. Quedaría medio mafioso. Pero...

—Perfecta para Ti.

—¿Cómo?

—Ella la llama Perfecta para Ti, no Bodas Myrna. —No podía imaginar por qué había sentido la urgencia de aclarar este extremo, pero, por algún motivo, le había parecido necesario.

—Una decisión muy sabia —replicó Portia con apenas un tufillo de condescendencia—. Pero déjeme tan sólo que le diga esto: me disgusta que la gente se crea que basta pasarse por Kinko's a hacerse imprimir unas tarjetas para tener una agencia matrimonial. Por otra parte, usted, como representante deportivo, sabe exactamente a qué me refiero.

Con aquello se había apuntado un tanto. ________ no tenía una larga experiencia, tan sólo entusiasmo.

Portia puso su bandeja a un lado, pese a que apenas había mordisqueado la esquina de un dadito de melón dulce.

—¿Ha apreciado alguna deficiencia en nuestros servicios que le llevase a sentir la necesidad de someter a mis candidatas a una extraña? Mentiría si le dijera que no me siento amenazada en absoluto, sobre todo teniendo en cuenta que yo misma me ofrecí a estar presente en las entrevistas.

—No se preocupe por eso. _______ carece de instinto asesino. Melanie le gustó más que su propia candidata. Intentó convencerme de que volviera a verla.

Aquello pilló a Portia por sorpresa.

—¿En serio? Vaya... La señorita Granger es algo rarita, ¿no?

Debió de ser a causa del ruido de los motores, porque por un momento le pareció que había dicho «tiene un polvito», y le asaltó una visión de ________ desnuda. Aquella idea lo descolocó. _________ le hacía gracia, pero no le ponía.

En realidad, no. Puede que hubiera pensado en ella en términos sexuales un par de veces, y le había largado un par de indirectas melosas para ponerla nerviosa. Pero nada serio. Sólo le vacilaba.

El avión entró en una bolsa de aire, y él desvió sus pensamientos nuevamente de la cama a los negocios.

—No espero que se sienta usted cómoda con esto, pero, como le dije anoche, el proceso irá más suave si _--_____ asiste a todas las presentaciones.

El fuego que desprendieron sus ojos le dijo exactamente lo que pensaba Portia, pero era demasiado profesional para dejarse alterar.

—Eso es cuestión de opiniones.

—Ella es un renacuajo, Portia, no un tiburón. Las mujeres se relajan con ella, y yo me hago una idea más clara de quiénes son en menos tiempo.

—Ya veo. Bueno, yo llevo en esto muchos años más que ella. Estoy segura de que podría acelerar esas entrevistas mejor que...

—Portia, usted no puede dejar de resultar amenazadora por mucho que lo intente, y lo digo como el mayor de los cumplidos. Le dije desde un principio que quería ponerme todo esto lo más fácil posible. Pues resulta que _______ es la clave, y a nadie le ha sorprendido eso más que a mí.

Ella dejó de oponer resistencia, aunque de mala gana. Tampoco podía él reprochárselo, en realidad. Si alguien invadiera su terreno, también él se lanzaría al ataque.

—De acuerdo, Nick —dijo—. Si esto es lo que necesita, me aseguraré de que salga bien.

—Justo lo que quería oír.

El auxiliar de vuelo recogió sus bandejas, y él sacó su ejemplar del Sports Lawyers Journal. Pero el artículo sobre responsabilidad extracontractual y violencia en el deporte no consiguió retener su atención. Pese a todos sus esfuerzos por hacerla fácil, la búsqueda de una esposa se le estaba complicando por momentos.

***

—Me gusta —le dijo Nicholas a ________ la noche del lunes siguiente, cuando Rachel se fue del Sienna's—. Es divertida. Lo he pasado bien.

—También yo —dijo ________, aunque eso no tuviera en realidad mayor importancia. Pero la presentación había ido mejor de lo que se había atrevido a esperar, entre muchas risas y animada conversación. Los tres compartieron sus prejuicios en cuestión de comidas (Nick ni tocaba carne de vísceras, Rachel odiaba las olivas y ________ no podía con las anchoas). Contaron historias embarazosas de sus años de universidad y debatieron sobre los méritos de las películas de los hermanos Cohen (a Nick le encantaban, a Rachel y ________ no). A Nicholas no pareció importarle que Rachel no fuera una espectacular belleza del calibre de Gwen Phelps. Tenía tanto el refinamiento como el coco que él buscaba, y no hubo interrupciones por culpa del móvil. ________ permitió que los veinte minutos se alargaran a cuarenta.

—Buen trabajo, Campanilla. —Sacó su BlackBerry y tecleó un recordatorio para sí mismo—. La llamaré mañana para quedar con ella.

—¿En serio? Estupendo. —Sintió una cierta desazón.

Él levantó la vista de la BlackBerry.

—¿Pasa algo?

—Nada. ¿Por qué?

—Se le ha quedado una cara rara.

Ella recuperó la compostura. Ahora era una profesional y podía manejar la situación.

—Sólo estaba imaginándome las entrevistas que concederé a la prensa cuando Perfecta para Ti se cuele en el ránking de las quinientas empresas más boyantes.

—Nada inspira tanto como una chica con un sueño. —Volvió a guardarse la BlackBerry en el bolsillo y sacó el clip atestado de dinero. Ella torció el gesto. Él la imitó.

—¿Y ahora qué pasa?

—¿No tiene una bonita y discreta tarjeta de crédito escondida por ahí?

—En mi negocio, la cosa va de hacer ostentación. —Exhibió un billete de cien dólares y lo dejó en la mesita.

—Lo decía sólo porque, como creo haberle comentado, la asesoría de imagen forma parte de mi trabajo. —Vaciló un momento, consciente de que debía medir sus palabras—. En algunas mujeres... mujeres con una determinada educación... las ostentaciones gratuitas de riqueza pueden provocar cierto rechazo.

—Créame, no provocan rechazo en los chavales de veintiún años que se han criado con vales de alimentos.

—Entiendo lo que dice, pero...

—Ya lo he cogido. El clip de los billetes para los negocios, la tarjeta de crédito para cortejar a las mujeres. —Se guardó de nuevo en el bolsillo el controvertido objeto.

Ella le había acusado de vulgaridad, básicamente, pero él, en lugar de ofenderse, parecía haber archivado la información tan desapasionadamente como si le hubiera dado la previsión meteorológica para el día siguiente. Consideró sus impecables modales a la mesa, su forma de vestir, sus conocimientos de comida y vinos. Todo aquello era evidentemente parte de su formación, en la misma medida que el incumplimiento contractual o el Derecho constitucional. ¿Quién era exactamente Nicholas Jonas, y por qué empezaba a gustarle tanto?

Se puso a doblar la servilleta del cóctel.

—Y... en cuanto a su verdadero nombre...

—Ya se lo dije. Jonas.

—He estado investigando un poco. Hay una D en medio.

—Maldita la falta que le hace saber a qué corresponde.

—A algo malo, pues.

—Horroroso —dijo él secamente—. Mire, ________, crecí en un descampado lleno de caravanas. No en un bonito camping para roulottes: eso habría sido el paraíso. Aquellos trastos no valían ni para chatarra. Los vecinos eran yonquis, ladrones, gente marginal. Mi dormitorio daba a un vertedero. Perdí a mi madre en un accidente cuando tenía cuatro años. Mi viejo era un tipo decente cuando no estaba borracho, pero eso no ocurría a menudo. Me he ganado a pulso todo lo que tengo, y estoy orgulloso de ello. No escondo mi procedencia. La placa metálica mellada que tengo colgada en el despacho, esa que reza BEAU VISTA, estaba en tiempos clavada en un poste que había no lejos de casa. La conservo como recordatorio del largo camino que he recorrido. Pero, aparte de eso, mi negocio es mío, y el suyo consiste en hacer lo que yo le diga. ¿Entendido?

—Jesús, sólo le he preguntado por su segundo nombre.

—No me vuelva a preguntar.

—¿Desdémona?

Pero él se negó a seguir dándole conversación, y ella se quedó contemplándole la espalda mientras se dirigía a la cocina a presentar sus respetos a Mama.

***

—Os quiero en los bares todas las noches —anunció Portia a su plantilla a la mañana siguiente. Ramón, el camarero del Sienna's, la había despertado a medianoche con las inquietantes noticias del éxito de ________ Granger con su última candidata, y ya no fue capaz de volver a conciliar el sueño. No podía sobreponerse a la impresión de que estaba perdiendo otro cliente importante—. Repartir vuestras tarjetas —dijo a Kiki y a Briana, y también a Diana, la chica que había contratado para sustituir a SuSu—. Recoged números de teléfono. Ya conocéis la rutina.

—Ya hemos hecho todo eso —dijo Briana.

—Pero no lo bastante bien, al parecer, o Nicholas Jonas no habría hecho planes anoche con la candidata de Granger en vez de con una nuestra. ¿Y qué hay de Hendricks y McCall? ¿No les enviamos a nadie más en dos semanas? ¿Qué pasa con el resto de nuestros clientes? Kiki, quiero que pases lo que queda de semana vigilando las agencias de modelos. Yo me ocuparé de las cenas de beneficencia y las boutiques de Oak Street. Briana y Diana, trabajaos las peluquerías y los grandes almacenes. Todas vosotras: por la noche, los bares. De aquí a una semana tenemos que pasar revista a una pila de nuevas candidatas.

—De poco nos va a servir con Nicholas —masculló Briana—. No le gusta ninguna.

No lo entendían, pensaba Portia mientras volvía a su despacho y repasaba su agenda. No comprendían lo duro que había que trabajar para permanecer en la cumbre. Miró la anotación correspondiente a aquel viernes. En una conversación breve y lacónica, Bodie Gray había fijado su cita para ese fin de semana. Había hecho todo lo posible para no volver a pensar en ello desde entonces. La mera posibilidad de que alguien les viera juntos le provocaba pesadillas. Pero, al menos, no parecía que le hubiera contado a Nick el incidente del espionaje.

Pasó un helicóptero sobrevolando el edificio. Ella se frotó las sienes y pensó en programarse una sesión de hidromasaje. Necesitaba algo que le levantara el ánimo, que le devolviera su seguridad habitual. Pero, mientras se volvía hacia su ordenador, una voz traicionera le susurró que no había en el mundo masajes, tratamientos faciales ayurvédicos o pedicuras con piedras calientes suficientes para reparar lo que quiera que fuese que había dejado de funcionar en su interior.

***

________ no podía permitirse cifrar todas sus esperanzas en la cita de Rachel con Nicholas, de modo que se pasó el resto de la semana paseándose por dos de las principales universidades de Chicago. En la Universidad de Chicago de Hyde Park alternó el merodear por los pasillos de la Facultad de Empresariales con el vagar por las escaleras de la Escuela Harris de Ciencias Políticas. Se acercó además al Lincoln Park, donde pasó la mayor parte del tiempo con las estudiantes de música del Auditorio De Paul. En ambos centros mantuvo los ojos abiertos a la caza de estudiantes agraciadas próximas a licenciarse y bellas integrantes del cuerpo docente. Cuando las encontraba, les entraba directamente y les explicaba quién era y lo que buscaba. Algunas estaban casadas o comprometidas, una era lesbiana, pero la gente adora a las casamenteras, y la mayoría mostró interés en ayudarle. A finales de la semana, tenía dos candidatas estupendas listas para probar si las necesitaba, además de media docena de mujeres que no eran adecuadas para Nick, pero estaban interesadas en contratar sus servicios para sí mismas. Dado que no podían permitirse las tarifas que pretendía cobrar, estableció un descuento para estudiantes.

Nick estuvo fuera de la ciudad toda la semana, y no la llamó. No es que esperara que lo hiciera. Sin embargo, tratándose de alguien que se pasaba el día al teléfono, hubiera pensado que podría dedicar unos pocos minutos a comentar con ella la marcha de las cosas, aun en plan rutinario. En vez de amargarse con ello, se calzó las deportivas, se llegó haciendo jogging hasta el Dunkin' Donuts y se distrajo con un bollo glaseado de manzana.

***

Nicholas pasó los cuatro primeros días de la semana viajando entre Dallas, Atlanta y San Luis, pero incluso estando reunido con clientes y directores deportivos, se sorprendía con la cabeza puesta en la reunión en la cumbre que le esperaba el viernes por la tarde en la sede de los Stars. Cuando de los Stars se trataba, intentaba despachar el mayor número de asuntos posible con Ron McDermitt, el director general y principal responsable del equipo, pero, una vez más, Phoebe Calebow había insistido en ser ella quien se viera con él en su lugar. Mala señal.

Nick presumía de estar en buenas relaciones con todos los propietarios de los equipos. Phoebe era la flagrante excepción. Era culpa de él que hubieran empezado mal de entrada. Uno de sus primeros clientes había sido un veterano del Green Bay descontento con el contrato que había negociado su anterior representante. Nicholas quería demostrar lo duro que era, así que cuando los Stars manifestaron su interés por el tío, Nick jugó un poco Phoebe, haciéndole creer que tenía muchas posibilidades de finarle, cuando él sabía que no era así. Luego hizo valer ese interés por el jugador en las negociaciones con los Packers, utilizándolo corno palanca para forzar un trato más ventajoso para su cliente. Phoebe se puso furiosa, y en una tempestuosa conversación telefónica le había advertido que jamás volviera a utilizarla de aquella manera.

En vez de tomarse en serio sus palabras, se enredó en otra escaramuza con ella unos meses después, a propósito de un segundo cliente, en este caso un jugador de los Stars. Nicholas había decidido que necesitaba endulzar el último año de un contrato preexistente por tres temporadas, negociado una vez más por un representante anterior, pero Phoebe se negaba en redondo. Al cabo de unas semanas, Nick amenazó con apartar al jugador de los entrenamientos. El tío era su mejor tight end, y puesto que Nick la ponía entre la espada y la pared, ella se descolgó con una respetable contraoferta. Aun así, no era el espectacular nuevo acuerdo que Nick creía que necesitaba para cimentar su reputación como representante dinámico. Les apretó un poco más y mandó al jugador a practicar la pesca de altura el día que el equipo empezaba a entrenar.

Phoebe se subía por las paredes, y los medios de comunicaciones se pusieron las botas magnificando el enfrentamiento entre la roñosa propietaria de los Stars y el nuevo y desenvuelto representante deportivo local. Nick sacó provecho de la popularidad del jugador entre la afición concediendo entrevistas a todas horas y reprochando dramáticamente a Phoebe que diera un trato tan mezquino a uno de sus mejores hombres. Cuando la primera semana de entrenamientos tocaba a su fin, Nicholas seguía fanfarroneando, tirándose el rollo con los columnistas deportivos y trabajándose mordaces declaraciones para los noticiarios de las diez. Acabó provocando una oleada de indignación que se volvió contra Phoebe. Con todo, ella permanecía firme.

Justo cuando empezaba él a replantearse lo acertado de su estrategia, se produjo un golpe de suerte. El tight end de reserva de los Stars se rompió el tobillo entrenando, y Phoebe se vio obligada a ceder. Nick consiguió el trato exorbitante que quería, pero en el proceso la había dejado mal a ella, que nunca se lo perdonaría. De aquellas experiencias extrajo dos duras lecciones: que una buena negociación es aquella de la que todos salen sintiéndose vencedores; y que un representante de éxito no edifica su reputación humillando a la gente con la que tiene que trabajar.

El recepcionista de los Stars le indicó el camino del campo de entrenamiento, y conforme se acercaba vio a Dean Robillard haciéndole la pelota a Phoebe en el banco de la banda. Renegó entre dientes. Lo último que quería que Robillard presenciase era cómo Phoebe Calebow le desollaba. Dean tenía aspecto de haber salido directamente del Surfer Magazine: barba de tres días, pelo revuelto fijado con gel, shorts de estampado tropical, camiseta y sandalias atléticas. En la esperanza de minimizar los daños colaterales, Nicholas tomó una decisión rápida y se dirigió a él en primer lugar.

—¿Es un Porsche nuevo lo que he visto aparcado en tu plaza?

Dean se le quedó mirando a través de los cristales amarillos de iridio de un par de Oakleys de alta tecnología.

—¿Ese viejo montón de chatarra? No, qué dices. Lo menos hace tres semanas que lo compré.

Nicholas se las arregló para reírse, pese a que había empezado a erizársele el vello de la nuca. Y no por estar cerca de Robillard. Se puso él también sus gafas de sol, no tanto para protegerse los ojos como para nivelar posiciones.

—Vaya, vaya, vaya... —zureó Phoebe Somerville Calebow con la voz ronca y panfila que usaba para ocultar su afilada mente—. Y yo que creía que nuestro exterminador había acabado con todas las ratas de los alrededores.

—Pues no. Las más fuertes y cabronas se las arreglan para sobrevivir no se sabe cómo. —Nick sonrió, esforzándose por conseguir un equilibrio entre no cabrearla más de lo necesario y demostrar a Dean que ella no lograba intimidarle.

La propietaria y directora ejecutiva en jefe de los Stars estaba ya sobre los cuarenta, y nadie llevaba los años mejor que ella. Su aspecto era el de una versión intelectual de Marilyn Monroe, con la misma nube de pelo rubio claro y un cuerpo que quitaba el hipo, hoy cubierto con chaqueta ajustada color aguamarina y estrecha falda de tubo amarillo canario abierta por un lado. Sensual, con pecho abundante y largas piernas, debería ser un póster central vez de la mujer más poderosa de la Liga Nacional de Fútbol.

Dean se levantó.

—Creo que voy a abrirme antes de que ustedes dos me rompan accidentalmente el brazo de lanzar.

Nicholas no podía amilanarse en aquel momento.

—Hombre, Dean, ni siquiera hemos empezado a divertirnos. Quédate un rato para ver cómo hago llorar a Phoebe.

Dean se volvió hacia su hermosa jefa.

—No había visto a este chiflado en mi vida.

Ella sonrió.

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—Puedes irte, Dean, cariño. Tu vida sexual quedará arruinada para siempre si te ves obligado a ver de cuántas maneras puede una mujer hacer trizas a una serpiente.

Nicholas no iba a ganarse el corazón del quarterback con una retirada y, mientras Robillard se alejaba, todavía le gritó:

—Oye, Dean, dile a Phoebe que te enseñe algún día dónde esconde los huesos de todos los representantes que no tienen los huevos de plantarle cara.

Dean se despidió con la mano sin volverse a mirar.

—No he oído nada, señora Calebow —dijo—. Sólo soy un muchacho encantador de California que adora a su madre y quiere jugar un poco al fútbol para usted e ir a la iglesia en su tiempo libre.

Phoebe se echó a reír y estiró sus largas piernas desnudas en cuanto Dean desapareció tras la valla.

—Me encanta ese chico. Me gusta tanto que voy a asegurarme de que no caiga nunca en tus mugrientas garras.

—No le habrá costado mucho engatusarle para venir aquí fuera y presenciar nuestra pequeña reunión.

—Nada en absoluto.

—Han pasado siete años, Phoebe. ¿No cree que ya es hora de que enterremos el hacha de guerra?

—Mientras la hoja acabe clavada en su nuca, por mí no hay problema.

El deslizó los dedos en los bolsillos y sonrió.

—El mejor día de mi carrera fue aquél en que su cuñado firmó como cliente mío. Todavía saboreo cada minuto.

Phoebe puso mala cara. Quería a Kevin Tucker como si fuera un familiar consanguíneo y no pariente por matrimonio, y el hecho de que hiciese oídos sordos a sus ruegos y firmase con Nicholas había sido una píldora amarga que nunca había acabado de tragar. Su primera negociación con Nick sobre el contrato de Kevin había sido brutal. Que la familia estuviera involucrada no quería decir que Phoebe estuviera más dispuesta a aflojar su puño de hierro sobre las finanzas de los Stars, y él todavía recordaba lo metódicamente que había tachado ella una cláusula de bonificación, abusiva a todas luces, que Nick coló para tantear el terreno.

«La familia es la familia y los negocios, los negocios. Adoro al chico, pero no hasta ese punto.»

«¿A quién pretende engañar? —había dicho Nick—. Caminaría sobre las brasas por él.»

«Sí, pero dejaría el talonario a buen recaudo antes de hacerlo.»

Nicholas echó un vistazo al campo de prácticas. Aunque faltaba más de un mes para que empezara el periodo de entrenamiento, había algunos jugadores practicando carreras con el entrenador del equipo. Señaló con la cabeza a un jugador que llevaba cuatro temporadas en el equipo, uno de los clientes de Zagorski.

—Keman tiene buena pinta.

—La tendría mejor si pasara más tiempo en el gimnasio y menos vendiendo coches usados por televisión. Pero a Dan le gusta.

Dan Calebow era el presidente de los Stars y el marido de Phoebe. Se habían conocido cuando Phoebe heredó el equipo de su padre. Por aquel entonces, Dan era el entrenador jefe y Phoebe no tenía ni idea de fútbol, algo que ahora resultaba difícil de creer. Sus peleas iniciales eran casi tan legendarias como su posterior historia de amor. El año anterior, un canal por cable había producido una película cutre sobre ellos, y a Dan aún le estaban tomando el pelo porque su papel lo había interpretado el antiguo componente de un grupo vocal de chicos.

—Quiero un contrato por tres temporadas —dijo Phoebe, yendo al grano en el asunto de Caleb Crenshaw.

—Sí, yo también lo querría si estuviera en su lugar, pero Caleb va a firmar sólo por dos.

—Tres. Es innegociable. —Ella formuló sus argumentos sin consultar notas, recitando de un tirón complejas estadísticas con su voz de gatita sensual. Ambos poseían una memoria excelente, y tampoco él anotó nada.

—Sabe perfectamente que no puedo aconsejar a Caleb que acepte esa oferta. —Apoyó un pie en el banco, al lado de ella—. Para el tercer año, valdrá millones más de lo que le estará pagando.

Justamente la razón por la que ella quería cerrar el trato por tres.

—Sólo si no se lesiona —replicó, como sabía él que haría—. Soy yo la que asume todo el riesgo. Si ese tercer año se revienta la rodilla yo tendré que pagarle igualmente. —Siguió a partir de ahí, poniendo énfasis en su altruismo y la gratitud eterna que debiera mostrar un jugador por el simple hecho de que se le permitiera vestir el uniforme de leyendas del fútbol como Bobby Tom Denton, Cal Bonner, Darnell Pruitt y, sí, Kevin Tucker.

Nicholas amenazó con una ruptura de las negociaciones, aunque no tenía la menor intención de llevarla a cabo. Lo que en tiempos había considerado una astuta estrategia de negociación le parecía ahora una medida desesperada que inevitablemente haría más mal que bien.

Phoebe siguió presionando, arremetiendo con otra cascada de estadísticas, salpimentada con alusiones a jugadores ingratos y representantes chupasangres.

El contraatacó con sus propias estadísticas, que apuntaban al hecho de que los propietarios avaros acababan encontrándose con jugadores resentidos y temporadas sin títulos.

Al final, llegaron al punto en que ambos sabían más o menos que acabarían. Phoebe consiguió su contrato por tres temporadas y Caleb Crenshaw sacó una bonificación de millón y medio de dólares por el agravio. Vencedor. Vencedora. Sólo que era un acuerdo al que habrían podido llegar tres meses antes de no haber puesto Phoebe tanto empeño en complicarle las cosas.

—Hola, Nicholas.

Se volvió y vio a Molly Somerville Tucker que se le acercaba. La mujer de Kevin no podía estar más lejos del prototipo de rubia despampanante casada con una estrella de la Liga Nacional de Fútbol. Tenía un cuerpo esbelto y firme, pero que tampoco era nada del otro mundo. Salvo por un par de ojos azul grisáceo algo achinados, ella y Phoebe guardaban escaso parecido físico. A él, decididamente le gustaba mucho más Molly que su hermana. La mujer de Kevin era lista y divertida, y resultaba fácil hablar con ella. En cierto modo le recordaba a ________, aunque ésta era más bajita y su mata de rizos rojizos no se parecía en nada a la melena castaña y lisa de Molly. No obstante, eran un par de listillas obstinadas, y no pensaba bajar la guardia ante ninguna de las dos.

Molly sostenía un bebé en un brazo, llamado Daniel John Tucker y de nueve meses de edad. De la otra mano llevaba a una niñita de pelo rizado. Nicholas se alegró de ver a Molly, le dejó indiferente ver al bebé y se sintió menos que complacido de ver a la cría de tres años. Afortunadamente, Victoria Phoebe Tucker tenía un objetivo más importante a la vista.

—¡Tía Phoebe! —Soltó la mano de su madre y corrió hacia la propietaria de los Stars todo lo rápido que podían llevarla sus diminutos pies, embutidos en relucientes botas de lluvia rojas. Las botas quedaban raras con su conjunto de shorts y top morados de lunares. Además, hacía dos semanas que no llovía, pero había sufrido en sus carnes la obstinación de Pippi Tucker y no culpaba a Molly por ser selectiva con las batallas que libraba.

En lo que era un caso de atracción entre iguales, Phoebe se levantó del banco de un brinco para saludar a la pequeña ladronzuela de pelo rizado.

—Hola, sinvergüenza.

—Adivina qué, tía Phoebe...

Nicholas desconectó de la niña al acercársele Molly. Ella le tocó el lateral del cuello.

—No aprecio marcas de mordiscos, de forma que vuestra reunión ha debido ir bien.

—Sigo vivo.

Ella se cambió el bebé de brazo.

—¿Y qué, ya has encontrado a la señora Jonas? ________ tiene esta extraña, y totalmente innecesaria, obsesión con la confidencialidad.

Él sonrió.

—Sigo buscando. —Agarró la manita llena de babas del bebé para cambiar de tema—. Eh, colega, ¿cómo va ese brazo de lanzador?

No se le daban especialmente bien los niños, y la criatura enterró la cara en el hombro de su madre.

—Nada de fútbol —dijo Molly—. Este va a ser escritor, como yo. ¿A que sí, Danny? —Molly besó al bebé en la cabeza y frunció el entrecejo—. ¿Has hablado hoy con ________?

—No, ¿por qué? —Con el rabillo del ojo vio a Phoebe sonreír amorosamente a Pippi. Deseó que aunque fuera por una vez le dirigiera a él una sonrisa la mitad de auténtica.

—Llevo todo el día intentando contactar con ella —dijo Molly —pero no funciona ninguno de sus teléfonos. Si por casualidad te llama, dile que quiero hablar con ella sobre la gran velada de mañana al mediodía.

—A la una. —Phoebe habló por encima de los rubios rizos de Pippi—. ¿Sabe ya que hemos cambiado la hora?

Nicholas se quedó paralizado. ¿Una fiesta? Ésta era justo la ocasión que estaba esperando.

—Ojalá me acordara —dijo Molly—. Pero tengo una entrega y he estado un poco distraída.

Los Tucker y los Calebow se reunían constantemente, pero Nick no había recibido nunca una invitación, por más veces que hubiera explicado a Kevin la falta que le hacía. Nicholas quería una oportunidad para estar con Phoebe fuera del campo de batalla, y una reunión social informal era la oportunidad perfecta. Tal vez si no estuvieran discutiendo por un contrato, ella se daría cuenta de que en general era un tipo decente. A lo largo de los años, había intentado organizar una docena de comidas y cenas, pero ella se escabullía por sistema, en general con algún sarcasmo sobre comida envenenada. Ahora Molly daba una fiesta, y había invitado a _______. A quien no había invitado era a él.

A lo mejor era una cosa sólo-para-chicas. O a lo mejor no.

Sólo había una forma de averiguarlo.

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ana_pau
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Mensaje por chelis Miér 20 Mar 2013, 6:15 pm

Y SOLO POR ESO LLAMA A ___!!!!.. PARA QUE LO LLEVE CON EL???
AAAARRGGG QUE MALO ES ESE CHICO!!!... MUYYY MALOOOOO
chelis
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Mensaje por chelis Miér 20 Mar 2013, 6:15 pm

PON OOTROOOO
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Mensaje por chelis Miér 20 Mar 2013, 6:15 pm

:ilusion: PORFIIISSS
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Mensaje por chelis Miér 20 Mar 2013, 6:16 pm

:ilusion:
chelis
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Mensaje por chelis Miér 20 Mar 2013, 6:16 pm

:ilusion:
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Mensaje por ana_pau Mar 02 Abr 2013, 6:40 pm

Hola unicornias como estan esoero que vien y lo siento por no haber subido caps pero esque me fui de vacaciones por una semana y desde el celular no se puede subir asi que espero que me perdonen. Bueno cambiando de tema ya vieron y escucharon pompoms :love: es hermosa :ilusion: y mas cuando baila el nicho yo estaba asi deque :imdead: es perfecto los tres bueno si no han visto pompoms les dejo el link para que cada vez que se termine se repita para tener mas visitas :D :http://www.youtubereplay.net/watch?v=AHitulGaS9k
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7
—Esta mujer no tiene ni puta idea de llevar un negocio —gruñó Nick, mientras Bodie iba zumbando por el carril de adelantamiento del peaje de la York Road en dirección este para coger la autopista Eisenhower—. Ninguno de sus números da línea. Tendremos que encontrarla.

—Por mí está bien —dijo Bodie—. Tengo un montón de tiempo de aquí a mi cita de esta noche.

Nick llamó a su despacho, consiguió la dirección de _______ y cuarenta y cinco minutos más tarde se detenían delante de una casita como de mona de Pascua pintada de azul y lavanda, encajonada entre dos casas de aspecto muy caro.

—Parece el nidito de amor de la pequeña Bo Peep —dijo mientras Bodie subía el coche a la acera.

—La puerta principal está abierta, así que está en casa. —Bodie examinó la construcción—. Voy a acercarme a Earwax a pillar un poco de café mientras tú te peleas con ella. ¿Quieres que te traiga algo de vuelta?

Nick sacudió la cabeza. Earwax era una cafetería enrollada de la avenida Milwaukee que se había convertido en toda una institución en Wicker Park. Bodie, con su cabeza rapada y sus tatuajes, encajaba allí perfectamente, aunque lo mismo podía decirse de cualquiera. Bodie se fue con el coche y Nick cruzó la vieja verja de forja que daba paso a una extensión de césped, tamaño felpudo, cubierta de pendejuelo recién cortado. Oyó la voz de _______ antes incluso de llegar a la puerta.

—Estoy haciendo todo lo que puedo, señor Bronicki.

—Esta última era demasiado vieja —replicó una voz cascada.

—Es casi diez años más joven que usted.

—Setenta y un años. Demasiado vieja.

Nick se detuvo en el umbral de la puerta abierta y vio a _______ de pie en mitad de una habitación alegre, azul y amarilla, que parecía hacer las veces de zona de recepción. Llevaba encima una camiseta blanca corta, un par de vaqueros a la altura de las caderas y chancletas arco iris. Se había recogido el pelo encima de la cabeza en una coletita rizada semejante al chorro de una ballena que la hacía parecerse a Pebbles Picapiedra, sólo que con mejor cuerpo.

Un viejo calvo con cejas muy pobladas la miraba enojado.

—Te dije que quería una dama sobre los treinta.

—Señor Bronicki, la mayoría de las mujeres en la treintena buscan un hombre de edad algo más cercana a la suya.

—Eso demuestra lo poco que sabes. A las mujeres les gustan los hombres mayores. Saben que es ahí donde está el dinero.

Nick sonrió: era la primera vez que disfrutaba en todo el día. En cuanto cruzó el umbral, _______ reparó en él. Sus ojos color miel se agrandaron como si un dinosaurio enorme y malo hubiera asomado por la puerta de la cueva de los Picapiedra.

—¿Nicholas? ¿Qué está haciendo aquí?

—Al parecer, no responde usted al teléfono.

—Ahora tratas de evitarme —intervino el viejo.

El peinado en chorro de ballena de _______ se agitó de indignación.

—No intentaba evitarle. Mire, señor Bronicki, tengo que hablar con el señor Jonas. Usted y yo podemos discutir esto en otro momento.

—No, de eso nada. —El señor Bronicki cruzó los brazos sobre el pecho—. Lo que intentas es librarte de ese contrato escabulléndote como una comadreja.

Nick hizo un gesto complaciente con la mano abierta.

—No se molesten por mí. Me quedaré aquí mirando.

Ella le dirigió una mirada de exasperación. Él borró la sonrisa de su rostro y se situó más cerca del sofá, lo que le daba una mejor visión de la blanca camiseta ajustada. Su mirada se deslizó por aquel par de estilizadas piernas hasta llegar a sus pies y finalmente a los dedos de sus pies, que tenían las uñas pintadas de morado con topitos blancos. Pebbles tenía su particular sentido de la elegancia.

Ella volvió a ocuparse de su anciano visitante.

—No me escabullo —dijo, airada—. Sucede que la señora Valerio es una mujer hermosa, y usted y ella tienen mucho en común

—Es demasiado vieja —volvió a la carga el hombre—. Garantía de satisfacción, ¿recuerdas? Eso es lo que decía el contrato, y mi sobrino es abogado.

—Como ya me ha dicho alguna vez.

—Y muy bueno. Estudió Derecho en una universidad de las mejores.

El destello acerado que asomó a los ojos de _______ no auguraba nada bueno para el pobre señor Bronicki.

—¿Tan buena como Harvard? —dijo en tono triunfal—. Porque allí es donde estudió el señor Jonas, y —clavó la mirada en él— resulta que él es mi abogado.

Nick arqueó una ceja.

El viejo le examinó con desconfianza, y las mejillas de _______ se redondearon en una sonrisa picara y malévola.

—Señor Bronicki, le presento a Nicholas Jonas, también conocido como la Pitón, pero no deje usted que eso le preocupe. Casi nunca manda a personas mayores a la cárcel. Nicholas, el señor Bronicki es un antiguo cliente de mi abuela.

—Aja.

El señor Bronicki pestañeó, pero se recuperó inmediatamente.

—Pues si es abogado, tal vez quiera usted explicarle cómo funciona un contrato.

_______ volvió a saltar de irritación.

—Según parece, el señor Bronicki cree que un contrato que firmó con mi abuela en 1986 sigue válido y que es mi deber cumplirlo.

—Decía que si no quedaba satisfecho me devolverían mi dinero —replicó el señor Bronicki—. Y no quedé satisfecho.

—¡Estuvo casado con la señora Bronicki quince años! —exclamó _______—. Yo diría que amortizó usted sus doscientos dólares.

—Ya se lo dije. Se me volvió loca. Ahora quiero otra.

Nick no sabía qué resultaba más gracioso, si las cejas convulsivas del señor Bronicki o la agitación indignada del chorro de ballena de Pebbles.

—¡No dirijo un supermercado! —Se volvió hacia Nick—. ¡Dígaselo!

En fin. Todo lo bueno llegaba a su fin. Adoptó la actitud de un abogado.

—Señor Bronicki, al parecer firmó usted su contrato con la abuela de la señorita Granger. Y dado que todo indica que los términos originales del acuerdo se cumplieron, me temo que carece usted de base legal para una reclamación.

—¿Cómo que carezco de base legal? Ya lo creo que tengo base legal. —Con las cejas dando brincos, empezó a fustigar a _______ con toda una sarta de agravios, ninguno de los cuales tenía nada que ver con ella. Y cuanto más despotricaba, menos gracia le hacía a Nick todo el asunto. No le gustaba que nadie más que él la intimidara.

—Ya basta —dijo por fin.

El anciano debió de comprender que Nick hablaba en serio, porque se detuvo a mitad de una frase. Nick se acercó, situándose entre Bronicki y _______.

—Si cree usted que tiene posibilidades, hable con su sobrino. Y de paso, pídale que le informe sobre las leyes contra el hostigamiento.

Las pobladas cejas cayeron como orugas moribundas, y la agresividad del viejo se disipó de inmediato.

—En ningún momento he hostigado a nadie.

—No es la impresión que yo tengo —dijo Nick.

—No era mi intención hostigarla. —Pareció encogerse aún más—. Sólo pretendía argumentar mi postura.

—Ya lo ha hecho —replicó Nick—. Ahora quizá sea mejor que se vaya.

Hundió los hombros y agachó la cabeza.

—Disculpa, _______ —dijo y salió por la puerta.

Un rizo suelto de _______ le azotó en la cara al volverse bruscamente hacia Nick.

—¡No hacía falta que fuera tan duro con él!

—¿Duro?

Ella salió al porche a la carrera, batiendo rítmicamente las láminas de madera del suelo con las chancletas.

—¡Señor Bronicki! ¡Señor Bronicki, espere! Si no vuelve a llamar a la señora Valerio para quedar, herirá sus sentimientos. Sé que no quiere hacer eso.

El respondió en tono acongojado.

—Lo dices sólo para enredarme.

Las chancletas batieron más suavemente escaleras abajo, y la voz de _______ se tornó melosa.

—¿Tan malo sería? Se lo pido por favor. Es una señora muy agradable, y usted le gusta mucho. Vuelva a quedar con ella para salir. Hágame ese favor.

Hubo una larga pausa.

—Está bien —repuso con un poco de su brío anterior—. Pero no pienso quedar con ella el sábado por la noche. Ése es el día que dan Iron Chef por la tele.

—Muy razonable.

_______ volvió a entrar, con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Nick la observó divertido.

—Desde luego, espero no tener que vérmelas nunca con usted en un ring de lucha libre.

Una arruga frunció el puente de su naricilla.

—Estuvo usted muy duro. Se siente solo, y discutir conmigo le da alguna esperanza. —Le miró con desconfianza—. ¿Qué está haciendo aquí?

—Sus teléfonos no funcionan.

—Claro que sí. —De pronto, se tapó la boca con la mano—. Ay, nooo...

—¿Se le olvidó pagar la factura?

—Sólo la del móvil. Estoy segura de que el otro funciona. —Desapareció por un arco abierto en un tabique. El la siguió hasta la oficina. Reproducciones de arte de calidad llenaban la larga pared tras la mesa de su ordenador. Reconoció un Chagall y una de las banderas americanas de Jasper Johns en blanco sobre blanco.

Ella levantó el auricular y, al no oír tono de llamada, puso cara de perplejidad. Nick recogió el cable que colgaba junto al obsoleto contestador negro.

—Funciona mejor cuando está conectado.

_______ volvió a enchufarlo.

—Intenté arreglarlo anoche.

—Buen trabajo. ¿Nunca ha oído hablar del servicio de mensajes de voz?

—Esto es más barato.

—Cuando se trate de mantenerse en contacto con los clientes, nunca economice.

—Tiene razón. Soy consciente de ello.

El hecho de que no intentara discutírselo le sorprendió. La mayoría de la gente se ponía a la defensiva cuando la pifiaba.

—No tengo por costumbre dejar de pagar mis facturas —dijo ella—. Creo que lo ocurrido con el móvil ha sido algo subconsciente. No nos llevamos bien.

—Tal vez le ayudara un consejo profesional.

—¿En qué universo puede parecerme buena idea permitir que mi madre me encuentre siempre que quiera? —Se dejó caer en la silla, con una expresión que era una divertida mezcla de indignación y pesadumbre—. Dígame que no está aquí porque ha cancelado su cita de esta noche con Raquel.

—No. Sigue en pie.

—¿Qué le trae, entonces?

—Una misión de buena voluntad. Hoy he visto a Molly en el cuartel general de los Stars, y me ha pedido que le recuerde lo de mañana. A la una.

—La fiesta... Casi se me había olvidado. —Irguió la cabeza, con la desconfianza asomando de nuevo a aquellos ojos de caramelo fundido—. ¿Ha venido en coche hasta aquí sólo para recordarme lo de la fiesta de Phoebe?

—¿La fiesta de Phoebe? Creía que era la de Molly.

—No.

Aquello era aún mejor. Cogió un pequeño conejo de peluche rosa que ella tenía encima del monitor del ordenador y lo examinó.

—¿Asiste a muchas fiestas en casa de los Calebow?

—A unas cuantas —dijo ella, lentamente—. ¿Por qué?

—Estaba pensando en acompañarla. —Le dio la vuelta al conector y le miró el cabo—. ¿O ya tiene acompañante?

—No, la verdad es que... —Se recostó en su silla del escritorio, abriendo mucho los ojos—. Vaya. Esto sí que es patético. Me quiere utilizar para llegar hasta Phoebe. No consigue que le inviten personalmente y va y me utiliza a mí.

—Viene a ser eso. —Volvió a colocar el conejito en su sitio.

—Ni siquiera se avergüenza.

—Es difícil que un representante se avergüence.

—No lo pillo. Phoebe y Dan invitan a sus fiestas a casi todo el mundo.

—Mis relaciones con ella están pasando por un periodo algo conflictivo, eso es todo. Necesito suavizar un poco las cosas.

—¿Y supone que podrá hacerlo en una fiesta?

—Me figuro que estará más relajada en una reunión social.

—¿Cuánto dura este periodo conflictivo?

—Unos siete años.

—Caramba.

El examinó el póster de Jasper Johns.

—Me pasé de agresivo en nuestros primeros contactos, y la dejé a ella en mal lugar. Le he pedido disculpas, pero parece que le cuesta superarlo.

—No estoy segura de que ésta sea la mejor manera de solucionar sus problemas con ella.

—A ver, ________. ¿Está dispuesta a ayudarme, o no?

—Es sólo que...

—Muy bien —dijo él bruscamente—. No paso por alto que tenemos distintas concepciones sobre la forma de llevar un negocio. A mí me gusta complacer a mis clientes, y a usted le da lo mismo. Claro que tal vez prefiera limitar su actividad a la tercera edad.

Ella se puso en pie de un brinco, con el chorro de ballena temblándole.

—Vale. ¿Quiere venir a la fiesta conmigo mañana? Pues adelante.

—Estupendo. Pasaré a recogerla a mediodía. ¿Cómo hay que ir vestido?

—Estoy tentada de decirle que de etiqueta.

—O sea, que informal. —Vio por la ventana a Bodie subiendo el coche a la acera. Apoyó la cadera en una esquina del escritorio—. No le digamos a Phoebe que yo le pedí que me llevara. Dígale simplemente que cree que trabajo demasiado últimamente y que necesito relajarme un poco antes de ver a todas esas mujeres que tiene en cartera para mí.

—Phoebe no es tonta. ¿En serio cree que va a tragarse eso?

—Lo hará, si se muestra usted convincente. —Se enderezó y se dirigió a la puerta—. La gente que triunfa crea su propia realidad, _______. Coja la pelota y métase en el partido.

Antes de que pudiera responderle que ya estaba jugando lo mejor que sabía, él avanzaba por su vereda hacia la verja. Ella se llegó hasta la puerta de entrada y la cerró a su espalda. Una vez más, la había sorprendido en sus peores momentos: sin maquillar, con sus teléfonos fuera de servicio y discutiendo con el señor Bronicki. El lado bueno del asunto era que por la noche, en comparación, Rachel iba a parecerle una maravilla.

_______ se preguntó si se acostarían juntos. La idea la deprimió de manera considerable. Se encaminó a la cocina y se sirvió un vaso de té helado que llevó de vuelta al despacho, donde llamó a John Nager para ver cómo había ido la cita que le concertó para comer.

—Estaba resfriada, _______. Una congestión evidente.

—John, las mujeres vienen con gérmenes.

—Es una cuestión de grados.

Se preguntó cómo se las arreglaría Nick con un cliente hipocondríaco.

—Ella quiere volver a verle —dijo—, pero si no está usted interesado tengo otros clientes que sí lo estarán.

—Bueno... Es muy guapa.

—Y tiene gérmenes, como todas las mujeres con las que le he citado. ¿Puede usted asumirlo?

Finalmente John decidió darle otra oportunidad. Ella sacó la aspiradora y la pasó sin entusiasmo por el piso de abajo, luego llenó una jarra de agua para regar la colección de violetas africanas de Nana. Mientras añadía unas gotas de fertilizante, consideró la posibilidad de concertar una cita entre la señora Porter y el señor Clemens. Los dos eran viudos en la setentena, otros dos clientes de Nana que no acababa de quitarse de encima. La señora Porter era negra y el señor Clemens blanco, lo que podía suponer un problema para sus familias, pero _______ había percibido mucho interés cuando se los encontró en la tienda de ultramarinos, y a los dos les encantaban los bolos. Llevó la jarra a su despacho. ¿Se libraría alguna vez de todos aquellos ancianos? Por más veces que les explicara que Bodas Myrna había cerrado, seguían dejándose caer.

Lo que es peor, esperaban que siguiera cobrándoles las tarifas de Nana.

Cuando terminó con las violetas africanas, se sentó a revisar las facturas. Gracias al cheque de Nick, había liquidado la mayor parte. El día antes había llamado a Melanie para saber si le interesaría firmar como clientes, lo que la obligó a aclarar su verdadera ocupación. Afortunadamente, Melanie tenía sentido del humor, y pareció interesada. Las cosas iban a mejor.

En el reloj de la Sirenita de su escritorio iban pasando los minutos. Nicholas estaría recogiendo a Rachel en aquellos momentos. Iba a llevarla a Tru, donde servían el caviar en una escalera de cristal en miniatura y una cena para dos podía salir fácilmente por cuatrocientos dólares. Ella no había estado, pero lo había leído.

Pensó en pasarse por un par de cafeterías de las proximidades a repartir tarjetas, pero no tenía energías suficientes para cambiarse de ropa. Viernes por la noche. Ninguna cita interesante. Ninguna perspectiva de citas interesantes. La casamentera necesitaba una casamentera. Quería casarse, quería una familia, un trabajo que le apasionara... ¿Era pedirle demasiado a la vida? Pero ¿cómo iba a encontrar nunca un hombre para sí misma si tenía que estar siempre cediendo los mejores? No es que Nick fuera el mejor. Era un marido en potencia sólo en su propia cabeza. No, eso no era del todo justo. Lo que hacía, lo hacía bien, y dedicaría al matrimonio sus mejores esfuerzos. Que eso resultase suficiente aún estaba por ver. Gracias a Dios, no era problema suyo.

Sacó la película de Esperando a Guffman, entonces recordó que era de Rob y prefirió ver Ponte en mi lugar. Acababa de llegar a la parte en que Jamie Lee Curtis y su hija se intercambian los cuerpos cuando sonó el teléfono.

—_______, soy Rachel.

Le dio al botón de stop.

—¿Qué tal va?

—Se me está haciendo muy cuesta arriba.

—¿Por qué dices eso? ¿Desde dónde llamas?

—Desde el servicio de señoras de Tru. La cita no funciona. No lo entiendo. Nicholas y yo lo pasamos tan bien juntos el día que nos presentaste... ¿te acuerdas? Pero ahora parece que no hay ángel.

—Sabía que pasaría esto. Lleva toda la noche pegado al móvil, ¿es eso?

—No ha cogido una sola llamada. En realidad, se ha portado como un auténtico caballero. Pero los dos tenemos que esforzarnos mucho para mantener viva la conversación.

—Se ha pasado de viaje toda la semana. Puede que esté cansado.

—No creo que sea eso. Es sólo que... no está pasando nada. Estoy realmente decepcionada. La primera vez sentí que saltaban chispas. ¿Tú no?

—Decididamente. Pregúntale por su trabajo. O sobre béisbol. Es hincha de los Sox. Pero sigue intentándolo.

Rachel dijo que lo haría, pero no parecía optimista, y cuando _______ colgó el teléfono, se sintió desanimada... y aliviada.

Razón de más para deprimirse.

8
Las palomas se agolpaban en el interior de los apliques enrejados encima de las puertas. El bar, situado en un antiguo almacén muy cerca de la avenida del Norte, se llamaba Suey, y el rótulo mostraba un enorme cerdo rojo con una gorra de camionero.

—Encantador —dijo Portia arrastrando las sílabas.

Bodie le dirigió una sonrisa chulesca y descerebrada que armonizaba a la perfección con su amenazadora cabeza rapada, sus tatuajes intimidantes y sus músculos de matón.

—Sabía que le gustaría.

—Estaba siendo sarcástica.

—¿Por qué?

—Porque esto es un bar de deportes.

—¿No le gustan los bares de deportes? Qué raro. —Le aguantó la puerta abierta.

Ella elevó los ojos al cielo y le siguió al interior. El local era amplísimo y ruidoso, con un olor a cerveza rancia, patatas fritas y loción para después del afeitado, rematado todo con colonia de gimnasio. El bar daba paso a una sala más grande con mesas, juegos y paredes de bloques de hormigón que exhibían los logos de los equipos de Chicago. Entrevio al fondo un espacio aún mayor que contenía taquillas de metal y una pista de voley-playa delimitada por una valla de plástico naranja. Muñecas hinchables, placas de marcas de cerveza y espadas de luz de La guerra de las galaxias colgaban de las vigas vistas. Todo muy de chicos. Gracias a Dios, no era la clase de lugar que frecuentarían sus amistades.

Se había vestido informalmente para la velada, desenterrando viejo par de pantalones de algodón holgados, un cuerpo azul mano ajustado con sujetador incorporado, y sandalias planas. Incluso había sustituido sus pendientes de diamantes por sencillos aretes de plata. Siguió a Bodie a través de un bullicioso grupo de veinteañeros que hacía caso omiso del sonido de fondo de los televiso-res mientras tomaban chupitos de tequila. A medida que la gente les abría paso, tomó conciencia de cómo miraban a Bodie las mujeres. Algunas le saludaban por su nombre. Los hombres muy musculosos tendían siempre a vestirse con desaliño, pero el polo marrón café y los chinos que llevaba no podían sentarle mejor, y no había mujer en el local que no se hubiera percatado.

Ella le seguía pegada a su espalda, que era lo bastante ancha para impedir que la gente se tropezase con ella, y se dejó conducir hasta una mesa con magníficas vistas del toro mecánico y la pista de voleibol en la sala contigua. Tuvo la impresión de que pedir vino o un combinado era arriesgarse mucho, de forma que se decidió por una cerveza suave, pero pidió que se la trajeran en la botella. Estaría más protegida si caía porquería del techo.

Bodie volvió enseguida con otra cerveza para él y se puso a estudiarla descaradamente.

—¿Cuántos años tiene?

—Suficientes para saber que ésta es la peor cita de mi vida.

—Es difícil de adivinar con mujeres como usted. Tiene la piel estupenda, pero los ojos de mujer mayor.

—¿Algo más? —preguntó con frialdad.

—Yo calculo que cuarenta y tres o cuarenta y cuatro.

—Tengo treinta y siete —replicó ella al instante.

—No, yo tengo treinta y siete. Usted tiene cuarenta y dos. Me he informado un poco.

—¿Por qué lo ha preguntado, entonces?

—Quería ver si se delata cuando miente. —Sus ojos de un gris azulado chisporroteaban de diversión—. Ahora ya lo sé.

Ella se resistió a morder el anzuelo.

—¿Ya hemos acabado con la cita?

—No ha hecho más que empezar. Creo que deberíamos esperar a después de jugar para cenar, ¿no le parece?

—¿Jugar?

Señaló con un movimiento de la cabeza a la pista de voleibol.

—Tenemos partido dentro de cuarenta minutos.

—Ah, vale. Eso será justo después de que yo me vaya, ¿no?

—Ya nos he apuntado. Tiene que jugar.

—Ni pensarlo.

—Debí avisarle de que trajera pantalón corto.

—Seguro que tenía muchos otros asuntos de importancia en que pensar.

Él sonrió.

—Es usted una puta muy guapa.

—Muchas gracias.

La sonrisa de él se hizo más amplia, y ella sintió un cosquilleo en la piel. De nuevo, consideró la posibilidad de que no fuera tan idiota como parecía.

—Decididamente, una rompepelotas —dijo él—. Hoy es mi día de suerte. —Trató de apartarse cuando se inclinó hacia ella, pero, cuando le rozó la garganta con la punta del dedo, un pequeño espasmo le recorrió la piel—. Usted y yo lo vamos a pasar en grande juntos... mientras yo mantenga ese collar de perro bien abrochado en torno a su cuello.

Sintió otra sacudida en sus terminales nerviosas, y miró hacia otro lado. Afortunadamente, tres hombres que llevaban un rato en el bar eligieron aquel momento para acercarse. Todos eran jóvenes y respetuosos. Bodie la presentó, pero sólo les interesaba él. Se enteró de que había sido futbolista profesional, y mientras los hombres hablaban de deporte experimentó la rara, que no inconveniente, sensación de ser invisible. Se permitió relajarse un poco. Cuando los jóvenes les dejaron, no obstante, supo que era el momento de hacerse con el control.

—Hábleme de usted, Bodie. ¿De dónde es?

Él la observó, casi como si estuviera decidiendo cuánto estaba dispuesto a revelarle.

—De un puntito en el mapa en el sur de Illinois.

—Un chico de pueblo.

—Podría decirse que sí. Crecí en un párking de caravanas donde era el único niño. —Dio un trago a su cerveza—. Mi dormitorio daba a un basurero.

Que tenía un pasado difícil saltaba a la vista, de modo que a ella no le sorprendió.

—¿Qué me dice de sus padres?

—Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años, y mi padre era un borrachín bastante guapo que tenía gancho con las mujeres, créame, crecí con un montón de ellas pululando alrededor.

Era todo tan sórdido que Portia deseó no haber preguntado. Pensó en su ex marido, con su linaje impecable, en las docenas de hombres con quienes había salido a lo largo de los años, algunos de ellos hechos a sí mismos, pero todos refinados y de irreprochables modales. Y sin embargo allí estaba, en un bar de deportistas con un hombre cuyo aspecto inducía a creer que se había ganado la vida cargando cadáveres en maleteros de coche. Una señal más de que su vida había virado y se alejaba de ella.

Bodie se excusó un momento, y aprovechó para comprobar su móvil. Tenía un mensaje de Juanita Brooks, la directora de la Promotora Comunitaria de la Pequeña Empresa. Portia respondió de inmediato. Apuntarse de voluntaria en la PCPE la había ayudado a llenar el hueco que el divorcio dejó en su vida. Aunque nunca se lo confesaría a nadie, ansiaba una validación —comprobar que era la mejor—, y apadrinar a esas nuevas empresarias se la estaba pro-porcionando. Tenía tantos conocimientos ganados a pulso que ofrecer... Con sólo que le hicieran caso.

—Portia, he estado hablando con Mary Churso —dijo Juanita—. Sé que te hacía ilusión ser su asesora, pero... ha pedido que le asignen a otra.

—¿A otra? Pero no puede ser. Con todo el tiempo que le he dedicado. Lo duro que he trabajado. ¿Cómo ha podido hacer tal cosa?

—Creo que se sentía un poco intimidada por ti —dijo Juanita—. Igual que las otras. —Vaciló un instante—. Portia, te agradezco tu compromiso. Te lo digo de corazón. Pero la mayor parte de las mujeres que acuden a nosotras necesitan un apoyo algo más amable. —Portia escuchó, incrédula, mientras Juanita explicaba que no se le ocurría nadie más en aquel momento con quien Ponerla a trabajar, pero que si aparecía alguien «especial» se lo haría saber. Luego colgó.

Portia no podía creerlo. Se sentía como si un puño gigante la hubiera estrujado hasta expulsar todo el aire de sus pulmones. ¿Cómo Podía Juanita privarla de esto? Combatió su pánico con ira. Aquella mujer era una pésima administradora. La peor. En realidad, la había despedido por esperar lo máximo de esas mujeres en vez de mostrarse condescendiente con ellas.

Justo en aquel momento reapareció Bodie. Era exactamente la distracción que necesitaba, y enfundó sin dilación el móvil en su bolso para observarle acercarse. Su camiseta blanca se amoldaba a su pecho, y su atlético pantalón corto exponía la poderosa musculatura de sus piernas, en una de las cuales tenía una cicatriz larga y fruncida. Se sobresaltó al sentir que sus sentidos se aceleraban.

—Empieza el espectáculo. —La cogió de la mano para hacerla levantarse.

Juanita la había dejado tan descolocada que había olvidado el asunto del partido.

—No pienso hacerlo.

—Claro que sí. —Él ignoró sus protestas y la arrastró hacia la pista de voleibol—. Eh, tíos, ésta es Portia. Juega al voley profesional en la Costa Oeste.

—Hola, Portia.

Todos los jugadores, salvo dos, eran hombres. Una de las mujeres llevaba shorts y parecía tomarse la cosa en serio. La otra iba vestida de calle y también tenía aspecto de que la hubieran liado para jugar a su pesar. Portia no soportaba hacer cosas que no se le dieran muy bien. No había jugado al voleibol desde su primer año de universidad, y el único aspecto del juego que llegó a dominar un poco era el servicio.

Bodie deslizó sus dedos por la parte de atrás de su cuello y le apretó lo justo para recordarle su comentario sobre el collar de perro.

—Sácate esas sandalias y muéstranos de lo que eres capaz.

Él no la creía capaz. Esto era una prueba, y él esperaba que fallara. Pues bien, no iba a hacerlo. Otra vez no. No después de lo que acababa de ocurrir con Juanita. Se deshizo de las sandalias de dos patadas y se metió en la arena. Él inclinó la cabeza —¿una muestra de respeto?— y se volvió para hablar con otro jugador.

La pelota no le pasó cerca hasta pasados varios minutos del inicio del partido, cuando le dio de lleno en el pecho. No pudo colocarse debajo, y la empujó a la red. Conforme rebotaba, Bodie se tiró de cabeza a por ella, lanzando al aire una estela de arena y consiguiendo de algún modo enviarla hacia arriba y por encima de red. Era un atleta asombroso, intensamente físico, rápido e intimidante. También era un jugador de equipo, que colocaba la pelota para los demás en lugar de acapararla. Portia se esforzaba, pero, aparte de marcar un tanto de saque, fue un paquete. A pesar de todo, con Bodie al quite junto a ella, su equipo ganó los dos partidos y al celebrarlo con los demás sintió una extraña euforia. Hubiera querido que Juanita Brooks —que todo el mundo en la PCPE— la viera entonces.

Se lavó lo mejor que pudo en los servicios, pero sólo con una ducha se quitaría la arenilla que se le había metido en el pelo y entre los dedos de los pies. Volvió a la mesa al tiempo que Bodie reaparecía con su ropa de calle. El bar no tenía duchas, así que no se entendía que oliera tan bien, a agradable esfuerzo masculino, jabón de pino y ropa limpia. Cuando agarró su silla, la manga de su camisa de punto se deslizó bíceps arriba, revelando algo más del intrincado tatuaje tribal que lo rodeaba. Él le sonrió.

—Lo ha hecho de pena.

Nadie más iba a hacerle sentirse mal esa noche.

—Mira, ahora has herido mis sentimientos —dijo con voz zalamera.

—Dios, no veo el momento de llevarte a la cama.

Otra de esas turbadoras descargas la estremeció. Agarró la cerveza que él le había pedido y le dio un sorbo, pero estaba demasiado tibia para enfriarla.

—Estás dando mucho por sentado.

—No tanto. —Se inclinó hacia ella—. ¿Cómo si no vas a estar segura de que no voy a irme de la lengua con Nick? Es de lo más curioso, pero no hay manera, no consigo olvidar ese pequeño episodio de espionaje.

—¿Me estás chantajeando por sexo?

—¿Por qué no? —El se recostó en la silla con una sonrisa canalla- . Te dará una buena excusa para hacer lo que de todas formas estás deseando.

Si otro hombre le hubiera soltado semejante frase, se le habría reído en la cara, pero el estómago se le encogió. Tenía la singularísima sensación de que Bodie sabía algo de ella que el resto de la gente no entendía, que tal vez incluso a ella se le había escapado.

—Te engañas a ti mismo.

El se frotó los nudillos.

—No hay nada que me guste más que dominar sexualmente a una mujer fuerte.

Ella apretó los dedos alrededor de la botella, no porque se sintiera amenazada —él se estaba divirtiendo demasiado— sino porque sus palabras la excitaban.

—Tal vez deberías hablar con un psiquiatra.

—¿Y echar a perder nuestra diversión? Me parece que no.

Nadie jugaba nunca con ella a juegos sexuales. Cruzó las piernas y le brindó una sonrisa desganada.

—Hombrecillo iluso.

El se inclinó hacia delante y le susurró en el lóbulo de la oreja:

—Una noche de éstas te voy a hacer pagar por eso. —Y luego la mordió.

Ella soltó un gruñido, no de dolor —no le estaba haciendo daño, en realidad—, sino por una perturbadora excitación. Afortunadamente, uno de los hombres con que habían jugado al voleibol se acercó a la mesa, de forma que Bodie tuvo que apartarse, dándole ocasión de recuperar la serenidad.

Poco después les trajeron la comida. Bodie la había pedido sin consultarle, y luego aún tuvo la cara dura de reñirle por no comer.

—Pero si no llegas a hincarle el diente a nada. Sólo pasas la lengua. No me extraña que estés tan escuálida.

—Demonio con pico de oro.

—Bueno, mientras sigas abriendo la boca... —Le coló una patata frita. Ella se recreó en la impresión de la grasa y la sal, pero se apartó cuando le ofreció otra. Más jugadores de voleibol se detuvieron junto a la mesa. Mientras Bodie charlaba con ellos, ella pasó revista en un gesto automático a las mujeres del bar. Había varias bastante hermosas, y sintió el impulso de darles su tarjeta, pero le falló la motivación para levantarse. La presencia de Bodie había absorbido el oxígeno del lugar, dejando el aire demasiado enrarecido para que pudiera respirar.

Para cuando abandonaron el bar y entraron en el vestíbulo de su edificio, estaba casi mareada de deseo. Ensayó mentalmente la forma en que iba a vérselas con él. El sabía perfectamente el efecto que estaba causando en ella, así que evidentemente esperaba que le invitara a subir. No lo haría, pero él se metería en el ascensor igualmente, y ella reaccionaría con una actitud divertida y tranquila. Perfecto.

Pero Bodie Gray le tenía reservada una sorpresa más.

—Buenas noches, cañonera.

Sin más que un beso en la frente, se alejó caminando.

***

El sábado por la mañana, _______ se levantó temprano y salió hacia Roscoe Village, un antiguo refugio de traficantes de droga que se había aburguesado a principios del siglo XX. Ahora era un coqueto barrio de casas restauradas y tiendas encantadoras que respiraba cierto ambiente de pueblo. Tenía cita con la hija de uno de los antiguos vecinos de Nana en su despacho de arquitectura, que daba directamente a Roscoe Street. Había oído decir que era una mujer de excepcional belleza, y quería conocerla en persona para ver si podía hacer buena pareja con Nick.

Se encontró con que la mujer era preciosa, pero casi tan hiperactiva como él, una receta infalible para el desastre. _______ consideró no obstante que podía ser una buena candidata para algún otro, y decidió tenerla presente.

Una punzada de hambre le recordó que no había tenido tiempo de desayunar. Como Nick no iba a recogerla hasta las doce, cruzó la calle para dirigirse a Victory's Banner, una alegre cafetería vegetariana de tamaño bolsillo, regentada por seguidores de un maestro espiritual hindú. En vez de un desfasado interior con olor a incienso, Victory's Banner lucía paredes de azul mediterráneo, luminosas banquetas amarillas y mesas en blanco tiza que combinaban con las cortinas. Se sentó a una mesa vacía y se dispuso a pedir uno de sus platos favoritos, tostada casera con mantequilla de melocotón y auténtico sirope de arce, pero la distrajo una bandeja de dorados gofres belgas que pasó a su lado. Al final, se decidió por unas crepés de manzana y nueces.

Cuando daba el primer sorbo a su café, se abrió al fondo la puerta de los servicios, y apareció una cara conocida. A _______ se le cayó el alma a los pies. La mujer habría resultado alta aun sin sus sandalias de tafilete de tacón alto. Era ancha de espaldas e iba bien vestida, con pantalones sueltos de tela blanca fruncida y una blusa coralina de manga corta que complementaba el pelo castaño claro que le caía hasta los hombros. Estaba maquillada con esmero, con una sutil sombra de ojos que resaltaba sus familiares ojos oscuros.

La cafetería era demasiado pequeña para esconderse, y Rosemary Kimble reparó en _______ de inmediato. Aferró su bolso de esterilla con más fuerza. Tenía las manos grandes y fuertes, con las uñas largas y pintadas de color caramelo, y tres pulseras de oro le adornaban la muñeca. Hacía casi seis meses desde que _______ la había visto por última vez. Rosemary tenía la cara más delgada y las caderas más rellenas. Se acercó a la mesa y _______ experimentó una mezcla de emociones encontradas que no le era en absoluto desconocida: ira y traición, compasión y repulsa... una dolorosa ternura.

Rosemary se cambió el bolso de mano y habló con su voz grave y melodiosa.

—Acabo de desayunar, pero... ¿te importa si te acompaño?

«Sí, me importa», tuvo ganas de decir _______, pero luego se habría sentido culpable, de forma que señaló con un leve movimiento de cabeza la silla de enfrente. Rosemary se acomodó el bolso en el regazo, pidió un té chai helado y empezó a juguetear con una pulsera.

—Me han llegado rumores de que te has hecho con un cliente de postín.

—La cotilla de Molly...

Rosemary le dirigió una sonrisa mustia.

—No me llamas, no me escribes... Molly es mi única fuente de información. Está siendo una buena amiga.

...Al contrario que _______. Se concentró en su café. Finalmente, Rosemary rompió el incómodo silencio.

—¿Y qué tal está Kate la Tornado últimamente?

—Interfiriendo, como siempre. Quiere que me saque un título de contabilidad.

—Se preocupa por ti.

_______ dejó su taza en el plato con demasiado ímpetu, y el café salpicó por encima del borde de la taza.

—No me puedo figurar el porqué.

—No trates de echarme la culpa de todos tus problemas con Kate. Te ha vuelto loca toda la vida.

—Sí, bueno, nuestra situación no es que ayudara, precisamente.

—No, es cierto —dijo Rosemary.

_______ había esperado casi una semana desde que su mundo se viniera abajo antes de llamar a su madre, con la esperanza de poder entonces anunciar las nuevas sin echarse a llorar.

«Rob y yo hemos anulado nuestro compromiso, mamá.» Todavía recordaba el chillido de su madre. «¿De qué estás hablando?»

«Que no vamos a casarnos.»

«Pero si sólo faltan dos meses para la boda. Y adoramos a Rob. Todos le queremos. Es el único hombre con que has salido que tiene la cabeza sobre los hombros. Os complementáis a la perfección.» «Parece que demasiado. Te vas a morir de risa. —Se le hizo un nudo en la garganta—. Resulta que Rob es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.»

«_______, ¿has bebido?»

________ se lo explicó a su madre de la misma forma en que Rob se lo explicase a ella: que Rob se sentía mal en su cuerpo desde que tenía memoria; la crisis nerviosa que había sufrido un año antes de conocerse pero de la que nunca llegó a hablarle; que creyó que amarla a ella le curaría; y que al fin comprendió que no podía seguir viviendo si debía hacerlo como un hombre. Kate rompió a llorar y _______ lloró con ella. Se sintió estúpida por no haber sospechado la verdad, pero Rob había sido un amante bastante decente, y su vida sexual no estaba mal. Era resultón, divertido y sensible, pero no le había parecido afeminado. Nunca le sorprendió probándose su ropa o usando su maquillaje, y hasta aquella noche fatídica en que él se echó a llorar y le dijo que ya no podía seguir intentando ser alguien que no era, ella había dado por hecho que era el amor de su vida.

Mirando atrás, sí había habido algunas pistas: sus ataques de melancolía, alusiones frecuentes a una infancia desgraciada, preguntas extrañas sobre las experiencias de _______ al crecer siendo una niña. Ella se había sentido halagada por la atención que prestaba a sus opiniones, y contó a sus amistades lo afortunada que era por estar prometida a alguien que se interesaba tanto por ella como persona. Ni una sola vez se le pasó por la cabeza que él estaba reuniendo información, contrastando sus propias experiencias con las de ella de cara a tomar su decisión definitiva. Después de anunciarle la devastadora noticia, le dijo que la seguía queriendo igual que siempre. Ella le preguntó entre lágrimas de qué esperaba que le sirviera eso.

Ya había sido bastante doloroso que sus sueños se hicieran añicos, pero además tuvo que pasar por la humillación de contárselo a sus parientes y amigos.

«¿Os acordáis de Rob, mi ex prometido? No os lo vais a creer...» Por más que lo intentara, no conseguía superar lo que había acabado denominando para sus adentros el «factor repulsa». Había hecho el amor con un hombre que quería ser una mujer. No hallaba consuelo en sus explicaciones de que identidad de género y sexualidad eran dos asuntos diferentes. Él sabía que aquella monstruosidad pendía sobre ellos cuando se enamoraron, pero no había dicho una palabra del tema hasta la tarde en que ella se probó el traje de novia. Aquella misma noche se administró su primera dosis de estrógenos, dando comienzo a su transformación de Rob en Rosemary.

Habían transcurrido casi dos años desde entonces, y _______ aún no había superado la sensación de haber sido traicionada. Al mismo tiempo, no podía fingir indiferencia.

—¿Cómo va el trabajo? —Rosemary llevaba desde hacía muchísimo tiempo la dirección de márketing de la editorial de Molly, Birdcage Press. Molly y ella habían trabajado hombro con hombro para abrir un mercado a la galardonada serie de libros infantiles «La conejita Dafne».

—La gente se va acostumbrando a mí, por fin.

—Estoy segura de que no ha sido fácil. —Durante algún tiempo, _______ había deseado que fuera difícil, que su antiguo amante sufriera, pero ya no sentía lo mismo. Ahora sólo quería olvidar.

La mujer que una vez fue su prometido la miró desde el otro lado de la mesa.

—Tan sólo quisiera...

—No lo digas.

—Eras mi mejor amiga, _______. Quiero recuperar eso.

El antiguo rencor rebrotó.

—Ya sé que quieres, pero no puede ser.

—¿Serviría de algo si te dijera que ya no me atraes sexualmente? Parece que las hormonas han hecho efecto en mí. Por primera vez en mi vida, he empezado a fijarme en los hombres. Se me hace muy raro.

—Qué me vas a contar a mí.

Rosemary rió, y _______ se las compuso para corresponder con una sonrisa, pero en la misma medida en que le deseaba lo mejor le era imposible ser su confidente. Su relación le había despojado de demasiadas cosas. No sólo había perdido la confianza en su capacidad para juzgar a la gente, sino además su seguridad en el terreno sexual. ¿Qué clase de perdedora podía estar inmersa en una relación íntima todo ese tiempo sin sospechar que algo raro pasaba?

Llegaron sus crepes. Rosemary se levantó y la miró con tristeza.

—Te dejo comer tranquila. Me alegro de haberte visto.

Lo más que acertó a responder _______ fue un quedo:

—Buena suerte.

***

—¿Phoebe y Dan la invitan a muchas de sus fiestas? —preguntó Nick unas horas más tarde, mientras giraba hacia la larga avenida arbolada que conducía al hogar de los Calebow. Un halcón volaba en círculos al sol del mediodía sobre el viejo huerto a su derecha, en el que las manzanas empezaban a cobrar un color rojo.

—A unas cuantas —repuso ella—. Pero claro, es que yo le caigo bien a Phoebe.

—Adelante, ríase, pero a mí no me hace gracia. He perdido unos cuantos clientes magníficos por este asunto.

—Mentiría si no le dijera que es agradable tenerle a mi merced para variar.

—No lo disfrute demasiado. Confío en que no vaya a echar esto a perder.

Ella temía haberlo hecho ya. Debería haber sido franca con él respecto a lo de hoy, pero siempre se ponía cabezona cuando un adicto al trabajo empezaba a darle órdenes: otro legado de su cruzainfancia.

Las ruedas traquetearon al r un estrecho puente de madera. Giraron por un recodo y una vieja alquería de piedra apareció a la vista. La propiedad de los Calebow, construida en la década de 1880, era una joya rústica en mitad de una próspera zona de expansión urbana descontrolada. Dan había comprado la casa en sus tiempos de soltería y, a medida que su familia fue creciendo Phoebe y él habían ido añadiendo alas, elevando el techo y ampliando el terreno. El resultado final era un desparrame de casa con mucho encanto, perfecta para una familia con cuatro hijos a los que criar.

Nick aparcó en la avenida junto al cuatro por cuatro de Molly que tenía pantallas con dibujos de Tigger sujetas con ventosas a los cristales. Echó el cuerpo a un lado para guardarse las llaves en el bolsillo de la cadera de sus pantalones deportivos caqui. Completaban el conjunto un polo de marca y otro de sus relojes TAG Heuer éste con correa marrón de piel de cocodrilo. _______ sintió que iba vestida un poco más sencillamente de la cuenta. Con sus shorts grises de punto ajustados con cordel, su camiseta aguamarina sin mangas y sus chancletas J. Crew.

Advirtió el preciso instante en que él se fijó en la multitud de globos rosas atados a la larga verja que rodeaba el porche delantero, de estilo tradicional.

El se volvió hacia ella muy despacio, como una pitón desenroscándose de cara al ataque.

—¿Qué clase de fiesta es ésta, exactamente?

Ella se mordió el labio inferior e intentó parecer adorable.

—Eh... Tiene gracia que lo pregunte...

Sus ojos severos le recordaron demasiado tarde a _______ que, cuando de negocios se trataba, él carecía de sentido del humor. Y tampoco es que lo hubiera olvidado.

—Nada de tonterías, ________. Dígame ahora mismo de qué va esto.

La pisotearía si trataba de escenificar una retirada, de modo que probó con cierto savoir faire desenfadado:

—Relájese y disfrute. Será divertido. —No sonó nada convincente, pero antes de que él pudiera estrangularla, apareció Molly en el porche de entrada con Pippi a su vera. Las dos lucían rutilantes diademas rosas, la de Pippi complementada con una túnica de princesa de color fresa y la de Molly con unos shorts ajustados amarillo limón y una camiseta de la conejita Dafne. La expresión ya severa de Nick se tornó aún más adusta.

Molly pareció perpleja al ver a Nick, y luego se echó a reír. Él le lanzó a ________ una mirada asesina, fingió una sonrisa postiza para Molly y salió del coche. ________ agarró su bolsa y le siguió. Desgraciadamente, el nudo que había empezado a formarse en su estómago salió con ella.

—¿Nicholas? No me lo puedo creer —dijo Molly—. Si ni siquiera he podido convencer a Kevin de que viniera hoy a echar una mano.

—No me digas —respondió él despacio—. Me ha invitado _______.

Molly la felicitó, pulgares hacia arriba.

—Fantástico.

_______ forzó una sonrisa.

Nick caminó hacia Molly, transmitiendo un aire de diversión que _______ sabía que no sentía.

—_______, no obstante, olvidó decirme a qué me estaba invitando exactamente.

—Uups... —Los ojos de Molly centellearon.

—Lo habría hecho si me lo hubiera preguntado. —Sus palabras sonaron falsas incluso a sus propios oídos, y él la ignoró.

Molly se inclinó hacia su hija.

—Pippi, cuéntale al señor Nick lo de nuestra fiesta.

La diadema de la pequeña se bamboleó al saltar dando un chillido que perforaba los tímpanos.

—¡La fiesta de las princesas!

—Qué me dices —dijo Nick arrastrando las sílabas. Muy despacio, se volvió a mirar a _________. Ella fingió observar una rosa trepadora a un lado del porche de entrada.

—Fue idea de Julie y de Tess —dijo Molly—. ________ se presentó voluntaria para echar una mano.

_______ pensó en explicar que Julie y Tess eran las hijas mayores de los Calebow, gemelas de quince años. Luego comprendió que Nick no necesitaría esa explicación. Habría asumido como parte de su trabajo enterarse de todo lo relativo a los cuatro hijos de Dan y Phoebe: las gemelas, Hannah, de doce años, y Andrew, de nueve. Probablemente, estaba al tanto de cuáles eran sus comidas favoritas y de cuándo se habían hecho la última revisión dental.

—Las gemelas se han apuntado voluntarias en un centro de asistencia diurna a familias sin recursos —prosiguió Molly—. Trabajan con niñas de cuatro y cinco años, supervisando actividades dirigidas a introducirlas en mates y ciencias. Querían organizar una fiesta para divertirse un poco.

—¡La fiesta de las princesas! —volvió a chillar Pippi, botando una y otra vez.

—No sabes lo contenta que estoy de que hayas venido —dijo Molly—. Tess y Julie se han despertado con fiebre esta mañana, así que hemos ido un poco de cabeza. Hannah va a echar una mano pero se involucra emocionalmente, con lo que no puedes confiar del todo en ella. He intentado llamar a Kevin para rogarle que lo reconsiderase, pero Dan y él se han llevado a los chicos no sé dónde y no cogen el teléfono. Verás cuando se enteren de quién les ha salvado.

—Es un placer. —Nick transmitía tal sinceridad que _______ le habría creído de no estar al tanto de la situación. No le extrañaba que fuera tan bueno en lo que hacía.

Oyeron el sonido de un motor y vieron acercarse un minibús amarillo. Molly se volvió hacia la puerta.

—¡Hannah, han llegado las niñas!

Al cabo de unos instantes, apareció Hannah Calebow, de doce años. Delgada y rara, se parecía más a su tía Molly que a Phoebe, su madre. Su pelo castaño claro, ojos expresivos y rasgos ligeramente asimétricos insinuaban la promesa de algo más interesante que una belleza convencional cuando creciera, aunque en este momento era difícil precisar el qué.

—Hola, _______ —dijo al aproximarse.

_______ devolvió el saludo, y Molly presentó a Nick mientras el minibús se detenía delante de la casa.

—_______, ¿por qué no vais Nick y tú a ayudar a Phoebe en el patio trasero mientras Hannah y yo nos encargamos de que bajen las niñas?

—Tal vez sea mejor que andéis con ojo cuando estéis con mamá —dijo Hannah con voz suave, ansiosa por agradar—. Está de un humor de perros, porque esta mañana Andrew le ha metido mano a la tarta.

—La cosa se pone cada vez mejor —masculló Nick. Y sin más, se dirigió al camino empedrado que rodeaba la casa por un lado. Caminaba tan deprisa que _______ tuvo que ir al trote para darle alcance.

—Supongo que le debo una disculpa —dijo—. Temo que me haya dejado llevar por...

—No diga ni una palabra —dijo en un tono que no presagiaba nada bueno— Me ha jodido a propósito, y no tenemos nada que decirnos.

Ella corrió a ponerse a su lado.

—No ha sido mi intención joderle. Pensé que...

—No gaste saliva. Quería hacerme quedar como un idiota.

Ella deseó que eso no fuera cierto, pero se temía que pudiera serlo. No como un idiota, exactamente. Simplemente, no tan seguro de sí mismo.

—Su reacción es claramente desproporcionada.

Fue entonces cuando la Pitón atacó.

—Está despedida.

Ella tropezó en una de las losas del camino. Su voz no había reflejado emoción alguna, ni un lamento por los buenos ratos y las risas compartidas, tan sólo una declaración lapidaria.

—Seguro que no lo dice en serio.

—Oh, ya lo creo que sí.

—¡Es una fiesta infantil! No pasa nada.

El se alejó sin añadir palabra.

Ella se quedó helada y en silencio a la sombra de un olmo viejo. Lo había vuelto a hacer. Una vez más, había dejado que su carácter impulsivo la arrastrara al desastre. Le conocía lo suficiente a estas alturas como para entender cuánto le molestaba verse puesto en desventaja. ¿Cómo pudo llegar a creer que encontraría esto divertido? Tal vez no lo había creído. Acaso la persona a la que había intentado sabotear en realidad era ella misma.

Su madre tenía razón. No podía ser una simple coincidencia que todo aquello a lo que _______ se aplicaba fracasara. ¿Creía en el fondo que no merecía el éxito? ¿Era ésa la razón de que todas sus empresas acabaran en desastre?

Se apoyó en el tronco del árbol y trató de no llorar.


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Match me if you can (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: Match me if you can (Nick y tu)

Mensaje por ana_pau Mar 02 Abr 2013, 6:43 pm

9
Nick estaba furioso. No le gustaba quedar como un idiota bajo ninguna circunstancia, pero especialmente en presencia de Phoebe Calebow. Y sin embargo ahí estaba, absolutamente fuera de su elemento. Si se hubiera tratado de una fiesta de adolescentes, no habría problema. Le gustaban los adolescentes. Se le daba bien hablar con ellos. Pero los niños pequeños —las niñas pequeñas— eran un misterio para él.

Su ira contra ________ iba en aumento. Le había parecido que engañarle de esta manera sería divertido, pero nada que tuviera que ver con Phoebe podía hacerle gracia. Cuando de negocios se trataba, no le gustaban las bromas. _______ lo sabía, pero había decidido ponerle a prueba, y se vio forzado a cortarle las alas. No iba a dejar que eso le remordiera la conciencia, además. El sentimentalismo y el remordimiento eran cosa de perdedores.

Centró su atención en el patio trasero de los Calebow, con su piscina, sus altos árboles y su amplia y bien aprovechada explanada, todo ello pensado para una gran familia. Esa tarde, estaba lleno de vaporosos colgajos rosas: colgaban de los árboles, rodeaban la zona enlosada y cubrían la estructura de barras de los niños. Festoneaban igualmente las diminutas mesas en que globos rosas oscilaban al soplo de la brisa sobre el respaldo de cada sillita. Cajas de cartón rosa rebosaban de vestidos centelleantes como el que llevaba Pippi Tucker, y en un carrito rosa abollado se apilaban zapatillas de plástico. Falsas joyas rosas decoraban una silla en forma de trono situada en el centro del patio. Sólo la piñata en forma de dragón verde que se balanceaba bajo la rama de un arce se había librado de la plaga rosa.

Siempre se había sentido bien en su piel, pero ahora se sentía raro y fuera de lugar. Miró hacia la piscina y experimentó una chispa de esperanza. En una piscina estaría como en casa. Desgraciadamente, la verja de hierro tenía el candado echado. Al parecer, Molly y Phoebe habían decidido que vigilar a tantas niñas pequeñas alrededor del agua sería demasiado peligroso, pero él habría vigilado las malditas niñas. Le gustaba el peligro. Con un poco de suerte, una de las pequeñas sabandijas se habría sumergido un rato y él hubiera podido salvarla de ahogarse. Eso le habría ganado la atención de Phoebe.

La propietaria de los Stars se hallaba de pie detrás de la más alejada de las mesitas, disponiendo algún tipo de chismes de cartón. Al igual que todas las demás, llevaba en la cabeza una de aquellas espantosas diademas rosas, lo cual le inspiró un profundo sentimiento de agravio personal. Los propietarios de equipos debían llevar o bien Stetsons o la cabeza descubierta. No había más opciones.

Phoebe eligió aquel momento para levantar la vista. Abrió los ojos como platos por la sorpresa, y uno de aquellos chismes de cartón se le cayó de las manos.

—¿Nicholas?

—Hola, Phoebe.

—Vaya. Esto sí que es bueno. —Se apresuró a recoger lo que demonios fuera aquello—. Por más que me encantaría subir con usted a las trincheras a disputar otro asalto de lucha en el barro, ahora mismo estoy bastante ocupada.

—________ pensó que le vendría bien un poco de ayuda.

—¿Y eso es usted? No lo creo.

El compuso en sus labios la más desarmante de sus sonrisas.

—Admito que estoy más bien fuera de mi elemento, pero si me orienta adecuadamente pondré lo mejor de mí mismo.

En lugar de seducirla, despertó sus recelos, y su rostro adoptó su habitual expresión de desconfianza. Antes de que pudiera interrogarle, no obstante, un ejército de niñitas apareció a la carga a la vuelta de la esquina. Algunas iban cogidas de la mano, otras caminaban. Vestían en diferentes formas y colores, y una de ellas lloraba.

—Los sitios desconocidos a veces nos dan miedo —oyó que decía Hannah— pero aquí todo el mundo es muy, muy simpático. Y si te asustas mucho, ven y dímelo. Yo te llevaré a dar un paseo. Y si necesitas ir al váter, yo te diré dónde está también. Nuestro perrito está encerrado para que no le salte encima a nadie. Y si ves una abeja, díselo a uno de los mayores.

A esto debía referirse Molly cuando había dicho que Hannah se involucraba emocionalmente.

Molly se acercó a las cajas rosas de cartón.

—Toda princesa necesita una preciosa túnica, y aquí están las vuestras. —Algunas de las niñas más lanzadas corrieron a por ellas

Phoebe le encasquetó los chismes en la mano.

—Ponga una de éstas en cada sitio. Y más vale que no pretenda cobrarme por ello. —Se fue a toda prisa a echar una mano.

________ no aparecía por ninguna parte. La había tratado con dureza, y no le extrañaba que necesitara tiempo para recuperarse. Hizo caso omiso de una desagradable punzada en el estómago. Ella se lo había buscado al traspasar la línea. Examinó los chismes: estrellas de cartulina rosa pegadas a los extremos de palitos de madera. Su humor se volvió más fúnebre. Debían de ser varitas mágicas. ¿Qué demonios tenían que ver las varitas mágicas con ayudar a niñas a aprender mates y ciencias? A él se le habían dado bien las dos cosas. Él podía haberlas ayudado con las mates y las ciencias. ¿No se suponía que esas niñas debían desarrollar sus capacidades? A la porra las varitas mágicas. El les habría repartido unas putas calculadoras.

Lanzó las varitas sobre la mesa y miró a su alrededor buscando a ________, pero seguía sin aparecer, lo que empezaba a molestarle. Aunque no había tenido más remedio que despedirla, no quería destrozarla. Le llegaron gritos agudos desde las cajas de las túnicas. Aunque las niñas parecían un ejército, no eran más que quince o así. Algo le rozó la pierna y bajó la vista para encontrarse con la carita de Pippi Tucker. Le vino a la cabeza el tema de Tiburón.

La túnica de la pequeña de tres años era del color del jarabe de fresa, sus ojos como gominolas verdes de inocencia. Tan sólo la inclinación desenfadada de la diadema rosa sobre sus rubios rizos dejaba entrever el corazón de un forajido. Le tendía una diadema que sostenía en su puñito mugriento.

—Tienes que ponerte una corona.

—Por nada del mundo. —Clavó en ella una de sus miradas, breve para dejárselo claro sin llegar a hacerla gritar llamando a su madre. Sus cejitas claras se juntaron igual que las de su padre al adivinar una carga defensiva contra su quarterback.

—¡Nick! —emergió la voz de Molly entre un mar de túnicas—. Estáte pendiente de Pippi mientras acabamos de vestir a todo el mundo, ¿quieres?

—Encantado. —Bajó la mirada hacia la cría.

La cría alzó los ojos hacia él.

Él estudió sus ojos de gominola y su diadema rosa.

Ella se rascó un brazo.

Él hurgó en su cerebro y finalmente se le ocurrió algo.

—¿Alguien te ha enseñado a usar una calculadora?

Los gritos provenientes de la caja de las túnicas se hicieron más escandalosos. Pippi levantó la barbilla para verle mejor, y la diadema retrocedió un poco más en su cabeza.

—¿Tienes pompas?

—¿Qué?

—Me gustan las pompas.

—Ya.

Ella desvió súbitamente la mirada a sus bolsillos.

—¿Dónde está tu teléfono?

—Vamos a ver qué hace tu madre.

—Quiero ver tu teléfono.

—Devuélveme el viejo primero, y luego hablamos.

Ella sonrió.

—Me encaaannnntan los teléfonos.

—Ya lo veo.

El mes anterior, un día que había pasado por casa de los Tucker, le habían dejado solo con su adorable pequeña unos minutos. Ella le pidió que le mostrara su móvil. Era un flamante Motorola nuevo de última generación que costaba quinientos dólares, equipado con periféricos suficientes para permitirle gestionar sus negocios desde él, pero no pensó que fuera a pasar nada. No había hecho más que pasárselo, sin embargo, cuando Kevin le llamó desde otra habitación pidiéndole que echara un vistazo al vídeo de un partido, y ya no volvió a verlo.

Se las arregló para quedarse a solas con ella antes de marcharse y tratar de interrogarla, pero de pronto la cría se volvió muda. Como consecuencia, había perdido un par de e-mails importantes y las notas finales relativas a un nuevo contrato. Más tarde, Bodie le dijo que hubiera tenido que contarle a Kevin lo ocurrido, sencillamente, pero a Kevin y Molly se les caía la baba con sus crios, y a Nick ni se le pasaba por la cabeza decir cualquier cosa que pudieran interpretar como una crítica a su adorada hija.

Ella dio un pisotón en la hierba.

—Quiero ver el teléfono ahora —dijo.

—Olvídate.

Ella hizo un puchero. Oh, mierda, se iba a poner a llorar. Sabía por experiencias anteriores que la mínima expresión de disgusto salida de la boca de su angelito ponía a Molly del revés. ¿Dónde diablos estaba ________? Se llevó la mano como una flecha al bolsillo y sacó su móvil más reciente.

—Yo lo sostendré mientras lo miras. —Se arrodilló junto a ella.

Ella hizo ademán de cogerlo.

—Quiero sostenerlo yo.

Nick no lo habría soltado ni por un segundo —no era tan tonto—, pero _______ fue a elegir ese preciso instante para hacer su aparición, y se quedó tan sorprendido con lo que vio que se le fue el santo al cielo.

Una corona del tamaño de la de la reina de Inglaterra descansaba sobre su rebelde maraña de rizos, y llevaba una túnica larga y plateada. La vaporosa falda estaba salpicada de resplandecientes lentejuelas, y una voluta de malla argentina enmarcaba sus hombros desnudos. El sol le daba por todas partes al adentrarse en la hierba, prendiendo en llamas su pelo y arrancando destellos deslumbrantes de la falsa pedrería. No era de extrañar que se hubiera hecho el silencio entre la gritona chiquillada. Él mismo se había quedado casi pasmado.

Por un momento, olvidó lo cabreado que estaba con ella. Aunque el traje era un disfraz y la diadema falsa, ella parecía casi mágica, y algo dentro de él se negaba a apartar los ojos. La mayoría de las niñas ya estaban vestidas, con sus pequeñas túnicas rosas puestas por encima de shorts y camisetas. Al acercárseles _______, él reparó en las chancletas que le asomaban por debajo del dobladillo del vestido. Por alguna extraña razón, parecían quedarle perfectas.

—Saludos, mis pequeñas bellezas —gorjeó, sonando como la bruja buena de El mago de Oz—. Soy _______, vuestra hada madrina. Voy a preguntar a cada una de vosotras cómo se llama, y luego os lanzaré un hechizo que os convertirá en princesas auténticas. ¿Estáis listas?

Sus agudos chillidos parecieron indicar que lo estaban.

—Después de eso —prosiguió—, os ayudaré a hacer vuestra propia varita mágica para que os la llevéis a casa.

Nick agarró rápidamente las varitas que había tirado en un montón y empezó a colocarlas a toda prisa entre los potes de purpurina rosa y las joyas de plástico de las mesas. ________ avanzaba a lo largo de la fila de niñitas, inclinándose a preguntar su nombre a cada una para luego agitar su propia varita sobre sus cabezas.

—Os designo princesa Keesha... Os designo princesa Rose... Os designo princesa Dominga... Os designo princesa Victoria Phoebe.

¡Maldita sea! Nick se dio media vuelta, acordándose demasiado tarde de que la cría tenía su teléfono. Rebuscó entre la hierba por donde habían estado y comprobó sus bolsillos, pero ni rastro del móvil. Se volvió hacia las niñas y allí estaba ella, una diminuta ladrona de móviles con las manos vacías y una diadema torcida en la cabeza.

La cría no tenía más de tres años, y apenas habían pasado unos instantes. No podía habérselo llevado lejos. Mientras consideraba cuál debía ser su próximo movimiento, Phoebe surgió a su lado con una cámara Polaroid.

—Queremos una foto de cada niña sentada en el trono con su disfraz. ¿Las sacará gratis —le pinchó— o hará embargar las monedas que les deje el Ratoncito Pérez?

—Phoebe, me hiere.

—Nada de qué preocuparse. Dudo que sangre. —Le plantó la cámara en la mano y se fue sin más, con su diadema rosa refulgiendo y la animosidad fluyendo de todos sus poros. Fantástico. De fomento, había conseguido despedir a su casamentera y perder otro móvil sin acercarse ni un milímetro al objetivo de enmendar sus relaciones con la propietaria de los Stars. Y la fiesta no había hecho más que empezar.

_______ concluyó la ceremonia de los nombramientos y luego Molly y ella condujeron a algunas de las niñas a las mesas para que decoraran sus varitas, mientras Phoebe y Hannah llevaban a las otras hacia una bandeja llena de pintalabios y sombras de ojos. Disponía de unos minutos antes de tener que montar su estudio de fotografía, tiempo suficiente para averiguar dónde había podido esconder un teléfono una niña de tres años.

Un gorjeo de risa procedente de Glinda la bruja buena se propagó en dirección a él, pero se resistió a dejarse distraer. Desafortunadamente, Pippi se había acurrucado junto a su madre. Tenía las manos ocupadas, una con una barra de pegamento y la otra pegada al pulgar que se había metido en la boca, así que debía de haberlo guardado en algún sitio. Tal vez se lo hubiera metido en el bolsillo de los shorts, debajo del vestido. Recordó que lo había programado para que vibrara y dejó la cámara en el suelo, luego rodeó la casa para coger del coche su BlackBerry, que tenía un teléfono incorporado. Cuando volvió, marcó el número del móvil perdido y se apartó a un lado para ver si ella reaccionaba.

No lo hizo. Así que no lo llevaba en los bolsillos.

«Mierda.» Necesitaba a ________. Sólo que la había desterrado de su vida.

Todas las niñas estaban alborotadas reclamando su atención, pero no sólo no se la veía desquiciada, sino que parecía que eso le gustara. El se forzó a mirar hacia otro lado. ¿Y qué, si parecía tan inocente como un personaje de Walt Disney? Él ni olvidaba ni perdonaba.

Se adentró más en la sombra del patio. Ninguna de las niñas estaba lista para su foto, y aún tenía tiempo de hacer algunas llamadas, pero casi seguro que ella le sorprendería y haría algún comentario mordaz. Una vez más, el tema de Tiburón tronó en su cabeza. Miró hacia abajo.

Pippi llevaba sombra de ojos azul claro y lucía una boquita de piñón pringosa de carmín rojo. Se enfundó la BlackBerry en el bolsillo a la velocidad del rayo.

—¿Has visto mi varita?

—Eh, una varita preciosa, sí señor. —Se puso en cuclillas y fingió examinar su artística obra, pero yendo directamente al grano en realidad.

—Pippi, enséñale al tío Nick dónde has guardado su teléfono.

Ella le brindó una sonrisa deslumbrante, con las paletas ligeramente torcidas, posiblemente a causa de aquel pulgar.

—Quiero teléfono —dijo.

—Genial. Yo también. Vamos a buscarlo juntos.

Ella señaló a su bolsillo.

—¡Quiero ese teléfono!

—Ni hablar. —Se puso en pie como un rayo y se alejó a zancadas para qué, si Pippi se echaba a llorar, no se le viera a él por los alrededores—. ¿Alguna está lista para la foto? —exclamó, rebosante de entusiasmo.

—Princesa Rose, tú ya estás lista —dijo Molly—. Ve a sentarte en el trono y que el príncipe Nick te saque la foto.

Se oyó un bufido procedente de donde estaba Glinda la bruja buena.

—Tengo miedo —le susurró a Molly la pequeña.

—Con toda razón —masculló Glinda.

El comentario debería haberle exasperado, pero no había sido su intención quebrantarle a ella la moral, sólo darle una lección sobre negocios que en última instancia era por su propio bien.

—¿Quieres que vaya contigo? —le preguntó Molly a la niña. Pero la pequeña miró a ________ con adoración.

—Quiero hacerme la foto con ella—dijo.

Molly sonrió a ________.

—Hada madrina, parece que se te requiere para la foto.

—Cómo no. —Al llegar a la altura de él, levantó la nariz muy digna y pasó de largo. En la punta de la nariz tenía, Nick no pudo evitar observarlo, una mancha de purpurina rosa.

Después de aquello, pareció que todas las princesas del lugar querían sacarse la foto con la buena hada madrina, quien, no por casualidad, se comportaba como si el fotógrafo real no existiera. Él sabía jugar a ese juego, y limitó sus comentarios a las niñas.

—A ver esa sonrisa, princesa. Muy bien.

Puede que _______ le ignorara, pero se reía con las niñas, lanzaba encantamientos, arbitraba disputas, y dejó que la princesa Pilar viera lo que llevaban las hadas madrinas debajo de la túnica. Él mismo tenía más que curiosidad. Desgraciadamente, esa hada madrina en particular llevaba shorts grises de deporte y no brillantes tangas rojas como él hubiera preferido. Pero en fin, eso era él sólo.

Al poco rato, se había olvidado de las llamadas que tenía que hacer y se concentraba en hacerles buenas fotos a las niñas. Tenía que reconocer que eran monas. Algunas eran tímidas y necesitaban que se las animase un poco. Otras eran muy habladoras. Un par de las de cuatro años quisieron que _______ se sentara en el trono para poder aposentarse en su regazo. Unas cuantas la hicieron posar de pie junto a ellas. Ella las hacía reír y a él sonreír, y para cuando terminaron con las fotos había decidido perdonarla. Qué demonios Todo el mundo merecía una segunda oportunidad. Primero le echaría el rapapolvo de su vida, luego la volvería a admitir a prueba.

Hechas las fotos, ella se fue a ayudar a Hannah, que estaba supervisando un juego de clavar el beso en la rana con un alfiler. Como Hannah no le vendaba a ninguna los ojos, él no veía que la cosa tuviera mucho de juego, pero quizá se le escapaba algo. Phoebe y Molly, entretanto, habían organizado una búsqueda del tesoro.

Pippi apareció a su lado de pronto y trató de cachearle en busca de su móvil de reserva, pero él la distrajo con un pote abierto de sombra de ojos verde.

—¡Pippi! ¿Cómo te has puesto así? —gritaba Molly instantes más tarde.

Él fingió estar ocupado con la cámara y no advertir la severa mirada de desconfianza que Phoebe le lanzó.

Molly reunió a las niñas bajo la sombra de un árbol y las tuvo entretenidas con un cuento que parecía estar improvisando sobre la marcha, titulado Dafne y la fiesta de las princesas. Incorporó el nombre de todas las niñas y hasta añadió una rana llamada «príncipe Nick» especializada en sacar fotos mágicas. Ahora que había decidido perdonar a _______, se relajó lo suficiente para disfrutar mirándola. Estaba sentada cruzada de piernas sobre la hierba, con las faldas abombadas envolviendo a las niñas en torno a ella. Se reía con ellas, daba palmadas y, en general, parecía una niña más.

Mientras preparaban las mesas con la merienda, a él le pusieron a cargo de la piñata-dragón.

—No les vendes los ojos —le susurró Hannah—. Les da miedo.

De modo que no lo hizo. Las dejó dar palos hasta hartarse, y puesto que la piñata se resistía a romperse pese a todo, cogió él larguísimo el palo y la hizo pedazos. Las golosinas volaron en todas direcciones. Supervisó el reparto, y muy bien además. Nadie se hizo daño y nadie lloró, así que tal vez no era tan inepto con los crios.

Llegó la merienda en forma de marea rosa. Ponche rosa. Sándwiches hechos con pan rosa, una tarta en forma de castillo con sus torres escarchadas con helado rosa, al que faltaba ostensiblemente un pedazo del puente levadizo rosa, por obra sin duda del pequeño Andrew Calebow. Molly le pasó una cerveza.

—Eres un ángel misericordioso —le dijo él.

—No sé qué habríamos hecho sin ti.

—Ha sido divertido. —Al menos los últimos veinte minutos, en los que hubo un poco de acción con la piñata y como mínimo un resquicio para la posibilidad de derramar algo de sangre.

—¡Princesas! —llamó Phoebe desde la mesa con la tarta—. Ya sé que todas deseamos dar las gracias a nuestra hada madrina por sacar tiempo de su apretada agenda para estar hoy con nosotras. Princesa Molly, tu historia nos ha encantado, y princesa Hannah, todas hemos apreciado los abrazos que has repartido. —Su voz adoptó el tono camelador que él había llegado a temer—. En cuanto al príncipe Nick... estamos tan contentas de que haya podido ayudarnos con la piñata... ¿Quién iba a decir que su talento para destrozar las cosas nos vendría tan bien?

—Caramba... —musitó Molly—. Sí que te tiene tirria.

Media hora más tarde, un grupo de princesas exhaustas volvía a sus casas con bolsas gigantes de chuches, repletas de golosinas para ellas y también para sus hermanos y hermanas.

—Ha sido una fiesta estupenda —dijo Hannah en la escalera de entrada cuando desaparecía el minibús—. Estaba preocupada.

Phoebe rodeó los hombros de su hija con el brazo y la besó en medio de la cabeza, justo detrás de su diadema.

—Has hecho que todas se sintieran como en casa.

«¿Y yo qué?», quiso decir Nick. No acababa de ver que hubiera ganado un palmo de terreno con ella, pese a que había arreglado mesas, hecho fotos y se había ocupado de la piñata, todo ello sin hacer una sola llamada o el mínimo intento de enterarse cómo iba el partido de los Sox.

_______ apoyó la mano en la valla del porche y se desembalo de su disfraz de hada madrina.

—Me temo que tiene algunas manchas de hierba y le ha caído Ponche encima, con lo que no sé si podréis volverlo a usar.

—Con un Halloween ha sido suficiente —repuso Molly.

—Muchísimas gracias, ________. —Phoebe le dedicó la sincera sonrisa que a él le negaba—. Has estado perfecta de hada madrina

—He disfrutado de principio a fin. ¿Cómo se encuentran las gemelas?

—De morros. Pasé a verlas hace media hora. Les fastidia haberse perdido la fiesta.

—No las culpo. Ha sido una fiesta por todo lo alto.

Sonó un móvil. Él se llevó automáticamente la mano al bolsillo olvidándose por un instante de que había desconectado el teléfono La sacó de vacío...

—Hola, cariño... —hablaba Molly por el suyo—. Sí, hemos sobrevivido, aunque no gracias a ti y a Dan. Por suerte, tu valeroso representante acudió a nuestro rescate... Sí, en serio.

Se palpó los bolsillos. ¿Dónde demonios estaba su BlackBerry?

—¡Quiero hablar con papá! —chilló Pippi, estirando el brazo hacia el teléfono de Molly.

—Espera un segundo. Pippi quiere saludar.

Molly bajó el móvil hasta la oreja de su hija. Nick se dirigió al patio trasero. ¡Maldita sea!, pensó. No era posible que le hubiera robado dos en una sola tarde. Había debido de caérsele del bolsillo mientras corría alrededor de la piñata.

Miró debajo del árbol, en la hierba, en todos los sitios que se le ocurrieron, pero fue en vano. Se lo habría cogido la niña del bolsillo cuando se agachó para hablar con ella.

—¿Echa algo en falta? —dijo Phoebe a su espalda, en tono zalamero—. ¿El corazón, tal vez?

—Mi BlackBerry.

—No la he visto. Pero si la encuentro, esté seguro de que se lo haré saber inmediatamente. —Parecía sincera, pero él sospechó que si la encontraba, la tiraría a la piscina.

—Muchísimas gracias —dijo.

_______ y Molly habían vuelto al patio trasero, pero Pippi parecía haberse marchado con Hannah.

—Estoy reventada —dijo Molly—, y eso que yo estoy acostumbrada a estar con niños. Pobre _______.

—No me lo habría perdido por nada del mundo. —_______ empezó a recoger platos poniendo gran cuidado en ignorarle.

Phoebe sacudió la mano indicándole que parara.

—Deja todo eso. Mi servicio de limpieza llegará enseguida. Mientras trabajan, voy a poner los pies en alto y recuperarme. No he empezado el último libro del club de lectura, y tengo que hacer méritos para compensar que no me acabé el anterior.

—Ese libro era un fiasco —dijo _______—. No sé en qué estaría pensando Krystal cuando lo eligió.

Nick aguzó el oído. ¿________ y Phoebe asistían juntas a un club de lectura? ¿Qué otros secretos interesantes le ocultaba? Molly bostezó y se desperezó.

—Me gusta la idea de Sharon de dar a los tíos un libro para que lo lean cuando nos vayamos de retiro. El año pasado, si no estaban en el lago o con nosotras, se pasaban el rato repasando viejos partidos. Digan lo que digan, eso ha de hacerse aburrido al cabo de un rato.

Cada célula del cuerpo de Nick se puso en máxima alerta.

—No dejéis que elija Darnell —dijo Phoebe—. Ahora está colgado de García Márquez, y no me imagino a los demás tíos entusiasmados con Cien años de soledad.

Sólo había un Darnell al que pudieran referirse, y ése era Darnell Pruitt, el antiguo placador en ataque estrella de los Stars. A Nick le iba la cabeza a cien. ¿En qué clase de club de lectura andaba metida _______?

Y aún más importante... ¿cómo iba él a sacar tajada del asunto, exactamente?

10
_______ recogió unos cuantos platos de papel más, pese a que Phoebe le había dicho que no se molestara. Le aterraba la idea de estar encerrada en el coche con Nick durante el viaje de vuelta. Phoebe rebañó una pizca del revestimiento de helado rosa de las ruinas de la tarta castillo y se la llevó a la boca.

—Dan y yo tenemos ya ganas de irnos de retiro. Cualquier excusa nos vale para ir al lago Wind. A Molly, desde luego, le tocó la lotería al casarse con un hombre con camping propio.

—Con lo poco que falta para la concentración del equipo, será el último descanso que podamos tomarnos en bastante tiempo. —Molly se volvió hacia _______—. Casi se me olvida. Cancelaron la reserva de una de las cabañas. Podéis compartirla Janine y tú, ya que estáis las dos solteras, ¿o prefieres quedarte con tu habitación en el bed & breakfast.

________ se lo pensó. Aunque nunca había estado en el camping del lago Wind, sabía que tenía tanto un albergue Victoriano con derecho a cama y desayuno como un cierto número de pequeñas cabañas.

—Creo que...

—La cabaña, sin duda —dijo Nick—. Parece que _______ no ha mencionado que me ordenó acompañarla.

_______ se volvió a mirarle con ojos asombrados.

A Phoebe se le congeló el dedo sobre el revestimiento del pastel.

—¿Viene usted al retiro?

_______ observó que a Nick le palpitaba una venita en la base del cuello. A él esto le encantaba. Podía ponerle en evidencia con unas pocas palabras, pero era un adicto a la adrenalina y ya había tirado los dados.

—Nunca he podido resistirme a aceptar una apuesta —dijo él—. Ella cree que soy incapaz de pasarme una semana entera sin mi móvil.

—Ya te cuesta aguantar durante una cena —masculló Molly.

—Espero que las dos os disculpéis cuando os haya demostrado lo muy equivocadas que estáis.

Molly y Phoebe se volvieron hacia _______ con idéntica expresión inquisitiva. Su orgullo herido le pedía que le castigara. De inmediato. Merecía su libra de carne por la forma en que la había despedido, a sangre fría.

Siguió un silencio extraño. Él la observaba a la espera, con la venita del cuello marcando el paso de los segundos con su pálpito.

—No resistirá. —Forzó una sonrisa—. Lo sabe todo el mundo, menos él.

—Muy interesante. —Molly se mordió la lengua para no decir más, aunque _______ sabía que lo estaba deseando.

Al cabo de veinte minutos, Nick y ella se dirigían de vuelta a la ciudad, con un silencio en el coche tan espeso como el escarchado rosa de la tarta castillo, pero ni mucho menos tan dulce. Él se había portado mejor con las niñas de lo que ella esperaba. Había prestado respetuosamente oídos a las preocupaciones de Hannah, y Pippi le adoraba. A _______ le sorprendió el gran número de veces que le vio en cuclillas a su lado, hablando con ella.

Finalmente, Nick rompió el silencio.

—Ya había decidido volver a contratarla antes de oír lo del retiro.

—Oh, sí, le creo —dijo, enmascarando su herida con el sarcasmo.

—En serio.

—Cualquier cosa, con tal de que nada le quite el sueño.

—Está bien, _______. Desahóguese. Suéltelo todo. Todo lo que ha estado aguantándose durante la tarde.

—Desahogarse es privilegio de los iguales. A humildes empleados como yo no nos queda sino fruncir los labios y besar el suelo que pisa.

—Ha pisado fuera del tiesto, y lo sabe. Esto de Phoebe no acaba nunca de arreglarse. Creí que podría cambiar eso.

—Lo que usted diga.

Se pasó resueltamente al carril izquierdo.

—¿Quiere que me eche atrás? Puedo llamar a Molly por la mañana y decirle que me ha surgido algo. ¿Es lo que quiere que haga?

—Como si tuviera elección, si quiero que siga siendo cliente mío.

—Vale, vamos a ponérselo fácil. Decida lo que decida, la vuelvo a contratar. Nuestro trato sigue en pie en cualquier caso.

Procuró demostrarle que su oferta no la impresionaba.

—Ya, me puedo figurar lo mucho que cooperaría si me negara a que venga conmigo al retiro.

—¿Qué es lo que quiere de mí?

—Quiero que sea honesto. Míreme a los ojos y admita que no tenía la menor intención de volver a contratarme hasta que ha oído lo del retiro.

—Sí, tiene razón. —No la miró a los ojos, pero al menos estaba siendo honesto—. No pensaba perdonarla. ¿Y sabe por qué? Porque soy un hijo de puta despiadado.

—Muy bien. Puede venir conmigo.

***

_______ se pasó unos cuantos días cabreada. Trató de echarle la culpa a la regla, pero el autoengaño ya no se le daba tan bien como antes. La sangre fría con que Nick la trató la hizo sentirse herida, traicionada y sencillamente furiosa. Un solo error, y le había dado la patada. Si no llega a ser por el retiro del lago Wind, no habría vuelto a verle más. Era absolutamente prescindible, una más de sus abejas obreras.

El martes le dejó un lacónico mensaje de voz. «Portia quiere que vea a una el jueves por la noche, a las ocho y media. Cíteme con una de las suyas a las ocho y así mataremos dos pájaros de un tiro.»

Finalmente, dejó su cabreo donde tocaba, sobre sus propias espaldas. No podía culparle a él por aquellas fantasías sexuales que insistían en colársele en la cabeza a la que bajaba la guardia. Para él, todo esto eran negocios. Era ella la que había permitido que se volviera algo personal, y si volvía a olvidar esto merecería cargar con las consecuencias.

El jueves por la tarde, antes de dirigirse al Sienna's para una nueva ronda de presentaciones, se vio con su más reciente cliente en el garwax. Ray Fiedler le había venido recomendado por el pariente de una de las más antiguas amistades de Nana, y _______ le concertó su primera cita la noche anterior, con una chica del equipo docente de la Facultad de Loyola a la que había conocido en sus incursiones por el campus.

—Lo pasamos bien y tal —dijo Ray cuando se sentaron a una de las mesas de madera del Earwax, que estaba pintada como si fuera la rueda de un vagón del circo—, pero la verdad es que Carole no es mi tipo, físicamente.

—¿A qué se refiere? —_______ apartó la vista para no verle empezar ominosamente a buscar la expresión adecuada. Conocía la respuesta, pero quería obligarle a expresarla.

—Está... O sea, es una mujer muy agradable, de verdad. Hay mucha gente que no pilla mis bromas. Es sólo que me gustan las mujeres más... más en forma.

—No estoy segura de entenderle.

—Carole tiene un poco de sobrepeso.

Ella dio un sorbo a su capuchino y prefirió fijarse en el dragón de madera rojo y dorado de la pared en vez de en los cuarenta kilos de más que colgaban en torno a lo que había sido en tiempos la cintura de Ray Fiedler.

No era tonto.

—Ya sé que yo tampoco soy un adonis precisamente, pero voy al gimnasio.

_______ frenó sus impulsos de alargar el brazo y darle de bofetadas. A pesar de todo, este tipo de desafíos eran parte de lo que le gustaba de ser una casamentera.

—Entonces, ¿suele usted salir con mujeres delgadas?

—No hace falta que sean reinas de la belleza, pero las mujeres con las que he salido han sido bastante guapas.

_______ fingió una actitud reflexiva.

—Estoy algo confundida. La primera vez que hablamos, me quedé con la idea de que llevaba mucho tiempo sin salir con nadie.

—Bueno, y así es, pero...

Le dejó sufrir un rato. Un chaval con múltiples piercings pasó junto a su mesa, seguido de un par de madres con pinta de ir a un partido de fútbol a animar a sus hijos.
—¿O sea, que este asunto del peso es importante para usted? ¿Más importante que la personalidad o la inteligencia?

Él la miró como si le hubiera hecho una pregunta con trampa.

—Es sólo que tenía en mente a alguien... un poco diferente. —«Como todo el mundo, ¿no?», pensó ________. Se acercaba fin de semana del Cuatro de Julio, y ella no tenía una cita, ni perspectivas de conseguirla, ni ningún plan aparte de retomar su programa de ejercicio físico e intentar no amargarse a cuenta del retiro en el lago Wind con el club de lectura. Ray jugueteaba con su cucharilla, y la irritación que sentía hacia él empezó a remitir. No era mal tipo, sólo iba un poco despistado.

—Puede que no haya ocurrido un flechazo —le dijo—, pero le voy a repetir lo que le dije anoche a Carole cuando me expresó algunos peros. Tienen ustedes historias semejantes, y disfrutaron recíprocamente de su compañía. Creo que eso justifica que vuelvan a quedar, sin tener en cuenta ahora mismo la ausencia de una atracción física. Como poco, podría ganar una amiga.

Tardó unos instantes antes de que lo captara.

—¿A qué peros se refiere? ¿Ella no quiere que nos volvamos a ver?

—Tiene sus dudas, igual que usted.

El se llevó de inmediato la mano a la cabeza.

—Es por mi pelo, ¿verdad? Eso es lo único que preocupa a las mujeres. Ven a un hombre al que se le está cayendo el pelo y no le quieren dar ni la hora.

—A las mujeres les importa menos una calva incipiente o unos cuantos kilos de más de lo que los hombres suponen. ¿Sabe qué es lo más importante para ellas en lo que al aspecto físico de un hombre se refiere?

—¿La altura? Oiga, yo mido casi uno setenta y cinco.

—No es la altura. Los estudios demuestran que lo más importante para las mujeres es el aseo personal. Valoran que los hombres vayan limpios y arreglados más que ninguna otra cosa. —Hizo una pausa—. Y un buen corte de pelo es muy importante para ellas.

—¿No le gustó cómo llevo el pelo?

________ le dedicó una amplia sonrisa.

—¿No es fantástico? Es tan fácil cambiar un corte de pelo. Aquí tiene el nombre de un peluquero que hace unos cortes de cabello estupendos. —Le deslizó la tarjeta por encima de la mesa—. Todo lo demás lo tiene usted en orden, así que esto va a ser fácil.

A él ni se le había pasado por la cabeza que pudiera ser él el rechazado y su instinto competitivo entró en acción. Para cuando salió de la cafetería, había aceptado a regañadientes tanto cortarse el pelo como volver a quedar con Carole. _______ se dijo a sí misma que cada vez lo hacía mejor, y que no debía permitir que ni madre ni sus problemas con Nicholas Jonas le infundieran tantas dudas al respecto.

Entró en el Sienna's de mejor humor, pero enseguida se fue todo al garete. Nick no había llegado, y la intérprete de arpa de DePaul con la que le había concertado cita llamó diciendo que se había hecho un corte en la pierna y estaba de camino a urgencias.

No había hecho más que colgar cuando llamó Nick.

—El avión ha llegado con retraso —dijo—. Estoy en tierra, en el aeropuerto de O'Hare, pero estamos esperando a que abran una puerta.

Le contó lo de la intérprete de arpa y luego, porque por la voz parecía cansado, le sugirió que pospusiera su cita de Parejas Power.

—Es tentador, pero más vale que no —dijo él—. Portia parece entusiasmada con ésta. Están abriendo una puerta ahora mismo, así que en principio no llegaré muy tarde. Defienda el fuerte hasta entonces.

—De acuerdo.

________ estuvo charlando con el camarero hasta que llegó la candidata de Portia. La miró con ojos asombrados. No era de extrañar que Powers estuviera entusiasmada. Era la mujer más hermosa que _______ hubiera visto jamás...

***

A la mañana siguiente, al volver de su sesión matinal de jogging _______ se encontró con Portia Powers de pie ante el portal de su casa. Nunca las habían presentado, pero la reconoció por la foto de su página web. Sólo cuando la vio de cerca, de todas formas cayó en la cuenta de que era la misma mujer a la que había visto de pie delante del Sienna's la noche que presentó a Barrie y Nick. Powers llevaba una blusa negra de seda cruzada en la cintura, unos llamativos pantalones de sport rosas y zapatos negros de tacón alto de piel a todas luces auténtica. Su pelo oscuro lucía un corte primoroso, era el tipo de pelo que ondea al más leve movimiento de cabeza, y tenía una piel impecable. En cuanto a su cuerpo... Saltaba a la vista que sólo comía en días festivos.

—No se atreva a jugarme otra mala pasada como la de anoche —dijo Portia en el instante en que las zapatillas de deporte de _______ tocaron los escalones del porche. Emanaba la clase de frágil belleza que siempre la hacía a ella sentirse regordeta, pero más aún esa mañana, con sus shorts anchos y la camiseta naranja sudada con la inscripción BILL'S, CALEFACCIÓN Y AIRE ACONDICIONADO

—Buenos días a usted también. —________ se sacó la llave del bolsillo de los shorts, abrió la puerta y se hizo a un lado para que pasara Portia.

Portia examinó la zona de recepción y el despacho de _______ de una sola ojeada desdeñosa.

—Nunca…, jamás... vuelva a tomarse la libertad de deshacerse de una de mis candidatas sin que Nick haya tenido ocasión de conocerla.

_______ cerró la puerta.

—Mandó usted una mala candidata.

Powers apuntó con un dedo salido de la manicura a la frente perlada de sudor de _______.

—Eso debía decidirlo Nicholas, no usted.

_______ ignoró la pistola de la uña esmaltada.

—Seguro que está al corriente de lo poco que le gusta perder el tiempo.

Portia elevó la mano al cielo.

—¿De verdad es usted tan incompetente? Claudia Reeshman es la modelo más cotizada de Chicago. Es bella. Es inteligente. Hay un millón de hombres que desearían que se les pusiera a tiro.

—Tal vez sea cierto, pero parece tener serios problemas emocionales. —La lista la encabezaba una evidente afición a las drogas, aunque _______ no iba a hacer acusaciones que no pudiera respaldar con pruebas—. Se echó a llorar antes de que le sirvieran la primera copa.

—Todo el mundo tiene un día malo de vez en cuando. —Powers apoyó una mano en la cadera, una pose muy femenina que en ella resultaba tan agresiva como un golpe de kárate—. Me he pasado un mes entero intentando convencerla para presentarle a Nick. Por fin consigo que acepte, y ¿qué hace usted? Decide que a él no le va gustar y la manda a casa.

—Claudia estaba pasando por algo más que un mal día —replicó _______—. Emocionalmente, está hecha una ruina.

—Me daría igual que se hubiera revolcado por el suelo aullando como una perra. Lo que hizo usted fue una estupidez y un golpe bajo.

_______ se las había visto con personalidades fuertes toda su vida, y no iba a dejarse avasallar por ésta, aunque el sudor le chorreara por los ojos y llevara BILL'S, CALEFACCIÓN Y AIRE ACONDICIONADO pegado al pecho.

—Nicholas ha dejado muy claro qué es lo que espera.

—Yo diría que la mujer más sexy y más deseada de Chicago supera sus expectativas.

—Quiere algo más que belleza de su esposa.

—Por favor... Tratándose de hombres como Nicholas, la talla del sujetador siempre cuenta más que el coeficiente intelectual.

Así no iban a ningún lado, de modo que ________ hizo lo que pudo por sonar profesional en lugar de cabreada.

—Todo este proceso resultaría más fácil para ambas si pudiéramos trabajar juntas.

Portia la miró como si _______ le hubiera ofrecido una gran bolsa grasienta repleta de comida basura.

—Mis aprendizas han de cumplir una serie de requisitos muy estrictos, señorita Granger. Usted no reúne ninguno de ellos.

—Mire, ahí ya se ha puesto borde. —_______ se dirigió resueltamente hacia la puerta—. A partir de ahora, presente sus quejas directamente a Nicholas.

—Ah, lo haré, créame. Y me muero por oír lo que tenga que decir respecto a esto.

***

—¿En qué demonios estaba pensando? —bramaba Nick por el teléfono al cabo de unas horas, no exactamente gritando, pero casi—. ¡Acabo de enterarme de que despachó usted a Claudia Reeshman!

—¿Y bien? —_______ clavó con saña el boli en el taco de notas que había junto al teléfono de la cocina.

—Es evidente que le he dado demasiado poder.

—Anoche, cuando le devolví la llamada para contarle que había cancelado la cita porque ella no era lo que quería, me dio las gracias.

—Se le pasó por alto mencionar su nombre. Nunca me han tirado especialmente las modelos, pero Claudia Reeshman... Por Dios, _______...

—Tal vez quiera volver a despedirme.

—¿Quiere dejarlo estar?

—¿Cómo va a ir esto? —Le dio otra estocada al taco de notas—. ¿Confía en mí o no?

Oyó por el teléfono el bocinazo de un coche, seguido de un largo silencio.

—Confío en usted —dijo él al fin.

Ella casi se atraganta.

—¿De verdad?

—De verdad.

Sin previo aviso, se le hizo un nudo en la garganta del tamaño de la torre Sears. Se lo aclaró e intentó sonar como si eso fuera exactamente lo que esperaba que dijera él.

—Bien —dijo—. Oigo bocinas. ¿Está en la carretera?

—Ya le dije que iba a ir en coche a Indianápolis.

—Es cierto. Estamos a viernes. —Iba a pasar las dos noches siguientes en Indiana con un cliente que jugaba en los Cocks. Inicialmente, había programado el viaje para el fin de semana posterior, pero había tenido que cambiar sus planes a causa del retiro con el club de lectura en el que ella prefería no pensar.

—Esa costumbre tuya de irte de la ciudad todos los fines de semana convierte la programación de estas presentaciones en todo un desafío.

—Los negocios son lo primero. Sí que ha cabreado a Powers. Quiere que le sirva su cabeza en una bandeja.

—Con un cuchillo y un poco de crema amarga desnatada para ayudar a bajarla.

—No sabía que Reeshman siguiera en Chicago. Pensaba que se había trasladado definitivamente a Nueva York.

_______ sospechaba que Claudia no quería estar tan lejos de su camello.

—Hágame un favor —dijo él—. Si Powers me organiza una cita con alguna otra que haya posado para el «especial trajes de baño» de Sports Illustrated, al menos dígame cómo se llama antes de desembarazarse de ella.

—De acuerdo.

—Y gracias por acceder a echarme un cable mañana.

Ella dibujó una margarita en el taco de notas.

—¿Cómo podría negarme a pasar el día dando vueltas por la ciudad con su tarjeta de crédito y sin límite de gasto?

—Además de con Bodie y la madre de Sean Palmer. No se olvide de esa parte. Bodie podía haberse encargado de esto él solo si la señora Palmer no le tuviera tanto miedo.

—No es la única que le tiene miedo. ¿Está seguro de que no corremos peligro?

—Siempre que no hablen de política ni de la Taco Bell ni mencionen el color rojo.

—Gracias por avisar.

—Y no dejen acercarse demasiado a nadie que lleve sombrero.

—Tengo que dejarle ya.

Al colgar, se dio cuenta de que estaba sonriendo, lo que no era buena idea en absoluto. Las pitones podían atacar a voluntad, y rara vez avisaban antes.

***

Arté, la madre de Sean Palmer, trenzas rastas entrecanas, una figura alta y rotunda y una risa contagiosa. A _______ le gustó de inmediato. Con Bodie ejerciendo de guía, hicieron un recorrido turístico completo, que empezó con un tour arquitectónico en barco de buena mañana, seguido de un recorrido por la colección impresionista del Instituto de las Artes. Bodie, aunque se encargó de organizarlo todo, se mantuvo en un segundo plano. Era un tipo extraño, lleno de intrigantes contradicciones que hacían que _______ quisiera saber más de él.

Después de almorzar más bien tarde, se dirigieron al Millenium Park, el glorioso parque nuevo a la orilla del lago que, según creían los ciudadanos de Chicago, había puesto por fin a la ciudad por delante de San Francisco como la más bonita de Estados Unidos. ________ había visitado el parque un montón de veces, y disfrutó presumiendo de sus jardines en bancales, de la fuente Crown de ciento cincuenta metros de alto con sus cambiantes imágenes de vídeo y de la escultura, reluciente como un espejo, de la Cloud Gate, cariñosamente conocida como «el Haba».

Mientras atravesaban el futurista pabellón de la música, donde las onduladas planchas de acero inoxidable del escenario exterior se fundían de forma exquisita con los rascacielos del fondo, su conversación volvió a centrarse en el hijo de Arté, que pronto jugaría de fullback con los Bears.

—A Sean le iban detrás todos los representantes —dijo su madre—. El día en que firmó con Nicholas fue un día feliz para mí. Dejé de preocuparme tanto porque alguien se fuera a aprovechar de él. Sé que Nick va a defender sus intereses.

—Se preocupa por sus clientes, eso está claro —dijo ________.

El sol de julio flirteaba con las olas del lago mientras las dos mujeres seguían a Bodie por el puente peatonal de acero que discurría sinuoso por encima del tráfico de la avenida Columbus. Cuando llegaron al otro lado, caminaron hacia la pista de jogging. Se habían detenido a admirar las vistas cuando un ciclista llamó a voces a Bodie y se detuvo junto a él a continuación.

_______ y Arté se quedaron paralizadas, mirando los ajustadísimos shorts negros de ciclismo del hombre.

—Alabemos a Dios por la gloria de su Creación —dijo Arté.

—Amén.

Se acercaron un poco más, para observar mejor las pantorrillas bañadas en sudor del ciclista y la camiseta de malla azul y blanca que se le pegaba al pecho perfectamente desarrollado. Estaría en sus veintitantos, tirando a treinta, y llevaba un casco rojo de alta tecnología que ocultaba la parte superior de su empapado pelo rubio, pero no su perfil de adonis.

—Necesitaría un chapuzón en el lago para enfriarme —susurro _______.

—Si tuviera veinte años menos...

Bodie les hizo gestos para que se acercaran.

—Señoras, hay alguien que me gustaría presentarles.

—Ven con mamá —murmuró Arté, lo que hizo reír a _______.

Justo antes de que llegaran junto a los hombres, _______ reconoció al ciclista.

—Ahí va. Ya sé quién es ése.

—Señora Palmer, _______ —dijo Bodie—, éste es el famoso Dean Robillard, el próximo gran quarterback de los Stars.

Aunque ________ no conocía personalmente al suplente de Kevin, le había visto jugar, y estaba al tanto de su reputación. Arté le dio la mano.

—Es un placer conocerte, Dean. Di a tus amigos que no se pasen con Sean, mi niño, esta temporada.

Dean le brindó su sonrisa de romper corazones. «¿Que no sabrá él perfectamente el efecto que causa en las mujeres?», pensó ________.

—No lo haremos, señora, pero sólo por usted. —Rezumando sex appeal por todos sus poros, enfocó su encanto hacia ella. Repasó su cuerpo de arriba abajo con ojos descaradamente escrutadores y una seguridad que proclamaba que podía hacerla suya, a ella o a cualquier mujer que le viniera en gana, cuando y como quisiera.

«Que te lo has creído, niño malo, niño sexy.»

—________, ¿no? —preguntó.

—Tendría que comprobarlo en mi carné de conducir para estar segura —dijo—. Me cuesta respirar ahora mismo.

Bodie se atragantó y se echó a reír a continuación.

Aparentemente, Robillard no estaba acostumbrado a que las mujeres le pusieran en evidencia, porque por un momento pareció desconcertado. Luego volvió a dar cuerda a su mecanismo de seducción.

—Será el calor, tal vez.

—Sí que hace calor aquí, sí. —Normalmente, los hombres imponentes la intimidaban, pero él estaba tan pagado de sí mismo que sólo le divertía.

El se echó a reír, esta vez sinceramente, y a ella le gustó de pronto pese a toda su chulería.

—Admiro a las pelirrojas peleonas, la verdad —dijo.

Ella dejó resbalar un poco sus gafas de sol por la nariz y le miró por encima de ellas.

—Yo apostaría, señor Robillard, a que admira a las mujeres en general.

—Y a que ellas te corresponden. —Arté se reía.

Dean se volvió hacia Bodie.

—¿De dónde has sacado a estas dos?

—De la prisión del condado de Cook.

Arté resopló.

—Compórtate, Bodie.

Dean volvió a centrar su atención en _______.

—Su nombre me suena. Espere un momento. ¿No es usted la casamentera de Nicholas?

—¿Cómo lo sabe?

—La gente chismorrea. —Una patinadora pasó zumbando con la morena melena al viento. Él se tomó su tiempo para disfrutar de la vista—. Nunca había conocido a una casamentera —dijo al fin—. ¿Cree que debería contratarla?

—Ya sabrá que mi negocio no tiene nada que ver con andar picando de flor en flor, ¿no?

Él cruzó los brazos sobre el pecho.

—Oiga, todo el mundo quiere conocer a alguien especial.

Ella sonrió.

—No cuando se lo están pasando en grande conociendo a todas esas no-especiales.

Dean se volvió hacia Bodie.

—Creo que no le gusto.

—Le gustas —dijo Bodie—, pero cree que eres un poco inmaduro.

—Estoy segura de que se le pasará cuando crezca —dijo _______.

Bodie le dio una palmada en la espalda.

—Ya sé que no sucede muy a menudo, pero parece que _______ es inmune a tu carita de estrella de cine.

—Pues alguien debería llevarla al oculista —masculló Arté, haciéndoles reír a todos.

Dean sacó su bici del camino y la dejó apoyada en un árbol mientras los cuatro seguían charlando. Dean preguntó a Arté por Sean, y hablaron un rato de los Bears. Luego, Bodie sacó el tema de que Dean andaba buscando representante.

—He oído que estuviste viendo a Jack Riley en IMG.

—Estoy viendo a mucha gente.

—Deberías oír al menos lo que Nick tenga que decir. El tío es listo.

—Nicholas Jonas es el primero de mi lista de gente a la que no debo llamar. Ya tengo suficientes formas de hacer infeliz a Phoebe —Dean se volvió hacia ________—. ¿Le gustaría venir conmigo a la playa mañana?

Ella no se esperaba algo así, y se quedó perpleja. También escamada.

—¿Por qué?

—¿Puedo ser sincero?

—No lo sé. ¿Puede?

—Necesito protección.

—¿Solar, para no ponerse demasiado moreno?

—No. —Hizo centellear su sonrisa de chico encantador—. Me encanta la playa, pero me reconoce tanta gente que me es difícil refrescarme. Normalmente, si estoy con una mujer, la gente me deja un poco más de aire.

—¿Y yo soy la única mujer que puede encontrar que quiera acompañarle? Eso lo dudo.

Él pestañeó.

—No se lo tome a mal, pero estaré más relajado si invito a una con la que no esté pensando en acostarme.

________ soltó una carcajada.

—El pobre Dean necesita una amiga, no una amante. —Bodie se rió discretamente.

—La invito a usted también, señora Palmer —dijo Dean, muy educado.

—Cariño, ni un bombón como tú va a conseguir que me exhiba en público en traje de baño.

—¿Qué dice, ________? —Dean señaló con un gesto de la cabeza a la orilla del lago—. Podemos ir a la playa de Oak Street. Llevare una nevera. Podemos andar por ahí, nadar, escuchar música. Será divertido. Puede rebajar su nivel de exigencia un par de horas, ¿no?

Su vida se había vuelto muy extraña desde que conoció a Nicholas Jonas. El joven deportista más deseado de Chicago acababa de pedirle que pasara la tarde del domingo tirada en la playa con él, cuando apenas dos días antes sentía lástima de sí misma porque no tenía ningún plan para el fin de semana del Cuatro de Julio.

—Siempre que me prometa que no se comerá con los ojos a mujeres más jóvenes estando conmigo.

—¡Nunca haría eso! —declaró, olvidándose al parecer de la patinadora morena.

—Sólo quería dejarlo claro.

Y no lo hizo.

Tampoco habló por el móvil ni se sacó una BlackBerry. Fue un día caluroso y despejado, y él trajo hasta una sombrilla de playa para proteger su delicada piel de pelirroja. Estuvieron tumbados en sus toallas, oyendo música, hablando cuando les apetecía y mirando el lago cuando no. Ella llevó su bañador blanco de dos piezas que tenía el corte lo bastante alto en los muslos para hacerle las piernas más largas, pero no tanto que requiriera unas ingles brasileñas. Les interrumpieron algunos admiradores, pero tampoco muchos. Aun así, todo el mundo parecía querer un poquito de Dean Robillard. Tal vez por eso ella percibió en él una extraña soledad bajo su ego hiperdesarrollado. Él eludía las preguntas relativas a su familia, y ella no quiso presionarle.

Cuando volvió a casa, la esperaban cuatro mensajes de voz, todos ellos de Nick, pidiéndole que le llamara inmediatamente. En vez de hacerlo, tomó una ducha. Estaba secándose el pelo cuando oyó el timbre de la puerta. Se ató su albornoz amarillo por la cintura y bajó las escaleras, pasándose una mano por el pelo camino de la puerta.

A través de las ondulaciones del cristal, un hombre como un armario le devolvió la mirada. La Pitón visitaba su casa por segunda vez.
ana_pau
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Mensaje por chelis Mar 02 Abr 2013, 7:36 pm

jajajajajajjJAJAJAJA QUIEN ENTIENDE A ESOS DOS!!!!.. Y ME IMAGINE LA CARA DE NICK CUANDO LO NOMBRARON PRINCIPE!!!.. JAJAJAJ TODAS QUEREMOS UN PRINCIPE COMO NICK!!!!.....
OJALA Y LO QUE SIENTA SEAN CELOS
chelis
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Mensaje por Lau_ilovejonas Sáb 06 Abr 2013, 8:46 am

Voy a pasar de página así la seguís.... Me encantaron los capítulos!!! Ya quiero saber que le va a decir nick a la rayis...
Besos!!
Lau_ilovejonas
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Mensaje por Lau_ilovejonas Sáb 06 Abr 2013, 8:47 am

Seguilaaaaaaaaaaaaaaa
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Mensaje por Lau_ilovejonas Sáb 06 Abr 2013, 8:47 am

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