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Mensaje por CaarFabrii Miér 20 Mar 2013, 7:23 am

Dios que copado el capi!!! (: Siguelaa! Me encanta! Hay nuevo capi en mi nove (:
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A Hex, A Witch, And Angel Tale {JustinBieber&Tu} - Página 4 Empty Re: A Hex, A Witch, And Angel Tale {JustinBieber&Tu}

Mensaje por Belieber&Smiler♥ Dom 31 Mar 2013, 1:08 am

Capitulo 8


Cocinar con Justin era la maldita cosa más linda en el mundo. La más natural, también, lo cual era un poco raro. Había tenido un año para acostumbrarme a leer con Justin, bromear con Justin, fulminar o mirar con la boca abierta a Justin; ya no estaba atolondrada por esto. El dulce Justin, incluso el Justin triste, todo era bueno. ¿Pero él en la cocina? ¿Cocinando? Debió haber sido al menos un poco inusual. No lo fue. Mis ojos lo siguieron con atención, dándose cuenta de la manera fácil con la que se movía, la agilidad de sus delicados dedos, el calmado estilo con el que maniobraba comida y utensilios por igual. Y en algún lugar en medio de esa ostentación desvergonzada de magnificencia activa me di cuenta de que esto era tan familiar que casi se sentía como un recuerdo. Él había cocinado para mí antes, podía haber jurado que lo había hecho.

—Estoy teniendo una extraña sensación de deja vu —admití en voz baja con dedos agarrando demasiado fuerte el vaso medio vacío en frente mío.

De espaldas a mí, Justin se congeló. Sus hombros parecían volverse aún más anchos con la tensión endureciéndolos. Incluso la dichosa luz solar que llegó a tocar afortunadamente la suavidad de su cabello paró de brillar. Ni la parte más diminuta de él se movió.

—¿Qué tipo de sensación? —Éste, sin dar vuelta. No hay ninguna razón para echarse atrás ahora. Tenía la oportunidad de callarme y disfrutar el momento y lo arruiné.

—Como si tal vez ya hubiéramos hecho esto antes. Excepto que pienso que recordaría si ya cocinaste para mí.

—¿Eso te asusta? —Su voz era tan suave que apenas descifré la pregunta, pero atestar tanto sentimiento, me dejó sin aire. Me reveló exactamente cuánto le importaba mi respuesta. ¿Cómo le podía importar tanto?

Eso no era importante, sin embargo. Qué importaba se reduce a mis palabras, capaces de herirlo, algo que tenía que asegurarme que no sucediera porque un Justin herido, especialmente por mí, no era alguien que alguna vez quisiera conocer.

—No —negué firmemente. Escogiendo mis palabras con cuidado, agregue tímidamente—. Se siente, no lo sé… como si estuviera en casa o algo.

Un largo jadeo contenido se precipitó en su boca, tan chillón que lo debieron haber oído allá en la casa de Rosemound. Ahora estaba respirando de nuevo, aunque aún no me miraba. No presioné. La luz solar reanudó su jugueteo en su grueso cabello. Mis dedos se desenroscaron del vaso. El mundo se sintió de vuelta en su lugar y respire con alivio.

—Bien —dijo finalmente, con tono grave, calmadamente—. Eso está bien.

Pero no me calmé hasta después de que volvió a preparar la comida. Y aun después una parte de mí simplemente no se tranquilizaría. Esto era una locura, con L mayúscula. Raro. Maravilloso. En cierto modo inquietante. Irreal. Imponente. Y estaba completamente consumida por la necesidad de darle sentido. A él. No me malentiendan, puedo apreciar algo de misterio e imaginar que algunas veces puede ser un verdadero atractivo, sin saber cada último detalle de un chico. Excepto que “Algún misterio” difícilmente se aplica ya. Había confesado vivir en Rosemund para estar cerca de mí. ¿Y cómo hizo para hacerse cargo de sus gastos un año entero aparentemente sin advertírmelo? Sin mencionar la cosa del deja vu y su reacción hacia él. Mi cabeza estaba repleta.

—Así, ¿es este tipo de música la que usualmente escuchas? —pregunté finalmente, temerosa de que a menos de que empezara a hablar entrara en crisis.

Volteó la dorada tortilla en una hábil maniobra.

Después el mundo se alejó y todo lo que permaneció fueron sus ojos sentimentales. Estaba ahogándome en dorados y plateados tanques de suave terciopelo. Era suficiente para… espera, ¿cuál era mi nombre, otra vez?

—Quieres jugar a veinte preguntas.

No estaba preguntando. Era una afirmación, una que pronunció con un suspiro. Al menos no se había detenido a respirar esta vez. Pensé que ese era un signo realmente bueno.

—Está bien, entonces. Adelante

¡Oh hombre! Mi garganta repentinamente estaba más angosta que una pajilla, ¿Por dónde debo empezar? ¿Era seguro preguntar cualquier cosa que sea? ¿Cómo evitar el tartamudeo?

—¿Cuál es tu color favorito? —empecé, cautelosa de pisar algunos de sus dedos del pie.

Sacudió su cabeza, sonriendo.

—Rojo. El color de tu pelo, en realidad. ¿Cuál es el tuyo? Espera, lo tengo. ¿Podría ser verde?

Forcé a mi boca a hablar sobre mi estruendoso pulso. Estaba burlándose de mí, tenía que ser. Podía ser agradable sobre eso, ¿verdad?

—Suposición afortunada. ¿Libro favorito?

Puso la tortilla en el plato con una suave sonrisa en sus labios.

—Imposible optar por uno sólo para siempre. Para mí eso sólo funciona con las chicas —enfatizó eso con una mirada significativa en mi dirección y mi corazón demostró mi fuerte reacción—. Ahora me gusta realmente Qué sueños pueden venir de Richard Mathoson.

—Nunca lo he escuchado. ¿De qué trata?

Por unos pocos momentos pareció pensativo, como si estuviera luchando para que se le ocurriera una respuesta lo suficiente buena. Después, volviendo a dividir la tortilla a la mitad, simplemente dijo: —Amor.

—¡Oh!

—El tuyo es Tristan e Isolda, ¿verdad? Probablemente la versión de Bédier dado que es una buena lectura y se mantiene parecida a la leyenda. La mejor historia de amantes con mala suerte jamás contada, ¿huh?

¿Lo había mencionado en clase?

—Era la primera, por supuesto —dije—. Antes de Guinevere y Lancelot, antes de Romeo y Julieta.

—¿Qué hay de Paris y Helena?

—Bueno, técnicamente la Guerra Troyana ocurrió primero, pero nunca favoreció a la mitología griega. Cosas opuestas. Quiero decir, Paris y Helena están juntos sólo lo suficiente para causar la guerra, pero después, cuando él muere, debido a la extraña costumbre Levirate, ella se casa con su hermano Deïphobus. Después está la reconciliación entera con Menelao, quien era en realidad su esposo legal desde el principio. No lo sé… en cierto modo supone un giro negativo en el amor entre Paris y ella. Como que lo corrompe, ¿sabes?

Sonríe.

—Considerando que Tristan muere con su nombre en sus labios e Isolda pronto lo sigue porque ella simplemente está afligida por su muerte. Hmm, un poco morboso cuando piensas en eso, ¿No estás de acuerdo? —se burló de mí, una ceja arqueándose.

—Tal vez, pero también indudable. Inocente. Sin mencionar que, lo hizo interesado por la poción de amor que lo empieza todo. Siempre me he preguntado que llevaría —mascullé, más para mí misma.

Pero en respuesta, me examinó con una cara tan seria, mi humor reflexivo se transformó instantáneamente en un completo estado de alerta.

—Pero no lo harías —dijo calmadamente—. Juntar personas a través de magia va contra tus expectativas de fiabilidad e inocencia. Quieres algo puro, como debe ser. No hay otra alternativa.

El aire se solidificó y aglomeró en la parte posterior de mi garganta como trozos de roca. Por un lado, me hizo deliberadamente feliz que él pudiera ver tan profundo dentro de mí, y por otro el otro lado, me daba pavor saber que él no debía ser capaz de eso.

Hubo silencio y después un plato lleno de comida fue gentilmente empujado en frente de mí. Seguido por una pregunta, que hizo en el tono más casual.

—¿Puedo alimentarte?

¿Alguna vez han tenido uno de esos momentos cuando el mundo alrededor de ti baja la velocidad hasta casi una pausa completa? ¿Cuándo el tiempo se siente plegable e insignificante, y no hay nada, nada con la excepción de la persona en frente tuyo, que parezca real y se explique por sí mismo ya?

¿Cielos, cómo hacía eso?

Un asentimiento fue todo lo que pude manejar como manera de responder. En medio de mi pecho, resonando como un millar de tambores africanos, mi pulso se aceleró, subiendo a la parte posterior de mi garganta y con sabor a frutas confitadas amargas, a miedo y necesidad. Su asiento, al lado del mío, dispuso nuestras rodillas tan cerca que casi se tocaban. De ninguna manera podía ahora recordar como masticar y tragar.

Pero una vez que él empujó el primer bocado dentro de mi boca, un trozo de tortilla picante con tajadas de tomate fresco y pepinos, algo cambió y repentinamente estaba famélica. La manera en que sus ojos se aferraban a mis labios, en un intento de memorizar cada última curva, me hizo querer comer hasta que el planeta entero se quedara sin comida. Justamente así yo pude observarlo mirándome hacerlo.

Porque nunca había habido cualquier cosa más sensual. Íntima. Sin poner un dedo sobre mí, sin decir una palabra, él hacia cosas dentro de mí que me tensaban, flexionaba, y me iniciaban en un suave canturreo. Mi cuerpo cantó por él.

Así que así es como se siente el amor, me maravillé, y a pesar de todos mis esfuerzos no pude ser frívola al respecto. Demasiada magia estaba sucediendo entre nosotros. Por primera vez en mi vida, la sentí aumentando y permanecí observándola con asombro, por primera vez desde el marco y no siendo la raíz de la misma.

Por primera vez en toda mi vida, no era yo quien estaba realizando el hechizo; era la hechizada. No quería hablar, ni cambiar nada, por miedo a interrumpir lo que fuera que estuviera ocurriendo.

—¡Por favor, pregúntame algo más! —casi me rogó, apresurado, como si tuviera miedo de quedarse sin tiempo de algún modo.

Pero me estanqué, todavía temerosa de cruzar esa línea. Mordisqueando mi comida lentamente, dejé mis ojos vagar sobre los ángulos y los planos de su rostro, teniendo cuidado de evitar su boca, la plenitud tentadora que seguía volviéndome loca con visiones de besarlo. Aun así, en algún lugar en medio de eso, llegó la gran pregunta.

—¿Quién eres?

Los remolinos en sus ojos evocaron imágenes de nubes de tormenta otra vez. Parecía herido y mordí mi labio, odiar el no entender y desearlo tanto, quemaba.

—Sabes quién soy —respondió finalmente, dejando escapar un pesado suspiro—. Ya sabes, Drew Bieber.

—¿Drew?

—Sí, Justin es una especie de sobrenombre.

—¡Oh!

Seguía insistiendo en que lo conocía, cuando en realidad ni siquiera conocía su verdadero nombre.

—¿Qué soy para ti?

En lugar de responder, picó su comida, mirando distraídamente por la ventana, hacia algún lugar en la distancia. Hizo eso por un largo rato, mientras yo observaba y esperaba. La necesidad de morder mis uñas hasta que sangraran se estaba volviendo aterradoramente difícil de controlar. Después de un largo rato se puso de pie lentamente, recogiendo nuestros platos vacíos, con cuidado de evitar mis ojos. Claramente, no tenía ninguna intención de responderme.

—¿Qué soy para ti? —repetí, y la irritación convirtió mi voz en un gruñido.

Genial, ahora estaba gruñendo.

Pero funcionó. Se detuvo en seco, perforándome con sus ojos como dos agujeros negros de desesperación. Mi corazón se rompió. ¿Yo había hecho eso?

—Todo.

La palabra fue sólo un suspiro, como si el simple hecho de vociferarlo fuera demasiado que soportar. Con los hombros caídos, y pasos rígidos, avanzó hasta el fregadero para lidiar con la pequeña pila de platos sucios. Mis ojos se quedaron en él, pero no registraron nada durante un rato. ¿Esto realmente estaba ocurriendo? ¿Acababa de decirme Justin Bieber que yo era todo para él? ¿Qué demonios había en esa tortilla?

Cuando mi cabeza se calmó y algunas sensaciones básicas regresaron a mis músculos “congelados en el lugar”, aturdida, me acerqué al lugar donde se encontraba. Sus ojos permanecieron clavados en los míos, lo que por supuesto hizo incluso más difícil producir cualquier cosa parecida a la voz humana.

—No puedes decirme algo como eso y luego no decir nada más.

Con los brazos colgando junto a su cuerpo, me miró con cansancio.

—¿Más? No hay nada más, _____. Tú eres… tú. Mi tormento, mi alivio, mi maldición, mi bendición. Mi carcelera y mi libertad. Mi… todo.

Pensarías que no hay forma de decir algo como eso de forma plana, como un jodido extraterrestre del planeta Vulcano, pero Justin lo hizo. El destacamento me fastidió; sus palabras decían una cosa, su actitud, otra, y ninguna de ellas tenía sentido.

Él estaba ocupado manejando una máquina de capuchino de moda que tenía tantos pequeños botones, mini-palancas e interruptores que me hubiera tomado horas operarla. Me acerqué más, intencionalmente invadiendo su espacio personal. Mi pecho casi tocaba su espalda.

—¡No es suficiente! —dije, con suficiente sentimiento para que mi pecho doliera.

Tentativamente, con dedos inestables, toqué su espalda y casi salté de sorpresa justo después, cuando, más rápido que un animal salvaje, se giró y me atrapó entre sus brazos. Me estaba aplastando contra él tan fuerte, que mi pobre corazón estaba listo para entrar en taquicardia. Su cara enterrada en el hueco de mi cuello y respiraba profundamente, desesperadamente, como un hombre que se está ahogando y lucha por aire. Pero no era aire lo que él quería, era… a mí.

La consciencia de ello eliminó todo el aire que me quedaba.

Sus dedos se enredaron a través de mi cabello, tirando de él hacia atrás y desnudando mi cuello, y sus labios siguieron su curva, tocándome a penas tímidamente.

—Bebé, no quiero hablar —murmuró.

Sus dientes se envolvieron alrededor del lóbulo de mi oreja y lo mordió, rápido y delicado. Mis rodillas se doblaron y estuve agradecida de que sus brazos me estuvieran sujetando tan firmemente. Y ese sonido… ¿realmente fui yo quien dejó escapar ese gemido? Su boca se movió a lo largo de mi cuello, no exactamente tocándolo, pero lo suficientemente cerca para poder decir que él estaba sonriendo.

—Y dada la elección, me gustaría respirarte. Y sentirte, —Su mejilla acarició la mía lentamente—, y saborearte.

Su lengua trazó un arco siguiendo la comisura de mi boca. Era algo suave pero punzante, y aunque no me desmayé por ello, el torbellino de deliciosas sensaciones y de las cosas derritiéndose en mi interior era tan… bueno, delicioso, que para el momento en que me recuperé, su boca estaba muy lejos de la mía.

Él estaba retrocediendo y entré en pánico, aferrando sus brazos desesperadamente.

—Por favor —gemí, sonando como un cachorrito mojado pidiendo refugio en medio de una tormenta.

Totalmente indigno, lo admito, pero por otro lado, ni toda la dignidad del mundo podía darme lo que deseaba, que era que él me besara. Si no lo hacía, mi cuerpo entraría en shock, sin lugar a dudas. Kaput. Acabado.

Sus ojos ardían; era como observar fundirse el oro, convirtiéndose en líquido, incandescente. Su expresión me recordaba a La Mona Lisa y su enigmática sonrisa. Pero bajo ella, bajo lo que aún no entendía, había fuego. Haciéndolo arder tan furiosamente como lo hacía yo.

—¡Por favor! —repetí, con más urgencia, agarrando la camiseta que se estrechaba sobre su amplio pecho, con los puños cerrados.

Sonrió —¡sonrió!— y leí millones de cosas en esa sonrisa: deseo, engreimiento, dolor, alegría, desesperación, duda, alivio, triunfo. Sus manos se aferraron a mi cintura y luego yo estaba flotando hacia atrás, el mundo disolviéndose a mí alrededor como las pelusas de un diente de león siendo arrastradas por el viento.

Cuando una superficie se volvió sólida debajo de mí, su frente tocó la mía y sus manos se deslizaron bajo mi camiseta, las puntas de sus dedos revoloteando sobre mi piel como las alas de una mariposa. Como plumas que hacían que cada célula de mi cuerpo temblara y cantara.

Mi cuerpo cantó para él otra vez.

Labios suaves encontraron los míos, picantes y malvados, como un pecado bañado en crema de menta. Dedos se clavaron en mi piel desnuda mientras su lengua se deslizaba sobre la mía, degustando. Detrás de mis párpados cerrados las estrellas estallaron en llamas de colores. Sonidos que no sabía que fuera capaz de hacer fluyeron desde mi pecho y se fundieron en sus labios. Mi mundo se contrajo y luego explotó en pedazos y piezas que ya no encajaban.

Todo cambió.

Y mi alma cantó para él, también.
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Mensaje por Jerteez Lun 01 Abr 2013, 7:15 pm

Siguela porfis *.*
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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Miér 03 Abr 2013, 12:18 am

Capítulo 9


—El mundo se sacudió cuando nos tocamos —suspiró cerca de mi oído, todavía sosteniéndome cerca.

Buscar una forma de regresar a mí era como despertar después de 24 horas de sueño. Cosas vinieron a mí como olas. Mis labios cosquilleaban y se sentían hinchados. Estaba sentada en la isla de la cocina. Mis brazos temblaban. Tensé mi agarre alrededor de su cuello, feliz de encontrar que su cuerpo no era firme como una roca, tampoco. Por alguna razón, saber que no eran sólo mis músculos los que tenían consistencia de gelatina se sentía perversamente gratificante. Sus brazos, aún sujetos a mi alrededor, estaban ahora encima y no debajo de mi camisa. Los evidentes vacíos en mi memoria me hacían pensar en encuentros con ovnis, porque de alguna forma realmente había sido abducida, aunque no por pequeños hombres grises. Pero el beso me robó de mí misma. ¡Wow! no se acerca a cubrirlo.

Con mi cabeza descansando en su pecho, dejé salir un suspiro, un eco del sonido que hacía Raisin cuando era cálido y confortante. Uh-uh, síp… estaba ronroneando.

Me reí.

—Me hiciste ronronear.

—¿Qué, no lo sabías? Las chicas siempre ronronean por mí.

Golpeé su pecho con mi cabeza, gustándome la recién descubierta familiaridad, pero esperando que él estuviera bromeando.

—Si estás tan seguro de ti mismo, entonces ¿por qué tardaste una eternidad en invitarme a salir?

Sus brazos se movieron una vez más cerca de mí, antes de caer como miembros de una muñeca de trapo. Sin realmente quererlo, pero ahora nerviosa, separé mis brazos de alrededor de su cuello. No perdió el tiempo en alejarse, lo que sólo me preocupó más.

—A veces menos en realidad es más —dijo simplemente. Obviamente estaba hablando Mandarín, decidí. Eso o el beso había destrozado mi cerebro al punto donde el inglés realmente sonaba como Mandarín.

—¿A qué te refieres?

Su expresión era tan irritantemente cautelosa, que tuve el impulso de saltar del mostrador y zarandearlo hasta que su inexpresiva máscara se rompiera. Lentamente se alejó, más y más lejos, hasta que estuvo apoyado en los gabinetes. Me pregunté cuán lejos habría ido si no fuera por los gabinetes. ¿Bangladés*? ¿Bulgaria*?

—Detente —me instó suavemente, sus ojos pegados al piso.

—Er… ¿qué?

—Para de actuar como si pudieras ver el sentido ahí donde no lo hay. No pierdas nuestro tiempo en preguntas que sabes que no puedes responder.

¿Pero no fue él el único quien quiso preguntar?

—Podría ser bueno entender al menos algo de lo que está pasando.

—¿Bueno? —Hizo un vago y desinteresado encogimiento de hombros—. Seguro, pero ¿en realidad es necesario? ¿No puedes simplemente disfrutar de esto? —Señaló de él hacía mí y viceversa—. ¿De nosotros?

Me mordí el labio para contener un gemido.

—Déjame preguntarte algo —dijo, con una perezosa sonrisa instantáneamente confundió mi gran irritación—. ¿Quién eres?

—¿Eh?

—¿Sabes quién eres?

Habló de forma constante, consciente de cada sílaba, como si yo fuera un niño. Yo, como la sofisticada joven que no era, reaccioné con una extraña e infantil risita.

—Por supuesto que lo sé. Soy _____ Cr…

—¡No, no, no!

Todavía desfilando esa vergonzosa y sexy sonrisa, paseó de nuevo por el piso. Sin prisa. Dándole tiempo a mi cuerpo para la tensa anticipación. Burlándose. Matándome.

Hizo una pausa delante de mí, relamiéndose los labios. Sus ojos cayeron a mis piernas, que todavía estaban entrelazadas, poniendo una barrera entre nosotros. Mis rodillas empujaron sus muslos.

—Tú crees que eres la chica pienso-luego-existo.

Su persistente mirada en mis piernas se sentía como una caricia, y cuando sus dedos en realidad tocaron mis rodillas, me quedé sin aliento. No podía oír ninguna palabra de lo estaba diciendo, no podía ni siquiera mirar su cara. ¡Sus manos! Mi mundo entero estaba limitado a sus manos. Tocándome. Gráciles dedos ahuecando mis rodillas.

—Cuando en efecto eres la chica puedo-cambiar-el-mundo-con-mover-mi- nariz, luego-existo. La instintiva, única-en-su-tipo, siempre-sintonizada chica.

Delicadamente, lentamente, sus manos se deslizaron entre mis temblorosas rodillas y las movió hacía arriba, sus pulgares trazando el interior de mis muslos. Incluso a través de mis jeans se sentía como fuego.

—Tú no eres de razones, _____, eres toda instinto, ¿por qué no dejas que te guíe para variar?

Un ligero tirón y mis piernas estaban separadas, su cuerpo se desliza entre ellas como el mercurio en un termómetro. Mis caderas encajaban en su dulce, dulce perfección. Cerca, tan cerca, que podía sentir la hebilla de su cinturón presionando contra mi ombligo. Mis manos se levantaron para descansar en su pecho, estaba dividida entre querer agarrar un puñado de su camiseta y jalarlo hacía mí o empujarlo. Estar tan cerca de él que me quemaba viva. No recordaba nada. No sabía nada. No me importaba nada excepto él. Su piel y su aroma a pino. Sus manos. El calor entre nosotros.

Una mano se movió bajo la parte baja de mi espalda, la otra ahuecada en mi cara. Había risa en sus ojos, con un toque de diversión y asombro, pero no podía parar de pensar en lo que significaba. No cuando su respiración quemaba contra mis labios. No mientras el mundo giraba en círculos multicolores otra vez.

—Cierra tus ojos —dijo, bajo y suave—. Mira dentro de ti y no pienses por un segundo, sólo… dime, ¿cómo te sentiste cuando te besé?

Mis ojos se cerraron, no tanto por lo que había preguntado, sino porque me estaba mareando. La mano en mi espalda dio un suave empujón y un suave sonido acelerado pasó por mis labios. Mi cara se calienta a un millón de grados. Su pulgar como una pluma pasó a través de mi labio inferior, trazando suavemente una línea.

—Aquí, déjame que te lo recuerde —susurró.

Sus dientes su hundieron en mi labio, pronto reemplazados por sus suaves labios que los succionaron suavemente. Muy despacio, estaba besándome tan despacio… delicadamente. Adentro y alrededor de mí, en todas partes, moviéndose más cerca todavía, eliminando cualquier rastro de la realidad. Perdí el camino de todo.

Dientes mordieron, labios tranquilizaron.

Me convertí en ceniza.

—Ahí —susurró en mi oído—. ¿Cómo te sentiste?

Igual de lejos podría decir, que mi cerebro, ahora estaba totalmente fuera de servicio, no tenía absolutamente nada que ver con la palabra que salió de mis toscos labios.

—Intacta.

Hice una mueca, dándome cuenta lo extraño que debe haber sonado. Pero era verdad. Su toque arregló algo dentro de mí. Una abolladura en mi alma. Una grieta en mi corazón. Me hizo maravillosamente desvergonzada de ser una tonta con magia-sin-limites por una vez. Me hizo feliz ser yo porque, imperfecta como era, encajé, perfectamente.

Cuando mis ojos se abrieron, no necesité un espejo para saber cómo me veía. Confundida. Alarmada. Feliz. Borracha de “nosotros”. No había punto en tratar de pretender lo contrario; dejé todo el show.

—Intacta… una hermosa manera de ponerlo. Tan cierto —susurró—. _____, puedes hacer un millón de preguntas, un millón de preguntas que no puedo responderte. Pero incluso si pudiera, mis palabras, todas mis palabras, serían poco. Las palabras no pueden arreglar lo que está roto dentro de ti. Ellas no pueden hacértelo todo.

Desde que estaba completamente muda, sin aliento, sólo podía mirarlo fijamente con mi boca congelada en una silenciosa O, mientras él siguió suplicando suavemente.

—He esperado un largo tiempo para estar contigo… y estamos bien juntos, _____. ¿Por qué perder el tiempo en entender por qué es esto?

Mi estómago se sentía anudado acerca de hablar. Las mismísimas respuestas que me moría por obtener también espantaban cada pequeña luz dentro de mí. Porque, al final, ¡pude besarlo! ¡Él pensó que el mundo se sacudió cuando nos tocamos! Y… conocía mi corazón. Le importaba.

La última cosa que quería era un lío con lo que sea que estaba pasando entre nosotros.

Así que lo dejé.

—Supongo que tienes razón.

Pero curiosamente, el animal insaciable, me dio un codazo hacia delante de nuevo.

—Cuando dices que esperaste un largo tiempo, exactamente ¿cuánto tiempo es, en este caso?

Gimió.

—¿Ves? No puedes sólo dejar las cosas como están.

La forma en que se alejó me recordó a las tortugas y a las conchas. Había algo muy triste y vulnerable con eso.

—¿Alguna vez oíste del efecto del observador, _____? Es lo que llaman reactividad en psicología: personas que alteran su comportamiento cuando saben que están siendo observados. ¿Alguna vez has oído de ello?

—Un poco. La simple observación de un fenómeno que cambia, o algo como eso.

Asintió.

—Déjame ponerlo de esta manera. Me encanta estar contigo, pero consigo más manteniendo distancia. Consigo más mirándote cuando tú no sabes que lo estoy haciendo.

—No lo entiendo. —El eufemismo del siglo.

—Eso es. Eres en realidad grande en entendimiento. Grande en cuestionamiento y en forzar el camino a la verdad. Te va a comer ahora, no saber por qué las cosas son de esta manera entre nosotros.

—No me puedes culpar por esto, quiero decir…

—Tengo esta teoría —interrumpió—. En cada vida hay un gran suceso, ¿cierto? Y determina quienes somos. Un acontecimiento que básicamente decide todo acerca de nuestras vidas. El resto, lo que sea que pase antes y después, son sólo ondas en movimiento desde y hasta ese momento en el tiempo. Subproductos. Y no importa lo que hagan, no importa que tan duro intenten, lo mejor que pueden hacer es influir en una o más de las ondas. Pero nunca el evento principal. ¿Eso tiene algún sentido para ti?

Asentí con duda.

—Un poco.

—Esperé un año antes de pedirte a salir —añadió, y mi cara cayó—, porque me encantaba ver esas ondas en tu vida, mientras eran puros, no influenciados por mí. Porque sin mí en tu vida, eres una persona diferente. Tu propia persona. Más feliz. Y tenía que ver eso. Verte reír y llorar, y ser valiente, y convertirte en la chica increíble que eres, tenía que ver y recordar todo: _____ Crane, 2010, Rosemound, Michigan. Pero en su mayor parte, esperé tanto tiempo por tu propio bien, _____. Porque no puedo estar contigo sin tener que volver y tratar de cambiar ese suceso principal. Aun a sabiendas de que no se pueda hacer, todavía estoy obligado a intentarlo, como tú lo harás, también, conmigo. Pero vamos a fallar. Lo peor de todo, una vez que me dejes, mi corazón va a necesitar mucho más que un siglo para recuperarse. Excepto que el tiempo nunca está de nuestro lado. Lo que estoy tratando de decir es que no deberías lamentar lo mucho que esperé. Confía en mí, cuanto más cerca estemos, más doloroso será. Para ti y para mí ambas cosas.

Sólo de una cosa estaba todavía segura, y tenía que ver con que mi boca se negara a cerrarse. Y, sí, mirándolo a él con la boca abierta, básicamente pintó “idiota” en mi frente, pero al menos lo entendí. Podría procesarlo. El resto era borroso, sólo salvaje, como aguas turbias barriéndome lejos. No sabía si reír o llorar, poner mis brazos alrededor de él o correr.

—Está bien —pronuncié, una vez que pude formular palabras de nuevo—. En primer lugar, si crees que vas a vivir para ver ciento diecisiete años, te vas a llevar un chasco. A menos que te mudes a Japón. He leído acerca de un pueblo de pescadores donde la gente tiene una esperanza de vida muy larga. ¿Estás pensando en mudarte a Japón?

Sólo me miró como si me hubieran brotado cuernos. Al igual que mi parloteo irrelevante, no era su culpa. Su pequeño discurso había frito la mayor parte de mis neuronas a cenizas.

De todos modos, tomé a su falta de respuesta como un no.

—No lo creo. Por lo tanto, esa es una. Dos, no estoy pensando en ir a ningún lado. ¿Por qué siquiera pensar en eso? ¿Por qué iba a querer romper?

—No lo entiendes.

—Tres —le interrumpí, hablando incesantemente—, no sé lo que sucedió en el pasado, pero no hay nada escrito en piedra. Si me dices cómo puedo ayud…

—¡No te puedo decir! —argumentó, moviendo los brazos hacia arriba en exasperación—. La cosa es que: ¡yo nunca te lo podré decir!

¡Hmm! Un acertijo. Esto era todo un acertijo muy complejo, concluí, todo lo que salió de su boca, hasta la última palabra. Por lo que era sólo cuestión de resolverlo. Decodificando a Justin; un tipo reservado, misterioso, y, seamos sinceros, un poco raro este Justin Bieber. Claro, decodificarlo sería sencillo. ¿A quién engañaba?

—¿Hay alguna posibilidad de que pudieras mencionar algo? —Dibujé lentos círculos en el aire.

—¿Hay alguna posibilidad de que pudieras dejar de molestarme con ello?

¡Oh, genial! Creyó que era divertido.

—No es justo.

—Lo mismo.

Nos miramos el uno al otro en silencio por unos momentos.

—Por lo tanto, vamos a ver si lo entiendo. Esperaste un año para invitarme a salir. Y viniste a Rosemound hace aproximadamente un año. Por lo tanto, eso significa, ¿qué? ¿Que te mudaste aquí por mí?

Su sonrisa maliciosa que envió volando mi corazón directo a mi estómago era toda su respuesta. Me había estado agarrando a un clavo ardiendo, sin creer que su llegada a Rosemound había tenido algo que ver conmigo. ¿Estaba equivocada? ¡Nah! Eso sería una locura, he intentado tranquilizarme a mí misma. Excepto...

—¿Cómo podrías estarme vigilando todo el año? —le pregunté, sintiendo mis ojos saltones, pero que no pudiéndolos controlar—. Creo que me hubiera dado cuenta.

Su sonrisa se ensanchó.

—¿Qué quieres decir, ya que siempre me estabas mirando?

Empujé su pecho, mi cara ya en llamas.

—¡En tus sueños!

—Ahí, también.

¿Cómo puede alguien hacer eso? En un segundo estábamos bromeando con soltura, y al siguiente, su sonrisa se convierte en algo completamente distinto. Un pedazo de esa suave ternura, sin profundidad convirtió mis huesos en flujo libre de líquido.

—Todas las noches, de hecho.

Debería haber sonado cursi, cuando dijo eso, si no fuera por toda la honestidad desnuda en sus ojos. Y a la par con el resto de su expresión adorable, que, de manera muy eficaz, me dejó sin aliento. Como si
intentara detener mi corazón por completo, procediendo a acariciar mi mejilla, también, subiendo el calor en mi cara a, por ejemplo, miles de grados.

Una sonrisa floreció de nuevo en sus ojos.

—Me encanta que me dejaras introducir esa ternura en ti. Siempre has sido un soldado un poco difícil, pero en ese acto rápido en el que te pones firme, eres mantequilla suave. Dulce como la miel. ¡Y puedo llegar hasta allí! Hacer que esa ternura llegue. Estoy muy… honrado por ello.

Se detuvo, de repente, y entonces frunció el ceño.

—Realmente me arrepiento de que no te lo pidiera antes.

—¿Qué ha cambiado tu opinión? —le pregunté en voz baja.

Sólo hubo una pequeña duda.

—Por qué, _____, eres sólo tan irresistible, bebé —Mi cabeza nadó en una incredulidad enorme, y su respuesta fue la última gota de nitroglicerina que hizo que todo hiciera boom. Lo había dicho en broma, con un destello de corta duración que nunca llegó a sus ojos. Pero era mentira, los dos sabíamos que lo era, y yo no podía aceptar eso.

—Justin, ¿quién eres tú? —exploté, gruñendo de nuevo—. Quiero decir, eres diferente, ¿como yo? Y nosotros... ¿Por qué siento como que ya me conoces? ¿Cómo sabes tanto sobre mí? ¿Por qué te importa? Y no me des ninguna charla enigmática, Justin. ¡Necesito respuestas! Respuestas reales. Y las necesito para que las cosas estén bien entre nosotros.

—¿Tienes alguna idea de lo que se siente al pasar toda la vida evitando el contacto humano? ¡Soy como un loco hombre del saco en Rosemound! A los niños pequeños les enseñaron: No dejes que _____ Crane te toque, ¡podría robar tu alma! Si voy a la tienda de comestibles, todo el mundo evita el pasillo en el que me encuentro. En la calle se alejan para asegurarse de que nadie se choque conmigo por error.

Las primeras lágrimas se derramaron, quemando en su honestidad. Mis manos, entrelazadas sobre mi regazo, se estremecieron. Maldita sea, ¡yo parecía tan perdedora delante de él! Pero no podía parar.

—¡Y… te puedo tocar! Y cuando me tocas el mundo entero se desintegra. Pero si no entiendo por qué sucede, si no hago las preguntas que no quieres que te pregunte, ¿cómo puedo asegurarme de que no lo pierda? ¿Cómo puedo asegurarme de que no volverá a...? Y estoy totalmente enloqueciendo, ¿no?

Sus fuertes brazos me sujetaron alrededor, cálidos y reales, muy parecidos a mis lágrimas. Me abrazó con mucho cuidado, como si fuera preciosa para él.

—Shh —me tranquilizó—. Dulce _____... valiente, triste... triste _____... mi chica con el pelo de fuego y los ojos llenos de primavera... hermosa _____... mi niña...

Su voz, suave como el arrullo de un bebé susurró muchas cosas en mi oído. Nunca me dejó ir, no importó lo duro que grité, no importó cómo me agité. Y bonito, no lo era. Desde siempre fui fuerte, a prueba de lágrimas, y cuando me rompí todas las compuertas se abrieron. Sin embargo, no me dejó ir. Sólo me acunaba más, murmurando, “lo siento” una y otra vez.

—¡Por favor! Prométeme que no vas a desaparecer —le supliqué.

¿Desesperada? No hay duda, pero en ese momento pensé que no importaba. Que había sido una malísima primera cita de todos modos, y si no se había ido hasta ahora, lo más probable era que simplemente no se
iba a ninguna parte.

—¿Donde iba a...? Bebé, tú me posees, todo yo! Soy tuyo, para bien o para mal.

Finalmente, una confirmación sin ambigüedades. Sólo con eso, con dos frases, se limpió la herida. Unas pocas palabras y el mundo dejó de girar asquerosamente, mi pulso lento y mis músculos crecieron sólidos. Unas palabras de él y todo estaba bien otra vez. O, al menos, tan bien como podría ser.

No me importaba demasiado lo agridulce, había aprendido hace mucho tiempo a aceptar lo bueno y lo malo. Lo que estaba pasando entre nosotros era más dulce que amargo de todos modos. ¿Preguntas? Claro, todavía había miles de ellas, pero no, no pregunté. ¿Cuál era el punto? A Justin no le importaba que fuera un monstruo. Sentía algo por mí. Tocarlo no me dejaba fuera de combate. Y sí, había algo raro, pero lidiaría con eso toda la vida. Podría manejarlo. Siempre y cuando pudiera tenerlo, podría aprender a vivir con el resto.

Trajo una manta y holgazaneamos en la playa, donde me dio de comer rebanadas de naranja mientras me recostaba con los ojos cerrados en paz con la mayoría de las cosas y haciendo caso omiso de los demás. Impresionante como él era, añadió un poco de su juego perfecto. Se trataba de juntar nuestros iPods, y una cantidad generosa de no hacer nada más que compartir nuestras canciones favoritas con el otro. Se puso un auricular, y yo el otro, y tocó una canción para mí, y luego nos cambiamos a mi iPod, y así sucesivamente. Seguí su consejo y traté de hacer caso omiso de todo, pero con el cielo sobre nosotros. Ver sólo el azul sin nubes mientras escuchaba la música favorita de Justin fue impresionante. Era un gusto doble: relajarme y obtener más información de mi siempre-tan-tentador-y-delicioso-novio. En serio, jamás lo habría tomado como la clase de chico que escucha a Tchaikovsky. Mantuvimos un poco de espacio entre nosotros, sólo tocando nuestras manos, por poco.

¿Y lo mejor todavía? ¡No era sólo yo! Cuando nos detuvimos en un cruce, Justin giró y gritó su emoción.

—Este es el material del que están hechos los sueños, ¿verdad?

Podría haber señalado que la cita estaba errónea. Todo el mundo elige la famosa frase de Humphrey Bogart en The Maltese Falcon* , cuando las palabras son en realidad “Estamos hechos de la misma materia que los sueños” perteneciente al maestro Shakespeare, pero ¿sabes qué? Con todo el respeto debido al movimiento de las mujeres, lo cierto es que, en raras ocasiones, el silencio la mejor garantía de una chica.

Así que me limité a sonreír en su lugar.

*The Maltese Falcon: El halcón maltés es una película estadounidense de 1941, dirigida por John Huston, basada en la novela del mismo nombre de Dashiell Hammett.
*Bangladés: Oficialmente República Popular de Bangladés, es un país ubicado en el sur
de Asia. Su territorio se encuentra rodeado casi por completo por la India.
*Bulgaria: Oficialmente, la República de Bulgaria, es un país del sur de Europa. Limita con Rumania al norte (separados en gran parte por el Danubio), Serbia y la República de Macedonia al oeste y con Grecia y Turquía al sur. El mar Negro se encuentra ubicado al este del país.
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Mensaje por Jerteez Mar 09 Abr 2013, 6:15 pm

asddfjksajksdftjdjf tienes que continuarla *.*
Jerteez
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