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"Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
–¿Hacéis esto con mucha frecuencia? –preguntó Alice.
Tate sonrió de forma indolente a su amigo.
–De vez en cuando.
Amanda frunció el ceño cuando Tate ajustó la cremallera de modo que su mano quedara en el exterior y la de Hunter cubierta por el plástico negro. Le parecía muy extraño que el hombre estuviese tan dispuesto a ayudar a un vampiro.
–¿Cómo se conocieron ustedes dos? –le preguntó a Tate.
–Me estaba alimentando de un cadáver cuando él llegó –le contestó Hunter desde el interior de la bolsa.
Tate rió mientras se ponía en pie.
–Una noche, tras recibir una llamada, fui a recoger un cadáver que resultó estar vivo. Si no llega a ser por Hunter, hubiese sido yo el que acabara en la bolsa.
–Cierra la boca, Tate –masculló Hunter–, y conduce.
–Ya voy –dijo Tate, totalmente ajeno al modo dictatorial en el que Hunter lo trataba.
–¿Sabes una cosa? –comenzó a decirle Alice a Hunter en el instante que Tate arrancó el motor–. Podrías intentar ser más amable con la gente. Especialmente si te están ayudando.
Incluso a través del plástico se escuchó el suspiro de irritación.
–¿No deberías aplicarte el consejo a ti misma?
Alice abrió la boca para responder y, acto seguido, la cerró. Estaba en lo cierto. Se había comportado de un modo bastante desagradable con él desde el comienzo.
–Supongo que tienes razón. Quizás los dos deberíamos intentar no hacerlo más difícil.
Alice no supo si él llegó a contestar, ya que la sirena comenzó a aullar de nuevo. Tate los llevó hasta el hospital en un tiempo récord, pero el viaje distaba mucho de haber sido placentero.
Tate llevó la ambulancia hasta la parte trasera del hospital y aparcó bajo un toldo que los protegería de los rayos del sol. Con la advertencia de que permaneciera callada, sacó la camilla con mucho cuidado para no hacerle daño en el brazo y descendieron a la par de la ambulancia.
Una vez cruzaron las puertas del edificio, Alice mantuvo cerrado el polar para ocultar las man-chas de sangre de su jersey.
Hunter permaneció completamente inmóvil y en silencio mientras Tate empujaba la camilla por las zonas más concurridas. Alice caminaba junto a ellos pero, a decir verdad, quería morirse de la vergüenza dado lo obvios que resultaban los grilletes.
¿Tenían que brillar tanto bajo la luz de los tubos fluorescentes? ¿No podía Desiderius haber elegido unas esposas pequeñitas y coquetonas, como las de la policía?
Claro que no, tenían que medir doce centímetros y llevar una inscripción en griego a su alrededor, más una cadena que medía sus buenos diez centímetros. Cualquiera que las viera pensaría, sin duda alguna, que las había conseguido en uno de los catálogos de juguetitos sexuales de Alicia. ¡Menudo espanto! Ella jamás había entrado en un Frederick’s of Hollywood (famosa cadena de tiendas de lencerias muy lujosas). Es más, se ponía roja como un tomate cada vez que entraba en un Victoria’s Secret…
Además, todos los que pasaban a su lado se giraban para mirarlos boquiabiertos.
–No había visto eso desde hace por lo menos seis meses –dijo uno de los celadores cuando pasaron junto al mostrador de admisiones.
–Ya me lo contaron –le contestó un compañero–. ¿Sabes cuántos años tenía el desafortunado?
–No lo sé; pero por el aspecto de la chica yo firmaba ahora mismo.
Sus carcajadas hicieron que le ardiera la cara. Por las miradas interesadas que los hombres lanzaban a su cuerpo, supuso que la predicción de Hunter acerca de sus posibles citas no iba muy desencaminadas.
–¿Tate? –lo llamó un joven médico según se aproximaban a los ascensores –. ¿Debería preguntar?
Tate negó con la cabeza.
–Ya sabes que toda la mierda ésta siempre acaba en mi oficina.
El médico rió mientras Alice se tapaba la cara con la mano. Tan pronto como las puertas del ascensor se cerraron tras ellos, murmuró:
–Hunter, te juro que voy a matarte por esto.
–Querida –le dijo una anciana que ayudaba como voluntaria en el hospital y que estaba justo a su lado–. Me parece que ya lo has hecho. –Y le dio unas palmaditas a Alice en el brazo–. A mi Harvey y a mí nos ocurrió lo mismo. Pobre. Yo también lo echo de menos.
Tate estuvo a punto de ahogarse por el esfuerzo de sofocar la risa.
Alice lanzó un gruñido y rezó para que el horrible suplicio llegase a su fin.
Una vez en el depósito de cadáveres, Tate los llevó a un laboratorio poco iluminado, de paredes metálicas, y cerró la puerta con llave. Hunter abrió la cremallera desde dentro.
–Gracias –le dijo a Tate mientras se incorporaba y comenzaba a salir de la bolsa. La dobló y la colocó sobre una mesa.
Tate abrió uno de los cajones del armarito situado junto a la puerta.
–De nada. Ahora, quítate la camisa y déjame que vea lo que te ha pasado.
–Ya se curará.
Tate apretó la mandíbula con firmeza.
–¿Y la infección qué?
Nicholas lanzó una carcajada.
–Los inmortales no mueren de una infección. Ninguna enfermedad puede afectarme.
–Puede que no mueras, pero eso no quiere decir que no te duela y que no sane más rápido si la tratamos. –Dedicó una mirada a Nicholas que decía bien a las claras que no iba a dejarse intimidar–. No aceptaré un no por respuesta. Déjame curar esa herida.
Nicholas abrió la boca para seguir discutiendo pero, si algo tenía claro, era lo testarudo que Tate podía llegar a ser. Para no malgastar el tiempo, decidió obedecer… y entonces se dio cuenta de que no podría quitarse el abrigo y la camisa a causa de los grilletes.
Con un suspiro de exasperación, dejó que la ropa colgase del brazo y se acercó de nuevo a la camilla para tumbarse y esperar a Tate apoyado sobre los codos.
Mientras lo veía reunir el material necesario, escuchó cómo el corazón de Alice comenzaba a latir más rápido y su respiración se aceleraba. Sintió el agudo interés que despertaba en ella la visión de su cuerpo. Lo deseaba; y ese ávido deseo estaba causando estragos en él.
Se movió un poco, deseando que sus vaqueros fueran un par de tallas más grandes, ya que la tela negra estaba empezando a molestarle bastante debido a su erección.
Joder, había olvidado el dolor, tanto literal como alegórico, que sufría su cuerpo cuando estaba cerca de una mujer atractiva. Y ella era atractiva. Cómo no iba a serlo, con ese fascinante rostro élfico y esos enormes ojos azules y…
Los ojos azules siempre habían sido su debilidad.
Aun sin mirarla, supo que se estaba humedeciendo esos labios exuberantes, del color de las ciruelas, y al imaginar su sabor se le quedó la garganta seca. Imaginaba cómo sería sentir su aliento sobre el rostro y su lengua contra la suya mientras la besaba.
¡Por los dioses! Y él creía que los romanos lo habían torturado… el trabajo del mejor de sus inquisidores había sido una minucia comparado con la agonía física y mental que la cercanía de Alice le estaba causando.
Pero lo que más lo trastornaba no era sentir sus ojos fijos en él, sino el hecho de que había llevado la situación admirablemente. La mayoría de las mujeres habrían chillado de terror al descubrir su naturaleza, o se habrían puesto a llorar.
O ambas cosas a la vez.
Pero ella había sobrellevado la experiencia con una valentía y un coraje que hacía mucho que no veía.
La chica le gustaba de verdad; y eso era lo que más lo sorprendía.
Tate sonrió de forma indolente a su amigo.
–De vez en cuando.
Amanda frunció el ceño cuando Tate ajustó la cremallera de modo que su mano quedara en el exterior y la de Hunter cubierta por el plástico negro. Le parecía muy extraño que el hombre estuviese tan dispuesto a ayudar a un vampiro.
–¿Cómo se conocieron ustedes dos? –le preguntó a Tate.
–Me estaba alimentando de un cadáver cuando él llegó –le contestó Hunter desde el interior de la bolsa.
Tate rió mientras se ponía en pie.
–Una noche, tras recibir una llamada, fui a recoger un cadáver que resultó estar vivo. Si no llega a ser por Hunter, hubiese sido yo el que acabara en la bolsa.
–Cierra la boca, Tate –masculló Hunter–, y conduce.
–Ya voy –dijo Tate, totalmente ajeno al modo dictatorial en el que Hunter lo trataba.
–¿Sabes una cosa? –comenzó a decirle Alice a Hunter en el instante que Tate arrancó el motor–. Podrías intentar ser más amable con la gente. Especialmente si te están ayudando.
Incluso a través del plástico se escuchó el suspiro de irritación.
–¿No deberías aplicarte el consejo a ti misma?
Alice abrió la boca para responder y, acto seguido, la cerró. Estaba en lo cierto. Se había comportado de un modo bastante desagradable con él desde el comienzo.
–Supongo que tienes razón. Quizás los dos deberíamos intentar no hacerlo más difícil.
Alice no supo si él llegó a contestar, ya que la sirena comenzó a aullar de nuevo. Tate los llevó hasta el hospital en un tiempo récord, pero el viaje distaba mucho de haber sido placentero.
Tate llevó la ambulancia hasta la parte trasera del hospital y aparcó bajo un toldo que los protegería de los rayos del sol. Con la advertencia de que permaneciera callada, sacó la camilla con mucho cuidado para no hacerle daño en el brazo y descendieron a la par de la ambulancia.
Una vez cruzaron las puertas del edificio, Alice mantuvo cerrado el polar para ocultar las man-chas de sangre de su jersey.
Hunter permaneció completamente inmóvil y en silencio mientras Tate empujaba la camilla por las zonas más concurridas. Alice caminaba junto a ellos pero, a decir verdad, quería morirse de la vergüenza dado lo obvios que resultaban los grilletes.
¿Tenían que brillar tanto bajo la luz de los tubos fluorescentes? ¿No podía Desiderius haber elegido unas esposas pequeñitas y coquetonas, como las de la policía?
Claro que no, tenían que medir doce centímetros y llevar una inscripción en griego a su alrededor, más una cadena que medía sus buenos diez centímetros. Cualquiera que las viera pensaría, sin duda alguna, que las había conseguido en uno de los catálogos de juguetitos sexuales de Alicia. ¡Menudo espanto! Ella jamás había entrado en un Frederick’s of Hollywood (famosa cadena de tiendas de lencerias muy lujosas). Es más, se ponía roja como un tomate cada vez que entraba en un Victoria’s Secret…
Además, todos los que pasaban a su lado se giraban para mirarlos boquiabiertos.
–No había visto eso desde hace por lo menos seis meses –dijo uno de los celadores cuando pasaron junto al mostrador de admisiones.
–Ya me lo contaron –le contestó un compañero–. ¿Sabes cuántos años tenía el desafortunado?
–No lo sé; pero por el aspecto de la chica yo firmaba ahora mismo.
Sus carcajadas hicieron que le ardiera la cara. Por las miradas interesadas que los hombres lanzaban a su cuerpo, supuso que la predicción de Hunter acerca de sus posibles citas no iba muy desencaminadas.
–¿Tate? –lo llamó un joven médico según se aproximaban a los ascensores –. ¿Debería preguntar?
Tate negó con la cabeza.
–Ya sabes que toda la mierda ésta siempre acaba en mi oficina.
El médico rió mientras Alice se tapaba la cara con la mano. Tan pronto como las puertas del ascensor se cerraron tras ellos, murmuró:
–Hunter, te juro que voy a matarte por esto.
–Querida –le dijo una anciana que ayudaba como voluntaria en el hospital y que estaba justo a su lado–. Me parece que ya lo has hecho. –Y le dio unas palmaditas a Alice en el brazo–. A mi Harvey y a mí nos ocurrió lo mismo. Pobre. Yo también lo echo de menos.
Tate estuvo a punto de ahogarse por el esfuerzo de sofocar la risa.
Alice lanzó un gruñido y rezó para que el horrible suplicio llegase a su fin.
Una vez en el depósito de cadáveres, Tate los llevó a un laboratorio poco iluminado, de paredes metálicas, y cerró la puerta con llave. Hunter abrió la cremallera desde dentro.
–Gracias –le dijo a Tate mientras se incorporaba y comenzaba a salir de la bolsa. La dobló y la colocó sobre una mesa.
Tate abrió uno de los cajones del armarito situado junto a la puerta.
–De nada. Ahora, quítate la camisa y déjame que vea lo que te ha pasado.
–Ya se curará.
Tate apretó la mandíbula con firmeza.
–¿Y la infección qué?
Nicholas lanzó una carcajada.
–Los inmortales no mueren de una infección. Ninguna enfermedad puede afectarme.
–Puede que no mueras, pero eso no quiere decir que no te duela y que no sane más rápido si la tratamos. –Dedicó una mirada a Nicholas que decía bien a las claras que no iba a dejarse intimidar–. No aceptaré un no por respuesta. Déjame curar esa herida.
Nicholas abrió la boca para seguir discutiendo pero, si algo tenía claro, era lo testarudo que Tate podía llegar a ser. Para no malgastar el tiempo, decidió obedecer… y entonces se dio cuenta de que no podría quitarse el abrigo y la camisa a causa de los grilletes.
Con un suspiro de exasperación, dejó que la ropa colgase del brazo y se acercó de nuevo a la camilla para tumbarse y esperar a Tate apoyado sobre los codos.
Mientras lo veía reunir el material necesario, escuchó cómo el corazón de Alice comenzaba a latir más rápido y su respiración se aceleraba. Sintió el agudo interés que despertaba en ella la visión de su cuerpo. Lo deseaba; y ese ávido deseo estaba causando estragos en él.
Se movió un poco, deseando que sus vaqueros fueran un par de tallas más grandes, ya que la tela negra estaba empezando a molestarle bastante debido a su erección.
Joder, había olvidado el dolor, tanto literal como alegórico, que sufría su cuerpo cuando estaba cerca de una mujer atractiva. Y ella era atractiva. Cómo no iba a serlo, con ese fascinante rostro élfico y esos enormes ojos azules y…
Los ojos azules siempre habían sido su debilidad.
Aun sin mirarla, supo que se estaba humedeciendo esos labios exuberantes, del color de las ciruelas, y al imaginar su sabor se le quedó la garganta seca. Imaginaba cómo sería sentir su aliento sobre el rostro y su lengua contra la suya mientras la besaba.
¡Por los dioses! Y él creía que los romanos lo habían torturado… el trabajo del mejor de sus inquisidores había sido una minucia comparado con la agonía física y mental que la cercanía de Alice le estaba causando.
Pero lo que más lo trastornaba no era sentir sus ojos fijos en él, sino el hecho de que había llevado la situación admirablemente. La mayoría de las mujeres habrían chillado de terror al descubrir su naturaleza, o se habrían puesto a llorar.
O ambas cosas a la vez.
Pero ella había sobrellevado la experiencia con una valentía y un coraje que hacía mucho que no veía.
La chica le gustaba de verdad; y eso era lo que más lo sorprendía.
Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Hola no sabia que tenias nove
ya la lei y esta muy buena
tienes qe seguirla
soy ahora yo tu fan :D
sorry por no continuar
la otra cn Nick
en el foro de venenzuela :oops:
Tengo nueva nove de Nick
esta en -Apto para tod@s-
ya qe solo son 10 capis
pero son largos, espero pases por ahi
en mi firma esta el link
se llama "El rompecorazones"
Bueno espero la sigas pronto :happy:
Cuidate
XoXo :hug: :hug:
:grupo:
:hi:
ya la lei y esta muy buena
tienes qe seguirla
soy ahora yo tu fan :D
sorry por no continuar
la otra cn Nick
en el foro de venenzuela :oops:
Tengo nueva nove de Nick
esta en -Apto para tod@s-
ya qe solo son 10 capis
pero son largos, espero pases por ahi
en mi firma esta el link
se llama "El rompecorazones"
Bueno espero la sigas pronto :happy:
Cuidate
XoXo :hug: :hug:
:grupo:
:hi:
Invitado
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Alice dio un respingo cuando la mirada de Hunter se cruzó con la suya. Esos profundos ojos negros se clavaron en ella e hicieron que se acalorara y se quedara sin aliento. (y quien no)
Estaba tumbado en la camilla con una pierna doblada y la otra colgando sobre el borde. Los estrechos vaqueros negros se pegaban a su poderoso y enorme cuerpo.
Y esos brazos tan musculosos…
Era un modelo de belleza masculina, todo fibra y músculos (hay santo padre). Tenía los bíceps flexionados, ya que estaba apoyado sobre los codos, y el deseo de acercarse para acariciarlos era tan fuerte que casi le dolía el cuerpo.
No tenía la más mínima duda de que serían duros como una roca y tendrían la textura del satén.
Sus hombros eran increíblemente anchos y los músculos que sobresalían hablaban de su fuerza, rapidez y agilidad.
Sus pectorales y sus brazos estaban igual de desarrollados y definidos.
Y su vientre… ¡Oh Señor! Esos abdominales habían sido creados para dejar un reguero de besos húmedos sobre ellos.
De forma inconsciente, su mirada se deslizó por la delgada línea de vello de color castaño que comenzaba bajo su ombligo y descendía hasta desaparecer bajo los vaqueros. Por el tamaño del bulto que se apreciaba en los pantalones, Alice podía afirmar que estaba generosamente dotado y que su interés hacia ella era más que evidente.
Y eso avivó aún más su deseo.
El color dorado de su piel desafiaba las ideas que tenía acerca de los de su especie. ¿Cómo era posible que un vampiro estuviera bronceado y su piel fuera tan incitante?
Pero más tentadora que la visión de los prominentes músculos, que pedían a gritos ser acariciados, era la multitud de cicatrices que lo cubrían. Daba la sensación de haber sido atacado por un tigre enorme, o de haber sido azotado con un látigo en algún momento de su vida.
O ambas cosas.
Hunter se echó hacia atrás cuando Tate se acercó y Amanda vio un pequeño símbolo que parecía haber sido grabado a fuego en su hombro izquierdo; un arco doble con una flecha. Se encogió mentalmente al imaginar lo mucho que le habría dolido y se preguntó si él lo habría consentido o si alguien lo había marcado en contra de su voluntad.
–Me da la sensación, por tus cicatrices, de que tus amigos vampiros no te cuidan demasiado bien –le dijo.
–¿Tú crees? –replicó él.
–¿Siempre es así de sarcástico? –preguntó Alice, dirigiéndose a Tate.
–En realidad creo que contigo estaba siendo bastante agradable. –Tate estaba limpiando la horrible herida con alcohol. Preparaba la zona para inyectarle una dosis de anestesia local.
Hunter lo cogió por la muñeca antes de que pudiera clavarle la aguja.
–No te molestes.
–¿Por qué? –le preguntó Tate con el ceño fruncido.
–No me hace efecto.
Alice se quedó boquiabierta.
Tate alargó el brazo para coger el material necesario y comenzar a suturar.
–No puedes hacer eso –le dijo Alice, interrumpiéndolo–. Lo va a sentir todo.
–Necesita que le cierre la herida –insistió Tate–. ¡Jesús! Si se le ven las costillas por el agujero.
–Sigue –le dijo Hunter con una tranquilidad que dejó pasmada a Alice.
Petrificada, observó cómo Tate comenzaba a coser y no pudo evitar hacer una mueca de dolor.
Hunter mantuvo la mandíbula firmemente apretada y no dijo nada.
Ella siguió observando el proceso. Se le encogía el corazón al pensar en el dolor que debía estar sufriendo.
–¿No te duele? –le preguntó.
–No –le contestó él con los dientes apretados.
Ella sabía que estaba mintiendo; sólo había que fijarse en las venas que se marcaban en su cuello y en el modo en que apretaba los puños.
–Toma –le dijo, ofreciéndole de la mano–. Aprieta fuerte.
Nicholas se quedó perplejo al sentir la suavidad de la mano de Alice bajo la suya. No recordaba la última vez que alguien lo había tocado de aquel modo. Llevaba tanto tiempo siendo un Cazador Oscuro que había olvidado lo que era la delicadeza.
Tate actuaba movido por la gratitud y un cierto sentido de la obligación.
Pero ella…
No había ningún motivo para que le diera la mano. Apenas si le había dicho dos palabras civilizadas y, sin embargo, allí estaba, cerca de él cuando nadie más lo habría hecho. La situación empezaba a despertar extraños sentimientos en él. Le daban ganas de protegerla. Y sentía una enorme ternura.
Pero no era sólo eso, había mucho más; una simple caricia de Alice lo abrasaba y le llegaba al corazón. Tragó saliva y se puso rígido. No podía dejar que se acercara demasiado. Alice era una criatura de luz y él procedía de las sombras.
Eran incompatibles.
–Dime, ¿cuánto tiempo hace que eres un vampiro?
–preguntó ella.
–Ya te lo he dicho –le dijo él con la mandíbula apretada–, no soy un vampiro. Soy un Cazador Oscuro.
–¿Y cuál es la diferencia?
Nicholas la miró con severidad.
–La diferencia está en que no tengo por norma asesinar humanos, pero, si no dejas de interrogarme, es posible que haga una excepción.
–Eres una insoportable Criatura de la Noche.
–Yo también te quiero.
Alice le soltó la mano.
–¡Ah, con que de eso se trata! –exclamó–. Sólo estaba tratando de consolarte. ¡No lo permita Dios! Deberías dejar que la gente fuese amable contigo de vez en cuando.
Irritada, se dio cuenta de que Tate la miraba sorprendido.
–¿No puedes cortarle el brazo, ya que estamos, para que pueda librarme de él?
Tate soltó un bufido.
–Podría hacerlo, pero creo que lo necesitará. Antes te lo cortaría a ti.
–¡Genial! ¿Pero qué eres tú, su Igor?
–Te has equivocado de película –la corrigió Tate–. Igor era el lacayo de Frankenstein. Te refieres a Rendfield . Y no, no soy Rendfield (personaje de la pelicula de Dracula, que cae bajo la influencia del conde y actua como su sirviente). Me llamo Tate Bennett; juez de primera instancia e instrucción de este distrito.
–Ya había imaginado lo de tu trabajo. Es bastante obvio, ya que estamos en un laboratorio muy frío, lleno de muertos.
Tate alzó una ceja.
–¿Y tú lo llamas sarcástico?
Hunter dio un respingo al sentir que Tate tiraba demasiado fuerte del hilo.
–Lo siento –se disculpó Alice–. No lo distraeré más.
–Te lo agradecería.
Una vez que Tate hubo finalizado, Hunter volvió a colocarse la camisa y el abrigo. Se bajó de la camilla dejando escapar un imperceptible siseo, el único indicio de que le dolía el costado.
El busca de Tate comenzó a sonar.
–No tardaré. ¿Necesitáis algo, chicos?
–Estoy bien –le contestó Hunter–. Pero ella necesitará algo para desayunar y un teléfono.
Alice arqueó una ceja al escuchar sus palabras. ¿Por qué la dejaba ahora utilizar el teléfono?
Tate limpió todo el desorden con rapidez.
–El teléfono está en la pared del fondo. Marca el nueve para conseguir línea con el exterior. Cogeré algo de la cafetería y regresaré tan rápido como pueda. Quedaos aquí y cerrad la puerta con llave.
Estaba tumbado en la camilla con una pierna doblada y la otra colgando sobre el borde. Los estrechos vaqueros negros se pegaban a su poderoso y enorme cuerpo.
Y esos brazos tan musculosos…
Era un modelo de belleza masculina, todo fibra y músculos (hay santo padre). Tenía los bíceps flexionados, ya que estaba apoyado sobre los codos, y el deseo de acercarse para acariciarlos era tan fuerte que casi le dolía el cuerpo.
No tenía la más mínima duda de que serían duros como una roca y tendrían la textura del satén.
Sus hombros eran increíblemente anchos y los músculos que sobresalían hablaban de su fuerza, rapidez y agilidad.
Sus pectorales y sus brazos estaban igual de desarrollados y definidos.
Y su vientre… ¡Oh Señor! Esos abdominales habían sido creados para dejar un reguero de besos húmedos sobre ellos.
De forma inconsciente, su mirada se deslizó por la delgada línea de vello de color castaño que comenzaba bajo su ombligo y descendía hasta desaparecer bajo los vaqueros. Por el tamaño del bulto que se apreciaba en los pantalones, Alice podía afirmar que estaba generosamente dotado y que su interés hacia ella era más que evidente.
Y eso avivó aún más su deseo.
El color dorado de su piel desafiaba las ideas que tenía acerca de los de su especie. ¿Cómo era posible que un vampiro estuviera bronceado y su piel fuera tan incitante?
Pero más tentadora que la visión de los prominentes músculos, que pedían a gritos ser acariciados, era la multitud de cicatrices que lo cubrían. Daba la sensación de haber sido atacado por un tigre enorme, o de haber sido azotado con un látigo en algún momento de su vida.
O ambas cosas.
Hunter se echó hacia atrás cuando Tate se acercó y Amanda vio un pequeño símbolo que parecía haber sido grabado a fuego en su hombro izquierdo; un arco doble con una flecha. Se encogió mentalmente al imaginar lo mucho que le habría dolido y se preguntó si él lo habría consentido o si alguien lo había marcado en contra de su voluntad.
–Me da la sensación, por tus cicatrices, de que tus amigos vampiros no te cuidan demasiado bien –le dijo.
–¿Tú crees? –replicó él.
–¿Siempre es así de sarcástico? –preguntó Alice, dirigiéndose a Tate.
–En realidad creo que contigo estaba siendo bastante agradable. –Tate estaba limpiando la horrible herida con alcohol. Preparaba la zona para inyectarle una dosis de anestesia local.
Hunter lo cogió por la muñeca antes de que pudiera clavarle la aguja.
–No te molestes.
–¿Por qué? –le preguntó Tate con el ceño fruncido.
–No me hace efecto.
Alice se quedó boquiabierta.
Tate alargó el brazo para coger el material necesario y comenzar a suturar.
–No puedes hacer eso –le dijo Alice, interrumpiéndolo–. Lo va a sentir todo.
–Necesita que le cierre la herida –insistió Tate–. ¡Jesús! Si se le ven las costillas por el agujero.
–Sigue –le dijo Hunter con una tranquilidad que dejó pasmada a Alice.
Petrificada, observó cómo Tate comenzaba a coser y no pudo evitar hacer una mueca de dolor.
Hunter mantuvo la mandíbula firmemente apretada y no dijo nada.
Ella siguió observando el proceso. Se le encogía el corazón al pensar en el dolor que debía estar sufriendo.
–¿No te duele? –le preguntó.
–No –le contestó él con los dientes apretados.
Ella sabía que estaba mintiendo; sólo había que fijarse en las venas que se marcaban en su cuello y en el modo en que apretaba los puños.
–Toma –le dijo, ofreciéndole de la mano–. Aprieta fuerte.
Nicholas se quedó perplejo al sentir la suavidad de la mano de Alice bajo la suya. No recordaba la última vez que alguien lo había tocado de aquel modo. Llevaba tanto tiempo siendo un Cazador Oscuro que había olvidado lo que era la delicadeza.
Tate actuaba movido por la gratitud y un cierto sentido de la obligación.
Pero ella…
No había ningún motivo para que le diera la mano. Apenas si le había dicho dos palabras civilizadas y, sin embargo, allí estaba, cerca de él cuando nadie más lo habría hecho. La situación empezaba a despertar extraños sentimientos en él. Le daban ganas de protegerla. Y sentía una enorme ternura.
Pero no era sólo eso, había mucho más; una simple caricia de Alice lo abrasaba y le llegaba al corazón. Tragó saliva y se puso rígido. No podía dejar que se acercara demasiado. Alice era una criatura de luz y él procedía de las sombras.
Eran incompatibles.
–Dime, ¿cuánto tiempo hace que eres un vampiro?
–preguntó ella.
–Ya te lo he dicho –le dijo él con la mandíbula apretada–, no soy un vampiro. Soy un Cazador Oscuro.
–¿Y cuál es la diferencia?
Nicholas la miró con severidad.
–La diferencia está en que no tengo por norma asesinar humanos, pero, si no dejas de interrogarme, es posible que haga una excepción.
–Eres una insoportable Criatura de la Noche.
–Yo también te quiero.
Alice le soltó la mano.
–¡Ah, con que de eso se trata! –exclamó–. Sólo estaba tratando de consolarte. ¡No lo permita Dios! Deberías dejar que la gente fuese amable contigo de vez en cuando.
Irritada, se dio cuenta de que Tate la miraba sorprendido.
–¿No puedes cortarle el brazo, ya que estamos, para que pueda librarme de él?
Tate soltó un bufido.
–Podría hacerlo, pero creo que lo necesitará. Antes te lo cortaría a ti.
–¡Genial! ¿Pero qué eres tú, su Igor?
–Te has equivocado de película –la corrigió Tate–. Igor era el lacayo de Frankenstein. Te refieres a Rendfield . Y no, no soy Rendfield (personaje de la pelicula de Dracula, que cae bajo la influencia del conde y actua como su sirviente). Me llamo Tate Bennett; juez de primera instancia e instrucción de este distrito.
–Ya había imaginado lo de tu trabajo. Es bastante obvio, ya que estamos en un laboratorio muy frío, lleno de muertos.
Tate alzó una ceja.
–¿Y tú lo llamas sarcástico?
Hunter dio un respingo al sentir que Tate tiraba demasiado fuerte del hilo.
–Lo siento –se disculpó Alice–. No lo distraeré más.
–Te lo agradecería.
Una vez que Tate hubo finalizado, Hunter volvió a colocarse la camisa y el abrigo. Se bajó de la camilla dejando escapar un imperceptible siseo, el único indicio de que le dolía el costado.
El busca de Tate comenzó a sonar.
–No tardaré. ¿Necesitáis algo, chicos?
–Estoy bien –le contestó Hunter–. Pero ella necesitará algo para desayunar y un teléfono.
Alice arqueó una ceja al escuchar sus palabras. ¿Por qué la dejaba ahora utilizar el teléfono?
Tate limpió todo el desorden con rapidez.
–El teléfono está en la pared del fondo. Marca el nueve para conseguir línea con el exterior. Cogeré algo de la cafetería y regresaré tan rápido como pueda. Quedaos aquí y cerrad la puerta con llave.
Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Tan pronto como se quedaron solos, Hunter se movió para que ella pudiese sentarse en el banquillo que había junto al teléfono. Parpadeó varias veces y se frotó los ojos, como si fuesen demasiado sensibles a la luz de los fluorescentes.
–Necesitamos un plan –le dijo en voz baja–. ¿No conocerás a alguien en la ciudad que sepa el modo de romper unos grilletes forjados por un dios griego?
Alice sonrió; se estaba acostumbrando a su sarcasmo.
–En realidad, creo que conozco a alguien.
El rostro de Hunter se animó de inmediato. ¡Por el amor de Dios! El tipo era increíble cuando no estaba ladrando o frunciendo el ceño.
–¿Una de tus hermanas?
–Uno de sus amigos.
Él asintió con la cabeza.
–Bien. Necesitamos hacerlo preferiblemente antes de la puesta de sol, o al menos no mucho después. También tendrías que llamar a Alicia y decirle que no se deje ver durante unos cuantos días.
–Te recuerdo, por si se te ha olvidado, que no acepto órdenes de nadie. ¡Pero…! –exclamó, alzando la voz, antes de que él pudiese interrumpirla–… soy consciente de que todo esto me supera. No sabes cuánto odio toda esta basura sobrenatural. Así es que estoy deseando escucharte, pero será mejor que comiences a comportarte como si te dirigieras a una persona, y no a una muñeca hinchable sin cerebro. –Sacó el anillo de Hunter del bolsillo y se lo devolvió–. Y otra cosa, necesito ir al baño ya.
Hunter soltó una carcajada.
–A mí no me hace gracia –le espetó ella mientras lo observaba colocarse de nuevo el anillo en el dedo–. ¿Alguna sugerencia acerca de cómo podemos hacerlo sin que me muera de vergüenza en el proceso?
–Eso no es lo peor, ¿qué sugieres para que no me arresten por estar en el aseo de señoras?
Ella le lanzó una mirada afilada.
–Si crees que voy a entrar en el aseo de caballeros, olvídalo.
–Entonces supongo que tendrás que aguantarte.
–¡No pienso entrar en el aseo de caballeros!
Cinco minutos más tarde, Alice se encontraba en el aseo de caballeros maldiciendo a Hunter en voz baja.
–Lo de comportarte como un tirano te sale de forma natural, ¿verdad?
–Es lo que da sentido a mi vida –le contestó él, mientras le daba la espalda, con un tono de voz que denotaba su aburrimiento.
Había doblado el brazo esposado hasta colocarlo tras su espalda para, de ese modo, permitir que Alices tuviese más libertad de movimientos.
Lo miró airada. Sentía la vejiga a punto de estallar, pero le resultaba muy difícil aliviarse, embutida entre él y la puerta del servicio. ¡Y todo porque Alicia no se había acordado de sacar a su maldito perro! Si salía de ésta iba a asesinar a su hermana. A matarla. ¡A descuartizarla!
–¿Por qué tardas tanto? –le preguntó él con tono acusador.
–No puedo hacerlo contigo ahí plantado.
–¿Quieres que nos vayamos?
–¡Espérate! Antes o después te tocará a ti y voy a disfrutar mucho viéndote sufrir.
Hunter se tensó ante sus palabras.
–Nena, nunca podrías hacerme sufrir.
La frialdad de su voz la asustó.
Le llevó unos minutos más pero, finalmente, acabó.
Sentía el rostro más acalorado que si se encontrara en pleno ecuador durante una tarde de verano. Se lavó las manos intentado no mirar a Hunter.
–Tienes papel higiénico pegado al zapato –le dijo él, mirándole los pies.
–¡Vaya, cómo no! –exclamó ella–. ¿Algo más que consiga hacer esto aún más embarazoso para mí? ¿Qué te parece si pasas a un terreno más íntimo?
Una malvada sonrisa se reflejó en sus ojos antes de que esa mirada oscura y penetrante descendiera hasta sus labios. Alice hubiese jurado que podía sentir su avidez, la profunda necesidad de tocarla.
Antes de que ella fuese consciente de sus intenciones, Hunter le agarró la cabeza con la mano libre, le acarició el labio inferior con el pulgar y se inclinó para capturar sus labios.
Atónita, fue incapaz de pensar ni de moverse mientras los cálidos labios de Hunter separaban los suyos.
El olor del cuero y el sabor del vampiro invadieron sus sentidos. Jamás en su vida había sentido algo parecido a lo que estos labios le estaban provocando. El beso de Hunter era tórrido y feroz mientras la mantenía fuertemente abrazada, asaltándola como un atracador a su víctima.
Todas y cada una de las hormonas de su cuerpo respondieron al instante. Un gemido gutural escapó de sus labios. ¡Cielos! El tipo sabía besar. Y la sensación de ese sólido cuerpo contra el suyo era tan increíble que no pudo evitar aferrarse a sus hombros, ansiosa y desesperada por seguir saboreándolo.
La lengua de Hunter jugueteaba con la suya mientras esos firmes músculos se contraían bajo sus manos y, al rozarle accidentalmente los colmillos con la lengua, una descarga de placer la recorrió de arriba abajo.
Por primera vez desde que se había enterado de qué tipo de criatura era, empezó a resultarle atractiva la idea de que le mordiera el cuello. Pero más sugestivo aun era pensar en él tendido en el duro y frío suelo, excitándola con todos esos poderosos músculos y ese cuerpo esbelto hasta que los dos se pusieran a cien y acabaran sudorosos y extenuados.
Nicholas se tensó al probar el primer bocado de ambrosia que se permitía en dos mil años. Al instante, fue consciente de todas esas curvas suaves y femeninas que se apoyaban contra su masculinidad; del aroma a flores y sol que desprendía. Cosas que le habían sido arrebatadas hacía siglos.
Había magia en el beso de Alice. Y una pasión descontrolada y básica. La habían besado antes, pero Nicholas sabía que nadie le había hecho sentir lo que estaba experimentando en esos momentos. Con el cuerpo en llamas, le recorrió la espalda con la mano y la apretó aún más contra él.
La deseaba con una intensidad que le era desconocida desde los días en que había sido mortal. Ansiaba con todas sus fuerzas acariciarla de los pies a la cabeza y pasar con suavidad los colmillos por su cuello y sus pechos.
Y sentirla agitarse entre sus brazos…
Cerrando los ojos, inhaló ese aroma dulce y femenino mientras su cuerpo palpitaba de deseo, con una necesidad básica y ancestral que casi rayaba en el dolor.
Alice jadeó al sentir la mano de Hunter deslizarse por su costado, desde el pecho hasta la cintura, para rodear después su trasero.
Nunca había dejado que un hombre la tocara de esa manera, pero el Cazador Oscuro tenía algo a lo que era incapaz de resistirse. Cuando la aprisionó contra la pared con toda la fuerza de la pasión que sentía y se pegó a ella, creyó que iba a derretirse… literalmente. El roce de este torso contra su pecho le hacía ser más conciente de sus fuertes músculos.
Hunter le separó las piernas utilizando uno de sus muslos y lo alzó hasta presionarlo con su sexo, provocando que Alice se estremeciera aún más y que siseara de placer cuando él profundizó el insaciable beso.
Le rodeó el cuello con el brazo libre para tenerlo más cerca mientras sentía que todo giraba a su alrededor. ¿Cómo sería hacer el amor con un indómito depredador como Hunter y acariciar todos esos músculos que se contraían cada vez que se movía?
Hunter abandonó sus labios y trazó una húmeda senda con la lengua desde la boca hasta la oreja. Alice sintió el roce de sus colmillos sobre el cuello y se estremeció. Sus pechos se hincharon aún más, anhelando sus caricias. Y, mientras tanto, él no dejaba de presionar el muslo entre sus piernas, haciéndola que ardiera aún más. Las rodillas se le aflojaron de tal manera que tuvo que apoyarse por completo en él.
Súbitamente, alguien golpeó la puerta.
–Eh, vosotros dos –se escuchó la voz de Tate y la puerta se abrió con un crujido–. Viene alguien.
El Cazador Oscuro se apartó de ella con un gruñido. Y Alice fue consciente, en ese momento, de lo que había hecho.
–¡Por Dios! –jadeó–. ¡Acabo de besar a un vampiro!
–¡Por los dioses! ¡Acabo de besar a una humana!
–Necesitamos un plan –le dijo en voz baja–. ¿No conocerás a alguien en la ciudad que sepa el modo de romper unos grilletes forjados por un dios griego?
Alice sonrió; se estaba acostumbrando a su sarcasmo.
–En realidad, creo que conozco a alguien.
El rostro de Hunter se animó de inmediato. ¡Por el amor de Dios! El tipo era increíble cuando no estaba ladrando o frunciendo el ceño.
–¿Una de tus hermanas?
–Uno de sus amigos.
Él asintió con la cabeza.
–Bien. Necesitamos hacerlo preferiblemente antes de la puesta de sol, o al menos no mucho después. También tendrías que llamar a Alicia y decirle que no se deje ver durante unos cuantos días.
–Te recuerdo, por si se te ha olvidado, que no acepto órdenes de nadie. ¡Pero…! –exclamó, alzando la voz, antes de que él pudiese interrumpirla–… soy consciente de que todo esto me supera. No sabes cuánto odio toda esta basura sobrenatural. Así es que estoy deseando escucharte, pero será mejor que comiences a comportarte como si te dirigieras a una persona, y no a una muñeca hinchable sin cerebro. –Sacó el anillo de Hunter del bolsillo y se lo devolvió–. Y otra cosa, necesito ir al baño ya.
Hunter soltó una carcajada.
–A mí no me hace gracia –le espetó ella mientras lo observaba colocarse de nuevo el anillo en el dedo–. ¿Alguna sugerencia acerca de cómo podemos hacerlo sin que me muera de vergüenza en el proceso?
–Eso no es lo peor, ¿qué sugieres para que no me arresten por estar en el aseo de señoras?
Ella le lanzó una mirada afilada.
–Si crees que voy a entrar en el aseo de caballeros, olvídalo.
–Entonces supongo que tendrás que aguantarte.
–¡No pienso entrar en el aseo de caballeros!
Cinco minutos más tarde, Alice se encontraba en el aseo de caballeros maldiciendo a Hunter en voz baja.
–Lo de comportarte como un tirano te sale de forma natural, ¿verdad?
–Es lo que da sentido a mi vida –le contestó él, mientras le daba la espalda, con un tono de voz que denotaba su aburrimiento.
Había doblado el brazo esposado hasta colocarlo tras su espalda para, de ese modo, permitir que Alices tuviese más libertad de movimientos.
Lo miró airada. Sentía la vejiga a punto de estallar, pero le resultaba muy difícil aliviarse, embutida entre él y la puerta del servicio. ¡Y todo porque Alicia no se había acordado de sacar a su maldito perro! Si salía de ésta iba a asesinar a su hermana. A matarla. ¡A descuartizarla!
–¿Por qué tardas tanto? –le preguntó él con tono acusador.
–No puedo hacerlo contigo ahí plantado.
–¿Quieres que nos vayamos?
–¡Espérate! Antes o después te tocará a ti y voy a disfrutar mucho viéndote sufrir.
Hunter se tensó ante sus palabras.
–Nena, nunca podrías hacerme sufrir.
La frialdad de su voz la asustó.
Le llevó unos minutos más pero, finalmente, acabó.
Sentía el rostro más acalorado que si se encontrara en pleno ecuador durante una tarde de verano. Se lavó las manos intentado no mirar a Hunter.
–Tienes papel higiénico pegado al zapato –le dijo él, mirándole los pies.
–¡Vaya, cómo no! –exclamó ella–. ¿Algo más que consiga hacer esto aún más embarazoso para mí? ¿Qué te parece si pasas a un terreno más íntimo?
Una malvada sonrisa se reflejó en sus ojos antes de que esa mirada oscura y penetrante descendiera hasta sus labios. Alice hubiese jurado que podía sentir su avidez, la profunda necesidad de tocarla.
Antes de que ella fuese consciente de sus intenciones, Hunter le agarró la cabeza con la mano libre, le acarició el labio inferior con el pulgar y se inclinó para capturar sus labios.
Atónita, fue incapaz de pensar ni de moverse mientras los cálidos labios de Hunter separaban los suyos.
El olor del cuero y el sabor del vampiro invadieron sus sentidos. Jamás en su vida había sentido algo parecido a lo que estos labios le estaban provocando. El beso de Hunter era tórrido y feroz mientras la mantenía fuertemente abrazada, asaltándola como un atracador a su víctima.
Todas y cada una de las hormonas de su cuerpo respondieron al instante. Un gemido gutural escapó de sus labios. ¡Cielos! El tipo sabía besar. Y la sensación de ese sólido cuerpo contra el suyo era tan increíble que no pudo evitar aferrarse a sus hombros, ansiosa y desesperada por seguir saboreándolo.
La lengua de Hunter jugueteaba con la suya mientras esos firmes músculos se contraían bajo sus manos y, al rozarle accidentalmente los colmillos con la lengua, una descarga de placer la recorrió de arriba abajo.
Por primera vez desde que se había enterado de qué tipo de criatura era, empezó a resultarle atractiva la idea de que le mordiera el cuello. Pero más sugestivo aun era pensar en él tendido en el duro y frío suelo, excitándola con todos esos poderosos músculos y ese cuerpo esbelto hasta que los dos se pusieran a cien y acabaran sudorosos y extenuados.
Nicholas se tensó al probar el primer bocado de ambrosia que se permitía en dos mil años. Al instante, fue consciente de todas esas curvas suaves y femeninas que se apoyaban contra su masculinidad; del aroma a flores y sol que desprendía. Cosas que le habían sido arrebatadas hacía siglos.
Había magia en el beso de Alice. Y una pasión descontrolada y básica. La habían besado antes, pero Nicholas sabía que nadie le había hecho sentir lo que estaba experimentando en esos momentos. Con el cuerpo en llamas, le recorrió la espalda con la mano y la apretó aún más contra él.
La deseaba con una intensidad que le era desconocida desde los días en que había sido mortal. Ansiaba con todas sus fuerzas acariciarla de los pies a la cabeza y pasar con suavidad los colmillos por su cuello y sus pechos.
Y sentirla agitarse entre sus brazos…
Cerrando los ojos, inhaló ese aroma dulce y femenino mientras su cuerpo palpitaba de deseo, con una necesidad básica y ancestral que casi rayaba en el dolor.
Alice jadeó al sentir la mano de Hunter deslizarse por su costado, desde el pecho hasta la cintura, para rodear después su trasero.
Nunca había dejado que un hombre la tocara de esa manera, pero el Cazador Oscuro tenía algo a lo que era incapaz de resistirse. Cuando la aprisionó contra la pared con toda la fuerza de la pasión que sentía y se pegó a ella, creyó que iba a derretirse… literalmente. El roce de este torso contra su pecho le hacía ser más conciente de sus fuertes músculos.
Hunter le separó las piernas utilizando uno de sus muslos y lo alzó hasta presionarlo con su sexo, provocando que Alice se estremeciera aún más y que siseara de placer cuando él profundizó el insaciable beso.
Le rodeó el cuello con el brazo libre para tenerlo más cerca mientras sentía que todo giraba a su alrededor. ¿Cómo sería hacer el amor con un indómito depredador como Hunter y acariciar todos esos músculos que se contraían cada vez que se movía?
Hunter abandonó sus labios y trazó una húmeda senda con la lengua desde la boca hasta la oreja. Alice sintió el roce de sus colmillos sobre el cuello y se estremeció. Sus pechos se hincharon aún más, anhelando sus caricias. Y, mientras tanto, él no dejaba de presionar el muslo entre sus piernas, haciéndola que ardiera aún más. Las rodillas se le aflojaron de tal manera que tuvo que apoyarse por completo en él.
Súbitamente, alguien golpeó la puerta.
–Eh, vosotros dos –se escuchó la voz de Tate y la puerta se abrió con un crujido–. Viene alguien.
El Cazador Oscuro se apartó de ella con un gruñido. Y Alice fue consciente, en ese momento, de lo que había hecho.
–¡Por Dios! –jadeó–. ¡Acabo de besar a un vampiro!
–¡Por los dioses! ¡Acabo de besar a una humana!
Invitado
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
–¡Por Dios! –jadeó–. ¡Acabo de besar a un vampiro!
–¡Por los dioses! ¡Acabo de besar a una humana!
Alice lo miró con los ojos entrecerrados.
–¿Te estás burlando de mí?
–¡Chicos! –los llamó Tate de nuevo.
Hunter la tomó del brazo y la precedió al salir de los aseos. El conserje los miró de un modo raro, pero no dijo nada al entrar al baño una vez ellos salieron.
Tate los guió hasta su pequeño despacho, situado fuera del depósito.
Había un viejo escritorio de madera colocado junto a la pared del fondo, con dos sillas dispuestas frente a él. Un sofá con una almohada y una manta pulcramente doblada ocupaba la pared de la derecha y a la izquierda había unos cuantos archivadores metálicos. Tate le señaló el teléfono del escritorio y los dejó para ir a atender sus asuntos.
Haciendo un esfuerzo para dejar de pensar en lo que acababa de suceder en los aseos y en lo estupendamente bien que se había sentido abrazando a Hunter, llamó a Alicia mientras él permanecía de pie a su lado.
Por supuesto, su hermana comenzó a echarle la bronca por no haber sacado al perro.
–Vale –le contestó Alice, irritada–. Siento mucho que Terminator se meara en tu colcha nueva.
–Seguro –le dijo Alice–. ¿Se puede saber qué te pasó anoche?
–¿Cómo? ¿Es que tus habilidades psíquicas fallan? Fui atacada en tu casa por uno de tus colegas vampiros.
–¿¡Qué!? –gritó Alicia–. ¿Te encuentras bien?
Alice alzó la vista hasta Hunter y no supo muy bien qué decir. Físicamente estaba bien, pero él le había hecho algo extraño que no podía definir con palabras.
–Sobreviví. Pero te están buscando, así que tienes que ocultarte en un lugar seguro durante un par de días.
–Ni lo pienses.
Hunter le quitó el teléfono de las manos.
–Escúchame, niñata. Tengo a tu hermana en mi poder y, si no sales de tu casa y desapareces durante los próximos tres días, me encargaré de que tu gemela desee que me hubieras obedecido.
–Si la tocas, te atravesaré con una estaca.
Él soltó una carcajada teñida de amargura.
–Será si consigues acercarte a mí. Ahora, sal de tu casa y deja que yo me encargue de esto.
–¿Y Alice?
–Está a salvo en tanto tú me obedezcas. –Le pasó el teléfono a Alice.
–Ali –le dijo a su hermana con timidez.
–¿Qué te ha hecho? –exigió saber Alicia.
–Nada –le contestó Alice con el rostro cada vez más ruborizado al pensar en el beso que habían compartido. No le había hecho nada… salvo ponerla increíblemente cachonda.
–Vale, escúchame –le dijo su hermana–. Voy a casa de Eric; reuniremos a los chicos y saldremos en tu busca.
–¡No! –exclamó Alice cuando vio que la mirada oscura y furiosa de Hunter descendía hasta su rostro. El corazón casi se le detuvo al recordar que podía escuchar a su hermana.
¿Puedes escucharla? –le dijo, articulando las palabras con labios.
Él asintió.
Alice sintió un escalofrío.
–Escúchame, Ali. Estoy bien. Haz lo que te dice, ¿vale?
–No sé qué hacer.
–Por favor, confía en mí.
–Confío en ti, pero ¿y él? Joder, ni siquiera sé quién es.
–Yo sí lo sé –le dijo–. Vete a casa de mamá; me mantendré en contacto, ¿de acuerdo?
–De acuerdo –accedió Alicia de mala gana–, pero si no escucho tu voz antes de esta noche a las ocho, saldré de caza.
–Muy bien, hablaremos entonces. Te quiero.
–Yo también. –Alice colgó el auricular–. ¿Lo has oído?
Hunter se inclinó sobre ella; se acercó tanto que Alice podía percibir el calor que emanaba de su cuerpo. La oscura mirada la inmovilizó.
–Todos mis sentidos están extremadamente desarrollados. –Sus ojos descendieron hasta el pecho de Alice. Observó cómo se le endurecían los pezones por la intensidad de su mirada–. Puedo sentir cómo tu corazón se acelera y tu sangre corre con más rapidez por tus venas mientras estás ahí sentada, preguntándote si voy a hacerte daño o no.
El tipo era ciertamente aterrador.
–¿Lo harías? –susurró.
Él volvió a mirarla a los ojos.
–¿Tú qué crees?
Alice mantuvo la vista fija en él, tratando de descubrir sus intenciones por sus gestos o su comportamiento. Pero el tío era como un muro de ladrillos.
–Si te soy sincera, no lo sé.
–Eres más lista de lo que pensaba –le dijo mientras daba un paso hacia atrás.
Alice no supo qué contestarle. De modo que llamó al trabajo y les contó que estaba enferma y que se tomaba el día libre.
Hunter volvió a restregarse los ojos.
–¿Te molestan las luces? –le preguntó ella.
Él bajó la mano.
–Sí.
Alice recordó el comentario acerca de sus agudizados sentidos.
Antes de que pudiera preguntarle cualquier otra cosa, él cogió el teléfono y marcó un número.
–Hola, Rosa. ¿Cómo está?
–Sí, bien. Necesito hablar con Jack, por favor.
Hunter sostuvo el teléfono apoyándolo entre el hombro y la mejilla, mientras se masajeaba la muñeca, donde el grillete le estaba dejando una marca rojiza. Alice se preguntó si se daría cuenta de la ferocidad que reflejaban sus ojos cada vez que miraba los grilletes.
–Oye, Jack –continuó hablando tras la pausa–. Necesito que recojas mi coche que está en la esquina de Iberville y Clay, y lo traigas a St. Claude. Puedes dejarlo en el estacionamiento reservado para los médicos. –Dejó el grillete y volvió a coger el teléfono–. Sí, sé que es un asco trabajar para un imbécil como yo, pero no te olvides del sueldo y del resto de compensaciones. Ven a las tres y, una vez que dejes aquí el coche puedes irte a casa temprano.
Hizo una breve pausa y después continuó:
–Coge el maletín del armario… Sí, ése. Necesito que lo traigas y que lo dejes en el hospital, junto con mi juego de llaves de emergencia, a nombre de Tate Bennett. –Se tensó, como si el tal Jack hubiese dicho algo que lo molestase–. Sí, puedes tomarte el día libre mañana, pero mantén el busca encendido y el móvil también, por si necesito algo.
Hunter soltó un gruñido.
–Chico, no me cabrees. No olvides que sé dónde duermes. –Aunque las palabras fueron afiladas, estaba claro que en el fondo no eran más que una broma–. Vale, pero no se te ocurra volver a quemar el embrague. Nos vemos luego.
Alice lo miró y alzó una ceja mientras él colgaba el teléfono.
–¿Quién es Jack?
–El chico de los recados.
Ella lo miró boquiabierta.
–¡Dios mío! ¿Acabas de responder una pregunta? Cielos, será mejor que llamemos urgentemente a Tate antes de que te desplomes muerto, o no-muerto, o lo que sea que les pase a los vampiros.
–Ja, ja –le contestó Hunter con una sonrisa.
Joder, cuando sonríe es un vampiro muy sensual…
–¿Jack sabe lo que eres? –le preguntó.
–Sólo las personas que necesitan saber lo que soy tienen esa información.
Alice sopesó su respuesta durante un instante.
–Supongo que, en ese caso, me encuentro entre los privilegiados.
–«Malditos» sería más apropiado.
–No –dijo ella al analizarlo más a fondo–. Cuando dejas el sarcasmo de lado y no te comportas de forma terrorífica ni dictatorial, no resulta tan insoportable estar a tu lado. –Y añadió con malicia–: Claro que, desde que te conozco, ésas han sido tus actitudes más habituales, exceptuando quizás un par de ocasiones, de modo que… ¿quién soy yo para juzgarte?
El rostro de Hunter se suavizó.
–No sé tú, pero yo necesito dormir. Ha sido una noche muy larga y estoy exhausto.
Alice también se encontraba bastante cansada pero, al observar el sofá de piel sintética, se dio cuenta de que no podrían dormir allí los dos juntos.
Hunter le dedicó una sonrisa.
–Para ti el sofá; yo duermo en el suelo.
–¿Podrás?
–He dormido en sitios peores.
–Sí, pero ¿no necesitas un ataúd?
Hunter la miró con una chispa de diversión en los ojos, pero no dijo nada al acercarse al sofá.
Alice no había hecho más que tumbarse cuando se dio cuenta de que no iba a funcionar.
–Esto es muy incómodo. No puedo dormir con el brazo colgando y además necesito un sofá el doble de largo que éste.
–¿Y qué sugieres?
Agarró la manta y la almohada y se estiró en el suelo, a su lado.
Nicholas se encogió cuando la cercanía de sus cuerpos le hizo ser consciente del calor que desprendía Alice. Lo peor era que para poder dormir con comodidad, tendría que pasarle el brazo por la cintura.
Como si fuesen amantes.
La idea lo atravesó y se clavó en su corazón con tal impacto que durante un minuto se olvidó de respirar. En ese momento, recordó la última vez que había cometido el error de acercarse a una mujer y bajar la guardia.
De forma involuntaria, acudieron a él las imágenes de la sangre y los recuerdos de un dolor brutal e interminable.
La sensación fue tan real que volvió a encogerse.
Eso es el pasado, se dijo a sí mismo. Recuerdos que son historia.
Pero algunas cosas resultan imposibles de olvidar. Y ni siquiera un hombre con poderes psíquicos hiperdesarrollados podía enterrarlas.
No pienses en lo que sucedió.
–¡Por los dioses! ¡Acabo de besar a una humana!
Alice lo miró con los ojos entrecerrados.
–¿Te estás burlando de mí?
–¡Chicos! –los llamó Tate de nuevo.
Hunter la tomó del brazo y la precedió al salir de los aseos. El conserje los miró de un modo raro, pero no dijo nada al entrar al baño una vez ellos salieron.
Tate los guió hasta su pequeño despacho, situado fuera del depósito.
Había un viejo escritorio de madera colocado junto a la pared del fondo, con dos sillas dispuestas frente a él. Un sofá con una almohada y una manta pulcramente doblada ocupaba la pared de la derecha y a la izquierda había unos cuantos archivadores metálicos. Tate le señaló el teléfono del escritorio y los dejó para ir a atender sus asuntos.
Haciendo un esfuerzo para dejar de pensar en lo que acababa de suceder en los aseos y en lo estupendamente bien que se había sentido abrazando a Hunter, llamó a Alicia mientras él permanecía de pie a su lado.
Por supuesto, su hermana comenzó a echarle la bronca por no haber sacado al perro.
–Vale –le contestó Alice, irritada–. Siento mucho que Terminator se meara en tu colcha nueva.
–Seguro –le dijo Alice–. ¿Se puede saber qué te pasó anoche?
–¿Cómo? ¿Es que tus habilidades psíquicas fallan? Fui atacada en tu casa por uno de tus colegas vampiros.
–¿¡Qué!? –gritó Alicia–. ¿Te encuentras bien?
Alice alzó la vista hasta Hunter y no supo muy bien qué decir. Físicamente estaba bien, pero él le había hecho algo extraño que no podía definir con palabras.
–Sobreviví. Pero te están buscando, así que tienes que ocultarte en un lugar seguro durante un par de días.
–Ni lo pienses.
Hunter le quitó el teléfono de las manos.
–Escúchame, niñata. Tengo a tu hermana en mi poder y, si no sales de tu casa y desapareces durante los próximos tres días, me encargaré de que tu gemela desee que me hubieras obedecido.
–Si la tocas, te atravesaré con una estaca.
Él soltó una carcajada teñida de amargura.
–Será si consigues acercarte a mí. Ahora, sal de tu casa y deja que yo me encargue de esto.
–¿Y Alice?
–Está a salvo en tanto tú me obedezcas. –Le pasó el teléfono a Alice.
–Ali –le dijo a su hermana con timidez.
–¿Qué te ha hecho? –exigió saber Alicia.
–Nada –le contestó Alice con el rostro cada vez más ruborizado al pensar en el beso que habían compartido. No le había hecho nada… salvo ponerla increíblemente cachonda.
–Vale, escúchame –le dijo su hermana–. Voy a casa de Eric; reuniremos a los chicos y saldremos en tu busca.
–¡No! –exclamó Alice cuando vio que la mirada oscura y furiosa de Hunter descendía hasta su rostro. El corazón casi se le detuvo al recordar que podía escuchar a su hermana.
¿Puedes escucharla? –le dijo, articulando las palabras con labios.
Él asintió.
Alice sintió un escalofrío.
–Escúchame, Ali. Estoy bien. Haz lo que te dice, ¿vale?
–No sé qué hacer.
–Por favor, confía en mí.
–Confío en ti, pero ¿y él? Joder, ni siquiera sé quién es.
–Yo sí lo sé –le dijo–. Vete a casa de mamá; me mantendré en contacto, ¿de acuerdo?
–De acuerdo –accedió Alicia de mala gana–, pero si no escucho tu voz antes de esta noche a las ocho, saldré de caza.
–Muy bien, hablaremos entonces. Te quiero.
–Yo también. –Alice colgó el auricular–. ¿Lo has oído?
Hunter se inclinó sobre ella; se acercó tanto que Alice podía percibir el calor que emanaba de su cuerpo. La oscura mirada la inmovilizó.
–Todos mis sentidos están extremadamente desarrollados. –Sus ojos descendieron hasta el pecho de Alice. Observó cómo se le endurecían los pezones por la intensidad de su mirada–. Puedo sentir cómo tu corazón se acelera y tu sangre corre con más rapidez por tus venas mientras estás ahí sentada, preguntándote si voy a hacerte daño o no.
El tipo era ciertamente aterrador.
–¿Lo harías? –susurró.
Él volvió a mirarla a los ojos.
–¿Tú qué crees?
Alice mantuvo la vista fija en él, tratando de descubrir sus intenciones por sus gestos o su comportamiento. Pero el tío era como un muro de ladrillos.
–Si te soy sincera, no lo sé.
–Eres más lista de lo que pensaba –le dijo mientras daba un paso hacia atrás.
Alice no supo qué contestarle. De modo que llamó al trabajo y les contó que estaba enferma y que se tomaba el día libre.
Hunter volvió a restregarse los ojos.
–¿Te molestan las luces? –le preguntó ella.
Él bajó la mano.
–Sí.
Alice recordó el comentario acerca de sus agudizados sentidos.
Antes de que pudiera preguntarle cualquier otra cosa, él cogió el teléfono y marcó un número.
–Hola, Rosa. ¿Cómo está?
–Sí, bien. Necesito hablar con Jack, por favor.
Hunter sostuvo el teléfono apoyándolo entre el hombro y la mejilla, mientras se masajeaba la muñeca, donde el grillete le estaba dejando una marca rojiza. Alice se preguntó si se daría cuenta de la ferocidad que reflejaban sus ojos cada vez que miraba los grilletes.
–Oye, Jack –continuó hablando tras la pausa–. Necesito que recojas mi coche que está en la esquina de Iberville y Clay, y lo traigas a St. Claude. Puedes dejarlo en el estacionamiento reservado para los médicos. –Dejó el grillete y volvió a coger el teléfono–. Sí, sé que es un asco trabajar para un imbécil como yo, pero no te olvides del sueldo y del resto de compensaciones. Ven a las tres y, una vez que dejes aquí el coche puedes irte a casa temprano.
Hizo una breve pausa y después continuó:
–Coge el maletín del armario… Sí, ése. Necesito que lo traigas y que lo dejes en el hospital, junto con mi juego de llaves de emergencia, a nombre de Tate Bennett. –Se tensó, como si el tal Jack hubiese dicho algo que lo molestase–. Sí, puedes tomarte el día libre mañana, pero mantén el busca encendido y el móvil también, por si necesito algo.
Hunter soltó un gruñido.
–Chico, no me cabrees. No olvides que sé dónde duermes. –Aunque las palabras fueron afiladas, estaba claro que en el fondo no eran más que una broma–. Vale, pero no se te ocurra volver a quemar el embrague. Nos vemos luego.
Alice lo miró y alzó una ceja mientras él colgaba el teléfono.
–¿Quién es Jack?
–El chico de los recados.
Ella lo miró boquiabierta.
–¡Dios mío! ¿Acabas de responder una pregunta? Cielos, será mejor que llamemos urgentemente a Tate antes de que te desplomes muerto, o no-muerto, o lo que sea que les pase a los vampiros.
–Ja, ja –le contestó Hunter con una sonrisa.
Joder, cuando sonríe es un vampiro muy sensual…
–¿Jack sabe lo que eres? –le preguntó.
–Sólo las personas que necesitan saber lo que soy tienen esa información.
Alice sopesó su respuesta durante un instante.
–Supongo que, en ese caso, me encuentro entre los privilegiados.
–«Malditos» sería más apropiado.
–No –dijo ella al analizarlo más a fondo–. Cuando dejas el sarcasmo de lado y no te comportas de forma terrorífica ni dictatorial, no resulta tan insoportable estar a tu lado. –Y añadió con malicia–: Claro que, desde que te conozco, ésas han sido tus actitudes más habituales, exceptuando quizás un par de ocasiones, de modo que… ¿quién soy yo para juzgarte?
El rostro de Hunter se suavizó.
–No sé tú, pero yo necesito dormir. Ha sido una noche muy larga y estoy exhausto.
Alice también se encontraba bastante cansada pero, al observar el sofá de piel sintética, se dio cuenta de que no podrían dormir allí los dos juntos.
Hunter le dedicó una sonrisa.
–Para ti el sofá; yo duermo en el suelo.
–¿Podrás?
–He dormido en sitios peores.
–Sí, pero ¿no necesitas un ataúd?
Hunter la miró con una chispa de diversión en los ojos, pero no dijo nada al acercarse al sofá.
Alice no había hecho más que tumbarse cuando se dio cuenta de que no iba a funcionar.
–Esto es muy incómodo. No puedo dormir con el brazo colgando y además necesito un sofá el doble de largo que éste.
–¿Y qué sugieres?
Agarró la manta y la almohada y se estiró en el suelo, a su lado.
Nicholas se encogió cuando la cercanía de sus cuerpos le hizo ser consciente del calor que desprendía Alice. Lo peor era que para poder dormir con comodidad, tendría que pasarle el brazo por la cintura.
Como si fuesen amantes.
La idea lo atravesó y se clavó en su corazón con tal impacto que durante un minuto se olvidó de respirar. En ese momento, recordó la última vez que había cometido el error de acercarse a una mujer y bajar la guardia.
De forma involuntaria, acudieron a él las imágenes de la sangre y los recuerdos de un dolor brutal e interminable.
La sensación fue tan real que volvió a encogerse.
Eso es el pasado, se dijo a sí mismo. Recuerdos que son historia.
Pero algunas cosas resultan imposibles de olvidar. Y ni siquiera un hombre con poderes psíquicos hiperdesarrollados podía enterrarlas.
No pienses en lo que sucedió.
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
No era momento para recordar. Tenía que ser práctico. Desiderius iría tras él en cuanto cayera la noche y, si quería salvar a Alice y a su hermana, tendría que estar bien despierto y alerta.
Cerró los ojos y se obligó a relajarse.
Hasta que Alice se movió y su trasero le rozó la entrepierna.
Nicholas apretó los dientes. Se sentía a punto de estallar en llamas tan sólo por el aroma a rosas que desprendía. Hacía tanto tiempo que no se acostaba con una mujer… Tanto tiempo desde que se atreviera a cerrar los ojos con una mujer a su lado…
La necesidad era una puta traicionera. Pero ya había aprendido la lección mientras luchaba contra los romanos. Tragó saliva y se obligó a dejar la mente en blanco. No había nada en su pasado que fuese digno de recordar. Nada, excepto un sufrimiento tan hondo que, aún después de dos mil años, lo dejaba postrado de rodillas.
Concéntrate, se dijo, echando mano de su firme entrenamiento militar. Es hora de descansar.
Alice se tensó cuando Hunter se movió y se acomodó tras ella. Cuando le pasó el brazo por encima se le aceleró el corazón. Ese cuerpo fuerte y esbelto presionaba su espalda de un modo muy inquietante. Miró fijamente su mano, que yacía delante de su rostro. Hunter tenía dedos largos y elegantes; dedos que podrían pertenecer a un artista o a un músico. Dios santo, resultaba muy duro recordar que no era un hombre en realidad.
¡Estás acostada con un vampiro!
No. Es un Cazador Oscuro. Aunque todavía no tenía muy clara la diferencia. Pero ya lo aclararía. Encontraría el modo de hacerlo.
Durante horas, permaneció tendida, escuchando la respiración de Hunter. Supo el momento exacto en el que por fin se quedó dormido, ya que sintió cómo su brazo se relajaba y la respiración sobre su cuello se hizo más pausada.
Escuchaba los ruidos de la gente que iba y venía por el pasillo del despacho de Tate y las voces de los conserjes, informando a través del sistema de megafonía o llamando a los doctores. Poco después del mediodía, Tate le trajo el almuerzo, pero ella no quiso que despertara a Hunter. Se comió la mitad del sándwich y continuó echada en el suelo, preguntándose cómo podría sentirse tan segura junto a un vampiro al que apenas conocía.
Giró con cuidado para quedar tendida de espaldas y poder observarlo. Era magnífico. El pelo le caía sobre los ojos mientras dormía y sus facciones tenían un encanto muy juvenil. Observó su boca y recordó el sabor y las poderosas sensaciones que había despertado en ella cuando se posó en su cuello. El recuerdo de aquel beso aún abrasaba sus labios y la hacía estremecerse.
La habían besado en más ocasiones de las que podía recordar, pero ningún hombre había conseguido que sintiera aquello. El roce de la boca de Hunter sobre la suya había incendiado su cuerpo.
¿Cómo lo hacía? ¿Qué tenía Hunter que despertaba su deseo hasta extremos casi dolorosos en contra de su voluntad? ¿Tendría algo que ver con sus poderes de inmortal?
Ella no era una ninfómana. Llevaba una vida sexual saludable y muy normal, no demasiado esporádica pero tampoco excesiva. Aun así, cada vez que lo miraba deseaba tocar su piel, sus labios, su pelo…
¿Qué le estaba pasando?
Destiérralo de tu mente. Cerró los ojos y comenzó a contar desde el cien hacia atrás.
Cuando llegó a menos sesenta, se dio cuenta de que era inútil.
Con un suspiró, alargó el brazo de modo inconsciente y comenzó a juguetear con el anillo que él llevaba de nuevo en la mano. Antes de darse cuenta sus dedos estaban entrelazados.
Hunter murmuró en sueños y se acurrucó más contra ella. Alice abrió los ojos de par en par cuando sintió su cálido aliento en el cuello y su erección presionándole perturbadoramente la cadera.
Él le apretó la mano con fuerza un momento antes de abrazarla hasta rodearla por completo con su cuerpo. Susurró algo en una lengua extraña y se quedó quieto, aún dormido profundamente.
El corazón de Alice latía desbocado. Nadie la había abrazado nunca de ese modo. De forma tan posesiva; tan completa. Se sentía protegida, rodeada por su fuerza. Lo más extraño de todo era que, en el fondo, le gustaba la situación mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Finalmente se quedó dormida, acurrucada entre sus brazos.
Alice se despertó y sintió que la pierna de Hunter descansaba entre sus muslos y que una de sus manos, que parecía quemarla con su contacto, vagaba bajo su sudadera, acariciándole el estómago. La estaba abrazando con tanta fuerza que le costaba trabajo respirar.
–Te he echado de menos –susurró con ternura, segundos antes de deslizar la mano bajo el sujetador y rodearle el pecho.
Alece dejó escapar un siseo de placer al sentir que sus dedos la acariciaban trazando lentos círculos, despertando su deseo y marcándola como si se tratase de un hierro candente. Le costaba un enorme esfuerzo permanecer tendida de costado y no darse la vuelta para besarlo.
–Miley –jadeó Nicholas dulcemente.
–¡Eh! –exclamó ella. Al llamarla por el nombre de otra persona se había sentido ofendida hasta el alma. ¿Cómo se atrevía? Si quería meterle mano, joder, ya podría recordar con quién estaba–. ¿Qué estás haciendo?
Nicholas se tensó al despertarse por completo y abrir los ojos. Fue consciente del pecho suave y cálido que estaba acariciando e, inmediatamente después, de un dolor punzante que le exigía buscar un alivio inmediato.
¡Mierda!
Apartó la mano como si se hubiese quemado.
¿Qué (palabra inadecuada) estaba haciendo?
Su trabajo era protegerla, no tocarla. Y menos aún cuando parecía encajar a la perfección entre sus brazos. La última vez que había cometido ese error con una mujer le había costado el alma.
Alice percibió la confusión en el rostro de Hunter mientras se separaba de ella y se incorporaba hasta quedar sentado.
–¿Quién es Miley? –preguntó.
El odio llameó en sus ojos.
–Nadie.
Vale, no le gustaba mucho la tal Miley cuando estaba despierto, pero hacía un momento…
Hunter se puso en pie despacio y la ayudó a levantarse.
–No tenía intención de dormir tanto. Casi está anocheciendo.
–¿Lo tuyo con el sol es algún tipo de conexión psíquica extraña?
–Puesto que mi vida se rige por su presencia o su ausencia, sí. –Tiró de ella mientras se dirigía hacia la puerta–. Entonces, ¿conoces a alguien que puede ayudarnos a librarnos de esto?
–Sí. Deberían estar en casa, ¿quieres que llame para comprobarlo?
–Sí.
Alice se acercó al escritorio, cogió el teléfono y llamó a ________ Alexander.
–Hola, _______ –la saludó tan pronto como _______ cogió el auricular–. Soy Alice. ¿Vas a estar en casa esta noche? Necesito pedirles un favor.
–Claro. Mis suegros estarán aquí un rato, pero así los niños estarán entretenidos. ¿Quieres pedirme…?
–Por teléfono no. No tardaremos.
–¿Quiénes? –preguntó ________.
–Iré con un amigo, si no te importa.
–No, para nada.
–Gracias. Hasta ahora. –Y colgó el teléfono.
–Vale –le dijo a Hunter–. Viven pasando St. Charles. ¿Conoces el lugar?
Antes de que él contestara, Tate entró en el despacho con un maletín negro en la mano.
–Hola –le dijo a Hunter–. Suponía que ya estarías despierto. Un chico llamado Jack vino hace un par de horas y dejó esto para ti.
–Gracias –le contestó Hunter mientras cogía el maletín. Lo dejó sobre el escritorio y lo abrió.
A Alice casi se le salieron los ojos de las órbitas al ver el contenido: dos pistolas pequeñas, una repetidora, un par de pistoleras, un móvil, tres navajas de aspecto peligroso y unas gafas de sol pequeñas y de cristales muy oscuros.
–Tate –le dijo Hunter, con un tono tan amistoso que extrañó a Alice–, tú sí que vales.
–Espero que Jack no haya olvidado nada.
–No, no. Lo ha pillado todo.
Alice alzó una ceja ante ese lenguaje tan informal, en un hombre con una voz tan profunda y seductora.
Tate se despidió de ellos con un movimiento de cabeza y se marchó.
Alice observó cómo se colocaba las pistoleras alrededor de las caderas, y metía una bala en cada una de las armas. Acto seguido, les puso el seguro, las hizo girar en ambas manos y las metió en las fundas, de modo que el abrigo las mantuviera ocultas.
Después, cogió una navaja automática y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Las otras dos fueron a parar a los bolsillos del abrigo antes de que asegurara el móvil.
Amanda volvió a alzar una ceja ante semejante arsenal.
–Pensaba que bastaba una estaca de madera para matar a un vampiro.
–Una estaca de madera en el corazón acabaría con cualquiera. Y si no lo hace, sal corriendo como alma que lleva el diablo –dijo Hunter suavemente–. Vuelvo a decirle, señora, que ve usted demasiada televisión. ¿Es que no tienes vida?
–Sí, al contrario de lo que te ocurre a ti, tengo una vida felizmente aburrida en la cual nadie intenta matarme. ¿Y sabes qué? Me gusta, y quiero que siga siendo así cuando salga de ésta.
El humor chispeó en los ojos de Hunter.
–Muy bien, entonces vamos a ver a tus amigos para que nos separen, de modo que puedas recuperar tu aburrida vida y yo pueda volver a tomar las riendas de mi peligrosa existencia.
Recorriéndola de arriba abajo con una mirada ardiente y lujuriosa, se pasó la lengua por los colmillos y se colocó las gafas de sol.
El pulso de Alice se aceleró. Con esas gafas de sol, su apariencia de poeta romántico resultaba aún más intensa. Y le estaba costando la misma vida no regresar a sus brazos y exigirle que la besara de nuevo.
Hunter cogió la mano de Alice, la ocultó en el bolsillo de su abrigo, junto con la suya –para ocultar los grilletes– y la guió hasta el exterior del despacho de Tate y a lo largo del pasillo del hospital.
Mientras caminaba, percibió el modo de andar, ligero y ágil, de Hunter. Su elegancia. El tipo se desenvolvía con una gracia innata. Había desarrollado unos andares arrogantes y peligrosos que llamaban la atención de toda mujer que pasara a su lado. Pero él no parecía ser consciente de la atracción que ejercía y continuó caminando hasta llegar a la salida posterior.
Una vez en el oscuro estacionamiento, Alice dejó escapar un silbido al ver un Lamborghini Diablo en uno de los aparcamientos para empleados. La luz de la farola se reflejaba sobre la chapa negra y lo rodeaba con una especie de halo. Normalmente, pasaba por completo de los coches, pero el Lamborghini siempre había sido una excepción.
Debía ser de uno de los cirujanos.
O eso pensaba hasta que Hunter se acercó a él.
–¿Qué haces? –le preguntó.
–Abriendo mi coche.
Alice lo miró boquiabierta.
–¿Este coche es tuyo?
–No –le contestó con ironía–. He sacado la llave para robarlo. (jajaja)
–Por Dios –jadeó–. ¡Debes estar forrado!
Hunter se bajó las gafas de sol y la miró, furioso, por encima de los cristales.
–Es sorprendente lo mucho que puedes ahorrar durante dos mil años.
Alice parpadeó mientras su cerebro registraba la información. ¿En serio podía tener…?
–¿De verdad eres tan viejo? –le preguntó con escepticismo.
Él asintió.
–En julio cumplí dos mil ciento ochenta y dos años, para ser exactos.
Alice se mordió el labio inferior mientras deslizaba la mirada por el fantástico cuerpo de Hunter.
–Tienes una pinta estupenda para ser tan viejo. Yo no te habría echado más de trescientos.
Hunter soltó una carcajada mientras introducía la llave en la cerradura.
Ella no pudo evitar que el diablillo que llevaba dentro saliera a la luz en ese momento para tomarle el pelo.
–¿Sabes una cosa? Dicen que los tíos que compran estos coches lo hacen para compensar una equipación –dijo mientras sus ojos descendían por la parte delantera de su cuerpo y se detenían en la protuberancia que se apreciaba bajo los vaqueros– pequeña.
Él alzó una ceja y la miró con una sonrisilla cálida y traviesa mientras abría la puerta.
Antes de que Alice sospechara lo que iba a hacer, se acercó a ella y, abrumándola con su poder y aroma masculinos, le cogió la mano apresada por el grillete y la apretó contra su hinchado miembro.
No. Allí no había que compensar nada.
Hunter bajó la cabeza y le susurró al oído:
–Si aún no lo tienes muy claro…
Se quedó sin respiración al sentirlo bajo la mano. Eso no era un calcetín.
Hunter la miró a los labios y atrapó su rostro con la mano que tenía libre. Alice supo en ese instante que iba a besarla de nuevo.
¡Sí, por favor!
–Toc, toc –se escuchó la voz de Desiderius desde las sombras.
Cerró los ojos y se obligó a relajarse.
Hasta que Alice se movió y su trasero le rozó la entrepierna.
Nicholas apretó los dientes. Se sentía a punto de estallar en llamas tan sólo por el aroma a rosas que desprendía. Hacía tanto tiempo que no se acostaba con una mujer… Tanto tiempo desde que se atreviera a cerrar los ojos con una mujer a su lado…
La necesidad era una puta traicionera. Pero ya había aprendido la lección mientras luchaba contra los romanos. Tragó saliva y se obligó a dejar la mente en blanco. No había nada en su pasado que fuese digno de recordar. Nada, excepto un sufrimiento tan hondo que, aún después de dos mil años, lo dejaba postrado de rodillas.
Concéntrate, se dijo, echando mano de su firme entrenamiento militar. Es hora de descansar.
Alice se tensó cuando Hunter se movió y se acomodó tras ella. Cuando le pasó el brazo por encima se le aceleró el corazón. Ese cuerpo fuerte y esbelto presionaba su espalda de un modo muy inquietante. Miró fijamente su mano, que yacía delante de su rostro. Hunter tenía dedos largos y elegantes; dedos que podrían pertenecer a un artista o a un músico. Dios santo, resultaba muy duro recordar que no era un hombre en realidad.
¡Estás acostada con un vampiro!
No. Es un Cazador Oscuro. Aunque todavía no tenía muy clara la diferencia. Pero ya lo aclararía. Encontraría el modo de hacerlo.
Durante horas, permaneció tendida, escuchando la respiración de Hunter. Supo el momento exacto en el que por fin se quedó dormido, ya que sintió cómo su brazo se relajaba y la respiración sobre su cuello se hizo más pausada.
Escuchaba los ruidos de la gente que iba y venía por el pasillo del despacho de Tate y las voces de los conserjes, informando a través del sistema de megafonía o llamando a los doctores. Poco después del mediodía, Tate le trajo el almuerzo, pero ella no quiso que despertara a Hunter. Se comió la mitad del sándwich y continuó echada en el suelo, preguntándose cómo podría sentirse tan segura junto a un vampiro al que apenas conocía.
Giró con cuidado para quedar tendida de espaldas y poder observarlo. Era magnífico. El pelo le caía sobre los ojos mientras dormía y sus facciones tenían un encanto muy juvenil. Observó su boca y recordó el sabor y las poderosas sensaciones que había despertado en ella cuando se posó en su cuello. El recuerdo de aquel beso aún abrasaba sus labios y la hacía estremecerse.
La habían besado en más ocasiones de las que podía recordar, pero ningún hombre había conseguido que sintiera aquello. El roce de la boca de Hunter sobre la suya había incendiado su cuerpo.
¿Cómo lo hacía? ¿Qué tenía Hunter que despertaba su deseo hasta extremos casi dolorosos en contra de su voluntad? ¿Tendría algo que ver con sus poderes de inmortal?
Ella no era una ninfómana. Llevaba una vida sexual saludable y muy normal, no demasiado esporádica pero tampoco excesiva. Aun así, cada vez que lo miraba deseaba tocar su piel, sus labios, su pelo…
¿Qué le estaba pasando?
Destiérralo de tu mente. Cerró los ojos y comenzó a contar desde el cien hacia atrás.
Cuando llegó a menos sesenta, se dio cuenta de que era inútil.
Con un suspiró, alargó el brazo de modo inconsciente y comenzó a juguetear con el anillo que él llevaba de nuevo en la mano. Antes de darse cuenta sus dedos estaban entrelazados.
Hunter murmuró en sueños y se acurrucó más contra ella. Alice abrió los ojos de par en par cuando sintió su cálido aliento en el cuello y su erección presionándole perturbadoramente la cadera.
Él le apretó la mano con fuerza un momento antes de abrazarla hasta rodearla por completo con su cuerpo. Susurró algo en una lengua extraña y se quedó quieto, aún dormido profundamente.
El corazón de Alice latía desbocado. Nadie la había abrazado nunca de ese modo. De forma tan posesiva; tan completa. Se sentía protegida, rodeada por su fuerza. Lo más extraño de todo era que, en el fondo, le gustaba la situación mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Finalmente se quedó dormida, acurrucada entre sus brazos.
Alice se despertó y sintió que la pierna de Hunter descansaba entre sus muslos y que una de sus manos, que parecía quemarla con su contacto, vagaba bajo su sudadera, acariciándole el estómago. La estaba abrazando con tanta fuerza que le costaba trabajo respirar.
–Te he echado de menos –susurró con ternura, segundos antes de deslizar la mano bajo el sujetador y rodearle el pecho.
Alece dejó escapar un siseo de placer al sentir que sus dedos la acariciaban trazando lentos círculos, despertando su deseo y marcándola como si se tratase de un hierro candente. Le costaba un enorme esfuerzo permanecer tendida de costado y no darse la vuelta para besarlo.
–Miley –jadeó Nicholas dulcemente.
–¡Eh! –exclamó ella. Al llamarla por el nombre de otra persona se había sentido ofendida hasta el alma. ¿Cómo se atrevía? Si quería meterle mano, joder, ya podría recordar con quién estaba–. ¿Qué estás haciendo?
Nicholas se tensó al despertarse por completo y abrir los ojos. Fue consciente del pecho suave y cálido que estaba acariciando e, inmediatamente después, de un dolor punzante que le exigía buscar un alivio inmediato.
¡Mierda!
Apartó la mano como si se hubiese quemado.
¿Qué (palabra inadecuada) estaba haciendo?
Su trabajo era protegerla, no tocarla. Y menos aún cuando parecía encajar a la perfección entre sus brazos. La última vez que había cometido ese error con una mujer le había costado el alma.
Alice percibió la confusión en el rostro de Hunter mientras se separaba de ella y se incorporaba hasta quedar sentado.
–¿Quién es Miley? –preguntó.
El odio llameó en sus ojos.
–Nadie.
Vale, no le gustaba mucho la tal Miley cuando estaba despierto, pero hacía un momento…
Hunter se puso en pie despacio y la ayudó a levantarse.
–No tenía intención de dormir tanto. Casi está anocheciendo.
–¿Lo tuyo con el sol es algún tipo de conexión psíquica extraña?
–Puesto que mi vida se rige por su presencia o su ausencia, sí. –Tiró de ella mientras se dirigía hacia la puerta–. Entonces, ¿conoces a alguien que puede ayudarnos a librarnos de esto?
–Sí. Deberían estar en casa, ¿quieres que llame para comprobarlo?
–Sí.
Alice se acercó al escritorio, cogió el teléfono y llamó a ________ Alexander.
–Hola, _______ –la saludó tan pronto como _______ cogió el auricular–. Soy Alice. ¿Vas a estar en casa esta noche? Necesito pedirles un favor.
–Claro. Mis suegros estarán aquí un rato, pero así los niños estarán entretenidos. ¿Quieres pedirme…?
–Por teléfono no. No tardaremos.
–¿Quiénes? –preguntó ________.
–Iré con un amigo, si no te importa.
–No, para nada.
–Gracias. Hasta ahora. –Y colgó el teléfono.
–Vale –le dijo a Hunter–. Viven pasando St. Charles. ¿Conoces el lugar?
Antes de que él contestara, Tate entró en el despacho con un maletín negro en la mano.
–Hola –le dijo a Hunter–. Suponía que ya estarías despierto. Un chico llamado Jack vino hace un par de horas y dejó esto para ti.
–Gracias –le contestó Hunter mientras cogía el maletín. Lo dejó sobre el escritorio y lo abrió.
A Alice casi se le salieron los ojos de las órbitas al ver el contenido: dos pistolas pequeñas, una repetidora, un par de pistoleras, un móvil, tres navajas de aspecto peligroso y unas gafas de sol pequeñas y de cristales muy oscuros.
–Tate –le dijo Hunter, con un tono tan amistoso que extrañó a Alice–, tú sí que vales.
–Espero que Jack no haya olvidado nada.
–No, no. Lo ha pillado todo.
Alice alzó una ceja ante ese lenguaje tan informal, en un hombre con una voz tan profunda y seductora.
Tate se despidió de ellos con un movimiento de cabeza y se marchó.
Alice observó cómo se colocaba las pistoleras alrededor de las caderas, y metía una bala en cada una de las armas. Acto seguido, les puso el seguro, las hizo girar en ambas manos y las metió en las fundas, de modo que el abrigo las mantuviera ocultas.
Después, cogió una navaja automática y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Las otras dos fueron a parar a los bolsillos del abrigo antes de que asegurara el móvil.
Amanda volvió a alzar una ceja ante semejante arsenal.
–Pensaba que bastaba una estaca de madera para matar a un vampiro.
–Una estaca de madera en el corazón acabaría con cualquiera. Y si no lo hace, sal corriendo como alma que lleva el diablo –dijo Hunter suavemente–. Vuelvo a decirle, señora, que ve usted demasiada televisión. ¿Es que no tienes vida?
–Sí, al contrario de lo que te ocurre a ti, tengo una vida felizmente aburrida en la cual nadie intenta matarme. ¿Y sabes qué? Me gusta, y quiero que siga siendo así cuando salga de ésta.
El humor chispeó en los ojos de Hunter.
–Muy bien, entonces vamos a ver a tus amigos para que nos separen, de modo que puedas recuperar tu aburrida vida y yo pueda volver a tomar las riendas de mi peligrosa existencia.
Recorriéndola de arriba abajo con una mirada ardiente y lujuriosa, se pasó la lengua por los colmillos y se colocó las gafas de sol.
El pulso de Alice se aceleró. Con esas gafas de sol, su apariencia de poeta romántico resultaba aún más intensa. Y le estaba costando la misma vida no regresar a sus brazos y exigirle que la besara de nuevo.
Hunter cogió la mano de Alice, la ocultó en el bolsillo de su abrigo, junto con la suya –para ocultar los grilletes– y la guió hasta el exterior del despacho de Tate y a lo largo del pasillo del hospital.
Mientras caminaba, percibió el modo de andar, ligero y ágil, de Hunter. Su elegancia. El tipo se desenvolvía con una gracia innata. Había desarrollado unos andares arrogantes y peligrosos que llamaban la atención de toda mujer que pasara a su lado. Pero él no parecía ser consciente de la atracción que ejercía y continuó caminando hasta llegar a la salida posterior.
Una vez en el oscuro estacionamiento, Alice dejó escapar un silbido al ver un Lamborghini Diablo en uno de los aparcamientos para empleados. La luz de la farola se reflejaba sobre la chapa negra y lo rodeaba con una especie de halo. Normalmente, pasaba por completo de los coches, pero el Lamborghini siempre había sido una excepción.
Debía ser de uno de los cirujanos.
O eso pensaba hasta que Hunter se acercó a él.
–¿Qué haces? –le preguntó.
–Abriendo mi coche.
Alice lo miró boquiabierta.
–¿Este coche es tuyo?
–No –le contestó con ironía–. He sacado la llave para robarlo. (jajaja)
–Por Dios –jadeó–. ¡Debes estar forrado!
Hunter se bajó las gafas de sol y la miró, furioso, por encima de los cristales.
–Es sorprendente lo mucho que puedes ahorrar durante dos mil años.
Alice parpadeó mientras su cerebro registraba la información. ¿En serio podía tener…?
–¿De verdad eres tan viejo? –le preguntó con escepticismo.
Él asintió.
–En julio cumplí dos mil ciento ochenta y dos años, para ser exactos.
Alice se mordió el labio inferior mientras deslizaba la mirada por el fantástico cuerpo de Hunter.
–Tienes una pinta estupenda para ser tan viejo. Yo no te habría echado más de trescientos.
Hunter soltó una carcajada mientras introducía la llave en la cerradura.
Ella no pudo evitar que el diablillo que llevaba dentro saliera a la luz en ese momento para tomarle el pelo.
–¿Sabes una cosa? Dicen que los tíos que compran estos coches lo hacen para compensar una equipación –dijo mientras sus ojos descendían por la parte delantera de su cuerpo y se detenían en la protuberancia que se apreciaba bajo los vaqueros– pequeña.
Él alzó una ceja y la miró con una sonrisilla cálida y traviesa mientras abría la puerta.
Antes de que Alice sospechara lo que iba a hacer, se acercó a ella y, abrumándola con su poder y aroma masculinos, le cogió la mano apresada por el grillete y la apretó contra su hinchado miembro.
No. Allí no había que compensar nada.
Hunter bajó la cabeza y le susurró al oído:
–Si aún no lo tienes muy claro…
Se quedó sin respiración al sentirlo bajo la mano. Eso no era un calcetín.
Hunter la miró a los labios y atrapó su rostro con la mano que tenía libre. Alice supo en ese instante que iba a besarla de nuevo.
¡Sí, por favor!
–Toc, toc –se escuchó la voz de Desiderius desde las sombras.
FIN DEL CAPITULO 3
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
CAPITULO 4
–Esto sí que es una putada –dijo Hunter con voz serena mientras se quitaba las gafas de sol y las guardaba en el bolsillo del abrigo.
Sus movimientos eran deliberadamente lentos y Alice supo al instante que era la forma en la que el Cazador Oscuro hacía saber a Desiderius lo insignificante que le resultaban sus amenazas.
–Aquí estoy, intentando besar a mi chica y tienes que llegar tú a interrumpirnos. ¿Qué pasa?, ¿es que te criaste en un establo?
Con una calma que dejó pasmada a Alice, Hunter se dio la vuelta para enfrentar a Desiderius.
–Por cierto, toca a la chica, o al Lamborghini, y eres hombre muerto.
Desiderius salió de entre las sombras y se detuvo bajo un rayo de luna. El contraste con la amarillenta luz de las farolas le confería una apariencia siniestra, a pesar de su belleza angelical.
–Bonito coche el tuyo, Cazador Oscuro –dijo Desiderius–. Gracias a él es muy fácil seguirte la pista. Y, con respecto a tu amenaza, ya estoy muerto. –Sus hermosos labios se curvaron con una sonrisa burlona–. Igual que tú.
Vestido con un traje de rayas azul, muy a la moda, Desiderius tenía toda la apariencia de un modelo. Su piel tenía un color dorado, sin ningún defecto, y su cabello rubio era de un tono ligeramente más claro que el de Hunter. Era tan apuesto que no parecía real. Y no aparentaba más de veinticinco años. Un hombre en la cúspide de su magnetismo sexual y de su fuerza.
Alice sintió que el miedo le erizaba la piel y tragó saliva con fuerza.
Esa belleza sublime en un hombre tan perverso acrecentaba su aura malévola. La única indicación de su verdadera naturaleza eran los dos largos colmillos que no se molestaba en ocultar mientras hablaba.
–Casi me fastidia matarte, Cazador Oscuro. Tienes un sentido del humor muy especial del que carecían los anteriores.
–Eso intento –dijo Hunter colocándose entre Desiderius y Alice–. ¿Por qué no haces esto aún más interesante y dejas que la mujer se vaya?
–No.
Y surgiendo de la nada, los secuaces de Desiderius atacaron en ese momento.
Alice escuchó un chasquido metálico.
Agarrando la muñeca que la mantenía unida a él, de modo que no pudiera hacerle daño, Hunter golpeó al primer vampiro rubio con la punta de la bota. Cuando vio que el Daimon se desintegraba en el aire dejando una nube de polvo, Alice se dio cuenta que el chasquido lo había producido la hoja retráctil oculta en la bota. Al instante, el arma volvió a su escondite.
Con un movimiento sacado directamente de Hollywood, Hunter golpeó a otro vampiro con el codo y lo envió volando de espaldas al suelo. A la velocidad del rayo, se arrodilló, sacó una navaja y la clavó profundamente en el pecho del Daimon; cuando éste también se evaporó, la plegó y se puso en pie.
Un tercer atacante surgió de las sombras.
Dejándose guiar por el instinto, Alice se giró y le dio una patada. Lo alcanzó en la ingle y lo envió al suelo entre gemidos.
Hunter la miró y alzó una ceja.
–Cinturón negro en aikido –le dijo ella.
–Si las circunstancias fueran otras, te daría un beso. –Sonrió y miró por encima del hombro de Alice–. Agáchate.
Ella lo hizo y él lanzó una navaja directa al pecho de otro vampiro. La criatura se desintegró dejando una nube negra.
Hunter desenfundó la pistola.
–Métete en el coche –le ordenó, empujándola hacia el asiento del conductor.
Alice entró tan rápido como le permitieron los grilletes, presa de continuos estremecimientos provocados por la sobrecarga de adrenalina. Pasó por encima del cambio de marchas y se acomodó en el asiento del copiloto mientras Hunter disparaba a los Daimons.
Él entró al coche cuando ella estuvo lista, cerró la puerta y encendió el motor. Dios santo, estaba sorprendentemente calmado. Jamás en su vida había visto algo así. El tipo era imperturbable.
Otro apuesto vampiro rubio saltó al capó en el instante en que Hunter daba marcha atrás y pisaba el acelerador. Enseñando los colmillos, el Daimon intentó golpear el parabrisas.
–¿No os he dicho que no tocaseis el Lamborghini? –se quejó Hunter segundos antes de tomar una curva cerrada haciendo que el vampiro volara por los aires–. Y yo que pensaba que no podias volar… –dijo mientras enderezaba el Lamborghini y salía a la carretera–. Supongo que Acheron necesita actualizar el manual.
Alice se dio cuenta de que los perseguían dos coches.
–¡Dios mío! –jadeó, rodeando la ancha y fuerte muñeca de Hunter con la mano para que éste tuviera más movilidad y pudiera maniobrar mejor con el cambio de marchas. La cosa se ponía fea y no quería ser un estorbo para él, que era el único que podía sacarla del atolladero.
–Agárrate fuerte –le dijo él mientras ponía la radio y aceleraba.
La música de Muse con su «Supermassive Black Hole» resonó con fuerza en el interior del coche justo cuando salían del aparcamiento y se internaban en el tráfico. Con el cuerpo rígido, Alice comenzó a rezar el rosario, aunque ni siquiera era católica.
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
–¡Las luces! –le gritó a Hunter al darse cuenta de que conducía con los faros apagados y el coche tenía los cristales tintados, cosa que era ilegal–. ¡Las luces vendrían muy bien en este momento!
–No lo creo, ya que me molestan hasta el punto de no ver nada. Confía en mí.
–¿Que confíe en ti? Y un cuerno –soltó Alice, agarrándose con la mano libre al cinturón de seguridad como si le fuese la vida en ello–. Por si no lo recuerdas, no soy inmortal.
Hunter soltó una carcajada.
–Sí, bueno, en un coche aplastado tampoco lo soy yo.
Alicelo miró con la boca abierta.
–Odio tu sentido del humor, en serio.
La sonrisa de Hunter se intensificó.
Atravesaron las atestadas calles de Nueva Orleáns a toda velocidad, pasando de un carril a otro hasta que Alice creyó que iba a ponerse a vomitar. Por no mencionar que en un par de ocasiones pensó que se quedaría sin mano debido a los movimientos bruscos de Hunter. Tragó con fuerza, en un intento por calmar las nauseas, y se pasó el brazo por la cintura, luchando por mantenerse derecha a aquella velocidad.
Un enorme Chevy negro se colocó a la altura del Lamborghini e intentó desviarlos para que se estrellaran contra un trailer. Alice contuvo un chillido apretando con fuerza los dientes.
–No te dejes llevar por el pánico –le dijo Hunter, alzando la voz para hacerse escuchar por encima del ruido de la música mientras giraba bruscamente para pasar por debajo del trailer y pisaba a fondo el acelerador–. He hecho esto un montón de veces.
Alice apenas podía respirar cuando se internaron en otro carril, donde un Firebird les esperaba para intentar chocar con ellos. El Cazador Oscuro esquivó un coche aparcado a duras penas. Estaba tan aterrorizada que sólo podía emitir pequeños jadeos. Y rezar. Cientos y cientos de oraciones.
Cuando llegaron a la interestatal, había visto toda su vida pasar ante sus ojos. Y no le gustó nada lo que vio. Era demasiado breve y aún había muchas cosas que quería hacer antes de morir… incluyendo agarrar a Alicia y darle una buena paliza.
Súbitamente, el Chevy negro apareció junto a ellos e intentó sacarlos de la carretera. Hunter pisó el freno y el coche derrapó hacia un lado.
A Alice se le revolvió el estómago.
–¿Sabes una cosa? –le dijo Hunter muy tranquilo–. Odio a los romanos, pero debo reconocer que sus descendientes han fabricado un vehículo extraordinario.
Cambió de marcha y aceleró de nuevo, dejando atrás al Chevy. Atravesando la mediana, se internaron en el tráfico y tomaron una de las salidas a tal velocidad que lo único que Alice vio fueron los destellos de las luces en una especie de mancha borrosa.
Los chirridos de los frenos y las pitadas de las bocinas llenaron sus oídos, seguidos por el estridente sonido del metal cuando el Firebird, lleno de Daimons, chocó contra el Chevy negro. El Firebird empujó al otro vehículo hasta el muro de contención, donde dio una vuelta de campana y cayó sobre la autopista. Aún no era capaz de respirar con normalidad cuando el Chevy de los Daimons se detuvo al lado de la calzada sin golpear a ningún otro coche.
Hunter dio un alarido de júbilo mientras hacía girar al Lamborghini bruscamente hasta dejarlo en dirección contraria. Pisó los frenos a fondo y echó un vistazo al caos que acababan de dejar atrás.
Alice se limitó a mirarlo con la boca abierta y todo el cuerpo temblando.
Él quitó la radio y la miró con una sonrisa triunfal.
–Y sin un solo arañazo en el Lamborghini… ¡Ja! Morded el polvo, cabrones chupa almas.
Redujo marcha, pisó a fondo el acelerador y dio una vuelta completa en mitad de la calle, haciendo chirriar las ruedas antes de dirigirse al Barrio Francés.
Alice permaneció en silencio, sin dar crédito a lo sucedido, y trató de relajarse tomando profundas bocanadas de aire.
–Te has divertido de lo lindo, ¿verdad?
–Joder, sí. ¿Les has visto la cara? –preguntó, soltando una carcajada–.
Adoro este coche.
Ella miró al cielo suplicando ayuda divina.
–Dios mío, por favor, apártame de este loco antes de que muera de un susto.
–Venga ya –le dijo con voz juguetona–. No me digas que no te ha hecho correr la sangre.
–Sí, sí, claro. De hecho, me la ha acelerado tanto que no estoy segura de cómo ha logrado sobrevivir mi corazón. –Lo miró fijamente–. Eres un ser humano totalmente desquiciado.
La risa de Hunter murió al instante.
–Solía serlo, al menos.
Alice tragó saliva al percibir el vacío de su voz. Sin quererlo, acababa de encontrar un punto débil. El humor de ambos decayó bastante y Alice le dio las indicaciones precisas para llegar a la casa de _________, en St. Charles.
Pocos minutos después, aparcaban en el camino de entrada tras el Range Rover negro de Joe Alexander. El guardabarros trasero estaba ligeramente hundido tras su último encuentro con una farola. Pobre Joe, era un peligro en la carretera.
Alice miró de soslayo a su compañero. Después de todo, y siguiendo con las comparaciones, Joe no era tan malo. Al menos, jamás la mataría de un infarto.
Hunter la ayudó a bajar del coche a través de la puerta del conductor y la precedió camino de la puerta. La antigua casa estaba completamente iluminada y, a través de las ligeras cortinas que cubrían las ventanas, Alice pudo ver a _______ sentada en un sillón de la salita de estar.
Bajita, ________ llevaba la larga melena recogida en una cola de caballo y su barriga había aumentado el doble desde la última vez que la vio. Aunque faltaban nueve semanas para que saliera de cuentas, la pobre _________ tenía todo el aspecto de ir a dar a luz en cualquier momento. Se estaba riendo de algo, pero no había señales de Joe ni de sus invitados.
Alice se detuvo para acomodarse el pelo con la mano, enderezar su ropa sucia y abrocharse el polar para ocultar las manchas de sangre.
–______ dijo que tendrían compañía, así es que creo que deberíamos intentar pasar desapercibidos, ¿de acuerdo?
Hunter asintió con la cabeza en el mismo momento en que ella tocaba el timbre. Tras una breve espera, la puerta se abrió y Joe Alexander apareció en el vestíbulo. Con su casi uno noventa de altura, Joe era tan deslumbrante como Hunter. Tenían casi el mismo color de pelo, pero sus ojos eran del marron más profundo que ella hubiese visto jamás. Sus rasgos parecían esculpidos pero, teniendo en cuenta que era el hijo de la diosa Afrodita, no era de extrañar.
La sonrisa de bienvenida se borró del rostro del hombre cuando miró a Hunter y al instante se quedó con la boca abierta.
Alice comprobó que Hunter reaccionaba de la misma forma; parecía estar perplejo.
–¿Joe de Macedonia? –preguntó Hunter con incredulidad
–¿Nicholas de Tracia?
Antes de que Alice pudiera moverse, los dos hombres se fundieron en un abrazo, como si se tratara de dos hermanos largo tiempo separados. Su brazo siguió el movimiento del de Nicholas al abrazar a Joe.
–No lo creo, ya que me molestan hasta el punto de no ver nada. Confía en mí.
–¿Que confíe en ti? Y un cuerno –soltó Alice, agarrándose con la mano libre al cinturón de seguridad como si le fuese la vida en ello–. Por si no lo recuerdas, no soy inmortal.
Hunter soltó una carcajada.
–Sí, bueno, en un coche aplastado tampoco lo soy yo.
Alicelo miró con la boca abierta.
–Odio tu sentido del humor, en serio.
La sonrisa de Hunter se intensificó.
Atravesaron las atestadas calles de Nueva Orleáns a toda velocidad, pasando de un carril a otro hasta que Alice creyó que iba a ponerse a vomitar. Por no mencionar que en un par de ocasiones pensó que se quedaría sin mano debido a los movimientos bruscos de Hunter. Tragó con fuerza, en un intento por calmar las nauseas, y se pasó el brazo por la cintura, luchando por mantenerse derecha a aquella velocidad.
Un enorme Chevy negro se colocó a la altura del Lamborghini e intentó desviarlos para que se estrellaran contra un trailer. Alice contuvo un chillido apretando con fuerza los dientes.
–No te dejes llevar por el pánico –le dijo Hunter, alzando la voz para hacerse escuchar por encima del ruido de la música mientras giraba bruscamente para pasar por debajo del trailer y pisaba a fondo el acelerador–. He hecho esto un montón de veces.
Alice apenas podía respirar cuando se internaron en otro carril, donde un Firebird les esperaba para intentar chocar con ellos. El Cazador Oscuro esquivó un coche aparcado a duras penas. Estaba tan aterrorizada que sólo podía emitir pequeños jadeos. Y rezar. Cientos y cientos de oraciones.
Cuando llegaron a la interestatal, había visto toda su vida pasar ante sus ojos. Y no le gustó nada lo que vio. Era demasiado breve y aún había muchas cosas que quería hacer antes de morir… incluyendo agarrar a Alicia y darle una buena paliza.
Súbitamente, el Chevy negro apareció junto a ellos e intentó sacarlos de la carretera. Hunter pisó el freno y el coche derrapó hacia un lado.
A Alice se le revolvió el estómago.
–¿Sabes una cosa? –le dijo Hunter muy tranquilo–. Odio a los romanos, pero debo reconocer que sus descendientes han fabricado un vehículo extraordinario.
Cambió de marcha y aceleró de nuevo, dejando atrás al Chevy. Atravesando la mediana, se internaron en el tráfico y tomaron una de las salidas a tal velocidad que lo único que Alice vio fueron los destellos de las luces en una especie de mancha borrosa.
Los chirridos de los frenos y las pitadas de las bocinas llenaron sus oídos, seguidos por el estridente sonido del metal cuando el Firebird, lleno de Daimons, chocó contra el Chevy negro. El Firebird empujó al otro vehículo hasta el muro de contención, donde dio una vuelta de campana y cayó sobre la autopista. Aún no era capaz de respirar con normalidad cuando el Chevy de los Daimons se detuvo al lado de la calzada sin golpear a ningún otro coche.
Hunter dio un alarido de júbilo mientras hacía girar al Lamborghini bruscamente hasta dejarlo en dirección contraria. Pisó los frenos a fondo y echó un vistazo al caos que acababan de dejar atrás.
Alice se limitó a mirarlo con la boca abierta y todo el cuerpo temblando.
Él quitó la radio y la miró con una sonrisa triunfal.
–Y sin un solo arañazo en el Lamborghini… ¡Ja! Morded el polvo, cabrones chupa almas.
Redujo marcha, pisó a fondo el acelerador y dio una vuelta completa en mitad de la calle, haciendo chirriar las ruedas antes de dirigirse al Barrio Francés.
Alice permaneció en silencio, sin dar crédito a lo sucedido, y trató de relajarse tomando profundas bocanadas de aire.
–Te has divertido de lo lindo, ¿verdad?
–Joder, sí. ¿Les has visto la cara? –preguntó, soltando una carcajada–.
Adoro este coche.
Ella miró al cielo suplicando ayuda divina.
–Dios mío, por favor, apártame de este loco antes de que muera de un susto.
–Venga ya –le dijo con voz juguetona–. No me digas que no te ha hecho correr la sangre.
–Sí, sí, claro. De hecho, me la ha acelerado tanto que no estoy segura de cómo ha logrado sobrevivir mi corazón. –Lo miró fijamente–. Eres un ser humano totalmente desquiciado.
La risa de Hunter murió al instante.
–Solía serlo, al menos.
Alice tragó saliva al percibir el vacío de su voz. Sin quererlo, acababa de encontrar un punto débil. El humor de ambos decayó bastante y Alice le dio las indicaciones precisas para llegar a la casa de _________, en St. Charles.
Pocos minutos después, aparcaban en el camino de entrada tras el Range Rover negro de Joe Alexander. El guardabarros trasero estaba ligeramente hundido tras su último encuentro con una farola. Pobre Joe, era un peligro en la carretera.
Alice miró de soslayo a su compañero. Después de todo, y siguiendo con las comparaciones, Joe no era tan malo. Al menos, jamás la mataría de un infarto.
Hunter la ayudó a bajar del coche a través de la puerta del conductor y la precedió camino de la puerta. La antigua casa estaba completamente iluminada y, a través de las ligeras cortinas que cubrían las ventanas, Alice pudo ver a _______ sentada en un sillón de la salita de estar.
Bajita, ________ llevaba la larga melena recogida en una cola de caballo y su barriga había aumentado el doble desde la última vez que la vio. Aunque faltaban nueve semanas para que saliera de cuentas, la pobre _________ tenía todo el aspecto de ir a dar a luz en cualquier momento. Se estaba riendo de algo, pero no había señales de Joe ni de sus invitados.
Alice se detuvo para acomodarse el pelo con la mano, enderezar su ropa sucia y abrocharse el polar para ocultar las manchas de sangre.
–______ dijo que tendrían compañía, así es que creo que deberíamos intentar pasar desapercibidos, ¿de acuerdo?
Hunter asintió con la cabeza en el mismo momento en que ella tocaba el timbre. Tras una breve espera, la puerta se abrió y Joe Alexander apareció en el vestíbulo. Con su casi uno noventa de altura, Joe era tan deslumbrante como Hunter. Tenían casi el mismo color de pelo, pero sus ojos eran del marron más profundo que ella hubiese visto jamás. Sus rasgos parecían esculpidos pero, teniendo en cuenta que era el hijo de la diosa Afrodita, no era de extrañar.
La sonrisa de bienvenida se borró del rostro del hombre cuando miró a Hunter y al instante se quedó con la boca abierta.
Alice comprobó que Hunter reaccionaba de la misma forma; parecía estar perplejo.
–¿Joe de Macedonia? –preguntó Hunter con incredulidad
–¿Nicholas de Tracia?
Antes de que Alice pudiera moverse, los dos hombres se fundieron en un abrazo, como si se tratara de dos hermanos largo tiempo separados. Su brazo siguió el movimiento del de Nicholas al abrazar a Joe.
Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
–¿Joe de Macedonia? –preguntó Hunter con incredulidad.
–¿Nicholas de Tracia?
Antes de que Alice pudiera moverse, los dos hombres se fundieron en un abrazo, como si se tratara de dos hermanos largo tiempo separados. Su brazo siguió el movimiento del de Nicholas al abrazar a Joe.
–¡Por todos los dioses! –jadeó Joe–. ¿De verdad eres tú?
–No puedo creerlo –dijo Hunter apartándose un poco para mirar a Joe de arriba abajo–. Pensaba que estabas muerto.
–¿Yo? –le preguntó Joe–. ¿Y tú qué? Oí que los romanos te habían ejecutado. ¡Por Zeus! ¿Cómo es posible que estés aquí? –En ese momento, bajó la mirada y vio los grilletes–. ¿Qué…?
–Por eso hemos venido –dijo Amanda–. Nos han encadenado y esperaba que tú pudieras separarnos.
–Los forjó tu padrastro –añadió Hunter–. ¿No tendrás una llave en algún lado, por casualidad?
Joe se rió.
–Supongo que no debería sorprenderme. Por lo menos esta vez no has traído a una princesa amazona con una madre iracunda exigiendo que se te corten ciertas partes de tu cuerpo… –Joe meneó la cabeza como si se tratase de un padre regañando a su hijo–. Dos mil años después y aún sigues metiéndote en líos increíbles.
Hunter lo miró con una sonrisilla forzada.
–Algunas cosas no cambian jamás. Si consigues separarnos te deberé una, ¿no te importa?
Joe ladeó la cabeza.
–La última vez que hice recuento, me debías dos favores.
–¡Ah, sí! No me acordaba de lo de Prymaria.
Por la expresión del rostro de Joe, Amanda supo que a él no se le había olvidado y la verdad era que mataría por enterarse de lo que había sucedido. Pero ya habría tiempo para eso más tarde. Lo primero era liberar su brazo. Movió la cadena, haciendo que tintineara.
Joe retrocedió y los invitó a entrar a la casa.
–Has tenido suerte –les dijo mientras los acompañaba hasta la salita.
_______ no se había movido del sillón; ahora sostenía a Vanessa en su regazo mientras la madre de Joe, rubia y espléndida, ocupaba un lugar en el sofá y jugaba con el pequeño Nick y uno de sus peluches. Un hombre moreno y alto estaba sentado junto a Afrodita y sostenía al pequeño en sus brazos, riéndose de los dos.
El Cazador Oscuro jadeó al ver la poco corriente escena familiar y apartó a Alice con un brusco empujón, momentos antes de que Afrodita alzara la vista y maldijera.
Antes de Alice pudiera entender lo que sucedía, la diosa alargó un brazo y de su mano surgió una especie de rayo luminoso que golpeó directamente a Hunter. El impacto lo tiró al suelo de espaldas, arrastrándola junto a él.
Alice aterrizó sobre el pecho de Hunter y en ese momento vio la quemadura que el rayo le había provocado en el hombro. Olía a piel y carne quemada. Sabía que el dolor de la herida tenía que ser horroroso, pero él no parecía notarlo. Muy al contrario, Hunter se quitó las gafas de sol con rapidez, la apartó de su pecho e intentó alejarla de él tanto como fuera posible. Poniéndose en pie se colocó entre la diosa y Alice. (hay que hot, que valiente)
–¡Cómo te atreves! –gritó Afrodita con el hermoso rostro desfigurado por la ira. Con los ojos entrecerrados se levantó del sofá y se acercó a Hunter como si se tratase de una bestia mortal acechando a su presa–. Sabes que te está prohibido mostrarte ante nosotros.
Joe agarró el brazo de su madre antes de que pudiera llegar hasta Nicholas.
–¡Madre, detente! ¿Qué estás haciendo?
Ella lo miró furiosa.
–¿Cómo te has atrevido a traer a un Cazador Oscuro ante mi presencia? ¡Sabes que está prohibido!
Joe frunció el ceño y observó a Hunter. La incredulidad se reflejaba en su rostro.
Hunter miró a Alice por encima de su hombro.
–Estás a punto de ser libre, pequeña –le susurró.
Afrodita alzó la mano.
Aterrorizada, Alice se dio cuenta de que la diosa pretendía acabar con él. ¡No!, el grito se atascó en su garganta mientras su corazón latía a toda velocidad, presa del pánico.
Joe atrapó la muñeca de su madre antes de que pudiera herir a Hunter de nuevo.
–No, mamá –la increpó Joe–. Cazador Oscuro o no, da la casualidad de que es el único hombre que me guardó las espaldas mientras todos los demás rezaban para verme muerto. Si lo matas, jamás te perdonaré.
El rostro de Afrodita adoptó una expresión pétrea.
Joe la soltó.
–Nunca te he pedido nada antes. Pero ahora lo hago, como tu hijo que soy. Ayúdalo. Por favor.
Afrodita miró a Joe y a Hunter alternativamente. La indecisión en su mirada era tangible.
–¿Hefesto? –llamó Joe al hombre sentado en el sofá–. ¿Los liberarás?
–Está prohibido –contestó el dios bruscamente– y lo sabes. Los Cazadores Oscuros no poseen alma y están más allá de nuestro alcance.
–No pasa nada, Joe –dijo Hunter en voz baja–. Pídele que el rayo no me atraviese para que no hiera a la mujer.
Fue entonces cuando Afrodita vio a Alice. Y su mirada se posó sobre los grilletes.
–¿Mamá? –le pidió Joe de nuevo.
Afrodita chasqueó los dedos y los grilletes desaparecieron.
–Gracias –le dijo Joe.
–Sólo lo he hecho para ayudar a la humana –dijo la diosa con gravedad antes de volver al sofá–. El Cazador Oscuro puede apañárselas solo.
Hunter le dijo las gracias en silencio a Joe, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta.
–Nicholas, espera –le dijo Joe, deteniéndolo–. No puedes marcharte estando herido.
La expresión del Cazador Oscuro era impasible.
–Ya conoces las normas, adelphos. Me las apaño solo.
–No, esta noche no.
–Si él se queda –dijo Afrodita–, tenemos que marcharnos.
Joe miró a su madre y asintió con la cabeza.
–Lo sé, mamá. Gracias de nuevo por ayudarlo. Hasta luego.
La diosa desapareció con un destello luminoso. Hefesto dejó a Nicks en el suelo y acto seguido también se evaporó.
–¿Joe? –lo llamó ________ desde la salita–. ¿Corre peligro Vanessa si la dejo en el suelo?
–No –le contestó él.
Alice observó la mirada de tristeza en los ojos de Hunter cuando los gemelos se acercaron corriendo a su padre.
Nick se apartó, feliz de ver a Alice, y comenzó a parlotear mientras le tendía los brazos. Ella lo cogió y lo abrazó con fuerza antes de darle un beso sobre los suaves rizos.
Dando saltos entre sus brazos, el niño soltó una carcajada y la abrazó.
Vanessa se dirigió directamente a Hunter, cosa absolutamente normal en ella; la pequeña hechicera no se arredraba ante los extraños. Extendió el brazo y le ofreció la galleta a medio comer que llevaba en la mano.
–¿Ga-lleta? –le preguntó con su hablar titubeante, propio de un bebé.
Arrodillándose ante ella, Hunter sonrió con ternura, cogió la galleta y acarició con suavidad el cabello oscuro de la niña.
–Gracias cielo –le dijo con suavidad antes de devolverle la galleta–, pero no tengo hambre.
Vanessa dio un gritito y se arrojó a sus brazos.
Aunque Alice viviera toda una eternidad, jamás sería capaz de olvidar la mirada desesperada, de profundo dolor, que se reflejó en los ojos de Hunter mientras abrazaba a la niña contra su pecho. Había anhelo.
Sufrimiento.
Era la mirada de un hombre que sabía que sostenía entre sus brazos algo que no deseaba que le arrebataran.
Cerró los ojos y apoyó la mejilla sobre la cabecita de Vanessa mientras apretaba los puños y la abrazaba aún más fuerte.
–Por los dioses, Joe, siempre haces unos niños tan hermosos…
Joe no contestó mientras _________ se acercaba, pero Alice reconoció la angustia en sus ojos al observar cómo su amigo abrazaba a su hija.
Los dos hombres intercambiaron una mirada.
Recordaban algo, alguna pesadilla vivida por ambos de la que Alice no sabía nada.
Joe tomó a ________ de la mano.
–________, éste es mi amigo Nicholas de Tracia. Nicholas, ésta es mi esposa.
Hunter se puso en pie con la misma agilidad que una pantera negra, sosteniendo a Vanessa con mucho cuidado en sus brazos.
–Es un honor conocerte, _________.
–Gracias –le contestó ella–. Lo mismo digo. Joe ha hablado tanto de ti que es como si ya te conociera.
Hunter miró a Julian con los ojos entrecerrados.
–Teniendo en cuenta lo mucho que siempre ha censurado mi comportamiento, tiemblo al pensar lo que ha podido contarte.
_______ se rió.
–Nada malo. ¿Es cierto que en una ocasión incitaste a toda una casa de putas a que…?
–¡Joe! –masculló Hunter–. No puedo creer que le contaras eso.
Sin inmutarse siquiera, Joe se encogió de hombros e ignoró la irritación de su amigo.
–Siempre has sabido sacar a relucir tu ingenio bajo presión.
–¿Nicholas de Tracia?
Antes de que Alice pudiera moverse, los dos hombres se fundieron en un abrazo, como si se tratara de dos hermanos largo tiempo separados. Su brazo siguió el movimiento del de Nicholas al abrazar a Joe.
–¡Por todos los dioses! –jadeó Joe–. ¿De verdad eres tú?
–No puedo creerlo –dijo Hunter apartándose un poco para mirar a Joe de arriba abajo–. Pensaba que estabas muerto.
–¿Yo? –le preguntó Joe–. ¿Y tú qué? Oí que los romanos te habían ejecutado. ¡Por Zeus! ¿Cómo es posible que estés aquí? –En ese momento, bajó la mirada y vio los grilletes–. ¿Qué…?
–Por eso hemos venido –dijo Amanda–. Nos han encadenado y esperaba que tú pudieras separarnos.
–Los forjó tu padrastro –añadió Hunter–. ¿No tendrás una llave en algún lado, por casualidad?
Joe se rió.
–Supongo que no debería sorprenderme. Por lo menos esta vez no has traído a una princesa amazona con una madre iracunda exigiendo que se te corten ciertas partes de tu cuerpo… –Joe meneó la cabeza como si se tratase de un padre regañando a su hijo–. Dos mil años después y aún sigues metiéndote en líos increíbles.
Hunter lo miró con una sonrisilla forzada.
–Algunas cosas no cambian jamás. Si consigues separarnos te deberé una, ¿no te importa?
Joe ladeó la cabeza.
–La última vez que hice recuento, me debías dos favores.
–¡Ah, sí! No me acordaba de lo de Prymaria.
Por la expresión del rostro de Joe, Amanda supo que a él no se le había olvidado y la verdad era que mataría por enterarse de lo que había sucedido. Pero ya habría tiempo para eso más tarde. Lo primero era liberar su brazo. Movió la cadena, haciendo que tintineara.
Joe retrocedió y los invitó a entrar a la casa.
–Has tenido suerte –les dijo mientras los acompañaba hasta la salita.
_______ no se había movido del sillón; ahora sostenía a Vanessa en su regazo mientras la madre de Joe, rubia y espléndida, ocupaba un lugar en el sofá y jugaba con el pequeño Nick y uno de sus peluches. Un hombre moreno y alto estaba sentado junto a Afrodita y sostenía al pequeño en sus brazos, riéndose de los dos.
El Cazador Oscuro jadeó al ver la poco corriente escena familiar y apartó a Alice con un brusco empujón, momentos antes de que Afrodita alzara la vista y maldijera.
Antes de Alice pudiera entender lo que sucedía, la diosa alargó un brazo y de su mano surgió una especie de rayo luminoso que golpeó directamente a Hunter. El impacto lo tiró al suelo de espaldas, arrastrándola junto a él.
Alice aterrizó sobre el pecho de Hunter y en ese momento vio la quemadura que el rayo le había provocado en el hombro. Olía a piel y carne quemada. Sabía que el dolor de la herida tenía que ser horroroso, pero él no parecía notarlo. Muy al contrario, Hunter se quitó las gafas de sol con rapidez, la apartó de su pecho e intentó alejarla de él tanto como fuera posible. Poniéndose en pie se colocó entre la diosa y Alice. (hay que hot, que valiente)
–¡Cómo te atreves! –gritó Afrodita con el hermoso rostro desfigurado por la ira. Con los ojos entrecerrados se levantó del sofá y se acercó a Hunter como si se tratase de una bestia mortal acechando a su presa–. Sabes que te está prohibido mostrarte ante nosotros.
Joe agarró el brazo de su madre antes de que pudiera llegar hasta Nicholas.
–¡Madre, detente! ¿Qué estás haciendo?
Ella lo miró furiosa.
–¿Cómo te has atrevido a traer a un Cazador Oscuro ante mi presencia? ¡Sabes que está prohibido!
Joe frunció el ceño y observó a Hunter. La incredulidad se reflejaba en su rostro.
Hunter miró a Alice por encima de su hombro.
–Estás a punto de ser libre, pequeña –le susurró.
Afrodita alzó la mano.
Aterrorizada, Alice se dio cuenta de que la diosa pretendía acabar con él. ¡No!, el grito se atascó en su garganta mientras su corazón latía a toda velocidad, presa del pánico.
Joe atrapó la muñeca de su madre antes de que pudiera herir a Hunter de nuevo.
–No, mamá –la increpó Joe–. Cazador Oscuro o no, da la casualidad de que es el único hombre que me guardó las espaldas mientras todos los demás rezaban para verme muerto. Si lo matas, jamás te perdonaré.
El rostro de Afrodita adoptó una expresión pétrea.
Joe la soltó.
–Nunca te he pedido nada antes. Pero ahora lo hago, como tu hijo que soy. Ayúdalo. Por favor.
Afrodita miró a Joe y a Hunter alternativamente. La indecisión en su mirada era tangible.
–¿Hefesto? –llamó Joe al hombre sentado en el sofá–. ¿Los liberarás?
–Está prohibido –contestó el dios bruscamente– y lo sabes. Los Cazadores Oscuros no poseen alma y están más allá de nuestro alcance.
–No pasa nada, Joe –dijo Hunter en voz baja–. Pídele que el rayo no me atraviese para que no hiera a la mujer.
Fue entonces cuando Afrodita vio a Alice. Y su mirada se posó sobre los grilletes.
–¿Mamá? –le pidió Joe de nuevo.
Afrodita chasqueó los dedos y los grilletes desaparecieron.
–Gracias –le dijo Joe.
–Sólo lo he hecho para ayudar a la humana –dijo la diosa con gravedad antes de volver al sofá–. El Cazador Oscuro puede apañárselas solo.
Hunter le dijo las gracias en silencio a Joe, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta.
–Nicholas, espera –le dijo Joe, deteniéndolo–. No puedes marcharte estando herido.
La expresión del Cazador Oscuro era impasible.
–Ya conoces las normas, adelphos. Me las apaño solo.
–No, esta noche no.
–Si él se queda –dijo Afrodita–, tenemos que marcharnos.
Joe miró a su madre y asintió con la cabeza.
–Lo sé, mamá. Gracias de nuevo por ayudarlo. Hasta luego.
La diosa desapareció con un destello luminoso. Hefesto dejó a Nicks en el suelo y acto seguido también se evaporó.
–¿Joe? –lo llamó ________ desde la salita–. ¿Corre peligro Vanessa si la dejo en el suelo?
–No –le contestó él.
Alice observó la mirada de tristeza en los ojos de Hunter cuando los gemelos se acercaron corriendo a su padre.
Nick se apartó, feliz de ver a Alice, y comenzó a parlotear mientras le tendía los brazos. Ella lo cogió y lo abrazó con fuerza antes de darle un beso sobre los suaves rizos.
Dando saltos entre sus brazos, el niño soltó una carcajada y la abrazó.
Vanessa se dirigió directamente a Hunter, cosa absolutamente normal en ella; la pequeña hechicera no se arredraba ante los extraños. Extendió el brazo y le ofreció la galleta a medio comer que llevaba en la mano.
–¿Ga-lleta? –le preguntó con su hablar titubeante, propio de un bebé.
Arrodillándose ante ella, Hunter sonrió con ternura, cogió la galleta y acarició con suavidad el cabello oscuro de la niña.
–Gracias cielo –le dijo con suavidad antes de devolverle la galleta–, pero no tengo hambre.
Vanessa dio un gritito y se arrojó a sus brazos.
Aunque Alice viviera toda una eternidad, jamás sería capaz de olvidar la mirada desesperada, de profundo dolor, que se reflejó en los ojos de Hunter mientras abrazaba a la niña contra su pecho. Había anhelo.
Sufrimiento.
Era la mirada de un hombre que sabía que sostenía entre sus brazos algo que no deseaba que le arrebataran.
Cerró los ojos y apoyó la mejilla sobre la cabecita de Vanessa mientras apretaba los puños y la abrazaba aún más fuerte.
–Por los dioses, Joe, siempre haces unos niños tan hermosos…
Joe no contestó mientras _________ se acercaba, pero Alice reconoció la angustia en sus ojos al observar cómo su amigo abrazaba a su hija.
Los dos hombres intercambiaron una mirada.
Recordaban algo, alguna pesadilla vivida por ambos de la que Alice no sabía nada.
Joe tomó a ________ de la mano.
–________, éste es mi amigo Nicholas de Tracia. Nicholas, ésta es mi esposa.
Hunter se puso en pie con la misma agilidad que una pantera negra, sosteniendo a Vanessa con mucho cuidado en sus brazos.
–Es un honor conocerte, _________.
–Gracias –le contestó ella–. Lo mismo digo. Joe ha hablado tanto de ti que es como si ya te conociera.
Hunter miró a Julian con los ojos entrecerrados.
–Teniendo en cuenta lo mucho que siempre ha censurado mi comportamiento, tiemblo al pensar lo que ha podido contarte.
_______ se rió.
–Nada malo. ¿Es cierto que en una ocasión incitaste a toda una casa de putas a que…?
–¡Joe! –masculló Hunter–. No puedo creer que le contaras eso.
Sin inmutarse siquiera, Joe se encogió de hombros e ignoró la irritación de su amigo.
–Siempre has sabido sacar a relucir tu ingenio bajo presión.
Invitado
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
:affraid: :affraid: :affraid: :affraid:
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Tienes qe segirla
me encanta
Grax por ese mega maratón :happy:
espero subas pronto :P
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:grupo:
XoXo
:hi:
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Tienes qe segirla
me encanta
Grax por ese mega maratón :happy:
espero subas pronto :P
:hug: :hug: :hug: :hug:
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XoXo
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Invitado
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
CAP CAP CAP CAP CAP CAP CAP CAP CAP
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Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
–Nada malo. ¿Es cierto que en una ocasión incitaste a toda una casa de putas a que…?
–¡Joe! –masculló Hunter–. No puedo creer que le contaras eso.
Sin inmutarse siquiera, Joe se encogió de hombros e ignoró la irritación de su amigo.
–Siempre has sabido sacar a relucir tu ingenio bajo presión.
________ jadeó y se llevó la mano hacia el voluminoso vientre. Su marido se acercó a ella y la agarró del brazo, observándola con preocupación.
Respirando entrecortadamente, _________ se frotó el vientre y los miró con una débil sonrisa.
–Lo siento. El bebé da patadas como una mula.
Hunter miró el vientre de _________ y una extraña luz iluminó sus ojos. Por un instante, Alice hubiese jurado que los había visto brillar.
–Es otro niño –les dijo en voz baja y distante.
–¿Cómo lo sabes? –le preguntó ________, sorprendida, mientras continuaba frotándose arriba y abajo–. Sólo lo sé desde ayer mismo.
–Puede percibir el alma del bebé –le dijo Joe suavemente–. Es uno de los poderes protectores de un Cazador Oscuro.
Hunter miró a su amigo.
–Éste va a tener un carácter fuerte. Generoso y tierno, pero muy imprudente.
–Me recuerda a alguien que conocí en una ocasión –comentó Joe.
Esas palabras parecieron torturar a Hunter.
–Venga –dijo Joe, tomando a Vanessa de los brazos de nicholas y poniéndola en el suelo, sin hacer caso a sus lloriqueos de protesta–. Necesito que me acompañes arriba para curarte esa herida.
Alice se quedó en el pasillo, sin saber qué hacer. Un millón de preguntas bullían en su interior en busca de respuestas y, si no hubiese sido por la herida de Hunter, estaría de camino al piso superior para formularlas todas. Pero Joe tenía razón. Esa herida tenía un aspecto muy feo y necesitaba ser atendida.
Tras echar una mirada pensativa a las escaleras, se dio la vuelta para hablar con ________.
–Pareces asombrosamente tranquila, a pesar del caos que se ha formado aquí. Dioses desvaneciéndose, gente que llega cubierta de sangre y a la que lanzan un rayo en tu recibidor… Cualquiera pensaría que a estas alturas deberías estar de los nervios, sobre todo, teniendo en cuenta tu estado.
___________ rió mientras conducía a una llorosa Vanessa de vuelta a la salita de estar.
–Bueno, durante los últimos años casi me he acostumbrado a ver a dioses apareciendo y desapareciendo de repente. Y a otras cosas en las que no quiero ni pensar. Estar casada con Joe es, sin duda, un buen modo de aprender a mantener la calma.
Alice se rió sin mucho entusiasmo y volvió a mirar hacia la escalera, preguntándose de nuevo acerca de su enigmático Cazador Oscuro.
–Hunter, o Nicholas, ¿es también un dios?
–No lo sé. Por lo que Joe me ha contado, siempre he creído que era un hombre; pero estoy tan a oscuras como tú.
Mientras __________ tomaba asiento, Alice escuchó a los hombres hablar a través del transmisor colocado en la habitación de los bebés.
________ extendió el brazo para apagar el receptor.
–Por favor, espera.
Alice se sentó y jugueteó con Nick mientras escuchaba la conversación que se desarrollaba en el piso superior.
–Joder, Nicholas –le dijo Joe tan pronto como éste le dio su camisa–. Tienes más cicatrices que mi padre.
Nicholas dejó escapar el aire lentamente mientras rozaba la quemadura que el rayo de Afrodita le había causado en el hombro.
Se encontraban en la habitación de los gemelos, al fondo del pasillo. Nicholas entornó los ojos, molesto por el brillo de la luz sobre el papel que cubría las paredes –amarillo y con ositos– y sacó las gafas de sol. Joe debió recordar parte de la antigua mitología griega, porque apagó la luz y encendió una lamparita pequeña que inundó la habitación con un suave resplandor.
Debilitado por el dolor, Nicholas notó que su reflejo en el espejo apenas si era perceptible. La capacidad de no reflejarse en los espejos era una de las medidas de protección de las que gozaba un Cazador Oscuro. Para conseguir verse en uno de ellos, tenían que proyectar una imagen mental, algo que resultaba muy duro estando herido o excesivamente cansado.
Nicholas se apartó un poco del armario pintado de blanco y se encontró con la interrogante mirada de Joe.
–Dos mil años de lucha suelen dejar huella en el cuerpo.
–Siempre tuviste más pelotas que cerebro.
Un espeluznante escalofrío recorrió la espalda de Nicholas al escuchar esas palabras tan familiares. Era imposible recordar las innumerables ocasiones en las que Joe las había pronunciado en griego antiguo.
Cómo había echado de menos a su amigo y mentor a lo largo de los siglos… Joe había sido el único al que había prestado atención. Y uno de los pocos hombres a los que había respetado de verdad. Se frotó el brazo y continuó hablando.
–Lo sé. Pero lo gracioso es que siempre escucho tu voz en mi mente pidiéndome que tenga paciencia. –Hablando con una voz más ronca, imitó el acento espartano de Joe–: «Maldición Nicholas, ¿es que no puedes pensar nunca antes de actuar?»
Joe no respondió.
Nicholas sabía lo que pasaba por la mente de su amigo. Los mismos recuerdos agridulces que le perseguían a él cada noche cuando se relajaba el tiempo suficiente como para dejar que el pasado regresara.
Imágenes de un mundo desaparecido hacía mucho tiempo; de gente y de familia que no eran más que sombras difusas y sentimientos perdidos.
El suyo había sido un mundo muy especial, pero su elegancia primitiva aún caldeaba sus corazones. Nicholas todavía podía oler el aceite de las lámparas que iluminaban su hogar y sentir la brisa fresca y fragante del Mediterráneo que perfumaba su villa.
En una extraña contradicción con los pensamientos de Nicholas, Joe abrió el pequeño botiquín y buscó un moderno paquete de hielo.
Cuando lo encontró, quitó el cierre para liberar el gel y lo sostuvo sobre el hombro de Nicholas. Éste siseó al sentir el frío sobre la herida.
–Siento mucho lo de la descarga astral –se disculpó Julian–. Si lo hubiese sabido…
–No tienes la culpa de nada. No había modo de que supieras que había entregado mi alma. No es precisamente el modo de comenzar una conversación. «Hola, soy Nicholas. No tengo alma. ¿Qué tal estás?»
–No tiene gracia.
–Claro que sí, lo que pasa es que nunca has entendido mi sentido del humor.
–Lo que pasa es que siempre salía a relucir cuando estábamos a un paso de la muerte.
Nicholas se encogió de hombros y deseó no haberlo hecho cuando el dolor le recorrió el brazo.
–¿Qué puedo decir? Vivo para fastidiar al viejo Apollyon. –Cogió el paquete de las manos de Joe y retrocedió un paso–. ¿Qué te ocurrió Joe? Me dijeron que Escipión te capturó junto a tu familia y que los asesinó.
Joe soltó un bufido.
–¿Y tú lo creíste? Fue Ares quien mató a mi familia. Cuando los encontré muertos me dejé llevar por un «momento Nicholas» y fui tras él.
Nicholas alzó una ceja. Que él supiera, Joe nunca había cedido a un impulso en toda su vida. El tipo era la calma y la reflexión personificadas, sin importar el caos que hubiera a su alrededor. Y eso había sido una de las cosas que más apreciara de su amigo.
–¿Tú hiciste algo impulsivo?
–Sí. Y lo pagué muy caro –dijo, cruzando los brazos sobre el pecho y mirando a Nicholas a los ojos–. Ares me maldijo y me encerró en un pergamino. Pasé dos mil años como esclavo sexual antes de que mi esposa me liberara.
Nicholas soltó un silbido de incredulidad. Había oído hablar de tales maldiciones. El sufrimiento era agónico, y su orgulloso amigo debía haberlo pasado realmente mal. Joe nunca había permitido que nadie dirigiese su camino. Ni siquiera los dioses.
–Y tú me llamas loco a mí… –dijo Nicholas–. Yo me limité a provocar el odio de los romanos. Tú fuiste tras el panteón griego al completo.
Joe le pasó un tubo de crema para las quemaduras. Cuando habló, su voz sonó ronca.
–Me estaba preguntado… cuando me marché, ¿qué sucedió con…?
Nicholas lo miró a los ojos y vio la agonía reflejada en ellos. Descubrió que para su amigo era demasiado doloroso el hecho de mencionar lo sucedido. Él todavía sentía el dolor al recordar las muertes de los hijos de Joe. De cabellos rubios y mejillas sonrosadas, habían sido dos niños preciosos y vivaces; resultaba imposible hacerles justicia con simples palabras. Su simple presencia hacía que el corazón de Nicholas se encogiera de envidia.
¡Por los dioses! Cómo había deseado poder tener su propia familia, sus propios hijos. Cada vez que visitaba el hogar de Joe, anhelaba poder vivir una existencia como la de su amigo. Era lo único que había querido siempre. Un hogar acogedor, unos hijos a los que amar y una esposa que lo quisiera. Cosas sencillas, en realidad, pero que siempre habían resultado imposibles para él.
Y ahora, como Cazador Oscuro, esos deseos no eran más que sueños irrealizables.
Nicholas no podía ni imaginarse el horror que Joe debía sentir cada vez que recordara a sus hijos. Dudaba mucho de que cualquier otro hombre pudiera amar a unos niños tanto como su amigo.
Recordaba el día en que Atolycus, con cinco añitos, había cambiado la cola de caballo del yelmo (casco que usan los antiguos guerreros en sus batallas) de Joe por unas plumas, como regalo para su padre antes de cabalgar a la batalla. Joe había sido uno de los generales más temidos de todo el ejército macedonio, pero por no herir los sentimientos de su hijo, había llevado su regalo con orgullo delante de todos sus hombres.
Nadie se atrevió a reírse. Ni siquiera Nicholas.
Se aclaró la garganta y desvió la mirada de la de su amigo.
–Enterré a Calista y a Atolycus en el huerto desde el que se veía el mar, donde solían jugar. La familia de Lys se hizo cargo de su cuerpo, y envié el cadáver de Francses a casa de su padre.
–Gracias.
Nicholas asintió con la cabeza.
–Era lo menos que podía hacer. Eras un hermano para mí.
Joe se rió con tristeza.
–¡Joe! –masculló Hunter–. No puedo creer que le contaras eso.
Sin inmutarse siquiera, Joe se encogió de hombros e ignoró la irritación de su amigo.
–Siempre has sabido sacar a relucir tu ingenio bajo presión.
________ jadeó y se llevó la mano hacia el voluminoso vientre. Su marido se acercó a ella y la agarró del brazo, observándola con preocupación.
Respirando entrecortadamente, _________ se frotó el vientre y los miró con una débil sonrisa.
–Lo siento. El bebé da patadas como una mula.
Hunter miró el vientre de _________ y una extraña luz iluminó sus ojos. Por un instante, Alice hubiese jurado que los había visto brillar.
–Es otro niño –les dijo en voz baja y distante.
–¿Cómo lo sabes? –le preguntó ________, sorprendida, mientras continuaba frotándose arriba y abajo–. Sólo lo sé desde ayer mismo.
–Puede percibir el alma del bebé –le dijo Joe suavemente–. Es uno de los poderes protectores de un Cazador Oscuro.
Hunter miró a su amigo.
–Éste va a tener un carácter fuerte. Generoso y tierno, pero muy imprudente.
–Me recuerda a alguien que conocí en una ocasión –comentó Joe.
Esas palabras parecieron torturar a Hunter.
–Venga –dijo Joe, tomando a Vanessa de los brazos de nicholas y poniéndola en el suelo, sin hacer caso a sus lloriqueos de protesta–. Necesito que me acompañes arriba para curarte esa herida.
Alice se quedó en el pasillo, sin saber qué hacer. Un millón de preguntas bullían en su interior en busca de respuestas y, si no hubiese sido por la herida de Hunter, estaría de camino al piso superior para formularlas todas. Pero Joe tenía razón. Esa herida tenía un aspecto muy feo y necesitaba ser atendida.
Tras echar una mirada pensativa a las escaleras, se dio la vuelta para hablar con ________.
–Pareces asombrosamente tranquila, a pesar del caos que se ha formado aquí. Dioses desvaneciéndose, gente que llega cubierta de sangre y a la que lanzan un rayo en tu recibidor… Cualquiera pensaría que a estas alturas deberías estar de los nervios, sobre todo, teniendo en cuenta tu estado.
___________ rió mientras conducía a una llorosa Vanessa de vuelta a la salita de estar.
–Bueno, durante los últimos años casi me he acostumbrado a ver a dioses apareciendo y desapareciendo de repente. Y a otras cosas en las que no quiero ni pensar. Estar casada con Joe es, sin duda, un buen modo de aprender a mantener la calma.
Alice se rió sin mucho entusiasmo y volvió a mirar hacia la escalera, preguntándose de nuevo acerca de su enigmático Cazador Oscuro.
–Hunter, o Nicholas, ¿es también un dios?
–No lo sé. Por lo que Joe me ha contado, siempre he creído que era un hombre; pero estoy tan a oscuras como tú.
Mientras __________ tomaba asiento, Alice escuchó a los hombres hablar a través del transmisor colocado en la habitación de los bebés.
________ extendió el brazo para apagar el receptor.
–Por favor, espera.
Alice se sentó y jugueteó con Nick mientras escuchaba la conversación que se desarrollaba en el piso superior.
–Joder, Nicholas –le dijo Joe tan pronto como éste le dio su camisa–. Tienes más cicatrices que mi padre.
Nicholas dejó escapar el aire lentamente mientras rozaba la quemadura que el rayo de Afrodita le había causado en el hombro.
Se encontraban en la habitación de los gemelos, al fondo del pasillo. Nicholas entornó los ojos, molesto por el brillo de la luz sobre el papel que cubría las paredes –amarillo y con ositos– y sacó las gafas de sol. Joe debió recordar parte de la antigua mitología griega, porque apagó la luz y encendió una lamparita pequeña que inundó la habitación con un suave resplandor.
Debilitado por el dolor, Nicholas notó que su reflejo en el espejo apenas si era perceptible. La capacidad de no reflejarse en los espejos era una de las medidas de protección de las que gozaba un Cazador Oscuro. Para conseguir verse en uno de ellos, tenían que proyectar una imagen mental, algo que resultaba muy duro estando herido o excesivamente cansado.
Nicholas se apartó un poco del armario pintado de blanco y se encontró con la interrogante mirada de Joe.
–Dos mil años de lucha suelen dejar huella en el cuerpo.
–Siempre tuviste más pelotas que cerebro.
Un espeluznante escalofrío recorrió la espalda de Nicholas al escuchar esas palabras tan familiares. Era imposible recordar las innumerables ocasiones en las que Joe las había pronunciado en griego antiguo.
Cómo había echado de menos a su amigo y mentor a lo largo de los siglos… Joe había sido el único al que había prestado atención. Y uno de los pocos hombres a los que había respetado de verdad. Se frotó el brazo y continuó hablando.
–Lo sé. Pero lo gracioso es que siempre escucho tu voz en mi mente pidiéndome que tenga paciencia. –Hablando con una voz más ronca, imitó el acento espartano de Joe–: «Maldición Nicholas, ¿es que no puedes pensar nunca antes de actuar?»
Joe no respondió.
Nicholas sabía lo que pasaba por la mente de su amigo. Los mismos recuerdos agridulces que le perseguían a él cada noche cuando se relajaba el tiempo suficiente como para dejar que el pasado regresara.
Imágenes de un mundo desaparecido hacía mucho tiempo; de gente y de familia que no eran más que sombras difusas y sentimientos perdidos.
El suyo había sido un mundo muy especial, pero su elegancia primitiva aún caldeaba sus corazones. Nicholas todavía podía oler el aceite de las lámparas que iluminaban su hogar y sentir la brisa fresca y fragante del Mediterráneo que perfumaba su villa.
En una extraña contradicción con los pensamientos de Nicholas, Joe abrió el pequeño botiquín y buscó un moderno paquete de hielo.
Cuando lo encontró, quitó el cierre para liberar el gel y lo sostuvo sobre el hombro de Nicholas. Éste siseó al sentir el frío sobre la herida.
–Siento mucho lo de la descarga astral –se disculpó Julian–. Si lo hubiese sabido…
–No tienes la culpa de nada. No había modo de que supieras que había entregado mi alma. No es precisamente el modo de comenzar una conversación. «Hola, soy Nicholas. No tengo alma. ¿Qué tal estás?»
–No tiene gracia.
–Claro que sí, lo que pasa es que nunca has entendido mi sentido del humor.
–Lo que pasa es que siempre salía a relucir cuando estábamos a un paso de la muerte.
Nicholas se encogió de hombros y deseó no haberlo hecho cuando el dolor le recorrió el brazo.
–¿Qué puedo decir? Vivo para fastidiar al viejo Apollyon. –Cogió el paquete de las manos de Joe y retrocedió un paso–. ¿Qué te ocurrió Joe? Me dijeron que Escipión te capturó junto a tu familia y que los asesinó.
Joe soltó un bufido.
–¿Y tú lo creíste? Fue Ares quien mató a mi familia. Cuando los encontré muertos me dejé llevar por un «momento Nicholas» y fui tras él.
Nicholas alzó una ceja. Que él supiera, Joe nunca había cedido a un impulso en toda su vida. El tipo era la calma y la reflexión personificadas, sin importar el caos que hubiera a su alrededor. Y eso había sido una de las cosas que más apreciara de su amigo.
–¿Tú hiciste algo impulsivo?
–Sí. Y lo pagué muy caro –dijo, cruzando los brazos sobre el pecho y mirando a Nicholas a los ojos–. Ares me maldijo y me encerró en un pergamino. Pasé dos mil años como esclavo sexual antes de que mi esposa me liberara.
Nicholas soltó un silbido de incredulidad. Había oído hablar de tales maldiciones. El sufrimiento era agónico, y su orgulloso amigo debía haberlo pasado realmente mal. Joe nunca había permitido que nadie dirigiese su camino. Ni siquiera los dioses.
–Y tú me llamas loco a mí… –dijo Nicholas–. Yo me limité a provocar el odio de los romanos. Tú fuiste tras el panteón griego al completo.
Joe le pasó un tubo de crema para las quemaduras. Cuando habló, su voz sonó ronca.
–Me estaba preguntado… cuando me marché, ¿qué sucedió con…?
Nicholas lo miró a los ojos y vio la agonía reflejada en ellos. Descubrió que para su amigo era demasiado doloroso el hecho de mencionar lo sucedido. Él todavía sentía el dolor al recordar las muertes de los hijos de Joe. De cabellos rubios y mejillas sonrosadas, habían sido dos niños preciosos y vivaces; resultaba imposible hacerles justicia con simples palabras. Su simple presencia hacía que el corazón de Nicholas se encogiera de envidia.
¡Por los dioses! Cómo había deseado poder tener su propia familia, sus propios hijos. Cada vez que visitaba el hogar de Joe, anhelaba poder vivir una existencia como la de su amigo. Era lo único que había querido siempre. Un hogar acogedor, unos hijos a los que amar y una esposa que lo quisiera. Cosas sencillas, en realidad, pero que siempre habían resultado imposibles para él.
Y ahora, como Cazador Oscuro, esos deseos no eran más que sueños irrealizables.
Nicholas no podía ni imaginarse el horror que Joe debía sentir cada vez que recordara a sus hijos. Dudaba mucho de que cualquier otro hombre pudiera amar a unos niños tanto como su amigo.
Recordaba el día en que Atolycus, con cinco añitos, había cambiado la cola de caballo del yelmo (casco que usan los antiguos guerreros en sus batallas) de Joe por unas plumas, como regalo para su padre antes de cabalgar a la batalla. Joe había sido uno de los generales más temidos de todo el ejército macedonio, pero por no herir los sentimientos de su hijo, había llevado su regalo con orgullo delante de todos sus hombres.
Nadie se atrevió a reírse. Ni siquiera Nicholas.
Se aclaró la garganta y desvió la mirada de la de su amigo.
–Enterré a Calista y a Atolycus en el huerto desde el que se veía el mar, donde solían jugar. La familia de Lys se hizo cargo de su cuerpo, y envié el cadáver de Francses a casa de su padre.
–Gracias.
Nicholas asintió con la cabeza.
–Era lo menos que podía hacer. Eras un hermano para mí.
Joe se rió con tristeza.
Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Joe se rió con tristeza.
–Supongo que eso explica por qué tenías esa fijación por hacerme la vida imposible.
–Alguien tenía que hacerlo. Con veintitrés años eras demasiado duro y serio.
–No como tú.
Nicholas apenas recordaba al hombre que una vez fue y del que Joe estaba hablando. Despreocupado y siempre listo para la batalla. De sangre caliente y con cabeza de chorlito. Era un milagro que Joe no lo hubiese matado. La paciencia de ese hombre no tenía límites.
–Mis gloriosos días de desperdiciada juventud –dijo Nicholas con melancolía.
Mirándose el hombro, comenzó a extender la crema sobre la quemadura. Dolía, pero ya estaba acostumbrado al dolor físico. Y se había enfrentado a sufrimientos mucho peores que ese minúsculo dolor.
Joe arqueó una ceja y lo miró de forma inquisitiva.
–Los romanos te capturaron por mi culpa, ¿no es cierto?
Nicholas se detuvo al ver el remordimiento en los ojos de su amigo. Después, siguió extendiéndose la crema.
–Siempre fuiste muy duro contigo mismo, Joe. No fue por tu culpa. Tras tu desaparición continué con la sangrienta cruzada contra sus ejércitos. Me forjé mi propio destino en ese aspecto, y tú no tuviste nada que ver.
–Pero si hubiese estado allí, podría haber evitado que te cogieran.
Nicholas resopló.
–Eras muy bueno sacándome de los problemas, no hay duda. Pero ni quisiera tú podrías haberme salvado de mí mismo. Si hubieses estado allí, los romanos habrían tenido a otro general macedonio al que crucificar. Créeme, estabas mucho mejor en ese pergamino que enfrentándote al destino que Escipión y Valerius tenían en mente para nosotros.
A pesar de sus palabras, Nicholas aún veía la culpa reflejada en el rostro de su amigo, y quería librarlo de ella.
–¿Qué sucedió? –preguntó Joe–. Según los historiadores Valerius te capturó en plena batalla. Pero no puedo creerlo. No luchando como luchabas.
–Y la historia dice que tú fuiste asesinado por los hombres de Escipión. Los ganadores escriben su versión de los hechos.
Por primera vez desde hacía siglos, Nicholas dejó que los recuerdos lo transportaran de vuelta a aquel aciago día del pasado. Apretó los dientes cuando una oleada de angustia y rabia lo invadió al recordar vívidamente por qué había encerrado esos recuerdos en el fondo de su mente.
–Ya sabes que las Parcas son unas putas traicioneras. No fui capturado por Valerius; me tendieron una trampa y me ofrecieron a él como un regalo.
Julian frunció el ceño.
–¿Cómo?
–Mi pequeña Miley . Mientras tú y yo luchábamos contra los romanos, mi esposa los recibía en su lecho, en nuestra casa.
El rostro de Joe perdió el color.
–No puedo creer que Miley hiciese algo así, después de todo lo que sacrificaste por ella.
–Toda buena acción tiene un precio.
Joe miró a Nicholas con el ceño nuevamente fruncido ante la amargura de sus palabras. Éste no era el mismo hombre que había conocido en Macedonia. Nicholas de Tracia siempre había estado lleno de alegría, generosidad y ternura. El hombre que se alzaba ante él carecía de entusiasmo. Se mantenía en guardia. Era muy suspicaz y su comportamiento rayaba en la frialdad.
–¿Te convertiste en un Cazador Oscuro a causa de la traición de tu esposa? –le preguntó Joe.
–Sí.
Joe cerró los ojos cuando sintió que la compasión por su amigo se abría paso hacia su corazón de la mano de la ira. Veía a su amigo en sus recuerdos tal y como había sido siglos atrás. Sus ojos siempre habían tenido una mirada alegre y traviesa. Nicholas amaba la vida como muy pocas personas lo hacían.
De espíritu generoso, amable por naturaleza y de corazón valeroso, Nicholas siempre lograba desarmarlo y, en incontables ocasiones, había deseado poder odiar al malcriado muchacho.
Pero le había resultado imposible.
–¿Qué te hizo Valerius? –preguntó Joe.
Nicholas respiró hondo.
–Créeme, no te gustaría conocer todos los detalles.
Joe observó cómo Nicholas hacía un leve gesto de dolor cuando un repentino recuerdo asaltó su mente.
–¿Qué pasa?
–Nada –contestó Kyrian malhumorado.
Los pensamientos de Joe volvieron a la esposa de Nicholas. Pequeña y rubia, Miley había sido más hermosa que Helena de Troya. Sólo la había visto una vez, y de lejos. Pero aún así, supo al instante lo que había llamado la atención de Nicholas. Miley poseía un aura irresistible que hablaba a las claras de su amplia experiencia sexual y de su habilidad en esos menesteres.
Cuando la conoció, con apenas veintidós años, el joven Nicholas se había enamorado de ella al instante; de una mujer ocho años mayor que él. No le importó lo que los demás dijeran sobre ella; Nicholas jamás escuchaba a nadie. Había amado a esa mujer con locura, con toda su alma.
–¿Qué pasó con Miley? –preguntó Joe–. ¿Descubriste por qué lo hizo?
Nicholas arrojó el paquete de hielo a la bolsa.
–Me dijo que lo hacía por temor a que no pudiera protegerla.
Joe soltó una maldición.
–Yo dije algo más fuerte –contestó Nicholas en voz baja–. Estuve tres semanas allí tendido, intentando descubrir qué era lo que ella odiaba tanto de mí como para entregarme a mi peor enemigo. Jamás me había dado cuenta antes de lo imbécil que fui.
Nicholas mantuvo la mandíbula fuertemente apretada al recordar la mirada de su esposa mientras comenzaba su ejecución. Lo había mirado frente a frente, sin demostrar ni pizca de remordimiento.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que, aunque él le había dado lo mejor de sí mismo, todo su corazón y su alma, ella no le había dado nada. Ni siquiera su ternura. Si sus ojos hubiesen mostrado ese día un pequeño destello de remordimiento, un poco de pena…
Pero su rostro sólo reflejaba una morbosa curiosidad.
Y eso había destrozado su corazón. Si Miley no fue capaz de amarlo después de todo lo que él le había dado, sólo podía significar una cosa: que no era digno de ser amado.
Su padre había estado en lo cierto.
«Ninguna mujer puede amar a un hombre de tu posición y riqueza. Afróntalo. Muchacho, para ellas sólo serás un bolsillo bien repleto.»
Desde entonces, su corazón sangraba por la verdad que encerraban esas palabras. Jamás volvería a permitir que una mujer tuviese ese tipo de poder sobre él. Se negaba a que el amor –o cualquier otro motivo– lo cegara, apartándolo de sus necesidades. Su trabajo era lo único que importaba.
–Lo siento muchísimo –susurró Joe.
–Supongo que eso explica por qué tenías esa fijación por hacerme la vida imposible.
–Alguien tenía que hacerlo. Con veintitrés años eras demasiado duro y serio.
–No como tú.
Nicholas apenas recordaba al hombre que una vez fue y del que Joe estaba hablando. Despreocupado y siempre listo para la batalla. De sangre caliente y con cabeza de chorlito. Era un milagro que Joe no lo hubiese matado. La paciencia de ese hombre no tenía límites.
–Mis gloriosos días de desperdiciada juventud –dijo Nicholas con melancolía.
Mirándose el hombro, comenzó a extender la crema sobre la quemadura. Dolía, pero ya estaba acostumbrado al dolor físico. Y se había enfrentado a sufrimientos mucho peores que ese minúsculo dolor.
Joe arqueó una ceja y lo miró de forma inquisitiva.
–Los romanos te capturaron por mi culpa, ¿no es cierto?
Nicholas se detuvo al ver el remordimiento en los ojos de su amigo. Después, siguió extendiéndose la crema.
–Siempre fuiste muy duro contigo mismo, Joe. No fue por tu culpa. Tras tu desaparición continué con la sangrienta cruzada contra sus ejércitos. Me forjé mi propio destino en ese aspecto, y tú no tuviste nada que ver.
–Pero si hubiese estado allí, podría haber evitado que te cogieran.
Nicholas resopló.
–Eras muy bueno sacándome de los problemas, no hay duda. Pero ni quisiera tú podrías haberme salvado de mí mismo. Si hubieses estado allí, los romanos habrían tenido a otro general macedonio al que crucificar. Créeme, estabas mucho mejor en ese pergamino que enfrentándote al destino que Escipión y Valerius tenían en mente para nosotros.
A pesar de sus palabras, Nicholas aún veía la culpa reflejada en el rostro de su amigo, y quería librarlo de ella.
–¿Qué sucedió? –preguntó Joe–. Según los historiadores Valerius te capturó en plena batalla. Pero no puedo creerlo. No luchando como luchabas.
–Y la historia dice que tú fuiste asesinado por los hombres de Escipión. Los ganadores escriben su versión de los hechos.
Por primera vez desde hacía siglos, Nicholas dejó que los recuerdos lo transportaran de vuelta a aquel aciago día del pasado. Apretó los dientes cuando una oleada de angustia y rabia lo invadió al recordar vívidamente por qué había encerrado esos recuerdos en el fondo de su mente.
–Ya sabes que las Parcas son unas putas traicioneras. No fui capturado por Valerius; me tendieron una trampa y me ofrecieron a él como un regalo.
Julian frunció el ceño.
–¿Cómo?
–Mi pequeña Miley . Mientras tú y yo luchábamos contra los romanos, mi esposa los recibía en su lecho, en nuestra casa.
El rostro de Joe perdió el color.
–No puedo creer que Miley hiciese algo así, después de todo lo que sacrificaste por ella.
–Toda buena acción tiene un precio.
Joe miró a Nicholas con el ceño nuevamente fruncido ante la amargura de sus palabras. Éste no era el mismo hombre que había conocido en Macedonia. Nicholas de Tracia siempre había estado lleno de alegría, generosidad y ternura. El hombre que se alzaba ante él carecía de entusiasmo. Se mantenía en guardia. Era muy suspicaz y su comportamiento rayaba en la frialdad.
–¿Te convertiste en un Cazador Oscuro a causa de la traición de tu esposa? –le preguntó Joe.
–Sí.
Joe cerró los ojos cuando sintió que la compasión por su amigo se abría paso hacia su corazón de la mano de la ira. Veía a su amigo en sus recuerdos tal y como había sido siglos atrás. Sus ojos siempre habían tenido una mirada alegre y traviesa. Nicholas amaba la vida como muy pocas personas lo hacían.
De espíritu generoso, amable por naturaleza y de corazón valeroso, Nicholas siempre lograba desarmarlo y, en incontables ocasiones, había deseado poder odiar al malcriado muchacho.
Pero le había resultado imposible.
–¿Qué te hizo Valerius? –preguntó Joe.
Nicholas respiró hondo.
–Créeme, no te gustaría conocer todos los detalles.
Joe observó cómo Nicholas hacía un leve gesto de dolor cuando un repentino recuerdo asaltó su mente.
–¿Qué pasa?
–Nada –contestó Kyrian malhumorado.
Los pensamientos de Joe volvieron a la esposa de Nicholas. Pequeña y rubia, Miley había sido más hermosa que Helena de Troya. Sólo la había visto una vez, y de lejos. Pero aún así, supo al instante lo que había llamado la atención de Nicholas. Miley poseía un aura irresistible que hablaba a las claras de su amplia experiencia sexual y de su habilidad en esos menesteres.
Cuando la conoció, con apenas veintidós años, el joven Nicholas se había enamorado de ella al instante; de una mujer ocho años mayor que él. No le importó lo que los demás dijeran sobre ella; Nicholas jamás escuchaba a nadie. Había amado a esa mujer con locura, con toda su alma.
–¿Qué pasó con Miley? –preguntó Joe–. ¿Descubriste por qué lo hizo?
Nicholas arrojó el paquete de hielo a la bolsa.
–Me dijo que lo hacía por temor a que no pudiera protegerla.
Joe soltó una maldición.
–Yo dije algo más fuerte –contestó Nicholas en voz baja–. Estuve tres semanas allí tendido, intentando descubrir qué era lo que ella odiaba tanto de mí como para entregarme a mi peor enemigo. Jamás me había dado cuenta antes de lo imbécil que fui.
Nicholas mantuvo la mandíbula fuertemente apretada al recordar la mirada de su esposa mientras comenzaba su ejecución. Lo había mirado frente a frente, sin demostrar ni pizca de remordimiento.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que, aunque él le había dado lo mejor de sí mismo, todo su corazón y su alma, ella no le había dado nada. Ni siquiera su ternura. Si sus ojos hubiesen mostrado ese día un pequeño destello de remordimiento, un poco de pena…
Pero su rostro sólo reflejaba una morbosa curiosidad.
Y eso había destrozado su corazón. Si Miley no fue capaz de amarlo después de todo lo que él le había dado, sólo podía significar una cosa: que no era digno de ser amado.
Su padre había estado en lo cierto.
«Ninguna mujer puede amar a un hombre de tu posición y riqueza. Afróntalo. Muchacho, para ellas sólo serás un bolsillo bien repleto.»
Desde entonces, su corazón sangraba por la verdad que encerraban esas palabras. Jamás volvería a permitir que una mujer tuviese ese tipo de poder sobre él. Se negaba a que el amor –o cualquier otro motivo– lo cegara, apartándolo de sus necesidades. Su trabajo era lo único que importaba.
–Lo siento muchísimo –susurró Joe.
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