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¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
Nombre: ¿Cambiando el futuro?
Autor: Laura
Adaptación: Si, todo lo que este en color es de la magnifica J.K Rowling, yo solo tomo prestado sus personajes y la saga para la historia.
Género: Drama, Romance, Aventura...
Advertencias: No
Otras páginas: No
Autor: Laura
Adaptación: Si, todo lo que este en color es de la magnifica J.K Rowling, yo solo tomo prestado sus personajes y la saga para la historia.
Género: Drama, Romance, Aventura...
Advertencias: No
Otras páginas: No
En un capricho del destino unas personas anónimas envían una cantidad mínima de libros hacia el pasado, donde una serie de personas, que se encuentran dentro de un circulo llamado ''La Orden del Fénix'' tendrá que leer todo y cada uno de esos misteriosos libros que son, ni nada mas ni nada menos que libros de la vida de el hijo de James y Lily Potter; Harry Potter.
Toda una serie de sustos, sollozos, alegrías, amor, descontrol, pasará atravez de esta aventura, ellos tendran que decidir que hacer después de leer todos y cada uno de los libros...
¿Cambiaran el futuro?
Toda una serie de sustos, sollozos, alegrías, amor, descontrol, pasará atravez de esta aventura, ellos tendran que decidir que hacer después de leer todos y cada uno de los libros...
¿Cambiaran el futuro?
ººº
El ambiente no era más que un descomunal frió que acechaba todo por fuera del gran castillo. Dentro de Hogwarts, para ser especifico, dentro de la Sala de Menestres se encontraban una serie de personas con la mirada confundida, todas ellas se encontraban sentados en un gran sofá, con la mirada perdida por lo que acabana de oír.
Una de las dos mujeres embarazadas que se encontraban allí abrió los ojos como un búho.
—¿Esto es una de sus bromas profesor?—pregunto un poco asustada.
—Me temo que no—dijo con calma— señorita Potter.
—¿Podría repetirnos lo que acaba de leer Albus?—inquirió aun mas confundida una mujer de cabello envuelto por un gran sombrero.
—Por supuesto—aclaró, mientras comenzaba a releer el pequeño pergamino que acababa de caer en mitad de la sala
<< Bienvenidos y Bienvenidas a la Primera Generación de la Orden del Fénix, antes que nada, este pergamino fue escrito en el futuro, en un futuro donde Lord Voldemort fue destruido y nada mas que paz y armonía yace dentro del mundo Mágico.
Se preguntarán ¿Si Voldemort fue destruido, entonces por que hemos enviado este pergamino?
La respuesta es simple, hemos tenido una vida dura y llena de odio, rencor y guerra, pero sobretodo, hemos tenido que presenciar la muerte de muchas personas que han sido victimas de esto y mucho mas.
Por ello, hemos requerido necesario enviarles los libros con los pensamientos y la vida de una persona importante para el mundo mágico: Harry James Potter Evans.
En cada uno de estos libros veréis todo lo que pasa a partir de cuando Harry pisa la tierra mágica, tendréis disponible la sala de menestres, no se puede salir ni contactar con el exterior, ya que el tiempo en vuestro tiempo se ha parado, disponéis de un elfo domestico para las horas de comer y cenar, y también se requiere que apuntéis lo necesario y importante, ya que os servirá de ayuda para después de leer todos los libros.
Antes de despedirnos queremos dejar unas cuantas cosas claras;
No dejéis que las apariencias os engañe, antes de criticar escuchar atentamente las cosas que pasan.
Su amigo, Peter Pettigrew no puede saber NADA de los libros, ya entenderéis por que en el transcurso de la historia.
¡Travesura Realizada! >>
—¿Usted piensa que...—musitó Remus mirando fijamente el pergamino— bueno, que es una broma ¿profesor?
—Pienso que—dijo mirando a todos los que se encontraban en la sala— deberéis ir apuntando desde ya, empezaremos con el primer libro...
—Pr...profesor—inquirió James nervioso— ¿Por que esos libros tienen el nombre de nuestro hijo?
—Es verdad—dijo confundido Sirius— ¿que tiene el mini-cornamenta de especial?
—Siendo hijo de James y Lily—intervino Marlene Mckinnon— de por si es especial...
Todos rieron.
—Empezaré yo—aclaró Dumbledore— el libro se llama; Harry Potter y La Piedra Filosofal
—¿La que?—entrecerró sus ojos Frank Longbottom—
Lily y Alice rodaron los ojos
—Siga profesor—lo animó nerviosa Lily, pensando en el futuro de su hijo—
—Capitulo uno—observó el libro— El niño que vivió...
__________________________________________________________________________________
¡Hola! aquí les llegó la Laura con otra historia, espero que les guste.
Bradley.
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
Holaaaa Nueva lectora:333
Me gusto mucho la sipnosis dios quiero que la sigas:333 Sera muy entretenido leerla y saber como la adaptas siguela pronto*--*
Me gusto mucho la sipnosis dios quiero que la sigas:333 Sera muy entretenido leerla y saber como la adaptas siguela pronto*--*
Jhensley.
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
JenZabini~ escribió:Holaaaa Nueva lectora:333
Me gusto mucho la sipnosis dios quiero que la sigas:333 Sera muy entretenido leerla y saber como la adaptas siguela pronto*--*
¡Muchas gracias! :3
aquí dejo el primer capítulo ñ.ñ
Bradley.
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
—Siga profesor—lo animó nerviosa Lily, pensando en el futuro de su hijo—
—Capitulo uno—observó el libro— El niño que vivió...
Capítulo Uno; El niño que vivió.
El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías.
— ¿Tonterias? —preguntaron a la vez Gideon y Fabian.
— ¿De que están hablando? —inquirió confundida Lily
—Si dejarais leer…—los observó Edgar.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros.
— ¿Qué es un taladro? —interrumpió Sirius.
—Deberías haber tomado clases muggle canuto…—rodó los ojos Remus.
— ¿Para que se utiliza? —un esperanzado Arthur lo miraba con los ojos brillosos.
— ¡Arthur! —lo regañó.
—Lo siento Molly querida…—
Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos.
—Las descripciones de tus parientes son estremecedoras Lily—dijo Alice estremesiendose.
—Un poquito—sonrió ampliamente.
—Yo recuerdo cuando los conocí…—dijo James con tono soñador— no pude dormir en toda la noche.
— ¿Por qué? —preguntaron todos, excluyendo a la profesora McGonagall, y Dumbledore sonriente.
— ¡No lo pienses decir!—interrumpió Lily furiosa, y todos volvieron sus ojos al profesor Dumbledore— continúe profesor…—pidió amablemente
El profesor asintió con una sonrisa
Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él. Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.
— ¿A que se refiere con eso? —repuso serio Frank.
—Digamos que mi Hermana odia la magia…—contestó apenada Lily
—Tranquila…—su esposo la abrazo fuertemente.
La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana,
Lily sonrió débilmente
porque su hermana y su marido, un completo inútil, eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.
— ¡JAMES NO ES UN COMPLETO INÚTIL! —rugieron Sirius, Remus , Frank, Edgar y los gemelos Prewett.
—Gracias—dijo con una sonrisa James— no saben lo que les espera cuando acabemos…
Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.
— ¿Niño como aquel? —Recalcó Lily furiosa— Sirius, saca un pergamino, me voy a vengar de esa gente
— ¡Lily! —Rugió la profesora McGonagall— eso no es de tu comportamiento…
—Lo siento profesora, se estan metiendo con mi familia—negó furiosa.
Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región.
Todos en la sala se miraron entre ellos pero prefirieron callar y prestar atención.
El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta. Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.
—Eso si que es raro…—murmuró Alastor por lo bajo.
A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4.
Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad.
—Oh—interrumpió Sirius con una sonrisita— ya se quien es…
— ¿Quién?, ¿Quién?, ¿Quién? —preguntaron los gemelos, pero la profesora McGonagall los cayó.
Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada.
—Que gato mas extraño…—dijo Molly.
Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos). El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos.
Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día. Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña.
Individuos con capa.
— ¿Que hacen magos en el mundo muggle?—interrumpió Marlene confundida—
— Y por que... ¿por que ni siquiera se cubren?—debatió Remus.
—Debe de haber una razón obvia señor Lupin—aseguró Dumbledore.
El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula.
—¡Oye, que nosotros vestimos bien!—se ofendió Edgar antes las palabras del libro.
¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes.
Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda! ¡Qué valor!
—¡Es un color magnifico!—para sorpresa de todos, hablo la profesora McGonagall.
Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.
—Idiota...—gruño por lo bajo Hagrid.
El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra.
La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas.
—Pobres muggles—Alice hizo una mueca— no me gustaría estar en su lugar...
—A quien le gustaría—dijeron Gideon y Fabian al unisono.
—Hay que enseñarle a ese cerdo quien manda aquí—Sirius se levanto hasta donde estaba el pergamino.
—¡Señor Black, esa boca!—rugió la profesora.
—Lo siento mini—dijo 'inocentemente'.
—¡SEÑOR BLACK!—se levantó furiosa.
—Ya, ya perdón...
Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar.
Todos hicieron una mueca.
Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente.
Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha.
Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación.
—Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...
—Sí, su hijo, Harry...
—¿Que tienen que ver Lily y James?—pregunto Dedalus Diggle.
—Sigan leyendo—interrumpió James, queriendo saber mas.
El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo. Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea.
Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial. Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo.
—¡Esa gente es horrible!—rugió Hagrid—
—Tu hermana es horrible—corrigió Alastor.
¡Si él hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la capa...
Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a lascinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo. Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:
—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!
Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.
Todos quedaron sorprendidos ante aquella mención.
Sirius y Remus abrieron la boca, Lily y James se abrazaron fuertemente, todos empezaron a reír fuertemente, mientras Dumbledore hizo una pequeña mueca sin que nadie se diera cuenta.
—¡SE FUE, SE FUE!—empezó a cantar Sirius.
—¡Voldy se fue!—rugieron los gemelos al unisono, ante la severa mirada de Molly y la profesora McGonagall.
El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado.
—¡Por inepto!—rugió Alastor sonriente, por primera vez.
Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación). Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.
—¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.
—No se ira ni aunque le pusieran un dragón encima—negó Sirius divertido.
La profesora McGonagall lo miró enojada, Sirius se encogió de hombros.
El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa. El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato. Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.
—Es que no es una conducta normal—dijo pensativa mente Alice—
La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»). El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.
—Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—.
Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?
—¡ Están llamando mucho la atención!—rugió McGonagall enojada.
—¡Es que eso hay que celebrarlo profesora!—dijo Remus aliviado de que Voldemort se aya ido.
—Pero nos podrían descubrir—inquirió mas enojada aun.
—Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.
El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por toda Gran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los Potter...
—Yo también pienso como él...—se debatió pensativo Alastor— algo tiene que haber pasado...
—¡Continue profesor, me estoy muriendo quiero saber que pasa!—Sirius parpadeo dos veces.
—Shhh—lo silenció Molly y Lily.
La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.
—Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después detodo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.
—No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?
—Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—. Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto raro...
—¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley
—Que mujer tan horrible—repusó Marlene, siendo abrazada por Edgar.
—Se la tenemos jurada—dijo Sirius mirando malvadamente el libro.
—Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.
—¿COMO QUE SU GRUPO?—rugió Hagrid.
—Calma Hagrid...—le sonrió Lily—
La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:
—El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
—Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.
—¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?
—Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.
—¡HARRY NO ES UN NOMBRE VULGAR!—para sorpresa fue Molly la que protesto.
—Asquerosa muggle... se las verá conmigo—la cara de Hagrid adquirió un toque escarlata.
—Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.
No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero.
El gato todavía estaba allí. Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo. ¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que no podría soportarlo.
Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su clase... No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...
¡Qué equivocado estaba!
—¿Eh?—dijeron todos confundidos.
El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche.
Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron. En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez.
—Esa descripción se me hace conocida—dijeron pensativa mente los gemelos.
Lily sonrió sabiendo a quien se refería.
El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
Todos miraron al profesor Dumbledore. Este les sonrió y retomó la lectura.
Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:
—Debería haberlo sabido.
—Parece que el profesor Dumbledore no es el único que la conoce, eh, mini—dijo Sirius riéndose.
—Señor Black, cinco puntos menos para Gryffindor—gruñó la profesora, mientras todos los miraban mal por perder cinco puntos
—¡No estamos en el colegio mini!—hizo un puchero.
—¿Quiere que baje veinte puntos señor Black?—indicó— y deje de llamarme mini—bufó molesta.
—De acuerdo.... gruñona—susurró lo ultimo, pero James y Remus lo oyeron y rieron por lo bajo.
Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba.
—Genial profesor—murmuró Arthur— quiero uno de esos...
—Nosotros también—se señalaron los gemelos Prewett.
Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle. Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.
—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.
—¡Ves¡ ¡Lo dije, lo dije, dije que era usted profesora!—saltó de su haciendo y se puso a hacer un baile extraño.
—Canuto... nadie te lo estaba discutiendo—dijo James y Lily y Alice rodaron los ojos.
—Es usted un gato tieso profesora—Marlene le sonrió y la profesora hizo una mueca.
Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño.
Parecía claramente disgustada.
—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.
—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.
—¡Já!—se felicitó Marlene mientras Alastor la fulminaba con la mirada y Hagrid reía bajo.
—Aun no entiendo que hacéis allí...—la voz de Dedalus Diggle sonó por toda la sala.
Todos asintieron pensativos, excepto Dumbledore, quien tenia una vaga idea de lo que estaba por suceder.
—Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de
ladrillo —respondió la profesora McGonagall.
—¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por
una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
La profesora McGonagall resopló enfadada.
—Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —
Terció la cabeza en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley
— Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.
todos miraron a Dedalus, quien se encogió en su asiento y se puso notablemente rojo
—Siempre hemos sabido eso—repusó Frank mirando a Edgar y Remus asintiendo.
—No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...
—Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores...
Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?
Todos, incluida la profesora McGonagall estaban escuchando atentamente lo que el profesor Dumbledore leía.
Todo parecía basarse en la cosa la cual ''se festejaba'' y parecía ser de bastante importancia para tener a todo el mundo mágico así.
—Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?
—¿Un qué?
—Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.
—Oh, es esos dulces que me convido ami un día profesor?— inquirió con un brillo extraño Hadrig—
Dumbledore asintió sonriendo de lado.
—Son magnificos... ojala tuviese mas—dijo con deje de tristeza.
Todos rodaron sus ojos
—No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía,aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
—¿Entonces es verdad?—pregunto timidamente Alice— ¿se fue... ya no hay mas?
—Parece ser que si, señorita Longbottom—sonrió Dumbledore.
—¿Pero, como?—pregunto confundido Sirius— es imposible...
—Nada es imposible señor Black, todo lo que debemos hacer, es leer para aclararnos todas las dudas que tengamos—
—Entonces continué profesor—dijeron Arthur y Molly.
—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort. —La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse
cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe».
—Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.
—Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación y la admiración.—Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.
—Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.
—Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
—Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
—No necesitábamos esa información, profesor Dumbledore—repusieron los gemelos riendo, mientras su hermana les pegaba en la cabeza.
—¡Cállense par de bobos!—dijo furiosa— estamos en medio de saber como es que Quien-tu-sabes se ha ido.
—Molly me da miedo—susurró Sirius a James— es muy... Lily.
—Te escuche pulgoso—lo miró enojada.
— Continué profesor—dijo abatido Remus negando con la cabeza.
La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
—Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?
Todos se encontraban mirando sin parpadear el libro
Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad.
Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.
—Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... están...
Todos los ojos se posaron en James y Lily, estos agacharon la mirada y Dumbledore no supo si continuar o no, todos miraron al profesor en una suplica invisible por continuar.
...bueno, que están muertos.
El grito desgarrador que emitieron Alice y Marlene quedo en mezclado entre el de todos.
Cada uno miró a Lily y James, se encontraban abrazados y la chica lloraba negando con la cabeza, mientras que acariciaba frenéticamente su gran barriga.
Cada uno de los presentes se levanto y fueron a abrazarlos, Sirius se quedo serio y sin ni una pizca de gracia en su cara, Remus luchaba por no llorar, mientras que Hagrid no podía dejar de echar maldiciones contra Voldemort.
—¡JAMES Y LILY NO!—un furioso Remus se levanto de su asiento— eso es una barbaridad ¡No pueden!—señalo furioso el libro.
—Calma Remus—dijo Lily entre sollozos— si este libro esta aquí, es para que nuestras muertes como las de otros no sucedan.
—Lily tiene razón—siguió James mirando a todos tristemente— no podemos dejar que la tristeza nos venza, nosotros aremos todo lo posible por que nada suceda.
—Tienen razón—concordó Alastor— mucho de nosotros moriremos, no podemos dejar vencernos, somos poderosos, tenemos familias por la que luchar...
Dumbledore continuó leyendo cuando todos se pusieron en calma, pero Sirius estaba algo abatido y encogido en su asiento
Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.
—Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus... Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.
—Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.
La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
—Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry. Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.
—¡NO!—el grito de Lily retumbo por todo el salón— me da igual mi vida, ¡pero que no se atreva a tocar a mi hijo, NO!—
—Calma Lils—Edgar le acaricio el hombro— tu hijo esta bien... no mas mira los libros que tenemos de él—señaló la pila de la esquina.
—Es verdad, cálmate, no dejaremos que tu hijo ni el de nadie padezca—sonrió Frank.
Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.
—¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre del cielo?
—Eso es algo que me pregunto—dijo pensativa mente Molly—
—Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.
La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
—Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?
—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
—He venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda ahora.
—¡NO!—esta vez, James saltó de su asiento— profesor, tiene que dejárselo a Sirius o Remus, ¡no a esas personas!—dijo furioso— no ve como trata a su propia hermana...
—Tranquilo señor Potter—McGonagall hizo una mueca en intento de sonrisa— me temo que si Dumbledore lo ha dejado con ellos, es por alguna obvia razón.
—Tiene razón, Minerva—concordó el profesor antes de continuar leyendo.
—¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4— Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!
—Concuerdo con usted, profesora—dijeron a la vez Hagrid, Remus y Dedalus.
—Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.
—¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.
—Bueno—dijo James— al menos, mi hijo sera famoso... como todo un Potter—inflo su pecho.
—Hombres...—susurró Lily a Alice, Molly y Marlene.
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—Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
—Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.
—Cada día me sorprende mas, Minerva—sonrió Dumbledore a la mujer que se encontraba notablemente sonrojada.
—Mini es una caja de sorpresas—Sirius levantaba y bajada las cejas, mientras McGonagall lo fulminaba con la mirada.
—Hagrid lo traerá.
—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
—A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.
—Gracias profesor—dijo un sonrojado Hagrid—
—No hay de que—asintió con la cabeza.
—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
—¡Una moto!—Sirius abrió la boca en una 'O'— yo quiero una...—dijo triste.
—Señor Black, creo que su suerte llegará pronto—le aseguró Dumbledore.
—¿Por que...?—no pudo terminar de preguntar por que el profesor había vuelto a retomar la lectura dejando al ojigris confundido.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos
musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.
—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
—Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.
—¡TENGO UNA MOTO, TENGO UNA MOTO LUNÁTICO, ¿LO HOISTE?!—se abalanzo sobre él sobresaltando a Frank— ¡TENGO UNA MOTO, CORNAMENTA, TENGO UNA MOTOOOOOOOOOOOO!—
—¡JOVEN BLACK, DEJE DE GRITAR!—gruñó divertida la profesora McGonagall.
—Oh, lo siento—se calmó, como si nada hubiese pasado.
—¿No ha habido problemas por allí?
—No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.
—La casa destruida...—susurró James para si, pero todos lo oyeron— al menos Harry esta a salvo.
Lily tomo sus manos contra las de ella
—Harry sabrá lo mucho que lo amamos, tiene un padre estupendo—lo miró a los ojos.
Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellasse veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.
—Todo un Potter—infló su pecho James—
—Espero que no saque tu mal carácter—dijo Edgar a Lily— ¡Auch!—se sobo la cabeza cuando Marlene le pegó.
—Concuerdo con él—aseguró Sirius— ¡Hay, Lunático, no me pegues!—
—¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.
—Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
—¿No puede hacer nada, Dumbledore?
—Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres. Bueno, déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Todos rieron a lo dicho por el profesor, pero sus sonrisas se esfumaron al escuchar lo ultimo.
Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley.
—¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.
—Oh... Hagrid—dijo tiernamente Molly— es un amor...
—Harry tendrá a un excelente amigo teniendo a Hagrid—aseguró Alastor.
—Ni que lo digas...—prosiguió Alice—
Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.
—¿Tengo que ofenderme?—preguntó divertido Sirius.
—Claro que si—aseguró James, Lily lo miró mal.
—¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!
—Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...
—Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos —susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente.
Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos. Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.
—Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
—Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius. Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
—¡MI MOTO!—Sirius tenia un brillo de felicidad en los ojos.
Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.
—Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta.
Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.
—Buena suerte, Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.
Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo,
—¡Mi bebe!—sollozó Lily—
sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora
Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley.. No podíasaber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».
—Aquí acaba—despego la vista del libro— ¿algun voluntario para leer?
—¡Yo!—dijo emocionado Sirius—
El profesor Dumbledore le paso el libro y el carraspeó teatralmente la garganta.
—Bien...—posó sus ojos en el libro— el siguiente capítulo es, El vidrio que se desvaneció...
— ¿Tonterias? —preguntaron a la vez Gideon y Fabian.
— ¿De que están hablando? —inquirió confundida Lily
—Si dejarais leer…—los observó Edgar.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros.
— ¿Qué es un taladro? —interrumpió Sirius.
—Deberías haber tomado clases muggle canuto…—rodó los ojos Remus.
— ¿Para que se utiliza? —un esperanzado Arthur lo miraba con los ojos brillosos.
— ¡Arthur! —lo regañó.
—Lo siento Molly querida…—
Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos.
—Las descripciones de tus parientes son estremecedoras Lily—dijo Alice estremesiendose.
—Un poquito—sonrió ampliamente.
—Yo recuerdo cuando los conocí…—dijo James con tono soñador— no pude dormir en toda la noche.
— ¿Por qué? —preguntaron todos, excluyendo a la profesora McGonagall, y Dumbledore sonriente.
— ¡No lo pienses decir!—interrumpió Lily furiosa, y todos volvieron sus ojos al profesor Dumbledore— continúe profesor…—pidió amablemente
El profesor asintió con una sonrisa
Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él. Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.
— ¿A que se refiere con eso? —repuso serio Frank.
—Digamos que mi Hermana odia la magia…—contestó apenada Lily
—Tranquila…—su esposo la abrazo fuertemente.
La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana,
Lily sonrió débilmente
porque su hermana y su marido, un completo inútil, eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.
— ¡JAMES NO ES UN COMPLETO INÚTIL! —rugieron Sirius, Remus , Frank, Edgar y los gemelos Prewett.
—Gracias—dijo con una sonrisa James— no saben lo que les espera cuando acabemos…
Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.
— ¿Niño como aquel? —Recalcó Lily furiosa— Sirius, saca un pergamino, me voy a vengar de esa gente
— ¡Lily! —Rugió la profesora McGonagall— eso no es de tu comportamiento…
—Lo siento profesora, se estan metiendo con mi familia—negó furiosa.
Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región.
Todos en la sala se miraron entre ellos pero prefirieron callar y prestar atención.
El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta. Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.
—Eso si que es raro…—murmuró Alastor por lo bajo.
A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4.
Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad.
—Oh—interrumpió Sirius con una sonrisita— ya se quien es…
— ¿Quién?, ¿Quién?, ¿Quién? —preguntaron los gemelos, pero la profesora McGonagall los cayó.
Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada.
—Que gato mas extraño…—dijo Molly.
Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos). El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos.
Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día. Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña.
Individuos con capa.
— ¿Que hacen magos en el mundo muggle?—interrumpió Marlene confundida—
— Y por que... ¿por que ni siquiera se cubren?—debatió Remus.
—Debe de haber una razón obvia señor Lupin—aseguró Dumbledore.
El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula.
—¡Oye, que nosotros vestimos bien!—se ofendió Edgar antes las palabras del libro.
¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes.
Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda! ¡Qué valor!
—¡Es un color magnifico!—para sorpresa de todos, hablo la profesora McGonagall.
Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.
—Idiota...—gruño por lo bajo Hagrid.
El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra.
La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas.
—Pobres muggles—Alice hizo una mueca— no me gustaría estar en su lugar...
—A quien le gustaría—dijeron Gideon y Fabian al unisono.
—Hay que enseñarle a ese cerdo quien manda aquí—Sirius se levanto hasta donde estaba el pergamino.
—¡Señor Black, esa boca!—rugió la profesora.
—Lo siento mini—dijo 'inocentemente'.
—¡SEÑOR BLACK!—se levantó furiosa.
—Ya, ya perdón...
Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar.
Todos hicieron una mueca.
Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente.
Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha.
Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación.
—Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...
—Sí, su hijo, Harry...
—¿Que tienen que ver Lily y James?—pregunto Dedalus Diggle.
—Sigan leyendo—interrumpió James, queriendo saber mas.
El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo. Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea.
Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial. Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo.
—¡Esa gente es horrible!—rugió Hagrid—
—Tu hermana es horrible—corrigió Alastor.
¡Si él hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la capa...
Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a lascinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo. Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:
—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!
Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.
Todos quedaron sorprendidos ante aquella mención.
Sirius y Remus abrieron la boca, Lily y James se abrazaron fuertemente, todos empezaron a reír fuertemente, mientras Dumbledore hizo una pequeña mueca sin que nadie se diera cuenta.
—¡SE FUE, SE FUE!—empezó a cantar Sirius.
—¡Voldy se fue!—rugieron los gemelos al unisono, ante la severa mirada de Molly y la profesora McGonagall.
El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado.
—¡Por inepto!—rugió Alastor sonriente, por primera vez.
Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación). Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.
—¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.
—No se ira ni aunque le pusieran un dragón encima—negó Sirius divertido.
La profesora McGonagall lo miró enojada, Sirius se encogió de hombros.
El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa. El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato. Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.
—Es que no es una conducta normal—dijo pensativa mente Alice—
La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»). El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.
—Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—.
Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?
—¡ Están llamando mucho la atención!—rugió McGonagall enojada.
—¡Es que eso hay que celebrarlo profesora!—dijo Remus aliviado de que Voldemort se aya ido.
—Pero nos podrían descubrir—inquirió mas enojada aun.
—Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.
El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por toda Gran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los Potter...
—Yo también pienso como él...—se debatió pensativo Alastor— algo tiene que haber pasado...
—¡Continue profesor, me estoy muriendo quiero saber que pasa!—Sirius parpadeo dos veces.
—Shhh—lo silenció Molly y Lily.
La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.
—Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después detodo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.
—No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?
—Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—. Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto raro...
—¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley
—Que mujer tan horrible—repusó Marlene, siendo abrazada por Edgar.
—Se la tenemos jurada—dijo Sirius mirando malvadamente el libro.
—Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.
—¿COMO QUE SU GRUPO?—rugió Hagrid.
—Calma Hagrid...—le sonrió Lily—
La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:
—El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
—Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.
—¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?
—Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.
—¡HARRY NO ES UN NOMBRE VULGAR!—para sorpresa fue Molly la que protesto.
—Asquerosa muggle... se las verá conmigo—la cara de Hagrid adquirió un toque escarlata.
—Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.
No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero.
El gato todavía estaba allí. Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo. ¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que no podría soportarlo.
Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su clase... No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...
¡Qué equivocado estaba!
—¿Eh?—dijeron todos confundidos.
El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche.
Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron. En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez.
—Esa descripción se me hace conocida—dijeron pensativa mente los gemelos.
Lily sonrió sabiendo a quien se refería.
El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
Todos miraron al profesor Dumbledore. Este les sonrió y retomó la lectura.
Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:
—Debería haberlo sabido.
—Parece que el profesor Dumbledore no es el único que la conoce, eh, mini—dijo Sirius riéndose.
—Señor Black, cinco puntos menos para Gryffindor—gruñó la profesora, mientras todos los miraban mal por perder cinco puntos
—¡No estamos en el colegio mini!—hizo un puchero.
—¿Quiere que baje veinte puntos señor Black?—indicó— y deje de llamarme mini—bufó molesta.
—De acuerdo.... gruñona—susurró lo ultimo, pero James y Remus lo oyeron y rieron por lo bajo.
Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba.
—Genial profesor—murmuró Arthur— quiero uno de esos...
—Nosotros también—se señalaron los gemelos Prewett.
Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle. Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.
—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.
—¡Ves¡ ¡Lo dije, lo dije, dije que era usted profesora!—saltó de su haciendo y se puso a hacer un baile extraño.
—Canuto... nadie te lo estaba discutiendo—dijo James y Lily y Alice rodaron los ojos.
—Es usted un gato tieso profesora—Marlene le sonrió y la profesora hizo una mueca.
Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño.
Parecía claramente disgustada.
—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.
—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.
—¡Já!—se felicitó Marlene mientras Alastor la fulminaba con la mirada y Hagrid reía bajo.
—Aun no entiendo que hacéis allí...—la voz de Dedalus Diggle sonó por toda la sala.
Todos asintieron pensativos, excepto Dumbledore, quien tenia una vaga idea de lo que estaba por suceder.
—Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de
ladrillo —respondió la profesora McGonagall.
—¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por
una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
La profesora McGonagall resopló enfadada.
—Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —
Terció la cabeza en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley
— Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.
todos miraron a Dedalus, quien se encogió en su asiento y se puso notablemente rojo
—Siempre hemos sabido eso—repusó Frank mirando a Edgar y Remus asintiendo.
—No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...
—Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores...
Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?
Todos, incluida la profesora McGonagall estaban escuchando atentamente lo que el profesor Dumbledore leía.
Todo parecía basarse en la cosa la cual ''se festejaba'' y parecía ser de bastante importancia para tener a todo el mundo mágico así.
—Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?
—¿Un qué?
—Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.
—Oh, es esos dulces que me convido ami un día profesor?— inquirió con un brillo extraño Hadrig—
Dumbledore asintió sonriendo de lado.
—Son magnificos... ojala tuviese mas—dijo con deje de tristeza.
Todos rodaron sus ojos
—No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía,aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
—¿Entonces es verdad?—pregunto timidamente Alice— ¿se fue... ya no hay mas?
—Parece ser que si, señorita Longbottom—sonrió Dumbledore.
—¿Pero, como?—pregunto confundido Sirius— es imposible...
—Nada es imposible señor Black, todo lo que debemos hacer, es leer para aclararnos todas las dudas que tengamos—
—Entonces continué profesor—dijeron Arthur y Molly.
—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort. —La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse
cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe».
—Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.
—Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación y la admiración.—Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.
—Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.
—Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
—Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
—No necesitábamos esa información, profesor Dumbledore—repusieron los gemelos riendo, mientras su hermana les pegaba en la cabeza.
—¡Cállense par de bobos!—dijo furiosa— estamos en medio de saber como es que Quien-tu-sabes se ha ido.
—Molly me da miedo—susurró Sirius a James— es muy... Lily.
—Te escuche pulgoso—lo miró enojada.
— Continué profesor—dijo abatido Remus negando con la cabeza.
La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
—Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?
Todos se encontraban mirando sin parpadear el libro
Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad.
Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.
—Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... están...
Todos los ojos se posaron en James y Lily, estos agacharon la mirada y Dumbledore no supo si continuar o no, todos miraron al profesor en una suplica invisible por continuar.
...bueno, que están muertos.
El grito desgarrador que emitieron Alice y Marlene quedo en mezclado entre el de todos.
Cada uno miró a Lily y James, se encontraban abrazados y la chica lloraba negando con la cabeza, mientras que acariciaba frenéticamente su gran barriga.
Cada uno de los presentes se levanto y fueron a abrazarlos, Sirius se quedo serio y sin ni una pizca de gracia en su cara, Remus luchaba por no llorar, mientras que Hagrid no podía dejar de echar maldiciones contra Voldemort.
—¡JAMES Y LILY NO!—un furioso Remus se levanto de su asiento— eso es una barbaridad ¡No pueden!—señalo furioso el libro.
—Calma Remus—dijo Lily entre sollozos— si este libro esta aquí, es para que nuestras muertes como las de otros no sucedan.
—Lily tiene razón—siguió James mirando a todos tristemente— no podemos dejar que la tristeza nos venza, nosotros aremos todo lo posible por que nada suceda.
—Tienen razón—concordó Alastor— mucho de nosotros moriremos, no podemos dejar vencernos, somos poderosos, tenemos familias por la que luchar...
Dumbledore continuó leyendo cuando todos se pusieron en calma, pero Sirius estaba algo abatido y encogido en su asiento
Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.
—Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus... Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.
—Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.
La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
—Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry. Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.
—¡NO!—el grito de Lily retumbo por todo el salón— me da igual mi vida, ¡pero que no se atreva a tocar a mi hijo, NO!—
—Calma Lils—Edgar le acaricio el hombro— tu hijo esta bien... no mas mira los libros que tenemos de él—señaló la pila de la esquina.
—Es verdad, cálmate, no dejaremos que tu hijo ni el de nadie padezca—sonrió Frank.
Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.
—¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre del cielo?
—Eso es algo que me pregunto—dijo pensativa mente Molly—
—Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.
La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
—Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?
—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
—He venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda ahora.
—¡NO!—esta vez, James saltó de su asiento— profesor, tiene que dejárselo a Sirius o Remus, ¡no a esas personas!—dijo furioso— no ve como trata a su propia hermana...
—Tranquilo señor Potter—McGonagall hizo una mueca en intento de sonrisa— me temo que si Dumbledore lo ha dejado con ellos, es por alguna obvia razón.
—Tiene razón, Minerva—concordó el profesor antes de continuar leyendo.
—¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4— Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!
—Concuerdo con usted, profesora—dijeron a la vez Hagrid, Remus y Dedalus.
—Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.
—¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.
—Bueno—dijo James— al menos, mi hijo sera famoso... como todo un Potter—inflo su pecho.
—Hombres...—susurró Lily a Alice, Molly y Marlene.
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—Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
—Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.
—Cada día me sorprende mas, Minerva—sonrió Dumbledore a la mujer que se encontraba notablemente sonrojada.
—Mini es una caja de sorpresas—Sirius levantaba y bajada las cejas, mientras McGonagall lo fulminaba con la mirada.
—Hagrid lo traerá.
—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
—A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.
—Gracias profesor—dijo un sonrojado Hagrid—
—No hay de que—asintió con la cabeza.
—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
—¡Una moto!—Sirius abrió la boca en una 'O'— yo quiero una...—dijo triste.
—Señor Black, creo que su suerte llegará pronto—le aseguró Dumbledore.
—¿Por que...?—no pudo terminar de preguntar por que el profesor había vuelto a retomar la lectura dejando al ojigris confundido.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos
musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.
—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
—Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.
—¡TENGO UNA MOTO, TENGO UNA MOTO LUNÁTICO, ¿LO HOISTE?!—se abalanzo sobre él sobresaltando a Frank— ¡TENGO UNA MOTO, CORNAMENTA, TENGO UNA MOTOOOOOOOOOOOO!—
—¡JOVEN BLACK, DEJE DE GRITAR!—gruñó divertida la profesora McGonagall.
—Oh, lo siento—se calmó, como si nada hubiese pasado.
—¿No ha habido problemas por allí?
—No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.
—La casa destruida...—susurró James para si, pero todos lo oyeron— al menos Harry esta a salvo.
Lily tomo sus manos contra las de ella
—Harry sabrá lo mucho que lo amamos, tiene un padre estupendo—lo miró a los ojos.
Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellasse veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.
—Todo un Potter—infló su pecho James—
—Espero que no saque tu mal carácter—dijo Edgar a Lily— ¡Auch!—se sobo la cabeza cuando Marlene le pegó.
—Concuerdo con él—aseguró Sirius— ¡Hay, Lunático, no me pegues!—
—¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.
—Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
—¿No puede hacer nada, Dumbledore?
—Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres. Bueno, déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Todos rieron a lo dicho por el profesor, pero sus sonrisas se esfumaron al escuchar lo ultimo.
Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley.
—¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.
—Oh... Hagrid—dijo tiernamente Molly— es un amor...
—Harry tendrá a un excelente amigo teniendo a Hagrid—aseguró Alastor.
—Ni que lo digas...—prosiguió Alice—
Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.
—¿Tengo que ofenderme?—preguntó divertido Sirius.
—Claro que si—aseguró James, Lily lo miró mal.
—¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!
—Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...
—Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos —susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente.
Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos. Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.
—Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
—Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius. Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
—¡MI MOTO!—Sirius tenia un brillo de felicidad en los ojos.
Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.
—Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta.
Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.
—Buena suerte, Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.
Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo,
—¡Mi bebe!—sollozó Lily—
sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora
Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley.. No podíasaber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».
—Aquí acaba—despego la vista del libro— ¿algun voluntario para leer?
—¡Yo!—dijo emocionado Sirius—
El profesor Dumbledore le paso el libro y el carraspeó teatralmente la garganta.
—Bien...—posó sus ojos en el libro— el siguiente capítulo es, El vidrio que se desvaneció...
Última edición por ΒelιeвeяSωag el Miér 26 Sep 2012, 2:12 pm, editado 1 vez
Bradley.
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
Capítulo Dos; El vidrio que se desvaneció.
Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero Privet Drive no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años. Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño,
—¿Una pelota rosada?—Sirius interrumpió la lectura y se hecho a reír como un loco— quien quiera que haya escrito esto es de lo mas...
—¿Donde esta Harry?—pregunto Lily con un deje de desesperación.
—Tranquila peli-peli, ya lo sabremos—levanto y sacudió el libro ante sus ojos.
—Entonces a que esperas—siguió Lily enfadada.
—¿Que espero a que?—pregunto confundido.
—¡Señor Black, prosiga con la lectura!—dijo McGonagall.
y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.
—¿¡DONDE ESTA HARRY!?—gruñó Lily— ¡COMO LE HAYAN ECHO ALGO A MI HARRY TE JURO QUE...!
—Tranquila Lils, Harry estará allí...—dijo no muy convencido Frank.
—Si Sirius prosiguiera con la lectura...—Alice y Molly lo miraron mal.
Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.
—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!
—¡Esa no es forma de despertar a un niño!—esta vez los gemelos Prewett estaban enojados.
—Tuney me las pagará... te lo juro—los ojos de Lily brillaban con intensidad.
—Vamos cariño, Harry sabrá como tolerar a esos muggles...—James la apretó mas contra si.
—Esa gente es horrorosa—soltaron Edgar y Dedalus.
Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.
—¡Arriba! —chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón.
El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.
—¡ESCUCHASTE LUNÁTICO, ESCUCHASTE CORNAMENTA!—grito eufórico— ¡SOÑÓ CONMIGO!
Un brillo le atravesó en los ojos.
—Querrás decir, que soñó con tu moto—lo corrigió Alastor.
—Si como sea—resto importancia con la mano.
—Al menos nombran algo relacionado con él—dijo James triste— a nosotros ya ni nos nombran
—¡James, hemos salido en el capítulo anterior!—lo regaño Lily.
Su tía volvió a la puerta.
—¿Ya estás levantado? —quiso saber.
—Casi —respondió Harry
—Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.
—¡Como osan tratar a mi hijo así!—se levantó bruscamente de su asiento James.
—¡Mi hijo no puede vivir con esas personas!—Lily se levanto junto con James— saca el pergamino, tenemos mucho que apuntar.
—¡Asquerosa!—gruñó Sirius— nadie le dice que hacer a mi ahijado...
—¿Quien le pone a su hijo Dudley?—la profesora McGonagall hizo una mueca de asco, concordando con todos los insultos de sus ex-alumnos.
—Alguien con una salud mental no muy buena—dijo Alice resoplando.
—Al menos Harry es un nombre bonito—Remus alzo las cejas.
Harry gimió.
—¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.
—Nada, nada...
—Mi vida... papa y mama te darán un buen futuro, nos tendrás junto a ti... no te faltará nada—dijo tristemente mientras acariciaba su barriga junto con James.
El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, se los puso.
—¡Eso es horrible profesor!—dijeron todos mirando al profesor Dumbledore— ¿por que lo ha dejado con esa... esa... gente?—terminó diciendo con asco Molly.
—Señora Weasley, me temo que mi yo futuro sabrá el por que...—dijo pensativamente.
—Pero miren como lo tratan...—la voz de Arthur no tenia un toque de gracia— seguramente ni le habrán dicho que es un mago.
—Esperemos que no sea así—la voz de Hagrid sonaba aguda y con un toque de recelo.
Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.
—¿QUE?—los gritos de Marlene, Molly, Alice y Lily resonaron por toda la sala— ¿COMO OSAN TENER A MI HIJO DURMIENDO EN ESA PORQUERÍA?
—MALDITOS MUGGLES INSERVIBLES—James estaba que echaba humo pro las orejas—
—Tranquila Lils, James...—dijo Remus.
—¡TRANQUILA NADA REMUS, MIRA COMO TIENEN A M-I HIJO!—señaló su barriga regordeta.
—¡HIJOS DE P....!—comenzó Sirius
—¡SEÑOR BLACK!—grito horrorizada la profesora McGonagall— ese lenguaje no es propio de usted...
—NO CUANDO SE TRATA DE MI FUTURO AHIJADO—el gruñido que dio, hizo encogerse de hombros a todos, hasta a Alastor.
Después de calmarse intento proseguir con la lectura
Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto siconllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry, pero no podía atraparlo muy a menudo.
—Menos mal—Arthur hizo una mueca— que Harry salió a su padre de flacucho...
—¡Oye!—se hizo el ofendido— espero que no le peguen...
Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.
—¡Ja! todo un Potter—James inflo su pecho.
Todos rieron.
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que él. Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color verde brillante.
—Lily...—se escuchó el susurro de Remus, todos la miraron mientras ella sonreía de solo pensar en como sería su bebe.
Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz.
—Increible—dijo un furioso Hagrid— ese cerdo me las pagará...
James y Lily le sonrieron dando a entender que estaban de acuerdo con él.
La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago. La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Petunia era cómo se la había hecho.
—En el accidente de coche donde tus padres murieron —había dicho—. Y no hagas preguntas.
—¿A...accidente de coche?—Alice miraba horrorizada al libro— eso es horrible...
—¿Como le pueden mentir hasta de la propia muerte de sus padres?—exclamó la profesora McGonagall— ¡no debió dejarlos con esa gente!
—Lo se Minerva, lo sé—asintió apesadumbrado el profesor.
—Tu hermana es peor que un monstruo...—Dedalus miro a Lily haciendo una mueca.
—Le están mintiendo a mi propio hijo—James agacho su cabeza.
—Eh, eh...—Lily le levanto el mentón— Harry va acrecer con su padre, su madre, su padrino loco y su tío Remus, y va a tener todo lo que no pudiéramos darle en los libros ¿de acuerdo?— James asintió como un niño pequeño.
—Prosigue—pidió a Sirius.
«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.
Todos hicieron una mueca pero siguieron escuchando atentamente.
Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.
—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.
—Imposible—dijeron los hombres de la sala— el cabello Potter siempre es así.
—Es verdad, nunca supe controlarlo—rió James.
Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados. Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda.
—Es horrible...—gimieron los gemelos bajito.
Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito. Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.
Las carcajadas no se hicieron esperar dentro de la sala, donde todos, incluyendo la profesora McGonagall con una pequeña sonrisa reían de lo dicho en el libro, Sirius de destornillaba de risa imaginándoselo.
Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio.
Entretanto, Dudley contaba sus regalos.
Su cara se ensombreció.
—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.
—¡Tiene la mitad de los regalos que en mi vida me han dado y se queja!—gruñeron Frank y Marlene.
—Tu sobrino es un monstruo—le susurró James a Lily, esta sonrió pensando en que su hijo sería mucho mejor persona que él.
—Pues Harry tendrá la mejor escoba que su propio padrino y tío le compraran—dijo Sirius parando la lectura y viendo de reojo a Remus, el cual sonrió ampliamente.
—Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.
—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.
Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
—¡PICHONCITO!—se reían todos.
Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente.
—Entonces tendré treinta y.. treinta y..
—No sabe ni contar—se resigno Molly
—Este muggle es idiota, sin ofender Lily—dijo Remus abriendo los ojos como platos.
—Tranquilo, no me ofendes en absoluto—una sonrisa apareció en sus labios.
—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
—Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.
Tío Vernon rió entre dientes.
—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.
—Imbécil—dijo Sirius
—Idiota—siguió Arthur
—Asqueroso—dijo Alastor
—Cerdo—dijeron a la vez los gemelos
—Asqueroso—volvió a decir Alastor, junto con Frank
—Foca—dijeron a la vez, para sorpresa de todos, Edgar y McGonagall.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada ala vez.
—Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Harry.
—Como que no puede cuidarlo—dijo pausadamente Lily.
—¿Están diciendo que...?—con una mirada indicó que siguieran leyendo.
La boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.
—¡Es horrible!—balbuceó James— No puedo creer que mi hijo tenga que pasar semejantes cosas...
—Respira Lily, respira, si, así...—Molly decía a Lily, la cual estaba saliendo humos por las orejas—
—Mi... hijo... ¿siempre?... nunca... maldita Petunia—dijo entrecortadamente— me las vas a pagar.
—Sigue Sirius—pidió amablemente Dedalus mirando con miedo a Lily.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty.
—Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.
—No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.
Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano.
—¡MI AHIJADO NO ES NINGÚN GUSANO!—Sirius paró de golpe la lectura y fue directo hacia el pergamino, que estaba casi lleno de insultos y de las posibles muertes de los Dursley.
—Escribe mucho Canuto—le indicó James mirando mal al libro, como si este tuviera la culpa—
—Y luego busca otro, y me dejas toda la primera parte para mi—dijo Lily entre dientes.
—Ya sigo yo...—indicó Alice tomando el libro nerviosa—
—¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?
—Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.
—Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Dudley.
—Hay cielo...—suspiro Lily— no creerás que te dejarán allí..
Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.
—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
—No voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le escucharon.
—Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—... y dejarlo en el coche...
—Maldita rata—empezó Hagrid, pero fue cayado por la profesora McGonagall—
—Profesor Dumbledore—lo observó— estará de acuerdo conmigo en que, al terminar esto, pueda ir a hacerles una visita a esos... muggles.
—Claro, Minerva—concordó con una pequeña sonrisa.
—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...
Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
—Imbécil—comento Remus—
—Mi pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial—exclamó, abrazándolo.
—¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Dudley entre fingidos sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.
—¡HARRY NO ARRUINARA NADA!—el grito que soltó Marlene espantó a los gemelos, que estaban cerca de ella.
Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.
—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Petunia en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su madre. Piers era un chico flacucho con cara de rata. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.
—Como no...—rodó los ojos Arthur.
Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Harry.
—Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás en la alacena hasta la Navidad.
—No puedo creer lo que tiene que pasar mi bebe—Lily agacho la mirada furiosa— si tan solo estubiesemos allí...
—Nada de eso pasará Lils—interrumpió James tomando sus manos— cambiaremos todo y Harry tendrá mas de lo que podrá esperar.
—¡Lo están acusando y el niño no hace nada!—Sirius volvió a apuntar en el pergamino.
—No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no las causaba. En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la peluquería como
si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el pelo casi al rape, exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz». Dudley se rió como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas
remendadas. Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.
—¡Injusticia!—gruñó Molly.
—Ya ni me sorprenden lo que le puedan hacer a Harry—comentó Lily furiosa.
—¡Castigaron a mi sobrino por hacer magia accidental!—Remus se levantó furioso— trae aquí Sirius, nadie trata mal a mi familia.
—Pero Lunático...—James lo observó con miedo, jamás lo había visto así.
—Pero nada James, Canuto dame el maldito pergamino—se lo arrebato de las manos.
Nadie dijo nada mas, con las cosas como estaban preferirían dejarlas así.
Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca, pero no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.
—Suerte...—suspiró Hagrid.
Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado en la chimenea. Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando por los techos del colegio. Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena) fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto.
—Eso... es... magia muy avanzada profesor—interrumpió McGonagall— es impresionante.
—Tiene razón Minerva—dijo observando a Lily y James— parece ser, que Harry será muy poderoso señores.
Lily sonrió ampliamente y James se tiro a besar y acariciar su barriga, mientras todos quedaron impresionados, nunca habían visto magia muy avanzada en un niño de diez años, sin embargo, siendo hijo de quien era, nada podría impresionarles de ahora en adelante.
Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Dudley y Piers si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo. Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y Harry eran algunos de sus temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los motoristas.
—Ese cerdo con bigote se las verá conmigo—gruñó James— nadie trata a un Potter así, y menos si es mi propio hijo.
—Yo te ayudo cariño—le sonrió Lily.
—... haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los adelantaba.
—Tuve un sueño sobre una moto —dijo Harry recordando de pronto—. Estaba volando.
—Hay—se encogió Marlene— no debiste decir eso Harry...
Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el
asiento y gritó a Harry:
—¡LAS MOTOS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes.
Todos rieron al imaginarse tal rostro, pero cesaron al pensar en el pobre de Harry, siendo tratado así.
Dudley y Piers se rieron disimuladamente.
—Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.
—¡Como pueden pensar así de un niño de diez años—exclamó exasperado Arthur— y por lo que se ve, ni siquiera tiene ni idea de que es un mago!
—Tienes razón—
Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a Harry qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un polo de limón, que era más barato.
Lily gruñó fuertemente, ninguno quiso hacer ningún comentario.
Aquello tampoco estaba mal, pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la cabeza y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.
Los gemelos se empezaron a reír, mientras que Remus, James y Sirius sonreían ampliamente, la profesora McGonagall casi sonreía, y el profesor Dumbledore no tubo problema en ocultar la radiante sonrisa.
Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho tiempo.
—Nosotros le haremos pasar todos los mejores días de su vida, junto a nosotros—le susurró James a Lily, besándola cariñosamente.
Tuvo cuidado de andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle a él.
El turno de gruñir, ahora fue de los Merodeadores.
Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminar el primero.
—No pienso decir ningún comentario—dijo calmadamente Lily— todo el odio que les tengo no es suficiente, pero me las pagarán cada una que le han hecho a mi hijo—completó fríamente.
—Todos estamos contigo—comentó Hagrid y Lily los observó, todos asentían, y la profesora McGonagall le sonreía dándole ánimos.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.
—¡No pienses así!—lo reprendió Molly, como si Harry la estubiese escuchando.
—Ya sabemos que saco la suerte de James—palmeó su hombro Sirius.
Después de comer fueron a ver los reptiles. Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y los troncos. Dudley y Piers querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida.
Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de
su piel.
—Haz que se mueva —le exigió a su padre.
Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.
—Hazlo de nuevo —ordenó Dudley.
—Que niño tan desagradable...—espetó McGonagall.
—Ojala que la serpiente le diera un susto—comentó Dedalus.
Todos sonrieron
Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.
—Esto es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies.
Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente. Si él hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia, llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.
De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.
Guiñó un ojo.
—Espera... ¿que?—dijo confundida Lily.
Alice prefirió seguir leyendo.
Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo. La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:
—Me pasa esto constantemente.
—Lo sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
La serpiente asintió vigorosamente.
—¿Mi hijo habla con las serpientes?—espetó horrorizado James— ¿como es posible...?
—Señor Potter, creo que eso lo sabremos mas adelante—contestó con una sonrisa el profesor Dumbledore.
Todos estaban estupefactos antes ver que Harry podía entender a las serpientes, cuando ese don solo lo tenia Salazar Slytherin.
—A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry
La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio. Harry miró con curiosidad.
«Boa Constrictor, Brasil.»
—¿Era bonito aquello?
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó:
«Este espécimen fuecriado en el zoológico».
—Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.
—Y llego el reí de roma...—dijo Lily nerviosa, preocupada por su hijo—
—¿Que?—preguntaron todos, menos Remus.
—Oh... un dicho muggle.
—¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
—Cerdo—gruñó Alastor.
—Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento.
—Maldito y asqueroso cerdo—espetó James— quien se cree
—Calma James—dijo Alice sonriente— tienes que escuchar esta parte.
Todos callaron ansiosamente.
Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido. La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas.
—Imposible—dijeron a la vez todos—
—Es magia muy avanzada por dios—dijo McGonagall
—Como ya he dicho, Minerva—dijo pausadamente Dumbledore— Harry es un niño muy poderoso...
—Mi ahijado entiende a las serpientes y es poderoso—dijo sin creérselo Sirius— ¡genial!
—¡Sirius!—lo reprendió Lily sonriente, su hijo iba a ser un gran mago.
Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry habría podido jurar que una voz baja y sibilante decía:
—Brasil, allá voy... Gracias, amigo.
El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.
—Pero... ¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?
Todos empezaron a reír por lo ocurrido, lo que paso fue tan genial que se pusieron a celebrarlo con un poco de Whisky de Fuego que les había traído el elfo domestico, e incluso McGonagall celebraba calmadamente junto con todos.
El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers juraba que había
intentado estrangularlo. Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Piers se calmó y pudo decir:
—Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
—Que niño mas metiche—gruñó Hagrid
—Como le hagan algo a mi hijo por su culpa...—empezó James.
—De esta no salen vivos—terminó Sirius.
Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Ve... alacena... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy.
—¡No lo pueden tratar así!—abrió la boca con sorpresa Dedalus—
—¡Harry vive en un infierno!—sollozó Lily— todo porque no estoy...
—Asqueroso cerdo... ya verá cuando lo agarre, nadie trata a un Potter así, y no es tu culpa Lils.
—Muchachos...—dijo Dumbledore— se que la vida del joven Harry puede ser...—pensó buscando la palabra correcta— hasta entonces mala, pero no olvidemos que falta descubrir como va a Hogwarts.
—Es verdad—concordó Molly— quizá aya conocido ahí a amigos... quien sabe.
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, deseando tener un reloj. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer. Había vivido con los Dursley casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían muerto en un accidente de coche.
—Ni siquiera sabe la razón...—dijo triste Lily.
—Eso nunca pasará, por que no habrá razón—le contesto James sonriendole.
No podía recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas horas en su alacena, tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente.
—No puedo creer que lo recuerde—sollozó Lily— es horrible, oh... no, ¡James!
—Tranquila— le acarició el pelo suavemente, todos los miraban tristes— Harry no pasará eso, te lo juro...
—Pobre mi bebe, recordar... justamente...
Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz verde. Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas.
Tampoco había fotos de ellos en la casa.
—Eso es horrible, ni siquiera sabe si se parece a su madre o a su padre—se entristeció Frank.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió:
—¿Pero que...?
—Eso es muy raro—comento Sirius— ¿donde estoy yo? o Remus... o Peter, o alguien que pueda cuidarlo.
—Eso mismo me pregunto yo, joven Black—respondió Dumbledore.
Los Dursley eran su única familia. Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran. Eran desconocidos muy extraños.
—Ni siquiera disimulan frente a el—negó Alice con la cabeza.
Un hombrecito con un sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y Dudley Después de preguntarle con ira si conocía al hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también lo había saludado alegremente en un autobús. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer en el momento en que Harry trataba de acercarse.
—Interesante...—murmuró la profesora McGonagall apuntando algo en el pergamino.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.
—Estúpidos, Harry es famoso—espetó Sirius— si supieran...
—¡Joven Black!—
—Lo siento mini—sonrió—
—Aquí acabo el capítulo—indico Alice—
—Tenemos horas para seguir—dijo Dumbledore— ¿desearía leer el siguiente capítulo señor Lupin?
—Claro—contestó este sonriendo. Cogió el libro que le tendió Alice y se aclaró la garganta— Las cartas de nadie...
—¿Una pelota rosada?—Sirius interrumpió la lectura y se hecho a reír como un loco— quien quiera que haya escrito esto es de lo mas...
—¿Donde esta Harry?—pregunto Lily con un deje de desesperación.
—Tranquila peli-peli, ya lo sabremos—levanto y sacudió el libro ante sus ojos.
—Entonces a que esperas—siguió Lily enfadada.
—¿Que espero a que?—pregunto confundido.
—¡Señor Black, prosiga con la lectura!—dijo McGonagall.
y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.
—¿¡DONDE ESTA HARRY!?—gruñó Lily— ¡COMO LE HAYAN ECHO ALGO A MI HARRY TE JURO QUE...!
—Tranquila Lils, Harry estará allí...—dijo no muy convencido Frank.
—Si Sirius prosiguiera con la lectura...—Alice y Molly lo miraron mal.
Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.
—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!
—¡Esa no es forma de despertar a un niño!—esta vez los gemelos Prewett estaban enojados.
—Tuney me las pagará... te lo juro—los ojos de Lily brillaban con intensidad.
—Vamos cariño, Harry sabrá como tolerar a esos muggles...—James la apretó mas contra si.
—Esa gente es horrorosa—soltaron Edgar y Dedalus.
Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.
—¡Arriba! —chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón.
El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.
—¡ESCUCHASTE LUNÁTICO, ESCUCHASTE CORNAMENTA!—grito eufórico— ¡SOÑÓ CONMIGO!
Un brillo le atravesó en los ojos.
—Querrás decir, que soñó con tu moto—lo corrigió Alastor.
—Si como sea—resto importancia con la mano.
—Al menos nombran algo relacionado con él—dijo James triste— a nosotros ya ni nos nombran
—¡James, hemos salido en el capítulo anterior!—lo regaño Lily.
Su tía volvió a la puerta.
—¿Ya estás levantado? —quiso saber.
—Casi —respondió Harry
—Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.
—¡Como osan tratar a mi hijo así!—se levantó bruscamente de su asiento James.
—¡Mi hijo no puede vivir con esas personas!—Lily se levanto junto con James— saca el pergamino, tenemos mucho que apuntar.
—¡Asquerosa!—gruñó Sirius— nadie le dice que hacer a mi ahijado...
—¿Quien le pone a su hijo Dudley?—la profesora McGonagall hizo una mueca de asco, concordando con todos los insultos de sus ex-alumnos.
—Alguien con una salud mental no muy buena—dijo Alice resoplando.
—Al menos Harry es un nombre bonito—Remus alzo las cejas.
Harry gimió.
—¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.
—Nada, nada...
—Mi vida... papa y mama te darán un buen futuro, nos tendrás junto a ti... no te faltará nada—dijo tristemente mientras acariciaba su barriga junto con James.
El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, se los puso.
—¡Eso es horrible profesor!—dijeron todos mirando al profesor Dumbledore— ¿por que lo ha dejado con esa... esa... gente?—terminó diciendo con asco Molly.
—Señora Weasley, me temo que mi yo futuro sabrá el por que...—dijo pensativamente.
—Pero miren como lo tratan...—la voz de Arthur no tenia un toque de gracia— seguramente ni le habrán dicho que es un mago.
—Esperemos que no sea así—la voz de Hagrid sonaba aguda y con un toque de recelo.
Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.
—¿QUE?—los gritos de Marlene, Molly, Alice y Lily resonaron por toda la sala— ¿COMO OSAN TENER A MI HIJO DURMIENDO EN ESA PORQUERÍA?
—MALDITOS MUGGLES INSERVIBLES—James estaba que echaba humo pro las orejas—
—Tranquila Lils, James...—dijo Remus.
—¡TRANQUILA NADA REMUS, MIRA COMO TIENEN A M-I HIJO!—señaló su barriga regordeta.
—¡HIJOS DE P....!—comenzó Sirius
—¡SEÑOR BLACK!—grito horrorizada la profesora McGonagall— ese lenguaje no es propio de usted...
—NO CUANDO SE TRATA DE MI FUTURO AHIJADO—el gruñido que dio, hizo encogerse de hombros a todos, hasta a Alastor.
Después de calmarse intento proseguir con la lectura
Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto siconllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry, pero no podía atraparlo muy a menudo.
—Menos mal—Arthur hizo una mueca— que Harry salió a su padre de flacucho...
—¡Oye!—se hizo el ofendido— espero que no le peguen...
Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.
—¡Ja! todo un Potter—James inflo su pecho.
Todos rieron.
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que él. Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color verde brillante.
—Lily...—se escuchó el susurro de Remus, todos la miraron mientras ella sonreía de solo pensar en como sería su bebe.
Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz.
—Increible—dijo un furioso Hagrid— ese cerdo me las pagará...
James y Lily le sonrieron dando a entender que estaban de acuerdo con él.
La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago. La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Petunia era cómo se la había hecho.
—En el accidente de coche donde tus padres murieron —había dicho—. Y no hagas preguntas.
—¿A...accidente de coche?—Alice miraba horrorizada al libro— eso es horrible...
—¿Como le pueden mentir hasta de la propia muerte de sus padres?—exclamó la profesora McGonagall— ¡no debió dejarlos con esa gente!
—Lo se Minerva, lo sé—asintió apesadumbrado el profesor.
—Tu hermana es peor que un monstruo...—Dedalus miro a Lily haciendo una mueca.
—Le están mintiendo a mi propio hijo—James agacho su cabeza.
—Eh, eh...—Lily le levanto el mentón— Harry va acrecer con su padre, su madre, su padrino loco y su tío Remus, y va a tener todo lo que no pudiéramos darle en los libros ¿de acuerdo?— James asintió como un niño pequeño.
—Prosigue—pidió a Sirius.
«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.
Todos hicieron una mueca pero siguieron escuchando atentamente.
Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.
—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.
—Imposible—dijeron los hombres de la sala— el cabello Potter siempre es así.
—Es verdad, nunca supe controlarlo—rió James.
Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados. Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda.
—Es horrible...—gimieron los gemelos bajito.
Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito. Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.
Las carcajadas no se hicieron esperar dentro de la sala, donde todos, incluyendo la profesora McGonagall con una pequeña sonrisa reían de lo dicho en el libro, Sirius de destornillaba de risa imaginándoselo.
Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio.
Entretanto, Dudley contaba sus regalos.
Su cara se ensombreció.
—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.
—¡Tiene la mitad de los regalos que en mi vida me han dado y se queja!—gruñeron Frank y Marlene.
—Tu sobrino es un monstruo—le susurró James a Lily, esta sonrió pensando en que su hijo sería mucho mejor persona que él.
—Pues Harry tendrá la mejor escoba que su propio padrino y tío le compraran—dijo Sirius parando la lectura y viendo de reojo a Remus, el cual sonrió ampliamente.
—Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.
—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.
Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
—¡PICHONCITO!—se reían todos.
Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente.
—Entonces tendré treinta y.. treinta y..
—No sabe ni contar—se resigno Molly
—Este muggle es idiota, sin ofender Lily—dijo Remus abriendo los ojos como platos.
—Tranquilo, no me ofendes en absoluto—una sonrisa apareció en sus labios.
—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
—Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.
Tío Vernon rió entre dientes.
—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.
—Imbécil—dijo Sirius
—Idiota—siguió Arthur
—Asqueroso—dijo Alastor
—Cerdo—dijeron a la vez los gemelos
—Asqueroso—volvió a decir Alastor, junto con Frank
—Foca—dijeron a la vez, para sorpresa de todos, Edgar y McGonagall.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada ala vez.
—Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Harry.
—Como que no puede cuidarlo—dijo pausadamente Lily.
—¿Están diciendo que...?—con una mirada indicó que siguieran leyendo.
La boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.
—¡Es horrible!—balbuceó James— No puedo creer que mi hijo tenga que pasar semejantes cosas...
—Respira Lily, respira, si, así...—Molly decía a Lily, la cual estaba saliendo humos por las orejas—
—Mi... hijo... ¿siempre?... nunca... maldita Petunia—dijo entrecortadamente— me las vas a pagar.
—Sigue Sirius—pidió amablemente Dedalus mirando con miedo a Lily.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty.
—Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.
—No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.
Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano.
—¡MI AHIJADO NO ES NINGÚN GUSANO!—Sirius paró de golpe la lectura y fue directo hacia el pergamino, que estaba casi lleno de insultos y de las posibles muertes de los Dursley.
—Escribe mucho Canuto—le indicó James mirando mal al libro, como si este tuviera la culpa—
—Y luego busca otro, y me dejas toda la primera parte para mi—dijo Lily entre dientes.
—Ya sigo yo...—indicó Alice tomando el libro nerviosa—
—¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?
—Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.
—Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Dudley.
—Hay cielo...—suspiro Lily— no creerás que te dejarán allí..
Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.
—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
—No voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le escucharon.
—Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—... y dejarlo en el coche...
—Maldita rata—empezó Hagrid, pero fue cayado por la profesora McGonagall—
—Profesor Dumbledore—lo observó— estará de acuerdo conmigo en que, al terminar esto, pueda ir a hacerles una visita a esos... muggles.
—Claro, Minerva—concordó con una pequeña sonrisa.
—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...
Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
—Imbécil—comento Remus—
—Mi pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial—exclamó, abrazándolo.
—¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Dudley entre fingidos sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.
—¡HARRY NO ARRUINARA NADA!—el grito que soltó Marlene espantó a los gemelos, que estaban cerca de ella.
Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.
—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Petunia en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su madre. Piers era un chico flacucho con cara de rata. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.
—Como no...—rodó los ojos Arthur.
Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Harry.
—Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás en la alacena hasta la Navidad.
—No puedo creer lo que tiene que pasar mi bebe—Lily agacho la mirada furiosa— si tan solo estubiesemos allí...
—Nada de eso pasará Lils—interrumpió James tomando sus manos— cambiaremos todo y Harry tendrá mas de lo que podrá esperar.
—¡Lo están acusando y el niño no hace nada!—Sirius volvió a apuntar en el pergamino.
—No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no las causaba. En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la peluquería como
si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el pelo casi al rape, exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz». Dudley se rió como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas
remendadas. Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.
—¡Injusticia!—gruñó Molly.
—Ya ni me sorprenden lo que le puedan hacer a Harry—comentó Lily furiosa.
—¡Castigaron a mi sobrino por hacer magia accidental!—Remus se levantó furioso— trae aquí Sirius, nadie trata mal a mi familia.
—Pero Lunático...—James lo observó con miedo, jamás lo había visto así.
—Pero nada James, Canuto dame el maldito pergamino—se lo arrebato de las manos.
Nadie dijo nada mas, con las cosas como estaban preferirían dejarlas así.
Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca, pero no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.
—Suerte...—suspiró Hagrid.
Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado en la chimenea. Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando por los techos del colegio. Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena) fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto.
—Eso... es... magia muy avanzada profesor—interrumpió McGonagall— es impresionante.
—Tiene razón Minerva—dijo observando a Lily y James— parece ser, que Harry será muy poderoso señores.
Lily sonrió ampliamente y James se tiro a besar y acariciar su barriga, mientras todos quedaron impresionados, nunca habían visto magia muy avanzada en un niño de diez años, sin embargo, siendo hijo de quien era, nada podría impresionarles de ahora en adelante.
Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Dudley y Piers si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo. Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y Harry eran algunos de sus temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los motoristas.
—Ese cerdo con bigote se las verá conmigo—gruñó James— nadie trata a un Potter así, y menos si es mi propio hijo.
—Yo te ayudo cariño—le sonrió Lily.
—... haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los adelantaba.
—Tuve un sueño sobre una moto —dijo Harry recordando de pronto—. Estaba volando.
—Hay—se encogió Marlene— no debiste decir eso Harry...
Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el
asiento y gritó a Harry:
—¡LAS MOTOS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes.
Todos rieron al imaginarse tal rostro, pero cesaron al pensar en el pobre de Harry, siendo tratado así.
Dudley y Piers se rieron disimuladamente.
—Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.
—¡Como pueden pensar así de un niño de diez años—exclamó exasperado Arthur— y por lo que se ve, ni siquiera tiene ni idea de que es un mago!
—Tienes razón—
Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a Harry qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un polo de limón, que era más barato.
Lily gruñó fuertemente, ninguno quiso hacer ningún comentario.
Aquello tampoco estaba mal, pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la cabeza y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.
Los gemelos se empezaron a reír, mientras que Remus, James y Sirius sonreían ampliamente, la profesora McGonagall casi sonreía, y el profesor Dumbledore no tubo problema en ocultar la radiante sonrisa.
Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho tiempo.
—Nosotros le haremos pasar todos los mejores días de su vida, junto a nosotros—le susurró James a Lily, besándola cariñosamente.
Tuvo cuidado de andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle a él.
El turno de gruñir, ahora fue de los Merodeadores.
Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminar el primero.
—No pienso decir ningún comentario—dijo calmadamente Lily— todo el odio que les tengo no es suficiente, pero me las pagarán cada una que le han hecho a mi hijo—completó fríamente.
—Todos estamos contigo—comentó Hagrid y Lily los observó, todos asentían, y la profesora McGonagall le sonreía dándole ánimos.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.
—¡No pienses así!—lo reprendió Molly, como si Harry la estubiese escuchando.
—Ya sabemos que saco la suerte de James—palmeó su hombro Sirius.
Después de comer fueron a ver los reptiles. Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y los troncos. Dudley y Piers querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida.
Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de
su piel.
—Haz que se mueva —le exigió a su padre.
Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.
—Hazlo de nuevo —ordenó Dudley.
—Que niño tan desagradable...—espetó McGonagall.
—Ojala que la serpiente le diera un susto—comentó Dedalus.
Todos sonrieron
Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.
—Esto es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies.
Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente. Si él hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia, llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.
De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.
Guiñó un ojo.
—Espera... ¿que?—dijo confundida Lily.
Alice prefirió seguir leyendo.
Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo. La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:
—Me pasa esto constantemente.
—Lo sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
La serpiente asintió vigorosamente.
—¿Mi hijo habla con las serpientes?—espetó horrorizado James— ¿como es posible...?
—Señor Potter, creo que eso lo sabremos mas adelante—contestó con una sonrisa el profesor Dumbledore.
Todos estaban estupefactos antes ver que Harry podía entender a las serpientes, cuando ese don solo lo tenia Salazar Slytherin.
—A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry
La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio. Harry miró con curiosidad.
«Boa Constrictor, Brasil.»
—¿Era bonito aquello?
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó:
«Este espécimen fuecriado en el zoológico».
—Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.
—Y llego el reí de roma...—dijo Lily nerviosa, preocupada por su hijo—
—¿Que?—preguntaron todos, menos Remus.
—Oh... un dicho muggle.
—¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
—Cerdo—gruñó Alastor.
—Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento.
—Maldito y asqueroso cerdo—espetó James— quien se cree
—Calma James—dijo Alice sonriente— tienes que escuchar esta parte.
Todos callaron ansiosamente.
Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido. La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas.
—Imposible—dijeron a la vez todos—
—Es magia muy avanzada por dios—dijo McGonagall
—Como ya he dicho, Minerva—dijo pausadamente Dumbledore— Harry es un niño muy poderoso...
—Mi ahijado entiende a las serpientes y es poderoso—dijo sin creérselo Sirius— ¡genial!
—¡Sirius!—lo reprendió Lily sonriente, su hijo iba a ser un gran mago.
Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry habría podido jurar que una voz baja y sibilante decía:
—Brasil, allá voy... Gracias, amigo.
El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.
—Pero... ¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?
Todos empezaron a reír por lo ocurrido, lo que paso fue tan genial que se pusieron a celebrarlo con un poco de Whisky de Fuego que les había traído el elfo domestico, e incluso McGonagall celebraba calmadamente junto con todos.
El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers juraba que había
intentado estrangularlo. Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Piers se calmó y pudo decir:
—Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
—Que niño mas metiche—gruñó Hagrid
—Como le hagan algo a mi hijo por su culpa...—empezó James.
—De esta no salen vivos—terminó Sirius.
Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Ve... alacena... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy.
—¡No lo pueden tratar así!—abrió la boca con sorpresa Dedalus—
—¡Harry vive en un infierno!—sollozó Lily— todo porque no estoy...
—Asqueroso cerdo... ya verá cuando lo agarre, nadie trata a un Potter así, y no es tu culpa Lils.
—Muchachos...—dijo Dumbledore— se que la vida del joven Harry puede ser...—pensó buscando la palabra correcta— hasta entonces mala, pero no olvidemos que falta descubrir como va a Hogwarts.
—Es verdad—concordó Molly— quizá aya conocido ahí a amigos... quien sabe.
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, deseando tener un reloj. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer. Había vivido con los Dursley casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían muerto en un accidente de coche.
—Ni siquiera sabe la razón...—dijo triste Lily.
—Eso nunca pasará, por que no habrá razón—le contesto James sonriendole.
No podía recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas horas en su alacena, tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente.
—No puedo creer que lo recuerde—sollozó Lily— es horrible, oh... no, ¡James!
—Tranquila— le acarició el pelo suavemente, todos los miraban tristes— Harry no pasará eso, te lo juro...
—Pobre mi bebe, recordar... justamente...
Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz verde. Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas.
Tampoco había fotos de ellos en la casa.
—Eso es horrible, ni siquiera sabe si se parece a su madre o a su padre—se entristeció Frank.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió:
—¿Pero que...?
—Eso es muy raro—comento Sirius— ¿donde estoy yo? o Remus... o Peter, o alguien que pueda cuidarlo.
—Eso mismo me pregunto yo, joven Black—respondió Dumbledore.
Los Dursley eran su única familia. Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran. Eran desconocidos muy extraños.
—Ni siquiera disimulan frente a el—negó Alice con la cabeza.
Un hombrecito con un sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y Dudley Después de preguntarle con ira si conocía al hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también lo había saludado alegremente en un autobús. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer en el momento en que Harry trataba de acercarse.
—Interesante...—murmuró la profesora McGonagall apuntando algo en el pergamino.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.
—Estúpidos, Harry es famoso—espetó Sirius— si supieran...
—¡Joven Black!—
—Lo siento mini—sonrió—
—Aquí acabo el capítulo—indico Alice—
—Tenemos horas para seguir—dijo Dumbledore— ¿desearía leer el siguiente capítulo señor Lupin?
—Claro—contestó este sonriendo. Cogió el libro que le tendió Alice y se aclaró la garganta— Las cartas de nadie...
Última edición por ΒelιeвeяSωag el Miér 26 Sep 2012, 2:13 pm, editado 1 vez
Bradley.
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
lkasdñlksdñlkdldfkfñlkfd:333
Simplemente perfectos los dos capitulos*-----* me encantaron:333
Dios pobre de Lily y James al saber que murieron:c pero ninguno sabe lo que en verdad pasa :/ no me imagino a Sirius cuando se entere lo que paso y toddos cuando sepan la verdad de Quien-ustede-sabe Voldemort ajsksljfldk siguela pronto:3 ya quiero saber cuando la toman cuando Harry entre en Hogwarts:3
Simplemente perfectos los dos capitulos*-----* me encantaron:333
Dios pobre de Lily y James al saber que murieron:c pero ninguno sabe lo que en verdad pasa :/ no me imagino a Sirius cuando se entere lo que paso y toddos cuando sepan la verdad de Quien-ustede-sabe
Jhensley.
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
JenZabini~ escribió:lkasdñlksdñlkdldfkfñlkfd:333
Simplemente perfectos los dos capitulos*-----* me encantaron:333
Dios pobre de Lily y James al saber que murieron:c pero ninguno sabe lo que en verdad pasa :/ no me imagino a Sirius cuando se entere lo que paso y toddos cuando sepan la verdad de Quien-ustede-sabeVoldemortajsksljfldk siguela pronto:3 ya quiero saber cuando la toman cuando Harry entre en Hogwarts:3
Me alegro que te haya gustado e.e
ajnassahjhbh ya verás que pasa... supongo que enterarse de su futuro no es nada agradable :/
bueno, dentro de un ratito la sigo (:
Bradley.
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
LO ADORO!!! ME E VICIADO!! TIENES QUE SEGUIRLO!!! POR CIERTO, NUEVA LECTORA REPORTANDOS!! xD
Lily12345678900
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
Hola, me gustaría preguntarte si vas a seguir la nove...
NO NOS PUEDES ABANDONAR!!
NO NOS PUEDES ABANDONAR!!
Lily12345678900
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
tienes que seguirla me encanto?
theblackparade
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
Está interesante la novela, por favor, publica pronto no la dejes así. Un beso, te ganaste una lectora. ¡Chao!
Mina ♡
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
Hola, Nueva Lectora!!
Estoy muy interesada en esta Novela!!!
se ve demaciado Genial c;
Tienes que Seguirla c:
Estoy muy interesada en esta Novela!!!
se ve demaciado Genial c;
Tienes que Seguirla c:
InfiniteMoment
Re: ¿Cambiando el futuro? [Leyendo la saga Harry Potter ϟ]
Siguela
Siguela.
Nueva lectora
Me encantan las novelas como esta.
Me encanto
Siguela
Siguela.
Nueva lectora
Me encantan las novelas como esta.
Me encanto
Siguela
Lita Malfoy
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