Summer. {One Direction y tú}

Cuando abro los ojos no puedo ver una imagen nítida porque todo me da vueltas. El techo parece querer caérseme encima y aprieto los ojos varias veces por miedo a que suceda.
Cuando por fin logro moverme y sentarme erguida sobre la cama, comienzan nuevos mareos y la cabeza está que me explota. He de suponer que beber toda la noche no ha sido una buena idea, pero aún así no recuerdo más que eso.
En medio de todos los cuestionamientos que me invaden, la puerta azotándose me impide pensar con claridad.
Me levanto tambaleándome, casi incapaz de mantenerme en pie y me tomo la cabeza entre las manos mientras recorro la habitación hasta la puerta.
Cuando la abro, Joe ingre enfurecido y cierra la puerta de un golpe. Comienza a caminar de un modo desesperado de un lado hacia otro, sin siquiera mirarme.
– ¿Qué haces aquí tan temprano? –le pregunto, volviéndome a recostar.
–Son las dos de la tarde, levanta –me ordena, pero no le hago caso.
–Tengo sueño y me duele la cabeza, no vengas a darme órdenes.
–Soy más grande y tengo muchas preguntas, así que no las cuestiones –aprieto los ojos, le suelto alguna obscenidad entre dientes y me siento haciendo esfuerzos.
– ¿Qué quieres?
– ¿Por dónde quieres que empiece? ¿Por la parte en la que toman mis carnet falsos sin avisar y se escapan a un club nocturno, o por la que bebes hasta dormirte y te separas de Evan? –su voz agresiva me hace recordar a las peleas que he tenido con Niall y la forma en la que me habló alguna vez. Sin intención de asustar, lo hacen: te asustan.
–Bueno, ya entiendo.
–No, no entiendes. Si de verdad entendieras, ayer no te hubieses tomado esa porquería y ahora estaríamos bien –lo miro con las cejas alzadas, la mirada helada y la quijada en alto.
– ¿Y no lo estamos?
–No, porque tú me preocupas.
–No te me vengas a hacer con el rol de hermano responsable, porque no me lo creo –le suelto simplemente, cierro los ojos y me tomo la cabeza entre las manos. Lo que menos me hace falta ahora es una discusión.
– ¿Qué quieres decir? ¿qué no me importas?
–Si quisiera decir eso, tengo una lista larguísima de situaciones que describen lo poco responsable que eres de mí –respondo enfurecida y me paro también.
–Aver, empieza.
–Una vez, el día de mi cumpleaños, mamá te pidió que me vigilaras un segundo y tú me tiraste en la piscina y te fuiste corriendo.
– ¡Había un sapo! ¡sabes que odio los sapos!
– ¿Y era necesario tirarme a la piscina? –le reprendo y é gruñe–. Hace un par de meses me internaron porque tú no fuiste capaz de controlar mis impulsos.
– ¿Y yo debo controlar tus impulsos? –suelta una carcajada hueca–. Madeleine, no puedo controlar los míos y tú esperas a que controle los tuyos –se sienta en la cama de enfrente a la mía–. Y después de todo, además de todo el embrollo que han armado, mi amigo tiene que traerte hasta aquí.
Le miro fijo y termino por fruncir el ceño. ¿Amigo? ¿cuál amigo?
– ¿Quién?
–George, el alto –intento recordar mientras mi mirada se pierde en la alfombra roja, pero no me suena ningún chico alto–. Bueno… ya lo recordarás. ¡Y le has vomitado el auto!
Me tapo la boca.
– ¿Qué hice qué?
–Sí, le ofrecí pagar el lavado, pero no aceptó.
– ¿Y… siguen siendo amigos? –él ríe.
–Sí, boba.

¿Cuán rápido pueden pasar las cosas cuándo dejas de mirar? Yo te lo respondo: muy rápido.
Hoy se cumple un mes desde que estoy aquí, ya he comenzado las clases y esto de estudiar periodismo me tiene muy entusiasmada. Quizá es que mi madre tenía razón todas las veces que nos sentaba en su falda y nos convencía de que una universidad prestigiosa era símbolo de una vida igual.
He conocido a este chico, George, y cabe mencionar cuán fácil es enamorarse de él. Digo, no estoy enamorada, porque cierta persona aún está en mi mente.
Ayer me llamó y le colgué. Ya sé, patético.
De hecho, aún no he superado la opresión en mi pecho y las ganas de llorar cuando oigo su nombre. Ahora que él y Megan están oficialmente en pareja y tengo que mirarlos por la televisión en cada reportaje, mi solución es encontrarme con George y dar un paseo. Por supuesto que nadie más que él sabe lo que en realidad sucede.
Ahora estoy en clase de literatura, una de las ramas dentro del periodismo. Acá practicamos entrevistas y leemos libros relacionados.
La profesora Shakeins (alta, robusta y regordeta) se limpia el polvo blanco en los jeans, se sienta sobre el banco y nos sonríe.
Es bastante simpática, después de todo.
–Les dejaré una tarea especial que sé que los entusiasmará mucho –dice y se remueve sobre la madera de pino–. Es la semana de los festivales y varios famosos indiscutidos vendrán a dar conciertos a California –todos se inclinan en sus asientos, atentos a su propuesta. Yo, por mi parte, ruego que no diga lo que estoy pensando–. Cada quién elegirá a uno de ellos y me lo comunicará. La universidad hablará con sus agentes y programarán una entrevista para una fecha y una hora acordadas. Se verán ahí y entrevistarán a dicho artista cuya identidad ustedes elegirán –la campana suena, pero nadie se mueve. Hace un amague hacia nosotros, nos sonríe y nos muestra sus molares–. No olviden su libreta.
Apoyo la cabeza sobre el banco y trato de pensar qué opciones tengo, y es cuando oigo a alguien mencionar que One Direction viene a dar un concierto benéfico.
Cierro los ojos, los aprieto y sostengo mi cabeza para no desmayarme: el universo me odia.