Summer. {One Direction y tú}

Cuando despierto me descubro más feliz de lo normal y me basta con ver a Niall a mi lado para averiguar por qué. Duerme como un tronco. Recostado en un lado de su cuerpo, con media cara pegada a la almohada y un hilito fino de saliva cayéndole por las comisuras de sus labios. Me río en silencio.
La suave brisa que anuncia el comienzo de la primavera se filtra por las ventanas y hace su magia, alborotando sus cabellos rubios y haciéndolos danzar de aquí para allá. Se queja con un gruñido bajo y casi inaudible.
Los rayos del sol tocan delicadamente su piel inmaculada; sus mejillas se vuelven rojas.
Un suspiro delatador se escapa de mis labios y otro de alivio le sigue, porque afortunadamente no hay nadie que pueda oír cuán bobamente enamorada estoy. Arrastro los pies hasta el armario de Niall y confisco sus pertenencias hasta dar con una remera lo bastante larga como para cubrirme los muslos. Una vez cubierta, me dirijo hacia la cocina.
No hay nadie, tal como parecía intuirlo ayer, y me pregunto dónde estarán todos. Me sirvo un cuenco con cereales y casi medio litro de leche, le echo bastante azúcar porque eso me da ánimos por la mañana y me meto una cucharada vasta a la boca.
Mientras mastico, me lanzo al sillón y enciendo la televisión en el primer canal que aparezca; Bob Esponja.
Es un capítulo que me he visto más de tres veces (lo que no me sorprende, porque soy una gran fanática del dibujito) y se titula “El inicio de Sireno-man”.
En el episodio, Sireno-man y Chico percebe, les relatan a Bob y a Patricio acerca de sus inicios en la justicia.
¿Y qué mejor que estirarse en el sofá (más bien desparratarse), con un cuenco de cereal multicolor entre las manos y un episodio de Bob Esponja, a las diez de la mañana? Nada.
Un ruido estrepitoso resuena desde la habitación y me pregunto que habrá pasado, pero especulo en voz baja, aún sin levantarme del sofá.
Niall aparece por el marco de la puerta que da al corredor con una mejilla roja, el pelo ligeramente despeinado y el torso al descubierto, dejando en exposición todas sus marcas.
–Eh, que esto no es un museo –le digo riendo y él se rasca la barbilla antes de besar mi mejilla. Acabo de descubrir cuán húmedos resultan sus besos.

–Pues solo estamos tú y yo, y creo que ya has visto todo lo que hay para ver –me guía un ojo y se retira a la cocina riendo, complacido con mi mirada horrorizada y mis mofletes carmesí.

–Me alegro de no haberte preparado el desayuno. Ya sabes lo que dicen: la venganza es un plato que se sirve frío –grito, aun que sé que puede oírme.

–Bueno, será un pequeño esfuerzo más, pero al menos tendré tocino y café… algo que tú no tienes –me devuelve el grito, entonces entorno los ojos fastidiada, aunque no pueda verme.

–Ya, me da igual –respondo soslayada y me meto una cucharada a la boca–. ¿En dónde están todos?

–Creo que irían a un pub y después dormirían en tu casa. Me sorprende que no te hayan avisado nada –me dice, y se recarga en el umbral de la puerta de la cocina.

–Nada –digo y me quedo pensativa. Ni una invitación, ni un aviso ni una advertencia. Todo parece fríamente calculado. Todo parece…
Y por fin lo he captado. Todos sabían que yo estaría aquí.
Levanto la mirada hacia el umbral al mismo tiempo que mis cejas se alzan interrogativas, pero él ya no está ahí. Me muerdo la lengua para no soltarle una grosería y corro tras él a la cocina.
– ¿Lo saben, no es así?
No responde.
>>A que sí.

–Bueno…, puede que haya mencionado algo –susurra y da vuelta el tocino. Suspira, se aleja de la cocina y se cubre el rostro con una olla a modo de escudo.
Y yo que pensé que era inmadura.

–Dime ya hasta dónde saben.

–Maddie, cariño… –su espalda choca contra la pared y ha de estar fría, porque se estremece sin más.

–Dime o te castro –respondo en un intento por reprimir la risa al verle abrir sus ojos azules tan grandes como dos huevos fritos. O no, más grandes. Tan grandes como…

–Les dije… les dije… por favor, no me mates.

–Niall…

–Les dije que pasarías la noche aquí, sí, pero nada más. Si hablan algo sobre una noche de pasión y sexo desenfrenado, han de ser ideas suyas. Lo juro. No me mates, soy muy joven para morir –dice rápido y hago un esfuerzo extra por entenderle.
Inhalo, exhalo y me concentro en pensar que nadie más que nosotros sabrá que ha pasado esta noche.
Pero…

–Marina piensa que hemos tenido sexo antes –le digo rápido, suspiro y me recargo en la isla.

– ¿Porque tú se lo has dicho? –pregunta ahora más tranquilo, y se arrima a sacar una tira de tocino de la sartén. Las pasa a un plato playo, se sirve una taza de café y procede a preparar un huevo frito.
Observo sus movimientos, cautelosa y lo ayudo a exprimir un jugo de naranja, mientras él sigue con la sartén.

–Yo no le he dicho nada. Además, todos deben pensar lo mismo, porque es un rumor que se ha recorrido todos los pasillos del insti –suelto agobiada y espero palabras de consuelo por su parte, pero no las oigo. Nunca llegan.
Cuando lo veo de reojo ha parado de hacer todo. Se limpia las manos violentamente con el repasador y lo echa a un lado, agresivo.
– ¿Qué?

– ¿Estás segura de que todos lo saben?

–Segurísima.

–Entonces las fans también lo saben –medita en silencio unos minutos, apaga la hornalla y se retira a paso rápido. Cuando comprendo que debo seguirlo, me ha estampado la puerta de su habitación en la cara y no me queda más remedio que retirarme.
Paso las siguientes dos horas tratando de comprender que es lo que puede llegar a molestarle, pero no hayo explicaciones coherentes.
Cuando finalmente me decido, suelto el cuenco vacío sobre la pequeña mesa central y apago el televisor con el mando. Suspiro y camino decidida a la habitación del rubio. Doy dos toques, pero me ignora rotundamente.
Pego el oído a la puerta al oír su voz quebrada y lo descubro hablando solo. No, solo no. Con alguien.
Está hablando con alguien por el móvil.
–Ya sé que te prometí que lo haría, y lo haré. Es solo que no sé cómo. No sé qué decir. Tengo miedo –susurra, al final. Mi corazón comienza a galopar desesperado al oír los sollozos entre cada palabra y parpadeo repetidas veces, como si eso aclarase mis ideas.
>>Lo haré, no ahora mismo, pero lo haré –pausa dramática–, y será pronto. Lo prometo.
Cuelga.
Cuando recupero mi voz, un gruñido se escapa de entre mis labios y comienzo a azotar la puerta con fuerza. Está trancada.
Estúpido Horan.

–Ábreme –chillo– ¡Ábreme! ¡Te juro, te juro, rubio, que si no me abres la puerta la derribaré! –logro pronunciar entre jadeos y después de un sonido metálico, la puerta de entreabre lentamente.

–Lo siento…

– ¿De qué va todo esto? –Grito, azotando la puerta a mis espaldas e ignoro sus disculpas anticipadas–. ¿Qué te ocurre?

–Maddie…

– ¡No! No me vengas con Maddie, quiero saber la verdad –exijo y él suspira.

–Te la diré –dice y los quince segundos restantes se me hacen eternos.

–Sigo esperando.

–Estaré en tu casa hoy a las cuatro. Estate lista –no me da tiempo a seguir cuestionándolo, porque es él mismo quién sale de su propia casa. Suspiro totalmente frustrada, recojo mi ropa del piso y me visto como un rayo. Me pongo el abrigo negro de diseñador, me lo abrocho hasta arriba y salgo disparada, esperando encontrármelo en un corredor y poder acorralarlo en el ascensor. Pero ya se ha esfumado.
Bufo y bajo las escaleras de los dos pisos del edificio trotando, pero en la planta baja tampoco está. Por más esperanzas que tenga, es mucho más que evidente que ya se ha ido. Todo el tiempo que me tomó bajar, le tomó a él para subirse a su Chevrolet y huir.
En quince minutos se detiene un taxi y me lleva hasta mi casa. No tengo el auto porque Niall me ha traído, y poco se ha preocupado por llevarme.
Es como si me hubiese abandonado en su propio apartamento.
Le pago cinco dólares al taxista y me bajo suspirando de alivio, porque ha sido el peor viaje que tuve en taxi. No tuve oportunidad de sacar mi móvil y averiguar alguna cosa sobre el comportamiento repentino de Niall, porque el conductor se la pasó interrogándome sobre el clima y la primavera que comienza en estos días.
De hecho, no pude dejar de asentir y responder que sí a todo.
Marco me saluda con un ademán y después de sonreírme castamente, abre las puertas de la residencia. Le agradezco con un asentimiento presuroso y echo a correr a la entrada.
El Dodge de mi padre no está estacionado y deduzco que ha ido a trabajar temprano. El Lamborghini de Harry es el que ocupa su lugar en la cochera abierta.
Introduzco la llave torpemente y suelto varios gruñidos en el intento. Suspiro, me calmo y abro la puerta.
Dejo el abrigo colgado en el perchero y las llaves sobre la isla, y corro escaleras arriba.
Como lo sospechaba, todos están dormidos y seguramente con una resaca terrible.
Recurro a quién no va a matarme y seguramente no ha tomado ni una gota de alcohol: Liam.
Está desparramado sobre mi cama, tapado con una sabana extra fina y me pregunto si no se ha muerto de frío.
Me acerco a él, lo abrazo y recuesto mi cabeza en su pecho. Sus latidos pasivos me tranquilizan.
Me abraza por la cintura, me besa la coronilla y me pregunta que me pasa al oído.
–No lo sé, supongo que hoy a las cuatro lo averiguaré –le respondo y el frunce el ceño–. Tu amigo, el rubio, está de galán otra vez.

– ¿Qué ha pasado ahora?

–Ni yo sé. Mejor que te cuente él. Ahora solo quiero que me estrujes toda –ríe silenciosamente y cumple con mi pedido.


Dos horas más tarde, el timbre resuena bajo las paredes de mi casa y parecer hacer el doble de eco en mi cabeza. Con el pulso temblando y los nervios a flor de piel, tomo el pomo de la puerta principal entre mis manos y abro con una delicadeza infinita.
Niall está allí. Sonrío, pero no me corresponde, así que lo dejo pasar sin más.
Camino detrás de él hasta la sala de estar y lo sigo hasta el sillón, pero me quedo parada a un lado, con las manos en el respaldo.
– ¿Quieres algo de tomar? Mi madre ha ido al centro y trajo unos limones deliciosos. Con los chicos hicimos limonada y pensé que tal vez… –me interrumpe con un gesto negativo, y con un nuevo ademán me invita a sentarme a su lado.
Genial. Me invita a sentarme en mi propio sillón.
Si hubiese sido otro, no se lo permitiría.

–Escucha, Maddie, esto es lo que pasa… –suspira bruscamente y desvía su mirada de la mía un momento infinito–… se ha acabado.
Parpadeo varias veces, desvío la vista unas cuantas más, pero sigo sin entender.
¿Se ha acabado? ¿Qué es lo que se ha acabado?
Puede estar hablando del chocolate derretido que tenía en su casa, y también puede…
No.
Me niego a creerlo.
No.

–Sé más específico.

–Nosotros. Esto.
No puedo reaccionar de otra forma que desesperarme, porque no dejo lugar ni a empañarme los ojos. No aún. No cuando hay posibilidades de que todo sea una broma. Cruel. Pero una broma al fin.

–No sabes lo que estás diciendo.

–No –interrumpe, estridente– sí lo sé, y es por eso que doy nuestra relación por terminada.
Me pongo fúrica.

– ¿Por terminada? ¿Y cuándo se supone que has tomado esa decisión? Y sin consultármelo… y yo que creí que la relación era de a dos. ¿Es esto de a dos? ¿Has pensado siquiera en mí? ¿puedes, siquiera, explicar por qué? A puesto a que no tienes un motivo en concreto, a puesto a que…

–Te engañé –suelta y ahora sí no me lo creo. Suelto una risotada estrepitosa que solo sirve para ponerme más nerviosa de lo que en realidad estaba antes. El no ríe. No me dice que es una broma y que se la he arruinado. Y si hay algo de lo que estoy muy segura, es de que Niall es tan mal actor como lo son todos los demás.
Como lo es John Travolta en esa película tan mala que hasta me dolió la cabeza de verla.

–No me lo creo. Tendrás que convencerme –canturreo, pero sigue sin soltar la expresión dura de su rostro.
Quizá haya tomado clases de teatro y no me lo haya dicho.

–Maddie, te he engañado. No te amo, me duele, pero resulta que no siento lo mismo que sentía por ti. Esto no es amor… no es nada. Quizá me haya confundido. Quizá deberíamos haber sido siempre amigos. Olvida la última noche y todo lo que hemos pasado, porque solo te hieres a ti misma. ¿Quieres ser feliz de ahora en más? Pues olvídame. –Para cuando acaba, escurro agua hasta por las mejillas.
No doy crédito a lo que oigo. Mi cerebro no reacciona. No puedo dejar de llorar, no puedo reír ni hablar, ni siquiera golpearlo. Pero si hay algo de lo que estoy segura, es que me derrumbaré. Me derrumbaré y moriré en cualquier momento.
Me engañó, me mintió y hasta me pide que lo olvide.
Tan fácil como eso.
Ahora que la furia crece dentro de mí como una pequeña llama encendiendo un bosque, comprendo que ha llegado el tiempo de abofetearlo. Pero antes, me decido por una última oportunidad de confesar en dónde están las cámaras ocultas.

–Escúchame bien. Es tú última chance. Mírame. Mírame a los ojos y dime que ya no me amas, que nunca lo hiciste. Vamos, hazlo –digo entre dientes y me seco las lágrimas con el puño, tan violentamente que hasta creo que me lastimé.

–Maddie… –suplica, aún sin mirarme directamente.

–No, hazlo. Te prometo que si así es, me alejaré. Me alejaré y no te buscaré más. Cambiaré mi número telefónico y borraré el tuyo. Pero tienes que hacerlo. Tendrás que probarme que ya no me amas –un llanto ahogado sofoca mi garganta y me obligo a permanecer fuerte para verlo, para creerlo.
Y lo hace. Suspira, me mira a los ojos y dice:
–Maddie… yo ya no te amo.

Lo que pasa a continuación es un suceso de acontecimientos que no soy capaz de controlar. Lo derribo en el sillón, tomo el almohadón más cercano y comienzo a darle golpizas en el estómago tan fuertes que hasta a mí me duelen.
Lo golpeo en el rostro, en las costillas y en los brazos. No hace más que irritarlo, pero noto que él también está por llorar.
Quizá, solo quizás, debería haber tomado ese curso de control de ira que mis padres me ofrecieron hace unos años.
–Esto es por mentirme –y le doy–… y esto… por engañarme –otro golpe–… y esto, por hacerme creer algo que no existe. Y esto es porque no me amas. Porque me mientes. Porque me haces sufrir. Esto es porque te odio. ¡Te odio! ¿Me oyes? ¡Te odio! –grito, y unos brazos fuertes me toman por la cintura y me separan de él. Su rostro está rojo y sus mejillas empapadas en lágrimas, pero no se lo ve peor que yo. Él puede curarse con unas vendas, pero mi corazón no. Y él lo ha destrozado.
>> ¡Te lo confíe, mierda! –chillo– ¡Te lo he confiado todo y me has deshonrado, me has destrozado!

–Maddie… –susurra Louis suavemente en mi oído.
Pero no me calma. Nadie apagará la ira que me colma el cuerpo.

–Eres un maldito egoísta, ¡eso eres! ¡Nada más que un estúpido egoísta! Pensé que te conocía, pero no. Te juro, te juro que si no estuviera a punto de atragantarme con mi propia saliva, te escupiría. ¡Escupiría todo mi amor por ti en tu puto rostro! –grito y mi cabello se pega en mis mejillas humedecidas.
Louis vuelve a susurrar mi nombre, esta vez un poco más fuerte.

–Ya basta. Vete, Niall, sal de aquí antes de que se vuelva loca. –Ordena Liam, pero Niall no deja de observarme con pena–. ¿Qué no oyes? Qué salgas –asiente, baja la cabeza y corre hacia la puerta murmurando que lo siente.
Cuando se oye el crujido que indica que la puerta se ha cerrado, Louis me suelta la cintura pero no duda en tomarme entre sus brazos y apretarme contra su pecho.

–Sh… tranquila –susurra.

–Lo odio –respondo con la poca voz que me queda y estoy por decir algo más, cuando una presencia extraña se asoma a la sala.

–Déjenme a solas con ella –dice mi madre dulcemente y todos se dirigen varias miradas dubitativas. Suspiro y aprieto los ojos con fuerza, porque no tengo ganas de discutir. Asiento y todos se largan, pero Louis me besa la frente y me dice que todo estará bien.

–No sé qué pretendes, pero no tengo ganas de pelear por si no te has dado cuenta. Deja de ser como eres, de ser en lo que te has convertido. No te quedes ahí todo el día, mirándome como una tonta. Con pena. Acércate y abrázame, porque a pesar de todo, no sabes cuánto te necesito –protesto y ella, con sus ojos cristalizados y sin despegar su mirada de la mía, hace lo que le exijo. Me estrecha entre sus brazos fuertes y sus latidos frenéticos me calman ligeramente. Como cuando a un bebé lo ponen en el pecho de su madre.
Hace tanto que necesito un momento así, en el que poder abrazar a mis padres sin culpa. Pero, lamentablemente, ha llegado en el minuto más inoportuno.
Dicen que las cosas llegan cuando menos te lo esperas, y vaya que es verdad.

– ¿Quieres hablar de ello? –asiento, incapaz de soltar una palabra entre lo afligida que estoy y la mezcla de sensaciones que me causa abrazar a mi madre. Me conduce hasta el sillón, se ajusta la bata de dormir y me abraza a su pecho.

–Me ha engañado y ha sido tan descarado para venir a decírmelo, a decirme que no me ama –sollozo.

–Oh, mi niña… –se me revuelve el estómago al oír la forma en la que me llamó y si no fuese esta la situación, hasta hubiese sonreído–… ¿y tú lo amas mucho?

– ¿Así de mal se siente el amor, entonces? –se encoje de hombros en respuesta y yo suspiro, sorbiendo la nariz–. No lo sé… es lo más real que he sentido. Pero me da asco.

– ¿Por qué?

–Porque siento que solo desperdicio mi tiempo y no quiero que sea así. Ya he perdido bastante tiempo y ahora, estoy segurísima de que seguirá siendo así.

–Puedes cambiarlo –comienza a mecerme entre sus brazos.

–No puedo ni moverme sin soltar dos lágrimas y recién se ha ido. ¿Cómo crees que será a la semana? –pregunto, incrédula.

–Mira, cielo, sé que no es momento: pero quiero pedirte perdón. No me comporté bien y haré lo que sea necesario para que me perdones. Sé que no será fácil, pero tus hermanos volverán a casa mañana por la noche. No pensaba decírtelo tan precipitadamente, pero me di cuenta de que soy una madre asquerosa.

–No te preocupes… se me pasará con el tiempo. No pretendas que te disculpe ahora.

–No lo hago. Estaba pensando en que podríamos tener una tarde de chicas y dadas las circunstancias, creo que nos vendría bien a ambas –niego efusivamente.

–No me siento de ánimos, de verdad, pero te lo agradezco.

–Vamos, no te niegues.

–No me apetece, mamá, enserio…

–Maddie, siempre se está lo suficientemente bien como para ir de compras. Comprarás hasta saciarte, compraremos un kilo de helado de fresa y lo comeremos aquí juntas, toda la noche. Te consolaré, lo prometo.

–Tienes que volver al trabajo.

–Faltaré. Puedo llamar ahora y cancelar todos mis planes –le miro. Estoy segura de que un brillo de esperanza se ve en mis ojos acristalados. Si mi madre es capaz de faltar al trabajo un día, debo de importarle mucho.

– ¿Y el móvil?

–Lo apagaré –hace una pausa– enserio –y se me escapa una pequeña sonrisa.


Después de pasar todo el día con mi madre, le permito que vuelva al trabajo a la noche. Los chicos se han ido obligados, pero le he pedido a Lou que se quedara conmigo. Marina comprendió que necesitamos intimidad, y se ha ido con ellos.
Ahora Louis y yo estamos viendo Alicia en el país de las maravillas por decimotercera vez desde que nos conocemos. Le pedí ver otra, una romántica para llorar a moco tendido, pero me lo impidió con el pretexto de que debería ser él quién me limpiara la nariz y añadió como un extra que esa película le recordaba a los viejos tiempos.
Ambos acurrucados, el uno contra el otro, en mi cama. Un balde de pochoclos tamaño grande y varios pañuelos, porque a lo que menos le presto atención es a la película.
De vez en cuando deposita un casto beso sobre mi coronilla, o me estruja contra él para recordarme que no estoy sola; hasta se ha ofrecido a quedarse a dormir hoy conmigo, pero no he sabido responderle.
–Louis… –suelto lentamente.

– ¿Sí, cariño? –responde dulzón.

– ¿Tú crees que Niall me haya dejado tirada de verdad o es porque alguien lo está obligando? –digo. En verdad es algo hipotético, otra de las excusas que busco para evitar pensar que en verdad no me ama. Otra mentira de las que me digo diariamente.
Se tensa.

–No te dejó tirada.

–Si, lo hizo.
Suspira.
>>Acaso, ¿en verdad me engañó? –y tras pronunciarlo, mis ojos se humedecen. Lo observo y él me mira con pena. Suspira una vez más, me mira a los ojos y dice:

–Sí, Maddie, supongo que es verdad.