Summer. {One Direction y tú}

La piel se me eriza bajo la comodidad de las sábanas de seda y sé que he dejado la ventana abierta. Bufo pausadamente, me estiro y mis pies se enredan entre los de otra persona. Abro los ojos enseguida.
Una respiración pausada se oye en mi oído. En estos momentos, es cuando más me gustaría saber correr.
La presión en mi cintura casi corta mi circulación y es cuando me doy cuenta de que unas manos se aferran a ella.
Fuertes, grandes, enormes.
Me muerdo el labio y trato de pensar en todo lo último que hice anoche, pero no recuerdo a ningún chico trepando por mi balcón y sumiéndose en mi cama. Y entonces resulta que hoy me despierto y lo primero que noto es que alguien duerme a mi lado. Y respira en mi cuello. Y bosteza después. Y me besa el hombro desnudo.
Entonces, me desespero.
Cuando volteo, intento verle, pero acalla todos mis sentidos con un dulce beso que es tan cálido que me resulta bastante familiar. Y cuando caigo en cuenta de que estoy besándome con un extraño, abro los ojos de topetón. Es entonces cuando me doy cuenta de que no estoy besándome con un extraño; estoy besándome con Louis.
Cuando me despierto estoy bañada en sudor y las pocas sábanas que me cubren están pegadas a mi cuerpo.
Mi corazón late desenfrenado y tengo que sentarme como indio y respirar hondo para calmarlo. Unos brazos fuertes me toman por atrás y alguien besa mi mejilla. Me volteo rápido.
Es Niall.
Soñé con Louis y estaba con Niall.
Esto luce mal. No, luce terrible.
–Hey, ¿qué le pasa a mi bonita? –susurra dulcemente y me dan ganas de llorar. Le he sido infiel en un sueño y ahora tengo que convencerme de que esto nunca ha pasado.
Sonrío, inspiro y beso su mejilla.

–He tenido una pesadilla, vuelve a dormir –asiente sin convicción y al cabo de un rato, se recuesta en la cama. Un suspiro se escapa de entre mis labios y niego con la cabeza, pensando en cuán penosa resulta ser mi situación una vez que todo cuadra.
He salido del hospital hace dos semanas. Me han tenido en observación mucho tiempo, me han cambiado el respirador con frecuencia porque he tenido varios ataques al alterarme y hasta han tenido que inyectarme diversos líquidos cuyos nombres nunca me he aprendido.
Las pesadillas comenzaron hace ya varios días y de ahí las inyecciones frecuentes. En mis sueños siempre aparece Niall… o siempre aparece Louis.
Y está claro que estoy confundida, así que lo único que quiero hacer es desaparecer, antes de enfrentarme a esta patética situación.
Porque eso es lo que es: patética.
Me levanto perezosamente, meto los pies dentro de las pantuflas del rubio y me cruzo de brazos para combatir el frío matutino que abarca toda Londres.
Después de que llego a la cocina, me encargo únicamente de prepararme un café bastante cargado para espabilar, pero resulta que la llegada de Louis afecta mis planes.
–Buenos días, Mad –sonríe ampliamente hasta que sus resplandecientes muelas salen a la luz y yo le correspondo, no de la misma forma.

–Buenos días –respondo y sigo con lo mío–. ¿Te preparo un café? –le digo después, porque mi respuesta anterior me parece bastante borde. No suelta palabra, pero asiente.

– ¿Y desde cuándo tomas café negro? ¿o es que eso no es para ti?

–Bueno…, hay que despejar la mente, ¿no? –respondo ya cansada de la misma pregunta y después río torpemente, porque el chiste solo lo he entendido yo y ni siquiera a mí me hace gracia.

–Supongo –y es lo último que dice hasta diez minutos después, cuando me pregunta qué materias tengo hoy mientras desayunamos en el balcón.
Una hora más tarde, todos los restantes se unen a la plática matutina que hemos mantenido durante estos últimos días. Marina y yo nos quedamos de fin de semana en su casa (grande, prominente y con un refrigerador siempre cargado con comida).
La razón no es solo que el rubio devora todo a su paso, si no que las debilidades físicas que sentí semanas atrás se debían a una mala alimentación, lo que me ha producido anemia.
Ahora me controlan las tres comidas diarias y no puedo tener prácticas con las porristas por un par de días más. Mi vida se ha vuelto patas para arriba otra vez.
–Bueno, cariño, hay que irse –Marina corta con la plática, toma la mochila que está al pie de la silla y se la cuelga al hombro. Procede a pararse con desgano y se me queda mirando con una ceja en alto por varios segundos, insistentemente–. ¿Qué pasa, Maddie? ¡Espabila!

– ¿Qué? Eh, sí –asiento torpemente, tomo mi bolso y me paro a su lado–. ¿Vamos en mi auto o nos llevan?

–Tenemos que ir para el estudio… así que supongo que las llevamos –asentimos sincronizadamente y en menos de un santiamén ya estamos dentro del Lamborghini negro de Harry, que se ha comprado hace exactamente dos días. Nadie más que él lo conduce y ni hablar sobre tocarlo. Es como su bebé y, de hecho, ese es el apodo que él mismo lo ha adoptado.
Cuando llegamos soy la primera en bajar y prácticamente corro a clases, no porque llegue tarde, si no porque la cabeza está que me explota y un minuto más con los dos en el mismo espacio reducido, me haría poner los pelos de punta.
Javiera y Camila están esperándome en la taquilla contigua a la mía y es cuando puedo relajarme, tomarme un receso de mi vida pesada fuera del insti y sonreír naturalmente. No hay problemas que me carcoman la cabeza porque es aquí en dónde cualquier cosa me entretiene. Así que mientras me apresuro a caminar hacia ellas con una sonrisa relajante, meneo mis caderas al compás de mi andar y cada muchacho que pasa por mí lado se emboba.
Me siento como hace mucho no me sentía; como si nunca hubiese vuelto a las casas de campo y, por sobre todo, como si nunca hubiese vuelto a ver a los chicos.
–Hola, guapa –saluda Camila y me abraza fuerte–. Qué suerte que estás mejor, no sabes lo pesada que se hace la escuela sin ti aquí –me separo y le sonrío, procedo a lo mismo con Javiera.

–También las extrañé.

–Y dime, ¿algún enfermero guapo que te tenga de los pelos? –se cruza de brazos, se apoya en la taquilla contraria y se encoje de hombros ante nuestras miradas fulminantes.

–Tiene novio, Javi –le reprende Camila.

–Bueno, pero siempre hay lugar para divertirse.

–Y supongo que el hospital cuenta… –digo y las tres reímos. Tomo los libros de literatura y cierro la taquilla con fuerza.

–Eh, ¿de qué va eso?, ¿te has convertido en Hulk o qué?

–Problemas en casa –suspiro, presiono los libros contra mi pecho y comienzo a caminar con ellas a mi siga.

–Creí que te habías quedado a dormir en casa de los chicos.

–Y así fue…, pero no puedo escapar por siempre –se echan varias miradas, se paran enfrente de mí y me obligan a detenerme, llevándome a todos por delante.

– ¿Qué no nos estás contando? –y tengo que soltarlo.

Miro a todos lados y una vez que me hube asegurado de que Marina no está cerca, suspiro. –He soñado con Louis, ¿vale? –susurro y ambas se me quedan mirando, hasta que comprenden mi mirada para nada inocente.

– ¡Oh por dios, no me lo creo! ¿En dónde ha sido? ¿En un hotel? ¿Lo hicieron en un hotel? –chilla Javiera y me cubro la cara con las manos, mientras Camila le pega varios manotazos para calmarla. Cuando levanto la vista, medio colegio nos observa.

–Qué eres bruta –escupo con rabia–. Ya, no soñé con él de esa forma… pero algo parecido, sí –admito.

– ¿Solo fue ayer?

–Hmmmm… bueno, en realidad… han comenzado hace un tiempo.

–Aguarda, ¿cómo cuánto tiempo? –pregunta Camila cuando retomamos el camino.

–Mucho.

– ¿Mucho? –repite incrédula.

–Sé específica, Des –interfiere Javiera.

–Supongo que desde que sale con… –no necesito hablar más, porque ambas ya están como locas. He de ser una terrible amiga.

– ¿Qué no me has contado? ¡¿Cómo es eso de qué has tenido sexo con Niall y no me lo contaste?! –chillan a mi espalda y temo voltear.


Narra Louis.
Una vez fuera del Lamborghini, cada uno sigue su ruta. La verdad es que solo hemos venido porque Niall nos ha obligado, prácticamente. Simon Cowell (alto, corpulento y bastante amargado), nuestro representante, le ha solicitado a él específicamente por una razón que todos estamos lejos de conocer. Pero no quería venir solo, así que nos ha traído con él. Aún no entiendo por qué, pero heme aquí: siguiéndolo.
Niall es una persona que suele contarnos todo, más aún desde que somos compañeros de banda. Pero últimamente ha estado bastante distante en cuanto a cuestiones personales, y la verdad es que no sabemos absolutamente nada de su vida actual, más de lo que todos saben.
No quiero que nos excluya de su vida y ya que suelo ser muy asfixiante en casos como este, prefiero seguirlo de lejos y averiguar que se trae entre manos, si es que hay algún plan que desconocemos.
Entra a la discográfica y copio su acción varios minutos después, para asegurarme de que ya no esté en el vestíbulo. Saludo a Jamille, la recepcionista más amigable que he conocido y tomo el elevador hasta el piso diez, dónde se halla la oficina de Simon.
La puerta está abierta y puedo ver como se saludan con un amigable apretón de manos, y Simon procede a ofrecerle café. Niall niega, pero acepta una dona gustoso. Tengo que esconderme a un lado de la puerta porque la han cerrado de un portazo, y cuando me aseguro de que no hay nadie observándome, pego el oído a la puerta.
Se oyen pasos firmes y estridentes de zapatos bastante costosos resonar contra la madera del piso y adivino que Simon está dando vueltas por la oficina, buscando de qué manera soltarlo. Al cabo de unos minutos, lo dice.
–Tenemos que hablar.

–Sí, lo sé, por eso estoy aquí. Lo que no tengo idea es acerca de qué… –responde el rubio con la boca llena y me hace gracia imaginarme la escena.

–Acerca de todo. De los chicos. De ti. De ustedes…

– ¿Nosotros?

–Ustedes –repite–… cuéntame… sobre esa linda novia que tienes.

– ¿Madeleine?

–Sí, la que sale en todas las revistas de tu mano, besándote o riendo junto a ti –dice imperceptible, impasible, sin dejar evidencia de un posible ataque de nervios.
Lamentablemente, descifrar tanto la voz como las expresiones de Simon, es muy complicado. Mucho más cuándo usa la misma expresión para cualquier situación.

–Bueno…, ella es… perfecta.

– ¿Perfecta? –detiene su andar, el repiqueteo cesa– ¿perfecta? –repite.

–Creo que cuando una persona está enamorada, siempre creerá que la otra es perfecta –responde honesto y por primera vez en el día, estoy de acuerdo con alguien.

–Eso se llama idealizar.

–No la idealizo.

–Lo haces. Madeleine no es perfecta. Tampoco tú.

–Ya, ¿a qué he venido? Estoy perdiéndome un gran desayuno por tu culpa y me gustaría saber al menos la razón –se oyen suspiros.

–Termina con ella –suelta seco, al cabo de unos infinitos minutos de silencio y ahora vuelve a hacerse. Supongo que el rubio ha de estar más confundido que yo, pero también me ha pillado por sorpresa.

– ¿Qué quieres que haga qué?

–Creo que he sido claro.

–Pues claro que no.

– ¿No? –pregunta y me imagino una sonrisa socarrona dibujándosele en el rostro–. ¿Por qué no?

–Porque la amo, Cowell.

–Escucha, esta es la cuestión: desde que has cambiado tu look, has pasado a ser el más irresistible de la banda –se toma unos segundos para reírse de lo anteriormente dicho, como si de una broma personal se tratase, y prosigue: –ahora te necesitamos soltero.

– ¿Para las fans?

–No solo para las fans…

–Podrías ser más claro, y más breve… de todas formas, te diré que no.

–Para Megan –me siento como en un laberinto en el que la salida se aleja cada vez que la toco.
¿Quién es Megan?

– ¿Quién?

–Megan Wonder, es una futura estrella pop que estamos produciendo ahora –silencio.

–Y…

–Si sale contigo, tendrá publicidad y ya sabes, después terminan… ella es famosa… las fans te tienen a ti y… lo demás es historia.

–No –responde rápida y rotundamente.

–Pues tendrás que hacerlo.

– ¿Así? ¿y por qué?

–Porque si no lo haces tú, lo haré yo y fíjate de cuál forma va a dolerle más a Madeleine… –replantea y ya para mí ese es el tercer strike. Me doy el lujo de observarlos por la ranura de la cerradura, frunciendo el ceño y a punto de entrar a tirarlo por el balcón.
O bueno… no tan exagerado.

–Habla –suspira.

–Tienes que ir a su casa, decirle que la has engañado, que ya no la amas y luego te vas. Tan fácil como eso.

– ¿Estás loco? Le romperé el corazón.

–Pues es tu decisión.

– ¿Y qué pensarán mis fans?

–Que la relación no daba para más. Además, se creerá que la has engañado, Megan aparecerá después… supongo que se lo tragará.

–Ella puede hablar, puede decir…

–No, Niall, no puede. Porque, ¿quién va a creerle? Nadie. Porque, aceptémoslo, Madeleine Des no es nadie y tampoco será nadie cuando termines con ella –oigo y aprieto los puños, con los ojos empañados y la rabia a flor de piel. No puedo permitir que…

–Por favor, Simon, no me hagas hacer esto…

–Lo siento, querido, son las reglas del juego. O lo tomas, o lo dejas. Y creo que ambos sabemos que nos conviene –le sonríe, le da un sorbo largo al café y le hace una seña a Niall de que puede retirarse.
Tengo que buscar a Maddie y decírselo.

Narra Madeleine.
–Y eso es básicamente de lo que trata Romeo y Julieta… –concluye el profesor y nos sonríe cuando suena la campana–, ¡No olviden dejar sus ensayos aquí mañana por la mañana!

–Ay, ya, me tiene harta –suelta Javiera en nuestro viaje a la salida.

–Creo que es el profesor más simpático que tenemos, no te la tomes con él –respondo y tiro del bolso.

–No me las tomo con él, es que es cansador que se la pase hablando de Shakespeare todo el día…

–Es que tú no sabes de cultura, eso pasa.

– ¿Y tú sí? –se detiene, me mira y después sonreímos.

–Bueno… ya. –le digo y me despido de ella al ver el auto de Niall estacionarse frente a mí.
Entro, me volteo a él después de cerrar la puerta del copiloto y le sonrío. Pero él no lo hace.

– ¿Qué ocurre, príncipe? –pregunto y tomo su mano, pero la quita después de suspirar y la posa en el freno de mano.

–Nada, es solo que… –tarda un rato en responder, arranca el auto y después sonríe– Nada.

– ¿Nada? –frunzo el ceño, divertida– Pero si has venido con una cara de culo tremenda…

–Es que han editado mal unos temas y los tuvimos que grabar de nuevo.

–Oh, siento eso.

–No te preocupes, bonita –me besa la mejilla y sigue conduciendo–. Oye, quería que hiciéramos algo especial hoy.

– ¿Qué tienes en mente?

–Hmmm… ¿te apetece venir a casa hoy? Los chicos no estarán… –sonríe pícaramente y no puedo evitar que una risilla descontrolada sofoque mi garganta.

–Pues claro que acepto… dadas las circunstancias –ríe.

–Te paso a recoger en unas horas –asiento– ¿cómo te ha ido? ¿Te han dado ya la calificación de biología?

–No aún, tuvimos todo el periodo en literatura porque la profesora se pegó el faltazo y al de literatura no le ocurrió mejor idea que seguir dándonos clase –él ríe.

–Te he extrañado, berrinchuda.

–Yo a ti, bobo.
Después de un rato más, se aparca en la puerta de casa y me despido de él con un beso. Entro a la residencia corriendo, dejo la mochila en el perchero y subo las escaleras de dos en dos.
Entonces un sonido proviene del bolsillo trasero de mis jeans y para mi alegría momentánea. Es un mensaje de texto y es de Louis.
«Maddie, tenemos que hablar. Es muy importante… contéstame, por favor.»
Y decido que por más importante que sea, todo puede esperar. Así como él me hizo esperar para abrazar, besar y consentir a mi mejor amiga, lo haré yo con él y me da igual cuán rencorosa parezco.
Tiro el celular a la cama y abro las puertas del armario revisando cada prenda con detalle.
Una vez escogido el conjunto, me meto a bañar y para cuando salgo me cambio.
La camisa es simple, básica y de un color perlado increíble. Me la ha regalado Marina el mes pasado, por nuestro aniversario de mejores amigas. Unos jeans simples y unos tacones crema. Me maquillo solo un poco, me hago una coleta alta en dónde ato todos los bucles que se me han formado y salgo a la puerta justo en el momento en el que estaciona.
Baja, me besa, me abre la puerta y vuelve a su asiento.
–Qué bella se ve hoy, señorita.

– ¿Hoy?

–Bueno, yo te he hecho un cumplido, pero tú ya pides demasiado –lo fulmino con la mirada y le doy tiempo a soltar una risotada– ya, si, siempre te ves hermosa, pero hoy más.

–Pues tú estás feo.

–Supongo que me lo merecía.

–De nada.

–Muy bien, este es el plan: pedí comida china, un kilo de helado y he alquilado unas películas geniales que el tipo del videoclub me recomendó…

– ¿El tipo del videoclub? ¿el friki ese que se la pasa sentado en un banco, jugando videojuegos?

–Maddie –dice entre risas.

– ¿Qué? ¿No es verdad? A puesto a qué es por eso que trabaja ahí y sabe tanto de programación.

–Ya, él me las recomendó, así que confiemos en que sean buenas.

–Y más vale que lo sean, porque no querrá ver mi tacón en su cara…

– ¡Mad!

–No es justo, tú estás pagándole por esas películas.

–Ya, bonita.

–Terminas siendo un tonto.

–Y tú una bonita –sonrío dulcemente.

– ¿Por qué me llamas así?

–Porque lo eres y de ahora en más, será mi apodo para ti –se detiene en un semáforo y aprovecho a besarlo lo más que puedo. Me siento por fin a gusto y termino por descubrir que Louis no forma parte de mi vida amorosa, porque a quién quiero y siempre he querido es al rubio. Y eso no cambiará…– Bonita, bonita, bonita.

–Me gusta –me besa la nariz, vuelve la vista al frente y pisa el acelerador a fondo. Llegamos al cabo de unos minutos más, vemos Tres metros sobre el cielo acurrucados en su cama mientras comemos comida china y terminamos por el helado, acompañado por una de las comedias más conocidas de Adam Sandler: Una esposa de mentira.
Pero de la nada, Niall suspira, para la película y deja el pote de helado sobre el buró.
–Oye, yo estaba comiendo eso –lo reprendo, esperando a oír su melodiosa risa acompañar la mía, pero no. Ni siquiera yo río.

–Cariño, quiero que sepas que no importa lo que pase, siempre te querré, ¿sí? –asiento lo bastante confundida y me recuesto en la almohada.

–Y yo a ti.

–Me agrada saber eso.

–Pues qué bien –digo y él ríe. Toma el control, apaga la televisión y comienza a besarme hasta quedar sobre mí.
En este momento muchas cosas pasan por mi cabeza y no soy capaz de comprender qué está ocurriendo hasta que ambos estamos en ropa interior, bajo sus sábanas, cubiertos únicamente con el calor del otro.
Y sonrío, porque es justo como quiero estar.
Me besa el cuello y un gemido provocador se escapa de entre mis labios, haciendo resonar uno suyo.
Hace un recorrido dulce pero desesperado de besos entre mi nuca y todo mi abdomen, hasta que el sujetador se ha desprendido totalmente de mi cuerpo.
Le muerdo el lóbulo de la oreja, y él jadea. Termino por hacerle una marca en el cuello mientras él quita nuestras prendas restantes, y me río a carcajadas cuando intenta hacerme una y no puede.
–Trabaja más en eso, cariño –le susurro provocadora, gime.

–Escucha, Maddie, supongo que sabes que pasará ahora y quiero que sepas por sobre todas las cosas, que te quiero, ¿vale?

–Vale.

– ¿No lo olvidarás nunca?

–Nunca –niego– nunca.
Y me besa, dulce, desesperado, buscando aliento en mi cuerpo, cuando es que yo no tengo ni una gota.
El sudor se escurre entre los dos, se mete en mí y presiona. Me toma por las caderas y es cuando pasa, cuando me doy cuenta de que lo amo.
Lo amo.
Yo lo amo.
Una vez hemos acabado, me recuesto en su agitado pecho para oír el tranquilizador latido frenético de su corazón que me avisa que está conmigo, me besa la coronilla y me susurra con palabras consoladoras:
–Te amo.
Aún incrédula, volteo a verle y le pido que me repita lo que ha dicho.
–Te amo.

–Yo también. Yo también te amo.