Summer. {One Direction y tú}

Después de que él mismo me sonríe, no puedo hacer más que observar su sonrisa y curvar mis labios involuntariamente.
¿Por qué? No lo sé. ¿Cuándo? Es un enigma. ¿Cómo? Quién sabe. Simplemente pasó… así como dejé el tiempo correr sin hacer que valiese la pena, me enamoré de él sin darme cuenta. Sin quererlo. Y ahora, estoy aquí pareciendo una tonta mientras lo observo reírse, seguramente de mi repentino estado de shock que me permite únicamente sonreír con él.
Todo a mí alrededor parece reducirse a nada cuando sus ojos atrapan mi mirada. Son tan profundos… y no es que no lo supiera, porque claro que me he tomado el tiempo de detallarlos infinitas veces antes. Pero esta vez es especial, hasta tartamudea.
Parece querer decirme algo que ha recitado unas cuantas veces y ahora no sale. Sí, eso es exactamente lo que parece.
Después, cuando recuerdo cómo respirar, recuerdo que no estamos solos.
Pero cuando volteo con una sonrisa dirigida a ellos, ya no están en la sala y me pregunto cuánto tiempo hemos pasado observándonos sin decir nada.
Seguramente ya debe estar cansándose de mi mirada insistente y mi sonrisa extensa, así que me alejo de sus brazos y aún con un amago de sonrisa, lo conduzco de la mano hacia el sofá de terciopelo anaranjado que mi madre ha comprado para la última remodelación de la casa (otro detalle que ella consideró chic y lo que me llevó a darme cuenta que cada vez que ella mencione esa palabra, yo debo de pensar todo lo contrario).
Él baja la vista hacia sus supras moradas y me hace hacerlo a mí también, en donde su pie tamborilea nervioso.
Río internamente porque se ve increíblemente tierno, con sus mejillas enrojecidas y su cabello despeinado.
Le sonrío para darle confianza, pero me aseguro de no parecer una psicópata que no ha podido dejar de sonreír desde que los he visto.
Y la verdad ahora que lo pienso, no puedo dejar de hacerlo.
Me sonríe de vuelta, aunque más distante. Está pensando, lo sé.
Después se acaricia el cabello y su mano (la que no sostiene la mía entre la suya) se dirige hacia su nuca, en dónde la deja un rato largo.
Suspira y me mira; se que ha llegado el momento de oírlo y tengo problemas de concentración, porque su mirada me distrae. Siempre he tenido la extraña manía de querer leer las miradas de la gente y parezco una tonta, porque nunca he podido.
Digo, ni que fuera una bruja o algo así.
Luego prosigo a prestarle atención en cuanto menciona que es importante que le oiga.
–Soy toda oídos –le digo y el asiente.

–Bueno…, de modo que estamos aquí –dice y yo río porque es totalmente absurdo. El me fulmina con la mirada–. Basta, esto es difícil para mí.

– ¿El qué? –río nuevamente–. Rubio, ya sé que están aquí… lo he notado.

–Me refiero… ah, déjalo, ¡yo me entiendo! –suspira y después dice–: Resulta que nos quedaremos aquí por un largo tiempo.

– ¿A sí? –no puedo evitar sonar emocionada y él lo ha notado porque ríe.

– ¿Te acuerdas cuando dijiste que nuestras voces sonaban lindas? –asiento sin entender–. Resulta que los cupos para banda en The x factor están agotados… –frunzo el ceño, aún sin entender.

– ¿Y…?

–Entonces ingresaremos como solistas –suelta, al final. Me tiro sobre él porque mi cuerpo se ha impulsado por sí solo antes de que pensase en lo que acaba de decirme y lo oigo reír.

–Eso es, eso es, eso es ¡genial! –le digo cuando me suelto del abrazo, pero nuestras manos permanecen enlazadas.

–Supongo –dice y se encoje de hombros con una sonrisa tímida.

–Y, y… no sé nada de moda de hombres, ¡pero prometo escoger sus vestuarios! –el ríe una vez más por mi entusiasmo evidente y después de un rato en silencio me sonríe.

– ¿Quieres salir a dar un paseo, así me enseñas un poco de Londres?

–Depende.

Frunze el ceño – ¿Depende? ¿De qué depende?

– ¿A qué era que le llamabas paseo…? –el sonríe y tironea de mi mano para ponerme en pie. Después aviso en un chillido que saldremos y cierro la puerta tras mi espalda.
Nos sonreímos una vez más y emprendemos nuestra marcha dándonos empujoncitos de vez en cuando –entonces… cuéntame cómo surgió todo. ¡A puesto a que lo tenían preparado y me han hecho llorar a propósito!

–Bueno…, lo hemos planeado desde hace una semana. Decidimos no decírtelo porque queríamos sorprenderte… eso es todo.

– ¿Y qué harán con la secundaria?

–Louis ya no estudia, este fue su último año. De modo que nosotros estudiaremos con profesores particulares hasta las audiciones, y después nos quedaremos un tiempo más ya que entre las audiciones y el concurso transcurre un tiempo de dos o tres meses. No estoy seguro de que terminemos el año… pero ya qué –asiento.

–Entonces se quedarán en mi casa... hm… no creo tener suficientes cuartos –digo, insinuándome–, quizá alguien tenga que dormir conmigo.

–Espero que sea Harry… creo que le agradas –entrecierro los ojos y él ríe.

– ¡Nunca más en mi vida dormiré siquiera en el mismo cuarto que él! –ríe nuevamente y intento dirigirle una mirada fulminante, pero me quedo a medio camino porque su sonrisa lo sofoca todo y hasta me falta el aire–. No te rías… tú no sabes la odisea que he sufrido en estos meses. ¡Ronca como un cerdo!

–Vale…, tal vez tenga que hacer un pequeño esfuerzo y dormir contigo –alzo las cejas y después me permito golpearle el hombro tan fuerte que se lo soba riendo.

– ¿Esfuerzo? ¡Já! Ya quisieras tener ese privilegio –digo.

–Me refiero a que es un esfuerzo porque podría enamorarme de ti y eso sería un problema –alejo mi mirada de la suya rápidamente luego de vacilar unos minutos. ¿Así que ese es el problema? Genial. Me he enamorado de alguien que me confiesa por medio de indirectas que no quiere enamorarse de mí. Genial, Madeleine, eres asombrosa.

Simplemente fantástico.

– ¿Así que enamorarte de mí te supone un problema? –le digo vacilante, mientras le doy un pequeño puntapié a una piedrecilla en un intento de distraerme para que su respuesta me resulte menos dolorosa. Pero a cambio, se hace el silencio durante unos minutos en los que creo que me volveré loca.

Y lo suelta: –No. Me supondría un problema enamorarme más aún.

Pero entonces, giro hacia él y tuerzo los labios en una perfecta mueca de desentendimiento que él no comprende: –. No he entendido.

–Ya te diré.

–No…, quiero que me lo digas ahora –suspira frustrado.

– ¡Ay, Maddie, no me lo pongas tan difícil!

– ¿Yo te lo pongo difícil? ¡Oh, genial! ¡Esto es simplemente genial! –le digo irónica y acelero el paso mientras me suelto de su mano y las devuelvo a la comodidad de mis bolsillos de pielcilla artificial.

Lo oigo suspirar y sus pasos prácticamente corren hacia mí: –No, aguarda, Maddie –intenta tomarme del brazo, pero lo esquivo con una rapidez inhumana e ignoro sus llamados.

–Deja de hablarme –le susurro entre dientes y a pesar de la distancia sé que me ha oído.

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan a la defensiva? –me vuelvo hacia él y estiro los brazos al aire.

– ¿A la defensiva? ¿Yo? ¡Já! –río–. Horan, yo no estoy a la defensiva.

– ¿Lo ves?, ¡Eso es de lo que hablo! –entorno los ojos y sigo con mis pasos cortos, rápidos y decididos. Imparable.
Cuando creo que hasta lo he perdido, se aparece frente a mí y me obliga a retroceder unos cuantos pasos del susto que me ha dado. Creo que hasta he soltado un chillido y no me he oído.

– ¿Quieres dejar de seguirme?

–Pensé que daríamos un paseo…

–Bueno, pues el paseo ha acabado. ¡Puedes salirte de mi camino ya! –intento apartarlo sin éxito, porque ha demostrado una vez más que es más fuerte que yo. Suspiro, cierro los ojos y cuento hasta diez mentalmente cuando sus manos se ajustan a mis muñecas de tal forma que hasta siento que me ha elevado del piso.

– ¿Qué ocurre contigo, pequeña? –susurra dulcemente, y tengo que recordarme que en estos momentos lo odio porque si no lo besaría.

–Muévete.

–No hasta que me digas porque estás así de cascarrabias.

Y estallo: – ¿Yo? ¡¿Cascarrabias yo?! ¿Qué acaso es mi culpa que te vengas a hacer de misteriosín a mi ciudad, o que te vengas a instalar un campamento en mi casa sin mi consentimiento? ¡y luego… y luego me dices que te lo pongo difícil!, ¿Quieres saber lo que es realmente difícil? ¡Entenderte a ti es difícil! –espeto furiosa–. Me da rabia, tú me das… –no puedo seguir y mis labios ya no tiemblan de frío, hasta estoy segura de que han dejado de estar morados. Pero no es la adrenalina del momento o lo fúrica que me he puesto; él me ha callado con un beso.
Y a pesar de que mi orgullo me ordena a gritos que lo separe de mí y le comente casualmente que no me gusta que me interrumpan cuando estoy a punto de soltarle una bofetada, mi parte cuerda y racional no me lo permite.
¿Y qué digo? Sí en realidad ni puedo pensar.
Para cuando se separa de mí sonríe, porque me ha dejado atontada.
Debo dejar de caer tan fácil.

Debo. Dejarlo.

– ¿Qué me dices ahora? Mucho mejor, ¿eh? –suspiro.

Cuando estoy a punto de responderle vaya a saber uno qué cosa, porque nada se me ocurre, un chillido interrumpe mis palabras contenidas: – ¿Madeleine? ¿Eres tú, querida?

–Diana… –susurro entre dientes, rogándole al cielo que esa voz aguda y chillona tan reconocible y desagradable a mis oídos sea solo un producto de mi muy gastado cerebro. Pero no lo es, porque aquí viene dirigiéndose hacia mí.

– ¡Pero mírate nada más!, ¡claro que te han sentado de maravilla estos meses sin vernos! –le sonrío de la manera más falsa que puedo hacerlo, ya sea por interrumpir la cachetada épica que le debo a mi acompañante-mejor-amigo-casi-novio o porque simplemente su presencia me da náuseas.
Tanta perfección no va conmigo.

Retírate.

–Gracias, Diana… A ti también. Me gustan tus botas –a pesar de que me mentido porque es obvio que esas botas son de un gusto pésimo, es tan tonta que se lo ha creído. Diana es la persona más desagradable y desagradecida del mundo entero (y no es que yo sea muy agradecida, la verdad). Es compañera de curso y también pertenece al equipo de las porristas.
Me detesta profundamente desde que me hice popular y le quité su lugar como capitana a nuestros catorce años.
Y el sentimiento es mutuo, así que me da igual.

–Ya lo sé, cariño, son exquisitas. Las he comprado en mi viaje a parís, son unas Gucci originales –me importa un comino lo que sean–. ¿Y tú dónde te has ido?

Me cohíbo. Ella se ha ido a París y yo a un campo estúpido que se halla en el medio de la nada.
Me cohíbo, repito.
Pero me salva, milagrosamente.
O no del todo.
No, no me salva para nada.

–Oh, no había notado que traías compañía… ¿Quién es este apuesto muchacho? –le sonríe seductoramente y le besa la mejilla dejándole labial. Vuelvo a mi cuenta mental y aprieto la mandíbula antes de desfigurarle la cara. Aunque no le vendría mal una cirugía.
No, nada mal.

–Soy Niall –dice él, con toda la naturalidad del mundo y una sonrisa encantadora. Muy bien, acaba de besarme pero ya anda liando.
Míralo tú.
Qué bien.

Qué. Bien.

–Soy Diana… esta maleducada de aquí que no me presenta –ríe como si causase gracia y él la acompaña. Sonrío fingidamente y asiento.

–Muy maleducada, sí… –a partir de este momento, paso totalmente a segundo plano. Tengo que sentarme en la barandilla de una casa porque los pies me están matando y ellos dos no paran de hablar. Hasta he pensado en largarme porque la verdad ya me da igual si se quieren comer la boca, porque con esas miraditas ya prácticamente que se desnudan. Pero no lo hago porque (aunque ahora que lo pienso me es indiferente) no quiero que el duende se pierda.
Pero ya qué. Me alejo sin más y no es hasta que camino dos cuadras más que oigo los pasos acelerados de alguien detrás de mí.
Genial, repito que esto es extraordinario.
Magnífico, sí.

– ¡Hey, tú! ¿Por qué te fuiste? –dice totalmente animado, como si hablar con Diana le hubiera subido los sumos. Me fastidia.

– ¿Yo? ¿Te refieres a por qué me he alejado después de ser invisible casi treinta minutos de mi vida?, no es por nada, estoy estupendamente –apresuro el paso.

–La he invitado a salir –me detengo dispuesta a dejar salir cualquier barbaridad de mi boca y hasta de devolverlo a Irlanda, pero cuando me giro hacia el su sonrisa es tan inmensa que me pierdo.

– ¿Qué tú qué?

–Sí…, aunque no te preocupes, podríamos ir al cine con los chicos y ella vendría –sigue sonriendo.
Te romperé los dientes, enano.

–No.

– ¿Por qué no? –frunce el ceño.

–Porque me odia y la odio.

–A mí no me ha parecido…

– ¡Explícame cuántas cosas no te han parecido en tu vida o de cuántas no te has dado cuenta! Por dios, que inocente eres… –echo a andar.

– ¿Por qué habría ella de odiarte? –me sigue.

–Porque le he arrebatado todo desde que me hice popular.

–Y…

– ¡No te quiere a ti, imbécil!, ¡Sabe que podrías gustarme y hará lo que sea necesario para apartarte de mi lado! –grito y ya me da igual. Doy la vuelta y decido volver–. Que sepas que nunca más daré un paseo contigo.

–No me dejes solito.

–Cállate.

–Oh, vamos, Maddie… yo no lo he visto tan mal. Perdóname.

– ¿Qué cosa? ¿Su trasero? Oh, no te preocupes, nadie se lo ve tan mal –ironizo y él bufa.

–No la he invitado a salir por su trasero.

– ¿Por qué más entonces?

–Porque me agrada y tú deberías dejar tus celos de lado.

– ¡No estoy bromeando! La odio –él ríe y me toma del brazo, parando mi andar.
Odio que tenga más fuerza que yo.
Me sujeta a su pecho y ríe ante la sarta de obscenidades que susurro hacia ambos.

–A puesto a que quieres enviarme con mi madre.

– ¡No te equivocas!

–Bueno…, pues qué lástima, porque aquí me tienes –me suelta por fin y sigo con mi camino.

–Ya, da igual, volvamos.

–Espera…, ¿dónde está mi besito? –estira los labios y cierra los ojos, pero lo único que oye es mi risa irónica.

– ¿Cuál?

–El que me he ganado.

–Una patada en el trasero es lo que te has ganado.
***
Su buen humor todo el día de ayer me resultó infinitamente irritante y mucho más aún cuando procuraba ignorarlo.
Da igual, he dormido con Marina, quien está infinitamente feliz porque Louis le ha dado una oportunidad.
Hasta me parloteó durante toda la noche sobre una especie de cita que habían compartido en el campo.
Por un momento me apenó pensar que ella podría estar tan ilusionada con él, mientras que él me buscaba a mí, que no le tengo ni un poco de aprecio en cuanto a cuestiones amorosas.
Pero me alegra saber que ambos se dan la oportunidad y solo espero que él no la lastime.
Cierro los ojos y suspiro. Ojalá la vida fuera tan fácil y simple, pero es que de verdad se me está complicando.
Marina sale de ducharse, se cambia, me avisa que saldrá con Louis a desayunar a no sé qué cafetería que mi madre les ha recomendado y se larga dejándome solitaria.
Acaricio las paredes de mi habitación y pienso en cuanto la he extrañado.
Al final termino por seguir los pasos de mi amiga y salgo de mi habitación a media mañana, ya cambiada.
No tengo planes, pero supongo que podría llamar a algunas amigas y salir un rato de la casa.
Bajo las escaleras de uno en uno y me encuentro con los chicos y mis hermanos compartiendo un desayuno ameno en la cocina.
– ¿Dónde está mi madre? –pregunto.

–Hola, excelente ¿y tú? –entorno los ojos hacia Joe y repito la pregunta.

–Salió con papá.

– ¿A dónde?

–Vuelven a trabajar por la tarde –y casi tiro la leche fuera del plato. Me giro hacia ellos con las cejas en alto y Evan se encoje de hombros.
Creo que ellos ya han superado que no existimos en sus vidas. O no es eso…, pero no quieren que pasemos necesidad otra vez y solo se encargan de trabajar y hacer viajes.
Nada para nosotros más que el dinero.
Nada.

–No…, no puede ser. Es muy pronto. El año pasado volvieron en Julio.

–Comenzarán antes este año –frunzo el ceño.

– ¿Y qué queda de nosotros?

–Maddie… –susurra Evan en un intento de calmarme antes de que explote.

–Yo quiero a mis padres en mi casa y no me importaría no tener dinero.

– ¿Y qué ocurre con tus compras semanales? –dice Joe.

– ¿Y qué ocurre con nuestra familia?

–Seguirá ahí, supongo –responde.

– ¿A dónde? Yo no la veo por ninguna parte.

– ¡Madeleine! –me reprende.

– ¿Qué? ¿No tengo razón? ¿Acaso para ti es vida tener que acompañarme a la escuela, prepararme el almuerzo y la cena y hablar conmigo de chicos o relaciones? –me mira frívolo y vuelve a comer.
La mesa queda en silencio.

–Tiene razón.

–Oh, tú cállate –le dice a Joe, quién le entrecierra los ojos.

–No me hagas callar. Soy mayor.

–Por dos minutos.

–Me hace mayor igual –suspiro frustrada y me retiro de la cocina. Puedo oír como Evan me llama preguntándome a dónde voy, pero sólo quiero alejarme de todo.
De todas formas, no hago más que salir de la casa y dirigirme al patio delantero, donde hay una especie de sillón-hamaca parecido al que tenemos en el campo.
Me siento y miro al cielo esperando a que las respuestas a mis problemas caigan sobre mí como las gotas de lluvia.
–Maddie –dicen a mi lado.

– ¿Qué quieres?

–Tus padres quieren lo mejor para ti.

–No…, ellos solo quieren mantenerse ocupados en algo más que no sea su labor de padres. ¿Sabes lo duro que es para mí no tener alguien que me aliente a crecer y seguir mis aspiraciones? ¡No sé a qué he venido a la vida! ¡No tengo metas, sueños ni nada que me depare un futuro más que permanecer sentada tras un escritorio en esas estúpidas oficinas que hasta están mal decoradas!

–Maddie, no seas egoísta. Ellos no quieren que ustedes pasen hambre.

–Liam, en este momento lo único que me importa es tener una familia.

– ¿Y por qué no la disfrutaste durante el verano? –pienso, pero no hayo respuestas. Al final suspiro porque últimamente vivo frustrada.

–No lo sé.

–Somos tu familia, ¿está bien? –asiento y me dejo caer a duras penas sobre él, mientras me abraza a su pecho.

– ¿Sabes? Niall se ha hecho amigo de una persona que me odia profundamente y hasta la ha invitado a salir y todo –él ríe.

– ¿Así que por eso estuviste así todo el día de ayer?

– ¡Dile que retire la invitación!

–Ay, Maddie, déjalo. ¿Cuántas veces te he dicho que solo te quiere a ti?

–Pues, no lo sé, ¿le vendría mal demostrarlo de vez en cuando?

– ¿Qué no te besa todo el día?

– ¿Y con eso qué? Me besa porque no tiene a nadie más que lo haga, ya te lo he dicho. A puesto a que en cuanto Diana se le acerque un paso más, ya ni se acordará de mi nombre.

– ¡No digas eso que no es cierto!

–Pero claro que no lo es… –pero claro, yo siempre haciendo mis especulaciones en voz alta sin notar que alguien más puede estar oyéndome. Seguro que Liam si sabía, claro, como no.
Se separa de mí, me alza los pulgares antes de adentrarse en la casa y me quedo sola con él.
Hasta el viento resulta más ruidoso que nosotros.

– ¿A qué has venido?

– ¿Por qué dices eso? –evasiva–. Yo nunca te olvidaré.

– ¿Quieres saber que me molesta? Me molesta que…, que… –suspiro y me decido; si esto sale mal, tendré que despedirme de mi dignidad por siempre. Oh, y no lo olvido, de mi amistad con el rubio.
Pero es el primer código en las reglas del Manual de amoríos que hemos establecido con mis amigas en una hora libre hace unos años.
La regla y ley que recita sencillamente: ¿Lo amas? Díselo.
Y ya qué… aquí vamos.
–me molesta que te quiero y tú no a mí.
Inspecciono su rostro al no recibir respuesta, pero él parece confundido.

–Sí que te quiero.

–No entiendes… querer, querer de querer –frunce el ceño–. ¡Querer, Niall! ¡Yo estoy enamorada de ti!