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Mensaje por Ava Del Angel Sáb 09 Mar 2013, 7:57 pm

Capitulo 10


Durante algunos instantes, en Lobby, _____ había estado segura de que Nicholas se acordaba de ella. Pero no habían sido más que eso: instantes fugaces y etéreos que habían desaparecido como telarañas arrastradas por el viento. Y ella, que era una persona muy honesta, empezó a dudar de todo.
Tal vez su primer encuentro con Nicholas no había sido más que un sueño. Tal vez se había enamorado de su fotografía y se había imaginado los acontecimientos que siguieron a la partida de Rachel y Aaron. Tal vez se había quedado dormida sola en el huerto de manzanos y todo había sido la ilusión solitaria y desesperada de una jovencita de un hogar desestructurado que nunca se había sentido amada. Era posible.
Cuando todo el mundo cree una cosa y tú eres el único que piensa de otro modo, la tentación de integrarte en el grupo es enorme. Lo único que _____ tenía que hacer era olvidar, negar, suprimir. Y volvería a ser una persona como las demás.
Pero ella era demasiado fuerte para rendirse. No había querido montar un número en el club cuando Nicholas le había echado en cara su virginidad, porque habría sido llamar la atención sobre un hecho del que se sentía un poco avergonzada. Y tampoco había querido obligarlo a reconocerla ni a reconocer que habían pasado una noche juntos, ya que tenía un corazón puro y no le gustaba forzar a nadie a nada.
Cuando vio la confusión en la cara de Nicholas mientras estaban bailando y se dio cuenta de que su mente no le permitía recordar, _____ lo dejó correr. La preocupaba lo que un súbito reconocimiento podía provocar en él y el temor a que su cerebro estallara como la taza de café de Grace la decidió a no decir nada.
_____ era una buena persona. Y a veces la bondad no cuenta todo lo que sabe. A veces, la bondad espera el momento adecuado y aguanta como puede hasta entonces.
El profesor Jonas no era el hombre del que se había enamorado en el huerto de manzanos. Era fácil darse cuenta de que a El Profesor le pasaba algo. No era sólo que fuera una persona sombría o deprimida; era un ser perturbado. A _____, familiarizada con el alcoholismo de su madre, la preocupaba que tuviera problemas con la bebida.
Pero su bondad le impedía hacerle daño, obligándolo a mirar algo que él no quería ver.
Habría hecho cualquier cosa por Nicholas, el hombre con el que había pasado una noche en el bosque, si él le hubiera dado el más mínimo indicio de que la quería.
Habría descendido a los Infiernos y lo habría buscado por todos sus círculos hasta encontrarlo. Habría atravesado con él las puertas y lo habría traído de vuelta, arrastrándolo. Si Nicholas hubiera sido Frodo, _____ habría sido su Sam y lo habría seguido hasta las entrañas del Monte del Destino.
Pero El Profesor ya no era su Nicholas. Éste estaba muerto. Había desaparecido dejando tras de sí sólo vestigios en el cuerpo de un clon torturado y cruel. Nicholas había estado a punto de romperle el corazón una vez y _____ no iba a permitir que volviera a hacerlo.
Antes de irse de Toronto y regresar con Aaron y con ese grupo perturbado que tenía por familia, Rachel insistió en visitar el apartamento de _____. Ésta había ido dándole largas y Nicholas le había aconsejado a su hermana que no se presentase sin avisar. Sabía que en cuanto Rachel viera dónde vivía, se encargaría de hacer sus maletas personalmente y la obligaría a mudarse a un sitio más confortable, a ser posible a la habitación de invitados de Nicholas. (Sólo cabía imaginar cuál sería la respuesta de Nicholas a esa idea, pero sería algo parecido a «¡Ni de puta broma!».)
Y así, el domingo por la tarde, Rachel llegó a casa de _____ para tomar el té y despedirse de ella antes de que Nicholas la acompañara al aeropuerto.
_____ estaba nerviosa. Como un sobrio monje medieval, tenía la virtud de la fortaleza, así que no la asustaba la falta de comodidades. Al firmar el contrato no le había parecido que su agujero de hobbit estuviera tan mal. Era un lugar seguro, estaba limpio y se lo podía permitir. Pero una cosa era lo que ella pensara y otra muy distinta enseñárselo a su amiga.
—Tengo que advertirte que es muy pequeño. Pero recuerda que vivo gracias a una beca de estudios y que no puedo trabajar para sacarme algo de dinero extra porque no tengo permiso de trabajo. Así que, como comprenderás, no puedo permitirme vivir en
un edificio como el de Nicholas ni nada remotamente parecido —le explicó, mientras
Rachel entraba en el apartamento.
Ésta asintió y dejó una gran caja cuadrada encima de la cama. Nicholas ya la había avisado de lo pequeño que era el sitio. Y le había dicho que no se le ocurriera escandalizarse, porque él todavía se sentía culpable por su horrible reacción.
A pesar de todo, Rachel no estaba preparada para lo que vio. El espacio era diminuto, destartalado y todo lo que contenía era de segunda mano y barato. Todo menos las cortinas, la ropa de cama y las pocas cosas que _____ se había traído de casa.
Rachel intentó disimular. Recorrió el estudio, lo que hizo en unos cinco pasos, miró dentro del armario, examinó el lavabo y permaneció en el área de cocinar mirando el patético hornillo eléctrico y el decrépito microondas. Luego se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar.
_____ se quedó clavada en el suelo, sin saber qué hacer. Sabía que a su amiga la afectaba mucho la fealdad, pero había tratado de que su apartamento estuviera lo más bonito posible. Por eso había usado el lila para la decoración. Pensaba que Rachel sabría apreciarlo.
Poco después, ésta se recuperó. Secándose las lágrimas, se echó a reír, pero era una risa histérica.
—Lo siento. Son las hormonas y la falta de sueño. Desde que murió mamá estoy muy sensible. Y luego está todo el tema de mi padre, Aaron y la boda. Oh, _____. Ojalá pudiera llevarte conmigo a Filadelfia. Hay tanto espacio libre en casa. Sólo la cocina ya es más grande que tu estudio.
Ella la abrazó con fuerza hasta que Rachel se echó a reír.
—Nicholas me dijo que eras muy exigente con el té. Se quedó impresionado con tu manera de prepararlo. Y ya sabes lo mucho que cuesta impresionarlo. Así que voy a acurrucarme en tu bonita cama lila y a aprender a prepararlo —dijo, dejándose caer sobre la colcha, colocándose la caja sobre las rodillas y tratando de mostrarse contenta para no entristecer a su amiga.
A _____ la sorprendió que Nicholas se acordara del té, después de lo muy ocupado que había estado ese día criticando sus hábitos alimenticios. Pero trató de no pensar en ello y centrarse en Rachel. Quería que se sintiera cómoda y se olvidara de sus problemas por un rato. Pronto estuvieron las dos sentadas en la cama, con una taza de té en la mano y comiendo trufas que _____ había comprado con los fondos de emergencia.
—Tengo que contarte algo sobre Nicholas—dijo Rachel, pasando un dedo por el borde de la taza.
—No quiero oírlo.
Su amiga la miró frunciendo el cejo.
—¿Por qué?
—Porque es mi profesor. Es... más seguro fingir que no nos conocemos. Hazme caso.
Rachel negó con la cabeza.
—Él me dijo algo parecido. Pero yo le contesté que me daba igual. Es mi hermano y le quiero. Y hay unas cuantas cosas que deberías saber sobre él.
_____ suspiró y asintió.
—Si supiera que te estoy contando esto, me mataría, pero creo que te ayudará a entender su actitud. ¿Te explicó mi madre alguna vez la historia de su adopción?
—Sólo me contaba las cosas buenas: lo orgullosa que estaba de él; lo bien que le iban las cosas en Princeton o en Oxford. Nunca me habló de su infancia.
—Mamá lo encontró cuando tenía nueve años, vagando cerca del hospital de Sunbury. Iba de viaje con su madre, que estaba alcoholizada, y ella se puso enferma. La ingresaron en Sunbury, pero acabó muriendo, de pulmonía, creo. Sea como sea, mamá encontró a Nicholas, que no tenía ni un dólar. Ni siquiera podía comprarse una lata en la máquina de refrescos. Cuando localizó a sus parientes por teléfono, éstos le dijeron que no querían saber nada del niño. Nicholas siempre supo que su familia no lo quería.
Pero a pesar de lo que mis padres hicieron por él, nunca se sintió a gusto en casa.
Nunca se sintió un Clark.
_____ pensó en ese niño hambriento y asustado y tuvo que reprimir las lágrimas. Se imaginó sus ojos, grandes y azules, en su cara angelical. El pelo castaño alborotado, la ropa sucia y la madre loca a causa del alcohol. _____ sabía lo que era tener una madre alcohólica. Sabía lo que era irse a la cama llorando cada noche, esperando que alguien, cualquier persona, la amara. Nicholas y ella tenían más cosas en común de lo que parecía. Muchas más.
—Lo siento, Rachel. No lo sabía.
—No estoy excusando su mala educación. Sólo te estoy contando quién es. Tras la horrible pelea con Scott, mamá dejó una vela encendida en la ventana cada noche.
Pensó que si Nicholas pasaba por allí y no se atrevía a entrar, la vela le diría que ella lo estaba esperando y que lo seguía queriendo.
_____ negó con la cabeza. No le extrañaba. Era típico de Grace. Era la caridad personificada.
—Nicholas finge ser una persona sana, pero está herido por dentro. En lo más profundo de su alma se odia. Le he pedido que te trate bien, así que espero que de ahora en adelante se comporte mejor. Si no lo hace, dímelo y yo me ocuparé de él.
_____ resopló.
—Básicamente me ignora. No soy más que una estudiante recién licenciada y nunca permite que me olvide de ello.
—Me cuesta creerlo. No creo que se dedique a observar con tanta intensidad a todas las estudiantes recién licenciadas.
_____ se entretuvo mirando la trufa para no tener que levantar la cabeza.
—¿Me observa? —preguntó, tratando de parecer relajada, aunque la voz le tembló un poco.
—Te observa constantemente. ¿No te has dado cuenta? No dejó de mirarte durante la cena de la otra noche, ni en el club. Cada vez que bebes, no aparta los ojos de ti. Y cuando le guiño un ojo, frunce el cejo. —Rachel la miró, pensativa—. Cada vez que os veo juntos, pienso que me estoy perdiendo algo. Cuando le dije que iba a ir de compras, no sólo no intentó evitarlo sino que me animó. Hasta me dio dinero.
—¿Y qué? Me parece bien. Para eso están los hermanos mayores. ¿Qué te compraste?
—El dinero no era para mí, era para ti.
_____ arrugó la frente y se volvió para mirar a su amiga.
—¿Por qué demonios iba a hacer algo así?
—Dímelo tú.
—No tengo ni idea. Ha sido muy antipático conmigo desde que llegué.
—Bueno, pues el caso es que me dio dinero y me dijo que te comprara un regalo.
Fue muy específico. Así que, aquí tienes.
Rachel le acercó la caja al regazo.
—No lo quiero.
_____ trató de apartarla, pero su amiga se lo impidió.
—Al menos, ábrela primero.
Ella negó con la cabeza, pero Rachel no se rindió, así que acabó abriendo la caja.
Dentro había un precioso maletín de piel color chocolate, de los que pueden llevarse por las asas o en bandolera. Al sacarlo vio la etiqueta de Fendi.
«Mierda», pensó.
—¿Qué te parece?
—No... no lo sé —balbuceó, contemplando el precioso maletín asombrada.
Rachel se lo quitó de las manos y empezó a abrir sus distintos compartimentos, comentando lo bien cosido que estaba y la calidad de sus acabados.
—Es perfecto para llevar el ordenador portátil. Es funcional y femenino. ¡Y es italiano! Las dos sabemos que tanto Nicholas como tú tenéis debilidad... por todo lo italiano —añadió tras una pausa para ver si _____ reaccionaba de alguna manera y se delataba.
El rubor de sus mejillas y su nerviosismo le dijeron todo lo que necesitaba saber, así que decidió no seguir atormentándola.
—Me pidió que no te dijera que era de su parte. Por supuesto, no le he hecho caso
—añadió, riéndose.
—Lo que quiere tu hermano es no volver a ver mi vieja mochila. Su sola existencia ofende su patricia sensibilidad, así que te ha usado para que me libres de ella. Pero no pienso hacerlo. Es una mochila L. L. Bean, ¡maldita sea! Está garantizada de por vida. Si la envío a Maine me la cambian por una nueva. Llévate el maletín. Que se lo meta por ese culo suyo demasiado bueno para productos nacionales.
Rachel la miró sorprendida, pero en seguida reaccionó.
—No va a echar de menos el dinero. Lo tiene a montones.
—Los profesores no ganan tanto.
—Es verdad, pero el suyo lo heredó.
—¿De Grace?
—No, de su padre biológico. Hace unos años, un abogado localizó a Nicholas y le dijo que su padre había muerto y le había dejado un montón de dinero en herencia.
Creo que hasta ese momento nunca supo ni de quién era hijo. De entrada, rechazó la herencia pero luego cambió de opinión.
—¿Por qué?
—No estoy segura. Fue después de la pelea con Scott. Después de aquello, pasé bastante tiempo sin hablar con Nicholas. Hoy en día, creo que se esfuerza en gastárselo rápido, porque no para de acumular intereses. No pienses en el maletín como en un regalo suyo. Piensa que le estás ayudando a pulirse la fortuna de su padre. Él quiere gastársela y que tú tengas algo bonito. Me lo dijo.
_____ negó con la cabeza.
—No puedo aceptarlo. No me importa de dónde venga el dinero.
Rachel la miró apenada.
—Por favor, _____. Nicholas nos ha mantenido apartados de su vida durante demasiado tiempo. Justo ahora que empieza a permitirme que me acerque a él otra vez, no quiero perderlo de nuevo —dijo, haciendo una mueca.
—Lo siento, no puede ser. Es mi profesor, podría meterse en un lío por hacerme regalos.
Rachel la cogió de la mano.
—¿Se lo contarías a alguien?
—Claro que no.
—Mejor, porque se supone que es un regalo atrasado por tu cumpleaños. —Abrió mucho los ojos—. Oh, Dios mío, _____. Tu cumpleaños. Se me olvidó. Lo siento.
Ella apretó los dientes.
—No lo sientas, ya no lo celebro. Es demasiado duro. No puedo.
—¿Has vuelto a saber algo de... él?
_____ sintió que se le revolvía el estómago.
—Sólo cuando está borracho o enfadado por algo. Pero al venir aquí me cambié de teléfono para que no pueda localizarme.
—¡Desgraciado! —exclamó Rachel—. Sé que no debería haberte dicho que Nicholas había pagado el maletín, pero no he querido mentirte. Sé lo que duele descubrir que te han engañado y yo no quiero hacerlo.
Las dos amigas intercambiaron una significativa mirada. _____ se quedó contemplando el maletín, pensando en sus implicaciones, las declaradas y las ocultas.
No quería recibir regalos de Nicholas. Él la había rechazado. ¿Qué sentido tenía tener aquel maletín en un agujero de hobbit? ¿Y cómo podía llevarlo encima todo el día sabiendo que era un regalo suyo? Sabiendo que él lo vería y la miraría con suficiencia, pensando que le había hecho un favor. Ni hablar. Ni por todo el oro del mundo.
Rachel se dio cuenta de lo que iba a decir antes de que abriera la boca.
—Si no la aceptas, sabrá que algo ha ido mal y me echará las culpas a mí.
_____ lo maldijo en silencio:
«Oh, dioses de los pretenciosos especialistas en Dante que van por el mundo con un palo metido en el culo, haced que le salgan ronchas como rodajas de mozzarella en el pene. Por favor. Algo que pique mucho».
Pero _____ haría cualquier cosa por su amiga.
—Oh, de acuerdo. Lo haré por ti y sólo por ti. Pero haz el favor de decirle que no se le ocurra comprarme nada más. Estoy empezando a sentirme como uno de los niños de las campañas de Unicef.
Rachel asintió sonriendo y se comió otra trufa. Luego se lamió el chocolate que le había quedado en los labios y cerró los ojos.
—Hum. Qué buenas.
_____ abrazó el maletín y aspiró el aroma a cuero.
«Nicholas ha querido que tenga un regalo. Debe de sentir algo por mí, aunque sólo sea lástima. Y ahora tengo algo suyo, aparte de la foto. Algo que podré conservar para siempre.»
Dejó pasar unos momentos antes de cambiar de tema.
—¿Qué pasó durante el funeral? Envié unas flores con una tarjeta. Nicholas la vio, pero no entendió por qué le enviaba flores a su madre.
—Sí, algo oí. Vi las gardenias y Scott me dijo que las habías enviado tú, pero la tarjeta desapareció antes de que pudiera explicarle nada a Nicholas. Estaba destrozada.
Mis hermanos se estaban peleando otra vez y en lo único que yo pensaba era en mantenerlos a distancia para que nadie acabara siendo arrojado por una ventana. O encima de una mesita auxiliar...
_____ pensó en cristales rotos, sangre y una alfombra blanca y se estremeció.
—¿Por qué se pelean tanto?
Rachel suspiró.
—Antes no era así. Nicholas cambió cuando se marchó a Harvard... —Dejó la frase inacabada.
Ella no quiso presionarla, así que no insistió.
—Después de la pelea con Scott, tardó mucho en volver a casa. Y luego, cuando regresaba, sólo se quedaba un par de días. Insistía en dormir siempre en un hotel, aunque sabía que eso le rompía el corazón a mamá. Y Scott se encarga de recordarle lo mucho que la hizo sufrir siempre que puede. —Rachel mordisqueó otra trufa, pensativa
—. Scott admiraba mucho a Nicholas y cuando las cosas empezaron a torcerse se lo tomó muy a pecho. Ahora casi no se dirigen la palabra y cuando lo hacen es aún peor.
—Rachel se estremeció—. No sé qué habría hecho yo sin Aaron. Supongo que echar a correr para no volver nunca.
—Hasta una familia disfuncional es mejor que no tener familia —dijo _____ en voz baja.
Su amiga la miró con tristeza.
—Sí, antes éramos los Clark. Ahora somos una familia disfuncional: la madre muerta, el padre destrozado por el dolor, una oveja negra irascible y un hermano cabezota llamado Scott. Supongo que yo soy la única normal de la familia.
—¿Scott tiene novia?
—Salía con una mujer de su oficina, pero rompieron antes de que mamá se pusiera enferma.
—Lo siento.
Rachel suspiró.
—Mi familia es como una novela de Dickens, _____. No, peor. Somos una mezcla retorcida de Arthur Miller y de John Steinbeck, con una pizca de Dostoievski y de
Tolstoi para darle sabor.
—¿Tan grave es la cosa?
—Sí. Me temo que hay también elementos de Thomas Hardy acechando bajo la superficie. Y sabes que odio a ese cabrón manipulador.
_____ reflexionó sobre las palabras de Rachel y deseó que se estuviera refiriendo a El alcalde de Casterbridge y no a Tess la de los d’Uberville o, Dios no lo quisiera, a Jude el oscuro. (Lamentablemente, _____ no se detuvo a plantearse qué novela de
Hardy describía mejor su propia historia.)
—Desde que mamá murió, todo está patas arriba. Papá sólo habla de jubilarse y de vender la casa. Quiere trasladarse a Filadelfia para estar más cerca de Scott y de mí. Cuando le preguntó a Nicholas si le importaría que vendiera la casa, éste salió disparado y desapareció en el bosque. Tardó horas en volver.
_____ inspiró hondo y empezó a juguetear con el asa del maletín.
Rachel, que estaba dejando la taza de té en la mesa plegable y luego fue un momento al baño, no se dio cuenta, pero sus palabras habían alterado mucho a _____.
Cuando regresó, ésta se estaba añadiendo agua al té y se había obligado a tranquilizarse.
Su amiga la miró preocupada.
—¿Qué te dijo Nicholas en la pista de baile que te molestó tanto? Ah y, por cierto, mi español está bastante oxidado, pero Bésame mucho ¡es una canción muy caliente!
¿Sabes lo que dice la letra?
_____ se forzó a respirar lentamente para no hiperventilar. Sabía que no le quedaba otro remedio que mentirle a Rachel, pero no le gustaba hacerlo.
—Me dijo que sabía que yo era virgen.
—¡Será cabronazo! ¿Por qué hace esas cosas? —La joven negó con la cabeza, incrédula—. Ya verás cuando lo pille por banda. Pienso echarle en cara las fotos que tiene en su dormitorio y...
—No te molestes. Es verdad, ¿para qué negarlo? —_____ se mordió el labio inferior—. Pero no sé cómo lo adivinó. No es que yo vaya presentándome así por los sitios: «Buenas tardes, profesor Jonas. Soy la señorita Mitchell y soy una virgen de Selinsgrove, Pensilvania. Encantada de conocerle».
Rachel hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
—No le des más vueltas. Piensa que nunca le falta compañía femenina. Estoy segura de que notó que eras distinta de las demás mujeres que estaban allí esa noche.
Probablemente eras la única mujer, aparte de mí, que no estaba en celo.
A _____ no le hizo ninguna gracia el comentario, pero no dijo nada.
—Cuando volviste de la pista de baile parecía que acabaras de ver un fantasma.
Tenías el aspecto que me imagino que debías de tener cuando te encontraste a Si...
—Por favor, Rachel, no quiero hablar de esa noche. Ni siquiera quiero pensar en esa noche.
—Debería haberlo atropellado por lo que te hizo. Aún estoy a tiempo. ¿Está en Filadelfia? Dame su dirección.
—Por favor —insistió _____.
Rachel le dio un abrazo cariñoso.
—No te preocupes. Algún día serás feliz. Te enamorarás de un chico guapo y él se enamorará de ti. Te amará tanto que te dolerá. Os casaréis, tendréis una niña y seréis felices para siempre. Creo que en Nueva Inglaterra. Al menos, ésa es la historia que yo escribiría para ti si pudiera.
—Espero que se haga realidad. Me gusta creer que esas cosas son posibles, incluso para mí. Porque si no...
Su amiga la interrumpió con una sonrisa.
—Si hay alguien que se merezca un final feliz, ésa eres tú. A pesar de todo lo que te ha pasado en la vida, no te has convertido en una persona amargada. Ni fría. Sólo te has vuelto un poco reservada y tímida, pero no hay nada de malo en ello. Si yo fuera una hada madrina, te concedería tu deseo inmediatamente. Te secaría las lágrimas y te diría que no lloraras. Ojalá Nicholas siguiera tu ejemplo. Podría aprender una o dos cosas de ti sobre cómo enfrentarse al dolor y la frustración.
La soltó y la miró de cerca antes de seguir hablando.
—Sé que es pedirte mucho, pero ¿cuidarás de Nicholas, por favor?
_____ se volvió hacia la tetera y llenó de nuevo las tazas para que no le viera la cara.
—Nicholas me odia y me desprecia. Si ha tolerado mi presencia estos días ha sido por ti.— Eso no es cierto. Tienes que creerme, he visto cómo te mira. Puede ser... frío, pero aparte de a sus padres biológicos, Nicholas no ha odiado a nadie en su vida. Ni siquiera a Scott.
—No sé cómo podría cuidar de él —dijo _____, encogiéndose de hombros.
—En realidad no hace falta que hagas nada. Sólo mantener los ojos abiertos. Y si ves que actúa de un modo extraño o que se mete en líos, avisarme. A cualquier hora del día o de la noche.
Ella la miró, escéptica.
—Lo digo en serio, _____. Ahora que no está mamá, tengo miedo de que vuelva a caer en la oscuridad. No quiero perderlo otra vez. A veces tengo la sensación de que está en el borde de un precipicio y que cualquier movimiento, el menor soplo de aire,
pueden hacerlo precipitarse al vacío. Y no puedo permitirlo.
_____ frunció el cejo un momento, pero en seguida asintió.
—Haré todo lo que esté en mi mano.
Rachel cerró los ojos y dejó escapar el aire.
—Me voy mucho más tranquila sabiendo que estás cerca. Serás su ángel guardián.
—Rió suavemente—. Tal vez se le pegue parte de tu buena suerte.
—Yo tengo muy mala suerte y tú lo sabes mejor que nadie.
—Has conocido a Paul, que parece un chico estupendo.
_____ sonrió.
Rachel se alegró al verlo.
—No creo que a Paul le importara enterarse de que eres... ya sabes. Aunque no es que sea nada malo.
Ella se echó a reír.
—Puedes decirlo, Rachel, no es ninguna palabrota. Y tienes razón, seguro que a
Paul no le importaría que sea virgen. Pero por suerte no hablamos de esas cosas.
Poco después, Rachel le dio un último abrazo de despedida y subió al taxi que la llevaría a casa de su hermano.
—Un día de éstos, cuando acabe de poner en orden todos los asuntos que tengo en la cabeza, voy a empezar a planear una boda. Espero que seas mi dama de honor.
_____ sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Por supuesto. Sólo tienes que decirme cuándo. Y, si quieres, te ayudaré con los preparativos.
Su amiga le lanzó un beso desde el interior del taxi.
—Cuando vine hace unos días no sabía qué me iba a encontrar. Tenía miedo. Pero ahora estoy muy feliz de haber venido. Al menos dos de las piezas de mi vida rota están volviendo a encajar. Si Nicholas se mete contigo y te hace sufrir, avísame. Cogeré el primer avión.
Con la partida de Rachel, _____ y Nicholas se vieron obligados a prescindir de la guía de su santa Lucía particular. Pero como si de una auténtica santa se tratara, antes de partir había llevado a cabo todas las misiones que se había propuesto. Y había sembrado semillas que germinarían pronto de maneras inesperadas.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 4 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Dom 10 Mar 2013, 12:11 pm

Capitulo 11


El martes por la tarde, a última hora, _____ y Paul estaban sentados en el Starbucks de la calle Bloor, disfrutando de sus respectivos cafés, acurrucados en un sofá de terciopelo lila y charlando. Estaban cerca, pero no demasiado. Lo bastante cerca como para que Paul pudiera admirar su belleza; lo suficientemente lejos como para que _____ pudiera mirarlo a los ojos —aquellos ojos grandes y amables— y no sentirse inquieta.
O apabullada.
—¿Te gustan los Nine Inch Nails? —le preguntó ella, que sostenía un vaso grande de café con las dos manos.
A Paul le sorprendió la pregunta.
—Pues no. La verdad es que no —respondió, encogiéndose de hombros—. Trent Reznor me crispa bastante. Menos cuando canta temas de Tori Amos. ¿Por qué? ¿A ti te gustan?
_____ se estremeció.
—No. En absoluto.
Él rebuscó en su maletín y sacó un CD.
—Éste es el tipo de música que me gusta. Música que me permita trabajar mientras la escucho.
—¿Hem? Nunca he oído hablar de ellos —dijo _____, dándole la vuelta a la funda.
—Tienen una canción que creo que te gustaría. Se llama Half Acre. Salía en un anuncio de seguros de la tele, así que puede que te suene. Es preciosa. Y nadie grita, ni da berridos ni te dice que te va a fo... —Se interrumpió, ruborizándose. Estaba tratando de hablar bien cuando estaba con ella, pero no acababa de conseguirlo.
_____ le alargó el CD, pero Paul lo rechazó.
—No, lo compré para ti. El álbum se llama «Rabbit songs». Canciones de conejos para el Conejito.
—Gracias, pero no puedo aceptarlo.
Él pareció ofendido. Y dolido.
—¿Por qué no?
—Porque no. Pero gracias de todos modos.
—Pues has aceptado que alguien te regalara un precioso maletín —protestó Paul, señalándolo—. ¿Un regalo de Navidad adelantado de algún novio?
—No tengo novio —respondió ella, incómoda—. La madre de mi mejor amiga quiso que me lo quedara. Murió hace poco.
—Lo siento, Conejito. No lo sabía.
Le dio unas palmaditas en la mano y dejó el CD en el sofá, entre los dos. _____ no se apartó. De hecho, estuvo rebuscando en el maletín hasta que encontró el CD del profesor Jonas y se lo devolvió, sin apartar la mano que Paul le tenía sujeta en ningún momento.
—¿Qué puedo hacer para convencerte de que aceptes mi regalo? —preguntó él, mientras guardaba el CD de Mozart en su maletín.
—Nada. Ya he recibido demasiados regalos últimamente. Estoy servida.
Paul enderezó la espalda y sonrió.
—Deja que lo intente. Tienes unas manos tan pequeñas... Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas —añadió, moviendo sus manos unidas para verlas desde todos los ángulos. La de _____ se veía diminuta dentro de las de él.
Ella lo miró con curiosidad.
—Es muy bonito. ¿Se te ha ocurrido ahora?
Paul apoyó la cabeza en el respaldo y se acercó la mano de _____ a los ojos, mientras le trazaba la línea de la vida con el pulgar. Parecía como si le estuviera leyendo la palma de la mano.
—No, es una cita del poema de E. E. Cummings, «En algún lugar al que nunca he viajado». ¿Lo conoces?
—No, pero me encantaría. —La voz de _____ sonó tímida de repente.
—Algún día te lo leeré. —Paul la miró a los ojos con una sonrisa esperanzada.
—Me gustará mucho.
—No es de Dante, pero es bonito. —El pulgar de Paul le presionó ligeramente la mano—. Y me recuerda a ti. Tú estás en un lugar al que nunca he viajado. Tú, tu fragilidad y tus manos diminutas.
_____ se inclinó hacia adelante para disimular el rubor que le cubría las mejillas y bebió un poco de café. Pero permitió que Paul siguiera acariciándole la mano dulcemente. Al llevarse el vaso a los labios, su vetusto jersey de lana lila le resbaló un poco del hombro, dejando al descubierto unos cinco centímetros de tira de sujetador de algodón blanco y una curva de piel de alabastro.
Inmediatamente, Paul le soltó la mano y le cubrió la inocente tira con el jersey, apartando la vista para no incomodarla.
—Así —susurró—. Arreglado.
Y volvió a reclinarse en el asiento. No quería arriesgarse a que se enfadara. Con mucha prudencia, le volvió a coger la mano. Tenía miedo de que la apartara en cualquier momento.
_____ observaba lo que él estaba haciendo conteniendo el aliento. Parecía como si todo sucediera a cámara lenta. La manera de actuar de Paul le llegaba al corazón. Sus movimientos eran íntimos pero castos al mismo tiempo. Le había tapado el hombro.
Había cubierto una parte de su cuerpo pequeña e inocente, para protegerla de miradas lujuriosas. Y, al hacerlo, le había demostrado su aprecio y su respeto. Virgilio la estaba honrando.
Con ese acto, galante y caballeroso, se había ganado el acceso a su corazón. No hasta el fondo, pero sí hasta el Vestíbulo, por decirlo de alguna manera. Si ese gesto había sido una muestra del contenido de su alma, _____ estaba convencida de que no le importaría que fuera virgen. Estaba segura de que, al enterarse, la cubriría con una manta de aceptación.
No la acusaría ni se burlaría de ella. Y mantendría cualquier secreto que tuvieran entre los dos, sin contárselos a nadie. No la trataría como a un animal; no la follaría ni la violaría. Y no querría compartirla con nadie.
Empujada por esos sentimientos, hizo algo impetuoso: se inclinó hacia Paul y lo besó. Fue un beso tímido y casto. No sintió que la sangre se le acelerara, ni una vibración por todo el cuerpo, ni una explosión de calor. Los labios de él, que eran muy suaves, respondieron vacilantes. _____ notó su asombro en el modo en que apretó la mandíbula. Sin duda lo había sorprendido con su atrevimiento y lo lamentó inmediatamente.
Lamentó que sus labios no fueran los de Nicholas. Lamentó que aquel beso no fuera como los besos de Nicholas.
Una gran tristeza se abatió sobre ella. Una vez más, se maldijo por haber probado algo de lo que no podría volver a disfrutar. Con el primer bocado de aquella manzana, había echado a perder la oportunidad de que otro hombre pudiera estar nunca a la altura de Nicholas. Morder la manzana había sido adquirir el conocimiento. Y ahora lo sabía. Se alejó de Paul antes de que lo hiciera él, reprendiéndose por haber sido tan atrevida. Se preguntó qué pensaría de ella. «Acabo de perder a mi único amigo en
Toronto por un beso —reflexionó—. ¡Maldita sea!»
—Conejito —dijo él mirándola con cariño y acariciándole la mejilla.
Su contacto no era eléctrico, sino suave y relajante. Todo en Paul era amable.
Hasta su piel.
Rodeándola con sus brazos, la atrajo hacia su pecho para acariciarle el pelo y susurrarle algo dulce al oído. Cualquier cosa que sirviera para tranquilizarla y borrar aquella expresión de dolor y de confusión en su cara. Pero sus dulces murmullos se interrumpieron en seco con la llegada de una arpía de grandes alas, zapatos de tacón y pintalabios carmesí, con un vaso de café en cada mano.
—Vaya, vaya, qué bonita escena —dijo una voz fría y dura como el acero.
Al levantar la vista, _____ se encontró con los ojos castaños de Christa Peterson.
Trató de apartarse de Paul, pero éste se lo impidió.
—Hola, Christa —la saludó él sin ningún entusiasmo.
—¿De visita en los barrios pobres para confraternizar con los alumnos del curso de especialización? Qué democrático por tu parte, Paul —se burló ella, ignorando a
_____.
—Ten cuidado, Christa —le advirtió Paul—. ¿A dos manos? ¿No será demasiado café? ¿Acaso no has dormido en toda la noche?
—Si yo te contara... —ronroneó ella—. Pero no son los dos para mí. Uno es para
Nicholas. Oh, no te había visto, _________. Supongo que para ti sigue siendo el profesor Jonas. —Y se echó a reír como una gallina clueca.
Alzando una ceja, _____ reprimió el impulso de sacarla de su error y de borrarle aquella sonrisa burlona de la cara. Porque, ante todo, era una dama. Y porque le gustaba la sensación del brazo de Paul sobre su hombro y no tenía ganas de moverse.
De momento al menos.
—Tú tampoco le llamas Nicholas a la cara, Christa —dijo Paul—. Te reto a que lo hagas la próxima vez que lo veas.
La mirada de la joven se endureció aún más.
—¿Me retas? Qué gracioso. ¿Es algo típico de Vermont? ¿Algo que los granjeros se dicen unos a otros mientras apilan estiércol? Después de la reunión con Nicholas, probablemente iremos a Lobby a tomar unas copas. Le gusta ir allí después del trabajo.
Estoy segura de que esta noche... intercambiaremos más que nombres. —Sacó un poco la lengua y se la pasó por el labio inferior lánguidamente.
_____ sintió náuseas.
—¿Te va a llevar allí a ti? —preguntó Paul, escéptico.
—Oh, sí. No lo dudes.
_____ sintió una arcada, pero la reprimió. Pensar en Nicholas junto a aquella... furcia era repugnante. Hasta la camarera de Lobby le parecía preferible a ella.
—No eres su tipo de mujer —murmuró _____, sin poder evitarlo.
—¿Perdona?
Ella alzó la vista y se encontró con los ojos entornados y cargados de suspicacia de Christa. Calibró sus alternativas durante un par de segundos y decidió optar por la prudencia.
—He dicho que no es mi tipo de local.
—¿Cuál?
—Lobby. No me parece nada del otro mundo.
La otra le dedicó una sonrisa glacial.
—Como si el portero te fuera a dejar entrar. Lobby es un club exclusivo.
Luego la miró de arriba abajo, como si fuera un animal de esos que nadie quiere.
Como si fuera un poni viejo y casi ciego en una granja escuela. De pronto, _____ se vio fea y poco adecuada. Sintió ganas de llorar, pero las reprimió.
Paul sabía lo que Christa estaba haciendo. Notó que _____ empezaba a temblar como reacción al afilamiento de garras de su compañera. Así que, aunque le dolió, soltó a _____ y se echó hacia adelante en el sofá.
«No me obligues a levantarme, zorra», pensó.
—¿Qué te hace pensar que no dejarían entrar a _____ en Lobby, Christa? ¿Acaso sólo dejan entrar a profesionales?
La joven se ruborizó violentamente.
—¿Qué sabrás tú, Paul? ¡Eres prácticamente un monje! O tal vez sí. ¿Es eso lo que hacéis los monjes? ¿Tenéis que pagar para acostaros con alguien? —preguntó, con una mirada malintencionada hacia el nuevo maletín de _____.
—Christa, si no cierras la boca ahora mismo, voy a tener que levantarme. Y en cuanto me ponga de pie, me voy a olvidar de mis modales —dijo Paul, mirándola muy serio, sin dejar de recordarse que no podía pegarle a una mujer.
Y Christa seguía siendo una mujer, por mucho que pareciera una puerca anoréxica en celo. Paul nunca la habría comparado con una vaca, porque consideraba que las vacas eran animales nobles, especialmente las Holstein.
—No te excites tanto —replicó Christa—. Estoy segura de que hay múltiples explicaciones. Tal vez no la dejaran entrar por su coeficiente intelectual. Nicholas dice que no eres demasiado lista, _________.
Y sonrió triunfalmente al ver que _____ agachaba la cabeza, sintiéndose insignificante. Paul se apoyó en los talones. No iba a pegarle a Christa; sólo iba a asegurarse de que se callara de una vez. Tal vez pudiese llevarla a rastras hasta la salida. Pero al final no tuvo que hacer nada.
—¿Ah, sí? ¿Y qué más dice Nicholas, si se puede saber?
Los tres estudiantes se volvieron a la vez hacia el especialista en Dante de ojos azules que se había acercado a ellos sin que se dieran cuenta. No sabían cuánto tiempo llevaba allí ni lo que había oído, pero tenía la mirada brillante y no podía esconder su enfado con Christa. Era como una nube de tormenta que crecía amenazadoramente. Por suerte, pensó _____, esa vez no avanzaba en su dirección.
«El picor en mi pulgar me dice que algo malo está a punto de llegar», pensó Paul, recordando el famoso verso de Macbeth.
—Paul —lo saludó Nicholas con frialdad, mirando intencionadamente hacia el espacio cada vez mayor que separaba a _________ de su ayudante de investigación.
«¡Follaángeles! Ajá. Así está mejor. Las manos lejos del ángel, desgraciado.»
—Señorita Mitchell, es un placer verla. —Nicholas esbozó una sonrisa un poco forzada—. La veo estupendamente, como siempre.
«Sí, ángel de ojos castaños, he oído lo que te ha dicho. No te preocupes. Yo me encargo de ella.»
—Señorita Peterson —dijo Nicholas al fin, indicándole a Christa que lo siguiera con un gesto, como si fuera un perro.
«Has mirado a _____ como si fuera basura. No lo volverás a hacer. Me aseguraré personalmente de ello.»
_____ vio que él rechazaba el café que Christa le había comprado y que se dirigía al mostrador para pedir otra cosa. Vio también que los hombros de la chica se estremecían de rabia.
Paul se volvió hacia _____ y suspiró.
—¿Dónde nos habíamos quedado?
Ella respiró hondo y dejó pasar unos instantes antes de decir lo que sabía que tenía que decir.
—No he debido besarte. Lo siento —se disculpó, mirando el maletín para no mirarlo a la cara.
—Yo no lo siento. Sólo siento que lo sientas —replicó Paul, acercándose y mirándola con una sonrisa—. Pero no pasa nada. No estoy enfadado ni disgustado.
—No sé qué me ha pasado. No suelo actuar así. No voy besando a cualquiera por ahí.
—Es que yo no soy cualquiera. —La miró fijamente—. Personalmente, llevo mucho tiempo queriendo besarte. Desde el primer seminario, para ser sincero. Pero habría sido demasiado pronto.
Trató de obligarla a mirarlo a los ojos, pero ella apartó la vista y miró a la pareja sentada a otra mesa, discutiendo. Suspiró.
—_____, ese beso no tiene por qué cambiar nada. Piensa en ello como en una demostración de cariño entre amigos. No tiene por qué volver a suceder a no ser que tú así lo quieras —insistió él, preocupado—. ¿Te sentirás mejor así? ¿Quieres que finjamos que no ha sucedido?
Ella asintió y se removió en el sofá.
—Lo siento, Paul. Eres tan amable conmigo...
—No quiero que sientas que me debes nada. No soy amable contigo para conseguir algo a cambio. Soy así contigo porque me apetece. Por eso te compré el CD.
Y por eso el poema me recuerda a ti. Me inspiras. —Se inclinó hacia ella para susurrarle al oído, aunque era muy consciente del par de ojos azules clavados en él desde otra mesa—: Por favor, no te sientas obligada a hacer nada que no te apetezca.
Yo seré tu amigo hagas lo que hagas. —Guardó silencio unos instantes—. Ha sido un pequeño beso amistoso. Pero a partir de ahora podemos limitarnos a abrazarnos. Y algún día, si quieres que pasemos a algo más...
—No estoy preparada —susurró _____, algo sorprendida al haber encontrado con tanta facilidad las palabras que expresaban exactamente cómo se sentía.
—Lo sé. Por eso no te he devuelto el beso con el entusiasmo que me habría gustado. Pero ha sido un beso muy bonito. Gracias. Sé que no dejas que cualquier persona se acerque tanto a ti y yo me siento muy honrado de que me tengas confianza.
Le dio unos golpecitos en la mano y volvió a sonreír. Ella abrió la boca para decir algo, pero Paul habló primero.
—Qué ganas tenía de romperle el cuello a Christa cuando te ha dicho esas cosas.
Otro día no me molestaré en responderle. —Miró hacia la mesa de El Profesor y comprobó aliviado que sus ojos color zafiro estaban ahora clavados en Christa, que parecía a punto de llorar.
_____ se encogió de hombros.
—No tiene importancia.
—Sí la tiene. He visto cómo te miraba. Y he visto tu reacción. Te has encogido,
_____. ¿Por qué demonios te has encogido? ¿Por qué no la has mandado al infierno?
—Porque yo no hago esas cosas si puedo evitarlo. Intento no ponerme a su nivel.
Otras veces me quedo tan asombrada de que la gente sea tan desagradable sin motivo
que no me salen las palabras.
—¿Hay más gente que se porta así contigo? —preguntó Paul, empezando a enfurecerse.
—A veces.
—¿Jonas? —susurró.
—Ha mejorado mucho. Ya lo has visto. Hoy ha sido... educado.
Paul asintió a regañadientes.
«¡Profesor YJ-onas!»
_____ se retorció las manos, nerviosa.
—No pretendo ser san Francisco de Asís ni nada parecido, pero cualquiera puede gritar obscenidades. ¿Por qué debería ser como Christa? Me gusta pensar que a veces... sólo a veces, el silencio puede ser más fuerte que el mal. Y me gusta pensar que, si no digo nada, la gente oirá el odio que sale de su boca con sus propios oídos, sin nada que los distraiga. Tal vez la bondad sea suficiente para mostrar el mal como lo que es, sin necesidad de reprimirlo con más mal. Aunque no es que yo sea la encarnación del bien.
Sé que no lo soy. —Se detuvo y miró a Paul—. No me estoy explicando muy bien.
Él sonrió.
—Te explicas con absoluta claridad. Precisamente hablamos de esto en el seminario sobre santo Tomás de Aquino. El mal es su propio castigo. Mira a Christa, por ejemplo. ¿Crees que es feliz? ¿Cómo podría serlo portándose así? Algunas personas son tan egocéntricas y viven tan engañadas que ni todos los gritos del mundo servirían para que se dieran cuenta de sus errores.
—O para activar su memoria —añadió _____, con una mirada de reojo a la otra mesa.
Al día siguiente, _____ se encontraba en el Departamento de Estudios Italianos, revisando la correspondencia antes del seminario sobre Dante. Estaba escuchando el
CD que Paul le había regalado. Finalmente había aceptado su regalo y lo había cargado en su iPod. Su amigo tenía razón. Se había enamorado del álbum inmediatamente y pronto comprobó que podía trabajar en su proyecto mucho mejor con aquella música que con la de Mozart. «Lacrimosa» era demasiado deprimente.
Tras varios días sin encontrar nada, finalmente recibió correspondencia. Tres cartas, concretamente.
La primera anunciaba la nueva fecha de la conferencia del profesor Jonas: «La lujuria en el Infierno de Dante: el pecado capital contra el Yo». Tomó nota y pensó preguntarle a Paul si le apetecería acompañarla.
La segunda carta venía en un sobre pequeño color crema. Al abrirla, comprobó asombrada que contenía una tarjeta de regalo de Starbucks. Era una tarjeta personalizada, decorada con la imagen de una bombilla. El texto decía: «Eres brillante,
_________».
Al darle la vuelta a la tarjeta, vio que tenía un valor de cien dólares. «Mierda — pensó—. Eso es mucho café.» No le cupo duda de quién se la había enviado y por qué, pero igualmente no se desprendió de la sensación de sorpresa. Hasta que abrió la tercera carta.
Era un sobre alargado y elegante. _____ lo abrió rápidamente y vio que se lo enviaba el jefe del Departamento de Estudios Italianos. La felicitaba por haber conseguido una beca. Lo primero que hizo ella fue buscar la cantidad. Al ver que se trataba de cinco mil dólares al semestre y que era compatible con la que ya cobraba, cerró los ojos.
«Oh, dioses de los estudiantes francamente pobres que viven en agujeros de hobbit que no son aptos ni para perros, ¡gracias, gracias, gracias!»
—_________, ¿te encuentras bien?
La voz de la señora Jenkins, amable y tranquilizadora, la sacó de su trance.
Dirigiéndose a trompicones hasta su escritorio, le mostró la carta.
—Ah, sí, ya me enteré —dijo la mujer con una sonrisa sincera—. Estas becas no se conceden muy a menudo. De repente, el lunes recibimos una llamada diciendo que una fundación había donado miles de dólares para la dotación de esa beca.
_____ asintió, sin salir de su asombro.
La señora Jenkins se quedó mirando el sobre.
—Me pregunto quién será.
—¿Quién será quién?
—La persona que da nombre a la beca.
—No lo he leído hasta el final.
La señora Jenkins le devolvió la carta y le señaló un nombre.
—Dice que eres la destinataria de la Beca M. P. Jonas. Me pregunto quién será M. P. Jonas. ¿Crees que sería pariente del profesor Jonas? Aunque Jonas es un apellido bastante común. Probablemente no sea más que una coincidencia.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 4 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Dom 10 Mar 2013, 12:20 pm

Capitulo12


El profesor Jonas vio que salía luz por debajo de la puerta del despacho de la biblioteca, pero como Paul había tapado con cartulina marrón la estrecha ventanita, no vio quién estaba dentro. Le extrañó que el chico estuviera trabajando un jueves a las diez y media de la noche. La biblioteca cerraría en media hora.
Se sacó la llave del bolsillo y entró sin llamar. Lo que se encontró dentro lo dejó anonadado. La señorita Mitchell estaba en la silla, con la cabeza apoyada elegantemente en los brazos, que reposaban sobre el escritorio. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Se la veía sonrosada y el pecho le subía y bajaba rítmicamente al respirar pausadamente. El sonido de su respiración era relajante, como las olas del mar chocando contra una playa tranquila. Nicholas se quedó contemplándola embelesado, pensando que se podría grabar un CD de relajación sólo con el sonido de su respiración. Se imaginó yéndose a dormir cada noche con esa melodía.
Tenía el ordenador portátil encendido y vio que su fondo de pantalla consistía en una serie de ilustraciones, al parecer de un libro infantil relacionado con animales. Le llamó la atención un conejo blanco con orejas que le llegaban a los pies. Oyó música y vio que también salía del ordenador. Al lado de _____ había un CD con la foto de un conejo en la carátula y Nicholas empezó a preguntarse por qué estaría tan obsesionada con esos animales.
«¿Será algún tipo de fetichismo con la Pascua?» Empezó a imaginarse en qué podía consistir ese fetichismo, cuando, de repente, recuperó la sensatez. Acabó de entrar en el despacho y cerró la puerta con llave. A ninguno de los dos les convenía que los encontraran en el despacho a solas a esas horas.
Se acercó a ella. No quería molestarla ni interrumpir lo que parecía un sueño muy agradable, pues estaba sonriendo. Tras localizar el libro que había ido a buscar, se dispuso a marcharse, pero sus ojos repararon en una libretita que había junto a los dedos de _____.
«Nicholas», había escrito. «Mi Nicholas.»
La visión de su nombre escrito varias veces en la libreta con tanto amor lo atrajo con más fuerza que el canto de las sirenas y le provocó un escalofrío en la espalda. Se quedó momentáneamente inmóvil, con la mano en el aire.
Por supuesto, se podía tratar de otro Nicholas. Le costaba creer que _____ pensara en él y más aún que lo considerara «su» Nicholas.
Al mirarla, supo que si se quedaba todo cambiaría entre los dos. Supo que si la tocaba sería incapaz de resistir el impulso —irreprimible, primitivo— de reclamar a la hermosa y pura señorita Mitchell que estaba allí esperándolo, llamándolo con su aroma de vainilla que se percibía más de lo normal, en un espacio tan reducido y con demasiada calefacción.
«Mi Nicholas.» Se imaginó su voz acariciando su nombre como la lengua de un amante se mueve sobre la piel del amado. Su mente, desatada, se imaginó que la rodeaba con los brazos y la besaba. La sentaría en la mesa y se colocaría entre sus piernas, mientras ella le hundiría los dedos en el pelo y trataría de arrancarle el jersey y la camisa. Se desharía el nudo de la pajarita, se la quitaría y la arrojaría al suelo.
Nicholas acariciaría su pelo largo y ondulado y le rozaría el cuello con un dedo, haciendo que cada centímetro, cada poro, se le cubriera de rubor. Con la nariz le acariciaría la mejilla, la oreja, la garganta, blanca como la nieve. Le encontraría el pulso en el cuello y se sentiría extrañamente calmado por su suave ritmo. Se sentiría conectado a los latidos de su corazón, sobre todo cuando éste empezara a acelerársele a causa de sus caricias. Se preguntaría si sería posible que sus corazones latieran al unísono o si eso sólo pasaba en la fantasía de los poetas.
Sabía que al principio ella se mostraría tímida, pero él insistiría con delicadeza, susurrándole dulces palabras de seducción al oído. Le diría todo lo que quería oír y _____ se lo creería. Sus manos descenderían centímetro a centímetro, desde los hombros hacia sus preciosas e inocentes curvas, maravillándose a su paso de su receptividad.
Ella florecería bajo sus manos.
Porque ningún hombre la habría tocado así antes. Gradualmente, se encendería y respondería a sus caricias. ¡Oh, sí! ¡Cómo respondería! Se besarían y su beso sería eléctrico, intenso, explosivo. Sus lenguas se mezclarían y danzarían juntas, desesperadas, como si no hubieran besado nunca a nadie antes.
_____ llevaría demasiada ropa. Él querría quitársela toda y cubrir su piel de porcelana de besos ligeros como una pluma. Especialmente su precioso cuello y sus venas azuladas, que formaban una red en su garganta. Se ruborizaría como Eva, pero él le curaría la timidez a besos. Pronto estaría desnuda y abierta ante él, pensando sólo en él y en la admiración que le despertaba y se olvidaría de que estaba en un incómodo despacho de biblioteca.
Nicholas la halagaría con juramentos y odas y le murmuraría palabras cariñosas para que no se sintiera avergonzada. «Cariño, preciosa, tesoro, qué dulce eres...» Haría que creyera que la adoraba... y no sería del todo falso.
Pronto, la excitación sería demasiado intensa para aguantar más. La reclinaría sobre la mesa con delicadeza, sujetándole la nuca con la mano. Mantendría la mano allí todo el tiempo, para no hacerle daño en ningún momento. No permitiría que su cabeza golpeara en la mesa, como si fuera un juguete repudiado.
Nicholas no era un amante cruel. No sería rudo ni indiferente. Sería erótico y apasionado, pero amable. Porque la conocía. Y quería que su primera vez fuera tan agradable para ella como lo sería para él. Pero para que fuera perfecto, tendría que tumbarla sobre la mesa. Quería verla con las piernas abiertas para él, jadeando e invitándolo con los ojos nublados de deseo.
Con la otra mano la sujetaría por la parte baja de la espalda y la miraría fijamente a los ojos mientras ella suspiraba y jadeaba. La haría gemir. Él y sólo él.
_____ se mordería el labio inferior y entornaría los ojos mientras Nicholas se deslizaba en su cuerpo. Él le susurraría que se relajara y que se entregara sin resistencia. De ese modo, su primera vez le resultaría más fácil. Nicholas iría despacio
y se detendría al llegar a su barrera. ¿Sería capaz de hacerlo?
Su hermoso ángel de ojos castaños lo estaría mirando. El pecho le subiría y bajaría rápidamente. El rubor que habría nacido en sus mejillas se habría extendido por todo su cuerpo. Sería una rosa ante sus ojos y florecería debajo de él. Nicholas sería amable y ella se abriría. Y él la contemplaría extasiado, como si todo estuviera sucediendo a cámara lenta. Lo viviría con los cinco sentidos, la vista, el oído, el aroma, el gusto, el tacto. No se perdería detalle del proceso. Y _____ dejaría de ser virgen y se convertiría en una mujer, por él. Gracias a él.
«¿Y el himen?» Habría sangre. El precio del pecado era la sangre. Y un poco de muerte.
El corazón de Nicholas se detuvo. Perdió un latido y luego se recuperó latiendo el doble de rápido cuando lo asaltó el recuerdo de un poema metafísico de sus días en Oxford. En ese instante vio claramente que él, el profesor Nicholas J. Jonas, futuro seductor de la hermosa e inocente _________, era una pulga.
Las palabras de John Donne retumbaron en sus oídos:
Mira esta pulga y mira qué pequeño
es el favor que me niegas.
Primero me picó a mí y luego a ti,
y en su cuerpo se han mezclado nuestras sangres.
A nadie se le ocurriría hablarle a la pulga de pecado,
vergüenza o pérdida de virginidad.
Este insignificante insecto disfruta sin comprometerse
atiborrándose de la sangre de los dos.
Por desgracia, eso es más de lo que podemos hacer tú o yo.
Sabía por qué su subconsciente había elegido ese momento para acordarse del poema de Donne. Los versos eran un argumento a favor de la seducción. El poeta le hablaba a la mujer que quería convertir en su amante, una virgen, y le decía que la pérdida de la virginidad era comparable a la picadura de una pulga. Debería entregarse a él rápidamente, sin pensarlo. Sin dudar, sin lamentaciones.
En cuanto las palabras aparecieron en su mente, Nicholas supo que eran perfectas para la ocasión. Perfectas para justificar sus actos. Perfectas para lo que pensaba hacer con _____.
«Probarla. Tomarla. Sorberla. Pecar. Chupar hasta dejarla seca. Abandonarla.»
Ella era pura. Inocente. La deseaba.
Facilis descensus Averni.
Pero no sería él quien la hiciese sangrar. No sería él el responsable de que otra chica sangrara durante el resto de su vida. Todas las ideas sobre follar encima de mesas, sillas, contra paredes, estanterías y ventanas, se esfumaron de repente. No la tomaría. No la marcaría ni la reclamaría, porque no tenía ningún derecho a hacerlo. Nicholas Jonas era un pecador empedernido que sólo se arrepentía a medias. El sexo sin compromisos y su propio placer ocupaban un lugar preferente en su mente dominada por la lujuria. Esa necesidad física nunca daba paso a algo más profundo, como el amor. Y, sin embargo, a pesar de esa y de otras carencias morales, a pesar de su incapacidad para resistirse a la tentación aún le quedaba un principio moral que regía su comportamiento. Aún quedaba una línea que se negaba a cruzar.
El profesor Jonas no seducía vírgenes. Nunca se acostaba con vírgenes, nunca, ni aunque acudieran a él voluntariamente. Nunca saciaba su sed con inocentes. Sólo se alimentaba de aquellas mujeres que ya lo habían probado y que, después de conocerlo, seguían queriendo más. Y no iba a transgredir su último principio moral a cambio de una o dos horas de satisfacción lasciva con una deliciosa estudiante en su propio despacho. Incluso un ángel caído tenía sus principios.
Nicholas dejaría la virtud de _____ intacta. La dejaría como la había encontrado, un ángel ruboroso de ojos castaños, rodeado de conejitos y acurrucada como un gato en su silla. Seguiría durmiendo imperturbable, serena, sin que nadie la besara, sin que nadie la molestara. Puso la mano en el pomo de la puerta y estaba a punto de hacer girar la llave cuando oyó que ella se movía a su espalda.
Nicholas suspiró y dejó caer la cabeza hacia adelante. No había renunciado a una noche de placer con ella por odio, sino por amor. Por el bien que a veces añoraba y deseaba que formara parte de su vida. Y tal vez por el recuerdo de la persona que había sido antes de que el pecado y el vicio se apoderaran de él como un matorral de espinos, retorciéndose alrededor de su alma y ahogando sus virtudes. Soltó el pomo e inspiró hondo. Enderezando los hombros, cerró los ojos, preguntándose qué iba a decirle.
Se volvió muy lentamente y vio que la señorita Mitchell gruñía y se estiraba.
Parpadeó y se cubrió la boca con la mano para bostezar.
Al darse cuenta de que el profesor Jonas estaba junto a la puerta, abrió mucho los ojos, ahogó un grito y se levantó de golpe de la silla, quedando aprisionada contrala pared. Verla encogida de miedo por su presencia casi le rompió el corazón. (Lo que demostraría que todavía tenía corazón.)
—Chist, _________, sólo soy yo.
Nicholas le mostró las palmas de las manos en señal de rendición y trató de sonreír.
_____ estaba atónita. Había estado soñando con él instantes antes. Y ahora estaba delante de ella, observándola. Se pellizcó el brazo. Nicholas seguía allí.
«Mierda. Me ha pillado.»
—Sólo soy yo, _________. ¿Estás bien?
Ella parpadeó rápidamente y se frotó los ojos.
—No... no lo sé.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó él, bajando las manos.
—Ejem... no lo sé —respondió, tratando de despertarse y de recordar al mismo tiempo.—
¿Estás con Paul?
—No.
Nicholas sintió un gran alivio.
—¿Cómo has entrado? Éste es mi despacho.
_____ lo miró a los ojos para juzgar su estado de ánimo.
«Me he metido en un lío. Y Paul también. De ésta nos expulsan a los dos.»
Se movió bruscamente hacia adelante, tirando la silla al suelo y, ya de paso, una pila de libros cercanos. Un montón de notas sueltas salieron volando y empezaron a caer a su alrededor como copos de papel de rayas. Nicholas pensó que parecía un ángel dentro de una bola de nieve.
«Preciosa», pensó.
Ella se agachó y empezó a recogerlo todo apresuradamente, mientras repetía unas palabras de disculpa como una letanía. Nicholas reconoció algunas de las palabras que iba diciendo como si estuviera rezando el rosario: «Paul me prestó la llave, lo siento, lo siento mucho».
De una sola zancada, él se plantó a su lado y le puso una mano en el hombro.
—Quieta. No pasa nada. Eres bienvenida aquí.
_____ cerró los ojos y trató de calmarse, pero era muy difícil. Tenía miedo de que
El Profesor perdiera los nervios y echara a Paul de su despacho para siempre.
Nicholas inspiró con fuerza y ella abrió los ojos. Al ver que tenía su mano en el hombro, la mirada se le nubló.
Él se le acercó más y la miró a la cara.
—_________, estás pálida. ¿Te encuentras bien?
Nicholas no sabía qué hacer. ¿Por qué ella actuaba de un modo tan raro? Tal vez estaba débil por falta de comida, o no se había despertado del todo. O quizá fuera por el calor. Hacía demasiado calor en el despacho y ella se había dormido con la calefacción encendida. Nicholas la sujetó justo cuando _____ se desmayaba. La rodeó con sus brazos y la apretó contra su pecho. No estaba inconsciente. No del todo al menos.—
¿_________?
Le apartó el pelo de la cara y le acarició la mejilla con el dorso de los dedos.
Ella murmuró unas palabras ininteligibles. No se había desmayado, pero se apoyaba contra él como si no tuviera fuerzas para mantenerse en pie. Nicholas la sujetó para que no chocara contra la silla volcada o se cayera al suelo.
—¿Estás bien?
Trató de moverla para que se sentara en el suelo, pero ella se sujetó con más fuerza a su cuello, como si no quisiera soltarse. A él le gustó la sensación, así que la abrazó más fuerte y aspiró disimuladamente el olor de su pelo. Vainilla. El pequeño cuerpo de ella encajaba a la perfección contra el suyo, como si fueran complementarios. Era asombroso.
—¿Qué ha pasado? —murmuró _____ contra el jersey de él, de color verde brillante, que hacía destacar el azul de sus ojos.
—No estoy seguro. Creo que te has mareado al levantarte de golpe. Hace demasiado calor aquí dentro.
Ella le dedicó una sonrisa tan dulce que el corazón de Nicholas se derritió.
Deseaba besarlo, desesperadamente. Estaba cerca, muy cerca. Si se acercaba un poco más, aquellos labios serían suyos... de nuevo. Sus ojos la miraban con calidez y estaba siendo tan amable con ella...
Nicholas empezó a apartarse centímetro a centímetro, asegurándose de que no se iba a caer. Cuando vio que se aguantaba sola, la sentó delicadamente sobre la mesa antes de enderezar la silla. Luego se acercó a la puerta y se recolocó la pajarita.
—No me importa que uses el despacho. No me importa en absoluto. Sólo es que me ha sorprendido encontrarte aquí. Me alegro de que a Paul se le ocurriera dejarte la llave. No pasa nada. —Nicholas sonrió para tranquilizarla, al ver que se había agarrado a la mesa con fuerza—. He venido a buscar un libro que le dejé —añadió, levantando el libro en cuestión.
Moviéndose lentamente, _____ se levantó de la mesa y empezó a recoger los libros y los papeles esparcidos por el suelo.
—¿Has quedado con Paul más tarde?
—No. Ha ido a una conferencia para graduados en Princeton. Mañana tiene una presentación.
_____ levantó la cabeza y al ver que Nicholas seguía sonriendo, se relajó. Un poquito.
—Princeton. Sí, por supuesto. Lo había olvidado. Qué maletín tan bonito llevas
—comentó, con una mueca de complicidad.
Ella se ruborizó, tratando de no delatar el secreto que, gracias a su amiga, no era tan secreto.
—Aunque parece que hay un ser vivo por ahí. Veo que asoman unas orejas por una de las cremalleras.
_____ se volvió hacia el maletín. Nicholas tenía razón. Dos orejitas marrones asomaban de uno de los compartimentos, dando la sensación de que hubiese intentado meter una mascota a escondidas en la biblioteca. Se ruborizó más intensamente.
—¿Puedo verlo? —preguntó él, sin moverse hasta que ella le diera permiso.
Indecisa, _____ sacó el muñeco de peluche del maletín y se lo ofreció, mordiéndose el labio muerta de vergüenza.
«Es evidente que los conejos son el fetiche de la señorita Mitchell.»
Nicholas sostuvo el conejito entre el índice y el pulgar, mirándolo con curiosidad, como si no supiera qué era. O como si temiera que, en un ataque de furia, al peluche fuera a darle por imitar al famoso conejo de los Monty Python en Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores y le saltara al cuello. Nicholas se llevó la mano al mismo como precaución y resistió el súbito impulso de decir Ni.
El peluche era marrón, muy suave, hecho de terciopelo o algo parecido. Tenía las patas cortas, las orejas largas y unos bigotes muy graciosos. Se mantenía muy derecho, demasiado rígido, pero le resultaba extrañamente familiar. A Grace le habría encantado. Podría haber formado parte de la infancia que él nunca tuvo.
Alguien le había atado un lazo rosa alrededor del cuello. Nicholas lo examinó y llegó a la conclusión de que se lo había puesto alguien con alguna discapacidad (con todos los respetos hacia los discapacitados), o alguien con las manos muy grandes y escasa habilidad con la psicomotricidad fina (como él). Llevaba una tarjetita.
No quería que se sintiera incómoda, así que sólo le echó un rápido vistazo. Fue suficiente para ver que decía:
C.
Te dejo a alguien que te hará compañía mientras estoy fuera.
Nos vemos a la vuelta.
Tuyo,
Paul

«El follaángeles contraataca», pensó Nicholas, malhumorado.
—Es... muy bonito —dijo, devolviéndoselo.
—Gracias.
—¿Quién es C.?
_____ se volvió para guardarlo en el maletín, con cuidado de que no se le engancharan las orejas en las cremalleras.
—Es uno de mis motes.
—No lo entiendo. Tendría que empezar por P.
Ella frunció el cejo.
«¿Por qué? ¿P de puta? ¿De Perra? ¿Petarda?»
—De preciosa —le aclaró Nicholas y luego agachó la cabeza, ruborizándose un poco, porque el halago había salido de sus labios sin pretenderlo—. ¿Así que llevas horas durmiendo aquí, escuchando canciones sobre conejos, con un conejito como acompañante? No sabía que fueras una amante de los conejos —añadió en tono insinuante, sin poderlo evitar—. Me gusta ese grupo. Buena elección.
—Gracias. —_____ apagó el ordenador y lo guardó con cuidado en el maletín, junto con el CD.
—La biblioteca está a punto de cerrar. ¿Qué habrías hecho si no hubiera llegado yo?
Ella miró a su alrededor, confusa.
—No lo sé.
—Si nadie se hubiera dado cuenta, podrías haberte quedado encerrada toda la noche. Sin comida. —La sonrisa desapareció de la cara de Nicholas sólo de pensarlo—.
¿Qué vas a hacer en el futuro para asegurarte de que no te vuelve a pasar?
—¿Poner la alarma en el reloj de Paul?
Nicholas asintió como si hubiera acertado la respuesta correcta, aunque no se había quedado satisfecho.
—¿Tienes hambre?
—Debería marcharme, profesor. Siento haber invadido tu espacio personal.
«No sabes hasta qué punto has invadido mi espacio personal, _________.»
—Señorita Mitchell, un momento —la interrumpió él, dando un paso en su dirección, mientras ella se colgaba el maletín al hombro con una mano y limpiaba la superficie de la mesa con la otra—. ¿Has cenado?
—No.
Nicholas frunció mucho el cejo. Sus cejas se juntaron como nubes de tormenta.
—¿A qué hora has comido?
—A las doce.
—De eso hace ya casi once horas. ¿Qué has comido?
—Un perrito caliente del carrito de delante de la biblioteca.
Él maldijo en silencio.
—No puedes alimentarte a base de comida basura. Y no me gusta que comas carne cocinada en la calle. Me prometiste que si pasabas hambre me lo dirías. Te has desmayado de hambre.
Nicholas miró la hora en su Rolex Day-Date de oro blanco.
—Es demasiado tarde para llevarte a comer un filete. El Harbour Sixty ya está cerrado. Pero podemos ir a cenar a otro sitio. Yo estaba concentrado preparando mi conferencia y tampoco he cenado.
—¿Seguro?
—Señorita Mitchell, no soy un hombre que lance invitaciones a la ligera. Si te invito a cenar es porque estoy seguro. ¿Me acompañas o no?
—No voy vestida para ir a cenar, aunque muchas gracias —respondió ella, con suavidad pero con firmeza, arqueando una ceja.
Había superado ya la sorpresa de encontrarlo allí y estaba totalmente despierta e indignada por su actitud.
Nicholas la examinó de arriba abajo lentamente, admirando su figura, pero su mirada cambió al llegar a las zapatillas deportivas. Odiaba que las mujeres se pusieran zapatillas deportivas. Les quitaban trabajo a los podólogos, puesto que de ese modo evitaban lucir los pies. Consciente del absurdo rumbo de sus pensamientos, se aclaró la garganta.
—Vas perfecta. Creo que el color de la blusa hace destacar el rubor natural de tu piel y el jaspeado color caramelo de tus ojos. De hecho, estás muy guapa.
«¿Tengo los ojos jaspeados color caramelo? ¿Desde cuándo? ¿Y en qué momento se ha dado cuenta?»
—Hay un sitio cerca de mi casa al que suelo ir entre semana, cuando se me hace tarde. Te invito a tomar algo allí y así podemos hablar de tu proyecto. De manera informal, por supuesto. ¿Qué te parece?
—Gracias, profesor.
Ambos se miraron y sonrieron con timidez.
Nicholas aguardó pacientemente a que ella acabara de dejarlo todo en orden antes de hacerse a un lado y señalar hacia el pasillo.
—Después de ti.
_____ le dio las gracias. Mientras salían, él alargó la mano hacia las asas del
maletín. Ella notó el roce de sus dedos y se apartó instintivamente, dejándolo caer. Él lo recogió.
—Es un maletín muy bonito. ¿Te importa que lo lleve un rato? —preguntó, con una sonrisa que la hizo ruborizarse.
—Gracias —murmuró ella—. Me gusta mucho. Es perfecto.
Nicholas no le dio más conversación hasta que llegaron al restaurante Caffé Volo en la calle Yonge. Era un establecimiento tranquilo y acogedor. Presumían de tener la carta de cervezas más completa de Toronto. Tenían también un cocinero italiano y la mejor cocina casera del barrio. Era un local pequeño, de sólo diez mesas, que en verano complementaban con algunas más en la terraza. La decoración, rústica, incluía algunas antigüedades, como bancos de iglesia o grandes mesas de granja. A _____ le recordó a una taberna alemana, del estilo del restaurante Vinum, donde había estado con amigos durante una visita a Frankfurt.
A Nicholas le gustaba porque servían una de sus cervezas trapenses favoritas, la Chimay Première, y le gustaba tomar pizza napolitana con esa bebida. (Como siempre, no soportaba la mediocridad.) Como era un cliente habitual, y de los más puntillosos, le ofrecieron el mejor sitio, una tranquila mesa para dos en un rincón, cerca de un gran ventanal con vistas a la locura que era la calle Yonge por la noche.
Travestis, estudiantes universitarios, residentes en el colegio mayor, policías, felices parejas homosexuales, felices parejas heterosexuales, famosos de visita en los barrios pobres, yuppies paseando a sus pretenciosas mascotas, ecologistas, vagabundos, músicos callejeros, pandilleros, miembros de la mafia rusa, algún que otro profesor díscolo, algún miembro del Parlamento Provincial. Un fascinante caleidoscopio de comportamientos humanos en directo. Y gratis.
_____ se sentó lentamente en su asiento, un antiguo banco de iglesia reconvertido y se echó sobre los hombros la manta de borreguillo que el camarero le había dejado en el respaldo.
—¿Tienes frío? Le diré a Christopher que nos siente al lado de la chimenea. —
Levantó el brazo para llamar al camarero, pero _____ lo detuvo.
—No lo hagas —dijo con timidez—. Me gusta mirar a la gente.__ A mí también, pero pareces el Yeti.
_____ se ruborizó.
—Lo siento —se excusó él rápidamente—. No quería hacerte sentir incómoda, pero seguro que podemos conseguir algo más adecuado que esa manta, que a saber dónde habrá estado. Probablemente en el suelo del apartamento de Christopher. Y quién sabe qué clase de travesuras habrá hecho ahí encima.
«¿Ha usado la palabra "travesuras" en una frase?», pensó _____, atónita.
El profesor Jonas se quitó el jersey de cachemira verde, con un coche de carreras inglés y se lo dio. _____ lo cogió y lo cambió por la censurable manta de Yeti.
—¿Mejor? —preguntó él, peinándose con los dedos.
—Mejor —respondió ella, sintiéndose más cómoda y mucho más caliente, envuelta en el calor corporal y el aroma de Nicholas.
Se dobló las mangas varias veces porque los brazos de él eran mucho más largos que los suyos.
—¿Fuiste a Lobby el martes? —le preguntó _____.
—No. ¿Por qué no me hablas de tu proyecto? —Cambió de tema bruscamente y su voz adquirió un tono profesional.
Por suerte, Christopher los interrumpió en ese momento preguntándoles qué querían cenar y ella pudo centrarse un poco.
—La ensalada César es muy buena aquí, igual que la pizza napolitana, pero son raciones bastante grandes para uno solo. ¿Eres aficionada a los intercambios? — preguntó él.
_____ abrió la boca, sin saber qué decir.
—Me refiero a si te gustaría compartir una ensalada y una pizza conmigo. ¿O prefieres cualquier otra cosa?
Nicholas frunció el cejo. Estaba tratando de no ser un profesor avasallador y dominante, pero era más difícil de lo que parecía.
Christopher golpeó el suelo con el pie discretamente. No quería que el profesor notara que se estaba impacientando. Lo había visto irritado en alguna ocasión y no le habían quedado ganas de repetir la experiencia. Aunque tal vez ahora que tenía compañía femenina —el remedio favorito de Christopher para cualquier desorden psicológico, grande o pequeño— se comportase de otro modo.
—Me encantará compartir la ensalada y la pizza contigo, gracias —respondió _____ en un tono que ponía fin a cualquier deliberación.
Él pidió por los dos y, poco después, el camarero apareció con dos cervezas Chimay. Nicholas había insistido en que ella la probara.
—Salud —dijo él, brindando.
—Prost —replicó _____.
Probó la cerveza y no pudo evitar recordar la primera que se había tomado y con quién. Era una cerveza rubia, de fabricación nacional. Ésta tenía un tono cobrizo y era dulce, con un intenso sabor a malta. Le gustó mucho y lo demostró con un leve ronroneo de aprobación.
—¡Cuesta más de diez dólares la botella! —susurró, para no avergonzar a Nicholas en público con su incredulidad.
—Pero es la mejor. ¿Qué prefieres, beber una botella de éstas o dos Budweiser, que es como beber asquerosa agua de la bañera?
«Bueno, no he probado el agua de la bañera, pero me fiaré de su opinión, chalado profesor Jonas.»
—Vamos —la animó él—. ¿Qué estás pensando? Casi puedo ver las ruedas girando en esa pequeña cabecita, así que suéltalo.
Y dicho esto, se cruzó de brazos y aguardó con una sonrisa, como si la cabeza de
_____ fuera una fuente inagotable de diversión.
A ella le molestó su actitud. No le gustaba que usara el diminutivo al referirse a su cabeza, porque le recordaba su desprecio inicial por su capacidad intelectual, así que decidió contraatacar.
—Me alegro de tener la oportunidad de hablar contigo en privado —comentó, sacando dos sobres del maletín—. No puedo aceptar esto.
Deslizó la tarjeta del Starbucks y la concesión de la beca en su dirección.
Nicholas los reconoció inmediatamente y frunció el cejo.
—¿Qué te hace pensar que te los he enviado yo? —preguntó, empujándolos en dirección a _____.
—Mi capacidad de deducción. Eres la única persona que conozco que me llama
_________. Y eres la única persona que conozco con una cuenta corriente lo bastante saneada como para crear una beca.
Le entregó de nuevo los sobres.
Nicholas permaneció en silencio unos instantes. ¿De verdad era el único que llamaba a _________ por su nombre completo? ¿Cómo la llamaban los demás?
«_____.»
—Tienes que aceptarlos.
Nicholas volvió a empujarlos hacia ella.
—No, no tengo que hacerlo. Los regalos me ponen muy nerviosa y la tarjeta del
Starbucks es una exageración. Por no hablar de la beca. Nunca podría devolvértela. Ya le debo demasiadas cosas a tu familia. No puedo aceptar nada más.
Empujó los sobres una vez más.
—Puedes aceptarlo y lo aceptarás. La tarjeta de regalo es intrascendente. Yo gasto mucho más que eso en café cada mes. Quería demostrarte de un modo tangible que respeto tu inteligencia. Cometí una indiscreción en un momento en que tenía la guardia baja y la señorita Peterson lo aprovechó y retorció mis palabras de un modo intolerable. Así que no lo consideres un regalo, considéralo una indemnización. Hablé mal de ti sin motivo y por eso te escribí esa tarjeta. Si no la aceptas, el conflicto permanecerá sin resolver entre nosotros, porque no creo que me hayas perdonado que hablara mal de ti delante de tus colegas.
Acercándole los sobres una vez más, la miró fijamente.
_____ le clavó la vista en la pajarita para no caer presa de su intensa mirada azul.
Se preguntó cómo habría logrado hacerse el nudo tan derecho y uniforme.
«Tal vez haya contratado a una profesional para que se lo haga. Alguien con el pelo rubio teñido y tacones de aguja. Y uñas muy largas.»
_____ volvió a deslizar la tarjeta del Starbucks, desafiante. Para su gran sorpresa,
la expresión de Nicholas se endureció, pero se guardó la tarjeta.
—No pienso pasarme la noche jugando al ping-pong de tarjeta de regalo contigo.
Pero la beca no se puede devolver. El dinero no es mío. Lo único que hice fue alertar al señor Randall, el director de la organización filantrópica, de tus méritos académicos.
—Y de mi pobreza —murmuró ella.
—Si tienes algo que decirme, señorita Mitchell, ten la cortesía de hablar a un nivel audible —dijo él, con los ojos brillantes.
Ella le devolvió una mirada igual de encendida.
—No creo que todo esto sea muy profesional, profesor Jonas. No sé cómo lo has logrado, pero sé que me estás haciendo llegar miles de dólares a través de una beca. Cualquiera pensaría que estás tratando de comprarme.
Nicholas inspiró hondo y contó hasta diez para no estallar.
—¿Comprarte? Puedes creerme, nada está más lejos de mi intención. Me siento muy ofendido por tus palabras. Si te deseara, no tendría que comprarte.
Las cejas de _____ se alzaron de la sorpresa, pero en seguida le dirigió una mirada de advertencia.
—Cuidado con lo que dices.
Nicholas pareció sinceramente incómodo y a ella le gustó la sensación.
—No quería decir eso. Quería decir que yo nunca te trataría como a un objeto que puede comprarse y venderse. No eres el tipo de chica que se vende, estoy seguro.
_____ le dirigió una mirada glacial antes de apartar la vista. Negó con la cabeza y empezó a buscar la salida, preguntándose si podría escapar.
—¿Por qué lo haces? —susurró él, pasados unos instantes.
—¿El qué?
—Provocarme.
—Yo... no... te provoco. Sólo expongo los hechos.
—En cualquier caso, cada vez que trato de mantener una conversación normal contigo, acabas provocándome.
—Eres mi profesor.
—Sí y el hermano mayor de tu mejor amiga. ¿No podemos ser Nicholas y _________ por una noche? ¿No podemos disfrutar de una conversación agradable y de una cena aún más agradable? Puede que no lo esté consiguiendo, pero me estoy esforzando por comportarme como un ser humano.
Cerró los ojos, frustrado.
—¿De verdad?
Era una pregunta inocente, pero _____ se tapó la mano con la boca al darse cuenta de cómo había sonado.
Los ojos de Nicholas se abrieron muy lentamente, como los del dragón de la historia de Tolkien, pero no mordió el anzuelo de su impertinencia. Ni empezó a soltar fuego por la nariz. Todavía.
—¿Quieres que tengamos una relación profesional? Pues empieza tú. Un estudiante normal recibiría una beca con gritos de alegría. Aceptaría el dinero y se sentiría profundamente agradecido por su buena suerte. Así que compórtese profesionalmente, señorita Mitchell. Podría haber mantenido mi conexión con la beca en secreto, pero preferí tratarte como a una adulta. Decidí respetar tu inteligencia y no recurrir a engaños. Sin embargo, sí me he preocupado de ocultar mi relación con la beca de manera pública. Mi nombre no va ligado oficialmente a esa organización filantrópica, así que nadie atará cabos. Jonas es un nombre muy común. Si le cuentas a alguien que estoy detrás de la beca, lo más probable es que no te crea.
Sacándose el iPhone del bolsillo, Nicholas abrió la aplicación de la libreta de notas y empezó a escribir con el dedo.
—No iba a quejarme.
—Podrías haberme dado las gracias.
—Gracias, profesor Jonas. Pero míralo desde mi punto de vista. No quiero ser Eloísa ni que tú seas Abelardo —dijo, mirando los cubiertos y alineándolos hasta que estuvieron ordenados simétricamente.
Nicholas recordó haberla visto hacerlo antes, cuando cenaron en el Harbour Sixty.
Dejando el teléfono en la mesa, la miró con expresión apenada. Se sintió culpable al recordar lo que había estado a punto de pasar en la biblioteca. Había estado a punto de sucumbir a los considerables encantos de la señorita Mitchell. Y con ellos se había arriesgado a correr el mismo destino que Abelardo, porque sin duda Rachel lo castraría si se enteraba de que había seducido a su amiga.
Milagrosamente, había demostrado tener un mayor autocontrol que Abelardo.
—Nunca seduciría a una alumna.
—En ese caso, gracias —murmuró ella—. Y gracias por el gesto de la beca, aunque no puedo prometerte que la aceptaré. Sé que para ti es una cantidad modesta, pero para mí significa dinero para billetes de avión para Acción de Gracias, Navidad y Pascua. Y algún que otro extra de vez en cuando que ahora no puedo permitirme. Como un filete.
—¿Vas a gastártelo en billetes de avión? Pensaba que buscarías un apartamento en mejores condiciones.
—He firmado un contrato. Si me fuera a otro apartamento, tendría que seguir pagando éste. Además, ir a casa para ver a mi padre es importante para mí. Es la única familia que me queda. Y me gustaría ir a visitar también a Richard antes de que venda la casa y se mude a Filadelfia para estar cerca de Rachel y Scott.
«De hecho, creo que valdría la pena aceptar la beca para ir a visitar a Richard y, de paso, ver el huerto. Me pregunto si mi manzano favorito sigue allí... Me pregunto si alguien se daría cuenta si tallara mis iníciales en el tronco...»
Nicholas la miró de reojo.
—¿No habrías ido a casa si no hubieras recibido la beca?
_____ negó con la cabeza.
—Papá quería comprarme un billete de avión para Navidad, para que no tuviera que ir en autocar, pero los precios de Air Canadá son imposibles y me habría sentido avergonzada si mi padre hubiera tenido que comprarme un billete.
—No te avergüences de aceptar un regalo si te lo ofrecen sin contrapartidas.
—Pareces Grace. Ella siempre decía cosas como ésa.
Nicholas se removió inquieto en el asiento.
—¿De dónde crees que aprendí algo de generosidad? De mi madre biológica te aseguro que no.
_____ lo miró de frente, sin parpadear ni ruborizarse. Suspirando, se guardó la carta en el maletín. Acabaría de decidir qué hacer cuando no estuviera ante la presencia magnética de El Profesor. Seguir discutiendo con él en esos momentos no llevaría a ninguna parte. En ese aspecto, como en muchos otros, era exactamente como Abelardo, sexy, inteligente y seductor.
Él la observó con atención.
—A pesar de todo lo que he hecho, que admito que no ha sido demasiado, ¿sigues pasando hambre?
—Nicholas, tengo una relación muy especial con mi estómago. Me olvido de comer cuando estoy ocupada, o preocupada o... triste. No es por el dinero. No te preocupes, por favor.
Recolocó los cubiertos una vez más.
—¿Estás triste ahora?
_____ bebió la cerveza lentamente, sin responder.
—¿Dante te entristece?
—A veces —susurró ella.
—¿Y las otras veces?
_____ levantó la vista y le dedicó una sonrisa muy dulce.
—Otras veces no puedo evitarlo... me hace delirar de felicidad. A veces, mientras estoy estudiando La Divina Comedia, siento como si estuviera haciendo lo que se supone que debo estar haciendo. Como si hubiera encontrado mi pasión, mi vocación.
Como si ya no fuera la chica tímida de Selinsgrove. Me siento capaz de todo. Sé que soy buena en esto y me hace sentir... importante.
Era demasiado. Le había dado demasiada información. Se había bebido la cerveza demasiado rápido y se le había subido a la cabeza; igual que el aroma de
Nicholas impregnado en el jersey. No debería haber dicho eso y a él menos que a nadie.
Pero para su sorpresa, lo descubrió mirándola con calidez.
—Es verdad que eres tímida, pero eso no es ningún pecado. —Nicholas carraspeó
—. Me da envidia tu entusiasmo por Dante. Yo me sentía así hace un tiempo. Hace mucho tiempo. Demasiado.
Cuando volvió a sonreír, ella apartó la mirada.
_____ se inclinó sobre la mesa y bajó la voz.
—¿Quién es M. P. Jonas?
Los ojos azules de Nicholas la perforaron con la intensidad de un rayo láser.
—Preferiría no hablar de ello.
Su tono de voz no era duro, pero sí muy frío y se dio cuenta de que había tocado un nervio muy sensible. Le costó unos instantes recuperarse lo suficiente para preguntar:
—¿Quieres ser mi amigo? ¿Es eso lo que tratas de decirme con la beca?
Nicholas frunció el cejo y dijo:
—Rachel te ha dicho algo, ¿verdad?
—No, ¿por qué lo preguntas?
—Porque ella cree que deberíamos ser amigos. Te digo lo mismo que le dije antes de que se fuera: es imposible.
Notó que se le hacía un nudo en la garganta. Tragó saliva con dificultad y preguntó:
—¿Por qué?
—Tenemos una bandera roja sobre la cabeza y en cualquier momento alguien puede agitarla. Los profesores y las alumnas no pueden ser amigos. Y aunque sólo fuéramos _________ y Nicholas compartiendo una pizza, tampoco te convendría ser amiga mía. Soy un imán para el pecado, y tú no. —Con una sonrisa triste, añadió—: Ya lo ves. Es imposible. «Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza.»
—Me gusta creer que nada es imposible —susurró ella.
—Aristóteles dijo que la amistad sólo es posible entre dos personas virtuosas.
Así que la amistad entre nosotros es imposible.
—Nadie es virtuoso del todo.
—Tú lo eres —afirmó Nicholas. Los ojos le brillaban con lo que podría ser pasión o admiración.
—Rachel me dijo que estabas en la lista vip de Lobby. —_____ volvió a cambiar de tema rápidamente, sin mucho tiempo para considerar la prudencia de sus actos.
—Así es.
—Me lo dijo como si fuera un misterio. ¿Por qué?
Nicholas frunció el cejo.
—¿Por qué crees tú?
—No lo sé. Por eso te lo pregunto.
Él la miró fijamente y bajó el tono de voz.
—Voy regularmente, por eso tengo tratamiento preferencial, aunque últimamente no he ido demasiado.
—¿Por qué vas allí? No te gusta bailar. ¿Vas sólo para beber? —Miró a su alrededor. El Caffé era un lugar sencillo pero confortable—. Podrías beber aquí. Se está más a gusto. Es gemütlich... acogedor.
«Y no hay ni una puta Jonas adicta a la vista.»
—No, señorita Mitchell. No suelo ir a Lobby a beber.
—Entonces, ¿para qué vas?
—¿No es obvio? —Nicholas frunció el cejo y negó con la cabeza—. Tal vez para alguien como tú no.
—¿Qué significa alguien como yo?
—Significa que no sabes lo que me estás preguntando —le espetó él, enfadado—, o no me lo harías decir en voz alta. ¿Quieres saber para qué voy allí? Te lo diré. Voy a buscar mujeres para follar, señorita Mitchell. —La miraba furioso—. ¿Estás contenta?
_____ inspiró hondo y contuvo el aliento. Cuando no pudo aguantar más, lo soltó, negando con la cabeza.
—No —respondió en voz baja, mirándose las manos—. ¿Por qué iba a estar contenta? En realidad me pone enferma. No sabes cuánto.
Nicholas suspiró y se llevó las manos a la nuca. No estaba enfadado con ella.
Estaba furioso, pero consigo mismo. Se sentía avergonzado. Una parte de él quería causarle repulsión intencionadamente. Quería mostrarse desnudo ante ella sin ocultar nada. Que viera cómo era en realidad, una criatura oscura y siniestra expuesta ante su virtud. Entonces se alejaría de él.
Tal vez era eso lo que su subconsciente estaba haciendo con aquellos ridículos exabruptos, nada profesionales. En circunstancias normales nunca le habría hablado así a un alumno y menos aún a una alumna, ni aunque fuera cierto. _________ estaba acabando con él y ni siquiera sabía cómo lo estaba haciendo.
Nicholas la miró y ella vio remordimiento en sus ojos.
—Lo siento. Sé que te repugno —dijo él en voz baja—, pero créeme, no es una mala reacción. Debes sentir repulsión hacia mí. Cada vez que estoy cerca de ti te estoy corrompiendo. No puedo evitarlo.
—No siento que me estés corrompiendo.
Nicholas la miró con tristeza.
—Sólo porque no sabes lo que eso implica. No sabes reconocerlo. Cuando lo hagas ya será demasiado tarde. Adán y Eva no se dieron cuenta de lo que habían perdido hasta que estuvieron fuera del paraíso.
—Sé algo sobre el tema —murmuró _____— y no por haber leído a Milton.
En ese momento, Christopher les llevó la cena, interrumpiendo la incómoda conversación. Nicholas se comportó como el perfecto anfitrión, sirviéndole la ensalada y la pizza a _____ antes de servirse él y asegurándose de que le tocaban más virutas de queso parmesano y más picatostes que a él. Y no porque no le gustaran. Al contrario, le gustaban mucho.
Mientras comían en silencio, _____ recordaba su primera cena juntos. En ese momento, empezó a sonar una canción por los altavoces. Era una canción tan bonita que dejó los cubiertos sobre la mesa y escuchó con atención.
Nicholas también la oyó y empezó a cantar susurrando. La letra hablaba sobre el cielo y el infierno, la virtud y el pecado.
_____ se quedó atrapada en la sobrecogedora relevancia de la letra. Pero Nicholas tenía ni idea de que cantara tan bien. Oír aquellas palabras saliendo de su boca perfecta con su sensual voz...
—Es una canción preciosa. ¿De quién es?
—Se llama You and Me. Es de Matthew Barber, un músico local. ¿Has oído la frase sobre la virtud y el pecado? No cabe duda sobre cuál le corresponde a cada uno de nosotros.
—Es muy bonita pero triste.
—Siempre he tenido una gran debilidad por las cosas bonitas pero tristes. —La miró atentamente antes de apartar la vista—. Creo que deberíamos empezar a hablar sobre tu proyecto, señorita Mitchell.
Su máscara profesional volvía a estar firmemente colocada en su sitio. _____ respiró hondo y empezó a describir su proyecto, nombrando a Paolo y a Francesca, a
Dante y a Beatriz. Justo en ese momento, sonó el teléfono de Nicholas.
El tono de llamada eran las campanadas del Big Ben. Él alzó un dedo para indicarle que esperara un momento. Al leer la pantalla de su iPhone, le cambió la expresión de la cara.
—Tengo que responder —dijo con preocupación—. Lo siento.
Se levantó y respondió al teléfono en un mismo gesto.
—¿Paulina?
Se dirigió a la sala vecina, pero _____ oía lo que decía.
—¿Qué pasa? ¿Dónde estás? —preguntó él, en voz cada vez más baja.
_____ trató de seguir cenando, pero no podía dejar de preguntarse quién sería
Paulina. Nunca había oído ese nombre hasta entonces. Nicholas había parecido muy preocupado al ver su nombre en la pantalla del teléfono.
«¿M. P. Jonas? ¿Paulina Jonas? ¿Será su ex esposa? ¿O M. P. será un código para alguien y estará intentando confundirme?»
Nicholas regresó a la mesa un cuarto de hora más tarde y no se sentó. Estaba muy alterado, pálido y tembloroso.
—Tengo que irme. Lo siento. La cena está pagada y le he pedido a Christopher que llame un taxi para que te lleve a casa cuando hayas terminado.
—Puedo ir andando —replicó ella, agachándose para recoger el maletín.
Él levantó una mano para detenerla.
—De ninguna manera. No a estas horas ni en este barrio. Toma —añadió, ofreciéndole un billete doblado—. Para el taxi o por si quieres tomar algo más. Por favor, quédate y acábate la cena. Y llévate lo que sobre a casa. ¿Lo harás?
—No puedo aceptar tu dinero —dijo _____, devolviéndole el billete.
Nicholas le dirigió una mirada suplicante.
—Por favor, _________, ahora no —le rogó, frotándose los ojos con una mano.
Ella se apiadó de él y no insistió.
—Siento tener que dejarte así. Yo...
Lo sentía. Sentía mucho... algo. Estaba tremendamente angustiado, casi desencajado de ansiedad. Sin pensar, _____ le tomó la mano en un gesto de compasión y solidaridad. Y se sorprendió mucho al comprobar que él no hacía ninguna mueca, ni se soltaba bruscamente.
Al contrario. Le apretó los dedos como dándole las gracias por el contacto. Abrió los ojos y la miró, acariciándole el dorso de la mano con suavidad. Fue un gesto dulce y familiar, como si lo hubiera hecho miles de veces. Como si ella le perteneciera. Se acercó su mano a los labios y se quedó mirándola.
«Aquí permanece el olor a sangre; ni todos los perfumes de Arabia harían más dulce esta mano», susurró, parafraseando a lady Macbeth. Tras besársela reverentemente, se despidió:
—Buenas noches, _________. Nos veremos el miércoles... si sigo aquí.
Ella asintió. Lo vio salir a la calle y echar a correr en cuanto sus pies tocaron la acera. Al cabo de un rato, se dio cuenta de que seguía llevando su precioso jersey de cachemira y que dentro del billete, Nicholas había escondido la tarjeta del Starbucks junto con una nota que decía:
J:
No creerías que iba a rendirme tan fácilmente, ¿no?
No te avergüences de aceptar un regalo si te lo ofrecen sin contrapartidas.
Y aquí no hay ninguna contrapartida.
Tuyo,
Nicholas

Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 4 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por zai Mar 19 Mar 2013, 10:43 am

Hola Nueva lectora!!! siguela me encanto esta nove!!!!
que habra pasado que Nick se fue asi???
:bye:
zai
zai


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 4 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Mar 19 Mar 2013, 4:17 pm

zai escribió:Hola Nueva lectora!!! siguela me encanto esta nove!!!!
que habra pasado que Nick se fue asi???
:bye:

Hola Gracias por leerla :amor: la seguiré el viernes tengo muchos deberes :misery:
pronto entenderas a nuestro querido Profesor :maloso:
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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Mensaje por zai Mar 19 Mar 2013, 6:41 pm

Ava Del Angel escribió:
zai escribió:Hola Nueva lectora!!! siguela me encanto esta nove!!!!
que habra pasado que Nick se fue asi???
:bye:

Hola Gracias por leerla :amor: la seguiré el viernes tengo muchos deberes :misery:
pronto entenderas a nuestro querido Profesor :maloso:


Gracias a vos por subirla!!!
Si no te preocupes sube cuando puedas :amor:
:bye:
zai
zai


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Mensaje por aranzhitha Miér 20 Mar 2013, 7:49 pm

hola!!! Nueva lectora!!!
Me encanta desde ayer no he parado de leerla!!!
Quiero que subas mas por fis!!! :(
aranzhitha
aranzhitha


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 4 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Jue 21 Mar 2013, 12:59 pm

aranzhitha escribió:hola!!! Nueva lectora!!!
Me encanta desde ayer no he parado de leerla!!!
Quiero que subas mas por fis!!! :(

Hola Gracias por leerla :amor:
Con mucho gusto te subiré capitulo :aah:
:bye:
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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Mensaje por Ava Del Angel Jue 21 Mar 2013, 1:05 pm

Capitulo 13


A la mañana siguiente, _____ aún no había decidido qué hacer respecto a la beca. No quería obrar precipitadamente. Tenía miedo de que la generosidad de Nicholas quedara al descubierto. Sabía que en la administración universitaria había mentes desconfiadas que no dudarían en atacarlo.
Y también debía de ir con mucha cautela por su propio bien. Cualquier paso en falso podía hacerla quedar como lo que no era. No quería que nadie la viera como otra cosa que una estudiante seria y responsable. Por eso no se atrevía a dirigirse al director del departamento y rechazar la beca. Entre otras cosas, una beca siempre quedaba bien en un currículum. Y se suponía que para un estudiante serio, el currículum era más importante que el orgullo personal.
Hablando en términos clásicos, la señorita Mitchell se encontraba entre la Escila de proteger tanto a Nicholas como a sí misma y la Caribdis de su orgullo. Por desgracia para este último, rechazar la beca era peligroso. Y para huir del peligro lo único que tenía que hacer era aceptar el dinero. No le gustaba. No le gustaba nada. Especialmente después de haber aceptado ya el vestido y los zapatos de Rachel y de la maniobra no tan secreta de Nicholas para reemplazar su vieja mochila.
No le había comentado que había enviado ésta a L. L. Bean y que estaba esperando que se la cambiaran por una nueva. Y que, cuando la recibiera, tenía previsto usarla, aunque sólo fuera para reafirmar su independencia.
El viernes por la tarde, sin poder resistir más la curiosidad, le envió un mensaje de texto a Rachel contándole lo de la fundación y la beca y preguntándole si sabía quién era M. P. Jonas.
Rachel le respondió casi inmediatamente:
¿Qué dices que hizo N.? Nunca había oído hablar de esa fundación. Ni de MPE. Podría ser su madre biológica.
O su abuela.
TQM, R.
P. D.: A dice hola y gracias

_____ leyó el mensaje varias veces. Le pareció que lo que tenía más sentido era que fuera su abuela. Dudaba que le hubiera puesto a la beca el nombre de alguien a quien odiaba. Y estaba segura de que seguía odiando a su madre biológica.
Aunque también podía ser que Nicholas le ocultara cosas a Rachel, igual que se las ocultaba al resto del mundo. Tras un par de chupitos de tequila para infundirse valor, leenvió otro mensaje a su amiga preguntándole si Nicholas tenía novia en Toronto, para ver si ésta sabía algo de la beca. La respuesta le llegó en seguida, pero en la bandeja de entrada del correo electrónico:
¡_____!
Te escribo por aquí, porque los botones del teléfono son muy pequeños. Nicholas NUNCA ha tenido novia.
Nunca trajo a nadie a casa para presentársela a papá y mamá, ni siquiera en el instituto. Una vez, Scott lo acusó de ser gay, pero su radar no funciona para esas cosas.
¿No viste su apartamento? ¿No viste las fotos de su dormitorio? ¿Las viste? Vamos, seguro que no tiene novia.
Sólo amigas para follar. Aunque, cuando se lo pregunté, reaccionó de manera extraña. Tiene treinta y tres años, por el amor de Dios. ¡Ya no tiene edad para ir de ligón!
¿Estás segura de que no se ha inventado a ese M. P. Jonas? Se lo preguntaré a Scott y te diré algo. No quiero molestar a mi padre. Sigue estando muy mal.
Aaron y yo vamos de camino a las islas de la Reina Carlota. Pasaremos allí dos semanas en una cabaña de madera, sin Internet ni teléfonos móviles. Los dos solos. Paz, tranquilidad y un jacuzzi al aire libre.
Por favor, no permitas que Nicholas caiga en el abismo hasta mi regreso.
Te quiere, R.
P. D.: Aaron quiere saludarte personalmente. Aquí tienes, cariño.
Hola, _____, soy Aaron.
Gracias por cuidar tan bien de mí prometida en Canadá. Volvió muy cambiada y sé que no debo agradecérselo a Nicholas.
Te echamos mucho de menos en el funeral. Ojalá podamos vernos en Acción de Gracias. Si no pensabas venir, ¿podrías reconsiderarlo? Será duro este año, sin Grace. Richard —y Rachel— necesitan tener a toda la familia cerca y eso te incluye a ti.
Tengo puntos de mi compañía aérea. Podría enviarte un billete.
Piénsalo.
Te quiero, niñita,
Aaron

_____ se secó una lágrima ante su dulzura y al verlo feliz y aliviado porque su prometida y él seguían juntos y muy enamorados. _____ daría cualquier cosa por ser amada de esa manera.
Se preguntó por qué la amable oferta de Aaron no le había parecido caridad. Se estaba planteando seriamente aceptarla. Pensó en Grace. Ella tenía razón. Cuando no hay contrapartidas y un regalo se ofrece de corazón, no hay nada vergonzoso en aceptarlo. Si aceptaba el billete de avión ofrecido por Aaron, podría estar presente en la primera cena de Acción de Gracias tras la muerte de Grace y devolver la beca.
Al pensar en Grace, se preguntó si sería útil rogarle a ésta tanto por ella como por Nicholas. Grace era una auténtica santa, una madre celestial que sin duda enviaría ayuda a sus hijos. Mientras santa Lucía estaba de vacaciones con su amado Aaron, _____ dirigió su atención a los cielos y le pidió a Grace que intercediera por las vidas de todos ellos y encendió una vela en su memoria en la ventana de su pequeño estudio, aquella fría noche de viernes. Antes de meterse en la cama con su conejito de peluche, decidió aceptar el regalo de Aaron como prueba de su nueva actitud hacia la caridad y su capacidad de tragarse el orgullo cuando era necesario. Lo que significaba que su pecado capital no era tan capital.
En ausencia de Paul, _____ se encontró con que el sábado se le hacía muy largo y acabó yendo a trabajar en su propuesta de proyecto al despacho de El Profesor en la biblioteca. Parte de ella deseaba que Nicholas volviera a sorprenderla allí, pero no sucedió. Recordó sus palabras de despedida: «Nos veremos el miércoles... si sigo aquí».
A pesar de lo que Rachel le había dicho, era muy posible que tuviera novia.
Recordó que le había asignado a la tal Paulina el tono de llamada de las campanadas de Big Ben. ¿Viviría en Londres? ¿Sería inglesa? ¿O tendría alguna relación con el repique de las campanas? Buscó la historia del Big Ben en la Wikipedia, pero no encontró nada particularmente revelador. (Lo que suele suceder muchas veces con Wikipedia.) _____ no era tan inocente como Nicholas pensaba. Sabía que él no era virgen. Ya no lo era cuando lo conoció. Pero una cosa era saberlo y otra que te lo restregaran por la cara.
Pensó en él y Paulina, o en él y cualquier otra chica sin rostro, piel con piel, entrelazados. Se lo imaginó besándola en los labios, explorando su cuerpo con la boca, las manos, los ojos. Vio a Nicholas dando y recibiendo placer físico de una rubia alta y perfecta. Se lo imaginó en éxtasis, gritando el nombre de la chica y mirándola a los ojos mientras alcanzaba el clímax. Pensó en él convirtiéndose en un solo ser con otra alma, perteneciendo a otra mujer. Esa mujer, ¿lo amaría? ¿Sería amable con él? ¿Querría que se convirtiera en mejor persona o sólo desearía disfrutar de su cuerpo, su pasión, su naturaleza animal? ¿Le importaría si detrás de sus preciosos ojos azules se escondía el alma de un hombre herido, desaparecido, necesitado de redención y de cura? ¿O procuraría arrastrarlo aún más hacia las profundidades, atrayéndolo con su cuerpo y con sus largas uñas?
La sola idea de Nicholas llevándose a otra mujer, a cualquier mujer, a su cama — ya no digamos a su alma— le resultaba muy dolorosa. Pero la idea de que esa mujer calentara su cama más de una noche era absolutamente devastadora. Porque _____ llevaba toda la vida queriendo ser ella.
A pesar de sus ideas tristes y sórdidas no era capaz de quitarse el jersey verde de cachemira. Se lo llevó puesto a la biblioteca y pasó las horas envuelta en su calor y en el aroma de Nicholas. Se temía que eso iba a ser lo más cerca que conseguiría estar de él.
Olvidándose por un tiempo del CD de Paul, se puso a escuchar a Yael Naim. Le encantaba la canción Far Far, aunque no tenía ni idea de si la letra era adecuada a su situación. _____ se había pasado casi toda la vida esperando que le pasara algo bueno, guardándose sueños y esperanzas muy dentro del alma. Pero pronto llegaría el día en que tendría que encargarse personalmente de que esas cosas buenas sucedieran.
La música era suave y relajante y le permitió avanzar mucho en la propuesta hasta la hora de cierre de la biblioteca.
Al salir, se puso los auriculares y pasó de largo el carrito de los perritos calientes, decidiéndose por una cena líquida. Se compró un smoothie de mango, el más grande, y regresó a casa andando, bebiendo y pensando. Como iba distraída preguntándose dónde estaría Nicholas y qué andaría haciendo, casi no vio a Ethan, que la saludó al pasar ella junto a la larga cola de gente que aguardaba para entrar en Lobby.
—Hola, Ethan —lo saludó, quitándose los auriculares.
Él le hizo un gesto para que se acercara.
—Hola, _____. Gracias otra vez por ayudarme a escribirle a Rafaela. Le encantó.
—Si Ethan hubiera sido capaz de ruborizarse, lo habría hecho en ese momento. Sonrió con los ojos brillantes—. Me está enseñando italiano.
Ella se echó a reír, encantada de verlo tan feliz.
—¿Cómo van las cosas? Mucha gente, ¿eh? —comentó, señalando la cola.
—Ahora dejaré entrar a unos cuantos más, pero antes tengo que sacar a alguien.
—Vaya, eso suena amenazador.
Ethan negó con la cabeza.
—Tu amigo está dentro. Nunca lo había visto tan borracho. El camarero se niega a seguir sirviéndole copas y eso significa que tengo que sacarlo a la fuerza y meterlo en un taxi.
_____ alzó mucho las cejas.
«¿Nicholas está aquí? ¿Y Paulina?»
—Lo he intentado solo y casi me ha dado un puñetazo. Estoy esperando que alguien me sustituya aquí para ir a buscarlo, pero voy a necesitar refuerzos. A no ser que me ayudes tú —dijo, mirándola con admiración—. Creo que podrías convencerlo de que salga voluntariamente.
Ella negó con la cabeza con brusquedad.
—¿Estás de broma? No me haría ningún caso. Ni siquiera somos amigos.
—No es ésa la impresión que me dio, pero no pasa nada. Lo entiendo. —Se encogió de hombros y miró la hora.
_____ bebió un poco más de smoothie y se acordó de la promesa que le había hecho a Rachel. Se preguntó si ése sería uno de esos casos en que estaba moralmente obligada a intervenir.
«¿Y si no hago nada y Nicholas acaba en la cárcel? Él se ha esforzado por ser amable conmigo esta semana. No puedo ignorarlo. Me traería mal karma.»
—Ejem, bueno, puedo intentarlo. A ver si quiere salir por las buenas —dijo, no muy convencida—. No me gustaría que acabara detenido.
—A mí tampoco. Nos gusta que nuestros vips estén contentos. Pero no ha parado de beber un whisky doble tras otro desde que ha llegado. No podemos seguir sirviéndole más. Tal vez a ti te escuche. Lo que tiene que hacer es irse a casa a dormirla.
Ethan apartó el cordón de terciopelo para que pasara.
—No voy vestida para entrar ahí —se excusó _____, mirándose las zapatillas deportivas, los vaqueros rotos y el jersey de Nicholas, que olía de manera deliciosa, pero que le quedaba demasiado grande.
—Vas bien, pero escucha, si está demasiado borracho y no te ves capaz de tratar con él, vuelve en seguida. No es fácil de controlar cuando ha bebido tanto.
_____ sabía de lo que era capaz Nicholas cuando estaba borracho, pero se recordó que con ella había sido muy dulce aquella noche, años atrás.
Entró en el club esperando que nadie la reconociera. Se deshizo la coleta y se tapó la cara con el pelo, usándolo como un velo para mantenerse a salvo de miradas curiosas. Elevó una oración desesperada a los dioses de las coctelerías y bares de copas para que mantuvieran a distancia a Brad Curtis, MBA, vicepresidente de mercados de capitales. No quería que la viera vestida así. Se abrochó los botones de su chaquetón verde militar porque no quería que Nicholas descubriera que seguía llevando su jersey.
No le costó mucho localizarlo. Estaba sentado en el bar, charlando con una atractiva morena que quedaba de espaldas a _____. Nicholas no estaba mirando a la mujer que tenía una mano enredada en su pelo y que lo estaba atrayendo hacia ella por la corbata, sino el vaso vacío. No parecía contento, pero eso probablemente tuviese más que ver con el estado de su copa que con otras cosas.
Desde su observatorio privilegiado, a varios metros de distancia, vio que la Jonas adicta, que prácticamente estaba sentada en su regazo y metiéndole los pechos en la cara, no era otra que Christa Peterson. Mierda. ¿Pensaría llevársela Nicholas a casa?
_____ supo que, en ese momento, la única que podía cuidar de él era ella. Si Nicholas se acostaba con Christa no sólo estaría violando la política de no confraternización y poniendo su carrera académica en peligro, sino que se vería envuelto en una incómoda relación con la joven que esperaba convertirse en la señora Jonas. Y no podía olvidar que era muy posible que Christa estuviera tratando de seducirlo para vengarse de cómo Nicholas la había tratado en el Starbucks por defenderla a ella.
Fuera por lo que fuese, no podía permitir que su compañera siguiera adelante con sus planes de seducción. «Las manos fuera de mi tesoro, Gollum.» Volviéndose, salió en busca de Ethan y le susurró al oído:
—Necesito tu ayuda. Está con una chica a la que no le conviene llevarse a casa, porque es una de sus alumnas. Necesito separarlo de ella antes de meterlo en el taxi.
—Yo no puedo meterme en eso —contestó Ethan encogiéndose de hombros—. Es asunto suyo.
—¿Y si el camarero le tira una copa encima y la envía al cuarto de baño? Entonces yo podría convencer a Nicholas para que salga del local.
—¿Crees que podrás hacerlo?
_____ parpadeó unos instantes.
—No lo sé, pero seguro que me será más fácil si logramos separarlos. No creo que él sea capaz de formar pensamientos coherentes con esas tetas de plástico en la cara.
«Oh, dioses de las estudiantes de tesis que se están esforzando mucho por
proteger a un amigo, ayudadme a mantener apartada a esa puta de su polla. Por favor.»
Ethan se echó a reír.
—Parece una película de intriga. De acuerdo, seguro que el camarero nos ayuda. Tiene sentido del humor. Si Jonas se pone difícil, dile que me llame. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Ethan hizo una llamada y momentos después le indicó a _____ que ya podía acercarse a Nicholas. Respirando hondo, ella enderezó la espalda y volvió junto a él.
Algo le había hecho mucha gracia, porque estaba riéndose a carcajadas, con la cabeza echada hacia atrás y sujetándose el estómago con las manos.
_____ tuvo que admitir que todavía estaba más guapo cuando se reía. Llevaba una elegante camisa de un tono verde pálido, con los dos botones superiores desabrochados, lo que dejaba a la vista un poco de vello, que asomaba como briznas de hierba bajo el manto blanco inmaculado de su camiseta. Por suerte, había abandonado la moda de los años cincuenta y se había quitado la pajarita. Llevaba una corbata de seda negra con rayas también negras, que le colgaba del cuello suelta; unos pantalones de vestir negros, bastante ajustados, y unos zapatos asimismo negros brillantes y acabados en punta.
En resumen, El Profesor estaba bebido, pero iba impecable.
—¿Profesor?
Él dejó de reír en seco y se volvió hacia _____. Al verla, le dedicó una amplia sonrisa. Parecía contento de verla. Demasiado contento.
—Señorita Mitchell, ¿a qué debo este inesperado placer? —Le cogió la mano y se la llevó a los labios, donde la retuvo demasiado tiempo.
_____ frunció el cejo. La verdad era que no parecía bebido, pero estaba comportándose de un modo extraño, demasiado amistoso, seductor incluso, sin duda a causa del alcohol. (O eso o había recibido un trasplante de personalidad de alguien encantador, pongamos por caso, Daniel Craig.)
—¿Podrías ayudarme a conseguir un taxi? Tengo que volver a casa —dijo ella y retiró la mano mientras disimulaba una mueca por lo absurdo de su excusa.
—Por ti haría cualquier cosa, señorita Mitchell. Y lo digo en serio. ¿Puedo invitarte a una copa antes? —preguntó sonriendo, mientras se sacaba un fajo de billetes del bolsillo y se los daba al camarero.
—No, gracias, ya tengo una —respondió _____, sacudiendo el smoothie bajo la nariz de Nicholas.
El camarero miró con escepticismo el estridente vaso de polietileno, pero se limitó a cobrar sin hacer comentarios.
—¿Por qué estás bebiendo eso? ¿Marida bien con el cuscús? —Nicholas volvió a reír, pero al ver que _____ se mordía el labio inferior, se detuvo en seco.
Algo bruscamente, le pasó el pulgar por el labio para que dejara de mordérselo.
—Para. No quiero que te hagas sangre. —Y sujetándole la cara con las manos, le acercó la suya. Estaban muy cerca. Demasiado cerca—. Lo del cuscús era una broma.
_____ aún estaba recuperándose de la impresión de haber tenido el pulgar de Nicholas entre los labios.
—Supongo que no ha tenido gracia. No es divertido reírse de la pobreza de la gente. Y tú eres una niñita muy dulce.
Ella apretó los dientes, preguntándose cuánto tiempo iba a aguantar aquella actitud condescendiente antes de largarse y dejarlos —a él y a su polla— en las garras de Christa.
—Profesor, yo...
—Estaba hablando con alguien. La conoces. Es una auténtica zorra. —La mirada embriagada de Nicholas barrió la sala antes de volver a centrarse en ella—. Se ha largado. Me alegro, es una bruja.
_____ asintió. Y sonrió.
—Te miró como si fueras basura, pero yo la puse en su sitio. Si vuelve a molestarte, la expulsaré. Todo irá bien, ya lo verás.
Volvió a acercar su cara a la de ella y se pasó la lengua por sus labios perfectos muy lentamente.
—No deberías estar en un sitio como éste. Ya deberías estar durmiendo en tu camita lila, enroscada como un gatito. Un precioso gatito con grandes ojos castaños.
Me encantaría acariciarte.
_____ levantó las cejas. «¿De dónde saca esas ideas?»
—Ejem, sí, es verdad. Tengo que irme a casa ahora mismo. ¿Sales conmigo y me ayudas a parar un taxi? ¿Por favor, profesor? —Señaló hacia la salida, tratando de mantener una prudente distancia entre los dos.
Él cogió su gabardina inmediatamente.
—Lo siento. El jueves tuviste que volver sola. No volverá a ocurrir. Vamos, te llevaré a casa, gatita.
Le ofreció el brazo a la manera tradicional y _____ se cogió de él, preguntándose quién guiaba a quién. Al llegar a la calle, Ethan los estaba esperando con un taxi. Al verlos acercarse, les abrió la puerta trasera.
—Señorita Mitchell —susurró Nicholas, apoyándole una mano en la parte baja de la espalda.
—Pensándolo mejor, creo que iré andando —contestó ella, tratando de alejarse.
Pero él insistió, igual que Ethan, éste probablemente porque quería librarse de ellos antes de que Nicholas decidiera que quería seguir bebiendo y lo derribara de un puñetazo. No deseando causarle problemas a Ethan y para huir de Christa, ese Gollum que podía aparecer en cualquier momento reclamando su tesoro, _____ se metió en el taxi y se deslizó por el asiento hasta el extremo opuesto.
Nicholas entró tras ella. _____ trató de no respirar por la nariz para no embriagarse con los efluvios de todo el whisky escocés que había consumido. Ethan le dio un billete al taxista y cerró la puerta del taxi, despidiéndose de _____ con la mano.
—Al edificio Manulife —indicó Nicholas.
Ella estaba a punto de corregirlo y dar su dirección, cuando él la interrumpió:
—No has venido a Lobby a beber.
Sus ojos, que la estaban examinando de arriba abajo, se detuvieron en sus rodillas, que asomaban bajo los rotos del pantalón.
—Mala suerte. Estaba en el lugar inadecuado en un momento inoportuno.
—No lo creo —susurró él, con una sonrisita en los labios—. Creo que tienes muy buena suerte. Y ahora que te he encontrado, yo también la tengo.
_____ suspiró. Era tarde para decirle al taxista que dieran la vuelta. Ya estaban circulando en dirección contraria. Iba a tener que asegurarse de que El Profesor llegaba a casa sano y salvo y después volver a su apartamento andando. Negando con la cabeza, dio un largo sorbo al smoothie.
—¿Me estabas espiando? —preguntó él, mirándola con desconfianza—. ¿Te pidió Rachel que lo hicieras?
—Claro que no. Volvía a casa de la biblioteca y te he visto por la ventana.
—¿Me has visto y has decidido entrar a hablar conmigo? —preguntó Nicholas, sorprendido.
—Sí —mintió _____.
—¿Por qué?
—Sólo conozco a dos personas en Toronto. Tú eres una de ellas.
—Es una pena. Supongo que la otra es Paul.
Ella lo miró de reojo, pero no respondió.
—Follaángeles.
_____ frunció el cejo.
—¿Por qué lo llamas así?
—Porque eso es lo que es. O, para ser más exactos, lo que quiere ser. Pero tendrá que pasar por encima de mi cadáver. Ya puedes decírselo. Dile que si quiere follarse al ángel, que se atenga a las consecuencias.
Ella alzó una ceja ante su comportamiento medieval y su lenguaje procaz. Lo había visto borracho anteriormente, por supuesto, y sabía que en esos momentos alternaba episodios de absoluta lucidez y otros de completa locura. «¿Y cómo se las arregla uno para follar con un ángel? Los ángeles son criaturas inmateriales, espirituales. ¡No tienen genitales, Nicholas! Eres un especialista en Dante, pero estás chalado.»
No tardaron mucho en llegar al bloque de pisos. Cuando el taxi se detuvo, ambos salieron a la vez. El apartamento de _____ no estaba lejos, a unas cuatro manzanas, y no tenía dinero para un taxi, así que se despidió de Nicholas con una sonrisa, le deseó buenas noches y se volvió, dándose una figurada palmadita en la espalda de parte de Rachel. Luego el smoothie y ella iniciaron la caminata de vuelta a su apartamento.
—He perdido las llaves —le llegó la voz de Nicholas, que se estaba cacheando, apoyado precariamente en una palmera de plástico—. Pero ¡he encontrado las gafas!
—Le mostró su montura negra de Prada.
_____ cerró los ojos y respiró hondo. Quería dejarlo e irse. Quería delegar la responsabilidad de su bienestar en otro buen samaritano, a ser posible algún vagabundo que pasara por allí. Pero cuando vio su expresión confusa y que empezaba a deslizarse hacia el suelo, arrastrando consigo a la pobre palmera, con maceta y todo (una pobre palmera de plástico que no le había hecho daño a nadie en toda su vida), supo que no podía hacerlo. Nicholas había sido el niño de Grace en otra época y ella no podía dejar abandonado a ese niño. En el fondo de su corazón, _____ sabía que la amabilidad, por pequeña que fuera, nunca se perdía. «Ni siquiera es capaz de encontrar las llaves, por el amor de Dante.» Suspirando, _____ tiró el vaso a una papelera cercana.
—Vamos —dijo, rodeándole la cintura con un brazo. Hizo una mueca cuando él le rodeó a su vez los hombros y le dio un apretón con demasiada familiaridad.
Entraron en el vestíbulo inclinándose como un galeón en una tormenta. El conserje los vio y los dejó entrar, abriendo la puerta desde su puesto con el automático. Cuando llegaron al ascensor, el whisky pareció castigar a Nicholas con más fuerza. Permaneció con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, gruñendo de vez en cuando.
_____ aprovechó el momento para buscar las llaves en sus bolsillos. En cuanto consiguió arrancarle de las manos su preciada gabardina Burberry, las encontró en seguida.
—Me has buscado en un bar y me has llevado a casa, gatita traviesa. Pensaba que no te llevabas a casa a hombres que habías conocido en bares.
Incluso estando borracho, el profesor Jonas seguía siendo un idiota.
—No te he llevado a mi casa, profesor. Te he acompañado a la tuya para ayudarte. Pero como sigas comportándote así, voy a soltarte y te caerás —murmuró ella, cada vez más enfadada.
Tras varios intentos, _____ dio con la llave y abrió la puerta. Lo ayudó a entrar y sacó la llave de la cerradura. Estaba a punto de dejarlo allí, cuando él murmuró que se estaba mareando. Se lo imaginó ahogándose en su propio vómito, muerto en el baño, solo y sin amigos, como una estrella del rock en horas bajas, y decidió quedarse.
Esperaría hasta que estuviese en la cama y se aseguraría de que no vomitara (y se ahogara). Dejó las llaves y la gabardina sobre el mueble del recibidor. Luego se quitó el abrigo y lo puso encima de su maletín.
Nicholas estaba apoyado en la pared, con los ojos cerrados, así que no había peligro de que se diera cuenta de que seguía llevando su jersey, como si fuera una adolescente enamorada.
—Vamos, profesor.
_____ lo apoyó en su hombro y lo ayudó a recorrer el pasillo.
—¿Adónde me llevas? —preguntó él, abriendo un ojo.
—A la cama.
Nicholas se echó a reír, se apoyó en la pared y separó las piernas para mantener el equilibrio.
—¿Qué te parece tan gracioso?
—Tú, señorita Mitchell —respondió en un ronco susurro—. Me llevas a la cama y ni siquiera me has besado. ¿No crees que deberíamos empezar con algún que otro beso? Luego podríamos hacer manitas un par de noches en el sofá y a partir de allí ya pasaríamos a la cama. Ni siquiera he tenido la oportunidad de acariciarte, gatita traviesa. Eres virgen, no lo olvides.
_____ se enfureció, especialmente por el último comentario.
—Tú no has hecho manitas en tu vida. Y no te llevo a la cama, idiota. Te acompaño hasta allí para que puedas dormir la mona. Vamos, basta de cháchara.
—Bésame, ________. Dame un beso de buenas noches. —Nicholas la estaba mirando fijamente. Su voz se había convertido en un murmullo aterciopelado—. Y te prometo que luego me iré a la cama como un niño bueno. Y tal vez, si te portas bien, dejaré que tú te acurruques a mi lado como una gatita buena.
Ella ahogó una exclamación. En ese momento no parecía borracho. Tenía un aspecto bastante lúcido y la estaba acariciando con la mirada, deteniéndose más tiempo del necesario en la zona del pecho. Nicholas se pasó la lengua por los labios. «Ahora viene la sonrisa seductora... Va a llegar en cinco, cuatro, tres, dos, uno... ahí está.» (Menos mal que en su actual estado de ánimo, _____ era inmune a las sonrisas derretidoras.)
Soltándolo inmediatamente, dio un paso atrás y apartó la vista. No podía permitírselo. Mirarlo directamente cuando sonreía era como mirar el sol sin protección. Nicholas dio un paso hacia ella. La espalda de _____ chocó contra la otra pared del pasillo. Estaba atrapada. Él se acercó un poco más.
_____ abrió mucho los ojos. La estaba acechando. Y parecía hambriento.
—Por favor... no... no me hagas daño.
Nicholas frunció el cejo, levantó las manos y le sujetó la barbilla para que lo mirara directamente a los ojos, que le brillaban atrevidos.
—Nunca —dijo y la besó.
En cuanto sus labios entraron en contacto, _____ perdió la capacidad de razonar y se sumergió en las sensaciones. Nunca había sido tan consciente de su físico como en ese momento. La energía que había perdido su mente la ganó su cuerpo. Notó que los labios de Nicholas apenas se movían. Eran unos labios cálidos, húmedos y sorprendentemente suaves. No sabía si la estaba besando así por la borrachera. Era como si sus bocas se hubieran quedado pegadas. Como si su conexión, tan real como intensa, no pudiera romperse ni por un segundo. _____ no se atrevía a moverse por miedo a que él la soltara y no volviera a ser besada así nunca más en toda su vida.
Él se apoyó en ella con suavidad pero con firmeza, mientras le acariciaba las mejillas con las manos. No abrió la boca, pero el sentimiento que circuló entre ellos fue muy intenso. _____ notó el latido de su corazón en sus oídos, sintió que se ruborizaba y que le aumentaba la temperatura en todo el cuerpo. Se acercó un poco más a él, eliminando la separación que quedaba entre los dos y rodeándole la espalda con los brazos. Percibió la tensión de sus músculos debajo de la camisa y su corazón latiendo contra su pecho. Pero la trataba con demasiado cuidado, con demasiada delicadeza... Ella quería más, mucho más.
No supo cuánto tiempo pasó desde que empezaron a besarse, pero cuando Nicholas se apartó, a _____ le daba vueltas la cabeza. Había sido algo trascendente. Emocional.
Durante unos instantes, había logrado satisfacer su deseo más profundo. Había sido un momento real y muy emotivo que le había provocado una marea de recuerdos y de sueños del huerto de los manzanos. Pero ese beso no se lo había imaginado. La chispa, la atracción, habían vuelto a la vida. Se preguntó si él habría sentido lo mismo. Tal vez a esas alturas de su vida ya era inmune a esos sentimientos.
—Preciosa _______ —murmuró Nicholas, tambaleándose—, dulce como un caramelo.
Se pasó la lengua por los labios como si la estuviera saboreando. Cualquier rastro de lucidez había desaparecido. Con los ojos cerrados, se desplomó contra la pared, a punto de desmayarse.
Cuando _____ recobró el juicio, cosa que le llevó más de un minuto, lo arrastró hacia la habitación. Todo habría acabado bien si en ese momento él no le hubiera vomitado encima. De ella y del precioso y carísimo jersey de cachemira. Cuando acabó, el verde coche de carreras inglés había dado paso a otro tipo de verde.
Ella ahogó un grito y reprimió sus propias náuseas ante la visión y el olor. Tenía el estómago muy delicado. «¡Lo tengo hasta en el pelo! Oh, dioses de las buenas samaritanas, ¡ayudadme, rápido!»
—Lo siento, ________. Siento haber sido un mal chico —se disculpó Nicholas.
Su voz le recordó a la de un niño pequeño.
Ella contuvo el aliento y negó con la cabeza.
—No pasa nada. Vamos. —Lo arrastró hasta el cuarto de baño y logró que se arrodillara ante el váter antes de la siguiente erupción estomacal.
Mientras vomitaba, _____ se tapó la nariz con dos dedos y miró a su alrededor intentando distraerse. El cuarto de baño era elegante y muy espacioso. ¿Había una bañera donde cabían cómodamente dos personas o más? Correcto. ¿Una ducha para dos personas con una decadente función de lluvia tropical? Correcto. ¿Toallas blancas, grandes y esponjosas, perfectas para recoger vómito? Correcto.
Cuando Nicholas acabó, ella le ofreció una toalla pequeña pero absorbente para que se secara la cara. Él gruñó e ignoró su ofrecimiento, así que _____ se inclinó hacia él y lo limpió con delicadeza antes de darle un vaso de agua para que se enjuagara la boca.
Luego se lo quedó mirando. A pesar del desastre que había sido su familia y de su miedo al matrimonio, a veces se preguntaba cómo sería tener un bebé, un niño o una niña que se parecieran a ella y a su marido. Mirando a Nicholas, que seguía fatal, se imaginó lo que supondría ser madre y cuidar de un niño enfermo. La vulnerabilidad de
Nicholas le llegaba al alma. Sólo la había presenciado una vez anteriormente, no hacía tanto, en su despacho, cuando había llorado por la muerte de Grace.
«Grace se alegraría de saber que estoy cuidando de su hijo.»
—¿Estarás bien si te dejo solo un minuto? —preguntó, apartándole el cabello de la frente.
Él volvió a gruñir, sin abrir los ojos, y _____ lo interpretó como un sí.
Pero le costó separarse de él. Mientras Nicholas gemía, ella siguió acariciándole el pelo y hablándole como si fuera un bebé.
—Está bien, Nicholas. Todo está bien. Siempre he querido cuidar de ti, preocuparme por ti, aunque tú nunca te preocupes por mí.
Cuando se convenció de que podía dejarlo solo unos minutos, fue a su dormitorio y rebuscó en sus cajones en busca de algo, cualquier cosa que pudiera ponerse.
Resistiéndose al impulso de registrar el cajón de la ropa interior en busca de un trofeo que llevarse a casa —o que vender en eBay—, se apoderó de los primeros calzoncillos tipo bóxer que encontró. Eran negros y estaban decorados con el escudo del Magdalen College. Le pareció que eran demasiado pequeños para el trasero bien formado de Nicholas. «Hasta su ropa interior es pretenciosa», pensó, buscando una camiseta.
En el cuarto de baño de invitados se quitó la ropa sucia, se metió en la ducha para lavarse el pelo de vómito y se puso su ropa.
Luego trató de limpiar un poco el desastre del jersey de cachemira. Lo lavó lo mejor que pudo en el lavabo. Después lo dejó en la encimera de mármol para que se secara. Nicholas ya decidiría más tarde si quería llevarlo a la tintorería (o quemarlo).
_____ cogió el resto de su ropa, la metió en la lavadora y volvió al cuarto de baño del dormitorio.
Nicholas estaba sentado con la espalda apoyada en la pared, las rodillas dobladas ante el pecho y la cara escondida en las manos. Seguía gimiendo.
_____ limpió el váter rápidamente y se arrodilló a su lado. No le gustaba la idea de dejarlo vestido con la ropa sucia de vómito, pero tampoco tenía ganas de desnudarlo.
Probablemente él la acusaría de acoso sexual o algo parecido. Y no le apetecía enfrentarse a un profesor Jonas ebrio y furioso. O a un profesor Jonas sobrio y furioso. Como un dragón, podía revolverse y atacar si creía que alguien le estaba tirando de la cola.
—Nicholas, te has manchado de vómito, ¿me entiendes? ¿Quieres quedarte así o...?
—Dejó la frase sin acabar.
Él negó con la cabeza y trató de quitarse la corbata. Por supuesto, con los ojos cerrados no tuvo mucho éxito. _____ le aflojó el nudo con delicadeza y se la sacó por encima de la cabeza. La lavó con agua y la dejó en el mármol. También iba a tener que llevarla a la tintorería.
Mientras ella estaba de espaldas, él trató de desabrocharse la camisa, pero era mucho más difícil de lo que había previsto, por lo que empezó a blasfemar y a tirar de la tela, casi arrancando los botones.
_____ suspiró.
—Déjame a mí.
Volvió a arrodillarse a su lado, le apartó las manos y le desabrochó los botones con facilidad.
Nicholas sacó los brazos de las mangas y luego se quitó la camiseta por encima de la cabeza. Desorientado como estaba, fue incapaz de acabar de hacerlo y permaneció allí, con la camiseta enrollada alrededor de la cabeza, como un turbante.
La imagen era divertida y _____ tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a reír.
Deseó tener el móvil a mano para sacarle una foto. Le habría encantado usarla como fondo de pantalla. O como avatar, si alguna vez necesitaba uno. Liberándolo de la camiseta con delicadeza, se sentó sobre los talones y ahogó una exclamación.
El pecho desnudo de Nicholas era impresionante. Todo su torso era un estudio de perfección. Tenía los brazos grandes y musculados. Los hombros anchos y unos pectorales bien tonificados. Cuando iba vestido, parecía mucho más esbelto, pero no había nada esbelto en el hombre que tenía delante. Absolutamente nada.
Tenía también un tatuaje y eso sí que fue toda una sorpresa. Había visto fotos de Scott y de Nicholas sin camiseta —fotos tomadas durante vacaciones de verano antes de que _____ se mudara a Selinsgrove— y habría jurado que no tenía ningún tatuaje en esas fotos. Así que era uno reciente, hecho en los últimos seis o siete años.
Se extendía por la parte izquierda de su pecho, le cubría el pezón y parte del esternón. Mostraba un dragón medieval que rodeaba un corazón de grandes dimensiones, desgarrándolo con sus zarpas. El corazón era muy realista, nada estilizado, y las garras del dragón se hundían en él con tanta saña que lo hacían sangrar abundantemente.
_____ se quedó mirando embobada la perturbadora imagen. El animal era verde y negro, con una cola con púas, grandes alas abiertas y escupía fuego por la boca. Pero lo que más le llamó la atención fueron las letras negras escritas sobre el corazón: MAIA. ¿Un acrónimo? ¿O sería Maia, un nombre propio? _____ no tenía ni idea de quién podía ser Maia o de qué podía ser MAIA. Nunca había oído ese nombre en casa de los Clark. Por otra parte, no le parecía nada propio de Nicholas hacerse un tatuaje. El que ella había conocido y el que estaba empezando a conocer esos días nunca se haría uno, y menos uno tan grande e inquietante. «¿Lleva un tatuaje como ése debajo de la ropa pero se pone pajarita? ¿Con un jersey?»
_____ se preguntó qué otras sorpresas acechaban en la superficie de su piel y, sin querer, sus ojos se desplazaron más abajo. Incluso estando sentado, tenía los abdominales bien marcados, igual que una uve que nacía de sus caderas y se perdía bajo los pantalones de lana.
«Joder. El Profesor debe de entrenar. Mucho. He cambiado de idea. Quiero una foto de sus abdominales como fondo de pantalla.»
Ruborizándose, apartó la vista. No estaba bien que lo mirase de esa manera. No le gustaría que alguien hiciera lo mismo con ella, especialmente si no se encontraba bien.
Sintiéndose culpable, recogió la ropa sucia y la toalla que había usado para limpiar la alfombra persa del dormitorio y lo llevó todo al lavadero. Lo metió en la lavadora, junto con la ropa de ella, llenó la cubeta del detergente y la puso en marcha. Al pasar por la cocina, cogió una jarra de agua filtrada y un vaso.
En su ausencia, Nicholas había conseguido arrastrarse hasta la impresionante cama cubierta con una colcha de seda, que ocupaba el centro de la habitación. _____ lo encontró sentado en el borde de la misma, descalzo y vestido sólo con unos bóxers negros, con el pelo muy alborotado.
«¡Madre de Dios!»
Aunque probablemente no había nada más excitante en el universo que la visión de Nicholas semidesnudo sentado en la cama, _____ apartó la vista y dejó el agua en la mesita de noche. Quería preguntarle cómo se encontraba, pero pensó que tal vez debería darle un momento de respiro. Así que se apartó y miró a su alrededor. Y lo que vio la dejó asombrada.
La afición de Nicholas por las fotografías en blanco y negro se hacía patente también allí. En tres de las cuatro paredes había un par de fotos. Eran muy grandes, enmarcadas en impresionantes marcos negros. Sin embargo, lo más sorprendente era el contenido.
Eran fotos eróticas, fotografías de desnudos, básicamente femeninos, aunque en algunas de ellas aparecían un hombre y una mujer juntos. Los rostros y los genitales no se veían en ninguna, o bien estaban difuminados o en sombras. Eran fotografías elegantes, hechas con muy buen gusto y estéticamente bonitas. A _____ no le parecieron obscenas, pero eran muy sensuales, mucho más sofisticadas que las fotografías pornográficas y también mucho más excitantes.
Una de ellas mostraba a una pareja de perfil. Estaban cara a cara, sentados en una especie de banco. Tenían los torsos pegados y él tenía las manos enredadas en la melena rubia y larga de ella. _____ se ruborizó mientras se preguntaba si la foto habría sido tomada antes, después o mientras la pareja hacía el amor.
En otra se veía la espalda de una mujer y dos manos masculinas. Una de éstas sujetaba a la mujer por el centro de la espalda. La otra la agarraba por el culo. En la cadera derecha de la mujer se veía un tatuaje, pero eran letras árabes y _____ no entendió lo que decían.
Las dos fotos más grandes colgaban sobre el cabecero de la cama.
Una de ellas retrataba a una mujer tumbada boca abajo. La forma de un hombre flotaba sobre ella casi como si se tratara de un ángel oscuro. Mientras le apoyaba la mano en la parte baja de la espalda, le daba un beso en el hombro. Le recordó la escultura de Rodin conocida como El sueño o El beso del ángel y se preguntó si el fotógrafo se habría inspirado en esa obra.
La otra fotografía la dejó sin respiración. Era la más abiertamente erótica y _____ sintió un gran rechazo por su crudeza y agresividad. Era una visión lateral de una mujer tumbada boca abajo. Sólo se le veía desde el torso hasta la rodilla y sobre ella se cernía parte de una figura masculina. El hombre le agarraba la cadera y la nalga izquierdas con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, mientras presionaba sus propias caderas contra la curva del trasero de la mujer. Él tenía un atractivo glúteo muy definido y dedos largos y elegantes.
Algo en la foto la hizo sentir tan incómoda que tuvo que dejar de mirarla.
¿Por qué querría tener nadie una foto así colgada en su habitación? _____ negó con la cabeza. Aunque, después de haber visto las fotografías, una cosa le había quedado clara: al profesor Jonas le gustaban los culos.
A juzgar por la decoración y por las obras de arte que adornaban su habitación, el dormitorio de Nicholas parecía tener una función muy definida: servir como caldero para su lujuria desatada. Él no hacía nada a la ligera, así que ése tenía que ser el efecto que quería conseguir, a pesar de la aparente frialdad tanto del apartamento como de su dueño. Ésta era una sensación glacial que desprendían no sólo las paredes color visón y las fotografías en blanco y negro, sino también la seda azul claro de las cortinas, la colcha y los escasos muebles.
Entre tanta sencillez, destacaba la enorme cama y su cabecero ricamente labrado, con columnas a los lados, y el pie de la cama, más bajo pero con una talla igual de intrincada.
«Medieval —pensó ella—. Qué adecuado.»
Pronto, algo aún más sorprendente que las fotografías captó su atención. Al ver lo que ocupaba la cuarta pared, la boca se le abrió sin poder evitarlo.
Al pie de la gran cama medieval de Nicholas, desentonando bastante entre las fotografías eróticas en blanco y negro, vio un cuadro prerrafaelita a todo color. Los vivos y gloriosos tonos pertenecían a una reproducción a gran escala del cuadro de Dante y Beatriz de Henry Holiday, el mismo cuadro que colgaba junto a la cama de ella.
Se volvió hacia Nicholas y luego miró el cuadro de nuevo. Él podía verlo desde la cama. Se lo imaginó quedándose dormido cada noche contemplando el rostro de Beatriz. Era la última imagen que veía cada noche y la primera que vislumbraba por las mañanas. No sabía qué tenía ese cuadro para Nicholas. Él era la razón por la que ella lo había comprado. ¿Sería ella la razón por la que lo había comprado él?
La idea la hizo estremecer. No importaba quién entrara en su dormitorio. No importaba qué chica fuera a calentarle la cama, Beatriz siempre estaba allí, siempre estaba presente.
Pero Nicholas no recordaba que ella era Beatriz.
Sacudiendo la cabeza para librarse de esa idea, se acercó a él y lo convenció de que se tumbara en la cama. Luego lo cubrió con la sábana y el edredón de seda y le remetió los bordes por debajo, a la altura del pecho. A continuación se sentó a su lado.
Nicholas la estaba mirando.
—Estaba escuchando música —murmuró, como si hubieran dejado una conversación a medias y la estuviera retomando.
—¿Qué tipo de música? —preguntó _____, algo confusa.
—Hurt, de Johnny Cash. Una y otra vez, sin parar.
—¿Por qué escuchas esas cosas?
—Para recordar.
—Oh, Nicholas. ¿Por qué?
_____ parpadeó para no llorar. Ésa era la única canción de Trent Reznor que podía escuchar sin sentir náuseas, pero siempre la hacía llorar.
Nicholas no respondió.
_____ se inclinó sobre él.
—¿Nicholas? Cariño, no vuelvas a escuchar ese tipo de música, ¿me lo prometes? Ni «Lacrimosa», ni a los Nine Inch Nails. Sal de la oscuridad. Camina hacia la luz.
—¿Dónde está la luz? —murmuró él.
Ella respiró hondo.
—¿Por qué bebes tanto?
—Para olvidar.
Nicholas cerró los ojos.
De ese modo, _____ podía contemplarlo y admirarlo. Debió de ser un adolescente muy dulce, con esos grandes ojos azules, unos labios que pedían a gritos ser besados y aquella mata de pelo castaño tan sexy. Podría haber sido un chico tímido en vez de un chico triste y agresivo. Podría haber sido noble y bueno.
Si _____ y él no se hubieran llevado tantos años de diferencia, tal vez la habría besado en el porche de su padre, la habría llevado al baile de promoción y le habría hecho el amor por primera vez sobre una manta bajo las estrellas, en el viejo huerto de manzanos. En un universo perfecto, ella habría podido ser la primera.
_____ se preguntó cuánto dolor podría soportar una alma humana —la suya en concreto— sin marchitarse por completo y se levantó para marcharse. Una mano cálida salió disparada de debajo de las sábanas y la sujetó con fuerza.
—No me dejes —le suplicó él con un hilo de voz. Sus ojos, entornados, le estaban suplicando que se quedara—. Por favor, ________.
Sabía quién era y quería que se quedara. A juzgar por su voz y su mirada, no sólo lo quería, lo necesitaba. No podía negarse.
_____ le dio la mano y volvió a sentarse a su lado.
—No voy a dejarte. Duérmete. Hay luz a tu alrededor. Mucha luz.
Una sonrisa apareció en los labios perfectos de Nicholas. Lo oyó suspirar, aliviado. La mano con que la agarraba se relajó. _____ inspiró hondo, retuvo el aire y, suavemente, le acarició las cejas con un dedo. Al comprobar que él no abría los ojos ni hacía ninguna mueca, se las siguió acariciando; primero una, luego la otra. Su madre se lo había hecho alguna vez, cuando ella no podía dormir de niña. Pero de eso hacía mucho tiempo. Había sido antes de que la abandonara para ocuparse de otros asuntos más importantes.
Nicholas seguía sonriendo y eso le dio ánimos para mover la mano hasta su pelo.
El tacto de sus mechones alborotados le trajo recuerdos de un día en una granja de la Toscana durante el año que pasó en el extranjero. Un niño italiano la había llevado a ver los campos y _____ había acariciado las puntas de las espigas con la palma de la mano. El pelo de Nicholas era suave como una pluma, o como las susurrantes espigas italianas.
Le acarició el pelo, como debió de hacerlo Grace en el pasado. Nicholas permitió que le acariciara también la mejilla, que le trazara la angulosa línea de la barbilla y le rascara suavemente la barba que le empezaba a salir. Le resiguió el leve hoyuelo de la barbilla y volvió a subir la mano para rozarle los pómulos, altos y nobles. Nunca volvería a estar tan cerca de él. Si estuviera despierto, no le permitiría tocarlo de esa manera. Estaba segura de que primero le habría mordido la mano y luego la yugular.
Su pecho perfecto subía y bajaba rítmicamente. Se había dormido.
Se quedó contemplando su cuello, los músculos de los hombros y de la parte superior de los brazos, las clavículas y la parte superior del pecho. Si hubiera estado pálido, le habría recordado a una estatua romana tallada en mármol blanco. Pero aún conservaba el rastro del bronceado del verano anterior y su piel parecía dorada a la luz de la lámpara.
_____ se besó dos dedos y los colocó sobre sus labios entreabiertos.
—Ti amo, Dante. Eccomi Beatrice. —Te quiero, Dante. Soy yo, Beatriz.
En ese preciso momento, sonó el teléfono fijo de Nicholas.
_____ dio un brinco. El teléfono sonaba muy fuerte y Nicholas estaba empezando a moverse. El horrible ruido estaba perturbando su descanso, así que _____ respondió:
—¿Diga?
—¿Quién demonios es? —quiso saber una voz de mujer, aguda y sorprendida.
—Es la residencia de Nicholas Jonas. ¿Quién llama?
—¡Paulina llama! ¡Que se ponga Nicholas!
El corazón de _____ se aceleró y luego se saltó un latido antes de desbocarse.
Levantándose, se llevó el terminal inalámbrico hasta el cuarto de baño y cerró la puerta.
— Ahora mismo no puede ponerse. ¿Es alguna emergencia?
—¿Qué quiere decir que no puede? Dígale que soy Paulina y que quiero hablar con él.
—Bueno, es que está indispuesto.
—¿Indispuesto? Escucha bien, puta, dale la vuelta y ponle el teléfono en la mano. Llamo desde...
—Ahora no puede hablar. Haga el favor de llamar mañana. —_____ apretó el botón y cortó la comunicación, interrumpiendo el torrente de furiosas palabras de la mujer y sintiéndose profundamente asqueada. «Es demasiado exigente para ser un rollo ocasional. Debe de ser su amante oficial. Se habrá puesto furiosa al oírme contestar. Tal vez se enfade tanto que rompa con él.»
_____ hizo una mueca. ¿Por qué tenía siempre tan mala suerte? Se quitó la toalla de la cabeza y la puso a secar. Luego regresó al dormitorio y dejó el teléfono en su sitio.
No se iría a casa porque le había prometido a Nicholas que no lo dejaría solo, pero dormiría en la habitación de invitados.
De repente, él abrió los ojos y la miró fijamente.
—Beatriz —susurró, alargando la mano hacia ella.
_____ empezó a temblar convulsivamente.
—Beatriz —susurró él de nuevo, sin rastro de duda en sus ojos azules.
—¿Nicholas? —sollozó ella.

Aquí les dejo un capitulo mañana subiré mas Gracias por leerla :bye:
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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Mensaje por aranzhitha Jue 21 Mar 2013, 2:11 pm

quien es esa Paulina!!??? El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 4 2278276204
Y Maia??!! Porqur tantos misterios con Nicholas??
Ya la reconocio?? O esta soñando?? :aah:
Siguela!!!
Y gracias por la bienvenida!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Ava Del Angel Vie 22 Mar 2013, 8:08 pm


Capitulo 14


Nicholas cerró los ojos, pero sólo un instante. Una sonrisa, dulce y lenta, apareció en su rostro. Su mirada se volvió suave y muy cálida.
—Me has encontrado.
_____ se mordió el interior de la mejilla para no echarse a llorar al oír su voz. Era la voz que recordaba. Llevaba mucho tiempo esperando volver a oírla. Llevaba muchos años esperando que él regresara a su vida.
—Beatriz. —Agarrándola de la muñeca, tiró de ella. Se apartó un poco en la cama para hacerle sitio, rodeándola con los brazos mientras _____ apoyaba la cabeza en su pecho—. Pensaba que te habías olvidado de mí.
—Nunca —contestó, sin poder contener las lágrimas por más tiempo—. He pensado en ti cada día.
—No llores. Me has encontrado.
Nicholas cerró los ojos y volvió la cabeza. Su respiración empezaba a regulársele otra vez. _____ trató de quedarse quieta para no molestarlo con sus sollozos, pero el dolor y el alivio mezclados eran tan fuertes que no pudo evitar que la cama temblara un poco. Las lágrimas formaron dos riachuelos que descendían por sus mejillas y se unían sobre el pecho bronceado y tatuado de él.
Su Nicholas la había recordado. Su Nicholas había regresado.
—Beatriz. —Le rodeó la cintura con un brazo y susurró en su pelo, todavía húmedo de la ducha—. No llores.
Y con los ojos cerrados, la besó en la frente, una, dos, tres veces.
—Te he echado tanto de menos —murmuró _____, con los labios pegados a su tatuaje.—
Me has encontrado —musitó Nicholas—. Debí haberte esperado. Te quiero.
Ella se echó a llorar con desesperación, abrazándose a él como si se estuviera ahogando y fuera su tabla de salvación. Le besó el pecho con suavidad mientras le acariciaba el abdomen.
Como respuesta, los dedos de Nicholas le acariciaron la piel erizada de los brazos antes de deslizarse bajo la camiseta. Tras recorrerle la espalda con delicadeza, se acomodaron en la parte baja de su espalda, donde permanecieron quietos cuando él regresó al país de los sueños con un suspiro.
—Te quiero, Nicholas. Te quiero tanto que me duele —dijo _____, apoyándole la mano sobre el corazón.
Y luego le susurró las palabras de Dante, algo cambiadas:
El amor se adueñó de mí durante tanto tiempo que su señorío acabó por resultarme familiar.
Y aunque al principio me irritaba, aprendí a apreciarlo.
Lo guardo en mi corazón, que es donde mejor se guardan los secretos.
Y así, cuando me destroza la vida como nadie sabe hacerlo.
Y parece que no me quedan fuerzas para nada más.
Mi yo más profundo se siente libre de angustia, liberado de todo mal.
Porque el amor hace brotar de mí tanto poder que mis suspiros más que hablar, gritan.
Lastimeramente suplican que mi Nicholas me salude.

Cada vez que me abraza, todo es más dulce de lo que las palabras pueden expresar
.

Cuando se le secaron las lágrimas, _____ le dio varios besos inseguros en los labios y cayó en un sopor profundo y sin sueños entre los brazos de su amado.

Cuando se despertó, eran ya las siete de la mañana. Nicholas seguía profundamente dormido. De hecho, estaba roncando. Aparentemente, ninguno de los dos se había movido en toda la noche. _____ nunca había dormido tan bien como esa noche. Bueno, sí, una vez.
No quería moverse. No quería separarse de él ni un centímetro. Quería permanecer en sus brazos para siempre y fingir que nunca se habían separado.
«Me reconoce. Me ama. Por fin.»
Nunca se había sentido amada antes. No realmente. Él se lo había susurrado anteriormente y su madre se lo había dicho a gritos, pero sólo cuando estaba borracha, por lo que sus palabras no habían calado en la conciencia de _____. Ni en su corazón.
No se lo había creído, porque eran palabras huecas, no respaldadas por sus actos. Pero creía a Nicholas.
Y así, esa mañana, por primera vez, _____ se sintió amada. Sonrió con tantas ganas que pensó que se le iba a romper la cara. Acercó los labios al cuello de Nicholas y le acarició con ellos la piel cubierta por la incipiente barba. Él gimió débilmente y la abrazó con más fuerza, pero su respiración honda y regular le indicó que seguía profundamente dormido.
_____ tenía la suficiente experiencia con alcohólicos como para saber que estaría resacoso y probablemente de mal humor cuando se despertara, así que no tenía demasiada prisa por que lo hiciera. Había sido una suerte que la noche anterior se hubiera comportado como un borracho seductor e inofensivo. Ese tipo de borracheras ella sabía cómo manejarlas. Era el otro tipo el que le daba miedo.
Pasó casi una hora empapándose de su calor y su olor corporal, disfrutando de su cercanía, acariciándole delicadamente el torso. Aparte de la noche que había compartido con él en el bosque, esos momentos estaban siendo los más felices de su vida. Pero al final tendría que marcharse.
Sigilosamente, salió de debajo de su brazo y fue de puntillas hasta el cuarto de baño, cerrando la puerta. Vio una botella de colonia Aramis en el tocador y la abrió para olerla. No era el aroma que recordaba del huerto. Su olor en aquella época había sido más natural, más... salvaje.
«Éste es el aroma del nuevo Nicholas. Es como él... imponente. Y ahora es mío.»
_____ se cepilló los dientes, se recogió el pelo, rizado y alborotado en un nudo y se dirigió a la cocina en busca de una goma elástica o de un lápiz para sujetárselo.
Resuelto el tema del pelo, fue a sacar la ropa de la lavadora y la metió en la secadora.
No podía volver a casa hasta que estuviera seca, pero no tenía intenciones de marcharse ahora que él la había recordado.
«¿Y qué pasa con Paulina? ¿Y con MAIA?». _____ apartó esos pensamientos de su mente. Eran irrelevantes. Nicholas la amaba. Por supuesto, dejaría a Paulina.
«Pero ¿cómo vamos a resolver el problema de que sea mi profesor? ¿Y si es alcohólico?»
Años atrás, se había jurado que no tendría nunca una relación con un alcohólico.
Pero en vez de plantearse esa posibilidad de manera directa y honesta, desechó todas las sospechas y dudas a un rincón de su mente. Quería creer que su amor sería capaz de vencer todos los obstáculos.
«Que a matrimonio de alma y alma verdadera no haya impedimentos», recitó _____ mentalmente, citando a Shakespeare, como un talismán contra sus miedos. Creía que los vicios de Nicholas nacían de la soledad y la desesperación. Y que, ahora que se habían reencontrado, su amor bastaría para rescatarlos a ambos de la oscuridad. Juntos serían mucho más fuertes y mucho más cuerdos que por separado.
Mientras pensaba todas estas cosas, iba abriendo los armarios de la cocina, que estaba muy bien equipada. No sabía si él querría desayunar. Sharon, su madre, nunca quería hacerlo después de una borrachera. Prefería tomar, por ejemplo, un Brisa
Marina, el cóctel a base de vodka, zumo de uva y de arándanos que —por desgracia—
_____ había aprendido a preparar con aplomo a los ocho años. Sin embargo, tras comerse un desayuno de huevos revueltos, beicon y café, preparó lo mismo para
Nicholas.
No sabiendo si él sería de los que se curaban las resacas bebiendo, le preparó un cóctel Walters por si acaso. Encontró la receta en su guía de cócteles y eligió el whisky que le pareció menos caro para mezclarlo con el zumo de frutas.
Cuando acabó, se sentía exultante ante esa inesperada oportunidad de malcriar a Nicholas. Por eso se tomó muchas molestias en prepararle la bandeja del desayuno.
Incluso cortó unos tallos de perejil como decoración y los colocó junto a los gajos de naranja que había dispuesto en forma de abanico junto al beicon. Hasta se molestó en envolverle los cubiertos con una servilleta de hilo, que dobló sin demasiado éxito en forma de bolsillo. Deseó ser capaz de doblarla formando algo más impresionante, como un abanico o un pavo real, y decidió investigar el tema la próxima vez que se conectara a Internet. Seguro que Martha Stewart lo sabría. Martha Stewart lo sabía todo.
Armándose de valor, _____ entró en el despacho y buscó un papel y un bolígrafo en su escritorio para escribirle una nota:
Octubre, 2009
Querido Nicholas:
Había perdido la fe hasta que anoche me miraste a los ojos y finalmente me viste.
Apparuit iam beatitudo vestra.
Ahora aparece tu bendición.
Tu Beatriz

Apoyó la nota en la copa que había usado para servir el zumo de naranja. No quería despertarlo todavía, así que metió la bandeja entera, con el cóctel y todo, en el gran frigorífico, que estaba casi vacío. Luego se apoyó en la puerta de la nevera y suspiró.
Toc, toc, toc.
Su rutina de diosa doméstica se vio interrumpida por alguien que llamaba a la puerta.
«Mierda. No me digas que ha venido. No puede ser.»
Al principio no supo qué hacer. ¿Sería preferible esperar a que Paulina abriera con su propia llave? ¿Y si volvía a la cama y se escondía entre los brazos de Nicholas?
Tras un par de minutos, su curiosidad pudo más y se dirigió de puntillas a la puerta.
«Oh, dioses de las estudiantes de tesis que acaban de reunirse con su alma gemela tras seis puñeteros años de separación, no permitáis que la —futura— ex amante de mi amor lo fastidie todo. Por favor.»
_____ respiró hondo y miró por la mirilla. El rellano estaba desierto. Con el rabillo del ojo vio algo en el suelo. Abrió la puerta con precaución y sacó la mano, respirando aliviada al encontrar un ejemplar de The Globe and Mail.
Con una sonrisa de alivio porque su reunión con Nicholas no había terminado arruinada por una ex amante, recogió el periódico y cerró la puerta. Sin dejar de sonreír, se sirvió un vaso de zumo de naranja y se acomodó en la butaca de terciopelo rojo de enfrente de la chimenea, con los pies apoyados en la otomana tapizada a juego y suspiró satisfecha.
Si dos semanas atrás, cuando estuvo allí de visita con Rachel, le hubieran preguntado si creía que estaría en esa casa un domingo por la mañana, habría dicho que no. No lo habría creído posible, ni siquiera con la santa intercesión de Grace desde el cielo. Pero ahora que estaba allí se sentía muy feliz.
Se dispuso a disfrutar de una mañana de domingo a base de zumo de naranja y periódico matutino. Una mañana así se merecía un poco de música. Se decantó por música cubana, más específicamente por Buena Vista Social Club. Mientras escuchaba la canción Pueblo Nuevo en el iPod, hojeó la sección de arte del periódico y vio que pronto se inauguraría una exposición sobre arte florentino en el Royal Ontario Museum.
Era un préstamo de la galería de los Uffizi. Tal vez a Nicholas no le importaría acompañarla. Podrían tener una cita.
Sí, no habían ido juntos a su baile de promoción, ni a ninguna de las fiestas en la
Universidad de Saint Joseph, pero _____ estaba segura de que iban a recuperar todo el tiempo perdido y que ahora sería mucho mejor. Contenta, se puso en pie de un salto justo cuando la trompeta empezaba a tocar las notas de Stormy weather, como contrapunto a la melodía cubana y empezó a cantar en voz alta, demasiado alta, mientras bailaba con el zumo de naranja en la mano, vestida con unos pretenciosos calzoncillos, totalmente ajena al hombre semidesnudo que se dirigía hacia ella.
—¡Qué demonios estás haciendo!
—¡Aaaaaaaaarrrrrrggggggg!
_____ dio un brinco sobresaltada al oír la voz de enfado a su espalda.
Arrancándose los auriculares de las orejas, se volvió y, lo que vio, la dejó destrozada.
—¡Te he hecho una pregunta! —Los ojos de Nicholas parecían dos balsas de agua oscura—. ¿Qué coño estás haciendo vestida con mi ropa interior dando brincos en mi salón? Crack. ¿Había sido el sonido del corazón de _____ rompiéndose en dos? ¿O el del último clavo hundiéndose en el ataúd de su difunto amor, que descansaba eternamente, aunque no en paz?
Tal vez fuera por su tono de voz, furioso y autoritario, o porque con una sola pregunta le había dejado claro que ya no la veía como a Beatriz y que todas sus esperanzas y sueños acababan de morir nada más nacer. Fuera por lo que fuese, el iPod y el zumo de naranja se le resbalaron de entre los dedos. El vaso se rompió y el iPod se deslizó al charco de líquido dorado, a sus pies.
Se quedó mirando el estropicio durante unos segundos, tratando de entender lo que acababa de pasar. Cualquiera que la viera pensaría que era incapaz de comprender que el vidrio pudiera romperse y causar un desastre en forma de estrella líquida.
Finalmente, se dejó caer de rodillas para recoger el cristal, mientras en su cabeza se repetían dos preguntas: «¿Por qué está tan enfadado? ¿Por qué no me reconoce?»
Un Nicholas alto y descamisado la miró desde arriba. Llevaba sólo los bóxers, lo que le daba una apariencia un poco sexy y un poco ridícula. Tenía los puños tan apretados que se le marcaban los tendones de los brazos.
—¿No recuerdas lo que pasó anoche, Nicholas?
—No, gracias a Dios, no lo recuerdo. ¡Y levántate! Pasas más tiempo de rodillas que cualquier puta —exclamó, con los dientes apretados.
_____ alzó la cabeza bruscamente. Al mirarlo a los ojos, comprobó que no recordaba nada en absoluto y que estaba cada vez más furioso. Más le habría valido a
Nicholas atravesarle el corazón con una espada, pues se lo había destrozado con sus palabras y ya le había empezado a sangrar.
«Como en el tatuaje. Él es el dragón. Yo soy el corazón que sangra.»
Pero en ese instante tuvo lugar un hecho remarcable. Después de seis años, algo
—¡por fin!— se rompió en el interior de _____.
—Voy a tener que fiarme de tu palabra por lo que se refiere al comportamiento de las putas, Jonas—replicó, con algo muy parecido a un gruñido—. Al parecer, experiencia no te falta.
El desgarro de su corazón seguía expandiéndose dolorosamente. No del todo satisfecha con ese comentario, se olvidó de los cristales y se puso en pie de un salto.
—¡No te atrevas a volver a hablarme en ese tono, borracho asqueroso! ¿Quién demonios crees que eres? Después de todo lo que hice por ti anoche. Debería haber dejado que Gollum te atrapara. ¡Tendría que haber dejado que te la tiraras delante de todo el mundo en Lobby!
—¿De qué estás hablando?
_____ se acercó a él con los ojos brillantes, las mejillas encendidas y los labios temblorosos. Se estremecía de rabia mientras la adrenalina le fluía por las venas.
Tenía ganas de golpearlo, de borrarle a bofetadas aquella expresión de la cara. Quería arrancarle el pelo a puñados y dejarlo calvo. Para siempre.
Nicholas aspiró su aroma, erótico e incitante, y se pasó la lengua por los labios.
Pero hacer eso ante una mujer tan enfadada como la señorita Mitchell fue un error.
Alzó la cabeza, orgullosa, y salió a grandes zancadas del salón, murmurando variados y exóticos insultos, tanto en inglés como en italiano. Y, cuando se le acabaron, pasó al alemán, señal inequívoca de que estaba realmente furiosa.
—Hau ab! Verpiss dich! —exclamó
Nicholas se frotó los ojos lentamente. A pesar de tener una de las peores resacas de su vida, estaba empezando a disfrutar del espectáculo de ella vestida con su ropa interior, apasionada y furiosa, gritándole en múltiples idiomas. Era el segundo espectáculo más erótico que había visto nunca. Totalmente fuera de lugar.
—¿Dónde aprendiste palabrotas en alemán? —le preguntó, siguiendo la retahíla de insultos auf Deutsch hasta el lavadero, donde la encontró sacando su ropa de la secadora.
—¡Que te jodan, Nicholas!
El aludido se había distraído momentáneamente con la visión del sujetador de encaje negro que colgaba provocativamente de su mano. Al mirarlo con más atención, se dio cuenta de que la talla y la copa que le habían venido a la cabeza durante la cena en el Harbour Sixty eran acertadas y se felicitó a sí mismo en silencio.
Se obligó a apartar la vista de la prenda y levantarla hasta los ojos de _____, en los que vio chispas color caramelo entre el oscuro chocolate, como si fueran una copa de helado.—
¿Qué estás haciendo?
—¿Qué te parece que estoy haciendo? Me estoy largando de aquí antes de que agarre una de tus estúpidas pajaritas y te estrangule con ella.
Nicholas frunció el cejo. Siempre había pensado que sus pajaritas eran muy elegantes.
—¿Quién es Gollum?
—La jodida Christa Peterson.
Él alzó mucho las cejas. «¿Christa? Supongo que se parece a Gollum. Si entornas los ojos...»
—Deja en paz a Christa. Me importa una mierda. ¿Anoche tú y yo nos acostamos? —preguntó muy serio, cruzándose de brazos.
—¡En tus sueños, Nicholas!
—Eso no es una negativa, señorita Mitchell. —Le sujetó el brazo para que dejara de hacer lo que estaba haciendo—. Yo no lo niego. ¿Niegas tú haberte acostado conmigo en tus sueños?
—¡Quítame las manos de encima, arrogante hijo de puta! —_____ se soltó con tanto ímpetu que casi se cayó de espaldas—. Por supuesto, tendrías que estar borracho para querer follar conmigo.
Nicholas se ruborizó.
—Cálmate. ¿Quién ha hablado de follar?
—¿Ah, no? ¿Y de qué estamos hablando? Soy una puta que se pone de rodillas cada cinco segundos. Pasara lo que pasase, no importa que no lo recuerdes. Seguro que no fue nada memorable.
Él le sujetó la barbilla con fuerza y le levantó la cara hasta que estuvieron a escasos centímetros de distancia.
—Te he dicho que te calmes. — La estaba advirtiendo con la mirada—. No eres ninguna puta. No vuelvas a referirte a ti en esos términos.
Su tono, gélido, se deslizó por la espalda de _____ como un cubito de hielo.
Luego, le soltó la barbilla y dio un paso atrás. Tenía la mirada ardiente y la respiración alterada. Cerró los ojos y empezó a respirar hondo, muy despacio. Incluso en su actual estado de nebulosa mental, Nicholas sabía que las cosas habían llegado demasiado lejos. Tenía que calmarse y después tenía que calmarla a ella, antes de que hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse.
Los ojos de _____ no escondían nada. En ellos podía leerse que estaba furiosa y herida como un animal acorralado. Además de asustada y triste. Era como un gatito irritado y dolido que había sacado las garras y estaba a punto de llorar. Y todo era obra suya. Había sido él quien le había hecho aquello al ángel de ojos castaños al compararla con una puta y al olvidarse de lo que había pasado entre los dos la noche anterior.
«Debes de haberla seducido. Si no, no se estaría comportando así. Jonas, eres
un imbécil de primera. Y ya puedes ir despidiéndote de tu carrera.»
Mientras él pensaba, lentamente y con esfuerzo, _____ aprovechó la oportunidad.
Con un último insulto, recogió sus cosas y se encerró en la habitación de invitados.
Tras quitarse los calzoncillos, los dejó en el suelo de una patada. Se puso los calcetines y los vaqueros, aún un poco húmedos, y se dio cuenta de que se había dejado el sujetador en el lavadero, pero decidió irse sin él. «Puede añadirlo a su colección. Cabronazo.» Optó por no cambiarse de camiseta. La de Nicholas era más discreta que la suya para ir sin sujetador. Y si él se la reclamaba, le arrancaría los ojos.
Pegó la oreja a la puerta, pero no oyó nada. Mientras esperaba para asegurarse de que no hubiera nadie en el pasillo, reflexionó sobre lo sucedido.
Había perdido los nervios y se había comportado como una boba. Sabía cómo era él en ocasiones. Había visto la mesa destrozada y la sangre en la alfombra de Grace.
Aunque estaba convencida de que su Nicholas nunca le levantaría la mano, no sabía de qué era capaz el profesor Jonas cuando perdía el control.
Pero es que la había hecho enfadar mucho. Y ella nunca antes había podido expresar la rabia que había ido acumulando durante esos años. Cuando había encontrado una salida, había querido sacarla toda a gritos. Y, además, tenía que defenderse. Tenía que librarse de su dependencia de Nicholas de una vez por todas. Se había pasado media vida suspirando por una persona que no era real, sólo una consecuencia temporal del alcohol. Debía poner fin a esa relación insana.
«Le has gritado y le has insultado. Sal de aquí antes de que reaccione y se ponga violento.»
Mientras _____ se vestía, Nicholas había ido tambaleándose hasta la cocina.
Necesitaba algo que lo ayudara a librarse de las telarañas causadas por el alcohol que le nublaban la mente. Abrió la puerta de la nevera y quedó inundado por su luz fluorescente.
Sus ojos vagaron hasta llegar a una gran bandeja blanca. Una bandeja blanca muy bonita y bien presentada. Muy femenina. Una bandeja con comida, zumo de naranja y lo que parecía un cóctel.
¿Qué era aquello?
«Pero ¡si hasta la ha decorado, por el amor de Dios!»
Se quedó mirando la bandeja sin dar crédito a lo que veía. La señorita Mitchell era una persona amable en general, pero ¿por qué iba a prepararle una bandeja de desayuno si no se hubiera acostado con ella? Aquel presente, en todo su adornado esplendor, era una prueba evidente de su seducción y, por esa misma razón, provocaba en él un gran rechazo.
A pesar de todo, se sintió muy agradecido de que le hubiera preparado un cóctel y se lo bebió de un trago. Era justo el antídoto que el martilleo de su cabeza necesitaba.
Momentos más tarde, se empezó a encontrar mejor.
Sus ojos se movieron lentamente sobre el contenido de la bandeja hasta detenerse en la nota apoyada en el zumo de naranja. La leyó lentamente, sin comprender por qué ________ habría elegido esa manera de comunicarse con él, hasta que llegó a las frases finales:
Apparuit iam beatitudo vestra.
Ahora aparece tu bendición.
Tu Beatriz

Tiró la nota, enfadado. Aunque no confirmaba que se hubieran acostado, sí demostraba que ella estaba enamorada de él. No le extrañaba que hubiera sido tan fácil hacerle perder la virginidad. Las estudiantes solían encandilarse con las figuras de autoridad y entablar relaciones inadecuadas con ellas. En el caso de ________ era obvio. Veía su relación a través de la lente de los personajes de su investigación. Se imaginaba que ella era Beatriz y que él era Dante. Una relación prohibida. Pero una tentación en la que él mismo había caído en un momento de egoísmo y de estupor alcohólico. Perdió el apetito bruscamente.
«¿Qué dirá Rachel cuando se entere?»
Maldiciendo su falta de autocontrol, pasó sin detenerse ante la habitación de invitados de camino a su dormitorio. Le vinieron a la mente fugaces recuerdos de la noche anterior. Se acordó de haber besado a ________ en el pasillo. Recordó el suave tacto de su piel bajo sus manos y que la había deseado intensamente, anhelando la dulzura de sus labios, su cálido aliento; recordó cómo temblaba bajo sus manos... Aunque no se acordaba del acto en sí, ni del placer de acariciar su piel desnuda.
Recordaba haberla mirado a la cara mientras estaba tumbada a su lado en la cama y que ella le había apoyado la mano en la cara y le había suplicado que fuera hacia la luz. Tenía el rostro de un ángel. Un hermoso ángel de ojos castaños.
«Ella quería ayudarme y ¿cómo se lo he pagado? Le he robado la virginidad y ni siquiera lo recuerdo. Se merecía algo mejor. Mucho mejor.»
Gruñendo como una alma torturada, se puso unos vaqueros y una camiseta y buscó las gafas por la habitación. Cuando estaba a punto de salir del dormitorio, se detuvo, inexplicablemente atraído por el cuadro que colgaba frente a la cama.
Beatriz
.

Se movió hasta quedar casi pegado al precioso rostro de la familiar figura vestida de blanco. Su ángel de ojos castaños. Un destello de lo imposible apareció ante sus ojos, pero como una espiral de humo, se desvaneció. Tenía resaca y le costaba un gran esfuerzo pensar.
_____ abrió la puerta sigilosamente y se asomó al pasillo. No había nadie. Fue a la cocina a calzarse, cogió sus cosas y se dirigió al recibidor. Nicholas la estaba esperando allí apoyado en la puerta.
«Scheiße.»
—No puedes irte hasta que me expliques un par de cosas.
Ella tragó saliva con dificultad.
—Déjame marchar o llamaré a la policía.
—Si llamas a la policía, les diré que has entrado sin mi permiso.
—Si les dices eso, les diré que me has retenido contra mi voluntad y que me has hecho daño. —Otra vez estaba hablando sin pensar lo que decía y eso no era muy inteligente. Además, acababa de amenazarlo con una mentira. Porque todo lo que había pasado entre ellos había sido consentido, aparte de casto y muy dulce. Y ahora Nicholas lo había estropeado todo. Pero no lo sabía.
—Por favor, ________. Dime que no... —Sus ojos se cerraron con una mueca de dolor—. Dime que no fui brusco contigo. —La idea de haberle hecho daño casi le provocó náuseas. Llevándose una mano a las gafas, preguntó—: ¿Te hice mucho daño?
Durante un instante, _____ se planteó la posibilidad de mantenerlo colgando del anzuelo, pero no fue más que un instante. Cerró los ojos y gruñó antes de responder:
—No me hiciste daño. Físicamente no, al menos. Sólo querías que alguien te metiera en la cama y te hiciera compañía. Me rogaste que me quedara, pero como amiga. Fuiste mucho más caballeroso anoche de lo que lo has sido esta mañana. Creo que me gustas más cuando estás borracho.
—No digas eso, ________. Y sigo borracho. —Nicholas negó con la cabeza y suspiró—. Al menos, me alegro de no haber sido el primero.
Ella inspiró hondo y una expresión de pesar le cruzó el rostro.
—Pero... tu ropa... —Le miró el pecho y vio que los pezones se le marcaban de un modo muy atractivo debajo de la camiseta. Trató de apartar la vista, pero fracasó.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó ella, molesta—. ¿De verdad no te acuerdas?
—Tengo lagunas. Me pasa a veces cuando bebo.
_____ perdió la paciencia.
—Me vomitaste encima. Por eso me cambié de ropa. Por ninguna otra razón, te lo aseguro.
Nicholas la miró, aliviado y avergonzado al mismo tiempo.
—Lo siento —se disculpó—. Y siento mucho haberte insultado. No pensaba lo que decía, no pienso eso en absoluto. Me ha sorprendido encontrarte aquí, vestida así.
He creído que nosotros... —Dejó la frase en el aire, haciendo un gesto vago con la mano.
—Bobadas.
Nicholas le dirigió una mirada de advertencia.
—Si alguien del entorno de la universidad descubre que has pasado la noche aquí, me meteré en un buen lío. Y tú también.
—No se lo diré a nadie, Nicholas. A pesar de lo que piensas de mí, no soy idiota.
Él frunció el cejo.
—Ya sé que no eres idiota. Pero si Paul o Christa llegaran a enterarse, yo...
—¿Eso es lo único que te preocupa? ¿No quedarte con el culo al aire? Pues no te preocupes, ya me ocupé de cubrírtelo anoche. Alejé a Christa de tu polla antes de que pudierais consumar vuestra relación profesor-alumna. ¡Deberías estar dándome las gracias, no echándome la bronca!
La expresión de Nicholas se ensombreció aún más.
—Gracias, señorita Mitchell. Pero si alguien te ve salir de aquí...
_____ levantó las manos, frustrada. Era imposible tratar con él esa mañana.
—Si alguien me ve, le diré que estaba de rodillas ante tu vecino para conseguir dinero para comprarme cuscús. No les costará nada creerlo.
Él la sujetó por la barbilla con más fuerza que la última vez.
—Te he dicho que pares. No vuelvas a hablar así.
Ella se quedó petrificada por la sorpresa, pero sólo durante un instante. En seguida se libró de un manotazo.
—No me toques —le dijo entre dientes.
Trató de abrir la puerta, pero él puso la mano en el pomo y siguió barrándole el paso.
—¡Maldita sea! ¡Te he dicho que pares!
Levantó la mano para agarrarla, pero ella pensó que iba a golpearla y se cubrió la cabeza con las manos. Al verlo, a Nicholas se le encogió el estómago.
—________, por favor —le suplicó, susurrando—. No voy a pegarte. Sólo quiero hablar contigo. —Llevándose una mano a la cara, hizo una mueca—. He hecho cosas terribles cuando he perdido el control. Y tengo miedo de haberte tratado mal anoche.
Por eso te hablo en este tono. Pero estoy furioso conmigo, no contigo.
»Tengo una gran opinión de ti. ¿Cómo no iba a tenerla? Eres hermosa, inocente y dulce. No me gusta verte tirada por el suelo como si fueras un animal o una esclava.
Deja los jodidos cristales donde están, no me importa. ¿Recuerdas las palabras despectivas que me dijiste sobre ti misma al volver de Lobby? El recuerdo de esas palabras me ha martirizado desde ese día. Ten piedad de mí y deja de denigrarte. No puedo soportarlo.
Carraspeó dos veces antes de continuar:
—No recuerdo lo que pasó con la señorita Peterson, pero me disculpo. Fui un idiota y tú me rescataste. Gracias. —Se recolocó las gafas lentamente—. Lo que pasó ayer noche no puede repetirse. Siento haberte besado. Estoy seguro de que fue una experiencia traumática. Un borracho babeándote por todas partes. Perdóname.
_____ contuvo el aliento. Para ser una disculpa, sus palabras habían sido muy hirientes. Al parecer, él no recordaba el beso igual que ella. Y eso la disgustó mucho.
—Ah, eso —replicó con fingida indiferencia—. Ya ni me acordaba. No fue nada.
Nicholas alzó las cejas. Por alguna razón, su expresión se ensombreció.
—¿Nada? Claro que fue algo.
Se la quedó mirando, preguntándose si debería hablarle de la nota de la bandeja o no.
—Estás disgustada y yo no estoy despejado del todo. Es mejor dejarlo antes de que digamos algo de lo que nos podamos arrepentir —concluyó con repentina frialdad
—. Adiós, señorita Mitchell.
Abrió la puerta y le permitió salir.
—Nicholas... —_____ se volvió hacia él en cuanto estuvo en el rellano.
—¿Sí?
—Tengo que decirte una cosa.
—Te escucho.
Sonaba resignado.
—Paulina llamó anoche, mientras estabas... indispuesto. Y yo respondí al teléfono.
Nicholas se quitó las gafas y se frotó los ojos.
—Mierda. ¿Qué dijo?
—Me llamó puta y me dijo que te diera la vuelta y que te pusiera el teléfono en la oreja. Le contesté que no te encontrabas bien.
—¿Te dijo por qué llamaba?
—No.
—¿Le dijiste quién eras? ¿Le diste tu nombre?
_____ negó con la cabeza.
—Gracias a Dios —murmuró él.
Ella frunció el cejo. Había esperado que se disculpara en nombre de Paulina, pero no lo hizo. Ni se inmutó al oír que la había insultado. Al contrario, parecía preocupado por si ella había molestado a Paulina.
«Tiene que ser su amante.»
_____ le dirigió una mirada glacial y empezó a temblar de rabia.
—Me rogaste que te siguiera. Que te buscara en el Infierno. Y ahí te encontré. Por mí, puedes quedarte eternamente.
Nicholas dio un paso atrás y, poniéndose las gafas, la miró con los ojos entornados.
—¿De qué demonios estás hablando?
—De nada. Se acabó, profesor Jonas.
Volviéndose, se dirigió al ascensor.
Confuso, Nicholas la vio alejarse. Tras unos momentos, fue tras ella.
—¿Por qué has escrito esa ridícula nota?
_____ sintió que una daga se le clavaba en el corazón. Enderezó los hombros y trató de que la voz no le temblara demasiado.
—¿Qué nota?
—¡Sabes perfectamente de qué nota hablo! La que has dejado en la nevera.
Ella se encogió de hombros exageradamente. Nicholas la sujetó por el codo y la obligó a volverse hacia él.
—¿Todo esto es un juego para ti?
—¡Claro que no! ¡Suéltame!
Se liberó de su mano y empezó a aporrear el botón de bajar, suplicándole al ascensor que acudiera en su rescate. Se sentía humillada y muy enfadada, además de estúpida y muy pequeña. Tenía que alejarse de él como fuera. Aunque tuviera que bajar andando.
Nicholas se le acercó un poco más.
—¿Por qué has firmado la nota de esa manera? —insistió.
—¿Y a ti qué más te da?
Nicholas oyó acercarse el ascensor y supo que le quedaban escasos segundos para obtener respuestas a sus preguntas. Cerró los ojos y las palabras de _____ retumbaron en su cabeza. Lo había buscado en el Infierno. Él le había rogado que fuera a buscarlo y el ángel de ojos castaños lo había hecho. No, claro que no. Las alucinaciones no respondían a los ruegos.
«¿Y si Beatriz no hubiera sido una alucinación? ¿Y si...» Sintió un escalofrío. Una vez más, lo imposible flotó ante sus ojos. Si se concentraba, podía verla ante él, pero su rostro era una mancha borrosa.
Un campanilleo avisó de que había llegado el ascensor.
Abrió los ojos.
_____ entró en el ascensor y se volvió hacia él, negando con la cabeza, exasperada por su confusión y por la intoxicación que aún le nublaba los ojos. Era un momento crucial para ella. Podía confesarle la verdad o podía guardar silencio, manteniendo lo sucedido entre los dos en secreto, como siempre, como cada día de los últimos seis jodidos años.
Cuando la puerta empezó a cerrarse, vio que él había vuelto a recordarla.
—¿Beatriz? —susurró.
—Sí —respondió ella, moviéndose para sostenerle la mirada durante más tiempo
—. Soy Beatriz. Me diste mi primer beso. Me quedé dormida entre tus brazos en tu precioso huerto.
Nicholas trató de impedir que se cerraran las puertas.
—¡Beatriz! ¡Espera!
Pero era demasiado tarde. La puerta se cerró y aunque él aporreó el botón desesperadamente, el ascensor inició su lento pero inexorable descenso.
—Ya no soy Beatriz —dijo _____, rompiendo a llorar.
Nicholas apoyó la frente y las manos contra el frío acero del ascensor.
«¿Qué he hecho?»
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 4 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Vie 22 Mar 2013, 8:20 pm

Capitulo 15


El viejo señor Krangel miró por la mirilla y no vio nada fuera de lo común. Había oído a un hombre y a una mujer discutiendo, pero ahora no se veía a nadie. Incluso había oído un nombre: Beatriz. No sabía que hubiera una Beatriz en el rellano. En esos momentos, éste parecía desierto.
Ya había salido de casa una vez ese día. Había tenido que devolverle a su anónimo vecino el periódico, que habían dejado en su puerta por error. Los Krangel no estaban suscritos a ningún diario, pero la señora Krangel padecía demencia senil y lo había cogido sin darse cuenta.
Algo molesto por haber visto interrumpida la paz de la mañana del domingo por una kemfn en el rellano, el señor Krangel abrió la puerta y asomó su anciana cabeza. A unos quince metros de distancia vio a un hombre apoyado en la puerta del ascensor. Le temblaban los hombros.
Aunque muy incómodo ante el patético espectáculo, fue incapaz de apartar la vista.
No lo reconoció y no le pareció que fuera el mejor momento para presentarse. Sin duda, un adulto que salía al rellano descalzo y medio desnudo para hacer... lo que fuera que estuviera haciendo, no era alguien a quien deseara conocer. Los hombres de su generación no lloraban nunca. Claro que tampoco se quitaban los calcetines para salir de casa. A menos que fueran... raros. O vivieran en California.
El señor Krangel se metió en casa, cerró la puerta con llave y telefoneó al conserje para avisarle de que en el rellano había un hombre descalzo que acababa de tener una kemfn a gritos con una mujer llamada Beatriz.
Tardó cinco minutos en explicarle qué era una kemfn. Luego se quejó de eso durante un buen rato, culpando al sistema educativo de Toronto y a sus materias basadas en la cultura cristiana.
Estaban casi a finales de octubre y el tiempo en Toronto era frío. _____ no llevaba jersey debajo del abrigo y caminar hasta su casa no fue una experiencia agradable.
Mientras lo hacía, se rodeó el pecho con los brazos, secándose las lágrimas de vez en cuando. Eran lágrimas de enfado y resignación.
La gente que se cruzaba con ella le dirigía miradas compasivas. Muchos canadienses eran así. Compasivos pero educadamente distantes. _____ les agradeció su sentimiento y todavía más que no se detuvieran a preguntarle qué le pasaba. Su historia era demasiado larga y complicada para explicarla en un momento.
Ella nunca se preguntaba por qué le pasaban cosas malas a la gente buena, porque ya sabía la respuesta: a todo el mundo le pasan cosas malas. No consideraba que eso sirviera de excusa para hacerle daño a otro, pero si había una experiencia que todos los seres humanos compartían era la del sufrimiento. Nadie se iba de este mundo sin haber derramado alguna lágrima, sin haber sentido dolor o haberse sumido en un pozo de tristeza. ¿Por qué debería ser distinta su vida? ¿Por qué debería esperar un trato de favor? Hasta la madre Teresa había sufrido, y eso que era una santa.
No se arrepentía de haber cuidado de El Profesor mientras estaba borracho, por mucho que su buena acción hubiera sido recompensada con un castigo en vez de con un premio. Si uno creía que la amabilidad nunca se perdía, tenía que actuar en consecuencia, incluso cuando le echaban su amabilidad en cara.
De lo que se avergonzaba era de haber sido tan idiota, tan estúpida, tan ingenua de creer que él la seguiría recordando después de la borrachera y que las cosas entre ellos volverían a ser como antes (aunque en realidad nunca habían sido de ninguna manera).
Sabía que se había dejado llevar por su fantasía y que se había inventado un cuento de hadas sin tener en cuenta el mundo real y al Nicholas real.
«Pero por un instante, fue real. La chispa seguía viva. Cuando me besó y me acarició, la electricidad seguía estando allí. Tiene que haberla sentido él también. Es imposible que haya existido sólo en mi cabeza.»
_____ se obligó a no seguir por ese camino, recordándose que acababa de empezar una dieta libre de Jonas.
«Ha llegado el momento de crecer. Se acabaron los cuentos de hadas. En setiembre no te reconoció y ahora tiene a Paulina.»
Al llegar a su agujero de hobbit, se dio una larga ducha y se puso el pijama de franela más viejo y suave que tenía. Era rosa pálido con un estampado de patitos de goma. Tiró la camiseta de Nicholas a la parte de atrás del armario, esperando olvidarse de ella, se hizo un ovillo en la cama, abrazada al conejito de terciopelo, y se durmió, exhausta física y emocionalmente.
Mientras ella dormía, Nicholas estaba luchando contra la resaca y contra el impulso de sumergirse en una botella de whisky escocés y no volver a salir a la superficie.
No la había perseguido. No había bajado a trompicones treinta pisos por la escalera. No había esperado el siguiente ascensor para perseguirla por la calle.
No. Se había tambaleado hasta el salón, donde se había dejado caer en una butaca para revolcarse en las náuseas y el odio hacia sí mismo. Se maldijo por la brusquedad con que la había tratado, no sólo esa mañana, sino desde el primer día del seminario.
Una brusquedad mucho más odiosa por el hecho de que ella la había tolerado en silencio, con una paciencia digna de una santa, sabiendo en todo momento quién era y lo que significaba para él.
«¿Cómo puedo haber estado tan ciego?»
Pensó en la primera vez que la vio. Acababa de regresar a Selinsgrove deprimido y desesperado. Pero Dios había intervenido. Como un auténtico deus ex máchina le había enviado un ángel para rescatarlo del infierno. Un ángel delicado, de ojos castaños, vestido con vaqueros y zapatillas deportivas, con un rostro hermoso y una alma pura, que lo había consolado en la oscuridad y le había dado esperanza. Un ángel que parecía apreciarlo sinceramente, a pesar de todos sus defectos.
«Ella me salvó.»
Y, por si fuera poco, ese ángel había aparecido una segunda vez, justo el día en que había perdido la otra poderosa fuerza del bien que existía en su vida: Grace. El ángel se había sentado en su clase, recordándole que existía la verdad, la belleza, la bondad. Y él había respondido hablándole mal y amenazándola con expulsarla del curso. Y esa mañana había vuelto a tratarla con crueldad y la había comparado con una puta.
«El follaángeles soy yo. He jodido al ángel de ojos castaños.» Maldiciendo la ironía de quien lo había bautizado con el nombre de un arcángel, se dirigió a la cocina a buscar la nota.
Con el frágil y hermoso mensaje en la mano, vio su propia fealdad. Era una fealdad interna, del alma. La nota de _____, del mismo modo que la bandeja del desayuno, contrastaba con el pecado de Nicholas de un modo imposible de ignorar.
Ella no se lo podía haber imaginado en ese momento, pero las palabras que había pronunciado estando con Paul, una semana atrás, cobraron más sentido que nunca. A veces, cuando la gente no obtenía respuesta a sus gritos, podía oír el eco de su propio odio. A veces, la bondad era suficiente para dejar en evidencia a la maldad.
Dejando caer la nota, Nicholas enterró la cara entre las manos y se echó a llorar.

Cuando _____ se despertó al fin, eran más de las diez de la noche. Bostezó y se estiró. Tras prepararse un triste tazón de gachas instantáneas y lograr tomarse casi un tercio, escuchó el buzón de voz.
Había apagado el móvil al llegar a casa de Nicholas la noche anterior, porque esperaba una llamada de Paul y no estaba de humor para hablar con él, ni entonces ni ahora. Sabía que probablemente la animaría a hacerlo, pero lo único que quería en esos momentos era estar sola para lamerse las heridas, como un cachorro al que le hubieran dado una paliza.
Con el ánimo por los suelos, _____ revisó sus mensajes, buscando primero los más antiguos. Frunció el cejo al darse cuenta de que tenía la memoria llena. Nunca le había pasado antes. Las únicas personas que la llamaban eran su padre, Rachel y Paul y sus mensajes siempre eran breves.
«Hola, _____, soy yo. Es sábado por la noche y la conferencia ha ido muy bien. Te llevo un recuerdo de Princeton. No te preocupes, es pequeño. Supongo que estarás en la biblioteca, trabajando. Llámame luego. [Silencio elocuente.] Te echo de menos.»

_____ suspiró. Borró el mensaje y pasó al siguiente, que también era de Paul.
«Hola, _____. Vuelvo a ser yo. Es domingo por la mañana. Supongo que no llegaré muy tarde esta noche. ¿Quieres que cenemos juntos? Hay un restaurante de sushi no muy lejos de tu casa. Llámame. Te echo de menos, Conejito.»

Tras borrar el segundo mensaje, _____ le escribió un mensaje de texto, diciéndole que estaba griposa y que prefería no salir de la cama. Lo avisaría cuando se encontrara mejor y esperaba que llegara a casa sano y salvo. No le dijo que lo echaba de menos.
El siguiente mensaje era de un número local desconocido.
«________... ejem, _____. Soy Nicholas. Yo... Por favor, no cuelgues. Sé que soy la última persona con la que quieres hablar ahora mismo, pero llamo para arrastrarme. De hecho, estoy delante de tu edificio, bajo la lluvia. Estaba preocupado por ti y quería asegurarme de que habías llegado bien a casa.
»Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo. Volvería a esta mañana y te diría que nunca había visto nada tan bonito como tú, feliz, bailando en mi salón. Te diría que soy el hombre más afortunado del mundo porque me rescataste y te quedaste a mi lado toda la noche. Que soy un idiota que lo jode todo y que no me merezco tu amabilidad. En absoluto. Sé que te he hecho daño, _____, y lo siento. [Respiración profunda.] No debí dejarte marchar esta mañana. No de esa manera. Tenía que haber salido corriendo detrás de ti y haberte suplicado que te quedaras. La he cagado, _____. La he cagado bien.
»Debería haberme humillado. Y eso es lo que pretendo hacer ahora. Por favor, sal a la calle para que pueda disculparme. Mejor no. No salgas. Pillarás una pulmonía. Sólo ven hasta la puerta y escúchame a través del cristal. Estaré aquí, esperándote. Te dejo mi número de móvil...»

_____ frunció el cejo y borró el mensaje sin molestarse en anotar su número. Sin cambiarse de ropa, vestida con el pijama de patitos de goma, salió del apartamento y se acercó a la puerta de la calle. No tenía ninguna intención de escuchar las excusas de Nicholas. Sólo quería comprobar si seguía allí, bajo la lluvia y el frío.
Apoyó la nariz contra el vidrio, empañándolo, y trató de ver en la oscuridad. Ya no llovía y no había ningún profesor a la vista. Se preguntó cuánto rato habría esperado. Se preguntó si habría ido hasta allí sin paraguas. Enderezando la espalda, se dijo que no le importaba.
«Que pille una pulmonía. Se lo tiene merecido.»
Al volverse, se dio cuenta de que había un ramo de jacintos apoyado en uno de los pilares del porche de la entrada. Tenía un gran lazo rosa y lo que parecía una tarjeta Hallmark en el centro. En el sobre le pareció que ponía «_____».
«¿En serio, profesor Jonas? No sabía que hubiera tarjetas Hallmark para estas ocasiones. ¿Qué pone? “¿Para la estudiante de tesis que eché de casa a gritos después de decirle que quería acariciarla como a un gatito y de vomitarle encima?”» _____ regresó al apartamento, negando con la cabeza y murmurando entre dientes.
Acomodándose en la cama con el portátil, buscó en Internet el significado de los jacintos lila, por si Nicholas —o su florista— trataba de enviarle un mensaje subliminal. En una página web sobre horticultura, encontró lo siguiente: «Los jacintos lila simbolizan el dolor, el arrepentimiento, una disculpa».
«Ya, bueno, si no te hubieras comportado como un cabronazo conmigo, ahora no tendrías que comprar jacintos para suplicar que te perdonara. Gilipollas.» Sacudiendo la cabeza, furiosa, dejó el ordenador a un lado y escuchó el último mensaje. Era también de Nicholas y lo había dejado hacía poco rato.
«_____, quería decirte esto en persona, pero no puedo esperar más. No puedo esperar más.
»Esta mañana no quería llamarte puta. Te lo juro. Ha sido una comparación horrible y nunca debí decirlo, pero no quería llamarte puta. Me molesta mucho verte de rodillas. No te imaginas cuánto. Deberías ser adorada, venerada, tratada con dignidad.
Nunca deberías estar de rodillas, _____, ante nadie. Lo que pienses de mí no importa, pero nunca te olvides de eso. Es la verdad.
»Debería haberme disculpado por lo que te dijo Paulina. Acabo de dejarle las cosas claras y me ha pedido que me disculpe de su parte. Ella y yo tenemos una... ejem... [tos] es complicado. No creo que te cueste imaginarte por qué llegó a la conclusión a la que llegó. Todo tiene que ver con mi historial y nada con el tuyo. Siento que te faltara al respeto. No volverá a pasar. Te lo prometo.
»Gracias por prepararme el desayuno esta mañana. [Pausa muy larga.] Ver la bandeja me ha afectado mucho. No puedo expresarlo con palabras. _____, nadie había hecho algo así para mí antes. Nadie. Ni Grace, ni un amigo, ni una amante, nadie... Has sido buena, amable y generosa conmigo y yo... he sido egoísta y cruel. [Se aclara la garganta.]
»Por favor, _____. [La voz se le vuelve ronca.] Tenemos que hablar de la nota. La tengo en la mano y no voy a soltarla. Hay cosas importantes que he de contarte. Son cosas graves, de las que no quiero hablar por teléfono. Siento mucho lo que ha pasado esta mañana. Es culpa mía y me gustaría mucho arreglarlo. Por favor, dime qué puedo hacer para arreglarlo y lo haré. Llámame.»

Una vez más, _____ borró el mensaje y una vez más no guardó su número de móvil.
Apagó el teléfono y lo dejó junto al portátil en la mesita plegable. Luego volvió a la cama y trató de quitarse la voz triste y torturada de Nicholas de la cabeza.
No salió del apartamento ni al día siguiente ni al otro. Pasó todo el tiempo vestida con distintos pijamas de franela, tratando de distraerse con música a todo volumen o leyendo novelas de Alexander McCall Smith. Las historias de Edimburgo eran sus favoritas. Eran alegres, tenían un poco de misterio y eran inteligentes. Le gustaba su estilo. Le parecía reconfortante. Leer sus novelas solía despertarle el apetito por todo lo escocés, desde las gachas a las galletas Walker de mantequilla o el queso cheddar de la isla de Mull, no necesariamente en ese orden.
Aunque acababa de vivir una experiencia muy traumática junto a Nicholas, especialmente dolorosa después de haber pasado la noche entre sus brazos, estaba decidida a no permitir que él la destruyese psicológicamente. Sabía lo que era que alguien hiciera algo así. De hecho, Nicholas ya la había destrozado psíquicamente una vez. Y _____ se había jurado que no volvería a pasar.
Por eso, tomó tres decisiones:
La primera, que no dejaría de ir a sus clases, porque necesitaba el seminario para sus créditos.
La segunda, que no iba a abandonar ni iba a regresar a Selinsgrove con el rabo entre las piernas.
Y la tercera, que buscaría a otro director de proyecto y que presentaría la documentación lo antes posible, a espaldas de Jonas.

El martes por la noche, volvió a encender el móvil y a revisar los mensajes de voz. La memoria volvía a estar llena. Puso los ojos en blanco al comprobar que el primer mensaje era de Nicholas. Lo había dejado el lunes por la mañana.
«________... te dejé algo anoche en el porche. ¿Lo viste? ¿Leíste la tarjeta? Por favor, léela.
»Por cierto, llamé a Paul Norris para que me diera tu número de móvil. Me inventé una excusa. Le dije que tenía que comentarte un tema del proyecto, por si te pregunta algo.
»¿Sabes que te dejaste el iPod? Lo he estado escuchando. Me sorprendió que tuvieras a Arcade Fire. He estado escuchando Intervention. Me ha extrañado que a alguien tan feliz y equilibrado como tú le guste una canción tan trágica. Quisiera devolverte el iPod en persona.
»Y me gustaría que hablaras conmigo. Grítame, insúltame, maldíceme, tírame cosas a la cara, pero no me castigues con este silencio, ________, por favor. [Gran suspiro.] Sólo te pido unos minutos de tu tiempo. Por favor, llámame.»

_____ borró el mensaje y se dirigió al porche, vestida con un pijama de franela a cuadros escoceses. Cogió la tarjeta que acompañaba al ramo; la rompió en mil pedazos y tiró los trozos al otro lado de la valla. Luego tiró también los jacintos, ya muy marchitos. Tras inspirar el aire fresco de la noche, cerró la puerta con rabia y volvió a casa.
Cuando estuvo más calmada, escuchó el siguiente mensaje, que también era de Nicholas. Se lo había dejado esa tarde.
«________, ¿sabías que Rachel está de viaje en una isla canadiense perdida de la mano de Dios? No tiene acceso a Internet ni cobertura de teléfono. Tuve que llamar a Richard, por el amor de Dios, porque no contestaba al teléfono. Quería ponerme en contacto con ella para que se pusiera en contacto contigo, ya que no respondes a mis mensajes.
»Estoy preocupado por ti. He preguntado y nadie te ha visto, ni siquiera Paul. Voy a enviarte un correo electrónico, pero será formal, porque la universidad tiene acceso a mi cuenta. Espero que escuches esto antes de que te llegue el correo, o pensarás que vuelvo a ser el mismo idiota de siempre. No lo soy, pero tengo que sonar como un pomposo en un mensaje oficial. Si me respondes, ten en cuenta que cualquier miembro de la administración puede leer esos correos. Ten cuidado con lo que dices.
»Te veré mañana en el seminario. Si no vas, llamaré a tu padre y le pediré que te localice. No sé dónde estás. No sé si estás en un autocar de camino a Selinsgrove. Por favor, llámame. Estoy haciendo un gran esfuerzo para no ir a tu casa. [Larga pausa...]
»Sólo quiero saber que estás bien. Dos palabras, _____. Envíame dos palabras diciéndome que estás bien. Es lo único que pido.»

_____ encendió el ordenador y revisó el correo de la universidad. En la bandeja de entrada, esperando como una bomba de relojería, estaba el mensaje del profesor
Nicholas J. Jonas:
Querida señorita Mitchell:
Necesito hablar con usted sobre un tema bastante urgente.
Por favor, contacte conmigo lo antes posible. Puede llamarme al siguiente número de móvil: 416-555-0739.
Saludos,
Prof. Nicholas J. Jonas
Profesor
Departamento de Estudios Italianos/
Centro de Estudios Medievales
Universidad de Toronto

_____ borró tanto el correo electrónico como el mensaje de voz sin pensarlo ni un momento. Luego le escribió un correo a Paul, explicándole que todavía no se encontraba lo bastante recuperada como para asistir al seminario del día siguiente y pidiéndole que informara a El Profesor. Le agradeció los correos que le había enviado y se disculpó por no haber respondido antes. Para acabar, le preguntó si le gustaría acompañarla a visitar la exposición sobre arte florentino que presentaba el Royal Ontario Museum cuando se recuperara.

Al día siguiente, pasó casi toda la tarde redactando un correo provisional para la profesora Jennifer Leaming, del Departamento de Filosofía. La profesora Leaming era especialista en santo Tomás de Aquino y también estaba interesada en Dante. Aunque _____ no la conocía personalmente, Paul había asistido a una de sus clases y le había gustado mucho. Era joven, divertida y muy popular entre los estudiantes, todo lo contrario que el profesor Jonas. _____ esperaba que aceptara dirigir su proyecto y en el correo se lo planteaba como una posibilidad.
Le habría gustado consultarlo con Paul, pero sabía que éste asumiría que Jonas la había expulsado y que se enfrentaría con él por su culpa. Así que envió el correo a la profesora Leaming esperando que recibiera su propuesta de buena gana y que respondiera rápidamente.
Cuando esa noche volvió a revisar su buzón de voz, se encontró con un nuevo mensaje de Nicholas:
«________, es miércoles por la noche. Te he echado de menos en el seminario. Tu sola presencia es capaz de iluminar una sala, ¿lo sabes? Siento no habértelo dicho antes.
»Paul me ha dicho que estás enferma. ¿Puedo llevarte algo? ¿Caldo de pollo?
¿Helado? ¿Zumo de naranja? Puedo hacer que te lo lleven a casa. No tendrías que verme. Por favor, déjame ayudarte. Me siento muy mal sabiendo que estás sola y enferma en tu apartamento, sin poder hacer nada.
»Al menos sé que estás en casa, a salvo, y no en un autocar en alguna parte. [Una pausa... Se aclara la garganta.]
»Recuerdo haberte besado. Y recuerdo que tú me devolviste el beso. Lo hiciste,
_____. Lo sé. ¿No lo notaste? Hay algo entre nosotros. O al menos, lo hubo.
»Por favor, necesito hablar contigo. No esperarás que justo después de descubrir tu identidad, vaya a actuar como si no existieras. Tengo que explicarte unas cuantas cosas. Bastantes. Llámame, por favor. Sólo te pido una conversación. Creo que me la debes.»

El tono de los mensajes de Nicholas había ido aumentando en desesperación. _____ apagó el teléfono, suprimiendo al mismo tiempo su empatía innata. Sabía que la universidad podía acceder al correo de Nicholas, pero en esos momentos le daba igual.
Sólo quería que parara de dejarle mensajes en el buzón de voz. No iba a poder seguir adelante con su vida si no dejaba de molestarla. Y no daba la sensación de que fuera a rendirse pronto.
Por eso le escribió un correo a su cuenta de la universidad, volcando todo su enfado y su dolor en cada palabra:
Dr. Jonas:
Deje de acosarme.
Ya no quiero nada con usted. No quiero conocerlo. Si no me deja en paz, me veré obligada a presentar una demanda por acoso. Y eso es lo que haré si se pone en contacto con mi padre. Inmediatamente.
Si cree que voy a permitir que algo tan insignificante me aparte de mis estudios, está muy equivocado. Necesito otro director de proyecto, no un billete de vuelta.
Saludos,
Señorita _____ H. Mitchell
Humilde Estudiante del curso de doctorado, que pasa de rodillas más tiempo que cualquier puta.
P. D.: Devolveré la beca M. P. Jonas la semana que viene. Felicidades, profesor Abelardo. Nadie me ha humillado tanto como usted el domingo pasado.

_____ apretó el botón de ENVIAR sin releer el mensaje.
Para reforzar su rebelión, se tomó dos chupitos de tequila y puso la canción All the Pretty Faces, de The Killers. A todo volumen y con repetición.
Fue un momento Bridget Jones total.
Agarró un cepillo del baño y empezó a cantar como si fuera un micrófono y a bailar dando brincos por la habitación, con su pijama de franela con estampado de pingüinos. Tenía un aspecto bastante ridículo. Y se sentía extrañamente... peligrosa, desafiante, rebelde.
En los días que siguieron al enfadado correo de _____, El Profesor interrumpió todo contacto. Cada día, esperaba tener noticias suyas, pero no llegaba nada. Hasta el martes siguiente, cuando recibió otro mensaje de voz.
«________, estás dolida y enfadada, lo entiendo. Pero no permitas que tu enfado te impida disfrutar de algo que te has ganado siendo la estudiante con las calificaciones más brillantes de todos los que se presentaron al curso de doctorado de este año. Por favor, no renuncies a un dinero que te permitirá volver a casa y visitar a tu padre sólo porque yo haya sido un idiota.
»Siento haberte humillado. Estoy seguro de que cuando me llamaste Abelardo no lo hiciste como un halago, pero lo cierto es que a Abelardo le importaba Eloísa, igual que a mí me importas tú. Así que, en ese sentido, nos parecemos. Y él le hizo daño, igual que yo te he lastimado a ti. Pero se arrepintió mucho después. ¿Has leído las cartas que le escribió? Lee la sexta y dime luego si has cambiado de opinión sobre él... y sobre mí.
»Es la primera vez que se concede la beca porque nunca había conocido a nadie que fuera lo bastante especial como para recibirla hasta que te conocí. Si la devuelves, el dinero se quedará en el banco y nadie se beneficiará de él. No permitiré que vaya a parar a nadie más, porque te pertenece.
»Estaba tratando de sacar algo bueno de algo malo. Pero he fracasado igual que en todo lo demás. Todo lo que toco se contamina... Se destruye. [Larga pausa...]
»Hay algo que puedo hacer por ti y es ayudarte a encontrar otro director de proyecto. La profesora Katherine Picton es amiga mía y, aunque está retirada, ha aceptado reunirse contigo para discutir la posibilidad de dirigir tu proyecto. Sería una tremenda oportunidad para ti. Me dijo que te pusieras en contacto con ella vía correo electrónico lo antes posible. Su dirección es KPicton@UToronto.ca.
»Sé que es tarde para que te apuntes a otro seminario, aunque no dudo que es lo que desearías. Le preguntaré a algún colega si puede supervisarte un curso de lectura para que obtengas los créditos que necesitas sin necesidad de asistir al seminario.
Firmaré la solicitud y la presentaré ante el Colegio de Estudios de Grado. Dile a Paul lo que quieres hacer y que él me dé el mensaje. Sé que no quieres hablar conmigo.
[Se aclara la garganta.]
»Paul es un buen chico.
[Murmullos...]
»Audentes fortuna iuvat.
[Pausa... La voz se le convierte en un susurro.]
»Siento que ya no quieras conocerme. Pasaré el resto de mi vida lamentando haber desperdiciado mi segunda oportunidad contigo. Y siempre seré consciente de tu ausencia.
»Pero no volveré a molestarte. [ Carraspea dos veces.]
»Adiós, ________. [Larga, larguísima pausa antes de que finalmente cuelgue.]»

_____ estaba asombrada. Permaneció sentada, boquiabierta, con el teléfono en la mano, tratando de asimilar todo lo que había oído. Volvió a escucharlo y luego otra vez. La única parte que no le costaba entender y aceptar era la cita de Virgilio: «La fortuna favorece a los audaces».
Sólo El Profesor sería capaz de aprovechar un mensaje de disculpa para demostrar sus conocimientos académicos y darle una clase improvisada sobre las cartas de Abelardo. Aunque se negó a seguir su consejo y no buscó la sexta carta, trató de ignorar su enfado y centrarse en el tema de Katherine Picton.
La profesora Picton tenía setenta años. Era una especialista en Dante que se había formado en Oxford y que había dado clases en Cambridge y en Yale antes de que la Universidad de Toronto la atrajera, financiando una cátedra de Estudios Italianos.
Tenía fama de ser severa, exigente y brillante. Su nivel de erudición competía con el de Mark Musa. La carrera de _____ obtendría un empujón muy fuerte si presentara su proyecto bajo su supervisión. Si hacía un buen trabajo, podría hacer el doctorado donde quisiera: Oxford, Cambridge, Harvard...
Nicholas le estaba ofreciendo en bandeja la mayor oportunidad de su vida, envuelta en papel de regalo y con un lazo grande y brillante. Una oportunidad que valía mucho más que un maletín o que una beca de estudios. ¿Tendría contrapartidas?
«Expiación —pensó _____—. Está tratando de compensarme por todos los malos momentos que me ha hecho pasar.»
Nicholas se lo había pedido a Katherine Picton como un favor personal. Los profesores eméritos muy raramente dirigían tesis doctorales, mucho menos proyectos de estudiantes de cursos de especialización. Era un favor tan grande que sin duda habría tenido que echar mano de toda su influencia.
«Y lo ha hecho por mí.»
Después de reflexionar sobre el mensaje desde todos los puntos de vista, no le quedó más remedio que hacerse la pregunta que había estado evitando hacerse:
«¿Nicholas se está despidiendo de mí?»
Escuchó el mensaje tres veces más y, sintiéndose bastante culpable, lloró hasta quedarse dormida. A pesar de la rebeldía que había guiado sus actos esos últimos días, algo en su interior sabía que tenía una alma gemela en Nicholas. Y eso no podía eliminarse a no ser que estuviera dispuesta a eliminar una parte de su alma.
A la mañana siguiente, bien temprano, llamó a Paul con la excusa de quedar con él antes del seminario. En realidad, esperaba que le dijera que Jonas se había puesto enfermo, o que se había marchado repentinamente a Inglaterra, o que había pillado la gripe porcina y se había cancelado el seminario. Por desgracia, no había hecho ninguna de esas cosas.
Después de mucho dudar, decidió asistir al seminario, por si acaso Nicholas no lograba encontrarle un curso de lectura que le diera los créditos necesarios. Si la recompensa era tener a la profesora Picton como directora de proyecto, bien podría resistir las cinco semanas restantes del semestre. Esa tarde, entró en la oficina del departamento para revisar el casillero del correo, antes de reunirse con Paul.
Le extrañó encontrar un gran sobre acolchado. Al darle la vuelta, vio que no llevaba remitente ni destinatario.
Lo abrió rápidamente y lo que encontró dentro la dejó con la boca abierta.
Aplastado en su interior, como si se tratara de las plumas de un cuervo, estaba su sujetador de encaje negro. El que, desgraciadamente, se había dejado olvidado encima de la secadora de Nicholas.
«Cabrón.»
_____ se sentía tan furiosa que empezó a temblar. ¿Cómo se atrevía a dejárselo en el casillero? Cualquiera podía haber estado a su lado mientras abría el sobre.
«¿Está tratando de humillarme una vez más? ¿O cree que es divertido?»
(No se dio cuenta de que el iPod también estaba en el sobre.)
—Hola, preciosa.
Sobresaltada, _____ ahogó un grito.
—Lo siento, no quería asustarte.
Al volverse, se encontró con los amables ojos oscuros de Paul, que la miraban con extrañeza.
—Qué nerviosa estás. ¿Es por el sobre? ¿Sucede algo? —preguntó, señalándolo con la barbilla, con las manos levantadas en señal de rendición para tranquilizarla.
—No, no es nada. Propaganda. —Metió el sobre en su nueva mochila L. L. Bean y se obligó a sonreír—. ¿Listo para el seminario? Creo que va a ser una buena clase.
—No lo creo. El Profesor está de muy mal humor. No lo provoques. Lleva dos semanas rarísimo. —Paul se había puesto muy serio—. No quiero que se repita lo que pasó la última vez que estuvo tan alterado.
_____ se apartó el pelo de la cara y sonrió.
«Creo que deberías decirle a Jonas que no me provoque él a mí. Llevo un sujetador negro en la mochila y un montón de rabia acumulada. Es él quien tiene problemas. No yo.»
—Me alegro de que estés mejor. Estaba preocupado por ti. —Paul le cogió la mano y le puso algo frío en la palma. Luego le cerró los dedos y se los apretó con suavidad. Al abrirlos, _____ vio que se trataba de un precioso llavero de plata, en forma de letra «P», que se balanceaba como un péndulo.
—Ni se te ocurra decirme que no puedes aceptarlo. Sé que no tienes llavero y quería que supieras que había pensado en ti mientras estaba fuera. Por favor, no me lo devuelvas.
_____ se ruborizó.
—No iba a devolvértelo. No quiero ser de esas personas que, cuando los otros tratan de ser amables con ellas, lo pagan tirándoles su amabilidad a la cara. Sé lo que se siente. —Miró rápidamente a su alrededor para asegurarse de que estaban solos.
—Gracias, Paul. Yo también te he echado de menos.
Se acercó y le rodeó el enorme torso con los brazos, con el llavero colgando de los dedos. Apoyando la mejilla en los botones de su camisa, lo abrazó.
—Gracias —repitió, suspirando mientras los largos y musculosos brazos de Paul la engullían.
—De nada, Conejito —replicó él, dándole un suave beso en la coronilla.
Ajenos a todo, no se dieron cuenta de que un temperamental especialista en Dante acababa de entrar en el despacho, ansioso de asegurarse de que cierta prenda había llegado a su destinataria. Se quedó inmóvil al ver a la joven pareja que se abrazaba y murmuraba algo en voz baja.
«El follaángeles vuelve a la carga.»
—¿Quién te ha tirado tu amabilidad a la cara? —preguntó Paul, ajeno al dragón que escupía fuego por la boca a su espalda.
En vez de responder, _____ lo abrazó con más fuerza.
—Dímelo, Conejito, y yo le ajustaré las cuentas a ese desgraciado. O desgraciada
—pidió su amigo con los labios pegados al cabello de ella—. Eres muy especial para mí, ¿lo sabes? Si necesitas cualquier cosa, sólo tienes que pedírmela. Cualquier cosa.
¿De acuerdo?
_____ suspiró contra su pecho.
—Lo sé.
El dragón de ojos azules se volvió y salió del despacho bruscamente, murmurando algo sobre un follaconejitos.
_____ interrumpió el abrazo.
—Gracias, Paul. Y gracias por esto —añadió, sonriendo y levantando el llavero.
«Podría pasarme la vida contemplando esa sonrisa», pensó él.
—De nada, ha sido un placer.
Poco después, entraron en la sala de seminarios. _____ evitó mirar a Nicholas, por lo que mantuvo los ojos fijos en Paul, mientras reía una de sus bromas. Éste le apoyó la mano en la parte baja de la espalda guiándola hacia los asientos.
«¡Las manos quietas, follaconejitos!»
El Profesor lo miró con hostilidad hasta que se distrajo al ver la nueva mochila de
_____. Se preguntó cómo había logrado que pareciera nueva y por qué no usaba su regalo. Se sintió muy mal.
«¿Le diría Rachel que era un regalo mío?», pensó y la idea lo torturó.
Jugueteó con la pajarita, atrayendo la atención sobre ella. Se la había puesto para mortificarse, pero _____ no se la había visto, porque no le había dirigido la mirada en ningún momento. Estaba contándose secretitos y riendo con Paul, moviendo la melena y castigándolo con sus mejillas sonrosadas y sus labios rojos... Estaba todavía más guapa que en su recuerdo.
—Señorita Mitchell, tengo que hablar con usted un momento cuando acabe la clase, por favor —le dijo con una sonrisa.
Nicholas bajó la vista hacia sus zapatos brillantes acabados en punta y se disponía a empezar a hablar cuando una vocecita decidida lo interrumpió desde la parte trasera del aula:
—Lo siento, profesor, hoy no puedo. Tengo una cita urgente que no puedo aplazar.
Luego miró a Paul y le guiñó un ojo.
Nicholas alzó la cabeza despacio y se la quedó mirando fijamente. Diez estudiantes contuvieron el aliento y se echaron hacia atrás en las sillas, como si tuvieran miedo de que fuera a explotar o de que de sus ojos saliera disparada alguna daga.
_____ lo estaba provocando. Era obvio. Su tono de voz, su manera de acercarse a Paul, cómo se retiraba el pelo de la cara con una mano...
Nicholas se quedó hipnotizado al ver la curva de su cuello y recordó su piel delicada, su aroma a vainilla que lo perseguía en persona o en sueños. Quería insistir, exigirle que se reuniera con él, pero sabía que si perdía los nervios lo único que conseguiría sería que ella se alejara aún más, cada vez más lejos de su alcance hasta perderla del todo. No podía permitirlo.
Parpadeó varias veces.
—Por supuesto, señorita Mitchell. Estas cosas pasan. Por favor, envíeme un mail diciéndome cuándo le va bien.
Trató de sonreír, pero no lo consiguió. Sólo se le levantó un lado de la boca, con lo que parecía que sufriera parálisis facial.
_____ lo miró. No se ruborizó ni parpadeó. Su expresión era... ausente.
Al darse cuenta, Nicholas sintió pánico.
«Estoy tratando de ser amable y me mira como si no estuviera aquí. ¿Tan sorprendente es que me comporte con cordialidad? ¿Que sea capaz de mantener el control de mis emociones?»
Paul apretó el codo de _____ por debajo de la mesa. Cuando ella lo miró, le hizo una señal con los ojos.
Ella pareció despertarse de un sueño.
—Por supuesto, profesor. Otra vez será —dijo, antes de bajar la mirada y esperar a que empezara la clase.
La mente de Nicholas funcionaba a toda velocidad. Si no era capaz de hablar con ella ese día, podían pasar muchos más, o incluso semanas, antes de que pudiera darleuna explicación. No podía esperar tanto. Esa separación estaba acabando con él. Y sabía que, cuanto más esperara, menos receptiva iba a estar. Tenía que hacer algo.
Tenía que encontrar un modo de comunicarse con ella. Inmediatamente.
—Ejem, he decidido que en vez de un seminario normal, hoy les voy a dar una conferencia. Examinaré la relación entre Dante y Beatriz. En particular, lo que sucedió cuando se encontraron por segunda vez y ella lo rechazó.
_____ ahogó un grito y lo miró horrorizada.
—Siento tener que hacer esto —explicó en tono conciliador—, pero no me queda más remedio. Ha surgido un malentendido que debo aclarar antes de que sea demasiado tarde. —Tras cruzar la mirada con la suya durante un instante, bajó la vista hacia sus notas. Notas que, por supuesto, ya no le servían de nada.
El corazón de _____ se había desbocado.
«Oh, no. No se atreverá...»
Nicholas respiró hondo y empezó a hablar:
—Beatriz representa muchas cosas para Dante. Sobre todo, es su ideal de feminidad. Beatriz es hermosa, es inteligente y encantadora. Tiene todas las características que él considera esenciales en la mujer ideal.
»La primera vez que se encontraron, ambos eran muy jóvenes. Demasiado jóvenes para establecer una relación de ningún tipo. Y, en vez de enturbiar su amor con un prosaico lío de mal gusto, Dante prefirió adorarla a distancia, como muestra de respeto por su edad y falta de experiencia.
»Pero el tiempo pasa y Dante se reencuentra con Beatriz. Ésta se ha convertido en una joven de talento, todavía más hermosa e inteligente. Sus sentimientos hacia ella son más fuertes, aunque esté casado. Vierte su afecto en la poesía y le escribe varios sonetos a Beatriz, pero ninguno a su esposa.
»Dante no conoce a Beatriz. Apenas tienen contacto directo, pero eso no resulta ningún impedimento para que él que la adore a distancia. Cuando ella muere, a los veinticuatro años, él le rinde homenaje en sus escritos.
» E n La Divina Comedia, la obra más famosa de Dante, Beatriz convence a
Virgilio para que éste guíe al poeta en el Infierno, ya que ella, como una de las almas redimidas, no puede salir del Paraíso para rescatarlo. Cuando Virgilio lo ha guiado hasta la salida, Beatriz se reúne con él y lo lleva a través del Purgatorio hasta llegar con él al Paraíso.
»En mi charla de hoy quiero plantear la siguiente pregunta: ¿dónde estaba Beatriz
y qué estuvo haciendo durante el tiempo que transcurrió entre ambos encuentros?
»Dante la esperó durante años. Ella sabía dónde vivía el poeta, conocía a su familia, es más, tenía una muy buena relación con ellos. Si Dante le importaba, ¿por qué no le escribió? ¿Por qué no hizo el menor esfuerzo por ponerse en contacto con él?
Creo que la respuesta es obvia: su relación era absolutamente unilateral. Beatriz era importante para Dante, pero a ella Dante no le importaba en absoluto.
_____ estuvo a punto de caerse de la silla.
Los alumnos escuchaban con atención y tomaban abundantes notas, aunque Paul,
_____ y Christa, familiarizados como estaban con la obra de Dante, encontraron poca información nueva en sus palabras. Con la excepción del último párrafo, que no tenía nada que ver con Dante Alighieri ni con Beatriz Portinari.
Nicholas le sostuvo la mirada un instante más de lo necesario antes de volverse hacia Christa y dedicarle una sonrisa seductora. _____ se enfureció. Lo estaba haciendo a propósito. Al mirarla a ella y justo después a Christa —también conocida como Gollum—, le estaba diciendo que no le costaría nada reemplazarla.
«Ajá. Así que quiere jugar a los celos. Pues muy bien. Aquí te espero.»
Empezó a dar golpecitos con el bolígrafo en la libreta, con la fuerza suficiente como para que resultara molesto. Cuando Nicholas entornó los ojos buscando la fuente del ruido y su mirada aterrizó en la mano izquierda de _____, ésta buscó la mano de
Paul y le dio un apretón. Cuando su amigo la miró con una de esas sonrisa que derriten corazones, _____ le dedicó una mirada seductora y la sonrisa más dulce que logró esbozar.
Un sonido, mitad tos, mitad gruñido, hizo que Paul apartara la vista de ella y se volviera hacia El Profesor, que lo estaba mirando muy enfadado. Él apartó la mano de inmediato.
Con una sonrisa irónica y sin perder nunca el hilo del discurso, El Profesor se volvió para escribir en la pizarra. Más de un estudiante se quedó boquiabierto al ver lo que había escrito:
En la vida real, Beatriz dejó a Dante en el Infierno porque no le dio la gana de mantener su promesa.
_____ fue la última en ver lo que había escrito, porque todavía estaba enfurruñada con lo que acababa de pasar. Cuando levantó la vista, Nicholas estaba apoyado en la pizarra, con los brazos cruzados y una expresión triunfal y petulante en la cara.
En ese momento, ella tomó una decisión: le borraría esa expresión de la cara aunque le costara la expulsión. Y lo haría inmediatamente.
Levantó la mano y esperó a que él le diera permiso para hablar antes de decir:
—Eso es muy arrogante, por no decir interesado, profesor.
Paul le apretó el brazo.
—¿Te has vuelto loca? —susurró.
_____ no le hizo caso y siguió hablando:
—¿Por qué culpar a Beatriz? Ella no es más que una víctima. Cuando Dante la conoció, aún no había cumplido los dieciocho años. No habrían podido estar juntos a menos que él fuera un pedófilo. ¿Nos está diciendo que el poeta era un pedófilo, profesor?
Una de las alumnas ahogó una exclamación.
Nicholas frunció el cejo.
—¡Por supuesto que no! Dante sentía un afecto sincero por ella, un afecto que siguió aumentando durante su separación. Si Beatriz hubiera tenido el valor de preguntárselo, él se lo habría dicho. Sin lugar a dudas.
_____ ladeó la cabeza y entornó los ojos.
—Cuesta un poco de creer. Todo en la vida de Dante parece girar en torno al sexo. No es capaz de relacionarse con las mujeres de otra manera. No me lo imagino las noches de los viernes y los sábados encerrado en casa, esperando a Beatriz. Ella no debía de importarle tanto.
La cara de Nicholas adquirió un intenso tono de rojo. Descruzó los brazos y dio un paso en dirección a _____. Paul levantó la mano tratando de distraerlo, pero él lo ignoró
y avanzó un paso más.
—No olvidemos que era un hombre y que necesitaba... ejem... compañía. Por si sirve de algo, en su defensa puede decirse que esas mujeres no eran más que amigas serviciales. Nada más. Su atracción por Beatriz no se vio alterada por esos encuentros.
Estaba desesperado, creía que no iba a volver a verla nunca más. Por decisión de Beatriz, no suya.
_____ sonrió dulcemente mientras afilaba el cuchillo.
—Si eso es afecto, creo que prefiero el odio. ¿Amigas serviciales, profesor? ¿Y qué tipo de servicios le proporcionaban? No creo que puedan considerarse amigas.
Creo que sería más preciso llamarlas socias pélvicas. Para mí un amigo es alguien que quiere lo mejor para la otra persona, que le desea una vida de felicidad, no alguien que se agarra a unos instantes de placer pasajero como si fuera un lascivo adicto al sexo.
Vio que Nicholas hacía una mueca, pero siguió adelante sin amilanarse.
—Todo el mundo sabe que los devaneos de Dante eran anónimos y sórdidos.
Solía requerir los servicios de alguna mujer en... el mercado de la carne, si no me equivoco. Y luego las echaba de su vida de una patada. No me parece que ese tipo de hombre pudiera resultarle atractivo a Beatriz. Por no mencionar que él tenía una amante llamada Paulina.
Diez pares de ojos se volvieron bruscamente hacia ella. _____ se ruborizó, pero siguió hablando, algo alterada:
—Una vez leí que una estudiosa de Filadelfia había encontrado pruebas de su relación. Si Beatriz no apreciaba a Dante lo suficiente y lo rechazó más adelante, creo que no le faltaban motivos. Era un mujeriego, cruel y egoísta, que trataba a las mujeres como juguetes para divertirse.
A esas alturas, tanto Paul como Christa se estaban preguntando qué le había pasado a ese seminario. Ninguno de ellos había oído hablar nunca de una experta en Dante de Filadelfia ni de una amante llamada Paulina. Ambos se prometieron que, en adelante, pasarían más tiempo en la biblioteca.
Nicholas la fulminó con la mirada.
—Creo que sé a qué estudiosa se refiere, pero no es de Filadelfia, sino de un pueblucho de Pensilvania. Y no sabe de lo que habla, así que debería ser más prudente a la hora de pronunciarse sobre esos temas.
Las mejillas de _____ estaban casi en llamas.
—Ésa es una objeción ad hóminem, un ataque personal. Su lugar de nacimiento no le resta ninguna credibilidad. Dante y su familia también eran originarios de un pueblucho. Aunque a él le costara admitirlo.
—Yo no llamaría a la Florencia del siglo XIV un pueblucho. Y respecto a lo de la amante, esa investigación es muy chapucera. Diría más, lo que dice esa mujer es una tontería. No hay ni una sola prueba que demuestre su teoría.
—Yo no lo descartaría tan radicalmente, profesor, a no ser que esté dispuesto a discutirlo en detalle. Y usted tampoco nos ha dado ninguna prueba, sólo un ataque personal —replicó _____, alzando una ceja y temblando ligeramente.
Paul le apretó la mano por debajo de la mesa.
—Para —le susurró, para que sólo ella pudiera oírlo—, para ya.
Con la cara todavía muy roja, Nicholas empezó a respirar por la boca.
—Si esa mujer hubiera querido conocer los auténticos sentimientos de Dante hacia Beatriz, sabía dónde encontrar la respuesta, sin necesidad de ir soltando perlas sobre cosas de las que no sabe absolutamente nada. Y haciendo que Dante y ella misma queden en ridículo. En público.
Christa miró a _____ y al profesor. Allí había algo raro. Algo que se le escapaba.
No sabía qué era, pero no se detendría hasta averiguarlo.
Nicholas se volvió hacia la pizarra tratando de calmarse y escribió:
Dante pensaba que había sido un sueño.
—El lenguaje que Dante emplea para describir su primer encuentro tiene un carácter onírico. Por varias razones, ejem..., personales: no se fía de sus sentidos. No está seguro de quién es. De hecho, una teoría afirma que pensaba que Beatriz era un ángel.»Por lo tanto, cuando volvieron a encontrarse, ella no tenía ningún motivo para asumir que Dante recordaba su primer encuentro. Ni para echarle en cara que no lo hiciera sin darle la oportunidad de explicarse. Si pensaba que era un ángel, no podía tener ninguna esperanza de volver a verla.
»Dante se lo habría explicado todo si ella no lo hubiera rechazado sin darle la posibilidad de hacerlo. Una vez más, la falta de entendimiento en este punto es culpa de ella, no de él.
Christa levantó la mano y, a regañadientes, Nicholas le indicó que hablara.
Pero _____ se le adelantó:
—Discutir sobre su primer encuentro es irrelevante. Dante debió de reconocerla al verla por segunda vez, la hubiera visto en sueños o en la vida real. ¿Por qué fingió no saber quién era?
—No estaba fingiendo. Le resultó familiar, pero ella había crecido, él estaba confuso y preocupado por otros asuntos —respondió apenado.
—Claro, sin duda eso era lo que él se repetía por las noches para poder dormir, cuando no estaba de copas en los locales de Florencia.
—_____, ¿quieres dejarlo ya? —dijo Paul en voz más alta.
Christa estaba a punto de decir algo también, cuando Nicholas levantó una mano y lo impidió:
—¡Eso no tiene nada que ver!
Inspiró y espiró varias veces, tratando de recuperar el control de sus emociones.
Bajando el tono de voz, miró a _____ fijamente, dirigiéndose sólo a ella, sin darse cuenta de que Paul se iba moviendo imperceptiblemente para colocarse entre los dos en caso de necesidad.
—¿Nunca se ha sentido sola, señorita Mitchell? —siguió diciendo—. ¿Nunca ha necesitado tanto estar con alguien que le resultara hasta doloroso? Tan sola que no le importara que la compañía que consiguiera fuera sólo carnal y temporal. A veces es imposible encontrar otra. Si ése es el caso, uno lo acepta y se siente agradecido, aun dándose cuenta de lo que es, porque no tiene otra cosa. En vez de ser tan arrogante y mojigata al juzgar el comportamiento de Dante, debería probar a ser más compasiva.
Cerró la boca al darse cuenta de que había hablado más de la cuenta. _____ lo estaba observando fríamente, mientras esperaba a que siguiera.
—Dante estaba torturado por el recuerdo de Beatriz. Y eso le hacía las cosas más complicadas, porque nunca conoció a otra mujer que estuviera a su altura. Ninguna era lo bastante hermosa, ni lo bastante pura. Ninguna lo hacía sentir como ella. La deseaba constantemente, pero había perdido la esperanza de encontrarla. Si Beatriz se hubiera presentado antes y le hubiera dicho quién era, él lo habría dejado todo por ella. Todo y a todos. Inmediatamente.
Los ojos de Nicholas se clavaron en los profundos ojos castaños de _____ con desesperación.
—¿Qué se suponía que debería haber hecho, señorita Mitchell? ¿Quiere iluminarnos? Beatriz lo había rechazado y a él sólo le quedaba una cosa de valor en la vida: su carrera. Cuando Beatriz lo amenazó, ¿qué otra cosa podía hacer? Tuvo que dejarla marchar. Pero fue decisión de ella, no de él.
_____ sonrió con dulzura y Nicholas supo que estaba a punto de darle la puntilla.
—Su conferencia ha sido muy clarificadora, profesor. Sólo me queda una duda.
¿Está diciendo que Paulina no fue la amante de Dante? ¿Que sólo fue un aquí te pillo, aquí te mato?
Un ruido seco resonó en el aula. Todos los asistentes se quedaron boquiabiertos al darse cuenta de que el profesor Jonas acababa de romper en dos pedazos el rotulador de la pizarra. Mientras la tinta negra se extendía por sus dedos como una noche sin luna, los ojos se le encendieron con el brillo de una hoguera azul.
«¡Joder! Esto ya pasa de castaño oscuro», pensó.
Paul rodeó a _____ con un brazo al ver que El Profesor empezaba a temblar de rabia.
—La clase ha terminado. A mi despacho, señorita Mitchell. ¡Ahora!
Metió sus notas y cosas de cualquier manera en el maletín y salió de la sala dando un portazo.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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Mensaje por aranzhitha Sáb 23 Mar 2013, 9:07 am

ahhh Nicholas se paso!!!
Como la trato asi despues de todo lo que hizo por él!!!
Y despues casi casi lo hicieron publico!!
Los van a descubrir!!!
Esa Crista me da mala espina!!
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por zai Sáb 23 Mar 2013, 10:27 am

jaja se estaban matando pero me dio mucha gracia!!!
creo que con estos capis ya se me aclararon un monton de dudas :)
pobre Nicholas la paso mal cuando la rayis no lo atendia pero bueno un poquito merecido se lo tenia :jojojo:
ahora quiero saber quien es Paulina porq para mi no es la amante de Nick ni nada :omg:
Por favor sube mas quiero saber que pasa ahora en la oficina :amor:
:bye:
zai
zai


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Mensaje por NaTnAt Dom 24 Mar 2013, 1:14 am

OMFG!!!!!!
Como pueden hacer eso en un salon de clases!!
Amo esta nove, sobretodo porque he leido a Dante
SIGUELAAAAAA
PD: New reader
NaTnAt
NaTnAt


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