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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Dom 17 Feb 2013, 5:38 pm

Continuación Capitulo 6

El miércoles siguiente, _____ salía del departamento tras el seminario de Jonas, cuando oyó una voz familiar a su espalda.
—¿_____? _____ Mitchell, ¿eres tú?
Se volvió en redondo y una joven la abrazó con tanta fuerza que pensó que la iba a ahogar. —Rachel —logró decir, mientras luchaba por respirar.
La chica, rubia y delgada, gritó de alegría y volvió a abrazarla.
—Te he echado mucho de menos. No puedo creer que llevemos tanto tiempo sin vernos. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Rachel, lo siento mucho. Siento lo de tu madre y... todo lo demás.
Las dos amigas guardaron silencio mientras se abrazaban durante un buen rato.
—Siento haberme perdido el funeral —añadió _____, secándose las lágrimas—. ¿Cómo está tu padre?
—Se siente perdido sin ella. Todos lo estamos. Ha pedido permiso en la universidad para ausentarse temporalmente mientras se recupera. Yo también estoy de baja, pero tenía que salir de allí. ¿Por qué no me dijiste que estabas aquí? —le reprochó Rachel, con los ojos llenos de lágrimas.
_____ apartó la mirada de su amiga para dirigirla hacia el profesor Jonas, que acababa de abandonar el edificio y la estaba mirando, boqueando como un pez fuera del agua.
—No estaba segura de que fuera a quedarme. Las dos primeras semanas fueron... bueno, duras.
Rachel, que era muy inteligente, captó la extraña energía conflictiva que circulaba entre su hermano adoptivo, parado junto a ellas, y su mejor amiga, pero pensó que por el momento sería mejor obviarla.
—Le he dicho a Nicholas que esta noche le prepararé la cena. Ven a cenar con nosotros.
_____ abrió mucho los ojos. Parecía asustada.
Nicholas carraspeó.
—Rachel, estoy seguro de que la señorita Mitchell tiene otros planes.
_____ captó el mensaje que él le estaba enviando y asintió, obediente.
Pero Rachel se volvió hacia su hermano.
—¿La señorita Mitchell? _____ era mi mejor amiga en el instituto. Somos amigas desde entonces. ¿No lo sabías? —Escudriñó los ojos de su hermano y no encontró en ellos ni rastro de reconocimiento—. Oh, me había olvidado de que no habíais coincidido. No importa. Tu actitud es exagerada. Hazme el favor de sacarte el palo del culo.
Al volverse hacia _____, Rachel vio que acababa de tragarse la lengua. O eso parecía, porque se había puesto azul y estaba tosiendo.
—Será mejor que nos veamos otro día, a la hora de comer. Seguro que el profesor... que tu hermano querrá estar a solas contigo esta noche.
_____ trató de sonreír, lo que no era fácil, con Jonas fulminándola con la mirada por encima de la cabeza de Rachel. Ésta entornó los ojos.
—Es Nicholas, _____. ¿Qué demonios os pasa a los dos?
—Es mi alumna, Rachel. Hay reglas al respecto. —El tono de voz de él era cada vez más frío y agresivo.
—Es mi amiga, _____. ¡Que les den a las reglas! —Miró a uno y a otra. Vio que _____ se estaba contemplando los zapatos y que su hermano tenía el cejo fruncido—. ¿Alguien podría explicarme qué está pasando aquí?
Al ver que ninguno de los dos respondía, se cruzó de brazos y entornó los ojos aún más. Al recordar el comentario de su amiga sobre la dureza de las dos primeras semanas de curso, llegó a una conclusión.
—Nicholas Jerry Jonas , ¿te has estado comportando como un idiota con _____?
A ésta casi se le escapó la risa y Nicholas se enfurruñó todavía más. A pesar del silencio, la reacción de ambos le indicó a Rachel que sus sospechas eran fundadas.
—Bueno, pues no tengo tiempo para estas tonterías. Vais a tener que daros un beso y hacer las paces. Sólo voy a estar aquí una semana y quiero pasar todo el tiempo posible con los dos.
Y cogiéndolos del brazo, los arrastró hacia el Jaguar.
Rachel Clark no se parecía en nada a su hermano adoptivo. Trabajaba como ayudante en la secretaría de prensa del alcalde de Filadelfia. Sonaba importante, pero no lo era. De hecho, se pasaba casi toda la jornada revisando los periódicos locales en busca de noticias que mencionaran al alcalde, o haciendo fotocopias de los comunicados de prensa. En el mejor de los casos, se le permitía actualizar el blog de la alcaldía.
Rachel era esbelta, de rasgos delicados y pelo liso, que llevaba largo. Tenía los ojos grises y muchas pecas. Era muy espontánea, lo que muchas veces sacaba de quicio al introvertido de su hermano, que era bastante mayor que ella.
Nicholas mantuvo la boca cerrada durante el trayecto hasta su piso, mientras las dos jóvenes charlaban en el asiento de atrás, riendo y poniéndose al día como un par de adolescentes. No tenía ningunas ganas de pasar la velada con ellas, pero sabía que su hermana lo estaba pasando mal y no quería ponerle las cosas más difíciles.
Pronto, el trío, compuesto por dos personas felices y otra no tanto, subía en el ascensor del edificio Manulife, un impresionante rascacielos de lujo en la calle Bloor.
Al salir del ascensor en la última planta, _____ se fijó en que sólo había cuatro puertas en cada rellano.
«¡Vaya! Estos pisos tienen que ser enormes.»
Cuando entraron detrás de Nicholas y cruzaron el vestíbulo hasta una grandiosa y diáfana sala de estar, _____ entendió por qué la sensibilidad de El Profesor se había sentido herida en su estudio. Su espacioso piso tenía cristaleras que iban del suelo al techo, cubiertas por unas impresionantes cortinas de seda de un tono de azul pálido como el hielo. Desde los ventanales se veía el lado sur de la torre CN y el lago Ontario. Los suelos eran de madera noble, oscura, adornados con alguna alfombra persa, y las paredes estaban pintadas de color visón claro.
Los muebles del salón parecían sacados del catálogo de Restoration Hardware.
Destacaba un gran sofá de cuero color chocolate con remaches, con dos butacas a juego. Delante de la chimenea vio una otomana y otra butaca de terciopelo rojo de respaldo alto.
_____ se quedó mirando la butaca y la otomana con envidia. Era el lugar perfecto donde pasar una tarde lluviosa, tomándose una taza de té y leyendo su libro favorito.
No ella, desde luego.
La chimenea funcionaba a gas y encima, en vez de un cuadro, Nicholas había colgado un televisor de plasma de pantalla plana. En la sala había varias obras de arte, pinturas al óleo en las paredes y alguna figura sobre el mobiliario. Tenía piezas de vidrio romano y de cerámica griega que podrían estar en un museo y reproducciones de esculturas famosas, como la Venus de Milo o Apolo y Dafne de Bernini. La verdad era que allí había muchas esculturas, todas ellas de desnudos femeninos.
Lo que no tenía eran fotografías personales. A _____ le extrañó mucho ver que tenía fotografías en blanco y negro de París, Roma, Londres, Florencia, Venecia y Oxford, pero ninguna de los Clark, ni siquiera de Grace.
En la habitación de al lado, cerca de una mesa de comedor grande y formal, había un bufet de ébano que _____ contempló con admiración. Encima, se veía un gran jarrón de cristal, una bandeja de plata labrada con varias licoreras llenas de bebidas ambarinas, una cubitera y copas de cristal anticuadas. Unas pinzas de plata completaban la estampa. Estaban colocadas pulcramente sobre un montón de pequeñas servilletas de tela blanca con las iníciales N. J. J. bordadas. _____ se rió para sus adentros al darse cuenta de que, si el apellido de Nicholas hubiera sido, por ejemplo,
Davidson en vez de Jonas, sus siglas serían N. J. D., Dios en inglés.( el protagonista tienes por nombre G.O.E por eso el juego de palabras)
Resumiendo, el piso del profesor Jonas era estéticamente agradable, decorado con muy buen gusto, claramente masculino y muy, muy frío. _____ se preguntó si alguna vez llevaría mujeres a aquel lugar tan poco acogedor, aunque trató de no imaginarse lo que haría con ellas una vez allí. Tal vez tendría una habitación específica para esos asuntos, para que nadie ensuciara sus preciadas posesiones. Al pasar una mano sobre
el gélido granito negro de la encimera de la cocina, se estremeció.
Rachel precalentó el horno y se lavó las manos.
—Nicholas, ¿por qué no le enseñas a _____ la casa mientras yo empiezo a preparar la cena?
Ella se abrazó a la mochila. No se atrevía a dejar un objeto tan ofensivo en ninguno de los muebles, pero Nicholas se la arrancó de las manos y la dejó en el suelo, bajo una mesita. _____ le dedicó una sonrisa de agradecimiento y él se sorprendió a sí mismo devolviéndosela.
No quería enseñarle la casa a la señorita Mitchell. Sobre todo, no quería que viera su dormitorio, ni las fotos en blanco y negro que adornaban las paredes. Pero sabía que con Rachel allí no iba a librarse tan fácilmente. Al menos tendría que enseñarle las habitaciones de invitados.
Así pues, poco después se encontraban en su estudio. Había sido un dormitorio de invitados, pero lo había convertido en una cómoda biblioteca, con estanterías de madera oscura que iban del suelo al techo.
_____ se quedó contemplando los libros con la boca abierta. Había volúmenes nuevos y otros muy antiguos. Casi todos eran ejemplares de tapa dura. Vio títulos en latín, italiano, francés, inglés y alemán. La habitación, como el resto de la vivienda, era muy masculina. Las mismas cortinas color azul hielo, el mismo suelo de madera oscura, con una alfombra persa en el centro.
Nicholas se puso tras el gran escritorio de roble.
—¿Te gusta? —la tuteó. Sabía que Rachel no iba a permitir que le hablara de usted.— Mucho —respondió ella—. Es preciosa.
Alargó la mano para acariciar la butaca de terciopelo rojo, era igual que la que había admirado antes en el salón, pero se detuvo justo a tiempo. A El Profesor no le gustaría que la tocara. Probablemente la reprendería por ensuciarla con sus dedos mugrientos.
—Es mi butaca favorita. Es muy cómoda. ¿Quieres probarla?_____ sonrió como si acabara de darle un regalo y se sentó en ella con las piernas dobladas, enroscándose como un gato.
Nicholas juraría que la había oído ronronear. Sonrió al verla. Lo hizo sentirse relajado y casi feliz. En un impulso, decidió enseñarle uno de sus tesoros más preciados.
—Ven, te enseñaré una cosa —le dijo, con un gesto de la mano.
Ella se levantó en seguida y se quedó esperando al otro lado del escritorio.
Nicholas abrió un cajón y sacó dos pares de guantes blancos de algodón.
—Póntelos —le dijo, dándole un par.
Sin decir nada, ella imitó sus movimientos.
—Ésta es una de mis posesiones más valiosas —le explicó él, sacando una caja de madera de un cajón que acababa de abrir con llave.
Cuando dejó la caja sobre el escritorio, a _____ le entró miedo.
«¿Qué habrá dentro? ¿Una cabeza reducida? ¿Tal vez la cabeza reducida de una antigua alumna?»
Pero no. El profesor abrió la caja y sacó lo que parecía un libro. Al abrirlo, _____ vio que se trataba de una serie de sobres de papel unidos, formando un acordeón.
Estaban etiquetados en italiano. Rebuscó entre los sobres cuidadosamente hasta encontrar el que buscaba y entonces sacó algo de dentro, que sostuvo reverentemente sobre las palmas.
Al ver de qué se trataba, _____ ahogó una exclamación.
Nicholas sonrió orgulloso.
—¿Lo reconoces?
—¡Por supuesto! Pero... ¡no puede ser el original!
Él se echó a reír.
—Por desgracia, no. Eso no está al alcance de mi modesta fortuna. Los originales son del siglo XV. Éstas son reproducciones del XVI.
Tenía en su mano una copia de la famosa ilustración de Dante y Beatriz y el cielo de las estrellas fijas del Paraíso. El original había sido realizado por Sandro Botticelli con pluma y tinta. Era una ilustración de unos cuarenta por cincuenta centímetros.
Aunque el pintor sólo había utilizado tinta, el nivel de detalle era asombroso.
—¿De dónde lo has sacado? No sabía que existieran copias.
—Pues las hay. Además, probablemente fueron hechas por un alumno de Botticelli. Y lo mejor de todo: está completo. Botticelli realizó cien ilustraciones para La Divina Comedia, pero sólo se conservan noventa y dos. En cambio, mi juego de copias está completo.
_____ abrió mucho los ojos, que le brillaban emocionados.
—¿Me tomas el pelo?
Nicholas se echó a reír.
—No.
—Fui a ver los originales cuando los expusieron en la galería de los Uffizi, en Florencia. El Vaticano tiene ocho, si no me equivoco, y el resto pertenecen a un museo de Berlín —dijo _____.
—Exacto. Pensé que sabrías apreciarlos.
—Pero nunca he visto los ocho que faltan.
—Casi nadie los ha visto. Deja que te los enseñe.
El tiempo pasó volando mientras él le mostraba sus tesoros. Ella los estuvo admirando en silencio hasta que les llegó la voz de Rachel desde el vestíbulo.
—Nicholas, ¿quieres servirle una copa a _____ y dejar de aburrirla con tus antiguallas?
Él puso los ojos en blanco y _____ se echó a reír.
—¿De dónde las sacaste? ¿No deberían estar en un museo? —preguntó mientras lo miraba guardar las ilustraciones en sus respectivos sobres.
Nicholas apretó los labios.
—No están en un museo porque me niego a desprenderme de ellas. Nadie sabe que las tengo. Sólo mi abogado y mi agente de seguros. Y ahora tú.
Luego apretó los dientes, como dando el tema por zanjado, por lo que ______ no insistió.
Lo más probable era que las ilustraciones hubieran sido robadas de algún museo y que él las hubiera comprado en el mercado negro. Eso explicaría su reticencia a darlas a conocer. ______ se estremeció al darse cuenta de que había visto algo que menos de media docena de personas habían visto. Eran tan hermosas que cortaban la respiración.
Obras de arte.
—¿Nicholas? —insistió Rachel desde la puerta.
—Vale, vale. ¿Qué quiere beber, señorita Mitchell? —le preguntó él, saliendo del estudio y dirigiéndose al botellero climatizado que tenía en la cocina.
—¡Nicholas!
—Perdón. ¿________?
Ella se sobresaltó al oír su nombre completo en su boca.
Al notar la extraña reacción de su amiga, Rachel desapareció en un pequeño anexo que servía como despensa.
—Cualquier cosa estará bien, profe... Nicholas —respondió Julia, cerrando los ojos para disfrutar del placer de poder decir por fin su nombre en voz alta. Luego se sentó en uno de los elegantes taburetes de la barra de desayuno.
Él se decidió por una botella de chianti y la dejó sobre la encimera.
—La dejaré fuera un rato para que se ponga a temperatura ambiente —dijo, sin dirigirse a nadie en particular.
Y, tras excusarse, desapareció, probablemente para cambiarse de ropa y ponerse más cómodo.
—_____ —susurró Rachel, dejando un montón de verduras a un lado del fregadero doble—. ¿Puede saberse qué pasa entre Nicholas y tú?
—Vas a tener que preguntárselo a él.
—No te preocupes, pienso hacerlo. Pero ¿por qué se comporta de un modo tan raro? ¿Y por qué no le dijiste quién eras?
—Pensé que me reconocería —admitió ella, que parecía a punto de echarse a llorar—, pero no me recuerda —añadió, con voz temblorosa y la mirada fija en su regazo.
Rachel, sorprendida tanto por sus palabras como por su respuesta tan emocional, se acercó para abrazarla.
—No te preocupes. Ahora estoy yo aquí y me ocuparé de él. En algún lugar, debajo de la ropa, tiene corazón. Se lo vi una vez. Pero ahora ayúdame a limpiar las verduras. El cordero ya está en el horno.
Cuando Nicholas regresó, abrió el vino sonriendo para sus adentros. Iba a pasar un buen rato. Sabía qué aspecto tenía ________ cuando probaba el vino e iba a tener una sesión privada de su erótica representación de la otra noche. Sintió un tirón involuntario en alguna parte de su cuerpo y deseó haber colocado alguna cámara secreta de vídeo en el apartamento. No creía que fuera buena idea sacar la máquina y empezar a hacerle fotos.
Le mostró la botella, satisfecho al ver la expresión de aprobación que le iluminó la cara al leer la etiqueta. Había comprado una botella de esa cosecha de la Toscana y habría sido una lástima malgastarla en alguien que no supiera apreciarla. Le sirvió un poco de vino en la copa y se echó hacia atrás, observándola y esforzándose para no sonreír.
Igual que la otra vez, _____ hizo girar el líquido lentamente y lo examinó a la luz halógena. Cerró los ojos y aspiró su aroma. Luego acercó sus tentadores labios al borde de la copa y probó el vino con delectación, manteniéndolo en la boca unos instantes antes de bebérselo.
Nicholas suspiró mientras miraba cómo el chianti viajaba por su larga y elegante garganta.
Cuando abrió los ojos, ____ se encontró a Nicholas tambaleándose ligeramente delante de ella. Sus ojos azules se habían oscurecido y tenía la respiración alterada. La parte delantera de sus pantalones gris marengo... ______ frunció el cejo.
—¿Te encuentras bien?
Pasándose una mano por la cara, él se obligó a calmarse.
—Sí, lo siento. —Tras llenarle la copa, se sirvió también y empezó a disfrutar del vino, sin dejar de mirarla por encima del borde de cristal.
—Debes de estar muerto de hambre, Nicholas —comentó Rachel por encima del hombro, mientras removía la salsa que estaba preparando—. Y sé que te conviertes en una bestia salvaje cuando tienes hambre.
—¿Qué vamos a tomar con el cordero? —preguntó él, observando a _____ como si fuera un halcón, mientras ella se llevaba la copa a los labios una vez más.
Rachel dejó una caja sobre la barra.
—¡Cuscús!
____ se atragantó y escupió de golpe todo el vino que tenía en la boca, empapando a Nicholas y su camisa blanca. Al ver lo que había hecho, se asustó y soltó la copa, que se rompió en mil pedazos al chocar contra la base del taburete, manchándola a ella y manchando el suelo de madera noble.
Nicholas se limpió la cara y la camisa mientras maldecía en voz alta. Muy alta.
_____ se bajó del taburete, se arrodilló y empezó a recoger los trozos de cristal roto.
—Déjalo —dijo él suavemente, mirándola desde el otro lado de la barra.
Pero ella siguió recogiendo, con lágrimas en los ojos.
—¡Que lo dejes! —repitió él más fuerte, rodeando la barra.
____ se pasó los trozos de cristal de una mano a otra y siguió con su tarea. Parecía un cachorro arrastrándose patéticamente por el suelo con una pata herida.
—¡Para! ¡Por el amor de Dios, mujer, para! Te vas a cortar. —Nicholas se alzaba ante ella amenazadoramente y su enfado descendía desde las alturas como la ira de Dios.
Agarrándola por los hombros, la levantó y la obligó a soltar los trozos de cristal en un cuenco que había sobre la barra, antes de conducirla hasta el cuarto de baño de invitados.
—Siéntate —le ordenó.
Ella se sentó en la taza del váter y sollozó en silencio.
—Enséñame las manos.
Entre las manchas de vino, Nicholas distinguió algunas gotas de sangre y alguna esquirla de cristal clavada en la palma. Maldijo varias veces negando con la cabeza mientras abría el botiquín.
—No se te da muy bien escuchar, ¿no?
_____ parpadeó, lamentando no poder secarse las lágrimas de las mejillas con las manos.
—Y tampoco obedecer —añadió, mirando por encima del hombro.
Lo que vio lo hizo detenerse en seco.
Si más tarde alguien le hubiera preguntado por qué lo hizo, se habría encogido de hombros y no habría sabido qué responder. Pero cuando se detuvo y miró con atención a la criatura allí encogida, llorando, sintió algo. Algo que no era irritación, ni enfado, ni culpa ni lujuria. Sintió compasión. Y se arrepintió de haberla hecho llorar.
Inclinándose hacia ella, le secó las lágrimas con los dedos con delicadeza. En cuanto la rozó, notó un estremecimiento y la sensación de que su piel le resultaba familiar. Cuando le hubo secado las lágrimas, le sujetó la cara entre las manos y se la levantó hacia él. Pero al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se apartó rápidamente y empezó a limpiarle las heridas.
—Gracias —murmuró _____, agradeciéndole el cuidado con que estaba retirando los trocitos de cristal. Usaba unas pinzas y no dejaba ni un milímetro de piel sin examinar.
—No se merecen.
Cuando se dio por satisfecho con el resultado, echó yodo en una borra de algodón.
—Esto te va a doler un poco.
Vio que ella se preparaba y se encogió por dentro. No le apetecía nada hacerle daño. Era tan suave y frágil. Tardó un minuto y medio en armarse de valor para aplicarle el desinfectante en los cortes. Durante todo ese tiempo, _____ permaneció inmóvil, mirándolo con los ojos muy abiertos y mordiéndose el labio, esperando a que se decidiera de una vez.
—Ya está —dijo él malhumorado, limpiándole los últimos restos de sangre—.Curada.
—Siento haber roto la copa. Sé que era de cristal.
Su suave voz interrumpió sus pensamientos mientras guardaba las cosas en el botiquín.
Él hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
—Tengo varias docenas. Hay una tienda debajo de casa donde las venden. Si necesito otra, la iré a buscar.
—Me gustaría reponerla.
—No podrías permitírtelo.
Las palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo.
Al ver que _____ se ruborizaba y luego palidecía, se horrorizó. Había vuelto a agachar la cabeza, por supuesto, y se estaba mordiendo la mejilla.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Dom 17 Feb 2013, 5:41 pm

Continuacion Capitulo 6

—Señorita Mitchell, nunca se me ocurriría cobrarle la copa. Va en contra de todas las leyes de la hospitalidad.
«Y eso sería intolerable», pensó ella con ironía.
—Pero también te he manchado la camisa. Deja que pague la tintorería al menos.
Nicholas bajó la vista hacia su preciosa, pero obviamente estropeada camisa y maldijo en silencio. Le gustaba aquella camisa. Paulina se la había traído de Londres.
La mancha de la saliva de _____ mezclada con el chianti no iba a desaparecer nunca.
—Tengo varias camisas iguales —mintió—. Además, seguro que la mancha saldrá fácilmente. Rachel me ayudará.
_____ se mordió el labio inferior una vez más.
Nicholas sintió que le daba vueltas la cabeza, pero sus labios eran tan rojos y tentadores que no pudo apartar la vista. Era una sensación comparable a estar presenciando un accidente de coche desde la cubierta de un barco.
Inclinándose hacia ella, le dio unas palmaditas en el dorso de la mano.
—Los accidentes son inevitables. No son culpa de nadie —dijo para tranquilizarla.
_____ dejó de morderse el labio y lo recompensó con una sonrisa.
«La amabilidad la hace florecer. Es como una rosa que abre los pétalos.»
—¿Se encuentra bien? —preguntó Rachel a su espalda.
Nicholas retiró la mano apresuradamente y suspiró.
—Sí, aunque me temo que _______ odia el cuscús.
Y, tras decirlo, le guiñó un ojo a _____ y disfrutó viendo cómo el rubor se extendía desde sus mejillas por su piel de porcelana. En verdad era un ángel de ojos castaños.
—No pasa nada. Prepararé arroz pilaf —dijo Rachel, que salió del cuarto de baño seguida por Nicholas.
____ se quedó donde estaba, tratando de impedir que el corazón se le saliera del pecho. Mientras Rachel guardaba el cuscús en la nevera, Nicholas fue a cambiarse al dormitorio. Se quitó la camisa manchada y, muy a su pesar, la tiró a la basura. Al volver a la cocina, acabó de recoger los cristales y el vino del suelo.
—Hay un par de cosas que deberías saber sobre _____ —dijo Rachel por encima del hombro.
Él echó los trozos de cristal a la basura.
—Preferiría no oírlas.
—Pero ¡por favor! ¿Qué te pasa? Es mi amiga.
—Pero también es mi alumna. No debería saber nada de su vida privada. Que sea tu amiga ya resulta bastante problemático.
Su hemana irguió la espalda y negó con la cabeza. Sus ojos grises se oscurecieron al decirle:
—¿Sabes qué?, no me importa. La quiero mucho y mamá también la quería. Será mejor que lo recuerdes la próxima vez que sientas tentaciones de gritarle.
Al cabo de unos momentos, continuó:
—Lo ha pasado muy mal, idiota. Por eso se ha mantenido a distancia este año. Y ahora que por fin empieza a salir de su caparazón, un caparazón que yo pensaba que no abandonaría nunca, tú con tu arrogancia y tu condescendencia la empujas a volver a ocultarse. Así que deja de actuar como un estirado inglés y trátala como se merece. No eres ni el señor Rochester, ni el señor Darcy ni Heathcliff, por el amor de Dios.
¡Compórtate o volveré a Canadá y te meteré un taco por el culo!
Nicholas enderezó la espalda y la fulminó con la mirada.
—Espero que te refieras a una tortilla de maíz.
Rachel no se amilanó. De hecho, se irguió aún más. Tenía un aspecto casi amenazador.
—De acuerdo —se rindió él.
—Bien. Por otra parte, me cuesta creer que no reconocieras su nombre después de la cantidad de veces que te he hablado de lo mucho que le gusta Dante. ¿A cuántas entusiastas de Dante de Selinsgrove conoces?
Nicholas se inclinó hacia su hermana y le dio un beso en la frente enfurruñada.
—No seas tan dura conmigo, Rach. Trato de no pensar en nada relacionado con Selinsgrove si puedo evitarlo.
El enfado de ella desapareció al oírlo.
—Lo sé —dijo, abrazándolo con fuerza.
Unas cuantas horas y otra botella de chianti más tarde, _____ se dispuso a irse.
—Gracias por la cena. Tendría que volver a casa.
—Te llevaremos —dijo Rachel, levantándose para ir a buscar los abrigos.
Nicholas frunció el cejo, pero siguió a su hermana.
—No hace falta. No está lejos, puedo ir andando —dijo _____ desde la cocina.
—Ni hablar. Es de noche y no me importa lo seguro que sea Toronto. Además, está lloviendo —replicó Rachel antes de empezar a discutir con su hermano.
_____ se alejó para no oír a Nicholas diciendo que no quería acompañarla. Pero los hermanos reaparecieron en seguida y los tres salieron al rellano. Cuando el ascensor estaba llegando, el móvil de Rachel empezó a sonar.
—Es Aaron —informó ella, abrazando a su amiga para despedirse—Llevo todo el día intentando hablar con él, pero ha estado de reuniones. No te preocupes, hermano mayor, tengo llave.
Y volvió a entrar en el piso, dejando a una incómoda ____ con un Nicholas enfurruñado en el ascensor.
—¿Pensabas contarme quién eras alguna vez? —preguntó él en tono ligeramente acusatorio.
Ella negó con la cabeza y se abrazó con fuerza a su ridícula mochila.
Nicholas le echó un vistazo y decidió que aquella bolsa tenía los días contados. Si volvía a verla, perdería los nervios. Además, Paul la había tocado, lo que significaba que estaba contaminada. Julia iba a tener que tirarla.
La guió hasta su plaza de aparcamiento y ella se dirigió a la puerta del acompañante del Jaguar. Pero entonces Nicholas apretó el botón de un mando a distancia y un Range Rover que tenían al lado hizo un ruido agudo.
—Vamos a usar éste. La tracción en las cuatro ruedas es más segura cuando llueve. No me gusta usar el Jaguar con el suelo mojado si puedo evitarlo.
Ella trató de disimular su sorpresa al ver lo incómodo que parecía. Era como si se avergonzara de su riqueza. Cuando le abrió la puerta y la ayudó a subir, ____ se preguntó si habría notado la conexión entre ellos al tocarle el brazo.
Por supuesto, la había notado.
—Has dejado que me comportara como un auténtico imbécil —protestó él, frunciendo el cejo mientras salían del garaje.
«No has necesitado mi ayuda. Lo has hecho estupendamente tú solito.» Las palabras no pronunciadas quedaron suspendidas entre ellos. _____ se preguntó si El Profesor sería capaz de leer la mente.
—Si lo hubiera sabido, te habría tratado de otra manera. Te habría tratado mejor.
—¿Ah, sí? ¿De verdad? ¿Y qué habrías hecho? ¿Hacerle pagar tu mal humor a otro alumno? En ese caso, me alegro de que no lo supieras.
Nicholas la miró con frialdad.
—Esto no cambia nada. Me alegro de que seas amiga de Rachel, pero sigues siendo mi alumna y hemos de mantener nuestra relación a un nivel profesional, señorita Mitchell. Será mejor que tengas cuidado con cómo te diriges a mí, ahora y en el futuro.
—Sí, profesor.
Nicholas buscó algún rastro de sarcasmo en su voz, pero no lo encontró. Tenía los hombros encorvados y la cabeza gacha. Su pequeña rosa se había marchitado. Y él era el único responsable.
«¿Tu pequeña rosa? ¡Maldita sea, Jonas! ¿En qué estás pensando?»
—Rachel está muy contenta de tenerte aquí. ¿Sabías que estuvo prometida?
—¿Estuvo? ¿Ya no lo está?
—Aaron Webster le pidió que se casara con él y ella aceptó, pero eso fue antes de que Grace... —Nicholas respiró hondo—. A Rachel no le apetece preparar la boda ahora y canceló el compromiso. Por eso está aquí.
—Oh, no, lo siento mucho. Pobre Rachel. —_____ suspiró—. Y pobre Aaron. Yo lo apreciaba mucho.
Nicholas frunció el cejo.
—Aún están juntos. Aaron la quiere, es obvio, y entiende que Rachel necesita tiempo. Cuando las cosas se ponían feas en casa, ella siempre venía a verme para escapar de las peleas. Lo que no deja de ser curioso, porque yo era la oveja negra y Rachel la favorita.
_____ asintió como si lo comprendiera.
—Tengo un problema de carácter, señorita Mitchell. Me cuesta controlar la ira.
Cuando pierdo el control, puedo ser muy destructivo.
Ella abrió mucho los ojos ante su confesión y separó los labios como si fuera a hablar, pero no dijo nada.
—Sería... desaconsejable que perdiera los papeles cerca de alguien como tú.
Sería muy doloroso para ambos —siguió diciendo él.
Sus palabras sonaban tan sinceras y aterradoras que a _____ se le quedaron grabadas a fuego.
—La ira es uno de los siete pecados capitales —comentó, volviendo la cabeza para mirar por la ventanilla, tratando de calmar el ardor que sentía en el vientre.
Él se echó a reír con amargura.
—Curiosamente, poseo los siete. No te molestes en contarlos: orgullo, envidia, ira, pereza, avaricia, gula, lujuria.
Ella alzó una ceja, pero no se volvió a mirarlo.
—Lo dudo.
—No espero que lo entiendas. Tú sólo eres un imán para los percances, señorita Mitchell, pero yo soy un imán para el pecado.
Esta vez sí se volvió hacia él, que le dedicó una mirada resignada; ella respondió con otra compasiva.
—El pecado no se siente atraído por un ser humano en concreto, profesor. Es más bien al revés.
—No según mi experiencia. A mí el pecado me encuentra siempre, aunque no lo busque. Eso sí, reconozco que no se me da bien resistirme a la tentación. —La miró brevemente a los ojos antes de volver a fijarse en la conducción—. Tu amistad con
Rachel explica por qué enviaste gardenias. Y cómo firmaste la tarjeta como lo hiciste.
—Siento lo de Grace. Yo también la quería.
Nicholas la miró de nuevo. En los ojos de _____, grandes y amables, vio indicios de tristeza y de una pérdida irreparable.
—Sí, ahora me doy cuenta.
—¿Tienes radio por satélite? —preguntó ella, cuando él encendió el aparato y apretó uno de los botones de presintonización.
—Sí, suelo escuchar alguna emisora de las que ponen jazz, pero depende de mi estado de ánimo.
_____ alargó la mano hacia la radio, pero la retiró sin atreverse a tocarla.
Nicholas sonrió al darse cuenta. Recordó cómo había ronroneado cuando le dio permiso para sentarse en su butaca favorita. Quería volver a oírla de nuevo.
—Adelante. Elige lo que quieras.
_____ fue tocando botones, sonriendo al comprobar qué emisoras había presintonizado él. No le extrañó encontrar la CBS francesa ni las noticias de la BBC, pero sí la sorprendió una llamada Nine Inch Nails.
—¿Hay una emisora que sólo emite sus canciones? —preguntó ella, incrédula.
—Sí —respondió Gabriel, revolviéndose inquieto en el asiento, como si hubiera descubierto un secreto embarazoso.
—¿Y te gustan?
—Según de qué humor estoy.
_____ apretó el botón de una de las emisoras de jazz.
Nicholas presintió más que vio su visceral rechazo. No lo entendió, pero pensó que sería mejor no insistir en ello.
_____ odiaba a los Nine Inch Nails. Si empezaban a sonar en la radio, cambiaba de emisora. Si en algún sitio ponían una canción suya, salía de la habitación, o del edificio si hacía falta. El sonido de su música, pero sobre todo la voz de Trent Reznor, la aterrorizaban, aunque nunca le había contado a nadie por qué.
La primera vez que los escuchó fue en un club, en Filadelfia. Había estado bailando con él, y él se había estado restregando contra ella. Al principio no le dio importancia, porque ya estaba acostumbrada. Siempre lo hacía, pero cuando cambió la música y empezó a sonar aquella canción, _____ empezó a sentirse incómoda. Supuso que tendría algo que ver con la extraña secuencia de notas del principio, pero luego empeoró con aquella voz, la letra sobre follar como un animal y la mirada de él mientras apoyaba la frente en la suya y le susurraba aquellas palabras, que se le clavaron en el alma.
Fueran cuales fuesen las creencias religiosas de _____ y sus oraciones medio en broma a los dioses menores, en ese momento tuvo la certeza de estar oyendo la voz del diablo. Sintió que Lucifer la rodeaba con sus brazos y le susurraba aquellas palabras.
Y se asustó mucho.
_____ se había separado de él bruscamente y se había refugiado en el lavabo de mujeres. Mientras miraba a la chica pálida y temblorosa que le devolvía la mirada desde el espejo, se preguntó qué demonios le había pasado. No sabía por qué él le había hablado así, ni por qué había elegido ese preciso momento para hacerlo, pero estaba segura de que no se había tratado sólo de la letra de una canción. Ésta había sido un medio para confesarle sus intenciones y deseos más oscuros.
_____ no quería que la follaran como a un animal. Quería ser amada. Habría renegado del sexo para siempre si pensara que con ello lograría el tipo de amor del que se nutrían los poemas y los mitos. Ése era el tipo de sentimiento que deseaba desesperadamente, aunque en el fondo no se creía merecedora de él. Quería ser la musa de alguien. Quería ser venerada y adorada en cuerpo y alma. Quería ser la Beatriz de un Dante apuesto y noble y habitar con él para siempre en el Paraíso. Quería vivir una vida que rivalizara con la belleza de las ilustraciones de Botticelli.
Ésa era la causa de que, a los veintitrés años, _____ Mitchell siguiera siendo virgen y de que guardara en el cajón de la ropa interior la fotografía del hombre que había puesto el listón tan alto que ninguno de los que había habido después había podido alcanzarlo. Durante los últimos seis años, había dormido con su foto debajo de la almohada. Ningún otro hombre había estado nunca a su altura. Ningún otro había despertado en ella los sentimientos de amor y devoción que él le había inspirado. Su relación se basaba en una única noche, una noche que _____ revivía en sus recuerdos una y otra vez.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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Mensaje por ElitzJb Lun 18 Feb 2013, 7:21 pm

me fascinaron los capítulos, pero mi pregunta es quien sera ese él del q la rayis se refiere???
es muy interesante y emocionante esta novela espero el proximo capitulo con ansias siguela por favor no me tortures con mucho tiempo de espera
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por FlayTC Miér 20 Feb 2013, 10:47 am

Ava Del Angel escribió:
FlayTC escribió:Esta nove es una de las mas lindas que eh leido, y una de las mas largar ....Ya la eh leido pero ahora que me imagino a Nick como protagonista la cosa cambia xD Espero que la sigas pronto y que si algun dia puedes y quieres podrias seguir la historia a de Gabriel y Julia (Nick y _____) aun no la eh leido pero me imagino que sera muy linda al igual que esta!
Ahhh me olvidaba.... Nueva lectora =D me llamo Flay!(mi nombre no me gusta asique prefiero ese "apodo") Espero que subas pronto.... Saludos =D

Gracias!! :hug: Es una maravillosa historia y me alegra mucho que te guste :hug: Creo que podre adaptar el 2do libro, este sale a la venta en marzo asi que hare lo imposible por obtenerlo ;)

Eso es Genial! que no te quepa duda que cuando lo hagas sere la primera en leerlo XD Saludos!
FlayTC
FlayTC


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Mensaje por ElitzJb Miér 20 Feb 2013, 4:55 pm

coloca mas capitulos por favor
ElitzJb
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Mensaje por ElitzJb Vie 22 Feb 2013, 5:55 pm

sigue
ElitzJb
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Mensaje por Ava Del Angel Sáb 23 Feb 2013, 1:49 pm

Capitulo 7


_____ dejó la bicicleta cerca de casa de los Clark, un edificio grande y blanco, y se dirigió al porche. Nunca llamaba a la puerta antes de entrar, así que subió el escalón de un salto y abrió la puerta mosquitera. La escena que se encontró la dejó helada.
La mesa auxiliar del salón estaba hecha añicos y había manchas de sangre en la alfombra. Las sillas y los cojines estaban tirados por el suelo y Rachel y Aarón estaban abrazados en el sofá. Rachel estaba llorando.
—¿Qué ha pasado? —preguntó _____, con los ojos como platos.
—Nicholas —respondió Aarón.
—¿Nicholas? ¿Está herido?
—¡Él está bien! —respondió Rachel, riendo histéricamente—. Hace menos de veinticuatro horas que está en casa y ya se ha peleado con mi padre a empujones, ha hecho llorar a mi madre dos veces y ha enviado a Scott al hospital.
Aarón, muy serio, siguió acariciando la espalda de su novia para tranquilizarla.
_____ ahogó un grito.
—¿Por qué?
—¿Quién sabe? Es imposible saber qué le pasa por la cabeza. Ha discutido con papá y cuando mamá se ha interpuesto entre ellos, la ha empujado. Scott le ha dicho que lo mataría si volvía a ponerle un dedo encima, y Nicholas le ha dado un puñetazo y le ha roto la nariz.
_____ bajó la vista hacia la mesita. Vio que había trozos de cristal clavados en la alfombra, junto a la sangre, restos de tazas de café rotas y galletas desmenuzadas.
—¿Y qué ha pasado aquí? —preguntó, señalando la macabra escena.
—Scott se ha caído sobre la mesa por culpa de un empujón de Nicholas. Papá y Scott están en el hospital. Mamá se ha encerrado en su habitación y yo voy a pasar la noche en casa de Aarón.
Dicho esto, Rachel se levantó y arrastró a su novio hacia la puerta de la calle.
_____ seguía inmóvil en el sitio.
—Tal vez debería ir a hablar con tu madre.
—No pienso quedarme aquí ni un minuto más. Mi familia está rota. —Con estas palabras, su amiga se marchó.
_____ se acercó a la escalera, pero entonces oyó un ruido que venía de la cocina, por lo que se dirigió a esa parte de la casa. La puerta trasera estaba abierta y vio que había alguien sentado en el porche, llevándose una botella de cerveza a los labios.
Tenía una abundante mata de pelo castaño, que brillaba a la luz del atardecer. Lo reconoció por las fotos que tenía Rachel.
Sin pensarlo dos veces, salió de la casa y se sentó cerca de él, en una tumbona de jardín, abrazándose las rodillas y apoyando la barbilla en ellas.
Nicholas la ignoró.
_____ lo examinó a conciencia, grabándose su imagen a fuego en la memoria. En persona era todavía más guapo. Tenía los ojos azules inyectados en sangre, pero aun así resultaban impresionantes y contrastaban vivamente con sus cejas oscuras. Resiguió el ángulo de sus pómulos, de su nariz, noble y recta, y de su mandíbula cuadrada. Se fijó en la barba de dos o tres días que le oscurecía la piel y casi le ocultaba un hoyuelo. Finalmente, clavó la vista en sus labios, observando la forma y grosor del labio inferior antes de darse cuenta de los moratones.
Tenía sangre en la mano derecha y un cardenal en la mejilla izquierda. El puño de Scott lo había alcanzado, pero sorprendentemente, Nicholas no había perdido el conocimiento.
—Llegas tarde para la sesión de las seis. Ha acabado hace media hora.
Su voz era suave, casi tan agradable como sus rasgos. Por un instante, _____ pensó cómo sería oír esa voz pronunciando su nombre.
Se estremeció.
—Aquí hay una manta —le ofreció él, señalando una manta de lana a cuadros escoceses que tenía junto a la cadera. Sin levantar la vista, dio unos golpecitos a la prenda.
_____ lo miró con desconfianza. Cuando se convenció de que ya no era peligroso, se acercó y se sentó en un taburete, aunque todavía manteniendo cierta distancia. Se preguntó si sería rápido corriendo. Y luego se preguntó si ella podría correr más rápido si la persiguiera.
Nicholas le dio la manta.
—Gracias —murmuró _____, cubriéndose los hombros con ella.
Lo miró de reojo. Era bastante alto y se lo veía encogido en la silla Adirondack de jardín. La cazadora de cuero negro hacía que sus hombros parecieran más anchos.
La llevaba desabrochada y _____ vio la amplia extensión de sus pectorales cubiertos por la ceñida camiseta, de color negro, igual que los vaqueros. Tenía las piernas largas. Se dio cuenta de que estaba más alto y fuerte que en las antiguas fotos de su hermana.
Quería decir algo, pero no se atrevía. Quería preguntarle por qué había actuado de un modo tan violento con la familia más agradable que conocía. Pero era demasiado tímida y, además, estaba un poco asustada. Así que, en vez de eso, le preguntó si tenía un abridor.
Nicholas frunció el cejo, pero llevándose la mano al bolsillo trasero del pantalón, sacó uno y se lo ofreció.
Ella le dio las gracias y se quedó inmóvil. Él se volvió hacia la caja de cervezas medio vacía que tenía a la espalda, cogió una botella y se la ofreció.
—Permíteme —le dijo, sonriendo al mirarla por fin a la cara. _____ le devolvió el abridor y él destapó la cerveza con facilidad, brindando después haciendo entrechocar las botellas—. ¡Salud!
Ella bebió para no hacerle un feo, tratando de no atragantarse cuando aquella bebida con sabor a cebada le llegó a la boca. Sin darse cuenta, ronroneó.
—¿Habías probado la cerveza alguna vez? —le preguntó él sonriendo.
_____ negó con la cabeza.
—Pues me alegro de haber sido el primero.
Ella se ruborizó y ocultó la cara bajo su mata de pelo color caoba.
—¿Qué haces aquí? —Nicholas la miraba con curiosidad.
_____ tardó unos segundos en responder, buscando una manera delicada de decirlo.
—Estaba invitada a cenar. «Esperaba conocerte al fin.»
Él se echó a reír.
—Pues me temo que he estropeado la velada. Bien, señorita Ojos Castaños, añada eso a mi cuenta.
—¿Puedo preguntarte qué ha pasado? — _____ lo preguntó en voz muy baja, casi en un susurro, para que no se le notara el temblor.
—¿Puedo preguntarte por qué todavía no has salido corriendo? contraatacó él, mirándola fijamente con sus ojos azules.
Ella volvió a agachar la cabeza. Esperaba que, si se mostraba sumisa, se le pasaría el enfado. Sabía que estar allí con Nicholas después de lo que había pasado era una tontería. Estaba borracho y, si se ponía violento, _____ no tenía a nadie cerca a quien pedir ayuda. Era un buen momento para marcharse.
Inesperadamente, él alargó el brazo y le apartó el pelo de la cara, colocándoselo detrás del hombro. Le acarició el cabello con los dedos durante unos momentos antes de soltárselo. _____ notó una especie de conexión entre los dedos de Nicholas y su pelo y volvió a ronronear con los ojos cerrados, olvidándose de lo que le había preguntado.
—Hueles a vainilla —comentó él, cambiando de postura para verla mejor.
—Es el champú.
Nicholas se acabó la cerveza y abrió otra inmediatamente, bebiendo un buen trago antes de volverse hacia _____ otra vez.
—No sé cómo ha pasado.
—Te quieren mucho. Se pasan el día hablando de ti.
—El hijo pródigo. O un demonio, tal vez. El demonio Nicholas —dijo, riendo amargamente antes de acabarse la nueva cerveza de un trago y abrir otra.
—Estaban tan contentos de que volvieras a casa... Por eso tu madre me invitó a cenar.—
No es mi madre. Y tal vez Grace te invitase porque sabía que necesitaba a un ángel de pelo castaño que velara por mí.
Se inclinó hacia ella y le apoyó la mano en la mejilla. _____ ahogó una exclamación. Levantó la vista, sorprendida por su contacto, y quedó prisionera de sus ojos azules, que también la estaban mirando con sorpresa. Nicholas, claramente ebrio, le acarició la mejilla ruborizada con el pulgar y pareció dudar, como si no comprendiera de dónde salía el calor que desprendía la cara de la recién llegada. Cuando apartó la mano, _____ sintió ganas de llorar. Ya lo echaba de menos.
Dejando la botella en el suelo, él se levantó.
—El sol se está poniendo. ¿Quieres venir a dar un paseo?
Ella se mordió el labio. Sabía que no debería acompañarlo. Pero era Nicholas, el de la fotografía, y sabía que ésa sería seguramente su única oportunidad de estar con él.
Después de lo que había pasado, dudaba que volviera de visita nunca más. O, por lo menos, durante una buena temporada.
Dejó la manta en el porche y lo siguió.
—Tráete la manta —le indicó él.
_____ la enrolló y se la puso bajo el brazo. Nicholas le cogió la otra mano.
Ella ahogó un grito al notar un cosquilleo que le empezaba en la yema de los dedos y le subía por el brazo. Tras superar la curva del hombro, se lanzó en picado hacia su corazón, haciendo que éste le latiera mucho más de prisa.
Nicholas le rozó la cabeza con la suya.
—¿No habías ido nunca de la mano de un chico? —Cuando ella negó con la cabeza, él se echó a reír suavemente—. Pues me alegro de ser el primero.
Se adentraron lentamente en el bosque y pronto dejaron de ver la casa de los Clark. A _____ le gustaba la manera en que su mano encajaba con la suya, mucho más grande, y cómo sus largos dedos se curvaban sobre el dorso de su mano. La sujetaba con delicadeza pero con decisión y, de vez en cuando, le apretaba los dedos como si quisiera recordarle que seguía allí. _____ pensó que tal vez ir de la mano con alguien era siempre así, aunque no tenía experiencia y no podía comparar.
Sólo había entrado en ese bosque una o dos veces anteriormente y siempre con Rachel. Si algo iba mal, probablemente se perdería, pero apartó esos pensamientos de su mente y se concentró en la agradable sensación de ser llevada de la mano por la fuerte y cálida del enigmático Nicholas.
—Antes pasaba mucho tiempo aquí —comentó él—. Es muy tranquilo. Un poco más lejos hay un huerto de manzanos abandonado. ¿Te lo ha enseñado Rachel?
_____ negó con la cabeza.
Nicholas la miró muy serio.
—Estás muy callada. Puedes hablar conmigo. Te prometo que no te morderé — dijo, con una de sus sonrisas características, una sonrisa que _____ había visto en las fotos de Rachel.
—¿Por qué has venido a casa?
Él ignoró su pregunta y siguió andando, pero le agarró la mano con más fuerza.
Ella le devolvió el apretón para demostrarle que no estaba asustada. Aunque en realidad sí lo estaba.
—No quería venir a casa. No en este estado. Perdí algo y llevo semanas borracho.
Su honestidad la sorprendió.
—Pero si has perdido algo, puedes recuperarlo.
—No. Lo he perdido para siempre —replicó él, entornando los ojos.
Luego aceleró el paso y _____ tuvo que esforzarse para seguirle el ritmo.
—He venido a buscar dinero. Estoy desesperado. Y sí, estoy bien jodido también —dijo, estremeciéndose—. Ya estaba jodido antes de liarme a hostias con todo el mundo. Antes de que llegaras.
—Lo siento mucho.
Encogiéndose de hombros, Nicholas tiró de ella hacia la izquierda.
—Ya casi hemos llegado.
A través de una zona de vegetación menos tupida, entraron en un pequeño claro cubierto de hierba y salpicado de flores silvestres, malas hierbas y algún tocón de árbol. El silencio era tan intenso que casi podía oírse. En un extremo del claro había varios manzanos viejos y de aspecto abandonado.
—Aquí es —anunció él, señalando con el brazo a su alrededor—. Esto es el Paraíso.
Guiándola hasta una gran roca que inexplicablemente había caído en medio de aquel campo, Nicholas la sujetó por la cintura y la sentó en ella. Luego trepó y se sentó a su lado. _____ se estremeció. La roca estaba fría a la débil luz del atardecer y el frío se coló con facilidad a través de la fina tela de sus vaqueros.
Nicholas se quitó la cazadora y se la colocó sobre los hombros.
—Pillarás una pulmonía y te morirás —le advirtió distraídamente, rodeándole los hombros con el brazo y acercándola a él.
El calor corporal que irradiaba la calentó inmediatamente.
_____ inspiró hondo y suspiró, maravillándose de lo bien que encajaba bajo su brazo. Como si hubiera sido creada para estar allí.
—Eres Beatriz.
—¿Beatriz?
—La Beatriz de Dante.
Ella se ruborizó.
—No sé quién es.
Nicholas se echó a reír y _____ sintió su cálido aliento en la mejilla antes de que le acariciara la oreja con la nariz.
—¿No te han contado eso? ¿No te han dicho que el hijo pródigo está escribiendo un libro sobre Dante y Beatriz?
Al ver que no respondía, la besó suavemente en la cabeza.
—Dante era un poeta y Beatriz era su musa. La conoció cuando ella era muy joven y la amó a distancia toda la vida. Beatriz fue su guía en el Paraíso.
_____ lo escuchaba con los ojos cerrados, aspirando el aroma de su cuerpo. Olía a almizcle, a sudor y a cerveza, pero no hizo caso de eso y se centró en el aroma que era únicamente suyo. Nicholas tenía un olor muy masculino y potencialmente peligroso.
—Hay un cuadro de un pintor llamado Holiday. Te pareces mucho a su Beatriz — añadió él y, cogiéndole la mano, se llevó sus pálidos dedos a los labios, besándoselos con veneración.
—Tu familia te quiere. Deberías hacer las paces con ellos. — ____ no sabía de dónde habían salido aquellas palabras.
Nicholas se limitó a abrazarla con más fuerza.
—No son mi familia. No la de verdad. Además, es demasiado tarde, Beatriz.
Ella se sobresaltó al oírlo llamarla así. Realmente había bebido demasiado. Pero ni siquiera entonces apartó la cabeza que descansaba en su hombro. Poco después,
Nicholas llamó su atención acariciándole el brazo.
—No has cenado.
_____ negó con la cabeza.
—No.
—¿Quieres que te dé de cenar?
A regañadientes, levantó la vista para mirarlo. Él sonrió y, bajando de la roca, se acercó a uno de los pocos manzanos que sobrevivían. Estudió los frutos y escogió el más grande y rojo que encontró. Luego cogió otro más pequeño y se lo guardó en el bolsillo mientras regresaba a su lado.
—Beatriz —dijo, ofreciéndole la manzana.
Ella se la quedó mirando, hipnotizada, como si se tratara de un tesoro.
Nicholas se echó a reír y la movió delante de sus ojos, como habría hecho un niño con un azucarillo delante de un poni. _____ cogió la manzana y se la llevó a la boca, mordiéndola con decisión.
Él observó cómo lo hacía; observó cómo tragaba. Luego volvió a su lado en la roca y la abrazó de nuevo, aparentemente satisfecho. Manteniéndole la cabeza apretada contra su hombro con delicadeza, se sacó la otra manzana del bolsillo y se la comió.
Se quedaron allí quietos mientras el sol se ponía. Cuando el claro estuvo a punto de quedar envuelto en sombras, Nicholas extendió la manta sobre la hierba.
—Ven, Beatriz —la invitó, tendiéndole la mano.
_____ sabía que era una locura sentarse con él en la manta, pero lo hizo igualmente.
Estaba enamorada de Nicholas desde la primera vez que Rachel le enseñó una foto suya.
Sin poder resistirse, había robado esa foto. Y ahora que lo tenía ante ella en persona, en carne y hueso, no podía hacer otra cosa que darle la mano.
—¿Alguna vez te has tumbado en el suelo al lado de un chico para mirar las estrellas? —preguntó él, tirando de ella hasta que estuvo tumbada a su lado.
—No.
Nicholas entrelazó los dedos con los suyos y las colocó encima de su corazón. Su latido firme y regular la tranquilizó.
—Eres hermosa, Beatriz. Como un ángel de ojos castaños.
_____ se volvió para mirarlo y sonrió.
—Pues yo creo que tú eres hermoso —dijo tímidamente, acariciándole la mandíbula y maravillándose de la sensación de su barba de tres días bajo los dedos.
Él sonrió a su vez y cerró los ojos. Ella le resiguió los rasgos de la cara con los dedos durante un buen rato, hasta que el brazo se le empezó a dormir.
—Gracias —dijo él, abriendo los ojos.
Ella sonrió y le apretó la mano, sintiendo que el corazón de Nicholas se aceleraba.
—¿Te han besado alguna vez?
Ruborizándose intensamente, _____ negó con la cabeza.
—Pues me alegro de ser el primero. —Incorporándose un poco y apoyándose en un brazo, se inclinó sobre ella con una sonrisa en los labios y los ojos brillantes.
Ella cerró los ojos justo antes de que sus labios se encontraran. Estaba flotando.
Los labios de Nicholas eran cálidos y acogedores y se posaron sobre los suyos con cuidado, como si tuviera miedo de lastimarla. Insegura y recelosa, _____ permaneció quieta, con la boca cerrada. Nicholas le acarició la mejilla con el pulgar, mientras su boca se movía delicadamente sobre la de ella.
El beso no fue lo que _____ esperaba.
Se había imaginado que sería un beso descuidado, algo violento. Se había imaginado que sus besos serían desesperados, urgentes, que sus dedos buscarían partes de su cuerpo que no estaba lista para dejarle tocar. Pero Nicholas dejó las manos donde las tenía, una acariciándole la parte baja de la espalda y la otra la mejilla. Fue un beso tierno y dulce, el tipo de beso que _____ se imaginaba que un amante le daría a su amada después de una larga ausencia.
La estaba besando como si la conociera, como si le perteneciera. Era un beso apasionado, lleno de emoción, como si cada fibra de su ser se hubiera fundido y extendido sobre sus labios para poder transmitírselas a ella. Su corazón dio un brinco ante esa idea. Nunca se habría imaginado que un primer beso pudiera ser así. Cuando la presión de los labios de Nicholas disminuyó, sintió ganas de llorar. Era consciente de que nadie volvería a besarla así nunca más. Ningún hombre podría estar nunca a su altura. Nunca.
Él suspiró hondo y la besó en la frente antes de apartarse.
—Abre los ojos.
Al hacerlo, _____ se encontró con un par de ojos azules excepcionalmente claros y llenos de sentimiento, aunque no fue capaz de descifrar sus emociones. Nicholas sonrió y la besó en la frente una vez más antes de tumbarse y mirar las estrellas.
—¿En qué piensas? —preguntó ella, cambiando de postura y acurrucándose a su lado, muy cerca de él pero sin llegar a tocarlo.
—Pensaba en lo mucho que te he esperado. Esperaba y esperaba y nunca llegabas —respondió él con una sonrisa melancólica.
—Lo siento, Nicholas.
—Pero ahora estás aquí. Apparuit iam beatitudo vestra.
—No sé qué significa —contestó tímidamente.
—Significa «ahora aparece tu bendición», aunque debería ser «mi bendición», porque soy yo el que recibe la bendición de tu presencia. —Nicholas la abrazó.
Pasándole un brazo por detrás, la sujetó por la cintura, abriendo los dedos—. Durante lo que me quede de vida soñaré con tu voz susurrando mi nombre.
_____ sonrió en la oscuridad.
—¿Te has quedado dormida alguna vez entre los brazos de un chico, Beatriz?
Ella negó con la cabeza.
—Pues me alegro de ser el primero. —Cambió de postura para que le apoyara la cabeza en el pecho, cerca del corazón. Su delicado cuerpo encajaba a la perfección a su lado—. Como la costilla de Adán —murmuró Nicholas contra su pelo.
—¿Tienes que marcharte? —susurró _____, acariciándole el pecho con dedos vacilantes.
—Sí, pero no esta noche.
—¿Volverás? —Su voz era casi un gemido.
Él suspiró profundamente.
—Mañana seré expulsado del Paraíso, Beatriz. Nuestra única esperanza es que tú me encuentres. Búscame en el Infierno.
La volvió delicadamente, tumbándola en el suelo. Luego colocó una mano a cada lado de su cuerpo y se cernió sobre ella. Con los ojos muy abiertos, la miró con nostalgia, intensamente, como si pudiera ver dentro de su alma.
Y entonces, la besó.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por ElitzJb Mar 26 Feb 2013, 5:16 pm

El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 167695056 oh no puede ser ellos ya se conocian
El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 1857533193 que pero como xq??? o xq no se recuerda de eso no entiendo del por que
espero el proximo capitulo con ansias me dejaste --> El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 167695056
siguela quiero mas capitulo por favor sigue
ElitzJb
ElitzJb


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por ElitzJb Miér 27 Feb 2013, 11:07 am

sigue
quiero leer mas
esta nove esta estupenda
ElitzJb
ElitzJb


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por ElitzJb Jue 28 Feb 2013, 2:43 pm

coloca mas
ElitzJb
ElitzJb


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por ElitzJb Jue 28 Feb 2013, 2:43 pm

anda no seas malitaaaaaaaaaaaa :lloro:
ElitzJb
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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por ElitzJb Dom 03 Mar 2013, 6:04 pm

anda por favor siguelaaaaaaaaa
ElitzJb
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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Sáb 09 Mar 2013, 1:19 pm

Perdón, perdón y mil veces perdón!! :lloro: Discúlpeme es que me estoy mudando de casa y no he tenido espacio para subirles capítulos pero no se preocupen que en la noche subiré. ;)
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Sáb 09 Mar 2013, 5:56 pm

Capitulo 8

Rachel estaba sentada a la barra de la cocina de Nicholas, tomándose un café con leche y hojeando el Vogue, edición francesa. No era su lectura habitual. Su mesita de noche en Filadelfia estaba siempre llena de libros de política, relaciones públicas, economía y sociología, con la esperanza de que algún día sus superiores le pidieran su opinión en vez de pedirle que fotocopiara la opinión de alguna otra persona. Ahora que estaba de baja, tenía tiempo de leer otras cosas aparte de política municipal.
Esa mañana se encontraba mejor. Mucho mejor. La conversación con Aaron de la noche anterior había ido bien. Aunque seguía disgustado por la cancelación de la boda, no había dejado de repetirle que prefería mil veces tenerla a ella que una boda.
«No hace falta que nos casemos ahora mismo. Podemos aplazarlo hasta que hayas superado el duelo. Pero te quiero a mi lado, Rachel. Siempre te querré a mi lado.
Como mi esposa, como mi amante... Aceptaré tus condiciones porque te amo. Vuelve conmigo.»
Sus palabras atravesaron la nebulosa de dolor y depresión que se había apoderado de la mente de ella y, de pronto, lo vio todo claro. Había creído que huía de
Scott, de su padre y del fantasma de su madre, pero tal vez también hubiese estado huyendo de Aaron. Al oírlo decir esas palabras se dio cuenta de que no podría abandonarlo nunca. No podría vivir lejos de él.
Su declaración había roto sus defensas y le había hecho darse cuenta de que realmente deseaba ser su esposa. Fue consciente de que no quería esperar mucho para que Aaron se convirtiera en su marido. La vida era demasiado corta para desperdiciarla siendo infeliz. Su madre así se lo había enseñado.
NIcholas entró en la cocina. Llevaba puestas las gafas. Tras besarla en la cabeza, le puso delante un fajo de billetes. Rachel se los quedó mirando con desconfianza. Tras comprobar de cuánto dinero se trataba, abrió mucho los ojos.
—¿Para qué es esto?
Él se sentó a su lado, aclarándose la garganta.
—¿No ibas a ir de compras con ________?
Su hermana puso los ojos en blanco.
—Se llama _____, Nicholas. Y no. Está ocupada. Pasará todo el día haciendo un trabajo con un tipo llamado Paul. Y cuando acaben, irán a cenar.
«Follaángeles», pensó Nicholas. El insulto apareció en su mente sin pensar. Se tensó y gruñó para sus adentros.
Rachel empujó el dinero en su dirección y siguió leyendo la revista.
Él volvió a ponérselo delante.
—Quédatelo.
—¿Para qué?
—Cómprale algo a tu amiga.
Su hermana entornó los ojos.
—¿Por qué? Es mucho dinero.
—Lo sé —murmuró.
—Aquí hay quinientos dólares. Sé que los dólares canadienses no valen tanto, pero igualmente es demasiado, Nicholas.
—¿Has estado en su apartamento?
—No. ¿Tú sí?
Él se revolvió incómodo en el taburete alto.
—Sólo un momento. Estaba lloviendo y la acompañé a su casa en coche. Y...
—¿Y...? —Rachel le pasó un brazo por el hombro y se le acercó con una sonrisa cómplice—. Cuenta, cuenta.
Nicholas se liberó de su brazo con un movimiento de hombros y la fulminó con la mirada.
—No hay nada que contar. Vi un momento su apartamento y es espantoso. Ni siquiera tiene cocina, ¡por el amor de Dios!
—¿No tiene cocina? ¿Qué demonios...?
—Es más pobre que un ratón de iglesia. Por no hablar de esa espantosa mochila que lleva a todas partes. Gástate todo el dinero en comprarle una cartera decente si hace falta, pero haz algo, porque si vuelvo a ver esa bolsa, te juro que le prendo fuego.
Se pasó las manos por el pelo varias veces y luego las dejó allí mientras permanecía encorvado sobre la barra. Con el poder de percepción que sólo tiene una hermana, Rachel se lo quedó mirando. Nicholas aparentaba ser el jugador de póquer perfecto. Era impasible, frío, cerebral... No un poco frío, como la brisa o como el agua de un arroyo en otoño, sino muy frío. Frío como el contacto de una roca en la piel al anochecer.
Rachel pensaba que la frialdad era su peor defecto, esa capacidad tan suya de decir y hacer cosas sin preocuparse por los sentimientos de los demás, y en los demás incluía a su familia.
Pero a pesar de sus defectos, Nicholas era su hermano favorito. Y, como la pequeña de la familia, diez años menor que él, Rachel era la favorita de Nicholas.
Nunca había discutido con ella de la misma forma que con Scott o con su padre.
Siempre la había protegido. A su manera, la quería. Nunca le haría daño de manera intencionada. Sin embargo, le había hecho daño varias veces al ver cómo se lo hacía a los demás. Y, especialmente, cómo se hacía daño a sí mismo.
Sabía que, si se fijaba bien, Nicholas no era tan buen jugador de póquer. Había demasiados detalles que delataban cuándo estaba sufriendo. Cuando estaba a punto de perder los nervios, cerraba los ojos; cuando se sentía frustrado se frotaba la cara, y recorría la habitación de un lado a otro cuando estaba preocupado o asustado. Al ver que empezaba a caminar por la estancia, Rachel se preguntó de qué tendría miedo.
—¿Por qué te preocupas tanto por ella? Cuando cenó aquí no estuviste demasiado simpático. Ni siquiera la llamabas _____.
—Es mi alumna. Tengo que mantener una actitud profesional.
—¿Profesionalmente mezquina?
Él se detuvo y la fulminó con la mirada.
—Vale, vale. Me quedaré el dinero y le compraré una cartera. Aunque preferiría comprarle zapatos.
Nicholas volvió a sentarse en el taburete.
—¿Zapatos?
—Sí. ¿Y qué te parece si le compro también algo de ropa? Le gustan las cosas bonitas, pero no puede permitírselas. Y es guapa, ¿no crees?
El miembro de él se movió inquieto bajo sus pantalones de lana gris. Cruzó las piernas para disimular.
—Gástate el dinero en lo que quieras. Lo único que pido es no volver a ver esa mochila.
—¡Bien! Le compraré algo fabuloso... aunque probablemente necesite más dinero.
Y luego tendremos que llevarla a algún sitio para que luzca el nuevo modelito. — Rachel miró a su hermano mayor y parpadeó.
Sin molestarse en discutir ni en negociar, Nicholas sacó una tarjeta de visita de la cartera, cogió su estilográfica Montblanc y desenrolló el capuchón.
—¿La gente normal aún usa esas cosas o sólo los medievalistas? —preguntó ella, inclinándose hacia él con curiosidad—. Me extraña que no uses una pluma de ave.
Nicholas frunció el cejo.
—Es una Meisterstück 149 —respondió, como si eso lo aclarara todo.
Rachel puso los ojos en blanco mientras su hermano usaba la reluciente plumilla de oro de dieciocho quilates para escribir una nota en el dorso de su tarjeta con una caligrafía segura pero anticuada. Decir que Nicholas era pretencioso era quedarse corto.
—Aquí tienes —dijo él, deslizando la tarjeta sobre la encimera de la barra—. Tengo cuenta en Holt Renfrew. Enséñale esto al conserje y él te llevará hasta Hilary, mi personal shopper. Ella se encargará de que lo carguen todo en mi cuenta. Pero no te vuelvas loca, Rachel. Ah, y quédate con el dinero en efectivo. Considéralo un regalo de cumpleaños con seis meses de adelanto.
Ella se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias. ¿Qué es Holt Renfrew?
—La versión canadiense de Saks Fifth Avenue. Tienen de todo. No te olvides, lo importante es sustituir la vieja mochila. Lo demás son... detalles insustanciales. —Su voz sonaba de pronto malhumorada.
—De acuerdo, pero ¿me podrías explicar por qué te altera tanto una mochila L. L. Bean? Todos los estudiantes tienen una. Yo misma tenía una, hasta que maduré y descubrí Longchamp.
—No lo sé —reconoció Nicholas, quitándose las gafas y frotándose los ojos.
—Hum. ¿Añado ropa interior a la lista? ¿Te gusta... de gustarte? —preguntó
Rachel con una sonrisita irritante.
Su hermano resopló.
—¿Cuántos años tenemos, Rachel? Es mi alumna, ¿lo has olvidado? Esto no tiene nada que ver con romanticismo. Tiene que ver con penitencia.
—¿Penitencia?
—Penitencia por los pecados. Mis pecados.
Esta vez fue Rachel la que resopló.
—Realmente te has quedado anclado en la Edad Media. ¿Se puede saber qué pecado has cometido contra _____? ¿Aparte de comportarte como un idiota? Si ni siquiera la conoces...
Él volvió a ponerse las gafas y se removió incómodo en el asiento. Su miembro no paraba de dar brincos sólo de pensar en la señorita Mitchell y pecado en la misma frase. Los dos juntos en la misma habitación. Sin ropa. Quizá ella sólo con unos zapatos de tacón... que él por fin podría tocar...
—¿Nicholas? Estoy esperando.
—No tengo que confesarte mis pecados, Rachel. Sólo tengo que expiarlos — respondió, arrebatándole la revista de las manos.
—¿Hablas francés? ¿Y te interesa la moda femenina? —preguntó su hermana apretando los dientes.
Nicholas miró la revista abierta y vio la foto de una modelo muy pintada y despatarrada, cubierta con un biquini très petite. Los ojos se le abrieron.
Rachel se cruzó de brazos y lo miró enfadada.
—A mí no me hables en ese tono. No soy una de tus alumnas y no pienso aguantar tus tonterías.
Suspirando, él volvió a quitarse las gafas para frotarse los ojos.
—Lo siento —murmuró, devolviéndole la revista, no sin antes echarle otro vistazo a la modelo, por interés puramente académico, bien sûr.
—¿Por qué estás tan tenso? ¿Problemas de mujeres? ¿Estás saliendo con alguien ahora mismo? ¿Cuándo saliste con una mujer por última vez? Y, por cierto, ¿qué significan esas fotos en tu...?
—No pienso hablar de estas cosas contigo —la interrumpió Nicholas—. Yo no te pregunto a quién te estás tirando.
Rachel se mordió la lengua y respiró hondo.
—Voy a pasar por alto ese comentario, a pesar de que ha sido de muy mal gusto.
Cuando estés de rodillas haciendo penitencia, no te olvides de añadir el pecado de envidia a los demás. Sabes que nunca he estado con nadie más que con Aaron y también sabes que lo que hay entre nosotros es mucho más que tirarse a alguien. ¿Qué demonios te pasa?
Él murmuró una disculpa, pero no levantó la mirada. Aunque sabía que su comentario había estado fuera de lugar, había logrado su objetivo, que era que se olvidara de las preguntas que le había hecho. Así que, en realidad, no se arrepentía.
Su hermana jugueteó con la tarjeta de visita mientras se calmaba.
—Si no te gusta _____, entonces es que sientes lástima por ella. ¿Por qué? ¿Por qué es pobre?
—No lo sé —respondió él, suspirando y negando con la cabeza.
—_____ suele despertar el instinto protector de la gente. Tiene ese aspecto frágil, como de oveja perdida. Pero no te equivoques. Es una mujer fuerte. Sobrevivió a una madre alcohólica y a un novio que...
Nicholas se volvió hacia ella con interés.
—¿Un novio que...?
—Me dijiste que no querías saber nada de su vida privada. Es una lástima. Si no tuvierais una relación profesional, creo que te gustaría. Creo que incluso podríais ser buenos amigos.
Sonrió mirando a su hermano para ver cómo reaccionaba, pero él volvió a bajar la vista y se frotó la barbilla, absorto en sus pensamientos.
—¿Quieres que le diga que la cartera y los zapatos son un regalo tuyo? —preguntó Rachel, tamborileando con los dedos sobre la encimera.
—¡Por supuesto que no! Podrían despedirme sólo por eso. Alguien sacaría conclusiones equivocadas y me llevarían ante un tribunal académico.
—Pensaba que los profesores adjuntos teníais plaza fija.
—Eso no importa —murmuró él.
—A ver si lo he entendido. Quieres gastarte un montón de dinero en _____, pero no quieres que ella se entere de que eres tú quien paga. Esto es un poco como Cyrano de Bergerac, ¿no crees? Ya veo que el francés te resulta más familiar de lo que pensaba.
Nicholas se levantó sin decir nada y se dirigió hacia la enorme cafetera exprés que tenía en otra de las encimeras. Se concentró en el proceso algo laborioso de preparar un café perfecto y aprovechó para darle la espalda a su irritante hermana.
Rachel suspiró.
—De acuerdo, quieres hacer algo por _____. Tú prefieres llamarlo penitencia, aunque tal vez sea simple amabilidad. Bueno, simple no. Es doble amabilidad, porque no quieres que sepa de dónde sale el dinero para que no se sienta avergonzada o en deuda contigo. Estoy impresionada. Bastante.
—Quiero que sus pétalos vuelvan a abrirse —susurró Nicholas.
O eso le pareció oír a Rachel, aunque lo descartó en seguida. No tenía sentido.
—¿No crees que deberías tratarla como a una persona adulta y decirle de dónde han salido los regalos? ¿Dejar que sea ella quien decida si quiere aceptarlos o no?
—Si supiera de dónde salen no los aceptaría. Me odia.
Su hermana se echó a reír.
—_____ no es del tipo de personas que odian a los demás. Es demasiado indulgente. Si de verdad te odia, probablemente te lo mereces. Pero tienes razón. No acepta caridad. Sólo en ocasiones muy especiales me deja que le compre algo.
—Dile que son regalos de Navidad atrasados. O que son de parte de Grace.
Ambos hermanos intercambiaron una elocuente mirada.
—De la única persona que _____ aceptaba caridad era de mamá —dijo Rachel con los ojos llenos de lágrimas—. Era como una madre para ella.
Nicholas se le acercó rápidamente y la abrazó para consolarla.
En el fondo, sabía que al intentar convencer a su hermana de que le comprara cosas bonitas a _____ estaba buscando indulgencia. Comprando una bula para un pecado que aún no había cometido. Nunca le había pasado nada parecido con ninguna otra mujer. Pero no quería pensar en ello, no serviría de nada.
Sabía que vivía en el Infierno y lo aceptaba. No solía quejarse, pero para ser sincero, tenía que admitir que deseaba escapar de allí desesperadamente. Por desgracia, no tenía a un Virgilio ni a una Beatriz que fueran a buscarlo. Sus oraciones no recibían respuesta y sus intentos de reformarse siempre se veían frustrados por una cosa u otra. Casi siempre por alguna rubia de pelo largo, con zapatos de tacón, que le arañaba la espalda mientras gritaba su nombre una y otra vez. Y otra. Y otra.
En su actual estado de ánimo, la mejor manera que se le ocurría de gastarse el dinero manchado de sangre de su padre era un ángel de ojos castaños. Un ángel que no se podía permitir un apartamento con cocina y cuyos pétalos se abrirían un poco si su mejor amiga le regalaba un vestido bonito y unos zapatos nuevos.
Nicholas quería hacer mucho más que comprarle una cartera, pero nunca admitiría que lo que deseaba en realidad era verla sonreír.
Mientras los hermanos discutían sobre penitencia, perdón y ridículas abominaciones que hacían las veces de mochila, Paul esperaba a _____ en la entrada de la biblioteca Robarts, la más grande del campus de la Universidad de Toronto. Aunque
_____ sólo lo sospechaba, durante el corto tiempo que había pasado desde que se conocieron, Paul le había cogido mucho cariño a su compañera de clase.
Era muy sociable y tenía muchos amigos, gran parte de los cuales eran mujeres.
Había salido con un montón de chicas, tanto centradas como con problemas. Ahora, su última relación había llegado a su fin. Allison quería quedarse en Vermont y trabajar como maestra de escuela. Paul quería trasladarse a Toronto y seguir sus estudios para llegar a ser profesor universitario. Tras dos años de relación a distancia, se habían rendido a la evidencia: su relación no iba a ninguna parte.
Sin embargo, su ruptura no había sido traumática. Nadie había salido derrapando de ningún aparcamiento ni se habían quemado fotos. Seguían siendo amigos y Paul se sentía muy orgulloso de haber podido mantener esa amistad.
Pero ahora que había conocido a Conejito, le parecía que una relación con alguien con quien compartía intereses y objetivos profesionales podía ser muy interesante y enriquecedora.
Paul era un chico clásico, de la vieja escuela. Creía en la importancia de cortejar a una mujer y le gustaba tomarse su tiempo para ello. Por eso estaba encantado de ir paso a paso con la preciosa y tímida Conejito hasta conocerla mejor. Sólo cuando estuviera seguro de lo que ella sentía, le expresaría sus sentimientos.
Había decidido que lo mejor sería pasar mucho tiempo a su lado, tratarla bien y prestarle mucha atención. Así, si algún otro tipo aparecía y trataba de comerle terreno, él se enteraría en seguida y podría decirle que apartara las zarpas de su Conejito.
_____ lamentó no ir de compras con Rachel, pero le había prometido a Paul que pasaría el día con él en la biblioteca. Tenía que empezar a preparar su proyecto, ahora que el profesor Emerson había aceptado dirigirlo. Estaba muy motivada. Quería sorprenderlo tanto en las clases como con la propuesta, aunque sabía que ni una cosa ni la otra iban a ser fáciles.
—Hola —la saludó Paul alegremente, quitándole la mochila de la espalda y cargándosela al hombro como si no pesara nada.
_____ le sonrió, agradeciendo que la liberara del peso durante un rato.
—Gracias por aceptar ser mi guía. La última vez que vine por aquí me perdí.
Acabé en una oscura sección de la cuarta planta, donde no había más que mapas — recordó ella, estremeciéndose.
Él se echó a reír.
—Es una biblioteca enorme. Te enseñaré la colección Dante de la novena planta y luego te llevaré a mi despacho.
Le sostuvo la puerta abierta para que pasara y _____ entró en el edificio sintiéndose como una princesa. Paul tenía unos modales exquisitos y no los usaba como una arma. Reflexionó sobre la actitud de algunas personas —que no hacía falta nombrar—, que usaban los modales para intimidar y controlar, mientras que otras — como Paul— los usaban para hacer que su acompañante se sintiera especial. Muy especial.
—¿Tienes un despacho aquí? —preguntó _____, mientras los dos le enseñaban el carnet de estudiante al guarda de seguridad sentado junto a los ascensores.
—Algo así —respondió él, aguantando la puerta del ascensor hasta que entró—. Tengo una pequeña zona de estudio junto a la sección dedicada _____ a Dante.
—¿Puedo solicitar una para mí?
Él hizo una mueca.
—Están más buscadas que el oro. Es casi imposible conseguir una, sobre todo si estás en un curso de doctorado.
Al ver la expresión de incredulidad de ella, se apresuró a añadir:
—Personalmente, pienso que estos cursos tienen el mismo valor que los seminarios, pero no hay despachos para todo el mundo. El mío tampoco es mío; es de Jonas.
Si ____ no se hubiera vuelto en ese momento para apretar el botón del ascensor,
Paul habría notado que dejaba de respirar un instante y palidecía.
Al llegar a la novena planta, la guió por la colección Dante con paciencia, mostrándole tanto las fuentes primarias como las secundarias. Le gustó verla acariciar los lomos de los libros con delicadeza, como si estuviera saludando a viejos amigos.
—_____, ¿te importa si te hago una pregunta personal?
Ella permaneció muy quieta, con la mano sobre un volumen tamaño cuartilla con la cubierta de cuero hecha jirones. Aspiró su aroma profundamente para calmarse y asintió.— Jonas me pidió que recogiera tu expediente de la señora Jenkins y...
Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
«Oh, no», pensó.
Paul levantó las manos para calmarla.
—No lo leí, no te preocupes —dijo sonriendo—, aunque no hay nada demasiado personal en esos expedientes. Al parecer, Jonas quería coger algo. Pero lo que me extrañó fue lo que hizo luego.
_____ alzó las cejas.
—Telefoneó a Greg Matthews, catedrático del Departamento de Lenguas
Románicas y de Literatura en Harvard.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella, parpadeando lentamente.
—Fui a llevarle unas fotocopias y lo oí hablar con él. La conversación iba sobre ti.
—¿Y por qué iba a hacer algo así?
—Eso precisamente quería comentarte. Le preguntó por qué no tenían becas lo suficientemente generosas para sus alumnos de doctorado. Jonas es un alumnus de ese departamento, una especie de mecenas. Matthews ocupaba la cátedra cuando él se doctoró.
«Mierda. Estaba comprobando si era cierto que había obtenido una plaza en Harvard. No se lo creía. ¡Qué típico!» Cerró los ojos y se apoyó en el estante más cercano.
—No sé qué respondió Matthews, pero oí a Jonas.
Ella mantuvo los ojos cerrados esperando a que Paul remachara el clavo. Sólo esperaba que lo hiciera rápido y, a ser posible, que no se lo clavara en el pie.
—No sabía que hubieses conseguido plaza en Harvard, _____. Es impresionante.
Jonas le pidió que le confirmara si habías sido admitida y luego le preguntó en qué posición habías quedado.
—Por supuesto —murmuró ella—. Vengo de una ciudad pequeña en Pensilvania.
Fui a una universidad jesuita con unos siete mil alumnos. ¿Cómo iba a entrar a Harvard?
Paul frunció el cejo. «Pobre Conejito. Ese cabrón le tiene la moral comida.
Debería darle una patada en el culo y luego volver a trabajar para él como si no hubiera pasado nada...»
—¿Qué tienen de malo las universidades católicas? Yo me licencié en la Universidad de Saint Michael, en Vermont, y mi educación no tiene nada que envidiar a la de otros. Tenían a un especialista en Dante en el Departamento de Lengua y a un especialista en Florencia en el Departamento de Historia.
_____ asintió como si le estuviera prestando atención.
—Escúchame, aún no he acabado. El caso es que Matthews trató de convencerlo de que te envíe a Harvard para hacer el doctorado cuando acabes el curso. Dijo que estabas entre los alumnos con mejor nota y, considerando la fuente, es muy buena noticia. Piensa que yo también me presenté y me rechazaron —reconoció Paul, sonriendo sin ganas, no sabiendo cómo reaccionaría ella cuando se enterara—. Así que, si no es demasiado personal, ¿por qué no fuiste a Harvard?
—No quería venir aquí —susurró ____ como si se sintiera culpable—. Sabía que me lo encontraría. Pero no me quedó otro remedio. En Saint Joseph me endeudé mucho con préstamos de estudiante. Debo varios miles de dólares y no podía seguir endeudándome para ir a Harvard. Así que decidí hacer el curso aquí y volver a solicitar una beca más generosa para el curso que viene. Si me la conceden, podré ir sin tener que pedir más dinero.
Paul asintió con la cabeza. Mientras ____ volvía a concentrarse en examinar los libros que tenía delante, él la observó. Al parecer, no se había dado cuenta de lo que acababa de confesar. Lo que había dicho sin darse cuenta era mucho más revelador que la razón por la que supuestamente no había ido a Harvard.
Mientras _____ abría y cerraba los polvorientos volúmenes, con los ojos muy abiertos y una sonrisa en sus deliciosos labios, Paul se dio cuenta de que el apodo que le había puesto era mucho más adecuado de lo que pensaba en un principio. _____ era como un conejo asustado en medio de un prado o una carretera, pero también le recordó mucho a El conejo de terciopelo.
Paul no lo reconocería nunca y si alguien se lo preguntara, mentiría mirando a los ojos del interlocutor y juraría que no sabía de qué le estaban hablando, pero ése era uno de los cuentos favoritos de Allison. Al principio de su relación, ella le había pedido que lo leyera para poder entenderla mejor. Y Paul, el granjero de Vermont de
más de noventa kilos de peso, se había leído el maldito libro a escondidas porque la amaba.
Y, aunque nunca lo reconocería, le había encantado.
Al mirar a Conejito, tuvo la sensación de que estaba esperando desesperadamente convertirse en un ser real. Y también que alguien la amara. Pero la larga espera se había cobrado su precio. No en su aspecto físico, que era muy atractivo —aunque para el gusto de Paul estaba demasiado pálida y delgada, algo que una buena ración de productos de Vermont solucionaría rápidamente—, sino en su alma, que era bonita pero triste.
Él nunca se había parado a pensar en el tema del alma hasta que había conocido a Conejito. Pero ahora que la conocía, era un creyente fervoroso. Esperaba que algún día consiguiera lo que deseaba; que alguien la amara para que dejara de ser un conejito asustado y se convirtiera en otra cosa. En alguien más valiente. Y más feliz.
Pensando que ya había dejado volar demasiado la imaginación con libros infantiles, sonrió, decidido a distraerla de sus problemas. La guió hasta una puerta y le mostró la placa de latón donde, en elegante letra cursiva, había escrito: Profesor
Nicholas J. Jonas, Departamento de Estudios Italianos.
_____ se fijó en que ninguna de las otras puertas tenía placa. Y se fijó también en que Paul había puesto una tarjeta suya debajo de la placa. Se imaginó a El Profesor viéndola y arrancándola malhumorado. Al leer el nombre completo de su amigo, vio que su segundo nombre empezaba por V: Paul V. Norris, MA.
—¿Qué significa la V? —le preguntó, señalando el improvisado cartel.
—No me gusta mi segundo nombre —respondió él, incómodo.
—A mí tampoco me gusta el mío. Si no quieres decírmelo, lo entenderé — contestó ella, sonriendo, antes de volverse hacia la puerta cerrada.
—Te reirás.
—Lo dudo. Mi apellido es Mitchell. No me siento particularmente orgullosa de él.
—Pues a mí me gusta.
_____ se ruborizó, pero no demasiado.
Paul suspiró.
—¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?
—Por supuesto. Y yo te diré el mío: es Helena.
—Es un nombre precioso. —Paul cerró los ojos e inspiró hondo. Luego esperó.
Cuando no pudo más y los pulmones le estaban pidiendo a gritos oxígeno, soltó el aire rápidamente, diciendo—: Virgilio.
—¿Virgilio? —repitió _____, mirándolo con incredulidad.
—Sí. —Paul abrió los ojos, temiendo que ella empezara a reírse.
—¿Estás estudiando para ser especialista en Dante y tu segundo nombre es Virgilio? ¿Me tomas el pelo?
—Es un nombre común en mi familia. Mi bisabuelo se llamaba así y te aseguro que nunca leyó a Dante. Era granjero en Essex, Vermont.
_____ le dedicó una sonrisa maravillada.
—Pues me parece un nombre precioso. Es un gran honor llevar el nombre de un noble poeta.
—Sí, igual que es un gran honor llevar el nombre de Helena de Troya, _____ Helena. Me parece muy adecuado para ti —añadió, mirándola con dulzura y admiración.
Ella apartó la vista, avergonzada.
Paul carraspeó para aligerar la tensión que se había creado.
—Emerson nunca usa este despacho; sólo viene de vez en cuando a dejarme cosas. Pero es suyo, él paga la factura.
—¿Son de pago?
Él asintió con la cabeza y abrió la puerta.
—Sí, pero lo valen. Tienen calefacción, aire acondicionado y acceso a Internet.
Además, se pueden cerrar con llave, por lo que son muy prácticos para dejar libros que estás usando sin tener que devolverlos cada día. Cualquier material que necesites, incluso si es material de referencia, del que no se puede sacar de la biblioteca, puedes guardarlo aquí cuando quieras.
_____ miró el cuarto pequeño pero cómodo como si fuera la tierra prometida.
Abrió mucho los ojos al ver el espacio de trabajo con la mesa empotrada, las cómodas sillas y estanterías que iban desde el suelo hasta el techo. A través de una ventanita, se veía parte de la ciudad y la torre CN. Se preguntó cuánto costaría vivir allí. Sería mucho mejor que su agujero de hobbit, no apto ni para un perro.
—De hecho —siguió diciendo Paul mientras retiraba unos papeles—, puedes usar este estante. Y te dejaré mi llave de repuesto.
Cogió la llave y escribió un número en un trozo de papel.
—Éste es el número del despacho, por si te cuesta encontrarlo al principio. Y ésta es la llave.
_____ se lo quedó mirando con la boca abierta.
—No puedo aceptarla —reconoció finalmente—. Me odia. No le gustará verme por aquí.
—Que se joda.
Esta vez fueron los ojos de ella los que se abrieron sorprendidos.
—Perdón —dijo Paul—. Normalmente no digo tacos. Bueno, al menos, no tantos ni delante de las chicas, quiero decir, de las mujeres.
____ asintió, aunque no había sido su lenguaje lo que la había sorprendido.
—Jonas no viene casi nunca por este despacho. Puedes dejar tus cosas tranquilamente; pensará que son mías. Si no quieres encontrártelo, no hace falta que trabajes aquí. Pásate de vez en cuando, yo suelo venir a menudo. Si te ve, supondrá que estamos trabajando juntos. O algo así.
Sonrió con timidez. Le estaba dando la clave de lo que buscaba en su relación con ella. Quería que se vieran con frecuencia. Quería ver sus cosas en su estante. Quería estudiar y trabajar a su lado...
Pero _____ no quería que le diera claves ni llaves.
—Por favor —insistió él, cogiéndole la mano y abriéndole los dedos con delicadeza.
Al notar que dudaba, le acarició el dorso de la mano con el pulgar para tranquilizarla. Tras ponerle la llave y la nota en la mano, volvió a cerrarle los dedos con cuidado de no hacerle daño. Sabía que Jonas ya se había encargado de eso.
—«Lo real no es algo que te venga dado. Es algo que te pasa. Y ahora mismo, necesitas que te pasen cosas buenas.»
_____ se sobresaltó al oírlo. Paul no podía saber lo ciertas que eran sus palabras.
«¿Está citando un cuento infantil? Imposible.»
Al levantar la cara hacia él, vio que sus ojos eran cálidos y amables. No había en ellos nada grosero ni calculador. Nada turbio ni agresivo. Tal vez sencillamente le gustaba. O sentía lástima por ella. Fueran cuales fuesen sus auténticas motivaciones, en ese momento _____ decidió creer que el universo no era un lugar completamente oscuro y decepcionante; que siempre quedaban rincones luminosos con vestigios de bondad y de virtud, y aceptó la llave con la cabeza baja.
—No llores, Conejito. —Paul alargó una mano para recoger una lágrima que aún no había caído, pero lo pensó mejor y dejó caer el brazo a un lado.
_____ se volvió, avergonzada por la intensidad de las emociones que le estaban provocando cosas tan inocentes como una llave o un cuento infantil. Al mirar a su alrededor buscando desesperadamente algo con lo que distraerse, vio un CD en un estante y lo cogió: era el Réquiem de Mozart.
—¿Te gusta Mozart? —preguntó, volviendo la caja para leer el dorso.
Paul apartó la vista.
Sorprendida, ella alargó el brazo para devolverlo a su sitio, pensando que lo había molestado al tocar sus objetos personales.
—No, no pasa nada, puedes mirarlo si quieres. Pero no es mío, es de Jonas.
Una vez más, _____ sintió un escalofrío y notó que le daba vueltas la cabeza.
Al darse cuenta de su reacción, Paul empezó a hablar muy de prisa.
—No se lo digas a nadie. Se lo robé.
Ella levantó las cejas.
—Lo sé, es horrible. Pero es que ponía el mismo tema una y otra y otra vez en su despacho mientras yo catalogaba su biblioteca personal. «Lacrimosa, Lacrimosa», jodida «Lacrimosa». ¡No podía más! Es deprimente. Así que robé el CD y lo traje aquí. Problema resuelto.
_____ cerró los ojos y se echó a reír con ganas.
Paul sonrió aliviado ante su reacción.
—Pues no lo has escondido demasiado bien. Yo lo he encontrado en treinta segundos —dijo ella, ofreciéndoselo.
Él le colocó el pelo detrás de los hombros para verle la cara sin obstáculos.
—¿Por qué no lo guardas tú en tu casa? —propuso.
_____ se puso tensa y dio un paso atrás.
Paul la vio agachar la cabeza y morderse el labio inferior y se preguntó qué había hecho mal. ¿No debería haberla tocado? ¿Estaba preocupada por si Jonas encontraba el CD en su casa?
—¿_____? Lo siento —se disculpó en voz baja, sin hacer ningún movimiento—. ¿Qué he hecho mal?
—No, no, nada —lo tranquilizó ella, mirándolo nerviosa y dejando el CD en su sitio—. Me encanta el Réquiem de Mozart y «Lacrimosa» es mi parte favorita. No sabía que a él también le gustaba. Me ha... sorprendido.
—Tómalo prestado. —Paul se lo volvió a dar—. Si Jonas pregunta, le diré que lo tengo en mi casa. Llévatelo el fin de semana, lo cargas en el iPod y lo devuelves el lunes. _____ se quedó mirando el CD.
—No sé...
—Hace una semana que lo tengo y no ha preguntado por él. Tal vez esté de mejor humor. Empezó a escucharlo cuando regresó de Filadelfia. No sé por qué. Impulsivamente, ella se lo guardó en su maltrecha mochila.
—Gracias.
—Por ti lo que sea, _____ —replicó él, sonriendo.
Habría querido darle la mano. O, al menos, apretársela durante un instante, pero era asustadiza, así que se reprimió y se mantuvo a distancia mientras volvían al pasillo y le seguía enseñando la biblioteca.
—El Festival de Cine de Toronto es este fin de semana. Tengo una entrada doble para ver varias películas el sábado. ¿Te gustaría acompañarme? —le propuso, tratando de no parecer nervioso mientras se acercaban a los ascensores.
—¿Qué películas?
—Una es francesa y la otra alemana. Yo prefiero el cine europeo —reconoció con una tímida sonrisa—, aunque podría cambiarlas por otras entradas para ver algo más local...
_____ negó con la cabeza.
—A mí también me gustan las películas europeas. Siempre y cuando estén subtituladas. Tengo escasas nociones de francés y en alemán sólo conozco palabrotas.
Paul apretó el botón de la planta baja y se volvió para mirarla con curiosidad.
—¿Sabes palabrotas en alemán? —le preguntó con una sonrisa traviesa—. ¿Cómo es eso?—
En la universidad, vivía en la residencia internacional y una de las estudiantes de intercambio era de Frankfurt. Siempre estaba diciendo palabrotas. Al final de aquel curso, todas las alumnas decíamos palabrotas en alemán. Cosas de las residencias de estudiantes, ya sabes —dijo, ruborizándose un poco y arrastrando un pie calzado con una zapatilla deportiva de un lado a otro.
Paul era un alumno de doctorado, así que lo más seguro era que hubiera estudiado francés y alemán. Probablemente se burlaría de su falta de conocimientos, como había hecho Christa en el primer seminario. Esperó en tensión un comentario burlón, pero no llegó.
El chico sonrió mientras le aguantaba la puerta del ascensor para que saliera.
—Mi alemán es espantoso. Tal vez podrías enseñarme unas cuantas palabrotas.
Sería una gran mejora.
Ella le devolvió la sonrisa, esta vez más relajada.
—¿Por qué no? Me encantará acompañarte al cine el sábado. Gracias por invitarme.
—De nada.
Paul estaba muy contento. La encantadora _____ lo acompañaría al festival de cine y después irían a cenar. Todavía no la había llevado nunca a su restaurante hindú favorito. Aunque también podrían ir esa misma noche y después del cine a un restaurante chino. Luego la llevaría a Greg’s para que probara el helado casero. Y una
vez allí, la invitaría a acompañarlo a la Galería de Arte de Ontario el siguiente fin de semana, para ver la remodelación que había hecho Frank Gehry.
Mientras seguían la visita, Paul se recordó que debía ser paciente. Muy paciente.
Y muy cauteloso cada vez que alargara la mano para ofrecerle una zanahoria o para acariciarle el suave pelaje. Si no, el Conejito se asustaría y no tendría la oportunidad
de ayudarlo a convertirse en un ser real.
A la mañana siguiente, _____ estaba sentada en su estrecha cama, trabajando en su propuesta de proyecto con su viejo ordenador portátil y escuchando a Mozart. Los gustos musicales del profesor Emerson la sorprendían bastante. ¿Cómo le podía gustar
aquella música a alguien que escuchaba a los Nine Inch Nails? ¿Habría escuchado el Réquiem sólo como homenaje a Grace? ¿O tendría alguna otra razón para torturarse con la misma pieza deprimente una y otra vez?
Cerró los ojos y se concentró en las palabras de «Lacrimosa», cantada a todo pulmón por el coro, en latín:
Día de llanto, en el que de las cenizas resurgirá el culpable para ser juzgado.
Ten piedad, oh, Dios, de ese hombre.
Ten piedad, Oh, Señor, de él.
Señor Jesús, tú que tienes piedad de todos,
Otórgale el descanso eterno.
Compasivo Señor Jesús,
otórgale el descanso.
Amén.
«¿Qué problema tiene Nicholas que necesita escucharlo una y otra vez? ¿Y yo?
¿Por qué me siento más cerca de él oyendo esta música? Lo único que he hecho ha sido sustituir su foto por este CD. Estoy enferma. Menos mal que, al menos, no duermo con el CD debajo de la almohada.»
_____ sacudió la cabeza y trató de concentrarse en el proyecto. Para librarse de la melancolía de la pieza, pensó en Paul y en las actividades del día anterior.
Se había mostrado muy servicial. Aparte de darle una llave del despacho de El Profesor, le había ofrecido consejos sobre cómo estructurar el proyecto. Y la había hecho reír más de una vez. Hacía tiempo que no se reía tanto. Era todo un caballero. Le abría las puertas y llevaba su fea y pesada mochila. Era tan amable y educado que era imposible que no le gustara. Resultaba agradable estar con alguien guapo y dulce al mismo tiempo. Era una combinación que se encontraba con poca frecuencia y que muchas veces no era valorada. Le estaba muy agradecida por sus consejos. ¿Quién mejor que Virgilio, que había guiado a Dante en el Infierno, para guiarla a ella en su proyecto?
Quería que su propuesta impresionara al profesor Emerson; que se diera cuenta de que era una estudiante capaz, inteligente. Aunque sabía que probablemente él estaría en desacuerdo con ambos calificativos, sin importarle la opinión del catedrático Matthews de Harvard. Y mentiría si dijera que no estaba tratando de manera subliminal de que Jonas se acordara de ella.
Se preguntó qué sería peor, ¿que Nicholas la hubiera olvidado o que se hubiera convertido en el profesor Jonas? La segunda opción la ponía enferma, así que la descartó rápidamente. Era preferible que la hubiera olvidado pero siguiera siendo el hombre dulce y tierno que la había besado en el viejo huerto de los manzanos, a que la recordara convertido en el profesor Jonas, con todos los vicios y defectos de éste.
El proyecto de tesis de _____ era sencillo. Pretendía comparar el amor cortesano propio de la casta relación entre Dante y Beatriz y la lujuria apasionada de los adúlteros Paolo y Francesca, los dos personajes que Dante sitúa en el círculo de la lujuria en el Infierno. _____ quería abordar las virtudes y defectos de la castidad, un tema por el que sentía un gran interés, y compararla con el erotismo subliminal de La Divina Comedia.
Mientras trabajaba en su propuesta, se encontró con que la vista se le dirigía alternativamente al cuadro de Holiday y a una postal que mostraba la escultura de Rodin El beso. Rodin había esculpido a Paolo y Francesca de tal manera que sus labios no llegaban a tocarse, pero la escultura era sensual y erótica. _____ no había comprado una réplica de la escultura porque la excitaba demasiado. Y, al mismo tiempo, le rompía el corazón.
Se había conformado con una postal pegada a la pared con cinta adhesiva.
Sabía el francés justo para desenvolverse sin problemas en una boulangerie y en una fromagerie, pero su nivel básico del idioma le permitía darse cuenta de que buena parte del poder subversivo de la escultura de Rodin estaba en su título, Le baiser.
Porque, en francés, baiser podía aplicarse tanto a un inocente beso, como a un acto tan poco inocente como follar. Uno podía decir baiser y referirse a un beso, pero si alguien decía baise-moi, estaba rogando que lo follaran. La inocencia y el ruego estaban reflejados en el abrazo de los amantes cuyos labios no llegaban a tocarse: inmovilizados juntos, pero separados por toda la eternidad. _____ quería liberarlos de su abrazo congelado y, secretamente, deseaba que su proyecto le permitiera hacerlo.
A lo largo de los años, se había permitido pensar de vez en cuando en el episodio del viejo huerto de casa de los Clark y revivir aquel primer beso de Nicholas y algunas de las cosas que vinieron después. Pero casi siempre era en sueños. No solía pensar nunca en la mañana siguiente, cuando se despertó llorando, aterrorizada. Ésa era una evocación en extremo dolorosa. El recuerdo de esa traición sólo la visitaba en sus pesadillas, demasiado a menudo para su gusto. Y también era la causa de que nunca hubiera tratado de ponerse en contacto con él.
Justo entonces sonó su móvil.
—Hola, soy Rachel, ¿tienes planes para esta noche?
_____ oyó a Nicholas al fondo, refunfuñando.
Inmediatamente apretó el botón de mute en el ordenador para silenciar a Mozart.
Esperó unos instantes para asegurarse de que él no lo había oído.
—¿_____? ¿Sigues ahí?
—Sí, aquí estoy.
Por el sonido de la voz de Nicholas, fue incapaz de distinguir si estaba enfadado o sólo protestaba. Cualquiera de los dos comportamientos era normal en él.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
—Sí, perfectamente. Ejem, no, no tengo planes para esta noche —respondió finalmente, cuando se convenció de que Nicholas no había oído el CD.
—Bien, porque quiero ir a una discoteca.
—Oh, venga ya. Sabes que odio esos sitios. No sé bailar y la música siempre está demasiado alta.
Rachel se rió con ganas.
—Es gracioso que digas eso. Nicholas acaba de decir prácticamente lo mismo.
Aunque él no reconoce que no sabe bailar. Dice simplemente que no quiere.
_____ se incorporó en la cama.
—¿Tu hermano vendría con nosotras?
—Vuelvo a casa dentro de dos días. Va a llevarme a cenar a un buen restaurante y luego quiero ir a una discoteca. No está encantado con la idea, pero tampoco se ha negado en redondo. Me gustaría que te reunieras con nosotros después de cenar. ¿Qué
te parece?
Ella cerró los ojos.
—Me encantaría, Rachel, pero no tengo nada que ponerme. Lo siento.
Su amiga se echó a reír.
—Ponte un vestidito negro. Algo sencillo. Estoy segura de que tienes algo que puedas llevar.
En ese instante llamaron a la puerta.
—Un momento, Rachel, alguien está llamando.
_____ vio que había un repartidor frente a la puerta de su casa y le abrió.
—¿Sí?
—Traigo un paquete para _____ Mitchell. ¿Es usted?
Ella asintió y firmó el recibo de lo que resultó ser una caja rectangular muy grande.— Gracias —murmuró, poniéndose la caja debajo del brazo y recolocándose el teléfono en la oreja—. Rachel, ¿sigues ahí?
Le pareció que su amiga se seguía riendo.
—Sí. ¿Quién era?
—Un paquete para mí.
—Ajá. ¿Y qué hay dentro?
—No lo sé, pero es una caja muy grande.
—¿A qué esperas? Ábrela.
_____ cerró la puerta del apartamento y dejó la caja en la cama, sujetando el teléfono entre la oreja y el hombro para poder seguir hablando mientras abría el paquete.
—Tiene una etiqueta. Pone... Holt Renfrew. ¿Quién me enviará un regalo?
¡Rachel! ¡No me digas que has sido tú!
_____ oyó sus carcajadas al otro lado del teléfono.
Al abrir la caja, vio un precioso vestido de cóctel lila con un solo tirante formado por tiras de tela entrecruzadas. No reconoció la marca, Badgley Mischka, pero era uno de los vestidos más femeninos que había visto nunca.
En un extremo de la caja, al lado del vestido, encontró una caja de zapatos con un par de Christian Louboutins de piel negra. Se quedó mirando las suelas rojas y los altísimos tacones con incredulidad. Los zapatos tenían un bonito lazo de terciopelo en la punta y _____ era muy consciente de que costaban el alquiler de un mes por lo menos.
Casi oculto en otro rincón de la caja, vio un bolso pequeño, adornado con cuentas.
Por un momento, se sintió como Cenicienta.
—¿Te gusta? —preguntó Rachel, insegura—. La dependienta se encargó de elegirlo. Yo sólo le dije que te enviara un vestido lila.
—Es precioso, Rachel. Todo. Un momento, ¿cómo sabías mi talla?
—No estaba segura, pero no me pareció que hubieras aumentado de peso. De todos modos, será mejor que te lo pruebes.
—Pero es demasiado. Sólo los zapatos ya... No puedo aceptarlo.
—_____, por favor, estoy tan contenta de que volvamos a ser amigas... Aparte de encontrarme contigo y de visitar a Nicholas, no me ha pasado nada bueno desde que mi madre se puso enferma. Por favor, no me quites esta alegría.
«Caramba. Rachel sabe cómo hacer que alguien se sienta culpable.»
______ respiró hondo.
—No sé...
—No lo he pagado con mi dinero. Es dinero de la familia. Cuando mamá murió...
—Dejó la frase a medias, esperando que su amiga sacara sus propias y erróneas conclusiones.
Y eso fue exactamente lo que pasó.
—A tu madre le habría gustado que te gastaras el dinero en ti.
—A ella le gustaba que todos sus seres queridos fueran felices y tú te contabas entre ellos. No tuvo demasiadas oportunidades de malcriarte después de... de lo que pasó. Estoy segura de que en este momento nos está viendo y está sonriendo. Hazlo por mí. Hazla feliz a ella, ______.
Rachel notó que su amiga estaba a punto de llorar y empezó a sentirse mal por ser tan manipuladora.
Nicholas, que no tenía ganas de llorar ni se sentía culpable, sólo esperaba a que acabaran de hablar de una vez para poder usar su teléfono.
—¿Puedo pagar una parte? ¿Puedo pagarte los zapatos... poco a poco?
Nicholas debió de oírla, porque se lo oyó maldecir. No paraba de refunfuñar.
Decía algo sobre un ratón y una iglesia.
—Nicholas, déjame a mí —dijo Rachel.
_____ oía fragmentos de la discusión entre los hermanos.
—Si eso es lo que quieres, así lo haremos. Nicholas, cállate. Pero es nuestra última noche juntas y quiero que vengas. Así que cámbiate y ven con nosotros. Ya hablaremos de dinero más tarde. Mucho más tarde. Cuando esté en Filadelfia, viviendo a cargo del
Estado.
_____ suspiró y elevó una oración de gracias a Grace, que siempre se había portado muy bien con ella.
—Gracias, Rachel. Te debo una. Otra vez.
—¡Nicholas! ¡_____ va a venir! —gritó su amiga.
Ella se apartó el teléfono de la oreja para no quedarse sorda con sus gritos.
—Pasaremos a buscarte por tu casa hacia las nueve. Nicholas dice que ya conoce el camino.
—Es bastante tarde. ¿Estás segura?
—¡Oh, vamos, por favor! Nicholas ha elegido la discoteca. Dice que no abren hasta las nueve, así que, de hecho, seremos de los primeros. Mientras te arreglas, el tiempo se te pasará volando. ¡Estarás impresionante!
Con esas entusiastas palabras, Nicholas colgó el teléfono y empezó a admirar su precioso vestido nuevo. Rachel había heredado de su madre su carácter generoso y caritativo. Era una lástima que parte de ese carácter no se le hubiera pegado a Nicholas.
Se preguntó si sería capaz de bailar subida a aquellos zapatos, tan seductores como peligrosos. Y se planteó la excitante pero levemente amenazadora posibilidad de bailar con cierto profesor.
«Pero a Rachel le ha dicho que no baila. ¡Qué raro!»
En un momento de inspiración, se dirigió a la cómoda y abrió el cajón de la lencería. Sin mirar la foto que tenía escondida al fondo del mismo, eligió un pequeño y sugerente trozo de tela que había que ser muy caritativo para calificar de ropa interior.
El término era adecuado porque iba a llevarlo debajo del vestido, no porque pudiera considerarse «ropa».
_____ sostuvo el tanga en la palma de la mano —tan pequeño era—, meditando como si estuviera ante una imagen de Buda. Finalmente decidió ponérselo. Como si de un talismán se tratara, esperaba que le diera el valor que necesitaba para hacer lo que tenía que hacer. Lo que quería hacer. Que era recordarle a Dante a lo que había renunciado al abandonarla. No más «Lacrimosa» para Beatriz.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 3 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Sáb 09 Mar 2013, 6:47 pm

Capitulo 9

Lobby era una coctelería exclusiva de la calle Bloor. Nicholas, siempre fiel a la obra de Dante, se refería al local como El Vestíbulo y se imaginaba que los parroquianos eran como los paganos virtuosos que pasaban la eternidad en la versión de Dante del Limbo. Aunque, en realidad, muchos de los clientes de Lobby tenían más en común con los habitantes de varios de los círculos del Infierno.
A Nicholas no le apetecía ir allí con _______, y mucho menos con Rachel, ya que Lobby era su terreno de caza. El lugar adonde iba a satisfacer sus apetitos. En ese sitio lo conocía demasiada gente, o al menos conocía su fama. Tenía miedo de lo que pudieran decir unos labios rojos liberados por el alcohol.
Pero al menos en Lobby estaría en su terreno, podría tratar de controlar el entorno. De ninguna manera se arriesgaría a llevar a Rachel y a ______ a un local que no pudiera controlar. Por una noche cambiaría de papel. Dejaría de ser Dante y se convertiría en Beowulf; sería un guerrero en vez de un poeta. Llevaría la espada en la mano y mataría al monstruoso Grendel y a todos sus parientes si se atrevían siquiera a mirar a cualquiera de las dos jóvenes a su cargo. Sabía que era muy hipócrita por su parte, pero no le importaba. Esa noche sería una tortura, pero haría cualquier cosa para que Rachel estuviera contenta.
Cuando ésta y ____ salieron del taxi tras él, los tres se dirigieron a la entrada del club, donde había una larga fila de gente que quería entrar. Ignorando la fila, Nicholas se acercó al guardia de seguridad, un enorme gorila calvo afrocanadiense, con diamantes en las orejas. El hombre lo saludó estrechándole la mano formalmente.
—Señor Jonas.
—Ethan, quiero presentarte a mi hermana Rachel y a su amiga, ______ —dijo señalándolas.
El vigilante las saludó con una inclinación de cabeza y se apartó para dejarlos pasar.—
¿Cómo ha hecho eso? —susurró _____ al oído de Rachel, mientras entraban en un espacio moderno y elegante, decorado en blanco y negro.
—Al parecer, Nicholas está en la lista de los vip. No preguntes —respondió su amiga, arrugando la nariz.
Nicholas las guió hacia la parte trasera del club, una área exclusiva donde había reservado sitio, llamada «El salón blanco», que debía su nombre a su decoración monocromática. Las amigas se sentaron en un banco largo acolchado y se acomodaron entre los cojines forrados de armiño. Desde su mirador privilegiado se veía la pista de baile, situada en el centro, con acceso privado a todos los reservados. En ese momento todavía no había nadie bailando.
Rachel dedicó una mirada de admiración a su protégée.
—_____ está preciosa, ¿no crees, ______? Espectacular.
Ella se ruborizó mucho más de lo habitual y acabó de un color parecido al carmesí.
—Rachel, por favor —susurró, jugando con el dobladillo del vestido.
—¿Qué pasa? —insistió su amiga, fulminando con la mirada a su hermano, que le estaba lanzando a su vez una mirada de advertencia—. ¿Está guapa o no está guapa?
—Las dos estáis muy bien —dijo él, no admitiendo nada y cambiando de postura como si le doliera algo.
_____ negó con la cabeza discretamente, reprendiéndose. Se preguntó por qué seguía importándole su opinión y por qué le costaba tanto a aquel hombre ser agradable.
A su lado, Rachel se encogió de hombros. Era el dinero de Nicholas. Si a él no le importaba gastarse casi dos mil dólares para que _____ estuviera guapa, ¿quién era ella para objetar nada? El problema era que le daba rabia ser incapaz de conseguir que su hermano reaccionara, así que decidió provocarlo un poco.
—_____ —empezó a decir, mirándolo a él de reojo y asegurándose de que estaba atento a sus palabras antes de seguir hablando—, ¿qué tal fue tu cita con Paul?
La piel de su amiga mantuvo su profunda tonalidad carmesí.
—Muy agradable. Es un auténtico caballero chapado a la antigua —respondió, resistiéndose al impulso de volverse para ver si Nicholasestaba escuchando.
No debería haberse molestado. Rachel ya se estaba ocupando de mirar por las dos.
—¿Fuisteis a cenar?
—Sí. Fuimos al Nataraj, su restaurante hindú favorito. Y mañana iremos a ver una sesión doble al Festival de Cine y después a cenar al barrio chino.
—¿Es mono?
______ se revolvió en el asiento, inquieta.
—Bueno, me cuesta llamar «mono» a un jugador de rugby, pero es guapo y amable
y me trata como a una princesa.
—Follaángeles.
Las dos se volvieron hacia Nicholas al mismo tiempo, sin acabarse de creer lo que habían oído. _____ alzó las cejas, pero en seguida apartó la vista.
Satisfecha de haber conseguido provocar una reacción en su hermano, Rachel se volvió hacia el espejo que cubría la pared para retocarse el maquillaje. Se estaba aplicando un toque de pintalabios Chanel color rosa cuando se detuvo en seco y se quedó observando a alguien que venía hacia ellos.
—Nicholas, ¡esa mujer se te está comiendo con los ojos! ¿Qué demonios...?
Antes de poder acabar de preguntar, una camarera rubia de bote llegó a su lado.
—Señor Jonas, me alegro de volver a verlo —dijo y se inclinó sobre él, mostrándole el escote y apoyándole una mano en el hombro. Llevaba las uñas pintadas de color coral y le brillaban a la suave luz del local.
Con el cejo fruncido, _____ se preguntó si tendría previsto hacerle algo a Nicholas con esas uñas o si enseñarlas sólo era su manera de ahuyentar a las demás mujeres.
—Me llamo Alicia —añadió, saludándolas—. Seré su camarera esta noche.
—Abre una cuenta a mi nombre, por favor. Y apunta las bebidas de los tres —le dijo Nicholas, poniéndole un billete doblado en la mano y soltándose así el hombro—.
Ponle también una copa a Ethan de mi parte. Y otra para ti, por supuesto.
Alicia sonrió y se guardó el billete en el bolsillo.
—¿Señoras? —preguntó, sin dejar de mirarlo y sonriéndole provocativamente. La punta de la lengua asomaba entre sus labios.
—Para mí un Cosmo.
_____ no supo qué pedir.
—¿Qué te apetece? —la animó Rachel.
—No... no lo sé —balbuceó, preguntándose qué decir para no quedar en evidencia.
En un sitio como Lobby no podía pedir una cerveza o unos chupitos de tequila, que eran sus opciones habituales.
—Pues dos Cosmopolitans —encargó Rachel. Y volviéndose hacia ella, añadió
—: Te encantará. Está buenísimo.
—Laphroaig de veinticinco años para mí. Doble y sin hielo. Y un vaso de agua mineral sin gas —pidió Nicholas, sin devolverle la mirada a la camarera.
Cuando ésta se hubo marchado, Rachel empezó a reír.
—Hermanito, sólo tú puedes conseguir que pedir una copa suene pretencioso.
_____ se echó a reír, divertida ante la expresión indignada de él.
—¿Qué es Laphroaig? —preguntó.
—Un whisky escocés de malta.
—¿Y para qué quieres el agua mineral?
—Una o dos gotas potencian el sabor del whisky. Te lo dejaré probar cuando me lo traigan.
Cuando Nicholas le sonrió, _____ apartó la vista en seguida y se quedó contemplando sus preciosos zapatos nuevos.
Él siguió la dirección de su mirada y se quedó hipnotizado por los deliciosos zapatos de tacón. Rachel no tenía ni idea de la buena compra que había hecho. Estaba encantado de haber pagado hasta el último céntimo que hubieran costado sólo por poder ver las preciosas piernas de la señorita Mitchell, estilizadas y arqueadas por los exquisitos zapatos. Se removió incómodo en el asiento, esperando que el movimiento bastara para liberar su creciente erección de la presión de la ropa.
No fue así.
—Nicholas, tú puedes quedarte a esperar las bebidas si quieres, pero _____ y yo nos vamos a bailar.
Antes de que ella pudiera protestar, Rachel la había llevado a la pista de baile y, tras hacerle un gesto al DJ para que subiera el volumen de la música, empezó a bailar con entusiasmo.
______, en cambio, se sentía muy incómoda. Nicholas se había cambiado de sitio y la estaba observando reclinado cómodamente en el asiento. Su mirada era intensa.
Parecía que ni siquiera parpadeara. Se preguntó si se habría dado cuenta de que no llevaba ropa interior convencional debajo del vestido.
«¿Se fijarán los hombres en esas cosas —se preguntó—. ¿Se dará cuenta de que llevo tanga?»
_____ no podía apartar la mirada de él y vio cómo la recorría con los ojos de arriba abajo, deteniéndose más tiempo del necesario en sus largas piernas y en sus zapatos de suela roja.
—No puedo bailar con estos zapatos —le dijo a Rachel al oído.
—Tonterías. Deja los pies quietos y mueve el cuerpo. Por cierto, estás impresionante. Mi hermano es idiota.
_____ le dio la espalda a Jonas y empezó a bailar, cerrando los ojos y dejándose llevar por la música. Era una sensación increíble. En cuanto logró olvidarse de El Profesor y de sus penetrantes ojos azules, empezó a disfrutar un poquito de la noche.
«¿Se marcará el tanga debajo del vestido? Espero que sí. Espero que Nicholas se fije y sufra. Disfruta del espectáculo, profesor, porque es lo único que vas a conseguir esta noche.»
Cuando la canción llegó a su fin, Rachel se acercó al DJ con una sonrisa y le preguntó qué canciones tenía previsto poner a continuación. Su respuesta le gustó, porque levantó el puño en el aire de un modo nada femenino y soltó un grito.
—¡Genial! —exclamó, regresando junto a _____, cogiéndola de las manos y haciéndola girar.
Al verlas bailando —y pasándolo tan bien—, varias personas de los reservados cercanos empezaron a unirse a ellas, incluido un joven rubio muy guapo.
—Hola —saludó, acercándose a ______ y moviéndose al ritmo de la música.
—Hola —contestó ella, un poco incómoda por estar llamando la atención.
Recordó la vieja asociación femenina entre baile y el sexo en los hombres. No sabía quién era el recién llegado, pero sin duda debía de ser excelente en lo segundo, porque era un bailarín muy bueno, con un estilo muy heterosexual. Cortaba la respiración.
—No te había visto nunca por aquí —dijo él, sonriendo.
_____ se fijó primero en sus dientes, muy blancos, y luego en sus ojos, azules como la flor del aciano. Perdida en ellos, se olvidó momentáneamente de responderle.
—Yo soy Brad. ¿Cómo te llamas tú? —insistió él, inclinándose y casi rozándole los labios con la oreja para poder oír su respuesta por encima de la música.
Ella se sobresaltó un poco al notar su cercanía.
—______ —respondió.
—Encantado de conocerte, _____. Es un nombre precioso.
Ella asintió con la cabeza para que supiera que lo había oído y dirigió una mirada desesperada a Rachel, pidiéndole en silencio que la rescatara. Pero su amiga estaba bailando con los ojos cerrados. Al parecer, le encantaba aquella canción.
—¿Puedo invitarte a una copa? Mis amigos y yo estamos en una mesa de allí delante —dijo, haciendo un vago gesto con la mano.
—Gracias, pero estoy con mi amiga.
Él sonrió más ampliamente, acercándose un poco más.
—Tráetela también. Tienes unos ojos preciosos. No me perdonaría nunca dejarte escapar sin pedirte el número de teléfono.
—Bueno... no sé.
—Al menos, deja que te dé el mío.
_____ se volvió hacia Rachel, lo que no fue muy buena idea, pues eso impidió que viera que Brad se acercaba todavía más. Al volverse, lo pisó. Él hizo una mueca de dolor y _____ perdió el equilibrio.
Brad la sujetó antes de que cayera al suelo y la mantuvo abrazada contra su pecho.
La verdad era que tenía un pecho musculoso y unos brazos sorprendentemente fuertes para ser alguien que trabajaba con traje.
—Cuidado, preciosa. Siento haberte hecho caer. ¿Estás bien?
La siguió sujetando con la mano izquierda, mientras con la derecha le apartaba el pelo de la cara. Cuando los ojos le quedaron al descubierto, la miró y sonrió.
—Estoy bien. Gracias por no dejarme caer.
—Sería un idiota si te dejara escapar, ______.
Ella vio que tenía una bonita sonrisa. De hecho, todo él era muy agradable. Su traje le dijo que había ido al club directamente del trabajo. Probablemente debía de estar en alguna gran empresa del centro de la ciudad. Una de esas compañías donde los empleados todavía tenían que llevar traje y corbata. Y zapatos negros muy brillantes.
Se lo veía seguro de sí mismo, pero no arrogante. Sus palabras, aunque elegidas cuidadosamente, no parecían calculadas. _____ se podía imaginar saliendo con él unas cuantas veces, pero no creía que esa relación fuera a llegar muy lejos. No creía que tuvieran demasiado en común. Bailar, por ejemplo. Aunque a ella no le habían quedado ganas de repetir la experiencia en un futuro próximo. Sin embargo, no le importaría bailar con él en privado...
Era demasiado tímida para alargar la conversación, de modo que abrió la boca para disculparse, pero justo entonces alguien la agarró por el otro brazo y se colocó entre Brad y ella. Sintió que un escalofrío le recorría la piel y supo con certeza quién era el dueño de aquellos dedos largos y fríos que le sujetaban el brazo desnudo.
—¿Estás bien? —le preguntó Nicholas, hablando y mirándola como si estuviera sola.
El tono tranquilo de su voz contrastaba con el inexplicable enfado que se reflejaba en sus ojos. Ese enfado la sorprendió tanto que no respondió. Se quedó inmóvil, perpleja y Brad se dio cuenta enseguida.
—¿Te está haciendo daño este idiota? —preguntó, enderezando la espalda. Y, mirando a Nicholas amenazadoramente, dio un paso al frente.
_____ negó con la cabeza, todavía sorprendida.
—Está conmigo —gruñó Nicholas, sin molestarse en mirarlo.
Su tono había sido tan agresivo que el otro dio un paso atrás.
—Vamos —ordenó Nicholas, apartándola de la pista y dirigiéndose con ella hacia el reservado.
Con una mirada de disculpa por encima del hombro, _____ lo acompañó de buen grado. Nicholas le acercó una copa mientras por su parte trataba de recuperar el aliento.
Se había sorprendido a sí mismo con su reacción. Se había lanzado al rescate de _____ sin pararse a pensar en las consecuencias.
Mientras ella bebía unos sorbitos de su Cosmopolitan, tratando de procesar lo que acababa de pasar, Nicholas se volvió y la miró, sujetando con fuerza su copa, ya medio vacía.—
Debes ir con más cuidado. Estos locales pueden ser peligrosos para chicas como tú... ¡que eres una calamidad andante!
_____ apretó los dientes, indignada.
—Estaba bien. ¡Y él ha sido muy amable!
—Te ha puesto las manos encima.
—¿Y qué? Me ha sujetado para que no me cayera al suelo. Estaba bailando con él. ¿Me has invitado tú a bailar? Porque no lo he oído.
Nicholas volvió a reclinarse en el asiento y le dirigió una sonrisa lenta y sinuosa.
—Eso frustraría el objetivo de la noche, que es mirar, ¿no crees?
Ella se echó el pelo por encima del hombro y apartó la mirada de los brillantes zafiros en que se habían convertido los ojos de Nicholas con ayuda del whisky escocés.
Vio que Brad trataba de llamar su atención desde la pista de baile y, mediante lenguaje corporal, le transmitió el mensaje de que Nicholas y ella no estaban juntos. Los ojos del joven se iluminaron al entender lo que le decía. Asintió con la cabeza y desapareció.
—Te he prometido que te lo dejaría probar —dijo Nicholas, acercándose a ella y levantando la copa a la altura de sus labios.
—No —replicó _____ desdeñosa, volviendo la cara.
—Insisto. —La voz de él se había endurecido.
Ella suspiró y trató de coger la copa, pero Nicholas no la soltó.
—Deja que te lo dé yo —susurró con voz ronca.
Una voz que sonaba a sexo. O, al menos, como _____ se imaginaba que sonaría el sexo de estar éste sentado en un banco blanco, con los ojos azules brillantes, mandíbula arrogante y tratando de acercarle un vaso helado a la boca.
«Oh, Dios mío, Nicholas. Oh, Dios mío, Nicholas. Oh, Dios mío, Nicholas. Oh...Dios... mío... Nicholas.»
—Puedo hacerlo sola —murmuró, insegura.
—Por supuesto. Pero ¿por qué hacerlo sola si estoy yo aquí para dártelo? — insistió él con una sonrisa que dejó al descubierto sus dientes perfectos.
_____ no quería tirar su caro whisky escocés al suelo por accidente, así que dejó que apoyara la copa en su labio inferior. Los movimientos de Nicholas eran lentos y sensuales y ella cerró los ojos y se concentró en la sensación de frío que le transmitía el cristal. Nicholas levantó la copa con delicadeza hasta que el líquido ahumado penetró en sus labios y se derramó en su boca abierta, expectante.
Qué extraño que se estuviera comportando de un modo tan atrevido y sensual, pensó ______. Pero en cuanto el whisky le alcanzó la lengua, abrasándole la boca, se olvidó de todo lo demás y tragó rápidamente.
—¡Es horrible! —exclamó—. ¡Es como beberse una hoguera!
Nicholas se echó hacia atrás y la contempló. Estaba sofocada y muy animada.
—Es por la turba. No es algo que guste la primera vez que se prueba. Cuando lo hayas probado dos o tres veces, puedes decidir si quieres seguir insistiendo hasta que te guste —replicó él con una sonrisa irónica.
______ negó con la cabeza y tosió.
—Lo dudo mucho. Y, por cierto, no soy una niña pequeña y sé cuidarme sola. Así que, a menos que te pida ayuda, te agradecería que me dejaras ocuparme a mí de mis asuntos.
—Tonterías. —Nicholas señaló hacia la pista de baile—. Grendel y sus parientes te devorarían si les diera la menor oportunidad, así que no te molestes en discutir conmigo.
—¿Cómo dices? ¿Quién te has creído que eres?
—Alguien que reconoce la inocencia y la ingenuidad cuando las ve. Ahora, bébete tu copa despacio como una niña buena y deja de actuar como si estuvieras acostumbrada a moverte en este ambiente. —Le dedicó una mirada sombría y se acabó el whisky de un trago—. ¡Calamity _______!
—¿Qué quieres decir con eso de inocencia e ingenuidad? ¿Qué me estás diciendo exactamente, Nicholas?
—¿Tengo que deletrearlo?
Haciendo una mueca, se le acercó. ______ puso los ojos en blanco mentalmente cuando su cálido aliento le rozó el cuello.
—Te ruborizas como una adolescente, _______ —susurró él—. Y puedo sentir tu inocencia. Es obvio que eres virgen, así que deja de aparentar que no es así.
—¡Eres un...! ¡Eres...! —Se apartó bruscamente de su lado mientras buscaba un insulto adecuado en inglés. Al no encontrarlo, pasó al italiano—: Stronzo!
Nicholas la miró furioso durante un instante, pero en seguida la expresión de la cara se le suavizó y empezó a reír. Echando la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y se rió con tantas ganas que acabó sujetándose el vientre con las manos.
_____ estaba furiosa. Allí sentada, bebiéndose su Cosmopolitan muy de prisa, se preguntó cómo era posible que él supiera la verdad habiéndose visto tan pocas veces.
No creía que Rachel... No, Rachel no haría algo así. Era una información muy personal y no se la habría contado a nadie. Tal vez a Aaron, pero a nadie más. Y Aaron era demasiado caballero como para repetir eso por ahí.
Mientras Nicholas seguía riendo, ella lamentó haber perdido la oportunidad de conocer a alguien que parecía agradable. Probablemente no le habría dado su número de teléfono, pues no solía hacer esas cosas, pero en todo caso habría preferido tomar personalmente la decisión, no que le viniera impuesta por El Profesor. En efecto era un capullo. Y ya era hora de que dejara de serlo.
Poco después, la camarera rubia de bote se acercó a _____ y le entregó una cajita dorada.
—Es para ti.
—Lo siento, debe de haber un error. Yo no he pedido nada.
—Es obvio, cariño. Uno de esos tipos de la mesa de los banqueros te lo envía. Y me ha pedido que te diga que le romperás el corazón si lo rechazas. —Con una seductora sonrisa en dirección a Nicholas, añadió—: ¿Le traigo otra copa, señor Jonas?
—Creo que estamos servidos, gracias —respondió él, con la mirada clavada en
______ mientras ella examinaba la caja, dándole vueltas.
Al abrirla, encontró una tarjeta de visita y un bombón envuelto en papel metalizado dorado. En la tarjeta leyó:
Brad Curtis, MBA
Vicepresidente, Mercado de capitales
Banco de Montreal
Calle Bloor, oeste, n.º 55, 5.ª planta
Toronto, Ontario
Tel. 416-555-2525

Al darle la vuelta, vio que había escrito una nota con una letra que denotaba confianza:
_____:
Siento que hayamos empezado con mal pie.
El chocolate me recuerda tus preciosos ojos.
Brad
Por favor, llámame: 416-555-1491

Ella le dio la vuelta a la tarjeta y sonrió. Brad bromeaba sobre el incidente, no pensaba que su timidez fuera un obstáculo y no la había llamado «virgen» como si fuera una palabrota. Había elogiado sus ojos y le había hecho saber que le parecía atractiva.
Con delicadeza, abrió el envoltorio y se metió el bombón en la boca. «Celestial.»
¿Cómo había sabido que le encantaba el chocolate caro? Tenía que ser el destino.
Cerró los ojos y paladeó el sabor intenso, oscuro, pasándose la lengua por los labios para asegurarse de que no desperdiciaba ni una pizca. Se le escapó un gemido involuntario.
«¿Por qué no conocí a alguien así en mi primer año en Saint Joseph?»
Mientras tanto, Nicholas se estaba mordiendo los nudillos de la mano derecha como un animal desquiciado. Una vez más, la visión de la señorita Mitchell disfrutando de los pequeños placeres de la vida estaba siendo uno de los espectáculos más eróticos que había presenciado nunca. Su manera de abrir los ojos al ver el bombón; el rubor que le había cubierto las mejillas al metérselo en la boca; el gemido; la lengua asomando para recoger los restos de chocolate de sus labios rojos como el rubí... Era demasiado.
Tenía que ponerle fin de alguna manera.
—¿No te habrás comido eso?
_____ volvió la cabeza bruscamente. Había estado tan perdida en las sensaciones cuasi orgásmicas inducidas por el bombón que se había olvidado de Nicholas.
—Estaba delicioso.
—Podrían haberte drogado. ¿Nadie te ha dicho que no debes aceptar dulces de extraños, niña?
—Supongo que esa norma no se aplica a las manzanas, ¿no, Nicholas?
Él entornó los ojos ante el brusco cambio de tema. ¿Se había perdido algo?
—Y no soy una niña —añadió, refunfuñando.
—Pues deja de comportarte como si lo fueras. No pensarás guardar eso, ¿no?
Señaló la caja que ella acababa de meter en el bolsito.
—¿Por qué no? Parecía simpático.
—¿Serías capaz? ¿Serías capaz de liarte con un hombre al que has conocido en un bar?
Nicholas frunció el cejo y el labio inferior le empezó a temblar.
—¡No me he liado con nadie! ¿Y tú? ¿No te has liado nunca con una mujer en un bar? ¿Y no te la has llevado a casa? Yo no lo he hecho nunca, aunque no veo que eso sea asunto tuyo, profesor.
Nicholas se ruborizó. No podía contradecirla, sería demasiado hipócrita por su parte. Pero algo de lo que había pasado entre ella y Grendel, el banquero rubio, lo había alterado mucho, aunque aún no sabía exactamente qué había sido. Con un gesto de la mano, pidió otro whisky.
Por su parte, _____ pidió otro Cosmopolitan, esperando que el combinado afrutado pero potente la ayudara a olvidarse del hombre cautivador y cruel que estaba sentado a su lado, pero que nunca podría ser suyo.
Cuando Rachel regresó y se dejó caer agotada en el asiento, _____ se excusó y buscó los servicios. La arrogancia y condescendencia de Nicholas la ponían furiosa. Al parecer, no la quería, pero tampoco quería que nadie más se le acercara. ¿Qué demonios le pasaba?
Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se percató de que había un hombre en el pasillo y tropezó con él. Cuando estaba a punto de caerse al suelo, el hombre la agarró.— Gracias —murmuró ella. Al levantar la cabeza, vio que se trataba de Ethan, el gorila de la entrada.
—No pasa nada —dijo él, soltándola de inmediato.
—Estaba buscando el baño.
Ethan señaló con el teléfono móvil.
—Está hacia el otro lado. —Y volviendo a mirar el mensaje de texto que estaba escribiendo, exclamó—: ¡Maldita sea!
—¿He roto algo?
Él negó con la cabeza.
—No, no. Es que tengo problemas... para expresarme.
_____ le dirigió una sonrisa compasiva.
—Lo siento.
—Yo también. —Ethan la miró de arriba abajo y añadió—: Estoy impresionado.
Jonas no suele venir nunca con compañía femenina.
—¿Ah, no? ¿Por qué?
El hombre rió con ironía.
—¿Lo preguntas en serio? Mira a tu alrededor. ¿Cuántas de las parejas que ves crees que han venido juntas?
—Oh. ¿Y viene a menudo?
—Eso vas a tener que preguntárselo a él.
_____ se sintió mal.
Al darse cuenta de su expresión, Ethan trató de tranquilizarla.
—Eh, esta noche está aquí contigo. Eso debe de significar algo, sin duda.
Ella se miró las manos y jugueteó con sus uñas.
—Bueno, en realidad no está conmigo. No soy más que una vieja amiga de su hermana.
Tenía un aspecto tan triste, con aquellos enormes ojos castaños y el labio tembloroso, que Ethan trató de distraerla con lo primero que se le ocurrió.
—_______, ¿no hablarás italiano, por casualidad?
Ella sonrió.
—Me llamo ______. Y de hecho, sí, estudio italiano en la universidad.
Los ojos del hombre se iluminaron.
—¿Podrías ayudarme a escribirle un mensaje de texto a mi novia? Es italiana y me gustaría impresionarla.
—Nicholas lo habla mucho mejor que yo. Deberías pedírselo a él.
Ethan la miró como si se hubiera vuelto loca.
—Estás de broma, ¿no? No quiero que Nicholas se acerque a mi pareja. Veo cómo reaccionan las mujeres cuando está cerca. No puede quitárselas de encima.
_____ volvió a sentir náuseas, pero luchó contra ellas.
—Por supuesto. ¿Qué quieres traducir?
Ethan le entregó el teléfono y ella empezó a escribir palabras en italiano. Con alguna de las frases más íntimas se le escapó la risa, pero en general se quedó impresionada de que un tipo de aspecto tan duro e insensible como Ethan se molestara en asegurarle a su novia que la quería y que estaba manteniendo a raya a las clientas de Lobby. Cuando estaba acabando, alguien tosió a sus espaldas.
_____ alzó la vista y se encontró con un par de ojos azules muy enfadados.
—Señor Jonas —saludó Ethan.
—Ethan —contestó Nicholas.
_____ pensó que sus oídos la habían engañado, pues le había parecido que la voz de Nicholas había sonado como un gruñido animal surgido de lo más profundo de su pecho, pero no podía ser.
Tras apretar el botón de ENVIAR, le devolvió el teléfono a Ethan.
—Ya está. Listo.
—Gracias, _____. Te debo una copa —dijo, antes de despedirse con una inclinación de cabeza y desaparecer.
Ella se dirigió hacia el baño.
—¿Adónde crees que vas? —preguntó Nicholas, siguiéndola.
—Al servicio de señoras, aunque no sabía que fuera asunto tuyo.
Él la sujetó por la muñeca y no pudo resistirse a acariciarle con el pulgar las venas que latían bajo su pálida piel.
______ ahogó una exclamación.
Nicholas tiró de ella, arrastrándola hasta un pasillo largo y oscuro y empujándola contra la pared. Sin dejar de acariciarle la muñeca, sintió cómo el pulso se le aceleraba y apoyó la otra mano en la pared, a la altura de su hombro. Estaba atrapada.
Se permitió un momento para aspirar su aroma a vainilla mientras se pasaba la lengua por los labios, pero no parecía contento en absoluto.
—¿Por qué le has dado tu número de teléfono? Ethan vive con una mujer. ¿Por qué
de repente te llama ______ y te invita a copas?
—¡Me llama _____ porque ése es mi nombre! Tú eres el único que no lo usa. Y, a estas alturas, aunque quisieras hacerlo, te diría que no. Será mejor que de ahora en adelante me llames señorita Mitchell. Y no le he dado mi número de teléfono.
—¿Cómo que no? Te he visto. Se lo estabas anotando. ¿Con cuántos hombres a la vez piensas quedar?
Ella negó con la cabeza, demasiado enfadada para responder, y trató de escabullirse por debajo de su brazo, pero él la atrapó por la cintura.
—Baila conmigo.
—¡Ja! ¡Ni de coña!
—No seas rebelde.
—Sólo estoy empezando a ser rebelde, profesor.
—Ten cuidado —susurró él en tono amenazador.
______ sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
—¿Por qué no me clavas un puñal en el corazón y acabamos antes? —susurró, mirándolo fijamente—. ¿No me has hecho ya bastante daño?
Nicholas la soltó inmediatamente y se tambaleó hacia atrás.
—_______. —Su tono estaba a medio camino entre un reproche y una pregunta.
Frunció el cejo, muy disgustado. No estaba enfadado. Más bien parecía herido—. ¿Tan perverso soy? —murmuró.
Ella negó con la cabeza, con los hombros hundidos.
—No tengo ningún deseo de hacerte daño. Todo lo contrario —dijo él al ver que había vuelto a adoptar una postura sumisa y le buscó la boca con la mirada. Vio que el labio inferior le temblaba. Y también que no sabía adónde mirar.
«Está asustada, payaso. Afloja un poco.»
—Antes has dicho que no te había invitado a bailar. Te invito ahora —añadió, suavizando mucho su tono de voz—. ______, ¿me harías el honor de bailar conmigo, por favor?
Y sonrió con la cabeza un poco ladeada, un gesto que usaba mucho cuando quería seducir a una mujer, pero que no tuvo el efecto deseado, porque _____ no alzó la vista.
Alargando la mano, volvió a acariciarle la muñeca, como si estuviera pidiéndole disculpas a su piel, aunque ésta no las habría aceptado de haber podido hablar.
_____ se llevó a mano al cuello instintivamente, como si estuviera sufriendo un latigazo cervical por culpa de su vaivén emocional. Al levantar la vista hacia su garganta blanca como la nieve, Nicholas volvió a fijarse en sus venas azules, que vibraban con cada latido.
«Como un colibrí —pensó—. Tan diminuta, tan frágil. Ten cuidado...»
_____ tragó saliva y buscó una salida con la vista.
—Por favor —insistió Nicholas, con los ojos brillándole en la oscuridad.
—No sé bailar.
—Estabas bailando hace un momento.
—Bailar lento es distinto. Te pisaré y te haré daño con los tacones. O tropezaré y
acabaré en el suelo y te sentirás avergonzado. Ya estás bastante enfadado conmigo... —
El labio le empezó a temblar de un modo más evidente.
Él dio un paso hacia ella, que se apretó contra la pared casi como si tratara de desaparecer a través del muro. Nicholas le cogió la mano y se la llevó a los labios ceremoniosamente. Con una sonrisa decidida, se inclinó y le acercó la boca a la oreja.
La piel de _____ vibraba con su cercanía y la calidez de su aliento.
—_________, ¿cómo podría estar enfadado con alguien tan dulce? Te prometo que no me enfadaré ni me sentiré humillado. Ya verás como sí sabes bailar —susurró. Su voz era suave pero decidida; seductora y sexual; whisky escocés y licor de menta—. Ven conmigo.
Al tomarla de la mano, un nuevo escalofrío le recorrió el brazo. Mientras Nicholas esperaba su reacción, ella se quedó muy quieta. Se sentía muy rara. Un momento antes estaba temblando, pero en ese instante parecía no poder moverse.
—Por favor, profesor —le rogó con un hilo de voz, con los ojos clavados en su pecho.—
Pensaba que esta noche éramos Nicholas y yo .
—En realidad no quieres bailar conmigo. Es el whisky el que habla por tu boca.
Él enarcó las cejas. Habría respondido de mala manera, pero se reprimió. Lo estaba provocando. Parecía que supiera exactamente qué botones tenía que pulsar para que saltara.
—Sólo un baile. No es mucho pedir.
—¿Por qué quieres bailar con una virgen? —murmuró ella, súbitamente fascinada por la punta de sus zapatos.
Nicholas se puso tenso.
—No quiero bailar con una virgen, quiero bailar contigo, _________. Pensaba que tú también querrías bailar con alguien que no fuera a acosarte en la pista y que no se tomara libertades contigo en un club lleno de hombres sexualmente agresivos.
Ella lo miró con escepticismo, pero no dijo nada.
—Estoy tratando de mantener a los lobos a raya —añadió Nicholas en voz baja.
«Un león manteniendo a raya a los lobos —pensó ella—. Muy adecuado.»
Pero él no parecía tomárselo a broma. Sus intensos ojos azules la mantenían clavada en el sitio.
—Si bailas conmigo, aunque sólo sea una vez, nadie te molestará. Y eso será muy de agradecer —aclaró con una débil sonrisa—. Con suerte, nadie volverá a acercarse a ti y podré bajar la guardia durante el resto de la noche.
A ella no le hizo ninguna gracia, pero se dio cuenta de que era una tontería discutir con él. A esas alturas de la vida estaba acostumbrado a salirse con la suya.
«Pero no siempre fue así. ¿No es cierto, Nicholas?»
—¿Qué quieres que bailemos? —preguntó él, con una mano apoyada en la parte baja de su espalda, mientras volvían al reservado—. Pediré que pongan lo que tú quieras. ¿Qué tal los Nine Inch Nails? Podría pedir Closer. Nicholas sonrió para que viera que estaba bromeando, pero _____ no se dio cuenta, porque estaba mirando el suelo para no tropezar y no avergonzar a El Profesor. Sin
embargo, en cuanto el nombre de la canción salió de sus labios, se quedó petrificada. Se detuvo tan bruscamente que fue él quien casi chocó contra su espalda. Nicholas sintió la tensión de su cuerpo con la punta de los dedos y se arrepintió de haber pronunciado el nombre del grupo. La rodeó para mirarla a la cara y lo que vio lo dejó muy preocupado.
—_________, mírame.
Ella contuvo la respiración.
—Por favor —insistió él.
Obedientemente, _____ levantó la vista y lo miró a través de sus largas pestañas.
Vio que estaba asustada y, sobre todo, muy incómoda y se le encogió el estómago.
—Ha sido una broma... de mal gusto. No ha tenido ninguna gracia. Nunca pediría esa canción para bailar contigo. Sería una blasfemia horrible someter a alguien como tú a unas palabras como ésas.
_____ parpadeó, confusa.
—He sido un auténtico... stronzo esta noche. Pero elegiré algo bonito. Te lo prometo.
No queriendo soltarla por miedo a que saliera huyendo, se la llevó con él hasta la cabina de DJ y, deslizando un billete en su dirección, susurró su petición. El DJ sonrió y asintió, saludando a _____ con la mano antes de ponerse a buscar su encargo.
Nicholas la guió hasta la pista de baile y la acercó a él, aunque no demasiado. Se fijó en que sus manos, mucho más pequeñas que las suyas, habían empezado a sudar. Ni se le ocurrió pensar que esa reacción pudiese tener algo que ver con la canción de los
Nine Inch Nails que había mencionado. Lo que pensó fue que _____ le tenía una gran antipatía y que él había empeorado las cosas con su prepotencia y sus modales insultantes, cuando lo único que pretendía era ahuyentar a los lobos que habían acudido a olisquear sus faldas.
«¿Y por qué tengo que preocuparme yo de quién se le acerca? Ya no es una niña. Ni siquiera somos amigos.»
Ella se estremeció y Nicholas volvió a lamentar haber sido tan brusco. Era un ser delicado y evidentemente muy sensible. No debería haber mencionado que había notado que era virgen. Había sido un comentario zafio. Grace se habría sentido horrorizada, y con razón.
Trataría de compensarla. Trataría de demostrarle a la hermosa _________ que era capaz de comportarse como un caballero. Sujetándola con delicadeza por la cintura, la acercó un poco más. La respiración de ella se aceleró inmediatamente.
—Relájate —susurró él, rozándole la mejilla con los labios accidentalmente.
Sus cuerpos se acercaron hasta que sus pechos entraron en contacto separados sólo por la ropa. El pecho masculino, duro y fuerte, contrastaba con el suave y blando de ella. Nicholas bailó, comportándose de un modo irreprochable.
_____ no reconoció la canción que había pedido. La vocalista cantaba en español y, aunque no entendía la letra, reconoció las palabras «bésame mucho». Sabía poco español, pero lo suficiente para entender eso. Moviéndose al compás del lento ritmo
latino, Nicholas la guió como un experto por la pista de baile. Que hubiera elegido una canción tan romántica hizo que ella se ruborizara.
«Te besé mucho, Nicholas, durante una única y gloriosa noche. Pero tú no te acuerdas. Me pregunto si te acordarías si te besara otra vez...»
Notó que el dedo meñique de él rozaba la tira del tanga por encima del vestido y se preguntó si sabría lo que estaba tocando. Al pensar que probablemente sí, sintió que la piel se le encendía. Disimuló fijando la mirada en los botones de la camisa de Nicholas.
—Sería mejor que me miraras a los ojos. Te sería más fácil seguirme.
Al hacerlo, vio que la estaba mirando con una sonrisa amplia y genuina que hacía muchos años que no veía en su cara. Aunque el corazón le dio un brinco, _____ le devolvió la sonrisa y, por un instante, bajó la guardia, aunque por el momento eso era lo único que pensaba bajar.
La expresión de él se volvió más solemne.
—Tu cara me resulta familiar. ¿Estás segura de que Rachel no nos presentó durante alguna de mis visitas?
Los ojos de _____ se iluminaron esperanzados.
—No, Rachel no nos presentó, pero...
—Habría jurado que nos habíamos visto antes —la interrumpió él, arrugando la
frente.— Nicholas—dijo ella, tratando de revelarle la verdad con la mirada.
Pero él respiró hondo, negando con la cabeza.
—No, supongo que no. Pero me recuerdas a la Beatriz del cuadro de Holiday.
¿No te parece curioso que tú también tengas ese cuadro en tu habitación?
Si Nicholas hubiera sabido qué buscar, o si se hubiera fijado un poco más, habría visto que el brillo esperanzado desaparecía de los ojos de _____.
Ésta se mordió el labio inferior.
—Un... un amigo me habló de ese cuadro. Por eso compré la lámina.
—Tu amigo tenía buen gusto.
La respuesta de ella le molestó, pero le quitó importancia diciéndose que lo que le molestaba era que hubiera vuelto a tensarse entre sus brazos. Suspiró y apoyó la frente en la suya, acariciándole el rostro con su aliento.
Olía a Laphroaig y a algo genuinamente suyo y potencialmente peligroso, pensó _____.
—_________, te prometo que no te morderé. No estés tan tensa.
Aunque sabía que Nicholas estaba tratando de hacerla sentir cómoda, se tensó un poco más. Estaba harta de su temperamento voluble. No era una marioneta con la que pudiera jugar dependiendo de sus cambios de humor. No podía librarse de la sensación de que todo aquello había sido provocado por un banquero rubio que le había enviado un bombón. Más que un baile, era una oportunidad de proclamar su supremacía.
—No me parece que esto sea muy profesional —dijo ella, molesta.
La sonrisa de él se desvaneció y sus ojos destellaron.
—No lo es, señorita Mitchell. No estoy siendo profesional contigo. En mi defensa, sólo puedo alegar que quería bailar con la chica más bonita del club.
La preciosa boca de _____ se abrió ligeramente, pero en seguida apretó los labios con fuerza.
—No te creo.
—¿Qué es lo que no crees? ¿Que eres de lejos la mujer más hermosa que hay aquí
esta noche, con el debido respeto para mi hermana? ¿O que un cabrón insensible como
yo quiera bailar una canción romántica contigo?
—No te burles de mí.
—No lo estoy haciendo, _________.
Cuando la sujetó con más fuerza por la zona lumbar, ella ahogó una exclamación.
Nicholas había esperado provocarle una reacción, pero sus propias entrañas eran las que habían reaccionado. Pero lo que él no sabía era que no era la primera vez que la tenía agarrada de esa manera. Había sido el primer hombre en hacerlo y la piel de _____ nunca había dejado de añorar su contacto.
Cuando la excitación dio paso a la indignación, Nicholas la observó divertido.
—Cuando no estás frunciendo el cejo y me miras con tus ojos grandes y dulces, eres muy bonita. Eres atractiva siempre, pero en esos momentos pareces un ángel. Casi como si fueras... Te pareces a...
La miró como si la hubiera reconocido y _____ dejó de bailar.
Apretándole la mano, lo miró a los ojos, animándolo a recordar.
—¿A quién, Nicholas? ¿A quién te recuerdo?
La cara de él perdió toda expresión. Negó con la cabeza y sonrió tristemente.
—Ha sido una ilusión pasajera. No te preocupes, señorita Mitchell, el baile casi ha llegado a su fin. Pronto te librarás de mí.
—Ojalá pudiera —murmuró ella.
—¿Qué has dicho? —preguntó Nicholas, pegando su frente a la suya una vez más.
Sin pensar en que su acción iba a resultar demasiado íntima, le soltó la mano y le apartó un mechón de cabello de la cara, aprovechando para rozarle la piel del cuello con los nudillos mucho más tiempo del necesario.
—Eres preciosa —susurró.
—Me siento como Cenicienta. Rachel me ha comprado el vestido y los zapatos — replicó ella, cambiando totalmente de tema.
Nicholas bajó la mano.
—¿De verdad te sientes como Cenicienta?
_____ asintió.
—Cuesta tan poco hacerte feliz... —reflexionó él en voz alta—. El vestido es precioso. Rachel debía de saber que el lila es tu color favorito.
—¿Cómo sabes que el lila es mi color favorito?
—En tu apartamento hay cosas lila por todas partes.
Ella hizo una mueca y desvió la vista al recordar su primera y única visita a su agujero de hobbit.
Nicholas quería que lo mirara a él. Sólo a él.
—Y los zapatos son exquisitos —añadió, mirándola de arriba abajo.
Ella se encogió de hombros.
—Tengo miedo de caerme.
—No lo permitiré.
—Rachel es muy generosa.
—Lo es. Igual que lo era Grace.
_____ asintió.
—Pero no como yo. —Las palabras que salieron de la boca de él sonaron más
como una pregunta que como una afirmación.
—Yo no he dicho eso. De hecho, creo que puedes ser muy generoso cuando
quieres.
—¿Cuando quiero?
—Sí. Estaba hambrienta y tú me diste de comer. —«Dos veces», añadió para sus adentros.
—¿Estabas hambrienta? —repitió Nicholas horrorizado, con la voz ronca y dejando de bailar—. ¿Estás pasando hambre? —Sus ojos se convirtieron en dos
piedras preciosas, frías como el hielo y su voz se enfrió a la temperatura del agua que
corre bajo un glaciar. —No literalmente, profesor, sólo he echado de menos algunas cosas. Filetes. Y manzanas. —Lo miró con timidez, tratando de calmarlo.
Pero él estaba demasiado alterado como para darse cuenta de la referencia a las manzanas. Se le había hecho un nudo en la garganta al enfrentarse a la realidad de la vida de muchos estudiantes. Una realidad con la que estaba familiarizado, pero que no podía soportar ligada a la señorita Mitchell. No era de extrañar que estuviera tan delgada y pálida.
—Dime la verdad. ¿Te llega el dinero para vivir? Si no, el lunes iré a hablar con el jefe del departamento y haré que te suban el importe de la beca. No, mejor te doy mi American Express esta misma noche. Por el amor de Dios, no pienso permitir que pases hambre.
_____ lo contemplaba en silencio, estupefacta por su reacción.
—Estoy bien, profesor. Si me organizo, tengo suficiente dinero. Y cocinar en mi apartamento no es cómodo, pero no paso hambre.
Muy lentamente, Nicholas volvió a bailar, guiándola con suavidad por la pista de baile.
Bajando la vista hacia sus pies, preguntó:
—¿Vas a tener que vender los zapatos para comprar comida? ¿O para pagar el alquiler?
—¡Por supuesto que no! Son un regalo de Grace. Más o menos. Nunca me desprenderé de ellos. Pase lo que pase.
—¿Me prometes que si alguna vez necesitas dinero acudirás a mí? ¿Por la memoria de Grace?
_____ apartó la vista y guardó silencio.
Él suspiró y añadió en voz más baja:
—Sé que no me he ganado tu confianza, pero te pido que en esto y sólo en esto confíes en mí. ¿Me lo prometes?
Ella inspiró hondo y contuvo el aire.
—¿Tan importante es para ti?
—Ni te lo imaginas. Muchísimo.
_____ soltó entonces el aire ruidosamente.
—En ese caso, sí. Te lo prometo.
—Gracias —dijo Nicholas, aliviado.
—Rachel y Grace siempre se portaron muy bien conmigo, especialmente después de la muerte de mi madre.
—¿Cuándo murió tu madre?
—Durante mi último año de instituto. En aquella época yo ya estaba viviendo con mi padre en Selinsgrove. Ella vivía en San Luis.
—Lo siento.
—Gracias. —_____ abrió la boca como si fuera a decir algo más, pero se quedó callada.
—No pasa nada —susurró él—. Puedes decir lo que quieras.
La animó con la mirada y, por un momento, _____ se olvidó de lo que quería decir.
Pero se obligó a concentrarse.
—Iba a decir que si alguna vez necesitas hablar con alguien... sobre Grace... Quiero decir que... sé que Rachel va a volver pronto a Filadelfia y... bueno, yo seguiré aquí. No será muy profesional, pero bueno, eso.
Evitó mirarlo a los ojos y Nicholas notó que se estaba tensando otra vez, como si esperara que pasara algo horrible.
«¿Qué le he hecho a esta pobre criatura? Está aterrorizada. Tiene miedo de que empiece a gritarle en medio de toda esta gente.»
Sabía que se había ganado a pulso su desconfianza, así que optó por colmarla de amabilidad... al menos hasta que la canción terminase y volvieran a asumir sus roles profesionales. Entonces seguiría siendo amable, pero distante.
—_________, mírame. No tengo ninguna regla en contra de que la gente me mire a los ojos.
Ella levantó la vista, no muy convencida.
—Es una oferta muy generosa. Gracias. No me gusta hablar de ciertas cosas, pero lo tendré en cuenta. —Sonrió y, esa vez, mantuvo la sonrisa—. Posees amabilidad y caridad, dos de las principales virtudes. De hecho, estoy seguro de que posees las siete.
«Especialmente, la castidad», pensaron los dos a la vez. «Y él cree que la castidad es algo digno de burla», pensó _____.
—Nunca había bailado así con nadie —confesó, melancólica.
—Pues me alegro de ser el primero —replicó él, apretándole la mano cariñosamente.
_____ se quedó inmóvil.
—_________, ¿qué te pasa?
Los ojos de ella se nublaron y la piel se le enfrió rápidamente. El rubor que se había extendido por sus mejillas un par de minutos antes desapareció por completo, dejándole la piel más que blanca, translúcida, como papel de arroz. Tenía la vista clavada en algún lugar lejos de allí. Cuando Nicholas le apretó el trasero, fue como si no lo notara.
Cuando salió de aquella especie de trance, él trató de hacerla hablar, pero estaba demasiado alterada para ello. Nicholas no tenía ni idea de qué le había pasado, por lo que optó por ser prudente y le pidió a Rachel con un gesto que la acompañara al baño de señoras. Luego se acercó a la barra y encargó un whisky doble, que se bebió antes de que regresaran.
En ese momento tomó una decisión: era hora de volver a casa. Era obvio que la señorita Mitchell no se encontraba bien y El Vestíbulo no era un lugar adecuado para ella en ninguna circunstancia.
Sabía que en algún momento de la noche los hombres se emborracharían y tendrían las manos demasiado largas y las mujeres se emborracharían también y se pondrían cachondas. No quería exponer a su hermana ni a la virginal señorita Mitchell a cualquiera de esos tipos de comportamiento. Así que pagó la cuenta y le pidió a Ethan que les consiguiera dos taxis. Pensaba darle una buena propina al taxista de la señorita Mitchell para que dejara a ésta en la puerta de su casa y esperara hasta que estuviera a salvo en el interior.
Pero por desgracia para él, Rachel tenía sus propios planes.
—¡Buenas noches, _____! Te veo luego en casa, Nicholas. Gracias por acompañarla a casa —dijo, entrando en uno de los taxis, cerrando la puerta de golpe y alargándole un billete de veinte dólares al taxista para que arrancara antes de que su hermano pudiera preguntarle nada.
Era obvio que estaba tratando de lanzarlos al uno en brazos del otro. Sin embargo, era menos probable que Rachel se encontrara con algún indeseable en el vestíbulo del edificio Manulife, donde siempre había un vigilante de guardia, que la señorita
Mitchell en la avenida Madison. Así que no pudo enfadarse demasiado con ella.
Ayudó a _____ a entrar en el otro taxi antes de entrar él. Cuando se detuvieron delante de su bloque de pisos, le indicó al taxista que lo esperara. La acompañó hasta la puerta y aguardó mientras ella buscaba las llaves. Por supuesto, se le cayeron al suelo, porque seguía alterada por lo que había pasado en el club. Nicholas las recogió y abrió. Al devolvérselas, le acarició la mano con un dedo y se la quedó mirando con expresión enigmática.
_____ inspiró hondo y empezó a hablarles a sus zapatos negros —que eran un poco demasiado lujosos y brillantes incluso para Nicholas—, porque no podía decir lo que tenía que decir mirando aquellos ojos preciosos pero tan fríos.
—Profesor Jonas, quiero darle las gracias por abrirme las puertas y por bailar conmigo. Estoy segura de que se ha sentido mal por tener que comportarse así con una estudiante. Sé que sólo tolera mi presencia porque Rachel está aquí y que, cuando se marche, todo volverá a la normalidad entre nosotros. Prometo que no le diré nada a nadie. Se me da muy bien guardar secretos.
»Voy a solicitar un cambio de director de proyecto. Sé que piensa que no soy demasiado brillante y que si no pidió el cambio fue porque sintió lástima al ver mi apartamento. Es evidente que piensa que no estoy a su altura y que le resulta muy duro tener que tratar con una estudiante virgen y tonta. Así que, adiós.
Con el corazón encogido, se volvió para entrar en el edificio.
—¿Has terminado? —preguntó él, barrándole el paso.
_____ alzó la vista, temblando al oír la dureza en su voz.
—Tú has dicho lo que querías decir. Creo que las leyes de la cortesía me otorgan el derecho de réplica. —Se apartó de la puerta y se la quedó mirando fijamente, con furia reprimida—. Te abro las puertas porque es así como se trata a las damas, y tú, señorita Mitchell, eres una dama. Sé que yo no siempre me comporto como un caballero, aunque Grace intentó inculcármelo.
»Rachel es una chica muy dulce, pero demasiado sentimental. Si por ella fuera, estaría recitando sonetos bajo tu ventana, como un adolescente. Así que vamos a dejar
a mi hermana fuera de todo esto, ¿de acuerdo?
»Por lo que a ti respecta, si Grace te adoptó como me adoptó a mí, quiere decir que vio en ti algo muy especial. Ella tenía un modo muy particular de curar a la gente, gracias al amor. Por desgracia, en tu caso, igual que en el mío, probablemente llegó demasiado tarde.
_____ levantó la vista al oír esas últimas palabras. Habría querido preguntarle a qué se refería, pero no se atrevió.
—Te he pedido que bailaras conmigo porque me apetecía estar contigo. Tienes una mente brillante y una personalidad encantadora. Si quieres otro director, no me opondré, pero francamente, me decepcionas. No creía que fueras de las que se rinden ante la primera dificultad.
»Y si piensas que hago cosas por lástima es que no me conoces. Soy un cabrón egoísta y egocéntrico que no suele darse cuenta de los problemas de la gente que lo rodea. ¡Maldito sea tu discurso, maldita sea tu baja autoestima y maldito sea el curso de especialización! — resopló, tratando de no perder la compostura—. Tu virginidad no es algo de lo que debas avergonzarte y, desde luego, no es asunto mío. Sólo quería hacerte sonreír y...
Se calló y le acarició la barbilla. Luego le levantó la cara con delicadeza hasta que sus ojos se encontraron.
Se inclinó hacia ella hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de distancia. Estaban tan cerca que _____ podía notar su aliento en la cara.
«Whisky escocés y licor de menta.»
Los dos aspiraron, empapándose del aliento del otro. Ella cerró los ojos y se humedeció el labio inferior, esperando.
—Facilis descensus Averni —susurró él y sus palabras agoreras y premonitorias golpearon a _____ en el alma—. Qué fácil es descender al infierno.
Enderezando la espalda, le soltó la barbilla y se dirigió al taxi, cerrando la puerta con un golpe seco.
_____ abrió los ojos y vio que el coche se alejaba. Las piernas le temblaban tanto que tuvo que apoyarse en la pared para no caerse.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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