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Mensaje por loree jonas Miér 06 Feb 2013, 7:26 pm

ME ENCANTO EL CAP!!!!
Quiero que la sigas yaaaaa!
loree jonas
loree jonas


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 2 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Jue 07 Feb 2013, 1:42 pm

Continuacion Capitulo 3

—Por favor, siéntese, señorita Mitchell —dijo él con una voz fría como el hielo, señalando una silla metálica de aspecto incómodo.
Suspirando, ____ se dirigió hacia la rígida silla de Ikea que estaba frente a una de sus enormes estanterías empotradas. Hubiera preferido sentarse en cualquier otro sitio, pero no le pareció sensato discutir por eso.
—Acerque la silla. No pienso estirar el cuello para hablar con usted.
Ella se levantó para obedecer y, con los nervios, se le cayó la mochila al suelo.
Hizo una mueca y se ruborizó al ver que algunos de los objetos que llevaba dentro iban a parar debajo de la mesa del profesor Jonas, incluido un tampón, que fue rodando hasta detenerse a un centímetro de su cartera de piel.
«Tal vez pueda marcharme antes de que se dé cuenta.»
Avergonzada, se agachó y empezó a recoger sus cosas. Pero cuando estaba terminando, una de las correas de la vieja mochila se rompió y todo volvió a caer al suelo con gran estrépito. ____ se dejó caer de rodillas mientras sus papeles, bolígrafos, el iPod, el móvil y una manzana verde se esparcían por la bonita alfombra persa de El Profesor.
«Oh, dioses de las estudiantes recién licenciadas y patosas, matadme por favor. Ahora.»
—¿Es usted humorista, señorita Mitchell?
____ enderezó la espalda al oír su sarcasmo y lo miró a la cara. Lo que vio en ella estuvo a punto de hacerla llorar.
¿Cómo alguien con un nombre tan angelical podía ser tan cruel? ¿Cómo una voz tan melodiosa podía ser tan despiadada? Por un momento, se perdió en las profundidades heladas de sus ojos, añorando la época en que la habían mirado con amabilidad. Pero en vez de rendirse a la desesperación, respiró hondo y pensó que no le quedaba más remedio que aceptar que Nicholas Jonas había cambiado, por mucho que le doliera y decepcionara.
Sin decir nada, negó con la cabeza y volvió a recoger las cosas del suelo.
—Cuando le hago una pregunta, espero que me responda. Pensaba que a estas alturas ya habría aprendido la lección —dijo él, antes de volver a examinar el expediente que tenía en las manos—. Tal vez no sea tan brillante como dice aquí.
—¿Disculpe, doctor Jonas? —preguntó ____ con voz suave pero decidida.
No sabía de dónde había sacado el valor, pero dio gracias a los dioses de las estudiantes recién graduadas por si acaso.
—Profesor Jonas, si no le molesta —replicó malhumorado—. Doctores los hay a patadas. Incluso los quiroprácticos y los pediatras se consideran doctores.
Harta de ser humillada, ____ trató de cerrar la cremallera de la mochila, pero por desgracia también se había roto. Conteniendo el aliento, trató de devolverla a la vida maldiciendo en voz baja.
—¿Podría dejar de pelearse con esa ridícula abominación de bolso y sentarse en la silla como una persona?
Al darse cuenta de que estaba poniéndose de nuevo furioso, ____ dejó su ridícula abominación de bolso en el suelo y se sentó en la incómoda silla. Cruzó las manos sobre el regazo para no empezar a retorcérselas y esperó.
—Al parecer, sí se considera usted una humorista. ¿Le pareció que esto era divertido? —preguntó, lanzando una hoja de papel que fue a parar al suelo, casi junto a los pies de ella, calzados con zapatillas deportivas.
Al agacharse para recogerla, vio que era una fotocopia de la terrible nota que le había dejado el día en que Grace había muerto.
—Puedo explicarlo. Fue un error. Yo no la escribí por los dos...
—¡No me interesan sus excusas! Le dije que viniera a verme después de la clase y no se presentó.
—Es que estaba usted hablando por teléfono. Tenía la puerta cerrada y...
—¡No tenía la puerta cerrada! —la interrumpió él, lanzando lo que parecía una tarjeta de visita sobre la mesa—. ¿Y esto? ¿También le parece gracioso?
____ la cogió y ahogó una exclamación. Era una tarjeta de pésame de las que acompañan las flores que uno envía a un funeral.
Os acompaño en el sentimiento.
Por favor, aceptad mis condolencias.
Con cariño,
____ Mitchell

Al levantar la vista, vio que estaba tan furioso que casi escupía al intentar hablar.
Ella parpadeó rápidamente, tratando de explicarse:
—No es lo que cree. Sólo quería darle el pésame...
—¿No le bastaba con la nota que dejó en la puerta?
—Pero es que esta nota era para su familia...
—¡Deje a mi familia en paz! —exclamó él, dándole la espalda y quitándose las gafas para poder frotarse la cara con las manos.
____ acababa de ser arrancada del reino de los sorprendidos y arrojada al país de los atónitos. Nadie se lo había aclarado. Él había malinterpretado su nota por completo y nadie se había molestado en explicárselo. Con el estómago encogido, empezó a preguntarse qué significaría eso.
Ajeno a sus elucubraciones, El Profesor se obligó a calmarse haciendo un esfuerzo hercúleo. Cerró el expediente de___ y lo dejó caer con desprecio sobre la mesa antes de fulminarla con la mirada.
—Veo que está aquí con una beca para estudiar a Dante y me temo que soy el único profesor de este departamento que se ocupa del tema. Dado que esto —añadió, señalando el espacio entre ellos— no va a funcionar, va a tener que buscarse otro tema y otro director para su proyecto. O pedir el traslado a otro departamento. O mejor aún, a otra universidad. Le comunicaré mi decisión al director de su programa de estudios con efectos inmediatos. Y ahora, si me disculpa...
Haciendo girar su silla, empezó a teclear furiosamente en el ordenador portátil.
____ no se creía lo que estaba oyendo. Mientras permanecía quieta en la silla, tratando de absorber no sólo su discurso sino sobre todo su conclusión, El Profesor volvió a hablar, sin molestarse en alzar la vista:
—Eso es todo, señorita Mitchell.
Ella no dijo nada. No valía la pena. Se levantó lentamente, aturdida, y recogió del suelo su ofensiva mochila. Sujetándola contra el pecho, salió del despacho sin rumbo, como una zombi.
Al salir del edificio y cruzar la calle Bloor, se dio cuenta de que había elegido un mal día para salir de casa sin chaqueta, pues la temperatura había descendido bruscamente y había empezado a diluviar. No había dado ni cinco pasos y ya estaba empapada. Tampoco se le había ocurrido coger un paraguas, así que tenía por delante una caminata de tres largas manzanas bajo la lluvia, el frío y el viento.
«Oh, dioses del mal karma y de las tormentas eléctricas, tened piedad de mí.»
Mientras caminaba, se consoló pensando que su ridícula abominación de mochila le estaba sirviendo para la noble tarea de tapar lo que la camiseta y el sujetador empapados no podían estar cubriendo ya.
«Chúpate ésa, profesor Jonas.»

Mientras caminaba, reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. Se había preparado haciendo las maletas la noche anterior, pero, sinceramente, había esperado que él la recordara. Había esperado que volviera a mostrarse amable. Pero se había equivocado.
No le había dado oportunidad de explicar su colosal metedura de pata con la nota. Y, para empeorar las cosas, había malinterpretado sus intenciones al ver las flores y la nota, y la había expulsado del curso. Todo había terminado. Ahora tendría que volver a la casita de Tom en Selinsgrove con el rabo entre las piernas. Y cuando él lo descubriera, se reiría de ella. Los dos se reirían de ella juntos. De la tonta de ____.
¿Había creído que podía marcharse de Selinsgrove y convertirse en alguien? ¿Pensaba que podría llegar a ser profesora universitaria? ¿A quién quería engañar? Todo había terminado... al menos durante ese curso.
____ miró la destrozada y empapada mochila como si se tratara de un bebé y la abrazó con fuerza. Tras su despliegue de torpeza e ineptitud, ya no le quedaba nada, ni siquiera su dignidad. Y haberla perdido delante de él después de todos esos años era demasiado. No podía soportarlo.
Se acordó del solitario tampón debajo del escritorio y supo que cuando él se agachara para recoger su cartera, la humillación de ella sería completa. Al menos, no estaría allí para presenciar su reacción de sorpresa y de asco. Se lo imaginó desmayándose del disgusto. Literalmente. Se lo imaginó tumbado sin sentido sobre la preciosa alfombra persa.
A unas dos manzanas de su casa, tenía la larga melena castaña pegada a la cabeza y sus pies chapoteaban dentro de las zapatillas deportivas. Era como si estuviese debajo de un canalón de agua. Los coches y autobuses pasaban por su lado majándolo aún más, pero ella no se molestaba en apartarse de las olas que levantaban. Al igual que los disgustos que daba la vida, ____ simplemente las aceptaba.
En ese momento, otro coche se acercó a ella, pero al menos éste redujo la velocidad para no empaparla más. Vio que se trataba de un Jaguar negro, que parecía nuevo. El coche siguió frenando hasta detenerse por completo. La portezuela del acompañante se abrió y una voz masculina gritó:
—Suba.
____ dudó. No creía que el conductor se estuviera refiriendo a ella. Miró a su alrededor, pero era la única idiota que estaba caminando por la calle bajo aquel aguacero. Curiosa, se acercó.
No tenía intenciones de montarse en el coche de un desconocido, ni siquiera en una tranquila ciudad canadiense, pero al agachar la cabeza se encontró con dos penetrantes ojos azules que la miraban desde el asiento del conductor y se acercó un poco más.
—Pillará una pulmonía y se morirá. Suba, la llevaré a casa —dijo él con una voz mucho más suave.
Era casi la voz que ____ recordaba.
Así que, por los buenos tiempos y no por otra cosa, subió al vehículo y cerró la puerta, pidiendo disculpas en silencio a los dioses de los Jaguars por mojar su tapicería de cuero negro y sus alfombrillas inmaculadas.
Dejó de rezar al oír los acordes del Nocturno op. 9 núm. 2 de Chopin. Siempre le había gustado esa pieza, pensó sonriendo.
Se volvió hacia el conductor.
—Muchas gracias, profesor Jonas.


Gracias por sus comentarios!!
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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Mensaje por vivi_scj Jue 07 Feb 2013, 6:57 pm

Cada vez muero más!!!!
Es perfecta :)
sigue
vivi_scj
vivi_scj


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Mensaje por SmileJonas Jue 07 Feb 2013, 7:43 pm

agg dios si que es malhumorado !! no lo entiendo :P jajaja beshos lo ameee!!! jaja n.n <3
SmileJonas
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https://onlywn.activoforo.com

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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 2 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Mar 12 Feb 2013, 10:56 am

Disculpen por no escribir ante espero y me excusen ;) Ahora mismo le subo capitulo!!! Gracias por pasarse por la novela :hug:
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 2 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Mar 12 Feb 2013, 11:43 am

Capítulo 4


El profesor Jonas se había equivocado al girar. Podría decirse que su vida estaba llena de giros equivocados, pero ése había sido totalmente accidental. Estaba leyendo en su iPhone un correo electrónico de su hermano, que seguía enfadado, mientras iba conduciendo su Jaguar en mitad de una tormenta en plena hora punta por el centro de Toronto. Por todo eso, había girado a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha en la calle Bloor, dejando atrás el parque Queen. Y eso quería decir que iba en dirección contraria a la de su casa.
No podía cambiar de sentido en la calle Bloor en plena hora punta. De hecho, hasta le costó meterse en el carril derecho para poder dar la vuelta. Y así fue como vio a una señorita Mitchell con aspecto patético y muy mojada, que caminaba desanimada por la calle, como si fuera una persona sin hogar, y, en un ataque de culpabilidad, se encontró invitándola a subir al coche, un coche que era su orgullo y su capricho.
—Siento estropear la tapicería —se disculpó ella, insegura.
El profesor Jonas sujetó el volante con más fuerza.
—Tengo a alguien que lo limpia cuando se ensucia.
_____ agachó la cabeza, tratando de ocultar el daño que le habían causado sus palabras. Acababa de compararla con basura. Aunque no sabía de qué se extrañaba.
Era consciente de que, para él, no valía más que la suciedad del suelo.
—¿Dónde vive? —le preguntó Jonas, tratando de iniciar una conversación sobre un tema seguro y educado que llenara lo que esperaba que fuera un trayecto breve.— En la avenida Madison. Está ahí al lado, a la derecha —respondió ______, señalando con el dedo.
—Sé dónde está Madison —replicó él con su impaciencia habitual.
Ella lo miró con el rabillo del ojo y se encogió en el asiento. Despacio, se volvió hacia la ventanilla y se mordió el labio inferior.
Nicholas Jonas maldijo para sus adentros. Incluso bajo aquella maraña de pelo mojado era bonita. Un ángel de pelo castaño vestido con vaqueros y zapatillas deportivas. Su mente se detuvo ante esa descripción. El término «ángel de pelo castaño» le resultaba extrañamente familiar, pero no logró recordar de qué le sonaba.
—¿En qué número de Madison? —preguntó en voz tan baja que a ______ le costó entenderlo.
—En el cuarenta y cinco.
Él asintió y aparcó frente al edificio de tres plantas. Era una casa de ladrillo rojo convertida en apartamentos.
—Gracias —murmuró ella y se apresuró a abrir la puerta para escapar.
—¡Espere! —le ordenó Jonas, alargando el brazo para coger un gran paraguas negro del asiento trasero.
______ aguardó asombrada a que El Profesor diera la vuelta al coche y le abriera la puerta con el paraguas listo, esperando mientras su abominación y ella salían del Jaguar, para acompañarla luego hasta la puerta del edificio.
—Gracias —repitió _____, mientras trataba de desabrochar la medio atascada cremallera de la mochila para sacar las llaves.
Él intentó disimular el disgusto que le provocaba la visión de aquella bolsa y permaneció en silencio mientras ella luchaba con la cremallera, viendo cómo se ruborizaba al no conseguirlo. Recordó la expresión de su cara en su despacho, arrodillada en la alfombra persa, y se le ocurrió que tal vez el problema actual fuera culpa suya.
Sin decir nada, le quitó la mochila de las manos y le dio el paraguas. Tras acabar de romper la cremallera, la sostuvo delante de ella para que buscara las llaves.
______ las encontró al fin, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo.
Cuando las recogió, las manos le temblaban tanto que no atinó a dar con la llave correcta.
Jonas, que ya había perdido la paciencia, se las arrebató de la mano y empezó a probarlas una a una. Tras abrir la puerta, le hizo un gesto para que entrara antes de devolvérselas.
_____ recuperó también la denostada mochila y le dio las gracias una vez más.
—La acompañaré hasta la puerta de su apartamento —dijo él, siguiéndola por el pasillo—. Una vez, un vagabundo me abordó en el vestíbulo de mi edificio. Hay que ir con mil ojos.
_____ elevó una oración silenciosa a los dioses de los bloques de apartamentos, rogándoles que la ayudaran a localizar la llave del suyo rápidamente. Su oración fue escuchada. Estaba ya a punto de meterse en casa y cerrar la puerta, cuando se detuvo y, como si se conocieran de toda la vida, le sonrió y lo invitó a tomar una taza de té.
A pesar de la sorpresa que le causó su invitación, Jonas se encontró dentro del apartamento antes de poder plantearse si era buena o mala idea. Tras echar un vistazo alrededor, llegó a la conclusión de que había sido mala idea.
—¿Le guardo la gabardina, profesor? —le llegó la cantarina voz de _____.
—¿Y dónde la pondrá? —preguntó él con altivez, al comprobar que no había ningún armario ni perchero a la vista.
Ella agachó la cabeza, sin atreverse a devolverle la mirada. Al ver que se mordía el labio inferior, él se arrepintió de su falta de delicadeza.
—Perdone —se excusó, dándole la gabardina Burberry de la que se sentía tan orgulloso—. Y gracias.
____ la colgó cuidadosamente de una percha que había detrás de la puerta de su habitación y dejó la mochila en el suelo.
—Pase. Póngase cómodo. Prepararé el té.
El profesor Jonas se acercó a una de las dos únicas sillas y se sentó, esforzándose por disimular lo incómodo que se sentía para no humillarla más. El apartamento entero era más pequeño que su cuarto de baño de invitados. Constaba de una cama pegada a la pared, una mesa plegable con dos sillas, una estantería pequeña de Ikea y una cómoda. Vio también lo que debía de ser un baño, junto a un pequeño armario empotrado, pero definitivamente no había cocina.
Buscó con la mirada algún rastro de actividad culinaria y finalmente vio un microondas y un calientaplatos eléctrico guardados de manera bastante precaria encima del armario. En una esquina, en el suelo, había un pequeño frigorífico.
—Tengo una tetera eléctrica —dijo ella alegremente, como si estuviera anunciando que tenía un anillo de diamantes de Tiffany’s.
Él se fijó en el agua que no dejaba de gotear de su cuerpo. Luego en la ropa que había debajo del agua. Y finalmente en lo que había debajo de la ropa... y que el frío hacía destacar. Con voz ronca, le sugirió que se secara antes de preparar el té.
_____ volvió a agachar la cabeza, avergonzada. Ruborizándose, se metió en el baño. Poco después, salió con una toalla lila sobre los hombros, sin quitarse la ropa y una segunda toalla en la mano. Al parecer, iba a agacharse para secar el reguero de agua que había dejado, pero él se lo impidió.
—Permítame hacerlo a mí —dijo—. Usted vaya a ponerse ropa seca antes de que pille una pulmonía.
—Y me muera —añadió ella con un susurro, mientras se dirigía al armario, con cuidado de no tropezar con las dos maletas.
Jonas se preguntó brevemente por qué no habría deshecho aún el equipaje, pero en seguida se olvidó del tema.
Frunció el cejo mientras secaba el agua del suelo de madera lleno de arañazos. Al acabar, se fijó en las paredes. Llegó a la conclusión de que en algún momento debieron de ser blancas, pero en esos momentos eran de un deslucido color crema y estaban empezando a desconcharse.
En el techo habían aparecido manchas de humedad y en una esquina ya empezaba a crecer moho. Se estremeció, preguntándose qué hacía una buena chica como la señorita Mitchell en un lugar tan espantoso. Aunque tenía que reconocer que el apartamento estaba muy limpio y recogido. Más de lo normal.
—¿Cuánto le cobran de alquiler? —preguntó, haciendo una mueca mientras volvía a acomodar su casi metro noventa de altura en aquel objeto infame que se hacía pasar por silla plegable.
—Ochocientos dólares al mes, gastos incluidos —respondió ella, antes de entrar en el baño.
Él se acordó de los pantalones de Armani que había tirado a la basura tras el viaje de vuelta de Pensilvania. No podía soportar llevar algo manchado de orina, ni siquiera después de haber sido lavado, pero con el dinero que Paulina se había gastado en esos pantalones, la señorita Mitchell habría podido pagar el alquiler de un mes. Y aún le habría sobrado algo.
Al mirar a su alrededor una vez más, observó que su alumna se había esforzado penosa y patéticamente por convertir aquel apartamento en un hogar en la medida de lo posible. Junto a la cama había una gran lámina del cuadro de Henry Holiday, Dante y Beatriz en el puente de la Santa Trinidad.
Se la imaginó con la cabeza en la almohada y el pelo largo y brillante enmarcándole la cara, contemplando a Dante antes de dormirse. A base de fuerza de voluntad, apartó esa imagen de su mente y reflexionó sobre lo extraño que era que ambos tuvieran una lámina del mismo cuadro. Al fijarse más, se dio cuenta de que _____ se parecía bastante a Beatriz, aunque hasta ese momento no se hubiese dado cuenta. La idea se le clavó en el cerebro como un sacacorchos, pero en ese momento no quiso darle más vueltas.
Se fijó en varias láminas más pequeñas que adornaban las paredes desconchadas del apartamento: un dibujo del Duomo de Florencia; un esbozo de la iglesia de San Marcos, en Venecia; una fotografía en blanco y negro de la cúpula de San Pedro, en
Roma. Vio una hilera de macetas con plantas medicinales que adornaban la ventana, junto a un esqueje de filodendro que trataba de convertirse en planta adulta. Se fijó también en que las cortinas eran bonitas. Lisas, del mismo tono de lila que la colcha y los cojines. Y en la librería había muchos libros, tanto en inglés como en italiano, aunque al ver los títulos no quedó demasiado impresionado con su colección de aficionada. En resumen, el apartamento era viejo, diminuto, en mal estado y no tenía cocina. En caso de que hubiera tenido perro, él no habría permitido que ni siquiera éste viviera en un sitio así.
_____ volvió a aparecer con lo que parecía ropa de deporte, una sudadera negra con capucha y pantalones de yoga. Se había recogido su precioso pelo en lo alto de la cabeza con una pinza. Pero incluso así vestida seguía siendo muy atractiva. Demasiado atractiva, como una sílfide.
—Tengo English Breakfast o Lady Grey —le ofreció ella por encima del hombro.
Se había puesto de rodillas para conectar la tetera eléctrica en el enchufe que había debajo de la cómoda.
Jonas la observó y negó con la cabeza mentalmente. Volvía a estar de rodillas, como en su despacho. Era evidente que no era una persona orgullosa ni arrogante y eso estaba bien, pero le dolía verla arrodillarse constantemente, aunque no habría sabido
decir por qué.
—English Breakfast. ¿Por qué vive aquí?
_____ se incorporó bruscamente en respuesta a la dureza de su tono de voz. Luego le dio la espalda, mientras sacaba de la cómoda una gran tetera marrón y dos tazas de té sorprendentemente bonitas, con platos a juego.
—Es una calle tranquila en un barrio tranquilo. No tengo coche, así que busqué un sitio cercano a la universidad. —Se interrumpió mientras colocaba dos cucharillas de plata en los platillos—. Éste fue uno de los mejores apartamentos que encontré que no se saliera de mi presupuesto.
Dejó las elegantes tazas de té en la mesa plegable sin mirarlo y volvió a la cómoda.
—¿Por qué no se ha instalado en la residencia de estudiantes de Charles Street?
A ella se le cayó algo de la mano, pero él no vio de qué se trataba.
—Pensaba ir a otra universidad, pero al final no pudo ser. Cuando finalmente decidí venir aquí, ya no quedaban plazas en la residencia.
—¿A qué universidad pensaba ir?
_____ empezó a morderse el labio.
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 2 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

Mensaje por Ava Del Angel Mar 12 Feb 2013, 11:50 am

Continuación Capitulo 4

—¿Señorita Mitchell?
—A Harvard.
Jonas estuvo a punto de caerse de la silla.
—¿A Harvard? ¿Y qué demonios está haciendo aquí?
_____ disimuló una sonrisa, como si entendiera la causa de su enfado.
—Toronto es el Harvard del norte.
—No se ande con rodeos, señorita Mitchell, le he hecho una pregunta.
—Sí, profesor. Y sé que siempre espera una respuesta a sus preguntas —replicó ella, alzando una ceja hasta que él apartó la mirada—. Mi padre no pudo aportar la parte que se suponía que iba a destinar a mi educación y con la beca que me ofrecieron no me llegaba para vivir. Todo es mucho más caro en Cambridge que en Toronto. Ya debo miles de dólares en préstamos que pedí para poder estudiar la carrera en la Universidad de Saint Joseph y decidí no endeudarme más. Por eso estoy aquí.
Mientras volvía a arrodillarse para desenchufar la tetera, cuya agua ya hervía, El Profesor negaba con la cabeza, asombrado.
—Toda esa información no aparece en el expediente que me dio la señora Jenkins —protestó—. Debería haberme dicho algo.
_____ lo ignoró mientras añadía varias cucharadas de té a la tetera.
Él se echó hacia adelante, gesticulando vivamente.
—Este sitio es horrible. Ni siquiera tiene cocina. ¿De qué se alimenta?
Ella dejó la tetera y un pequeño colador de plata en la mesa y, sentándose, empezó a retorcerse las manos.
—Como mucha verdura fresca. Puedo preparar sopa y cuscús en el hornillo eléctrico. El cuscús es muy nutritivo —añadió, tratando de sonar despreocupada, pero sin lograr disimular el temblor de su voz.
—No puede alimentarse a base de esa basura. ¡Un perro come mejor que usted!
_____ agachó la cabeza, ruborizándose y luchando por no echarse a llorar.
El Profesor la miró un rato hasta que, por fin, la vio. Y mientras contemplaba la expresión torturada que nublaba sus preciosos rasgos, se dio cuenta de que él, el profesor Nicholas J. Jonas, era un egocéntrico hijo de puta. Acababa de avergonzarla por ser pobre, cuando ser pobre no era motivo de vergüenza. Él también había sido muy pobre. _____ era una mujer inteligente y atractiva, que además era una estudiante. No tenía nada de que avergonzarse. Lo había invitado a su casa, una casa que ella se había esforzado para que resultara acogedora porque no tenía otro sitio adonde ir y él se lo agradecía diciéndole que aquel lugar no era adecuado ni para un perro. Había hecho que se sintiera despreciable y estúpida cuando no era ni una cosa ni la otra. ¿Qué diría Grace si lo hubiera oído?
Diría que era un asno. Al menos ahora era consciente de serlo.
—Dis... discúlpeme —dijo entrecortadamente—. No sé qué me pasa —se excusó, cerrando los ojos y frotándoselos con los nudillos.
—Acaba de perder a su madre —replicó ella con una voz sorprendentemente comprensiva.
Un resorte se disparó en la mente de él.
—No debería estar aquí —dijo, levantándose rápidamente—. Tengo que irme.

_____ lo siguió hasta la puerta de la calle y le dio su gabardina y su paraguas.
Luego se quedó ruborizada, mirando al suelo, esperando a que se fuera. Se arrepentía de haberle enseñado su casa. Era obvio que no estaba a su altura. Horas atrás, se había sentido orgullosa de su pequeño pero limpio agujero de hobbit, en cambio ahora se sentía muy avergonzada. Por no mencionar el hecho de que ser humillada de nuevo delante de él hacía el asunto mucho peor.
Jonas musitó algo, inclinó la cabeza y se marchó.
_____ se apoyó en la puerta cerrada y finalmente dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.
Toc, toc.
Sabía quién era, pero no quería abrir.
«Por favor, dioses de los agujeros de hobbit carísimos y no adecuados ni para un perro, que me deje en paz de una vez.» En esta ocasión, su plegaria silenciosa y espontánea no fue escuchada.
Toc, toc, toc.
Se secó la cara rápidamente y abrió la puerta, pero sólo una rendija.
Él la miró parpadeando desconcertado, como si le costara entender que ella hubiera estado llorando entre su partida y su regreso.
_____ se aclaró la garganta y se quedó mirando los zapatos italianos de él, de cordones, que se movían inquietos de un lado a otro.
—¿Cuándo fue la última vez que se comió un buen filete?
Ella se echó a reír y negó con la cabeza. No se acordaba.
—Bueno, pues esta noche va a comer uno. Me muero de hambre y me va a acompañar a cenar.
_____ se permitió el lujo de esbozar una leve y traviesa sonrisa.
—¿Está seguro, profesor? Pensaba que esto —dijo, imitando su gesto en el despacho— no iba a funcionar.
Él se ruborizó ligeramente.
—Olvídese de eso. Pero... —añadió, mirándola de arriba abajo, deteniéndose quizá un poco más de lo necesario en sus deliciosos pechos.
Ella bajó la vista hacia su ropa.
—Puedo cambiarme otra vez.
—Será lo mejor. Póngase algo más adecuado.
_____ lo miró con expresión herida.
—Puede que sea pobre, pero tengo algunas cosas bonitas. Y son decentes. No tenga miedo, no va a aparecer en público con alguien vestida de pordiosera.
Jonas se ruborizó aún más y se reprendió en silencio.
—Quería decir algo adecuado para un restaurante que exige que los hombres lleven chaqueta y corbata —dijo, con una discreta sonrisa conciliadora.
Esta vez fue ella quien lo miró de arriba abajo, deteniéndose tal vez un poco más de lo necesario en sus deliciosos pectorales.
—De acuerdo. Con una condición.
—No creo que esté en situación de negociar.
—En ese caso, adiós, profesor.
—¡Espere! —exclamó él, metiendo su caro zapato italiano en la rendija de la puerta, para impedir que la cerrara, sin preocuparse siquiera de que pudiera estropeársele—. ¿De qué se trata?
Ella lo miró en silencio unos instantes antes de responder:
—Dígame una razón por la que debería acompañarlo, después de todo lo que me ha dicho hoy.
Él la miró con los ojos muy abiertos antes de volver a ruborizarse.
—Yo... ejem... quiero decir... ejem... podría decirse que usted... que yo... — balbuceó.
_____ alzó una ceja y empezó a cerrar la puerta.
—Un momento —dijo él, aguantando la puerta con la mano para darle un respiro a su pie, que empezaba a quejarse—. Porque lo que escribió Paul era correcto: «Jonas es un asno». Estoy de acuerdo. Pero ahora, al menos, Jonas lo sabe.
En ese momento, la cara de _____ se iluminó con una sonrisa radiante y él se encontró devolviéndosela. Era preciosa cuando sonreía. Iba a tener que asegurarse de que sonriera más a menudo, por razones puramente estéticas.
—La esperaré aquí. —No queriendo darle más motivos para que cambiara de idea, cerró la puerta.
Dentro del apartamento, _____ apretó los párpados y gimió.
Ava Del Angel
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Mensaje por ElitzJb Vie 15 Feb 2013, 10:55 am

pobre de la rayis es mas penosa jeje

espero q se empiecen a llevar mejor siguela
ElitzJb
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Mensaje por loree jonas Sáb 16 Feb 2013, 7:12 pm

Me encanto el cap!
Me resulta raro que jonas me invite a cenar!
Espero que subas pronto!
Besitos!
loree jonas
loree jonas


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Mensaje por FlayTC Dom 17 Feb 2013, 9:01 am

Esta nove es una de las mas lindas que eh leido, y una de las mas largar ....Ya la eh leido pero ahora que me imagino a Nick como protagonista la cosa cambia xD Espero que la sigas pronto y que si algun dia puedes y quieres podrias seguir la historia a de Gabriel y Julia (Nick y _____) aun no la eh leido pero me imagino que sera muy linda al igual que esta!
Ahhh me olvidaba.... Nueva lectora =D me llamo Flay!(mi nombre no me gusta asique prefiero ese "apodo") Espero que subas pronto.... Saludos =D
FlayTC
FlayTC


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Mensaje por Ava Del Angel Dom 17 Feb 2013, 3:49 pm

FlayTC escribió:Esta nove es una de las mas lindas que eh leido, y una de las mas largar ....Ya la eh leido pero ahora que me imagino a Nick como protagonista la cosa cambia xD Espero que la sigas pronto y que si algun dia puedes y quieres podrias seguir la historia a de Gabriel y Julia (Nick y _____) aun no la eh leido pero me imagino que sera muy linda al igual que esta!
Ahhh me olvidaba.... Nueva lectora =D me llamo Flay!(mi nombre no me gusta asique prefiero ese "apodo") Espero que subas pronto.... Saludos =D

Gracias!! :hug: Es una maravillosa historia y me alegra mucho que te guste :hug: Creo que podre adaptar el 2do libro, este sale a la venta en marzo asi que hare lo imposible por obtenerlo ;)
Ava Del Angel
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Mensaje por Ava Del Angel Dom 17 Feb 2013, 3:59 pm

Dentro de una hora subo capitulo ;) Gracias por comentar :hug:
Ava Del Angel
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Mensaje por Ava Del Angel Dom 17 Feb 2013, 5:27 pm

Capitulo 5


Jonas recorrió el pasillo de un extremo a otro varias veces. Luego se apoyó en la pared y se frotó la cara con las manos. Estaba bien jodido. No sabía cómo había acabado allí ni qué lo había impulsado a actuar como lo había hecho, pero sabía que estaba metido en un lío de proporciones épicas. Su comportamiento con la señorita
Mitchell en su despacho no había sido nada profesional. Había rozado casi el acoso verbal. Y luego, por si fuera poco, la había subido a su coche y había entrado en su casa. Todo estaba resultando muy irregular.
Si en vez de a la señorita Mitchell hubiera recogido a la señorita Peterson, probablemente ésta se habría inclinado sobre él y le habría bajado la cremallera de la bragueta con los dientes mientras conducía. Se estremeció de sólo pensarlo. Y ahora estaba a punto de salir a cenar con la señorita Mitchell. ¡La había invitado a comer un filete! Si eso no violaba todas las normas de no confraternización entre profesores y alumnos, ya no sabía qué lo haría.
Respiró hondo. La señorita Mitchell era un desastre, una reencarnación de Calamity Jane, un torbellino de contratiempos. Parecía que todo le saliese mal, empezando por que no había podido ir a Harvard y siguiendo por toda la serie de objetos que se le rompían con sólo tocarlos... incluidos la calma y el carácter sereno de él.
Aunque sintiera que viviese en aquellas deplorables condiciones, él no iba a poner en peligro su carrera por ayudarla. Si ella quisiera, al día siguiente mismo podría denunciarlo por acoso ante el catedrático de su departamento. No podía permitirlo.
Recorrió el pasillo en dos largas zancadas y levantó la mano para llamar a la puerta. Pensaba darle cualquier excusa, algo que siempre sería mejor que desaparecer sin decir nada, pero en ese momento oyó pasos dentro del apartamento que se acercaban.
La señorita Mitchell abrió la puerta y se quedó quieta, con la mirada clavada en el suelo. Llevaba un vestido negro con cuello de pico, sencillo pero elegante, que le llegaba hasta la rodilla. Los ojos de él recorrieron sus suaves curvas hasta detenerse en sus piernas, sorprendentemente largas. Y los zapatos... Era imposible que ella lo supiera, pero Jonas tenía debilidad por las mujeres con zapatos de tacón. Tragó saliva con dificultad al ver los impresionantes zapatos negros con tacón de aguja que llevaba. Era obvio que eran de diseño. Quería tocarlos y...
—Ejem. —_____ carraspeó suavemente.
A regañadientes, él apartó la vista de sus zapatos y la miró a la cara. Ella lo estaba observando con expresión divertida.
Se había recogido el pelo en un moño alto, con algunos rizos sueltos que le caían alrededor de la cara. Se había puesto un poco de maquillaje. Su piel de porcelana seguía pálida, pero luminosa, y dos pinceladas de color rosa le alegraban las mejillas.
Tenía las pestañas más oscuras y largas de lo que recordaba.
La señorita ________ Mitchell era atractiva.
Se puso una gabardina azul marino y cerró con llave la puerta del apartamento. Él le indicó con un gesto que pasara delante y la siguió en silencio por el pasillo. Cuando llegaron a la calle, abrió el paraguas y se quedó dudando.
_____ lo miró, ladeando la cabeza.
—Será más fácil taparnos a los dos si se coge de mí —le dijo, ofreciéndole el brazo de la mano con que sujetaba el paraguas—. Si no le importa —añadió.
Ella tomó su brazo y lo miró con ternura.
Se dirigieron en silencio hacia el puerto, una zona de la que Julia había oído hablar, pero a la que aún no había tenido ocasión de ir. Antes de que El Profesor le entregara las llaves al aparcacoches, le pidió a ella que le diera la corbata que guardaba en la guantera. _____ sonrió al ver una caja con una inmaculada corbata de seda.
Al inclinarse para dársela, él cerró los ojos un instante para aspirar su perfume.
—Vainilla —murmuró.
—¿Qué?
—Nada.
Él se quitó el jersey y ella fue recompensada con la visión de su amplio pecho y de unos cuantos rizos que asomaban gracias a los botones abiertos de su camisa. El profesor Jonas era sexy. Tenía una cara muy atractiva y Julia estaba segura de que bajo la ropa sería igual de agraciado. Aunque por su propio bien trató de no pensar mucho en ello.
No pudo evitar admirar su destreza mientras se hacía el nudo de la corbata sin ayuda de un espejo. Aunque finalmente le quedó torcido.
—No puedo... No veo... —se quejó él, tratando de enderezarlo sin éxito.
—¿Quiere que pruebe yo? —se ofreció ella, tímidamente. No quería tocarlo sin su consentimiento.
—Gracias.
_____ le enderezó el nudo rápidamente, le alisó la corbata y fue resiguiéndole el cuello hasta llegar a la nuca, desde donde le bajó el cuello de la camisa. Cuando terminó, estaba respirando aceleradamente y se había ruborizado.
Él no se dio cuenta, porque estaba ocupado pensando en lo familiares que le resultaban los dedos de _____ y preguntándose por qué los dedos de Paulina nunca se lo habían parecido. Alargó el brazo hacia la americana que llevaba en un colgador en la parte posterior de su asiento y se la puso. Con una sonrisa y una inclinación de cabeza, la invitó a salir del coche.
El Harbour Sixty Steakhouse era un local emblemático de Toronto, un restaurante famoso y muy caro, frecuentado por directivos de empresa, políticos y otros personajes igual de impresionantes. Jonas solía comer allí porque el solomillo que preparaban era el mejor que había probado y no tenía paciencia para la mediocridad. No se le ocurrió llevar a la señorita Mitchell a otro sitio.
Antonio, el maître, lo saludó calurosamente, con un firme apretón de manos y un torrente de palabras en italiano.
Él respondió con la misma calidez y en el mismo idioma.
—¿Y quién es esta belleza? —preguntó Antonio, besándole la mano a _____ y empezando a alabar en un italiano muy descriptivo sus ojos, su pelo y su piel.
Ella se ruborizó, pero le dio las gracias tímidamente en italiano.
La señorita Mitchell tenía una voz preciosa, pero la señorita Mitchell hablando en italiano era algo celestial. Su boca de rubí abriéndose y cerrándose; el modo delicado en que prácticamente cantaba las palabras; su lengua, asomando de vez en cuando para humedecerse los labios... Jonas tuvo que ordenarse cerrar la boca.
Antonio se quedó tan sorprendido y encantado por su respuesta que la besó en las mejillas no una vez, sino dos. Inmediatamente, los acompañó hasta la parte trasera del restaurante, donde les ofreció la mejor mesa, la más romántica.
Jonas dudó un momento antes de sentarse, al darse cuenta de lo que Antonio estaba interpretando. Él ya se había sentado a aquella mesa anteriormente, con otra persona, y el maître estaba sacando conclusiones precipitadas. Iba a tener que aclarar las cosas. Pero cuando empezó a carraspear para hablar, Antonio le preguntó a -_____ si aceptaría una botella de una cosecha muy especial de un viñedo de su familia en la Toscana.
Ella se lo agradeció mucho, pero dijo que tal vez Il Professore tuviese otras preferencias. Él se sentó rápidamente y, para no ofender al maître, dijo que estaría encantado con cualquier vino que Antonio les ofreciera. Éste se retiró, radiante.
—Ya que estamos en público, tal vez sería buena idea que no me llamara profesor Jonas.
Ella asintió, sonriendo.
—Puede llamarme señor Jonas.
El señor Jonas estaba demasiado ocupado mirando la carta para darse cuenta de que los ojos de Julia se abrieron mucho antes de que bajara la vista.
—Tiene acento de la Toscana —comentó él, distraído, sin mirarla todavía.
—Sí.
—¿De dónde lo ha sacado?
—Estudié el tercer año de carrera en Florencia.
—Tiene un nivel muy bueno para haberlo estudiado sólo un año.
—Empecé a estudiarlo antes, en el instituto.
Él la miró desde el otro extremo de la mesa, pequeña e íntima, y se dio cuenta de que ella estaba evitando devolverle la mirada. Estudiaba la carta como si fueran las preguntas de un examen y se mordía el labio inferior.
—Está invitada, señorita Mitchell.
Ella alzó la vista bruscamente, como si no acabara de entender lo que quería decir.
— Es mi invitada. Pida lo que quiera, pero, por favor, pida carne.
Se sintió en la obligación de especificarlo, ya que el objetivo de aquella cena era suministrarle algo más nutritivo que el cuscús.
—No sé qué elegir.
—Si quiere, puedo elegir por usted.
Ella asintió y cerró la carta, sin dejar de morderse el labio.
En ese momento, Antonio regresó y les mostró orgulloso una botella de chianti con una etiqueta escrita a mano. _____ sonrió mientras el maître abría la botella y le servía un poco en la copa.

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Mensaje por Ava Del Angel Dom 17 Feb 2013, 5:31 pm

Continuacion Capitulo 5

Jonas la observó conteniendo el aliento mientras ella hacía girar el vino en la copa con pericia y luego la levantaba para examinar el líquido a la luz de las velas. Se acercó la copa a la nariz, cerró los ojos e inspiró. Luego se la llevó a los carnosos labios y probó el vino, manteniéndolo en la boca unos instantes antes de tragárselo.
Abrió los ojos y, con una sonrisa más amplia, le dio las gracias a Antonio por su precioso regalo.
El maître, radiante, felicitó al señor Jonas por su elección de acompañante con un entusiasmo un poco excesivo y llenó ambas copas con su vino favorito.
Mientras tanto, Jonas había tenido que ajustarse los pantalones por debajo de la mesa, porque la visión de la señorita Mitchell probando el vino había resultado ser la imagen más erótica que había visto nunca. No era sólo atractiva; era hermosa, como un ángel o una musa. Y tampoco era simplemente hermosa; era sensual, hipnótica y al mismo tiempo inocente. Sus bonitos ojos reflejaban una pureza y una profundidad de sentimientos en las que no se había fijado hasta entonces.
Con esfuerzo, apartó la vista mientras volvía a ajustarse los pantalones. Se sintió sucio y un poco avergonzado por su reacción. Una reacción de la que iba a tener que ocuparse más tarde. A solas. Rodeado de olor a vainilla.
Por de pronto pidió por los dos, asegurándose de que les traían los trozos más grandes de filet mignon. Cuando la señorita Mitchell protestó, él hizo un gesto despectivo con la mano y le dijo que si le sobraba algo se lo podría llevar a casa.
Esperaba que las sobras le sirvieran para alimentarse un par de días más.
Se preguntó qué comería cuando se le hubieran acabado, pero se negó a obsesionarse con el tema. Aquella cena no iba a volver a repetirse. Era una excepción.
Sólo la había invitado para disculparse por haberla humillado en su despacho. Después de esa noche, las cosas entre ellos volverían a ser estrictamente profesionales y la joven tendría que enfrentarse sola a sus futuras calamidades.
_____, por su parte, se sentía muy feliz de que estuvieran juntos. Quería hablar con él, hablar con él de verdad, preguntarle por su familia y por el funeral. Quería consolarlo por la pérdida de su madre. Quería contarle sus secretos y que él, a cambio, le susurrara los suyos al oído. Pero los ojos del señor Jonas, clavados en ella pero guardando las distancias, le dijeron que, por el momento, eso no iba a ser posible. Así que sonrió y jugueteó con los cubiertos, esperando no irritarlo con su nerviosismo.
—¿Por qué empezó a estudiar italiano en el instituto?
_____ ahogó una exclamación, abrió mucho los ojos y se quedó con su preciosa boca abierta.
Él frunció el cejo ante su reacción, completamente desproporcionada a su pregunta. No la había interrogado sobre su talla de sujetador. No pudo evitar que los ojos se le dirigieran a sus pechos antes de volver a mirarla a la cara. Se ruborizó cuando una talla y una letra aparecieron milagrosamente en su mente.
—Ejem... me interesaba mucho la literatura italiana. Dante y Beatriz especialmente —respondió ella, doblando y volviendo a doblar la servilleta que tenía en el regazo. Unos cuantos rizos cayeron sobre su rostro ovalado con el movimiento.
Él se acordó entonces del cuadro que tenía en su apartamento y de su extraordinario parecido con Beatriz. Una vez más, su mente le envió señales de aviso y, una vez más, las ignoró.
—Son unos intereses notables para una jovencita —señaló, contemplándola y admirando su belleza.
—Tuve un... amigo que me inició en el tema —replicó _____, como si el recuerdo le resultara doloroso.
Al darse cuenta de que se estaba adentrando en un terreno peligrosamente personal, él retrocedió y cambió de tema.
—Ha impresionado a Antonio. Está encantado con usted.
Ella lo miró y sonrió.
—Es un hombre muy amable.
—Y usted florece con la amabilidad, ¿no es cierto? Como una rosa.
Las palabras salieron de sus labios antes de poder reflexionar sobre lo que estaba diciendo. Una vez dichas, con _____ mirándolo con una calidez alarmante, ya no pudo retirarlas.
Había llegado demasiado lejos. Se encerró en sí mismo y empezó a mirar con atención la copa de vino para no mirarla a ella, y sus modales se volvieron fríos y distantes. _____ se dio cuenta del cambio. Lo aceptó y no hizo ningún intento por retomar la conversación anterior.
A lo largo de la cena, un Antonio claramente cautivado pasó más tiempo del necesario charlando en italiano con la hermosa ________, invitándola a cenar con su familia en el club italo-canadiense el domingo siguiente. Ella aceptó encantada y fue recompensada con tiramisú, espresso, biscotti, grappa y, para acabar, un bombón Baci. A Jonas no le ofrecieron ninguna de esas delicias, por lo que permaneció malhumorado, viéndola disfrutar.
Al final de la cena, Antonio le puso a _____ lo que parecía un gran cesto de comida en las manos, sin querer escuchar las protestas de la joven. La besó en las mejillas varias veces tras ayudarla a ponerse la gabardina y le rogó al profesor que volviera a traerla pronto y a menudo.
Él enderezó la espalda y le dirigió al maître una mirada glacial.
—Eso no va a ser posible —dijo y, girando sobre sus talones, salió del restaurante, dejando que _____ y su pesado cesto de comida lo siguieran desanimados.
Mientras los veía alejarse, Antonio se preguntó por qué habría llevado el profesor a una criatura tan deliciosa a un restaurante tan romántico para pasarse la noche sentado serio, sin apenas dirigirle la palabra, casi como si le resultara doloroso estar allí.
Cuando llegaron al apartamento de la señorita Mitchell, Jonas abrió la puerta del Jaguar y cogió la cesta de comida del asiento de atrás. Sin poder reprimir su curiosidad, echó un vistazo al contenido.
—Vino, aceite de oliva, vinagre balsámico, biscotti, un bote de salsa marinara hecha por la esposa de Antonio, restos de comida... Va a alimentarse muy bien durante los próximos días.
—Gracias a usted —dijo ella, alargando los brazos hacia la cesta.
—Pesa mucho. Yo la llevaré.
La acompañó hasta la puerta del edificio y esperó mientras ella abría la puerta. Luego le dio la cesta.
Ruborizándose, _____ se miró los zapatos y buscó las palabras adecuadas para lo que quería decir.
—Gracias, profesor Jonas, por una noche tan agradable. Ha sido muy generoso por su parte...
—Señorita Mitchell —la interrumpió él—, no hagamos esto más incómodo de lo que ya es. Lamento mi... mala educación. Mi única excusa es... de carácter privado, así que démonos la mano y empecemos de cero.
Alargó la mano y ella se la estrechó. Él trató de no apretar con demasiada fuerza para no hacerle daño. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para ignorar la electricidad que sintió en las venas ante el contacto de su piel, suave y delicada.
—Buenas noches, señorita Mitchell.
—Buenas noches, profesor Jonas.
Y con esas palabras desapareció en el interior de la casa, despidiéndose de él en mejores términos que horas atrás.
Aproximadamente una hora más tarde, _____ estaba sentada en la cama, contemplando la fotografía que siempre guardaba debajo de la almohada. Se la quedó mirando un buen rato, tratando de decidir si debía romperla, dejarla donde estaba o guardarla en un cajón. Siempre le había encantado esa foto. Le encantaba su sonrisa.
Era la foto más bonita que había visto nunca, pero le dolía demasiado mirarla.
Alzó la vista hacia la lámina colgada junto a su cama, reprimiendo las lágrimas.
No sabía qué había esperado de su Dante, pero sabía que no lo había conseguido. Así que, con la sabiduría que sólo se obtiene con un corazón roto, decidió que debía olvidarse de él de una vez por todas.
Se acordó de su despensa abarrotada y de la amabilidad de Antonio. Pensó en los mensajes que Paul le había dejado en el contestador, expresándole su preocupación por haberla dejado sola con El Profesor y rogándole que lo llamara sin importar la hora que fuera para decirle que estaba bien.
Fue hasta la cómoda, abrió el cajón de arriba y metió la foto dentro, con respeto pero con decisión, colocándola en la parte de atrás, bajo la lencería sexy que nunca se ponía. Y con el contraste entre los tres hombres de su vida bien presente en su mente, volvió a la cama, cerró los ojos y soñó con un huerto de manzanos abandonado.
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Mensaje por Ava Del Angel Dom 17 Feb 2013, 5:33 pm


Capitulo 6

El viernes, _____ encontró un documento oficial en su casillero, informándola de que el profesor Jonas había aceptado dirigir su proyecto. Estaba contemplándolo sorprendida, preguntándose qué lo habría hecho cambiar de idea, cuando Paul apareció a su espalda.
—¿Estás lista?
Ella lo saludó con una sonrisa, mientras guardaba el documento en su mochila, que había arreglado lo mejor que había podido. Salieron del edificio y echaron a andar por la calle Bloor en dirección al Starbucks que estaba a media manzana de allí.
—Quiero que me cuentes qué tal te fue con Jonas, pero antes tengo que decirte una cosa —dijo él, muy serio.
_____ lo miró con ansiedad.
—No tengas miedo, Conejito. No te va a doler —la tranquilizó, dándole unas palmaditas en el brazo.
El corazón de Paul era casi tan grande como el resto de su persona y siempre estaba atento al sufrimiento de los demás.
—Sé lo que pasó con la nota.
Ella cerró los ojos y maldijo en silencio.
—Paul, lo siento mucho. Iba a contarte que metí la pata y que escribí por el otro lado de tu nota, pero luego se me pasó. No le dije que lo habías escrito tú.
Él la agarró del brazo para interrumpirla.
—Lo sé. Se lo dije yo.
_____ lo miró, sorprendida.
—¿Por qué lo hiciste?
Mientras se hundía en las profundidades de los grandes ojos castaños del Conejito, Paul se convenció de que haría cualquier cosa por impedir que nadie le hiciera daño. Incluso si eso le costaba su carrera académica. Incluso si tenía que sacar a rastras a Jonas del Departamento de Estudios Italianos para darle en su pomposo
trasero la patada que tanto se merecía.
—La señora Jenkins me contó que El Profesor te había mandado llamar y pensé que querría echarte la bronca. Encontré una copia de la nota en la pila de papeles para fotocopiar que me dejó preparada —dijo, encogiéndose de hombros—. Son los riesgos de trabajar como ayudante de un gilipollas.
Le tiró del brazo para animarla a seguir andando, pero esperó a continuar la conversación hasta después de invitarla a un enorme café con leche con vainilla y sin azúcar. Cuando _____ acabó de acomodarse como un gato en un sofá de terciopelo lila y
Paul se hubo convencido de que estaba cómoda y calentita, se volvió hacia ella con expresión comprensiva.
—Sé que fue un accidente. Estabas tan nerviosa después del primer seminario...
Debí acompañarte hasta la puerta. Sinceramente, _____, nunca lo había visto actuar como ese día. A veces puede darse aires de superioridad o ser un poco susceptible, pero nunca se había comportado con tanta agresividad con una alumna. Fue incómodo para todos los que estábamos allí.
Ella bebió un sorbo de su café con leche y lo dejó hablar.
—Cuando encontré la nota entre los papeles, supe que iba a arrancarte la cabeza.
Pregunté a qué hora tenías la entrevista con él y concerté cita antes. Le confesé que lo había escrito yo y traté de hacerle creer que había escrito también tu parte, pero eso ya no se lo creyó.
—¿Hiciste todo eso por mí?
Paul sonrió y flexionó los brazos en broma.
—Trataba de ser tu escudo humano. Pensé que si se desahogaba conmigo, ya no le quedarían ganas de gritarte a ti. —La miró fijamente—. Pero no funcionó, ¿verdad?
Ella lo miró con agradecimiento.
—Nadie había hecho algo así por mí. Te debo una.
—No tiene importancia. Ojalá hubiera descargado su mal humor conmigo. ¿Qué te dijo?
_____ fingió estar muy interesada en la taza y no haber oído la pregunta.
—Vaya. ¿Tan mal fue? —Preguntó Paul, frotándose la barbilla—. Bueno, al menos ahora parece que ya se le haya olvidado. Durante el último seminario ha estado educado.
A _____ se le escapó la risa.
—Sí, aunque no me ha dejado abrir la boca, ni siquiera cuando levantaba la mano.
Estaba demasiado ocupado dejando que Christa Peterson respondiera a todas las preguntas.
Paul la miró con curiosidad.
—No te preocupes por ella. Tiene problemas con Jonas por un asunto relacionado con su proyecto. No le gusta cómo lo está enfocando. Él mismo me lo dijo.
—Eso es horrible. ¿Lo sabe Christa?
Paul se encogió de hombros.
—Debería saberlo, pero ¿quién sabe? Está tan obcecada en seducirlo, que su trabajo se está resintiendo. Es una vergüenza.
_____ tomó nota de esa información y la guardó en su memoria para usarla cuando la necesitara. Se echó hacia atrás en el sillón, se relajó y disfrutó del resto de la tarde con Paul, que estuvo encantador, amable y consiguió que se alegrara de haber ido a
Toronto. A las cinco en punto, el estómago empezó a hacerle ruido y ella se lo agarró con ambas manos, avergonzada.
Paul se echó a reír. _____ era un encanto de criatura. Hasta cuando le sonaba el estómago era graciosa.
—¿Te gusta la comida tailandesa?
—Oh, sí. Había un sitio en Filadelfia al que iba muy a menudo con... —Se interrumpió antes de decir su nombre en voz alta.
El tailandés era el sitio adónde iba siempre con él. Se preguntó si seguiría yendo allí con la otra. Si se sentarían a su antigua mesa, riéndose de ella.
Paul carraspeó para devolverla a la realidad.
—Lo siento. —_____ agachó la cabeza y empezó a rebuscar en la mochila, sin un propósito en particular.
—Hay un tailandés genial en esta misma calle. Está a varias manzanas de aquí, así que habrá que caminar un poco, pero la comida es francamente buena. Si no tienes otros planes, deja que te invite a cenar.
Sólo se le notaba que estaba nervioso por el modo de mover el pie. Al mirarlo a los ojos, cálidos y oscuros, _____ pensó que la amabilidad era mucho más importante en la vida que la pasión y aceptó su invitación sin pensarlo más.
Él sonrió encantado y, levantando la mochila de ella del suelo, se la colgó del hombro sin ningún esfuerzo.
—Esta carga es demasiado pesada para ti —le dijo, mirándola a los ojos y eligiendo cada palabra cuidadosamente—. Deja que yo la lleve un rato.
_____ sonrió mirando al suelo y lo siguió fuera.
Jonas volvía a casa andando. Era un paseo, pero cuando hacía mal tiempo o cuando iba a salir después de clase, prefería llevar el coche.
Mientras caminaba, pensaba en la conferencia que iba a dar en la universidad sobre la lujuria en la obra de Dante. La lujuria era un pecado sobre el que reflexionaba a menudo y con mucho placer. De hecho, pensar en ese apetito y en las mil maneras de satisfacerlo era muy tentador. Tuvo que cerrarse la gabardina para que la levemente espectacular visión de su bragueta no atrajera miradas indeseadas.
En ese momento la vio. Se detuvo para mirar a la belleza de cabello oscuro que caminaba por la otra acera.
«Calamity Julianne.»
Pero no estaba sola. Paul caminaba a su lado, llevando su abominación de mochila. Charlaban y reían y se los veía muy cómodos. Y, lo que era peor, iban peligrosamente juntos.
«¿Así que le llevas los libros? Muy adolescente por tu parte, Paul.»
Se fijó en que las manos de la pareja se rozaban al caminar y que su contacto provocaba una sonrisa en la señorita Mitchell. Él gruñó al verlo, mostrando los dientes.
«¿Qué demonios ha sido eso?», se preguntó.
Se detuvo un momento para calmarse y reflexionar. Apoyándose en el escaparate de una tienda de Louis Vuitton, trató de poner en orden sus ideas. Era un ser racional.
Llevaba ropa que cubría su desnudez, conducía un coche y comía con servilleta, cuchillo y tenedor. Tenía un empleo bien remunerado que requería habilidad y agudeza intelectual. Controlaba sus instintos sexuales mediantes varios sistemas, todos ellos civilizados, y nunca se acostaría con una mujer en contra de la voluntad de ésta.
Sin embargo, al ver a la señorita Mitchell con Paul, se había dado cuenta de que también era un animal. Un ser primitivo. Salvaje. Su instinto le había gritado que se acercara a ellos, la arrancara de los brazos de Paul y se la llevara a rastras. Quería besarla hasta dejarla sin sentido, desplazar los labios hasta su cuello y reclamarla como su única pareja.
«¿Qué coño?»
Se asustó ante el rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Aparte de en un idiota y un gilipollas pomposo, se estaba convirtiendo en un neandertal. Ya sólo le faltaba apoyarse en los nudillos para caminar y empezar a jadear. ¿Qué mosca le había picado? No tenía ningún derecho a sentirse el dueño de una jovencita a la que acababa de conocer y que, por cierto, lo odiaba. Ah y que además era alumna suya.
Tenía que irse a casa, tumbarse y respirar hondo hasta calmarse de una jodida vez. Luego iba a necesitar algo más fuerte. Mientras seguía caminando, alejándose en contra de su voluntad de la joven pareja, se sacó el iPhone del bolsillo y apretó unos cuantos botones.
Una mujer respondió al tercer timbrazo.
—¿Hola?
—Hola, soy yo. ¿Podemos vernos esta noche?
Ava Del Angel
Ava Del Angel


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El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo) - Página 2 Empty Re: El Infierno de Gabriel ( Nick y Yo)

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