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"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Hola chicasss.. ak stoy yo con otra novee..espero que les guste.. ak su nombre es "Astrid" (Estrella)
y bno nada comenten!!!
NICHOLAS DE MOESIA
Nacido: 155 AC
Lugar de Nacimiento: Viminacium, Moesia
Lema: ¿Has bailado alguna vez con el diablo a la pálida luz de la luna?
Canción Favorita para cazar por ahí: El Pelo Del Perro de Nazareth.
Lugar actual: Alaska
Cita de Night Embrance:“Déjame darte la descripción de mi trabajo. Yo, Cazador Oscuro. Tu, Daimon. Yo golpeo. Tú sangras. Yo mato. Tú mueres.”
Nicholas era el hijo no deseado de una esclava griega y un senador romano. Un momento después de su nacimiento, su madre se lo entregó a un criado con órdenes de matarlo. El criado tuvo misericordia del niño y se lo llevó a su padre quien no le dio más importancia al bebé que su madre, así es que Nicholas se convirtió en el chivo expiatorio de una noble familia romana.
Nadie sabe cómo murió o por que él intercambió su alma —él lo mantiene como un secreto bien guardado.
Él no confía en nadie. Rara vez interactúa con otros Cazadores Oscuros y cuando lo hace, es siempre a regañadientes y con un desdén extremo hacia ellos.
Por su negativa fija a seguir cualquier orden (aún las de Artemisa) y su falta de aprecio por cualquiera aparte de sí mismo, él es mantenido aislado en Alaska, donde su actividad está seriamente limitada y estrechamente monitoreada. Hay muchos que tienen miedo que él algún día desate sus poderes en contra de la humanidad así como también de los Daimons.
El punto de vista de Nicholas:
Cazador Oscuro: Un guardián sin alma que está entremedio del género humano y los que quieren destruirlo. Bravo, correcto. La única parte de ese código de honor que obtuve fue eternidad y soledad.
Locura: Una condición que muchos dicen que sufro después de haber estado solo por tanto tiempo. Pero no padezco de mi locura, disfruto cada minuto de ella.
Confianza: No puedo confiar en nadie... ni siquiera en mí mismo. En lo único que confío es en mi habilidad para hacer la cosa equivocada en cualquier situación y hacerle daño a cualquiera que se ponga en mi camino.
Verdad: Resistí toda una vida como un esclavo romano, y 900 años como un Cazador Oscuro exiliado. Ahora estoy cansado de resistir. Quiero la verdad acerca de lo que sucedió la noche que fui exiliado, no tengo nada que perder y todo que ganar.
Astrid (en griego significa estrella): Una mujer excepcional que puede ver directamente la verdad. Valiente y fuerte, ella es un punto de luz en la oscuridad. Ella me toca y yo tiemblo. Ella sonríe y mi frío corazón se hace pedazos.
Nicholas: Dicen que aún el hombre más condenado puede ser perdonado. Nunca creí eso hasta la noche en que Astrid abrió su puerta para mí e hizo que esta bestia quisiera ser humano otra vez. Hizo que quisiera amar y ser amado. ¿Pero cómo puede un ex—esclavo, cuya alma es poseída por una diosa griega, siquiera soñar con tocar y mucho menos abrazar, a una estrella fogosa?
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
y bno nada comenten!!!
NICHOLAS DE MOESIA
Nacido: 155 AC
Lugar de Nacimiento: Viminacium, Moesia
Lema: ¿Has bailado alguna vez con el diablo a la pálida luz de la luna?
Canción Favorita para cazar por ahí: El Pelo Del Perro de Nazareth.
Lugar actual: Alaska
Cita de Night Embrance:“Déjame darte la descripción de mi trabajo. Yo, Cazador Oscuro. Tu, Daimon. Yo golpeo. Tú sangras. Yo mato. Tú mueres.”
Nicholas era el hijo no deseado de una esclava griega y un senador romano. Un momento después de su nacimiento, su madre se lo entregó a un criado con órdenes de matarlo. El criado tuvo misericordia del niño y se lo llevó a su padre quien no le dio más importancia al bebé que su madre, así es que Nicholas se convirtió en el chivo expiatorio de una noble familia romana.
Nadie sabe cómo murió o por que él intercambió su alma —él lo mantiene como un secreto bien guardado.
Él no confía en nadie. Rara vez interactúa con otros Cazadores Oscuros y cuando lo hace, es siempre a regañadientes y con un desdén extremo hacia ellos.
Por su negativa fija a seguir cualquier orden (aún las de Artemisa) y su falta de aprecio por cualquiera aparte de sí mismo, él es mantenido aislado en Alaska, donde su actividad está seriamente limitada y estrechamente monitoreada. Hay muchos que tienen miedo que él algún día desate sus poderes en contra de la humanidad así como también de los Daimons.
El punto de vista de Nicholas:
Cazador Oscuro: Un guardián sin alma que está entremedio del género humano y los que quieren destruirlo. Bravo, correcto. La única parte de ese código de honor que obtuve fue eternidad y soledad.
Locura: Una condición que muchos dicen que sufro después de haber estado solo por tanto tiempo. Pero no padezco de mi locura, disfruto cada minuto de ella.
Confianza: No puedo confiar en nadie... ni siquiera en mí mismo. En lo único que confío es en mi habilidad para hacer la cosa equivocada en cualquier situación y hacerle daño a cualquiera que se ponga en mi camino.
Verdad: Resistí toda una vida como un esclavo romano, y 900 años como un Cazador Oscuro exiliado. Ahora estoy cansado de resistir. Quiero la verdad acerca de lo que sucedió la noche que fui exiliado, no tengo nada que perder y todo que ganar.
Astrid (en griego significa estrella): Una mujer excepcional que puede ver directamente la verdad. Valiente y fuerte, ella es un punto de luz en la oscuridad. Ella me toca y yo tiemblo. Ella sonríe y mi frío corazón se hace pedazos.
Nicholas: Dicen que aún el hombre más condenado puede ser perdonado. Nunca creí eso hasta la noche en que Astrid abrió su puerta para mí e hizo que esta bestia quisiera ser humano otra vez. Hizo que quisiera amar y ser amado. ¿Pero cómo puede un ex—esclavo, cuya alma es poseída por una diosa griega, siquiera soñar con tocar y mucho menos abrazar, a una estrella fogosa?
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
Belieber&Smiler♥
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
holaaa!!!
me encantaa =)!!
Sigueelaaa!!
1er CAP ya me leeii Amante de ensueñoo!!
qe Noveelaa!
la amee :twisted:
me encantaa =)!!
Sigueelaaa!!
1er CAP ya me leeii Amante de ensueñoo!!
qe Noveelaa!
la amee :twisted:
Invitado
Invitado
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
– Bailando con el Diablo (Dance with the Devil)
PROLOGO
NUEVA ORLEÁNS
EL DÍA DESPUÉS DE MARDI GRAS
Nicholas se reclinó en su asiento mientras el helicóptero despegaba. Se iba a casa, a Alaska.
Sin duda moriría allí.
Si Artemisa no lo mataba, entonces estaba seguro que Dionisio lo haría. El dios del vino y el exceso había sido muy explícito en su desagrado sobre la traición de Nicholas, y en lo que tenía intención de hacerle como castigo.
Por la felicidad de Sunshine Runningwolf, Nicholas se había cruzado en el camino del dios, quien se aseguraría de hacerle sufrir aún peores horrores que aquellos vividos en su pasado humano.
No era que a él le importase. No había mucho en la vida o la muerte por lo que Nicholas alguna vez se hubiera preocupado.
Todavía no sabía por qué había puesto su trasero en la línea por Talon y Sunshine, aparte del hecho de que joder a las personas era lo único que verdaderamente le daba placer.
Su mirada cayó a la mochila que estaba a sus pies.
Antes de percatarse lo que hacía, sacó el tazón, hecho a mano, que Sunshine le había dado y lo sostuvo entre sus manos.
Fue el único momento en su vida que alguien le había dado algo sin que tuviese que pagarlo.
Pasó sus manos sobre los diseños intrincados que Sunshine había grabado. Ella probablemente había pasado horas con este tazón.
Tocándolo con manos amorosas.
—Pierden el tiempo con una muñeca de trapo y eso se vuelve de suma importancia para ellos; y si alguien se los quita, entonces lloran…
El pasaje del Principito pasó por su mente. Sunshine había pasado mucho tiempo en esto y le había dado arduo trabajo sin ninguna razón aparente. Ella probablemente no tenía idea cuánto lo había conmovido su sencillo regalo.
—Realmente eres patético —suspiró agarrando firmemente el tazón en sus manos mientras torcía su labio en repugnancia. —No significó nada para ella, y por un pedazo de arcilla sin valor te consignaste a la muerte eterna.
Cerrando los ojos, él tragó.
Era cierto.
Una vez más, iba a morir por nada.
—¿Y qué?
Déjenlo morir. ¿Qué importaba?
Si no lo mataban en el viaje, entonces sería en una buena pelea, y las buenas peleas eran demasiado pocas y muy esporádicas en Alaska.
Esperaba con ilusión el desafío.
Enojado consigo mismo y con todo el mundo, Nicholas hizo añicos el tazón con sus pensamientos, luego se sacudió el polvo de sus pantalones.
Sacando su reproductor de MP3, seleccionó la canción de Nazareth Hair of the Dog, se puso los audífonos, y esperó a que Mike aclarara las ventanas del helicóptero y dejara entrar la luz del sol tan letal para él.
Era, después de todo, lo qué Dionisio había pagado al Escudero para que hiciera, y si el hombre tenía una pizca de sentido común obedecería, porque si Mike no lo hacía, iba a desear haberlo hecho.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
PROLOGO
NUEVA ORLEÁNS
EL DÍA DESPUÉS DE MARDI GRAS
Nicholas se reclinó en su asiento mientras el helicóptero despegaba. Se iba a casa, a Alaska.
Sin duda moriría allí.
Si Artemisa no lo mataba, entonces estaba seguro que Dionisio lo haría. El dios del vino y el exceso había sido muy explícito en su desagrado sobre la traición de Nicholas, y en lo que tenía intención de hacerle como castigo.
Por la felicidad de Sunshine Runningwolf, Nicholas se había cruzado en el camino del dios, quien se aseguraría de hacerle sufrir aún peores horrores que aquellos vividos en su pasado humano.
No era que a él le importase. No había mucho en la vida o la muerte por lo que Nicholas alguna vez se hubiera preocupado.
Todavía no sabía por qué había puesto su trasero en la línea por Talon y Sunshine, aparte del hecho de que joder a las personas era lo único que verdaderamente le daba placer.
Su mirada cayó a la mochila que estaba a sus pies.
Antes de percatarse lo que hacía, sacó el tazón, hecho a mano, que Sunshine le había dado y lo sostuvo entre sus manos.
Fue el único momento en su vida que alguien le había dado algo sin que tuviese que pagarlo.
Pasó sus manos sobre los diseños intrincados que Sunshine había grabado. Ella probablemente había pasado horas con este tazón.
Tocándolo con manos amorosas.
—Pierden el tiempo con una muñeca de trapo y eso se vuelve de suma importancia para ellos; y si alguien se los quita, entonces lloran…
El pasaje del Principito pasó por su mente. Sunshine había pasado mucho tiempo en esto y le había dado arduo trabajo sin ninguna razón aparente. Ella probablemente no tenía idea cuánto lo había conmovido su sencillo regalo.
—Realmente eres patético —suspiró agarrando firmemente el tazón en sus manos mientras torcía su labio en repugnancia. —No significó nada para ella, y por un pedazo de arcilla sin valor te consignaste a la muerte eterna.
Cerrando los ojos, él tragó.
Era cierto.
Una vez más, iba a morir por nada.
—¿Y qué?
Déjenlo morir. ¿Qué importaba?
Si no lo mataban en el viaje, entonces sería en una buena pelea, y las buenas peleas eran demasiado pocas y muy esporádicas en Alaska.
Esperaba con ilusión el desafío.
Enojado consigo mismo y con todo el mundo, Nicholas hizo añicos el tazón con sus pensamientos, luego se sacudió el polvo de sus pantalones.
Sacando su reproductor de MP3, seleccionó la canción de Nazareth Hair of the Dog, se puso los audífonos, y esperó a que Mike aclarara las ventanas del helicóptero y dejara entrar la luz del sol tan letal para él.
Era, después de todo, lo qué Dionisio había pagado al Escudero para que hiciera, y si el hombre tenía una pizca de sentido común obedecería, porque si Mike no lo hacía, iba a desear haberlo hecho.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
Belieber&Smiler♥
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Pucky!! me vass a matar el fiina de La otraa novee wOuu me encantoo miis
2 hijiitoss!!
xDDD!! :cheers:
2 hijiitoss!!
xDDD!! :cheers:
Invitado
Invitado
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Dedicado a: "Karenzitah" por ser mi primera lectora :cheers:
Capítulo 1
Acheron Parthenopaeus era un hombre de muchos secretos y poderes. Como Cazador Oscuro primogénito y líder de los de su clase, había proclamado ser, desde hacía nueve mil años, el intermediario entre ellos y Artemisa, la diosa de la cacería, quien los había creado.
Era un trabajo que rara vez disfrutaba y una situación que siempre había odiado. Como una niña descarriada, a Artemisa no había nada que le gustara más que provocarlo, sólo para ver hasta dónde podía llegar antes de que él la reprendiese.
La de ellos era una relación complicada que dependía de un balance de poder. Solamente él poseía la habilidad para mantenerla calma y racional.
Al menos la mayoría de las veces.
Entretanto ella tenía la única fuente de alimento que él necesitaba para mantenerse humano. Compasivo.
Sin ella, se convertiría en un asesino sin espíritu, peor aún que los Daimons que atacaban a los humanos.
Sin él, ella no tendría corazón o conciencia.
En la noche de Mardi Gras, había negociado con ella intercambiando dos semanas de servidumbre para que liberara el alma de Talon y permitiera que el Cazador Oscuro dejara su servicio y pasara su inmortalidad con la mujer que amaba.
Talon fue liberado de cazar vampiros y otras criaturas demoníacas que asechaban la tierra buscando víctimas desventuradas.
Ahora Ash estaba restringido a usar la mayor parte de sus poderes mientras estaba recluido dentro del templo de Artemisa, donde tenía que depender de su capricho de mantenerlo informado sobre el progreso de la cacería de Nicholas.
Sabía lo traicionado que Nicholas se sentía y eso lo atormentaba mentalmente. Mejor que cualquiera, él entendía lo que era ser dejado completamente solo, para sobrevivir por instinto y tener sólo enemigos alrededor de él.
Ash no podía soportar pensar que uno de sus hombres se sintiera así.
—Quiero que llames a Thanatos —dijo Ash mientras se sentaba sobre el piso de mármol a los pies de Artemisa. Ella yacía recostada en su trono coloreado en marfil, el cual siempre le había parecido una silla de salón muy recargada. Era decadente y suave, un estudio de puro deleite hedonista.
Artemisa no era nada sino una criatura del confort.
Ella sonrió lánguidamente mientras se tendía sobre la espalda. Su blanco y diáfano peplo exhibía más de su cuerpo que lo que cubría, y mientras se movía, su mitad inferior quedó enteramente desnuda para él.
Desinteresado, levantó su mirada a la de ella.
Ella arrastró una mirada caliente, lujuriosa sobre su cuerpo, el cual estaba desnudo excepto por un par de ajustados pantalones de cuero negro. La satisfacción brillaba en los luminosos ojos verdes mientras ella jugueteaba con una hebra de su largo cabello rubio, que cubría la mordedura en su cuello. Ella estaba bien alimentada y contenta por estar con él.
Él ninguna de las dos cosas.
—Aún estás débil, Acheron –dijo ella quedamente, —y en ninguna posición para hacerme demandas. Además, tus dos semanas conmigo recién han comenzado. ¿Dónde esta la obediencia que me prometiste?
Ash se levantó lentamente para elevarse sobre ella. Afirmó sus brazos a cada lado de ella y se acercó hasta que sus narices casi se tocaron. Sus ojos se agrandaron un grado, sólo lo suficiente como para dejarle saber que a pesar de sus palabras, ella sabía cuál de ellos era el más poderoso, aún mientras estuviese debilitado. —Llama a tu mascota, Artie. Lo digo en serio. Te dije hace mucho tiempo que no había necesidad que un Thanatos asechara a mis Hunters y yo estoy cansado de este juego que juegas. Lo quiero enjaulado.
—No —dijo ella en un tono que era casi petulante. —Nicholas debe morir. Fin de la sinfonía. En el momento que su foto salió en el noticiero nocturno, mientras mataba Daimons, colocó a todos los Cazadores Oscuros en peligro. No podemos dejar que las autoridades humanas se enteren de ellos. Si alguna vez encuentran a Nicholas...
—¿Quién lo va a encontrar? Está recluido en el medio de ningún lugar por tu crueldad.
—No lo puse allí, tú lo hiciste. Yo lo quería matar y te rehusaste. Es culpa tuya que este desterrado en Alaska, así que no me culpes.
Ash frunció su labio. —No iba dar muerte a un hombre porque tú y tus hermanos estaban jugando con su vida.
Él quería otro destino para Nicholas. Pero hasta ahora, ninguno de los dioses, ni Nicholas, habían cooperado.
Maldito libre albedrío, de cualquier manera. Los había metido a todos ellos en más problemas de los que necesitaban.
Ella entrecerró los ojos. —¿Por qué te importa tanto, Acheron? Comienzo a sentir celos de este Cazador Oscuro y del amor que tienes por él.
Ash se apartó de ella. Ella hacía que su preocupación por uno de sus hombres sonara obscena.
Por supuesto, era buena en eso.
Lo que sentía por Nicholas era un lazo de amistad, como hermanos. Mejor que cualquiera, él entendía la motivación del hombre. Sabía por que Nicholas atacaba con enojo y frustración.
Había sólo una cantidad de golpes que un perro podía recibir antes de que se volviera mordedor.
Él mismo estaba tan cerca de cambiar que no podía culpar a Nicholas por el hecho de haberse convertido en rabioso, siglos atrás.
Aún así, no podía dejar morir a Nicholas. No de esta forma. No sobre algo que no había sido su culpa. El incidente en el callejón de Nueva Orleáns, donde Nicholas había atacado a los policías, había sido una trampa puesta por Dionisio para exponer a Nicholas a los humanos y así causar que Artemisa llamara a una cacería de sangre por la vida del hombre.
Si Thanatos o los Escuderos lo mataban, entonces Nicholas se convertiría en una sombra incorpórea que estaba condenada a pasar la eternidad en la tierra. Por siempre hambriento y sufriendo.
Por siempre adolorido.
Ash se sobresaltó ante el pensamiento.
Incapaz de soportarlo, se apresuró a la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó Artemisa.
—A encontrar a Themis y deshacer lo que has comenzado.
Artemisa repentinamente apareció delante de él, bloqueando su camino hacia la puerta. —No vas a ningún lado.
—Entonces llama a tu perro.
—No.
—Bien —. Ash bajó la mirada a su brazo derecho en la que tenía un tatuaje de dragón que iba desde el hombro hasta la muñeca. — Simi —ordenó él. —Toma forma humana.
El dragón se levantó de su piel, intercambió su forma a la de una demoníaca mujer joven, no más alta que noventa centímetros. Ella revoloteó sin esfuerzo a su derecha.
En esta encarnación, sus alas eran azul oscuro y negro, si bien ella usualmente prefería el color borgoña. El color más oscuro de las alas combinadas con el color de sus ojos le decía claramente qué tan desdichada estaba Simi de encontrarse aquí, en el Olimpo.
Sus ojos eran blancos, bordeados en rojo, y su largo pelo rubio flotaba alrededor de ella. Tenía cuernos negros que eran más bellos que siniestros y largas y puntiagudas orejas. Su vestido rojo se envolvía alrededor de su cuerpo ágil y musculoso, el cuál ella podía amoldar a cualquier tamaño desde tres centímetros a dos metros cuarenta de alto en forma humana o tan grande como veinticuatro metros como un dragón.
—¡No! —dijo Artemisa, tratando de usar sus poderes para contener al demonio Charonte. Esto no perturbó a Simi, quien sólo podía ser convocada o controlada por Ash o su madre.
—¿Que necesitas, akri?—preguntó Simi a Ash.
—Mata a Thanatos.
Simi mostró sus colmillos mientras se frotaba las manos alegremente y dirigía una malvada sonrisa afectada a Artemisa. —¡Oh, sí! ¡Voy a enojar a la diosa pelirroja!
Artemisa miró desesperadamente a Ash. —Ponla de regreso en tu brazo.
—Olvídalo, Artemisa. Tú no eres la única que puede ordenar un asesinato. Personalmente, pienso que sería interesante ver simplemente cuánto tiempo tu Thanatos duraría en contra de mi Simi.
La cara de Artemisa palideció.
—Él no durará mucho, akri –le dijo Simi a Ash, usando el término Atlante para "lord y maestro". Su voz era serena pero poderosa y tenía un tono musical. —Thanatos es barbacoa.
Ella sonrió a Artemisa. — Y a mí me gusta la barbacoa. Sólo dime cómo lo quieres, akri, receta normal o extra crujiente. Soy partidaria del extra crujiente. Hacen mucho ruido al masticarlos cuando están fritos en mucho aceite. Eso me recuerda, necesito un poco de pan.
Artemisa tragó audiblemente. —No la puedes enviar tras él. Es incontrolable sin ti.
—Ella hace sólo lo que le digo que haga.
—Esa cosa es una amenaza, con o sin ti. Zeus prohibió que alguna vez fuera sola al mundo humano.
Ash se mofó ante eso. —Ella es menos amenaza de lo que tú eres y ella sale todo el tiempo.
—No puedo creer que la sueltes tan descuidadamente. ¿Qué estás pensando?
Mientras discutían, Simi flotaba alrededor del cuarto, haciendo una lista en un pequeño libro cubierto de cuero. —Ooo, veamos, necesito mi salsa especiada de barbacoa. Definitivamente algunos guantes para horno, porque va a estar caliente por haber sido asado a la parrilla. Necesito traer un par de manzanos para así tener madera y que la carne quede con sabor a manzana. Hay que darle ese sabor extra, porque no me gusta el sabor a Daimon. ¡Ack!
—¿Qué está haciendo? —preguntó Artemisa mientras se percataba que Simi hablaba sola.
—Hace una lista de lo que necesita para matar a Thanatos.
—Suena como si fuera a comerlo.
—Probablemente.
Los ojos de Artemisa se estrecharon. —No lo puede comer. Lo prohíbo.
Ash le dirigió una media sonrisa siniestra. —Ella puede hacer lo que quiera. La enseñé a no desaprovechar.
Simi hizo una pausa y levantó su cabeza de la lista para decir con un bufido a Artemisa. —Simi tiene mucho cuidado con el medio ambiente. Come todo excepto pezuñas. No me gustan, lastiman mis dientes —. Ella miró a Ash. —¿Thanatos no tienen pezuñas, no?
—No, Simi, él no tiene.
Simi dio un grito feliz. —Ooo, buena comida esta noche. Traigo a un Daimon para barbacoa. ¿Puedo ir ahora, akri? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo, por favor? —. Simi bailó por todos lados como un niño pequeño, feliz en una fiesta de cumpleaños.
Ash clavó los ojos en Artemisa. —Depende enteramente de ti, Artie. Él vive o muere por tu palabra.
—¡No, akri!— Simi lloriqueó después de una pausa breve, atontada. Ella sonó como si estuviera sufriendo. —No le preguntes a ella eso. Ella nunca me dejaría tener diversión. ¡Ella es una diosa mezquina!
Ash sabía cuánto odiaba Artemisa que él le ganara una discusión. Sus ojos ardieron con furia reprimida. —¿Qué quieres que haga?
—Dices que Nicholas es inadecuado para vivir, que representa una amenaza para los otros. Todo lo que quiero es que Themis lo juzgue. Si su juicio encuentra que Nicholas es un peligro para los que están a su alrededor, entonces enviaré a Simi tras él para quitarle la vida.
Simi descubrió sus colmillos a Artemisa mientras intercambiaban burlas venenosas.
Finalmente, Artemisa lo miró. —Muy bien, pero no confío en tu demonio. Haré que Thanatos se retire, pero después de que Nicholas sea juzgado culpable, enviaré a Thanatos para matarle.
—Simi —dijo Ash a su compañera Charonte. —Regresa a mí.
Ella se vio disgustada por el mero pensamiento. —Regresa a mí, Simi —. Simi se burlaba mientras intercambiaba de forma. —No salgo a freír a la diosa. No salgo a freír a Thanatos —. Ella hizo un bufido extraño. —No soy un yo—yo, akri. Soy un Simi. Odio cuando me excitas sobre ir a matar algo y luego me dices que no. No me gusta eso. Es aburrido. Ya no me dejas divertirme.
—Simi –dijo él, acentuando su nombre.
El demonio hizo pucheros y luego voló al lado izquierdo de su cuerpo y regresó a su brazo con la forma de un pájaro estilizado, en su bícep.
Ash frotó su mano sobre la pequeña quemadura que siempre sentía cada vez que Simi salía o regresaba a su piel.
Artemisa se quedó con la mirada fija, con malicia ante la forma nueva de Simi. Luego, dio un paso alrededor de él y se apoyó contra su espalda mientras pasaba una mano sobre la imagen de Simi. —Un día voy a encontrar la manera de librarte de la bestia que descansa en tu brazo.
—Seguro que sí —dijo él, obligándose a soportar el toque de Artemisa mientras ella respiraba sobre su piel en tanto se apoyaba contra su espalda. Era algo que Ash nunca había podido tolerar sin dificultad, y era algo que ella sabía que él odiaba.
La miró sobre su hombro. —Y un día voy a encontrar la manera de deshacerme de la bestia que descansa sobre mi espalda.
Astrid se sentó sola en el atrio a leer su libro favorito, El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. No importa cuántas veces lo leyera, siempre encontraba algo nuevo en él.
Y hoy ella necesitaba encontrar algo bueno. Algo que le recordara que había belleza en el mundo. Inocencia. Alegría. Felicidad.
Sobre todo, quería encontrar esperanza.
Una brisa suave con perfume a lila flotó fuera del río, a través de las columnas dóricas de mármol y del tílburi blanco de mimbre donde ella estaba sentada. Sus tres hermanas habían estado aquí por poco tiempo, pero las había enviado de regreso.
Ni siquiera ellas la podían confortar.
Cansada y desilusionada, había buscado paz en su libro. En éste, ella veía bondad, una bondad que faltaba en la gente que había conocido en su vida.
¿No había decencia? ¿Ninguna bondad?
¿La humanidad finalmente las había destruido a ambas?
Sus hermanas, tanto como ella las amaba, eran tan despiadadas como cualquier otro. Eran completamente indiferentes a las suplicas y sufrimientos de cualquiera no relacionado con ellas.
Ya nada las tocaba más.
Astrid no podía recordar la última vez que había llorado. La última vez que se había reído.
Ella estaba insensible ahora.
El entumecimiento era la maldición de las de su tipo. Su hermana Atty le había advertido hacía mucho tiempo que si prefería ser juez este día llegaría.
Joven, vanidosa y estúpida, Astrid tontamente había ignorado la advertencia, pensando que nunca le sucedería.
Ella nunca sería indiferente a la gente o su dolor.
Y ahora eran sólo sus libros los que le traían las emociones de otros. Si bien realmente "no las podía sentir", las emociones irreales y mudas de los personajes la confortaron en algún nivel.
Y si ella era capaz de eso, eso la haría llorar.
Astrid oyó a alguien acercándose desde atrás. No queriendo que alguien viera lo que estaba leyendo y menos que le preguntaran por qué, y ella se viera forzada a admitir que había perdido su compasión, Astrid lo metió bajo el cojín de la silla. Se volvió para ver a su madre cruzando el césped, tan bien cuidado, donde pastaba un trío de pequeños cervatillos.
Su madre no estaba sola.
Artemisa y Acheron estaban con ella.
El pelo largo, rojo de su madre se rizaba adecuadamente alrededor de una cara que no aparentaba mayor edad que treinta. Themis vestía una camisa azul con mangas cortas, hecha a medida y pantalones flojos caquis.
Nadie alguna vez la tomaría por la diosa griega de la justicia.
Artemisa estaba vestida con uno de los peplos clásicos griegos mientras Acheron traía puesto sus típicos pantalones de cuero negro y una remera negra. Su cabello rubio largo estaba suelto alrededor de sus hombros.
Un escalofrío bajó por su columna vertebral, pero claro, siempre le pasaba cuando Acheron se acercaba. Había algo acerca de él que era apremiante e irresistible.
Aterrador también.
Ella nunca había conocido a alguien como él. Era atrayente de un modo que desafiaba sus mejores habilidades para explicarlo. Era como si su misma presencia llenara a todo el mundo de un deseo tan potente que era difícil mirarlo sin querer sacarle sus ropas, tirarlo al suelo, y hacer el amor con él por innumerables siglos.
Pero había más de él que su atracción sexual. Había también algo antiguo y primitivo. Algo tan poderoso que aún los dioses temían.
Uno podía ver ese miedo en los ojos de Artemisa mientras caminaba a su lado.
Nadie sabía que relación había entre ellos. Nunca se tocaban, rara vez se miraban. Y aun así Acheron venía a menudo a ver a Artemisa a su templo.
Cuando Astrid había sido una niña, él solía venir y visitarla, también. Jugaba con ella y le enseñaba a manejar sus poderes limitados. Le había traído incontables libros tanto del pasado como del futuro.
De hecho, era Acheron quien le había dado El Principito.
Esas visitas se terminaron el día que ella alcanzó la pubertad y se percatara justamente qué tan deseable era Acheron como hombre. Él se había apartado, dejando una pared tangible entre ellos.
—¿A qué debo el honor? — Astrid preguntó mientras lo tres la rodeaban.
—Tengo un trabajo para ti, querida —dijo su madre.
Astrid puso una cara llena de dolor. —Pensé que quedamos en que podría tomarme un tiempo.
—Oh, vamos, Astrid —dijo Artemisa. —Te necesito, primita —. Ella dirigió una mirada malvada en dirección a Acheron. Hay un Cazador Oscuro que necesita ser reprimido.
La cara de Acheron era impasible mientras miraba a Astrid sin comentario.
Astrid suspiró. Ella no quería hacer esto. Demasiados siglos juzgando a otros la habían dejado emocionalmente quebrada. Ella había comenzado a sospechar que ya no era capaz de sentir el dolor de nadie.
Ni siquiera el de ella.
La falta de compasión había arruinado a sus hermanas. Ahora temía que también la arruinara a ella.
—Hay otros jueces.
Artemisa dejó escapar una respiración altamente indignada. —No confío en ellos. Son corazones sangrantes que probablemente puedan encontrarlo tanto inocente como culpable. Necesito un juez pragmático, imparcial que no pueda ser persuadido a hacer otra cosa que no sea lo correcto y necesario. Te necesito.
Los cabellos al dorso de su cuello se levantaron. Astrid deslizó su mirada de Artemisa a Acheron, quien se mantuvo con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada fija inquebrantable, miraba a Astrid con sus extraños ojos plateados.
Ésta no era la primera vez que ella había recibido instrucciones de evaluar un Cazador Oscuro descarriado y aun así hoy sentía algo diferente en Acheron.
—¿Lo crees inocente? —preguntó ella.
Acheron asintió.
—Él no es inocente —se burló Artemisa. —Él mataría a cualquiera o cualquier cosa sin pestañear. No tiene principios morales ni le importa alguien aparte de sí mismo.
Acheron le dirigió a Artemisa una mirada que decía que esas palabras le recordaban a otra persona que conocía.
Casi tuvo éxito en traer una sonrisa a los labios de Astrid.
Mientras su madre se mantuvo atrás unos pasos para darles espacio, Acheron se acuclilló al lado del tílburi de Astrid y encontró su mirada al mismo nivel. —Sé que estás cansada, Astrid. Sé que quieres renunciar, pero no confío en nadie más para juzgarle.
Astrid frunció el ceño mientras él decía esas cosas, las cuales ella no le había dicho a nadie. Nadie sabía que ella quería renunciar.
Artemisa miró a Acheron con desconfianza. —¿Por qué estás tan complacido con el juez que elegí? Ella nunca ha encontrado a alguien inocente en toda la historia de mundo.
—Lo sé —dijo él con esa voz enriquecedora, profunda que era aún más seductora que su increíble buena apariencia. —Pero confío en ella para hacer lo correcto.
Artemisa entrecerró sus ojos mientras lo miraba. —¿Qué truco estás pensado?
Su cara era completamente impasible mientras continuaba mirando a Astrid, con una intensidad que era inquietante. —Nada.
Astrid consideró tomar la misión sólo por Acheron. Él nunca le había pedido algo y ella recordaba muy bien cuántas veces él la había confortado cuando había sido una niña. Había sido como un padre y un hermano mayor para ella.
—¿Cuánto tiempo tengo que quedarme? —les preguntó ella. —Si voy y el Cazador Oscuro esta más allá del perdón, ¿puedo partir inmediatamente?
—Sí –dijo Artemisa. —De hecho, cuanto más pronto lo juzgues culpable será mejor para todos nosotros.
Astrid se volvió al hombre a su lado. —¿Acheron?
Él bajo la cabeza en señal de asentimiento. — Acataré lo que decidas.
Artemisa resplandeció. —Tenemos nuestro pacto entonces, Acheron. Te he dado a un juez.
Una sonrisa pequeña jugó en las comisuras de los labios de Acheron. —Lo has dado, ciertamente.
Artemisa se puso repentinamente nerviosa. Miraba de Acheron a Astrid, luego hacia atrás otra vez. —¿Qué sabes que yo no sé? —le preguntó.
Esos pálidos, cambiantes ojos miraron a través de Astrid mientras Acheron decía quedamente, —Sé que Astrid sostiene una verdad profunda dentro de ella.
Artemisa puso sus manos en las caderas. — ¿Y eso es?
—Es sólo con el corazón que uno puede ver correctamente. Lo esencial es invisible a los ojos.
Otro escalofrío bajó por la columna vertebral de Astrid mientras Acheron citaba la línea exacta de El Principito que ella había estado leyendo cuando se acercaban.
¿Cómo sabia él lo que había estado leyendo?
Miró hacia abajo para estar segura que el libro estaba completamente escondido de su vista.
Lo estaba.
Oh, sí, Acheron Parthenopaeus era un hombre atemorizante.
—Tienes dos semanas, hija —dijo su madre quedamente. —Si te lleva menos tiempo, entonces que así sea. Pero al final de las dos semanas, de una u otra manera, el destino de Nicholas será sellado por tu mano.
Capítulo 1
Acheron Parthenopaeus era un hombre de muchos secretos y poderes. Como Cazador Oscuro primogénito y líder de los de su clase, había proclamado ser, desde hacía nueve mil años, el intermediario entre ellos y Artemisa, la diosa de la cacería, quien los había creado.
Era un trabajo que rara vez disfrutaba y una situación que siempre había odiado. Como una niña descarriada, a Artemisa no había nada que le gustara más que provocarlo, sólo para ver hasta dónde podía llegar antes de que él la reprendiese.
La de ellos era una relación complicada que dependía de un balance de poder. Solamente él poseía la habilidad para mantenerla calma y racional.
Al menos la mayoría de las veces.
Entretanto ella tenía la única fuente de alimento que él necesitaba para mantenerse humano. Compasivo.
Sin ella, se convertiría en un asesino sin espíritu, peor aún que los Daimons que atacaban a los humanos.
Sin él, ella no tendría corazón o conciencia.
En la noche de Mardi Gras, había negociado con ella intercambiando dos semanas de servidumbre para que liberara el alma de Talon y permitiera que el Cazador Oscuro dejara su servicio y pasara su inmortalidad con la mujer que amaba.
Talon fue liberado de cazar vampiros y otras criaturas demoníacas que asechaban la tierra buscando víctimas desventuradas.
Ahora Ash estaba restringido a usar la mayor parte de sus poderes mientras estaba recluido dentro del templo de Artemisa, donde tenía que depender de su capricho de mantenerlo informado sobre el progreso de la cacería de Nicholas.
Sabía lo traicionado que Nicholas se sentía y eso lo atormentaba mentalmente. Mejor que cualquiera, él entendía lo que era ser dejado completamente solo, para sobrevivir por instinto y tener sólo enemigos alrededor de él.
Ash no podía soportar pensar que uno de sus hombres se sintiera así.
—Quiero que llames a Thanatos —dijo Ash mientras se sentaba sobre el piso de mármol a los pies de Artemisa. Ella yacía recostada en su trono coloreado en marfil, el cual siempre le había parecido una silla de salón muy recargada. Era decadente y suave, un estudio de puro deleite hedonista.
Artemisa no era nada sino una criatura del confort.
Ella sonrió lánguidamente mientras se tendía sobre la espalda. Su blanco y diáfano peplo exhibía más de su cuerpo que lo que cubría, y mientras se movía, su mitad inferior quedó enteramente desnuda para él.
Desinteresado, levantó su mirada a la de ella.
Ella arrastró una mirada caliente, lujuriosa sobre su cuerpo, el cual estaba desnudo excepto por un par de ajustados pantalones de cuero negro. La satisfacción brillaba en los luminosos ojos verdes mientras ella jugueteaba con una hebra de su largo cabello rubio, que cubría la mordedura en su cuello. Ella estaba bien alimentada y contenta por estar con él.
Él ninguna de las dos cosas.
—Aún estás débil, Acheron –dijo ella quedamente, —y en ninguna posición para hacerme demandas. Además, tus dos semanas conmigo recién han comenzado. ¿Dónde esta la obediencia que me prometiste?
Ash se levantó lentamente para elevarse sobre ella. Afirmó sus brazos a cada lado de ella y se acercó hasta que sus narices casi se tocaron. Sus ojos se agrandaron un grado, sólo lo suficiente como para dejarle saber que a pesar de sus palabras, ella sabía cuál de ellos era el más poderoso, aún mientras estuviese debilitado. —Llama a tu mascota, Artie. Lo digo en serio. Te dije hace mucho tiempo que no había necesidad que un Thanatos asechara a mis Hunters y yo estoy cansado de este juego que juegas. Lo quiero enjaulado.
—No —dijo ella en un tono que era casi petulante. —Nicholas debe morir. Fin de la sinfonía. En el momento que su foto salió en el noticiero nocturno, mientras mataba Daimons, colocó a todos los Cazadores Oscuros en peligro. No podemos dejar que las autoridades humanas se enteren de ellos. Si alguna vez encuentran a Nicholas...
—¿Quién lo va a encontrar? Está recluido en el medio de ningún lugar por tu crueldad.
—No lo puse allí, tú lo hiciste. Yo lo quería matar y te rehusaste. Es culpa tuya que este desterrado en Alaska, así que no me culpes.
Ash frunció su labio. —No iba dar muerte a un hombre porque tú y tus hermanos estaban jugando con su vida.
Él quería otro destino para Nicholas. Pero hasta ahora, ninguno de los dioses, ni Nicholas, habían cooperado.
Maldito libre albedrío, de cualquier manera. Los había metido a todos ellos en más problemas de los que necesitaban.
Ella entrecerró los ojos. —¿Por qué te importa tanto, Acheron? Comienzo a sentir celos de este Cazador Oscuro y del amor que tienes por él.
Ash se apartó de ella. Ella hacía que su preocupación por uno de sus hombres sonara obscena.
Por supuesto, era buena en eso.
Lo que sentía por Nicholas era un lazo de amistad, como hermanos. Mejor que cualquiera, él entendía la motivación del hombre. Sabía por que Nicholas atacaba con enojo y frustración.
Había sólo una cantidad de golpes que un perro podía recibir antes de que se volviera mordedor.
Él mismo estaba tan cerca de cambiar que no podía culpar a Nicholas por el hecho de haberse convertido en rabioso, siglos atrás.
Aún así, no podía dejar morir a Nicholas. No de esta forma. No sobre algo que no había sido su culpa. El incidente en el callejón de Nueva Orleáns, donde Nicholas había atacado a los policías, había sido una trampa puesta por Dionisio para exponer a Nicholas a los humanos y así causar que Artemisa llamara a una cacería de sangre por la vida del hombre.
Si Thanatos o los Escuderos lo mataban, entonces Nicholas se convertiría en una sombra incorpórea que estaba condenada a pasar la eternidad en la tierra. Por siempre hambriento y sufriendo.
Por siempre adolorido.
Ash se sobresaltó ante el pensamiento.
Incapaz de soportarlo, se apresuró a la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó Artemisa.
—A encontrar a Themis y deshacer lo que has comenzado.
Artemisa repentinamente apareció delante de él, bloqueando su camino hacia la puerta. —No vas a ningún lado.
—Entonces llama a tu perro.
—No.
—Bien —. Ash bajó la mirada a su brazo derecho en la que tenía un tatuaje de dragón que iba desde el hombro hasta la muñeca. — Simi —ordenó él. —Toma forma humana.
El dragón se levantó de su piel, intercambió su forma a la de una demoníaca mujer joven, no más alta que noventa centímetros. Ella revoloteó sin esfuerzo a su derecha.
En esta encarnación, sus alas eran azul oscuro y negro, si bien ella usualmente prefería el color borgoña. El color más oscuro de las alas combinadas con el color de sus ojos le decía claramente qué tan desdichada estaba Simi de encontrarse aquí, en el Olimpo.
Sus ojos eran blancos, bordeados en rojo, y su largo pelo rubio flotaba alrededor de ella. Tenía cuernos negros que eran más bellos que siniestros y largas y puntiagudas orejas. Su vestido rojo se envolvía alrededor de su cuerpo ágil y musculoso, el cuál ella podía amoldar a cualquier tamaño desde tres centímetros a dos metros cuarenta de alto en forma humana o tan grande como veinticuatro metros como un dragón.
—¡No! —dijo Artemisa, tratando de usar sus poderes para contener al demonio Charonte. Esto no perturbó a Simi, quien sólo podía ser convocada o controlada por Ash o su madre.
—¿Que necesitas, akri?—preguntó Simi a Ash.
—Mata a Thanatos.
Simi mostró sus colmillos mientras se frotaba las manos alegremente y dirigía una malvada sonrisa afectada a Artemisa. —¡Oh, sí! ¡Voy a enojar a la diosa pelirroja!
Artemisa miró desesperadamente a Ash. —Ponla de regreso en tu brazo.
—Olvídalo, Artemisa. Tú no eres la única que puede ordenar un asesinato. Personalmente, pienso que sería interesante ver simplemente cuánto tiempo tu Thanatos duraría en contra de mi Simi.
La cara de Artemisa palideció.
—Él no durará mucho, akri –le dijo Simi a Ash, usando el término Atlante para "lord y maestro". Su voz era serena pero poderosa y tenía un tono musical. —Thanatos es barbacoa.
Ella sonrió a Artemisa. — Y a mí me gusta la barbacoa. Sólo dime cómo lo quieres, akri, receta normal o extra crujiente. Soy partidaria del extra crujiente. Hacen mucho ruido al masticarlos cuando están fritos en mucho aceite. Eso me recuerda, necesito un poco de pan.
Artemisa tragó audiblemente. —No la puedes enviar tras él. Es incontrolable sin ti.
—Ella hace sólo lo que le digo que haga.
—Esa cosa es una amenaza, con o sin ti. Zeus prohibió que alguna vez fuera sola al mundo humano.
Ash se mofó ante eso. —Ella es menos amenaza de lo que tú eres y ella sale todo el tiempo.
—No puedo creer que la sueltes tan descuidadamente. ¿Qué estás pensando?
Mientras discutían, Simi flotaba alrededor del cuarto, haciendo una lista en un pequeño libro cubierto de cuero. —Ooo, veamos, necesito mi salsa especiada de barbacoa. Definitivamente algunos guantes para horno, porque va a estar caliente por haber sido asado a la parrilla. Necesito traer un par de manzanos para así tener madera y que la carne quede con sabor a manzana. Hay que darle ese sabor extra, porque no me gusta el sabor a Daimon. ¡Ack!
—¿Qué está haciendo? —preguntó Artemisa mientras se percataba que Simi hablaba sola.
—Hace una lista de lo que necesita para matar a Thanatos.
—Suena como si fuera a comerlo.
—Probablemente.
Los ojos de Artemisa se estrecharon. —No lo puede comer. Lo prohíbo.
Ash le dirigió una media sonrisa siniestra. —Ella puede hacer lo que quiera. La enseñé a no desaprovechar.
Simi hizo una pausa y levantó su cabeza de la lista para decir con un bufido a Artemisa. —Simi tiene mucho cuidado con el medio ambiente. Come todo excepto pezuñas. No me gustan, lastiman mis dientes —. Ella miró a Ash. —¿Thanatos no tienen pezuñas, no?
—No, Simi, él no tiene.
Simi dio un grito feliz. —Ooo, buena comida esta noche. Traigo a un Daimon para barbacoa. ¿Puedo ir ahora, akri? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo, por favor? —. Simi bailó por todos lados como un niño pequeño, feliz en una fiesta de cumpleaños.
Ash clavó los ojos en Artemisa. —Depende enteramente de ti, Artie. Él vive o muere por tu palabra.
—¡No, akri!— Simi lloriqueó después de una pausa breve, atontada. Ella sonó como si estuviera sufriendo. —No le preguntes a ella eso. Ella nunca me dejaría tener diversión. ¡Ella es una diosa mezquina!
Ash sabía cuánto odiaba Artemisa que él le ganara una discusión. Sus ojos ardieron con furia reprimida. —¿Qué quieres que haga?
—Dices que Nicholas es inadecuado para vivir, que representa una amenaza para los otros. Todo lo que quiero es que Themis lo juzgue. Si su juicio encuentra que Nicholas es un peligro para los que están a su alrededor, entonces enviaré a Simi tras él para quitarle la vida.
Simi descubrió sus colmillos a Artemisa mientras intercambiaban burlas venenosas.
Finalmente, Artemisa lo miró. —Muy bien, pero no confío en tu demonio. Haré que Thanatos se retire, pero después de que Nicholas sea juzgado culpable, enviaré a Thanatos para matarle.
—Simi —dijo Ash a su compañera Charonte. —Regresa a mí.
Ella se vio disgustada por el mero pensamiento. —Regresa a mí, Simi —. Simi se burlaba mientras intercambiaba de forma. —No salgo a freír a la diosa. No salgo a freír a Thanatos —. Ella hizo un bufido extraño. —No soy un yo—yo, akri. Soy un Simi. Odio cuando me excitas sobre ir a matar algo y luego me dices que no. No me gusta eso. Es aburrido. Ya no me dejas divertirme.
—Simi –dijo él, acentuando su nombre.
El demonio hizo pucheros y luego voló al lado izquierdo de su cuerpo y regresó a su brazo con la forma de un pájaro estilizado, en su bícep.
Ash frotó su mano sobre la pequeña quemadura que siempre sentía cada vez que Simi salía o regresaba a su piel.
Artemisa se quedó con la mirada fija, con malicia ante la forma nueva de Simi. Luego, dio un paso alrededor de él y se apoyó contra su espalda mientras pasaba una mano sobre la imagen de Simi. —Un día voy a encontrar la manera de librarte de la bestia que descansa en tu brazo.
—Seguro que sí —dijo él, obligándose a soportar el toque de Artemisa mientras ella respiraba sobre su piel en tanto se apoyaba contra su espalda. Era algo que Ash nunca había podido tolerar sin dificultad, y era algo que ella sabía que él odiaba.
La miró sobre su hombro. —Y un día voy a encontrar la manera de deshacerme de la bestia que descansa sobre mi espalda.
Astrid se sentó sola en el atrio a leer su libro favorito, El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. No importa cuántas veces lo leyera, siempre encontraba algo nuevo en él.
Y hoy ella necesitaba encontrar algo bueno. Algo que le recordara que había belleza en el mundo. Inocencia. Alegría. Felicidad.
Sobre todo, quería encontrar esperanza.
Una brisa suave con perfume a lila flotó fuera del río, a través de las columnas dóricas de mármol y del tílburi blanco de mimbre donde ella estaba sentada. Sus tres hermanas habían estado aquí por poco tiempo, pero las había enviado de regreso.
Ni siquiera ellas la podían confortar.
Cansada y desilusionada, había buscado paz en su libro. En éste, ella veía bondad, una bondad que faltaba en la gente que había conocido en su vida.
¿No había decencia? ¿Ninguna bondad?
¿La humanidad finalmente las había destruido a ambas?
Sus hermanas, tanto como ella las amaba, eran tan despiadadas como cualquier otro. Eran completamente indiferentes a las suplicas y sufrimientos de cualquiera no relacionado con ellas.
Ya nada las tocaba más.
Astrid no podía recordar la última vez que había llorado. La última vez que se había reído.
Ella estaba insensible ahora.
El entumecimiento era la maldición de las de su tipo. Su hermana Atty le había advertido hacía mucho tiempo que si prefería ser juez este día llegaría.
Joven, vanidosa y estúpida, Astrid tontamente había ignorado la advertencia, pensando que nunca le sucedería.
Ella nunca sería indiferente a la gente o su dolor.
Y ahora eran sólo sus libros los que le traían las emociones de otros. Si bien realmente "no las podía sentir", las emociones irreales y mudas de los personajes la confortaron en algún nivel.
Y si ella era capaz de eso, eso la haría llorar.
Astrid oyó a alguien acercándose desde atrás. No queriendo que alguien viera lo que estaba leyendo y menos que le preguntaran por qué, y ella se viera forzada a admitir que había perdido su compasión, Astrid lo metió bajo el cojín de la silla. Se volvió para ver a su madre cruzando el césped, tan bien cuidado, donde pastaba un trío de pequeños cervatillos.
Su madre no estaba sola.
Artemisa y Acheron estaban con ella.
El pelo largo, rojo de su madre se rizaba adecuadamente alrededor de una cara que no aparentaba mayor edad que treinta. Themis vestía una camisa azul con mangas cortas, hecha a medida y pantalones flojos caquis.
Nadie alguna vez la tomaría por la diosa griega de la justicia.
Artemisa estaba vestida con uno de los peplos clásicos griegos mientras Acheron traía puesto sus típicos pantalones de cuero negro y una remera negra. Su cabello rubio largo estaba suelto alrededor de sus hombros.
Un escalofrío bajó por su columna vertebral, pero claro, siempre le pasaba cuando Acheron se acercaba. Había algo acerca de él que era apremiante e irresistible.
Aterrador también.
Ella nunca había conocido a alguien como él. Era atrayente de un modo que desafiaba sus mejores habilidades para explicarlo. Era como si su misma presencia llenara a todo el mundo de un deseo tan potente que era difícil mirarlo sin querer sacarle sus ropas, tirarlo al suelo, y hacer el amor con él por innumerables siglos.
Pero había más de él que su atracción sexual. Había también algo antiguo y primitivo. Algo tan poderoso que aún los dioses temían.
Uno podía ver ese miedo en los ojos de Artemisa mientras caminaba a su lado.
Nadie sabía que relación había entre ellos. Nunca se tocaban, rara vez se miraban. Y aun así Acheron venía a menudo a ver a Artemisa a su templo.
Cuando Astrid había sido una niña, él solía venir y visitarla, también. Jugaba con ella y le enseñaba a manejar sus poderes limitados. Le había traído incontables libros tanto del pasado como del futuro.
De hecho, era Acheron quien le había dado El Principito.
Esas visitas se terminaron el día que ella alcanzó la pubertad y se percatara justamente qué tan deseable era Acheron como hombre. Él se había apartado, dejando una pared tangible entre ellos.
—¿A qué debo el honor? — Astrid preguntó mientras lo tres la rodeaban.
—Tengo un trabajo para ti, querida —dijo su madre.
Astrid puso una cara llena de dolor. —Pensé que quedamos en que podría tomarme un tiempo.
—Oh, vamos, Astrid —dijo Artemisa. —Te necesito, primita —. Ella dirigió una mirada malvada en dirección a Acheron. Hay un Cazador Oscuro que necesita ser reprimido.
La cara de Acheron era impasible mientras miraba a Astrid sin comentario.
Astrid suspiró. Ella no quería hacer esto. Demasiados siglos juzgando a otros la habían dejado emocionalmente quebrada. Ella había comenzado a sospechar que ya no era capaz de sentir el dolor de nadie.
Ni siquiera el de ella.
La falta de compasión había arruinado a sus hermanas. Ahora temía que también la arruinara a ella.
—Hay otros jueces.
Artemisa dejó escapar una respiración altamente indignada. —No confío en ellos. Son corazones sangrantes que probablemente puedan encontrarlo tanto inocente como culpable. Necesito un juez pragmático, imparcial que no pueda ser persuadido a hacer otra cosa que no sea lo correcto y necesario. Te necesito.
Los cabellos al dorso de su cuello se levantaron. Astrid deslizó su mirada de Artemisa a Acheron, quien se mantuvo con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada fija inquebrantable, miraba a Astrid con sus extraños ojos plateados.
Ésta no era la primera vez que ella había recibido instrucciones de evaluar un Cazador Oscuro descarriado y aun así hoy sentía algo diferente en Acheron.
—¿Lo crees inocente? —preguntó ella.
Acheron asintió.
—Él no es inocente —se burló Artemisa. —Él mataría a cualquiera o cualquier cosa sin pestañear. No tiene principios morales ni le importa alguien aparte de sí mismo.
Acheron le dirigió a Artemisa una mirada que decía que esas palabras le recordaban a otra persona que conocía.
Casi tuvo éxito en traer una sonrisa a los labios de Astrid.
Mientras su madre se mantuvo atrás unos pasos para darles espacio, Acheron se acuclilló al lado del tílburi de Astrid y encontró su mirada al mismo nivel. —Sé que estás cansada, Astrid. Sé que quieres renunciar, pero no confío en nadie más para juzgarle.
Astrid frunció el ceño mientras él decía esas cosas, las cuales ella no le había dicho a nadie. Nadie sabía que ella quería renunciar.
Artemisa miró a Acheron con desconfianza. —¿Por qué estás tan complacido con el juez que elegí? Ella nunca ha encontrado a alguien inocente en toda la historia de mundo.
—Lo sé —dijo él con esa voz enriquecedora, profunda que era aún más seductora que su increíble buena apariencia. —Pero confío en ella para hacer lo correcto.
Artemisa entrecerró sus ojos mientras lo miraba. —¿Qué truco estás pensado?
Su cara era completamente impasible mientras continuaba mirando a Astrid, con una intensidad que era inquietante. —Nada.
Astrid consideró tomar la misión sólo por Acheron. Él nunca le había pedido algo y ella recordaba muy bien cuántas veces él la había confortado cuando había sido una niña. Había sido como un padre y un hermano mayor para ella.
—¿Cuánto tiempo tengo que quedarme? —les preguntó ella. —Si voy y el Cazador Oscuro esta más allá del perdón, ¿puedo partir inmediatamente?
—Sí –dijo Artemisa. —De hecho, cuanto más pronto lo juzgues culpable será mejor para todos nosotros.
Astrid se volvió al hombre a su lado. —¿Acheron?
Él bajo la cabeza en señal de asentimiento. — Acataré lo que decidas.
Artemisa resplandeció. —Tenemos nuestro pacto entonces, Acheron. Te he dado a un juez.
Una sonrisa pequeña jugó en las comisuras de los labios de Acheron. —Lo has dado, ciertamente.
Artemisa se puso repentinamente nerviosa. Miraba de Acheron a Astrid, luego hacia atrás otra vez. —¿Qué sabes que yo no sé? —le preguntó.
Esos pálidos, cambiantes ojos miraron a través de Astrid mientras Acheron decía quedamente, —Sé que Astrid sostiene una verdad profunda dentro de ella.
Artemisa puso sus manos en las caderas. — ¿Y eso es?
—Es sólo con el corazón que uno puede ver correctamente. Lo esencial es invisible a los ojos.
Otro escalofrío bajó por la columna vertebral de Astrid mientras Acheron citaba la línea exacta de El Principito que ella había estado leyendo cuando se acercaban.
¿Cómo sabia él lo que había estado leyendo?
Miró hacia abajo para estar segura que el libro estaba completamente escondido de su vista.
Lo estaba.
Oh, sí, Acheron Parthenopaeus era un hombre atemorizante.
—Tienes dos semanas, hija —dijo su madre quedamente. —Si te lleva menos tiempo, entonces que así sea. Pero al final de las dos semanas, de una u otra manera, el destino de Nicholas será sellado por tu mano.
Belieber&Smiler♥
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Ahii Puckyy qerida graciias Huahuhauhaah yO soii Astridd!! =)!! :cheers:
Ojalaa hagaa cosiitass malvadass cn Nicholass xDD :twisted:
Ojalaa hagaa cosiitass malvadass cn Nicholass xDD :twisted:
Invitado
Invitado
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Si hacen cositas malvadas :twisted:
Nicholas maldijo mientras las baterías del MP3 se acababan. Su maldita suerte.
Todavía faltaba una hora para aterrizar y lo último que quería era escuchar a Mike en la cabina del piloto del helicóptero, lamentándose y quejándose por lo bajo sobre tener que llevarlo de regreso a Alaska. Si bien treinta centímetros de negro acero sólido separaban el compartimiento sin sol de Nicholas, del de Mike, él podía oírlo a través de las paredes tan fácilmente como si Mike estuviera sentado a su lado.
Peor, Nicholas odiaba estar metido en ese pequeño compartimiento que parecía estar cerrándose sobre él. Cada vez que se movía, se golpeaba un brazo o una pierna con la pared. Pero ya que habían estado volando a la luz del día, era o el cubo o la muerte.
Por alguna razón él todavía no estaba realmente seguro de por qué había escogido el cubo.
Se quitó los audífonos y sus oídos fueron asaltados inmediatamente por el rítmico golpeteo de las aspas del helicóptero, ráfagas de vientos invernales y la conversación, llena de estática, de Mike por radio.
—¿Y..., lo has hecho?
Nicholas arqueó una ceja ante la voz masculina tan ansiosa y poco familiar.
Ah, la belleza de sus poderes. Su audición le daría celos a Superman. Y él sabía cual era el tema de la conversación.
Él.
O más bien su muerte.
A Mike le habían ofrecido una fortuna para matarle, y desde el momento que habían dejado Nueva Orleáns, hacía unas doce horas aproximadamente, Nicholas había estado esperando que el Escudero de mediana edad abriera las ventanas selladas y lo expusiera a la luz del sol o que arrojara al mar su compartimiento y lo dejara caer sobre algo que garantizara terminar con su inmortalidad.
En lugar de eso, Mike estaba jodiendo con él y aún le faltaba jalar el interruptor. No era que a Nicholas le importara. Él tenía unos cuantos trucos para enseñar al Escudero, si es que Mike trataba de hacer algo.
—Nah —dijo Mike, mientras el helicóptero se sumergía sin previo aviso bruscamente hacia la izquierda haciendo que Nicholas se golpeara ruidosamente contra la pared del compartimiento. Comenzaba a sospechar que el piloto lo hacía justamente para joderlo y divertirse.
El helicóptero se inclinó otra vez mientras Nicholas se preparaba para eso.
—Pensé en eso, realmente lo hice, pero sabes, creo que freír a este bastardo es algo demasiado bueno para él. Preferiría dejarlo en la Ceremonia de Sangre de los Escuderos y dejar que lo sacaran despacio y dolorosamente. Personalmente, me gustaría oír el grito del sicótico hijo de puta pidiendo misericordia, especialmente después de lo que hizo a esos inocentes policías.
Un músculo en la mandíbula de Nicholas comenzó al latir a ritmo con los latidos rápidos y enojados de su corazón mientras oía. Síp, esos policías habían sido realmente inocentes, claro. Si Nicholas hubiera sido mortal, entonces la paliza que le habían dado lo habría matado o estaría en coma ahora mismo.
La voz habló por el radio otra vez. —Escuché de los Oráculos que Artemisa pagará el doble al Escudero que lo mate. Si lo agregas a lo que Dionisio iba a pagarte por matarlo y personalmente pienso que eres un tonto si lo dejas pasar.
—Sin duda, pero tengo suficiente dinero para quedarme tranquilo. Además, soy el que tiene que tolerar su actitud de mierda y sus mofas. Él piensa que es un tipo muy rudo. Quiero verlos bajarle los humos antes de que le corten la cabeza.
Nicholas puso sus ojos en blanco ante las palabras de Mike. Él no daba ni la cola de una rata por lo que el hombre pensaba de él.
Había aprendido hacía mucho tiempo que no tenía caso tratar de llegar a la gente.
Todo lo que lograba era que lo abofetearan.
Metió el reproductor de MP3 en su bolso negro e hizo una mueca ante su rodilla pegada a la pared. Dioses, sáquenme de este lugar apretado y restringido. Se sentía como si estuviera en un sarcófago.
—Estoy asombrado que el Concejo no activara el estado de Nick a Blood Rite para esta cacería —dijo el otro. —Ya que pasó la última semana con Nicholas, pensé que estaría más que dispuesto para esto.
Mike bufó. —Lo intentaron, pero Gautier se rehusó.
—¿Por qué?
—No tengo idea. Sabes cómo es Gautier. No acepta muy bien las órdenes. Me hace preguntarme por qué siquiera lo iniciaron en la hermandad de los Escuderos, para empezar. No puedo imaginar ningún Cazador Oscuro aparte de Acheron o Kyrian que puedan soportar esa boca.
—Sí, es un maldito sabelotodo. Y hablando de eso, mi Cazador Oscuro está llamándome así que mejor me voy a trabajar. Cuídate de Nicholas y permanece fuera de su camino.
—No te preocupes. Voy a deshacerme de él y dejarlo para que los demás lo atrapen, luego sacaré mi trasero de Alaska más rápido de lo que puedas decir “Rumpelstiltskin”.
El radio se apagó.
Nicholas se quedó perfectamente quieto en la oscuridad y escuchó a Mike respirando en la cabina del piloto.
Entonces, el idiota había cambiado de idea acerca de matarlo.
Bien, bravo por eso. Al Escudero finalmente le habían crecido las pelotas, y medio cerebro. En algún punto durante las últimas horas Mike había decidido que el suicidio no era la respuesta.
Por eso, Nicholas lo dejaría vivir.
Pero lo haría angustiarse por el privilegio.
Y que los dioses ayudaran al resto que viniera tras él. En la tierra congelada del interior de Alaska, Nicholas era invencible. A diferencia de los otros Cazadores Oscuros y Escuderos, él había tenido novecientos años de entrenamiento en supervivencia ártica. Novecientos años de estar solo él y la tierra salvaje que no figuraba en el mapa.
Indefectiblemente, Acheron lo había visitado cada década o poco más o menos sólo para asegurarse que aún estaba vivo, pero nadie más, siquiera una vez, había venido.
Y las personas se preguntaban por qué estaba demente.
Hasta diez años atrás, no había tenido contacto en absoluto con el mundo exterior durante los meses largos del verano que lo obligaban a vivir adentro de su remota cabaña.
Ni teléfono, ni computadora, ni televisión.
Nada más que la tranquila soledad en la que releía la misma pila de libros una y otra vez hasta que los había aprendido de memoria. Esperando con ansiosa anticipación que las noches se hicieran más largas, lo suficiente para permitirle viajar de su cabaña rural a Fairbanks en donde los negocios aún estaban abiertos y él podía interactuar con gente.
Para eso, sólo había pasado un siglo y medio desde que el área se hubiera poblado lo suficiente para que él pudiera tener algún contacto humano.
Antes de eso, por incontables centurias, había vivido solo, sin otro ser humano cerca de él. Ocasionalmente había divisado a nativos que estaban aterrorizados al encontrar un hombre extraño, a un hombre alto, caucásico, con colmillos y viviendo en un bosque remoto. Sólo echaban una mirada a sus más de dos metros de altura y su parka de buey almizclero, y salían corriendo tan pronto como podían en otra dirección, dando gritos que el Iglaaq los iba a atrapar.
Supersticiosos hasta el extremo, habían creado una leyenda basada en él.
Eso dejaba sólo las raras visitas de los Daimons en el invierno, quienes se aventuraban en su bosque a fin de poder decir que habían enfrentado al lunático Cazador Oscuro. Desafortunadamente, habían estado más interesados en pelear que en conversar y así que su relación con ellos siempre había sido breve. Unos pocos minutos de combate para aliviar la monotonía y luego estaba solo otra vez con la nieve y los osos.
Y no eran ni siquiera were—bears.
La carga magnética y eléctrica de la aurora boreal imposibilitaba a los Were Hunter aventurarse tan al norte. También causaba estragos con la electrónica y los enlaces de satelitales, cortando sus comunicaciones periódicamente durante el año, así que aún en este mundo moderno, estaba todavía dolorosamente solo.
Tal vez debería dejarles que lo mataran después de todo.
Y todavía, de alguna manera, siempre se encontraba continuando. Un año más, un verano más.
Uno más de comunicaciones cortadas.
Supervivencia básica era todo lo que Nicholas siempre había conocido.
Tragó mientras recordaba Nueva Orleáns.
Cómo había amado esa ciudad. La animación. El calor. La mezcla de olores exóticos, vistas, y sonidos. Se preguntaba si la gente que vivía allí se percataba de lo bien que estaban. Qué tan privilegiados eran por estar bendecidos con semejante ciudad.
Pero eso estaba detrás de él ahora. Había cometido un error tan grande que no había forma que ni Artemisa ni Acheron le permitieran regresar a un área poblada donde pudiera interactuar con un gran grupo de personas.
Eran él y Alaska para la eternidad. Todo lo que podía esperar era una masiva explosión demográfica, pero dada la severidad del clima, eso era tan probable como que a él lo destinaran a Hawai.
Con ese pensamiento, sacó del bolso su ropa para la nieve y empezó a ponérsela. Sería temprano en la mañana, cuando llegaran y aún estaría oscuro, pero el amanecer no estaría muy lejos. Tendría que apresurarse para llegar a su cabaña antes de la salida del sol.
Para cuando se había frotado vaselina sobre su piel y se había puesto sus calzoncillos largos, un suéter negro con cuello de tortuga, el abrigo largo de buey almizclero y las aislantes botas de invierno, ya podía sentir descender al helicóptero.
En un impulso, Nicholas repasó rápidamente las armas en su bolso. Había aprendido hacía mucho tiempo a llevar un gran surtido de herramientas. Alaska era un lugar rudo para estar por cuenta propia y nunca sabías cuándo te ibas a encontrar con algo mortífero.
Siglos atrás, Nicholas había tomado la decisión de ser la cosa más mortífera en la tundra.
Tan pronto como aterrizaron, Mike cortó el motor y esperó a que las aspas dejaran de dar vueltas antes de salir, maldiciendo por la temperatura bajo cero, y abrió la puerta trasera. Mike hizo un repugnante gesto de desprecio mientras se hacía para atrás para darle el espacio suficiente a Nicholas para desocupar el helicóptero.
—Bienvenido a casa —dijo Mike con una nota de veneno en la voz. El estúpido estaba disfrutando con el pensamiento de que los Escuderos le siguieran la pista y lo desmembraran.
Bueno, también Nicholas.
Mike sopló sus manos enguantadas. —Espero que todo esté como lo recuerdes.
Lo estaba. Aquí, ninguna cosa cambiaba nunca.
Nicholas se sobresaltó ante el brillo de la nieve aún en la oscuridad del pre-amanecer. Se bajó los lentes sobre los ojos para protegerlos y saltó afuera. Agarró su bolso, lo lanzó sobre el hombro, luego se abrió camino a través de la nieve hacia el cobertizo climatizado en donde, la semana anterior, había dejado su Ski Doo MX Z Rev, hecha a medida.
Oh, sí, ésta era la temperatura por debajo de congelación que recordaba, el aire ártico que mordía tan ferozmente. Cada pedazo de su piel expuesta ardía. Apretó sus dientes para evitar que castañearan, algo no muy agradable cuando un hombre tenía colmillos largos y filosos en lugar de dientes.
Bienvenido a casa...
Mike se dirigía hacia la cabina del piloto cuando Nicholas se dio vuelta para mirarlo.
—Oye, Mike —lo llamó, su voz sonó a través de la fría quietud.
Mike se detuvo.
—Rumpelstiltskin —dijo antes de lanzar una granada debajo del helicóptero.
Mike dejó escapar una apestosa maldición mientras corría a través de la nieve tan rápido como podía, tratando de alcanzar algún refugio.
Por primera vez en un largo rato, Nicholas sonrió al ver al Escudero enojado y el sonido de la nieve crujiendo ruidosamente bajo los apurados pasos de Mike.
El helicóptero explotó en el mismo instante que Nicholas alcanzaba su vehículo de nieve. Pasó una larga pierna vestida en cuero sobre el asiento negro y miró hacia atrás para ver cómo los pedazos de metal, del helicóptero Sikorsky de veintitrés millones de dólares, llovían sobre la nieve.
Ahh, fuegos artificiales. Cómo le gustaban. La vista era casi tan bella como la aurora boreal.
Mike todavía estaba maldiciendo y dando saltos, como un niño enojado, mientras miraba su juguete hecho a medida arder en llamas.
Nicholas echó a andar el motor y condujo hacia Mike, pero no antes de dejar caer otra granada para reventar el cobertizo, impidiendo de esa forma que el Escudero la usara.
Mientras el vehículo de nieve vibraba bajo él, se bajó la bufanda lo suficiente a fin de que Mike le pudiera entender cuándo le hablara. —El pueblo está a unos seis kilómetros por ese camino —dijo, señalando hacia el sur. Le lanzó a Mike un tubito de vaselina. —Mantén los labios cubiertos para que no sangren.
—Debería haberte matado —Mike gruñó.
—Sí, deberías haberlo hecho —. Nicholas se cubrió la cara, y aceleró al máximo el motor. —Ya que estamos, si das con lobos en el bosque, recuerda, realmente son lobos y no Were-Hunters al acecho. Ellos viajan en jaurías así que si escuchas a uno, hay más detrás de él. Mi mejor consejo para eso es escalar un árbol y esperar que se aburran antes de que un oso venga y decida subir tras de ti.
Nicholas hizo girar su máquina y se dirigió hacia el nordeste donde su cabaña lo esperaba en el medio de ciento veinte hectáreas de bosque.
Probablemente debería sentirse culpable por lo que le había hecho a Mike, pero no lo hacía. El Escudero sólo había aprendido una valiosa lección. La próxima vez que Artemisa o Dionisio le hicieran una oferta, él la tomaría.
Nicholas rotó su muñeca, dando al vehículo de nieve más potencia mientras corcoveaba sobre el escabroso camino nevado. Aún tenía un largo camino a casa y su tiempo se acababa.
El amanecer ya llegaba.
Maldición. Debería haber llevado a su Mach Z. Era lustrosa y más rápida que el MX Z Rev en que estaba ahora, pero mucho menos divertida.
Nicholas tenía frío, estaba hambriento, y cansado, y en una forma extraña todo lo que quería hacer era regresar a las cosas que le eran familiares.
Si los otros Escuderos querían cazarlo, entonces que así fuese. Al menos de esta manera él estaba prevenido.
Y como el helicóptero y el cobertizo lo demostraron, él ya estaba preparado de antemano.
Si querían enfrentarlo, entonces les deseaba suerte. Iban a necesitarla y también un montón de refuerzos.
Esperando con ilusión el desafío, hizo volar su máquina sobre el terreno congelado.
Faltaba poco para el amanecer cuando llegó a su aislada cabaña. Más nieve había caído bloqueando su puerta, mientras había estado ausente. Deslizó el vehículo de nieve en un cobertizo pequeño que estaba pegado a su cabaña y la cubrió con una lona impermeable. Mientras enchufaba la calefacción para el motor, se percató que no había suficiente poder en la conexión ni para la MX ni la Mach que estaba estacionada al lado. Gruñó enojado. Maldición. Sin duda el motor del Mach se había quebrado por las temperaturas bajo cero, y si no tenía cuidado el motor de la MX también se quebraría.
Nicholas se apresuró a salir y comprobar los generadores antes de que el sol se levantara sobre las colinas, sólo para encontrar a ambos congelados y sin funcionar.
Gruñó otra vez mientras golpeaba uno con el puño.
Bien, eso en cuanto a comodidad. Parecía que hoy iban a ser él y la pequeña estufa a leña. No era la mejor fuente de calor, pero era lo mejor que iba a obtener.
—Genial, simplemente genial —masculló. No era la primera vez que se había visto forzado a tolerar dormir con frío, en el piso de la cabaña. Sin duda no sería la última vez.
Sólo parecía peor esta mañana porque había pasado la última semana en el clima templado de Nueva Orleáns. Había estado tan cálido cuando estuvo allí que ni siquiera había necesitado usar la calefacción.
Hombre, cómo extrañaba ese lugar.
Sabiendo que su tiempo antes de la salida del sol era críticamente pequeño, regresó con paso pesado a su vehículo de nieve y envolvió el motor con su parka, para ayudar a mantener el calor, tanto como pudiera. Luego rescató su bolso del asiento y fue a excavar frente a su puerta a fin de poder entrar en su cabaña.
Se agachó rápidamente mientras atravesaba la puerta y mantuvo la cabeza inclinada. El cielo raso era bajo, tan bajo, que si se paraba derecho, la parte superior de la cabeza lo rozaría, y si no estaba prestando atención, el ventilador de techo, en medio del cuarto, le decapitaría.
Pero el cielo raso bajo era necesario. El calor en el corazón del invierno era una comodidad valiosa y lo último que cualquiera querría era que se dispersara bajo un cielo raso de 3 metros. Un cielo raso más bajo significaba un lugar más caliente.
Sin mencionar que novecientos años atrás cuando había sido desterrado aquí, no había tenido mucho tiempo para construir su refugio. Pasando la noche en una caverna durante la luz del día, había trabajado en la cabaña durante la noche hasta que finalmente había construido Hogar Asqueroso Hogar.
Sí, era bueno estar de regreso.
Nicholas dejó caer su bolsa de lona al lado de la estufa a leña. Luego se volvió y colocó el antiguo pestillo de madera dentro del hueco sobre la puerta para atrancarla, y así mantener alejada a la fauna silvestre de Alaska que algunas veces se aventuraba demasiado cerca de su cabaña.
Andando a tientas a lo largo de la pared, tallada con sus manos, encontró la linterna que pendía allí y la pequeña caja de fósforos Lucifer que estaba sujeta a ella. Si bien su vista de Cazador Oscuro estaba diseñada para la noche, no podía ver en la oscuridad total. Con la puerta cerrada, su cabaña estaba sellada tan ajustadamente que ninguna luz en absoluto podía penetrar las gruesas paredes de madera.
Una vez encendida la linterna, tembló de frío en tanto se daba vuelta para mirar el interior de su casa. Conocía cada centímetro del lugar íntimamente. Cada estante de libros que revestía las paredes, cada muesca tallada que la decoraba.
Él nunca había tenido muchos muebles. Dos alacenas altas; una para su puñado de ropas y otra para su comida. Había también una mesita para el televisor y los estantes de libros, y eso era todo. Como un ex—esclavo romano, Nicholas no estaba acostumbrado a mucho.
Estaba tan frío adentro que podía ver su respiración a través de la bufanda y cuando miró alrededor del estrecho lugar, hizo una mueca a su computadora y el televisor, los cuales tendrían que descongelarse antes de poder usarlos.
Con tal que la humedad no los hubiera alcanzado.
Reacio a preocuparse por eso, se dirigió a la despensa de comida en la parte trasera donde no había más que productos enlatados. Había aprendido hacia mucho tiempo que si los osos y los lobos olían comida, rápidamente le harían una visita no deseada. No tenía ganas de matarlos sólo porque estaban hambrientos y eran estúpidos.
Nicholas agarró una lata de carne de cerdo con frijoles y su abrelatas, y se sentó en el piso. Mike se había rehusado a alimentarlo durante el viaje de trece horas de Nueva Orleáns a Fairbanks. Mike había afirmado que no quería arriesgarse a exponer a Nicholas a la luz del sol para alimentarlo.
En realidad, el Escudero era un idiota, y el hambre no era algo nuevo para Nicholas.
—Ah, grandioso —masculló cuando abrió la lata y encontró los frijoles sólidamente congelados adentro. Consideró en sacar el pica hielo, pero cambió de idea. No estaba tan hambriento para que un helado de carne de cerdo y frijoles le atrajera.
Suspiró con repugnancia, luego abrió la puerta y lanzó la lata tan lejos en el bosque como pudo.
Cerrando de un golpe la puerta antes de que la luz del amanecer se filtrara, Nicholas buscó en su bolsa hasta que encontró su teléfono celular, el reproductor de MP3, y la laptop. Colocó el teléfono y el reproductor en sus pantalones a fin de que el calor del cuerpo evitara que se congelaran. Luego dejó a un lado su laptop hasta que pudiera encender la estufa a leña.
Fue a la esquina frente a la estufa y agarró un manojo de figurillas de madera talladas, que había amontonado allí y las colocó adentro de la estufa.
Tan pronto como abrió la pequeña puerta de hierro, hizo una pausa.
Había un visón diminuto en el interior con tres recién nacidos. La madre, enojada al ser perturbada, siseó una advertencia para él mientras se miraban a los ojos.
Nicholas siseó en respuesta.
—Hombre, no creo esto —refunfuñó Nicholas coléricamente.
El visón debía haber entrado por el tubo de la estufa y haberse mudado cuando él se había ido. Probablemente habría estado todavía cálida cuando la encontró y la estufa era un lugar extremadamente seguro como cubil.
—Lo mínimo que podrías haber hecho era traer unos cincuenta de tus amigos contigo. Y así yo podría usar un abrigo nuevo.
Ella le mostró sus dientes.
Nicholas exasperado, cerró la puerta y devolvió el montón a la esquina. Era un imbécil, pero ni siquiera él los echaría. Siendo inmortal, sobreviviría el frío. La madre y las crías no lo harían.
Recogió su laptop y la colocó dentro de su abrigo cerrado para conservarla caliente y se fue a la esquina lejana donde estaba su jergón. Mientras se acostaba, pensó en irse a dormir bajo tierra en donde estaba más caliente, pero entonces, ¿Para qué molestarse?
Tendría que mover la estufa para alcanzar su sótano escondido y eso sólo contrariaría a la mamá visón otra vez.
En esta época del año la luz del día era corta. Sólo serían unas cuantas horas más hasta la puesta de sol, y él estaba más que acostumbrado a su páramo congelado.
Tan pronto como pudiera, iría al pueblo a comprar suministros y un generador nuevo. Jalando las colchas y las pieles sobre él, exhaló un suspiro largo y cansado.
Nicholas cerró los ojos y dejó que su mente vagara sobre los acontecimientos de la semana pasada.
—Gracias, Nicholas.
Él rechinó los dientes mientras recordaba la cara de Sunshine Runningwolf. Sus grandes ojos café oscuros eran increíblemente seductores y ella estaba muy lejos del tipo de modelo flaca que la mayoría de los hombres preferían; tenía un cuerpo exuberante, curvilíneo que lo había puesto duro con sólo estar cerca de ella.
Hombre, debería haber tomado un mordisco de su cuello cuando había tenido la oportunidad. Todavía no estaba seguro por qué no había saboreado su sangre. Sin duda lo habría mantenido caliente, aún ahora.
Oh, pues bien. Debía apuntarlo como otro arrepentimiento, total él tenía una lista infinita de ellos.
Sus pensamientos regresaron a ella...
Sunshine había aparecido inesperadamente en su casa de Nueva Orleáns mientras había estado esperando que Nick lo llevara al sitio de aterrizaje para irse.
Su pelo negro estaba trenzado y sus ojos café habían mostrado una amistad que nunca antes había visto cuando alguien lo miraba.
—No puedo quedarme por mucho tiempo. No quiero que Talon se despierte y encuentre que me he ido, pero antes de que te vayas debía agradecerte lo que hiciste por nosotros.
Él todavía no sabía por qué los había ayudado a ella y a Talon. Por qué había desafiado a Dionisio y había peleado contra el dios cuando éste había tratado de destruirlos a ambos.
Por su felicidad, se había consignado a sí mismo a morir.
Pero mientras la miraba ayer, había parecido que, en cierta forma, había valido la pena.
Y mientras dejaba que el sueño lo alcanzara, se preguntaba si todavía pensaría que valió la pena cuando los Escuderos encontraran su cabaña y la quemaran hasta los cimientos con él en su interior..
Resopló ante el pensamiento. ¿Qué diablos? Al menos estaría caliente unos pocos minutos antes de morir.
Nicholas no estaba seguro cuánto tiempo había dormido. Cuando se despertó, estaba oscuro otra vez.
Esperaba que no hubiera sido por mucho tiempo ya que su vehículo de nieve corría la posibilidad de congelarse. Si lo hacía, entonces sería una fría y larga caminata al pueblo.
Se dio vuelta y arrugó la cara de dolor. Había estado descansando sobre su laptop. Sin mencionar el teléfono y reproductor de MP3 que estaban mordiendo algo mucho más incómodo.
Temblando en contra del frío glacial, se obligó a sí mismo a levantarse y agarrar otra parka de su armario. Una vez que estuvo vestido para el clima, salió a su garaje provisional. Puso la laptop, el teléfono, y reproductor de MP3 en su mochila y la lanzó sobre sus hombros, luego montó el vehículo y desenvolvió el motor.
Afortunadamente arrancó en el primer intento. ¡Aleluya! Tal vez su suerte estaba cambiando después de todo. Nadie lo había tostado mientras dormía y realmente tenía suficiente combustible para llegar a Fairbanks donde podía obtener alguna comida caliente y deshelarse por unos minutos.
Agradecido por los pequeños favores, se dirigió a través de su tierra, dobló al sur para el largo, accidentado viaje que lo llevaría a la civilización.
No le importaba. Estaba malditamente agradecido que ahora hubiera una civilización a dónde dirigirse.
Nicholas llegó a la ciudad poco después de las seis.
Estacionó su vehículo en la casa de Sharon Parker, que estaba a una corta distancia del centro del pueblo. Había conocido a la ex—camarera diez años atrás cuando la había encontrado en el interior de su coche averiado, tarde en la noche, a un costado de una calle secundaria que raramente era usada en el Polo Norte.
Había estado próximo a sesenta grados bajo cero y ella había estado llorando, acurrucada bajo mantas, asustada de que ella y su bebé murieran antes de que le llegara algún tipo de ayuda. Su hija de siete meses estaba enferma de asma y Sharon había estado tratando de llevarla al hospital para tratarla, pero habían rechazado su ingreso ya que ella no tenía seguro social ni dinero para pagar.
Le habían dado indicaciones de cómo llegar a una clínica de caridad y se había perdido mientras trataba de encontrarla.
Nicholas los había llevado de regreso al hospital y había pagado por el cuidado del bebé. Mientras esperaban, había averiguado que Sharon había sido desalojada de su departamento y que no podía cubrir los gastos con lo que ella ganaba.
Así es que le había ofrecido a Sharon un negocio. A cambio de una casa, el coche, y el dinero, ella le proveía de alguien amigable para hablar cuando fuera que él viniera a Fairbanks, y una pocas comidas caseras o sobras cocinadas, lo que fuere que ella tuviera en ese momento.
Lo mejor de todo, era que en el verano cuando él estaba completamente encerrado dentro de su cabaña durante las veintitrés horas y medias de luz del día, ella pasaba por la oficina de correos o la tienda y le traía libros y suministros y los dejaba fuera de su puerta.
Había sido el mejor trato que alguna vez había hecho.
Ella nunca le había preguntado nada personal, ni aún cuando él no dejaba su cabaña en los meses de verano. Sin duda estaba demasiado agradecida de tener su apoyo financiero para preocuparse por sus actitudes excéntricas.
A cambio, Nicholas nunca había tomado su sangre o le había preguntado a ella algo personal. Eran simplemente empleador y empleada.
—¿Nicholas?
Él levantó la vista del bloque caliente que estaba enchufando en su vehículo de nieve, para verla sacar la cabeza por la puerta principal de su casa estilo rancho. Su pelo castaño oscuro estaba más corto que un mes atrás cuando él la había visto por última vez, ahora tenía un corte desmechado que se mecía sobre sus hombros.
Alta, delgada, y sumamente atractiva, estaba vestida con un suéter negro y jeans. Cualquier otro tipo a estas fechas, probablemente ya habría hecho una movida con ella, y una noche, cuatro años atrás, ella había insinuado que si alguna vez quisiese algo más íntimo, ella gustosamente se lo daría, pero Nicholas se había rehusado.
A él no le gustaba que las personas se acercaran demasiado, y las mujeres tenían una horrorosa tendencia de mirar al sexo como algo muy significativo.
Él no. El sexo era sexo. Era básico y animal. Algo que el cuerpo necesitaba como necesitaba comida. Pero un tipo no tenía que ofrecer una cita a un bistec antes de comerlo.
¿Entonces por qué las mujeres necesitaban un testamento de afecto antes de abrir sus piernas?
Él no lo entendía.
Y nunca se involucraría con Sharon. El sexo con ella sería una complicación que no necesitaba.
—¿Nicholas, eres tú?
Bajó la bufanda de su cara y respondió a gritos. —Sí, soy yo.
—¿Entras?
—Regresaré en un momento. Tengo que ir a comprar unas pocas cosas.
Ella asintió con la cabeza, luego regresó adentro y cerró la puerta.
Nicholas caminó calle abajo hacia la tienda. El almacén general de Frank tenía de todo. Lo mejor es que tenía una gran variedad de artículos electrónicos y generadores. Desafortunadamente, no podría usar la tienda por mucho tiempo. Él había sido un cliente regular por acerca de quince años, y aunque Frank era un poco torpe, había empezado a notar el hecho que Nicholas no había envejecido en todo este tiempo.
Tarde o temprano, Sharon lo notaría también y tendría que dejar su único contacto con el mundo mortal.
Ese era el gran inconveniente de la inmortalidad. Él no se atrevía a rondar por ahí mucho tiempo más o se enterarían quién y qué era él. Y a diferencia de otros Cazadores Oscuros, cada vez que había pedido a un Escudero que le sirviese y protegiese su identidad, el Concejo se lo había negado.
Parecía que su reputación era tal que nadie quería la obligación de ayudarlo.
Bien. Nunca había necesitado a nadie, de cualquier manera.
Nicholas entró en la tienda y se tomó un minuto para sacarse los lentes y guantes y desabotonarse el abrigo. Escuchó a Frank conversando con uno de sus empleados en la parte de atrás.
—Ahora presta atención, chico. Es un hombre extraño, pero mejor sé amable con él, ¿me escuchas? Gasta una tonelada de dinero en esta tienda y a mí no me importa qué tan espeluznante se ve, tu sé simpático.
Lo dos salieron de atrás. Frank se paró en seco para clavar los ojos en él.
Nicholas le devolvió la mirada. Frank estaba acostumbrado a verle con una barba de chivo o con barba, su pendiente de espadas cruzadas, y la garra de plata que llevaba puesta en su mano izquierda. Tres cosas que Acheron le había ordenado abandonar en Nueva Orleáns.
Sabia cómo se veía sin barba y lo odiaba. Pero al menos no tenía que mirarse en un espejo. Los Dark—Hunters sólo podían reflejarse cuando querían.
Nicholas nunca había querido.
El hombre mayor sonrió con una sonrisa que era más costumbre que amistosa y caminó hacia él. Si bien la gente de Fairbanks era en extremo amigable, la mayoría de ellos todavía tendían a dejar un espacio alrededor de Nicholas.
Tenía ese efecto en las personas.
—¿Qué puedo ofrecerte hoy? –preguntó Frank.
Nicholas recorrió con la mirada al adolescente, quien lo miraba curiosamente.
—Necesito un generador nuevo.
Frank respiró entre dientes y Nicholas esperó lo que sabía vendría. —Podría haber un problema.
Frank siempre decía eso. No importaba lo que Nicholas necesitara, iba a ser un problema obtenerlo, por lo tanto tendría que pagar más dólares por él.
Frank se rascó los bigotes grises de su cara barbuda. —Sólo tengo uno y se supone que debe ser entregado a los Wallabys mañana.
Síp, correcto.
Nicholas estaba demasiado cansado para jugar al regateo con Frank esta noche. En este punto, estaba dispuesto a pagar cualquier cosa por recuperar la electricidad dentro de su casa. —Si me dejas tenerlo, hay seis grandes extras para ti.
Frank frunció el ceño y continuó rascando su barba. —Ahora bien, hay otro problema. Los Wallabys lo estarán esperando ansiosamente.
—Diez grandes, Frank, y otros dos si lo puedes llevar a casa de Sharon dentro de una hora.
Frank resplandeció. —Tony, ya escuchaste al hombre, carga su generador en este momento —. Los ojos del viejo eran claros y casi amigables. —¿Necesitas alguna otra cosa?
Nicholas negó con la cabeza y salió.
Se abrió paso hacia lo de Sharon e hizo lo mejor que pudo por ignorar los latigazos del viento.
Golpeó la puerta antes de empujarla con el hombro para abrirla y entrar. Por raro que pareciera, la sala de estar estaba vacía. A esta vez hora de la noche, la hija de Sharon, Trixie usualmente corría de un lado a otro, jugando y gritando como un demonio o haciendo una tarea bajo extrema protesta. Ni siquiera la oía en la parte de atrás.
Por un segundo, pensó que tal vez los Escuderos lo habían encontrado, pero eso era ridículo. Nadie sabía de Sharon. Nicholas no se llevaba exactamente bien con el Concejo de Escuderos u otros Cazadores Oscuros.
—¿Oye, Sharon? —llamó. —¿Esta todo bien?
Ella caminó lentamente desde la cocina. —Regresaste.
Un mal presentimiento le sobrevino. Algo no estaba bien. Lo podía sentir. Ella parecía nerviosa.
—Sí. ¿Sucede algo? ¿No interrumpí una cita o algo, no?
Y luego lo oyó. Era el sonido de un hombre respirando, de pisadas fuertes dejando la cocina.
El hombre vino andando por el vestíbulo, con una forma lenta y metódica de caminar, como un depredador tomándose su tiempo para situar el paisaje mientras pacientemente observaba a su presa.
Nicholas frunció el ceño ante el hombre que se detenía en el vestíbulo detrás de Sharon. Parado era sólo tres centímetros más bajo que Nicholas, tenía el pelo oscuro largo, atado en una cola de caballo y traía puesto un pañuelo al estilo de las novelas del Oeste. Había un aura mortal alrededor del hombre y tan pronto como sus ojos se cruzaron, Nicholas supo que había sido traicionado.
Éste era otro Cazador Oscuro.
Y solo había uno de los miles de Cazadores Oscuros que sabían de Sharon y él...
Nicholas maldijo su estupidez.
El Cazador Oscuro inclinó su cabeza hacia él. –Z —pronunció arrastrando las palabras pesadamente en un acento sureño que Nicholas conocía demasiado bien. —Tú y yo tenemos que hablar.
Nicholas no podía respirar mientras clavaba los ojos en Sharon y Sundown a la vez. Sundown era la única persona en quien él alguna vez se había confiado en sus dos mil años de vida.
Y sabía por qué Sundown estaba aquí.
Sólo Sundown conocía a Nicholas. Conocía los lugares que frecuentaba y sus hábitos.
¿Quién mejor para seguirle la pista y matarle que su mejor amigo?
—¿Hablar sobre qué? —preguntó bruscamente, entrecerrando los ojos.
Sundown se movió delante de Sharon como para protegerla. Que él pensase por un instante, que Nicholas la amenazaría, le dolió más que nada.
—Pienso que sabes por qué estoy aquí, Z.
Sí, lo sabía bien. Sabía exactamente lo que Sundown quería de él. Una muerte agradable, rápida a fin de que Sundown pudiera reportar a Artemisa y Acheron que todo estaba bien otra vez en el mundo, y luego el vaquero regresaría a su casa en Reno.
Pero Nicholas había ido dócilmente, una vez, a su ejecución. Esta vez, tenía la intención de luchar por su vida, como fuese.
—Olvídalo, Jess –dijo él, usando el nombre real de Sundown.
Se dio vuelta y corrió hacia la puerta.
Nicholas logró regresar al jardín antes de que Sundown lo atrapara y jalara para detenerlo. Él dejó al descubierto sus colmillos, pero Jess no pareció notarlo.
Nicholas le dio un duro puñetazo en el estómago. Fue un golpe poderoso que hizo que Jess se tambaleara hacia atrás y puso de rodillas a Nicholas. Siempre que un Cazador Oscuro atacaba a otro, el Cazador Oscuro que atacaba sentía el golpe diez veces peor que el que lo recibía. Había una única forma de evitar esto, que Artemisa levantara su prohibición. Solo esperaba que no se la hubiera levantado a Jess.
Nicholas luchó por respirar ante el dolor y se forzó a sí mismo a pararse. A diferencia de Jess, el dolor físico era algo a lo que estaba habituado.
Pero antes de poder alejarse vio a Mike y a otros tres Escuderos en las sombras. Caminaban hacia ellos con pasos determinados que decían que estaban armados para el Cazador Oscuro.
—Déjenmelo a mí –ordenó Sundown.
Lo ignoraron y siguieron avanzando.
Dándose vuelta, Nicholas se dirigió hacia su vehículo de nieve sólo para encontrar el motor hecho pedazos. Obviamente habían estado ocupados mientras estaba en lo de Frank.
Maldita sea. ¿Cómo pudo ser tan estúpido?
Ellos debían haber destruido sus generadores para obligarlo a ir al pueblo. Le habían hecho salir del bosque como cazadores con un animal salvaje.
Bien. Si querían cazar a un animal, entonces él lo sería.
Estiró su brazo con la mano abierta y usó su telequinesia para derribar a los Escuderos.
Sin querer lastimarse otra vez, Nicholas esquivo a Jess y corrió hacia el pueblo.
No alcanzó a llegar muy lejos cuando más Escuderos aparecieron y abrieron fuego sobre él.
Las balas atravesaron su cuerpo, haciendo tiras su piel. Nicholas siseó y se tambaleó ante el dolor.
Aún así, continuó corriendo.
No tenía alternativa.
Si se quedaba quieto, entonces lo desmembrarían, y aunque su vida apestaba en serio, no tenía intención de convertirse en una Sombra. Ni les daría la satisfacción de haberlo matado.
Nicholas rodeó el costado de un edificio.
Algo duro lo golpeó en su centro.
La agonía explotó a través de él mientras era lanzado patas arriba sobre la tierra. Terminó de espalda en la nieve sin poder respirar.
Una sombra con ojos fríos, despiadados se movía y lo vigilaba.
De por lo menos dos metros diez centímetros, el hombre era dueño de una perfección masculina sobrenatural. Tenía pálidos cabellos rubios y ojos oscuros, y cuando sonrió, reveló el mismo par de colmillos de Nicholas.
—¿Qué eres? —preguntó Nicholas, sabiendo que el desconocido no era un Daimon o un Apolita, si bien se parecía a uno.
—Soy Thanatos, Cazador Oscuro —dijo en griego clásico, usando el nombre que significaba "muerte" —y estoy aquí para matarte.
Agarró a Nicholas de su abrigo y lo tiró contra un edificio lejano como si no fuera nada más que una muñeca de trapo.
Nicholas golpeó la dura pared y se deslizó hacia la calle. Su cuerpo estaba tan lastimado que sus extremidades se estremecieron mientras trataba de gatear lejos de la bestia.
Nicholas se detuvo. —No moriré de esta forma otra vez —gruñó. No sobre su estómago como un animal asustado esperando su muerte.
Como un esclavo sin valor siendo golpeado.
Con su cuerpo fortificado por la furia, se forzó a sí mismo a ponerse de pie y se dio media vuelta para enfrentar a Thanatos.
La criatura sonrió. —La columna vertebral. Cómo me gusta. Pero no tanto como me gusta chupar la médula de ella.
Nicholas atrapó su brazo mientras lo trataba de alcanzar.
—¿Sabes lo que amo? —Nicholas rompió el brazo de la criatura y lo agarró del cuello. —El sonido de un Daimon exhalando su último aliento.
Thanatos se rió. El sonido era diabólico y frío.
—No puedes matarme, Cazador Oscuro. Soy aún más inmortal que tu.
Nicholas boqueó mientras el brazo de Thanatos cicatrizaba instantáneamente.
—¿Qué eres? –preguntó Nicholas otra vez.
—Te lo dije. Soy La Muerte y nadie puede derrotar o escapar de La Muerte.
Oh, mierda. Estaba jodido ahora.
Pero estaba lejos de estar derrotado. La Muerte podía llevarlo, pero el bastardo iba a tener que trabajar para ello.
—Sabes –dijo Nicholas, cayendo en la calma surrealista que le había permitido, cuando era un niño, sobrevivir a las innumerables palizas. —Apuesto que la mayoría de la gente caga sus pantalones cuando dices esa línea. ¿Pero sabes qué, Señor—quiero—ser—espeluznante—y—estoy—fallando—miserablemente? No soy una persona. Soy un Cazador Oscuro y en el gran esquema de las cosas, no significas ni una mierda para mí.
Él concentró todos sus poderes en su mano, luego dio un golpe poderoso directamente al plexo solar de Thanatos. La criatura voló hacia atrás.
—Ahora puedo sentarme aquí y jugar contigo —. Envió otro golpe asombroso a Thanatos. —Pero más bien prefiero sacarnos a ambos de nuestras miserias.
Antes de que pudiera golpear otra vez, una explosión de escopeta lo golpeó directamente en la espalda. Nicholas sintió la metralla atravesándolo rasgándole su cuerpo, evitando por poco al corazón.
Las sirenas de la policía sonaron a lo lejos.
Thanatos lo agarró por la garganta y lo levantó hasta que él se vio forzado a estar sobre las puntas del pie. —Mejor aún, ¿por qué no te saco de las tuyas?
Luchando por respirar, Nicholas sonrió desagradablemente mientras sentía un hilo de sangre correrle por la esquina de los labios. El sabor metálico de eso impregnó su boca. Estaba herido, pero no atemorizado.
Sonriendo sarcástico al Daimon, golpeó al bastardo con la rodilla en sus joyas.
El Daimon se encogió. Nicholas empezó a correr otra vez, lejos del Daimon, los Escuderos y los policías, sólo que no era tan rápido como solía hacerlo.
El dolor hacía que su vista estuviera borrosa y mientras más corría más se lastimaba.
La agonía de su cuerpo era insoportable.
En ninguna de todas las palizas que había recibido cuando niño lo habían herido tanto. No sabía cómo lograba continuar. Sólo una parte de él se rehusaba a caerse y dejarlos tenerle.
No estaba seguro cuando los perdió, o tal vez estaban justo detrás de él. Nicholas no podía saberlo debido al zumbido en sus oídos.
Desorientado, desaceleró, tropezando hacia adelante hasta que no pudo ir más lejos.
Cayó en la nieve.
Nicholas yació allí esperando a los demás para agarrarlo. Esperando a Thanatos para terminar lo que habían empezado, pero como los segundos hicieron tictac, se percató que se debía haber escapado de ellos.
Aliviado, trató de levantarse.
No podía. Su cuerpo no cooperaba más. Lo único que podía hacer era gatear hacia delante, un metro más, donde divisaba una gran casa tipo cabaña frente a él.
Se veía cálida y acogedora y en el fondo de su mente estaba el pensamiento que si podía llegar a la puerta la persona adentro lo podría ayudar.
Se rió amargamente ante el pensamiento.
Nadie nunca lo había ayudado.
Ni siquiera una vez.
No, éste era su destino. No tenía sentido oponerse a él, y en verdad, estaba cansado de luchar solo en el mundo.
Cerrando los ojos, soltó un largo, trabajoso respiro y esperó lo que era inevitable.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
Capítulo 2
Nicholas maldijo mientras las baterías del MP3 se acababan. Su maldita suerte.
Todavía faltaba una hora para aterrizar y lo último que quería era escuchar a Mike en la cabina del piloto del helicóptero, lamentándose y quejándose por lo bajo sobre tener que llevarlo de regreso a Alaska. Si bien treinta centímetros de negro acero sólido separaban el compartimiento sin sol de Nicholas, del de Mike, él podía oírlo a través de las paredes tan fácilmente como si Mike estuviera sentado a su lado.
Peor, Nicholas odiaba estar metido en ese pequeño compartimiento que parecía estar cerrándose sobre él. Cada vez que se movía, se golpeaba un brazo o una pierna con la pared. Pero ya que habían estado volando a la luz del día, era o el cubo o la muerte.
Por alguna razón él todavía no estaba realmente seguro de por qué había escogido el cubo.
Se quitó los audífonos y sus oídos fueron asaltados inmediatamente por el rítmico golpeteo de las aspas del helicóptero, ráfagas de vientos invernales y la conversación, llena de estática, de Mike por radio.
—¿Y..., lo has hecho?
Nicholas arqueó una ceja ante la voz masculina tan ansiosa y poco familiar.
Ah, la belleza de sus poderes. Su audición le daría celos a Superman. Y él sabía cual era el tema de la conversación.
Él.
O más bien su muerte.
A Mike le habían ofrecido una fortuna para matarle, y desde el momento que habían dejado Nueva Orleáns, hacía unas doce horas aproximadamente, Nicholas había estado esperando que el Escudero de mediana edad abriera las ventanas selladas y lo expusiera a la luz del sol o que arrojara al mar su compartimiento y lo dejara caer sobre algo que garantizara terminar con su inmortalidad.
En lugar de eso, Mike estaba jodiendo con él y aún le faltaba jalar el interruptor. No era que a Nicholas le importara. Él tenía unos cuantos trucos para enseñar al Escudero, si es que Mike trataba de hacer algo.
—Nah —dijo Mike, mientras el helicóptero se sumergía sin previo aviso bruscamente hacia la izquierda haciendo que Nicholas se golpeara ruidosamente contra la pared del compartimiento. Comenzaba a sospechar que el piloto lo hacía justamente para joderlo y divertirse.
El helicóptero se inclinó otra vez mientras Nicholas se preparaba para eso.
—Pensé en eso, realmente lo hice, pero sabes, creo que freír a este bastardo es algo demasiado bueno para él. Preferiría dejarlo en la Ceremonia de Sangre de los Escuderos y dejar que lo sacaran despacio y dolorosamente. Personalmente, me gustaría oír el grito del sicótico hijo de puta pidiendo misericordia, especialmente después de lo que hizo a esos inocentes policías.
Un músculo en la mandíbula de Nicholas comenzó al latir a ritmo con los latidos rápidos y enojados de su corazón mientras oía. Síp, esos policías habían sido realmente inocentes, claro. Si Nicholas hubiera sido mortal, entonces la paliza que le habían dado lo habría matado o estaría en coma ahora mismo.
La voz habló por el radio otra vez. —Escuché de los Oráculos que Artemisa pagará el doble al Escudero que lo mate. Si lo agregas a lo que Dionisio iba a pagarte por matarlo y personalmente pienso que eres un tonto si lo dejas pasar.
—Sin duda, pero tengo suficiente dinero para quedarme tranquilo. Además, soy el que tiene que tolerar su actitud de mierda y sus mofas. Él piensa que es un tipo muy rudo. Quiero verlos bajarle los humos antes de que le corten la cabeza.
Nicholas puso sus ojos en blanco ante las palabras de Mike. Él no daba ni la cola de una rata por lo que el hombre pensaba de él.
Había aprendido hacía mucho tiempo que no tenía caso tratar de llegar a la gente.
Todo lo que lograba era que lo abofetearan.
Metió el reproductor de MP3 en su bolso negro e hizo una mueca ante su rodilla pegada a la pared. Dioses, sáquenme de este lugar apretado y restringido. Se sentía como si estuviera en un sarcófago.
—Estoy asombrado que el Concejo no activara el estado de Nick a Blood Rite para esta cacería —dijo el otro. —Ya que pasó la última semana con Nicholas, pensé que estaría más que dispuesto para esto.
Mike bufó. —Lo intentaron, pero Gautier se rehusó.
—¿Por qué?
—No tengo idea. Sabes cómo es Gautier. No acepta muy bien las órdenes. Me hace preguntarme por qué siquiera lo iniciaron en la hermandad de los Escuderos, para empezar. No puedo imaginar ningún Cazador Oscuro aparte de Acheron o Kyrian que puedan soportar esa boca.
—Sí, es un maldito sabelotodo. Y hablando de eso, mi Cazador Oscuro está llamándome así que mejor me voy a trabajar. Cuídate de Nicholas y permanece fuera de su camino.
—No te preocupes. Voy a deshacerme de él y dejarlo para que los demás lo atrapen, luego sacaré mi trasero de Alaska más rápido de lo que puedas decir “Rumpelstiltskin”.
El radio se apagó.
Nicholas se quedó perfectamente quieto en la oscuridad y escuchó a Mike respirando en la cabina del piloto.
Entonces, el idiota había cambiado de idea acerca de matarlo.
Bien, bravo por eso. Al Escudero finalmente le habían crecido las pelotas, y medio cerebro. En algún punto durante las últimas horas Mike había decidido que el suicidio no era la respuesta.
Por eso, Nicholas lo dejaría vivir.
Pero lo haría angustiarse por el privilegio.
Y que los dioses ayudaran al resto que viniera tras él. En la tierra congelada del interior de Alaska, Nicholas era invencible. A diferencia de los otros Cazadores Oscuros y Escuderos, él había tenido novecientos años de entrenamiento en supervivencia ártica. Novecientos años de estar solo él y la tierra salvaje que no figuraba en el mapa.
Indefectiblemente, Acheron lo había visitado cada década o poco más o menos sólo para asegurarse que aún estaba vivo, pero nadie más, siquiera una vez, había venido.
Y las personas se preguntaban por qué estaba demente.
Hasta diez años atrás, no había tenido contacto en absoluto con el mundo exterior durante los meses largos del verano que lo obligaban a vivir adentro de su remota cabaña.
Ni teléfono, ni computadora, ni televisión.
Nada más que la tranquila soledad en la que releía la misma pila de libros una y otra vez hasta que los había aprendido de memoria. Esperando con ansiosa anticipación que las noches se hicieran más largas, lo suficiente para permitirle viajar de su cabaña rural a Fairbanks en donde los negocios aún estaban abiertos y él podía interactuar con gente.
Para eso, sólo había pasado un siglo y medio desde que el área se hubiera poblado lo suficiente para que él pudiera tener algún contacto humano.
Antes de eso, por incontables centurias, había vivido solo, sin otro ser humano cerca de él. Ocasionalmente había divisado a nativos que estaban aterrorizados al encontrar un hombre extraño, a un hombre alto, caucásico, con colmillos y viviendo en un bosque remoto. Sólo echaban una mirada a sus más de dos metros de altura y su parka de buey almizclero, y salían corriendo tan pronto como podían en otra dirección, dando gritos que el Iglaaq los iba a atrapar.
Supersticiosos hasta el extremo, habían creado una leyenda basada en él.
Eso dejaba sólo las raras visitas de los Daimons en el invierno, quienes se aventuraban en su bosque a fin de poder decir que habían enfrentado al lunático Cazador Oscuro. Desafortunadamente, habían estado más interesados en pelear que en conversar y así que su relación con ellos siempre había sido breve. Unos pocos minutos de combate para aliviar la monotonía y luego estaba solo otra vez con la nieve y los osos.
Y no eran ni siquiera were—bears.
La carga magnética y eléctrica de la aurora boreal imposibilitaba a los Were Hunter aventurarse tan al norte. También causaba estragos con la electrónica y los enlaces de satelitales, cortando sus comunicaciones periódicamente durante el año, así que aún en este mundo moderno, estaba todavía dolorosamente solo.
Tal vez debería dejarles que lo mataran después de todo.
Y todavía, de alguna manera, siempre se encontraba continuando. Un año más, un verano más.
Uno más de comunicaciones cortadas.
Supervivencia básica era todo lo que Nicholas siempre había conocido.
Tragó mientras recordaba Nueva Orleáns.
Cómo había amado esa ciudad. La animación. El calor. La mezcla de olores exóticos, vistas, y sonidos. Se preguntaba si la gente que vivía allí se percataba de lo bien que estaban. Qué tan privilegiados eran por estar bendecidos con semejante ciudad.
Pero eso estaba detrás de él ahora. Había cometido un error tan grande que no había forma que ni Artemisa ni Acheron le permitieran regresar a un área poblada donde pudiera interactuar con un gran grupo de personas.
Eran él y Alaska para la eternidad. Todo lo que podía esperar era una masiva explosión demográfica, pero dada la severidad del clima, eso era tan probable como que a él lo destinaran a Hawai.
Con ese pensamiento, sacó del bolso su ropa para la nieve y empezó a ponérsela. Sería temprano en la mañana, cuando llegaran y aún estaría oscuro, pero el amanecer no estaría muy lejos. Tendría que apresurarse para llegar a su cabaña antes de la salida del sol.
Para cuando se había frotado vaselina sobre su piel y se había puesto sus calzoncillos largos, un suéter negro con cuello de tortuga, el abrigo largo de buey almizclero y las aislantes botas de invierno, ya podía sentir descender al helicóptero.
En un impulso, Nicholas repasó rápidamente las armas en su bolso. Había aprendido hacía mucho tiempo a llevar un gran surtido de herramientas. Alaska era un lugar rudo para estar por cuenta propia y nunca sabías cuándo te ibas a encontrar con algo mortífero.
Siglos atrás, Nicholas había tomado la decisión de ser la cosa más mortífera en la tundra.
Tan pronto como aterrizaron, Mike cortó el motor y esperó a que las aspas dejaran de dar vueltas antes de salir, maldiciendo por la temperatura bajo cero, y abrió la puerta trasera. Mike hizo un repugnante gesto de desprecio mientras se hacía para atrás para darle el espacio suficiente a Nicholas para desocupar el helicóptero.
—Bienvenido a casa —dijo Mike con una nota de veneno en la voz. El estúpido estaba disfrutando con el pensamiento de que los Escuderos le siguieran la pista y lo desmembraran.
Bueno, también Nicholas.
Mike sopló sus manos enguantadas. —Espero que todo esté como lo recuerdes.
Lo estaba. Aquí, ninguna cosa cambiaba nunca.
Nicholas se sobresaltó ante el brillo de la nieve aún en la oscuridad del pre-amanecer. Se bajó los lentes sobre los ojos para protegerlos y saltó afuera. Agarró su bolso, lo lanzó sobre el hombro, luego se abrió camino a través de la nieve hacia el cobertizo climatizado en donde, la semana anterior, había dejado su Ski Doo MX Z Rev, hecha a medida.
Oh, sí, ésta era la temperatura por debajo de congelación que recordaba, el aire ártico que mordía tan ferozmente. Cada pedazo de su piel expuesta ardía. Apretó sus dientes para evitar que castañearan, algo no muy agradable cuando un hombre tenía colmillos largos y filosos en lugar de dientes.
Bienvenido a casa...
Mike se dirigía hacia la cabina del piloto cuando Nicholas se dio vuelta para mirarlo.
—Oye, Mike —lo llamó, su voz sonó a través de la fría quietud.
Mike se detuvo.
—Rumpelstiltskin —dijo antes de lanzar una granada debajo del helicóptero.
Mike dejó escapar una apestosa maldición mientras corría a través de la nieve tan rápido como podía, tratando de alcanzar algún refugio.
Por primera vez en un largo rato, Nicholas sonrió al ver al Escudero enojado y el sonido de la nieve crujiendo ruidosamente bajo los apurados pasos de Mike.
El helicóptero explotó en el mismo instante que Nicholas alcanzaba su vehículo de nieve. Pasó una larga pierna vestida en cuero sobre el asiento negro y miró hacia atrás para ver cómo los pedazos de metal, del helicóptero Sikorsky de veintitrés millones de dólares, llovían sobre la nieve.
Ahh, fuegos artificiales. Cómo le gustaban. La vista era casi tan bella como la aurora boreal.
Mike todavía estaba maldiciendo y dando saltos, como un niño enojado, mientras miraba su juguete hecho a medida arder en llamas.
Nicholas echó a andar el motor y condujo hacia Mike, pero no antes de dejar caer otra granada para reventar el cobertizo, impidiendo de esa forma que el Escudero la usara.
Mientras el vehículo de nieve vibraba bajo él, se bajó la bufanda lo suficiente a fin de que Mike le pudiera entender cuándo le hablara. —El pueblo está a unos seis kilómetros por ese camino —dijo, señalando hacia el sur. Le lanzó a Mike un tubito de vaselina. —Mantén los labios cubiertos para que no sangren.
—Debería haberte matado —Mike gruñó.
—Sí, deberías haberlo hecho —. Nicholas se cubrió la cara, y aceleró al máximo el motor. —Ya que estamos, si das con lobos en el bosque, recuerda, realmente son lobos y no Were-Hunters al acecho. Ellos viajan en jaurías así que si escuchas a uno, hay más detrás de él. Mi mejor consejo para eso es escalar un árbol y esperar que se aburran antes de que un oso venga y decida subir tras de ti.
Nicholas hizo girar su máquina y se dirigió hacia el nordeste donde su cabaña lo esperaba en el medio de ciento veinte hectáreas de bosque.
Probablemente debería sentirse culpable por lo que le había hecho a Mike, pero no lo hacía. El Escudero sólo había aprendido una valiosa lección. La próxima vez que Artemisa o Dionisio le hicieran una oferta, él la tomaría.
Nicholas rotó su muñeca, dando al vehículo de nieve más potencia mientras corcoveaba sobre el escabroso camino nevado. Aún tenía un largo camino a casa y su tiempo se acababa.
El amanecer ya llegaba.
Maldición. Debería haber llevado a su Mach Z. Era lustrosa y más rápida que el MX Z Rev en que estaba ahora, pero mucho menos divertida.
Nicholas tenía frío, estaba hambriento, y cansado, y en una forma extraña todo lo que quería hacer era regresar a las cosas que le eran familiares.
Si los otros Escuderos querían cazarlo, entonces que así fuese. Al menos de esta manera él estaba prevenido.
Y como el helicóptero y el cobertizo lo demostraron, él ya estaba preparado de antemano.
Si querían enfrentarlo, entonces les deseaba suerte. Iban a necesitarla y también un montón de refuerzos.
Esperando con ilusión el desafío, hizo volar su máquina sobre el terreno congelado.
Faltaba poco para el amanecer cuando llegó a su aislada cabaña. Más nieve había caído bloqueando su puerta, mientras había estado ausente. Deslizó el vehículo de nieve en un cobertizo pequeño que estaba pegado a su cabaña y la cubrió con una lona impermeable. Mientras enchufaba la calefacción para el motor, se percató que no había suficiente poder en la conexión ni para la MX ni la Mach que estaba estacionada al lado. Gruñó enojado. Maldición. Sin duda el motor del Mach se había quebrado por las temperaturas bajo cero, y si no tenía cuidado el motor de la MX también se quebraría.
Nicholas se apresuró a salir y comprobar los generadores antes de que el sol se levantara sobre las colinas, sólo para encontrar a ambos congelados y sin funcionar.
Gruñó otra vez mientras golpeaba uno con el puño.
Bien, eso en cuanto a comodidad. Parecía que hoy iban a ser él y la pequeña estufa a leña. No era la mejor fuente de calor, pero era lo mejor que iba a obtener.
—Genial, simplemente genial —masculló. No era la primera vez que se había visto forzado a tolerar dormir con frío, en el piso de la cabaña. Sin duda no sería la última vez.
Sólo parecía peor esta mañana porque había pasado la última semana en el clima templado de Nueva Orleáns. Había estado tan cálido cuando estuvo allí que ni siquiera había necesitado usar la calefacción.
Hombre, cómo extrañaba ese lugar.
Sabiendo que su tiempo antes de la salida del sol era críticamente pequeño, regresó con paso pesado a su vehículo de nieve y envolvió el motor con su parka, para ayudar a mantener el calor, tanto como pudiera. Luego rescató su bolso del asiento y fue a excavar frente a su puerta a fin de poder entrar en su cabaña.
Se agachó rápidamente mientras atravesaba la puerta y mantuvo la cabeza inclinada. El cielo raso era bajo, tan bajo, que si se paraba derecho, la parte superior de la cabeza lo rozaría, y si no estaba prestando atención, el ventilador de techo, en medio del cuarto, le decapitaría.
Pero el cielo raso bajo era necesario. El calor en el corazón del invierno era una comodidad valiosa y lo último que cualquiera querría era que se dispersara bajo un cielo raso de 3 metros. Un cielo raso más bajo significaba un lugar más caliente.
Sin mencionar que novecientos años atrás cuando había sido desterrado aquí, no había tenido mucho tiempo para construir su refugio. Pasando la noche en una caverna durante la luz del día, había trabajado en la cabaña durante la noche hasta que finalmente había construido Hogar Asqueroso Hogar.
Sí, era bueno estar de regreso.
Nicholas dejó caer su bolsa de lona al lado de la estufa a leña. Luego se volvió y colocó el antiguo pestillo de madera dentro del hueco sobre la puerta para atrancarla, y así mantener alejada a la fauna silvestre de Alaska que algunas veces se aventuraba demasiado cerca de su cabaña.
Andando a tientas a lo largo de la pared, tallada con sus manos, encontró la linterna que pendía allí y la pequeña caja de fósforos Lucifer que estaba sujeta a ella. Si bien su vista de Cazador Oscuro estaba diseñada para la noche, no podía ver en la oscuridad total. Con la puerta cerrada, su cabaña estaba sellada tan ajustadamente que ninguna luz en absoluto podía penetrar las gruesas paredes de madera.
Una vez encendida la linterna, tembló de frío en tanto se daba vuelta para mirar el interior de su casa. Conocía cada centímetro del lugar íntimamente. Cada estante de libros que revestía las paredes, cada muesca tallada que la decoraba.
Él nunca había tenido muchos muebles. Dos alacenas altas; una para su puñado de ropas y otra para su comida. Había también una mesita para el televisor y los estantes de libros, y eso era todo. Como un ex—esclavo romano, Nicholas no estaba acostumbrado a mucho.
Estaba tan frío adentro que podía ver su respiración a través de la bufanda y cuando miró alrededor del estrecho lugar, hizo una mueca a su computadora y el televisor, los cuales tendrían que descongelarse antes de poder usarlos.
Con tal que la humedad no los hubiera alcanzado.
Reacio a preocuparse por eso, se dirigió a la despensa de comida en la parte trasera donde no había más que productos enlatados. Había aprendido hacia mucho tiempo que si los osos y los lobos olían comida, rápidamente le harían una visita no deseada. No tenía ganas de matarlos sólo porque estaban hambrientos y eran estúpidos.
Nicholas agarró una lata de carne de cerdo con frijoles y su abrelatas, y se sentó en el piso. Mike se había rehusado a alimentarlo durante el viaje de trece horas de Nueva Orleáns a Fairbanks. Mike había afirmado que no quería arriesgarse a exponer a Nicholas a la luz del sol para alimentarlo.
En realidad, el Escudero era un idiota, y el hambre no era algo nuevo para Nicholas.
—Ah, grandioso —masculló cuando abrió la lata y encontró los frijoles sólidamente congelados adentro. Consideró en sacar el pica hielo, pero cambió de idea. No estaba tan hambriento para que un helado de carne de cerdo y frijoles le atrajera.
Suspiró con repugnancia, luego abrió la puerta y lanzó la lata tan lejos en el bosque como pudo.
Cerrando de un golpe la puerta antes de que la luz del amanecer se filtrara, Nicholas buscó en su bolsa hasta que encontró su teléfono celular, el reproductor de MP3, y la laptop. Colocó el teléfono y el reproductor en sus pantalones a fin de que el calor del cuerpo evitara que se congelaran. Luego dejó a un lado su laptop hasta que pudiera encender la estufa a leña.
Fue a la esquina frente a la estufa y agarró un manojo de figurillas de madera talladas, que había amontonado allí y las colocó adentro de la estufa.
Tan pronto como abrió la pequeña puerta de hierro, hizo una pausa.
Había un visón diminuto en el interior con tres recién nacidos. La madre, enojada al ser perturbada, siseó una advertencia para él mientras se miraban a los ojos.
Nicholas siseó en respuesta.
—Hombre, no creo esto —refunfuñó Nicholas coléricamente.
El visón debía haber entrado por el tubo de la estufa y haberse mudado cuando él se había ido. Probablemente habría estado todavía cálida cuando la encontró y la estufa era un lugar extremadamente seguro como cubil.
—Lo mínimo que podrías haber hecho era traer unos cincuenta de tus amigos contigo. Y así yo podría usar un abrigo nuevo.
Ella le mostró sus dientes.
Nicholas exasperado, cerró la puerta y devolvió el montón a la esquina. Era un imbécil, pero ni siquiera él los echaría. Siendo inmortal, sobreviviría el frío. La madre y las crías no lo harían.
Recogió su laptop y la colocó dentro de su abrigo cerrado para conservarla caliente y se fue a la esquina lejana donde estaba su jergón. Mientras se acostaba, pensó en irse a dormir bajo tierra en donde estaba más caliente, pero entonces, ¿Para qué molestarse?
Tendría que mover la estufa para alcanzar su sótano escondido y eso sólo contrariaría a la mamá visón otra vez.
En esta época del año la luz del día era corta. Sólo serían unas cuantas horas más hasta la puesta de sol, y él estaba más que acostumbrado a su páramo congelado.
Tan pronto como pudiera, iría al pueblo a comprar suministros y un generador nuevo. Jalando las colchas y las pieles sobre él, exhaló un suspiro largo y cansado.
Nicholas cerró los ojos y dejó que su mente vagara sobre los acontecimientos de la semana pasada.
—Gracias, Nicholas.
Él rechinó los dientes mientras recordaba la cara de Sunshine Runningwolf. Sus grandes ojos café oscuros eran increíblemente seductores y ella estaba muy lejos del tipo de modelo flaca que la mayoría de los hombres preferían; tenía un cuerpo exuberante, curvilíneo que lo había puesto duro con sólo estar cerca de ella.
Hombre, debería haber tomado un mordisco de su cuello cuando había tenido la oportunidad. Todavía no estaba seguro por qué no había saboreado su sangre. Sin duda lo habría mantenido caliente, aún ahora.
Oh, pues bien. Debía apuntarlo como otro arrepentimiento, total él tenía una lista infinita de ellos.
Sus pensamientos regresaron a ella...
Sunshine había aparecido inesperadamente en su casa de Nueva Orleáns mientras había estado esperando que Nick lo llevara al sitio de aterrizaje para irse.
Su pelo negro estaba trenzado y sus ojos café habían mostrado una amistad que nunca antes había visto cuando alguien lo miraba.
—No puedo quedarme por mucho tiempo. No quiero que Talon se despierte y encuentre que me he ido, pero antes de que te vayas debía agradecerte lo que hiciste por nosotros.
Él todavía no sabía por qué los había ayudado a ella y a Talon. Por qué había desafiado a Dionisio y había peleado contra el dios cuando éste había tratado de destruirlos a ambos.
Por su felicidad, se había consignado a sí mismo a morir.
Pero mientras la miraba ayer, había parecido que, en cierta forma, había valido la pena.
Y mientras dejaba que el sueño lo alcanzara, se preguntaba si todavía pensaría que valió la pena cuando los Escuderos encontraran su cabaña y la quemaran hasta los cimientos con él en su interior..
Resopló ante el pensamiento. ¿Qué diablos? Al menos estaría caliente unos pocos minutos antes de morir.
Nicholas no estaba seguro cuánto tiempo había dormido. Cuando se despertó, estaba oscuro otra vez.
Esperaba que no hubiera sido por mucho tiempo ya que su vehículo de nieve corría la posibilidad de congelarse. Si lo hacía, entonces sería una fría y larga caminata al pueblo.
Se dio vuelta y arrugó la cara de dolor. Había estado descansando sobre su laptop. Sin mencionar el teléfono y reproductor de MP3 que estaban mordiendo algo mucho más incómodo.
Temblando en contra del frío glacial, se obligó a sí mismo a levantarse y agarrar otra parka de su armario. Una vez que estuvo vestido para el clima, salió a su garaje provisional. Puso la laptop, el teléfono, y reproductor de MP3 en su mochila y la lanzó sobre sus hombros, luego montó el vehículo y desenvolvió el motor.
Afortunadamente arrancó en el primer intento. ¡Aleluya! Tal vez su suerte estaba cambiando después de todo. Nadie lo había tostado mientras dormía y realmente tenía suficiente combustible para llegar a Fairbanks donde podía obtener alguna comida caliente y deshelarse por unos minutos.
Agradecido por los pequeños favores, se dirigió a través de su tierra, dobló al sur para el largo, accidentado viaje que lo llevaría a la civilización.
No le importaba. Estaba malditamente agradecido que ahora hubiera una civilización a dónde dirigirse.
Nicholas llegó a la ciudad poco después de las seis.
Estacionó su vehículo en la casa de Sharon Parker, que estaba a una corta distancia del centro del pueblo. Había conocido a la ex—camarera diez años atrás cuando la había encontrado en el interior de su coche averiado, tarde en la noche, a un costado de una calle secundaria que raramente era usada en el Polo Norte.
Había estado próximo a sesenta grados bajo cero y ella había estado llorando, acurrucada bajo mantas, asustada de que ella y su bebé murieran antes de que le llegara algún tipo de ayuda. Su hija de siete meses estaba enferma de asma y Sharon había estado tratando de llevarla al hospital para tratarla, pero habían rechazado su ingreso ya que ella no tenía seguro social ni dinero para pagar.
Le habían dado indicaciones de cómo llegar a una clínica de caridad y se había perdido mientras trataba de encontrarla.
Nicholas los había llevado de regreso al hospital y había pagado por el cuidado del bebé. Mientras esperaban, había averiguado que Sharon había sido desalojada de su departamento y que no podía cubrir los gastos con lo que ella ganaba.
Así es que le había ofrecido a Sharon un negocio. A cambio de una casa, el coche, y el dinero, ella le proveía de alguien amigable para hablar cuando fuera que él viniera a Fairbanks, y una pocas comidas caseras o sobras cocinadas, lo que fuere que ella tuviera en ese momento.
Lo mejor de todo, era que en el verano cuando él estaba completamente encerrado dentro de su cabaña durante las veintitrés horas y medias de luz del día, ella pasaba por la oficina de correos o la tienda y le traía libros y suministros y los dejaba fuera de su puerta.
Había sido el mejor trato que alguna vez había hecho.
Ella nunca le había preguntado nada personal, ni aún cuando él no dejaba su cabaña en los meses de verano. Sin duda estaba demasiado agradecida de tener su apoyo financiero para preocuparse por sus actitudes excéntricas.
A cambio, Nicholas nunca había tomado su sangre o le había preguntado a ella algo personal. Eran simplemente empleador y empleada.
—¿Nicholas?
Él levantó la vista del bloque caliente que estaba enchufando en su vehículo de nieve, para verla sacar la cabeza por la puerta principal de su casa estilo rancho. Su pelo castaño oscuro estaba más corto que un mes atrás cuando él la había visto por última vez, ahora tenía un corte desmechado que se mecía sobre sus hombros.
Alta, delgada, y sumamente atractiva, estaba vestida con un suéter negro y jeans. Cualquier otro tipo a estas fechas, probablemente ya habría hecho una movida con ella, y una noche, cuatro años atrás, ella había insinuado que si alguna vez quisiese algo más íntimo, ella gustosamente se lo daría, pero Nicholas se había rehusado.
A él no le gustaba que las personas se acercaran demasiado, y las mujeres tenían una horrorosa tendencia de mirar al sexo como algo muy significativo.
Él no. El sexo era sexo. Era básico y animal. Algo que el cuerpo necesitaba como necesitaba comida. Pero un tipo no tenía que ofrecer una cita a un bistec antes de comerlo.
¿Entonces por qué las mujeres necesitaban un testamento de afecto antes de abrir sus piernas?
Él no lo entendía.
Y nunca se involucraría con Sharon. El sexo con ella sería una complicación que no necesitaba.
—¿Nicholas, eres tú?
Bajó la bufanda de su cara y respondió a gritos. —Sí, soy yo.
—¿Entras?
—Regresaré en un momento. Tengo que ir a comprar unas pocas cosas.
Ella asintió con la cabeza, luego regresó adentro y cerró la puerta.
Nicholas caminó calle abajo hacia la tienda. El almacén general de Frank tenía de todo. Lo mejor es que tenía una gran variedad de artículos electrónicos y generadores. Desafortunadamente, no podría usar la tienda por mucho tiempo. Él había sido un cliente regular por acerca de quince años, y aunque Frank era un poco torpe, había empezado a notar el hecho que Nicholas no había envejecido en todo este tiempo.
Tarde o temprano, Sharon lo notaría también y tendría que dejar su único contacto con el mundo mortal.
Ese era el gran inconveniente de la inmortalidad. Él no se atrevía a rondar por ahí mucho tiempo más o se enterarían quién y qué era él. Y a diferencia de otros Cazadores Oscuros, cada vez que había pedido a un Escudero que le sirviese y protegiese su identidad, el Concejo se lo había negado.
Parecía que su reputación era tal que nadie quería la obligación de ayudarlo.
Bien. Nunca había necesitado a nadie, de cualquier manera.
Nicholas entró en la tienda y se tomó un minuto para sacarse los lentes y guantes y desabotonarse el abrigo. Escuchó a Frank conversando con uno de sus empleados en la parte de atrás.
—Ahora presta atención, chico. Es un hombre extraño, pero mejor sé amable con él, ¿me escuchas? Gasta una tonelada de dinero en esta tienda y a mí no me importa qué tan espeluznante se ve, tu sé simpático.
Lo dos salieron de atrás. Frank se paró en seco para clavar los ojos en él.
Nicholas le devolvió la mirada. Frank estaba acostumbrado a verle con una barba de chivo o con barba, su pendiente de espadas cruzadas, y la garra de plata que llevaba puesta en su mano izquierda. Tres cosas que Acheron le había ordenado abandonar en Nueva Orleáns.
Sabia cómo se veía sin barba y lo odiaba. Pero al menos no tenía que mirarse en un espejo. Los Dark—Hunters sólo podían reflejarse cuando querían.
Nicholas nunca había querido.
El hombre mayor sonrió con una sonrisa que era más costumbre que amistosa y caminó hacia él. Si bien la gente de Fairbanks era en extremo amigable, la mayoría de ellos todavía tendían a dejar un espacio alrededor de Nicholas.
Tenía ese efecto en las personas.
—¿Qué puedo ofrecerte hoy? –preguntó Frank.
Nicholas recorrió con la mirada al adolescente, quien lo miraba curiosamente.
—Necesito un generador nuevo.
Frank respiró entre dientes y Nicholas esperó lo que sabía vendría. —Podría haber un problema.
Frank siempre decía eso. No importaba lo que Nicholas necesitara, iba a ser un problema obtenerlo, por lo tanto tendría que pagar más dólares por él.
Frank se rascó los bigotes grises de su cara barbuda. —Sólo tengo uno y se supone que debe ser entregado a los Wallabys mañana.
Síp, correcto.
Nicholas estaba demasiado cansado para jugar al regateo con Frank esta noche. En este punto, estaba dispuesto a pagar cualquier cosa por recuperar la electricidad dentro de su casa. —Si me dejas tenerlo, hay seis grandes extras para ti.
Frank frunció el ceño y continuó rascando su barba. —Ahora bien, hay otro problema. Los Wallabys lo estarán esperando ansiosamente.
—Diez grandes, Frank, y otros dos si lo puedes llevar a casa de Sharon dentro de una hora.
Frank resplandeció. —Tony, ya escuchaste al hombre, carga su generador en este momento —. Los ojos del viejo eran claros y casi amigables. —¿Necesitas alguna otra cosa?
Nicholas negó con la cabeza y salió.
Se abrió paso hacia lo de Sharon e hizo lo mejor que pudo por ignorar los latigazos del viento.
Golpeó la puerta antes de empujarla con el hombro para abrirla y entrar. Por raro que pareciera, la sala de estar estaba vacía. A esta vez hora de la noche, la hija de Sharon, Trixie usualmente corría de un lado a otro, jugando y gritando como un demonio o haciendo una tarea bajo extrema protesta. Ni siquiera la oía en la parte de atrás.
Por un segundo, pensó que tal vez los Escuderos lo habían encontrado, pero eso era ridículo. Nadie sabía de Sharon. Nicholas no se llevaba exactamente bien con el Concejo de Escuderos u otros Cazadores Oscuros.
—¿Oye, Sharon? —llamó. —¿Esta todo bien?
Ella caminó lentamente desde la cocina. —Regresaste.
Un mal presentimiento le sobrevino. Algo no estaba bien. Lo podía sentir. Ella parecía nerviosa.
—Sí. ¿Sucede algo? ¿No interrumpí una cita o algo, no?
Y luego lo oyó. Era el sonido de un hombre respirando, de pisadas fuertes dejando la cocina.
El hombre vino andando por el vestíbulo, con una forma lenta y metódica de caminar, como un depredador tomándose su tiempo para situar el paisaje mientras pacientemente observaba a su presa.
Nicholas frunció el ceño ante el hombre que se detenía en el vestíbulo detrás de Sharon. Parado era sólo tres centímetros más bajo que Nicholas, tenía el pelo oscuro largo, atado en una cola de caballo y traía puesto un pañuelo al estilo de las novelas del Oeste. Había un aura mortal alrededor del hombre y tan pronto como sus ojos se cruzaron, Nicholas supo que había sido traicionado.
Éste era otro Cazador Oscuro.
Y solo había uno de los miles de Cazadores Oscuros que sabían de Sharon y él...
Nicholas maldijo su estupidez.
El Cazador Oscuro inclinó su cabeza hacia él. –Z —pronunció arrastrando las palabras pesadamente en un acento sureño que Nicholas conocía demasiado bien. —Tú y yo tenemos que hablar.
Nicholas no podía respirar mientras clavaba los ojos en Sharon y Sundown a la vez. Sundown era la única persona en quien él alguna vez se había confiado en sus dos mil años de vida.
Y sabía por qué Sundown estaba aquí.
Sólo Sundown conocía a Nicholas. Conocía los lugares que frecuentaba y sus hábitos.
¿Quién mejor para seguirle la pista y matarle que su mejor amigo?
—¿Hablar sobre qué? —preguntó bruscamente, entrecerrando los ojos.
Sundown se movió delante de Sharon como para protegerla. Que él pensase por un instante, que Nicholas la amenazaría, le dolió más que nada.
—Pienso que sabes por qué estoy aquí, Z.
Sí, lo sabía bien. Sabía exactamente lo que Sundown quería de él. Una muerte agradable, rápida a fin de que Sundown pudiera reportar a Artemisa y Acheron que todo estaba bien otra vez en el mundo, y luego el vaquero regresaría a su casa en Reno.
Pero Nicholas había ido dócilmente, una vez, a su ejecución. Esta vez, tenía la intención de luchar por su vida, como fuese.
—Olvídalo, Jess –dijo él, usando el nombre real de Sundown.
Se dio vuelta y corrió hacia la puerta.
Nicholas logró regresar al jardín antes de que Sundown lo atrapara y jalara para detenerlo. Él dejó al descubierto sus colmillos, pero Jess no pareció notarlo.
Nicholas le dio un duro puñetazo en el estómago. Fue un golpe poderoso que hizo que Jess se tambaleara hacia atrás y puso de rodillas a Nicholas. Siempre que un Cazador Oscuro atacaba a otro, el Cazador Oscuro que atacaba sentía el golpe diez veces peor que el que lo recibía. Había una única forma de evitar esto, que Artemisa levantara su prohibición. Solo esperaba que no se la hubiera levantado a Jess.
Nicholas luchó por respirar ante el dolor y se forzó a sí mismo a pararse. A diferencia de Jess, el dolor físico era algo a lo que estaba habituado.
Pero antes de poder alejarse vio a Mike y a otros tres Escuderos en las sombras. Caminaban hacia ellos con pasos determinados que decían que estaban armados para el Cazador Oscuro.
—Déjenmelo a mí –ordenó Sundown.
Lo ignoraron y siguieron avanzando.
Dándose vuelta, Nicholas se dirigió hacia su vehículo de nieve sólo para encontrar el motor hecho pedazos. Obviamente habían estado ocupados mientras estaba en lo de Frank.
Maldita sea. ¿Cómo pudo ser tan estúpido?
Ellos debían haber destruido sus generadores para obligarlo a ir al pueblo. Le habían hecho salir del bosque como cazadores con un animal salvaje.
Bien. Si querían cazar a un animal, entonces él lo sería.
Estiró su brazo con la mano abierta y usó su telequinesia para derribar a los Escuderos.
Sin querer lastimarse otra vez, Nicholas esquivo a Jess y corrió hacia el pueblo.
No alcanzó a llegar muy lejos cuando más Escuderos aparecieron y abrieron fuego sobre él.
Las balas atravesaron su cuerpo, haciendo tiras su piel. Nicholas siseó y se tambaleó ante el dolor.
Aún así, continuó corriendo.
No tenía alternativa.
Si se quedaba quieto, entonces lo desmembrarían, y aunque su vida apestaba en serio, no tenía intención de convertirse en una Sombra. Ni les daría la satisfacción de haberlo matado.
Nicholas rodeó el costado de un edificio.
Algo duro lo golpeó en su centro.
La agonía explotó a través de él mientras era lanzado patas arriba sobre la tierra. Terminó de espalda en la nieve sin poder respirar.
Una sombra con ojos fríos, despiadados se movía y lo vigilaba.
De por lo menos dos metros diez centímetros, el hombre era dueño de una perfección masculina sobrenatural. Tenía pálidos cabellos rubios y ojos oscuros, y cuando sonrió, reveló el mismo par de colmillos de Nicholas.
—¿Qué eres? —preguntó Nicholas, sabiendo que el desconocido no era un Daimon o un Apolita, si bien se parecía a uno.
—Soy Thanatos, Cazador Oscuro —dijo en griego clásico, usando el nombre que significaba "muerte" —y estoy aquí para matarte.
Agarró a Nicholas de su abrigo y lo tiró contra un edificio lejano como si no fuera nada más que una muñeca de trapo.
Nicholas golpeó la dura pared y se deslizó hacia la calle. Su cuerpo estaba tan lastimado que sus extremidades se estremecieron mientras trataba de gatear lejos de la bestia.
Nicholas se detuvo. —No moriré de esta forma otra vez —gruñó. No sobre su estómago como un animal asustado esperando su muerte.
Como un esclavo sin valor siendo golpeado.
Con su cuerpo fortificado por la furia, se forzó a sí mismo a ponerse de pie y se dio media vuelta para enfrentar a Thanatos.
La criatura sonrió. —La columna vertebral. Cómo me gusta. Pero no tanto como me gusta chupar la médula de ella.
Nicholas atrapó su brazo mientras lo trataba de alcanzar.
—¿Sabes lo que amo? —Nicholas rompió el brazo de la criatura y lo agarró del cuello. —El sonido de un Daimon exhalando su último aliento.
Thanatos se rió. El sonido era diabólico y frío.
—No puedes matarme, Cazador Oscuro. Soy aún más inmortal que tu.
Nicholas boqueó mientras el brazo de Thanatos cicatrizaba instantáneamente.
—¿Qué eres? –preguntó Nicholas otra vez.
—Te lo dije. Soy La Muerte y nadie puede derrotar o escapar de La Muerte.
Oh, mierda. Estaba jodido ahora.
Pero estaba lejos de estar derrotado. La Muerte podía llevarlo, pero el bastardo iba a tener que trabajar para ello.
—Sabes –dijo Nicholas, cayendo en la calma surrealista que le había permitido, cuando era un niño, sobrevivir a las innumerables palizas. —Apuesto que la mayoría de la gente caga sus pantalones cuando dices esa línea. ¿Pero sabes qué, Señor—quiero—ser—espeluznante—y—estoy—fallando—miserablemente? No soy una persona. Soy un Cazador Oscuro y en el gran esquema de las cosas, no significas ni una mierda para mí.
Él concentró todos sus poderes en su mano, luego dio un golpe poderoso directamente al plexo solar de Thanatos. La criatura voló hacia atrás.
—Ahora puedo sentarme aquí y jugar contigo —. Envió otro golpe asombroso a Thanatos. —Pero más bien prefiero sacarnos a ambos de nuestras miserias.
Antes de que pudiera golpear otra vez, una explosión de escopeta lo golpeó directamente en la espalda. Nicholas sintió la metralla atravesándolo rasgándole su cuerpo, evitando por poco al corazón.
Las sirenas de la policía sonaron a lo lejos.
Thanatos lo agarró por la garganta y lo levantó hasta que él se vio forzado a estar sobre las puntas del pie. —Mejor aún, ¿por qué no te saco de las tuyas?
Luchando por respirar, Nicholas sonrió desagradablemente mientras sentía un hilo de sangre correrle por la esquina de los labios. El sabor metálico de eso impregnó su boca. Estaba herido, pero no atemorizado.
Sonriendo sarcástico al Daimon, golpeó al bastardo con la rodilla en sus joyas.
El Daimon se encogió. Nicholas empezó a correr otra vez, lejos del Daimon, los Escuderos y los policías, sólo que no era tan rápido como solía hacerlo.
El dolor hacía que su vista estuviera borrosa y mientras más corría más se lastimaba.
La agonía de su cuerpo era insoportable.
En ninguna de todas las palizas que había recibido cuando niño lo habían herido tanto. No sabía cómo lograba continuar. Sólo una parte de él se rehusaba a caerse y dejarlos tenerle.
No estaba seguro cuando los perdió, o tal vez estaban justo detrás de él. Nicholas no podía saberlo debido al zumbido en sus oídos.
Desorientado, desaceleró, tropezando hacia adelante hasta que no pudo ir más lejos.
Cayó en la nieve.
Nicholas yació allí esperando a los demás para agarrarlo. Esperando a Thanatos para terminar lo que habían empezado, pero como los segundos hicieron tictac, se percató que se debía haber escapado de ellos.
Aliviado, trató de levantarse.
No podía. Su cuerpo no cooperaba más. Lo único que podía hacer era gatear hacia delante, un metro más, donde divisaba una gran casa tipo cabaña frente a él.
Se veía cálida y acogedora y en el fondo de su mente estaba el pensamiento que si podía llegar a la puerta la persona adentro lo podría ayudar.
Se rió amargamente ante el pensamiento.
Nadie nunca lo había ayudado.
Ni siquiera una vez.
No, éste era su destino. No tenía sentido oponerse a él, y en verdad, estaba cansado de luchar solo en el mundo.
Cerrando los ojos, soltó un largo, trabajoso respiro y esperó lo que era inevitable.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
Belieber&Smiler♥
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
uy esta buena! jaja falta mucho para la accion? :twisted: JAJAJAJAJA
heynatii
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Holaaa
awww thu otra nove estuvo increible en serio
voyy a mitad del capitulo 2 en esta i debo decir
qeee tambien me encantho (:
mis idolos <3
He could be the one
https://onlywn.activoforo.com/apto-para-tods-f10/he-could-be-the-one-joealex-t1192.htm
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Invitado
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Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
En esta clase de novelas, siempre hay accion solo que todo es a su tiempo :twisted:
Astrid estaba sentada en el borde de la cama mientras comprobaba las heridas de su "invitado". Hacía cuatro días que él yacía inconsciente en su cama, mientras ella velaba por él.
Los apretados músculos bajo sus manos eran firmes y fuertes, pero no los podía ver.
Ella no lo podía ver.
Perdía su vista cuando era enviada a juzgar a alguien. Los ojos podían engañar. Juzgaban las cosas muy diferente de los otros sentidos.
Astrid siempre debía ser imparcial si bien por el momento no se sentía verdaderamente así.
¿Cuántas veces había ido con el corazón abierto sólo para ser engañada?
El peor caso había sido Miles. Un Cazador Oscuro descarriado, había sido encantador y divertido. La había deslumbrado con su vivacidad y su habilidad para hacer de todo un juego. Cada vez que había tratado de empujarlo a sus límites, él había tomado a risa sus pruebas y había demostrado ser bueno para todo.
Él había parecido el hombre perfecto, equilibrado.
Por un tiempo, se había imaginado enamorada de él.
Al final, había tratado de matarla. Había sido completamente amoral y cruel. Frío. Insensible. La única persona que podía amar era a sí mismo, y aunque que no era nada más que escoria, en su mente, él había sido calumniado por el género humano, así que estaba bien que hiciera lo que quisiera con ellos.
Y ese era el problema más grande de Astrid con los Cazadores Oscuros. Ellos eran humanos que usualmente eran reclutados de las cloacas. Azotados por los otros desde el nacimiento hasta la muerte, eran hostiles con el mundo. Artemisa nunca tomó eso en consideración cuándo los convirtió. Todo lo que quería era un soldado bajo las órdenes de Acheron. Una vez que eran creados, Artemisa se lavaba las manos y los dejaba para que otros los monitorearan y mantuvieran.
Al menos hasta que cruzaban cualquier línea que Artemisa hubiese trazado. Entonces la diosa se apuraba para que fueran juzgados y ajusticiados, y aunque no lo pudiera probar, Astrid sospechaba que Artemisa sólo seguía el protocolo para evitar que Acheron se enojara con ella.
Así que Astrid había sido llamada múltiples veces durante los siglos para encontrar alguna razón que les permitiera a los Cazadores Oscuro vivir.
Ella nunca la encontró. Ni siquiera una vez. Cada vez que había juzgado habían sido peligrosos y toscos. Una amenaza que amenazaba a la humanidad más que los Daimons que perseguían.
La justicia del Olimpo no operaba como la justicia humana. No había suposición de inocencia. En el Olimpo, una vez que se era inculpado, el acusado debía probar que era digno de compasión.
Nadie alguna vez la tuvo.
El que más cerca había estado alguna vez a la clemencia de Astrid, había sido Miles, y mira cómo había resultado. La aterrorizaba pensar qué tan cerca había estado de juzgarle inocente y luego dejarlo suelto otra vez en el mundo.
Esa experiencia había colmado la medida para ella. Desde entonces, se había separado de todo el mundo.
No dejaría que la belleza de un hombre o el encanto la hechizaran otra vez. Su trabajo ahora era llegar al corazón de este hombre que estaba en su cama.
Artemisa había dicho que Nicholas no tenía corazón en absoluto. Acheron no había dicho nada. Sólo le había echado una mirada penetrante que decía que él dependía de ella para hacer lo correcto.
¿Pero qué era correcto?
—Despiértate, Nicholas –murmuró ella. —Sólo te quedan diez días para salvarte.
Nicholas se despertó con un dolor que era indescriptible, lo que dado sus antecedentes brutales como chivo expiatorio y esclavo era difícil de creer. Especialmente desde que siendo un ser humano el dolor había sido la única certeza en su vida.
Su cabeza le latía, cambió de posición, esperando sentir nieve fría y tierra debajo de él. En lugar de eso, estaba encendido de tanto calor que sentía.
Estoy muerto, pensó sardónicamente.
Ni siquiera sus sueños, lo habían hecho sentir alguna vez así de caliente.
Aún mientras parpadeaba abriendo los, atisbó un fuego ardiendo en una chimenea y una montaña de mantas sobre él, se percató que estaba muy vivo y acostado en el dormitorio de alguna persona.
Miró alrededor del cuarto, el cual estaba decorado en tonos tierra: rosados pálidos, tostados, marrones, y verde oscuro. Las paredes de la cabaña de troncos eran de calidad superior, lo que denotaba que alguien quería la apariencia de una cabaña rústica, pero que tenía bastante dinero para asegurarse que estuviera adecuadamente resguardada del frío y que fuese acogedora, y no tuviera corrientes de aire.
Su cama era una cara reproducción de hierro de las camas grandes del fin del siglo diecinueve. A su izquierda había una mesa de luz pequeña donde había una jarra y una jofaina pasadas de moda.
Quienquiera que poseía este lugar estaba cargado.
Nicholas odiaba a las personas adineradas.
—¿Sasha?
Nicholas frunció el ceño ante la voz suave y melódica. La voz de una mujer. Ella estaba en el vestíbulo, en otro cuarto, pero él realmente no podía precisar su posición a través del dolor en su cráneo.
Escuchó un suave quejido canino.
—Oh, deja eso —la mujer regañó con un tierno tono. —Realmente no quería lastimar tus sentimientos, ¿Lo hice?
El ceño fruncido de Nicholas se hizo más profundo mientras trataba de poner sentido a lo que había ocurrido. Jess y los demás le estaban cazando y recordaba haberse derrumbado delante de una casa.
Alguien de la casa debía haberlo encontrado y arrastrado adentro, aunque no podía imaginar por qué alguien se había tomado la molestia.
No es que tuviese importancia. Jess y Thanatos estarían tras él, y no necesitarían llevar a un científico espacial para saber en dónde estaba, especialmente con toda la sangre que había estado perdiendo mientras corría. Sin duda, había una huella dirigida directo a la puerta de esta cabaña.
Lo que significaba que debía salir de aquí lo antes posible. Jess no haría nada para lastimar a aquellos que lo hubieran ayudado, pero no se podía decir lo que Thanatos era capaz de hacer.
En su mente pasaron las imágenes de un pueblo ardiendo. La horrible vista de personas yaciendo muertas...
Nicholas se sobresaltó ante el recuerdo, preguntándose por que lo perseguía ahora.
Decidió, que era un recordatorio de lo que él era capaz, y un recordatorio del porque tenia que escaparse de aquí. No quería lastimar a nadie que hubiera sido amable con él.
No otra vez.
Obligándose a olvidar el dolor de su cuerpo, se sentó lentamente.
El perro, instantáneamente, entró corriendo en su cuarto.
Sólo que no era un perro, se percató mientras se detenía ante la cama y le gruñía. Era un gran lobo blanco americano. Uno que parecía odiarle.
—Aléjate, Scooby —él chasqueó. –Me he hecho botas de lobos más grandes y malos que tu.
El lobo dejó al descubierto sus dientes como si entendiera sus palabras y le desafiara a que lo probara.
—¿Sasha?
Nicholas se congeló cuando una mujer apareció en la puerta.
Maldición...
Ella era increíble. Su largo cabello rubio era del color de la miel, y caía en ondas suaves alrededor de sus delgados hombros. Su piel era pálida, con mejillas sonrosadas y labios que obviamente habían sido protegidos muy cuidadosamente, del clima rudo de Alaska. Medía cerca de un metro ochenta y vestía un suéter blanco tejido a mano y jeans.
Sus ojos eran de un azul muy pálido. Tan claros que a primera vista, eran casi incoloros. Y mientras entraba en el cuarto, con sus manos extendidas, avanzando lenta y metódicamente, tratando de localizar al lobo, él se dio cuenta de que estaba completamente ciega.
El lobo le ladró dos veces a él, luego se volvió y fue con su dueña.
—Ahí estas –murmuró ella, arrodillándose para acariciarlo. —No deberías ladrar, Sasha. Despertarás a nuestro invitado.
—Estoy despierto y estoy seguro que es por eso que está ladrando.
Ella volteó su cabeza hacia él como si tratara de verle. —Lo siento. No tenemos mucha compañía y Sasha tiende a ser un poco antisocial con desconocidos.
—Créeme, conozco el sentimiento.
Ella caminó hacia la cama, otra vez con su mano extendida. —¿Cómo te sientes? —preguntó, palmeando su hombro mientras lo localizaba.
Nicholas se encogió ante la sensación de su mano caliente en su carne. Era tierna. Ardiente. E hizo que una parte ajena a él doliese. Pero lo peor de todo, hizo que su ingle se endureciera. Fuertemente.
Nunca había podido aguantar a alguien tocándolo.
—Preferiría que no hicieras eso.
—¿Hacer qué? —preguntó.
—Tocarme.
Ella se echó para atrás lentamente y parpadeó metódicamente como si fuera más un hábito que un reflejo. —Veo al tacto –dijo ella suavemente. —Si no te toco, entonces estoy completamente ciega.
—Bien, todos tenemos problemas —. Se corrió al otro lado de la cama y se levantó. Estaba desnudo excepto por sus pantalones de cuero y unos pocos vendajes. Ella debía haberlo desvestido y curado sus heridas. Ese pensamiento lo hizo sentir un poco extraño. Nunca nadie se había tomado la molestia de cuidarlo cuando estaba herido.
¿Por qué lo haría ella?
Aún Acheron y Nick lo habían dejado por su cuenta después de que hubiera sido herido en Nueva Orleáns. Lo mejor que le ofrecieron fue llevarlo hasta su casa así él podía sanar en soledad.
Por supuesto, le podrían haber ofrecido más si hubiese sido un poco menos hostil con ellos, pero ser hostil era lo que mejor hacia.
Nicholas encontró sus ropas dobladas en una silla mecedora al lado de la ventana. A pesar de las dolorosas protestas de sus músculos, empezó a ponérselas encima. Sus poderes de Cazador Oscuro le habían permitido cicatrizar la mayoría de las heridas mientras dormía, pero no estaba en tan buen forma como debería haberlo estado si un Dream Hunter lo hubiera ayudado. A menudo iban con los Cazadores Oscuros heridos para sanarlos durante su sueño, pero no con Nicholas.
Los asustaba tanto como asustaba a todos los demás.
Entonces, había aprendido a tomar sus golpes y ocuparse del dolor. Lo cuál estaba bien para él. No le gustaban las personas, inmortales o de otro tipo, cerca suyo.
La vida era mejor estando solo.
Hizo una mueca cuando divisó el hueco en la parte de atrás de su camisa donde la explosión de la escopeta lo había golpeado.
Sip, la vida era definitivamente mejor estando solo. A diferencia de su "amigo" no podía pegarse un tiro en la espalda, aún si lo quisiera.
—¿Estás levantado? — preguntó la mujer desconocida, con voz asombrada. —¿Vistiéndote?
—No —dijo irritado. —Estoy meando tu alfombra. ¿Qué piensas que estoy haciendo?
—Soy ciega. Por lo que sé, realmente puedes estar meando mi alfombra, que sea dicho de paso es muy bonita, así que tengo la esperanza de que estés bromeando.
Sintió una extraña punzada de diversión en su contestación. Era rápida y lista. A él le gustaba eso.
Pero no tenía tiempo que perder. —Mira, señorita, no sé cómo me trajiste aquí dentro, pero lo aprecio. Sin embargo, tengo que emprender la marcha. Créeme, estarás muy arrepentida si no lo hiciera.
Ella se obligó a alejarse de la cama ante sus palabras hostiles y fue en ese momento que él se percató que lo había expresado con un gruñido.
—Hay una ventisca muy fuerte afuera –dijo ella, con voz menos amigable que antes. —Nadie va a ser capaz de salir a cualquier lado por un tiempo.
Nicholas no podía creerlo hasta que apartó las cortinas de la ventana. La nieve caía tan rápida y gruesa que parecía una densa pared blanca.
Maldijo por lo bajo. Entonces más fuerte preguntó, —¿por cuánto tiempo ha estado así?
—Las últimas horas.
Apretó los dientes en tanto se percataba que estaba atascado allí.
Con ella.
Esto no era realmente bueno, pero al menos evitaría que los demás estuvieran rastreándolo. Con suerte la nieve escondería sus huellas y sabía, de hecho, que Jess odiaba el frío.
Por lo que respectaba a Thanatos, bien, dado su nombre, su lenguaje, y su aspecto general, Nicholas daba por hecho que también era un mediterráneo antiguo, y eso le decía a Nicholas que todavía tenía una ventaja sobre los dos. Había aprendido hacía siglos, cómo moverse rápidamente sobre la nieve y qué peligros evitar.
¿Quién podría haber sabido que novecientos años en Alaska, realmente le convendrían algún día?
—¿Cómo puedes estar parado y moviéndote?
Su pregunta lo sobresaltó. —¿Perdón?
—Estabas gravemente herido cuando te traje hace unos días. ¿Cómo puedes estar moviéndote ahora?
—¿Unos días? —preguntó, estupefacto por sus palabras. Pasó las manos sobre su cara y sintió su barba gruesa. Mierda. Habían sido días. —¿Cuántos?
—Casi cinco.
Su corazón se aceleró. ¿Había estado aquí por cuatro días y no lo habían encontrado? ¿Cómo era eso posible?
Frunció el ceño. Algo acerca de esto no parecía estar bien.
—Pensé que sentí una herida de bala en tu espalda.
Ignorando el hueco abierto en la camisa, Nicholas se puso encima su camiseta negra. Estaba seguro que había sido Jess quien le había disparado. Las escopetas eran el arma preferida del vaquero. Su único consuelo era pensar que Jess estaría tan dolorido como él. A menos que Artemisa hubiera levantado su prohibición. Entonces el bastardo no sentiría nada más que satisfacción.
—No era una herida de bala —mintió. —Sólo me caí.
—Sin intención de ofenderte, pero tendrías que haber caído del Monte Everest para tener esas heridas.
—Sí, puede ser que la próxima vez recuerde llevar el equipo para escalar conmigo.
Ella lo miró con ceño. —¿Estás burlándote de mí?
—No —contestó honestamente. —Sólo que no quiero pensar en lo que sucedió.
Astrid inclinó la cabeza asintiendo, mientras trataba de percibir más acerca de este hombre enojado, que parecía no poder hablar sin gruñirla. Despiértate, él esta muy lejos de ser agradable.
Había estado cerca de la muerte cuando Sasha lo había encontrado. Nadie debería ser golpeado y disparado en semejante forma, para luego ser dejado morir como él lo había sido.
¿Qué habían estado pensando los Escuderos?
Ella estaba asombrada que este Cazador Oscuro descarriado pudiera estar parado del todo aún después de cuatro días de descanso.
Semejante tratamiento era inhumano e impropio de esos que habían declarado bajo juramento proteger al género humano. Si un humano hubiera encontrado a Nicholas, entonces su cubierta se habría arruinado por la imprudencia de ellos, y los humanos se habrían enterado de su inmortalidad.
Era algo que tenía la intención de informarle a Acheron.
Pero eso vendría más tarde. Por ahora, Nicholas estaba levantado y en movimiento. Su vida inmortal o su muerte estaban completamente en sus manos y tenía la intención de probarlo con creces para ver simplemente qué tipo de hombre era.
¿Tenía algo de compasión dentro de él o estaba tan vacío como ella lo estaba?
Su trabajo era ser el epítome de las cosas que conducían a Nicholas hacia el enojo. Lo empujaría a su nivel de tolerancia y aún más allá para ver que hacía él.
Si podía controlarse con ella, entonces lo evaluaría inofensivo y cuerdo.
Si la zamarreaba con intención de lastimarla de alguna forma, entonces lo juzgaría culpable y moriría.
Que comiencen las pruebas...
Rápidamente examinó en su mente, lo poco que sabía de él. A Nicholas no le gustaba hablar con las personas. No le gustaban los ricos.
Sobre todo, aborrecía ser tocado o que le dieran órdenes.
Así es que resolvió presionar su primer botón con conversación despreocupada.
—¿De qué color es tu pelo? —preguntó. La pregunta aparentemente innocua trajo a su memoria, la forma en que lo había sentido bajo sus manos mientras le limpiaba la sangre.
Su pelo había sido suave, liso. Se había deslizado sensualmente por sus dedos, acariciándolos. De la percepción de eso, supo que no era demasiado corto o demasiado largo, probablemente caía sobre sus hombros cuando lo peinaba.
—¿Perdón? —sonó asombrado por su pregunta y por una vez no gruñó las palabras.
Tenía una bella voz. Rica y profunda. Resonaba con su acento griego, y cada vez que hablaba, enviaba un escalofrío extraño a través de ella. Nunca había oído a un hombre tener una voz tan innatamente masculina.
—Tu pelo –repitió ella. —Me preguntaba qué color es.
—¿Por qué te importa? —preguntó belicosamente.
Ella se encogió de hombros. —Sólo curiosidad. Paso mucho tiempo sola y aunque realmente no recuerdo los colores, trato de describirlos de cualquier manera. Mi hermana, Cloie, una vez me dio un libro que decía que cada color tenía una textura y una sensación. El rojo, por ejemplo, decía que era caliente y agitado.
Nicholas la miró ceñudamente. Ésta era una conversación extraña, pero bueno, él había pasado bastante tiempo solo para entender la necesidad de hablar cualquier cosa, con cualquiera que estuviese el suficiente tiempo como para tomarse la molestia. —Es negro.
—Lo pensé.
—¿Lo hiciste? —preguntó antes de poderse detener.
Ella inclinó la cabeza asintiendo mientras rodeaba la cama y se acercaba a él. Se paró tan cerca que sus cuerpos casi se tocaban. Sintió un extraño impulso por tocarla. Por ver si su piel era tan suave como parecía.
Dioses, ella era bella.
Su cuerpo era ágil y alto, sus pechos llenarían perfectamente sus manos. Había pasado un largo tiempo desde la última vez que había tenido sexo con una mujer. Una eternidad desde que hubiera estado así de cerca de una sin saborear su sangre.
Juraba que podía saborear la de ella ahora. Sentir su corazón latiendo contra sus labios mientras bebía y al mismo tiempo sentir que sus emociones y sentimientos se vertían en él, llenándolo con algo más que entumecimiento y dolor.
Si bien beber sangre humana estaba prohibido, era lo único que alguna vez le había dado placer. Lo único que enterraba el dolor dentro de él y le permitía experimentar esperanzas, sueños.
Lo único que le permitía sentirse humano.
Y él quería sentirse humano.
Quería sentirla a ella.
—Tu pelo es fresco y sedoso –dijo ella suavemente, —como terciopelo de medianoche.
Sus palabras hicieron que su erección se tensara de necesidad y deseo.
Fresco y sedoso.
Le hizo pensar en sus piernas deslizándose contra él. En la piel delicada, femenina que cubría sus caderas y muslos. La forma en que se sentirían contra sus piernas mientras penetraba en ella.
Su respiración se entrecortó, imaginó cómo sería deslizar esos descoloridos jeans apretados, por sus largas piernas y extenderlas completamente. Correr su mano a través de sus cortos, crespos pelos hasta tocarla íntimamente, acariciándola hasta que sus dulces jugos recubrieran sus dedos mientras ella murmuraba en su oído y se frotaba contra él.
Cómo sería acostarla en la cama, yacer detrás de ella y hundirse profundamente en su interior caliente y mojado hasta que ambos llegaran al clímax.
Sentir su boca en su cuerpo.
Sus manos tanteándolo.
Ella extendió la mano para tocarle.
Incapaz de moverse por la fuerza de su fantasía, Nicholas se quedó perfectamente quieto mientras ella colocaba su mano en su hombro. El olor de mujer, humo, y rosas lo invadió y sintió una necesidad desesperada de bajar la cabeza y enterrar su cara en su piel cremosa, y sólo inspirar su dulce perfume. Hundir los colmillos en su suave, tierno cuello y probar la fuerza vital dentro de ella.
Inconscientemente, abrió sus labios, descubriendo sus colmillos.
Su necesidad por ella era casi apabullante.
Pero ni de cerca tan exigente como el deseo de tocar su cuerpo.
—Eres más alto de lo que pensé que serías —. Ella siguió la curva de sus bíceps. Escalofríos lo recorrieron mientras se endurecía aún más.
La deseaba. Mal.
Muérdela.
Su lobo gruñó.
Nicholas lo ignoró mientras continuaba mirándola.
Sus asuntos con mujeres habían sido siempre breves y apresurados. Nunca había permitido a una mujer mirarlo a la cara o tocarlo mientras tenían relaciones sexuales.
Siempre había tomado a sus mujeres en todas las formas posibles desde atrás, furioso y rápido como un animal. Nunca había querido pasar un tiempo con ellas aparte del que necesitaba para saciar su cuerpo.
Pero él fácilmente podía verse tomando a esta desconocida en sus brazos y penetrarla, cara a cara. Sintiendo su respiración en su piel mientras la montaba despacio y duro, durante toda la noche, bebiendo de ella...
No habló mientras ella rozaba con la mano su brazo y no podía imaginar por qué no la apartaba de un empujón lejos de él.
Por alguna razón, ella lo mantenía inmóvil con su toque.
Su pesada erección ardía de cruel necesidad. Si no lo supiese mejor, juraría que ella lo animaba a propósito.
Pero había una inocencia en su toque que le decía que ella sólo quería "verle". No había nada sexual en esto.
Al menos no de su lado.
Nicholas se alejó y puso un metro de distancia entre ellos.
Él tenía que hacerlo.
Un minuto más y la tendría desnuda en esa cama y a su merced...
No es que él tuviese compasión por alguien.
Ella dejó caer su mano y se quedó quieta como si esperara que la tocara.
No lo hizo. Un toque y sería el animal que todos pensaban que era.
—¿Cuál es tu nombre? —formuló la pregunta antes de poder detenerse.
Ella le ofreció una sonrisa amistosa que sacudió su erección. —Astrid. ¿Y el tuyo?
—Nicholas.
Su sonrisa se amplió. —Eres griego. Pensé eso por tu acento.
Su lobo giró en torno a sus pies y se sentó al lado de ella para escudriñarlo. Relampagueando sus dientes amenazadoramente.
Realmente comenzaba a odiar a ese animal.
—¿Quieres algo, Nicholas?
Sí, gatea desnuda a esa cama y deja que te viole hasta el amanecer.
Tragó ante el pensamiento y su erección se tensó aún más al sonido de su nombre en sus labios.
No podía haber estado más duro si ella le hubiera estado acariciando con su mano.
Su boca...
¿Qué estaba mal con él? ¿Estaba corriendo por su vida y lo único que podía pensar era en sexo?
Estaba siendo un idiota total.
—No, gracias —dijo. —Estoy bien.
Su estómago retumbó, traicionándolo.
—Suenas hambriento.
Muerto de hambre, para ser honestos, pero en este mismísimo momento deseaba ardientemente el sabor de ella mucho más que el de la comida.
— Sí. Supongo que lo estoy.
—Vamos —le dijo ella, extendiendo la mano. —Puedo ser ciega, pero puedo cocinar. Prometo que a menos que Sasha haya movido las cosas en la cocina, no he envenenado mi estofado.
Nicholas no tomó su mano.
Ella tragó como si estuviera nerviosa o abochornada, luego dejó caer la mano y salió del cuarto.
Sasha le gruñó otra vez.
Nicholas gruñó en respuesta y golpeó con el pie al perro molesto, quien lo miraba como si no quisiese nada más que arrancarle su pierna.
Percibió el gesto de censura en la cara de Astrid mientras ella se detenía en la puerta y se devolvía hacia ellos. —¿Estás siendo malo con Sasha?
—No. Solo le devuelvo el saludo —. Las orejas del lobo estaban erguidas hacia atrás como lanzándolo de la habitación. —Parece que no le gusto mucho a Rin Tin Tin.
Ella se encogió de hombros. —A él no le gusta mucho nadie. Algunas veces ni siquiera yo.
Astrid cambió de dirección y se dirigió hacia el vestíbulo con Nicholas detrás de ella. Había algo muy siniestro acerca de este hombre. Mortífero. Y no era solamente la fuerza que ella había sentido en su brazo cuando lo tocó.
Exudaba una oscuridad antinatural que parecía alertar a todo el mundo, aún a los ciegos, de mantenerse alejados. Ese era más que nada a lo que Sasha reaccionaba. Era sumamente desconcertante.
Aún atemorizante.
Tal vez Artemisa estaba en lo correcto. Tal vez debería juzgarlo culpable y regresar a casa...
Pero no la había atacado. Al menos, no todavía.
Astrid lo dejó ante la barra del desayunador en donde tenía tres banquetas. Sus hermanas las habían colocado allí más temprano cuando habían venido a visitarla y advertirla sobre su última asignación.
Todas sus hermanas, las tres, habían estado sumamente descontentas con su decisión de juzgar a Nicholas para su madre, pero al final, no habían tenido más elección que dejarla hacer su trabajo.
Para la eterna consternación de ellas, había algunas cosas que ni aún los Destinos podían controlar.
El libre albedrío era una de esas.
—¿Te gusta el estofado de carne? —preguntó a Nicholas.
—No soy muy exigente. Estoy simplemente agradecido por tener algo caliente que no tenga que cocinarlo yo mismo.
Ella notó la amargura en su voz. —¿Lo haces mucho?
Él no contestó.
Astrid anduvo a tientas hacia la cocina.
Como se acercaba mucho a la olla, Nicholas repentinamente estuvo allí, agarrando su mano y haciéndola para atrás. Se había movido tan rápido y silenciosamente que ella se quedó sin aliento, sobresaltada.
Su velocidad y su fuerza la hicieron detenerse. Este hombre realmente la podía lastimar si así lo quisiera, y dado lo que ella tenía planeado para él, era algo a tener en cuenta.
—Déjame hacer eso –dijo él agudamente.
Ella tragó ante la cólera injustificada de su tono. —No estoy imposibilitada. Hago esto todo el tiempo.
Él la soltó. —Estupendo, quema tu mano entonces, no me importa —se alejó de ella.
—¿Sasha? —llamó.
Su lobo fue a su lado y se apoyó contra su pierna para hacerle saber donde estaba. Arrodillándose, tomó su cabeza entre sus manos y cerró los ojos.
Extendiéndose con su mente, se conectaba con Sasha para utilizar su visión como propia. Vio a Nicholas regresando a la barra y tuvo que esforzarse para no quedarse sin aliento.
Asustada que su aspecto pudiera influir en su opinión acerca de su carácter, antes de tener la posibilidad de interactuar con él, no había usado antes, a Sasha para verle.
Ahora ella supo qué tan correcta había estado.
Nicholas era increíblemente guapo. Su largo pelo negro y lacio, colgaba un poco más abajo de sus hombros anchos. El cuello negro de tortuga que traía puesto se pegaba a un cuerpo que ondeaba con precisión los tonificados músculos. Su cara era delgada y adecuadamente esculpida. Los planos de ella, aún cubierta por la barba, eran un estudio de perfectas proporciones masculinas. Si bien él no era bonito, era misteriosamente guapo. Casi de apariencia siniestra, excepto por sus largas pestañas negras y sus labios firmes que le suavizaban la cara.
Y cuando tomó asiento, tuvo una vista espectacular de un trasero bien formado cubierto por cuero.
¡El hombre era un dios!
Pero lo que la golpeó más cuando se sentó en la banqueta y clavó los ojos en la barra, fue la tristeza profunda que había en sus ojos de medianoche. La sombra obsesionada que revoloteaba allí.
Se veía cansado. Perdido.
Sobre todo, se veía terriblemente solo.
Él los recorrió con la mirada y frunció el ceño.
Astrid palmeó la cabeza de Sasha y le dio un abrazo como si nada en particular hubiese ocurrido. Esperaba que Nicholas no tuviese idea sobre qué había estado haciendo.
Sus hermanas le habían advertido que este Cazador Oscuro en particular tenía poderes extremos como telequinesia y audición refinada, pero ninguna de ellas sabía si podía sentir sus poderes limitados.
Ella estaba agradecida que no fuese telepático. Eso le habría hecho el trabajo infinitamente más complicado.
Ella se puso de pie y fue al gabinete para sacar un tazón para Nicholas, y muy cuidadosamente, sirvió el estofado. Luego se lo llevó a la barra, no lejos de donde Nicholas había estado.
Él extendió la mano y tomó el tazón de ella. —¿Vives sola?
—Solo Sasha y yo —se preguntó por qué le había preguntado eso.
Su hermana Cloie le había advertido que Nicholas podía ponerse violento con poca provocación. Que era conocido por atacar a Acheron y a cualquier otro que se le acercara.
El rumor de los Dark—Hunters decía que su exilio en Alaska se había debido a que había destruido un pueblo del cual había sido responsable. Nadie sabía por qué. Sólo que una noche había perdido la razón y había asesinado a toda la gente de allí, luego había echado abajo las casas.
Sus hermanas se habían rehusado a explicar en detalle lo que había sucedido esa noche por miedo de predisponer su punto de vista.
Por el delito cometido por Nicholas, Artemisa lo había desterrado a la congelada tierra salvaje.
¿Podía Nicholas estar curioso acerca de su forma de vida o había allí una razón más siniestra para su pregunta?
—¿Te gustaría algo para beber? —le preguntó.
—Seguro.
—¿Qué prefieres?
—No me importa.
Ella negó con la cabeza ante sus palabras. —¿No eres muy exigente, no?
Ella lo oyó aclararse la voz. —No.
—No me gusta la forma en que te mira.
Ella arqueó una ceja ante las enojadas palabras de Sasha en su cabeza. —A ti no te gusta la forma en que mira cualquier hombre.
El lobo se mofó. —Cálmate, él no ha apartado su vista de ti, Astrid. Te está mirando en este momento. Su cabeza esta inclinada hacia abajo, pero hay lujuria en sus ojos cuando clava la mirada en ti. Como si ya te pudiera sentir bajo él. No confío en él o en su mirada. Su mirada es demasiado intensa. ¿Lo puedo morder?
Por alguna razón, al saber que Nicholas la estaba mirando sintió elevarse la temperatura y se estremeció. —No, Sasha. Sé simpático.
—No quiero ser simpático, Astrid. Cada instinto que tengo me dice que lo muerda. Si tienes algún respeto por mis habilidades animales, déjame ponerlo en el suelo ahora y así nos ahorrarnos diez días más en este frío lugar.
Ella negó con la cabeza. —Recién lo encontramos, Sasha. ¿Que habría ocurrido si Lera te hubiera estimado culpable en su primer encuentro contigo hace tantos siglos?
—¿Así que crees en la bondad otra vez?
Astrid hizo una pausa. No, ella no lo hacía. Probablemente Nicholas merecía morir, especialmente si la mitad de lo que le habían sido dicho era verdad.
Y aún así la alusión de Acheron la perseguía.
—Le debo a Acheron más que diez minutos de mi tiempo.
Sasha se mofó.
Vertió té caliente en una taza y se lo llevó a Nicholas. —Es té de romero, ¿esta bien?
—Lo que sea.
Cuando lo tomó de su mano, sintió el calor de sus dedos rozando los de ella.
Una increíble ráfaga la traspasó. Ella sintió su sorpresa. Su necesidad ardiente. Su hambre no saciada.
Eso realmente la asustó. Éste era un hombre capaz de cualquier cosa. Uno con poderes como los dioses.
Podía hacerle cualquier cosa que quisiera...
Necesitaba distraerlo.
Y a ella también.
—Entonces, ¿qué te ocurrió realmente? —preguntó, preguntándose si violaría el Código de Silencio, contándole que era buscado por los demás.
—Nada.
—Bueno, espero nunca atravesarme con NADA si es capaz de hacer un agujero en mi espalda.
Lo escuchó levantar su té, pero no habló.
—Deberías ser más cuidadoso —le dijo.
—Créeme, no soy el que necesita ser cuidadoso —su voz fue siniestra cuando dijo esas palabras, reforzando su letalidad.
—¿Estás amenazándome? —preguntó.
Otra vez no dijo nada. El hombre era una pared total de silencio.
Así es que ella lo presionó otra vez. —¿Tienes a alguien al que necesitemos llamar y dejarlos saber que estás bien?
—No —dijo con tono vacío.
Ella asintió mientras pensaba en eso. A Nicholas nunca le habían concedido un Escudero.
No podía imaginar ser desterrado en la forma que Nicholas lo había sido. En el tiempo de su encarcelación, esta área del mundo había estado muy escasamente poblada.
El clima áspero. Inhospitalario. Desolado. Frió y sombrío.
Ella sólo había estado viviendo aquí unos cuantos días y le había costado acostumbrarse. Pero al menos tenía a su madre, hermanas, y a Sasha para ayudarla a adaptarse.
A Nicholas se le había negado tener a alguien.
Mientras a otros Cazadores Oscuros les era permitido tener compañeros y sirvientes, Nicholas se había visto forzado a resistir su existencia en la soledad.
Completamente solo.
No podía imaginar cómo debía haber sufrido durante los siglos, luchando a través de los días, sabiendo que nunca tendría un alivio temporal de cualquier tipo.
No era extraño que estuviera demente.
Aún así, no era una excusa para su comportamiento. Como le había dicho a ella más temprano, todo el mundo tenía sus problemas.
Nicholas terminó la comida y luego llevó los platos al fregadero. Sin pensar, los lavó y los enjuagó, luego los colocó al costado.
—No tenías que hacer eso. Los habría limpiado.
Se secó las manos en el paño para secar platos que ella tenía en la mesada.
—Hábito.
—Debes vivir solo, también.
—Sí.
Nicholas la vio acercarse. Se movió a su lado otra vez, invadiendo su espacio personal. Estaba desgarrado entre querer seguir parado al lado de ella y querer maldecir su cercanía.
Optó por apartarse. —Mira, ¿puedes mantenerte lejos de mí?
—¿Te molesta que me acerque?
Más de lo que ella podía imaginar. Cuando estaba junto a él, era fácil olvidar lo que era. Era fácil fingir que era un ser humano que podía ser normal.
Pero ese no era él.
Nunca lo había sido.
—Sí, me molesta —dijo en tono bajo, amenazador. —No me gusta que las personas se me acerquen.
—¿Por qué?
—Eso no es de tu maldita incumbencia, señora –contestó bruscamente. —Simplemente no me gusta que la gente me toque y no me gusta que ellos se me acerquen. Así que retrocede y déjame tranquilo antes de que te lastime.
El lobo le gruñó otra vez, más ferozmente esta vez.
—Y tú, Kibbles –le gruñó al lobo, —ten una mejor canción para mí. Un gruñido más y juro que voy a castrarte con una cuchara.
—Sasha, ven aquí.
Él observó como el lobo iba instantáneamente a su lado.
—Siento que nos encuentres tan molestos –dijo ella. —Pero ya que vamos a estar atrapados por un tiempo, podrías hacer un intento y ser algo más sociable. Al menos ser mínimamente cortés.
Tal vez ella tuviera razón. Pero lo malo era que no sabía como ser sociable, mucho menos cortés. Nadie, nunca, había querido conversar tanto con él en su vida humana o de Cazador Oscuro.
Aún cuando se había suscripto en el sitio Web Cazador Oscuro.com para chatear, diez años atrás, el otro, un antiguo Cazador Oscuro se había lanzado y lo había atacado.
Él estaba exiliado. Las reglas de su exilio requerían que ninguno de ellos le hablara.
Había sido suprimido del correo de los anuncios, las salas de chat, aún de las conexiones privadas.
Sólo había sido por accidente que había tropezado con Jess, quien había estado en una de las salas de juego esperando a que llegara su adversario Myst. Demasiado joven para ser un Cazador Oscuro, no sabía que no estaba permitido hablar con Nicholas, Jess lo había saludado como un amigo.
La novedad de eso había hecho a Nicholas vulnerable y así es que se encontró hablándole al vaquero. Antes de darse cuenta, en cierta forma se habían hecho amigos.
¿Y qué había obtenido de eso?
Nada menos que un agujero de bala en la espalda.
Olvídalo. No necesitaba hablar. No necesitaba nada. Y lo último que quería era ser sociable con una mujer humana que llamaría a la policía si alguna vez se enteraba quién y qué era él.
—Mira princesa, ésta no es una visita social. Tan pronto como el clima lo permita, me iré de aquí. Así es que solamente déjame solo las siguientes horas y pretende que no estoy aquí.
Astrid resolvió echarse atrás un poco y dejarlo acostumbrase a ella un poco más.
Él no lo sabía, pero iba a estar atrapado aquí bastante más que unas pocas horas. Esta tormenta no iba a menguar hasta que ella lo quisiera.
Por ahora, le daría tiempo para reflexionar y reagruparse.
Todavía había otras pruebas que él tenía que pasar. Pruebas en las que ella no aflojaría.
Pero habría tiempo para eso más tarde. Ahora mismo él aún estaba herido y traicionado.
—Bien –dijo ella, —estaré en mi dormitorio si me necesitas.
Dejó a Sasha en la cocina para vigilarlo.
—No quiero vigilarlo –protestó Sasha.
—Sasha, obedece.
—¿Qué ocurre si hace algo repugnante?
—¡Sasha!
El lobo gruñó. —Bien. ¿Pero puedo morder una parte pequeña de él? ¿Sólo para que tenga un saludable respeto por mí?
—No.
—¿Por qué?
Ella hizo una pausa mientras entraba a su cuarto. —Porque algo me dice que si lo atacas, entonces serás tú el que respetará saludablemente sus poderes.
—Sí, claro.
—¡Sasha! Por favor.
—Bien, lo vigilo. Pero si él hace cualquier cosa asquerosa, me voy de aquí.
Ella suspiró ante su incorregible compañero y se acostó en la cama para tratar de descansar antes de que empezara la siguiente batalla de voluntades con Nicholas.
Astrid inspiró profundamente y cerró los ojos. Se conectó otra vez con Sasha a fin de poder ver a Nicholas. Estaba de pie ante la ventana de adelante, mirando hacia afuera, la nieve.
Ella vio la rasgadura en la parte de atrás de la camisa. Vio el cansancio en su cara. Se veía desanimado y al mismo tiempo determinado.
Sus rasgos parecían no tener edad. Una sabiduría que en cierta forma se veía contradictoria con su apariencia siniestra.
¿Quién eres, Nicholas?. Se preguntó silenciosamente.
La pregunta fue morbosamente seguida por otra. En los siguientes días, ella conocería exactamente quién y qué era él. Y si Artemisa tenía razón y él era realmente amoral y letal, entonces no dudaría en dejar a Sasha matarle.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love :love:
Capítulo 3
Astrid estaba sentada en el borde de la cama mientras comprobaba las heridas de su "invitado". Hacía cuatro días que él yacía inconsciente en su cama, mientras ella velaba por él.
Los apretados músculos bajo sus manos eran firmes y fuertes, pero no los podía ver.
Ella no lo podía ver.
Perdía su vista cuando era enviada a juzgar a alguien. Los ojos podían engañar. Juzgaban las cosas muy diferente de los otros sentidos.
Astrid siempre debía ser imparcial si bien por el momento no se sentía verdaderamente así.
¿Cuántas veces había ido con el corazón abierto sólo para ser engañada?
El peor caso había sido Miles. Un Cazador Oscuro descarriado, había sido encantador y divertido. La había deslumbrado con su vivacidad y su habilidad para hacer de todo un juego. Cada vez que había tratado de empujarlo a sus límites, él había tomado a risa sus pruebas y había demostrado ser bueno para todo.
Él había parecido el hombre perfecto, equilibrado.
Por un tiempo, se había imaginado enamorada de él.
Al final, había tratado de matarla. Había sido completamente amoral y cruel. Frío. Insensible. La única persona que podía amar era a sí mismo, y aunque que no era nada más que escoria, en su mente, él había sido calumniado por el género humano, así que estaba bien que hiciera lo que quisiera con ellos.
Y ese era el problema más grande de Astrid con los Cazadores Oscuros. Ellos eran humanos que usualmente eran reclutados de las cloacas. Azotados por los otros desde el nacimiento hasta la muerte, eran hostiles con el mundo. Artemisa nunca tomó eso en consideración cuándo los convirtió. Todo lo que quería era un soldado bajo las órdenes de Acheron. Una vez que eran creados, Artemisa se lavaba las manos y los dejaba para que otros los monitorearan y mantuvieran.
Al menos hasta que cruzaban cualquier línea que Artemisa hubiese trazado. Entonces la diosa se apuraba para que fueran juzgados y ajusticiados, y aunque no lo pudiera probar, Astrid sospechaba que Artemisa sólo seguía el protocolo para evitar que Acheron se enojara con ella.
Así que Astrid había sido llamada múltiples veces durante los siglos para encontrar alguna razón que les permitiera a los Cazadores Oscuro vivir.
Ella nunca la encontró. Ni siquiera una vez. Cada vez que había juzgado habían sido peligrosos y toscos. Una amenaza que amenazaba a la humanidad más que los Daimons que perseguían.
La justicia del Olimpo no operaba como la justicia humana. No había suposición de inocencia. En el Olimpo, una vez que se era inculpado, el acusado debía probar que era digno de compasión.
Nadie alguna vez la tuvo.
El que más cerca había estado alguna vez a la clemencia de Astrid, había sido Miles, y mira cómo había resultado. La aterrorizaba pensar qué tan cerca había estado de juzgarle inocente y luego dejarlo suelto otra vez en el mundo.
Esa experiencia había colmado la medida para ella. Desde entonces, se había separado de todo el mundo.
No dejaría que la belleza de un hombre o el encanto la hechizaran otra vez. Su trabajo ahora era llegar al corazón de este hombre que estaba en su cama.
Artemisa había dicho que Nicholas no tenía corazón en absoluto. Acheron no había dicho nada. Sólo le había echado una mirada penetrante que decía que él dependía de ella para hacer lo correcto.
¿Pero qué era correcto?
—Despiértate, Nicholas –murmuró ella. —Sólo te quedan diez días para salvarte.
Nicholas se despertó con un dolor que era indescriptible, lo que dado sus antecedentes brutales como chivo expiatorio y esclavo era difícil de creer. Especialmente desde que siendo un ser humano el dolor había sido la única certeza en su vida.
Su cabeza le latía, cambió de posición, esperando sentir nieve fría y tierra debajo de él. En lugar de eso, estaba encendido de tanto calor que sentía.
Estoy muerto, pensó sardónicamente.
Ni siquiera sus sueños, lo habían hecho sentir alguna vez así de caliente.
Aún mientras parpadeaba abriendo los, atisbó un fuego ardiendo en una chimenea y una montaña de mantas sobre él, se percató que estaba muy vivo y acostado en el dormitorio de alguna persona.
Miró alrededor del cuarto, el cual estaba decorado en tonos tierra: rosados pálidos, tostados, marrones, y verde oscuro. Las paredes de la cabaña de troncos eran de calidad superior, lo que denotaba que alguien quería la apariencia de una cabaña rústica, pero que tenía bastante dinero para asegurarse que estuviera adecuadamente resguardada del frío y que fuese acogedora, y no tuviera corrientes de aire.
Su cama era una cara reproducción de hierro de las camas grandes del fin del siglo diecinueve. A su izquierda había una mesa de luz pequeña donde había una jarra y una jofaina pasadas de moda.
Quienquiera que poseía este lugar estaba cargado.
Nicholas odiaba a las personas adineradas.
—¿Sasha?
Nicholas frunció el ceño ante la voz suave y melódica. La voz de una mujer. Ella estaba en el vestíbulo, en otro cuarto, pero él realmente no podía precisar su posición a través del dolor en su cráneo.
Escuchó un suave quejido canino.
—Oh, deja eso —la mujer regañó con un tierno tono. —Realmente no quería lastimar tus sentimientos, ¿Lo hice?
El ceño fruncido de Nicholas se hizo más profundo mientras trataba de poner sentido a lo que había ocurrido. Jess y los demás le estaban cazando y recordaba haberse derrumbado delante de una casa.
Alguien de la casa debía haberlo encontrado y arrastrado adentro, aunque no podía imaginar por qué alguien se había tomado la molestia.
No es que tuviese importancia. Jess y Thanatos estarían tras él, y no necesitarían llevar a un científico espacial para saber en dónde estaba, especialmente con toda la sangre que había estado perdiendo mientras corría. Sin duda, había una huella dirigida directo a la puerta de esta cabaña.
Lo que significaba que debía salir de aquí lo antes posible. Jess no haría nada para lastimar a aquellos que lo hubieran ayudado, pero no se podía decir lo que Thanatos era capaz de hacer.
En su mente pasaron las imágenes de un pueblo ardiendo. La horrible vista de personas yaciendo muertas...
Nicholas se sobresaltó ante el recuerdo, preguntándose por que lo perseguía ahora.
Decidió, que era un recordatorio de lo que él era capaz, y un recordatorio del porque tenia que escaparse de aquí. No quería lastimar a nadie que hubiera sido amable con él.
No otra vez.
Obligándose a olvidar el dolor de su cuerpo, se sentó lentamente.
El perro, instantáneamente, entró corriendo en su cuarto.
Sólo que no era un perro, se percató mientras se detenía ante la cama y le gruñía. Era un gran lobo blanco americano. Uno que parecía odiarle.
—Aléjate, Scooby —él chasqueó. –Me he hecho botas de lobos más grandes y malos que tu.
El lobo dejó al descubierto sus dientes como si entendiera sus palabras y le desafiara a que lo probara.
—¿Sasha?
Nicholas se congeló cuando una mujer apareció en la puerta.
Maldición...
Ella era increíble. Su largo cabello rubio era del color de la miel, y caía en ondas suaves alrededor de sus delgados hombros. Su piel era pálida, con mejillas sonrosadas y labios que obviamente habían sido protegidos muy cuidadosamente, del clima rudo de Alaska. Medía cerca de un metro ochenta y vestía un suéter blanco tejido a mano y jeans.
Sus ojos eran de un azul muy pálido. Tan claros que a primera vista, eran casi incoloros. Y mientras entraba en el cuarto, con sus manos extendidas, avanzando lenta y metódicamente, tratando de localizar al lobo, él se dio cuenta de que estaba completamente ciega.
El lobo le ladró dos veces a él, luego se volvió y fue con su dueña.
—Ahí estas –murmuró ella, arrodillándose para acariciarlo. —No deberías ladrar, Sasha. Despertarás a nuestro invitado.
—Estoy despierto y estoy seguro que es por eso que está ladrando.
Ella volteó su cabeza hacia él como si tratara de verle. —Lo siento. No tenemos mucha compañía y Sasha tiende a ser un poco antisocial con desconocidos.
—Créeme, conozco el sentimiento.
Ella caminó hacia la cama, otra vez con su mano extendida. —¿Cómo te sientes? —preguntó, palmeando su hombro mientras lo localizaba.
Nicholas se encogió ante la sensación de su mano caliente en su carne. Era tierna. Ardiente. E hizo que una parte ajena a él doliese. Pero lo peor de todo, hizo que su ingle se endureciera. Fuertemente.
Nunca había podido aguantar a alguien tocándolo.
—Preferiría que no hicieras eso.
—¿Hacer qué? —preguntó.
—Tocarme.
Ella se echó para atrás lentamente y parpadeó metódicamente como si fuera más un hábito que un reflejo. —Veo al tacto –dijo ella suavemente. —Si no te toco, entonces estoy completamente ciega.
—Bien, todos tenemos problemas —. Se corrió al otro lado de la cama y se levantó. Estaba desnudo excepto por sus pantalones de cuero y unos pocos vendajes. Ella debía haberlo desvestido y curado sus heridas. Ese pensamiento lo hizo sentir un poco extraño. Nunca nadie se había tomado la molestia de cuidarlo cuando estaba herido.
¿Por qué lo haría ella?
Aún Acheron y Nick lo habían dejado por su cuenta después de que hubiera sido herido en Nueva Orleáns. Lo mejor que le ofrecieron fue llevarlo hasta su casa así él podía sanar en soledad.
Por supuesto, le podrían haber ofrecido más si hubiese sido un poco menos hostil con ellos, pero ser hostil era lo que mejor hacia.
Nicholas encontró sus ropas dobladas en una silla mecedora al lado de la ventana. A pesar de las dolorosas protestas de sus músculos, empezó a ponérselas encima. Sus poderes de Cazador Oscuro le habían permitido cicatrizar la mayoría de las heridas mientras dormía, pero no estaba en tan buen forma como debería haberlo estado si un Dream Hunter lo hubiera ayudado. A menudo iban con los Cazadores Oscuros heridos para sanarlos durante su sueño, pero no con Nicholas.
Los asustaba tanto como asustaba a todos los demás.
Entonces, había aprendido a tomar sus golpes y ocuparse del dolor. Lo cuál estaba bien para él. No le gustaban las personas, inmortales o de otro tipo, cerca suyo.
La vida era mejor estando solo.
Hizo una mueca cuando divisó el hueco en la parte de atrás de su camisa donde la explosión de la escopeta lo había golpeado.
Sip, la vida era definitivamente mejor estando solo. A diferencia de su "amigo" no podía pegarse un tiro en la espalda, aún si lo quisiera.
—¿Estás levantado? — preguntó la mujer desconocida, con voz asombrada. —¿Vistiéndote?
—No —dijo irritado. —Estoy meando tu alfombra. ¿Qué piensas que estoy haciendo?
—Soy ciega. Por lo que sé, realmente puedes estar meando mi alfombra, que sea dicho de paso es muy bonita, así que tengo la esperanza de que estés bromeando.
Sintió una extraña punzada de diversión en su contestación. Era rápida y lista. A él le gustaba eso.
Pero no tenía tiempo que perder. —Mira, señorita, no sé cómo me trajiste aquí dentro, pero lo aprecio. Sin embargo, tengo que emprender la marcha. Créeme, estarás muy arrepentida si no lo hiciera.
Ella se obligó a alejarse de la cama ante sus palabras hostiles y fue en ese momento que él se percató que lo había expresado con un gruñido.
—Hay una ventisca muy fuerte afuera –dijo ella, con voz menos amigable que antes. —Nadie va a ser capaz de salir a cualquier lado por un tiempo.
Nicholas no podía creerlo hasta que apartó las cortinas de la ventana. La nieve caía tan rápida y gruesa que parecía una densa pared blanca.
Maldijo por lo bajo. Entonces más fuerte preguntó, —¿por cuánto tiempo ha estado así?
—Las últimas horas.
Apretó los dientes en tanto se percataba que estaba atascado allí.
Con ella.
Esto no era realmente bueno, pero al menos evitaría que los demás estuvieran rastreándolo. Con suerte la nieve escondería sus huellas y sabía, de hecho, que Jess odiaba el frío.
Por lo que respectaba a Thanatos, bien, dado su nombre, su lenguaje, y su aspecto general, Nicholas daba por hecho que también era un mediterráneo antiguo, y eso le decía a Nicholas que todavía tenía una ventaja sobre los dos. Había aprendido hacía siglos, cómo moverse rápidamente sobre la nieve y qué peligros evitar.
¿Quién podría haber sabido que novecientos años en Alaska, realmente le convendrían algún día?
—¿Cómo puedes estar parado y moviéndote?
Su pregunta lo sobresaltó. —¿Perdón?
—Estabas gravemente herido cuando te traje hace unos días. ¿Cómo puedes estar moviéndote ahora?
—¿Unos días? —preguntó, estupefacto por sus palabras. Pasó las manos sobre su cara y sintió su barba gruesa. Mierda. Habían sido días. —¿Cuántos?
—Casi cinco.
Su corazón se aceleró. ¿Había estado aquí por cuatro días y no lo habían encontrado? ¿Cómo era eso posible?
Frunció el ceño. Algo acerca de esto no parecía estar bien.
—Pensé que sentí una herida de bala en tu espalda.
Ignorando el hueco abierto en la camisa, Nicholas se puso encima su camiseta negra. Estaba seguro que había sido Jess quien le había disparado. Las escopetas eran el arma preferida del vaquero. Su único consuelo era pensar que Jess estaría tan dolorido como él. A menos que Artemisa hubiera levantado su prohibición. Entonces el bastardo no sentiría nada más que satisfacción.
—No era una herida de bala —mintió. —Sólo me caí.
—Sin intención de ofenderte, pero tendrías que haber caído del Monte Everest para tener esas heridas.
—Sí, puede ser que la próxima vez recuerde llevar el equipo para escalar conmigo.
Ella lo miró con ceño. —¿Estás burlándote de mí?
—No —contestó honestamente. —Sólo que no quiero pensar en lo que sucedió.
Astrid inclinó la cabeza asintiendo, mientras trataba de percibir más acerca de este hombre enojado, que parecía no poder hablar sin gruñirla. Despiértate, él esta muy lejos de ser agradable.
Había estado cerca de la muerte cuando Sasha lo había encontrado. Nadie debería ser golpeado y disparado en semejante forma, para luego ser dejado morir como él lo había sido.
¿Qué habían estado pensando los Escuderos?
Ella estaba asombrada que este Cazador Oscuro descarriado pudiera estar parado del todo aún después de cuatro días de descanso.
Semejante tratamiento era inhumano e impropio de esos que habían declarado bajo juramento proteger al género humano. Si un humano hubiera encontrado a Nicholas, entonces su cubierta se habría arruinado por la imprudencia de ellos, y los humanos se habrían enterado de su inmortalidad.
Era algo que tenía la intención de informarle a Acheron.
Pero eso vendría más tarde. Por ahora, Nicholas estaba levantado y en movimiento. Su vida inmortal o su muerte estaban completamente en sus manos y tenía la intención de probarlo con creces para ver simplemente qué tipo de hombre era.
¿Tenía algo de compasión dentro de él o estaba tan vacío como ella lo estaba?
Su trabajo era ser el epítome de las cosas que conducían a Nicholas hacia el enojo. Lo empujaría a su nivel de tolerancia y aún más allá para ver que hacía él.
Si podía controlarse con ella, entonces lo evaluaría inofensivo y cuerdo.
Si la zamarreaba con intención de lastimarla de alguna forma, entonces lo juzgaría culpable y moriría.
Que comiencen las pruebas...
Rápidamente examinó en su mente, lo poco que sabía de él. A Nicholas no le gustaba hablar con las personas. No le gustaban los ricos.
Sobre todo, aborrecía ser tocado o que le dieran órdenes.
Así es que resolvió presionar su primer botón con conversación despreocupada.
—¿De qué color es tu pelo? —preguntó. La pregunta aparentemente innocua trajo a su memoria, la forma en que lo había sentido bajo sus manos mientras le limpiaba la sangre.
Su pelo había sido suave, liso. Se había deslizado sensualmente por sus dedos, acariciándolos. De la percepción de eso, supo que no era demasiado corto o demasiado largo, probablemente caía sobre sus hombros cuando lo peinaba.
—¿Perdón? —sonó asombrado por su pregunta y por una vez no gruñó las palabras.
Tenía una bella voz. Rica y profunda. Resonaba con su acento griego, y cada vez que hablaba, enviaba un escalofrío extraño a través de ella. Nunca había oído a un hombre tener una voz tan innatamente masculina.
—Tu pelo –repitió ella. —Me preguntaba qué color es.
—¿Por qué te importa? —preguntó belicosamente.
Ella se encogió de hombros. —Sólo curiosidad. Paso mucho tiempo sola y aunque realmente no recuerdo los colores, trato de describirlos de cualquier manera. Mi hermana, Cloie, una vez me dio un libro que decía que cada color tenía una textura y una sensación. El rojo, por ejemplo, decía que era caliente y agitado.
Nicholas la miró ceñudamente. Ésta era una conversación extraña, pero bueno, él había pasado bastante tiempo solo para entender la necesidad de hablar cualquier cosa, con cualquiera que estuviese el suficiente tiempo como para tomarse la molestia. —Es negro.
—Lo pensé.
—¿Lo hiciste? —preguntó antes de poderse detener.
Ella inclinó la cabeza asintiendo mientras rodeaba la cama y se acercaba a él. Se paró tan cerca que sus cuerpos casi se tocaban. Sintió un extraño impulso por tocarla. Por ver si su piel era tan suave como parecía.
Dioses, ella era bella.
Su cuerpo era ágil y alto, sus pechos llenarían perfectamente sus manos. Había pasado un largo tiempo desde la última vez que había tenido sexo con una mujer. Una eternidad desde que hubiera estado así de cerca de una sin saborear su sangre.
Juraba que podía saborear la de ella ahora. Sentir su corazón latiendo contra sus labios mientras bebía y al mismo tiempo sentir que sus emociones y sentimientos se vertían en él, llenándolo con algo más que entumecimiento y dolor.
Si bien beber sangre humana estaba prohibido, era lo único que alguna vez le había dado placer. Lo único que enterraba el dolor dentro de él y le permitía experimentar esperanzas, sueños.
Lo único que le permitía sentirse humano.
Y él quería sentirse humano.
Quería sentirla a ella.
—Tu pelo es fresco y sedoso –dijo ella suavemente, —como terciopelo de medianoche.
Sus palabras hicieron que su erección se tensara de necesidad y deseo.
Fresco y sedoso.
Le hizo pensar en sus piernas deslizándose contra él. En la piel delicada, femenina que cubría sus caderas y muslos. La forma en que se sentirían contra sus piernas mientras penetraba en ella.
Su respiración se entrecortó, imaginó cómo sería deslizar esos descoloridos jeans apretados, por sus largas piernas y extenderlas completamente. Correr su mano a través de sus cortos, crespos pelos hasta tocarla íntimamente, acariciándola hasta que sus dulces jugos recubrieran sus dedos mientras ella murmuraba en su oído y se frotaba contra él.
Cómo sería acostarla en la cama, yacer detrás de ella y hundirse profundamente en su interior caliente y mojado hasta que ambos llegaran al clímax.
Sentir su boca en su cuerpo.
Sus manos tanteándolo.
Ella extendió la mano para tocarle.
Incapaz de moverse por la fuerza de su fantasía, Nicholas se quedó perfectamente quieto mientras ella colocaba su mano en su hombro. El olor de mujer, humo, y rosas lo invadió y sintió una necesidad desesperada de bajar la cabeza y enterrar su cara en su piel cremosa, y sólo inspirar su dulce perfume. Hundir los colmillos en su suave, tierno cuello y probar la fuerza vital dentro de ella.
Inconscientemente, abrió sus labios, descubriendo sus colmillos.
Su necesidad por ella era casi apabullante.
Pero ni de cerca tan exigente como el deseo de tocar su cuerpo.
—Eres más alto de lo que pensé que serías —. Ella siguió la curva de sus bíceps. Escalofríos lo recorrieron mientras se endurecía aún más.
La deseaba. Mal.
Muérdela.
Su lobo gruñó.
Nicholas lo ignoró mientras continuaba mirándola.
Sus asuntos con mujeres habían sido siempre breves y apresurados. Nunca había permitido a una mujer mirarlo a la cara o tocarlo mientras tenían relaciones sexuales.
Siempre había tomado a sus mujeres en todas las formas posibles desde atrás, furioso y rápido como un animal. Nunca había querido pasar un tiempo con ellas aparte del que necesitaba para saciar su cuerpo.
Pero él fácilmente podía verse tomando a esta desconocida en sus brazos y penetrarla, cara a cara. Sintiendo su respiración en su piel mientras la montaba despacio y duro, durante toda la noche, bebiendo de ella...
No habló mientras ella rozaba con la mano su brazo y no podía imaginar por qué no la apartaba de un empujón lejos de él.
Por alguna razón, ella lo mantenía inmóvil con su toque.
Su pesada erección ardía de cruel necesidad. Si no lo supiese mejor, juraría que ella lo animaba a propósito.
Pero había una inocencia en su toque que le decía que ella sólo quería "verle". No había nada sexual en esto.
Al menos no de su lado.
Nicholas se alejó y puso un metro de distancia entre ellos.
Él tenía que hacerlo.
Un minuto más y la tendría desnuda en esa cama y a su merced...
No es que él tuviese compasión por alguien.
Ella dejó caer su mano y se quedó quieta como si esperara que la tocara.
No lo hizo. Un toque y sería el animal que todos pensaban que era.
—¿Cuál es tu nombre? —formuló la pregunta antes de poder detenerse.
Ella le ofreció una sonrisa amistosa que sacudió su erección. —Astrid. ¿Y el tuyo?
—Nicholas.
Su sonrisa se amplió. —Eres griego. Pensé eso por tu acento.
Su lobo giró en torno a sus pies y se sentó al lado de ella para escudriñarlo. Relampagueando sus dientes amenazadoramente.
Realmente comenzaba a odiar a ese animal.
—¿Quieres algo, Nicholas?
Sí, gatea desnuda a esa cama y deja que te viole hasta el amanecer.
Tragó ante el pensamiento y su erección se tensó aún más al sonido de su nombre en sus labios.
No podía haber estado más duro si ella le hubiera estado acariciando con su mano.
Su boca...
¿Qué estaba mal con él? ¿Estaba corriendo por su vida y lo único que podía pensar era en sexo?
Estaba siendo un idiota total.
—No, gracias —dijo. —Estoy bien.
Su estómago retumbó, traicionándolo.
—Suenas hambriento.
Muerto de hambre, para ser honestos, pero en este mismísimo momento deseaba ardientemente el sabor de ella mucho más que el de la comida.
— Sí. Supongo que lo estoy.
—Vamos —le dijo ella, extendiendo la mano. —Puedo ser ciega, pero puedo cocinar. Prometo que a menos que Sasha haya movido las cosas en la cocina, no he envenenado mi estofado.
Nicholas no tomó su mano.
Ella tragó como si estuviera nerviosa o abochornada, luego dejó caer la mano y salió del cuarto.
Sasha le gruñó otra vez.
Nicholas gruñó en respuesta y golpeó con el pie al perro molesto, quien lo miraba como si no quisiese nada más que arrancarle su pierna.
Percibió el gesto de censura en la cara de Astrid mientras ella se detenía en la puerta y se devolvía hacia ellos. —¿Estás siendo malo con Sasha?
—No. Solo le devuelvo el saludo —. Las orejas del lobo estaban erguidas hacia atrás como lanzándolo de la habitación. —Parece que no le gusto mucho a Rin Tin Tin.
Ella se encogió de hombros. —A él no le gusta mucho nadie. Algunas veces ni siquiera yo.
Astrid cambió de dirección y se dirigió hacia el vestíbulo con Nicholas detrás de ella. Había algo muy siniestro acerca de este hombre. Mortífero. Y no era solamente la fuerza que ella había sentido en su brazo cuando lo tocó.
Exudaba una oscuridad antinatural que parecía alertar a todo el mundo, aún a los ciegos, de mantenerse alejados. Ese era más que nada a lo que Sasha reaccionaba. Era sumamente desconcertante.
Aún atemorizante.
Tal vez Artemisa estaba en lo correcto. Tal vez debería juzgarlo culpable y regresar a casa...
Pero no la había atacado. Al menos, no todavía.
Astrid lo dejó ante la barra del desayunador en donde tenía tres banquetas. Sus hermanas las habían colocado allí más temprano cuando habían venido a visitarla y advertirla sobre su última asignación.
Todas sus hermanas, las tres, habían estado sumamente descontentas con su decisión de juzgar a Nicholas para su madre, pero al final, no habían tenido más elección que dejarla hacer su trabajo.
Para la eterna consternación de ellas, había algunas cosas que ni aún los Destinos podían controlar.
El libre albedrío era una de esas.
—¿Te gusta el estofado de carne? —preguntó a Nicholas.
—No soy muy exigente. Estoy simplemente agradecido por tener algo caliente que no tenga que cocinarlo yo mismo.
Ella notó la amargura en su voz. —¿Lo haces mucho?
Él no contestó.
Astrid anduvo a tientas hacia la cocina.
Como se acercaba mucho a la olla, Nicholas repentinamente estuvo allí, agarrando su mano y haciéndola para atrás. Se había movido tan rápido y silenciosamente que ella se quedó sin aliento, sobresaltada.
Su velocidad y su fuerza la hicieron detenerse. Este hombre realmente la podía lastimar si así lo quisiera, y dado lo que ella tenía planeado para él, era algo a tener en cuenta.
—Déjame hacer eso –dijo él agudamente.
Ella tragó ante la cólera injustificada de su tono. —No estoy imposibilitada. Hago esto todo el tiempo.
Él la soltó. —Estupendo, quema tu mano entonces, no me importa —se alejó de ella.
—¿Sasha? —llamó.
Su lobo fue a su lado y se apoyó contra su pierna para hacerle saber donde estaba. Arrodillándose, tomó su cabeza entre sus manos y cerró los ojos.
Extendiéndose con su mente, se conectaba con Sasha para utilizar su visión como propia. Vio a Nicholas regresando a la barra y tuvo que esforzarse para no quedarse sin aliento.
Asustada que su aspecto pudiera influir en su opinión acerca de su carácter, antes de tener la posibilidad de interactuar con él, no había usado antes, a Sasha para verle.
Ahora ella supo qué tan correcta había estado.
Nicholas era increíblemente guapo. Su largo pelo negro y lacio, colgaba un poco más abajo de sus hombros anchos. El cuello negro de tortuga que traía puesto se pegaba a un cuerpo que ondeaba con precisión los tonificados músculos. Su cara era delgada y adecuadamente esculpida. Los planos de ella, aún cubierta por la barba, eran un estudio de perfectas proporciones masculinas. Si bien él no era bonito, era misteriosamente guapo. Casi de apariencia siniestra, excepto por sus largas pestañas negras y sus labios firmes que le suavizaban la cara.
Y cuando tomó asiento, tuvo una vista espectacular de un trasero bien formado cubierto por cuero.
¡El hombre era un dios!
Pero lo que la golpeó más cuando se sentó en la banqueta y clavó los ojos en la barra, fue la tristeza profunda que había en sus ojos de medianoche. La sombra obsesionada que revoloteaba allí.
Se veía cansado. Perdido.
Sobre todo, se veía terriblemente solo.
Él los recorrió con la mirada y frunció el ceño.
Astrid palmeó la cabeza de Sasha y le dio un abrazo como si nada en particular hubiese ocurrido. Esperaba que Nicholas no tuviese idea sobre qué había estado haciendo.
Sus hermanas le habían advertido que este Cazador Oscuro en particular tenía poderes extremos como telequinesia y audición refinada, pero ninguna de ellas sabía si podía sentir sus poderes limitados.
Ella estaba agradecida que no fuese telepático. Eso le habría hecho el trabajo infinitamente más complicado.
Ella se puso de pie y fue al gabinete para sacar un tazón para Nicholas, y muy cuidadosamente, sirvió el estofado. Luego se lo llevó a la barra, no lejos de donde Nicholas había estado.
Él extendió la mano y tomó el tazón de ella. —¿Vives sola?
—Solo Sasha y yo —se preguntó por qué le había preguntado eso.
Su hermana Cloie le había advertido que Nicholas podía ponerse violento con poca provocación. Que era conocido por atacar a Acheron y a cualquier otro que se le acercara.
El rumor de los Dark—Hunters decía que su exilio en Alaska se había debido a que había destruido un pueblo del cual había sido responsable. Nadie sabía por qué. Sólo que una noche había perdido la razón y había asesinado a toda la gente de allí, luego había echado abajo las casas.
Sus hermanas se habían rehusado a explicar en detalle lo que había sucedido esa noche por miedo de predisponer su punto de vista.
Por el delito cometido por Nicholas, Artemisa lo había desterrado a la congelada tierra salvaje.
¿Podía Nicholas estar curioso acerca de su forma de vida o había allí una razón más siniestra para su pregunta?
—¿Te gustaría algo para beber? —le preguntó.
—Seguro.
—¿Qué prefieres?
—No me importa.
Ella negó con la cabeza ante sus palabras. —¿No eres muy exigente, no?
Ella lo oyó aclararse la voz. —No.
—No me gusta la forma en que te mira.
Ella arqueó una ceja ante las enojadas palabras de Sasha en su cabeza. —A ti no te gusta la forma en que mira cualquier hombre.
El lobo se mofó. —Cálmate, él no ha apartado su vista de ti, Astrid. Te está mirando en este momento. Su cabeza esta inclinada hacia abajo, pero hay lujuria en sus ojos cuando clava la mirada en ti. Como si ya te pudiera sentir bajo él. No confío en él o en su mirada. Su mirada es demasiado intensa. ¿Lo puedo morder?
Por alguna razón, al saber que Nicholas la estaba mirando sintió elevarse la temperatura y se estremeció. —No, Sasha. Sé simpático.
—No quiero ser simpático, Astrid. Cada instinto que tengo me dice que lo muerda. Si tienes algún respeto por mis habilidades animales, déjame ponerlo en el suelo ahora y así nos ahorrarnos diez días más en este frío lugar.
Ella negó con la cabeza. —Recién lo encontramos, Sasha. ¿Que habría ocurrido si Lera te hubiera estimado culpable en su primer encuentro contigo hace tantos siglos?
—¿Así que crees en la bondad otra vez?
Astrid hizo una pausa. No, ella no lo hacía. Probablemente Nicholas merecía morir, especialmente si la mitad de lo que le habían sido dicho era verdad.
Y aún así la alusión de Acheron la perseguía.
—Le debo a Acheron más que diez minutos de mi tiempo.
Sasha se mofó.
Vertió té caliente en una taza y se lo llevó a Nicholas. —Es té de romero, ¿esta bien?
—Lo que sea.
Cuando lo tomó de su mano, sintió el calor de sus dedos rozando los de ella.
Una increíble ráfaga la traspasó. Ella sintió su sorpresa. Su necesidad ardiente. Su hambre no saciada.
Eso realmente la asustó. Éste era un hombre capaz de cualquier cosa. Uno con poderes como los dioses.
Podía hacerle cualquier cosa que quisiera...
Necesitaba distraerlo.
Y a ella también.
—Entonces, ¿qué te ocurrió realmente? —preguntó, preguntándose si violaría el Código de Silencio, contándole que era buscado por los demás.
—Nada.
—Bueno, espero nunca atravesarme con NADA si es capaz de hacer un agujero en mi espalda.
Lo escuchó levantar su té, pero no habló.
—Deberías ser más cuidadoso —le dijo.
—Créeme, no soy el que necesita ser cuidadoso —su voz fue siniestra cuando dijo esas palabras, reforzando su letalidad.
—¿Estás amenazándome? —preguntó.
Otra vez no dijo nada. El hombre era una pared total de silencio.
Así es que ella lo presionó otra vez. —¿Tienes a alguien al que necesitemos llamar y dejarlos saber que estás bien?
—No —dijo con tono vacío.
Ella asintió mientras pensaba en eso. A Nicholas nunca le habían concedido un Escudero.
No podía imaginar ser desterrado en la forma que Nicholas lo había sido. En el tiempo de su encarcelación, esta área del mundo había estado muy escasamente poblada.
El clima áspero. Inhospitalario. Desolado. Frió y sombrío.
Ella sólo había estado viviendo aquí unos cuantos días y le había costado acostumbrarse. Pero al menos tenía a su madre, hermanas, y a Sasha para ayudarla a adaptarse.
A Nicholas se le había negado tener a alguien.
Mientras a otros Cazadores Oscuros les era permitido tener compañeros y sirvientes, Nicholas se había visto forzado a resistir su existencia en la soledad.
Completamente solo.
No podía imaginar cómo debía haber sufrido durante los siglos, luchando a través de los días, sabiendo que nunca tendría un alivio temporal de cualquier tipo.
No era extraño que estuviera demente.
Aún así, no era una excusa para su comportamiento. Como le había dicho a ella más temprano, todo el mundo tenía sus problemas.
Nicholas terminó la comida y luego llevó los platos al fregadero. Sin pensar, los lavó y los enjuagó, luego los colocó al costado.
—No tenías que hacer eso. Los habría limpiado.
Se secó las manos en el paño para secar platos que ella tenía en la mesada.
—Hábito.
—Debes vivir solo, también.
—Sí.
Nicholas la vio acercarse. Se movió a su lado otra vez, invadiendo su espacio personal. Estaba desgarrado entre querer seguir parado al lado de ella y querer maldecir su cercanía.
Optó por apartarse. —Mira, ¿puedes mantenerte lejos de mí?
—¿Te molesta que me acerque?
Más de lo que ella podía imaginar. Cuando estaba junto a él, era fácil olvidar lo que era. Era fácil fingir que era un ser humano que podía ser normal.
Pero ese no era él.
Nunca lo había sido.
—Sí, me molesta —dijo en tono bajo, amenazador. —No me gusta que las personas se me acerquen.
—¿Por qué?
—Eso no es de tu maldita incumbencia, señora –contestó bruscamente. —Simplemente no me gusta que la gente me toque y no me gusta que ellos se me acerquen. Así que retrocede y déjame tranquilo antes de que te lastime.
El lobo le gruñó otra vez, más ferozmente esta vez.
—Y tú, Kibbles –le gruñó al lobo, —ten una mejor canción para mí. Un gruñido más y juro que voy a castrarte con una cuchara.
—Sasha, ven aquí.
Él observó como el lobo iba instantáneamente a su lado.
—Siento que nos encuentres tan molestos –dijo ella. —Pero ya que vamos a estar atrapados por un tiempo, podrías hacer un intento y ser algo más sociable. Al menos ser mínimamente cortés.
Tal vez ella tuviera razón. Pero lo malo era que no sabía como ser sociable, mucho menos cortés. Nadie, nunca, había querido conversar tanto con él en su vida humana o de Cazador Oscuro.
Aún cuando se había suscripto en el sitio Web Cazador Oscuro.com para chatear, diez años atrás, el otro, un antiguo Cazador Oscuro se había lanzado y lo había atacado.
Él estaba exiliado. Las reglas de su exilio requerían que ninguno de ellos le hablara.
Había sido suprimido del correo de los anuncios, las salas de chat, aún de las conexiones privadas.
Sólo había sido por accidente que había tropezado con Jess, quien había estado en una de las salas de juego esperando a que llegara su adversario Myst. Demasiado joven para ser un Cazador Oscuro, no sabía que no estaba permitido hablar con Nicholas, Jess lo había saludado como un amigo.
La novedad de eso había hecho a Nicholas vulnerable y así es que se encontró hablándole al vaquero. Antes de darse cuenta, en cierta forma se habían hecho amigos.
¿Y qué había obtenido de eso?
Nada menos que un agujero de bala en la espalda.
Olvídalo. No necesitaba hablar. No necesitaba nada. Y lo último que quería era ser sociable con una mujer humana que llamaría a la policía si alguna vez se enteraba quién y qué era él.
—Mira princesa, ésta no es una visita social. Tan pronto como el clima lo permita, me iré de aquí. Así es que solamente déjame solo las siguientes horas y pretende que no estoy aquí.
Astrid resolvió echarse atrás un poco y dejarlo acostumbrase a ella un poco más.
Él no lo sabía, pero iba a estar atrapado aquí bastante más que unas pocas horas. Esta tormenta no iba a menguar hasta que ella lo quisiera.
Por ahora, le daría tiempo para reflexionar y reagruparse.
Todavía había otras pruebas que él tenía que pasar. Pruebas en las que ella no aflojaría.
Pero habría tiempo para eso más tarde. Ahora mismo él aún estaba herido y traicionado.
—Bien –dijo ella, —estaré en mi dormitorio si me necesitas.
Dejó a Sasha en la cocina para vigilarlo.
—No quiero vigilarlo –protestó Sasha.
—Sasha, obedece.
—¿Qué ocurre si hace algo repugnante?
—¡Sasha!
El lobo gruñó. —Bien. ¿Pero puedo morder una parte pequeña de él? ¿Sólo para que tenga un saludable respeto por mí?
—No.
—¿Por qué?
Ella hizo una pausa mientras entraba a su cuarto. —Porque algo me dice que si lo atacas, entonces serás tú el que respetará saludablemente sus poderes.
—Sí, claro.
—¡Sasha! Por favor.
—Bien, lo vigilo. Pero si él hace cualquier cosa asquerosa, me voy de aquí.
Ella suspiró ante su incorregible compañero y se acostó en la cama para tratar de descansar antes de que empezara la siguiente batalla de voluntades con Nicholas.
Astrid inspiró profundamente y cerró los ojos. Se conectó otra vez con Sasha a fin de poder ver a Nicholas. Estaba de pie ante la ventana de adelante, mirando hacia afuera, la nieve.
Ella vio la rasgadura en la parte de atrás de la camisa. Vio el cansancio en su cara. Se veía desanimado y al mismo tiempo determinado.
Sus rasgos parecían no tener edad. Una sabiduría que en cierta forma se veía contradictoria con su apariencia siniestra.
¿Quién eres, Nicholas?. Se preguntó silenciosamente.
La pregunta fue morbosamente seguida por otra. En los siguientes días, ella conocería exactamente quién y qué era él. Y si Artemisa tenía razón y él era realmente amoral y letal, entonces no dudaría en dejar a Sasha matarle.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love :love:
Belieber&Smiler♥
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Wouu!!!
me encantaa eso de ver a travez de Sasha es cmO wouu!!
lo amoo =)!!
Pucky tuss novess las amo =)!!
me encantaa eso de ver a travez de Sasha es cmO wouu!!
lo amoo =)!!
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Invitado
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Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Capítulo 4
—Despiértate, Astrid. Tu criminal sicótico esta jugando con cuchillos.
Astrid se despertó inmediatamente al escuchar la voz de Sasha en su cabeza.
—¿Qué? –preguntó ella en voz alta antes de darse cuenta. Se sentó en su cama.
Una imagen mental de Sasha brilló intermitentemente en su mente. Vio a Nicholas en su cocina, registrando el cajón en donde tenía todos los cuchillos.
Nicholas sacó un cuchillo grande de carnicero, luego probó el borde con su pulgar. Ella frunció el ceño ante la acción.
¿Qué estaba haciendo?
Dejó a un lado el cuchillo y regresó a los demás en el cajón.
Sasha gruñó.
—Cállate, Scooby –gruño Nicholas. Le echó a Sasha una mirada feroz y cruel, que contenía más veneno que una serpiente de cascabel. —¿Te he dicho alguna vez cuánto me gusta el estofado de perro? Tienes suficiente carne para que me dure una semana.
Sasha avanzó.
—¡Alto! Ella irrumpió mentalmente en su compañero.
—Vamos, Astrid. Déjame morderlo. Una sola vez.
—No, Sasha. Retírate.
Lo hizo, pero de mala gana. Dio un paso atrás, sus ojos nunca dejando a Nicholas, quien sacó un pequeño cuchillo de pelar. Nicholas pasó el dedo por el borde otra vez, mirando a Sasha. Podía ver el brillo en los ojos de medianoche de Nicholas, que decían que él realmente consideraba usar el cuchillo en su compañero.
Finalmente, devolvió el cuchillo de carnicero al cajón, luego llevó el cuchillo de pelar a la sala.
El ceño fruncido de Astrid se hizo más hondo mientras Nicholas iba hasta la pila de leña al lado de la chimenea y extraía un pedazo grande de madera. La llevó al sofá y se sentó.
Ignorando a Sasha, quien lo había seguido a cada paso y finalmente había terminado sentándose cerca de sus pies, Nicholas comenzó a tallar la madera.
Astrid estaba atravesada por sus acciones inesperadas.
Se sentó allí por incontables minutos, en silencio total, trabajando en el trozo. Pero lo que la asombró aún más que su conducta paciente y silenciosa, era ver como el lobo que estaba tallando tomaba forma real. Iba de un pedazo de madera a un parecido notable de Sasha en muy poco tiempo.
Inclusive Sasha había levantado su cabeza para observar.
Las manos de Nicholas movían el cuchillo sobre la madera con una gracia experta. Se detenía sólo a veces, cuando levantaba la mirada para comparar la pieza con Sasha.
El hombre era un artista sumamente talentoso y su talento parecía completamente contrario a lo que sabía de él.
Astrid intrigada, se encontró levantándose y regresando a la sala de estar. Sus movimientos rompieron su conexión mental con Sasha. Caminar siempre lo hacía. Ella sólo podía usar su vista siempre y cuando estuviera perfectamente quieta.
Nicholas levantó la mirada en tanto sentía el aire detrás de él agitarse.
Hizo una pausa mientras contemplaba a Astrid y ella se quedó sin respiración. No acostumbrado a tener personas en una casa con él, no estaba seguro si debía saludarla o debía guardar silencio.
Optó por sólo mirarla.
Ella era tan femenina y bella. Tenia el tipo de Sharon, sólo que había una sensación de vulnerabilidad en ella de la que Sharon carecía. Sharon poseía una boca inteligente que podía rivalizar con la suya y sus años como madre soltera habían dejado un filo muy duro en ella. Pero no en Astrid. Ella tenía ese tipo de tierna suavidad que causaría a algunas personas tomaran ventaja de ella o la victimizaran.
El pensamiento envió una sacudida inesperada de cólera a través de él.
Astrid avanzó en línea recta hacia el cuarto, y se dirigió derecho hacia la otomana que él había movido fuera de su lugar más temprano.
Su primer pensamiento fue dejarlo ahí y dejarla caer, pero apenas logró correrlo a tiempo. Ella no tropezó con la otomana, pero sin embargo, sí lo hizo con él, causando que el cuchillo resbalase.
Nicholas siseó mientras la hoja sumamente afilada cortaba profundamente su mano.
—¿Nicholas?
La ignoró mientras entraba precipitadamente en la cocina para atender la herida palpitante antes de que chorreara sangre por todo el piso pulido de madera y las caras alfombras.
Maldiciendo, dejó caer el cuchillo en el fregadero y abrió la canilla para enjuagarlo.
Ella lo siguió a la cocina. —¿Nicholas? ¿Hay algo mal?
—No –gruñó lavando la sangre de su mano. Hizo una mueca al ver la profundidad de la herida. Si fuese humano, necesitaría puntadas.
Astrid se paró a su lado. —Huelo sangre. ¿Estás herido?
Antes de darse cuenta de lo que ella intentaba, le tomó su mano con las de ella. Su toque era como una pluma ligera mientras amablemente tocaba su herida, pero aún así la sensación de su mano en la de él lo derribó. Sintió como si alguien le hubiera dado en el estómago con un martillo pesado.
Estaba tan cerca de él que todo lo que tenía que hacer era inclinarse hacia adelante y podría besarla.
Saborear su cuello.
Su sangre...
Ninguna mujer, nunca, lo había tentado como esta.
Por primera vez en su vida, quería saborear los labios de alguien. Sostener su cara en sus manos y violar su boca con su lengua.
¿Qué se sentiría ser abrazado. ?
¿Qué diablos está mal conmigo?
No era el tipo de hombre al que nadie abrazara, ni él lo quería.
No realmente.
Él sólo quería...
—Esto es profundo —dijo ella quedamente, su voz encantándole aún más.
Miró hacia abajo, pero en lugar de su mano, todo lo que podía ver era el valle profundo entre sus pechos que estaban al descubierto por la V de su suéter. Sólo tenía que mover su mano unos pocos centímetros para hundirla suavemente entre los suaves montículos. Para empujar su suéter a un lado hasta que pudiera ahuecarlos con su mano.
—¿Que sucedió? —preguntó ella.
Nicholas parpadeó para disipar la imagen que había causado que su erección doliera y latiera demandando satisfacción.
—Nada.
—¿Esa es la única palabra que sabes? —. Ella hizo una mueca mientras sostenía su mano con las de ella y alcanzaba una botella de peróxido del gabinete sobre el fregadero. Estaba asombrado que conociese cuál envase era, pero bueno, todo en el gabinete parecía estar deliberadamente y cuidadosamente colocado.
Siseó otra vez mientras ella vertía el líquido sobre su corte. El frío del líquido punzaba tanto como el desinfectante.
A pesar de eso, estaba aturdido por sus acciones compasivas, por la gentileza de su mano en la de él.
Ella dio palmaditas sobre la mesada buscando el paño para secar los platos. Una vez que lo encontró, lo envolvió alrededor de su mano. —Mantenla en alto. Llamaré a un doctor...
—No –dijo él severamente, interrumpiéndola. —Ningún doctor.
—Pero estás herido.
—Créeme, no es nada.
Astrid notó la presión en su voz mientras decía eso. Más que nunca, deseaba poder verlo mientras hablaba.
—¿Te cortaste porque me tropecé contigo?
Él no contestó.
Astrid trató de alcanzarlo con sus sentidos y no encontró nada. No podía decir si estaba con ella o si estaba completamente sola.
Sus sentidos nunca le habían fallado antes.
Daba miedo no tener ninguna habilidad para "sentirle".
—¿Nicholas?
—¿Qué?
Ella realmente saltó ante el sonido de su profunda voz con acento, tan cerca de su oído. —No contestaste mi pregunta.
—Sí, ¿y qué más da? No es que a ti te importe cómo me lastimé, de cualquier manera.
Su voz se desvaneció como si se estuviera alejando.
—¿Sasha, dónde esta?
—Se esta dirigiendo hacia la sala.
Ella oyó a Sasha gruñendo en el vestíbulo.
—Hacia atrás –dijo Nicholas con un gruñido.
—Sabes —dijo él más fuerte. —He escuchado que los perros viven más tiempo cuando son castrados. Y son más amigables, también.
—Oh, bravo, te castramos a ti y veremos si eso te afecta, tú...
—¡Sasha!
—¿Qué? Él es aborrecible. Y no soy un perro.
Ella fue andando por el vestíbulo para palmear la cabeza de Sasha. —Lo sé.
Nicholas ignoró al lobo y a la mujer dirigiéndose a la ventana y jalando las cortinas para atrás. Era poco después de la una a.m. y la ventisca era tan feroz como había sido antes.
Demonios. Nunca iba a poder salir de aquí. Sólo esperaba que el clima se apaciguara el tiempo suficiente como para permitirle regresar a su bosque. Sin duda los Escuderos, Jess, y Thanatos estaban esperándolo en su cabaña, pero él tenía muchas más áreas "seguras" que ninguno de ellos conocía. Lugares en donde podía obtener armas y suministros.
Pero tenía que estar en su tierra para alcanzarlos.
—¿Nicholas?
Él exhaló irritadamente.
—¿Qué? —dijo bruscamente.
—No uses ese tono conmigo –dijo ella con una nota filosa en su voz que causó que él arqueara una ceja por su audacia. —Me gusta saber dónde están las personas en mi casa. Sé simpático, o te pondré un cencerro.
Él sintió un deseo extraño de reírse. Pero la risa y él eran desconocidos.
—Me gustaría verte intentarlo.
—¿Eres siempre así de gruñón o sólo te levantaste del lado incorrecto de la cama?
—Así soy, cariño, acostúmbrate.
Ella se paró a su lado y él tuvo el presentimiento que lo hacía a propósito, justamente para fastidiarlo. —¿Y si no quiero acostumbrarme a eso?
Él se giró para confrontarla. —No me empujes, princesa.
—Oooo –dijo ella con voz poco impresionada. —Lo próximo será que estarás hablando como el Increíble Hulk. 'No me hagas enojar, no te gustaré cuando me enoje' —. Ella lanzó una mirada arrogante en su dirección. —No me asustas, Señor Nicholas. Así que puedes dejar tu actitud en la puerta y ser agradable conmigo mientras estés aquí.
La incredulidad lo atormentó. Nadie en sus dos mil años lo había despachado tan fácilmente y lo enojó que ella se atreviera ahora. Le trajo a la memoria demasiados malos recuerdos de personas que veían a través de él. Personas que no lo apreciaban en lo absoluto.
El primer voto que se había hecho a sí mismo como Cazador Oscuro era que nunca más se preocuparía por tratar de ganar la bondad o el respeto de los demás.
El miedo era una herramienta mucho más poderosa.
La empujó hacia atrás, contra la pared.
Astrid se aterrorizó mientras sentía a Nicholas presionándola en tanto la pared detrás bloqueaba su escapada. Ella no tenía ninguna parte adonde ir. No podía respirar. No podía moverse.
Él era tan grande, tan fuerte.
Todo lo que podía sentir era a él. La rodeó con poder y peligro. Con la promesa de reflejos letales. Trataba de hacerle sentir miedo por él, lo sabía.
Estaba funcionando muy bien.
No la tocó, pero bueno, no tenía que hacerlo. Su sola presencia era aterradora.
Oscura. Peligrosa.
Letal.
Le sintió inclinarse para hablarle coléricamente en su oído. —Si quieres algo agradable, cariño, juega con tu jodido perro. Cuando estés lista para jugar con un hombre, entonces llámame.
Antes de que pudiera responder, Sasha atacó.
Nicholas tropezó, alejándose de ella con una maldición, mientras el aire alrededor de ella se agitaba cruelmente con los movimientos frenéticos de Sasha.
Encogiéndose instintivamente, Astrid contuvo su aliento mientras oía el sonido de lobo y el hombre peleando. Se esforzó por mirar, pero ella estaba rodeada de oscuridad y de los abrumadores sonidos enojados.
—¡Sasha! —gritó, deseando poder ver qué ocurría entre ellos.
Todo lo que escuchó fue la mezcla de siseos, gruñidos, y maldiciones.
Luego algo sólido golpeó la pared a su lado.
Sasha ladró.
Aterrada de lo que Nicholas le había hecho a su compañero, Astrid se arrodilló en el piso y anduvo a tientas hacia donde Sasha yacía, delante de la chimenea.
—¿Sasha? —pasó su mano temblorosa a través de su pelaje, buscando heridas.
No se movía.
Su corazón dejó de latir mientras el terror la invadía. ¡Si cualquier cosa le hubiese ocurrido a Sasha, entonces ella mataría a Nicholas por sí misma!
Por favor, por favor que estés bien...
—¿Sasha? —la mantuvo cerca y extendió sus pensamientos a él.
—Lo mataré. Así es que ayúdame, lo haré.
Ella se estremeció con alivio ante la cólera de Sasha. ¡Gracias a Zeus que estaba vivo!
Nicholas se quitó la camisa rota y la usó para contener la sangre en su brazo derecho, cuello, y en el hombro donde el perro había hecho trizas su piel con sus garras y dientes.
Apenas podía contener su furia. No había sido herido tantas veces en una sola hora desde el día que había muerto.
Gruñendo, clavó los ojos en la carne roja hinchada. Odiaba estar herido.
Era todo lo que podía hacer para no regresar a la sala y asegurarse que ese perro maldito nunca mas atacara a otra cosa viva en su vida.
Quería sangre. Sangre de lobo.
Para el caso, quería sangre humana. Un pellizco rápido para calmar su furia y recordarle lo que él era.
Solo saborearla una vez...
Astrid entró al cuarto de baño y se topó con él.
Él gruñó ante la sensación de su cuerpo cálido estrellándose contra él.
Sin comentarios, lo apartó del fregadero y se arrodilló para sacar un botiquín de primeros auxilios.
—Podrías haber dicho 'Permiso'.
—No te dirijo la palabra –gruñó ella.
—También te quiero, cariño.
Ella se congeló ante su comentario sarcástico y miró encolerizadamente en su dirección. —¿Eres realmente un animal, no?
Nicholas apretó los dientes ante sus palabras. Era así como todos lo habían visto en su vida. Estaba demasiado viejo, ahora, como para empezar una nueva vida. —Woof, woof.
Resoplando de furia, comenzó a salir, luego se detuvo. Se volvió hacia él con un gruñido. —Sabes, no tengo idea de dónde vienes y realmente no me importa. Nada te da el derecho para lastimar a otras personas o a Sasha. Sólo me protegía, mientras que tú... no eres más que un matón.
Nicholas se quedó inmóvil mientras imágenes crueles, horrorosas atravesaban su memoria. La vista de su pueblo en llamas.
De cuerpos dispersos por todas partes.
Los débiles sonidos de personas gritando.
La furia dentro de su corazón que demandaba sangre...
Se sobresaltó mientras el dolor lo laceraba. Odiaba sus recuerdos tanto como se odiaba a sí mismo.
—Un día alguien debe enseñarte a ser civilizado —. Astrid giró y se volvió hacia la sala.
—Si – dijo él, frunciendo los labios. —Ve a atender a tu perro, princesa. Él te necesita.
Nicholas, por otra parte, no necesitaba a nadie.
Nunca lo necesitó.
Con ese pensamiento en mente, fue al cuarto donde se había despertado.
Tormenta o no tormenta, era hora de irse.
Se puso encima su abrigo sobre el pecho desnudo y lo abotonó. También estaba dañado por el disparo y dejaría su herida en la espalda expuesta al clima. Que así fuera.
No era como si él pudiera congelarse hasta morir de cualquier manera. Había algo de ventaja en ser inmortal.
El agujero sólo haría que una linda brisa fresca recorriese su columna vertebral hasta que pudiera encontrar más ropas.
Después de que se hubo vestido, se dirigió hacia la puerta e hizo lo mejor que pudo para no advertir a Astrid, quien estaba de rodillas delante del fuego caliente, serenando y consolando a su mascota como lo había atendido a él.
La vista lo hizo sentir dolor, en cierto modo, como no habría creído posible.
Sí, era la maldita hora de que se fuera de aquí.
—Él se esta yendo.
Astrid se sobresaltó ante el sonido de Sasha en su cabeza. —¿Cómo que se está yendo?
—Está detrás de ti ahora mismo, vestido y dirigiéndose al exterior.
—¿Nicholas?
Le contestó el golpe de la puerta cerrándose.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
Belieber&Smiler♥
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
QUE TERCO ! AJAJAJA ME ENCANTA ESTA NOVELA :)
BESOTTEEE :hi:
BESOTTEEE :hi:
heynatii
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Acá tienen muchachas, les dejo dos caps.
Ya que el cuarto fue corto, y no me gusta intrigar a nadie, porque a mi no me gusta que me dejen con la intriga :lol:
Estaba tan frío afuera, que apenas podía moverse. La nieve caía rápida y furiosamente, y era tan densa que no podía ver a más de tres centímetros desde su propia nariz. Inclusive sus gafas se habían congelado.
Nadie cuerdo estaría fuera esta noche.
Así que era algo bueno que estuviera demente.
Apretando los dientes, se dirigió hacia el norte. Demonios, iba a ser una larga y miserable caminata a casa. Sólo esperaba poder encontrar algún tipo de refugio antes del amanecer.
En caso de que no, Artemisa y Dionisio iban a ser dos dioses felices en unas cuantas horas y el viejo Acheron tendría un dolor de cabeza menos en su vida.
—¿Nicholas?
Él maldijo al escuchar la voz de Astrid sobre el aullido del viento.
No contestes.
No mires.
Pero era compulsivo. Miró hacia atrás antes de poder detenerse y allí la vio saliendo de la cabaña sin ningún abrigo encima.
—¡Nicholas! —ella tropezó en la nieve y cayó.
Déjala. Ella debería haberse quedado adentro donde estaba a salvo.
Él no podía.
Sola estaba indefensa y no la dejaría afuera para morir.
Mascullando una apestosa maldición que habría hecho a un marinero encogerse, fue a su lado. La levantó rudamente y la empujó hacia la casa.
—Entra antes de que mueras de frío.
—¿Qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí?
—No puedes quedarte aquí afuera, tampoco.
—Créeme, princesa, he dormido en peores condiciones que esta.
—Morirás aquí afuera.
—No me importa.
—Bueno, a mi sí.
Nicholas habría quedado mucho menos estupefacto si ella lo hubiera abofeteado. Al menos eso se lo hubiera esperado.
Por un minuto completo no pudo moverse mientras esas palabras sonaban en sus oídos. La idea que a alguien le importara si vivía o moría era tan extraña para él que no estaba seguro de cómo responder.
—Entra —gruñó, empujándola amablemente hacia la puerta.
El lobo le gruñó.
—Cállate, Sasha –resopló ella antes de que él tuviese la posibilidad. —Un sonido más tuyo y tu te quedarás afuera.
El lobo inhaló por la nariz indignado, como si la entendiera, luego se dirigió rápidamente hacia la casa.
Nicholas cerró la puerta mientras Astrid temblaba del frío. La nieve que le había caído se derritió, mojándola instantáneamente. Él estaba mojado también, no es que le importara. Estaba acostumbrado a la incomodidad física.
Ella no.
—¿Qué estabas pensando? —le gritó a ella, sentándola en el sofá.
—No te atrevas a usar ese tono de voz conmigo.
Así es que en lugar de eso le gruñó y caminó hacia el cuarto de baño donde pudo agarrar una toalla de la percha. Luego se encaminó a su dormitorio y agarró una manta.
Regresó a ella. —Estás empapada.
—Me he dado cuenta.
Astrid se sorprendió por el calor repentino e inesperado de una manta cubriéndola, especialmente dadas sus palabras furiosas, llenas de enojo que le decían que era una idiota por ir tras él.
Nicholas la envolvió apretadamente, luego se arrodilló ante ella. Le sacó las zapatillas revestidas de piel y frotó los congelados dedos del pie hasta que otra vez pudo sentir algo aparte de la quemadura dolorosa del frío.
Ella nunca había experimentado un frío como éste antes y se preguntó cuántas veces Nicholas debía haberlo padecido sin nadie allí para calentarle.
—Lo que hiciste, fue una cosa estúpida —dijo severamente.
—¿Entonces por que lo hiciste tu?
Él no contestó. En lugar de eso, dejó caer su pie y se movió alrededor de ella.
No sabía que iba a hacer hasta que sintió una toalla cubriéndole la cabeza. Tensándose, esperó que él fuese rudo.
No lo fue. De hecho, su toque era asombrosamente tierno mientras le secaba el pelo con la toalla.
¿Cuán extraño era esto? ¿Quién hubiera pensado que la cuidaría tan tiernamente?
Era completamente inesperado.
Quizá había más en él de lo que demostraba...
Nicholas rechinó los dientes ante la suavidad de pelo húmedo mientras caía contra sus manos. Trató de mantener la toalla entre ella y su piel, pero no funcionó. Las hebras de su pelo continuamente rozaban su piel, haciéndolo arder.
¿Cómo sería besar a una mujer?
¡Cómo sería besarla a ella!
Nunca antes tuvo la inclinación. Cada vez que una mujer había hecho un intento, había movido los labios lejos de ella. Era una intimidad que no tenía deseos de experimentar con cualquiera.
Pero sentía el anhelo ahora. Sintió hambre por probar los labios húmedos y rosados de Astrid.
¿Qué eres? ¿Un demente?
Sí, lo era.
No había lugar en su vida para una mujer, ningún lugar para un amigo o un compañero. Lo había aprendido desde la hora de su nacimiento, sólo tenía un destino.
La soledad.
Aun cuando trató de tener un sitio, no surtió efecto. Él era un extraño. Eso era todo lo que sabía.
Alejó la toalla de su pelo y clavó los ojos en ella, queriendo pasar su mano a través de esas húmedas hebras y peinarlas. Su piel todavía estaba cenicienta y gris del frío. Pero ella no estaba menos preciosa. No menos atractiva.
Antes de poder detenerse, colocó su mano desnuda contra su mejilla helada y dejó que la suavidad de ella lo traspasara.
Dioses, se sentía tan bien tocarla.
Ella no se apartó de su toque o se encogió de miedo. Se sentó allí y lo dejó tocarla como un hombre.
Como un amante...
—¿Nicholas? —su voz estaba llena de incertidumbre.
—Estas helada —gruñó y la dejó. Tenía que escaparse de ella y de los extraños sentimientos que removía dentro de él. No quería estar a su alrededor.
No quería ser doblegado.
Cada vez que se había permitido estar atado a otro humano, había sido traicionado.
Por todo el mundo.
Aún Jess, quien había parecido seguro porque vivía muy alejado.
Un eco del dolor apuñaló su espalda.
Aparentemente Jess no había vivido lo suficientemente lejos.
Nicholas miró fuera de la ventana de la cocina donde la nieve continuaba cayendo. Tarde o temprano, Astrid se dormiría y entonces se iría.
Entonces ella no podría detenerlo.
Astrid comenzó a ir tras de Nicholas, pero se detuvo. Quería ver lo que haría. Lo que pretendía.
—¿Sasha, qué esta haciendo?
Se quedó quieta y usó la vista de Sasha. Nicholas desabotonaba su abrigo. Su respiración quedó atrapada ante la vista de su pecho desnudo. Cada músculo en su cuerpo ondeaba mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de la silla escalera.
El hombre era simplemente bellísimo. Sus hombros anchos, tostados y desnudos eran tentadores. Deliciosos.
Pero lo que la dejó estupefacta, fue su brazo derecho y su hombro, los cuales eran un desastre total por el ataque de Sasha.
Astrid se quedó sin aliento ante la vista de lo que había hecho su compañero. Nicholas por otro lado no parecía tener un mínimo de molestia por las mordidas. Se había ocupado de sus asuntos con la mayor naturalidad.
—¿Tengo que mirar esto? —Sasha lloriqueó en su cabeza. —Me voy a quedar ciego mirando a un hombre desnudo.
—No te vas a quedar ciego y él no está desnudo —Desafortunadamente.
Astrid se quedó desconcertada por ese pensamiento inusual. Ella nunca había mirado fijamente a un hombre antes, pero se encontró embelesada por Nicholas.
—Sí lo soy, y sí lo esta. Lo suficientemente desnudo como para hacerme perder mi almuerzo de cualquier manera. —Sasha comenzó a salir de la cocina.
—Sasha, quédate.
—No soy un perro, Astrid, y no me preocupo por ese tono imperativo. Me quedo contigo por mi elección, no por la tuya.
—Lo sé, Sasha. Lo siento. Por Favor, quédate por mí —. Gruñendo en un modo muy parecido al de Nicholas, Sasha regresó a la cocina y se sentó para vigilarlo.
Nicholas prestó poca atención a Sasha mientras se movía por la cocina buscando algo.
Ella frunció el cejo al verlo sacar una cacerola pequeña. Mientras se movía hacia la heladera, su respiración quedó cortada ante la vista de un estilizado dragón tatuado en la parte baja de su espalda. Y bien por encima de este, estaba la horrible herida en dónde alguien le había disparado.
Ella se encogió con una simpatía inesperada. Por primera vez en mucho tiempo realmente sintió lástima por alguien. Se veía cruel y dolorosa.
Nicholas se movió como si apenas lo advirtiera.
Fue a la heladera y sacó la leche y una barra grande de Hershey que ella había comprado por un impulso. Vertió la leche en la cacerola y luego le añadió pedazos de chocolate.
Qué raro. Casi le había arrancado la cabeza e intimidado, luego la había atendido, y ahora le hacía chocolate caliente.
— No es para ti —le dijo Sasha.
—Silencio, Sasha.
—No lo es. ¿Quieres apostar a que trata de envenenarme con el chocolate?
—Entonces, no lo tomes.
Nicholas se dio la vuelta y le dirigió una burla siniestra a Sasha. —Aquí, Lassie, ¿quieres salir a buscar a Timmy en el pozo? Vamos, chica, incluso te abriré la puerta y te lanzaré una galleta.
—Vamos psicópata—Hunter, ¿quieres descubrir mis dientes en tus... ?
—¡Sasha!
—No lo puedo evitar. Él me molesta. Bastante.
Nicholas miró el agua y los platos con comida que Astrid había colocado en una bandeja pequeña, que estaba aproximadamente a diez centímetros del piso, para Sasha.
Sasha descubrió sus dientes. —No mi comida, hombre. La contaminas y te morderé hasta sacar toda la mierda de ti.
—Sasha, por favor.
Nicholas se acercó a los recipientes de acero inoxidable.
—Te lo dije, Astrid, el bastardo va a envenenarme. Va a escupir en mi agua o va a hacer algo peor.
Nicholas hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó, recogió el recipiente casi vació de agua, lo lavó en el fregadero y lo rellenó con agua, luego cuidadosamente lo devolvió a la bandeja.
Astrid no estaba segura cuál de los dos estaba más impresionado por sus acciones. Ella o Sasha.
Sasha se dirigió a su recipiente y lo olfateó suspicazmente.
Nicholas regresó al fregadero para lavarse las manos. Una vez que la leche con chocolate estuvo caliente, la vertió en un jarro y se lo llevó a ella.
—Aquí –le dijo él, su voz sonando con su usual nota ruda, hostil. Tomó su mano y la llevó hacia la taza.
—¿Qué es? –le preguntó.
—Arsénico y vómito.
Ella retorció su cara con repugnancia ante el pensamiento. —¿En serio? Y lograste hacerlo muy silenciosamente. ¿Quién lo diría? Gracias. Nunca he tomado vómito antes. Estoy seguro que es extra especial.
Bien, eso pasaba por pensar que Nicholas tenía un lado más amable, más suave.
—Bébelo o no —gruñó. —No me importa.
Lo escuchó dejar el cuarto otra vez.
Astrid sostuvo la taza. Si bien ella lo había visto hacerlo a través de los ojos de Sasha y sabía que no había hecho nada para contaminarlo, estaba todavía renuente a saborearlo después de su comentario antipático.
—Te está mirando –le dijo Sasha.
Levantó la cabeza muy lentamente. —¿De que forma?
—Como si te estuviera desafiando a saborearlo.
Astrid contuvo su respiración, debatiendo qué hacer. ¿Era una prueba de él? ¿Se estaba preguntando si ella confiaba en él?
Aspirando profundamente, bebió el chocolate, el cual estaba a temperatura perfecta y muy sabroso.
Nicholas estaba asombrado de su valentía. Entonces, ella no había creído en su fanfarronada y había confiado en él. Él nunca hubiera bebido algo que le diera un desconocido y lo sorprendía que ella lo hubiera hecho.
Sintió un gran respeto por ella. La mujer tenía un montón de agallas, le concedería eso.
Pero al final del día, las agallas no contaban para mucho, y todo lo que lograrían hacer sería que fuera asesinada por Thanatos si los encontraba antes de que él tuviese la posibilidad de salir.
Su mirada se puso ruda al recordar al demonio o Daimon o lo que fuere que había sido enviado para matarlo.
Todo este tiempo, los Cazadores Oscuros habían asumido que Acheron era el perro de caza que Artemisa solía usar para rastrear y matar Cazadores Oscuros deshonestos.
Todos los hombres que sabían la verdad ahora estaban vagando por la tierra como Shades. Entidades sin espíritu, incorpóreas que podían sentir hambre y sed y nunca tendrían permiso para saciarlo.
Podían sentir y percibir el mundo, pero nadie podría sentirlos o percibirlos.
Él entendía esa existencia. Por que los veintiséis años que había vivido como un humano mortal, había sido uno de ellos.
Sólo entonces, un mundo que no sabía que él existía había sido preferible. Porque cuando las personas se habían percatado que estaba por ahí, habían hecho un esfuerzo extraordinario para aumentar su dolor.
Habían hecho un esfuerzo extraordinario para lastimarlo y humillarlo.
La furia lo inundó mientras su mirada se agudizaba otra vez. Miró alrededor de la cabaña inmaculada donde cada detalle mostraba la riqueza de Astrid. En su existencia humana una mujer como ella habría escupido en su cara por ningún otra razón más que el hecho de que se hubiese atrevido a cruzarse en su camino. Habría estado tan por debajo de ella que habría sido golpeado aún por atreverse a levantar su mirada a su cara.
Mirarla a los ojos habría sido su muerte.
—¿Está este esclavo molestándola, señora?
Se sobresaltó ante el recuerdo que corría por su mente.
A la edad de doce había sido lo suficientemente tonto como para escuchar a sus hermanos al señalarle a una mujer que estaba en el mercado.
—Ella es tu madre, esclavo. ¿No lo sabías? El tío la liberó al año pasado. ¿Por qué no vas con ella, Nicholas? Tal vez se apiade de ti y te libere, también.
Demasiado joven y demasiado estúpido, había clavado los ojos en la mujer que le habían señalado. Ella tenía pelo negro como el suyo y perfectos ojos azules. Nunca antes había visto a su madre. Nunca había sabido que ella era tan bella.
Pero en su corazón, siempre había sido más bella que Venus. La había visualizado como una esclava como él que no tenía más alternativa que hacer lo que su amo dijera. Había creado un sueño de cómo había sido apartado de sus brazos después del nacimiento. Cómo había llorado para que se lo devolvieran.
Cómo había sufrido cada día por su hijo perdido.
Entretanto, él había sido dado a su padre despiadado, que vengativamente lo había mantenido lejos de sus brazos compasivos.
Nicholas estaba seguro que lo amaría. Todas las madres amaban a sus niños. Era por eso por lo que las otras esclavas no se ocupaban de él. Estaban guardando todas sus raciones y afectos para ellos.
Pero esta mujer... era la suya.
Y ella lo amaría.
Nicholas había corrido hacia ella y la había abrazado, diciéndole quién era y cuánto la amaba.
Pero no había habido ninguna bienvenida cálida. Ningún afecto maternal.
Lo había mirado con un abierto disgusto y horror. Sus labios se habían torcido cruelmente mientras le siseaba a él. —Le pagué a esa puta bastante dinero para verte muerto.
Sus hermanos se habían reído de él.
Nicholas había estado demasiado apabullado por su rechazo para moverse o respirar. Había estado desolado al enterarse que su madre había sobornado a otro esclavo para matarlo.
Cuando un soldado se acercó a ellos para preguntarle si estaba siendo molestada, entonces ella había dijo fríamente. —Este esclavo sin valor me tocó. Quiero que lo golpeen por eso.
Incluso después de dos mil años esas palabras resonaban a través de él. Al igual que la apariencia despiadada de su cara mientras cambiaba de dirección y lo dejaba con los soldados, que alegremente habían llevado a cabo su orden.
—No vales nada, esclavo. No eres bueno para nada. Ni siquiera vales las migajas que te mantienen vivo. Si tenemos suerte tal vez mueras, y nos ahorres las raciones del invierno para un esclavo que tenga más valor.
Nicholas gruñó como si sus recuerdos lo sujetasen. Incapaz de enfrentar el dolor que causaban, sus poderes explotaron. Cada bombilla en la sala se hizo añicos, el fuego crepitó en la chimenea, esquivando por poco a Sasha, que había estado echado allí. Los cuadros se cayeron de las paredes.
Todo lo que quería era que el dolor se detuviera...
Astrid gritó ante los sonidos extraños que asaltaban a sus oídos. —¿Sasha, qué está ocurriendo?
—El bastardo trató de matarme.
—¿Cómo?
—Disparó una bola de fuego de la chimenea a mis cuartos traseros. Hombre, mi pelaje esta chamuscado. Está teniendo un ataque de algún tipo y usando sus poderes.
—¿Nicholas?
La cabaña entera tembló con tal ferocidad que ella medio esperaba que esta estallara.
—¡Nicholas!
El silencio era total.
Todo lo que Astrid podía oír era el latido de su corazón.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó a Sasha.
—No sé. El fuego se apagó y no puedo ver nada. Esta completamente oscuro. Él hizo añicos las luces.
—¿Nicholas? —intentó otra vez.
Otra vez nadie contestó. Su pánico se triplicó. Podía matarla y ni ella ni Sasha lo verían venir.
Podía hacerle cualquier cosa.
—¿Por qué me salvaste?
Saltó ante el sonido de su voz justo al lado de su oreja mientras se sentaba en el sofá. Estaba tan cerca de ella que podía sentir su respiración caliente en su piel.
—Estabas herido.
—¿Cómo supiste que estaba herido?
—No lo supe hasta después de que te traje adentro. Yo... pensé que estabas borracho.
—Sólo un tonto redomado metería a un hombre extraño en su casa cuando es ciego y vive solo. No me trates como a un idiota.
Ella tragó. Era bastante más listo de lo que ella había creído.
Y bastante más espeluznante.
—¿Por qué estoy aquí? —demandó.
—Te lo dije.
Él apartó de un empujón el sofá con tanta fuerza que patinó hacia adelante varios centímetros. Luego estaba delante de ella, inmovilizándola contra los cojines. Haciéndola temblar por su presencia feroz. —¿Cómo me metiste?
—Te arrastré.
—¿Sola?
—Por supuesto.
—No pareces lo suficientemente fuerte.
Ella boqueó con miedo. ¿Qué iba a hacerle? ¿Qué intentaba hacerle?
—Soy más fuerte de lo que parezco.
—Pruébalo —agarró sus muñecas.
Ella forcejeó con él para varios segundos. —Déjame ir.
—¿Por qué? ¿Te soy repulsivo?
Sasha gruñó. Ruidosamente.
Ella se congeló y miró encolerizadamente hacia donde esperaba que su cara estuviese.
—Nicholas –dijo ella dijo. —Me estas lastimando. Déjame ir.
Para su sorpresa, lo hizo. Se movió hacia atrás muy ligeramente pero su presencia enojada era todavía tangible. Opresiva. Aterradora.
—Has algo inteligente, princesa —gruñó él en su oreja. —Quédate lejos de mí.
Lo oyó alejarse.
—Él es culpable –lanzó Sasha. —Astrid. Júzgale.
No podía. Todavía no. Aún cuando Nicholas la había asustado. Aún cuando en este momento se veía desequilibrado y aterrador.
Él realmente no la había lastimado. Sólo la había asustado, y eso no era algo por lo que alguien debía morir.
Después de esto, ella podía entender perfectamente cómo pudo haber explotado y matado a todas las personas en el pueblo que le había sido confiado para defender.
¿Explotaría así con ella?
Ya que ella era inmortal, no la podía matar, pero sí la podía lastimar.
Un juez menor podría haber seguido adelante y dar el veredicto basado solamente en las acciones de esta noche. Ella estaba tentada, pero no lo haría. Todavía no.
—¿Estás bien? —preguntó Sasha después de que ella se rehusase a responder su demanda de un veredicto.
—Sí.
Pero ella mentía y tenía el presentimiento que Sasha lo sabía. Nicholas la había aterrorizado de una forma que nadie antes había hecho.
Por demasiados siglos, había juzgado a incontables mujeres y hombres. Asesinos, traidores, blasfemadores. Tu nómbralos.
Pero ninguno de ellos la había asustado alguna vez. Ninguno de ellos alguna vez la había hecho querer salir corriendo hacia la protección de sus hermanas.
Nicholas lo hacía.
Había algo acerca de él que realmente no estaba sano. Ella era capaz de tratar con personas que trataban de esconder su locura. Hombres que podían jugar a ser héroes galantes mientras por dentro eran fríos y crueles.
Nicholas había explotado y aun así no la había lastimado.
Al menos todavía no.
Pero sus métodos intimidantes iban a tener que irse.
Recordó las palabras de Acheron para ella: “Es sólo con el corazón que uno puede ver correctamente...”
¿Qué había dentro del corazón de Nicholas?
Exhalando largamente, Astrid extendió sus sentidos y trató de localizar a Nicholas.
Como antes, no lo pudo localizarlo para nada. Era como si él estuviera tan acostumbrado a mantenerse oculto que no se registraba en el radar de nadie. Ni aun en el suyo intensificado.
—¿Dónde está? —preguntó a Sasha.
—En su cuarto, pienso.
—¿Dónde estas?
Sasha vino y se sentó a sus pies. —Artemisa tiene razón. Por el bien de la humanidad, él debe ser eliminado. Hay algo seriamente mal con este hombre.
Astrid frotó sus orejas mientras consideraba eso. —No sé. Acheron negoció con Artemisa a fin de que yo pudiera juzgar a Nicholas. Él no habría hecho eso sin una razón. Sólo un tonto hace trueques con Artemisa por nada. Y Acheron está muy lejos de ser un tonto. Debe haber algo bueno en Nicholas o si no...
—Acheron siempre se sacrifica por sus hombres. Es lo que él hace —se mofó Sasha.
—Tal vez...
Pero ella lo conocía mejor. Acheron siempre haría lo que fuese mejor para todos los involucrados. Él nunca antes había interferido a la hora de juzgar o ejecutar un Cazador Oscuro rebelde, y aún así, le había pedido personalmente que juzgara a éste
Él no había permitido que asesinaran a Nicholas novecientos años atrás por destruir su pueblo y a los inocentes humanos.
Si Nicholas verdaderamente planteaba un peligro, entonces Acheron nunca hubiera negociado con ellos por una audiencia o para permitirle al Cazador Oscuro vivir. Allí tenía que haber algo más.
Ella tenía que creer en Acheron.
Tenía que hacerlo.
Nicholas se sentó solo en su cuarto, observando a la nieve caer afuera, a través de las cortinas abiertas. Estaba sentado en la silla mecedora, pero la mantenía inmóvil. Después de su "sobrecarga", había ido a través de la casa reemplazando bombillas y recogiendo los cuadros quebrados. Ahora todo estaba misteriosamente quieto.
Tenía que salir de allí antes que explotara otra vez. ¿Por qué la tormenta no se detenía?
La luz del vestíbulo se prendió, cegándolo por un momento.
Él miró ceñudamente. ¿Por qué Astrid prendía luces cuando era ciega?
La escuchó pisar suavemente por el vestíbulo hacia la sala. Parte de él quería unírsele, hablar con ella. Pero él nunca había sido dado a la conversación insustancial.
No sabía como conversar. Nunca nadie había estado interesado en cualquier cosa que él tuviera para decir.
Así es que lo mantenía para sí mismo y eso estaba bien para él.
—¿Sasha?
El sonido de su melódica voz lo traspasó como un vaso haciéndose añicos.
—Siéntate aquí mientras hago otro fuego.
Casi se levantó para ayudarla, pero se forzó a permanecer en su silla. Sus días como criado para los ricos habían terminado. Si ella quería un fuego, entonces ella era tan capaz para hacer uno como lo era él.
Por supuesto que él podía ver para atizar el fuego y sus manos eran ásperas por el arduo trabajo.
Las de ella eran suaves. Delicadas.
Manos frágiles que podían apaciguar...
Antes de darse cuenta, se dirigía hacia la sala.
Encontró a Astrid arrodillada frente al hogar, tratando de empujar nuevos leños sobre la parrilla de hierro. Estaba luchando contra eso y haciendo lo mejor para no quemarse durante el proceso.
Sin decir una palabra, la hizo para atrás.
Ella se quedó sin aliento, alarmada.
—Muévete de mi camino –gruñó él.
—No estaba en tu camino. Tú te metiste en el mío.
Cuando se rehusó a moverse, la alzó y la dejó caer en el sillón verde oscuro.
—¿Qué estas haciendo? —preguntó con expresión sobresaltada.
—Nada —. Regresó al hogar y prendió el fuego. —No puedo creer que con todo el dinero que tienes, no tengas a nadie aquí para ayudarte.
—No necesito a nadie que me ayude.
Él hizo una pausa ante sus palabras. —¿No? ¿Cómo haces para estar por tu cuenta?
—Simplemente lo hago. No puedo soportar a alguien tratándome como si estuviera inválida. Resulta que soy tan capaz como cualquier otro.
—Muy bien por ti, princesa —. Pero él sintió otra oleada de respeto por ella. En el mundo en que había crecido, las mujeres como ella nunca hacían nada por ellas mismas. Habían comprado a personas como él para servir a todos sus antojos.
—¿Por qué me llamas princesa todo el tiempo?
—¿Es lo que eres, no? El querido brillante de tus padres.
Ella frunció el ceño. —¿Cómo sabes eso?
—Lo puedo oler en ti. Eres una de esas personas que nunca han tenido un momento de preocupación en su vida. Todo lo que alguna vez has querido, lo has tenido.
—No todo.
—¿No? ¿Qué es lo que te ha faltado alguna vez?
—Mi vista.
Nicholas se quedó callado mientras sus palabras sonaban en sus oídos. —Sí, ser ciego apesta.
—¿Cómo lo sabes?
—Estando ahí, habiéndolo sido.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
Ya que el cuarto fue corto, y no me gusta intrigar a nadie, porque a mi no me gusta que me dejen con la intriga :lol:
Capítulo 5
Nicholas se congeló fuera de la puerta. Literal y figurativamente. El viento pegaba tan rudamente que le quitó la respiración y le envió un agudo temblor por todo su cuerpo.Estaba tan frío afuera, que apenas podía moverse. La nieve caía rápida y furiosamente, y era tan densa que no podía ver a más de tres centímetros desde su propia nariz. Inclusive sus gafas se habían congelado.
Nadie cuerdo estaría fuera esta noche.
Así que era algo bueno que estuviera demente.
Apretando los dientes, se dirigió hacia el norte. Demonios, iba a ser una larga y miserable caminata a casa. Sólo esperaba poder encontrar algún tipo de refugio antes del amanecer.
En caso de que no, Artemisa y Dionisio iban a ser dos dioses felices en unas cuantas horas y el viejo Acheron tendría un dolor de cabeza menos en su vida.
—¿Nicholas?
Él maldijo al escuchar la voz de Astrid sobre el aullido del viento.
No contestes.
No mires.
Pero era compulsivo. Miró hacia atrás antes de poder detenerse y allí la vio saliendo de la cabaña sin ningún abrigo encima.
—¡Nicholas! —ella tropezó en la nieve y cayó.
Déjala. Ella debería haberse quedado adentro donde estaba a salvo.
Él no podía.
Sola estaba indefensa y no la dejaría afuera para morir.
Mascullando una apestosa maldición que habría hecho a un marinero encogerse, fue a su lado. La levantó rudamente y la empujó hacia la casa.
—Entra antes de que mueras de frío.
—¿Qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí?
—No puedes quedarte aquí afuera, tampoco.
—Créeme, princesa, he dormido en peores condiciones que esta.
—Morirás aquí afuera.
—No me importa.
—Bueno, a mi sí.
Nicholas habría quedado mucho menos estupefacto si ella lo hubiera abofeteado. Al menos eso se lo hubiera esperado.
Por un minuto completo no pudo moverse mientras esas palabras sonaban en sus oídos. La idea que a alguien le importara si vivía o moría era tan extraña para él que no estaba seguro de cómo responder.
—Entra —gruñó, empujándola amablemente hacia la puerta.
El lobo le gruñó.
—Cállate, Sasha –resopló ella antes de que él tuviese la posibilidad. —Un sonido más tuyo y tu te quedarás afuera.
El lobo inhaló por la nariz indignado, como si la entendiera, luego se dirigió rápidamente hacia la casa.
Nicholas cerró la puerta mientras Astrid temblaba del frío. La nieve que le había caído se derritió, mojándola instantáneamente. Él estaba mojado también, no es que le importara. Estaba acostumbrado a la incomodidad física.
Ella no.
—¿Qué estabas pensando? —le gritó a ella, sentándola en el sofá.
—No te atrevas a usar ese tono de voz conmigo.
Así es que en lugar de eso le gruñó y caminó hacia el cuarto de baño donde pudo agarrar una toalla de la percha. Luego se encaminó a su dormitorio y agarró una manta.
Regresó a ella. —Estás empapada.
—Me he dado cuenta.
Astrid se sorprendió por el calor repentino e inesperado de una manta cubriéndola, especialmente dadas sus palabras furiosas, llenas de enojo que le decían que era una idiota por ir tras él.
Nicholas la envolvió apretadamente, luego se arrodilló ante ella. Le sacó las zapatillas revestidas de piel y frotó los congelados dedos del pie hasta que otra vez pudo sentir algo aparte de la quemadura dolorosa del frío.
Ella nunca había experimentado un frío como éste antes y se preguntó cuántas veces Nicholas debía haberlo padecido sin nadie allí para calentarle.
—Lo que hiciste, fue una cosa estúpida —dijo severamente.
—¿Entonces por que lo hiciste tu?
Él no contestó. En lugar de eso, dejó caer su pie y se movió alrededor de ella.
No sabía que iba a hacer hasta que sintió una toalla cubriéndole la cabeza. Tensándose, esperó que él fuese rudo.
No lo fue. De hecho, su toque era asombrosamente tierno mientras le secaba el pelo con la toalla.
¿Cuán extraño era esto? ¿Quién hubiera pensado que la cuidaría tan tiernamente?
Era completamente inesperado.
Quizá había más en él de lo que demostraba...
Nicholas rechinó los dientes ante la suavidad de pelo húmedo mientras caía contra sus manos. Trató de mantener la toalla entre ella y su piel, pero no funcionó. Las hebras de su pelo continuamente rozaban su piel, haciéndolo arder.
¿Cómo sería besar a una mujer?
¡Cómo sería besarla a ella!
Nunca antes tuvo la inclinación. Cada vez que una mujer había hecho un intento, había movido los labios lejos de ella. Era una intimidad que no tenía deseos de experimentar con cualquiera.
Pero sentía el anhelo ahora. Sintió hambre por probar los labios húmedos y rosados de Astrid.
¿Qué eres? ¿Un demente?
Sí, lo era.
No había lugar en su vida para una mujer, ningún lugar para un amigo o un compañero. Lo había aprendido desde la hora de su nacimiento, sólo tenía un destino.
La soledad.
Aun cuando trató de tener un sitio, no surtió efecto. Él era un extraño. Eso era todo lo que sabía.
Alejó la toalla de su pelo y clavó los ojos en ella, queriendo pasar su mano a través de esas húmedas hebras y peinarlas. Su piel todavía estaba cenicienta y gris del frío. Pero ella no estaba menos preciosa. No menos atractiva.
Antes de poder detenerse, colocó su mano desnuda contra su mejilla helada y dejó que la suavidad de ella lo traspasara.
Dioses, se sentía tan bien tocarla.
Ella no se apartó de su toque o se encogió de miedo. Se sentó allí y lo dejó tocarla como un hombre.
Como un amante...
—¿Nicholas? —su voz estaba llena de incertidumbre.
—Estas helada —gruñó y la dejó. Tenía que escaparse de ella y de los extraños sentimientos que removía dentro de él. No quería estar a su alrededor.
No quería ser doblegado.
Cada vez que se había permitido estar atado a otro humano, había sido traicionado.
Por todo el mundo.
Aún Jess, quien había parecido seguro porque vivía muy alejado.
Un eco del dolor apuñaló su espalda.
Aparentemente Jess no había vivido lo suficientemente lejos.
Nicholas miró fuera de la ventana de la cocina donde la nieve continuaba cayendo. Tarde o temprano, Astrid se dormiría y entonces se iría.
Entonces ella no podría detenerlo.
Astrid comenzó a ir tras de Nicholas, pero se detuvo. Quería ver lo que haría. Lo que pretendía.
—¿Sasha, qué esta haciendo?
Se quedó quieta y usó la vista de Sasha. Nicholas desabotonaba su abrigo. Su respiración quedó atrapada ante la vista de su pecho desnudo. Cada músculo en su cuerpo ondeaba mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de la silla escalera.
El hombre era simplemente bellísimo. Sus hombros anchos, tostados y desnudos eran tentadores. Deliciosos.
Pero lo que la dejó estupefacta, fue su brazo derecho y su hombro, los cuales eran un desastre total por el ataque de Sasha.
Astrid se quedó sin aliento ante la vista de lo que había hecho su compañero. Nicholas por otro lado no parecía tener un mínimo de molestia por las mordidas. Se había ocupado de sus asuntos con la mayor naturalidad.
—¿Tengo que mirar esto? —Sasha lloriqueó en su cabeza. —Me voy a quedar ciego mirando a un hombre desnudo.
—No te vas a quedar ciego y él no está desnudo —Desafortunadamente.
Astrid se quedó desconcertada por ese pensamiento inusual. Ella nunca había mirado fijamente a un hombre antes, pero se encontró embelesada por Nicholas.
—Sí lo soy, y sí lo esta. Lo suficientemente desnudo como para hacerme perder mi almuerzo de cualquier manera. —Sasha comenzó a salir de la cocina.
—Sasha, quédate.
—No soy un perro, Astrid, y no me preocupo por ese tono imperativo. Me quedo contigo por mi elección, no por la tuya.
—Lo sé, Sasha. Lo siento. Por Favor, quédate por mí —. Gruñendo en un modo muy parecido al de Nicholas, Sasha regresó a la cocina y se sentó para vigilarlo.
Nicholas prestó poca atención a Sasha mientras se movía por la cocina buscando algo.
Ella frunció el cejo al verlo sacar una cacerola pequeña. Mientras se movía hacia la heladera, su respiración quedó cortada ante la vista de un estilizado dragón tatuado en la parte baja de su espalda. Y bien por encima de este, estaba la horrible herida en dónde alguien le había disparado.
Ella se encogió con una simpatía inesperada. Por primera vez en mucho tiempo realmente sintió lástima por alguien. Se veía cruel y dolorosa.
Nicholas se movió como si apenas lo advirtiera.
Fue a la heladera y sacó la leche y una barra grande de Hershey que ella había comprado por un impulso. Vertió la leche en la cacerola y luego le añadió pedazos de chocolate.
Qué raro. Casi le había arrancado la cabeza e intimidado, luego la había atendido, y ahora le hacía chocolate caliente.
— No es para ti —le dijo Sasha.
—Silencio, Sasha.
—No lo es. ¿Quieres apostar a que trata de envenenarme con el chocolate?
—Entonces, no lo tomes.
Nicholas se dio la vuelta y le dirigió una burla siniestra a Sasha. —Aquí, Lassie, ¿quieres salir a buscar a Timmy en el pozo? Vamos, chica, incluso te abriré la puerta y te lanzaré una galleta.
—Vamos psicópata—Hunter, ¿quieres descubrir mis dientes en tus... ?
—¡Sasha!
—No lo puedo evitar. Él me molesta. Bastante.
Nicholas miró el agua y los platos con comida que Astrid había colocado en una bandeja pequeña, que estaba aproximadamente a diez centímetros del piso, para Sasha.
Sasha descubrió sus dientes. —No mi comida, hombre. La contaminas y te morderé hasta sacar toda la mierda de ti.
—Sasha, por favor.
Nicholas se acercó a los recipientes de acero inoxidable.
—Te lo dije, Astrid, el bastardo va a envenenarme. Va a escupir en mi agua o va a hacer algo peor.
Nicholas hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó, recogió el recipiente casi vació de agua, lo lavó en el fregadero y lo rellenó con agua, luego cuidadosamente lo devolvió a la bandeja.
Astrid no estaba segura cuál de los dos estaba más impresionado por sus acciones. Ella o Sasha.
Sasha se dirigió a su recipiente y lo olfateó suspicazmente.
Nicholas regresó al fregadero para lavarse las manos. Una vez que la leche con chocolate estuvo caliente, la vertió en un jarro y se lo llevó a ella.
—Aquí –le dijo él, su voz sonando con su usual nota ruda, hostil. Tomó su mano y la llevó hacia la taza.
—¿Qué es? –le preguntó.
—Arsénico y vómito.
Ella retorció su cara con repugnancia ante el pensamiento. —¿En serio? Y lograste hacerlo muy silenciosamente. ¿Quién lo diría? Gracias. Nunca he tomado vómito antes. Estoy seguro que es extra especial.
Bien, eso pasaba por pensar que Nicholas tenía un lado más amable, más suave.
—Bébelo o no —gruñó. —No me importa.
Lo escuchó dejar el cuarto otra vez.
Astrid sostuvo la taza. Si bien ella lo había visto hacerlo a través de los ojos de Sasha y sabía que no había hecho nada para contaminarlo, estaba todavía renuente a saborearlo después de su comentario antipático.
—Te está mirando –le dijo Sasha.
Levantó la cabeza muy lentamente. —¿De que forma?
—Como si te estuviera desafiando a saborearlo.
Astrid contuvo su respiración, debatiendo qué hacer. ¿Era una prueba de él? ¿Se estaba preguntando si ella confiaba en él?
Aspirando profundamente, bebió el chocolate, el cual estaba a temperatura perfecta y muy sabroso.
Nicholas estaba asombrado de su valentía. Entonces, ella no había creído en su fanfarronada y había confiado en él. Él nunca hubiera bebido algo que le diera un desconocido y lo sorprendía que ella lo hubiera hecho.
Sintió un gran respeto por ella. La mujer tenía un montón de agallas, le concedería eso.
Pero al final del día, las agallas no contaban para mucho, y todo lo que lograrían hacer sería que fuera asesinada por Thanatos si los encontraba antes de que él tuviese la posibilidad de salir.
Su mirada se puso ruda al recordar al demonio o Daimon o lo que fuere que había sido enviado para matarlo.
Todo este tiempo, los Cazadores Oscuros habían asumido que Acheron era el perro de caza que Artemisa solía usar para rastrear y matar Cazadores Oscuros deshonestos.
Todos los hombres que sabían la verdad ahora estaban vagando por la tierra como Shades. Entidades sin espíritu, incorpóreas que podían sentir hambre y sed y nunca tendrían permiso para saciarlo.
Podían sentir y percibir el mundo, pero nadie podría sentirlos o percibirlos.
Él entendía esa existencia. Por que los veintiséis años que había vivido como un humano mortal, había sido uno de ellos.
Sólo entonces, un mundo que no sabía que él existía había sido preferible. Porque cuando las personas se habían percatado que estaba por ahí, habían hecho un esfuerzo extraordinario para aumentar su dolor.
Habían hecho un esfuerzo extraordinario para lastimarlo y humillarlo.
La furia lo inundó mientras su mirada se agudizaba otra vez. Miró alrededor de la cabaña inmaculada donde cada detalle mostraba la riqueza de Astrid. En su existencia humana una mujer como ella habría escupido en su cara por ningún otra razón más que el hecho de que se hubiese atrevido a cruzarse en su camino. Habría estado tan por debajo de ella que habría sido golpeado aún por atreverse a levantar su mirada a su cara.
Mirarla a los ojos habría sido su muerte.
—¿Está este esclavo molestándola, señora?
Se sobresaltó ante el recuerdo que corría por su mente.
A la edad de doce había sido lo suficientemente tonto como para escuchar a sus hermanos al señalarle a una mujer que estaba en el mercado.
—Ella es tu madre, esclavo. ¿No lo sabías? El tío la liberó al año pasado. ¿Por qué no vas con ella, Nicholas? Tal vez se apiade de ti y te libere, también.
Demasiado joven y demasiado estúpido, había clavado los ojos en la mujer que le habían señalado. Ella tenía pelo negro como el suyo y perfectos ojos azules. Nunca antes había visto a su madre. Nunca había sabido que ella era tan bella.
Pero en su corazón, siempre había sido más bella que Venus. La había visualizado como una esclava como él que no tenía más alternativa que hacer lo que su amo dijera. Había creado un sueño de cómo había sido apartado de sus brazos después del nacimiento. Cómo había llorado para que se lo devolvieran.
Cómo había sufrido cada día por su hijo perdido.
Entretanto, él había sido dado a su padre despiadado, que vengativamente lo había mantenido lejos de sus brazos compasivos.
Nicholas estaba seguro que lo amaría. Todas las madres amaban a sus niños. Era por eso por lo que las otras esclavas no se ocupaban de él. Estaban guardando todas sus raciones y afectos para ellos.
Pero esta mujer... era la suya.
Y ella lo amaría.
Nicholas había corrido hacia ella y la había abrazado, diciéndole quién era y cuánto la amaba.
Pero no había habido ninguna bienvenida cálida. Ningún afecto maternal.
Lo había mirado con un abierto disgusto y horror. Sus labios se habían torcido cruelmente mientras le siseaba a él. —Le pagué a esa puta bastante dinero para verte muerto.
Sus hermanos se habían reído de él.
Nicholas había estado demasiado apabullado por su rechazo para moverse o respirar. Había estado desolado al enterarse que su madre había sobornado a otro esclavo para matarlo.
Cuando un soldado se acercó a ellos para preguntarle si estaba siendo molestada, entonces ella había dijo fríamente. —Este esclavo sin valor me tocó. Quiero que lo golpeen por eso.
Incluso después de dos mil años esas palabras resonaban a través de él. Al igual que la apariencia despiadada de su cara mientras cambiaba de dirección y lo dejaba con los soldados, que alegremente habían llevado a cabo su orden.
—No vales nada, esclavo. No eres bueno para nada. Ni siquiera vales las migajas que te mantienen vivo. Si tenemos suerte tal vez mueras, y nos ahorres las raciones del invierno para un esclavo que tenga más valor.
Nicholas gruñó como si sus recuerdos lo sujetasen. Incapaz de enfrentar el dolor que causaban, sus poderes explotaron. Cada bombilla en la sala se hizo añicos, el fuego crepitó en la chimenea, esquivando por poco a Sasha, que había estado echado allí. Los cuadros se cayeron de las paredes.
Todo lo que quería era que el dolor se detuviera...
Astrid gritó ante los sonidos extraños que asaltaban a sus oídos. —¿Sasha, qué está ocurriendo?
—El bastardo trató de matarme.
—¿Cómo?
—Disparó una bola de fuego de la chimenea a mis cuartos traseros. Hombre, mi pelaje esta chamuscado. Está teniendo un ataque de algún tipo y usando sus poderes.
—¿Nicholas?
La cabaña entera tembló con tal ferocidad que ella medio esperaba que esta estallara.
—¡Nicholas!
El silencio era total.
Todo lo que Astrid podía oír era el latido de su corazón.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó a Sasha.
—No sé. El fuego se apagó y no puedo ver nada. Esta completamente oscuro. Él hizo añicos las luces.
—¿Nicholas? —intentó otra vez.
Otra vez nadie contestó. Su pánico se triplicó. Podía matarla y ni ella ni Sasha lo verían venir.
Podía hacerle cualquier cosa.
—¿Por qué me salvaste?
Saltó ante el sonido de su voz justo al lado de su oreja mientras se sentaba en el sofá. Estaba tan cerca de ella que podía sentir su respiración caliente en su piel.
—Estabas herido.
—¿Cómo supiste que estaba herido?
—No lo supe hasta después de que te traje adentro. Yo... pensé que estabas borracho.
—Sólo un tonto redomado metería a un hombre extraño en su casa cuando es ciego y vive solo. No me trates como a un idiota.
Ella tragó. Era bastante más listo de lo que ella había creído.
Y bastante más espeluznante.
—¿Por qué estoy aquí? —demandó.
—Te lo dije.
Él apartó de un empujón el sofá con tanta fuerza que patinó hacia adelante varios centímetros. Luego estaba delante de ella, inmovilizándola contra los cojines. Haciéndola temblar por su presencia feroz. —¿Cómo me metiste?
—Te arrastré.
—¿Sola?
—Por supuesto.
—No pareces lo suficientemente fuerte.
Ella boqueó con miedo. ¿Qué iba a hacerle? ¿Qué intentaba hacerle?
—Soy más fuerte de lo que parezco.
—Pruébalo —agarró sus muñecas.
Ella forcejeó con él para varios segundos. —Déjame ir.
—¿Por qué? ¿Te soy repulsivo?
Sasha gruñó. Ruidosamente.
Ella se congeló y miró encolerizadamente hacia donde esperaba que su cara estuviese.
—Nicholas –dijo ella dijo. —Me estas lastimando. Déjame ir.
Para su sorpresa, lo hizo. Se movió hacia atrás muy ligeramente pero su presencia enojada era todavía tangible. Opresiva. Aterradora.
—Has algo inteligente, princesa —gruñó él en su oreja. —Quédate lejos de mí.
Lo oyó alejarse.
—Él es culpable –lanzó Sasha. —Astrid. Júzgale.
No podía. Todavía no. Aún cuando Nicholas la había asustado. Aún cuando en este momento se veía desequilibrado y aterrador.
Él realmente no la había lastimado. Sólo la había asustado, y eso no era algo por lo que alguien debía morir.
Después de esto, ella podía entender perfectamente cómo pudo haber explotado y matado a todas las personas en el pueblo que le había sido confiado para defender.
¿Explotaría así con ella?
Ya que ella era inmortal, no la podía matar, pero sí la podía lastimar.
Un juez menor podría haber seguido adelante y dar el veredicto basado solamente en las acciones de esta noche. Ella estaba tentada, pero no lo haría. Todavía no.
—¿Estás bien? —preguntó Sasha después de que ella se rehusase a responder su demanda de un veredicto.
—Sí.
Pero ella mentía y tenía el presentimiento que Sasha lo sabía. Nicholas la había aterrorizado de una forma que nadie antes había hecho.
Por demasiados siglos, había juzgado a incontables mujeres y hombres. Asesinos, traidores, blasfemadores. Tu nómbralos.
Pero ninguno de ellos la había asustado alguna vez. Ninguno de ellos alguna vez la había hecho querer salir corriendo hacia la protección de sus hermanas.
Nicholas lo hacía.
Había algo acerca de él que realmente no estaba sano. Ella era capaz de tratar con personas que trataban de esconder su locura. Hombres que podían jugar a ser héroes galantes mientras por dentro eran fríos y crueles.
Nicholas había explotado y aun así no la había lastimado.
Al menos todavía no.
Pero sus métodos intimidantes iban a tener que irse.
Recordó las palabras de Acheron para ella: “Es sólo con el corazón que uno puede ver correctamente...”
¿Qué había dentro del corazón de Nicholas?
Exhalando largamente, Astrid extendió sus sentidos y trató de localizar a Nicholas.
Como antes, no lo pudo localizarlo para nada. Era como si él estuviera tan acostumbrado a mantenerse oculto que no se registraba en el radar de nadie. Ni aun en el suyo intensificado.
—¿Dónde está? —preguntó a Sasha.
—En su cuarto, pienso.
—¿Dónde estas?
Sasha vino y se sentó a sus pies. —Artemisa tiene razón. Por el bien de la humanidad, él debe ser eliminado. Hay algo seriamente mal con este hombre.
Astrid frotó sus orejas mientras consideraba eso. —No sé. Acheron negoció con Artemisa a fin de que yo pudiera juzgar a Nicholas. Él no habría hecho eso sin una razón. Sólo un tonto hace trueques con Artemisa por nada. Y Acheron está muy lejos de ser un tonto. Debe haber algo bueno en Nicholas o si no...
—Acheron siempre se sacrifica por sus hombres. Es lo que él hace —se mofó Sasha.
—Tal vez...
Pero ella lo conocía mejor. Acheron siempre haría lo que fuese mejor para todos los involucrados. Él nunca antes había interferido a la hora de juzgar o ejecutar un Cazador Oscuro rebelde, y aún así, le había pedido personalmente que juzgara a éste
Él no había permitido que asesinaran a Nicholas novecientos años atrás por destruir su pueblo y a los inocentes humanos.
Si Nicholas verdaderamente planteaba un peligro, entonces Acheron nunca hubiera negociado con ellos por una audiencia o para permitirle al Cazador Oscuro vivir. Allí tenía que haber algo más.
Ella tenía que creer en Acheron.
Tenía que hacerlo.
Nicholas se sentó solo en su cuarto, observando a la nieve caer afuera, a través de las cortinas abiertas. Estaba sentado en la silla mecedora, pero la mantenía inmóvil. Después de su "sobrecarga", había ido a través de la casa reemplazando bombillas y recogiendo los cuadros quebrados. Ahora todo estaba misteriosamente quieto.
Tenía que salir de allí antes que explotara otra vez. ¿Por qué la tormenta no se detenía?
La luz del vestíbulo se prendió, cegándolo por un momento.
Él miró ceñudamente. ¿Por qué Astrid prendía luces cuando era ciega?
La escuchó pisar suavemente por el vestíbulo hacia la sala. Parte de él quería unírsele, hablar con ella. Pero él nunca había sido dado a la conversación insustancial.
No sabía como conversar. Nunca nadie había estado interesado en cualquier cosa que él tuviera para decir.
Así es que lo mantenía para sí mismo y eso estaba bien para él.
—¿Sasha?
El sonido de su melódica voz lo traspasó como un vaso haciéndose añicos.
—Siéntate aquí mientras hago otro fuego.
Casi se levantó para ayudarla, pero se forzó a permanecer en su silla. Sus días como criado para los ricos habían terminado. Si ella quería un fuego, entonces ella era tan capaz para hacer uno como lo era él.
Por supuesto que él podía ver para atizar el fuego y sus manos eran ásperas por el arduo trabajo.
Las de ella eran suaves. Delicadas.
Manos frágiles que podían apaciguar...
Antes de darse cuenta, se dirigía hacia la sala.
Encontró a Astrid arrodillada frente al hogar, tratando de empujar nuevos leños sobre la parrilla de hierro. Estaba luchando contra eso y haciendo lo mejor para no quemarse durante el proceso.
Sin decir una palabra, la hizo para atrás.
Ella se quedó sin aliento, alarmada.
—Muévete de mi camino –gruñó él.
—No estaba en tu camino. Tú te metiste en el mío.
Cuando se rehusó a moverse, la alzó y la dejó caer en el sillón verde oscuro.
—¿Qué estas haciendo? —preguntó con expresión sobresaltada.
—Nada —. Regresó al hogar y prendió el fuego. —No puedo creer que con todo el dinero que tienes, no tengas a nadie aquí para ayudarte.
—No necesito a nadie que me ayude.
Él hizo una pausa ante sus palabras. —¿No? ¿Cómo haces para estar por tu cuenta?
—Simplemente lo hago. No puedo soportar a alguien tratándome como si estuviera inválida. Resulta que soy tan capaz como cualquier otro.
—Muy bien por ti, princesa —. Pero él sintió otra oleada de respeto por ella. En el mundo en que había crecido, las mujeres como ella nunca hacían nada por ellas mismas. Habían comprado a personas como él para servir a todos sus antojos.
—¿Por qué me llamas princesa todo el tiempo?
—¿Es lo que eres, no? El querido brillante de tus padres.
Ella frunció el ceño. —¿Cómo sabes eso?
—Lo puedo oler en ti. Eres una de esas personas que nunca han tenido un momento de preocupación en su vida. Todo lo que alguna vez has querido, lo has tenido.
—No todo.
—¿No? ¿Qué es lo que te ha faltado alguna vez?
—Mi vista.
Nicholas se quedó callado mientras sus palabras sonaban en sus oídos. —Sí, ser ciego apesta.
—¿Cómo lo sabes?
—Estando ahí, habiéndolo sido.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
Belieber&Smiler♥
Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)
Acá ta el otro espero que los disfruten!! :o
—¿Eras ciego? —preguntó Astrid.
Nicholas no contestó. No podía creer que se le escapara. Era algo de lo que nunca había hablado, ni siquiera con Jess.
Sólo Acheron lo sabía y Acheron, agradecidamente, había guardado el secreto.
Reacio a visitar su pasado otra vez esta noche y el dolor que lo esperaba allí, Nicholas dejó la sala y regresó a su cuarto donde cerró la puerta y así, en paz, se puso a esperar a que pasara la tormenta.
Al menos estando solo no tenía que preocuparse por traicionarse a sí mismo o lastimar a alguien.
Pero mientras se sentaba en la silla, no eran las imágenes del pasado las que lo perseguían.
Era el perfume de rosas y madera, los pálidos ojos claros de una mujer.
El recuerdo de su mejilla suave y fría bajo sus dedos. Su húmedo y desordenado pelo que enmarcaba unos rasgos que eran femeninos y atractivos.
Una mujer que no se sobresaltaba con él o se acobardaba.
Era asombrosa y sorprendente. Si él fuera otra persona, entonces regresaría a la sala en donde estaba sentada con su lobo y la haría reír. Pero no sabía como hacer reír a las personas. Podía reconocer el humor, más especialmente la ironía, pero no era el tipo de hombre que hacía chistes o producía sonrisas en otras personas. Especialmente no en una mujer.
Eso no lo había molestado antes.
Esta noche sí.
—¿Es culpable?
Astrid escuchó la voz de Artemisa en su cabeza. Todas las noches desde que Nicholas había sido traído a la casa, Artemisa la había fastidiado con aquélla pregunta una y otra vez, hasta que se sintió como Juana De Arco siendo atormentada por voces.
—Todavía No, Artemisa. Se acaba de despertar.
—Bien, ¿qué es lo que te lleva tanto tiempo? Mientras él vive, Acheron tiene los nervios de punta y yo positivamente odio cuando él esta inquieto. Júzgalo como mala persona ya.
—¿Por qué quieres tanto que Nicholas muera?
El silencio descendió. Al principio pensó que Artemisa la había dejado, así que cuando la respuesta vino, la sorprendió. —A Acheron no le gusta ver sufrir a nadie. Especialmente no a uno de sus Cazadores Oscuros. En tanto Nicholas viva, Acheron sufre, y a pesar de lo que Acheron piensa, no me gusta verlo sufrir.
Astrid nunca se había imaginado que Artemisa pudiera decir tal cosa. La diosa no era exactamente conocida por su bondad o compasión, o por pensar en alguien aparte de sí misma.
—¿Amas a Acheron?
La voz de Artemisa era cortante cuando le contestó, —Acheron no es de tu incumbencia, Astrid. Sólo Nicholas lo es, y juro que si pierdo más de la lealtad de Acheron por esto, estarás muy apenada por eso.
Astrid se puso rígida ante la amenaza y el tono hostil. Haría falta más que Artemisa para lastimarla, y si la diosa quería una pelea, entonces era mejor que estuviera preparada.
A ella no le podría gustar más su trabajo, pero Astrid lo tomaba en serio y nadie, especialmente Artemisa, iba a intimidarla para dar un veredicto prematuro.
—¿Si juzgo a Nicholas antes de tiempo, no piensas que Acheron se enojará y demandará un re—juzgamiento?
Artemisa hizo un ruido grosero.
—Además, le dijiste a Acheron que no interferirías, Artemisa. Le hiciste jurar que él no me contactaría para tratar de influenciar mi veredicto y aún así estas aquí, tratando de hacer eso. ¿Cómo piensas que reaccionará si le cuento de tus acciones?
—Bien –resopló ella. —No te incomodaré otra vez. ¡Pero encárgate ya!
Sola finalmente, Astrid se sentó en la sala, considerando lo próximo que debía hacer, cómo podía empujar a Nicholas para ver si explotaba otra vez y se volvía más violento.
Había atacado a su casa, pero no a ella. Sasha lo había atacado, y aunque él había lastimado al lobo, el lobo lo había lastimado mucho más. Había sido una pelea justa entre ellos y Nicholas no había tratado de matar a Sasha por atacarlo. Se había sacado al lobo de encima y luego lo había dejado solo.
En lugar de buscar venganza en Sasha, Nicholas le había dado agua.
El peor delito de Nicholas hasta ahora era su actitud hostil y el hecho de que tenía una presencia verdaderamente atemorizante. Pero hacía cosas amables que eran contrarias a su mal carácter.
Su sentido común le decía que hiciera lo que decía Artemisa, declararlo culpable y marcharse.
Su instinto le decía que esperara.
Siempre que no se encolerizara con ella o Sasha, seguiría adelante.
Pero si alguna vez los atacaba, entonces ella estaría fuera de la puerta y él estaría frito.
—Los hombres inocentes no existen.
Astrid dejó escapar un suspiro de cansancio. Le había dicho eso a su hermana Atty la última vez que había hablado con ella. Parte suya honestamente creía en eso. Ninguna vez, en todos estos siglos, había encontrado a alguien inocente. Cada hombre que alguna vez había juzgado le había mentido.
Todos ellos habían tratado de engañarla.
Algunos habían tratado de sobornarla.
Algunos habían tratado de escaparse.
Algunos habían tratado de golpearla.
Y uno había tratado de matarla.
Ella se preguntaba en cuál categoría caería Nicholas.
Inspirando profundamente para fortificarse, Astrid se levantó y fue a su habitación para buscar entre las ropas que Sasha traía puestas cuando estaba en su forma humana.
—¿Qué estas haciendo? —preguntó Sasha mientras se unía a ella.
—Nicholas necesita ropas –dijo ella en voz alta sin pensar.
Sasha mordió sus manos, y con su nariz metió sus ropas en la canasta al fondo del armario. —Él puede ponerse las suyas. Estas son mías.
Astrid las sacó. —Vamos, Sasha, sé amable. No tiene ropas aquí y las que lleva puestas están harapientas.
—¿Y?
Ella buscó entre los pantalones y las camisas, deseando poder verlas. —Eras tú el que se quejaba de tener que mirar a un hombre desnudo. Pensé que preferirías ver alguna ropa sobre él.
—También me quejo acerca del hecho que tengo que orinar afuera y comer en recipientes, pero no te veo dejándome usar el cuarto de baño o la vajilla estando él alrededor.
Ella negó con la cabeza. —¿Podrías parar? Te quejas como una vieja —. Recogió un suéter pesado.
—No –protestó Sasha. —No el suéter Borgoña. Ese es mi favorito.
—Sasha, te lo juro. ¡Eres tan caprichoso!
—Y ese es mi suéter. Devuélvelo.
Ella se levantó para llevárselo a Nicholas.
Sasha la siguió, quejándose todo el camino.
—Te compraré uno nuevo, —prometió ella.
—No quiero a uno nuevo. Quiero "ese".
—No lo estropeará.
—Sí lo hará. Mira sus ropas. Están arruinadas. Y no quiero que su cuerpo toque algo que yo uso. Lo contaminará.
—Oh, Dios mío, Sasha. No seas niño. Tienes cuatrocientos años de edad y estás actuando como un cachorro. No es como si tuviera piojos o algo.
—¡Sí los tiene!
Ella miró encolerizadamente hacia su pierna donde lo podía sentir. Él agarró el suéter con sus dientes y se lo sacó de las manos.
—¡Sasha! —ella chasqueó en voz alta, corriendo tras él. —Dame ese suéter o juro que te veré castrado.
El lobo corrió a través de la casa.
Astrid fue tras él tan rápido como podía. Confiaba en su memoria respecto de donde estaban las cosas.
Alguien había movido la mesa de café. Siseó cuando su pierna se golpeó con la esquina de esta y perdió el equilibrio. Extendió la mano para refrenarse, pero solo sintió el mantel deslizarse. Se inclinó bajo su peso.
La parte superior de vidrio cayó de costado, echando a volar las cosas.
Algo golpeó su cabeza y se hizo pedazos.
Astrid se congeló, asustada de moverse.
No sabía qué había roto, pero el sonido había sido inconfundible.
¿Dónde estaba el vidrio?
Su corazón martillaba, maldijo su ceguera. No se atrevía a moverse por miedo de cortarse.
—¿Sasha? —preguntó.
Él no contestó.
—No te muevas —. La voz dominante, profunda de Nicholas tembló por su columna vertebral.
La siguiente cosa que supo fue que dos brazos fuertes la levantaban del piso con una facilidad que era verdaderamente aterradora. La acunó contra un cuerpo que era roca dura y carne fibrosa. Uno que se ondeaba con cada movimiento que él hacia mientras la guiaba fuera de la sala.
Ella le puso los brazos alrededor de sus anchos, masculinos hombros, que se endurecieron en reacción a su contacto. Su respiración cayó contra su cara, haciendo que su cuerpo entero se derritiese.
—¿Nicholas? —preguntó tentativamente.
—¿Hay alguien más en esta casa que te pueda cargar, del cual necesito saber su existencia?
Ignoró su comentario sarcástico mientras la llevaba a la cocina y la colocaba sobre una silla.
Ella perdió su calor instantáneamente. Le produjo un dolor extraño en el pecho que ni esperaba ni entendía.
—Gracias —dijo ella quedamente.
Él no respondió. En lugar de eso, lo oyó salir del cuarto.
Unos minutos más tarde, regresó y echó algo en el basurero.
—No sé que le hiciste a Scooby — dijo con tono casi normal, —pero ésta en una esquina echado sobre un suéter y no deja de gruñirme.
Ella ahogó el deseo de reírse ante esa imagen. —Está siendo malo.
—Sí, pues bien, de donde vengo, le pegamos a las cosas que son malas.
Astrid frunció el ceño ante las palabras y la emoción subyacente que dejaba traslucir. —Algunas veces entender es más importante que castigar.
—Y algunas veces no lo es.
—Tal vez –murmuró ella.
Nicholas dejó salir el agua en el fregadero. Sonó como si se estuviera lavando las manos otra vez.
Extraño, parecía hacer eso bastante seguido.
—Recogí todo los vidrios que pude encontrar — dijo por sobre el sonido del agua corriendo, —pero el florero de cristal sobre tu mesa se hizo añicos. Deberías usar zapatos allí por unos días.
Astrid estaba extrañamente tocada por sus acciones y su advertencia. Se levantó de la silla y cruzó el piso para parase al lado de él. Si bien no lo podía ver, lo podía sentir. Sentir su calor, su fuerza.
Sentir la cruda sensualidad del hombre.
Un temblor la atravesó y bajó por su cuerpo, seduciéndola con deseo y necesidad.
Una parte extraña suya ardía por alcanzar y tocar la piel suave y tostada que la llamaba con la promesa de un calor primitivo. Aún ahora recordaba como se veía su piel. La forma en que la luz jugaba en ella.
Ella quería atraer sus labios hacia los de ella y ver que sabor tenían. Ver si él podía ser tierno.
¿O sería rudo y violento?
Astrid debería escandalizarse por sus pensamientos. Como juez, se suponía que no podía tener este tipo de curiosidad, pero como mujer, no podía evitarlo.
Había pasado bastante tiempo desde que ella hubiera sentido deseo por un hombre. En lo más profundo había todavía una parte suya que quería encontrar la bondad en la que Acheron creía.
Eso no era algo que ella tampoco había querido hacer por siglos.
La bondad de Nicholas no tenía sentido. —¿Cómo supiste que te necesitaba?
—Oí el vidrio romperse y me imaginé que estabas atrapada.
Ella sonrió. —Eso fue muy dulce de parte tuya.
Presentía que él la estaba mirando. Su carne se calentó considerablemente ante el pensamiento. Sus pechos se endurecieron.
—No soy dulce, princesa. Confía en mí.
No, él no era dulce. Era duro. Espinoso y extrañamente fascinante. Como una bestia salvaje que necesitaba ser domesticada.
Si alguien alguna vez pudiera domesticar algo como él.
—Trataba de darte algunas ropas –dijo ella suavemente, tratando de recobrar el control de su cuerpo, el cuál parecía no querer responder al sentido común. —Hay más suéteres en el fondo de mi armario si quisieras tomarlos prestado.
Él se mofó mientras cerraba el agua y arrancaba una toalla de papel para secarse las manos. —Tus ropas no me quedarán, princesa.
Ella se rió. —No son mías. Pertenecen a un amigo.
Nicholas no podía respirar con ella tan cerca de él. Todo lo que tenía que hacer era reclinarse hacia abajo muy ligeramente y podría besar los labios ligeramente separados.
Estirarse, y la tocaría.
Lo que verdaderamente lo asustó era cuánto él quería tocarla. Cuánto quería presionar su cuerpo contra el de ella y sentir sus curvas suaves contra las duras líneas masculinas de él.
No podía recordar en toda la vida haber deseado algo así.
Cerrando los ojos, se torturó con una imagen de lo dos desnudos. De él poniéndola sobre la encimera delante de él a fin de poder follarla hasta hacerle estallara de deseo. De deslizarse adentro y afuera de su calor hasta estar demasiado cansado para mantenerse de pie.
Demasiado sensible como para moverse.
Quería sentir el calor de su piel deslizándose contra la de él. Su respiración en su carne.
Sobre todo, quería su perfume en su piel. Para saber lo cómo se sentiría tener una mujer que no mostrara miedo o desprecio por él.
En todos estos siglos, nunca había tenido sexo con una mujer a la que no hubiera tenido que pagar. La mayoría de las veces ni siquiera había tenido eso.
Había estado solo por tanto tiempo...
—¿Dónde esta ese amigo tuyo? —preguntó con voz extrañamente grave mientras pensaba en ella con otro hombre. Le dolía de un modo que no debería.
Sasha entró en el cuarto para clavar los ojos en ellos y ladrar.
—Mi amigo está muerto –dijo Astrid sin titubear.
Nicholas arqueó una ceja. —¿Cómo murió?
—Mmm, él tenía parvo.
—¿No es una enfermedad que le da a los perros?
—Sí. Fue trágico.
—¡Oye! –le dijo Sasha a Astrid. —Estoy resentido por eso.
—Compórtate o te daré parvo.
Nicholas se alejó de ella. —¿Lo extrañas?
Ella miró en la dirección del ladrido de Sasha. —No, no realmente. Era una molestia.
—Te mostraré lo que es una molestia, ninfa. Sólo espera.
Astrid refrenó una sonrisa. —Entonces, ¿estas interesado en las ropas? —le preguntó a Nicholas.
—Seguro.
Ella lo condujo a su cuarto.
—Eres tan malvada —Sasha gruñó. —Sólo espera. Haré que te arrepientas de esto. ¿Sabes de ese confort al que estas aficionada? Está frito. Y yo no volvería a usar mis zapatillas si fuera tú.
Ella lo ignoró.
Nicholas no habló mientras lo llevaba a su habitación, la cual estaba decorada con suaves tonos de rosa. Era todo femenino y suave. Pero era el perfume en el aire lo que lo hizo arder.
Rosas y madera ahumada.
Olía como ella.
Ese perfume lo puso tan duro y rígido, que lo hizo doler. Su pene se estiró contra la áspera cremallera, rogándole que hiciera algo aparte de mirarla.
Contra su voluntad, su mirada permaneció fija en la cama. Podía imaginarla yaciendo dormida allí. Sus labios separados, su cuerpo relajado y desnudo...
El cobertor rosa pálido envuelto alrededor de sus piernas desnudas.
—Aquí tienes.
Tuvo que arrastrar su mirada de la cama al armario.
Ella se hizo para atrás para darle acceso a las ropas de hombre, que estaban dobladas pulcramente, en una canasta de lavandería. —Puedes tomar lo que quieras.
Ahora había un doble sentido en esa declaración, si es que él alguna vez oyó uno. El único problema era que lo que más quería, definitivamente no estaba en el canasto.
Nicholas le agradeció, luego sacó un suéter negro de cuello vuelto gris que no debería ser muy pequeño para él. —Me cambiaré en mi habitación —dijo, preguntándose para qué se tomaba la molestia. A ella no le importaría si él dejaba la habitación o no. No era como si ella pudiera verlo o algo.
En casa él andaba medio desnudo la mayoría de las veces.
Pero eso no era civilizado, ¿no?
¿Desde cuándo eres civilizado?
Desde esta noche, parecía.
Sasha le ladró mientras salía del cuarto, luego el lobo entró corriendo al cuarto para ladrar a Astrid.
—Silencio, Sasha –dijo ella, —o te haré dormir en el garaje.
Ignorándolos, Nicholas se encaminó a su cuarto para ponerse las nuevas ropas.
Cerró la puerta y dejó a un lado la ropa mientras se quedaba parado sintiéndose muy raro. Era simplemente ropa lo que ella le ofrecía. Y refugio.
Una cama.
Comida.
Miró alrededor del elegante cuarto, costosamente provisto. Se sentía perdido aquí. Inseguro de sí mismo. Nunca en su vida había experimentado algo como esto.
Se sentía humano en este lugar.
Sobre todo, se sentía bienvenido. Algo que él nunca sintió con Sharon.
Como todos los demás que él había conocido durante los siglos, Sharon hacía lo que él le pagaba para hacer. Nada más, nada menos. Siempre sintió como si se estuviera entrometiendo cada vez que se acercaba a ella.
Sharon era formal y distante, especialmente después de que había ignorado el avance que ella le hizo. Siempre sintió que había una parte de ella que estaba asustada de él. Uno parte suya que lo vigilaba, especialmente cuando su hija estaba alrededor, como si ella esperara que se saliera de control con ellas o algo por el estilo.
Siempre se había sentido insultado por eso, pero bueno, él estaba tan acostumbrado a los insultos que se había desentendido del asunto.
Pero no se sentía así con Astrid.
Ella lo trataba como si fuera normal. Haciéndole olvidar fácilmente que no lo era.
Nicholas se vistió rápidamente y regresó a la sala donde Astrid estaba sentada, lateralmente sobre el sofá, leyendo un libro en Braille. Sasha estaba descansando en el sofá a sus pies. El lobo levantó la cabeza y clavó los ojos en él con lo que parecía ser odio en sus ojos gris lobuno.
Nicholas, había rescatado el cuchillo de la cocina, y agarró otro pedazo de madera.
—¿Cómo terminaste con un lobo como mascota? —preguntó, sentándose en la silla próxima al fuego a fin de que pudiera lanzar las virutas de madera en la chimenea.
No sabía por qué le habló. Normalmente, no se habría tomado la molestia, pero se sentía extrañamente curioso acerca de su vida.
Astrid se estiró para acariciar al lobo a sus pies. —No estoy realmente segura. Muy parecido a ti, lo encontré herido, lo traje y lo cuidé hasta que sanó. Ha estado conmigo desde entonces.
—Estoy sorprendido que te dejara domesticarlo.
Ella sonrió ante eso. —Yo, también. No fue fácil hacerlo que confiara en mí.
Nicholas pensó en eso por un minuto. –“Debes tener mucha paciencia. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo”.
La boca de Astrid se abrió sorprendida mientras Nicholas continuaba citando uno de sus pasajes favoritos. Ella no podía haber estado más estupefacta si él le hubiera lanzado algo. —¿Conoces a El Principito?
—Lo he leído una o dos veces.
Más que eso para poder citarlo tan infaliblemente. Astrid se reclinó otra vez para tocar a Sasha a fin de poder mirar a Nicholas.
Estaba sentado en diagonal a ella mientras tallaba. La luz del fuego jugaba en sus ojos de medianoche. El suéter negro abrazaba su cuerpo, y aunque una barba negra cubría su cara, estaba otra vez atónita de lo bien parecido que era.
Había algo casi relajante en él mientras trabajaba. Una gracia poética que guerreaba con la torsión cínica de su boca. Un aura mortífera que lo envolvía más apretado que sus jeans negros.
—Amo a ese libro –dijo ella quedamente. —Siempre ha sido uno de mis favoritos.
Él no habló. Estaba sentado allí con su pedazo de madera sostenido cuidadosamente en su mano en tanto sus largos dedos se movían con gracia sobre él. Ésta era la primera vez que el aire alrededor de él no parecía tan oscuro. Tan peligroso.
No lo llamaría tranquilo exactamente, pero no era tan siniestro como había sido antes.
—¿Lo leíste cuando eras niño? —le preguntó.
—No –dijo él quedamente.
Ella levantó la cabeza, observándolo mientras trabajaba.
Hizo una pausa, luego se giró para mirarla con ceño.
Astrid soltó a Sasha y se recostó.
Nicholas no se movió mientras los observaba a ella y su perro. Había algo muy extraño aquí: Cada instinto que tenía, se lo decía. Clavó los ojos en Sasha.
Si él no lo conociera mejor...
¿Pero por qué un were-wolf estaría en Alaska con una mujer ciega? Los campos magnéticos serían muy duros tanto para un Arcadio como para un Katagari, los cuales tendrían momentos difíciles tratando de mantener una forma consistente mientras los electrones en el aire destruían su magia.
No, no era probable.
Y aún así...
Corrió la mirada de ellos hacia el reloj pequeño sobre la repisa de la chimenea. Era casi las cuatro en la mañana. Para él todavía era temprano, pero no muchos humanos tenían su horario. —¿Siempre te quedas levantada hasta tan tarde, princesa?
—Algunas veces.
—¿No tienes un trabajo para el que necesitas levantarte?
—No. Tengo dinero de la familia. ¿Qué hay acerca de ti, Príncipe Azul?
La mano de Nicholas se aflojó ante sus palabras. Dinero familiar. Ella estaba aún más forrada de lo que había sospechado. —Debe ser agradable no tener que trabajar para vivir.
Astrid oyó la amargura en su voz. —¿No te gustan las personas que tienen dinero, no?
—No tengo prejuicios contra nadie, princesa. Odio a todo el mundo por igual.
Ella había oído eso acerca de él. Oído de Artemisa que él era grosero, rudo, no refinado, y que era el idiota más insoportable que Artemisa alguna vez hubiera conocido.
Viniendo de la Reina de los Insoportables, era bastante que decir.
—No contestaste mi pregunta, Nicholas. ¿Qué haces para ganarte la vida?
—Esto y aquello.
—¿Esto y aquello, huh? ¿Eres un vagabundo entonces?
—¿Si te dijera que sí, me harías ir?
Aunque su tono era parejo y sin emoción, ella sentía que él esperaba su respuesta. Que había una parte de él que quería que ella lo arrojara afuera.
Una parte de él que lo esperaba.
—No, Nicholas. Te lo dije, eres bienvenido aquí.
Nicholas dejó de tallar y clavó los ojos en el fuego, sus palabras lo hicieron temblar inesperadamente. Pero no eran las llamas lo que él veía, era su cara. Su voz dulce resonaba profundamente en su corazón, el cual él pensaba que había muerto hacía mucho tiempo.
Nadie alguna vez le había dado la bienvenida a ningún lugar.
—Podría matarte y nadie lo sabría.
—¿Me vas a matar, Nicholas?
Nicholas se sobresaltó mientras los recuerdos lo desgarraban. Se vio a sí mismo caminando entre los cuerpos en su pueblo devastado. La vista de ellos con sus gargantas sangrando, sus casas ardiendo...
Se suponía que los tenía que proteger.
En lugar de eso, los había matado a todos.
Y aun no sabía por qué. No recordó nada excepto la furia que lo había poseído. La necesidad que había sentido por sangre y expiación.
—Espero que no, princesa —él murmuró.
Levantándose, regresó a su cuarto y cerró la puerta.
Sólo esperaba que ella hiciera lo mismo.
Horas más tarde, Astrid escuchó la respiración pesada de Nicholas cuando se quedó dormido. La casa estaba quieta ahora, a salvo de su furia. El aire había perdido su aura diabólica y todo estaba calmo, tranquilo, excepto para el hombre, quien parecía estar en la angustia de una pesadilla.
Ella estaba exhausta, pero no tenía ganas de dormir. Tenía muchas preguntas en su cabeza.
Cómo deseaba poder hablar con Acheron acerca de Nicholas y preguntarle acerca del hombre que él creía que valía la pena salvar. Pero Artemisa había estado de acuerdo con esta prueba sólo si Acheron permanecía completamente fuera de ella y no hacía nada para influenciar el veredicto. Si Astrid trataba de hablar con Acheron, entonces Artemisa terminaría la prueba y mataría a Nicholas inmediatamente.
Debía haber otra manera para enterarse de algo de su invitado.
Ella miró a Sasha que estaba durmiendo como un lobo sobre su cama. Los dos se conocían desde hacía siglos. Era apenas un cachorro cuando su patria había firmado pelear con la diosa egipcia Bast contra Artemisa.
Una vez que la guerra entre las diosas terminó, Artemisa había demandado que se juzgara a todos los que habían peleado contra ella. Lera, la media hermana de Astrid, había sido enviada y había declarado a todos culpables, excepto a Sasha, quien había sido demasiado joven para ser responsabilizado por seguir el liderazgo de los otros.
Su propia manada se había vuelto contra él instantáneamente, pensando que los había traicionado por la absolución, si bien sólo tenía catorce años. En el mundo Katagaria, los instintos animales y las reglas eran supremas. La manada era un todo unificado y cualquiera que amenazaba a la manada era sacrificado, aún si era uno de ellos.
Casi lo habían matado. Pero afortunadamente, Astrid lo había encontrado y lo había cuidado hasta sanarlo, y aunque él verdaderamente odiaba a los dioses olímpicos, era usualmente tolerante, sino cariñoso con ella.
Él podía irse en cualquier momento, pero no tenía ningún lugar donde ir. Los Arcadios Were-Hunters lo querían muerto porque él una vez había estado con los Cazadores Katagaria que se habían vuelto en contra de los dioses olímpicos, y los Cazadores lo querían muerto porque pensaban que los había traicionado.
Su vida era precaria en el mejor de los casos, incluso ahora.
En aquel entonces, había sido una fiera y había estado aterrorizado de ser hecho pedazos por su gente.
Así siglos atrás, los dos habían formado una alianza que los beneficiaba a ambos. Ella evitaba que los demás lo mataran mientras era un cachorro y él la ayudaba cada vez que ella estaba sin ver.
Con el paso del tiempo, se habían hecho amigos y ahora Sasha permanecía con total lealtad hacia ella.
Sus poderes mágicos Katagari eran por lejos más fuertes que los de ella y él a menudo los usaba a su pedido.
Consideró eso ahora. Los Katagaria podían viajar a través del tiempo...
Pero sólo con limitaciones. No, ella necesitaba algo que garantizara que ella estaría aquí antes de que Nicholas se despertase.
En momentos como este, deseaba ser una diosa plena y no una ninfa. Los dioses tenían poderes que podían...
Ella sonrió ante el golpe de una idea.
—M'Adoc –dijo ella suavemente, convocando a uno de los Oneroi. Eran los dioses de los sueños que mantenían dominio sobre Phantosis, el reino de sombra entre el consciente y el subconsciente.
El aire alrededor de ella titiló con energía invisible, poderosa, que ella podía sentir mientras el Oneroi aparecía.
Midiendo cerca de 2 metros diez, M'Adoc la dejaba como una enana, algo que sabía por experiencia. Si bien ella no lo podía ver ahora mismo, sabía exactamente que aspecto tenía. Su pelo negro sería tan oscuro que apenas reflejaría la luz y sus ojos eran de un azul tan pálido que se verían casi incoloros y parecerían que resplandecían.
Como todos los de su tipo, él era tan bien parecido que para aquellos que podían ver, era difícil hasta poder mirarlo.
—Primita –dijo él con voz cargada de electricidad y seducción y falta de emoción ya que las emociones estaban prohibidas para los Oneroi. —Ha pasado tiempo. Al menos trescientos o cuatrocientos años.
Ella inclinó la cabeza asintiendo. —He estado ocupada.
Él se estiró para tocar su brazo a fin de que ella supiera dónde estaba parado. —¿Qué necesitas?
—¿Sabes algo acerca del Cazador Oscuro Nicholas? —. Los Oneroi eran a menudo los que curaban a los Cazadores Oscuros, tanto físicamente como mentalmente. Ya que los Cazadores Oscuros eran creados de personas que habían sido abusadas o violadas, un Dream Hunter era a menudo asignado para los recién creados Cazadores Oscuros para ayudarlos a cicatrizar mentalmente a fin de que pudieran funcionar en el mundo sin lastimar a otros.
Una vez que el Cazador Oscuro estaba sano mentalmente, el Dream Hunter lo llevaba a través del tiempo y lo ayudaba a cicatrizar físicamente dondequiera que estuviesen heridos. Ese era el motivo por lo que los Cazadores Oscuros sentían una necesidad sobrenatural de dormir cuando estaban heridos.
Sólo en los sueños era donde los Oneroi eran efectivos.
—Sé de él.
Ella esperó una explicación, pero cuándo no se la dio, preguntó, —¿Qué sabes?
—Que esta más allá de la ayuda que alguno de los nuestros pueda darle.
Ella nunca había escuchado una cosa así antes. —¿Nunca?
—Algunas veces un Skotos ha ido a él mientras dormía, pero sólo van a fin de poder tomar una parte de su furia para ellos. Es tan intensa que ninguno de ellos la puede aguantar por mucho tiempo antes de tener que partir.
Astrid quedó aturdida. Los Skoti eran apenas más que demonios. Eran los hermanos y las hermanas de los Oneroi, cazaban emociones humanas y las usaban a fin de poder sentir emociones otra vez. Si se los dejaba sin control, el Skoti era sumamente peligroso y podía matar a la persona que "trataban".
En lugar de apaciguar a Nicholas, una visita de uno de ellos sólo incrementaría su locura.
—¿Por qué es él así? ¿Qué prendió su furia?
—¿Qué importancia tiene? —M'Adoc preguntó. —Me informaron que ha sido marcado para morir.
—Prometí a Acheron que lo juzgaría primero. Sólo morirá si digo eso.
—Entonces deberías ahorrarte el trabajo y ordenar su muerte.
¿Por qué todo el mundo quería que Nicholas muriera? Ella no podía entender tal animosidad hacia él. No importa que el hombre actuara en la forma que lo hacía.
¿A alguien alguna vez le había caído bien?
Ni siquiera una vez en toda la eternidad M'Adoc había hablado tan severamente acerca de alguien. —No es como tú.
Ella le oyó inspirar profundamente mientras tensaba la mano en su hombro. —Un perro rabioso no puede ser salvado, Astrid. Es mejor para todos, incluido el perro, que sea eliminado.
—¿Shadedom sería preferible para vivir? ¿Estas tu demente?
—En el caso de Nicholas, lo sería.
Ella estaba consternada. —Si eso fuese cierto, entonces Acheron no sería compasivo con él y no me habría pedido que lo juzgara.
—Acheron no lo mata porque sería muy parecido a suicidarse.
Ella pensó en eso por un minuto. —¿Que quieres decir? No veo nada parecido entre ellos.
Ella tenía la impresión que M'Adoc indagaba su mente con la de él.
—Tienen mucho en común, Acheron y Nicholas. Cosas que la mayoría de la gente no puede ver o puede entender. Pienso que Acheron siente que si Nicholas no puede salvarse, entonces tampoco puede él.
—¿Salvarse de qué?
—De él mismo. Ambos hombres tienen tendencia a escoger su dolor. Ellos no lo escogen sabiamente.
Astrid sintió algo extraño al oír esas palabras. Una puñalada diminuta en su estómago. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Ella realmente sufría por ambos hombres.
Sobre todo, sufría por Nicholas.
—¿Cómo escogen su dolor?
M'Adoc se rehusó a explicarse. Pero bueno, lo hacía a menudo. Tratar con los dioses del sueño era sólo un nivel menos frustrante que tratar con un Oráculo.
—M'Adoc, muéstrame por qué Nicholas ha sido abandonado por todo el mundo.
—No creo que quieras...
—Muéstrame —ella insistió. Ella tenía que saber, y en lo más profundo sospechaba que no tenía mucho que ver con su trabajo como quería pensar. Su necesidad de saber se sentía más personal que profesional.
Su voz era completamente sin emoción. —Va contra las reglas.
—Cualquiera sea la repercusión, la soportaré. Ahora muéstrame. Por favor.
M'Adoc la hizo sentarse sobre la cama.
Astrid se recostó y le dio permiso al Dream Hunter que la sedujera para dormir. Había varios sueros que ellos podían usar para adormecer a alguien o podían usar la niebla de Wink, que era un dios menor del sueño.
El Oneroi así como también los otros dioses del sueño, por mucho tiempo habían usado a Wink y su niebla para controlar a los humanos.
No importa qué método escogían, los efectos de estos eran casi inmediatos para quienquiera que servían.
Astrid no estaba segura de que método usó M'Adoc con ella, pero antes de cerrar sus ojos se encontró flotando hacia el reino de Morfeo.
Aquí ella tenía vista aún mientras estuviera juzgando. Era el por qué siempre le había gustado soñar durante sus asignaciones.
M'Adoc apareció a su lado. Su belleza masculina era incluso más notable en este reino. —¿Estás segura de esto?
Ella inclinó la cabeza, asintiendo.
M'Adoc la dirigió a través de una serie de puertas en el hall de Phantosis. Aquí unos kallitechnis, o maestros del sueño, podían moverse a través de los sueños de cualquiera. Podían entrar en el pasado, en el futuro, o peregrinar a reinos más allá del entendimiento humano.
M'Adoc alcanzó una puerta e hizo una pausa. —Él sueña con su pasado.
—Quiero verlo.
Él vaciló como si debatiera consigo mismo. Finalmente, abrió la puerta.
Astrid entró primero. Ella y M'Adoc dieron un paso hacia atrás de la escena, lejos de cualquiera que pudiera verlos o sentirlos.
No era que realmente lo necesitaran, pero ella quería asegurarse de no interferir en el sueño de Nicholas.
Las personas que estaban soñando sólo podían ver al Oneroi o al Skoti en sus sueños cuando los dioses del sueño se los permitían. Ella no estaba segura si ella, como una ninfa, era invisible para Nicholas o no.
Ella miró alrededor en el sueño.
Lo que más la golpeó fue lo vívido que todo era. La mayoría de la gente soñaba con detalles imprecisos. Pero éste era claro como el cristal y tan real como el mundo que había dejado atrás.
Ella vio a tres niñitos congregados en un antiguo atrio romano.
Sus edades iban desde los cuatro a los ocho años, y todos tenían varas en sus manos y estaban riendo y gritando. —Saboréalo, saboréalo, saboréalo.
Un cuarto niño de alrededor de doce años pasó corriendo delante de ella. Sus ojos azules y cabellos negros eran espectaculares, y tenía un parecido notable con el hombre a quien ella había visto a través los ojos de Sasha.
—¿Es ese Nicholas?
M'Adoc negó con la cabeza. —Ese es su medio hermano, Marius.
Marius corrió hacia los demás.
—Él no lo hará, Marius –dijo otro niño antes de golpear con su vara lo que fuese que estuviera en la tierra.
Marius tomó la vara de la mano de su hermano y atizó el bulto sobre la tierra. —¿Qué ocurre, esclavo? ¿Eres demasiado bueno para comer desechos?
Astrid se quedó sin aliento al percatarse que había otro niño sobre el terreno. Uno que estaba vestido con ropa hecha jirones al cual estaban tratando de forzar a comer alimento podrido. El niño estaba doblado en posición fetal, cubriéndose su cabeza al punto que apenas se veía humano.
Los que tenían las varas siguieron atizándolo y golpeándolo. Pateándolo cuando no respondía a sus golpes o a sus insultos.
—¿Quiénes son todos estos niños? –preguntó ella.
—Los medio hermanos de Nicholas —. M'Adoc los señaló. —Marius, lo conoces. Marcus es el que esta vestido de azul con ojos café. Él tiene nueve años de edad, creo. Lucius es el bebé, quien recién tiene cinco años y está vestido de rojo. El de ocho años es Aesculus.
—¿Dónde esta Nicholas?
—Es el que está sobre la tierra con la cabeza cubierta.
Ella se sobresaltó, si bien había sospechado algo así. Para ser honestos, no podía quitar su mirada de él. Todavía no se había movido. No importa cuán duro lo golpeaban, no importa lo que le decían. Él yació allí como una roca inamovible.
—¿Por qué lo torturan?
Los ojos de M'Adoc estaban tristes, dejándola saber que él estaba extrayendo algunas de las emociones de Nicholas mientras observaba a los niños. —Porque pueden. Su padre era Gaius Magnus. Él gobernaba a todo el mundo, incluida su familia, con puño severo. Él era tan malo que mató a la madre de ellos porque ella le sonrió a otro hombre.
Astrid estaba horrorizada por las noticias.
—Magnus usaba a sus esclavos para ayudar a entrenar a sus hijos para la crueldad. Nicholas tuvo la desgracia de ser uno de sus chivos expiatorios y, a diferencia de los demás, no tuvo la suficiente suerte como para morir.
Ella apenas podía entender lo que M'Adoc le decía. Había visto bastante crueldad en su tiempo, pero nunca algo como esto.
Era inimaginable que tuvieran permiso de tratarlo así, especialmente cuando era de la familia.
—Dijiste que eran los medio hermanos de Nicholas. ¿Cómo es que él es un esclavo cuando ellos no lo son? ¿Ellos eran familiares a través de su madre muerta?
—No. Su padre engendró brutalmente a Nicholas con una de las esclavas griegas de su tío. Cuando Nicholas nació, su madre sobornó a uno de los sirvientes para sacar a Nicholas y exponerlo a fin de que muriera. El criado se apiadó del niño, y en lugar de matarlo, se aseguró que el bebé fuera con su padre.
Astrid miró hacia atrás al niño sobre el terreno. —Su padre no lo quiso, tampoco —era una afirmación de los hechos.
No había ninguna duda que nadie en este lugar quería al niño.
—No. Para él Nicholas era sucio. Débil. Nicholas podía tener su sangre en él, pero también cargaba la sangre de una esclava sin valor. Así que Gadus entregó a Nicholas a sus esclavos, quienes volcaron el odio por su padre sobre él.
Cada vez que uno de los esclavos o los sirvientes estaban enojados con el padre de Nicholas o sus hermanos, el niño sufría por eso. Creció como el chivo expiatorio de todo el mundo.
Ella observó como Marius agarraba a Nicholas por el pelo, y lo levantaba. Su respiración quedó atrapada en la garganta al ver la condición de la bella cara. No tenía más de diez años, estaba lleno de cicatrices tan feas que apenas parecía humano.
—¿Qué ocurre, esclavo? ¿No tienes hambre?
Nicholas no contestó. Tiró de la mano de Marius, tratando de escaparse. Pero no pronunció una sola palabra de protesta. Era como si supiese que era lo mejor o estuviese tan acostumbrado al abuso que no se tomó la molestia.
—¡Déjalo ir!
Ella giró al ver a otro niño de la edad de Nicholas. Como Nicholas, tenía ojos azules y cabellos negros, y tenía un fuerte parecido con sus hermanos.
El recién llegado se precipitó sobre Marius y lo forzó a soltar a Nicholas. Retorció la mano del niño mayor detrás de su espalda.
—Ese es Valerius —le informó M'Adoc. —Otro de los hermanos de Nicholas.
—¿Cuál es tu problema, Marius? –demandó Valerius. —No deberías atacar a los débiles. Míralo. Apenas puede estar parado.
Marius se contorsionó para liberarse de Valerius, y lo golpeó tirándolo al piso. —No tienes valor, Valerius. No puedo creer que lleves el nombre del abuelo. No haces más que deshonrarlo.
Marius se rió sarcásticamente como si rechazara la presencia del niño.
—Eres débil. Cobarde. El mundo pertenece sólo a aquellos que son lo suficientemente fuertes para tomarlo. No obstante te compadecerías también de los que son débiles para pelear. No puedo creer que vengamos del mismo vientre.
Los otros niños atacaron Valerius mientras Marius regresaba a Nicholas.
—Tienes razón, esclavo –dijo él, agarrando a Nicholas por el pelo. —No mereces un repollo. El estiércol es todo lo que mereces de comida.
Marius lo tiró hacia...
Astrid se salió del sueño, incapaz de soportar lo que sabía que iba a ocurrir.
Acostumbrada a no sentir nada por otras personas, ahora estaba abrumada por sus emociones. Ella realmente se estremeció de furia y dolor por él.
¿Cómo esto podía haber sucedido?
¿Cómo pudo aguantar Nicholas vivir la vida que había recibido?
En este momento, ella odió a sus hermanas por su parte durante la infancia de él.
Pero claro, ni aún los Destinos podían controlar todo. Ella sabía eso. Aún así, no alivió el dolor en su corazón por un niño que debería haber sido mimado.
Un niño que se había convertido en un hombre enojado, amargado.
¿Se podía esperar que él no fuera tan rudo? ¿Cómo alguien podía esperar que fuera de otra manera cuando todo lo que alguna vez le habían mostrado era desprecio?
—Te lo advertí –dijo M'Adoc mientras se unía con ella. —Por esto incluso los Skoti se niegan a visitar sus sueños. Tomando en consideración, que este es uno de sus recuerdos más apacibles.
—No entiendo cómo sobrevivió —murmuró ella, tratando de hacer que tuviera sentido. —¿Por qué no se suicidó?
M'Adoc la miró cuidadosamente. —Sólo Nicholas puede contestar a eso.
Él le dio un frasco pequeño.
Astrid clavó los ojos en el líquido rojo oscuro que tenía un gran parecido con la sangre. Idios. Es un suero inusual que era hecho por los Oneroi, que posibilitaba a ellos o alguien más, por un corto período de tiempo, convertirse en uno con el soñador.
Podía ser usado en los sueños para guiar y dirigir, para permitir que una persona que duerme pudiera experimentar la vida de otra persona a fin de poderlo entender mejor.
Sólo tres de los Oneroi lo poseían. M'Adoc, M'Ordant, y D'Alerian. Más a menudo lo usaban con los humanos para dispensar comprensión y compasión.
Un sorbo y ella podría estar en los sueños de Nicholas. Tendría total comprensión de él.
Ella sería de él.
Y sentiría todas sus emociones...
Era un enorme paso a dar. En lo más profundo sabía que si lo tomaba, entonces nunca sería la misma.
Y otra vez, podría encontrar que no había ninguna cosa más en Nicholas que la furia y el odio. Él muy bien podría ser el animal que los otros lo acusaban ser.
Un sorbo y ella sabría la verdad...
Astrid quitó el tapón y bebió del frasco.
Ella no sabía qué estaba soñando Nicholas en este momento, sólo esperaba que él hubiera seguido adelante del sueño del que había sido testigo.
Él había seguido.
Nicholas ahora tenía catorce años.
Al principio, Astrid pensó que su ceguera había regresado hasta que se dio cuenta de que veía a través de los ojos de Nicholas. O el ojo, más bien. El lado izquierdo de la cara dolía cada vez que trataba de parpadear. Una cicatriz había fundido la costra con su mejilla, haciendo que los músculos faciales dolieran.
Su ojo derecho, todavía funcionando, tenía una extraña neblina parecida a una catarata y le tomó unos minutos antes de que sus recuerdos se convirtieran en los de ella y así poder entender lo que le había sucedido.
Había sido golpeado tan brutalmente dos años antes por un soldado en el mercado, que el revestimiento de la córnea de su ojo derecho había sido gravemente dañado. Su ojo izquierdo había sido cegado varios años antes, por otra paliza, obra de su hermano Valerius.
Nicholas no era capaz de ver mucho más que sombras y borrones.
No es que a él le importase. Al menos así, no tenía que ver su propio reflejo.
Ni se preocupaba más por el desprecio en las miradas de las personas.
Nicholas caminó arrastrando los pies a través de una vieja calle, abarrotada en el mercado. Su pierna derecha estaba tiesa, apenas capaz de doblarse de todas las veces que había estado quebrada y no había sido acomodada.
Por eso, era algo más corta que su pierna izquierda. Tenía un modo de andar irritante que no le permitía moverse tan velozmente como la mayoría de la gente. Su brazo derecho estaba casi de la misma forma. Tenía poco o ningún movimiento en él y su brazo derecho estaba virtualmente inútil.
En su mano izquierda, agarraba firmemente tres quadrans. Monedas que no tenían valor para la mayoría de los romanos, pero que eran preciosas para él.
Valerius había estado enojado con Marius y había lanzado el bolso de Marius por la ventana. Marius había obligado a otro esclavo a recogerlas, pero tres quadrans habían quedado sin recoger. La única razón por lo que había sabido acerca de eso era porque lo habían golpeado en la espalda.
Nicholas debería haber entregado las monedas, pero si hubiera hecho el intento, Marius lo hubiera golpeado por eso. El mayor de sus hermanos no podía aguantar verlo y Nicholas había aprendido hacía mucho tiempo a quedarse tan lejos de Marius como podía.
Por lo que respectaba a Valerius...
Nicholas lo odiaba más que a todos. A diferencia de los demás, Valerius trató de ayudarlo pero cada vez que Valerius había tratado de hacer eso, habían sido atrapados y el castigo de Nicholas se había incrementado.
Como el resto de su familia, odiaba el corazón blando de Valerius. Era mejor que Valerius lo insultara como hacían los demás. Por que al final, Valerius se veía forzado a lastimarlo más aún para probar a todos que no era débil.
Nicholas, siguió el perfume de pan horneado, cojeó hasta la panadería. El perfume era maravilloso. Caliente. Dulce. El pensamiento de degustar un pedazo hacía que sus latidos se aceleraran y su boca se hiciera agua.
Él oyó a las personas maldecirlo mientras se acercaba. Vio sus sombras alejarse a toda prisa de él.
No le importaba. Nicholas sabía qué tan repulsivo era. Se lo habían dicho desde la hora de su nacimiento.
Si tuviese alguna vez una opción, se habría dejado a sí mismo también. Pero como era, él estaba clavado en este cuerpo cojo y lleno de cicatrices.
Sólo deseaba ser sordo además de ciego. Entonces así no tendría que oír los insultos.
Nicholas se acercó a lo que pensó podría ser un joven, parado con una canasta de pan.
—¡Sal de aquí! —le gruñó el joven.
—Por favor, señor, —dijo Nicholas, asegurándose de mantener su borrosa mirada sobre el suelo. —He venido a comprar una rebanada de pan.
—No tenemos nada para ti, miserable.
Algo duro lo golpeó en la cabeza.
Nicholas estaba tan acostumbrado al dolor que ni siquiera se sobresaltó. Trató de dar sus monedas al hombre, pero algo golpeó su brazo y soltó las preciosas monedas de su agarre.
Desesperado por un trozo de pan que fuera fresco, Nicholas cayó de rodillas para juntar el dinero. Su corazón martillaba. Miró de reojo como mejor pudo, tratando de encontrarlas.
¡Por favor! ¡Tenía que tener sus monedas! Nunca nadie le daría algo más y no había forma de saber cuando Marius y Valerius pelearían otra vez.
Buscó frenéticamente entre la suciedad.
¿Dónde estaba su dinero?
¿Dónde?
Sólo había encontrado una de las monedas cuando alguien lo golpeó en la espalda con lo que parecía ser una escoba.
—¡Vete de aquí! –gritó una mujer. —Ahuyentas a nuestros clientes.
Demasiado acostumbrado a las palizas para advertir los golpes de la escoba, Nicholas siguió buscando sus otras dos monedas.
Antes de que las pudiera encontrar, fue pateado duramente en las costillas.
—¿Eres sordo? –preguntó un hombre. —Vete de aquí, pordiosero despreciable, o llamaré a los soldados.
Esa era una amenaza que Nicholas tomó en serio. Su último encuentro con un soldado le había costado su ojo derecho. No quería perder la poca vista que le habían dejado.
Su corazón dio bandazos mientras recordaba a su madre y su desprecio.
Pero más que eso, recordaba como había reaccionado su padre una vez que lo habían devuelto a casa después de que los soldados hubieron terminado de golpearlo.
El castigo de su padre había hecho que el de ellos pareciera compasivo.
Si era descubierto en la ciudad otra vez, no había palabras para decir lo que su padre haría. No estaba autorizado para estar fuera de los terrenos de la villa. Y mucho menos el hecho que tenía tres monedas robadas.
Bueno, sólo una ahora.
Agarrando su moneda apretadamente, deambuló lejos del panadero tan rápido como su cuerpo destrozado se lo permitía.
Mientras atravesaba el gentío, sintió algo mojado en su mejilla. Lo apartó sólo para descubrir sangre allí.
Nicholas suspiró cansadamente mientras se tocaba la cabeza hasta que encontró la herida por encima de la frente. No era demasiado profunda. Sólo lo suficiente para estar lastimado.
Resignado por su lugar en la vida, pasó la mano sobre eso.
Todo lo que quería era pan tierno. Sólo un pedazo. ¿Era pedir demasiado?
Él miró alrededor, tratando de usar su nariz y vista poco definida para encontrar a otro panadero.
—¿Nicholas?
Él se aterrorizó ante el sonido de la voz de Valerius.
Nicholas trató de correr a través del gentío, hacia la villa, pero no llegó muy lejos antes de que su hermano lo atrapase.
El agarre fuerte de Valerius lo inmovilizó.
—¿Qué haces aquí? —demandó, sacudiendo el brazo dañado de Nicholas rudamente. —¿Tienes idea de qué te ocurriría si uno de los otros te encontrase aquí?
Por supuesto que la tenía.
Pero Nicholas estaba demasiado asustado para contestar. Su cuerpo entero se estremecía por el peso de su terror. Todo lo que podía hacer era escudar su cara de los golpes que estaba seguro comenzarían de un momento a otro.
—Nicholas, —dijo Valerius con la voz espesa de aversión. —¿Por qué no puedes hacer alguna vez lo que se te dice? Juro que debes disfrutar ser golpeado. ¿Por qué si no harías las cosas que haces?
Valerius lo agarró apenas por su hombro dañado y lo empujó hacia la villa.
Nicholas tropezó y cayo.
Su última moneda saltó de su agarre y rodó por calle.
—¡No! —dijo Nicholas jadeando, gateando tras ella.
Valerius lo atrapó y tiró de él para pararlo sobre sus pies. —¿Qué está mal contigo?
Nicholas observó a un niño poco definido recoger su moneda y escabullirse. Su estómago se cerró con fuerza ante el dolor del hambre; estaba completamente derrotado.
—Solo quería una rebanada de pan, —dijo él, su corazón estaba quebrado, sus labios estremeciéndose.
—Tienes pan en casa.
No. Valerius y sus hermanos tenían pan. Nicholas era alimentado con los residuos que ni aún los otros esclavos o los perros comían.
Por una sola vez en su vida, quería comer algo que fuera fresco y sin haber sido saboreado por alguien más.
Algo que nadie hubiera escupido.
—¿Qué es esto?
Nicholas se encogió de miedo ante la voz que retumbaba y que siempre lo traspasaba como vidrios haciéndose pedazos. Se echó atrás, tratando de hacerse invisible al comandante que estaba sentado en el caballo, sabiendo que era imposible.
El hombre veía todo.
Valerius se veía tan aterrorizado como Nicholas. Como siempre al dirigir la palabra a su padre, el joven tartamudeó. –Yo-yo e-estaba...
—¿Qué hace el esclavo aquí?
Nicholas dio un paso hacia atrás mientras los ojos de Valerius se agrandaban y tragaba saliva. Era obvio que Valerius buscaba una mentira.
—No-nos-nosotros íbamos al mer-mercado –dijo Valerius rápidamente.
—¿Tu y el esclavo? —el comandante preguntó incrédulamente. —¿Para Qué? ¿Querías comprar un látigo nuevo con el que golpearlo?
Nicholas oró para que Valerius no mintiera. Siempre era peor para él cuando Valerius mentía para protegerlo.
Si sólo se atreviera a decir la verdad, pero él había aprendido hacía mucho tiempo que los esclavos nunca hablaban a sus superiores.
Y él, más que los demás, nunca tuvo permiso para dirigir la palabra a su padre.
—B-B-bien...
Su padre gruñó una maldición y dio una patada a la cara de Valerius. La fuerza del golpe derribó a Valerius, al lado de Nicholas, con la nariz vertiendo sangre.
—Estoy harto de la forma que lo proteges —. Su padre desmontó del caballo y saltó hacia Nicholas, quien se puso de rodillas y cubrió su cabeza, en espera de la paliza que debía venir.
Su padre le dio una patada en las costillas lastimadas. —Levántate, perro.
Nicholas no podía respirar del dolor en su costado y del terror que lo consumía.
Su padre lo pateó otra vez. —Arriba, maldito.
Nicholas se forzó a sí mismo a pararse aunque todo lo que quería hacer era correr. Pero había aprendido hacía mucho tiempo a no hacerlo. Correr sólo empeoraba el castigo.
Así es que se paró allí, afirmándose para los golpes.
Su padre lo agarró por el cuello, luego giró hacia Valerius, quien estaba ahora de pie. Agarró a Valerius por sus ropas y le gruñó. —Me disgustas. Tu madre era tan puta que me hace preguntarme qué cobarde te engendró. Sé que no vienes de mí.
Nicholas vio un destello de dolor en los ojos de Valerius, pero rápidamente lo camufló. Era una mentira común que su padre pronunciaba siempre que estaba enojado con Valerius. Uno sólo tenía que mirar a ambos para saber que Valerius era tanto su hijo como lo era Nicholas.
Su padre lanzó a Valerius lejos de él y arrastró a Nicholas por el pelo hacia un puesto.
Nicholas quería colocar sus manos encima de la de su padre para que su agarre no lo lastimara tanto, pero no se atrevió.
Su padre no podía soportar que lo tocara.
—¿Eres un vendedor de esclavos? –preguntó su padre.
Un hombre mayor se paró frente a ellos. —Sí, Su Señoría. ¿Le puedo interesar en un esclavo hoy?
—No. Quiero venderle uno.
Nicholas abrió la boca al entender lo que ocurría. El pensamiento de partir de su casa lo aterrorizaba. Tan malas como eran las cosas, había oído bastantes historias de otros esclavos para saber que la vida podría empeorársele significativamente.
El viejo vendedor de esclavos miró a Valerius alegremente.
Valerius dio un paso atrás, su cara estaba pálida.
—Es un niño bien parecido, Su Señoría. Puedo obtener una buena tarifa por él.
—No él –gruñó el comandante. —Este.
Él dio un empujón a Nicholas hacia el tratante de esclavos que curvó su labio con repugnancia. El hombre se cubrió la nariz. —¿Es esto una broma?
—No.
—Padre...
—Mantén tu lengua, Valerius, o tomaré la oferta que hace por ti.
Valerius dio una mirada compasiva a Nicholas, pero sabiamente se quedó en silencio.
El vendedor de esclavos negó con la cabeza. —Este no tiene valor. ¿Para qué lo usa usted?
—Como Chivo Expiatorio.
—Él es demasiado viejo para eso, ahora. Mis clientes quieren niños menores, atractivos. Este miserable no es adecuado para ninguna cosa excepto para rogar.
—Lléveselo y le daré dos denarios.
Nicholas quedo boquiabierto ante las palabras de su padre. ¿Él pagaba a un tratante de esclavos por tomarlo? Tal cosa no tenía precedente.
—Lo tomaré por cuatro.
—Tres.
El tratante de esclavos inclinó la cabeza. —Entonces por tres.
Nicholas no podía respirar mientras sus palabras resonaban dentro de él. ¿Valía tan poco que su padre se había visto forzado a pagar para liberarse de él? Aún el más barato de los esclavos valía dos mil denarios.
Pero no él.
Él era tan sin valor como todo el mundo había dicho.
No era extraño que todos lo odiaran.
Observó como su padre pagaba al hombre. Sin otra mirada hacia él, su padre agarró a Valerius por el brazo y lo arrastró afuera.
Una versión menor del tratante de esclavos entró en su vista poco definida y exhaló repulsivamente. —¿Qué haremos con él, Padre?
El vendedor de esclavos probó las monedas con sus dientes. —Envíalo adentro a limpiar el pozo ciego para los otros esclavos. Si él muere de alguna enfermedad, ¿a quien le importa? Mejor que él limpie, en vez de algún otro que realmente podríamos vender y obtener una ganancia.
El hombre joven sonrió ante eso.
Usando una vara, aguijoneó a Nicholas hacia el establo. —Vamos, rata. Déjame mostrarte tus nuevas obligaciones.
Astrid se despertó del sueño con su corazón martillando. Ella yacía en su cama, rodeada por la oscuridad a la que estaba acostumbrada, mientras el dolor de Nicholas la inundaba.
Nunca había sentido tanta desesperación. Tal necesidad.
Tal repugnancia.
Nicholas odiaba a todo el mundo, pero sobre todo, se odiaba a sí mismo.
No era extraño que el hombre estuviera demente. ¿Cómo podía haber vivido con tal sufrimiento?
—¿M'Adoc? —murmuró.
—Aquí —se sentó a su lado.
—Déjame algo más del suero para mí y suero de Loto, también.
—¿Estás segura?
—Sí.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
:love: "Pucky Love" :love:
Capítulo 6
—¿Eras ciego? —preguntó Astrid.
Nicholas no contestó. No podía creer que se le escapara. Era algo de lo que nunca había hablado, ni siquiera con Jess.
Sólo Acheron lo sabía y Acheron, agradecidamente, había guardado el secreto.
Reacio a visitar su pasado otra vez esta noche y el dolor que lo esperaba allí, Nicholas dejó la sala y regresó a su cuarto donde cerró la puerta y así, en paz, se puso a esperar a que pasara la tormenta.
Al menos estando solo no tenía que preocuparse por traicionarse a sí mismo o lastimar a alguien.
Pero mientras se sentaba en la silla, no eran las imágenes del pasado las que lo perseguían.
Era el perfume de rosas y madera, los pálidos ojos claros de una mujer.
El recuerdo de su mejilla suave y fría bajo sus dedos. Su húmedo y desordenado pelo que enmarcaba unos rasgos que eran femeninos y atractivos.
Una mujer que no se sobresaltaba con él o se acobardaba.
Era asombrosa y sorprendente. Si él fuera otra persona, entonces regresaría a la sala en donde estaba sentada con su lobo y la haría reír. Pero no sabía como hacer reír a las personas. Podía reconocer el humor, más especialmente la ironía, pero no era el tipo de hombre que hacía chistes o producía sonrisas en otras personas. Especialmente no en una mujer.
Eso no lo había molestado antes.
Esta noche sí.
—¿Es culpable?
Astrid escuchó la voz de Artemisa en su cabeza. Todas las noches desde que Nicholas había sido traído a la casa, Artemisa la había fastidiado con aquélla pregunta una y otra vez, hasta que se sintió como Juana De Arco siendo atormentada por voces.
—Todavía No, Artemisa. Se acaba de despertar.
—Bien, ¿qué es lo que te lleva tanto tiempo? Mientras él vive, Acheron tiene los nervios de punta y yo positivamente odio cuando él esta inquieto. Júzgalo como mala persona ya.
—¿Por qué quieres tanto que Nicholas muera?
El silencio descendió. Al principio pensó que Artemisa la había dejado, así que cuando la respuesta vino, la sorprendió. —A Acheron no le gusta ver sufrir a nadie. Especialmente no a uno de sus Cazadores Oscuros. En tanto Nicholas viva, Acheron sufre, y a pesar de lo que Acheron piensa, no me gusta verlo sufrir.
Astrid nunca se había imaginado que Artemisa pudiera decir tal cosa. La diosa no era exactamente conocida por su bondad o compasión, o por pensar en alguien aparte de sí misma.
—¿Amas a Acheron?
La voz de Artemisa era cortante cuando le contestó, —Acheron no es de tu incumbencia, Astrid. Sólo Nicholas lo es, y juro que si pierdo más de la lealtad de Acheron por esto, estarás muy apenada por eso.
Astrid se puso rígida ante la amenaza y el tono hostil. Haría falta más que Artemisa para lastimarla, y si la diosa quería una pelea, entonces era mejor que estuviera preparada.
A ella no le podría gustar más su trabajo, pero Astrid lo tomaba en serio y nadie, especialmente Artemisa, iba a intimidarla para dar un veredicto prematuro.
—¿Si juzgo a Nicholas antes de tiempo, no piensas que Acheron se enojará y demandará un re—juzgamiento?
Artemisa hizo un ruido grosero.
—Además, le dijiste a Acheron que no interferirías, Artemisa. Le hiciste jurar que él no me contactaría para tratar de influenciar mi veredicto y aún así estas aquí, tratando de hacer eso. ¿Cómo piensas que reaccionará si le cuento de tus acciones?
—Bien –resopló ella. —No te incomodaré otra vez. ¡Pero encárgate ya!
Sola finalmente, Astrid se sentó en la sala, considerando lo próximo que debía hacer, cómo podía empujar a Nicholas para ver si explotaba otra vez y se volvía más violento.
Había atacado a su casa, pero no a ella. Sasha lo había atacado, y aunque él había lastimado al lobo, el lobo lo había lastimado mucho más. Había sido una pelea justa entre ellos y Nicholas no había tratado de matar a Sasha por atacarlo. Se había sacado al lobo de encima y luego lo había dejado solo.
En lugar de buscar venganza en Sasha, Nicholas le había dado agua.
El peor delito de Nicholas hasta ahora era su actitud hostil y el hecho de que tenía una presencia verdaderamente atemorizante. Pero hacía cosas amables que eran contrarias a su mal carácter.
Su sentido común le decía que hiciera lo que decía Artemisa, declararlo culpable y marcharse.
Su instinto le decía que esperara.
Siempre que no se encolerizara con ella o Sasha, seguiría adelante.
Pero si alguna vez los atacaba, entonces ella estaría fuera de la puerta y él estaría frito.
—Los hombres inocentes no existen.
Astrid dejó escapar un suspiro de cansancio. Le había dicho eso a su hermana Atty la última vez que había hablado con ella. Parte suya honestamente creía en eso. Ninguna vez, en todos estos siglos, había encontrado a alguien inocente. Cada hombre que alguna vez había juzgado le había mentido.
Todos ellos habían tratado de engañarla.
Algunos habían tratado de sobornarla.
Algunos habían tratado de escaparse.
Algunos habían tratado de golpearla.
Y uno había tratado de matarla.
Ella se preguntaba en cuál categoría caería Nicholas.
Inspirando profundamente para fortificarse, Astrid se levantó y fue a su habitación para buscar entre las ropas que Sasha traía puestas cuando estaba en su forma humana.
—¿Qué estas haciendo? —preguntó Sasha mientras se unía a ella.
—Nicholas necesita ropas –dijo ella en voz alta sin pensar.
Sasha mordió sus manos, y con su nariz metió sus ropas en la canasta al fondo del armario. —Él puede ponerse las suyas. Estas son mías.
Astrid las sacó. —Vamos, Sasha, sé amable. No tiene ropas aquí y las que lleva puestas están harapientas.
—¿Y?
Ella buscó entre los pantalones y las camisas, deseando poder verlas. —Eras tú el que se quejaba de tener que mirar a un hombre desnudo. Pensé que preferirías ver alguna ropa sobre él.
—También me quejo acerca del hecho que tengo que orinar afuera y comer en recipientes, pero no te veo dejándome usar el cuarto de baño o la vajilla estando él alrededor.
Ella negó con la cabeza. —¿Podrías parar? Te quejas como una vieja —. Recogió un suéter pesado.
—No –protestó Sasha. —No el suéter Borgoña. Ese es mi favorito.
—Sasha, te lo juro. ¡Eres tan caprichoso!
—Y ese es mi suéter. Devuélvelo.
Ella se levantó para llevárselo a Nicholas.
Sasha la siguió, quejándose todo el camino.
—Te compraré uno nuevo, —prometió ella.
—No quiero a uno nuevo. Quiero "ese".
—No lo estropeará.
—Sí lo hará. Mira sus ropas. Están arruinadas. Y no quiero que su cuerpo toque algo que yo uso. Lo contaminará.
—Oh, Dios mío, Sasha. No seas niño. Tienes cuatrocientos años de edad y estás actuando como un cachorro. No es como si tuviera piojos o algo.
—¡Sí los tiene!
Ella miró encolerizadamente hacia su pierna donde lo podía sentir. Él agarró el suéter con sus dientes y se lo sacó de las manos.
—¡Sasha! —ella chasqueó en voz alta, corriendo tras él. —Dame ese suéter o juro que te veré castrado.
El lobo corrió a través de la casa.
Astrid fue tras él tan rápido como podía. Confiaba en su memoria respecto de donde estaban las cosas.
Alguien había movido la mesa de café. Siseó cuando su pierna se golpeó con la esquina de esta y perdió el equilibrio. Extendió la mano para refrenarse, pero solo sintió el mantel deslizarse. Se inclinó bajo su peso.
La parte superior de vidrio cayó de costado, echando a volar las cosas.
Algo golpeó su cabeza y se hizo pedazos.
Astrid se congeló, asustada de moverse.
No sabía qué había roto, pero el sonido había sido inconfundible.
¿Dónde estaba el vidrio?
Su corazón martillaba, maldijo su ceguera. No se atrevía a moverse por miedo de cortarse.
—¿Sasha? —preguntó.
Él no contestó.
—No te muevas —. La voz dominante, profunda de Nicholas tembló por su columna vertebral.
La siguiente cosa que supo fue que dos brazos fuertes la levantaban del piso con una facilidad que era verdaderamente aterradora. La acunó contra un cuerpo que era roca dura y carne fibrosa. Uno que se ondeaba con cada movimiento que él hacia mientras la guiaba fuera de la sala.
Ella le puso los brazos alrededor de sus anchos, masculinos hombros, que se endurecieron en reacción a su contacto. Su respiración cayó contra su cara, haciendo que su cuerpo entero se derritiese.
—¿Nicholas? —preguntó tentativamente.
—¿Hay alguien más en esta casa que te pueda cargar, del cual necesito saber su existencia?
Ignoró su comentario sarcástico mientras la llevaba a la cocina y la colocaba sobre una silla.
Ella perdió su calor instantáneamente. Le produjo un dolor extraño en el pecho que ni esperaba ni entendía.
—Gracias —dijo ella quedamente.
Él no respondió. En lugar de eso, lo oyó salir del cuarto.
Unos minutos más tarde, regresó y echó algo en el basurero.
—No sé que le hiciste a Scooby — dijo con tono casi normal, —pero ésta en una esquina echado sobre un suéter y no deja de gruñirme.
Ella ahogó el deseo de reírse ante esa imagen. —Está siendo malo.
—Sí, pues bien, de donde vengo, le pegamos a las cosas que son malas.
Astrid frunció el ceño ante las palabras y la emoción subyacente que dejaba traslucir. —Algunas veces entender es más importante que castigar.
—Y algunas veces no lo es.
—Tal vez –murmuró ella.
Nicholas dejó salir el agua en el fregadero. Sonó como si se estuviera lavando las manos otra vez.
Extraño, parecía hacer eso bastante seguido.
—Recogí todo los vidrios que pude encontrar — dijo por sobre el sonido del agua corriendo, —pero el florero de cristal sobre tu mesa se hizo añicos. Deberías usar zapatos allí por unos días.
Astrid estaba extrañamente tocada por sus acciones y su advertencia. Se levantó de la silla y cruzó el piso para parase al lado de él. Si bien no lo podía ver, lo podía sentir. Sentir su calor, su fuerza.
Sentir la cruda sensualidad del hombre.
Un temblor la atravesó y bajó por su cuerpo, seduciéndola con deseo y necesidad.
Una parte extraña suya ardía por alcanzar y tocar la piel suave y tostada que la llamaba con la promesa de un calor primitivo. Aún ahora recordaba como se veía su piel. La forma en que la luz jugaba en ella.
Ella quería atraer sus labios hacia los de ella y ver que sabor tenían. Ver si él podía ser tierno.
¿O sería rudo y violento?
Astrid debería escandalizarse por sus pensamientos. Como juez, se suponía que no podía tener este tipo de curiosidad, pero como mujer, no podía evitarlo.
Había pasado bastante tiempo desde que ella hubiera sentido deseo por un hombre. En lo más profundo había todavía una parte suya que quería encontrar la bondad en la que Acheron creía.
Eso no era algo que ella tampoco había querido hacer por siglos.
La bondad de Nicholas no tenía sentido. —¿Cómo supiste que te necesitaba?
—Oí el vidrio romperse y me imaginé que estabas atrapada.
Ella sonrió. —Eso fue muy dulce de parte tuya.
Presentía que él la estaba mirando. Su carne se calentó considerablemente ante el pensamiento. Sus pechos se endurecieron.
—No soy dulce, princesa. Confía en mí.
No, él no era dulce. Era duro. Espinoso y extrañamente fascinante. Como una bestia salvaje que necesitaba ser domesticada.
Si alguien alguna vez pudiera domesticar algo como él.
—Trataba de darte algunas ropas –dijo ella suavemente, tratando de recobrar el control de su cuerpo, el cuál parecía no querer responder al sentido común. —Hay más suéteres en el fondo de mi armario si quisieras tomarlos prestado.
Él se mofó mientras cerraba el agua y arrancaba una toalla de papel para secarse las manos. —Tus ropas no me quedarán, princesa.
Ella se rió. —No son mías. Pertenecen a un amigo.
Nicholas no podía respirar con ella tan cerca de él. Todo lo que tenía que hacer era reclinarse hacia abajo muy ligeramente y podría besar los labios ligeramente separados.
Estirarse, y la tocaría.
Lo que verdaderamente lo asustó era cuánto él quería tocarla. Cuánto quería presionar su cuerpo contra el de ella y sentir sus curvas suaves contra las duras líneas masculinas de él.
No podía recordar en toda la vida haber deseado algo así.
Cerrando los ojos, se torturó con una imagen de lo dos desnudos. De él poniéndola sobre la encimera delante de él a fin de poder follarla hasta hacerle estallara de deseo. De deslizarse adentro y afuera de su calor hasta estar demasiado cansado para mantenerse de pie.
Demasiado sensible como para moverse.
Quería sentir el calor de su piel deslizándose contra la de él. Su respiración en su carne.
Sobre todo, quería su perfume en su piel. Para saber lo cómo se sentiría tener una mujer que no mostrara miedo o desprecio por él.
En todos estos siglos, nunca había tenido sexo con una mujer a la que no hubiera tenido que pagar. La mayoría de las veces ni siquiera había tenido eso.
Había estado solo por tanto tiempo...
—¿Dónde esta ese amigo tuyo? —preguntó con voz extrañamente grave mientras pensaba en ella con otro hombre. Le dolía de un modo que no debería.
Sasha entró en el cuarto para clavar los ojos en ellos y ladrar.
—Mi amigo está muerto –dijo Astrid sin titubear.
Nicholas arqueó una ceja. —¿Cómo murió?
—Mmm, él tenía parvo.
—¿No es una enfermedad que le da a los perros?
—Sí. Fue trágico.
—¡Oye! –le dijo Sasha a Astrid. —Estoy resentido por eso.
—Compórtate o te daré parvo.
Nicholas se alejó de ella. —¿Lo extrañas?
Ella miró en la dirección del ladrido de Sasha. —No, no realmente. Era una molestia.
—Te mostraré lo que es una molestia, ninfa. Sólo espera.
Astrid refrenó una sonrisa. —Entonces, ¿estas interesado en las ropas? —le preguntó a Nicholas.
—Seguro.
Ella lo condujo a su cuarto.
—Eres tan malvada —Sasha gruñó. —Sólo espera. Haré que te arrepientas de esto. ¿Sabes de ese confort al que estas aficionada? Está frito. Y yo no volvería a usar mis zapatillas si fuera tú.
Ella lo ignoró.
Nicholas no habló mientras lo llevaba a su habitación, la cual estaba decorada con suaves tonos de rosa. Era todo femenino y suave. Pero era el perfume en el aire lo que lo hizo arder.
Rosas y madera ahumada.
Olía como ella.
Ese perfume lo puso tan duro y rígido, que lo hizo doler. Su pene se estiró contra la áspera cremallera, rogándole que hiciera algo aparte de mirarla.
Contra su voluntad, su mirada permaneció fija en la cama. Podía imaginarla yaciendo dormida allí. Sus labios separados, su cuerpo relajado y desnudo...
El cobertor rosa pálido envuelto alrededor de sus piernas desnudas.
—Aquí tienes.
Tuvo que arrastrar su mirada de la cama al armario.
Ella se hizo para atrás para darle acceso a las ropas de hombre, que estaban dobladas pulcramente, en una canasta de lavandería. —Puedes tomar lo que quieras.
Ahora había un doble sentido en esa declaración, si es que él alguna vez oyó uno. El único problema era que lo que más quería, definitivamente no estaba en el canasto.
Nicholas le agradeció, luego sacó un suéter negro de cuello vuelto gris que no debería ser muy pequeño para él. —Me cambiaré en mi habitación —dijo, preguntándose para qué se tomaba la molestia. A ella no le importaría si él dejaba la habitación o no. No era como si ella pudiera verlo o algo.
En casa él andaba medio desnudo la mayoría de las veces.
Pero eso no era civilizado, ¿no?
¿Desde cuándo eres civilizado?
Desde esta noche, parecía.
Sasha le ladró mientras salía del cuarto, luego el lobo entró corriendo al cuarto para ladrar a Astrid.
—Silencio, Sasha –dijo ella, —o te haré dormir en el garaje.
Ignorándolos, Nicholas se encaminó a su cuarto para ponerse las nuevas ropas.
Cerró la puerta y dejó a un lado la ropa mientras se quedaba parado sintiéndose muy raro. Era simplemente ropa lo que ella le ofrecía. Y refugio.
Una cama.
Comida.
Miró alrededor del elegante cuarto, costosamente provisto. Se sentía perdido aquí. Inseguro de sí mismo. Nunca en su vida había experimentado algo como esto.
Se sentía humano en este lugar.
Sobre todo, se sentía bienvenido. Algo que él nunca sintió con Sharon.
Como todos los demás que él había conocido durante los siglos, Sharon hacía lo que él le pagaba para hacer. Nada más, nada menos. Siempre sintió como si se estuviera entrometiendo cada vez que se acercaba a ella.
Sharon era formal y distante, especialmente después de que había ignorado el avance que ella le hizo. Siempre sintió que había una parte de ella que estaba asustada de él. Uno parte suya que lo vigilaba, especialmente cuando su hija estaba alrededor, como si ella esperara que se saliera de control con ellas o algo por el estilo.
Siempre se había sentido insultado por eso, pero bueno, él estaba tan acostumbrado a los insultos que se había desentendido del asunto.
Pero no se sentía así con Astrid.
Ella lo trataba como si fuera normal. Haciéndole olvidar fácilmente que no lo era.
Nicholas se vistió rápidamente y regresó a la sala donde Astrid estaba sentada, lateralmente sobre el sofá, leyendo un libro en Braille. Sasha estaba descansando en el sofá a sus pies. El lobo levantó la cabeza y clavó los ojos en él con lo que parecía ser odio en sus ojos gris lobuno.
Nicholas, había rescatado el cuchillo de la cocina, y agarró otro pedazo de madera.
—¿Cómo terminaste con un lobo como mascota? —preguntó, sentándose en la silla próxima al fuego a fin de que pudiera lanzar las virutas de madera en la chimenea.
No sabía por qué le habló. Normalmente, no se habría tomado la molestia, pero se sentía extrañamente curioso acerca de su vida.
Astrid se estiró para acariciar al lobo a sus pies. —No estoy realmente segura. Muy parecido a ti, lo encontré herido, lo traje y lo cuidé hasta que sanó. Ha estado conmigo desde entonces.
—Estoy sorprendido que te dejara domesticarlo.
Ella sonrió ante eso. —Yo, también. No fue fácil hacerlo que confiara en mí.
Nicholas pensó en eso por un minuto. –“Debes tener mucha paciencia. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo”.
La boca de Astrid se abrió sorprendida mientras Nicholas continuaba citando uno de sus pasajes favoritos. Ella no podía haber estado más estupefacta si él le hubiera lanzado algo. —¿Conoces a El Principito?
—Lo he leído una o dos veces.
Más que eso para poder citarlo tan infaliblemente. Astrid se reclinó otra vez para tocar a Sasha a fin de poder mirar a Nicholas.
Estaba sentado en diagonal a ella mientras tallaba. La luz del fuego jugaba en sus ojos de medianoche. El suéter negro abrazaba su cuerpo, y aunque una barba negra cubría su cara, estaba otra vez atónita de lo bien parecido que era.
Había algo casi relajante en él mientras trabajaba. Una gracia poética que guerreaba con la torsión cínica de su boca. Un aura mortífera que lo envolvía más apretado que sus jeans negros.
—Amo a ese libro –dijo ella quedamente. —Siempre ha sido uno de mis favoritos.
Él no habló. Estaba sentado allí con su pedazo de madera sostenido cuidadosamente en su mano en tanto sus largos dedos se movían con gracia sobre él. Ésta era la primera vez que el aire alrededor de él no parecía tan oscuro. Tan peligroso.
No lo llamaría tranquilo exactamente, pero no era tan siniestro como había sido antes.
—¿Lo leíste cuando eras niño? —le preguntó.
—No –dijo él quedamente.
Ella levantó la cabeza, observándolo mientras trabajaba.
Hizo una pausa, luego se giró para mirarla con ceño.
Astrid soltó a Sasha y se recostó.
Nicholas no se movió mientras los observaba a ella y su perro. Había algo muy extraño aquí: Cada instinto que tenía, se lo decía. Clavó los ojos en Sasha.
Si él no lo conociera mejor...
¿Pero por qué un were-wolf estaría en Alaska con una mujer ciega? Los campos magnéticos serían muy duros tanto para un Arcadio como para un Katagari, los cuales tendrían momentos difíciles tratando de mantener una forma consistente mientras los electrones en el aire destruían su magia.
No, no era probable.
Y aún así...
Corrió la mirada de ellos hacia el reloj pequeño sobre la repisa de la chimenea. Era casi las cuatro en la mañana. Para él todavía era temprano, pero no muchos humanos tenían su horario. —¿Siempre te quedas levantada hasta tan tarde, princesa?
—Algunas veces.
—¿No tienes un trabajo para el que necesitas levantarte?
—No. Tengo dinero de la familia. ¿Qué hay acerca de ti, Príncipe Azul?
La mano de Nicholas se aflojó ante sus palabras. Dinero familiar. Ella estaba aún más forrada de lo que había sospechado. —Debe ser agradable no tener que trabajar para vivir.
Astrid oyó la amargura en su voz. —¿No te gustan las personas que tienen dinero, no?
—No tengo prejuicios contra nadie, princesa. Odio a todo el mundo por igual.
Ella había oído eso acerca de él. Oído de Artemisa que él era grosero, rudo, no refinado, y que era el idiota más insoportable que Artemisa alguna vez hubiera conocido.
Viniendo de la Reina de los Insoportables, era bastante que decir.
—No contestaste mi pregunta, Nicholas. ¿Qué haces para ganarte la vida?
—Esto y aquello.
—¿Esto y aquello, huh? ¿Eres un vagabundo entonces?
—¿Si te dijera que sí, me harías ir?
Aunque su tono era parejo y sin emoción, ella sentía que él esperaba su respuesta. Que había una parte de él que quería que ella lo arrojara afuera.
Una parte de él que lo esperaba.
—No, Nicholas. Te lo dije, eres bienvenido aquí.
Nicholas dejó de tallar y clavó los ojos en el fuego, sus palabras lo hicieron temblar inesperadamente. Pero no eran las llamas lo que él veía, era su cara. Su voz dulce resonaba profundamente en su corazón, el cual él pensaba que había muerto hacía mucho tiempo.
Nadie alguna vez le había dado la bienvenida a ningún lugar.
—Podría matarte y nadie lo sabría.
—¿Me vas a matar, Nicholas?
Nicholas se sobresaltó mientras los recuerdos lo desgarraban. Se vio a sí mismo caminando entre los cuerpos en su pueblo devastado. La vista de ellos con sus gargantas sangrando, sus casas ardiendo...
Se suponía que los tenía que proteger.
En lugar de eso, los había matado a todos.
Y aun no sabía por qué. No recordó nada excepto la furia que lo había poseído. La necesidad que había sentido por sangre y expiación.
—Espero que no, princesa —él murmuró.
Levantándose, regresó a su cuarto y cerró la puerta.
Sólo esperaba que ella hiciera lo mismo.
Horas más tarde, Astrid escuchó la respiración pesada de Nicholas cuando se quedó dormido. La casa estaba quieta ahora, a salvo de su furia. El aire había perdido su aura diabólica y todo estaba calmo, tranquilo, excepto para el hombre, quien parecía estar en la angustia de una pesadilla.
Ella estaba exhausta, pero no tenía ganas de dormir. Tenía muchas preguntas en su cabeza.
Cómo deseaba poder hablar con Acheron acerca de Nicholas y preguntarle acerca del hombre que él creía que valía la pena salvar. Pero Artemisa había estado de acuerdo con esta prueba sólo si Acheron permanecía completamente fuera de ella y no hacía nada para influenciar el veredicto. Si Astrid trataba de hablar con Acheron, entonces Artemisa terminaría la prueba y mataría a Nicholas inmediatamente.
Debía haber otra manera para enterarse de algo de su invitado.
Ella miró a Sasha que estaba durmiendo como un lobo sobre su cama. Los dos se conocían desde hacía siglos. Era apenas un cachorro cuando su patria había firmado pelear con la diosa egipcia Bast contra Artemisa.
Una vez que la guerra entre las diosas terminó, Artemisa había demandado que se juzgara a todos los que habían peleado contra ella. Lera, la media hermana de Astrid, había sido enviada y había declarado a todos culpables, excepto a Sasha, quien había sido demasiado joven para ser responsabilizado por seguir el liderazgo de los otros.
Su propia manada se había vuelto contra él instantáneamente, pensando que los había traicionado por la absolución, si bien sólo tenía catorce años. En el mundo Katagaria, los instintos animales y las reglas eran supremas. La manada era un todo unificado y cualquiera que amenazaba a la manada era sacrificado, aún si era uno de ellos.
Casi lo habían matado. Pero afortunadamente, Astrid lo había encontrado y lo había cuidado hasta sanarlo, y aunque él verdaderamente odiaba a los dioses olímpicos, era usualmente tolerante, sino cariñoso con ella.
Él podía irse en cualquier momento, pero no tenía ningún lugar donde ir. Los Arcadios Were-Hunters lo querían muerto porque él una vez había estado con los Cazadores Katagaria que se habían vuelto en contra de los dioses olímpicos, y los Cazadores lo querían muerto porque pensaban que los había traicionado.
Su vida era precaria en el mejor de los casos, incluso ahora.
En aquel entonces, había sido una fiera y había estado aterrorizado de ser hecho pedazos por su gente.
Así siglos atrás, los dos habían formado una alianza que los beneficiaba a ambos. Ella evitaba que los demás lo mataran mientras era un cachorro y él la ayudaba cada vez que ella estaba sin ver.
Con el paso del tiempo, se habían hecho amigos y ahora Sasha permanecía con total lealtad hacia ella.
Sus poderes mágicos Katagari eran por lejos más fuertes que los de ella y él a menudo los usaba a su pedido.
Consideró eso ahora. Los Katagaria podían viajar a través del tiempo...
Pero sólo con limitaciones. No, ella necesitaba algo que garantizara que ella estaría aquí antes de que Nicholas se despertase.
En momentos como este, deseaba ser una diosa plena y no una ninfa. Los dioses tenían poderes que podían...
Ella sonrió ante el golpe de una idea.
—M'Adoc –dijo ella suavemente, convocando a uno de los Oneroi. Eran los dioses de los sueños que mantenían dominio sobre Phantosis, el reino de sombra entre el consciente y el subconsciente.
El aire alrededor de ella titiló con energía invisible, poderosa, que ella podía sentir mientras el Oneroi aparecía.
Midiendo cerca de 2 metros diez, M'Adoc la dejaba como una enana, algo que sabía por experiencia. Si bien ella no lo podía ver ahora mismo, sabía exactamente que aspecto tenía. Su pelo negro sería tan oscuro que apenas reflejaría la luz y sus ojos eran de un azul tan pálido que se verían casi incoloros y parecerían que resplandecían.
Como todos los de su tipo, él era tan bien parecido que para aquellos que podían ver, era difícil hasta poder mirarlo.
—Primita –dijo él con voz cargada de electricidad y seducción y falta de emoción ya que las emociones estaban prohibidas para los Oneroi. —Ha pasado tiempo. Al menos trescientos o cuatrocientos años.
Ella inclinó la cabeza asintiendo. —He estado ocupada.
Él se estiró para tocar su brazo a fin de que ella supiera dónde estaba parado. —¿Qué necesitas?
—¿Sabes algo acerca del Cazador Oscuro Nicholas? —. Los Oneroi eran a menudo los que curaban a los Cazadores Oscuros, tanto físicamente como mentalmente. Ya que los Cazadores Oscuros eran creados de personas que habían sido abusadas o violadas, un Dream Hunter era a menudo asignado para los recién creados Cazadores Oscuros para ayudarlos a cicatrizar mentalmente a fin de que pudieran funcionar en el mundo sin lastimar a otros.
Una vez que el Cazador Oscuro estaba sano mentalmente, el Dream Hunter lo llevaba a través del tiempo y lo ayudaba a cicatrizar físicamente dondequiera que estuviesen heridos. Ese era el motivo por lo que los Cazadores Oscuros sentían una necesidad sobrenatural de dormir cuando estaban heridos.
Sólo en los sueños era donde los Oneroi eran efectivos.
—Sé de él.
Ella esperó una explicación, pero cuándo no se la dio, preguntó, —¿Qué sabes?
—Que esta más allá de la ayuda que alguno de los nuestros pueda darle.
Ella nunca había escuchado una cosa así antes. —¿Nunca?
—Algunas veces un Skotos ha ido a él mientras dormía, pero sólo van a fin de poder tomar una parte de su furia para ellos. Es tan intensa que ninguno de ellos la puede aguantar por mucho tiempo antes de tener que partir.
Astrid quedó aturdida. Los Skoti eran apenas más que demonios. Eran los hermanos y las hermanas de los Oneroi, cazaban emociones humanas y las usaban a fin de poder sentir emociones otra vez. Si se los dejaba sin control, el Skoti era sumamente peligroso y podía matar a la persona que "trataban".
En lugar de apaciguar a Nicholas, una visita de uno de ellos sólo incrementaría su locura.
—¿Por qué es él así? ¿Qué prendió su furia?
—¿Qué importancia tiene? —M'Adoc preguntó. —Me informaron que ha sido marcado para morir.
—Prometí a Acheron que lo juzgaría primero. Sólo morirá si digo eso.
—Entonces deberías ahorrarte el trabajo y ordenar su muerte.
¿Por qué todo el mundo quería que Nicholas muriera? Ella no podía entender tal animosidad hacia él. No importa que el hombre actuara en la forma que lo hacía.
¿A alguien alguna vez le había caído bien?
Ni siquiera una vez en toda la eternidad M'Adoc había hablado tan severamente acerca de alguien. —No es como tú.
Ella le oyó inspirar profundamente mientras tensaba la mano en su hombro. —Un perro rabioso no puede ser salvado, Astrid. Es mejor para todos, incluido el perro, que sea eliminado.
—¿Shadedom sería preferible para vivir? ¿Estas tu demente?
—En el caso de Nicholas, lo sería.
Ella estaba consternada. —Si eso fuese cierto, entonces Acheron no sería compasivo con él y no me habría pedido que lo juzgara.
—Acheron no lo mata porque sería muy parecido a suicidarse.
Ella pensó en eso por un minuto. —¿Que quieres decir? No veo nada parecido entre ellos.
Ella tenía la impresión que M'Adoc indagaba su mente con la de él.
—Tienen mucho en común, Acheron y Nicholas. Cosas que la mayoría de la gente no puede ver o puede entender. Pienso que Acheron siente que si Nicholas no puede salvarse, entonces tampoco puede él.
—¿Salvarse de qué?
—De él mismo. Ambos hombres tienen tendencia a escoger su dolor. Ellos no lo escogen sabiamente.
Astrid sintió algo extraño al oír esas palabras. Una puñalada diminuta en su estómago. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Ella realmente sufría por ambos hombres.
Sobre todo, sufría por Nicholas.
—¿Cómo escogen su dolor?
M'Adoc se rehusó a explicarse. Pero bueno, lo hacía a menudo. Tratar con los dioses del sueño era sólo un nivel menos frustrante que tratar con un Oráculo.
—M'Adoc, muéstrame por qué Nicholas ha sido abandonado por todo el mundo.
—No creo que quieras...
—Muéstrame —ella insistió. Ella tenía que saber, y en lo más profundo sospechaba que no tenía mucho que ver con su trabajo como quería pensar. Su necesidad de saber se sentía más personal que profesional.
Su voz era completamente sin emoción. —Va contra las reglas.
—Cualquiera sea la repercusión, la soportaré. Ahora muéstrame. Por favor.
M'Adoc la hizo sentarse sobre la cama.
Astrid se recostó y le dio permiso al Dream Hunter que la sedujera para dormir. Había varios sueros que ellos podían usar para adormecer a alguien o podían usar la niebla de Wink, que era un dios menor del sueño.
El Oneroi así como también los otros dioses del sueño, por mucho tiempo habían usado a Wink y su niebla para controlar a los humanos.
No importa qué método escogían, los efectos de estos eran casi inmediatos para quienquiera que servían.
Astrid no estaba segura de que método usó M'Adoc con ella, pero antes de cerrar sus ojos se encontró flotando hacia el reino de Morfeo.
Aquí ella tenía vista aún mientras estuviera juzgando. Era el por qué siempre le había gustado soñar durante sus asignaciones.
M'Adoc apareció a su lado. Su belleza masculina era incluso más notable en este reino. —¿Estás segura de esto?
Ella inclinó la cabeza, asintiendo.
M'Adoc la dirigió a través de una serie de puertas en el hall de Phantosis. Aquí unos kallitechnis, o maestros del sueño, podían moverse a través de los sueños de cualquiera. Podían entrar en el pasado, en el futuro, o peregrinar a reinos más allá del entendimiento humano.
M'Adoc alcanzó una puerta e hizo una pausa. —Él sueña con su pasado.
—Quiero verlo.
Él vaciló como si debatiera consigo mismo. Finalmente, abrió la puerta.
Astrid entró primero. Ella y M'Adoc dieron un paso hacia atrás de la escena, lejos de cualquiera que pudiera verlos o sentirlos.
No era que realmente lo necesitaran, pero ella quería asegurarse de no interferir en el sueño de Nicholas.
Las personas que estaban soñando sólo podían ver al Oneroi o al Skoti en sus sueños cuando los dioses del sueño se los permitían. Ella no estaba segura si ella, como una ninfa, era invisible para Nicholas o no.
Ella miró alrededor en el sueño.
Lo que más la golpeó fue lo vívido que todo era. La mayoría de la gente soñaba con detalles imprecisos. Pero éste era claro como el cristal y tan real como el mundo que había dejado atrás.
Ella vio a tres niñitos congregados en un antiguo atrio romano.
Sus edades iban desde los cuatro a los ocho años, y todos tenían varas en sus manos y estaban riendo y gritando. —Saboréalo, saboréalo, saboréalo.
Un cuarto niño de alrededor de doce años pasó corriendo delante de ella. Sus ojos azules y cabellos negros eran espectaculares, y tenía un parecido notable con el hombre a quien ella había visto a través los ojos de Sasha.
—¿Es ese Nicholas?
M'Adoc negó con la cabeza. —Ese es su medio hermano, Marius.
Marius corrió hacia los demás.
—Él no lo hará, Marius –dijo otro niño antes de golpear con su vara lo que fuese que estuviera en la tierra.
Marius tomó la vara de la mano de su hermano y atizó el bulto sobre la tierra. —¿Qué ocurre, esclavo? ¿Eres demasiado bueno para comer desechos?
Astrid se quedó sin aliento al percatarse que había otro niño sobre el terreno. Uno que estaba vestido con ropa hecha jirones al cual estaban tratando de forzar a comer alimento podrido. El niño estaba doblado en posición fetal, cubriéndose su cabeza al punto que apenas se veía humano.
Los que tenían las varas siguieron atizándolo y golpeándolo. Pateándolo cuando no respondía a sus golpes o a sus insultos.
—¿Quiénes son todos estos niños? –preguntó ella.
—Los medio hermanos de Nicholas —. M'Adoc los señaló. —Marius, lo conoces. Marcus es el que esta vestido de azul con ojos café. Él tiene nueve años de edad, creo. Lucius es el bebé, quien recién tiene cinco años y está vestido de rojo. El de ocho años es Aesculus.
—¿Dónde esta Nicholas?
—Es el que está sobre la tierra con la cabeza cubierta.
Ella se sobresaltó, si bien había sospechado algo así. Para ser honestos, no podía quitar su mirada de él. Todavía no se había movido. No importa cuán duro lo golpeaban, no importa lo que le decían. Él yació allí como una roca inamovible.
—¿Por qué lo torturan?
Los ojos de M'Adoc estaban tristes, dejándola saber que él estaba extrayendo algunas de las emociones de Nicholas mientras observaba a los niños. —Porque pueden. Su padre era Gaius Magnus. Él gobernaba a todo el mundo, incluida su familia, con puño severo. Él era tan malo que mató a la madre de ellos porque ella le sonrió a otro hombre.
Astrid estaba horrorizada por las noticias.
—Magnus usaba a sus esclavos para ayudar a entrenar a sus hijos para la crueldad. Nicholas tuvo la desgracia de ser uno de sus chivos expiatorios y, a diferencia de los demás, no tuvo la suficiente suerte como para morir.
Ella apenas podía entender lo que M'Adoc le decía. Había visto bastante crueldad en su tiempo, pero nunca algo como esto.
Era inimaginable que tuvieran permiso de tratarlo así, especialmente cuando era de la familia.
—Dijiste que eran los medio hermanos de Nicholas. ¿Cómo es que él es un esclavo cuando ellos no lo son? ¿Ellos eran familiares a través de su madre muerta?
—No. Su padre engendró brutalmente a Nicholas con una de las esclavas griegas de su tío. Cuando Nicholas nació, su madre sobornó a uno de los sirvientes para sacar a Nicholas y exponerlo a fin de que muriera. El criado se apiadó del niño, y en lugar de matarlo, se aseguró que el bebé fuera con su padre.
Astrid miró hacia atrás al niño sobre el terreno. —Su padre no lo quiso, tampoco —era una afirmación de los hechos.
No había ninguna duda que nadie en este lugar quería al niño.
—No. Para él Nicholas era sucio. Débil. Nicholas podía tener su sangre en él, pero también cargaba la sangre de una esclava sin valor. Así que Gadus entregó a Nicholas a sus esclavos, quienes volcaron el odio por su padre sobre él.
Cada vez que uno de los esclavos o los sirvientes estaban enojados con el padre de Nicholas o sus hermanos, el niño sufría por eso. Creció como el chivo expiatorio de todo el mundo.
Ella observó como Marius agarraba a Nicholas por el pelo, y lo levantaba. Su respiración quedó atrapada en la garganta al ver la condición de la bella cara. No tenía más de diez años, estaba lleno de cicatrices tan feas que apenas parecía humano.
—¿Qué ocurre, esclavo? ¿No tienes hambre?
Nicholas no contestó. Tiró de la mano de Marius, tratando de escaparse. Pero no pronunció una sola palabra de protesta. Era como si supiese que era lo mejor o estuviese tan acostumbrado al abuso que no se tomó la molestia.
—¡Déjalo ir!
Ella giró al ver a otro niño de la edad de Nicholas. Como Nicholas, tenía ojos azules y cabellos negros, y tenía un fuerte parecido con sus hermanos.
El recién llegado se precipitó sobre Marius y lo forzó a soltar a Nicholas. Retorció la mano del niño mayor detrás de su espalda.
—Ese es Valerius —le informó M'Adoc. —Otro de los hermanos de Nicholas.
—¿Cuál es tu problema, Marius? –demandó Valerius. —No deberías atacar a los débiles. Míralo. Apenas puede estar parado.
Marius se contorsionó para liberarse de Valerius, y lo golpeó tirándolo al piso. —No tienes valor, Valerius. No puedo creer que lleves el nombre del abuelo. No haces más que deshonrarlo.
Marius se rió sarcásticamente como si rechazara la presencia del niño.
—Eres débil. Cobarde. El mundo pertenece sólo a aquellos que son lo suficientemente fuertes para tomarlo. No obstante te compadecerías también de los que son débiles para pelear. No puedo creer que vengamos del mismo vientre.
Los otros niños atacaron Valerius mientras Marius regresaba a Nicholas.
—Tienes razón, esclavo –dijo él, agarrando a Nicholas por el pelo. —No mereces un repollo. El estiércol es todo lo que mereces de comida.
Marius lo tiró hacia...
Astrid se salió del sueño, incapaz de soportar lo que sabía que iba a ocurrir.
Acostumbrada a no sentir nada por otras personas, ahora estaba abrumada por sus emociones. Ella realmente se estremeció de furia y dolor por él.
¿Cómo esto podía haber sucedido?
¿Cómo pudo aguantar Nicholas vivir la vida que había recibido?
En este momento, ella odió a sus hermanas por su parte durante la infancia de él.
Pero claro, ni aún los Destinos podían controlar todo. Ella sabía eso. Aún así, no alivió el dolor en su corazón por un niño que debería haber sido mimado.
Un niño que se había convertido en un hombre enojado, amargado.
¿Se podía esperar que él no fuera tan rudo? ¿Cómo alguien podía esperar que fuera de otra manera cuando todo lo que alguna vez le habían mostrado era desprecio?
—Te lo advertí –dijo M'Adoc mientras se unía con ella. —Por esto incluso los Skoti se niegan a visitar sus sueños. Tomando en consideración, que este es uno de sus recuerdos más apacibles.
—No entiendo cómo sobrevivió —murmuró ella, tratando de hacer que tuviera sentido. —¿Por qué no se suicidó?
M'Adoc la miró cuidadosamente. —Sólo Nicholas puede contestar a eso.
Él le dio un frasco pequeño.
Astrid clavó los ojos en el líquido rojo oscuro que tenía un gran parecido con la sangre. Idios. Es un suero inusual que era hecho por los Oneroi, que posibilitaba a ellos o alguien más, por un corto período de tiempo, convertirse en uno con el soñador.
Podía ser usado en los sueños para guiar y dirigir, para permitir que una persona que duerme pudiera experimentar la vida de otra persona a fin de poderlo entender mejor.
Sólo tres de los Oneroi lo poseían. M'Adoc, M'Ordant, y D'Alerian. Más a menudo lo usaban con los humanos para dispensar comprensión y compasión.
Un sorbo y ella podría estar en los sueños de Nicholas. Tendría total comprensión de él.
Ella sería de él.
Y sentiría todas sus emociones...
Era un enorme paso a dar. En lo más profundo sabía que si lo tomaba, entonces nunca sería la misma.
Y otra vez, podría encontrar que no había ninguna cosa más en Nicholas que la furia y el odio. Él muy bien podría ser el animal que los otros lo acusaban ser.
Un sorbo y ella sabría la verdad...
Astrid quitó el tapón y bebió del frasco.
Ella no sabía qué estaba soñando Nicholas en este momento, sólo esperaba que él hubiera seguido adelante del sueño del que había sido testigo.
Él había seguido.
Nicholas ahora tenía catorce años.
Al principio, Astrid pensó que su ceguera había regresado hasta que se dio cuenta de que veía a través de los ojos de Nicholas. O el ojo, más bien. El lado izquierdo de la cara dolía cada vez que trataba de parpadear. Una cicatriz había fundido la costra con su mejilla, haciendo que los músculos faciales dolieran.
Su ojo derecho, todavía funcionando, tenía una extraña neblina parecida a una catarata y le tomó unos minutos antes de que sus recuerdos se convirtieran en los de ella y así poder entender lo que le había sucedido.
Había sido golpeado tan brutalmente dos años antes por un soldado en el mercado, que el revestimiento de la córnea de su ojo derecho había sido gravemente dañado. Su ojo izquierdo había sido cegado varios años antes, por otra paliza, obra de su hermano Valerius.
Nicholas no era capaz de ver mucho más que sombras y borrones.
No es que a él le importase. Al menos así, no tenía que ver su propio reflejo.
Ni se preocupaba más por el desprecio en las miradas de las personas.
Nicholas caminó arrastrando los pies a través de una vieja calle, abarrotada en el mercado. Su pierna derecha estaba tiesa, apenas capaz de doblarse de todas las veces que había estado quebrada y no había sido acomodada.
Por eso, era algo más corta que su pierna izquierda. Tenía un modo de andar irritante que no le permitía moverse tan velozmente como la mayoría de la gente. Su brazo derecho estaba casi de la misma forma. Tenía poco o ningún movimiento en él y su brazo derecho estaba virtualmente inútil.
En su mano izquierda, agarraba firmemente tres quadrans. Monedas que no tenían valor para la mayoría de los romanos, pero que eran preciosas para él.
Valerius había estado enojado con Marius y había lanzado el bolso de Marius por la ventana. Marius había obligado a otro esclavo a recogerlas, pero tres quadrans habían quedado sin recoger. La única razón por lo que había sabido acerca de eso era porque lo habían golpeado en la espalda.
Nicholas debería haber entregado las monedas, pero si hubiera hecho el intento, Marius lo hubiera golpeado por eso. El mayor de sus hermanos no podía aguantar verlo y Nicholas había aprendido hacía mucho tiempo a quedarse tan lejos de Marius como podía.
Por lo que respectaba a Valerius...
Nicholas lo odiaba más que a todos. A diferencia de los demás, Valerius trató de ayudarlo pero cada vez que Valerius había tratado de hacer eso, habían sido atrapados y el castigo de Nicholas se había incrementado.
Como el resto de su familia, odiaba el corazón blando de Valerius. Era mejor que Valerius lo insultara como hacían los demás. Por que al final, Valerius se veía forzado a lastimarlo más aún para probar a todos que no era débil.
Nicholas, siguió el perfume de pan horneado, cojeó hasta la panadería. El perfume era maravilloso. Caliente. Dulce. El pensamiento de degustar un pedazo hacía que sus latidos se aceleraran y su boca se hiciera agua.
Él oyó a las personas maldecirlo mientras se acercaba. Vio sus sombras alejarse a toda prisa de él.
No le importaba. Nicholas sabía qué tan repulsivo era. Se lo habían dicho desde la hora de su nacimiento.
Si tuviese alguna vez una opción, se habría dejado a sí mismo también. Pero como era, él estaba clavado en este cuerpo cojo y lleno de cicatrices.
Sólo deseaba ser sordo además de ciego. Entonces así no tendría que oír los insultos.
Nicholas se acercó a lo que pensó podría ser un joven, parado con una canasta de pan.
—¡Sal de aquí! —le gruñó el joven.
—Por favor, señor, —dijo Nicholas, asegurándose de mantener su borrosa mirada sobre el suelo. —He venido a comprar una rebanada de pan.
—No tenemos nada para ti, miserable.
Algo duro lo golpeó en la cabeza.
Nicholas estaba tan acostumbrado al dolor que ni siquiera se sobresaltó. Trató de dar sus monedas al hombre, pero algo golpeó su brazo y soltó las preciosas monedas de su agarre.
Desesperado por un trozo de pan que fuera fresco, Nicholas cayó de rodillas para juntar el dinero. Su corazón martillaba. Miró de reojo como mejor pudo, tratando de encontrarlas.
¡Por favor! ¡Tenía que tener sus monedas! Nunca nadie le daría algo más y no había forma de saber cuando Marius y Valerius pelearían otra vez.
Buscó frenéticamente entre la suciedad.
¿Dónde estaba su dinero?
¿Dónde?
Sólo había encontrado una de las monedas cuando alguien lo golpeó en la espalda con lo que parecía ser una escoba.
—¡Vete de aquí! –gritó una mujer. —Ahuyentas a nuestros clientes.
Demasiado acostumbrado a las palizas para advertir los golpes de la escoba, Nicholas siguió buscando sus otras dos monedas.
Antes de que las pudiera encontrar, fue pateado duramente en las costillas.
—¿Eres sordo? –preguntó un hombre. —Vete de aquí, pordiosero despreciable, o llamaré a los soldados.
Esa era una amenaza que Nicholas tomó en serio. Su último encuentro con un soldado le había costado su ojo derecho. No quería perder la poca vista que le habían dejado.
Su corazón dio bandazos mientras recordaba a su madre y su desprecio.
Pero más que eso, recordaba como había reaccionado su padre una vez que lo habían devuelto a casa después de que los soldados hubieron terminado de golpearlo.
El castigo de su padre había hecho que el de ellos pareciera compasivo.
Si era descubierto en la ciudad otra vez, no había palabras para decir lo que su padre haría. No estaba autorizado para estar fuera de los terrenos de la villa. Y mucho menos el hecho que tenía tres monedas robadas.
Bueno, sólo una ahora.
Agarrando su moneda apretadamente, deambuló lejos del panadero tan rápido como su cuerpo destrozado se lo permitía.
Mientras atravesaba el gentío, sintió algo mojado en su mejilla. Lo apartó sólo para descubrir sangre allí.
Nicholas suspiró cansadamente mientras se tocaba la cabeza hasta que encontró la herida por encima de la frente. No era demasiado profunda. Sólo lo suficiente para estar lastimado.
Resignado por su lugar en la vida, pasó la mano sobre eso.
Todo lo que quería era pan tierno. Sólo un pedazo. ¿Era pedir demasiado?
Él miró alrededor, tratando de usar su nariz y vista poco definida para encontrar a otro panadero.
—¿Nicholas?
Él se aterrorizó ante el sonido de la voz de Valerius.
Nicholas trató de correr a través del gentío, hacia la villa, pero no llegó muy lejos antes de que su hermano lo atrapase.
El agarre fuerte de Valerius lo inmovilizó.
—¿Qué haces aquí? —demandó, sacudiendo el brazo dañado de Nicholas rudamente. —¿Tienes idea de qué te ocurriría si uno de los otros te encontrase aquí?
Por supuesto que la tenía.
Pero Nicholas estaba demasiado asustado para contestar. Su cuerpo entero se estremecía por el peso de su terror. Todo lo que podía hacer era escudar su cara de los golpes que estaba seguro comenzarían de un momento a otro.
—Nicholas, —dijo Valerius con la voz espesa de aversión. —¿Por qué no puedes hacer alguna vez lo que se te dice? Juro que debes disfrutar ser golpeado. ¿Por qué si no harías las cosas que haces?
Valerius lo agarró apenas por su hombro dañado y lo empujó hacia la villa.
Nicholas tropezó y cayo.
Su última moneda saltó de su agarre y rodó por calle.
—¡No! —dijo Nicholas jadeando, gateando tras ella.
Valerius lo atrapó y tiró de él para pararlo sobre sus pies. —¿Qué está mal contigo?
Nicholas observó a un niño poco definido recoger su moneda y escabullirse. Su estómago se cerró con fuerza ante el dolor del hambre; estaba completamente derrotado.
—Solo quería una rebanada de pan, —dijo él, su corazón estaba quebrado, sus labios estremeciéndose.
—Tienes pan en casa.
No. Valerius y sus hermanos tenían pan. Nicholas era alimentado con los residuos que ni aún los otros esclavos o los perros comían.
Por una sola vez en su vida, quería comer algo que fuera fresco y sin haber sido saboreado por alguien más.
Algo que nadie hubiera escupido.
—¿Qué es esto?
Nicholas se encogió de miedo ante la voz que retumbaba y que siempre lo traspasaba como vidrios haciéndose pedazos. Se echó atrás, tratando de hacerse invisible al comandante que estaba sentado en el caballo, sabiendo que era imposible.
El hombre veía todo.
Valerius se veía tan aterrorizado como Nicholas. Como siempre al dirigir la palabra a su padre, el joven tartamudeó. –Yo-yo e-estaba...
—¿Qué hace el esclavo aquí?
Nicholas dio un paso hacia atrás mientras los ojos de Valerius se agrandaban y tragaba saliva. Era obvio que Valerius buscaba una mentira.
—No-nos-nosotros íbamos al mer-mercado –dijo Valerius rápidamente.
—¿Tu y el esclavo? —el comandante preguntó incrédulamente. —¿Para Qué? ¿Querías comprar un látigo nuevo con el que golpearlo?
Nicholas oró para que Valerius no mintiera. Siempre era peor para él cuando Valerius mentía para protegerlo.
Si sólo se atreviera a decir la verdad, pero él había aprendido hacía mucho tiempo que los esclavos nunca hablaban a sus superiores.
Y él, más que los demás, nunca tuvo permiso para dirigir la palabra a su padre.
—B-B-bien...
Su padre gruñó una maldición y dio una patada a la cara de Valerius. La fuerza del golpe derribó a Valerius, al lado de Nicholas, con la nariz vertiendo sangre.
—Estoy harto de la forma que lo proteges —. Su padre desmontó del caballo y saltó hacia Nicholas, quien se puso de rodillas y cubrió su cabeza, en espera de la paliza que debía venir.
Su padre le dio una patada en las costillas lastimadas. —Levántate, perro.
Nicholas no podía respirar del dolor en su costado y del terror que lo consumía.
Su padre lo pateó otra vez. —Arriba, maldito.
Nicholas se forzó a sí mismo a pararse aunque todo lo que quería hacer era correr. Pero había aprendido hacía mucho tiempo a no hacerlo. Correr sólo empeoraba el castigo.
Así es que se paró allí, afirmándose para los golpes.
Su padre lo agarró por el cuello, luego giró hacia Valerius, quien estaba ahora de pie. Agarró a Valerius por sus ropas y le gruñó. —Me disgustas. Tu madre era tan puta que me hace preguntarme qué cobarde te engendró. Sé que no vienes de mí.
Nicholas vio un destello de dolor en los ojos de Valerius, pero rápidamente lo camufló. Era una mentira común que su padre pronunciaba siempre que estaba enojado con Valerius. Uno sólo tenía que mirar a ambos para saber que Valerius era tanto su hijo como lo era Nicholas.
Su padre lanzó a Valerius lejos de él y arrastró a Nicholas por el pelo hacia un puesto.
Nicholas quería colocar sus manos encima de la de su padre para que su agarre no lo lastimara tanto, pero no se atrevió.
Su padre no podía soportar que lo tocara.
—¿Eres un vendedor de esclavos? –preguntó su padre.
Un hombre mayor se paró frente a ellos. —Sí, Su Señoría. ¿Le puedo interesar en un esclavo hoy?
—No. Quiero venderle uno.
Nicholas abrió la boca al entender lo que ocurría. El pensamiento de partir de su casa lo aterrorizaba. Tan malas como eran las cosas, había oído bastantes historias de otros esclavos para saber que la vida podría empeorársele significativamente.
El viejo vendedor de esclavos miró a Valerius alegremente.
Valerius dio un paso atrás, su cara estaba pálida.
—Es un niño bien parecido, Su Señoría. Puedo obtener una buena tarifa por él.
—No él –gruñó el comandante. —Este.
Él dio un empujón a Nicholas hacia el tratante de esclavos que curvó su labio con repugnancia. El hombre se cubrió la nariz. —¿Es esto una broma?
—No.
—Padre...
—Mantén tu lengua, Valerius, o tomaré la oferta que hace por ti.
Valerius dio una mirada compasiva a Nicholas, pero sabiamente se quedó en silencio.
El vendedor de esclavos negó con la cabeza. —Este no tiene valor. ¿Para qué lo usa usted?
—Como Chivo Expiatorio.
—Él es demasiado viejo para eso, ahora. Mis clientes quieren niños menores, atractivos. Este miserable no es adecuado para ninguna cosa excepto para rogar.
—Lléveselo y le daré dos denarios.
Nicholas quedo boquiabierto ante las palabras de su padre. ¿Él pagaba a un tratante de esclavos por tomarlo? Tal cosa no tenía precedente.
—Lo tomaré por cuatro.
—Tres.
El tratante de esclavos inclinó la cabeza. —Entonces por tres.
Nicholas no podía respirar mientras sus palabras resonaban dentro de él. ¿Valía tan poco que su padre se había visto forzado a pagar para liberarse de él? Aún el más barato de los esclavos valía dos mil denarios.
Pero no él.
Él era tan sin valor como todo el mundo había dicho.
No era extraño que todos lo odiaran.
Observó como su padre pagaba al hombre. Sin otra mirada hacia él, su padre agarró a Valerius por el brazo y lo arrastró afuera.
Una versión menor del tratante de esclavos entró en su vista poco definida y exhaló repulsivamente. —¿Qué haremos con él, Padre?
El vendedor de esclavos probó las monedas con sus dientes. —Envíalo adentro a limpiar el pozo ciego para los otros esclavos. Si él muere de alguna enfermedad, ¿a quien le importa? Mejor que él limpie, en vez de algún otro que realmente podríamos vender y obtener una ganancia.
El hombre joven sonrió ante eso.
Usando una vara, aguijoneó a Nicholas hacia el establo. —Vamos, rata. Déjame mostrarte tus nuevas obligaciones.
Astrid se despertó del sueño con su corazón martillando. Ella yacía en su cama, rodeada por la oscuridad a la que estaba acostumbrada, mientras el dolor de Nicholas la inundaba.
Nunca había sentido tanta desesperación. Tal necesidad.
Tal repugnancia.
Nicholas odiaba a todo el mundo, pero sobre todo, se odiaba a sí mismo.
No era extraño que el hombre estuviera demente. ¿Cómo podía haber vivido con tal sufrimiento?
—¿M'Adoc? —murmuró.
—Aquí —se sentó a su lado.
—Déjame algo más del suero para mí y suero de Loto, también.
—¿Estás segura?
—Sí.
"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
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