"Un año de Lluvia" (Nick & Tú)

Capítulo III
(Primera Parte)
Ninguna persona merece tus lágrimas, y quien se las merezca no te hará llorar.
García Marquez

Ese día comenzó a llover desde temprano y al parecer llovería hasta tarde, Miré por la ventana. Abajo solo veía paraguas caminar, como si no tuviesen dueños, como si hubiesen invadido la ciudad.
Sonreí al pensar eso. Me reí de mi misma, muchas veces tenía pensamientos que muchas personas tomarían como absurdos, lunáticos. Pero jamás me agradó ser igual a los demás, siempre amé ser diferente.
En algún momento intenté parecerme a la masa predominante, pero al poco tiempo descubrí que jamás lo lograría y que además lo odiaba.
Dejé de mirar por la ventana y me concentré en mi PC, había tres palabras tecleadas en la página de Word, no lograba más que eso, estaba totalmente bloqueada. Cada cosa que escribía y volvía a leer detestaba.
Cerré los ojos y como siempre pensé, imaginé recreé en mi mente una escena que pudiera ayudarme y de inmediato me encontré con el rostro del él. Del niño actor, de aquel que estaba realmente bueno, y que en realidad no podía sacar de mi cabeza de ninguna manera. Hasta en las noches creía oír su vocecita suave y dulce. Veía sus sonrisas. Oía sus risas. Estaba definitivamente enloqueciendo, como lo hacía con todos.
Recordé la escena en el restaurante al que fui con Liam, lo recordé y me entró demasiada curiosidad.
Me paré de allí.
Me bañé.
Me cambié.
En realidad no sabía a donde iba y a que iba solo sabía que tenía ganas de encontrarlo, verlo, admirarlo, ojearlo. Miré mi reloj de pulsera, era demasiado temprano para ir al teatro. Y no tenía su número, ni su e-mail…
Agradecí a la cibernética que existiera FaceBook. Y agradecí también ser una desorganizada y desordenada.
Busqué en el abrigo que llevaba esa tarde cuando fuimos con Liam a ver la obra, el día que me rescato de mi insipiente depresión. Lo hallé y rebusqué en los bolsillos, encontré la bendita entrada y cerré los ojos deseando que esté allí su nombre.
Abrí los ojos y miré… Me encontré con que justo debajo del nombre de la obra, en letras casi más grandes que las del mismo titulo había escrito…”Nicholas Jonas”, algo me dijo, ese es… no sé por qué pero pensé que ese nombre iba a con él a la perfección, luego recordé el restaurante…”Adam Jonas” el dueño, y también recordé lo que él me había dicho, que estaba solo en el país entero. Aquello que había creído en ese momento, pero me huele a mentira ahora mismo. Si, como siempre imaginé un montón de razones por las cuales él no me había querido decir que tenía un pariente en el país, o por que me había mentido diciéndome que estaba solo. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, inmediatamente decidí borrar aquello de mi cabeza y me aproximé con las manos temblando a la computadora ¿Por qué estaba tan nerviosa? Cuando tengo que hablarle frente a frente no tengo ni un pelo en la lengua y ahora se me da por temblar de los nervios.
Creo que en realidad el miedo es a no encontrarlo y quedarme con las ganas de hablar con él. O encontrarlo y que no esté conectado. Eran sumamente probables las dos opciones. Si esto fuer aun película romántica y no mi vida, seguramente lo iba a encontrar… Pero… justamente, era mi vida.
Me senté… Cerré los ojos dos minutos. No sé porque siempre tuve esa manía de pensar que si cerraba los ojos y los abría las cosas cambiarían, muchas veces cerré los ojos y apreté los parpados esperando que algo cambiara y nada.
Entonces entré a la página y tecleé el nombre.”Nic….” De inmediato apareció “Nick Jonas” Con el cursor del ratón y demasiado miedo presioné en nombrecito en la pantalla.
Envié la solicitud de “amistad”… amistad, era una palabra que solo usaba para referirme a Liam… pero lo hice.
El tiempo no pasó lo suficientemente rápido como yo hubiese querido, él no respondió la solicitud de amistad, si es que ese era él. Tal vez porque no se había conectado en ese momento, o tal vez porque no quería, pero yo me apresuré a convencerme de la primera opción, porque era la que menos dolía.
En algún momento el ruidito que produce el chat de Facebook sonó y miré hacia el pequeño rectangulito pintado de azul que ponía Liam Rick

>>Liam Rick:
Hola, nena. Adivino: acabas de agregar a ricitos y no puedes esperar a que responda.
>>Yo:
Hola “nene”. No adivinas nada…
>>Liam Rick:
Hmm
>>Yo:
Bueno, si adivinas
Contento?
>>Liam Rick:
Te quiero.
>>Yo:
Yo a ti.
>>Liam Rick:
Quieres salir? Tal vez lo encuentras.
>>Yo:
Si, sácame de aquí o terminaré regresando en el tiempo, y volviéndome loca.
>>Liam Rick:
En quince minutos estoy ahí abajo.
>>Yo:
Ya pasaron dos minutos.
>>Liam Rick:

Ahí voy en camino. Te quiero, nos vemos.
Una tarde con Liam puede levantarle el ánimo a cualquiera, incluso puede salvar vidas, siempre le digo que él se equivocó de carrera, que en realidad se tendría que haber convertido en “acompañante terapéutico de solteras desesperadas” hubiese sido una gran contribución a la sociedad y además una buena manera de ganar dinero, demás de ser original y divertido, pero solo he obtenido una carcajada como respuesta… y me dice que él no necesita ni dinero, ni diversión, para eso me tiene a mi, lo que aún no sé si es que me tiene por el dinero o la diversión. En fin, sea cual sea la cosa tener la compañía de un amigo como él es algo grandioso y desafortunadamente imposible de agradecer.
-Te amo Liam.
-Solo estás acostumbrada a mi…-Sonríe-y yo si te amo.
-Si fueras hetero me casaría contigo.
-Si fuera hetero me casaría contigo.-Lo abrazo, no mucho, porque cuando lo abrazo por demasiado tiempo tiende a pensar que estoy triste y hoy no lo estoy, al menos.
La tristeza en mi solo puede descubrirla él, es un detective de los sentimientos, al menos conmigo, jamás se le escapa nada, él entiende la diferencia entre estar bien, y estar tranquila, entre estar mal y “podría estar mejor”, él entiende muchas cosas que la mayoría de los hombres jamás entienden ni van a entender si siguen sintiendo con el tacto y pensando con la vista, para no usar otra expresión. Alguna vez, en el pasado me preguntaron si, al igual que en mis novelas, iba yo a encontrar un hombre de mi vida que fuera tan heroico y espectacular como esos que me había dedicado a imaginar e inventar con esmero, respondí que no sabía si yo era una princesa como para poder encontrar mi príncipe azul, ahora lo pienso y creo que fue la peor respuesta que he dado en mi vida, todas somos princesas y todas merecemos tener un príncipe azul, la cuestión ahora es si en realidad existen esos príncipes azules. Yo encontré uno, se llama William Rickford, lo malo es que él no puede enamorarse de mí.


Para cuando quise acordar habían pasado semanas de que no hablaba o pensaba en el actor, pasaba frente al teatro cuando al recordarlo sonreí, ver su gigantografía allí era un milagro para la vista de muchos, miré mi reloj y para mi suerte el horario me permitiría al menos, verlo salir, pero luego de media hora de espera él jamás apareció, salieron todos los actores, incluso la chica con la que bajaba las escaleras el primer día que lo vi, pero él nunca bajó. Llamé a Liam, no supe muy bien por qué, tal vez porque siempre que tenia una duda o problema lo llamaba.
-Eres muy dependiente de mi.-Dijo apenas contestó.
-Si, pero es que… eres irresistible.
-Lo sé. ¿Qué pasa hermosa?
-El chico de la obra, el actor… Nicholas, no está en su obra.
-¿Esta en tu casa?
-No…
-¿Entonces por qué me llamas?
-Pensé que podrías saber donde estaba.-Me quedé un momento en silencio, él también, ambos comprendimos el silencio, él comprendió mis emociones y yo lo advertí. Mi voz cambió de rumbo, comenzó a oírse diferente.
-No lo sé linda…. Tal vez tampoco es necesario que tu lo sepas.
-Te quiero, chau.-Corté y me senté nuevamente en esos escalones esperando a que apareciera, no supe por qué algo había echo click en mi mente, como si entendiera algo, algo que no me gustaba sentir, aquel chico no me gustaba, no… aquel chico estaba volviéndome loca, y eso era malo, hacía tiempo que un hombre no despertaba sentimientos en mi, claro, después de los centenares de veces que me habían roto el corazón eso era razonable. Entonces, en ese momento volví a pensar en que no era una princesa y tal vez él si era un príncipe y tal vez había demasiadas princesas esperándolo o buscándolo, después de todo desde el principio yo sabia que todo terminaría como en un principio, o como siempre, cada uno por su camino, era uno de esos chicos lindos que ves una vez en la vida, pero que no son para ti, porque solo fuiste un personaje extra en su cuento de hadas, no significas nada, la verdadera princesa espera en la torre de su castillo esperando a ser rescatada y a mi alrededor no había una mazmorra de castillo, ni dragones, y el príncipe, que ya me rescató tal vez se aventure en la búsqueda de otro príncipe perdido por allí para rescatar.
-No está, no vino hoy, creo que está enfermo.-Me dijo una voz un poco más arriba que yo, considerando, claro que yo estaba sentada y posiblemente esa voz no. Miré hacia arriba y me encontré con la chica, que había visto bajar supuestamente hace un momento.-Lo siento, por lo de la otra vez.-Aquello se contradecía por completo con las novias malas y brujas de todas las telenovelas, aprendía de a poco que no todo es como en los cuentos, pero mi mente se había detenido cuando había dicho enfermo, podría haber sido un simple resfriado, o un dedo roto, pero una extraña sensación me invadió, no era un preludio, ni un mal presentimiento, sino esa sensación que le da cualquiera cuando siente que te dicen que alguien que te gusta está enfermo, exceptuando a los que sienten indiferencia, claro.-Está en el hospital.-No era un resfrío, ni un dedo roto.
-Está bien…-No, no estaba bien-por lo del otro día-aclaré para eliminar malos entendidos.-¿y… sabes en que hospital está?-Mi corazón comenzó a latir con fuerza cuando asintió y su manera de hacerlo me dio a entender que no era nada buena la situación en la que se encontraba. Apretó la mandíbula.
-¿Quieres que te lleve?-Las situaciones a las que te enfrenta la vida a veces nos sacan de eje, las cosas que nos pueden llegar a suceder nunca son las que esperamos, ni mucho menos las que planeamos, tendríamos que comenzar a descreer muchas de las cosas que se dan por sentado. Mientras pensaba eso, de camino al auto, no alcancé a darme cuenta de que el cielo en ese día tenía un extraño color azulado, cuando me senté en la butaca del acompañante y descubrí gotitas sobre el parabrisas, y entonces decidí mirar hacia arriba, lo descubrí, el azul jamás me había parecido un color triste, siempre fue mi color favorito, pero hoy se sentía extraño, como todo desde el comienzo del día.
Llegamos frente a la clínica, pero ella no detuvo el motor. Agradecí y bajé, caminé hasta la puerta y ni una vez me pregunté que era lo que estaba haciendo, no tenía por qué hacer aquello, ni siquiera sabía demasiado de aquel chico, creía que me había mentido y ni siquiera sabía si era cierto que estaba aquí, podría ser una mentira de esta chica, pero no, nada de eso pasó por mi mente en ese momento, y lo agradezco, porque entonces no me hubiese enterado de muchas cosas.
-Habitación 95 A.-No me faltó velocidad ni agilidad para llegar rápidamente. Extrañamente nunca me preguntaron si era familiar, amiga o simplemente alguien que iba a asesinarlo (aunque la última era poco probable). Caminé por el pasillo, no duró demasiado, para mi suerte llegué pronto y no pensé demasiado, estaba segura de que Liam jamás me permitiría esto sabiendo que apenas conozco a este chico, por Dios, solo he hablado con él una vez. ¿Qué estaba haciendo?. Pero a la vez, menos mal que lo hice.
Estaba de espaldas, pero cuando escuchó la puerta abrirse volteó de a poco sobre su cama, como si aun se encontrara en estado de somnolencia, lo que vi, lo que pude deducir a primera vista me estrujó el corazón, sus dos muñecas estaba vendadas, su rostro era pálido, no había sonrisas ni miradas seductoras, solo había un gran agujero en su corazón, el que no pude ver de inmediato, solo logré localizarlo cuando me acerqué e intenté mirarlo a los ojos, porque él trató de evitarlo. Aquel príncipe estaba roto.

Capítulo III
(Segunda Parte)
Ninguna persona merece tus lágrimas, y quien se las merezca no te hará llorar.
-García Marquez

-No me gustan las visitas.- Susurró, no porque fuera su intención hacerlo, sino por el cansancio, la tristeza y la decepción que se hacía notorio en su voz.
-No he venido a visitarte entonces…-Me acerqué, tanto como pude a su cama, en un momento no pude hacerlo más, el dolor que sentía en el pecho no me dejó avanzar. Pero desde esa distancia pude confirmar lo que creía que él había echo.-¿Por qué lo hiciste?-Pregunté, como si tuviera derecho a hacerlo, como si él me tuviera que dar una explicación a mi, como si lo conociera de hace años, cuando apenas sabía su nombre, su edad y alguna mentira que me había dicho.
-No lo hice, fallé.-Fue su respuesta, y su rostro se nubló, todo en él quedó opaco, la habitación se oscureció levemente en ese momento, el cielo comenzaba a ponerse aún más oscuro. No hubo silencio, los truenos no nos permitieron quedarnos en completo y absoluto silencio, ni tampoco lo que sucedía fuera de la habitación o fuera del hospital. La lluvia comenzó a repiquetear contra los vidrios y un hilo de viento frío atravesó las rendijas que había entre las ventanas, fui un silbido continuo mientras ninguno de los dos hizo nada.- Sabía que era difícil que Liam no te lo dijera….-Comencé a sentirme demasiado confundida, era como un mal sueño, una pesadilla, quería despertar de inmediato.
-¿Liam?
-Tu amigo.
-¿Él lo sabía?-Pregunté y pude acercarme la distancia que me quedaba, él parecía igual de confundido que yo, tal vez más. Culpable.
-Lo siento…-El segundo, pero no el último, siempre me iba a costar demasiado quitarle esas palabras de la mente, siempre están a punto de caer de sus labios, y a la más mínima situación la culpa lo invade, aunque no la tenga, y esas palabras salen de sus labios.-Yo le pedí que no te dijera nada… Él me trajo aquí.

No comprendía nada. ¿Por qué Liam? ¿Qué tenía él que ver con todo esto? ¿Ellos ya se conocían? Solo sabía una cosa, Liam me había mentido cuando le había preguntado si sabía sobre él, hace escasos minutos. La vida estaba poniéndome a prueba, estaba mostrándome cosas que jamás había visto, que jamás había imaginado siquiera. Liam me había mentido porque el chico que acabo de conocer se lo había pedido. Tenía en claro que mi amigo no lo había echo por egoísta, o por una mala razón, sabía que él intentaba protegerme ¿Pero de qué?

Cuando volví a mirar al chico en la cama, con las lágrimas recorriéndole las mejillas, tan triste, supe que no podía haber nada malo que él me pudiera hacer, él jamás podría lastimar a alguien. Sí, era diferente a todos. Hasta me sentí culpable por juzgarlo, por meterlo en la misma bolsa que los demás.

Acaricié sus mejillas, con ambas manos, sequé sus lágrimas. Suspiré y me senté en su cama, a mirarlo, a tratar de comprenderlo, comprender un poco más su situación y la mía.
-Eres un misterio para mi.- No solo era un hombre diferente, también una persona totalmente diferente a las demás, lo sabía y apenas lo conocía.
-Tal vez deberías evitar descubrirme.
-Siempre que haya un tal vez no, existe un tal vez si.-Hubiese sonreído, lo habría intentado al menos. Al recordarlo, al tener que transportarme hasta ese momento me odio por no habler echo o dicho demasiadas cosas que quedaron flotando en el aire, en la nebulosa de las cosas que se dejan sin decir y que tendrían que haberse dicho justo en ese momento, porque esa era la oportunidad de hacerlo, no luego, no antes.

Había dicho que cuando una persona te mira a los ojos es porque es valiente, él no quería mirarme a los ojos en ese momento, no podía hacerlo, era como si no pudiera focalizar en nada, su mirada estaba perdida, en algún lugar, tal vez con aquellas palabras o acciones que no se hicieron o se dijeron, tal vez con las cosas que se pudieron evitar. Él estaba perdido, y no podía encontrarse. Descubrí, justo en ese momento, que no siempre las princesas debían ser las rescatadas, los príncipes también necesitan ser salvados, a veces. Él es valiente, siempre lo fue y lo será, pero en ese momento necesitaba dejar de serlo, para ser débil y frágil, para descansar, eso era lo que más deseaba.

Ese día me quedé con él. Nunca había pensado en hacer algo así. Quedarme en el hospital cuidando una persona que apenas conocía… No era algo que estaba en mi mente. Tal vez porque había desvalorado tanto a las personas, incluso a mi misma, me había etiquetado y encerrado en una bolsa con los demás que creía como yo. Había rotulado y enfrascado a los hombres en un recipiente todos juntos, como si todos fuesen iguales. Hombres. Mujeres superficiales. Mujeres románticas y patéticas. No era así… Estaba confundida. Escribía sobre algo en lo que no creía.

No hablamos, no dijo nada, ni tampoco dije nada. No era necesario hacerlo, no en ese momento. No dormí. No sé si el lo hizo, solo supe que cerró sus ojos, y los abrió cuando salió el sol, o bueno, la luz se escurrió entre la neblina e iluminó la oscuridad de la habitación. Pero, maravillosamente, cuando lo miré, cuando volví a descubrir sus ojos, algo hinchados-y por eso pequeños- un poco rojos, supe que habían vuelto a ser hermosos. Brillantes. Él me sonrió. No sabía si había sido un sueño, o cualquier otra cosa, pero me sentí… Demasiado, demasiado bien al verlo sonreír. No era una sonrisa seductora, ni siquiera era una sonrisa entera, era pequeña, no podía ver sus dientes, pero era real, tal vez la primera sonrisa real de todas las que me había regalado hasta el momento. Nunca quise olvidarla, la tomé, la envolví en celofán y la guardé junto a los recuerdos más hermosos que tengo.

Estiró su mano, movió sus dedos, y no tardé nada en tocarlos con los míos, en abrazar su mano con la mía. También le sonreí. Me miró a los ojos. Volvió a ser valiente.

Podría haberme preguntado que hacía allí, por qué me había quedado. Podría haberme obligado a irme, podría haberme dicho las razones por las cuales le había pedido a Liam que no me contara nada de lo que había pasado, pero si lo hubiese echo las cosas habrían sido totalmente diferentes.
-Quiero irme de aquí.- Asentí, me puse de pié mientras él se quitaba la cantidad de sueros y aparatitos conectados a su cuerpo. Se sentó en la cama. Parecía que todo le costaba el doble, estaba cansado, pálido, débil y herido. Me senté a su lado y lo ayudé a ponerse de pié, rodeé su cintura con mi brazo y él mis hombros con el suyo. Caminamos fuera de la habitación juntos.

Comenzó a reír a carcajadas y comencé a reír también. Único.

El taxi nos dejó frente a un edificio de color gris, aunque en ese momento no pude distinguir si era gris, o blando, todo se veía gris, por la niebla, apenas estaba saliendo el sol y estaba segura que detrás de las nubes, de la bruma, había un solo enorme y anaranjado queriendo asomarse en el horizonte. En la frontera entre lo real y lo irreal. Pagué, él no llevaba más que la horrible bata que le pusieron en el hospital y mi abrigo sobre los hombros. Se veía adorable de todos modos. Bajamos y caminamos hasta allí, hasta un tablero repleto de botones con números y letras, él presionó la que estaba apartada de todas, solitaria en una esquina. Una voz preguntó quien era y respondió.
-Jonas.-Sonó un chirrido y entonces supuse que tenía que empujar la enorme puerta blindex que estaba frente a nosotros, lo hice antes de que intentase hacerlo con sus muñecas vendadas, lastimadas. Ascensor. Quinto piso. Tercera puerta a la izquierda. El número en realidad es 34, pero el tres no está, parece haberse salido, y perdido, solo queda el cuatro y la sombra del tres. La puerta está abierta, él no necesitó llave para abrirla, más tarde descubriría que siempre estaban abiertas.

Se detuvo al estar dentro, al saber que había vuelto al mismo lugar en el que había decidido no estar en ningún lado de la tierra. Acaricié su espalda, lo miré desde mi altura, era un poco más alto que yo. Miré su perfil, él solo miraba al frente, miraba y pensaba en algo, algo que pudo ser muchas cosas, malas o buenas. Estaba todo oscuro, solo entraba la luz de afuera, apenas, entre las cortinas y en el suelo se dibujaban los recuadros de los vidrios repartidos de la ventana. Allí estábamos, él y yo.

-Veintiocho.-Me miró. Carcajeé y él también lo hizo.
-Lo adivinaste. Tengo veintiocho años.