When everything's made to be broken.

Viernes, 18 de Enero de 2013 — 02:34 A.M.

Han pasado exactamente 31 días desde que dejamos de ser el uno del otro. 21 días desde que vi tus ojos por última vez. 15 días desde que hablamos por última vez. Y no puedo dejar de pensar en ti. Dios, no puedo. No me malentiendan, puedo comer — a diferencia de la primera semana —, puedo reir, puedo pasar buenos momentos y malos momentos y no influenciarlos por ti, pero en el momento en que el reloj brama que las doce de la noche han llegado... dejo de ser de mi misma y paso a ser tuya, de nuevo.

Mis amigas no entienden. Me muestran los hechos, los explican una y otra vez y exponen su punto de vista, la manera en que intentan ayudar. 'Tu fuiste la que se busco todo esto. Tu fuiste la que tuvo la idea de mandar todo lejos y olvidarlo. ¿Por qué estás llorando?'. Y, por más que trate de encontrarle un motivo, tampoco puedo — la lista de cosas que ya no puedo hacer se ha vuelto alarmantemente larga en estos últimos días, ni te imaginas.

Supongo que para alguien que recién lleva leyendo esto, debería explicar, ¿no? No sé como salgan los hechos, no sé que tan nublado esté mi juicio y no hay alcohol cerca como para nublarlo un poco más, pero creo que tengo que hacer esto. Tengo que escribir sobre esto.

Un dieciséis de Octubre del año 2010 comenzé la que sería mi primera relación real. Tenía catorce años y empezaba a tantear terreno en lo que sería el mundo real. No tenía ni una sola idea de lo que era amor, ni de lo que significaba amar. Pero me decidí a darme la oportunidad a mi misma. Después de todo, no tenía nada que perder. Los primeros meses fueron extraños, ajenos, plásticos. No teníamos idea de lo que se suponía que teníamos que hacer, pero lo pasábamos bien, nos reíamos, nos queríamos, y, aunque aún no mutaba en amor, estábamos bien. Falta decir que me demoré más de un par de semanas en darle un beso de verdad.

Nadie tenía fe en nosotros. ¿Y quién la tendría? Era solo un amor juvenil. Hasta nosotros dos lo pensábamos asi. Pero el tiempo pasó, y nuestros sentimientos maduraron. No recuerdo la primera vez que le dije que lo amaba, pero si la última. Bueno, supongo que eso viene más adelante. El amor — el verdadero, ese que te hace comprar peluches gigantes en cumpleaños y suspirar cuando suenan las dos de la madrugada en el reloj de tu mesita de noche — empezó a aflorar en nosotros. Éramos completamente opuestos, él caliente y yo fría, él alegre y yo triste, él verano y yo invierno. Pero los opuestos se atraen y, Dios, la fuerza con la que nos atraíamos nosotros era descomunal.

Las estaciones fueron sucediéndose, y el primer año de nuestra relación llegó como una sorpresa para nosotros. ¿Cómo era posible que doce meses hubieran pasado tan rápido? Tan solo nos reímos y disfrutamos saber que nuestra relación era una de las pocas fuertes en un mar de gente que solo quiere besos por una noche. Fue en el segundo año en que todo cambió... comenzé a botar mis paredes una por una, y las que yo no tenía fuerza para doblegar, él tiraba hacia el suelo. Conoció lados de mi que no conocía nadie. Le mostre mi pasado, mi presente y mi futuro. Mis cortes , mis secretos, mis sueños, mis rarezas. Se lo mostré todo, y el hizo lo mismo conmigo. Nunca olvidare como se siente saber que alguien conoce todo tu libro, y, sin embargo, aún te ama.

Sin embargo, los problemas no eran ajenos a nosotros. Nuestras diferencias irreconciliables y mi exceso de celos hacían casi imposible convivir en paz. Y, aunque nos amábamos más que nadie, fue un arrebato el que me hizo perder la cabeza y tirar todo por la borda, sin nadie a mi lado que me dijera que lo pensara, que no tenía porque perderlo todo. Luego de dos años y dos meses siendo inseparables, de un momento a otro pasamos a ser extraños unidos por un montón de recuerdos en común.

He llorado. He gritado. He pataleado. Intenté arreglar las cosas — juro que lo hice, pero para ese entonces ya era muy tarde. Él no sabía lo que quería, no estaba seguro si aun me amaba. El corazón se me rompió tan rápido que juré oírlo. Esta tumba me la había cabado yo solita, en mis cavilaciones y mi eterna idea de que él esperaría por mi, que yo era el amor de su vida tal como él era el mio. Que tendríamos nuestro final de película, el que siempre veía hacerse realidad.

Pero nuestro final de película no llegó. El se levantó, sonríe, conoce mujeres que seguramente lo querrán más que yo. Y yo sigo arrastrándome detrás de las ínfimas posibilidades de que todo vuelva a ser como antes. Dicen que el primer amor no se olvida... ¿Cómo es que entonces me olvidaste tan rápido? Sufro por respuestas que sé que nunca obtendré.

Creo que eso es todo lo que tengo que decir... podría ahondar en el tema, pero son las 02:55 A.M y siento que los ojos se me cierran, no sé si por el sueño o por la pena. Si alguien sabe como termina esto, que me lo diga ya.

No lo soporto.

Sábado, 19 de Enero de 2013 — 03:05 A.M.

Hoy está de cumpleaños Logan Lerman, que bien podría ser el hombre más hermoso del mundo. Hoy no tengo sueño, y no puedo dormir, tampoco. Hoy escribí más de lo que había escrito en meses y las ideas llegaron y siguen llegando, aún a estas altas horas. Hoy hice nuevos amigos y sonreí.

Me pregunté muchas cosas, también. ¿Soy la única escritora a la que le da verguenza mostrar sus escritos? ¿La única mujer que desea hacer Café Helado cuando el calor amenaza con matar? ¿La única que sueña con morir y revivir luego de ver quien me va a visitar al hospital y suelta aunque sea una mísera lágrima por mi? No, no lo creo.

Hoy no es un día para escribir. Hoy es un día para reflexionar y tratar de responder. Y creo que eso es lo que haré ahora.