Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
¿Te acuerdas de mí? Joe y Tu Adaptación TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 1 de 3. • Comparte
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
¿Te acuerdas de mí? Joe y Tu Adaptación TERMINADA
BUENO CHICAS VENGO CON ESTA NUEVA NOVELA, ES UNA DE MIS FAVORITAS:
Prologo:
¿Nos conocemos?
______ Morgan se había enamorado del millonario hotelero Joseph Jonas cuando éste la había seducido en sus tierras a orillas del mar. Y de repente Joseph había desaparecido, obligándola a viajar a Nueva York en busca de respuestas. La amnesia selectiva que Joseph sufría desde el accidente de avión lo tenía perplejo. ¿Cómo había podido olvidar a una belleza tan explosiva como ______? La única solución era regresar a la isla donde se habían conocido y revivir las inolvidables noches hasta recordarlo… todo.
ESPERO QUE LES GUSTE :)
Prologo:
¿Nos conocemos?
______ Morgan se había enamorado del millonario hotelero Joseph Jonas cuando éste la había seducido en sus tierras a orillas del mar. Y de repente Joseph había desaparecido, obligándola a viajar a Nueva York en busca de respuestas. La amnesia selectiva que Joseph sufría desde el accidente de avión lo tenía perplejo. ¿Cómo había podido olvidar a una belleza tan explosiva como ______? La única solución era regresar a la isla donde se habían conocido y revivir las inolvidables noches hasta recordarlo… todo.
ESPERO QUE LES GUSTE :)
Última edición por kadita_lovatica el Lun 25 Feb 2013, 2:15 pm, editado 1 vez
kadita_lovatica
Capitulo 1
Capítulo Uno
Joseph Jonas había estado en situaciones peores antes y no tenía la menor duda de que aún sería peor en el futuro. Pero esas personas jamás sabrían que no guardaba ni un solo recuerdo de ninguna de ellas.
Contempló el concurrido salón de baile con malhumorada resignación mientras bebía a sorbos un insípido vino. La cabeza le latía con tal fuerza que sentía ganas de vomitar.
—Joe, ya has aguantado bastante —murmuró Devon Carter—. Nadie sospecha nada.
Joseph se giró para mirar a sus tres amigos: Devon, Ryan Beardsley y Cameron Hollingsworth cubriéndole protectoramente las espaldas. Así había sido desde la facultad, cuando no eran más que unos jóvenes decididos a destacar en el mundo de los negocios.
Habían ido a verlo al hospital, siendo ya víctima de ese enorme agujero negro en la memoria. Pero no se habían compadecido de él. Al contrario. Se habían portado como unos auténticos bastardos y siempre les estaría agradecido por ello.
—Por lo visto yo nunca me marcho temprano de una fiesta —observó Joe.
—¿Y a quién le importa lo que sueles hacer? —bufó Cam—. Es tu fiesta. Diles que…
—Son importantes socios de negocios, Cam —Ryan alzó una mano—. Necesitamos su dinero.
—¿Quién necesita un equipo de seguridad con vosotros tres cerca? —bromeó Joseph, agradecido por tener en quien confiar. Nadie más sabía lo de su pérdida de memoria.
—El hombre que se acerca es Quenton Ramsey tercero —susurró Devon al oído de su amigo—. Su esposa se llama Marcy. Ya ha accedido a participar en Moon Island.
Joseph asintió y se apartó ligeramente de la protección de sus tres amigos para saludar con una cálida sonrisa a la pareja que se aproximaba. Junto a sus socios había localizado el lugar perfecto para un complejo vacacional: una diminuta isla frente a la bahía de Galveston, en Texas. Las tierras le pertenecían y lo único que había que hacer era construir el hotel y mantener a los inversores contentos.
—Quenton, Marcy, qué alegría veros de nuevo. Marcy, permíteme decirte lo hermosa que estás esta noche. Quenton es un hombre afortunado.
Las mejillas de la mujer se sonrojaron mientras Joseph le besaba la mano.
Asintió con educación y fingido interés en la pareja, aunque le volvía a picar la nuca. Tenía la cabeza inclinada, como si estuviera atento a cada palabra que le decían, aunque su mirada vagaba por el salón buscando la causa de la inquietud que sentía.
Al principio le pasó desapercibida, pero rápidamente le llamó la atención una mujer que estaba de pie al otro lado del salón y que lo taladraba con la mirada.
Joseph no estaba seguro de por qué se sentía atraído por ella. Por regla general las prefería altas, de largas piernas y rubias. Se derretía ante los ojos azules y la piel pálida. Sin embargo, aquella mujer era pequeñita, incluso a pesar de los tacones, y su piel era de un suave tono oliváceo. El rostro quedaba enmarcado por una sedosa maraña de negros rizos que llegaban hasta los hombros y sus ojos eran del mismo color.
No la había visto en su vida. ¿O sí?
Maldijo el agujero negro de su memoria. No recordaba nada de las semanas anteriores al accidente que había sufrido cuatro meses atrás y tenía lagunas de otros períodos. Amnesia selectiva. Su médico había sugerido la existencia de algún motivo psicológico y a Joseph no le había gustado la insinuación. Él no estaba loco.
Sí recordaba a Dev, Cam y Ryan. Cada instante de la última década, los años en la facultad, los éxitos en los negocios. Recordaba a la mayoría de las personas que trabajaban para él, aunque no a todas, lo cual provocaba no pocas tensiones en la oficina, sobre todo cuando intentaba cerrar un negocio millonario.
En aquellos momentos no recordaba quién era la mitad de sus inversores y, a esas alturas, no podía permitirse perder a ninguno.
La mujer no le quitaba la vista de encima. Cuanto más lo miraba, más fría se volvía su mirada y más se cerraba la mano en torno al pequeño bolso.
—Disculpadme —murmuró él a los Ramsey, encaminándose hacia la misteriosa joven.
Su equipo de seguridad lo siguió de cerca. La mujer no fingió timidez y no apartó la mirada un solo instante. Tenía la barbilla alzada en un gesto desafiante.
—Disculpe, ¿nos conocemos? —preguntó Joseph con una voz tierna que normalmente resultaba muy eficaz con las mujeres.
Lo más probable era que dijera que no, o que mintiera descaradamente e intentara convencerle de que habían pasado una noche maravillosa en la cama. Lo cual era del todo imposible porque ella no era su tipo.
Pero la mujer no hizo nada de lo que él había esperado que hiciera. Y al levantar la vista hacia su rostro lo que vio fue ira.
—¿Que si nos conocemos? —susurró—. ¡Bastardo!
Antes de que él pudiera asimilar la reacción de la joven, recibió un derechazo que le hizo tambalearse hacia atrás mientras se llevaba una mano a la nariz.
—Hijo de…
No tuvo tiempo de preguntarle si se había vuelto loca, pues uno de sus guardas se interpuso entre ellos y, en medio de la confusión, la empujó a un lado haciendo que cayera al suelo. La mujer se llevó de inmediato una mano a los pliegues del vestido.
Y entonces lo vio. La tela había ocultado la curvatura de su barriga, ocultado el embarazo.
—¡No! —rugió Joseph—. Está embarazada.
Los guardas dieron un paso atrás y miraron perplejos a su jefe, mientras la mujer se ponía apresuradamente en pie. Salían chispas de sus ojos mientras corría por el pasillo, golpeando ruidosamente el suelo de mármol con los tacones.
Joseph miraba fijamente la figura que huía, muy sorprendido para hacer o decir nada. La última mirada que le había dirigido no había sido de ira ni de rabia. Lo que había visto era dolor, y lágrimas. Le había hecho daño a esa mujer, pero no sabía cómo ni por qué.
Y la siguió por el pasillo. Atravesó a la carrera el vestíbulo del hotel y, al llegar a las escaleras que conducían a la calle, vio un par de zapatos que resplandecía.
Se agachó y recogió las sandalias. Una mujer embarazada no debería llevar unos tacones tan altos. ¿Por qué demonios había salido corriendo? Parecía buscar un enfrentamiento, pero a la primera oportunidad había huido.
—¿Qué demonios ha pasado, Joe? —preguntó Cam al darle alcance.
Todo el equipo de seguridad, junto con Cam, Ryan y Devon lo había seguido hasta la calle y en esos momentos lo rodeaban con gesto de preocupación.
Joseph dejó escapar un suspiro de frustración antes de arrojar el par de sandalias a las manos de Ramon, el jefe de seguridad.
—Encontrad a la dueña de estos zapatos.
—¿Y qué quieres que haga con ella cuando la encuentre? —preguntó Ramon.
—No tienes que hacer nada —Joseph sacudió la cabeza—. Sólo infórmame. Yo me encargaré.
—No me gusta, Joe —anunció Ryan—. Existe la posibilidad de que se haya filtrado a la prensa lo de tu pérdida de memoria.
—Cierto —Joseph asintió lentamente—. Sin embargo, hay algo en ella que me perturba.
—¿La has reconocido? —Cam enarcó las cejas—. ¿La conoces?
—No lo sé —Joseph frunció el ceño—. Pero voy a averiguarlo.
Joseph Jonas había estado en situaciones peores antes y no tenía la menor duda de que aún sería peor en el futuro. Pero esas personas jamás sabrían que no guardaba ni un solo recuerdo de ninguna de ellas.
Contempló el concurrido salón de baile con malhumorada resignación mientras bebía a sorbos un insípido vino. La cabeza le latía con tal fuerza que sentía ganas de vomitar.
—Joe, ya has aguantado bastante —murmuró Devon Carter—. Nadie sospecha nada.
Joseph se giró para mirar a sus tres amigos: Devon, Ryan Beardsley y Cameron Hollingsworth cubriéndole protectoramente las espaldas. Así había sido desde la facultad, cuando no eran más que unos jóvenes decididos a destacar en el mundo de los negocios.
Habían ido a verlo al hospital, siendo ya víctima de ese enorme agujero negro en la memoria. Pero no se habían compadecido de él. Al contrario. Se habían portado como unos auténticos bastardos y siempre les estaría agradecido por ello.
—Por lo visto yo nunca me marcho temprano de una fiesta —observó Joe.
—¿Y a quién le importa lo que sueles hacer? —bufó Cam—. Es tu fiesta. Diles que…
—Son importantes socios de negocios, Cam —Ryan alzó una mano—. Necesitamos su dinero.
—¿Quién necesita un equipo de seguridad con vosotros tres cerca? —bromeó Joseph, agradecido por tener en quien confiar. Nadie más sabía lo de su pérdida de memoria.
—El hombre que se acerca es Quenton Ramsey tercero —susurró Devon al oído de su amigo—. Su esposa se llama Marcy. Ya ha accedido a participar en Moon Island.
Joseph asintió y se apartó ligeramente de la protección de sus tres amigos para saludar con una cálida sonrisa a la pareja que se aproximaba. Junto a sus socios había localizado el lugar perfecto para un complejo vacacional: una diminuta isla frente a la bahía de Galveston, en Texas. Las tierras le pertenecían y lo único que había que hacer era construir el hotel y mantener a los inversores contentos.
—Quenton, Marcy, qué alegría veros de nuevo. Marcy, permíteme decirte lo hermosa que estás esta noche. Quenton es un hombre afortunado.
Las mejillas de la mujer se sonrojaron mientras Joseph le besaba la mano.
Asintió con educación y fingido interés en la pareja, aunque le volvía a picar la nuca. Tenía la cabeza inclinada, como si estuviera atento a cada palabra que le decían, aunque su mirada vagaba por el salón buscando la causa de la inquietud que sentía.
Al principio le pasó desapercibida, pero rápidamente le llamó la atención una mujer que estaba de pie al otro lado del salón y que lo taladraba con la mirada.
Joseph no estaba seguro de por qué se sentía atraído por ella. Por regla general las prefería altas, de largas piernas y rubias. Se derretía ante los ojos azules y la piel pálida. Sin embargo, aquella mujer era pequeñita, incluso a pesar de los tacones, y su piel era de un suave tono oliváceo. El rostro quedaba enmarcado por una sedosa maraña de negros rizos que llegaban hasta los hombros y sus ojos eran del mismo color.
No la había visto en su vida. ¿O sí?
Maldijo el agujero negro de su memoria. No recordaba nada de las semanas anteriores al accidente que había sufrido cuatro meses atrás y tenía lagunas de otros períodos. Amnesia selectiva. Su médico había sugerido la existencia de algún motivo psicológico y a Joseph no le había gustado la insinuación. Él no estaba loco.
Sí recordaba a Dev, Cam y Ryan. Cada instante de la última década, los años en la facultad, los éxitos en los negocios. Recordaba a la mayoría de las personas que trabajaban para él, aunque no a todas, lo cual provocaba no pocas tensiones en la oficina, sobre todo cuando intentaba cerrar un negocio millonario.
En aquellos momentos no recordaba quién era la mitad de sus inversores y, a esas alturas, no podía permitirse perder a ninguno.
La mujer no le quitaba la vista de encima. Cuanto más lo miraba, más fría se volvía su mirada y más se cerraba la mano en torno al pequeño bolso.
—Disculpadme —murmuró él a los Ramsey, encaminándose hacia la misteriosa joven.
Su equipo de seguridad lo siguió de cerca. La mujer no fingió timidez y no apartó la mirada un solo instante. Tenía la barbilla alzada en un gesto desafiante.
—Disculpe, ¿nos conocemos? —preguntó Joseph con una voz tierna que normalmente resultaba muy eficaz con las mujeres.
Lo más probable era que dijera que no, o que mintiera descaradamente e intentara convencerle de que habían pasado una noche maravillosa en la cama. Lo cual era del todo imposible porque ella no era su tipo.
Pero la mujer no hizo nada de lo que él había esperado que hiciera. Y al levantar la vista hacia su rostro lo que vio fue ira.
—¿Que si nos conocemos? —susurró—. ¡Bastardo!
Antes de que él pudiera asimilar la reacción de la joven, recibió un derechazo que le hizo tambalearse hacia atrás mientras se llevaba una mano a la nariz.
—Hijo de…
No tuvo tiempo de preguntarle si se había vuelto loca, pues uno de sus guardas se interpuso entre ellos y, en medio de la confusión, la empujó a un lado haciendo que cayera al suelo. La mujer se llevó de inmediato una mano a los pliegues del vestido.
Y entonces lo vio. La tela había ocultado la curvatura de su barriga, ocultado el embarazo.
—¡No! —rugió Joseph—. Está embarazada.
Los guardas dieron un paso atrás y miraron perplejos a su jefe, mientras la mujer se ponía apresuradamente en pie. Salían chispas de sus ojos mientras corría por el pasillo, golpeando ruidosamente el suelo de mármol con los tacones.
Joseph miraba fijamente la figura que huía, muy sorprendido para hacer o decir nada. La última mirada que le había dirigido no había sido de ira ni de rabia. Lo que había visto era dolor, y lágrimas. Le había hecho daño a esa mujer, pero no sabía cómo ni por qué.
Y la siguió por el pasillo. Atravesó a la carrera el vestíbulo del hotel y, al llegar a las escaleras que conducían a la calle, vio un par de zapatos que resplandecía.
Se agachó y recogió las sandalias. Una mujer embarazada no debería llevar unos tacones tan altos. ¿Por qué demonios había salido corriendo? Parecía buscar un enfrentamiento, pero a la primera oportunidad había huido.
—¿Qué demonios ha pasado, Joe? —preguntó Cam al darle alcance.
Todo el equipo de seguridad, junto con Cam, Ryan y Devon lo había seguido hasta la calle y en esos momentos lo rodeaban con gesto de preocupación.
Joseph dejó escapar un suspiro de frustración antes de arrojar el par de sandalias a las manos de Ramon, el jefe de seguridad.
—Encontrad a la dueña de estos zapatos.
—¿Y qué quieres que haga con ella cuando la encuentre? —preguntó Ramon.
—No tienes que hacer nada —Joseph sacudió la cabeza—. Sólo infórmame. Yo me encargaré.
—No me gusta, Joe —anunció Ryan—. Existe la posibilidad de que se haya filtrado a la prensa lo de tu pérdida de memoria.
—Cierto —Joseph asintió lentamente—. Sin embargo, hay algo en ella que me perturba.
—¿La has reconocido? —Cam enarcó las cejas—. ¿La conoces?
—No lo sé —Joseph frunció el ceño—. Pero voy a averiguarlo.
kadita_lovatica
Re: ¿Te acuerdas de mí? Joe y Tu Adaptación TERMINADA
COMENTEN HABER SI LES GUSTA LA NOVELA PARA SEGUIRLA :)
kadita_lovatica
Re: ¿Te acuerdas de mí? Joe y Tu Adaptación TERMINADA
primeraa lectoraa
me encanto la nove
siguela pronto por fis
me encanto la nove
siguela pronto por fis
ale_princess
Re: ¿Te acuerdas de mí? Joe y Tu Adaptación TERMINADA
PRIMERA LECTORA , TIENES QUE SEGUIRLA ME HAS DEJADO CON LA INTRIGA DE SABER QUE SUCEDE.
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
jonas_dayi_avril
Capitulo 2
______ Morgan salió de la ducha, se envolvió los cabellos en una toalla y se puso una bata. Ni siquiera el agua caliente había conseguido calmarla.
«¿Nos conocemos?».
La pregunta resonó una y otra vez en su cabeza hasta que sintió ganas de estrellar algún objeto… preferiblemente contra ese hombre.
¿Cómo había podido ser tan estúpida? Ella no perdía la cabeza por un tipo atractivo. Se había mostrado inmune a hombres de gran encanto.
Pero en cuanto Joseph Jonas había aparecido en su isla, se había rendido ante él. Sin luchar. Sin resistirse. Lo tenía todo. Era la perfección en traje de chaqueta. Un traje del que había conseguido desembarazarle y, para cuando se marchó de la isla, su piloto privado ni siquiera había sido capaz de reconocerlo.
Había pasado de ser una persona sobria y estirada a convertirse en alguien relajado, tranquilo y descansado… En una persona enamorada.
El repentino torrente de dolor que la invadió ante el recuerdo le obligó a cerrar los ojos.
Era evidente que no se había enamorado. Había llegado, visto y vencido. Ella había sido muy ingenua como para ver los verdaderos motivos.
Sin embargo, sus mentiras y traición no iban a salirle gratis. Haría lo que tuviera que hacer, pero no iba a dejarle construir en las tierras que ella misma le había vendido.
Había necesitado de todo su valor para reventarle la fiesta aquella noche, pero en cuanto había sabido que el motivo de la misma era reunir a los potenciales inversores para el proyecto que pretendía destrozar sus tierras, había decidido hacerle frente, allí mismo, delante de todos, desafiándole a mentir cuando todos los asistentes conocían sus planes.
Con lo que no había contado era con que negara conocerla siquiera. Aunque, ¿qué mejor estrategia que la de hacerle parecer una idiota de pueblo? O una especie de activista chiflada en contra del progreso.
Si no se calmaba, la tensión se le iba a disparar.
¿Había servicio de habitaciones en ese hotel? Se moría de hambre. Se frotó la barriga y se esforzó por liberarse de toda ira y estrés.
Se obligó a relajarse mientras se peinaba y secaba los cabellos.
Estaba a punto de terminar cuando alguien golpeó su puerta con fuerza.
—Comida. Por fin —murmuró mientras apagaba el secador.
Corrió a la puerta y la abrió. Sin embargo no había ningún carrito con comida. Ningún empleado del hotel. Ante ella estaba Joseph, con sus sandalias colgando de una mano.
______ dio un paso atrás e intentó cerrar la puerta, pero él adelantó un pie, evitándolo.
Indómito, como siempre, se abrió paso al interior de la habitación y se paró ante ella. ______ odiaba lo pequeña y vulnerable que se sentía, aunque durante un tiempo le había encantado sentirse protegida cuando se acurrucaba contra su cuerpo.
—Márchate o llamo a seguridad —gruñó.
—Hazlo —contestó él con calma—. Pero dado que soy el dueño de este hotel, puede que te cueste un poquito hacer que me echen de aquí.
—Pues llamaré a la policía. Seas quien seas, no puedes entrar a la fuerza en mi habitación.
—He venido para devolverte tus zapatos. ¿Me convierte eso en un criminal?
—¡Venga ya, Joseph! Deja tus jueguecitos. Lo he pillado, en serio. Me di cuenta en cuanto me miraste hoy. Aunque debo admitir que lo de «¿nos conocemos?», fue un toque maestro. Demasiado.
Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no soltarle otro puñetazo.
—¿Sabes qué? Jamás te tomé por un cobarde. Jugaste conmigo. Me comporté como una monumental idiota. Pero el hecho de que evitaras la confrontación me pone enferma.
Le golpeó el pecho con un dedo e ignoró la expresión de estupor en su rostro.
—Pues que sepas que no te saldrás con la tuya. Aunque me cueste cada centavo que tengo, lucharé contra ti. Teníamos un acuerdo verbal, y te vas a ceñir a él.
Se cruzó de brazos, tan furiosa que tenía ganas de sacudirle una patada.
—¿Y bien? ¿Pensabas que no volverías a verme jamás? ¿Pensabas que me escondería en algún agujero al descubrir que no me amabas y que sólo te habías acostado conmigo para que accediera a venderte las tierras? Pues no podrías estar más equivocado.
Joseph reaccionó como si lo hubiera golpeado de nuevo. Su rostro palideció y la mirada se volvió gélida.
—¿Insinúas que tú y yo nos hemos acostado? —preguntó él en un susurro—. Ni siquiera sé cómo te llamas.
No debería sentirse dolida. Hacía tiempo que era consciente de por qué la había elegido, seducido y mentido. Y no podía echarle toda la culpa. Se lo había puesto demasiado fácil.
Sin embargo, el hecho de que estuviera allí de pie, negando siquiera conocer su nombre, le había provocado una herida en el corazón imposible de curar.
—Deberías marcharte —le indicó con la mayor calma que pudo.
Joseph ladeó la cabeza mientras la estudiaba con atención. Y, para desesperación de ______, alargó una mano y enjugó una lágrima que rodaba por su mejilla.
—Estás disgustada.
Por el amor de Dios, ese tipo era imbécil. Rezó para que su bebé hubiera heredado el cerebro de su madre y estuvo a punto de soltar una carcajada, pero lo que surgió fue un sollozo sofocado.
—Fuera de aquí.
Pero él le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos. Y de nuevo le enjugó las lágrimas en un gesto sorprendentemente tierno.
—No podemos habernos acostado. Aparte de que no eres mi tipo, no olvidaría algo así.
______ lo miró boquiabierta y desistió de intentar hacerle marchar. La que se iba era ella.
Ajustándose la bata, salió al pasillo antes de que él la agarrara de la muñeca.
—Por el amor de Dios, no intento hacerte daño.
Joseph la empujó al interior de la habitación, cerró la puerta y la miró furioso.
—Ya me has hecho daño —murmuró ella entre dientes.
—Es evidente que sientes que te he hecho algún mal —él la miró con una mezcla de ternura y confusión—. Y te pido perdón por ello, pero tendría que acordarme de ti y de lo que se supone que hicimos para poderte ofrecer una compensación.
—¿Compensación? —ella lo miró, perpleja ante la diferencia entre el Joseph Jonas del que se había enamorado y el tipo que tenía enfrente. Se abrió la bata lo justo para mostrar la barriga que se marcaba bajo el camisón de seda—. Haces que me enamore de ti. Me seduces. Me dices que me amas. Consigues que firme los papeles para venderte unas tierras que han pertenecido a mi familia desde hace un siglo. Me mientes sobre nuestra relación y tus planes para esas tierras. Y, por si no bastara con eso, encima tuviste que dejarme embarazada.
Joseph palideció. Dio un paso al frente y, por primera vez, resultó lo suficientemente atemorizante como para que ella diera un paso atrás y se apoyara contra la mesa.
—¿Me estás diciendo que nos acostamos juntos y que soy el padre de tu bebé?
—¿Me estás diciendo que no lo hicimos? ¿Insinúas que me he imaginado las semanas que pasamos juntos? ¿Te atreves a negar que me abandonaste sin decir nada y sin mirar atrás?
—No te recuerdo —anunció Joseph con voz ronca—. No recuerdo nada de ti. De nosotros. De eso —señaló la barriga de ______.
—No lo recuerdas…
—Sufrí un… accidente —él deslizó una mano por los cabellos—. Si lo que dices es cierto, debimos conocernos durante el periodo en que en mi mente estaba completamente en blanco.
«¿Nos conocemos?».
La pregunta resonó una y otra vez en su cabeza hasta que sintió ganas de estrellar algún objeto… preferiblemente contra ese hombre.
¿Cómo había podido ser tan estúpida? Ella no perdía la cabeza por un tipo atractivo. Se había mostrado inmune a hombres de gran encanto.
Pero en cuanto Joseph Jonas había aparecido en su isla, se había rendido ante él. Sin luchar. Sin resistirse. Lo tenía todo. Era la perfección en traje de chaqueta. Un traje del que había conseguido desembarazarle y, para cuando se marchó de la isla, su piloto privado ni siquiera había sido capaz de reconocerlo.
Había pasado de ser una persona sobria y estirada a convertirse en alguien relajado, tranquilo y descansado… En una persona enamorada.
El repentino torrente de dolor que la invadió ante el recuerdo le obligó a cerrar los ojos.
Era evidente que no se había enamorado. Había llegado, visto y vencido. Ella había sido muy ingenua como para ver los verdaderos motivos.
Sin embargo, sus mentiras y traición no iban a salirle gratis. Haría lo que tuviera que hacer, pero no iba a dejarle construir en las tierras que ella misma le había vendido.
Había necesitado de todo su valor para reventarle la fiesta aquella noche, pero en cuanto había sabido que el motivo de la misma era reunir a los potenciales inversores para el proyecto que pretendía destrozar sus tierras, había decidido hacerle frente, allí mismo, delante de todos, desafiándole a mentir cuando todos los asistentes conocían sus planes.
Con lo que no había contado era con que negara conocerla siquiera. Aunque, ¿qué mejor estrategia que la de hacerle parecer una idiota de pueblo? O una especie de activista chiflada en contra del progreso.
Si no se calmaba, la tensión se le iba a disparar.
¿Había servicio de habitaciones en ese hotel? Se moría de hambre. Se frotó la barriga y se esforzó por liberarse de toda ira y estrés.
Se obligó a relajarse mientras se peinaba y secaba los cabellos.
Estaba a punto de terminar cuando alguien golpeó su puerta con fuerza.
—Comida. Por fin —murmuró mientras apagaba el secador.
Corrió a la puerta y la abrió. Sin embargo no había ningún carrito con comida. Ningún empleado del hotel. Ante ella estaba Joseph, con sus sandalias colgando de una mano.
______ dio un paso atrás e intentó cerrar la puerta, pero él adelantó un pie, evitándolo.
Indómito, como siempre, se abrió paso al interior de la habitación y se paró ante ella. ______ odiaba lo pequeña y vulnerable que se sentía, aunque durante un tiempo le había encantado sentirse protegida cuando se acurrucaba contra su cuerpo.
—Márchate o llamo a seguridad —gruñó.
—Hazlo —contestó él con calma—. Pero dado que soy el dueño de este hotel, puede que te cueste un poquito hacer que me echen de aquí.
—Pues llamaré a la policía. Seas quien seas, no puedes entrar a la fuerza en mi habitación.
—He venido para devolverte tus zapatos. ¿Me convierte eso en un criminal?
—¡Venga ya, Joseph! Deja tus jueguecitos. Lo he pillado, en serio. Me di cuenta en cuanto me miraste hoy. Aunque debo admitir que lo de «¿nos conocemos?», fue un toque maestro. Demasiado.
Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no soltarle otro puñetazo.
—¿Sabes qué? Jamás te tomé por un cobarde. Jugaste conmigo. Me comporté como una monumental idiota. Pero el hecho de que evitaras la confrontación me pone enferma.
Le golpeó el pecho con un dedo e ignoró la expresión de estupor en su rostro.
—Pues que sepas que no te saldrás con la tuya. Aunque me cueste cada centavo que tengo, lucharé contra ti. Teníamos un acuerdo verbal, y te vas a ceñir a él.
Se cruzó de brazos, tan furiosa que tenía ganas de sacudirle una patada.
—¿Y bien? ¿Pensabas que no volverías a verme jamás? ¿Pensabas que me escondería en algún agujero al descubrir que no me amabas y que sólo te habías acostado conmigo para que accediera a venderte las tierras? Pues no podrías estar más equivocado.
Joseph reaccionó como si lo hubiera golpeado de nuevo. Su rostro palideció y la mirada se volvió gélida.
—¿Insinúas que tú y yo nos hemos acostado? —preguntó él en un susurro—. Ni siquiera sé cómo te llamas.
No debería sentirse dolida. Hacía tiempo que era consciente de por qué la había elegido, seducido y mentido. Y no podía echarle toda la culpa. Se lo había puesto demasiado fácil.
Sin embargo, el hecho de que estuviera allí de pie, negando siquiera conocer su nombre, le había provocado una herida en el corazón imposible de curar.
—Deberías marcharte —le indicó con la mayor calma que pudo.
Joseph ladeó la cabeza mientras la estudiaba con atención. Y, para desesperación de ______, alargó una mano y enjugó una lágrima que rodaba por su mejilla.
—Estás disgustada.
Por el amor de Dios, ese tipo era imbécil. Rezó para que su bebé hubiera heredado el cerebro de su madre y estuvo a punto de soltar una carcajada, pero lo que surgió fue un sollozo sofocado.
—Fuera de aquí.
Pero él le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos. Y de nuevo le enjugó las lágrimas en un gesto sorprendentemente tierno.
—No podemos habernos acostado. Aparte de que no eres mi tipo, no olvidaría algo así.
______ lo miró boquiabierta y desistió de intentar hacerle marchar. La que se iba era ella.
Ajustándose la bata, salió al pasillo antes de que él la agarrara de la muñeca.
—Por el amor de Dios, no intento hacerte daño.
Joseph la empujó al interior de la habitación, cerró la puerta y la miró furioso.
—Ya me has hecho daño —murmuró ella entre dientes.
—Es evidente que sientes que te he hecho algún mal —él la miró con una mezcla de ternura y confusión—. Y te pido perdón por ello, pero tendría que acordarme de ti y de lo que se supone que hicimos para poderte ofrecer una compensación.
—¿Compensación? —ella lo miró, perpleja ante la diferencia entre el Joseph Jonas del que se había enamorado y el tipo que tenía enfrente. Se abrió la bata lo justo para mostrar la barriga que se marcaba bajo el camisón de seda—. Haces que me enamore de ti. Me seduces. Me dices que me amas. Consigues que firme los papeles para venderte unas tierras que han pertenecido a mi familia desde hace un siglo. Me mientes sobre nuestra relación y tus planes para esas tierras. Y, por si no bastara con eso, encima tuviste que dejarme embarazada.
Joseph palideció. Dio un paso al frente y, por primera vez, resultó lo suficientemente atemorizante como para que ella diera un paso atrás y se apoyara contra la mesa.
—¿Me estás diciendo que nos acostamos juntos y que soy el padre de tu bebé?
—¿Me estás diciendo que no lo hicimos? ¿Insinúas que me he imaginado las semanas que pasamos juntos? ¿Te atreves a negar que me abandonaste sin decir nada y sin mirar atrás?
—No te recuerdo —anunció Joseph con voz ronca—. No recuerdo nada de ti. De nosotros. De eso —señaló la barriga de ______.
—No lo recuerdas…
—Sufrí un… accidente —él deslizó una mano por los cabellos—. Si lo que dices es cierto, debimos conocernos durante el periodo en que en mi mente estaba completamente en blanco.
kadita_lovatica
Capitulo 3
Joseph vio cómo el rostro de la joven palidecía. Soltó un juramento y la agarró de los brazos, sintiéndola floja y temblorosa.
—Siéntate antes de que te caigas —dijo secamente. La condujo hasta la cama y ella se sentó, sujetándose al borde del colchón.
—¿Esperas que crea que sufres amnesia? —ella lo miró espantada—. ¿Es lo mejor que has podido inventar?
Joseph hizo una mueca, pues él mismo sentía algo parecido ante la idea de la amnesia.
—No pretendo enfurecerte, pero ¿cómo te llamas? Me encuentro en desventaja.
—Hablas en serio —______ suspiró y se pasó una mano por los cabellos—. Me llamo ______ Morgan.
—Bueno, ______, parece que tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
—Amnesia —ella volvió a mirarlo fijamente—. ¿De verdad piensas seguir con esa historia?
—¿Crees que me gusta que una mujer me sacuda un puñetazo en público y asegure estar embarazada de mi hijo cuando, por lo que yo sé, es la primera vez que nos vemos? Ponte en mi lugar. Si un hombre al que no hubieras visto jamás apareciera y te dijera las cosas que tú me has dicho a mí, ¿no sospecharías algo?
—Esto es una locura —murmuró ______.
—Escucha, puedo demostrarte lo que me sucedió. Puedo enseñarte mi expediente médico y el diagnóstico. No te recuerdo, ______. Siento mucho tener que decirlo, pero es la verdad. Sólo cuento con tu palabra de que entre nosotros ha habido algo.
—Sí, y no olvidemos que no soy tu tipo.
Joseph dio un respingo. ¡Tenía que acordarse de ese comentario!
—Me gustaría que me lo contaras todo desde el principio. Cuéntame dónde y por qué nos conocimos. Quizás algo de lo que me digas me refresque la memoria.
Alguien llamó a la puerta.
—¿Esperas a alguien a estas horas? —preguntó él.
—El servicio de habitaciones. Me muero de hambre. No he comido en todo el día.
______ se ajustó la bata y fue a abrir la puerta. Segundos después, un camarero apareció empujando un carrito con las bandejas tapadas.
—Lo siento —se disculpó ella cuando estuvieron de nuevo a solas—. No esperaba visita y sólo he pedido comida para uno.
Él alzó una ceja. Allí había comida para un pequeño regimiento.
—Siéntate y relájate. Podemos hablar mientras comes.
______ se retrepó en el pequeño sillón junto a la cama y alargó la mano hacia un plato.
Joseph aprovechó para estudiar el rostro de la mujer que había olvidado.
Era preciosa, no podía negarlo, aunque no era el tipo de mujer hacia el que se sentía atraído. Él prefería mujeres dulces y, según sus amigos, sumisas.
Era consciente de que eso le hacía parecer un imbécil, pero no podía negar el hecho de que le gustaban las mujeres un poco más obedientes. El que se hubiera enamorado de la antítesis de las mujeres con las que había salido en los últimos cinco años, era fascinante.
Aceptaba el hecho de que podía haberse sentido atraído por ella, incluso haberse acostado con ella, pero ¿enamorarse? ¿En unas pocas semanas?
Las mujeres tendían a ser criaturas emotivas y entraba dentro de lo posible que se hubiera creído que él estaba enamorado. Desde luego, el dolor y la traición no parecían fingidos.
Y luego estaba lo del embarazo. Seguramente le haría parecer un completo bastardo, pero sería de imbéciles no pedir una prueba de paternidad. A fin de cuentas entraba dentro de lo posible que se lo hubiera inventado todo tras averiguar lo de su pérdida de memoria.
Sintió la repentina necesidad de llamar a su abogado para preguntarle quién había firmado el contrato de venta de las tierras que había adquirido. No había visto los papeles antes del accidente, para eso pagaba a otras personas, y una vez finalizado el trato, no había motivo para mirar atrás… salvo en esa ocasión.
—¿En qué piensas? —preguntó ella.
—Que esto es un enorme lío que…
—A mí me lo vas a decir —murmuró ______—. Lo que no entiendo es por qué es tan malo para ti. Eres inmensamente rico. No estás embarazado y no has vendido unas tierras que pertenecieron a tu familia durante generaciones a un hombre que va a destrozarlas para construir un complejo turístico.
El dolor que reflejaba la voz de la joven le produjo a Joseph una incómoda sensación en el pecho. Algo parecido a un sentimiento de culpa, pero, ¿por qué debería sentirse culpable?
—¿Cómo nos conocimos? —preguntó—. Necesito saberlo todo.
—La primera vez que te vi llevabas un traje de chaqueta, zapatos que costaban más que mi casa, y gafas de sol. Me irritó mucho no poder ver tus ojos y me negué a hablar contigo hasta que te las quitaste.
—¿Y dónde sucedió todo eso?
—En la isla Moon. Preguntabas por una franja de tierra en primera línea de playa, y por su dueño. Y yo era la dueña y me imaginé que eras un tipo trajeado con planes para construir en la isla y salvar a la población local de una vida de pobreza.
—¿No estaba en venta? —él frunció el ceño—. Debía estar en venta. No habría sabido nada de ese lugar de no ser así.
—Lo estaba —______ asintió—. Yo… yo necesitaba venderla. Mi abuela y yo no podíamos pagar los impuestos. Pero estábamos de acuerdo en que no se la venderíamos a un constructor.
Se interrumpió, claramente incómoda con las revelaciones que le había hecho.
—En fin, te tomé por uno de esos tipos estirados y te envié al otro extremo de la isla.
Él la miró furioso y, por primera vez, en los labios de la joven apareció una sonrisa.
—Estabas tan enfadado que volviste a mi casa y aporreaste la puerta. Exigiste saber a qué demonios estaba jugando y dijiste que no actuaba como alguien desesperada por vender un pedazo de tierra.
—Eso sí parece propio de mí —admitió él.
—Te expliqué que no estaba interesada en vendértela a ti y cuando hablé de la promesa hecha a mi abuela de que sólo venderíamos a alguien dispuesto a firmar un compromiso de no utilizarla con fines comerciales, me pediste que te la presentara.
Un incómodo cosquilleo se instaló en la nuca de Joseph. Aquello no era propio de él. Él no entraba en el terreno personal. Todo el mundo tenía un precio. Se habría limitado a seguir aumentando la oferta.
—Lo demás resulta bastante embarazoso —siguió ella—. Te presenté a Mamaw. Os caísteis de maravilla. Ella te invitó a cenar y después dimos un paseo por la playa. Me besaste, y yo te devolví el beso. Me acompañaste a mi casa y quedamos en vernos al día siguiente.
—¿Y así fue?
—Desde luego —susurró ______—. Y al siguiente, y al otro. Me llevó tres días conseguir que te quitaras ese traje.
Él alzó una ceja y la miró fijamente.
—¡Cielos! —la joven se sonrojó violentamente y se tapó la boca con la mano—. No quería decir eso. Llevabas ese traje a todas partes, incluso a la playa. De modo que te llevé de compras. Te compramos ropa de playa.
—¿Ropa de playa? —aquello empezaba a sonar como una pesadilla.
—Pantalones cortos, camisetas —ella asintió—. Chanclas.
Quizás el médico estuviera en lo cierto y había perdido la memoria a propósito. ¿Chanclas? miró sus carísimos zapatos de cuero e intentó imaginarse con chanclas.
—Y yo me puse esa ropa de playa…
—Desde luego. También te compraste trajes de baño. Nunca había conocido a alguien que viajara a una isla sin traje de baño. Después te llevé a mi rincón preferido de la playa.
Hasta ese momento el relato de aquellas semanas era tan distinto de él mismo que le parecía estar escuchando la historia de otra persona.
—¿Y cuánto duró esa relación que dices que mantuvimos? —gruñó.
—Cuatro semanas —contestó ella con calma—. Cuatro maravillosas semanas. Pasamos todos los días juntos. Tras la primera semana abandonaste tu habitación de hotel y te instalaste en mi casa. En mi cama. Hacíamos el amor con las ventanas abiertas para oír el mar.
—Entiendo.
—No me crees —ella entornó los ojos.
—______ —empezó Joseph con mucho tacto—. Me resulta muy difícil. He perdido un mes de mi vida y lo que me cuentas suena tan inusual en mí que me cuesta creerlo.
—Comprendo que no sea fácil —ella apretó los temblorosos labios—. Pero intenta verlo desde mi punto de vista. Imagina que la persona de la que estabas enamorado, y que pensabas estaba enamorada de ti, de repente no te recuerda. Imagina las dudas al descubrir que todo lo que te había contado era mentira, y que te había hecho una promesa que no iba a mantener. ¿Cómo te sentirías?
—Me sentiría muy disgustado —contestó él.
—Sí, eso lo describe bastante bien —______ se puso de pie—. Escucha, esto no tiene sentido. Estoy muy cansada y creo que deberías marcharte.
—¿Quieres que me vaya? —Joseph se levantó de un salto—. Después de soltarme esta historia, después de anunciarme que voy a ser padre, ¿esperas que me marche sin más?
—Ya lo hiciste una vez —contestó con voz cansada.
—¿Cómo demonios puedes asegurarlo? ¿Cómo sabes lo que hice o dejé de hacer si ni siquiera yo lo sé? Dices que me amabas y que yo te amaba. Acabo de decirte que no recuerdo nada. ¿Por qué dices que te abandoné, que te traicioné? Sufrí un accidente. ¿Cuál fue el último día que me viste? ¿Qué hicimos? ¿Te dije que te abandonaba?
—Fue el día después de cerrar el trato —ella estaba muy pálida—. Dijiste que debías regresar a Nueva York. Una emergencia. Dijiste que no te llevaría más de uno o dos días. Dijiste que volverías y que hablaríamos sobre lo que haríamos con las tierras.
—¿Y qué día fue eso? La fecha, ______, quiero la fecha exacta.
—El tres de junio.
—El día del accidente.
Ella lo miró espantada y se llevó una mano a la boca. Parecía a punto de desvanecerse y él la atrapó por la cintura, obligándola a sentarse a su lado.
—¿Cómo? ¿Qué sucedió? —ella no se resistió y se limitó a mirarlo fijamente.
—Mi avión privado se estrelló sobre Kentucky —explicó él—. No recuerdo gran cosa. Desperté en un hospital sin saber cómo había llegado allí.
—¿Y no recuerdas nada? —insistió ella.
—Sólo he olvidado esas cuatro semanas, aunque tengo alguna que otra laguna.
—De modo que te olvidaste de mí… —______ soltó una amarga carcajada.
—Sé que es desagradable oírlo —él suspiró—. Puede que no te recuerde, ______, pero no soy ningún bastardo. No me satisface ver lo herida que te sientes.
—Intenté llamarte —continuó ella—. Al principio esperé. Me inventé un montón de excusas. Que la emergencia había sido grave, que estabas muy ocupado. Pero cuando intenté llamar al número que me diste, nadie me permitió hablar contigo.
—Después del accidente se tejió una importante red de seguridad a mi alrededor. No queríamos que nadie supiera lo de mi pérdida de memoria. Temíamos que los inversores perderían su confianza en mí.
—Pues parecía que me habías dejado tirada y que no habías tenido las agallas de decírmelo a la cara.
—¿Y por qué ahora? ¿Por qué has esperado tanto tiempo para venir a enfrentarte a mí?
Ella lo miró con desconfianza. Desde luego, lo sensato hubiera sido no esperar tanto.
—No descubrí que estaba embarazada hasta la décima semana. Mamaw estaba enferma y pasaba mucho tiempo con ella. No quería disgustarla contándole que sospechaba que nos habías seducido y mentido a las dos sobre tus planes para las tierras. Le habría partido el corazón, y no sólo por las tierras. Ella sabía cuánto te amaba. Quería verme feliz.
Joseph se sentía como un auténtico gusano.
—Tenemos que tomar algunas decisiones, ______.
—¿Decisiones?
—Dices que estaba enamorado de ti —Joseph la miró a los ojos—. También dices que estás embarazada de mí. Hay mucho que decidir y no lo vamos a resolver en una noche.
Ella asintió.
—Quiero que vengas conmigo.
—¿Y adónde vamos exactamente? —______ se humedeció los labios.
—Si lo que dices es cierto, una gran parte de mi vida y futuro cambió en esa isla. Tú y yo vamos a regresar al lugar donde todo comenzó.
Ella lo miró perpleja, como si hubiera esperado que la dejara tirada.
—Vamos a revivir esas semanas, ______. Quizás estar allí hará que recuerde.
—¿Y si no lo hace? —preguntó ella con cautela.
—Entonces habremos pasado un montón de tiempo conociéndonos de nuevo.
—Siéntate antes de que te caigas —dijo secamente. La condujo hasta la cama y ella se sentó, sujetándose al borde del colchón.
—¿Esperas que crea que sufres amnesia? —ella lo miró espantada—. ¿Es lo mejor que has podido inventar?
Joseph hizo una mueca, pues él mismo sentía algo parecido ante la idea de la amnesia.
—No pretendo enfurecerte, pero ¿cómo te llamas? Me encuentro en desventaja.
—Hablas en serio —______ suspiró y se pasó una mano por los cabellos—. Me llamo ______ Morgan.
—Bueno, ______, parece que tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
—Amnesia —ella volvió a mirarlo fijamente—. ¿De verdad piensas seguir con esa historia?
—¿Crees que me gusta que una mujer me sacuda un puñetazo en público y asegure estar embarazada de mi hijo cuando, por lo que yo sé, es la primera vez que nos vemos? Ponte en mi lugar. Si un hombre al que no hubieras visto jamás apareciera y te dijera las cosas que tú me has dicho a mí, ¿no sospecharías algo?
—Esto es una locura —murmuró ______.
—Escucha, puedo demostrarte lo que me sucedió. Puedo enseñarte mi expediente médico y el diagnóstico. No te recuerdo, ______. Siento mucho tener que decirlo, pero es la verdad. Sólo cuento con tu palabra de que entre nosotros ha habido algo.
—Sí, y no olvidemos que no soy tu tipo.
Joseph dio un respingo. ¡Tenía que acordarse de ese comentario!
—Me gustaría que me lo contaras todo desde el principio. Cuéntame dónde y por qué nos conocimos. Quizás algo de lo que me digas me refresque la memoria.
Alguien llamó a la puerta.
—¿Esperas a alguien a estas horas? —preguntó él.
—El servicio de habitaciones. Me muero de hambre. No he comido en todo el día.
______ se ajustó la bata y fue a abrir la puerta. Segundos después, un camarero apareció empujando un carrito con las bandejas tapadas.
—Lo siento —se disculpó ella cuando estuvieron de nuevo a solas—. No esperaba visita y sólo he pedido comida para uno.
Él alzó una ceja. Allí había comida para un pequeño regimiento.
—Siéntate y relájate. Podemos hablar mientras comes.
______ se retrepó en el pequeño sillón junto a la cama y alargó la mano hacia un plato.
Joseph aprovechó para estudiar el rostro de la mujer que había olvidado.
Era preciosa, no podía negarlo, aunque no era el tipo de mujer hacia el que se sentía atraído. Él prefería mujeres dulces y, según sus amigos, sumisas.
Era consciente de que eso le hacía parecer un imbécil, pero no podía negar el hecho de que le gustaban las mujeres un poco más obedientes. El que se hubiera enamorado de la antítesis de las mujeres con las que había salido en los últimos cinco años, era fascinante.
Aceptaba el hecho de que podía haberse sentido atraído por ella, incluso haberse acostado con ella, pero ¿enamorarse? ¿En unas pocas semanas?
Las mujeres tendían a ser criaturas emotivas y entraba dentro de lo posible que se hubiera creído que él estaba enamorado. Desde luego, el dolor y la traición no parecían fingidos.
Y luego estaba lo del embarazo. Seguramente le haría parecer un completo bastardo, pero sería de imbéciles no pedir una prueba de paternidad. A fin de cuentas entraba dentro de lo posible que se lo hubiera inventado todo tras averiguar lo de su pérdida de memoria.
Sintió la repentina necesidad de llamar a su abogado para preguntarle quién había firmado el contrato de venta de las tierras que había adquirido. No había visto los papeles antes del accidente, para eso pagaba a otras personas, y una vez finalizado el trato, no había motivo para mirar atrás… salvo en esa ocasión.
—¿En qué piensas? —preguntó ella.
—Que esto es un enorme lío que…
—A mí me lo vas a decir —murmuró ______—. Lo que no entiendo es por qué es tan malo para ti. Eres inmensamente rico. No estás embarazado y no has vendido unas tierras que pertenecieron a tu familia durante generaciones a un hombre que va a destrozarlas para construir un complejo turístico.
El dolor que reflejaba la voz de la joven le produjo a Joseph una incómoda sensación en el pecho. Algo parecido a un sentimiento de culpa, pero, ¿por qué debería sentirse culpable?
—¿Cómo nos conocimos? —preguntó—. Necesito saberlo todo.
—La primera vez que te vi llevabas un traje de chaqueta, zapatos que costaban más que mi casa, y gafas de sol. Me irritó mucho no poder ver tus ojos y me negué a hablar contigo hasta que te las quitaste.
—¿Y dónde sucedió todo eso?
—En la isla Moon. Preguntabas por una franja de tierra en primera línea de playa, y por su dueño. Y yo era la dueña y me imaginé que eras un tipo trajeado con planes para construir en la isla y salvar a la población local de una vida de pobreza.
—¿No estaba en venta? —él frunció el ceño—. Debía estar en venta. No habría sabido nada de ese lugar de no ser así.
—Lo estaba —______ asintió—. Yo… yo necesitaba venderla. Mi abuela y yo no podíamos pagar los impuestos. Pero estábamos de acuerdo en que no se la venderíamos a un constructor.
Se interrumpió, claramente incómoda con las revelaciones que le había hecho.
—En fin, te tomé por uno de esos tipos estirados y te envié al otro extremo de la isla.
Él la miró furioso y, por primera vez, en los labios de la joven apareció una sonrisa.
—Estabas tan enfadado que volviste a mi casa y aporreaste la puerta. Exigiste saber a qué demonios estaba jugando y dijiste que no actuaba como alguien desesperada por vender un pedazo de tierra.
—Eso sí parece propio de mí —admitió él.
—Te expliqué que no estaba interesada en vendértela a ti y cuando hablé de la promesa hecha a mi abuela de que sólo venderíamos a alguien dispuesto a firmar un compromiso de no utilizarla con fines comerciales, me pediste que te la presentara.
Un incómodo cosquilleo se instaló en la nuca de Joseph. Aquello no era propio de él. Él no entraba en el terreno personal. Todo el mundo tenía un precio. Se habría limitado a seguir aumentando la oferta.
—Lo demás resulta bastante embarazoso —siguió ella—. Te presenté a Mamaw. Os caísteis de maravilla. Ella te invitó a cenar y después dimos un paseo por la playa. Me besaste, y yo te devolví el beso. Me acompañaste a mi casa y quedamos en vernos al día siguiente.
—¿Y así fue?
—Desde luego —susurró ______—. Y al siguiente, y al otro. Me llevó tres días conseguir que te quitaras ese traje.
Él alzó una ceja y la miró fijamente.
—¡Cielos! —la joven se sonrojó violentamente y se tapó la boca con la mano—. No quería decir eso. Llevabas ese traje a todas partes, incluso a la playa. De modo que te llevé de compras. Te compramos ropa de playa.
—¿Ropa de playa? —aquello empezaba a sonar como una pesadilla.
—Pantalones cortos, camisetas —ella asintió—. Chanclas.
Quizás el médico estuviera en lo cierto y había perdido la memoria a propósito. ¿Chanclas? miró sus carísimos zapatos de cuero e intentó imaginarse con chanclas.
—Y yo me puse esa ropa de playa…
—Desde luego. También te compraste trajes de baño. Nunca había conocido a alguien que viajara a una isla sin traje de baño. Después te llevé a mi rincón preferido de la playa.
Hasta ese momento el relato de aquellas semanas era tan distinto de él mismo que le parecía estar escuchando la historia de otra persona.
—¿Y cuánto duró esa relación que dices que mantuvimos? —gruñó.
—Cuatro semanas —contestó ella con calma—. Cuatro maravillosas semanas. Pasamos todos los días juntos. Tras la primera semana abandonaste tu habitación de hotel y te instalaste en mi casa. En mi cama. Hacíamos el amor con las ventanas abiertas para oír el mar.
—Entiendo.
—No me crees —ella entornó los ojos.
—______ —empezó Joseph con mucho tacto—. Me resulta muy difícil. He perdido un mes de mi vida y lo que me cuentas suena tan inusual en mí que me cuesta creerlo.
—Comprendo que no sea fácil —ella apretó los temblorosos labios—. Pero intenta verlo desde mi punto de vista. Imagina que la persona de la que estabas enamorado, y que pensabas estaba enamorada de ti, de repente no te recuerda. Imagina las dudas al descubrir que todo lo que te había contado era mentira, y que te había hecho una promesa que no iba a mantener. ¿Cómo te sentirías?
—Me sentiría muy disgustado —contestó él.
—Sí, eso lo describe bastante bien —______ se puso de pie—. Escucha, esto no tiene sentido. Estoy muy cansada y creo que deberías marcharte.
—¿Quieres que me vaya? —Joseph se levantó de un salto—. Después de soltarme esta historia, después de anunciarme que voy a ser padre, ¿esperas que me marche sin más?
—Ya lo hiciste una vez —contestó con voz cansada.
—¿Cómo demonios puedes asegurarlo? ¿Cómo sabes lo que hice o dejé de hacer si ni siquiera yo lo sé? Dices que me amabas y que yo te amaba. Acabo de decirte que no recuerdo nada. ¿Por qué dices que te abandoné, que te traicioné? Sufrí un accidente. ¿Cuál fue el último día que me viste? ¿Qué hicimos? ¿Te dije que te abandonaba?
—Fue el día después de cerrar el trato —ella estaba muy pálida—. Dijiste que debías regresar a Nueva York. Una emergencia. Dijiste que no te llevaría más de uno o dos días. Dijiste que volverías y que hablaríamos sobre lo que haríamos con las tierras.
—¿Y qué día fue eso? La fecha, ______, quiero la fecha exacta.
—El tres de junio.
—El día del accidente.
Ella lo miró espantada y se llevó una mano a la boca. Parecía a punto de desvanecerse y él la atrapó por la cintura, obligándola a sentarse a su lado.
—¿Cómo? ¿Qué sucedió? —ella no se resistió y se limitó a mirarlo fijamente.
—Mi avión privado se estrelló sobre Kentucky —explicó él—. No recuerdo gran cosa. Desperté en un hospital sin saber cómo había llegado allí.
—¿Y no recuerdas nada? —insistió ella.
—Sólo he olvidado esas cuatro semanas, aunque tengo alguna que otra laguna.
—De modo que te olvidaste de mí… —______ soltó una amarga carcajada.
—Sé que es desagradable oírlo —él suspiró—. Puede que no te recuerde, ______, pero no soy ningún bastardo. No me satisface ver lo herida que te sientes.
—Intenté llamarte —continuó ella—. Al principio esperé. Me inventé un montón de excusas. Que la emergencia había sido grave, que estabas muy ocupado. Pero cuando intenté llamar al número que me diste, nadie me permitió hablar contigo.
—Después del accidente se tejió una importante red de seguridad a mi alrededor. No queríamos que nadie supiera lo de mi pérdida de memoria. Temíamos que los inversores perderían su confianza en mí.
—Pues parecía que me habías dejado tirada y que no habías tenido las agallas de decírmelo a la cara.
—¿Y por qué ahora? ¿Por qué has esperado tanto tiempo para venir a enfrentarte a mí?
Ella lo miró con desconfianza. Desde luego, lo sensato hubiera sido no esperar tanto.
—No descubrí que estaba embarazada hasta la décima semana. Mamaw estaba enferma y pasaba mucho tiempo con ella. No quería disgustarla contándole que sospechaba que nos habías seducido y mentido a las dos sobre tus planes para las tierras. Le habría partido el corazón, y no sólo por las tierras. Ella sabía cuánto te amaba. Quería verme feliz.
Joseph se sentía como un auténtico gusano.
—Tenemos que tomar algunas decisiones, ______.
—¿Decisiones?
—Dices que estaba enamorado de ti —Joseph la miró a los ojos—. También dices que estás embarazada de mí. Hay mucho que decidir y no lo vamos a resolver en una noche.
Ella asintió.
—Quiero que vengas conmigo.
—¿Y adónde vamos exactamente? —______ se humedeció los labios.
—Si lo que dices es cierto, una gran parte de mi vida y futuro cambió en esa isla. Tú y yo vamos a regresar al lugar donde todo comenzó.
Ella lo miró perpleja, como si hubiera esperado que la dejara tirada.
—Vamos a revivir esas semanas, ______. Quizás estar allí hará que recuerde.
—¿Y si no lo hace? —preguntó ella con cautela.
—Entonces habremos pasado un montón de tiempo conociéndonos de nuevo.
kadita_lovatica
Capitulo 4
—¿Te has vuelto loco? —exclamó Ryan.
Joseph dejó de pasear por el despacho y miró a su amigo a los ojos.
—Preferiría no hablar de quién ha perdido la cabeza —señaló—. No soy yo quien está buscando a la mujer que me engañó con mi hermano.
—Eso ha sido un golpe bajo —intervino Devon.
Joseph dejó escapar un suspiro. Era cierto. Fuera cual fuera el motivo que tuviera Ryan para buscar a su exnovia, no se merecía ese trato.
—Lo siento, tío —se disculpó.
—Creo que los dos estáis locos. Ninguna mujer merece tantas molestias. Y en cuanto a ti, no sé qué decir sobre esa locura de volver a la isla Moon. ¿Qué esperas conseguir?
Quería recuperar la memoria. Quería saber por qué había actuado de manera tan poco propia de él.
—Ella dice que nos enamoramos.
Los otros tres lo miraron como si acabara de anunciar que iba a hacer voto de castidad.
—También asegura que el hijo que espera es tuyo —señaló Devon—. Eso es asegurar mucho.
—¿Has hablado con tu abogado? —preguntó Ryan—. Toda esta situación me pone de los nervios. No nos hará ningún bien si va por ahí contando que eres un auténtico bastardo al seducirla y abandonarla antes de que se secara la tinta del contrato.
—No, aún no he hablado con Mario —murmuró Joseph—. No he tenido tiempo.
—¿Y cuánto tiempo vas a dedicar a buscarte a ti mismo? —preguntó Cam.
—Tanto como sea necesario.
—Me encantaría seguir aquí —Devon consultó el reloj—, pero tengo una cita.
—¿Copeland? —bufó Cam.
Devon hizo un mohín en dirección a su amigo.
—¿El viejo sigue empeñado en que te cases con su hija si quieres la fusión?
—Sí —Devon suspiró—. Ella es un poco… alocada y Copeland cree que yo conseguiré equilibrarla.
—Pues dile que no hay trato —Cam se encogió de hombros.
—No está tan mal. Es joven y… exuberante. Hay peores mujeres con las que casarse.
—En otras palabras, volvería loca a una persona tan inflexible como tú —rio Ryan.
Devon le dedicó un gesto grosero a su amigo y se dirigió hacia la puerta.
—Yo también tengo que irme —Cam se puso de pie—. Antes de iniciar tu búsqueda, tenemos que quedar para tomar algo, Joe.
Ryan no se había apartado de la ventana y se volvió hacia su amigo en cuanto estuvieron a solas.
—Oye, siento lo que dije sobre Kelly —se disculpó Joseph—. ¿Aún no la has encontrado?
—No —Ryan sacudió la cabeza—. Pero lo haré.
Joseph no comprendía el empeño de su amigo en encontrar a su antigua novia. Todo había sucedido durante las cuatro semanas perdidas de su vida. Kelly se había acostado con el hermano de Ryan. Ryan la había echado de su vida y, aparentemente, pasado página.
—¿No te acuerdas de ______? —preguntó Ryan—. ¿Nada en absoluto?
—No —Joseph tamborileó con un bolígrafo sobre el escritorio.
—¿Y no te parece raro?
—Pues claro que es raro —contestó él exasperado—. Todo esto es raro.
—¿No crees que si te hubieras enamorado de esa mujer y pasado con ella cada instante del día durante cuatro semanas, no tendrías al menos una leve sensación de déjà vu?
—Entiendo tu punto de vista, Ryan —Joseph soltó el bolígrafo—, y agradezco tu preocupación. Algo sucedió en esa isla. No sé qué es, pero en mi mente hay un enorme boquete y ella está en el centro. Tengo que regresar, aunque sólo sea para desmentir su versión.
—¿Y si lo que dice es verdad?
—Entonces tengo mucho tiempo que recuperar.
______ se paró frente al edificio de oficinas y miró hacia arriba. La moderna arquitectura del rascacielos relumbraba bajo el sol otoñal.
La ciudad la asustaba y fascinaba a partes iguales.
Todo el mundo parecía ocupado y nadie se paraba siquiera un segundo. La ciudad latía con gente, coches, luces y ruidos. ¿Cómo podía alguien soportar ese ruido constante?
Aun así, había estado dispuesta a abrazar esa vida, consciente de que, si iba a compartir su vida con Joseph, tendría que acostumbrarse a la ciudad.
Una semilla de duda crecía a cada aliento que exhalaba y no podía evitar preguntarse si no estaría haciendo un ridículo aún mayor que la primera vez.
—Debo estar loca por confiar en él —murmuró.
Pero si decía la verdad, si esa historia extraña e increíble era cierta, entonces no la había traicionado. No la había abandonado.
—______, ¿verdad?
Ante ella había dos hombres que ya había visto en la fiesta de Joseph.
—En efecto, ______.
Ambos eran altos. Uno de ellos tenía el pelo castaño y corto, y le sonrió. El otro era rubio con cabellos revueltos, y fruncía el ceño mientras entornaba los azules ojos.
—Soy Devon Carter, un amigo de Joseph —el sonriente extendió una mano—. Y éste es Cameron Hollingsworth.
Cameron seguía escrutándola con la mirada, y ______ lo ignoró, centrándose en Devon.
—Encantada de conocerte —murmuró al fin, sin saber muy bien qué decir.
—¿Has venido para ver a Joe? —preguntó Devon.
Ella asintió.
—Nos encantará acompañarte.
—No hace falta —______ sacudió la cabeza—. Puedo ir yo sola. No quiero causar molestias.
Cameron le dedicó una mirada fría y calculadora.
—No es ninguna molestia —insistió Devon—. Te acompañaré hasta el ascensor.
—¿No me crees capaz de encontrar el ascensor? —ella frunció el ceño—. ¿O acaso eres uno de esos amigos entrometidos?
Devon sonrió despreocupadamente y la miró como si supiera exactamente cómo se sentía.
—Entonces te deseo un buen día —dijo él al fin.
______ deseó no haber sido tan grosera.
—Gracias, encantada de conocerte.
Impregnó su voz de tanta sinceridad que estuvo a punto de creérselo ella misma. Devon asintió, pero Cameron no pareció impresionado. Los dos amigos entraron en un BMW que les aguardaba.
Respiró hondo y atravesó las puertas giratorias para entrar en el edificio. El vestíbulo era precioso. En el centro había una gran fuente y se paró frente a ella para permitir que el sonido del agua le relajara. Echaba de menos el mar. No salía muy a menudo de la isla y, en medio de la gran ciudad, sólo pensaba en regresar al tranquilo lugar en el que había crecido.
Se le formó un nudo en la garganta y el dolor le oprimió el pecho. Por su culpa, las tierras de la familia estaban en manos de un hombre decidido a construir un complejo turístico con campo de golf y a saber qué más.
Pero la isla Moon era especial. Las familias llevaban viviendo allí desde hacía generaciones y todo el mundo se conocía. La mitad de la isla se dedicaba a la pesca o a las gambas y la otra mitad vivía jubilada tras años trabajando en Houston o Dallas.
Entre los residentes había un acuerdo no escrito por el que la isla seguiría siendo un paraíso para quien buscara una vida más tranquila.
Pero todo eso iba a cambiar por su culpa. Las excavadoras iban a invadirlo todo y, lentamente, el mundo exterior cambiaría su forma de vivir.
______ se mordió el labio y se dirigió hacia el ascensor. Le dolía pensar en lo ingenua y estúpida que había sido.
Furiosa, pulsó el botón de la tercera planta. Le había creído cuando le había asegurado que quería las tierras con fines personales. Al firmar los documentos, el nombre que había aparecido era el suyo, no el de ninguna empresa. Joseph Jonas. Y también le había creído cuando le había dicho que la amaba y que regresaría. Que quería que estuvieran juntos.
Se sentía tan humillada por su estupidez que no soportaba pensar más en ello. Y al presentarse en Nueva York se había encontrado con la historia de la pérdida de memoria. Demasiado oportuno.
—Por favor, que esté diciendo la verdad —susurró.
Porque, si decía la verdad, entonces a lo mejor no era tan mala persona.
—¿Tiene cita? —al salir del ascensor, se topó con un mostrador. La recepcionista sonrió.
—Joseph me está esperando —asintió ella tras unos segundos de incertidumbre.
—¿Es usted la señorita Morgan?
Ella asintió de nuevo.
—Sígame. El señor Jonas pidió que la llevara de inmediato a su despacho. ¿Le apetece un café o té? —miró la enorme barriga—. Si lo prefiere, tenemos descafeinado.
—Gracias, estoy bien —______ sonrió.
—Señor Jonas, la señorita Morgan está aquí —la recepcionista abrió una puerta.
—Gracias, Tamara —Joseph alzó la vista del escritorio y se puso en pie.
—¿Necesitará alguna cosa más? —preguntó amablemente Tamara.
—Que nadie me moleste —Joseph sacudió la cabeza. La mujer sonrió y se marchó, cerrando la puerta tras ella.
______ miró a Joseph. Estaban tan cerca que podía olerlo, pero no sabía cómo actuar. No podía mantener la pose airada de amante despechada porque, si no se acordaba de ella no se le podía culpar por comportarse como si no existiera.
Pero tampoco podía retomar la relación donde la habían dejado arrojándose en sus brazos.
—Antes de que esto vaya más lejos, hay algo que debo hacer —él suspiró.
—¿Qué? —______ frunció el ceño antes de enarcar las cejas al verlo aproximarse.
Joseph le tomó el rostro entre las manos ahuecadas y se acercó aún más a ella.
—Tengo que besarte.
Joseph dejó de pasear por el despacho y miró a su amigo a los ojos.
—Preferiría no hablar de quién ha perdido la cabeza —señaló—. No soy yo quien está buscando a la mujer que me engañó con mi hermano.
—Eso ha sido un golpe bajo —intervino Devon.
Joseph dejó escapar un suspiro. Era cierto. Fuera cual fuera el motivo que tuviera Ryan para buscar a su exnovia, no se merecía ese trato.
—Lo siento, tío —se disculpó.
—Creo que los dos estáis locos. Ninguna mujer merece tantas molestias. Y en cuanto a ti, no sé qué decir sobre esa locura de volver a la isla Moon. ¿Qué esperas conseguir?
Quería recuperar la memoria. Quería saber por qué había actuado de manera tan poco propia de él.
—Ella dice que nos enamoramos.
Los otros tres lo miraron como si acabara de anunciar que iba a hacer voto de castidad.
—También asegura que el hijo que espera es tuyo —señaló Devon—. Eso es asegurar mucho.
—¿Has hablado con tu abogado? —preguntó Ryan—. Toda esta situación me pone de los nervios. No nos hará ningún bien si va por ahí contando que eres un auténtico bastardo al seducirla y abandonarla antes de que se secara la tinta del contrato.
—No, aún no he hablado con Mario —murmuró Joseph—. No he tenido tiempo.
—¿Y cuánto tiempo vas a dedicar a buscarte a ti mismo? —preguntó Cam.
—Tanto como sea necesario.
—Me encantaría seguir aquí —Devon consultó el reloj—, pero tengo una cita.
—¿Copeland? —bufó Cam.
Devon hizo un mohín en dirección a su amigo.
—¿El viejo sigue empeñado en que te cases con su hija si quieres la fusión?
—Sí —Devon suspiró—. Ella es un poco… alocada y Copeland cree que yo conseguiré equilibrarla.
—Pues dile que no hay trato —Cam se encogió de hombros.
—No está tan mal. Es joven y… exuberante. Hay peores mujeres con las que casarse.
—En otras palabras, volvería loca a una persona tan inflexible como tú —rio Ryan.
Devon le dedicó un gesto grosero a su amigo y se dirigió hacia la puerta.
—Yo también tengo que irme —Cam se puso de pie—. Antes de iniciar tu búsqueda, tenemos que quedar para tomar algo, Joe.
Ryan no se había apartado de la ventana y se volvió hacia su amigo en cuanto estuvieron a solas.
—Oye, siento lo que dije sobre Kelly —se disculpó Joseph—. ¿Aún no la has encontrado?
—No —Ryan sacudió la cabeza—. Pero lo haré.
Joseph no comprendía el empeño de su amigo en encontrar a su antigua novia. Todo había sucedido durante las cuatro semanas perdidas de su vida. Kelly se había acostado con el hermano de Ryan. Ryan la había echado de su vida y, aparentemente, pasado página.
—¿No te acuerdas de ______? —preguntó Ryan—. ¿Nada en absoluto?
—No —Joseph tamborileó con un bolígrafo sobre el escritorio.
—¿Y no te parece raro?
—Pues claro que es raro —contestó él exasperado—. Todo esto es raro.
—¿No crees que si te hubieras enamorado de esa mujer y pasado con ella cada instante del día durante cuatro semanas, no tendrías al menos una leve sensación de déjà vu?
—Entiendo tu punto de vista, Ryan —Joseph soltó el bolígrafo—, y agradezco tu preocupación. Algo sucedió en esa isla. No sé qué es, pero en mi mente hay un enorme boquete y ella está en el centro. Tengo que regresar, aunque sólo sea para desmentir su versión.
—¿Y si lo que dice es verdad?
—Entonces tengo mucho tiempo que recuperar.
______ se paró frente al edificio de oficinas y miró hacia arriba. La moderna arquitectura del rascacielos relumbraba bajo el sol otoñal.
La ciudad la asustaba y fascinaba a partes iguales.
Todo el mundo parecía ocupado y nadie se paraba siquiera un segundo. La ciudad latía con gente, coches, luces y ruidos. ¿Cómo podía alguien soportar ese ruido constante?
Aun así, había estado dispuesta a abrazar esa vida, consciente de que, si iba a compartir su vida con Joseph, tendría que acostumbrarse a la ciudad.
Una semilla de duda crecía a cada aliento que exhalaba y no podía evitar preguntarse si no estaría haciendo un ridículo aún mayor que la primera vez.
—Debo estar loca por confiar en él —murmuró.
Pero si decía la verdad, si esa historia extraña e increíble era cierta, entonces no la había traicionado. No la había abandonado.
—______, ¿verdad?
Ante ella había dos hombres que ya había visto en la fiesta de Joseph.
—En efecto, ______.
Ambos eran altos. Uno de ellos tenía el pelo castaño y corto, y le sonrió. El otro era rubio con cabellos revueltos, y fruncía el ceño mientras entornaba los azules ojos.
—Soy Devon Carter, un amigo de Joseph —el sonriente extendió una mano—. Y éste es Cameron Hollingsworth.
Cameron seguía escrutándola con la mirada, y ______ lo ignoró, centrándose en Devon.
—Encantada de conocerte —murmuró al fin, sin saber muy bien qué decir.
—¿Has venido para ver a Joe? —preguntó Devon.
Ella asintió.
—Nos encantará acompañarte.
—No hace falta —______ sacudió la cabeza—. Puedo ir yo sola. No quiero causar molestias.
Cameron le dedicó una mirada fría y calculadora.
—No es ninguna molestia —insistió Devon—. Te acompañaré hasta el ascensor.
—¿No me crees capaz de encontrar el ascensor? —ella frunció el ceño—. ¿O acaso eres uno de esos amigos entrometidos?
Devon sonrió despreocupadamente y la miró como si supiera exactamente cómo se sentía.
—Entonces te deseo un buen día —dijo él al fin.
______ deseó no haber sido tan grosera.
—Gracias, encantada de conocerte.
Impregnó su voz de tanta sinceridad que estuvo a punto de creérselo ella misma. Devon asintió, pero Cameron no pareció impresionado. Los dos amigos entraron en un BMW que les aguardaba.
Respiró hondo y atravesó las puertas giratorias para entrar en el edificio. El vestíbulo era precioso. En el centro había una gran fuente y se paró frente a ella para permitir que el sonido del agua le relajara. Echaba de menos el mar. No salía muy a menudo de la isla y, en medio de la gran ciudad, sólo pensaba en regresar al tranquilo lugar en el que había crecido.
Se le formó un nudo en la garganta y el dolor le oprimió el pecho. Por su culpa, las tierras de la familia estaban en manos de un hombre decidido a construir un complejo turístico con campo de golf y a saber qué más.
Pero la isla Moon era especial. Las familias llevaban viviendo allí desde hacía generaciones y todo el mundo se conocía. La mitad de la isla se dedicaba a la pesca o a las gambas y la otra mitad vivía jubilada tras años trabajando en Houston o Dallas.
Entre los residentes había un acuerdo no escrito por el que la isla seguiría siendo un paraíso para quien buscara una vida más tranquila.
Pero todo eso iba a cambiar por su culpa. Las excavadoras iban a invadirlo todo y, lentamente, el mundo exterior cambiaría su forma de vivir.
______ se mordió el labio y se dirigió hacia el ascensor. Le dolía pensar en lo ingenua y estúpida que había sido.
Furiosa, pulsó el botón de la tercera planta. Le había creído cuando le había asegurado que quería las tierras con fines personales. Al firmar los documentos, el nombre que había aparecido era el suyo, no el de ninguna empresa. Joseph Jonas. Y también le había creído cuando le había dicho que la amaba y que regresaría. Que quería que estuvieran juntos.
Se sentía tan humillada por su estupidez que no soportaba pensar más en ello. Y al presentarse en Nueva York se había encontrado con la historia de la pérdida de memoria. Demasiado oportuno.
—Por favor, que esté diciendo la verdad —susurró.
Porque, si decía la verdad, entonces a lo mejor no era tan mala persona.
—¿Tiene cita? —al salir del ascensor, se topó con un mostrador. La recepcionista sonrió.
—Joseph me está esperando —asintió ella tras unos segundos de incertidumbre.
—¿Es usted la señorita Morgan?
Ella asintió de nuevo.
—Sígame. El señor Jonas pidió que la llevara de inmediato a su despacho. ¿Le apetece un café o té? —miró la enorme barriga—. Si lo prefiere, tenemos descafeinado.
—Gracias, estoy bien —______ sonrió.
—Señor Jonas, la señorita Morgan está aquí —la recepcionista abrió una puerta.
—Gracias, Tamara —Joseph alzó la vista del escritorio y se puso en pie.
—¿Necesitará alguna cosa más? —preguntó amablemente Tamara.
—Que nadie me moleste —Joseph sacudió la cabeza. La mujer sonrió y se marchó, cerrando la puerta tras ella.
______ miró a Joseph. Estaban tan cerca que podía olerlo, pero no sabía cómo actuar. No podía mantener la pose airada de amante despechada porque, si no se acordaba de ella no se le podía culpar por comportarse como si no existiera.
Pero tampoco podía retomar la relación donde la habían dejado arrojándose en sus brazos.
—Antes de que esto vaya más lejos, hay algo que debo hacer —él suspiró.
—¿Qué? —______ frunció el ceño antes de enarcar las cejas al verlo aproximarse.
Joseph le tomó el rostro entre las manos ahuecadas y se acercó aún más a ella.
—Tengo que besarte.
kadita_lovatica
Capitulo 5
______ intentó zafarse, pero Joseph estaba decidido a no dejarla escapar. La sujetó por los hombros y la atrajo bruscamente hacia sí antes de besarla apasionadamente.
No estaba muy seguro de qué esperar. ¿Fuegos artificiales? ¿La memoria milagrosamente recuperada? ¿Imágenes de las semanas perdidas?
No sucedió nada de eso. En cambio, lo que sí sucedió lo llenó de pánico.
Joseph sintió que su cuerpo despertaba. Cada músculo se tensó. El deseo y la lujuria se enroscaron alrededor del estómago y se puso dolorosamente duro.
¡Cómo le correspondía esa mujer! Tras la resistencia inicial, se fundió contra él y le devolvió el beso con pasión. Le rodeó el cuello con los brazos moldeando sus deliciosas curvas contra su cuerpo. Un cuerpo que pedía a gritos que la tumbara sobre el escritorio y saciara su deseo.
Pero a medida que la consciencia se abría paso, se contuvo. ¿En qué estaba pensando? Esa mujer, a la que no recordaba, estaba embarazada, aunque eso no le impidiera querer arrancarle la ropa.
Bueno, al menos no podría dejarla embarazada otra vez…
¿Que no era su tipo? Nunca había conocido a una mujer con la que tuviera tanta química.
______ lo miraba perpleja con los labios hinchados y la mirada turbia. Y Joseph tuvo que hacer acopio de toda su capacidad de control para no terminar lo que había empezado.
—Lo siento —se disculpó apartándose de ella—. Tenía que comprobarlo.
—¿Comprobar el qué? —ella entornó los ojos mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y daba unos impacientes golpecitos en el suelo con el pie.
—Si conseguía recordar algo.
—¿Y bien?
—Nada —él sacudió la cabeza.
______ se dio media vuelta, dispuesta a salir del despacho.
—Espera un momento —llamó él.
—¿Cuál es tu problema?
—¿Cuál es mi problema? Pues no tengo ni idea. Quizás que no me gusta ser maltratada como una especie de animal de laboratorio.
—Pero…
Antes de que él pudiera protestar, ella ya se había marchado.
Joseph la vio irse sin saber si ir tras ella o no. ¿Qué le diría cuando la alcanzara? No lamentaba el beso, aunque no hubiera supuesto la cura milagrosa que había esperado. Pero sí le había aclarado algo importante: no podía acercarse a esa mujer sin estallar en llamas, y eso hacía que fuera bastante probable que llevara a su hijo dentro de ella.
Regresó al escritorio y descolgó el teléfono. Segundos más tarde, Ramon contestó.
—La señorita Morgan acaba de abandonar mi despacho. Procura que llegue bien al hotel.
______ salió a la calle. Las lágrimas le ardían en los ojos.
Había esperado ver algún rastro del Joseph Jonas del que se había enamorado. Quizás también había esperado que el beso despertara… algo.
El viento fresco le revolvió los cabellos mientras miraba calle abajo, sin saber muy bien qué dirección tomar. Hacía más frío que antes y empezó a tiritar.
Aún había bastante luz como para regresar caminando al hotel. El beso de Joe la había dejado acalorada y le enfurecía que se hubiera mostrado tan frío.
Se había sentido como… un juguete. Como si no fuera más que un artículo para divertirle.
Y seguramente era eso lo que había sido desde el principio.
Al pararse ante un paso de peatones, un hombre tropezó con ella violentamente.
—¡Eh! —______ se volvió asustada.
El hombre murmuró una disculpa mientras el semáforo se ponía en verde. No fue consciente del tirón en el otro brazo hasta que fue demasiado tarde.
El bolso se deslizó por el brazo que casi fue arrancado del hombro mientras el ladrón echaba a correr.
Instintivamente, ______ agarró la correa del bolso tirando de ella.
El ladrón la empujó con fuerza, haciéndole caer al suelo. El golpe fue muy fuerte, pero la correa del bolso se mantuvo firmemente enrollada alrededor de su muñeca.
El ladrón tiró con fuerza, arrastrándola varios metros antes de soltar un rugido de rabia y sacudirle una bofetada con el dorso de la mano. ______ percibió un destello plateado.
El pánico hizo presa de ella al reconocer la navaja que se aproximaba a su cuerpo. Sin embargo, el atacante rajó la correa y en unos segundos desapareció, fundiéndose con la multitud mientras ella quedaba tirada en el suelo.
—¿Está bien, señora? —alguien se arrodilló a su lado.
Ella se volvió, demasiado aturdida para responder. Un coche negro dio un frenazo, parándose frente a ella y una mole de hombre corrió en su auxilio.
—Señorita Morgan, ¿se encuentra bien? —preguntó apresuradamente.
—¿Cómo… cómo sabe mi nombre?
—El señor Jonas me envió.
—¿Cómo se ha enterado él de lo sucedido?
—Me pidió que me asegurara de que llegara sana y salva al hotel. No la alcancé a tiempo para llevarla en coche y la estaba buscando.
—Entiendo.
—¿Puede ponerse de pie? —preguntó él.
______ asintió lentamente. Al menos lo intentaría. Mientras el hombre la ayudaba a levantarse, se sujetó la barriga, preocupada por si el bebé había sufrido algún daño.
—¿Le duele? —preguntó él.
—No lo sé —contestó ella temblorosa—. Puede que no sea más que el susto. La caída…
—La llevaré de inmediato al hospital. El señor Jonas se reunirá allí con nosotros.
______ no protestó al ser empujada al asiento trasero del coche. El hombre se sentó a su lado y ordenó al conductor que arrancara.
—¿Le duele algo? —preguntó.
—No creo. Sólo estoy alterada.
—Va a tener un buen moretón en el ojo.
—Gracias —murmuró—. Por su ayuda. Llegó en el momento justo.
—No, no es verdad —el rostro del hombre se arrugó en una mueca de rabia—. De haber llegado un segundo antes, no la habría lastimado.
—Aun así, gracias. Llevaba una navaja.
Al recordarlo, empezó a respirar agitadamente. Le subió un escalofrío por la columna hasta los hombros y empezó a temblar descontroladamente.
—Ni siquiera sé su nombre —continuó con voz débil.
—Ramon —él la miró con preocupación—. Soy el jefe de seguridad del señor Jonas.
—Me llamo ______ —se presentó ella antes de recordar que él ya conocía su nombre.
—Casi hemos llegado, ______ —la tranquilizó.
El coche se paró y la puerta se abrió. Ramon la ayudó a salir y los recibió un auxiliar de urgencias, que les aguardaba con una silla de ruedas.
Sorprendida por la rapidez con que fue atendida, contempló boquiabierta cómo dos enfermeras la tumbaban en una cama y empezaban a examinarla.
Ramon se quedó a su lado sin perder detalle de los movimientos del personal sanitario.
—El señor Jonas es benefactor de este hospital —murmuró, como si comprendiera el aturdimiento de la joven—. Llamó para informarles de su llegada.
—El obstetra vendrá enseguida —anunció una enfermera—. Examinará al bebé.
______ asintió y murmuró un agradecimiento. Acababa de cerrar los ojos cuando la puerta se abrió de golpe.
—¿Estás bien? —preguntó angustiado Joseph—. ¿Estás herida? ¿Te duele algo? —respiró hondo y se mesó los cabellos—. ¿El… bebé?
Antes de que ella pudiera responder, él se fijó en el ojo y su rostro se enfureció. Instintivamente le tocó la cara antes de volverse hacia Ramon.
—¿Qué ha pasado?
—Estoy bien —intervino ______, pero Joseph ya no le prestaba atención a ella.
—Joseph…
Él seguía bombardeando al jefe de seguridad con preguntas y tuvo que tirarle de la manga para recuperar su atención.
—Estoy bien, en serio. Ramon apareció justo a tiempo. Me ha cuidado muy bien.
—No debería haberte dejado marchar del despacho —Joe rechinó los dientes—. Estabas alterada y no deberías haber salido a la calle. Pensaba que Ramon te llevaría al hotel.
—Eché a andar —ella se encogió de hombros—. Él no me alcanzó hasta después de…
—¿Ha venido ya el médico? —Joseph acercó una silla y se sentó a su lado—. ¿Qué ha dicho del bebé? ¿Te ha hecho daño ese bastardo en alguna otra parte?
Ella sacudió la cabeza y pestañeó perpleja. Aquél era un Joseph totalmente desconocido.
—La enfermera dijo que el obstetra de guardia vendría en breve para reconocerme y asegurarse de que el bebé está bien. Y no, no me ha herido en ninguna otra parte.
—No puedes caminar por las calles de Nueva York tú sola —Joseph le tomó la mano—. Ni siquiera me gusta que te alojes en ese hotel.
—Pero si es tuyo —______ sonrió divertida—. ¿Estás diciendo que no es un lugar seguro?
—Preferiría que te quedaras conmigo, para estar seguro de que no te pase nada.
—¿Qué estás diciendo? —ella frunció el ceño.
—Escucha, de todos modos nos íbamos a ir juntos a la isla Moon en unos días. Lo lógico sería que te quedaras conmigo hasta entonces. Nos dará más tiempo para… conocernos.
Quizás no la recordaba, pero sus instintos protectores se habían despertado y desde luego estaba preocupado por el bebé y su madre.
Al menos era un comienzo, ¿no?
—De acuerdo —accedió ______—. Me alojaré en tu casa hasta que salgamos hacia la isla.
No estaba muy seguro de qué esperar. ¿Fuegos artificiales? ¿La memoria milagrosamente recuperada? ¿Imágenes de las semanas perdidas?
No sucedió nada de eso. En cambio, lo que sí sucedió lo llenó de pánico.
Joseph sintió que su cuerpo despertaba. Cada músculo se tensó. El deseo y la lujuria se enroscaron alrededor del estómago y se puso dolorosamente duro.
¡Cómo le correspondía esa mujer! Tras la resistencia inicial, se fundió contra él y le devolvió el beso con pasión. Le rodeó el cuello con los brazos moldeando sus deliciosas curvas contra su cuerpo. Un cuerpo que pedía a gritos que la tumbara sobre el escritorio y saciara su deseo.
Pero a medida que la consciencia se abría paso, se contuvo. ¿En qué estaba pensando? Esa mujer, a la que no recordaba, estaba embarazada, aunque eso no le impidiera querer arrancarle la ropa.
Bueno, al menos no podría dejarla embarazada otra vez…
¿Que no era su tipo? Nunca había conocido a una mujer con la que tuviera tanta química.
______ lo miraba perpleja con los labios hinchados y la mirada turbia. Y Joseph tuvo que hacer acopio de toda su capacidad de control para no terminar lo que había empezado.
—Lo siento —se disculpó apartándose de ella—. Tenía que comprobarlo.
—¿Comprobar el qué? —ella entornó los ojos mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y daba unos impacientes golpecitos en el suelo con el pie.
—Si conseguía recordar algo.
—¿Y bien?
—Nada —él sacudió la cabeza.
______ se dio media vuelta, dispuesta a salir del despacho.
—Espera un momento —llamó él.
—¿Cuál es tu problema?
—¿Cuál es mi problema? Pues no tengo ni idea. Quizás que no me gusta ser maltratada como una especie de animal de laboratorio.
—Pero…
Antes de que él pudiera protestar, ella ya se había marchado.
Joseph la vio irse sin saber si ir tras ella o no. ¿Qué le diría cuando la alcanzara? No lamentaba el beso, aunque no hubiera supuesto la cura milagrosa que había esperado. Pero sí le había aclarado algo importante: no podía acercarse a esa mujer sin estallar en llamas, y eso hacía que fuera bastante probable que llevara a su hijo dentro de ella.
Regresó al escritorio y descolgó el teléfono. Segundos más tarde, Ramon contestó.
—La señorita Morgan acaba de abandonar mi despacho. Procura que llegue bien al hotel.
______ salió a la calle. Las lágrimas le ardían en los ojos.
Había esperado ver algún rastro del Joseph Jonas del que se había enamorado. Quizás también había esperado que el beso despertara… algo.
El viento fresco le revolvió los cabellos mientras miraba calle abajo, sin saber muy bien qué dirección tomar. Hacía más frío que antes y empezó a tiritar.
Aún había bastante luz como para regresar caminando al hotel. El beso de Joe la había dejado acalorada y le enfurecía que se hubiera mostrado tan frío.
Se había sentido como… un juguete. Como si no fuera más que un artículo para divertirle.
Y seguramente era eso lo que había sido desde el principio.
Al pararse ante un paso de peatones, un hombre tropezó con ella violentamente.
—¡Eh! —______ se volvió asustada.
El hombre murmuró una disculpa mientras el semáforo se ponía en verde. No fue consciente del tirón en el otro brazo hasta que fue demasiado tarde.
El bolso se deslizó por el brazo que casi fue arrancado del hombro mientras el ladrón echaba a correr.
Instintivamente, ______ agarró la correa del bolso tirando de ella.
El ladrón la empujó con fuerza, haciéndole caer al suelo. El golpe fue muy fuerte, pero la correa del bolso se mantuvo firmemente enrollada alrededor de su muñeca.
El ladrón tiró con fuerza, arrastrándola varios metros antes de soltar un rugido de rabia y sacudirle una bofetada con el dorso de la mano. ______ percibió un destello plateado.
El pánico hizo presa de ella al reconocer la navaja que se aproximaba a su cuerpo. Sin embargo, el atacante rajó la correa y en unos segundos desapareció, fundiéndose con la multitud mientras ella quedaba tirada en el suelo.
—¿Está bien, señora? —alguien se arrodilló a su lado.
Ella se volvió, demasiado aturdida para responder. Un coche negro dio un frenazo, parándose frente a ella y una mole de hombre corrió en su auxilio.
—Señorita Morgan, ¿se encuentra bien? —preguntó apresuradamente.
—¿Cómo… cómo sabe mi nombre?
—El señor Jonas me envió.
—¿Cómo se ha enterado él de lo sucedido?
—Me pidió que me asegurara de que llegara sana y salva al hotel. No la alcancé a tiempo para llevarla en coche y la estaba buscando.
—Entiendo.
—¿Puede ponerse de pie? —preguntó él.
______ asintió lentamente. Al menos lo intentaría. Mientras el hombre la ayudaba a levantarse, se sujetó la barriga, preocupada por si el bebé había sufrido algún daño.
—¿Le duele? —preguntó él.
—No lo sé —contestó ella temblorosa—. Puede que no sea más que el susto. La caída…
—La llevaré de inmediato al hospital. El señor Jonas se reunirá allí con nosotros.
______ no protestó al ser empujada al asiento trasero del coche. El hombre se sentó a su lado y ordenó al conductor que arrancara.
—¿Le duele algo? —preguntó.
—No creo. Sólo estoy alterada.
—Va a tener un buen moretón en el ojo.
—Gracias —murmuró—. Por su ayuda. Llegó en el momento justo.
—No, no es verdad —el rostro del hombre se arrugó en una mueca de rabia—. De haber llegado un segundo antes, no la habría lastimado.
—Aun así, gracias. Llevaba una navaja.
Al recordarlo, empezó a respirar agitadamente. Le subió un escalofrío por la columna hasta los hombros y empezó a temblar descontroladamente.
—Ni siquiera sé su nombre —continuó con voz débil.
—Ramon —él la miró con preocupación—. Soy el jefe de seguridad del señor Jonas.
—Me llamo ______ —se presentó ella antes de recordar que él ya conocía su nombre.
—Casi hemos llegado, ______ —la tranquilizó.
El coche se paró y la puerta se abrió. Ramon la ayudó a salir y los recibió un auxiliar de urgencias, que les aguardaba con una silla de ruedas.
Sorprendida por la rapidez con que fue atendida, contempló boquiabierta cómo dos enfermeras la tumbaban en una cama y empezaban a examinarla.
Ramon se quedó a su lado sin perder detalle de los movimientos del personal sanitario.
—El señor Jonas es benefactor de este hospital —murmuró, como si comprendiera el aturdimiento de la joven—. Llamó para informarles de su llegada.
—El obstetra vendrá enseguida —anunció una enfermera—. Examinará al bebé.
______ asintió y murmuró un agradecimiento. Acababa de cerrar los ojos cuando la puerta se abrió de golpe.
—¿Estás bien? —preguntó angustiado Joseph—. ¿Estás herida? ¿Te duele algo? —respiró hondo y se mesó los cabellos—. ¿El… bebé?
Antes de que ella pudiera responder, él se fijó en el ojo y su rostro se enfureció. Instintivamente le tocó la cara antes de volverse hacia Ramon.
—¿Qué ha pasado?
—Estoy bien —intervino ______, pero Joseph ya no le prestaba atención a ella.
—Joseph…
Él seguía bombardeando al jefe de seguridad con preguntas y tuvo que tirarle de la manga para recuperar su atención.
—Estoy bien, en serio. Ramon apareció justo a tiempo. Me ha cuidado muy bien.
—No debería haberte dejado marchar del despacho —Joe rechinó los dientes—. Estabas alterada y no deberías haber salido a la calle. Pensaba que Ramon te llevaría al hotel.
—Eché a andar —ella se encogió de hombros—. Él no me alcanzó hasta después de…
—¿Ha venido ya el médico? —Joseph acercó una silla y se sentó a su lado—. ¿Qué ha dicho del bebé? ¿Te ha hecho daño ese bastardo en alguna otra parte?
Ella sacudió la cabeza y pestañeó perpleja. Aquél era un Joseph totalmente desconocido.
—La enfermera dijo que el obstetra de guardia vendría en breve para reconocerme y asegurarse de que el bebé está bien. Y no, no me ha herido en ninguna otra parte.
—No puedes caminar por las calles de Nueva York tú sola —Joseph le tomó la mano—. Ni siquiera me gusta que te alojes en ese hotel.
—Pero si es tuyo —______ sonrió divertida—. ¿Estás diciendo que no es un lugar seguro?
—Preferiría que te quedaras conmigo, para estar seguro de que no te pase nada.
—¿Qué estás diciendo? —ella frunció el ceño.
—Escucha, de todos modos nos íbamos a ir juntos a la isla Moon en unos días. Lo lógico sería que te quedaras conmigo hasta entonces. Nos dará más tiempo para… conocernos.
Quizás no la recordaba, pero sus instintos protectores se habían despertado y desde luego estaba preocupado por el bebé y su madre.
Al menos era un comienzo, ¿no?
—De acuerdo —accedió ______—. Me alojaré en tu casa hasta que salgamos hacia la isla.
kadita_lovatica
Capitulo 6
De habérselo permitido, Joseph la habría llevado en brazos hasta el ático. Y protestó con rabia hasta que ella puso los ojos en blanco y le informó de que estaba bien y que a nadie se le llevaba en brazos por culpa de un ojo morado.
La visión del ojo sólo sirvió para enfurecerlo aún más. ______ era pequeñita y la idea de que alguien le hubiera hecho daño… y encima embarazada… Afortunadamente, el médico había asegurado que el bebé estaba bien.
—¿Te apetece que encargue algo para cenar? —preguntó tras acomodarla sobre el diván.
—Gracias, me encantaría —contestó ella mientras reclinaba la cabeza.
—Debes estar cansada —él frunció el ceño al ver el gesto que asomó al rostro de la joven.
—He tenido un par de días muy duros —______ asintió.
Joseph se sintió culpable. Desde luego no le había facilitado las cosas. Pero de inmediato sintió una profunda irritación. ¿Por qué tendría que sentirse culpable? No era capaz de recordar nada. Cada noche se iba a la cama con la esperanza de que a la mañana siguiente los recuerdos hubieran regresado y no tuviera que preguntarse si había hecho algo tan estúpido como seducir y enamorarse de una mujer en cuatro semanas. No, no debería sentirse culpable. Nada de lo sucedido había sido culpa suya. Salvo el hecho de haberla alterado haciendo que huyera de su despacho.
Mientras descolgaba el teléfono, la observó detenidamente desde el otro extremo del salón. Parecía haberse quedado dormida y se preguntó si debía despertarla para cenar.
La mirada se deslizó hasta la barriga y de inmediato decidió que no podía consentir que se saltara una comida.
—¿Te apetece beber algo mientras esperamos? —Joseph se sentó en una silla junto al sofá.
—¿Tienes algún zumo? —______ abrió perezosamente los ojos—. Estoy un poco mareada.
—¿Y por qué no has dicho nada hasta ahora?
—Porque lo único que deseaba era sentarme y descansar un poco —ella se encogió de hombros—. Todas esas personas a mi alrededor me ponían nerviosa.
Joseph se dirigió a la cocina y buscó en la nevera un zumo de naranja.
Se sentó en el sofá junto a ella y le entregó un vaso con el zumo. ______ bebió con ansia la mitad.
—Gracias. Con eso bastará.
—¿Te sucede a menudo o se debe a las emociones del día? —preguntó él con recelo.
—Siempre estoy al borde de la hipoglucemia. Y de vez en cuando me baja demasiado el azúcar. El embarazo también lo ha alterado y debo comer a menudo para no desmayarme.
—¿Y qué pasaría si te desmayaras mientras estás sola? —Joseph soltó un juramento.
—Estoy bien, Joe —insistió ella—. Mi abuela es diabética. Sé cómo actuar en caso de subidas o bajadas de azúcar.
La abreviatura de su nombre, que sólo utilizaban los amigos más íntimos, escapó de los labios de ______ como si la hubiera utilizado miles de veces. Y a Joseph le pareció que sonaba… bien.
¿Por qué no conseguía recordar? Si de verdad había mantenido una relación con esa mujer y si, tal y como ella había afirmado, se habían unido sentimentalmente, ¿por qué la había borrado de su memoria?
______ levantó la vista y sus miradas se fundieron. Algo en esos ojos hizo que Joseph sintiera una opresión en el pecho. Parecía cansada y frágil. Parecía necesitar… consuelo.
—Joe, se llevó mi bolso —anunció ella.
Él asintió. La policía había acudido al hospital para tomarle declaración.
—No pensé… todo sucedió tan deprisa, y luego en el hospital… —levantó una mano en un gesto de desesperación que sólo sirvió para que Joe sintiera más ganas de consolarla.
—¿Qué te preocupa, ______?
—Tengo que anular las tarjetas de crédito. Dios, mío, seguramente ya habrá vaciado mis cuentas. También llevaba el permiso de conducir. ¿Cómo voy a volver a casa?
Cuanto más hablaba, más se alteraba y Joseph la rodeó torpemente con un brazo.
—No te preocupes. ¿Tienes los números de teléfono a los que debes llamar?
Ella sacudió la cabeza antes de apoyarla sobre su hombro.
—Si tienes un ordenador, puedo buscarlos en internet.
—Que si tengo un ordenador… —él bufó—. Siempre estoy conectado a internet.
—En la isla no —ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
—Eso es imposible —él frunció el ceño—. Jamás habría desaparecido del mapa así como así.
—No perdiste el contacto —le aclaró ______—. Pero a menudo hacías tus llamadas, o contestabas los correos, por la mañana o a última hora de la noche. Durante el día dejabas la BlackBerry en mi casa mientras nos íbamos a explorar la isla.
—¿Lo ves? Por eso me cuesta tanto aceptar la historia que cuentas —Joseph suspiró—. Yo jamás haría algo así. No es propio de mí.
______ hizo un gesto de desagrado y se apartó de él. En un intento de disimular la sensación de incomodidad que se había instalado, Joe se levantó y fue en busca del portátil. Estuvo largo rato dándole la espalda para recuperarse y evitar la tentación de disculparse.
Al fin regresó hasta el sofá y colocó el ordenador a su lado sobre un cojín.
—Si tienes algún problema para cancelar tus tarjetas, o pedir unas nuevas, dímelo. He dado mi dirección para que te las entreguen aquí.
—¿Y qué pasa con mi permiso de conducir? —preguntó ella algo tensa—. ¿Cómo volveré a casa?
—Yo te llevaré a casa, ______. ¿No puedes llamar a tu abuela para que te envíe por fax una copia de tu partida de nacimiento? Creo que sirve como identificación para volar.
—¿No podríamos ir en tu avión? Oh… supongo… Lo siento —se interrumpió avergonzada.
—Tengo más de uno —contestó él secamente.
—¿Y por qué no usar alguno? Sería más fácil viajar sin identificación en un jet privado.
—Digamos que he desarrollado una repentina fobia hacia los aviones pequeños.
—Debo parecerte muy insensible —ella frunció el ceño—. Es que todo este viaje ha sido un desastre desde el principio.
—Sí, supongo que para ti lo habrá sido —murmuró él.
Joseph se sentó a su lado. No le gustaba la sensación de inseguridad que tenía con respecto a ella. Pero, si estaba enfadado, era consigo mismo.
Si ______ decía la verdad, él había puesto su vida patas arriba.
Poco a poco crecía la inquietante sensación de que todo era cierto, por raro e improbable que pareciera, y, si era así, tendría que decidir qué demonios iba a hacer con esa mujer a la que supuestamente amaba, y con el hijo que llevaba dentro. Su hijo.
La visión del ojo sólo sirvió para enfurecerlo aún más. ______ era pequeñita y la idea de que alguien le hubiera hecho daño… y encima embarazada… Afortunadamente, el médico había asegurado que el bebé estaba bien.
—¿Te apetece que encargue algo para cenar? —preguntó tras acomodarla sobre el diván.
—Gracias, me encantaría —contestó ella mientras reclinaba la cabeza.
—Debes estar cansada —él frunció el ceño al ver el gesto que asomó al rostro de la joven.
—He tenido un par de días muy duros —______ asintió.
Joseph se sintió culpable. Desde luego no le había facilitado las cosas. Pero de inmediato sintió una profunda irritación. ¿Por qué tendría que sentirse culpable? No era capaz de recordar nada. Cada noche se iba a la cama con la esperanza de que a la mañana siguiente los recuerdos hubieran regresado y no tuviera que preguntarse si había hecho algo tan estúpido como seducir y enamorarse de una mujer en cuatro semanas. No, no debería sentirse culpable. Nada de lo sucedido había sido culpa suya. Salvo el hecho de haberla alterado haciendo que huyera de su despacho.
Mientras descolgaba el teléfono, la observó detenidamente desde el otro extremo del salón. Parecía haberse quedado dormida y se preguntó si debía despertarla para cenar.
La mirada se deslizó hasta la barriga y de inmediato decidió que no podía consentir que se saltara una comida.
—¿Te apetece beber algo mientras esperamos? —Joseph se sentó en una silla junto al sofá.
—¿Tienes algún zumo? —______ abrió perezosamente los ojos—. Estoy un poco mareada.
—¿Y por qué no has dicho nada hasta ahora?
—Porque lo único que deseaba era sentarme y descansar un poco —ella se encogió de hombros—. Todas esas personas a mi alrededor me ponían nerviosa.
Joseph se dirigió a la cocina y buscó en la nevera un zumo de naranja.
Se sentó en el sofá junto a ella y le entregó un vaso con el zumo. ______ bebió con ansia la mitad.
—Gracias. Con eso bastará.
—¿Te sucede a menudo o se debe a las emociones del día? —preguntó él con recelo.
—Siempre estoy al borde de la hipoglucemia. Y de vez en cuando me baja demasiado el azúcar. El embarazo también lo ha alterado y debo comer a menudo para no desmayarme.
—¿Y qué pasaría si te desmayaras mientras estás sola? —Joseph soltó un juramento.
—Estoy bien, Joe —insistió ella—. Mi abuela es diabética. Sé cómo actuar en caso de subidas o bajadas de azúcar.
La abreviatura de su nombre, que sólo utilizaban los amigos más íntimos, escapó de los labios de ______ como si la hubiera utilizado miles de veces. Y a Joseph le pareció que sonaba… bien.
¿Por qué no conseguía recordar? Si de verdad había mantenido una relación con esa mujer y si, tal y como ella había afirmado, se habían unido sentimentalmente, ¿por qué la había borrado de su memoria?
______ levantó la vista y sus miradas se fundieron. Algo en esos ojos hizo que Joseph sintiera una opresión en el pecho. Parecía cansada y frágil. Parecía necesitar… consuelo.
—Joe, se llevó mi bolso —anunció ella.
Él asintió. La policía había acudido al hospital para tomarle declaración.
—No pensé… todo sucedió tan deprisa, y luego en el hospital… —levantó una mano en un gesto de desesperación que sólo sirvió para que Joe sintiera más ganas de consolarla.
—¿Qué te preocupa, ______?
—Tengo que anular las tarjetas de crédito. Dios, mío, seguramente ya habrá vaciado mis cuentas. También llevaba el permiso de conducir. ¿Cómo voy a volver a casa?
Cuanto más hablaba, más se alteraba y Joseph la rodeó torpemente con un brazo.
—No te preocupes. ¿Tienes los números de teléfono a los que debes llamar?
Ella sacudió la cabeza antes de apoyarla sobre su hombro.
—Si tienes un ordenador, puedo buscarlos en internet.
—Que si tengo un ordenador… —él bufó—. Siempre estoy conectado a internet.
—En la isla no —ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
—Eso es imposible —él frunció el ceño—. Jamás habría desaparecido del mapa así como así.
—No perdiste el contacto —le aclaró ______—. Pero a menudo hacías tus llamadas, o contestabas los correos, por la mañana o a última hora de la noche. Durante el día dejabas la BlackBerry en mi casa mientras nos íbamos a explorar la isla.
—¿Lo ves? Por eso me cuesta tanto aceptar la historia que cuentas —Joseph suspiró—. Yo jamás haría algo así. No es propio de mí.
______ hizo un gesto de desagrado y se apartó de él. En un intento de disimular la sensación de incomodidad que se había instalado, Joe se levantó y fue en busca del portátil. Estuvo largo rato dándole la espalda para recuperarse y evitar la tentación de disculparse.
Al fin regresó hasta el sofá y colocó el ordenador a su lado sobre un cojín.
—Si tienes algún problema para cancelar tus tarjetas, o pedir unas nuevas, dímelo. He dado mi dirección para que te las entreguen aquí.
—¿Y qué pasa con mi permiso de conducir? —preguntó ella algo tensa—. ¿Cómo volveré a casa?
—Yo te llevaré a casa, ______. ¿No puedes llamar a tu abuela para que te envíe por fax una copia de tu partida de nacimiento? Creo que sirve como identificación para volar.
—¿No podríamos ir en tu avión? Oh… supongo… Lo siento —se interrumpió avergonzada.
—Tengo más de uno —contestó él secamente.
—¿Y por qué no usar alguno? Sería más fácil viajar sin identificación en un jet privado.
—Digamos que he desarrollado una repentina fobia hacia los aviones pequeños.
—Debo parecerte muy insensible —ella frunció el ceño—. Es que todo este viaje ha sido un desastre desde el principio.
—Sí, supongo que para ti lo habrá sido —murmuró él.
Joseph se sentó a su lado. No le gustaba la sensación de inseguridad que tenía con respecto a ella. Pero, si estaba enfadado, era consigo mismo.
Si ______ decía la verdad, él había puesto su vida patas arriba.
Poco a poco crecía la inquietante sensación de que todo era cierto, por raro e improbable que pareciera, y, si era así, tendría que decidir qué demonios iba a hacer con esa mujer a la que supuestamente amaba, y con el hijo que llevaba dentro. Su hijo.
kadita_lovatica
Re: ¿Te acuerdas de mí? Joe y Tu Adaptación TERMINADA
AHI LES DEJO VARIOS CAPITULOS, ESPERO QUE LOS DISFRUTEN
COMENTEN
:)
COMENTEN
:)
kadita_lovatica
Re: ¿Te acuerdas de mí? Joe y Tu Adaptación TERMINADA
tienes que seguirla ahora
djksjdks
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
djksjdks
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
jonas_dayi_avril
Capitulo 7
—Esto me recuerda las noches que pasábamos en casa —declaró ______ mientras tomaba otro bocado de marisco.
Joseph se paró con el tenedor en el aire, resignado a oír algo más de su inhabitual comportamiento. Pero ella no continuó, como si intuyera lo incómodo que le hacía sentir.
—¿Y qué solíamos hacer? —se esforzó por parecer despreocupadamente interesado.
—Solíamos sentarnos en la terraza con las piernas cruzadas mientras cenábamos lo que yo había preparado. Después, yo apoyaba la cabeza en tu regazo y tú me acariciabas los cabellos mientras oíamos el mar y mirábamos las estrellas.
La voz de ______ se convirtió en un susurro.
—Y entonces entrábamos en casa y hacíamos el amor.
El tono soñador de su voz afectó a Joseph. Se puso duro ante las imágenes que ella dibujaba en su mente. De repente le resultó muy fácil imaginársela tumbada ante él, piel contra piel, agarrándose a él mientras ambos alcanzaban la cima.
Una parte de él quería acabar con todo aquello. Quería llevársela a la cama, practicar sexo con ella hasta que olvidaran sus nombres. Su cuerpo lo deseaba con ansia, pero su mente lo tildaba de imbécil.
Lo quisiera o no, entre ellos había química. Quizás había perdido el sentido común en sus brazos. Quizás le había hecho promesas al calor de la excitación.
Necesitaba su colaboración. Necesitaba que el negocio saliera bien. Había demasiados inversores implicados y el dinero ya había cambiado de manos. Se acercaba la fecha límite para la construcción y lo último que deseaba era que ella empezara a hacer ruido.
______ lo miraba con atención. De modo que él hizo lo mismo y la examinó detenidamente, quedando hechizado por sus ojos negros, atraído por los delicados rasgos de su rostro. Se moría por deslizar los dedos desde esos pómulos hasta los suaves labios.
¿Así se había sentido al conocerla? La lógica le decía que sí. ¿Cómo podría su reacción ser diferente a la de la primera vez?
—¿Por qué me miras así? —preguntó ella.
—Quizás porque te encuentro hermosa.
—Pensaba que no era tu tipo.
—Lo que dije fue que no eras mi tipo habitual.
—No —______ hizo una mueca—. Tus palabras exactas fueron: «No eres mi tipo».
—No me importa lo que dije —gruñó él—. Lo que quise decir era que no eres la clase de mujer con la que salgo habitualmente.
—¿Quieres decir con la que te acuestas habitualmente? —se burló ella—. Porque eso fue lo que hicimos, ¿sabes? Un montón de veces. De hecho, a no ser que seas el mejor actor del mundo y finjas no sólo la erección sino también el orgasmo, yo diría que, o bien mientes sobre que no soy tu tipo, o no eres demasiado crítico con respecto a las mujeres con las que te acuestas. Una mujer puede fingir atracción sexual —continuó ella—. Pero, ¿los hombres? No es fácil fingir atracción hacia una mujer si el pene no colabora.
—Cielo santo —murmuró él—. Creo que ya hemos dejado bastante claro que me siento sexualmente atraído hacia ti. Sea lo que sea que pensara en el pasado sobre mis preferencias en cuanto a mujeres, es evidente que no se te aplica a ti.
—¿De modo que estás dispuesto a admitir que te acostaste conmigo y que el bebé es tuyo?
—Sí —masculló él—. Estoy dispuesto a admitir la posibilidad, pero no soy tan estúpido como para creérmelo hasta que recupere la memoria, o tenga las pruebas de ADN.
—Me basta con que admitas la posibilidad —ella hizo un mohín.
—¿Siempre eras tan… encantadora conmigo cuando estábamos juntos?
—¿Qué has querido decir con eso? —ella enarcó una ceja.
—Sólo que me suelen gustar las mujeres un poco más…
—¿Estúpidas? —lo provocó—. ¿Débiles? ¿Sosas? ¿Sumisas? —continuó ella—. O quizás sencillamente prefieres las que se limitan a asentir y a decir «sí, señor», a cada uno de tus caprichos.
______ dejó el tenedor a un lado y levantó la mirada hacia él. Los ojos estaban anegados en lágrimas y a Joseph se le formó un nudo en la garganta. No había pretendido disgustarla de nuevo.
—¿Tienes la menor idea de lo difícil que es esto para mí? —preguntó ella con voz tensa—. ¿Tienes la menor idea de lo que me cuesta verte de nuevo y no poder tocarte, abrazarte o besarte? Vine para enfrentarme a un hombre que me había traicionado de la peor de las maneras. Quería terminar contigo para siempre. Pero entonces vas y me cuentas esa historia de la pérdida de memoria y, ¿qué se supone que debo hacer? Ahora debo tener en cuenta la posibilidad de que no me hayas mentido, pero estoy muerta de miedo por si me equivoco al creerte. Otra vez.
Él la miró petrificado y con una incómoda sensación en el pecho.
—No puedo marcharme sin más después de haberte acusado precisamente de hacerme eso. Y una parte de mí se pregunta, ¿y si está diciendo la verdad? ¿Y si mañana recupera la memoria y recuerda que te ama? ¿Y si no ha sido más que un horrible malentendido y podemos regresar a nuestra vida en la isla?
Empujó el plato a un lado e hizo un evidente esfuerzo por controlarse.
—Pero, ¿y si yo tengo razón? —susurró—. ¿Y si al quedarme estoy haciendo aún más el ridículo que cuando me creí todas tus mentiras? Tengo que pensar en el bebé.
Antes de reflexionar sobre lo que debería decir o hacer, Joseph alargó una mano hacia ella. Le resultaba imposible no tocarla, no ofrecerle consuelo.
La tomó en sus brazos y se reclinó en el sofá. Durante unos instantes ella se mostró tensa y callada. Aspiró el aroma de sus cabellos y sintió una punzada de desilusión al no despertarle ningún recuerdo. ¿No se suponía que el olfato era el catalizador más poderoso?
______ se relajó poco a poco, apoyando una mano contra el pecho de Joseph y la mejilla contra su hombro.
Él inclinó la cabeza y se detuvo un instante antes de acariciarle los cabellos con los labios. Le pareció un gesto de lo más natural, a pesar de que la ternura no fuera una de sus señas de identidad. Sin embargo, la necesidad de mostrarle su lado más tierno se convirtió en un dolor físico.
—Lo siento —murmuró. No deseaba verla herida. Joseph se quedó sentado con la cabeza de ______ apoyada en su hombro, rodeándola con un brazo y con la otra mano hundida en los sedosos rizos. Contempló la rizada melena extendida sobre su pecho y sintió la barriga contra el costado.
¿De verdad era suyo? Y, de serlo, ¿por qué no estaba huyendo en dirección contraria?
No es que fuera alérgico al compromiso. Bueno, a lo mejor un poco, pero no había sufrido ningún trauma en el pasado que le hubiera vuelto suspicaz. Y tampoco era ningún mentecato temeroso de que una mujer le hiciera sufrir.
Nunca se había comprometido con nadie porque… No estaba muy seguro de por qué. Los hombres solían carecer del control en sus relaciones. Ya no podían tomar decisiones sólo para ellos, y él estaba acostumbrado a tomar decisiones sin consultar con nadie.
No era el propietario de su empresa por casualidad, ni tampoco era casualidad que se hubiera asociado con sus tres amigos. El trabajo le llevaba mucho tiempo, un tiempo del que no dispondría si tuviera que preocuparse por regresar a casa cada noche.
Le gustaba marcharse de viaje en cualquier momento. Le gustaban las reuniones de negocios. Y aunque no tuviera mucho tiempo libre, le gustaba divertirse. Solía quedar con Ryan, Devon y Cam al menos una vez al año para jugar al golf, y a menudo se iban de copas y otras actividades sólo disponibles para hombres sin pareja.
En resumidas cuentas, no había conocido a la mujer que le hiciera desear renunciar a todo aquello. Y desde luego no se imaginaba a sí mismo conociéndola y renunciando a su vida en cuatro semanas. Sería una decisión tomada a lo largo de los años.
Pero por otro lado…
Algo se movió en su interior al contemplar a la mujer que descansaba confiada contra él. Sintió un nuevo deseo, un deseo que normalmente le aterraría, que debería aterrarle.
Sintió el deseo de recordar todas aquellas cosas que ella le había descrito porque, de repente, le resultaban muy atractivas.
Joseph se paró con el tenedor en el aire, resignado a oír algo más de su inhabitual comportamiento. Pero ella no continuó, como si intuyera lo incómodo que le hacía sentir.
—¿Y qué solíamos hacer? —se esforzó por parecer despreocupadamente interesado.
—Solíamos sentarnos en la terraza con las piernas cruzadas mientras cenábamos lo que yo había preparado. Después, yo apoyaba la cabeza en tu regazo y tú me acariciabas los cabellos mientras oíamos el mar y mirábamos las estrellas.
La voz de ______ se convirtió en un susurro.
—Y entonces entrábamos en casa y hacíamos el amor.
El tono soñador de su voz afectó a Joseph. Se puso duro ante las imágenes que ella dibujaba en su mente. De repente le resultó muy fácil imaginársela tumbada ante él, piel contra piel, agarrándose a él mientras ambos alcanzaban la cima.
Una parte de él quería acabar con todo aquello. Quería llevársela a la cama, practicar sexo con ella hasta que olvidaran sus nombres. Su cuerpo lo deseaba con ansia, pero su mente lo tildaba de imbécil.
Lo quisiera o no, entre ellos había química. Quizás había perdido el sentido común en sus brazos. Quizás le había hecho promesas al calor de la excitación.
Necesitaba su colaboración. Necesitaba que el negocio saliera bien. Había demasiados inversores implicados y el dinero ya había cambiado de manos. Se acercaba la fecha límite para la construcción y lo último que deseaba era que ella empezara a hacer ruido.
______ lo miraba con atención. De modo que él hizo lo mismo y la examinó detenidamente, quedando hechizado por sus ojos negros, atraído por los delicados rasgos de su rostro. Se moría por deslizar los dedos desde esos pómulos hasta los suaves labios.
¿Así se había sentido al conocerla? La lógica le decía que sí. ¿Cómo podría su reacción ser diferente a la de la primera vez?
—¿Por qué me miras así? —preguntó ella.
—Quizás porque te encuentro hermosa.
—Pensaba que no era tu tipo.
—Lo que dije fue que no eras mi tipo habitual.
—No —______ hizo una mueca—. Tus palabras exactas fueron: «No eres mi tipo».
—No me importa lo que dije —gruñó él—. Lo que quise decir era que no eres la clase de mujer con la que salgo habitualmente.
—¿Quieres decir con la que te acuestas habitualmente? —se burló ella—. Porque eso fue lo que hicimos, ¿sabes? Un montón de veces. De hecho, a no ser que seas el mejor actor del mundo y finjas no sólo la erección sino también el orgasmo, yo diría que, o bien mientes sobre que no soy tu tipo, o no eres demasiado crítico con respecto a las mujeres con las que te acuestas. Una mujer puede fingir atracción sexual —continuó ella—. Pero, ¿los hombres? No es fácil fingir atracción hacia una mujer si el pene no colabora.
—Cielo santo —murmuró él—. Creo que ya hemos dejado bastante claro que me siento sexualmente atraído hacia ti. Sea lo que sea que pensara en el pasado sobre mis preferencias en cuanto a mujeres, es evidente que no se te aplica a ti.
—¿De modo que estás dispuesto a admitir que te acostaste conmigo y que el bebé es tuyo?
—Sí —masculló él—. Estoy dispuesto a admitir la posibilidad, pero no soy tan estúpido como para creérmelo hasta que recupere la memoria, o tenga las pruebas de ADN.
—Me basta con que admitas la posibilidad —ella hizo un mohín.
—¿Siempre eras tan… encantadora conmigo cuando estábamos juntos?
—¿Qué has querido decir con eso? —ella enarcó una ceja.
—Sólo que me suelen gustar las mujeres un poco más…
—¿Estúpidas? —lo provocó—. ¿Débiles? ¿Sosas? ¿Sumisas? —continuó ella—. O quizás sencillamente prefieres las que se limitan a asentir y a decir «sí, señor», a cada uno de tus caprichos.
______ dejó el tenedor a un lado y levantó la mirada hacia él. Los ojos estaban anegados en lágrimas y a Joseph se le formó un nudo en la garganta. No había pretendido disgustarla de nuevo.
—¿Tienes la menor idea de lo difícil que es esto para mí? —preguntó ella con voz tensa—. ¿Tienes la menor idea de lo que me cuesta verte de nuevo y no poder tocarte, abrazarte o besarte? Vine para enfrentarme a un hombre que me había traicionado de la peor de las maneras. Quería terminar contigo para siempre. Pero entonces vas y me cuentas esa historia de la pérdida de memoria y, ¿qué se supone que debo hacer? Ahora debo tener en cuenta la posibilidad de que no me hayas mentido, pero estoy muerta de miedo por si me equivoco al creerte. Otra vez.
Él la miró petrificado y con una incómoda sensación en el pecho.
—No puedo marcharme sin más después de haberte acusado precisamente de hacerme eso. Y una parte de mí se pregunta, ¿y si está diciendo la verdad? ¿Y si mañana recupera la memoria y recuerda que te ama? ¿Y si no ha sido más que un horrible malentendido y podemos regresar a nuestra vida en la isla?
Empujó el plato a un lado e hizo un evidente esfuerzo por controlarse.
—Pero, ¿y si yo tengo razón? —susurró—. ¿Y si al quedarme estoy haciendo aún más el ridículo que cuando me creí todas tus mentiras? Tengo que pensar en el bebé.
Antes de reflexionar sobre lo que debería decir o hacer, Joseph alargó una mano hacia ella. Le resultaba imposible no tocarla, no ofrecerle consuelo.
La tomó en sus brazos y se reclinó en el sofá. Durante unos instantes ella se mostró tensa y callada. Aspiró el aroma de sus cabellos y sintió una punzada de desilusión al no despertarle ningún recuerdo. ¿No se suponía que el olfato era el catalizador más poderoso?
______ se relajó poco a poco, apoyando una mano contra el pecho de Joseph y la mejilla contra su hombro.
Él inclinó la cabeza y se detuvo un instante antes de acariciarle los cabellos con los labios. Le pareció un gesto de lo más natural, a pesar de que la ternura no fuera una de sus señas de identidad. Sin embargo, la necesidad de mostrarle su lado más tierno se convirtió en un dolor físico.
—Lo siento —murmuró. No deseaba verla herida. Joseph se quedó sentado con la cabeza de ______ apoyada en su hombro, rodeándola con un brazo y con la otra mano hundida en los sedosos rizos. Contempló la rizada melena extendida sobre su pecho y sintió la barriga contra el costado.
¿De verdad era suyo? Y, de serlo, ¿por qué no estaba huyendo en dirección contraria?
No es que fuera alérgico al compromiso. Bueno, a lo mejor un poco, pero no había sufrido ningún trauma en el pasado que le hubiera vuelto suspicaz. Y tampoco era ningún mentecato temeroso de que una mujer le hiciera sufrir.
Nunca se había comprometido con nadie porque… No estaba muy seguro de por qué. Los hombres solían carecer del control en sus relaciones. Ya no podían tomar decisiones sólo para ellos, y él estaba acostumbrado a tomar decisiones sin consultar con nadie.
No era el propietario de su empresa por casualidad, ni tampoco era casualidad que se hubiera asociado con sus tres amigos. El trabajo le llevaba mucho tiempo, un tiempo del que no dispondría si tuviera que preocuparse por regresar a casa cada noche.
Le gustaba marcharse de viaje en cualquier momento. Le gustaban las reuniones de negocios. Y aunque no tuviera mucho tiempo libre, le gustaba divertirse. Solía quedar con Ryan, Devon y Cam al menos una vez al año para jugar al golf, y a menudo se iban de copas y otras actividades sólo disponibles para hombres sin pareja.
En resumidas cuentas, no había conocido a la mujer que le hiciera desear renunciar a todo aquello. Y desde luego no se imaginaba a sí mismo conociéndola y renunciando a su vida en cuatro semanas. Sería una decisión tomada a lo largo de los años.
Pero por otro lado…
Algo se movió en su interior al contemplar a la mujer que descansaba confiada contra él. Sintió un nuevo deseo, un deseo que normalmente le aterraría, que debería aterrarle.
Sintió el deseo de recordar todas aquellas cosas que ella le había descrito porque, de repente, le resultaban muy atractivas.
kadita_lovatica
Capitulo 8
—¡Joseph, Joseph! ¡Despierta! ¡Corre!
—¿Qué sucede? —Joseph se despertó sobresaltado—. ¿Es el bebé? ¿Te duele algo?
Ella frunció el ceño antes de sacudir la cabeza y sonreír como si estuviera enajenada.
—Entonces, ¿por qué demonios gritas? —él se frotó los ojos y consultó la hora—. ¡Por el amor de Dios, es muy temprano!
—¡Está nevando!
Ella le agarró la mano y tiró de él. Las sábanas se deslizaron de su cuerpo y ambos se quedaron paralizados. Y entonces recordó que dormía desnudo y, peor aún, que su pene estaba haciendo acto de presencia de una manera muy poco sutil.
—Lo siento —se excusó ______—. Bajaré yo sola.
—Espera un momento —Joseph saltó de la cama con la sábana enrollada alrededor de la cintura—. ¿Nunca habías visto nevar?
Ella sacudió la cabeza.
—¿Hablas en serio?
—Vivo en una isla frente a la costa de Texas —______ asintió—. No vemos mucha nieve allí.
—Pero no es la primera vez que viajas. ¿Nunca habías estado en un lugar en el que nevara?
—No salgo mucho de la isla —ella se encogió de hombros.
______ echó una mirada cargada de ansiedad hacia la ventana, como si temiera que la nieve fuera a desaparecer de un momento a otro.
—Dame cinco minutos —Joseph suspiró—. Me visto y te acompaño.
Supuso que, dado que era la primera experiencia de ______ con la nieve, seguramente no llevaría ropa adecuada y tomó una bufanda y un gorro.
Se vistió y cuando salió del dormitorio se encontró a ______ pegada a la ventana del salón.
—Toma —gruñó él—. Si vas a salir ahí fuera, necesitarás abrigarte.
Ella se volvió y miró fijamente la bufanda y el gorro que le ofrecía. Alargó una mano, pero él le colocó la bufanda alrededor del cuello y tiró de ella.
—Seguramente ni siquiera sabes atártela —murmuró. Tras colocarle la bufanda, le puso el gorro y dio un paso atrás. Estaba… monísima.
—Tu nieve espera.
______ salió al pequeño patio interior del edificio, sorprendida de que no hubiera nadie más. En cuanto uno de los copos aterrizó sobre su nariz, volvió el rostro hacia el cielo y comenzó a reír con las manos extendidas y girando en círculos.
Tras formar una bola de nieve se volvió hacia Joseph con una traviesa sonrisa en el rostro.
—Ni se te… —él la miró desconfiado.
Pero antes de poder terminar la frase, la bola de nieve se estrelló contra su cara.
La miró furioso, pero ella se limitó a reír mientras formaba una segunda bola.
—¡Ni hablar! —rugió Joseph.
______ se incorporó dispuesta a un segundo lanzamiento, pero una bola de nieve la golpeó el rostro y se deslizó por su nuca provocándole un escalofrío.
—Ya veo que no has podido resistirte —ella le dedicó una sonrisa burlona.
—¿Resistirme a qué?
—A jugar. ¿Quién puede resistirse a la nieve?
—No estaba jugando —gruñó él—. Me estaba vengando. Y ahora, vámonos. Ya has visto la nieve. Deberíamos regresar. Aquí hace frío.
—¡No me digas! Está nevando —contestó ella—. Se supone que debe hacer frío.
Ignorando el gesto de exasperación de Joseph, le lanzó otra bola. Él la esquivó y le dedicó una mirada que hizo que ella buscara refugio, no sin antes recibir una bola justo entre los ojos.
—Para ser alguien que no juega en la nieve, lanzas muy bien las bolas —murmuró.
Cuando él se agachó para recoger más nieve, ella se aprovechó y le golpeó en el trasero.
—Espero que seas consciente de que esto es la guerra —declaró Joseph.
—Claro, claro —ella puso los ojos en blanco—. Ya conseguí que abandonaras esa actitud prepotente una vez, y volveré a hacerlo.
Joseph se aproximó a ______ con expresión decidida.
—Oh, oh —murmuró ella mientras reculaba.
No había mucho sitio para huir en el pequeño patio interior, a no ser que intentara entrar de nuevo en el edificio, y decidió enfrentarse a él.
A toda prisa empezó a lanzarle puñados de nieve que él esquivaba entre juramentos antes de lanzar un suspiro de resignación y hacer lo mismo con ella.
—¡Me rindo! —aulló ______ al fin, alzando las manos.
—¿Y por qué será que no te creo? —preguntó él mientras la miraba con desconfianza.
—Tú ganas —ella le dedicó su sonrisa más inocente y alzó las manos—. Me estoy congelando.
Joseph dejó caer la bola de nieve que tenía preparada y se acercó a ______, agarrándola por los hombros. La miró de arriba abajo.
Suspiró ante lo injusto de la situación. El amor de su vida la miraba como a una extraña.
—Deberíamos entrar —Joseph frunció el ceño—. ¿No has traído nada de ropa para el frío?
Ella sacudió la cabeza con gesto pesaroso.
—Entonces habrá que ir de compras.
—No hará falta —de nuevo sacudió la cabeza—. Pronto regresaremos a la isla Moon y allí aún hace bastante buen tiempo.
—Y entre tanto te congelarás. Al menos necesitarás un abrigo. ¿Tienes alguna preferencia? ¿Piel? ¿Cuero?
—Sólo un abrigo. Nada exótico.
—Yo me ocuparé.
—Haz lo que quieras —ella se encogió de hombros.
—Cuando el portero me dijo que estabas aquí fuera jugando con la nieve, le pregunté si el verdadero Joseph había sido abducido por unos alienígenas.
______ y Joseph se dieron la vuelta y vieron a Devon Carter apoyado contra una farola.
—Muy gracioso —murmuró Joseph—. ¿Qué haces aquí? —tomó a ______ de la mano.
—Sólo quería ver cómo estabais —Devon arqueó una ceja—. He oído que ayer hubo jaleo.
______ hizo una mueca y se llevó la mano libre al moretón que ya había olvidado.
—Como puedes ver, está bien —declaró Joseph—. Y ahora, si nos disculpas, nos vamos arriba.
—En realidad he venido a verte a ti —Devon sonrió—. Ella me parece muy capaz de cuidarse.
______ carraspeó. Devon no estaba preocupado por ella sino porque Joseph quedara atrapado en sus garras.
—Me subo arriba, así os dejo charlar tranquilamente.
Tras saludar con la mano a Devon, ______ corrió hacia el ascensor.
—¿De qué va todo esto? —Joseph se volvió hacia su amigo con el ceño fruncido.
—Sólo quería ver cómo estabas —Devon se encogió de hombros—. Estos dos últimos días te han pasado muchas cosas y quería saber si empezabas a recordar algo.
—Vamos dentro —Joseph hizo una mueca de desagrado—, aquí hace frío.
Los dos amigos entraron en la cafetería del vestíbulo principal.
—Todo va bien. No quiero que te preocupes, ni que empieces a conspirar para protegerme.
—¿Aunque opine que tu idea de volar a esa isla es una estupidez? —Devon suspiró.
—Sobre todo por eso.
—¿De verdad crees que es buena idea marcharte con esa mujer que afirma estar embarazada de ti? A mí me parece que lo más sensato sería llamar a tu abogado, solicitar una prueba de paternidad y mantenerte al margen hasta tener los resultados.
—Creo que ya le he hecho bastante daño —Joseph sacudió la cabeza—. ¿Cómo voy a reparar un error si mi abogado la agobia mientras esperamos saber si voy a ser padre?
—A mí me parece que ya has decidido que dice la verdad —Devon soltó un suspiro.
—No sé cuál es la verdad. Mi cabeza me dice que no puede ser cierto. Que la idea de enamorarme locamente de ella en unas semanas es absurda.
—¿Pero…?
—Pero mi corazón aúlla que hay algo entre nosotros. Cuando estoy cerca de ella, cuando la toco… me convierto en otra persona. Percibo la convicción en su voz cuando me cuenta cómo hacíamos el amor junto al mar, y la creo. Quiero creerla.
—De modo que la crees —Devon soltó un silbido.
—Mi mente dice que es una mentirosa —Joseph contuvo la respiración.
—¿Pero tu corazón?
Joseph suspiró porque sabía adónde quería llegar su amigo. Él siempre se guiaba por el corazón, aunque la lógica le aconsejara lo contrario. Y jamás se había equivocado.
—Mi corazón me dice que no miente.
—¿Qué sucede? —Joseph se despertó sobresaltado—. ¿Es el bebé? ¿Te duele algo?
Ella frunció el ceño antes de sacudir la cabeza y sonreír como si estuviera enajenada.
—Entonces, ¿por qué demonios gritas? —él se frotó los ojos y consultó la hora—. ¡Por el amor de Dios, es muy temprano!
—¡Está nevando!
Ella le agarró la mano y tiró de él. Las sábanas se deslizaron de su cuerpo y ambos se quedaron paralizados. Y entonces recordó que dormía desnudo y, peor aún, que su pene estaba haciendo acto de presencia de una manera muy poco sutil.
—Lo siento —se excusó ______—. Bajaré yo sola.
—Espera un momento —Joseph saltó de la cama con la sábana enrollada alrededor de la cintura—. ¿Nunca habías visto nevar?
Ella sacudió la cabeza.
—¿Hablas en serio?
—Vivo en una isla frente a la costa de Texas —______ asintió—. No vemos mucha nieve allí.
—Pero no es la primera vez que viajas. ¿Nunca habías estado en un lugar en el que nevara?
—No salgo mucho de la isla —ella se encogió de hombros.
______ echó una mirada cargada de ansiedad hacia la ventana, como si temiera que la nieve fuera a desaparecer de un momento a otro.
—Dame cinco minutos —Joseph suspiró—. Me visto y te acompaño.
Supuso que, dado que era la primera experiencia de ______ con la nieve, seguramente no llevaría ropa adecuada y tomó una bufanda y un gorro.
Se vistió y cuando salió del dormitorio se encontró a ______ pegada a la ventana del salón.
—Toma —gruñó él—. Si vas a salir ahí fuera, necesitarás abrigarte.
Ella se volvió y miró fijamente la bufanda y el gorro que le ofrecía. Alargó una mano, pero él le colocó la bufanda alrededor del cuello y tiró de ella.
—Seguramente ni siquiera sabes atártela —murmuró. Tras colocarle la bufanda, le puso el gorro y dio un paso atrás. Estaba… monísima.
—Tu nieve espera.
______ salió al pequeño patio interior del edificio, sorprendida de que no hubiera nadie más. En cuanto uno de los copos aterrizó sobre su nariz, volvió el rostro hacia el cielo y comenzó a reír con las manos extendidas y girando en círculos.
Tras formar una bola de nieve se volvió hacia Joseph con una traviesa sonrisa en el rostro.
—Ni se te… —él la miró desconfiado.
Pero antes de poder terminar la frase, la bola de nieve se estrelló contra su cara.
La miró furioso, pero ella se limitó a reír mientras formaba una segunda bola.
—¡Ni hablar! —rugió Joseph.
______ se incorporó dispuesta a un segundo lanzamiento, pero una bola de nieve la golpeó el rostro y se deslizó por su nuca provocándole un escalofrío.
—Ya veo que no has podido resistirte —ella le dedicó una sonrisa burlona.
—¿Resistirme a qué?
—A jugar. ¿Quién puede resistirse a la nieve?
—No estaba jugando —gruñó él—. Me estaba vengando. Y ahora, vámonos. Ya has visto la nieve. Deberíamos regresar. Aquí hace frío.
—¡No me digas! Está nevando —contestó ella—. Se supone que debe hacer frío.
Ignorando el gesto de exasperación de Joseph, le lanzó otra bola. Él la esquivó y le dedicó una mirada que hizo que ella buscara refugio, no sin antes recibir una bola justo entre los ojos.
—Para ser alguien que no juega en la nieve, lanzas muy bien las bolas —murmuró.
Cuando él se agachó para recoger más nieve, ella se aprovechó y le golpeó en el trasero.
—Espero que seas consciente de que esto es la guerra —declaró Joseph.
—Claro, claro —ella puso los ojos en blanco—. Ya conseguí que abandonaras esa actitud prepotente una vez, y volveré a hacerlo.
Joseph se aproximó a ______ con expresión decidida.
—Oh, oh —murmuró ella mientras reculaba.
No había mucho sitio para huir en el pequeño patio interior, a no ser que intentara entrar de nuevo en el edificio, y decidió enfrentarse a él.
A toda prisa empezó a lanzarle puñados de nieve que él esquivaba entre juramentos antes de lanzar un suspiro de resignación y hacer lo mismo con ella.
—¡Me rindo! —aulló ______ al fin, alzando las manos.
—¿Y por qué será que no te creo? —preguntó él mientras la miraba con desconfianza.
—Tú ganas —ella le dedicó su sonrisa más inocente y alzó las manos—. Me estoy congelando.
Joseph dejó caer la bola de nieve que tenía preparada y se acercó a ______, agarrándola por los hombros. La miró de arriba abajo.
Suspiró ante lo injusto de la situación. El amor de su vida la miraba como a una extraña.
—Deberíamos entrar —Joseph frunció el ceño—. ¿No has traído nada de ropa para el frío?
Ella sacudió la cabeza con gesto pesaroso.
—Entonces habrá que ir de compras.
—No hará falta —de nuevo sacudió la cabeza—. Pronto regresaremos a la isla Moon y allí aún hace bastante buen tiempo.
—Y entre tanto te congelarás. Al menos necesitarás un abrigo. ¿Tienes alguna preferencia? ¿Piel? ¿Cuero?
—Sólo un abrigo. Nada exótico.
—Yo me ocuparé.
—Haz lo que quieras —ella se encogió de hombros.
—Cuando el portero me dijo que estabas aquí fuera jugando con la nieve, le pregunté si el verdadero Joseph había sido abducido por unos alienígenas.
______ y Joseph se dieron la vuelta y vieron a Devon Carter apoyado contra una farola.
—Muy gracioso —murmuró Joseph—. ¿Qué haces aquí? —tomó a ______ de la mano.
—Sólo quería ver cómo estabais —Devon arqueó una ceja—. He oído que ayer hubo jaleo.
______ hizo una mueca y se llevó la mano libre al moretón que ya había olvidado.
—Como puedes ver, está bien —declaró Joseph—. Y ahora, si nos disculpas, nos vamos arriba.
—En realidad he venido a verte a ti —Devon sonrió—. Ella me parece muy capaz de cuidarse.
______ carraspeó. Devon no estaba preocupado por ella sino porque Joseph quedara atrapado en sus garras.
—Me subo arriba, así os dejo charlar tranquilamente.
Tras saludar con la mano a Devon, ______ corrió hacia el ascensor.
—¿De qué va todo esto? —Joseph se volvió hacia su amigo con el ceño fruncido.
—Sólo quería ver cómo estabas —Devon se encogió de hombros—. Estos dos últimos días te han pasado muchas cosas y quería saber si empezabas a recordar algo.
—Vamos dentro —Joseph hizo una mueca de desagrado—, aquí hace frío.
Los dos amigos entraron en la cafetería del vestíbulo principal.
—Todo va bien. No quiero que te preocupes, ni que empieces a conspirar para protegerme.
—¿Aunque opine que tu idea de volar a esa isla es una estupidez? —Devon suspiró.
—Sobre todo por eso.
—¿De verdad crees que es buena idea marcharte con esa mujer que afirma estar embarazada de ti? A mí me parece que lo más sensato sería llamar a tu abogado, solicitar una prueba de paternidad y mantenerte al margen hasta tener los resultados.
—Creo que ya le he hecho bastante daño —Joseph sacudió la cabeza—. ¿Cómo voy a reparar un error si mi abogado la agobia mientras esperamos saber si voy a ser padre?
—A mí me parece que ya has decidido que dice la verdad —Devon soltó un suspiro.
—No sé cuál es la verdad. Mi cabeza me dice que no puede ser cierto. Que la idea de enamorarme locamente de ella en unas semanas es absurda.
—¿Pero…?
—Pero mi corazón aúlla que hay algo entre nosotros. Cuando estoy cerca de ella, cuando la toco… me convierto en otra persona. Percibo la convicción en su voz cuando me cuenta cómo hacíamos el amor junto al mar, y la creo. Quiero creerla.
—De modo que la crees —Devon soltó un silbido.
—Mi mente dice que es una mentirosa —Joseph contuvo la respiración.
—¿Pero tu corazón?
Joseph suspiró porque sabía adónde quería llegar su amigo. Él siempre se guiaba por el corazón, aunque la lógica le aconsejara lo contrario. Y jamás se había equivocado.
—Mi corazón me dice que no miente.
kadita_lovatica
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Temas similares
» Mine - NicholasJ&TU (Adaptación) - TERMINADA!
» Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
» Amantes [Nick&Tu] Adaptacion [Terminada]
» Slammed - NicholasJ&TU (Adaptación) - TERMINADA!
» Crush- NicholasJ&TU (Adaptación) TERMINADA!
» Tenias Que Ser Tu (Adaptación Joe y Tu TERMINADA)
» Amantes [Nick&Tu] Adaptacion [Terminada]
» Slammed - NicholasJ&TU (Adaptación) - TERMINADA!
» Crush- NicholasJ&TU (Adaptación) TERMINADA!
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 1 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.