Trance Bélico (Larry Stylinson)

Podía sentir el olor oxidado de mi sangre penetrar por mis narices calándome hasta la más ínfima neurona, calcinándola. Cuando desperté y me encontré de golpe en aquella habitación obscura, aséptica y funesta, mis más abnegados sentimientos fluyeron corrompiéndome.
Destellos oscuros me atravesaron con su luz apagada presentándome escenas que no recordaba haber vivido pero que sin embargo estaban intactas en mi memoria. En ellos, una afilada punta de metal recorría mis piernas partiéndome la piel, los sonidos guturales a mí alrededor retumban sonoros en mis recuerdos centelleantes.
Volví a mi realidad sintiéndome más intranquilo todavía. Pataleé en el aire intentando zafarme del amarre que hacía sangrar mis muñecas y que sostenía con fuerza y firmeza mi cuerpo a aquella barra de metal de la cual me encontraba suspendido. Un par de aros me sostenían las muñecas aprisionándolas dentro de su circunferencia metálica. Sentía mi cuerpo pesado y desnudo caer sobre el aire y el aroma oxidado que despedía mi sangre se entremezclaba con el olor estéril del aire blanco atrapado en el ambiente. Retorcía mi cuerpo intentando caer al suelo pero tan apretadas se encontraban mis muñecas que sólo conseguía lastimarme.
-Despertaste –la voz ronca, lenta y casi cuidadosa se reprodujo en mi mente cuando el aire la empujó hasta mis oídos. –No lo intentes –me pidió refiriéndose al contorsionismo que efectuaba buscando mi liberación.
De un momento a otro la figura que hasta entonces se encontraba escondida entre las sombras, se mostró para mí dibujándose en total esplendor. Delineados en un perfecto tono rojo había un par de labios que sonreían ligeramente para mí, poco más arriba recorriendo el contorno de su perfecta fisionomía había unos pómulos perfectamente encajados en ese rostro tan descomunal, pero lo que realmente brillaba en ese retrato de la belleza misma, eran ese par de ojos color esmeralda en los que se derretía el deseo y la ansiedad haciendo una mezcla idílica.
El poseedor de tremenda belleza se acercó a mí inspeccionándome, agaché la mirada mirando al suelo como si supiera que tenía que hacerlo. Al sentir el gélido contacto de su mano contra la piel que recubría mi espalda, me estremecí.
-Tranquilo, Lou –advirtió e hizo que su mano continuara su recorrido por mi cuerpo, delineando el resto de mi espalda y mi cintura desembocando en mis glúteos, cuando llegó ahí sobó mi nalga izquierda con suavidad y detenimiento, y casi podía asegurar que con disfrute. –Esto será rápido Louis –aseguró con su voz lenta y cansina. –Eres un encanto.
Acto seguido: estrelló un objeto de material desconocido contra mi nalga presuntamente sobada. El segundo golpe no se hace esperar lo suficiente para que me recomponga. El sujeto se divirtió golpeándome y oyéndome gritar y gemir ante el inmenso dolor que sus golpes causaban.
Al final ambos nos encontramos jadeantes por la intensidad de la práctica. Mi mente lanzaba destellos con irreconocibles imágenes mientras mi materia gris buscaba una explicación razonable para lo que acababa de pasar.
Lo siguiente que oí fue el golpe de una vara de metal en el suelo y seguido de eso distinguí el sonido de mi cuerpo estrellarse con el áspero suelo. Aún con las manos atadas a los aros sólo logré retorcerme de dolor mientras oía cómo un par de pies descalzos se alejaban del lugar.

Por Louis

“-Eres el único que ha hecho de mi alma el lugar perfecto, sin manchas –susurró y me besó, lento, calmado, tranquilo, como si de otro modo mis labios fueran a romperse, aunque en realidad ellos se rompieran en mil pedazos por el simple contacto de los suyos.”

La noche transcurrió de forma desigual con el aire pesado colándose por mis fosas nasales y por cada uno de los poros de mi piel. El apretado grillete que se extendía entorno a mis muñecas seguía atándome a aquella barra de metal que yacía en el suelo a mi lado. Me era sumamente incómodo estar desnudo sintiendo aquella áspera textura. Me removí incómodo en mi lugar dando por sentado que los minutos transcurrían aunque había perdido toda noción desde hacía un tiempo, me era difícil recordar lo que había pasado tan sólo unos minutos antes. Sólo los destellos negros delataban las escenas que, aunque permanecían intactas y relucientes en los flashes que deslumbraban mi mente, permanecían como materia de olvido para mi consciente. Durante la noche los sueños se hicieron presentes remembrando la golpiza que me habían proporcionado aquel día.
A la mañana siguiente –o eso era lo que me parecía –, amanecí con la piel sudada y sucia, sobre aquel suelo pulcro que me había servido de cama, intenté recobrar mi capacidad de movilidad cuando recordé que me encontraba inmovilizado y limitado por un par de aros y una barra de metal.
Dentro de mi mente los recuerdos se removían intranquilos, desplegando flashes de luz neón que me dejaban entrever escenas borrosas de un pasado que no recordaba. Veo una navaja afilada recortar la piel de mis piernas, un humo denso colarse hasta mis ojos, siento –al mismo tiempo que recuerdo– cueros amarrar mi cuerpo con intensidad y presión. Cuando el aire comenzó a fallarme me meneé nervioso con los ojos aún cerrados intentando luchar en contra del amarre que tanto me dañaba las muñecas.
-Sólo vas a conseguir lastimarte más, precioso -replicó aquella voz cansina al fondo de la habitación.
Un sin fin de focos de luz blanca se encendieron para dejarme ver en dónde me encontraba en realidad. Al principio la destellante luz me deslumbró tanto, que sólo consiguió cegarme más, pero luego de un rato todo comenzó a aclararse ante mí. Me sorprendí al encontrar que el lugar en donde aguardaba era una amplía y blanca habitación con aspecto aséptico y pulcro, a mi alredeor se encontraba un amplia gama de utensilios desconocidos para mí, pero que, usando la lógica que yacía en alguna parte de mi preconsciente, deberían servir para lo mismo para lo que había servido el instrumento que aquel hombre había usado contra mí ayer… flagelarme.
-Tranquilo Lou, voy a quitarte esas cadenas que tanto te lastiman -cuando al fin pude ver con detalle aquel rostro que en la oscuridad se dibujaba con esplendor, me di cuenta de que las sombras opacaban la mitad de su belleza y que la luz la explayaba de tal modo que lo hacía parecer un fenómeno de luz divina.
El sujeto se acercó hacía mí, llevaba puestos unos vaqueros negros ceñidos a sus músculos y una camisa de corte formal color blanca. Al llegar a mí, desabrochó los grilletes liberando mis manos y causándome un dolor grandísimo. Gemí estruendosamente a causa del dolor punzante que la liberación de mis cadenas me había causado, revolcándome en el piso mientras el desconocido me miraba paciente. Cuando me calmé y apacigüé del modo que pude la sensación cortante de mis muñecas presionándolas entre mis muslos me concentré en la mirada verde que se dirigía a mi cuerpo. En ella brillaba el deseo con la misma intensidad que la noche pasada, cuando me había proporcionado esos azotes que tanto habían dolido.
-Deduzco que tendrás hambre –conjeturó el hombre de rostro blanco bañado de una paciencia inaudita. Asentí, temiendo articular palabra alguna. –Me temo que vas a tener que esperar un poco más, pequeño, tenemos asuntos que tratar.
Era extraño como conocía mi nombre incluso mejor que yo. Mientras que él lo pronunciaba con total naturalidad yo tenía que repetirme “Louis es tu nombre” mentalmente una y otra vez para convencerme.
Para mi sorpresa, el sujeto me sostuvo entre sus brazos para elevarme con un brazo sosteniendo las coyunturas de mis rodillas y con el otro mi espalda desnuda, haciéndolo todo mucho más incómodo y extraño.
Al salir se extiende ante nosotros un amplio pasillo con aspecto pulcro y siniestro, lo que sinceramente me asusta. Recorrí con la mirada las baldosas blancas con la cabeza gacha mientras el sujeto me llevaba en sus brazos, al final desembocamos en un vestíbulo con aspecto más hogareño y casual, lo que me dio un pequeño respiro de confianza y alivio que se extendió por mi apesadumbrado pecho.
Llegamos a otro pasillo sobre el cual se extendía una hilera de habitaciones, entramos a la segunda puerta y me encontré con una enorme cama cubriendo la mínima parte de la inmensa habitación, el resto de ella estaba decorada con muebles de piel negra. Frente a la enorme cama había una televisión plasma gigante y en el suelo descansaban pedazos de tela que deduje serían de mi acompañante; ver la ropa regada por todo el suelo le recordó su propia desnudez, estar desnudo estaba empezando a representar un problema, me sentía incómodo, observado e intranquilo, pero aun así no me atreví a emitir queja alguna, sentía miedo de pronunciar cualquier cosa, miedo de que de un momento a otro hiciera algo que me condenara a recibir otra tanda de azotes, también sentía angustia e intriga al no saber qué era lo que había hecho para que el sujeto que ahora me sujetaba entres sus músculos me azotara con aquella fusta, una angustia incontrolable que me recorría entero y al final daba a parar a mi vientre provocándome un dolor se empezaba a hacerse poco tolerable. El hombre de la piel blanca y los ojos de muerte me depositó con cuidado en la cama y yo me acomodé abrazando mis rodillas sintiéndome inseguro.
-Muy bien, Lou, tu mente debe tener una larga lista de preguntas –conjeturó y yo escondí mi cabeza pegándola a mis rodillas sin saber que responder y sin siquiera desear dar respuesta alguna. –Soy Harry Styles –comunicó cauteloso. –Te he comprado para mí –me explicó y comencé a marearme por la información que se confundía en mi mente.
El hombre se acercó a mí y me obligó a cruzar mis ojos celestes con sus orbes verdes.
-Supongo que sabes para qué te he adquirido, Lou –dedujo Harry erróneamente, negué con la cabeza para hacérselo saber. –Bueno, Louis, te he comprado para hacer realidad hasta tu más oscura pesadilla, la cual convertiré en el mejor de mis placeres –dicho esto hundió su nariz en mi cuello y me susurró lento y suave: -no va a gustarte, pero a mi va a encantarme, pequeño.