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Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Uno de los jueces del Tribunal Supremo es amigo suyo. Cree que podría convencerlo de apartarla a usted del control de lord Dunstan.
-¿Me está diciendo que podría disponer que tuviera otro tutor? -preguntó _____________ esperanzada.
-Sí.
-Nada me gustaría más, por supuesto. Desgraciadamente, no se me ocurre nadie dispuesto a aceptar esa posición.
-¿Qué le parece los duques de Carlyle? -le propuso Jason sonriendo, a la vez que se inclinaba desde el otro lado de la mesa.
_____________ podría haber gritado de alegría. En cambio, sintió un inesperado brote de lágrimas.
-Eso sería fantástico -exclamó-. No sé cómo agradecérselo.
-Todavía no tiene que darnos las gracias -le contuvo Jason-. La opinión de un juez no es bastante para efectuar ese tipo de cambio si Dunstan se opone.
-Lo que es muy probable -sentenció Joseph de modo lúgubre.
-Con el testamento de su padre apoyando su posición, no será fácil de lograr -apuntó la duquesa-. Pero estoy segura de que, con el tiempo, lord Jonas lo conseguirá.
-Hasta entonces, aquí, con Joseph y conmigo, estás a salvo -intervino Winnie-. Hemos disfrutado muchísimo con tu compañía, ¿verdad, Joseph?
-Sí -respondió éste con cierta brusquedad tras mirarla a los ojos un instante-. Por supuesto.
Al otro lado de la mesa, la duquesa miró a su marido, que fruncía el entrecejo, pero ella sonreía.
Después de la cena, las señoras se retiraron al salón mientras los hombres permanecían en el comedor para fumar en pipa o tomar rapé y disfrutar de una copa de brandy.
_____________ pasó casi una hora hablando con lady Beckford y la duquesa, quien insistió en que prescindiera de la formalidad y la llamara Velvet y evitó con delicadeza hacer preguntas sobre los meses que _____________ pasó en Saint Bart. En lugar de eso hablaron de hijos y de matrimonio, y _____________ admitió que no tenía esa clase de pensamientos desde el día en que la encerraron.
-Bueno, ahora ya te has librado de ese lugar tan horrible -dijo Velvet con sentimiento-. Y Joseph se encargará de resolver el asunto para siempre. Es muy bueno en ese tipo de cosas.
A _____________ le vino a la mente una imagen del marqués como lo había visto esa misma mañana, cabalgando con una elegancia total por los campos, como si el esbelto caballo negro formara casi parte de él.
-Yo diría que el marqués es muy bueno en muchas cosas -afirmó.
-Te gusta, ¿verdad? -preguntó Velvet, mirándola con curiosidad.
-Lord Jonas ha sido muy generoso conmigo -contestó sonrojada.
-Sí, es un hombre generoso. -Velvet sonrió-. También es atractivo, inteligente e increíblemente varonil.
_____________ se puso más colorada todavía. Había pensado en eso más de una vez. Dirigió los ojos a lady Beckford, que, como la duquesa, parecía estar interesada en su respuesta.
-Sí, supongo que lo es.
Velvet miró a Winnie, que arqueó un poco las cejas.
-Joseph es un buen hombre -aseguró Velvet-. Uno de los mejores. También puede ser testarudo, severo y malhumorado. Mi marido y él son hombres acostumbrados a salirse con la suya. Dan órdenes sin cesar y esperan ser obedecidos. Eso ha cambiado mucho en los años que Jason lleva casado conmigo, claro. -Soltó una carcajada y se quitó un hilo de la falda de raso dorado mientras medía sus siguientes palabras-: Joseph, aun más que Jason, espera que su vida sea metódica y tal como la ha planeado. Cuando las cosas no salen así..., bueno, puede ponerse muy difícil.
_____________ frunció el entrecejo, tratando de entender la conversación.
-¿Me estás haciendo algún tipo de advertencia?
-Supongo que sólo estoy diciendo que la amistad de Joseph puede costar cierto precio, pero sea cual sea ese precio, si lo que sientes es suficiente, habrá valido la pena.
_____________ contempló a ambas mujeres intentando descifrar esas palabras enigmáticas, pero incapaz por completo de hacerlo. Se sintió muy aliviada cuando el mayordomo apareció para anunciar que los caballeros se reunirían con ellas para tomar té y pastas.
Unos minutos después, su alivio se desvaneció cuando el marqués entró en el salón. Desde el momento en que llegó y durante el resto de la velada, notó su mirada puesta en ella. Y siempre se obligaba a apartarla, como si lo sorprendiera haberla dirigido de nuevo allí.
Cuando por fin terminó la noche, _____________ se alegró. pensó que tal vez lord Jonas también se habría alegrado.
La tarde siguiente, Joseph caminaba arriba y abajo por su estudio. Daba unos pasos amplios, enojados, que lo llevaban de una punta a otra de la alfombra oriental y dejaban una marca en el estampado coloreado de la lana. El fuego de la chimenea estaba medio apagado, con sólo unas cuantas llamas temblorosas, de color naranja y rojo, que se levantaban de vez en cuando hacia la campana. Al otro lado de la ventana, soplaba un viento fuerte que golpeaba las ramas contra los cristales y se colaba por el alféizar, pero Joseph no notaba el frío. Estaba demasiado enfadado.
Nada más oír que llamaban a la puerta, cruzó la habitación y la abrió de golpe. La cabeza de Reeves se enderezó ante la expresión adusta de su rostro.
-¿Me ha mandado llamar, señor?
-Traiga a la chica -ordenó-. Tráigala aquí enseguida.
-Sí, señor. Enseguida, señor. Volveré en un santiamén, su Excelencia.
-Hágalo y más vale que ella le acompañe.
-Sí. Por supuesto, milord.
Sólo pasaron unos minutos antes de que llamaran de nuevo a la puerta y ésta volviera a abrirse, aunque a Joseph le pareció una hora. Reeves hizo pasar a _____________ Grayson a la habitación y se retiró, cerrando de inmediato la puerta.
Joseph le dedicó una media sonrisa maliciosa.
-Qué amable al reunirse conmigo, señorita Gray. -Se acercó a donde estaba ella, con una mirada tan dura que pudo ver cómo palidecía.
-Está enfadado. ¿Qué he hecho?
-No es lo que ha hecho, milady, sino lo que no ha hecho.
-No lo entiendo. Le dije la verdad. Le conté quién soy. Le expliqué dónde he estado y cómo fui a parar ahí.
-Quién es y dónde ha estado, es cierto. No del todo cómo fue a parar ahí.
-¿Qué quiere decir? -preguntó _____________ mientras empezaba a retorcerse las manos, que se sujetaba de modo inconsciente delante del cuerpo.
-Quiero decir que olvidó la parte en que intentaba envenenar a su prima, la hija de lord Dunstan. Eso quiero decir. También olvidó mencionar que el motivo por el que su tío la internó fue haberla encontrado mutilando un cadáver.
_____________ tenía los ojos desorbitados. Se llevó una mano a la garganta y abrió la boca, pero no dijo nada.
-¿Qué le pasa, lady _____________? ¿Le ha dejado de funcionar de repente la lengua? ¿O está tan sólo tratando de inventar otra mentira? Si se trata de lo segundo, ya es demasiado tarde. Un amigo médico tuvo la amabilidad de obtener su historial. Lo tengo sobre el escritorio. Esas cosas pasaron, ¿no es cierto, lady _____________? Esta es la causa real de que la mandaran a Saint Bart.
De la garganta de la joven salió un sonido de dolor que atravesó por un instante el pecho de Joseph. Pero la lástima no tenía cabida en aquella conversación y el marqués suprimió ese sentimiento sin piedad. ¡Maldita sea, había tenido tanta fe en ella! Estaba furioso y se sentía traicionado porque esa mujer a la que había llegado a admirar le había vuelto a mentir; o, peor aun, porque quizás estaba loca en realidad.
-No me importa lo que ponga en esos papeles -aseguró _____________ por fin, con la cabeza inclinada hacia atrás para mirarlo-. La cosa no fue así. Da lo mismo lo que digan, no fue así.
-¿Me está diciendo que no trató de envenenar a lady Muriel?
-¡Claro que no! Muriel tenía fiebre palúdica y le di una poción para curarla, pero el medicamento la perjudicó y le trastornó mucho el estómago. Nadie había reaccionado nunca así en ninguna de las ocasiones en que utilicé esas mismas hierbas. No intentaba matarla, sino ayudarla. Lady Muriel lo sabía y su padre también.
-¿Debo suponer entonces que el cadáver que mutilaba no era el de alguien con quien tuvo usted más éxito al matarlo?
Las lágrimas inundaban los ojos de _____________, pero, aun así, de las pupilas parecían saltar chispas de cólera.
-Se trataba de un estudio, nada más. En nuestro pueblo había un médico, el doctor Cunningham. Como hacía algunos años que me interesaba la medicina...
-Desde la muerte de su madre y su hermana.
-Exacto. Debido a eso, el doctor Cunningham y yo nos hicimos buenos amigos. Teníamos un interés en común. Yo había estado estudiando las hierbas medicinales. El doctor me enseñó otras cosas. Me enseñó anatomía, cómo funciona el organismo humano, formas de tratar distintas enfermedades. A cambio, yo lo ayudaba con sus pacientes cuando podía escabullirme de la casa.
Joseph reflexionó un momento. No le gustaba lo que oía, pero por lo menos era verosímil.
-¿Y qué hay de ese cadáver con el que la encontraron? ¿Dice que formaba parte de un estudio?
_____________ bajó los ojos hacia la puntera de sus zapatos de tacón bajo y, después, volvió a mirarlo a la cara.
-El doctor Cunningham era en realidad quien diseccionaba el..., el individuo. Conocía a algunos hombres que le suministraban... medios para proseguir sus estudios.
-Es decir, saqueadores de tumbas. Ladrones de cadáveres. ¿O eran asesinos consumados a quienes su amigo médico pagaba un importe considerable para que le suministraran medios con los que proseguir sus estudios? Se han dado casos así.
-No... No sé de dónde lo sacó. Pero el doctor Cunningham es un hombre de honor. Como quiera que obtuviese el... cadáver..., fue de un modo honesto. Me interesaba aprender más cosas sobre el funcionamiento del organismo y el doctor me dejó observar. -Cerró los ojos un instante para intentar ocultar el terror que sentía, el miedo por lo que él fuera a hacer.
Joseph vio que le temblaban las manos. Estaba blanca como el papel y, por un momento, se sintió culpable. Pero se armó de valor para ahuyentar la culpa. Estaba harto de sus mentiras y medias verdades. Si iba a ayudarla, tenía que saberlo todo, sin importar lo temible que fuera.
-¿Me está diciendo que usted, una mujer joven, fue sorprendida a la tierna edad de, cuántos, veinte años diseccionando un cadáver?
_____________ palideció aun más. Se balanceó sobre los pies y el marqués tuvo que alargar una mano para que no perdiera el equilibrio. Ella se apartó y se esforzó en enderezarse.
-Yo sólo quería...
-No me lo diga. Proseguir con su formación -finalizó Joseph.
-A algunas mujeres les gusta pintar o bordar –se defendió encogiéndose de hombros. Sus ojos expresaban una gran tristeza, y Joseph vio también miedo en ellos- A mí me gusta aprender formas de curar. ¿Por qué es tan terrible?
-¿Si sólo participaba en un estudio, por qué no salió en su defensa ese tal doctor Cunningham?
-Lo intentó. Mi tío lo amenazó. Douglas Roth le hizo la vida tan difícil que, al final, se marchó del pueblo. No he vuelto a tener noticias de él.
-Suponiendo que eso sea cierto, ¿qué más ha olvidado contarme?
-¡Nada! -aseguró tras levantar con rapidez la cabeza con las pestañas llenas de lágrimas-. Se lo juro. No hay nada más. Le habría contado... lo demás, pero temía lo que pudiera pensar. Sé lo que opina de mis estudios. Tenía miedo de que no me ayudara y necesitaba su ayuda desesperadamente. -Fijó los ojos en los de él; unos ojos verdes llenos de dolor y desesperación-. Todavía la necesito.
Algo en esa mirada le llegó al alma a Joseph. _____________ Grayson era, sin duda, la mujer más fuera de lo corriente que había conocido, pero le creía. Y sabía con certeza que no estaba loca. Era distinta, decidida, demasiado inteligente para su propio bien, pero no estaba loca.
-¿Y lady Muriel? ¿Qué opina ella de todo esto?
-Nunca le gusté. Soy cuatro años mayor que ella y siempre ha sentido celos de mí, aunque no tengo la menor idea de por qué.
«Tal vez porque es usted bonita e inteligente y se entrega a sus creencias sin importarle adónde puedan conducirla», pensó Joseph.
Era extraño. Aunque desaprobaba por completo que una joven distinguida se implicara en un tema tan inadecuado, la admiraba todavía más que antes.
-¿Hay algo más que desee añadir? -preguntó, y la miró con tal intensidad que _____________ no sabía dónde meterse.
-No, milord. -Sacudió la cabeza y añadió en voz baja-: Sin embargo, me gustaría recordarle que, si decide que ya no desea ayudarme, aceptó dejarme marchar. Le pediré que cumpla su palabra.
En la mente del marqués apareció una imagen de _____________ como la vio por primera vez, sucia y andrajosa, hambrienta y exhausta. No soportaba pensar que sufriría así otra vez. Se aclaró la garganta, que tenía agarrotada y le dificultaba hablar.
-Se quedará aquí como habíamos decidido. Con estos factores adicionales en su contra, Dunstan tendrá argumentos de mucho más peso, pero tarde o temprano encontraremos el modo de derrotarlo.
-¿Va a seguir ayudándome?
-Sí, lady _____________. Voy a hacerlo.
-¿Cree que estoy loca? -preguntó más erguida aun que antes-. Tengo que saber la verdad.
-No importa lo que piense. Lo que importa...
-A mí me importa, milord.
-No, _____________ -aseguró Joseph sacudiendo la cabeza-, no creo que esté loca.
Algo parecido al alivio se reflejó en el semblante de la joven. Asintió y se secó las lágrimas de las mejillas.
Joseph se encontró mirándole los labios y la respiración empezó a acelerársele. Observó cómo un mechón de los largos cabellos castaños, que se había soltado del moño, acariciaba los montículos suaves de carne que el escote del vestido dejaba al descubierto. Empezó a sentir cierta rigidez bajo los pantalones y maldijo para sus adentros.
-Eso es todo, señorita Gray -dijo en un tono neutro, aunque nada más lejos de cómo se sentía en realidad.
-Gracias, milord.
No contestó. Mientras contemplaba cómo se iba, no dejó de pensar en aquellos lindos labios rosados y en los senos, pequeños y exquisitos, y lamentó el día en que esa mujer subió a su carruaje.
_____________ estaba acurrucada en el asiento junto a la ventana, su lugar favorito en la biblioteca. Se hallaba enfrascada en un libro titulado Sobre las heridas en general, de un hombre llamado Jean di Vigo. Muchos libros de la biblioteca tenían más de un siglo, pero los tratamientos médicos habían cambiado muy poco en los últimos cien años y todos los volúmenes contenían algo interesante que podía resultar útil.
Sus pensamientos se alejaron del libro que tenía en el regazo y se centraron en el marqués y su conversación de esa tarde. Aunque Jonas la apoyaba de nuevo, algo por lo que le estaba de lo más agradecida, su desaprobación era más que evidente. Quizá su Excelencia tenía razón. Nunca sería médica, por mucho que estudiara, y en realidad no quería serlo. Lo único que quería, lo único que quiso siempre, era estudiar esa ciencia que había captado su interés de niña y ser capaz de ofrecer ayuda cuando fuera necesario.
Repasó las páginas del libro, que hablaba de que las armas de fuego provocan heridas venenosas debido a la pólvora y es preciso cauterizarlas con aceite de saúco hirviendo, mezclado con un poco de triaca. Un libro posterior que había leído, de un hombre llamado Pare, advertía de que no debían utilizarse estas medidas y sugería, en cambio, que se vendara la herida con una mezcla de yema de huevo, aceite de rosas y trementina, un procedimiento mucho menos doloroso. Deseaba que el doctor Cunningham estuviera a su lado para aconsejarle cuál era el mejor tratamiento.
Pero, bien mirado, un disparo no era algo que fuera a encontrarse pronto.
Siguió leyendo. El tictac del reloj sobre la repisa se fue desvaneciendo a medida que se iba haciendo tarde y le entraba sueño. Debió de dormirse, porque en algún momento, entre los escritos médicos de Vigo y sus pensamientos sobre Pare, empezó a soñar.
Volvía a estar en la celda mal ventilada de Saint Bart y había un niño con ella, el pequeño Michael Bartholomew, un escuálido huérfano rubio de siete años que llevaba el nombre de dos santos: san Miguel, a quien una de las mujeres había visto la noche en que el niño nació, pues esa mujer estaba segura de que el pequeño era un ángel enviado a la Tierra y no cabía duda de que lo parecía, con sus cabellos dorados y sus profundos ojos grises, aunque, al crecer, rara vez se portaba como tal; el apellido, Bartholomew, correspondía al nombre del santo que daba nombre al hospital donde había nacido, san Bartolomé.
_____________ le alborotaba los cabellos y notaba cómo el niño alargaba la manita para agarrar la suya. Su madre había muerto unos días después del parto y lo dejó al cuidado de una mujer llamada Cloe, una paciente del manicomio, que acababa de perder un bebé y todavía tenía leche. En su humilde piso de Londres, su hijo se había ahogado durante la noche, con la carita sepultada en el colchón de cáscara de maíz en el suelo. Cloe enloqueció por completo. Se arrancó la ropa, se mesaba los cabellos y corrió desnuda por las calles de Londres hasta que acabó en Saint Bart.
Hizo de madre del pequeño Michael durante los primeros cuatro años de su vida y, después, se retrajo por completo, negándose incluso a hablar con el niño al que consideraba su hijo, y dejó que las pacientes lo criaran
_____________ no sabía por qué Michael se sentía atraído hacia ella. Pero le parecía una suerte que así fuera.
-¿Has oído eso? -le preguntaba Michael, levantando la vista hacia ella-. Creo que se acercan los guardias.
-¿Qué? -_____________ se estremecía-. ¿Qué día es hoy?
-Es viernes -refunfuñaba Michael-. creo, vienen a bañarnos.
-¡Dios mío!
_____________ odiaba el último viernes del mes, aunque ése era el único modo que tenía de contar el tiempo. De un terrible viernes al siguiente, un mes después. Era el último viernes de septiembre. Había marcado la fecha en la pared. Las llaves sonaban en la cerradura y la puerta pesada de roble se abría. Michael era el único al que se le permitía deambular con libertad por los pasillos y las celdas, así que salía disparado para escapar al destino que ella no podía evitar.
-Levanta el culo, encanto -le ordenaba una matrona corpulenta-. Sabes muy bien qué día es hoy.
¿Cómo podía gustarle tanto estar limpia y detestar tanto el procedimiento para estarlo? Se comprendía cuando la matrona la desnudaba a ella y a las otras mujeres y las obligaba a recorrer el pasillo con dos guardias fornidos hacia la sala donde restregaban a las mujeres.
-¡Quíteme esas sucias manos de encima! -le gritaba a uno de los hombres, cuya manaza le había apretado «sin querer» un pecho cuando no se desprendió lo bastante rápido del camisón.
-Calma, mujer, que sólo quería ayudarte. Más te vale ser educada, si sabes lo que te conviene.
_____________ apretaba la mandíbula para contenerse y no soltar el taco que le subía a los labios. En lugar de eso, caminaba por el pasillo en fila con las demás mujeres hacia las bañeras, donde la matrona les restregaría la piel y los cabellos hasta que tuvieran la piel enrojecida. La tocarían como si fuera un pedazo de carne y, por mucho que intentara que eso no la afectara, se sentía muy humillada.
-No -protestaba a la vez que sacudía la cabeza-. Soy una persona. Puedo lavarme sola. No dejaré que vuelvan a hacerme esto.
Soltaba un grito al recibir un sonoro bofetón que le quemaba la mejilla.
-Harás lo que yo te diga y, si vuelves a abrir la boca, fregarás el suelo de rodillas cuando hayamos terminado.
-No -susurró _____________ mientras el sueño seguía, y empezó a agitarse y moverse en el asiento junto a la ventana-. No puede hacerme esto. No se lo permitiré.
Joseph la observó desde la puerta sólo un instante. Después, cruzó la biblioteca y se sentó junto a ella. Sabía que estaba soñando y era evidente que tenía una pesadilla desagradable.
-Despierte, _____________. -La zarandeó con suavidad-. Tiene una pesadilla.
-¡No! -gritó ella en cuanto la tocó-. ¡Quíteme esas sucias manos de encima!
Se incorporó titubeante, pero Joseph la agarró por las muñecas y la atrajo con firmeza.
-Tranquila. Está soñando. Soy Joseph. No voy a hacerle daño.
_____________ abrió los ojos, parpadeó y se recostó despacio en él.
-Joseph... -Era la primera vez que lo llamaba por su nombre, que sonó entrecortado y gutural en sus labios. Jadeaba y tenía la frente cubierta de gotitas de sudor. Temblaba.
-¿Quiere contármelo?
Ella suspiró, pero no se apartó, sino que siguió recostando la cabeza en su hombro, como si eso le diera fuerzas de algún modo. Joseph esperaba que fuera así. Esperaba poder ayudarla, por poco que fuera, a olvidar su doloroso pasado.
-Había un niño, un niño rubio que se llamaba Michael. Era amigo mío.
-¿Estaba Michael en el sueño?
Asintió con la cabeza y él notó el movimiento de la cabeza contra su pecho. Algunos cabellos le rozaron la mejilla.
-Michael estaba allí cuando venían los guardias. Era final de mes. El momento del baño para las mujeres. Yo no soportaba ir sucia, pero detestaba todavía más lo que nos hacían.
Joseph no dijo nada. El corazón le latía con fuerza. No quería oírlo, pero no la detuvo. Una perversa parte de él tenía que conocer el infierno que ella había soportado.
-Nos desnudaban ante los hombres. Nos trataban como si fuéramos ganado. Si discutíamos con ellos, nos golpeaban. -Tragó saliva con fuerza y Joseph notó el movimiento contra su hombro-. Algunas mujeres se vendían para que las trataran mejor. La mayoría no estaba lo bastante coherente como para saber dónde estaba o para importarle lo que le hacían. -Levantó los ojos hacia él con una mirada sombría y atormentada-. No puedo volver ahí, Joseph. Nunca. Preferiría la muerte.
Él sintió un peso en el pecho que le oprimía los pulmones. La sujetó con más fuerza, le acarició los cabellos, con el deseo de poder hacer algo para que olvidara. _____________ le rodeó el cuello con los brazos y reclinó la cabeza en su hombro.
-No tendrá que volver. Se lo prometo, _____________ –le aseguró Joseph.
La joven no dijo nada, sólo inspiraba aire de modo entrecortado. Cuando se dio cuenta de lo íntimo de su abrazo, se separó, algo sonrojada.
-Lo siento. No quería molestarle con mi pasado.
-No es ninguna molestia.
Al fijar sus ojos en la cara del marqués, algo pasó entre ellos. _____________ se levantó y se alejó un paso. Joseph sabía lo que ella sentía: el ambiente cálido y dulce que había surgido a su alrededor, la sensación que de repente vibraba como un ser vivo entre ambos; unos sentimientos que no tenían nada que ver con el consuelo y tenían todo que ver con el deseo.
Maldijo para sus adentros. Daba lo mismo que la deseara. Él tenía obligaciones, compromisos. Su vida estaba organizada tal como había planeado. Su futuro era tan inamovible como si estuviera escrito con tinta indeleble.
En él no había lugar para _____________ Grayson. Y, aunque pudiera haberlo, él se negaría., No era la clase de mujer con la que deseaba casarse. l quería una mujer dulce, dócil y manejable, como Allison Hartman.
-Se hace tarde -dijo _____________ casi en un susurro-. Será mejor que suba a mi habitación.
-Sí, creo que haré lo mismo.
Pero se preguntó si conseguiría dormir. O si yacería en la oscuridad imaginando el tacto de los pezones firmes de _____________ Grayson, cuando se apoyaron contra su pecho, y la mirada tierna en sus ojos cuando pronunció su nombre.
-¿Me está diciendo que podría disponer que tuviera otro tutor? -preguntó _____________ esperanzada.
-Sí.
-Nada me gustaría más, por supuesto. Desgraciadamente, no se me ocurre nadie dispuesto a aceptar esa posición.
-¿Qué le parece los duques de Carlyle? -le propuso Jason sonriendo, a la vez que se inclinaba desde el otro lado de la mesa.
_____________ podría haber gritado de alegría. En cambio, sintió un inesperado brote de lágrimas.
-Eso sería fantástico -exclamó-. No sé cómo agradecérselo.
-Todavía no tiene que darnos las gracias -le contuvo Jason-. La opinión de un juez no es bastante para efectuar ese tipo de cambio si Dunstan se opone.
-Lo que es muy probable -sentenció Joseph de modo lúgubre.
-Con el testamento de su padre apoyando su posición, no será fácil de lograr -apuntó la duquesa-. Pero estoy segura de que, con el tiempo, lord Jonas lo conseguirá.
-Hasta entonces, aquí, con Joseph y conmigo, estás a salvo -intervino Winnie-. Hemos disfrutado muchísimo con tu compañía, ¿verdad, Joseph?
-Sí -respondió éste con cierta brusquedad tras mirarla a los ojos un instante-. Por supuesto.
Al otro lado de la mesa, la duquesa miró a su marido, que fruncía el entrecejo, pero ella sonreía.
Después de la cena, las señoras se retiraron al salón mientras los hombres permanecían en el comedor para fumar en pipa o tomar rapé y disfrutar de una copa de brandy.
_____________ pasó casi una hora hablando con lady Beckford y la duquesa, quien insistió en que prescindiera de la formalidad y la llamara Velvet y evitó con delicadeza hacer preguntas sobre los meses que _____________ pasó en Saint Bart. En lugar de eso hablaron de hijos y de matrimonio, y _____________ admitió que no tenía esa clase de pensamientos desde el día en que la encerraron.
-Bueno, ahora ya te has librado de ese lugar tan horrible -dijo Velvet con sentimiento-. Y Joseph se encargará de resolver el asunto para siempre. Es muy bueno en ese tipo de cosas.
A _____________ le vino a la mente una imagen del marqués como lo había visto esa misma mañana, cabalgando con una elegancia total por los campos, como si el esbelto caballo negro formara casi parte de él.
-Yo diría que el marqués es muy bueno en muchas cosas -afirmó.
-Te gusta, ¿verdad? -preguntó Velvet, mirándola con curiosidad.
-Lord Jonas ha sido muy generoso conmigo -contestó sonrojada.
-Sí, es un hombre generoso. -Velvet sonrió-. También es atractivo, inteligente e increíblemente varonil.
_____________ se puso más colorada todavía. Había pensado en eso más de una vez. Dirigió los ojos a lady Beckford, que, como la duquesa, parecía estar interesada en su respuesta.
-Sí, supongo que lo es.
Velvet miró a Winnie, que arqueó un poco las cejas.
-Joseph es un buen hombre -aseguró Velvet-. Uno de los mejores. También puede ser testarudo, severo y malhumorado. Mi marido y él son hombres acostumbrados a salirse con la suya. Dan órdenes sin cesar y esperan ser obedecidos. Eso ha cambiado mucho en los años que Jason lleva casado conmigo, claro. -Soltó una carcajada y se quitó un hilo de la falda de raso dorado mientras medía sus siguientes palabras-: Joseph, aun más que Jason, espera que su vida sea metódica y tal como la ha planeado. Cuando las cosas no salen así..., bueno, puede ponerse muy difícil.
_____________ frunció el entrecejo, tratando de entender la conversación.
-¿Me estás haciendo algún tipo de advertencia?
-Supongo que sólo estoy diciendo que la amistad de Joseph puede costar cierto precio, pero sea cual sea ese precio, si lo que sientes es suficiente, habrá valido la pena.
_____________ contempló a ambas mujeres intentando descifrar esas palabras enigmáticas, pero incapaz por completo de hacerlo. Se sintió muy aliviada cuando el mayordomo apareció para anunciar que los caballeros se reunirían con ellas para tomar té y pastas.
Unos minutos después, su alivio se desvaneció cuando el marqués entró en el salón. Desde el momento en que llegó y durante el resto de la velada, notó su mirada puesta en ella. Y siempre se obligaba a apartarla, como si lo sorprendiera haberla dirigido de nuevo allí.
Cuando por fin terminó la noche, _____________ se alegró. pensó que tal vez lord Jonas también se habría alegrado.
La tarde siguiente, Joseph caminaba arriba y abajo por su estudio. Daba unos pasos amplios, enojados, que lo llevaban de una punta a otra de la alfombra oriental y dejaban una marca en el estampado coloreado de la lana. El fuego de la chimenea estaba medio apagado, con sólo unas cuantas llamas temblorosas, de color naranja y rojo, que se levantaban de vez en cuando hacia la campana. Al otro lado de la ventana, soplaba un viento fuerte que golpeaba las ramas contra los cristales y se colaba por el alféizar, pero Joseph no notaba el frío. Estaba demasiado enfadado.
Nada más oír que llamaban a la puerta, cruzó la habitación y la abrió de golpe. La cabeza de Reeves se enderezó ante la expresión adusta de su rostro.
-¿Me ha mandado llamar, señor?
-Traiga a la chica -ordenó-. Tráigala aquí enseguida.
-Sí, señor. Enseguida, señor. Volveré en un santiamén, su Excelencia.
-Hágalo y más vale que ella le acompañe.
-Sí. Por supuesto, milord.
Sólo pasaron unos minutos antes de que llamaran de nuevo a la puerta y ésta volviera a abrirse, aunque a Joseph le pareció una hora. Reeves hizo pasar a _____________ Grayson a la habitación y se retiró, cerrando de inmediato la puerta.
Joseph le dedicó una media sonrisa maliciosa.
-Qué amable al reunirse conmigo, señorita Gray. -Se acercó a donde estaba ella, con una mirada tan dura que pudo ver cómo palidecía.
-Está enfadado. ¿Qué he hecho?
-No es lo que ha hecho, milady, sino lo que no ha hecho.
-No lo entiendo. Le dije la verdad. Le conté quién soy. Le expliqué dónde he estado y cómo fui a parar ahí.
-Quién es y dónde ha estado, es cierto. No del todo cómo fue a parar ahí.
-¿Qué quiere decir? -preguntó _____________ mientras empezaba a retorcerse las manos, que se sujetaba de modo inconsciente delante del cuerpo.
-Quiero decir que olvidó la parte en que intentaba envenenar a su prima, la hija de lord Dunstan. Eso quiero decir. También olvidó mencionar que el motivo por el que su tío la internó fue haberla encontrado mutilando un cadáver.
_____________ tenía los ojos desorbitados. Se llevó una mano a la garganta y abrió la boca, pero no dijo nada.
-¿Qué le pasa, lady _____________? ¿Le ha dejado de funcionar de repente la lengua? ¿O está tan sólo tratando de inventar otra mentira? Si se trata de lo segundo, ya es demasiado tarde. Un amigo médico tuvo la amabilidad de obtener su historial. Lo tengo sobre el escritorio. Esas cosas pasaron, ¿no es cierto, lady _____________? Esta es la causa real de que la mandaran a Saint Bart.
De la garganta de la joven salió un sonido de dolor que atravesó por un instante el pecho de Joseph. Pero la lástima no tenía cabida en aquella conversación y el marqués suprimió ese sentimiento sin piedad. ¡Maldita sea, había tenido tanta fe en ella! Estaba furioso y se sentía traicionado porque esa mujer a la que había llegado a admirar le había vuelto a mentir; o, peor aun, porque quizás estaba loca en realidad.
-No me importa lo que ponga en esos papeles -aseguró _____________ por fin, con la cabeza inclinada hacia atrás para mirarlo-. La cosa no fue así. Da lo mismo lo que digan, no fue así.
-¿Me está diciendo que no trató de envenenar a lady Muriel?
-¡Claro que no! Muriel tenía fiebre palúdica y le di una poción para curarla, pero el medicamento la perjudicó y le trastornó mucho el estómago. Nadie había reaccionado nunca así en ninguna de las ocasiones en que utilicé esas mismas hierbas. No intentaba matarla, sino ayudarla. Lady Muriel lo sabía y su padre también.
-¿Debo suponer entonces que el cadáver que mutilaba no era el de alguien con quien tuvo usted más éxito al matarlo?
Las lágrimas inundaban los ojos de _____________, pero, aun así, de las pupilas parecían saltar chispas de cólera.
-Se trataba de un estudio, nada más. En nuestro pueblo había un médico, el doctor Cunningham. Como hacía algunos años que me interesaba la medicina...
-Desde la muerte de su madre y su hermana.
-Exacto. Debido a eso, el doctor Cunningham y yo nos hicimos buenos amigos. Teníamos un interés en común. Yo había estado estudiando las hierbas medicinales. El doctor me enseñó otras cosas. Me enseñó anatomía, cómo funciona el organismo humano, formas de tratar distintas enfermedades. A cambio, yo lo ayudaba con sus pacientes cuando podía escabullirme de la casa.
Joseph reflexionó un momento. No le gustaba lo que oía, pero por lo menos era verosímil.
-¿Y qué hay de ese cadáver con el que la encontraron? ¿Dice que formaba parte de un estudio?
_____________ bajó los ojos hacia la puntera de sus zapatos de tacón bajo y, después, volvió a mirarlo a la cara.
-El doctor Cunningham era en realidad quien diseccionaba el..., el individuo. Conocía a algunos hombres que le suministraban... medios para proseguir sus estudios.
-Es decir, saqueadores de tumbas. Ladrones de cadáveres. ¿O eran asesinos consumados a quienes su amigo médico pagaba un importe considerable para que le suministraran medios con los que proseguir sus estudios? Se han dado casos así.
-No... No sé de dónde lo sacó. Pero el doctor Cunningham es un hombre de honor. Como quiera que obtuviese el... cadáver..., fue de un modo honesto. Me interesaba aprender más cosas sobre el funcionamiento del organismo y el doctor me dejó observar. -Cerró los ojos un instante para intentar ocultar el terror que sentía, el miedo por lo que él fuera a hacer.
Joseph vio que le temblaban las manos. Estaba blanca como el papel y, por un momento, se sintió culpable. Pero se armó de valor para ahuyentar la culpa. Estaba harto de sus mentiras y medias verdades. Si iba a ayudarla, tenía que saberlo todo, sin importar lo temible que fuera.
-¿Me está diciendo que usted, una mujer joven, fue sorprendida a la tierna edad de, cuántos, veinte años diseccionando un cadáver?
_____________ palideció aun más. Se balanceó sobre los pies y el marqués tuvo que alargar una mano para que no perdiera el equilibrio. Ella se apartó y se esforzó en enderezarse.
-Yo sólo quería...
-No me lo diga. Proseguir con su formación -finalizó Joseph.
-A algunas mujeres les gusta pintar o bordar –se defendió encogiéndose de hombros. Sus ojos expresaban una gran tristeza, y Joseph vio también miedo en ellos- A mí me gusta aprender formas de curar. ¿Por qué es tan terrible?
-¿Si sólo participaba en un estudio, por qué no salió en su defensa ese tal doctor Cunningham?
-Lo intentó. Mi tío lo amenazó. Douglas Roth le hizo la vida tan difícil que, al final, se marchó del pueblo. No he vuelto a tener noticias de él.
-Suponiendo que eso sea cierto, ¿qué más ha olvidado contarme?
-¡Nada! -aseguró tras levantar con rapidez la cabeza con las pestañas llenas de lágrimas-. Se lo juro. No hay nada más. Le habría contado... lo demás, pero temía lo que pudiera pensar. Sé lo que opina de mis estudios. Tenía miedo de que no me ayudara y necesitaba su ayuda desesperadamente. -Fijó los ojos en los de él; unos ojos verdes llenos de dolor y desesperación-. Todavía la necesito.
Algo en esa mirada le llegó al alma a Joseph. _____________ Grayson era, sin duda, la mujer más fuera de lo corriente que había conocido, pero le creía. Y sabía con certeza que no estaba loca. Era distinta, decidida, demasiado inteligente para su propio bien, pero no estaba loca.
-¿Y lady Muriel? ¿Qué opina ella de todo esto?
-Nunca le gusté. Soy cuatro años mayor que ella y siempre ha sentido celos de mí, aunque no tengo la menor idea de por qué.
«Tal vez porque es usted bonita e inteligente y se entrega a sus creencias sin importarle adónde puedan conducirla», pensó Joseph.
Era extraño. Aunque desaprobaba por completo que una joven distinguida se implicara en un tema tan inadecuado, la admiraba todavía más que antes.
-¿Hay algo más que desee añadir? -preguntó, y la miró con tal intensidad que _____________ no sabía dónde meterse.
-No, milord. -Sacudió la cabeza y añadió en voz baja-: Sin embargo, me gustaría recordarle que, si decide que ya no desea ayudarme, aceptó dejarme marchar. Le pediré que cumpla su palabra.
En la mente del marqués apareció una imagen de _____________ como la vio por primera vez, sucia y andrajosa, hambrienta y exhausta. No soportaba pensar que sufriría así otra vez. Se aclaró la garganta, que tenía agarrotada y le dificultaba hablar.
-Se quedará aquí como habíamos decidido. Con estos factores adicionales en su contra, Dunstan tendrá argumentos de mucho más peso, pero tarde o temprano encontraremos el modo de derrotarlo.
-¿Va a seguir ayudándome?
-Sí, lady _____________. Voy a hacerlo.
-¿Cree que estoy loca? -preguntó más erguida aun que antes-. Tengo que saber la verdad.
-No importa lo que piense. Lo que importa...
-A mí me importa, milord.
-No, _____________ -aseguró Joseph sacudiendo la cabeza-, no creo que esté loca.
Algo parecido al alivio se reflejó en el semblante de la joven. Asintió y se secó las lágrimas de las mejillas.
Joseph se encontró mirándole los labios y la respiración empezó a acelerársele. Observó cómo un mechón de los largos cabellos castaños, que se había soltado del moño, acariciaba los montículos suaves de carne que el escote del vestido dejaba al descubierto. Empezó a sentir cierta rigidez bajo los pantalones y maldijo para sus adentros.
-Eso es todo, señorita Gray -dijo en un tono neutro, aunque nada más lejos de cómo se sentía en realidad.
-Gracias, milord.
No contestó. Mientras contemplaba cómo se iba, no dejó de pensar en aquellos lindos labios rosados y en los senos, pequeños y exquisitos, y lamentó el día en que esa mujer subió a su carruaje.
_____________ estaba acurrucada en el asiento junto a la ventana, su lugar favorito en la biblioteca. Se hallaba enfrascada en un libro titulado Sobre las heridas en general, de un hombre llamado Jean di Vigo. Muchos libros de la biblioteca tenían más de un siglo, pero los tratamientos médicos habían cambiado muy poco en los últimos cien años y todos los volúmenes contenían algo interesante que podía resultar útil.
Sus pensamientos se alejaron del libro que tenía en el regazo y se centraron en el marqués y su conversación de esa tarde. Aunque Jonas la apoyaba de nuevo, algo por lo que le estaba de lo más agradecida, su desaprobación era más que evidente. Quizá su Excelencia tenía razón. Nunca sería médica, por mucho que estudiara, y en realidad no quería serlo. Lo único que quería, lo único que quiso siempre, era estudiar esa ciencia que había captado su interés de niña y ser capaz de ofrecer ayuda cuando fuera necesario.
Repasó las páginas del libro, que hablaba de que las armas de fuego provocan heridas venenosas debido a la pólvora y es preciso cauterizarlas con aceite de saúco hirviendo, mezclado con un poco de triaca. Un libro posterior que había leído, de un hombre llamado Pare, advertía de que no debían utilizarse estas medidas y sugería, en cambio, que se vendara la herida con una mezcla de yema de huevo, aceite de rosas y trementina, un procedimiento mucho menos doloroso. Deseaba que el doctor Cunningham estuviera a su lado para aconsejarle cuál era el mejor tratamiento.
Pero, bien mirado, un disparo no era algo que fuera a encontrarse pronto.
Siguió leyendo. El tictac del reloj sobre la repisa se fue desvaneciendo a medida que se iba haciendo tarde y le entraba sueño. Debió de dormirse, porque en algún momento, entre los escritos médicos de Vigo y sus pensamientos sobre Pare, empezó a soñar.
Volvía a estar en la celda mal ventilada de Saint Bart y había un niño con ella, el pequeño Michael Bartholomew, un escuálido huérfano rubio de siete años que llevaba el nombre de dos santos: san Miguel, a quien una de las mujeres había visto la noche en que el niño nació, pues esa mujer estaba segura de que el pequeño era un ángel enviado a la Tierra y no cabía duda de que lo parecía, con sus cabellos dorados y sus profundos ojos grises, aunque, al crecer, rara vez se portaba como tal; el apellido, Bartholomew, correspondía al nombre del santo que daba nombre al hospital donde había nacido, san Bartolomé.
_____________ le alborotaba los cabellos y notaba cómo el niño alargaba la manita para agarrar la suya. Su madre había muerto unos días después del parto y lo dejó al cuidado de una mujer llamada Cloe, una paciente del manicomio, que acababa de perder un bebé y todavía tenía leche. En su humilde piso de Londres, su hijo se había ahogado durante la noche, con la carita sepultada en el colchón de cáscara de maíz en el suelo. Cloe enloqueció por completo. Se arrancó la ropa, se mesaba los cabellos y corrió desnuda por las calles de Londres hasta que acabó en Saint Bart.
Hizo de madre del pequeño Michael durante los primeros cuatro años de su vida y, después, se retrajo por completo, negándose incluso a hablar con el niño al que consideraba su hijo, y dejó que las pacientes lo criaran
_____________ no sabía por qué Michael se sentía atraído hacia ella. Pero le parecía una suerte que así fuera.
-¿Has oído eso? -le preguntaba Michael, levantando la vista hacia ella-. Creo que se acercan los guardias.
-¿Qué? -_____________ se estremecía-. ¿Qué día es hoy?
-Es viernes -refunfuñaba Michael-. creo, vienen a bañarnos.
-¡Dios mío!
_____________ odiaba el último viernes del mes, aunque ése era el único modo que tenía de contar el tiempo. De un terrible viernes al siguiente, un mes después. Era el último viernes de septiembre. Había marcado la fecha en la pared. Las llaves sonaban en la cerradura y la puerta pesada de roble se abría. Michael era el único al que se le permitía deambular con libertad por los pasillos y las celdas, así que salía disparado para escapar al destino que ella no podía evitar.
-Levanta el culo, encanto -le ordenaba una matrona corpulenta-. Sabes muy bien qué día es hoy.
¿Cómo podía gustarle tanto estar limpia y detestar tanto el procedimiento para estarlo? Se comprendía cuando la matrona la desnudaba a ella y a las otras mujeres y las obligaba a recorrer el pasillo con dos guardias fornidos hacia la sala donde restregaban a las mujeres.
-¡Quíteme esas sucias manos de encima! -le gritaba a uno de los hombres, cuya manaza le había apretado «sin querer» un pecho cuando no se desprendió lo bastante rápido del camisón.
-Calma, mujer, que sólo quería ayudarte. Más te vale ser educada, si sabes lo que te conviene.
_____________ apretaba la mandíbula para contenerse y no soltar el taco que le subía a los labios. En lugar de eso, caminaba por el pasillo en fila con las demás mujeres hacia las bañeras, donde la matrona les restregaría la piel y los cabellos hasta que tuvieran la piel enrojecida. La tocarían como si fuera un pedazo de carne y, por mucho que intentara que eso no la afectara, se sentía muy humillada.
-No -protestaba a la vez que sacudía la cabeza-. Soy una persona. Puedo lavarme sola. No dejaré que vuelvan a hacerme esto.
Soltaba un grito al recibir un sonoro bofetón que le quemaba la mejilla.
-Harás lo que yo te diga y, si vuelves a abrir la boca, fregarás el suelo de rodillas cuando hayamos terminado.
-No -susurró _____________ mientras el sueño seguía, y empezó a agitarse y moverse en el asiento junto a la ventana-. No puede hacerme esto. No se lo permitiré.
Joseph la observó desde la puerta sólo un instante. Después, cruzó la biblioteca y se sentó junto a ella. Sabía que estaba soñando y era evidente que tenía una pesadilla desagradable.
-Despierte, _____________. -La zarandeó con suavidad-. Tiene una pesadilla.
-¡No! -gritó ella en cuanto la tocó-. ¡Quíteme esas sucias manos de encima!
Se incorporó titubeante, pero Joseph la agarró por las muñecas y la atrajo con firmeza.
-Tranquila. Está soñando. Soy Joseph. No voy a hacerle daño.
_____________ abrió los ojos, parpadeó y se recostó despacio en él.
-Joseph... -Era la primera vez que lo llamaba por su nombre, que sonó entrecortado y gutural en sus labios. Jadeaba y tenía la frente cubierta de gotitas de sudor. Temblaba.
-¿Quiere contármelo?
Ella suspiró, pero no se apartó, sino que siguió recostando la cabeza en su hombro, como si eso le diera fuerzas de algún modo. Joseph esperaba que fuera así. Esperaba poder ayudarla, por poco que fuera, a olvidar su doloroso pasado.
-Había un niño, un niño rubio que se llamaba Michael. Era amigo mío.
-¿Estaba Michael en el sueño?
Asintió con la cabeza y él notó el movimiento de la cabeza contra su pecho. Algunos cabellos le rozaron la mejilla.
-Michael estaba allí cuando venían los guardias. Era final de mes. El momento del baño para las mujeres. Yo no soportaba ir sucia, pero detestaba todavía más lo que nos hacían.
Joseph no dijo nada. El corazón le latía con fuerza. No quería oírlo, pero no la detuvo. Una perversa parte de él tenía que conocer el infierno que ella había soportado.
-Nos desnudaban ante los hombres. Nos trataban como si fuéramos ganado. Si discutíamos con ellos, nos golpeaban. -Tragó saliva con fuerza y Joseph notó el movimiento contra su hombro-. Algunas mujeres se vendían para que las trataran mejor. La mayoría no estaba lo bastante coherente como para saber dónde estaba o para importarle lo que le hacían. -Levantó los ojos hacia él con una mirada sombría y atormentada-. No puedo volver ahí, Joseph. Nunca. Preferiría la muerte.
Él sintió un peso en el pecho que le oprimía los pulmones. La sujetó con más fuerza, le acarició los cabellos, con el deseo de poder hacer algo para que olvidara. _____________ le rodeó el cuello con los brazos y reclinó la cabeza en su hombro.
-No tendrá que volver. Se lo prometo, _____________ –le aseguró Joseph.
La joven no dijo nada, sólo inspiraba aire de modo entrecortado. Cuando se dio cuenta de lo íntimo de su abrazo, se separó, algo sonrojada.
-Lo siento. No quería molestarle con mi pasado.
-No es ninguna molestia.
Al fijar sus ojos en la cara del marqués, algo pasó entre ellos. _____________ se levantó y se alejó un paso. Joseph sabía lo que ella sentía: el ambiente cálido y dulce que había surgido a su alrededor, la sensación que de repente vibraba como un ser vivo entre ambos; unos sentimientos que no tenían nada que ver con el consuelo y tenían todo que ver con el deseo.
Maldijo para sus adentros. Daba lo mismo que la deseara. Él tenía obligaciones, compromisos. Su vida estaba organizada tal como había planeado. Su futuro era tan inamovible como si estuviera escrito con tinta indeleble.
En él no había lugar para _____________ Grayson. Y, aunque pudiera haberlo, él se negaría., No era la clase de mujer con la que deseaba casarse. l quería una mujer dulce, dócil y manejable, como Allison Hartman.
-Se hace tarde -dijo _____________ casi en un susurro-. Será mejor que suba a mi habitación.
-Sí, creo que haré lo mismo.
Pero se preguntó si conseguiría dormir. O si yacería en la oscuridad imaginando el tacto de los pezones firmes de _____________ Grayson, cuando se apoyaron contra su pecho, y la mirada tierna en sus ojos cuando pronunció su nombre.
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
awwww pobre de la rayiz!!! :misery:
Todo lo queha sufrido!!!
Pero Joseph la ayudara!!
Siguela!!!! Quiero mas!!
Todo lo queha sufrido!!!
Pero Joseph la ayudara!!
Siguela!!!! Quiero mas!!
aranzhitha
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Oh si!!
Eso era de lo que estaba hablando!
Haz vuelto! Que felicidad!
Por favor, vuelve a subir un capitulo cuando tengas tiempo
:amor: Me pregunto como se desarrollara todo a partir de ahora.
Eso era de lo que estaba hablando!
Haz vuelto! Que felicidad!
Por favor, vuelve a subir un capitulo cuando tengas tiempo
:amor: Me pregunto como se desarrollara todo a partir de ahora.
Augustinesg
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Gracias por seguirlaa aaww cosita! Pobre de la rayis sigue quiero mas!
Pao Jonatica Forever :3
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
oh pobre rayis todo lo q a sufrido :(
espero que la sigas pronto
espero que la sigas pronto
ElitzJb
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Siguela por fas quiero mas caps!
Pao Jonatica Forever :3
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Perdon por la tardanza chicas, andaba de vacaciones. Siento haberme ido sin avisarles. Ahora les dejo la continuacion creo del capitulo y despues un mini maraton...
LAS AMO
LAS AMO
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
CAPITULO 5
Winifred Jonas DeWitt miraba por la ventana de su dormitorio. En el jardín, Joseph caminaba por los senderos de grava con lady _____________ Grayson. Winnie sabía que la chica atraía a su sobrino y comprendía esa atracción. Ambos eran personas inteligentes, tenaces; personas que sabían lo que querían, y no les daba miedo tratar de conseguirlo.
_____________ estaba decidida a proseguir sus estudios médicos, aunque la sociedad prohibiera algo tan poco adecuado. Su infancia, la pérdida de su hermana y de su madre, habían despertado en ella una fascinación que no podía ignorar. Ya llevaba sufrido mucho por culpa del camino elegido, pero Winnie creía que ni siquiera su experiencia terrible en el manicomio bastaría para acabar con su sed de conocimientos.
Los deseos de Joseph eran igual de fuertes. Quería proteger el título de los Jonas, aumentar la productividad y el valor de sus tierras y propiedades y construir un futuro para sus hijos. Había hecho planes con tal fin y, por muchos problemas que surgieran, eso era lo que iba a hacer.
Que _____________ no encajara en la imagen de esposa que su sobrino se había creado servía sólo para que le resultara más fácil seguir el curso que él mismo se había trazado. Joseph desaprobaba el interés de la joven por lo que él consideraba temas indignos de una dama. Winnie creía que quizás, en el fondo, seguía albergando cierta animadversión hacia su madre. Denise Stanton Jonas también fue una joven inteligente que se negó a seguir los dictados de la sociedad.
Su singularidad había despertado el interés del padre de Joseph desde que la conoció, y se enamoró loca y perdidamente de ella. Pero, a diferencia de _____________ Grayson, Denise era egoísta y malcriada. De niña quiso ser actriz, una idea escandalosa si se tenía en cuenta que era hija de un conde. Pero Denise ansiaba tanto ser el centro de atención como alguien sediento anhela beber agua, y habría hecho cualquier cosa para conseguirlo. Al final, se fugó con un conde italiano, abandonando a un hijo de doce años y a un marido enamorado que se volvió adicto al opio y murió demasiado joven.
Lady Beckford pensaba que cuando Joseph miraba a _____________ veía la clase de mujer fuerte que su madre había sido, sentía la misma atracción que su padre por ese tipo de mujer, recordaba las terribles consecuencias e, inconscientemente, se rebelaba.
A Winnie le parecía una lástima, sobre todo al recordar el amor que ella misma encontró con Richard. Aunque su marido no era un hombre apasionado y su sobrino sí, aunque nunca le lanzó esas miradas ardientes que Joseph dirigía a _____________ Grayson, fueron felices juntos. Winnie añoraba la intimidad, la unión que jamás tendría con otro hombre.
Se alejó de las cortinas de terciopelo con un suspiro. A su propio modo, llegó a querer a su marido. De joven, incluso se había enamorado una vez.
Al mirar a Joseph, pensó en Allison Hartman y se preguntó si su sobrino llegaría a saber nunca el significado de la palabra amor.
Joseph desmontó del semental árabe negro y entregó las riendas al mozo de cuadra que se acercó con rapidez a él.
-Ya me encargo yo, milord.
Joseph dio unos golpecitos en el cuello esbelto del animal, todavía húmedo de sudor tras su galopada de la tarde.
-Ha sido un día largo para él, Timmy. Refréscalo bien y dale una ración extra de grano.
-Sí, milord.
El caballo relinchó mientras Joseph salía de los establos, ambos contentos de estar de vuelta tras pasarse el día visitando arrendatarios y supervisando los campos. Se estaban cosechando los últimos rastrojos de maíz para cebar a las ocas y a las demás aves de corral. Se mataba a los puercos, por cuyas cerdas se pagaba un buen precio para hacer cepillos y cuya grasa era también un producto valioso.
Joseph se dirigió a la casa, dispuesto a disfrutar de una buena comida caliente y de una tarde tranquila. Quizá jugaría al ajedrez con _____________. Había descubierto que ella jugaba bien y el día antes, de hecho, le había ganado.
Sonrió al pensarlo. Nunca hubiera imaginado que llegaría el día en que una mujer le ganase al ajedrez. Miró hacia la puerta y su sonrisa se desvaneció. Reeves corría hacia él y los faldones de la librea aleteaban. Tenía la cara colorada.
-¡Venga deprisa, milord! Hay unos hombres en la casa y... -Se detuvo para tomar aliento, con la empolvada peluca medio ladeada.
Joseph lo agarró por el brazo.
-¿Qué pasa? ¿De qué se trata?
-Un policía. El y sus hombres han venido a buscar a la señorita Gray. Intenté...
No esperó a oír el resto. Corrió y cruzó a toda velocidad la puerta de roble; el corazón le sonaba con tanta fuerza como las botas, y tenía los puños cerrados por la cólera. Cuando llegó a la entrada, la casa era un caos. _____________ se encontraba rodeada de un grupo de cinco hombres, la tía Winnie estaba junto a ella y la tenía sujeta del brazo para impedir que se la llevaran. Uno de los policías intentaba levantarle los dedos a Winnie para que la soltara.
-¿Qué diablos está pasando? -La voz de Joseph cayó como el disparo de un cañón sobre el tumulto. Se detuvo a unos pocos pasos del hombre fuerte que parecía estar al mando-. Están invadiendo mi hogar -siguió diciendo con su tono más severo-. Están atacando a una invitada mía. Suelten enseguida a la señorita Gray.
Todavía no había mirado a _____________ y no tenía intención de hacerlo. Sabía el terror que vería en su rostro y cómo eso lo afectaría. No podía permitirse un momento de debilidad. Necesitaba toda su concentración.
-Perdone las molestias, Excelencia. Soy Perkins, de la policía -se presentó el hombre fuerte de ojos grises y duros y cabello muy empolvado-. El hombre a mi derecha es Henry Blakemore, el jefe de ingresos del hospital de Saint Bartholomew. -Era más delgado, con la nariz larga y fina y los cabellos peinados hacia atrás, realzando una cara demacrada y algo cetrina-. Esta mujer es lady _____________ Grayson. Hace cierto tiempo que la estamos buscando. Tras un esfuerzo considerable descubrimos que estaba aquí. Hemos venido para volver a llevarla al hospital.
_____________ emitió un gemido, pero Joseph siguió sin mirarla.
-Esta mujer se llama _____________ Gray. Es una invitada de mi tía. Como parece evidente que ha habido un error, les aconsejaría que se marcharan.
-Lo siento, Excelencia, no podemos hacer eso. El doctor Blakemore conoce a lady Grayson desde hace más de diez meses. La ha identificado como la mujer que usted conoce por _____________ Gray.
Entonces la miró y vio cómo se inclinaba hacia la tía Winnie, que la seguía tomando del brazo. Dos vigilantes la retenían prisionera entre ambos mientras un tercero se situaba a unos pasos de distancia. _____________ tenía la cara lívida y los ojos muy abiertos y vidriosos, como una piedra cubierta de musgo en el fondo de un arroyo.
-Le digo que hay un error. Le exijo que se marche ahora mismo. -Los hombres no se movieron ni soltaron los brazos de _____________. Joseph quería arrancarla de esas manos y alentarla para proporcionarle seguridad. En lugar de eso, aplacó su formidable genio y conservó su cuidadoso control-. Se lo advierto, caballeros. Si persisten en su intento, no les gustarán las consecuencias.
-Me temo que no lo entiende, milord. Esta mujer es un peligro para usted y para su familia. Casi mató a la hija del conde de Dunstan. Por su bien y por el de ella misma, tiene que volver a Saint Bart.
-¡Nooo! -La voz de _____________, aguda y quejumbrosa, retumbó en el vestíbulo. Forcejeó con los vigilantes y Joseph cerró los puños sin darse cuenta-. No intentaba matarla -gritó _____________-. Se puso enferma, eso es todo. Fue un accidente. Lo juro.
-Llévensela -indicó Perkins a sus hombres.
-¡No! -Joseph se situó delante de la puerta-. No se la llevarán a ninguna parte. Es una invitada de esta casa y no se irá.
-Somos cinco, lord Jonas -advirtió Perkins con una expresión dura-. Le reduciremos si es preciso. Esta mujer es un peligro para la sociedad. Tenemos órdenes de devolverla al hospital y eso es lo que vamos a hacer.
-¿Joseph? -La cara preocupada de la tía Winnie se volvió hacia él buscando una solución. Aparte de pelearse con un policía, un médico y tres vigilantes experimentados, a él no se le ocurría ninguna. E incluso, aunque llamara a los sirvientes, los hombres volverían otro día. Era mejor enfrentarse al asunto y resolverlo de una vez por todas. Se dirigió hacia _____________, que estaba con la cabeza gacha, derrotada.
-No permitiré que se quede allí -le prometió-. Iré a Londres enseguida. La sacaré del hospital en uno o dos días.
_____________ contemplaba el suelo como si él no hubiera hablado, con los ojos más vidriosos que antes. La agarró por los hombros.
-Escúcheme, maldita sea. No permitiré que la lastimen. Iré a buscarla. La sacaré de ahí en cuanto pueda arreglarlo -insistió él.
Aunque ella lo miró, no parecía verlo.
-No soportaré estar otra vez en ese lugar -susurró y clavó sus ojos en los de Joseph-. Prefiero la muerte a volver. ¿Me ha oído? ¡Prefiero la muerte!
El significado de sus palabras estaba más que claro. Un miedo que no había sentido nunca oprimió el pecho de Joseph. Sabía lo que la joven quería decir y le creía. Volver a aquel lugar sería su muerte, aunque tuviera que provocársela ella misma.
Perkins hizo un gesto hacia la puerta para ordenar a sus hombres que se la llevaran. Cuando empezaron a avanzar en esa dirección, Joseph se situó delante de _____________ impidiéndole el paso. Le sujetó el mentón con las dos manos, le levantó la cara y le dio un beso apasionado y feroz en los labios.
-Escúcheme, _____________. Iré a buscarla, le doy mi palabra. No haga nada hasta que yo vaya, ¿entendido?
_____________ se pasó la lengua por los labios y notó el sabor de Joseph en ellos. Lo miró por primera vez como si lo viera realmente.
-Encuentre la forma de sobrevivir -le rogó Joseph- La sacaré de ahí. Le prometo que encontraré la forma.
_____________ miró fijamente y, por fin, asintió con la cabeza. Después, desvió la mirada. Joseph oyó que su tía lloraba de fondo y eso acabó con el poco control que le quedaba.
-Le hago personalmente responsable del trato que reciba esta mujer -le soltó con una durísima mirada de advertencia a Blakemore-. Si le pasa algo, cualquier cosa, iré a buscarle. Y ni una brigada de vigilantes le salvará de mi ira.
El rostro del médico adoptó un color tan gris como el de sus cabellos empolvados, pero asintió.
-Me encargaré de que reciba los mejores cuidados posibles, Excelencia.
Lo que en un lugar como Saint Bart no significaba nada. Joseph sintió náuseas. Mientras veía cómo _____________ subía al carruaje, quería estampar el puño en la cara pretenciosa y moralista de Blakemore. Se volvió hacia Reeves, que estaba entre las sombras del vestíbulo con un aspecto casi tan consternado como el de su tía.
-Disponga que traigan mi carruaje. Esta noche saldré para Londres.
-Sí, milord.
La tía Winnie se acercó y le puso una mano en el brazo.
-Iré contigo. _____________ puede necesitarme y, si es así, quiero estar allí.
Joseph no la contradijo. La mirada en los ojos de Winnie y las lágrimas en sus mejillas le advirtieron de que no serviría de nada.
Con un vestido raído de algodón blanco, que lucía una banda roja en el cuello, _____________ recorrió el pasillo hacia su celda. No prestó atención al hedor fétido de cuerpos sucios, orina y excrementos. Mantuvo la cabeza alta para combatir el peso aplastante de la derrota que se había instalado en su pecho. Se juró no llorar, ni entonces ni nunca. No les daría esa satisfacción.
-Muévete, muchacha -le espetó la matrona corpulenta con un empujón-. No tengo todo el día para cuidar de la gentuza como tú ahora que has vuelto a donde debes estar.
_____________ no le hizo caso y siguió andando.
-¿Qué le pasa, Excelencia? ¿No hay sirvientes que la lleven en una maldita silla de manos? ¿Ningún mayordomo que le sirva la comida en bandeja de plata? -continuó la mujer.
Le propinó otro empujón y _____________ tropezó, pero logró mantener el equilibrio, irguió los hombros y siguió adelante. Ya casi llegaban a su celda cuando oyó el ruido de unos pasitos apresurados y que alguien gritaba su nombre:
-¡_____________! ¡Has vuelto, _____________! -En aquel universo inmundo y deprimente, era ése el único sonido que le alegraba oír.
Se volvió delante de la puerta de su celda y recibió el pequeño peso que se arrojó en sus brazos. Las lágrimas volvieron a amenazarla y esta vez casi cedió, pero eran lágrimas de alegría al sentir el cuerpecito cálido de Michael abrazado a ella con fuerza. Por Dios, no se había dado cuenta de lo mucho que lo había extrañado.
La matrona retrocedió unos pasos con el entrecejo fruncido, pero les concedió un momento. Ni siquiera la señorita Wiggins era inmune a Michael. _____________ lo estrechó con fuerza y después se separó para examinarlo de arriba abajo.
-Dios mío, Michael. ¡Mira cómo has crecido!
El pequeño le sonrió encantado, con un mechón de cabellos rubios de punta en lo alto de la cabeza. Le habían vuelto a cortar el pelo, muy corto alrededor de la cara para que no se le enredara.
-¿De veras lo crees? -preguntó.
-Creo que eres unos cinco centímetros más alto por lo menos -contestó _____________ con una sonrisa.
Michael se rió a sabiendas de que era mentira, pero con el deseo de que fuese verdad.
-Cuando haya crecido -afirmó lanzando una mirada a la matrona-, me iré de aquí y no podrán detenerme.
-Si no te largas ahora a ocuparte de tus asuntos, recibirás un coscorrón -soltó la matrona, pero no había cólera en su voz. Eso lo reservaba para _____________.
La señorita Wiggins la empujó hacia la celda y la puerta se cerró de golpe con un ruido estremecedor.
_____________ se acercó a la ventana y miró entre los barrotes. La matrona se iba. Al caminar, su complexión voluminosa hacía que la falda de lino marrón se balanceara atrás y delante alrededor de sus gruesos tobillos. Michael se quedó en el pasillo mirando a _____________ desde más abajo de los barrotes.
-Creí que te habías largado -dijo-. Creí que ibas a ser libre.
-Yo también, Michael -aseguró _____________, que parpadeó para evitar las lágrimas y forzó una sonrisa-. Casi lo logré. Ojala hubieras podido venir conmigo.
La sorprendió lo en serio que lo decía. Quizá si el marqués conseguía liberarla sacaría de allí también al niño.
Sintió que la invadía una sensación de opresión terrible. Había vuelto al punto de partida y la vida se extendía sin esperanza ante ella. Pero había hecho un amigo en el mundo exterior, quizá más de uno. Jonas le había dado su palabra de que la ayudaría, prometió sacarla de Saint Bart. Quería creer que eso pasaría. Sólo Dios sabía lo mucho que quería creerlo. Pero la esperanza resultaba una emoción peligrosa, incluso mortal, en un lugar como Saint Bart. Era mejor resignarse, encerrarse en uno mismo para evadirse de los terrores del hospital.
Y, sin embargo, en el fondo conservaba la esperanza como nunca desde que fue encerrada. El marqués era el hombre más fuerte y más honorable que había conocido. Si alguien podía ayudarla, era él.
Recordó el modo en que se separaron, el beso inesperado y ardiente que logró conectar con ella como nada más lo habría hecho. Se pasó la lengua por los labios y pensó que, si cerraba los ojos, todavía notaría su sabor, todavía oiría sus palabras, su promesa de liberarla y la convicción de su voz al decirlo.
Esa promesa y el recuerdo de aquel beso la mantendrían viva, por lo menos un tiempo. Hasta que el dolor y la humillación fueran imposibles de soportar. Entonces, decidiría qué hacer.
Joseph estaba sentado frente a su abogado, Nathaniel Whitley, en el despacho de éste en Threadneedle Street. Eran las seis de la mañana. Llovía y una espesa niebla envolvía la ciudad con un frío que calaba hasta los huesos.
Tras su escritorio, Nat tenía ojos soñolientos y llevaba la ropa arrugada como si hubiese dormido con ella, lo que Joseph pensó podría ser el caso si se tenía en cuenta la presión a la que había estado sometido.
Cinco días atrás, Joseph llegó a la casa de Nat, en West End, a una hora igual de intempestiva, lo sacó de la cama y le exigió que se pusiera a trabajar de inmediato para encontrar un modo de liberar a lady _____________ Grayson de su reclusión en el hospital de Saint Bartholomew.
Desde entonces, durante cinco días largos y difíciles sus esfuerzos habían sido en vano.
-Me gustaría tener algo positivo que decirle, milord. -Nat era un hombre atractivo, próximo a los cincuenta años, de complexión y altura medianas, y cabello castaño y salpicado de tonos plateados bajo la peluca gris. Unos anteojos de montura dorada le cubrían la nariz recta y bien formada-. Lo cierto es que Dunstan está totalmente en contra de la liberación de lady _____________, incluso bajo custodia de alguien tan respetado como usted y su tía. En cuanto fue informado de sus intenciones, empezó su propia campaña para frustrarlas. Es un hombre poderoso, Joseph. Mientras que usted ha rehuido siempre la política y las intrigas sociales, Dunstan se mueve con total desenvoltura en ellas. Tiene amigos en las más altas instancias y dinero para llenar los bolsillos de cualquier persona que pudiera oponérsele.
-Dinero de lady _____________ -puntualizó Joseph sombrío, pasándose la mano por los cabellos para alisarlos hacia la ancha cinta negra que los recogía en la nuca.
-Quizá. No hemos podido averiguar el origen de los fondos del conde. Tengo a un hombre trabajando en ello, aunque en realidad da lo mismo de quién sea el dinero, siempre y cuando él tenga el control legal.
Joseph sintió un ligero temblor. Se reclinó en la silla. Llevaba varios días sin comer bien. Cada vez que pensaba en _____________ encerrada en ese sitio, sufriendo sólo Dios sabía qué, el apetito le desaparecía por completo.
No conseguía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, imaginaba a los guardias desnudándola, los imaginaba mirando con lascivia sus senos pequeños y respingones. Recordaba su grito agudo pidiendo auxilio y el sonido lo atravesaba y lo despertaba si había logrado dormirse. Cambió de posición en la silla de piel.
-¿Cómo supieron dónde estaba? -preguntó.
-Por las habladurías de los sirvientes. Había varios la tarde que llegó al castillo. Por lo que usted me contó, fue un acontecimiento bastante memorable.
Joseph se limitó a asentir con la cabeza; él había llegado a la misma conclusión. Había creído, como un iluso, que nada llegaría a oídos de Dunstan hasta que él tuviera el asunto controlado.
-¿Cuál es el siguiente paso? -quiso saber, rogando que hubiera alguno.
-No estoy seguro. Cuanta más información tengamos más probabilidades hay de encontrar algo que nos sirva. He tratado de localizar a ese doctor Cunningham que lady _____________ mencionó, pero no hemos tenido suerte hasta ahora.
-Ha pasado casi una semana -comentó Joseph, que tensó un músculo de la mandíbula-. Tengo que verla, convencerla de que tenga paciencia. Necesita saber que no hemos abandonado el asunto, que todavía queremos ayudarla.
-No le dejarán. -Nat sacudió la cabeza-. Dunstan se muestra inflexible al respecto. No permiten ninguna visita. Es demasiado peligrosa; eso es lo que Dunstan y el doctor Blakemore dicen.
-Blakemore -repitió Joseph apretando los dientes-. Esa rata despreciable tendrá suerte si no la mato. En cuanto a Dunstan, todavía no he pensado un castigo que sea bastante cruel para él.
Nat se quitó los anteojos, los plegó y los depositó sobre los papeles que tenía delante.
-Tranquilícese, Joseph. Usted y su tía son la única esperanza de esa chica. Tienen que mantener la calma. Dunstan es astuto. Utilizará en su contra cualquier cosa que usted haga mal.
Joseph suspiró. Se sentía totalmente exhausto.
-Creía que sería fácil. Creía que ya la habría sacado hace mucho. No sé cuanto tiempo más podrá resistirlo.
Nat se levantó de la silla y se inclinó hacia delante con las manos apoyadas en la mesa.
-Está haciendo usted todo lo posible. No se puede pedir más.
Pero no era suficiente. Ni mucho menos. Tenía que ayudarla de algún modo. No estaba seguro de cómo _____________ Grayson había llegado a significar tanto para él. En cualquier caso, la consideraba amiga suya, y no era un hombre que abandonara a sus amigos cuando lo necesitaban.
-Gracias, Nat, por todo el trabajo que ha hecho.
-Faltaría más -respondió éste en voz baja-. Las injusticias me gustan tan poco como a usted, en especial cuando afectan a una joven inocente. Y no me gusta Douglas Roth.
Joseph casi sonrió. En cambio, asintió en silencio y se volvió para dirigirse a la puerta.
-Lord Jonas.
Se detuvo y miró hacia atrás por encima del hombro.
-Trate de dormir un poco -le recomendó Nat-. Y quizá también debería comer algo. No podrá hacer demasiado por la chica si se pone enfermo.
Joseph abrió la puerta y salió al pasillo. Nat tenía razón. Tenía que cuidarse mejor. Se dijo que iría a Saint James Street, visitaría White's, su club, y comería algo.
La idea empezaba sólo a tomar forma cuando le vino a la cabeza una imagen de _____________, hambrienta y sucia, con los ojos llenos de miedo y desesperación. La apartó de su pensamiento y subió a su carruaje, pero no se dirigió a Saint james Street.
De repente, la idea de la comida le revolvía el estómago.
Pasaron ocho días. Ocho días interminables, humillantes, sin noticias de Joseph. Quizás el marqués se había olvidado de ella. Quizá no tuvo nunca intención de ayudarla. Quizás había hablado con su tío y Douglas Roth lo convenció de que sí estaba loca.
Fuera cual fuera la razón, la esperanza a la que se aferraba empezaba a desvanecerse. Sólo el pequeño Michael la animaba. Su risa, que retumbaba en las salas sucias y mal iluminadas, le daba fuerzas y voluntad para seguir adelante. No entendía la desesperación que le pesaba como un yunque de hierro. ¿Por qué era mucho peor esta vez que la anterior?
Tal vez porque había vuelto a vivir la clase de vida que llevaba antes de la muerte de su padre. Se había despertado cada día entre amigos en una casa cómoda y cálida. O tal vez era tan sólo que su huida fallida la obligaba a ver la verdad. Aunque se escapara, por lejos que fuera, por mucho que corriera, su tío la encontraría. El no podía arriesgarse a perder el control. Necesitaba el dinero y haría todo lo que estuviera en sus manos para conservarlo.
Oyó pasos de hombres que se acercaban por el pasillo. No tenía miedo de los guardias como antes. El marqués había logrado algo el día de su separación, había aterrorizado al doctor Blakemore con sus amenazas. A su vuelta a Saint Bart, dio instrucciones estrictas para que ninguno de los guardias la tocara. Ya no tenía miedo de que alguno de ellos pudiera forzarla, lo que no significaba que no recibiera algún bofetón si se atrevía a decir lo que pensaba o que no tuviera que soportar la lengua afilada de la matrona.
O algo mucho peor, como descubrió el día en que protestó por el mal trato que uno de los hombres infligía al pequeño Michael. Trabajaba ella en la lavandería, encorvada sobre una enorme olla de hierro llena de agua hirviendo, para remover con un palo largo de madera la lejía con que se limpiaban centenares de camisones todavía más sucios que el que ella llevaba puesto, cuando oyó la voz aguda de Michael incluso antes de verlo:
-¡Vete a la mierda, cabrón!
_____________ se estremeció ante esas palabras. El pobre Michael se sabía todas las palabrotas del mundo. También había adquirido el acento barriobajero de los guardias. Se imaginaba lo que sería su vida si salía alguna vez al mundo real, al otro lado de las paredes del hospital.
A través de la puerta abierta, le vio doblar el pasillo y correr hacia ella. Un guardia fornido apareció tras él a toda velocidad y gritando insultos igual de ofensivos:
-¡Ven aquí, gilipollas! Te voy a dejar el culo morado con el cinturón cuando te atrape.
Los pies de Michael siguieron moviéndose, pero su rostro palideció. _____________ llevaba perdida la cuenta de las palizas recibidas por el pequeño, la mayoría por las travesuras más insignificantes. Siempre pensó que aquel hombre, Otis, buscaba una excusa. Parecía divertirse lastimando a alguien más pequeño que él. Y miraba a Michael de un modo extraño.
Como si quisiera algo del chico y estuviera esperando el momento oportuno para conseguirlo. _____________ había oído hablar de hombres que preferían estar con otros hombres antes que con mujeres. No estaba muy segura de qué hacían exactamente, pero se preguntaba si Otis sería de este tipo de hombres y si era posible que tuviera esa clase de pensamientos con respecto a un niño pequeño.
Michael corrió a su lado con la respiración entrecortada y se agarró del camisón con la manita mientras se escondía detrás de ella.
Otis entró unos segundos después. El pecho se le movía con cada jadeo.
-¡Ese jodido ladronzuelo me ha robado el monedero!
-¡No es verdad, embustero de mierda! -soltó Michael, asomando su cabeza rubia desde detrás de _____________. Otis fue a agarrarlo, pero Michael volvió a esconderse de modo que _____________ quedara entre él y el hombre.
-Michael dice que no se lo ha robado. -_____________ se enderezó para obstruir más el paso a Otis-. ¿No será que usted no recuerda dónde lo dejó?
Otis la miró a ella.
-El mocoso se viene conmigo. Ya le enseñaré yo a no robar a Otis Cheek. -Trató de rodearla, pero _____________ se lo impidió.
-Estoy segura de que no lo hizo. Tal vez si volviera a mirar...
Otis le golpeó la cara con fuerza.
-No te metas en esto, ¿me oyes? -Miró hacia abajo, en dirección a la cabeza de Michael y algo sórdido le brilló en los ojos-. El chico se viene conmigo.
-¡Nooo! -chilló Michael, y _____________ pensó que él también había visto algo en la mirada de Otis. Estaba muy asustado y el temor que ella sentía por él empezó a resonarle en los oídos. Lo escondió aun más tras su cuerpo.
-No se lo llevará a ninguna parte. No se lo permitiré.
-¿No me lo permitirás? -soltó Otis con la sonrisa más malvada que le había visto-. ¿Tú y cuántos más?
-¡y yo! -gritó Michael a la vez que le arreaba una patada al hombre en la espinilla.
Otis gimió, se abalanzó sobre el crío y lo agarró de un brazo con tal fuerza que lo alzó del suelo.
-¡Suéltelo! -le ordenó _____________.
Levantó el palo que había estado usando para remover la ropa en la olla y se lo estrelló en la cabeza con todas sus fuerzas. El hombre rugió como un león herido y se volvió hacia ella, con lo que Michael tuvo la oportunidad de zafarse. Otis soltó un taco y la abofeteó. Michael chilló, soltó a su vez otro taco y se abalanzó sobre la espalda del hombre para golpearlo con sus puñitos huesudos.
Había brazos y piernas por todas partes. Se oyeron gritos y tacos por encima de los pasos rápidos de tres matronas que cruzaron veloces la puerta de la lavandería. Al ver a _____________ blandiendo todavía el palo, empezaron a gritar órdenes y se apresuraron a actuar. Sin apenas darse cuenta, _____________ estaba en el suelo de piedra, rodeada de matronas y guardias, y una de las mujeres se llevó a Michael, que no dejaba de vociferar.
«Por lo menos está a salvo», pensó _____________ mientras forcejeaba para librarse del peso que la oprimía contra el suelo. Unas manos rudas le abrieron la boca y alguien le vertió algo amargo en la lengua.
No recordaba gran cosa después de eso, sólo vagamente cómo la condujeron de vuelta a su celda. Se desplomó en un rincón con una gran sensación de ligereza y algo mareada. Le pesaban los párpados. Lo veía todo algo borroso. Era extraño, por primera vez desde que regresó al manicomio se sentía bien..., casi contenta. Acurrucada en su camastro sucio de paja, le pareció que las paredes de la celda retrocedían y se vio en el césped suave de Milford Park. Los problemas y el dolor de Saint Bart desaparecieron y sólo le quedó una vaga sensación de aturdimiento.
Se apoyó en la pared, sin notar la piedra fría en la espalda ni la paja rígida que le atravesaba el fino camisón de algodón. Cerró los ojos y se entregó a esa agradable sensación. Pensó en Joseph y sonrió.
_____________ estaba decidida a proseguir sus estudios médicos, aunque la sociedad prohibiera algo tan poco adecuado. Su infancia, la pérdida de su hermana y de su madre, habían despertado en ella una fascinación que no podía ignorar. Ya llevaba sufrido mucho por culpa del camino elegido, pero Winnie creía que ni siquiera su experiencia terrible en el manicomio bastaría para acabar con su sed de conocimientos.
Los deseos de Joseph eran igual de fuertes. Quería proteger el título de los Jonas, aumentar la productividad y el valor de sus tierras y propiedades y construir un futuro para sus hijos. Había hecho planes con tal fin y, por muchos problemas que surgieran, eso era lo que iba a hacer.
Que _____________ no encajara en la imagen de esposa que su sobrino se había creado servía sólo para que le resultara más fácil seguir el curso que él mismo se había trazado. Joseph desaprobaba el interés de la joven por lo que él consideraba temas indignos de una dama. Winnie creía que quizás, en el fondo, seguía albergando cierta animadversión hacia su madre. Denise Stanton Jonas también fue una joven inteligente que se negó a seguir los dictados de la sociedad.
Su singularidad había despertado el interés del padre de Joseph desde que la conoció, y se enamoró loca y perdidamente de ella. Pero, a diferencia de _____________ Grayson, Denise era egoísta y malcriada. De niña quiso ser actriz, una idea escandalosa si se tenía en cuenta que era hija de un conde. Pero Denise ansiaba tanto ser el centro de atención como alguien sediento anhela beber agua, y habría hecho cualquier cosa para conseguirlo. Al final, se fugó con un conde italiano, abandonando a un hijo de doce años y a un marido enamorado que se volvió adicto al opio y murió demasiado joven.
Lady Beckford pensaba que cuando Joseph miraba a _____________ veía la clase de mujer fuerte que su madre había sido, sentía la misma atracción que su padre por ese tipo de mujer, recordaba las terribles consecuencias e, inconscientemente, se rebelaba.
A Winnie le parecía una lástima, sobre todo al recordar el amor que ella misma encontró con Richard. Aunque su marido no era un hombre apasionado y su sobrino sí, aunque nunca le lanzó esas miradas ardientes que Joseph dirigía a _____________ Grayson, fueron felices juntos. Winnie añoraba la intimidad, la unión que jamás tendría con otro hombre.
Se alejó de las cortinas de terciopelo con un suspiro. A su propio modo, llegó a querer a su marido. De joven, incluso se había enamorado una vez.
Al mirar a Joseph, pensó en Allison Hartman y se preguntó si su sobrino llegaría a saber nunca el significado de la palabra amor.
Joseph desmontó del semental árabe negro y entregó las riendas al mozo de cuadra que se acercó con rapidez a él.
-Ya me encargo yo, milord.
Joseph dio unos golpecitos en el cuello esbelto del animal, todavía húmedo de sudor tras su galopada de la tarde.
-Ha sido un día largo para él, Timmy. Refréscalo bien y dale una ración extra de grano.
-Sí, milord.
El caballo relinchó mientras Joseph salía de los establos, ambos contentos de estar de vuelta tras pasarse el día visitando arrendatarios y supervisando los campos. Se estaban cosechando los últimos rastrojos de maíz para cebar a las ocas y a las demás aves de corral. Se mataba a los puercos, por cuyas cerdas se pagaba un buen precio para hacer cepillos y cuya grasa era también un producto valioso.
Joseph se dirigió a la casa, dispuesto a disfrutar de una buena comida caliente y de una tarde tranquila. Quizá jugaría al ajedrez con _____________. Había descubierto que ella jugaba bien y el día antes, de hecho, le había ganado.
Sonrió al pensarlo. Nunca hubiera imaginado que llegaría el día en que una mujer le ganase al ajedrez. Miró hacia la puerta y su sonrisa se desvaneció. Reeves corría hacia él y los faldones de la librea aleteaban. Tenía la cara colorada.
-¡Venga deprisa, milord! Hay unos hombres en la casa y... -Se detuvo para tomar aliento, con la empolvada peluca medio ladeada.
Joseph lo agarró por el brazo.
-¿Qué pasa? ¿De qué se trata?
-Un policía. El y sus hombres han venido a buscar a la señorita Gray. Intenté...
No esperó a oír el resto. Corrió y cruzó a toda velocidad la puerta de roble; el corazón le sonaba con tanta fuerza como las botas, y tenía los puños cerrados por la cólera. Cuando llegó a la entrada, la casa era un caos. _____________ se encontraba rodeada de un grupo de cinco hombres, la tía Winnie estaba junto a ella y la tenía sujeta del brazo para impedir que se la llevaran. Uno de los policías intentaba levantarle los dedos a Winnie para que la soltara.
-¿Qué diablos está pasando? -La voz de Joseph cayó como el disparo de un cañón sobre el tumulto. Se detuvo a unos pocos pasos del hombre fuerte que parecía estar al mando-. Están invadiendo mi hogar -siguió diciendo con su tono más severo-. Están atacando a una invitada mía. Suelten enseguida a la señorita Gray.
Todavía no había mirado a _____________ y no tenía intención de hacerlo. Sabía el terror que vería en su rostro y cómo eso lo afectaría. No podía permitirse un momento de debilidad. Necesitaba toda su concentración.
-Perdone las molestias, Excelencia. Soy Perkins, de la policía -se presentó el hombre fuerte de ojos grises y duros y cabello muy empolvado-. El hombre a mi derecha es Henry Blakemore, el jefe de ingresos del hospital de Saint Bartholomew. -Era más delgado, con la nariz larga y fina y los cabellos peinados hacia atrás, realzando una cara demacrada y algo cetrina-. Esta mujer es lady _____________ Grayson. Hace cierto tiempo que la estamos buscando. Tras un esfuerzo considerable descubrimos que estaba aquí. Hemos venido para volver a llevarla al hospital.
_____________ emitió un gemido, pero Joseph siguió sin mirarla.
-Esta mujer se llama _____________ Gray. Es una invitada de mi tía. Como parece evidente que ha habido un error, les aconsejaría que se marcharan.
-Lo siento, Excelencia, no podemos hacer eso. El doctor Blakemore conoce a lady Grayson desde hace más de diez meses. La ha identificado como la mujer que usted conoce por _____________ Gray.
Entonces la miró y vio cómo se inclinaba hacia la tía Winnie, que la seguía tomando del brazo. Dos vigilantes la retenían prisionera entre ambos mientras un tercero se situaba a unos pasos de distancia. _____________ tenía la cara lívida y los ojos muy abiertos y vidriosos, como una piedra cubierta de musgo en el fondo de un arroyo.
-Le digo que hay un error. Le exijo que se marche ahora mismo. -Los hombres no se movieron ni soltaron los brazos de _____________. Joseph quería arrancarla de esas manos y alentarla para proporcionarle seguridad. En lugar de eso, aplacó su formidable genio y conservó su cuidadoso control-. Se lo advierto, caballeros. Si persisten en su intento, no les gustarán las consecuencias.
-Me temo que no lo entiende, milord. Esta mujer es un peligro para usted y para su familia. Casi mató a la hija del conde de Dunstan. Por su bien y por el de ella misma, tiene que volver a Saint Bart.
-¡Nooo! -La voz de _____________, aguda y quejumbrosa, retumbó en el vestíbulo. Forcejeó con los vigilantes y Joseph cerró los puños sin darse cuenta-. No intentaba matarla -gritó _____________-. Se puso enferma, eso es todo. Fue un accidente. Lo juro.
-Llévensela -indicó Perkins a sus hombres.
-¡No! -Joseph se situó delante de la puerta-. No se la llevarán a ninguna parte. Es una invitada de esta casa y no se irá.
-Somos cinco, lord Jonas -advirtió Perkins con una expresión dura-. Le reduciremos si es preciso. Esta mujer es un peligro para la sociedad. Tenemos órdenes de devolverla al hospital y eso es lo que vamos a hacer.
-¿Joseph? -La cara preocupada de la tía Winnie se volvió hacia él buscando una solución. Aparte de pelearse con un policía, un médico y tres vigilantes experimentados, a él no se le ocurría ninguna. E incluso, aunque llamara a los sirvientes, los hombres volverían otro día. Era mejor enfrentarse al asunto y resolverlo de una vez por todas. Se dirigió hacia _____________, que estaba con la cabeza gacha, derrotada.
-No permitiré que se quede allí -le prometió-. Iré a Londres enseguida. La sacaré del hospital en uno o dos días.
_____________ contemplaba el suelo como si él no hubiera hablado, con los ojos más vidriosos que antes. La agarró por los hombros.
-Escúcheme, maldita sea. No permitiré que la lastimen. Iré a buscarla. La sacaré de ahí en cuanto pueda arreglarlo -insistió él.
Aunque ella lo miró, no parecía verlo.
-No soportaré estar otra vez en ese lugar -susurró y clavó sus ojos en los de Joseph-. Prefiero la muerte a volver. ¿Me ha oído? ¡Prefiero la muerte!
El significado de sus palabras estaba más que claro. Un miedo que no había sentido nunca oprimió el pecho de Joseph. Sabía lo que la joven quería decir y le creía. Volver a aquel lugar sería su muerte, aunque tuviera que provocársela ella misma.
Perkins hizo un gesto hacia la puerta para ordenar a sus hombres que se la llevaran. Cuando empezaron a avanzar en esa dirección, Joseph se situó delante de _____________ impidiéndole el paso. Le sujetó el mentón con las dos manos, le levantó la cara y le dio un beso apasionado y feroz en los labios.
-Escúcheme, _____________. Iré a buscarla, le doy mi palabra. No haga nada hasta que yo vaya, ¿entendido?
_____________ se pasó la lengua por los labios y notó el sabor de Joseph en ellos. Lo miró por primera vez como si lo viera realmente.
-Encuentre la forma de sobrevivir -le rogó Joseph- La sacaré de ahí. Le prometo que encontraré la forma.
_____________ miró fijamente y, por fin, asintió con la cabeza. Después, desvió la mirada. Joseph oyó que su tía lloraba de fondo y eso acabó con el poco control que le quedaba.
-Le hago personalmente responsable del trato que reciba esta mujer -le soltó con una durísima mirada de advertencia a Blakemore-. Si le pasa algo, cualquier cosa, iré a buscarle. Y ni una brigada de vigilantes le salvará de mi ira.
El rostro del médico adoptó un color tan gris como el de sus cabellos empolvados, pero asintió.
-Me encargaré de que reciba los mejores cuidados posibles, Excelencia.
Lo que en un lugar como Saint Bart no significaba nada. Joseph sintió náuseas. Mientras veía cómo _____________ subía al carruaje, quería estampar el puño en la cara pretenciosa y moralista de Blakemore. Se volvió hacia Reeves, que estaba entre las sombras del vestíbulo con un aspecto casi tan consternado como el de su tía.
-Disponga que traigan mi carruaje. Esta noche saldré para Londres.
-Sí, milord.
La tía Winnie se acercó y le puso una mano en el brazo.
-Iré contigo. _____________ puede necesitarme y, si es así, quiero estar allí.
Joseph no la contradijo. La mirada en los ojos de Winnie y las lágrimas en sus mejillas le advirtieron de que no serviría de nada.
Con un vestido raído de algodón blanco, que lucía una banda roja en el cuello, _____________ recorrió el pasillo hacia su celda. No prestó atención al hedor fétido de cuerpos sucios, orina y excrementos. Mantuvo la cabeza alta para combatir el peso aplastante de la derrota que se había instalado en su pecho. Se juró no llorar, ni entonces ni nunca. No les daría esa satisfacción.
-Muévete, muchacha -le espetó la matrona corpulenta con un empujón-. No tengo todo el día para cuidar de la gentuza como tú ahora que has vuelto a donde debes estar.
_____________ no le hizo caso y siguió andando.
-¿Qué le pasa, Excelencia? ¿No hay sirvientes que la lleven en una maldita silla de manos? ¿Ningún mayordomo que le sirva la comida en bandeja de plata? -continuó la mujer.
Le propinó otro empujón y _____________ tropezó, pero logró mantener el equilibrio, irguió los hombros y siguió adelante. Ya casi llegaban a su celda cuando oyó el ruido de unos pasitos apresurados y que alguien gritaba su nombre:
-¡_____________! ¡Has vuelto, _____________! -En aquel universo inmundo y deprimente, era ése el único sonido que le alegraba oír.
Se volvió delante de la puerta de su celda y recibió el pequeño peso que se arrojó en sus brazos. Las lágrimas volvieron a amenazarla y esta vez casi cedió, pero eran lágrimas de alegría al sentir el cuerpecito cálido de Michael abrazado a ella con fuerza. Por Dios, no se había dado cuenta de lo mucho que lo había extrañado.
La matrona retrocedió unos pasos con el entrecejo fruncido, pero les concedió un momento. Ni siquiera la señorita Wiggins era inmune a Michael. _____________ lo estrechó con fuerza y después se separó para examinarlo de arriba abajo.
-Dios mío, Michael. ¡Mira cómo has crecido!
El pequeño le sonrió encantado, con un mechón de cabellos rubios de punta en lo alto de la cabeza. Le habían vuelto a cortar el pelo, muy corto alrededor de la cara para que no se le enredara.
-¿De veras lo crees? -preguntó.
-Creo que eres unos cinco centímetros más alto por lo menos -contestó _____________ con una sonrisa.
Michael se rió a sabiendas de que era mentira, pero con el deseo de que fuese verdad.
-Cuando haya crecido -afirmó lanzando una mirada a la matrona-, me iré de aquí y no podrán detenerme.
-Si no te largas ahora a ocuparte de tus asuntos, recibirás un coscorrón -soltó la matrona, pero no había cólera en su voz. Eso lo reservaba para _____________.
La señorita Wiggins la empujó hacia la celda y la puerta se cerró de golpe con un ruido estremecedor.
_____________ se acercó a la ventana y miró entre los barrotes. La matrona se iba. Al caminar, su complexión voluminosa hacía que la falda de lino marrón se balanceara atrás y delante alrededor de sus gruesos tobillos. Michael se quedó en el pasillo mirando a _____________ desde más abajo de los barrotes.
-Creí que te habías largado -dijo-. Creí que ibas a ser libre.
-Yo también, Michael -aseguró _____________, que parpadeó para evitar las lágrimas y forzó una sonrisa-. Casi lo logré. Ojala hubieras podido venir conmigo.
La sorprendió lo en serio que lo decía. Quizá si el marqués conseguía liberarla sacaría de allí también al niño.
Sintió que la invadía una sensación de opresión terrible. Había vuelto al punto de partida y la vida se extendía sin esperanza ante ella. Pero había hecho un amigo en el mundo exterior, quizá más de uno. Jonas le había dado su palabra de que la ayudaría, prometió sacarla de Saint Bart. Quería creer que eso pasaría. Sólo Dios sabía lo mucho que quería creerlo. Pero la esperanza resultaba una emoción peligrosa, incluso mortal, en un lugar como Saint Bart. Era mejor resignarse, encerrarse en uno mismo para evadirse de los terrores del hospital.
Y, sin embargo, en el fondo conservaba la esperanza como nunca desde que fue encerrada. El marqués era el hombre más fuerte y más honorable que había conocido. Si alguien podía ayudarla, era él.
Recordó el modo en que se separaron, el beso inesperado y ardiente que logró conectar con ella como nada más lo habría hecho. Se pasó la lengua por los labios y pensó que, si cerraba los ojos, todavía notaría su sabor, todavía oiría sus palabras, su promesa de liberarla y la convicción de su voz al decirlo.
Esa promesa y el recuerdo de aquel beso la mantendrían viva, por lo menos un tiempo. Hasta que el dolor y la humillación fueran imposibles de soportar. Entonces, decidiría qué hacer.
Joseph estaba sentado frente a su abogado, Nathaniel Whitley, en el despacho de éste en Threadneedle Street. Eran las seis de la mañana. Llovía y una espesa niebla envolvía la ciudad con un frío que calaba hasta los huesos.
Tras su escritorio, Nat tenía ojos soñolientos y llevaba la ropa arrugada como si hubiese dormido con ella, lo que Joseph pensó podría ser el caso si se tenía en cuenta la presión a la que había estado sometido.
Cinco días atrás, Joseph llegó a la casa de Nat, en West End, a una hora igual de intempestiva, lo sacó de la cama y le exigió que se pusiera a trabajar de inmediato para encontrar un modo de liberar a lady _____________ Grayson de su reclusión en el hospital de Saint Bartholomew.
Desde entonces, durante cinco días largos y difíciles sus esfuerzos habían sido en vano.
-Me gustaría tener algo positivo que decirle, milord. -Nat era un hombre atractivo, próximo a los cincuenta años, de complexión y altura medianas, y cabello castaño y salpicado de tonos plateados bajo la peluca gris. Unos anteojos de montura dorada le cubrían la nariz recta y bien formada-. Lo cierto es que Dunstan está totalmente en contra de la liberación de lady _____________, incluso bajo custodia de alguien tan respetado como usted y su tía. En cuanto fue informado de sus intenciones, empezó su propia campaña para frustrarlas. Es un hombre poderoso, Joseph. Mientras que usted ha rehuido siempre la política y las intrigas sociales, Dunstan se mueve con total desenvoltura en ellas. Tiene amigos en las más altas instancias y dinero para llenar los bolsillos de cualquier persona que pudiera oponérsele.
-Dinero de lady _____________ -puntualizó Joseph sombrío, pasándose la mano por los cabellos para alisarlos hacia la ancha cinta negra que los recogía en la nuca.
-Quizá. No hemos podido averiguar el origen de los fondos del conde. Tengo a un hombre trabajando en ello, aunque en realidad da lo mismo de quién sea el dinero, siempre y cuando él tenga el control legal.
Joseph sintió un ligero temblor. Se reclinó en la silla. Llevaba varios días sin comer bien. Cada vez que pensaba en _____________ encerrada en ese sitio, sufriendo sólo Dios sabía qué, el apetito le desaparecía por completo.
No conseguía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, imaginaba a los guardias desnudándola, los imaginaba mirando con lascivia sus senos pequeños y respingones. Recordaba su grito agudo pidiendo auxilio y el sonido lo atravesaba y lo despertaba si había logrado dormirse. Cambió de posición en la silla de piel.
-¿Cómo supieron dónde estaba? -preguntó.
-Por las habladurías de los sirvientes. Había varios la tarde que llegó al castillo. Por lo que usted me contó, fue un acontecimiento bastante memorable.
Joseph se limitó a asentir con la cabeza; él había llegado a la misma conclusión. Había creído, como un iluso, que nada llegaría a oídos de Dunstan hasta que él tuviera el asunto controlado.
-¿Cuál es el siguiente paso? -quiso saber, rogando que hubiera alguno.
-No estoy seguro. Cuanta más información tengamos más probabilidades hay de encontrar algo que nos sirva. He tratado de localizar a ese doctor Cunningham que lady _____________ mencionó, pero no hemos tenido suerte hasta ahora.
-Ha pasado casi una semana -comentó Joseph, que tensó un músculo de la mandíbula-. Tengo que verla, convencerla de que tenga paciencia. Necesita saber que no hemos abandonado el asunto, que todavía queremos ayudarla.
-No le dejarán. -Nat sacudió la cabeza-. Dunstan se muestra inflexible al respecto. No permiten ninguna visita. Es demasiado peligrosa; eso es lo que Dunstan y el doctor Blakemore dicen.
-Blakemore -repitió Joseph apretando los dientes-. Esa rata despreciable tendrá suerte si no la mato. En cuanto a Dunstan, todavía no he pensado un castigo que sea bastante cruel para él.
Nat se quitó los anteojos, los plegó y los depositó sobre los papeles que tenía delante.
-Tranquilícese, Joseph. Usted y su tía son la única esperanza de esa chica. Tienen que mantener la calma. Dunstan es astuto. Utilizará en su contra cualquier cosa que usted haga mal.
Joseph suspiró. Se sentía totalmente exhausto.
-Creía que sería fácil. Creía que ya la habría sacado hace mucho. No sé cuanto tiempo más podrá resistirlo.
Nat se levantó de la silla y se inclinó hacia delante con las manos apoyadas en la mesa.
-Está haciendo usted todo lo posible. No se puede pedir más.
Pero no era suficiente. Ni mucho menos. Tenía que ayudarla de algún modo. No estaba seguro de cómo _____________ Grayson había llegado a significar tanto para él. En cualquier caso, la consideraba amiga suya, y no era un hombre que abandonara a sus amigos cuando lo necesitaban.
-Gracias, Nat, por todo el trabajo que ha hecho.
-Faltaría más -respondió éste en voz baja-. Las injusticias me gustan tan poco como a usted, en especial cuando afectan a una joven inocente. Y no me gusta Douglas Roth.
Joseph casi sonrió. En cambio, asintió en silencio y se volvió para dirigirse a la puerta.
-Lord Jonas.
Se detuvo y miró hacia atrás por encima del hombro.
-Trate de dormir un poco -le recomendó Nat-. Y quizá también debería comer algo. No podrá hacer demasiado por la chica si se pone enfermo.
Joseph abrió la puerta y salió al pasillo. Nat tenía razón. Tenía que cuidarse mejor. Se dijo que iría a Saint James Street, visitaría White's, su club, y comería algo.
La idea empezaba sólo a tomar forma cuando le vino a la cabeza una imagen de _____________, hambrienta y sucia, con los ojos llenos de miedo y desesperación. La apartó de su pensamiento y subió a su carruaje, pero no se dirigió a Saint james Street.
De repente, la idea de la comida le revolvía el estómago.
Pasaron ocho días. Ocho días interminables, humillantes, sin noticias de Joseph. Quizás el marqués se había olvidado de ella. Quizá no tuvo nunca intención de ayudarla. Quizás había hablado con su tío y Douglas Roth lo convenció de que sí estaba loca.
Fuera cual fuera la razón, la esperanza a la que se aferraba empezaba a desvanecerse. Sólo el pequeño Michael la animaba. Su risa, que retumbaba en las salas sucias y mal iluminadas, le daba fuerzas y voluntad para seguir adelante. No entendía la desesperación que le pesaba como un yunque de hierro. ¿Por qué era mucho peor esta vez que la anterior?
Tal vez porque había vuelto a vivir la clase de vida que llevaba antes de la muerte de su padre. Se había despertado cada día entre amigos en una casa cómoda y cálida. O tal vez era tan sólo que su huida fallida la obligaba a ver la verdad. Aunque se escapara, por lejos que fuera, por mucho que corriera, su tío la encontraría. El no podía arriesgarse a perder el control. Necesitaba el dinero y haría todo lo que estuviera en sus manos para conservarlo.
Oyó pasos de hombres que se acercaban por el pasillo. No tenía miedo de los guardias como antes. El marqués había logrado algo el día de su separación, había aterrorizado al doctor Blakemore con sus amenazas. A su vuelta a Saint Bart, dio instrucciones estrictas para que ninguno de los guardias la tocara. Ya no tenía miedo de que alguno de ellos pudiera forzarla, lo que no significaba que no recibiera algún bofetón si se atrevía a decir lo que pensaba o que no tuviera que soportar la lengua afilada de la matrona.
O algo mucho peor, como descubrió el día en que protestó por el mal trato que uno de los hombres infligía al pequeño Michael. Trabajaba ella en la lavandería, encorvada sobre una enorme olla de hierro llena de agua hirviendo, para remover con un palo largo de madera la lejía con que se limpiaban centenares de camisones todavía más sucios que el que ella llevaba puesto, cuando oyó la voz aguda de Michael incluso antes de verlo:
-¡Vete a la mierda, cabrón!
_____________ se estremeció ante esas palabras. El pobre Michael se sabía todas las palabrotas del mundo. También había adquirido el acento barriobajero de los guardias. Se imaginaba lo que sería su vida si salía alguna vez al mundo real, al otro lado de las paredes del hospital.
A través de la puerta abierta, le vio doblar el pasillo y correr hacia ella. Un guardia fornido apareció tras él a toda velocidad y gritando insultos igual de ofensivos:
-¡Ven aquí, gilipollas! Te voy a dejar el culo morado con el cinturón cuando te atrape.
Los pies de Michael siguieron moviéndose, pero su rostro palideció. _____________ llevaba perdida la cuenta de las palizas recibidas por el pequeño, la mayoría por las travesuras más insignificantes. Siempre pensó que aquel hombre, Otis, buscaba una excusa. Parecía divertirse lastimando a alguien más pequeño que él. Y miraba a Michael de un modo extraño.
Como si quisiera algo del chico y estuviera esperando el momento oportuno para conseguirlo. _____________ había oído hablar de hombres que preferían estar con otros hombres antes que con mujeres. No estaba muy segura de qué hacían exactamente, pero se preguntaba si Otis sería de este tipo de hombres y si era posible que tuviera esa clase de pensamientos con respecto a un niño pequeño.
Michael corrió a su lado con la respiración entrecortada y se agarró del camisón con la manita mientras se escondía detrás de ella.
Otis entró unos segundos después. El pecho se le movía con cada jadeo.
-¡Ese jodido ladronzuelo me ha robado el monedero!
-¡No es verdad, embustero de mierda! -soltó Michael, asomando su cabeza rubia desde detrás de _____________. Otis fue a agarrarlo, pero Michael volvió a esconderse de modo que _____________ quedara entre él y el hombre.
-Michael dice que no se lo ha robado. -_____________ se enderezó para obstruir más el paso a Otis-. ¿No será que usted no recuerda dónde lo dejó?
Otis la miró a ella.
-El mocoso se viene conmigo. Ya le enseñaré yo a no robar a Otis Cheek. -Trató de rodearla, pero _____________ se lo impidió.
-Estoy segura de que no lo hizo. Tal vez si volviera a mirar...
Otis le golpeó la cara con fuerza.
-No te metas en esto, ¿me oyes? -Miró hacia abajo, en dirección a la cabeza de Michael y algo sórdido le brilló en los ojos-. El chico se viene conmigo.
-¡Nooo! -chilló Michael, y _____________ pensó que él también había visto algo en la mirada de Otis. Estaba muy asustado y el temor que ella sentía por él empezó a resonarle en los oídos. Lo escondió aun más tras su cuerpo.
-No se lo llevará a ninguna parte. No se lo permitiré.
-¿No me lo permitirás? -soltó Otis con la sonrisa más malvada que le había visto-. ¿Tú y cuántos más?
-¡y yo! -gritó Michael a la vez que le arreaba una patada al hombre en la espinilla.
Otis gimió, se abalanzó sobre el crío y lo agarró de un brazo con tal fuerza que lo alzó del suelo.
-¡Suéltelo! -le ordenó _____________.
Levantó el palo que había estado usando para remover la ropa en la olla y se lo estrelló en la cabeza con todas sus fuerzas. El hombre rugió como un león herido y se volvió hacia ella, con lo que Michael tuvo la oportunidad de zafarse. Otis soltó un taco y la abofeteó. Michael chilló, soltó a su vez otro taco y se abalanzó sobre la espalda del hombre para golpearlo con sus puñitos huesudos.
Había brazos y piernas por todas partes. Se oyeron gritos y tacos por encima de los pasos rápidos de tres matronas que cruzaron veloces la puerta de la lavandería. Al ver a _____________ blandiendo todavía el palo, empezaron a gritar órdenes y se apresuraron a actuar. Sin apenas darse cuenta, _____________ estaba en el suelo de piedra, rodeada de matronas y guardias, y una de las mujeres se llevó a Michael, que no dejaba de vociferar.
«Por lo menos está a salvo», pensó _____________ mientras forcejeaba para librarse del peso que la oprimía contra el suelo. Unas manos rudas le abrieron la boca y alguien le vertió algo amargo en la lengua.
No recordaba gran cosa después de eso, sólo vagamente cómo la condujeron de vuelta a su celda. Se desplomó en un rincón con una gran sensación de ligereza y algo mareada. Le pesaban los párpados. Lo veía todo algo borroso. Era extraño, por primera vez desde que regresó al manicomio se sentía bien..., casi contenta. Acurrucada en su camastro sucio de paja, le pareció que las paredes de la celda retrocedían y se vio en el césped suave de Milford Park. Los problemas y el dolor de Saint Bart desaparecieron y sólo le quedó una vaga sensación de aturdimiento.
Se apoyó en la pared, sin notar la piedra fría en la espalda ni la paja rígida que le atravesaba el fino camisón de algodón. Cerró los ojos y se entregó a esa agradable sensación. Pensó en Joseph y sonrió.
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
CAPITULO 6
Douglas Roth, conde de Dunstan, estaba sentado tras el escritorio enorme de palisandro de su estudio. Fuera, el césped de Milford Park se extendía como una elegante alfombra y descendía hacia un río rumoroso que serpenteaba junto a la casa de ladrillos. Casi todos los árboles habían perdido sus hojas y un viento frío de noviembre soplaba entre las ramas, pero la casa conservaba un aire de esplendor que el clima no lograba mancillar. La belleza de sus líneas y la solidez de su fachada eran obra del arquitecto Robert Lyming y de un joven Inigo Jones, que la diseñaron ciento cincuenta años atrás.
Douglas se sacó la cajita de rapé tachonada de diamantes del bolsillo del chaleco y tomó un pellizco. Estornudó varias veces y alejó la mirada de la ventana para dirigirla de nuevo a los papeles que reposaban en la mesa. En casi todos ellos figuraba el nombre de su sobrina, _____________ Grayson.
Con sólo pensar en ella, apretó los dientes. Hacía cinco años que se había convertido en su tutor; fue un golpe de buena suerte que el difunto conde, el padre de la chica, no hubiera empezado a sospechar de él cuando le otorgó ese honor. Desde entonces, la muchacha se mostró obstinada, terca e imposible de manejar. Pero su fortuna era inmensa y valía la pena el esfuerzo, y más si se tenía en cuenta que su exiguo patrimonio propio había quedado reducido casi a la nada.
Empezó a rebuscar entre los papeles el montón de cheques bancarios que su contable le enviaba con el fin de que los firmara, librados para pagar al sastre y al zapatero; una suma considerable, ya que él llevaba sólo la mejor ropa. Había un cheque por su nuevo carruaje y una cantidad importante gastada al jugar en el local de juego de madame Duprey.
Nadie le cuestionaba cómo usaba los fondos, nadie salvo _____________. Los demás estaban bien pagados para mirar a otro lado y, al fin y al cabo, su sobrina todavía poseía una exorbitante cantidad de dinero.
Sonrió al levantar la carta que había recibido del doctor Blakemore, el jefe de ingresos de Saint Bart. A su regreso, _____________ se había enfrentado a uno de los guardias y volvió a mostrar su naturaleza violenta e inestable. Pero la carta aseguraba que lord Dunstan no tenía por qué preocuparse. Su sobrina fue sometida sin dañarla y ya se hallaba de nuevo bajo control. Blakemore afirmaba que no volvería a producirse ningún otro incidente así y que lady _____________ estaba bien atendida.
La carta no contenía la menor insinuación sobre otra «contribución» al médico en gratitud por sus servicios. Sabía que Douglas la enviaría ahora que la chica volvía a estar bien controlada. No hacía falta decir que no podría volver a escaparse del hospital.
La posibilidad había pasado y todos los intentos del marqués de Jonas a favor de la joven habían sido frustrados silenciosamente. «Todo está en orden», pensó Douglas satisfecho. Su mundo había recuperado la normalidad.
Oyó que llamaban con suavidad a la puerta y, al levantar los ojos, vio a su hija, Muriel, de pie junto al mayordomo, que había ido a buscarla a petición suya y ya se retiraba despacio hacia el vestíbulo.
-Buenas tardes, querida.
-¿Querías verme, padre?
Se movió inquieta y enderezó un poco su pose habitual. Era algo más alta que _____________, demasiado para ser mujer. Tenía los cabellos pelirrojos y muy rizados y pecas en la nariz y en las mejillas, imposibles de ocultar por mucho que lo intentara. No era bonita como _____________. Muriel se parecía a la madre de su difunta esposa, pero se trataba de su hija, sangre de su sangre. Y, a diferencia de _____________, había aprendido a obedecer sus órdenes.
-De hecho, querida, sólo quería saber qué hacías en casa de Mary Williams la semana pasada con ese abominable chico de los Osgood.
Muriel se puso colorada, lo que le hizo desaparecer un poco las pecas.
-Truman es sólo un amigo. Fue allí a visitar al hermano de Mary.
-Muy bien. Me alegra oírlo. Después de todo, sólo es un segundo hijo. No tiene un centavo ni lo tendrá nunca. No es para ti.
Sus miradas se encontraron sólo un momento antes de que Muriel la dirigiera al suelo. Era una chica corpulenta, no del tipo que estaba de moda, pero con sólo dieciséis años tenía las curvas definidas de una mujer y no había duda de que resultaría útil en la bolsa matrimonial.
-Ya puedes irte. -Alargó la mano para ajustarse la peluca blanca con trenza y, después, se quitó un poco de pelusa de la levita dorada-. Recuerda que tengo planes para ti y que no incluyen a un don nadie sin título, como ese Truman Osgood.
Algo brilló en los ojos de su hija, aunque desapareció acto seguido. Por un instante, Douglas imaginó que era rebeldía, pero sacudió la cabeza ante una idea tan ridícula.
-Lo recordaré, padre -dijo Muriel, muy dócil.
Se volvió para marcharse y Douglas se ocupó de nuevo de los papeles que tenía en la mesa. La vida seguía otra vez su rumbo, el futuro estaba otra vez asegurado. Ni siquiera lo inquietaba la intromisión de un hombre tan poderoso como Joseph Jonas. Dunstan lo tenía todo controlado.
Jason Sinclair dejó atrás la niebla al entrar en la casa que Joseph tenía en la ciudad, en Grosvener Square. Los últimos tres días había estado lloviendo, de modo que el viaje desde Carlyle Hall resultó embarrado y difícil.
Se desabrochó el cuello de la capa, que ondeó hacia el mayordomo lanzando gotas de agua al suelo de mármol pulido.
-¿Dónde está, Reeves? -preguntó.
-En su estudio, Excelencia. Apenas sale estos días. Lady Beckford está muy preocupada por él.
Jason asintió y apretó las mandíbulas. Dio media vuelta y recorrió deprisa el vestíbulo, llamó brevemente a la puerta del estudio y la abrió sin esperar a que Joseph le diera permiso. A pesar de saber lo inquieto que debía de estar su amigo, se sorprendió al ver al hombre demacrado y desaliñado que estaba sentado detrás del escritorio, encorvado sobre la mesa.
-Por todos los santos, tienes un aspecto terrible -dijo acercándose a él a grandes zancadas. Al llegar a la mesa, se inclinó y apoyó las manos en ella-. ¿Cuándo fue la última vez que comiste? Por tu aspecto debe de hacer quince días. Y seguramente tampoco duermes demasiado. ¿Qué pretendes, matarte?
Joseph se enderezó y se pasó una mano por los cabellos, que en contra de lo habitual llevaba sueltos y le caían sobre los hombros. Se veían tan apagados como sus ojos.
-¿Qué pretendo? Sea lo que sea, no lo estoy logrando. No he conseguido nada desde que estoy aquí.
-Por Dios, hombre. No es culpa tuya que esté allí. Tú no la encerraste; fue su tío.
-Le di mi palabra. Le dije que la sacaría de ahí. De eso hace casi dos semanas. ¿Te imaginas lo que puede haberle pasado en dos largas semanas? -Se reclinó en la silla con aspecto cansado-. Por cierto, ¿qué rayos haces tú aquí?
-He venido a verte. Tu tía Winnie nos informó de lo que pasó en el castillo. Creí que a estas alturas ya lo habrías resuelto y estarías de vuelta en casa. Cuando no recibí noticias tuyas y vi que no habías regresado, pensé que quizá necesitarías ayuda.
-He contratado la mejor ayuda que se puede pagar con dinero. No ha servido de nada.
Jason se sentó en la silla de piel frente a él y estiró las piernas.
-Es probable que Dunstan tenga en el bolsillo a la mitad de las personas con las que tratas de negociar. Ni siquiera sabemos quiénes son todas, así que difícilmente podemos ofrecerles más dinero.
-No, supongo que no. Es una pena. -Joseph se frotó la cara con las manos; llevaba barba de un día. En todos los años que hacía que lo conocía, Jason jamás lo había visto tan cansado-. Te lo aseguro, Jason, estoy desesperado.
-Sé que puede sonar algo extraño, ya que estás prometido a otra mujer, pero ¿por qué no te casas con ella y listos?
-_____________ no puede casarse conmigo ni con nadie -replicó Joseph sacudiendo la cabeza- Por lo menos en un año. Hasta que no cumpla los veintiuno, necesita el permiso de su tío y, teniendo en cuenta que su marido pasaría a controlar su fortuna, no creo que Dunstan esté dispuesto a dárselo.
Jason se recostó en la silla y apoyó el mentón en los dedos entrelazados de ambas manos.
-De camino hacia aquí, tuve tiempo de darle vueltas a la cabeza -dijo-. Pensé que, si tú no encontrabas el modo de sacar a lady _____________, Velvet y yo no podríamos hacer mucho más.
-¿Velvet está aquí también? -Joseph parecía sorprendido.
-Quería venir, te lo aseguro. Si el niño no hubiera contraído el garrotillo, no habría conseguido detenerla.
-No, supongo que no -asintió Joseph con una media sonrisa.
-Llegué ayer por la noche. Sabía que eres muy madrugador y quería hablar contigo lo antes posible. Me alegró que Velvet no pudiera venir, porque quería hablar contigo a solas.
-¿Desde cuándo le ocultas cosas a tu mujer? -preguntó Joseph arqueando una ceja.
-Desde que decidí sugerirte que hiciéramos algo muy ilegal.
-¿Ilegal? ¿De qué estás hablando?
-Estoy hablando de introducirnos en Saint Bart y rescatar a tu dama.
Joseph emitió un ruido áspero con la garganta.
-No es mi dama -lo contradijo-. E introducirse en Saint Bart es totalmente absurdo.
-¿Entonces te resignas a dejar a _____________ ahí?
-De hecho, estaba pensando en ir a ver a Dunstan. Pensé que si lo amenazaba a punta de pistola...
-Eso sí que es absurdo.
-Ya lo sé. -Joseph sonrió por fin-. Pero cada día estoy más desesperado. Ja
-¿Lo bastante desesperado para unirte al antiguo Jack Kincaid, El Tuerto? Si no recuerdo mal, tienes un pabellón de caza oculto en el bosque, bastante cerca del castillo de Running. Sería el lugar ideal para esconder a lady _____________ hasta que encontremos el modo de librarla del control de Dunstan.
-Hablas en serio -afirmó Joseph con el entrecejo fruncido.
-Tanto como si lo hiciera de una epidemia de peste.
-¿De veras crees que puede hacerse? -Los rasgos marcados de Joseph reflejaron una chispa de interés.
-No sería tan difícil como crees. No suele suceder que alguien quiera colarse en Saint Bart. No esperan ese tipo de problema. Lo único que tenemos que hacer es averiguar dónde tienen a _____________ y sacarla.
-Seguramente estará encerrada. Necesitaríamos una llave.
-Iremos preparados. Quizá tardemos unos días en reunir la información que necesitamos, pero si Dunstan consigue cohortes dispuestas a ayudarlo por unas cuantas monedas, nosotros también. Lo planearemos todo bien. Usaremos caballos para ir, pero tendremos un carruaje esperando en las afueras de la ciudad. -Sonrió de oreja a oreja-. Confía en mí, amigo mío. Puedo volver a interpretar el papel de caballero gracias a ti y a Velvet, pero un hombre no olvida las cosas que se ha visto obligado a aprender y éste es un tema que domino a la perfección.
-De acuerdo. -Algo brilló en los ojos oscuros de Joseph-. Si estás dispuesto a hacerlo, yo también.
Y con esas simples palabras su expresión vacía y derrotada pareció esfumarse para quedar sustituida por una firme resolución.
-Preferiría no informar a mi esposa -dijo Jason-. No quiero que se involucre en esto. Ambos sabemos que podría ser peligroso.
-No le diremos nada, tampoco a mi tía -estuvo Joseph de acuerdo-. Tanto por su bien como por el nuestro.
-Muy bien, pues, manos a la obra.
Jason lanzó una última mirada a su amigo, que pare¬cía otra vez el hombre imponente, tenaz y seguro de sí mismo que era. Fuese lo que fuese lo que su amigo sen¬tía por _____________ Grayson, no era un hombre que faltara a su palabra y esta vez resultaba evidente que pensaba cumplirla.
Se sonrió para sus adentros, preguntándose adónde conduciría la preocupación de su amigo por lady _____________, más seguro que nunca de que estaba haciendo lo correcto.
_____________ volvió la cabeza y un poco del líquido oscu¬ro y amargo le resbaló por el mentón hacia el cuello.
-No. No quiero... tomarlo.
-Cierra el pico y haz lo que te digo -ordenó la ma¬trona, que le pellizcó sin piedad el brazo. Después, le apretó la mandíbula hasta que _____________ abrió la boca.
El brebaje le cayó en la lengua y bajó por la garganta, lo que la obligó a tragar. Detestaba el sabor asqueroso del líquido, pero lo cierto era que le gustaba cómo se sentía tras tomarlo, tan lánguida y cálida, tan ajena a todo.
-Muy bien, así está mejor -aprobó la matrona se¬cándole la cara y el cuello-. Por fin aprendes a portarte bien. Con un poquito de ayuda -agregó levantando el vaso vacío que había contenido los polvos oscuros, mez-clados con agua, que le daba a la reclusa todos los días-. Tienes una visita; el pequeño Michael ha venido a verte.
_____________ se esforzó en recordar el nombre. Poco a poco la imagen del niño rubio se formó en su mente.
-¿Michael...?
Por un momento había creído que podría tratarse de Joseph. Durante los últimos días lo veía en sus sueños. Revivía su beso, notaba su sabor en los labios. En el sueño, iba a buscarla. Aparecía entre la penumbra como un caba¬llero andante para llevársela de Saint Bart. En el sueño, la besaba una y otra vez. ¡Oh, qué bien le hacía sentirse eso!
Pero la alegraba ver a Michael. Lo había añorado los últimos días... o tal vez eran semanas..., no estaba segura. Los minutos y las horas parecían iguales. Tenía la cabe¬za demasiado aturdida, demasiado descentrada para sa¬ber dónde acababa un día y empezaba el siguiente. Y, la verdad, ya no le importaba.
-_____________. -Michael se sentó en el camastro de pa¬ja junto a ella.- Ya nunca sales a jugar. ¿Estás enfadada conmigo, _____________?
-No..., Michael..., claro que no. -No le recordó que nunca había salido a jugar, que andaba siempre ocupada fregando suelos, haciendo la colada, remendando la ropa de las matronas o trabajando en la cocina. Pero sí que char¬laban mientras ella realizaba esas tareas, y Michael jugaba a alguna cosa cerca-. Es que estoy... un poco cansada..., nada más. La señorita Wiggins... me ha dejado... descansar.
Junto a la puerta, la corpulenta matrona farfulló al¬gún tipo de respuesta.
-Golpea los barrotes cuando quieras salir, Mikie -le indicó al crío antes de cerrar con llave la celda, aunque _____________ no había pensado escaparse en ningún caso.
-¿Quieres oírme cantar? -preguntó Michael, to¬davía sentado en la paja-. He aprendido una canción nueva. Si quieres, te la canto.
_____________ asintió con la cabeza. Recordaba que canta¬ban mientras ella trabajaba y así ahogaban los gritos de una de las pacientes al otro lado del pasillo. Ella le ense¬ñó un trozo de la romántica Greensleeves y, en el pasado, la habían cantado juntos.
Michael empezó a cantar su nueva canción, con su voz aguda y titubeante, y supliendo cualquier posible ga¬llo a base de su entusiasmo:
«Había una doncella en Sark
que paseaba conmigo por el parque.
Le puse una mano en la rodilla,
ella me acarició la espinilla.
Nos echamos sobre la hierba,
me quedé con el suelo a mi espalda
y ella rió cuando le levanté la falda.»
-Michael... -Incluso en su estado confuso, _____________ comprendió que la letra subida de tono no era del tipo de las que debía cantar un niño-. Michael..., no debes... can¬tar canciones como ésta. No está... bien.
-¿Por qué no? -Levantó la cara para mirarla, con el entrecejo fruncido-. Me la enseñó Sammy Dingle. -Era uno de los guardianes-. Antes era marinero.
_____________ intentó aclarar sus ideas, concentrarse en lo que el niño le decía, pero los pensamientos se le escapa¬ban y volvían a dirigirse hacia Joseph, volvía a recordar el sabor de su beso.
-¿Quieres que juguemos a las cartas? -preguntó Michael tirándole de la manga del camisón.
-¿Qué?
-Que si quieres jugar a las cartas. -Se metió la ma¬nita en la camisa y sacó una baraja sucia y vieja-. Sammy me enseñó a jugar. Dijo que puedo practicar con éstas. Seguro que te gano.
_____________ no le contestó; tenía demasiado sueño para jugar a las cartas, estaba demasiado cansada para notar que Michael volvía a tirarle del camisón. -¿No quieres jugar?
-Ahora no, Michael.
-Ya no quieres jugar nunca. Ya no eres divertida.
Le pareció que le oía golpear la puerta, que oía có¬mo la puerta se abría; pero le pesaban los párpados y no logró levantarlos lo suficiente para verlo.
Se acurrucó aun más en la paja sucia y apoyó la ca¬beza en la pared. Llevaba el camisón enrollado por enci¬ma de las rodillas, pero no tenía fuerzas para bajarlo. Se notaba seca la boca. Se humedeció los labios, entumeci¬dos de un modo extraño. Se miró las manos y vio que le temblaban.
Se sentía ligera y distante, pero sus sueños..., sus sue¬ños eran muy agradables. Cerró los ojos y se entregó a la cálida sensación del beso del marqués.
Douglas se sacó la cajita de rapé tachonada de diamantes del bolsillo del chaleco y tomó un pellizco. Estornudó varias veces y alejó la mirada de la ventana para dirigirla de nuevo a los papeles que reposaban en la mesa. En casi todos ellos figuraba el nombre de su sobrina, _____________ Grayson.
Con sólo pensar en ella, apretó los dientes. Hacía cinco años que se había convertido en su tutor; fue un golpe de buena suerte que el difunto conde, el padre de la chica, no hubiera empezado a sospechar de él cuando le otorgó ese honor. Desde entonces, la muchacha se mostró obstinada, terca e imposible de manejar. Pero su fortuna era inmensa y valía la pena el esfuerzo, y más si se tenía en cuenta que su exiguo patrimonio propio había quedado reducido casi a la nada.
Empezó a rebuscar entre los papeles el montón de cheques bancarios que su contable le enviaba con el fin de que los firmara, librados para pagar al sastre y al zapatero; una suma considerable, ya que él llevaba sólo la mejor ropa. Había un cheque por su nuevo carruaje y una cantidad importante gastada al jugar en el local de juego de madame Duprey.
Nadie le cuestionaba cómo usaba los fondos, nadie salvo _____________. Los demás estaban bien pagados para mirar a otro lado y, al fin y al cabo, su sobrina todavía poseía una exorbitante cantidad de dinero.
Sonrió al levantar la carta que había recibido del doctor Blakemore, el jefe de ingresos de Saint Bart. A su regreso, _____________ se había enfrentado a uno de los guardias y volvió a mostrar su naturaleza violenta e inestable. Pero la carta aseguraba que lord Dunstan no tenía por qué preocuparse. Su sobrina fue sometida sin dañarla y ya se hallaba de nuevo bajo control. Blakemore afirmaba que no volvería a producirse ningún otro incidente así y que lady _____________ estaba bien atendida.
La carta no contenía la menor insinuación sobre otra «contribución» al médico en gratitud por sus servicios. Sabía que Douglas la enviaría ahora que la chica volvía a estar bien controlada. No hacía falta decir que no podría volver a escaparse del hospital.
La posibilidad había pasado y todos los intentos del marqués de Jonas a favor de la joven habían sido frustrados silenciosamente. «Todo está en orden», pensó Douglas satisfecho. Su mundo había recuperado la normalidad.
Oyó que llamaban con suavidad a la puerta y, al levantar los ojos, vio a su hija, Muriel, de pie junto al mayordomo, que había ido a buscarla a petición suya y ya se retiraba despacio hacia el vestíbulo.
-Buenas tardes, querida.
-¿Querías verme, padre?
Se movió inquieta y enderezó un poco su pose habitual. Era algo más alta que _____________, demasiado para ser mujer. Tenía los cabellos pelirrojos y muy rizados y pecas en la nariz y en las mejillas, imposibles de ocultar por mucho que lo intentara. No era bonita como _____________. Muriel se parecía a la madre de su difunta esposa, pero se trataba de su hija, sangre de su sangre. Y, a diferencia de _____________, había aprendido a obedecer sus órdenes.
-De hecho, querida, sólo quería saber qué hacías en casa de Mary Williams la semana pasada con ese abominable chico de los Osgood.
Muriel se puso colorada, lo que le hizo desaparecer un poco las pecas.
-Truman es sólo un amigo. Fue allí a visitar al hermano de Mary.
-Muy bien. Me alegra oírlo. Después de todo, sólo es un segundo hijo. No tiene un centavo ni lo tendrá nunca. No es para ti.
Sus miradas se encontraron sólo un momento antes de que Muriel la dirigiera al suelo. Era una chica corpulenta, no del tipo que estaba de moda, pero con sólo dieciséis años tenía las curvas definidas de una mujer y no había duda de que resultaría útil en la bolsa matrimonial.
-Ya puedes irte. -Alargó la mano para ajustarse la peluca blanca con trenza y, después, se quitó un poco de pelusa de la levita dorada-. Recuerda que tengo planes para ti y que no incluyen a un don nadie sin título, como ese Truman Osgood.
Algo brilló en los ojos de su hija, aunque desapareció acto seguido. Por un instante, Douglas imaginó que era rebeldía, pero sacudió la cabeza ante una idea tan ridícula.
-Lo recordaré, padre -dijo Muriel, muy dócil.
Se volvió para marcharse y Douglas se ocupó de nuevo de los papeles que tenía en la mesa. La vida seguía otra vez su rumbo, el futuro estaba otra vez asegurado. Ni siquiera lo inquietaba la intromisión de un hombre tan poderoso como Joseph Jonas. Dunstan lo tenía todo controlado.
Jason Sinclair dejó atrás la niebla al entrar en la casa que Joseph tenía en la ciudad, en Grosvener Square. Los últimos tres días había estado lloviendo, de modo que el viaje desde Carlyle Hall resultó embarrado y difícil.
Se desabrochó el cuello de la capa, que ondeó hacia el mayordomo lanzando gotas de agua al suelo de mármol pulido.
-¿Dónde está, Reeves? -preguntó.
-En su estudio, Excelencia. Apenas sale estos días. Lady Beckford está muy preocupada por él.
Jason asintió y apretó las mandíbulas. Dio media vuelta y recorrió deprisa el vestíbulo, llamó brevemente a la puerta del estudio y la abrió sin esperar a que Joseph le diera permiso. A pesar de saber lo inquieto que debía de estar su amigo, se sorprendió al ver al hombre demacrado y desaliñado que estaba sentado detrás del escritorio, encorvado sobre la mesa.
-Por todos los santos, tienes un aspecto terrible -dijo acercándose a él a grandes zancadas. Al llegar a la mesa, se inclinó y apoyó las manos en ella-. ¿Cuándo fue la última vez que comiste? Por tu aspecto debe de hacer quince días. Y seguramente tampoco duermes demasiado. ¿Qué pretendes, matarte?
Joseph se enderezó y se pasó una mano por los cabellos, que en contra de lo habitual llevaba sueltos y le caían sobre los hombros. Se veían tan apagados como sus ojos.
-¿Qué pretendo? Sea lo que sea, no lo estoy logrando. No he conseguido nada desde que estoy aquí.
-Por Dios, hombre. No es culpa tuya que esté allí. Tú no la encerraste; fue su tío.
-Le di mi palabra. Le dije que la sacaría de ahí. De eso hace casi dos semanas. ¿Te imaginas lo que puede haberle pasado en dos largas semanas? -Se reclinó en la silla con aspecto cansado-. Por cierto, ¿qué rayos haces tú aquí?
-He venido a verte. Tu tía Winnie nos informó de lo que pasó en el castillo. Creí que a estas alturas ya lo habrías resuelto y estarías de vuelta en casa. Cuando no recibí noticias tuyas y vi que no habías regresado, pensé que quizá necesitarías ayuda.
-He contratado la mejor ayuda que se puede pagar con dinero. No ha servido de nada.
Jason se sentó en la silla de piel frente a él y estiró las piernas.
-Es probable que Dunstan tenga en el bolsillo a la mitad de las personas con las que tratas de negociar. Ni siquiera sabemos quiénes son todas, así que difícilmente podemos ofrecerles más dinero.
-No, supongo que no. Es una pena. -Joseph se frotó la cara con las manos; llevaba barba de un día. En todos los años que hacía que lo conocía, Jason jamás lo había visto tan cansado-. Te lo aseguro, Jason, estoy desesperado.
-Sé que puede sonar algo extraño, ya que estás prometido a otra mujer, pero ¿por qué no te casas con ella y listos?
-_____________ no puede casarse conmigo ni con nadie -replicó Joseph sacudiendo la cabeza- Por lo menos en un año. Hasta que no cumpla los veintiuno, necesita el permiso de su tío y, teniendo en cuenta que su marido pasaría a controlar su fortuna, no creo que Dunstan esté dispuesto a dárselo.
Jason se recostó en la silla y apoyó el mentón en los dedos entrelazados de ambas manos.
-De camino hacia aquí, tuve tiempo de darle vueltas a la cabeza -dijo-. Pensé que, si tú no encontrabas el modo de sacar a lady _____________, Velvet y yo no podríamos hacer mucho más.
-¿Velvet está aquí también? -Joseph parecía sorprendido.
-Quería venir, te lo aseguro. Si el niño no hubiera contraído el garrotillo, no habría conseguido detenerla.
-No, supongo que no -asintió Joseph con una media sonrisa.
-Llegué ayer por la noche. Sabía que eres muy madrugador y quería hablar contigo lo antes posible. Me alegró que Velvet no pudiera venir, porque quería hablar contigo a solas.
-¿Desde cuándo le ocultas cosas a tu mujer? -preguntó Joseph arqueando una ceja.
-Desde que decidí sugerirte que hiciéramos algo muy ilegal.
-¿Ilegal? ¿De qué estás hablando?
-Estoy hablando de introducirnos en Saint Bart y rescatar a tu dama.
Joseph emitió un ruido áspero con la garganta.
-No es mi dama -lo contradijo-. E introducirse en Saint Bart es totalmente absurdo.
-¿Entonces te resignas a dejar a _____________ ahí?
-De hecho, estaba pensando en ir a ver a Dunstan. Pensé que si lo amenazaba a punta de pistola...
-Eso sí que es absurdo.
-Ya lo sé. -Joseph sonrió por fin-. Pero cada día estoy más desesperado. Ja
-¿Lo bastante desesperado para unirte al antiguo Jack Kincaid, El Tuerto? Si no recuerdo mal, tienes un pabellón de caza oculto en el bosque, bastante cerca del castillo de Running. Sería el lugar ideal para esconder a lady _____________ hasta que encontremos el modo de librarla del control de Dunstan.
-Hablas en serio -afirmó Joseph con el entrecejo fruncido.
-Tanto como si lo hiciera de una epidemia de peste.
-¿De veras crees que puede hacerse? -Los rasgos marcados de Joseph reflejaron una chispa de interés.
-No sería tan difícil como crees. No suele suceder que alguien quiera colarse en Saint Bart. No esperan ese tipo de problema. Lo único que tenemos que hacer es averiguar dónde tienen a _____________ y sacarla.
-Seguramente estará encerrada. Necesitaríamos una llave.
-Iremos preparados. Quizá tardemos unos días en reunir la información que necesitamos, pero si Dunstan consigue cohortes dispuestas a ayudarlo por unas cuantas monedas, nosotros también. Lo planearemos todo bien. Usaremos caballos para ir, pero tendremos un carruaje esperando en las afueras de la ciudad. -Sonrió de oreja a oreja-. Confía en mí, amigo mío. Puedo volver a interpretar el papel de caballero gracias a ti y a Velvet, pero un hombre no olvida las cosas que se ha visto obligado a aprender y éste es un tema que domino a la perfección.
-De acuerdo. -Algo brilló en los ojos oscuros de Joseph-. Si estás dispuesto a hacerlo, yo también.
Y con esas simples palabras su expresión vacía y derrotada pareció esfumarse para quedar sustituida por una firme resolución.
-Preferiría no informar a mi esposa -dijo Jason-. No quiero que se involucre en esto. Ambos sabemos que podría ser peligroso.
-No le diremos nada, tampoco a mi tía -estuvo Joseph de acuerdo-. Tanto por su bien como por el nuestro.
-Muy bien, pues, manos a la obra.
Jason lanzó una última mirada a su amigo, que pare¬cía otra vez el hombre imponente, tenaz y seguro de sí mismo que era. Fuese lo que fuese lo que su amigo sen¬tía por _____________ Grayson, no era un hombre que faltara a su palabra y esta vez resultaba evidente que pensaba cumplirla.
Se sonrió para sus adentros, preguntándose adónde conduciría la preocupación de su amigo por lady _____________, más seguro que nunca de que estaba haciendo lo correcto.
_____________ volvió la cabeza y un poco del líquido oscu¬ro y amargo le resbaló por el mentón hacia el cuello.
-No. No quiero... tomarlo.
-Cierra el pico y haz lo que te digo -ordenó la ma¬trona, que le pellizcó sin piedad el brazo. Después, le apretó la mandíbula hasta que _____________ abrió la boca.
El brebaje le cayó en la lengua y bajó por la garganta, lo que la obligó a tragar. Detestaba el sabor asqueroso del líquido, pero lo cierto era que le gustaba cómo se sentía tras tomarlo, tan lánguida y cálida, tan ajena a todo.
-Muy bien, así está mejor -aprobó la matrona se¬cándole la cara y el cuello-. Por fin aprendes a portarte bien. Con un poquito de ayuda -agregó levantando el vaso vacío que había contenido los polvos oscuros, mez-clados con agua, que le daba a la reclusa todos los días-. Tienes una visita; el pequeño Michael ha venido a verte.
_____________ se esforzó en recordar el nombre. Poco a poco la imagen del niño rubio se formó en su mente.
-¿Michael...?
Por un momento había creído que podría tratarse de Joseph. Durante los últimos días lo veía en sus sueños. Revivía su beso, notaba su sabor en los labios. En el sueño, iba a buscarla. Aparecía entre la penumbra como un caba¬llero andante para llevársela de Saint Bart. En el sueño, la besaba una y otra vez. ¡Oh, qué bien le hacía sentirse eso!
Pero la alegraba ver a Michael. Lo había añorado los últimos días... o tal vez eran semanas..., no estaba segura. Los minutos y las horas parecían iguales. Tenía la cabe¬za demasiado aturdida, demasiado descentrada para sa¬ber dónde acababa un día y empezaba el siguiente. Y, la verdad, ya no le importaba.
-_____________. -Michael se sentó en el camastro de pa¬ja junto a ella.- Ya nunca sales a jugar. ¿Estás enfadada conmigo, _____________?
-No..., Michael..., claro que no. -No le recordó que nunca había salido a jugar, que andaba siempre ocupada fregando suelos, haciendo la colada, remendando la ropa de las matronas o trabajando en la cocina. Pero sí que char¬laban mientras ella realizaba esas tareas, y Michael jugaba a alguna cosa cerca-. Es que estoy... un poco cansada..., nada más. La señorita Wiggins... me ha dejado... descansar.
Junto a la puerta, la corpulenta matrona farfulló al¬gún tipo de respuesta.
-Golpea los barrotes cuando quieras salir, Mikie -le indicó al crío antes de cerrar con llave la celda, aunque _____________ no había pensado escaparse en ningún caso.
-¿Quieres oírme cantar? -preguntó Michael, to¬davía sentado en la paja-. He aprendido una canción nueva. Si quieres, te la canto.
_____________ asintió con la cabeza. Recordaba que canta¬ban mientras ella trabajaba y así ahogaban los gritos de una de las pacientes al otro lado del pasillo. Ella le ense¬ñó un trozo de la romántica Greensleeves y, en el pasado, la habían cantado juntos.
Michael empezó a cantar su nueva canción, con su voz aguda y titubeante, y supliendo cualquier posible ga¬llo a base de su entusiasmo:
«Había una doncella en Sark
que paseaba conmigo por el parque.
Le puse una mano en la rodilla,
ella me acarició la espinilla.
Nos echamos sobre la hierba,
me quedé con el suelo a mi espalda
y ella rió cuando le levanté la falda.»
-Michael... -Incluso en su estado confuso, _____________ comprendió que la letra subida de tono no era del tipo de las que debía cantar un niño-. Michael..., no debes... can¬tar canciones como ésta. No está... bien.
-¿Por qué no? -Levantó la cara para mirarla, con el entrecejo fruncido-. Me la enseñó Sammy Dingle. -Era uno de los guardianes-. Antes era marinero.
_____________ intentó aclarar sus ideas, concentrarse en lo que el niño le decía, pero los pensamientos se le escapa¬ban y volvían a dirigirse hacia Joseph, volvía a recordar el sabor de su beso.
-¿Quieres que juguemos a las cartas? -preguntó Michael tirándole de la manga del camisón.
-¿Qué?
-Que si quieres jugar a las cartas. -Se metió la ma¬nita en la camisa y sacó una baraja sucia y vieja-. Sammy me enseñó a jugar. Dijo que puedo practicar con éstas. Seguro que te gano.
_____________ no le contestó; tenía demasiado sueño para jugar a las cartas, estaba demasiado cansada para notar que Michael volvía a tirarle del camisón. -¿No quieres jugar?
-Ahora no, Michael.
-Ya no quieres jugar nunca. Ya no eres divertida.
Le pareció que le oía golpear la puerta, que oía có¬mo la puerta se abría; pero le pesaban los párpados y no logró levantarlos lo suficiente para verlo.
Se acurrucó aun más en la paja sucia y apoyó la ca¬beza en la pared. Llevaba el camisón enrollado por enci¬ma de las rodillas, pero no tenía fuerzas para bajarlo. Se notaba seca la boca. Se humedeció los labios, entumeci¬dos de un modo extraño. Se miró las manos y vio que le temblaban.
Se sentía ligera y distante, pero sus sueños..., sus sue¬ños eran muy agradables. Cerró los ojos y se entregó a la cálida sensación del beso del marqués.
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
CAPITULO 7
Vestido con unos ceñidos pantalones negros, unas botas altas y negras y una chaqueta negra que le tapaba la camisa de batista blanca y manga larga, Joseph cami¬nó junto a Jason, que también iba de negro, hacia los es¬tablos de la parte trasera de su casa londinense.
La luna menguante, apenas un hilo dorado, oculta¬ba su tenue luz tras una densa capa de nubes que cubría la ciudad. Ambos hombres montaron en silencio sus ca¬ballos: Blackie, el gran caballo castrado de Jason, y Blade, el valioso semental negro de Joseph. Tomaron las calles secundarias de las partes más sombrías de Londres para dirigirse al hospital de Saint Bartholomew, una es¬tructura inmensa de cuatro plantas que estaba situada en una loma de las afueras de la ciudad.
Más allá del hospital, en la carretera que los condu¬ciría a Surrey, los esperaba un carruaje preparado para llevar con rapidez a lady _____________ Grayson a la seguridad del pabellón de caza de Joseph en los bosques del casti¬llo de Running.
Lo único que tenían que hacer era llegar a él.
Joseph apretó las mandíbulas. ¿Con qué se encontra¬rían al llegar a Saint Bart? Si habían maltratado a _____________... Si alguno de los supuestos guardias le había puesto las ma¬nos encima... Maldijo en silencio. Había hablado en se¬rio. Si Blakemore había permitido que la lastimaran de cualquier modo, se enfrentaría a la cólera de Joseph y los resultados no serían agradables. No se preguntó por qué le importaba tanto ni pensó, ni siquiera por un instante, cómo había logrado _____________ salvar la distancia que man¬tenía entre él y el resto de la gente. En ese momento, lo único que le preocupaba era sacarla de allí.
Blade respingó cuando un perro marrón y blanco sa¬lió de un callejón con la cola entre las piernas. Un taber¬nero rechoncho apareció por una puerta, levantó una piedra y la lanzó a las ancas del perro, que gimoteó.
-¡Y no vuelvas, desastre de perro! -gritó el hombre, blandiendo un puño regordete en el aire antes de volver a meterse en la taberna y cerrar la puerta de golpe.
Joseph espoleó a su caballo y Jason hizo lo mismo con el suyo. Los animales revolvían el barro con los cascos al avanzar por el piso de tierra. En esa parte de la ciudad no había adoquines, sólo callejuelas estrechas con baches y montones de basura. El olor a despojos putrefactos cargaba el aire y Blade resopló a modo de protesta. Había mendigos apiñados en los umbrales y marineros borrachos que se tambaleaban por la calle entonando canciones subidas de tono.
Siguieron y, más adelante, la zona empezó a cambiar. Cada vez había menos edificios y las calles no estaban tan sucias. Al borde de la calzada crecía hierba. En la loma que tenían enfrente se elevaba una estructura enor¬me en medio de la noche: el hospital de Saint Bartholomew.
No era la primera vez que Joseph lo veía. Dos días atrás habían ido de día para examinar el terreno y elaborar un plan. La puerta trasera del edificio parecía ser la mejor opción para entrar. Jason señaló en esa dirección y Joseph espoleó al semental. En la verja sólo había un guardia. Estaba apoltronado en su puesto, medio dormido. Como Jason había dicho, no muchas personas tenían interés en colarse en Saint Bart.
Jason desmontó, indicó a Joseph que hiciese lo mis¬mo y ataron los caballos bajo un árbol que quedaba fuera de la vista, entre las sombras.
-Cuenta hasta cincuenta -le ordenó Jason. Su fi¬gura alta, con capa, parecía un espectro en la penum¬bra-. Después, cruza la verja y sígueme. Para entonces, no habrá peligro.
Joseph asintió con la cabeza y Jason desapareció sin hacer ruido. Mientras empezaba a contar en silencio, Joseph desató una capa de lana de detrás de la silla de montar y se la colgó de un brazo. Hacía frío y _____________ necesitaría algo para abrigarse hasta llegar al carruaje. Terminó la cuenta y se sumergió más en la penumbra.
Cuando llegó a la verja, el guardia estaba sentado junto a ella con la cabeza inclinada sobre el pecho, como si durmiera. Joseph sospechó que seguiría así después de que ellos se fueran de Saint Bart. Cruzó la verja y encon¬tró a Jason, que lo esperaba justo al otro lado de la puerta de entrada al inmenso edificio de piedra.
-Nuestras fuentes estaban en lo cierto. No está cerrada con llave. Esperemos que el resto de la información también sea correcta -comentó Jason.
Joseph esperó que así fuera. Cada minuto que pasa¬ba aumentaban las probabilidades de que los pillaran. Se imaginaba el bochorno que sufrirían un duque y un marqués si los detenían por colarse en un manicomio. Peor aun sería saber que le había fallado otra vez a _____________.
Para ella, esta vez el incumplimiento de su promesa sería fatídico.
La puerta de roble se abrió sin ruido. Joseph agradeció a quienquiera que mantenía las bisagras tan bien lubricadas. Se detuvo un instante en el vestíbulo y echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no había peligro. El olor le impactó como un golpe en el estómago: hedor de cuerpos sucios, pestilencia nauseabunda a excrementos. Apretó las mandíbulas y trató de no pensar que _____________ vivía cada día en ese lugar tan inmundo.
Recorrieron el vestíbulo y sus botas resonaron en la piedra gris, pero el ruido quedó mitigado por los sonidos fantasmagóricos que los envolvían. Algunas de las celdas eran más espaciosas que otras. Los pacientes gemían y daban golpes; algunos hablaban, a pesar de que era bien entrada la noche y no había nadie que escuchara. Una mujer sollozaba en voz baja a la luz tenue de un farol. Un hombre que roncaba con fuerza se rascó dormido y entre convulsiones se hizo después un ovillo sobre la paja sucia de su camastro.
A Joseph le vino a la mente la imagen de _____________ y algo le oprimió el pecho. Estaba allí, obligada a vivir en ese sitio horroroso, indigno de cualquier animal. El olor a orina y vómitos cobró más fuerza a medida que se aden¬traron en el edificio, y la bilis le subió a la garganta. La ira empezó a avivarse en él hasta quemarle las entrañas. _____________ no se merecía eso. No creía que nadie lo mereciera.
¿Qué clase de hombre encerraría a una joven ino¬cente en un lugar espantoso, asqueroso y hediondo, como Saint Bart?
-Dunstan. -Casi escupió la palabra. No se dio cuenta de que la había pronunciado en voz alta hasta que notó el sabor amargo en su boca-. Juro que mataré a ese cabrón.
Jason le dirigió una mirada; era evidente que estaba pensando lo mismo.
-Ya te encargarás de Dunstan más adelante. De momento, tu dama es más importante.
Joseph iba a corregirle, pero decidió que eso podía esperar. Habían llegado a la escalera que conducía al pri¬mer piso de celdas y un guardia vigilaba en la parte infe¬rior.
-Déjame éste a mí-pidió Joseph, y avanzó sin hacer ruido.
Jason no lo detuvo. El brillo de furia en los ojos de su amigo fue suficiente para advertirle de que no lo hi¬ciera. Jason sabía que encargarse del guardia le serviría para desahogarse un poco.
Joseph se acercó con pasos silenciosos a aquel hom¬bre alto y delgado, de pelo castaño y con una cicatriz en la mejilla. Le dio unas palmaditas en el hombro y, cuan¬do se volvió, le lanzó un puñetazo que le acertó en pleno mentón. El tipo se desmoronó como un títere al que le han cortado las cuerdas y Joseph lo sujetó antes de que cayera al suelo.
-Escondámoslo bajo la escalera -sugirió Jason a su espalda.
Joseph arrastró al hombre en esa dirección y lo de¬positó en la oscuridad que reinaba debajo de las escaleras. Subieron deprisa al primer piso y empezaron a recorrer la hilera de celdas. _____________ se encontraba a la derecha, hacia la mitad. Ésa era la información que una de las ma¬tronas había proporcionado encantada, junto con una llave y a cambio de una bolsa repleta de monedas, a un hombre al servicio de Joseph.
Se detuvieron en la puerta. El corazón le latía a Joseph de un modo alarmante y el sudor le empapaba la frente. Una mirada al interior le indicó que había al¬guien, pero estaba demasiado oscuro para ver quién era.
-¿_____________? -la llamó en voz baja, pero quien¬quiera que estuviese dentro no contestó. Quizás estaba dormida-. Dame la llave.
Jason se la dio y Joseph la introdujo en la cerradura de hierro. Pasillo abajo se oyó el ruido de unas cadenas y el lamento del hombre que las llevaba.
Con la mandíbula apretada, Joseph hizo girar la lla¬ve. La puerta se abrió con un chirrido. Joseph se sumió en la oscuridad y Jason se quedó vigilando fuera.
-_____________, soy Joseph.
Seguía sin haber respuesta. Avanzó hacia la delgada figura que permanecía acurrucada en la paja sucia y vio que era una mujer, vio que era _____________, y el corazón le dio un vuelco. La luna asomó tras una nube y, por un momento, consiguió verla; el blanco camisón sucio y con la amplia banda roja, los cabellos largos y oscuros que caían enma¬rañados sobre la cara. Tenía el camisón enrollado hasta los muslos, con las piernas desnudas. Cuando la tocó, notó la piel fría como el hielo y maldijo en voz baja.
-_____________, ¿me oyes? -La zarandeó con cuidado y vio que abría despacio los ojos.
-¿Joseph...? -Se incorporó con lo que pareció ser un esfuerzo titánico, se balanceó y él la sostuvo contra su cuerpo-. ¿Eres... realmente... tú?
Por Dios, se sentía como el peor de los villanos.
-Habría venido antes. Debería haberlo hecho. Creí que encontraría otro modo. -Se refería a un modo le¬gal, pero, al verla así, la ilegalidad parecía carecer de im¬portancia.
-¿Vas a... llevarme... a casa?
Joseph cerró los ojos para contrarrestar una punza¬da de dolor.
-Sí -dijo en voz baja-. Eso es exactamente lo que voy a hacer.
Tomó la capa que llevaba en el brazo, la extendió y se la colocó. Después la ató, no muy ajustada, y envolvió con la suave tela de abrigo el cuerpo de _____________. Cuan¬do ella se recostó en su pecho, Joseph notó lo débil que estaba y entonces, al recordar como había hablado, cayó en la cuenta del modo extraño en que arrastraba las pa¬labras.
Lo traspasó otro ramalazo de ira. Blakemore. Tam¬bién se encargaría de ese médico. Se inclinó adelante y con cuidado la levantó en brazos.
-Agárrate a mi cuello. Yo haré el resto -le indicó.
Le pareció que tal vez asentía. Notó los delgados bra¬zos de _____________ alrededor de su cuello y el roce de los ca¬bellos cuando descansó la cabeza en su hombro. Tenía los pies desnudos y helados. Quería calentárselos con las manos. Quería quitarle ese camisón sucio y comprobar si tenía magulladuras, asegurarse de que nadie le había hecho daño.
-¿Se encuentra bien? -preguntó Jason con el en¬trecejo fruncido en cuanto Joseph salió de la celda. -No estoy seguro. -Se le tensó un músculo de la mandíbula-. Salgamos de aquí. Jason hizo un gesto afirmativo y emprendió camino hacia abajo. Se deshizo en silencio de otro guardia y, en unos minutos, salieron por la puerta trasera en dirección a los caballos. Jason sostuvo a _____________ mientras Joseph montaba en Blade y, después, se la entregó a su amigo, que la sentó de lado en la silla, delante de él, y la envol¬vió con su capa sin olvidar cubrirle los pies.
Jason montó en su caballo negro, que sacudió la ca¬beza, ansioso por emprender la marcha.
-Vámonos de aquí de una vez -soltó, y espoleó al caballo hacia la carretera con Joseph pegado a sus talones.
En unos minutos galopaba por el camino con _____________ recostada a salvo contra su pecho. La rodeaba con un brazo para sujetarla con fuerza y podía notar su respi¬ración regular y el latido lento del corazón. La muchacha
no habló en ningún momento, sólo abría de vez en cuan¬do los ojos y parecía no verlo. Joseph comprendía que le pasaba algo, y su inquietud aumentaba con cada kilóme¬tro. ¿Qué diablos le habían hecho? ¡Por Dios que se lo haría pagar, a todos ellos!
Siguieron cabalgando a un ritmo rápido y regular hasta llegar a su destino. Un carruaje sin distintivo algu¬no y con cuatro caballos negros les esperaba en la posada March Goose, exactamente donde Joseph había ordena¬do que estuviera. Desmontó del caballo, bajó a _____________ y la transportó con cuidado en sus brazos. El cochero, que estaba junto al carruaje, abrió la portezuela antes de que llegaran y Joseph subió al estribo de hierro, agachó la cabeza y metió a _____________. Se sentó y la colocó sobre su regazo, la envolvió bien con la capa de lana y le puso una manta de viaje en las piernas. En cuanto Jason estu¬vo dentro, golpeó el techo del carruaje. El cochero sa¬cudió con las riendas a los caballos y éstos tensaron los tirantes y se pusieron en marcha.
Faltaban horas para llegar al pabellón. Habían deci¬dido que Jason los acompañaría hasta allí, por si se pre¬sentaba cualquier problema a lo largo del camino. Lue¬go, regresaría a Carlyle Hall junto a Velvet. Joseph tenía previsto regresar al castillo una vez _____________ estuviera ins¬talada. Enviaría a una criada para que permaneciera con ella hasta que tía Winnie llegara de Londres, donde esta¬ba decidida a quedarse mientras _____________ no se hallara li¬bre.
Llegado el momento, la avisaría, le diría que la joven se encontraba a salvo; pero aun no. Quería asegurarse de que estaba bien, y necesitaba tiempo para considerar qué iba a hacer a continuación.
Mientras tanto, seguía ahí sentado, sujetando su le¬ve carga y preocupándose por ella, deseando saber qué le pasaba. Sentado frente a él, Jason la examinaba con sus penetrantes ojos azules, al parecer con pensamientos muy parecidos.
-¿Qué le sucede?
-No lo sé. Deben de haberle dado algún tipo de po¬ción para dormir -contestó Joseph, que inconsciente¬mente la sujetó con más fuerza. La miró y vio que tenía los ojos sólo medio abiertos-. _____________, soy Joseph. ¿Me oyes?
-Joseph... Soñé que vendrías -dijo ella, con una débil sonrisa. Se movió en su regazo, se inclinó y le besó con suavidad en la mejilla. Joseph se sorprendió a la vez que un ligero calor le recorría el cuerpo-. Rogué... que vinieras.
-¿Cómo te encuentras?
-De maravilla... -contestó arrastrando las palabras con un tono gutural-. Ahora que estás... aquí.
Volvió a relajarse, apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos.
-¿Qué rayos le han hecho? -se exasperó Joseph.
-Opio -afirmó Jason, con las mandíbulas apretar das-. Lo he visto antes.
-¿Opio? Por el amor de Dios, ¿qué le hará eso?
-Depende del tiempo que haga que se lo daban. Es muy adictivo. Mientras siga tomándolo, estará como ahora.
-Como una marioneta adiestrada, quieres decir. Al¬guien a quien se puede controlar.
-Exacto.
-¿Qué pasará ahora que ya no lo toma?
-Con el tiempo volverá a la normalidad.
-¿Cuánto tiempo? -quiso saber Joseph con el en¬trecejo fruncido-. ¿Y qué pasa entre ahora y entonces?
-Cuando se acaben los efectos, se pondrá enferma. Su cuerpo necesitará la droga y hasta que el organismo no la haya eliminado por completo lo pasará muy mal.
Joseph trató de contener su ira, pero ésta parecía do¬minarlo por completo…
-¡Malditos cabrones!
-La querían dócil, fácil de manejar. Podrían haber¬la tenido así durante años.
-Gracias a Dios que no esperamos más.
-Gracias a Dios que salió bien.
Joseph miró por la ventana, pero las cortinas de ter¬ciopelo rojo estaban corridas para mantener oculta la luz del farol del interior del carruaje.
-Pensaba dejarla sola en el pabellón cuando llegá¬ramos. Iba a enviarle una doncella por la mañana para atenderla.
-Me temo que no será tan fácil.
Joseph bajó los ojos hacia la cabeza de _____________. In¬cluso sucios y enredados, los cabellos relucían pelirrojos a la luz de la llama. Ella debió de notar que la observaba, porque inclinó hacia atrás la cabeza y abrió despacio los ojos. Lo miró y sonrió.
-¿Me darás... un beso? Me gustó... cuando me be¬saste... antes.
Joseph gruñó y Jason se rió entre dientes y bromeó:
-Creía que sólo era una amiga.
-No fue lo que piensas. Se la estaban llevando. No lograba que me escuchara. Yo... ¡Oh, maldita sea, da igual! No lo entenderías.
-Joseph... -susurró _____________, y el nombre sonó suave, grave y curiosamente atractivo.
-¿Qué quieres? -soltó con brusquedad, aunque contrariado y arrepentido en cuanto las palabras le salie¬ron de la boca.
_____________ no pareció notar el tono.
-En mis sueños... me besabas... una y otra vez. ¿Lo harás... ahora?
Tardó un poco en contestar, porque incluso con el camisón sucio, con la cara manchada y los cabellos enre¬dados deseaba hacerlo. Sentía los senos pequeños de _____________ contra su pecho y la forma redondeada de sus nalgas en su regazo y notó que se excitaba.
-Esto es una locura -rezongó.
-Parece que te espera una noche interesante -co¬mentó Jason y soltó una carcajada-. O lo que queda de ella por lo menos.
-No seas ridículo. No sabe lo que dice.
-Estoy seguro de que no. Pero el opio tiene ten¬dencia a sacar a relucir la verdad.
Joseph no le hizo caso. _____________ necesitaba su ayu¬da, nada más. Le había fallado una vez, pero eso no vol¬vería a pasar.
Viajaron en silencio la mayor parte del trayecto. _____________ abría los ojos de vez en cuando y en varias ocasio¬nes volvió a pedirle con dulzura un beso. Cuando llegaron al pabellón de caza, en el bosque de Wealden, Joseph te¬nía los nervios a flor de piel.
Jason no dejaba de sonreír de ese modo burlón que le daba a su amigo ganas de pegarle.
Por suerte, el pabellón estaba limpio y preparado co¬mo el marqués había dispuesto. Aunque la noche había llegado casi a su fin, en las ventanas brillaban velas y la chimenea estaba encendida. Bennie Taylor, un mucha-cho alto y delgado que trabajaba para él desde hacía al¬gunos años, esperó junto a la puerta mientras él metía a _____________. De rostro angular y pelo rubio rojizo, el chico se estaba convirtiendo en un joven atractivo.
-Todo está a punto, milord, como pidió.
Bennie, hijo de un arrendatario, había cumplido los diecisiete y era uno de sus mejores mozos de cuadra y uno de los empleados de más confianza.
-Gracias, chaval. Eso será todo de momento.
El muchacho salió en silencio y Joseph acercó a _____________ al fuego. Como recordaba su afición por la limpie¬za de cuando su primer encuentro, había dado instruccio¬nes a Bennie para que tuviera a punto un baño. Frente a la chimenea estaba instalada una bañera humeante. Sobre el fuego se calentaba más agua, y una pastilla de jabón con perfume a rosas descansaba en el suelo junto a la bañera y a un montón de toallas limpias de lino blanco.
-Parece que todo está a punto -comentó Jason tras un rápido repaso de la habitación.
-Un baño... -dijo _____________ con un suspiro nostál¬gico cuando Joseph la dejó en el suelo-. ¡Qué maravilla!
Se inclinó hacia la bañera y se habría caído dentro si Joseph no la hubiera sujetado por la cintura y atraído de nuevo contra su pecho.
-Calma. No querrás meterte de cabeza.
Ella le sonrió con los ojos medio cerrados y las pes¬tañas tupidas y tiró de la cinta del cuello del camisón, que le resbaló despacio dejando un hombro al descubierto.
-Estoy muy sucia. Tengo ganas de... estar... limpia.
Se inclinó de nuevo hacia la bañera, pero las rodillas parecieron fallarle. Joseph la sujetó con más fuerza y la volvió a poner de pie.
Jason se rió entre dientes y su amigo le dirigió una mirada durísima.
-¿Qué diablos voy a hacer? -se irritó.
Jason sonrió y dijo:
-Te he dicho que la noche sería interesante.
Abrió la puerta y, tras salir, la cerró con firmeza. Joseph oyó cómo se reía mientras se montaba a lomos del caballo de refresco que lo esperaba en el establo. Se oyó el ruido de unos cascos y Jason desapareció. Se habían quedado los dos solos.
_____________ contemplaba ansiosa la bañera y volvió a mirarlo a los ojos.
-Parece que... tengo ciertos... problemas.
-Ya lo veo -soltó Joseph con sequedad, intentan¬do no fijarse en la cantidad cada vez mayor de piel que mostraba el cuello del camisón. La abertura era tan gran¬de que, en cualquier momento, la dichosa prenda caería hasta la cintura.
-¿Crees que podrías... ayudarme?
Joseph apretó la mandíbula; sabía que no tenía otro remedio. Trató de dominar esa parte de él que se excita¬ba ante la perspectiva de verla desnuda. Por Dios, siem¬pre se había considerado a sí mismo un caballero. No re¬cordaba que nunca su atracción hacia una mujer hubiera alterado su cuidadoso autocontrol.
_____________ se balanceó hacia la bañera. Joseph logró sujetarla, pero el camisón se le escapó de las manos y res¬baló hasta los pies.
-¡Maldita sea!
Era ágil y flexible, de piel suave y formas curvadas; alta para ser una mujer, pero encajaba a la perfección ba¬jo el mentón de Joseph. Pasó los brazos alrededor del cuello de éste para recuperar el equilibrio y él la sujetó por la cintura con las manos. Era increíblemente peque¬ña, con las caderas suavemente ensanchadas. Joseph cerró los ojos un instante, tomó aire para tranquilizarse y la metió en la bañera.
El agua hizo sonreír a _____________, que se sumergió en el calor ronroneando suavemente de placer, y unas burbujitas le lamieron los senos. Joseph vio que tenían forma cónica y eran más plenos por la parte inferior, con los pezones de color rosa oscuro, pequeños y tersos, de lo más erótico.
Logró dominarse. No era un hombre que se aprove¬chara, y _____________ no se encontraba en un estado de ánimo apropiado como para ir más allá. Además, estaba compro¬metido con otra mujer; casi era un hombre casado. En rea¬lidad, no sabía cómo había permitido que su relación con _____________ llegara tan lejos, ni siquiera estaba seguro de por qué se estaba tomando tantas molestias por ella, salvo que _____________ se había convertido de algún modo en su amiga y no se abandonaba a los amigos cuando tenían problemas.
Adoptó su aire más formal, enjabonó una toalla y le lavó el cuello y los hombros. _____________ se lavó la cara, to¬mó algo de agua con la boca, la escupió al aire y, cuando cayó el chorrito en el suelo, le hizo una mueca pícara a Joseph. Él puso los ojos en blanco.
-Será mejor que te lavemos el pelo -decidió.
_____________ asintió con la cabeza y se sumergió con su ayuda bajo el agua. Joseph enjabonó los cabellos con el jabón con perfume a rosas y la ayudó a aclarárselos.
-Qué... gusto -dijo _____________ sonriendo.
Y tanto. Sus cabellos parecían de seda y la piel era tan suave como los pétalos de una flor. Para cuando terminó y la sacó de la bañera, Joseph estaba excitado y ansioso. Se sentía furioso consigo mismo por su impropia falta de control y disgustado con el destino, que lo había puesto en esa situación.
La sujetó con una mano mientras la secaba con la otra y comprobaba que el cuerpo no presentara signos de ningún daño que pudiera haber sufrido. No vio marca al¬guna, sólo las curvas redondeadas de las nalgas, las pier¬nas largas y torneadas y la línea grácil del torso desde el cuello hasta las caderas. Era sumamente preciosa, de for¬mas deliciosas y muy femenina. Se esforzó en ignorar la palpitación de su ingle y se le ocurrió pensar que era él quien sufría, y muchísimo.
-Me siento mucho... mejor -musitó _____________.
-Estoy seguro de ello -consiguió decir él tras acla¬rarse la garganta.
Junto a la bañera había un camisón blanco y limpio. Se lo pasó por la cabeza con movimientos rápidos y efi¬cientes y suspiró de alivio cuando la joven volvió a estar decentemente tapada.
-Y ahora... ¿me besarás? -le pidió ella con una sonrisa.
¡Por todos los santos!
-Escúchame, _____________. No sabes lo que dices. No quieres que te bese. Es algo que soñaste. Por la maña¬na verás las cosas con más claridad. Mientras tanto, te llevaré arriba para que duermas un poco.
-Pero... ¿y mi pelo?
-¿Tu pelo? ¿Qué pasa con él?
-Tenemos que... desenredarlo.
Tenía razón, claro. Joseph soltó un gruñido en voz ba¬ja. Tendría que cepillárselo, pasar las manos por los me¬chones mojados, ver cómo brillaba a la luz del fuego mien¬tras se secaba. Sacudió la cabeza, furioso por el derrotero que seguían sus pensamientos. Depositó a _____________ en el sofá, recostada en el brazo, y se puso manos a la obra. Tar¬dó una cantidad considerable de tiempo, pero no lo notó, absorto como estaba en su tarea. Una vez quitados los nudos, cuando empezó a cepillar el pelo para secarlo, _____________ soltó débiles gemidos de placer y él no pudo evi¬tar sonreír encantado. Le peinó con los dedos los mecho¬nes ondulados y empezó a arder en deseos. Los sofocó y se apresuró a hacerle una trenza.
No estaba interesado en _____________ Grayson, por lo menos en nada que no fuera acostarse una o dos veces con ella, maldita sea. Tenía la vida dispuesta como que¬ría, como la había planeado durante años. Y, aunque no fuera así, sería la última mujer con la que pensaría en casarse. Era obstinada y tenaz, demasiado lista para su propio bien y demasiado independiente para ser mujer. No podía evitar pensar en su padre, en el terrible error que cometió al casarse con una mujer de ese tipo.
Él quería una esposa dócil, una palomita agradable y manejable, como Allison Hartman. Allison obedecería to¬dos sus deseos, educaría a sus hijos como él lo creyera con¬veniente y le concedería a él libertad para vivir su vida como quisiera. Si eso significaba tener una amante, si significaba tener doce, lo haría si le apetecía. No se imaginaba a _____________ Grayson aceptando sumisa ninguna de esas cosas.
Cuando llegaron a lo alto de las escaleras, _____________ volvió la cabeza y lo miró.
-Joseph.
-¿Sí, bonita?
Entraron en el dormitorio y la dejó con suavidad en el borde de la cama.
-¿Vas a... besarme... ahora?
Se excitó de nuevo al instante y notó una presión terri¬ble contra la parte delantera de sus pantalones. _____________ le sonreía. Tenía los ojos verdes como un bosque oscuro y el cuerpo suave y flexible donde estaba en contacto con el suyo.
«¿Qué daño haría eso?» -pensó él-. «Un beso de nada. ¿Qué daño puede hacer?»
Inclinó la cabeza y le cubrió con suavidad la boca con la suya. Tenía labios carnosos y muy suaves, que encaja¬ban a la perfección con los suyos. Le tomó el labio infe¬rior entre los dientes, le besó la comisura de los labios y éstos se separaron un poco, lo que le permitió introducir la lengua. No había previsto que eso sucediera, pero aho¬ra podía saborear aquella dulzura de mujer, mezclada con el ligero gusto a cobre de su propio deseo.
__________ le rodeó el cuello con los brazos y le devol¬vió el beso, y una oleada de calor recorrió el cuerpo de Joseph, que intensificó el beso moviendo sus labios so¬bre los de _____________, primero hacia un lado y después ha¬cia el otro. Le sujetó la cara entre las manos y la besó con más pasión aun. Un gemido de placer escapó de la gar¬ganta de _____________ cuando él buscó sus senos, atrapó uno con la mano y la tela raspó el pezón donde él lo acaricia¬ba con el pulgar. Joseph notó un inmenso calor en el bajo vientre. La necesidad le bullía en la sangre.
Se apartó de un salto, como si se hubiera quemado, y lanzó una furibunda palabrota:
-¡Joder! ¿Qué rayos me estás haciendo?
_____________ frunció el entrecejo, como si se planteara la pregunta. Se tocó los labios húmedos e hinchados por el beso y lo miró.
-Creía que... querías besarme.
-¡Claro que quería besarte, maldita sea! Eso es sólo el principio de lo que me gustaría hacer. -La tapó con las mantas hasta la barbilla-. Duérmete antes de que acabe de perder la cabeza y haga algo que ambos lamentaríamos por la mañana.
Se volvió, se dirigió hacia la puerta y la abrió de gol¬pe, pero no pudo resistir lanzar una última mirada por encima del hombro. _____________ tenía los ojos cerrados y le pareció que ya se había quedado dormida.
-Buenas noches..., Joseph -susurró ella, con los ojos aun cerrados y una apenas perceptible sonrisa en los labios.
Joseph soltó el aire y se alisó los cabellos, que se le habían soltado de la cinta de la nuca. Cerró la puerta con un fuerte suspiro y se fue a buscar la cinta de terciopelo perdida, decidido a ordenar algo su persona y sus ideas.
Mientras bajaba por las escaleras, apretó la mandí¬bula. No le gustaba el modo en que deseaba a _____________ Grayson. No le gustaban los instintos protectores que despertaba en él. Perdía el control como no recordaba que le hubiera ocurrido nunca, y eso era lo que menos le gustaba de todo.
-¡Maldición! -exclamó.
¿Qué hacía mezclado en los asuntos de esa mujer? ¿Cómo había llegado hasta ese punto su relación con ella? Tenía sus propios problemas, una boda que prepa¬rar, tierras y propiedades que gestionar, una tía que de¬pendía de él. _____________ no tenía derecho a inmiscuirse en su vida de esa forma.
Y, sin embargo, sabía que seguiría ayudándola. Esta¬ba sola y asustada y no tenía a nadie más a quien recurrir. Pensó en ella, arriba, en la cama, y trató de suprimir la imagen de su cuerpo tan femenino, de cómo le miraba los labios cuando le pidió que la besara.
No podía negar que la deseaba. Sólo esperaba que por la mañana la muchacha se despertara siendo la de siempre y él no tuviera que sufrir más la agonía de la ten¬tación. Si seguía con su incitación inocente, Joseph no estaba seguro de cuánto tiempo le duraría el poco control que le quedaba.
La luna menguante, apenas un hilo dorado, oculta¬ba su tenue luz tras una densa capa de nubes que cubría la ciudad. Ambos hombres montaron en silencio sus ca¬ballos: Blackie, el gran caballo castrado de Jason, y Blade, el valioso semental negro de Joseph. Tomaron las calles secundarias de las partes más sombrías de Londres para dirigirse al hospital de Saint Bartholomew, una es¬tructura inmensa de cuatro plantas que estaba situada en una loma de las afueras de la ciudad.
Más allá del hospital, en la carretera que los condu¬ciría a Surrey, los esperaba un carruaje preparado para llevar con rapidez a lady _____________ Grayson a la seguridad del pabellón de caza de Joseph en los bosques del casti¬llo de Running.
Lo único que tenían que hacer era llegar a él.
Joseph apretó las mandíbulas. ¿Con qué se encontra¬rían al llegar a Saint Bart? Si habían maltratado a _____________... Si alguno de los supuestos guardias le había puesto las ma¬nos encima... Maldijo en silencio. Había hablado en se¬rio. Si Blakemore había permitido que la lastimaran de cualquier modo, se enfrentaría a la cólera de Joseph y los resultados no serían agradables. No se preguntó por qué le importaba tanto ni pensó, ni siquiera por un instante, cómo había logrado _____________ salvar la distancia que man¬tenía entre él y el resto de la gente. En ese momento, lo único que le preocupaba era sacarla de allí.
Blade respingó cuando un perro marrón y blanco sa¬lió de un callejón con la cola entre las piernas. Un taber¬nero rechoncho apareció por una puerta, levantó una piedra y la lanzó a las ancas del perro, que gimoteó.
-¡Y no vuelvas, desastre de perro! -gritó el hombre, blandiendo un puño regordete en el aire antes de volver a meterse en la taberna y cerrar la puerta de golpe.
Joseph espoleó a su caballo y Jason hizo lo mismo con el suyo. Los animales revolvían el barro con los cascos al avanzar por el piso de tierra. En esa parte de la ciudad no había adoquines, sólo callejuelas estrechas con baches y montones de basura. El olor a despojos putrefactos cargaba el aire y Blade resopló a modo de protesta. Había mendigos apiñados en los umbrales y marineros borrachos que se tambaleaban por la calle entonando canciones subidas de tono.
Siguieron y, más adelante, la zona empezó a cambiar. Cada vez había menos edificios y las calles no estaban tan sucias. Al borde de la calzada crecía hierba. En la loma que tenían enfrente se elevaba una estructura enor¬me en medio de la noche: el hospital de Saint Bartholomew.
No era la primera vez que Joseph lo veía. Dos días atrás habían ido de día para examinar el terreno y elaborar un plan. La puerta trasera del edificio parecía ser la mejor opción para entrar. Jason señaló en esa dirección y Joseph espoleó al semental. En la verja sólo había un guardia. Estaba apoltronado en su puesto, medio dormido. Como Jason había dicho, no muchas personas tenían interés en colarse en Saint Bart.
Jason desmontó, indicó a Joseph que hiciese lo mis¬mo y ataron los caballos bajo un árbol que quedaba fuera de la vista, entre las sombras.
-Cuenta hasta cincuenta -le ordenó Jason. Su fi¬gura alta, con capa, parecía un espectro en la penum¬bra-. Después, cruza la verja y sígueme. Para entonces, no habrá peligro.
Joseph asintió con la cabeza y Jason desapareció sin hacer ruido. Mientras empezaba a contar en silencio, Joseph desató una capa de lana de detrás de la silla de montar y se la colgó de un brazo. Hacía frío y _____________ necesitaría algo para abrigarse hasta llegar al carruaje. Terminó la cuenta y se sumergió más en la penumbra.
Cuando llegó a la verja, el guardia estaba sentado junto a ella con la cabeza inclinada sobre el pecho, como si durmiera. Joseph sospechó que seguiría así después de que ellos se fueran de Saint Bart. Cruzó la verja y encon¬tró a Jason, que lo esperaba justo al otro lado de la puerta de entrada al inmenso edificio de piedra.
-Nuestras fuentes estaban en lo cierto. No está cerrada con llave. Esperemos que el resto de la información también sea correcta -comentó Jason.
Joseph esperó que así fuera. Cada minuto que pasa¬ba aumentaban las probabilidades de que los pillaran. Se imaginaba el bochorno que sufrirían un duque y un marqués si los detenían por colarse en un manicomio. Peor aun sería saber que le había fallado otra vez a _____________.
Para ella, esta vez el incumplimiento de su promesa sería fatídico.
La puerta de roble se abrió sin ruido. Joseph agradeció a quienquiera que mantenía las bisagras tan bien lubricadas. Se detuvo un instante en el vestíbulo y echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no había peligro. El olor le impactó como un golpe en el estómago: hedor de cuerpos sucios, pestilencia nauseabunda a excrementos. Apretó las mandíbulas y trató de no pensar que _____________ vivía cada día en ese lugar tan inmundo.
Recorrieron el vestíbulo y sus botas resonaron en la piedra gris, pero el ruido quedó mitigado por los sonidos fantasmagóricos que los envolvían. Algunas de las celdas eran más espaciosas que otras. Los pacientes gemían y daban golpes; algunos hablaban, a pesar de que era bien entrada la noche y no había nadie que escuchara. Una mujer sollozaba en voz baja a la luz tenue de un farol. Un hombre que roncaba con fuerza se rascó dormido y entre convulsiones se hizo después un ovillo sobre la paja sucia de su camastro.
A Joseph le vino a la mente la imagen de _____________ y algo le oprimió el pecho. Estaba allí, obligada a vivir en ese sitio horroroso, indigno de cualquier animal. El olor a orina y vómitos cobró más fuerza a medida que se aden¬traron en el edificio, y la bilis le subió a la garganta. La ira empezó a avivarse en él hasta quemarle las entrañas. _____________ no se merecía eso. No creía que nadie lo mereciera.
¿Qué clase de hombre encerraría a una joven ino¬cente en un lugar espantoso, asqueroso y hediondo, como Saint Bart?
-Dunstan. -Casi escupió la palabra. No se dio cuenta de que la había pronunciado en voz alta hasta que notó el sabor amargo en su boca-. Juro que mataré a ese cabrón.
Jason le dirigió una mirada; era evidente que estaba pensando lo mismo.
-Ya te encargarás de Dunstan más adelante. De momento, tu dama es más importante.
Joseph iba a corregirle, pero decidió que eso podía esperar. Habían llegado a la escalera que conducía al pri¬mer piso de celdas y un guardia vigilaba en la parte infe¬rior.
-Déjame éste a mí-pidió Joseph, y avanzó sin hacer ruido.
Jason no lo detuvo. El brillo de furia en los ojos de su amigo fue suficiente para advertirle de que no lo hi¬ciera. Jason sabía que encargarse del guardia le serviría para desahogarse un poco.
Joseph se acercó con pasos silenciosos a aquel hom¬bre alto y delgado, de pelo castaño y con una cicatriz en la mejilla. Le dio unas palmaditas en el hombro y, cuan¬do se volvió, le lanzó un puñetazo que le acertó en pleno mentón. El tipo se desmoronó como un títere al que le han cortado las cuerdas y Joseph lo sujetó antes de que cayera al suelo.
-Escondámoslo bajo la escalera -sugirió Jason a su espalda.
Joseph arrastró al hombre en esa dirección y lo de¬positó en la oscuridad que reinaba debajo de las escaleras. Subieron deprisa al primer piso y empezaron a recorrer la hilera de celdas. _____________ se encontraba a la derecha, hacia la mitad. Ésa era la información que una de las ma¬tronas había proporcionado encantada, junto con una llave y a cambio de una bolsa repleta de monedas, a un hombre al servicio de Joseph.
Se detuvieron en la puerta. El corazón le latía a Joseph de un modo alarmante y el sudor le empapaba la frente. Una mirada al interior le indicó que había al¬guien, pero estaba demasiado oscuro para ver quién era.
-¿_____________? -la llamó en voz baja, pero quien¬quiera que estuviese dentro no contestó. Quizás estaba dormida-. Dame la llave.
Jason se la dio y Joseph la introdujo en la cerradura de hierro. Pasillo abajo se oyó el ruido de unas cadenas y el lamento del hombre que las llevaba.
Con la mandíbula apretada, Joseph hizo girar la lla¬ve. La puerta se abrió con un chirrido. Joseph se sumió en la oscuridad y Jason se quedó vigilando fuera.
-_____________, soy Joseph.
Seguía sin haber respuesta. Avanzó hacia la delgada figura que permanecía acurrucada en la paja sucia y vio que era una mujer, vio que era _____________, y el corazón le dio un vuelco. La luna asomó tras una nube y, por un momento, consiguió verla; el blanco camisón sucio y con la amplia banda roja, los cabellos largos y oscuros que caían enma¬rañados sobre la cara. Tenía el camisón enrollado hasta los muslos, con las piernas desnudas. Cuando la tocó, notó la piel fría como el hielo y maldijo en voz baja.
-_____________, ¿me oyes? -La zarandeó con cuidado y vio que abría despacio los ojos.
-¿Joseph...? -Se incorporó con lo que pareció ser un esfuerzo titánico, se balanceó y él la sostuvo contra su cuerpo-. ¿Eres... realmente... tú?
Por Dios, se sentía como el peor de los villanos.
-Habría venido antes. Debería haberlo hecho. Creí que encontraría otro modo. -Se refería a un modo le¬gal, pero, al verla así, la ilegalidad parecía carecer de im¬portancia.
-¿Vas a... llevarme... a casa?
Joseph cerró los ojos para contrarrestar una punza¬da de dolor.
-Sí -dijo en voz baja-. Eso es exactamente lo que voy a hacer.
Tomó la capa que llevaba en el brazo, la extendió y se la colocó. Después la ató, no muy ajustada, y envolvió con la suave tela de abrigo el cuerpo de _____________. Cuan¬do ella se recostó en su pecho, Joseph notó lo débil que estaba y entonces, al recordar como había hablado, cayó en la cuenta del modo extraño en que arrastraba las pa¬labras.
Lo traspasó otro ramalazo de ira. Blakemore. Tam¬bién se encargaría de ese médico. Se inclinó adelante y con cuidado la levantó en brazos.
-Agárrate a mi cuello. Yo haré el resto -le indicó.
Le pareció que tal vez asentía. Notó los delgados bra¬zos de _____________ alrededor de su cuello y el roce de los ca¬bellos cuando descansó la cabeza en su hombro. Tenía los pies desnudos y helados. Quería calentárselos con las manos. Quería quitarle ese camisón sucio y comprobar si tenía magulladuras, asegurarse de que nadie le había hecho daño.
-¿Se encuentra bien? -preguntó Jason con el en¬trecejo fruncido en cuanto Joseph salió de la celda. -No estoy seguro. -Se le tensó un músculo de la mandíbula-. Salgamos de aquí. Jason hizo un gesto afirmativo y emprendió camino hacia abajo. Se deshizo en silencio de otro guardia y, en unos minutos, salieron por la puerta trasera en dirección a los caballos. Jason sostuvo a _____________ mientras Joseph montaba en Blade y, después, se la entregó a su amigo, que la sentó de lado en la silla, delante de él, y la envol¬vió con su capa sin olvidar cubrirle los pies.
Jason montó en su caballo negro, que sacudió la ca¬beza, ansioso por emprender la marcha.
-Vámonos de aquí de una vez -soltó, y espoleó al caballo hacia la carretera con Joseph pegado a sus talones.
En unos minutos galopaba por el camino con _____________ recostada a salvo contra su pecho. La rodeaba con un brazo para sujetarla con fuerza y podía notar su respi¬ración regular y el latido lento del corazón. La muchacha
no habló en ningún momento, sólo abría de vez en cuan¬do los ojos y parecía no verlo. Joseph comprendía que le pasaba algo, y su inquietud aumentaba con cada kilóme¬tro. ¿Qué diablos le habían hecho? ¡Por Dios que se lo haría pagar, a todos ellos!
Siguieron cabalgando a un ritmo rápido y regular hasta llegar a su destino. Un carruaje sin distintivo algu¬no y con cuatro caballos negros les esperaba en la posada March Goose, exactamente donde Joseph había ordena¬do que estuviera. Desmontó del caballo, bajó a _____________ y la transportó con cuidado en sus brazos. El cochero, que estaba junto al carruaje, abrió la portezuela antes de que llegaran y Joseph subió al estribo de hierro, agachó la cabeza y metió a _____________. Se sentó y la colocó sobre su regazo, la envolvió bien con la capa de lana y le puso una manta de viaje en las piernas. En cuanto Jason estu¬vo dentro, golpeó el techo del carruaje. El cochero sa¬cudió con las riendas a los caballos y éstos tensaron los tirantes y se pusieron en marcha.
Faltaban horas para llegar al pabellón. Habían deci¬dido que Jason los acompañaría hasta allí, por si se pre¬sentaba cualquier problema a lo largo del camino. Lue¬go, regresaría a Carlyle Hall junto a Velvet. Joseph tenía previsto regresar al castillo una vez _____________ estuviera ins¬talada. Enviaría a una criada para que permaneciera con ella hasta que tía Winnie llegara de Londres, donde esta¬ba decidida a quedarse mientras _____________ no se hallara li¬bre.
Llegado el momento, la avisaría, le diría que la joven se encontraba a salvo; pero aun no. Quería asegurarse de que estaba bien, y necesitaba tiempo para considerar qué iba a hacer a continuación.
Mientras tanto, seguía ahí sentado, sujetando su le¬ve carga y preocupándose por ella, deseando saber qué le pasaba. Sentado frente a él, Jason la examinaba con sus penetrantes ojos azules, al parecer con pensamientos muy parecidos.
-¿Qué le sucede?
-No lo sé. Deben de haberle dado algún tipo de po¬ción para dormir -contestó Joseph, que inconsciente¬mente la sujetó con más fuerza. La miró y vio que tenía los ojos sólo medio abiertos-. _____________, soy Joseph. ¿Me oyes?
-Joseph... Soñé que vendrías -dijo ella, con una débil sonrisa. Se movió en su regazo, se inclinó y le besó con suavidad en la mejilla. Joseph se sorprendió a la vez que un ligero calor le recorría el cuerpo-. Rogué... que vinieras.
-¿Cómo te encuentras?
-De maravilla... -contestó arrastrando las palabras con un tono gutural-. Ahora que estás... aquí.
Volvió a relajarse, apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos.
-¿Qué rayos le han hecho? -se exasperó Joseph.
-Opio -afirmó Jason, con las mandíbulas apretar das-. Lo he visto antes.
-¿Opio? Por el amor de Dios, ¿qué le hará eso?
-Depende del tiempo que haga que se lo daban. Es muy adictivo. Mientras siga tomándolo, estará como ahora.
-Como una marioneta adiestrada, quieres decir. Al¬guien a quien se puede controlar.
-Exacto.
-¿Qué pasará ahora que ya no lo toma?
-Con el tiempo volverá a la normalidad.
-¿Cuánto tiempo? -quiso saber Joseph con el en¬trecejo fruncido-. ¿Y qué pasa entre ahora y entonces?
-Cuando se acaben los efectos, se pondrá enferma. Su cuerpo necesitará la droga y hasta que el organismo no la haya eliminado por completo lo pasará muy mal.
Joseph trató de contener su ira, pero ésta parecía do¬minarlo por completo…
-¡Malditos cabrones!
-La querían dócil, fácil de manejar. Podrían haber¬la tenido así durante años.
-Gracias a Dios que no esperamos más.
-Gracias a Dios que salió bien.
Joseph miró por la ventana, pero las cortinas de ter¬ciopelo rojo estaban corridas para mantener oculta la luz del farol del interior del carruaje.
-Pensaba dejarla sola en el pabellón cuando llegá¬ramos. Iba a enviarle una doncella por la mañana para atenderla.
-Me temo que no será tan fácil.
Joseph bajó los ojos hacia la cabeza de _____________. In¬cluso sucios y enredados, los cabellos relucían pelirrojos a la luz de la llama. Ella debió de notar que la observaba, porque inclinó hacia atrás la cabeza y abrió despacio los ojos. Lo miró y sonrió.
-¿Me darás... un beso? Me gustó... cuando me be¬saste... antes.
Joseph gruñó y Jason se rió entre dientes y bromeó:
-Creía que sólo era una amiga.
-No fue lo que piensas. Se la estaban llevando. No lograba que me escuchara. Yo... ¡Oh, maldita sea, da igual! No lo entenderías.
-Joseph... -susurró _____________, y el nombre sonó suave, grave y curiosamente atractivo.
-¿Qué quieres? -soltó con brusquedad, aunque contrariado y arrepentido en cuanto las palabras le salie¬ron de la boca.
_____________ no pareció notar el tono.
-En mis sueños... me besabas... una y otra vez. ¿Lo harás... ahora?
Tardó un poco en contestar, porque incluso con el camisón sucio, con la cara manchada y los cabellos enre¬dados deseaba hacerlo. Sentía los senos pequeños de _____________ contra su pecho y la forma redondeada de sus nalgas en su regazo y notó que se excitaba.
-Esto es una locura -rezongó.
-Parece que te espera una noche interesante -co¬mentó Jason y soltó una carcajada-. O lo que queda de ella por lo menos.
-No seas ridículo. No sabe lo que dice.
-Estoy seguro de que no. Pero el opio tiene ten¬dencia a sacar a relucir la verdad.
Joseph no le hizo caso. _____________ necesitaba su ayu¬da, nada más. Le había fallado una vez, pero eso no vol¬vería a pasar.
Viajaron en silencio la mayor parte del trayecto. _____________ abría los ojos de vez en cuando y en varias ocasio¬nes volvió a pedirle con dulzura un beso. Cuando llegaron al pabellón de caza, en el bosque de Wealden, Joseph te¬nía los nervios a flor de piel.
Jason no dejaba de sonreír de ese modo burlón que le daba a su amigo ganas de pegarle.
Por suerte, el pabellón estaba limpio y preparado co¬mo el marqués había dispuesto. Aunque la noche había llegado casi a su fin, en las ventanas brillaban velas y la chimenea estaba encendida. Bennie Taylor, un mucha-cho alto y delgado que trabajaba para él desde hacía al¬gunos años, esperó junto a la puerta mientras él metía a _____________. De rostro angular y pelo rubio rojizo, el chico se estaba convirtiendo en un joven atractivo.
-Todo está a punto, milord, como pidió.
Bennie, hijo de un arrendatario, había cumplido los diecisiete y era uno de sus mejores mozos de cuadra y uno de los empleados de más confianza.
-Gracias, chaval. Eso será todo de momento.
El muchacho salió en silencio y Joseph acercó a _____________ al fuego. Como recordaba su afición por la limpie¬za de cuando su primer encuentro, había dado instruccio¬nes a Bennie para que tuviera a punto un baño. Frente a la chimenea estaba instalada una bañera humeante. Sobre el fuego se calentaba más agua, y una pastilla de jabón con perfume a rosas descansaba en el suelo junto a la bañera y a un montón de toallas limpias de lino blanco.
-Parece que todo está a punto -comentó Jason tras un rápido repaso de la habitación.
-Un baño... -dijo _____________ con un suspiro nostál¬gico cuando Joseph la dejó en el suelo-. ¡Qué maravilla!
Se inclinó hacia la bañera y se habría caído dentro si Joseph no la hubiera sujetado por la cintura y atraído de nuevo contra su pecho.
-Calma. No querrás meterte de cabeza.
Ella le sonrió con los ojos medio cerrados y las pes¬tañas tupidas y tiró de la cinta del cuello del camisón, que le resbaló despacio dejando un hombro al descubierto.
-Estoy muy sucia. Tengo ganas de... estar... limpia.
Se inclinó de nuevo hacia la bañera, pero las rodillas parecieron fallarle. Joseph la sujetó con más fuerza y la volvió a poner de pie.
Jason se rió entre dientes y su amigo le dirigió una mirada durísima.
-¿Qué diablos voy a hacer? -se irritó.
Jason sonrió y dijo:
-Te he dicho que la noche sería interesante.
Abrió la puerta y, tras salir, la cerró con firmeza. Joseph oyó cómo se reía mientras se montaba a lomos del caballo de refresco que lo esperaba en el establo. Se oyó el ruido de unos cascos y Jason desapareció. Se habían quedado los dos solos.
_____________ contemplaba ansiosa la bañera y volvió a mirarlo a los ojos.
-Parece que... tengo ciertos... problemas.
-Ya lo veo -soltó Joseph con sequedad, intentan¬do no fijarse en la cantidad cada vez mayor de piel que mostraba el cuello del camisón. La abertura era tan gran¬de que, en cualquier momento, la dichosa prenda caería hasta la cintura.
-¿Crees que podrías... ayudarme?
Joseph apretó la mandíbula; sabía que no tenía otro remedio. Trató de dominar esa parte de él que se excita¬ba ante la perspectiva de verla desnuda. Por Dios, siem¬pre se había considerado a sí mismo un caballero. No re¬cordaba que nunca su atracción hacia una mujer hubiera alterado su cuidadoso autocontrol.
_____________ se balanceó hacia la bañera. Joseph logró sujetarla, pero el camisón se le escapó de las manos y res¬baló hasta los pies.
-¡Maldita sea!
Era ágil y flexible, de piel suave y formas curvadas; alta para ser una mujer, pero encajaba a la perfección ba¬jo el mentón de Joseph. Pasó los brazos alrededor del cuello de éste para recuperar el equilibrio y él la sujetó por la cintura con las manos. Era increíblemente peque¬ña, con las caderas suavemente ensanchadas. Joseph cerró los ojos un instante, tomó aire para tranquilizarse y la metió en la bañera.
El agua hizo sonreír a _____________, que se sumergió en el calor ronroneando suavemente de placer, y unas burbujitas le lamieron los senos. Joseph vio que tenían forma cónica y eran más plenos por la parte inferior, con los pezones de color rosa oscuro, pequeños y tersos, de lo más erótico.
Logró dominarse. No era un hombre que se aprove¬chara, y _____________ no se encontraba en un estado de ánimo apropiado como para ir más allá. Además, estaba compro¬metido con otra mujer; casi era un hombre casado. En rea¬lidad, no sabía cómo había permitido que su relación con _____________ llegara tan lejos, ni siquiera estaba seguro de por qué se estaba tomando tantas molestias por ella, salvo que _____________ se había convertido de algún modo en su amiga y no se abandonaba a los amigos cuando tenían problemas.
Adoptó su aire más formal, enjabonó una toalla y le lavó el cuello y los hombros. _____________ se lavó la cara, to¬mó algo de agua con la boca, la escupió al aire y, cuando cayó el chorrito en el suelo, le hizo una mueca pícara a Joseph. Él puso los ojos en blanco.
-Será mejor que te lavemos el pelo -decidió.
_____________ asintió con la cabeza y se sumergió con su ayuda bajo el agua. Joseph enjabonó los cabellos con el jabón con perfume a rosas y la ayudó a aclarárselos.
-Qué... gusto -dijo _____________ sonriendo.
Y tanto. Sus cabellos parecían de seda y la piel era tan suave como los pétalos de una flor. Para cuando terminó y la sacó de la bañera, Joseph estaba excitado y ansioso. Se sentía furioso consigo mismo por su impropia falta de control y disgustado con el destino, que lo había puesto en esa situación.
La sujetó con una mano mientras la secaba con la otra y comprobaba que el cuerpo no presentara signos de ningún daño que pudiera haber sufrido. No vio marca al¬guna, sólo las curvas redondeadas de las nalgas, las pier¬nas largas y torneadas y la línea grácil del torso desde el cuello hasta las caderas. Era sumamente preciosa, de for¬mas deliciosas y muy femenina. Se esforzó en ignorar la palpitación de su ingle y se le ocurrió pensar que era él quien sufría, y muchísimo.
-Me siento mucho... mejor -musitó _____________.
-Estoy seguro de ello -consiguió decir él tras acla¬rarse la garganta.
Junto a la bañera había un camisón blanco y limpio. Se lo pasó por la cabeza con movimientos rápidos y efi¬cientes y suspiró de alivio cuando la joven volvió a estar decentemente tapada.
-Y ahora... ¿me besarás? -le pidió ella con una sonrisa.
¡Por todos los santos!
-Escúchame, _____________. No sabes lo que dices. No quieres que te bese. Es algo que soñaste. Por la maña¬na verás las cosas con más claridad. Mientras tanto, te llevaré arriba para que duermas un poco.
-Pero... ¿y mi pelo?
-¿Tu pelo? ¿Qué pasa con él?
-Tenemos que... desenredarlo.
Tenía razón, claro. Joseph soltó un gruñido en voz ba¬ja. Tendría que cepillárselo, pasar las manos por los me¬chones mojados, ver cómo brillaba a la luz del fuego mien¬tras se secaba. Sacudió la cabeza, furioso por el derrotero que seguían sus pensamientos. Depositó a _____________ en el sofá, recostada en el brazo, y se puso manos a la obra. Tar¬dó una cantidad considerable de tiempo, pero no lo notó, absorto como estaba en su tarea. Una vez quitados los nudos, cuando empezó a cepillar el pelo para secarlo, _____________ soltó débiles gemidos de placer y él no pudo evi¬tar sonreír encantado. Le peinó con los dedos los mecho¬nes ondulados y empezó a arder en deseos. Los sofocó y se apresuró a hacerle una trenza.
No estaba interesado en _____________ Grayson, por lo menos en nada que no fuera acostarse una o dos veces con ella, maldita sea. Tenía la vida dispuesta como que¬ría, como la había planeado durante años. Y, aunque no fuera así, sería la última mujer con la que pensaría en casarse. Era obstinada y tenaz, demasiado lista para su propio bien y demasiado independiente para ser mujer. No podía evitar pensar en su padre, en el terrible error que cometió al casarse con una mujer de ese tipo.
Él quería una esposa dócil, una palomita agradable y manejable, como Allison Hartman. Allison obedecería to¬dos sus deseos, educaría a sus hijos como él lo creyera con¬veniente y le concedería a él libertad para vivir su vida como quisiera. Si eso significaba tener una amante, si significaba tener doce, lo haría si le apetecía. No se imaginaba a _____________ Grayson aceptando sumisa ninguna de esas cosas.
Cuando llegaron a lo alto de las escaleras, _____________ volvió la cabeza y lo miró.
-Joseph.
-¿Sí, bonita?
Entraron en el dormitorio y la dejó con suavidad en el borde de la cama.
-¿Vas a... besarme... ahora?
Se excitó de nuevo al instante y notó una presión terri¬ble contra la parte delantera de sus pantalones. _____________ le sonreía. Tenía los ojos verdes como un bosque oscuro y el cuerpo suave y flexible donde estaba en contacto con el suyo.
«¿Qué daño haría eso?» -pensó él-. «Un beso de nada. ¿Qué daño puede hacer?»
Inclinó la cabeza y le cubrió con suavidad la boca con la suya. Tenía labios carnosos y muy suaves, que encaja¬ban a la perfección con los suyos. Le tomó el labio infe¬rior entre los dientes, le besó la comisura de los labios y éstos se separaron un poco, lo que le permitió introducir la lengua. No había previsto que eso sucediera, pero aho¬ra podía saborear aquella dulzura de mujer, mezclada con el ligero gusto a cobre de su propio deseo.
__________ le rodeó el cuello con los brazos y le devol¬vió el beso, y una oleada de calor recorrió el cuerpo de Joseph, que intensificó el beso moviendo sus labios so¬bre los de _____________, primero hacia un lado y después ha¬cia el otro. Le sujetó la cara entre las manos y la besó con más pasión aun. Un gemido de placer escapó de la gar¬ganta de _____________ cuando él buscó sus senos, atrapó uno con la mano y la tela raspó el pezón donde él lo acaricia¬ba con el pulgar. Joseph notó un inmenso calor en el bajo vientre. La necesidad le bullía en la sangre.
Se apartó de un salto, como si se hubiera quemado, y lanzó una furibunda palabrota:
-¡Joder! ¿Qué rayos me estás haciendo?
_____________ frunció el entrecejo, como si se planteara la pregunta. Se tocó los labios húmedos e hinchados por el beso y lo miró.
-Creía que... querías besarme.
-¡Claro que quería besarte, maldita sea! Eso es sólo el principio de lo que me gustaría hacer. -La tapó con las mantas hasta la barbilla-. Duérmete antes de que acabe de perder la cabeza y haga algo que ambos lamentaríamos por la mañana.
Se volvió, se dirigió hacia la puerta y la abrió de gol¬pe, pero no pudo resistir lanzar una última mirada por encima del hombro. _____________ tenía los ojos cerrados y le pareció que ya se había quedado dormida.
-Buenas noches..., Joseph -susurró ella, con los ojos aun cerrados y una apenas perceptible sonrisa en los labios.
Joseph soltó el aire y se alisó los cabellos, que se le habían soltado de la cinta de la nuca. Cerró la puerta con un fuerte suspiro y se fue a buscar la cinta de terciopelo perdida, decidido a ordenar algo su persona y sus ideas.
Mientras bajaba por las escaleras, apretó la mandí¬bula. No le gustaba el modo en que deseaba a _____________ Grayson. No le gustaban los instintos protectores que despertaba en él. Perdía el control como no recordaba que le hubiera ocurrido nunca, y eso era lo que menos le gustaba de todo.
-¡Maldición! -exclamó.
¿Qué hacía mezclado en los asuntos de esa mujer? ¿Cómo había llegado hasta ese punto su relación con ella? Tenía sus propios problemas, una boda que prepa¬rar, tierras y propiedades que gestionar, una tía que de¬pendía de él. _____________ no tenía derecho a inmiscuirse en su vida de esa forma.
Y, sin embargo, sabía que seguiría ayudándola. Esta¬ba sola y asustada y no tenía a nadie más a quien recurrir. Pensó en ella, arriba, en la cama, y trató de suprimir la imagen de su cuerpo tan femenino, de cómo le miraba los labios cuando le pidió que la besara.
No podía negar que la deseaba. Sólo esperaba que por la mañana la muchacha se despertara siendo la de siempre y él no tuviera que sufrir más la agonía de la ten¬tación. Si seguía con su incitación inocente, Joseph no estaba seguro de cuánto tiempo le duraría el poco control que le quedaba.
NiinnyJonas
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