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Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
awww Joseph ya no la quiere :(
nooo Joe quierela de nuevo!!! :misery:
sisguela!!!!!!! :bye:
nooo Joe quierela de nuevo!!! :misery:
sisguela!!!!!!! :bye:
aranzhitha
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
CAPITULO 12
A la mañana siguiente, Joseph se levantó tarde. Le dolía la cabeza de un modo terrible. Tenía mal sabor de boca y la lengua hinchada y seca como un pliego de papel viejo. Cuando entró en el saloncito soleado de la parte trasera de la casa, donde solía servirse el desayuno, la luz le hizo daño en los ojos y torcer el gesto. Deslumbrado un momento, casi chocó con _____________, que entraba en ese momento.
Cuando la agarró por los hombros para evitar que se cayera, su esposa soltó un grito ahogado y palideció un poco.
-Perdón, no esperaba verte. Como sueles madrugar siempre mucho... -se disculpó _____________, que lucía ojeras y tenía los ojos rojos e hinchados.
Lo invadió un sentimiento de culpa y algo más que no supo discernir. _____________ parecía más frágil que nunca y, al pensar en la noche anterior, Joseph apenas podía creer lo que había estado a punto de hacer. Se aclaró la garganta, incómodo de repente.
-Sí, bueno, no ha sido una noche muy buena -comentó-. No he dormido demasiado.
-Yo tampoco -dijo _____________ en voz baja y desviando la mirada-. Tal vez esta noche sea mejor.
El arrepentimiento le oprimía el pecho. Estaba enfadado, era cierto, pero no quería lastimarla. Le tomó el mentón y lo inclinó hacia arriba. Le examinó el rostro las cejas bien dibujadas, los labios inocentemente sensuales y los preocupados ojos verdes que lo miraban con incertidumbre.
-Sí -afirmó-. Estoy seguro de que esta noche será mejor.
Pensó que ella sonreiría al oír sus palabras tranquilizadoras, pero no fue así, y le vino a la cabeza una imagen de la _____________ que vio el primer día; una _____________ con el camisón sucio y andrajoso, que se enfrentaba a él con el valor y la compostura de una dama de su clase social; una _____________ que le rogaba darse un baño.
Saint Bart no había logrado quebrarla. La noche anterior, él casi lo consiguió.
-El criado está esperando para servirnos. -Luchaba contra la necesidad de reconfortarla y a la vez quería de algún modo disipar sus temores-. ¿Por qué no nos sentamos y comemos algo?
_____________ asintió en silencio, pero seguía pareciendo intranquila. Joseph se maldijo. No había sido nunca cruel con una mujer, y ni siquiera la cantidad de alcohol consumida lo excusaba de su comportamiento.
Eran esos malditos deseos que aun sentía por ella. Incluso entonces, con sólo ver el movimiento de la falda sobre las caderas al cruzar el salón, empezaba a excitarse. La noche pasada, cuando la vio tumbada en la cama con el camisón azul transparente, casi había perdido el control. Él no era así. Lamentaba haberla tratado de ese modo brutal, pero por lo menos tenía una respuesta a la pregunta que lo había atormentado.
«Cuando me besaste, cuando me tocaste... fue mágico.» Esas palabras actuaron como un bálsamo. La pasión de _____________ no había sido un engaño. Su respuesta era tan real como la suya propia. Intentó seducirlo, sí, pero no era ninguna furcia y lo deseaba tanto como él a ella. Saber eso lo tranquilizaba, le hacía sentirse menos imbécil, aunque su matrimonio no saldría nunca bien.
Se sentaron ante una jarrita de chocolate caliente y una bandeja con bizcochos azucarados, que era todo lo que el estómago de Joseph podía soportar en ese momento.
-¿Qué vas a hacer hoy? -le preguntó a _____________, con la esperanza de mitigar algo su culpa, aunque no iba a disculparse ni así lo mataran.
Ella levantó la vista, sorprendida de que deseara conversar.
-Pues... no lo sé. Leeré un rato. La duquesa encontró un libro que creyó que me gustaría. Sobre las causas de las enfermedades, de un hombre llamado Morgagni. Lo encontró en la biblioteca de Carlyle Hall y tuvo la amabilidad de prestármelo.
Joseph no pudo evitar fruncir el entrecejo. No entendía por qué se empeñaba en un pasatiempo tan vulgar. Si fuera su esposa de verdad, él acabaría con eso de una vez por todas.
-¿Y tú? -preguntó ella.
La miró. Iba a ir a Londres a ver a su amante, aunque no estaría bien que le dijera eso. Ya había sufrido bastante tiempo por desearla. Estaba decidido a desahogarse con una mujer cálida y bien dispuesta, y cuanto antes mejor.
-Tengo asuntos que atender en Londres. No volveré hasta finales de semana. -Si a ella le sabía mal que se marchara, no lo demostró. Y, por algún motivo extraño, eso lo molestó-. Estoy seguro de que sabrás distraerte mientras no esté, a no ser, claro, que quieras venir conmigo -añadió sólo para ser perverso, ya que sabía que, después de lo que había pasado la noche anterior, se negaría.
-Sólo te estorbaría -lo excusó _____________ desviando fugazmente la mirada a la ventana.
Joseph tomó un sorbo de chocolate, notó que el estómago se le revolvía y dejó la taza en el platito.
-Tal vez tengas razón. En cualquier caso, nos veremos a mi vuelta.
_____________ no dijo nada y, unos momentos después, él se disculpó y la dejó, salió del salón y fue al piso superior para indicarle a su ayuda de cámara que le preparara una maleta para el viaje. Echaría una cabezada en el carruaje para librarse así del dolor de cabeza y, cuando estuviera con Anna, poder disfrutar de ella. Anna Quintain era tan buena amante como bella, y Joseph tenía la intención de tomarla con ganas y varias veces hasta alejar de su mente todos sus pensamientos sobre _____________.
Estaba seguro de que funcionaría. Siempre funcionaba. El mejor modo de superar el deseo que sentía por una mujer era sustituirla por otra.
Y eso era exactamente lo que iba a hacer.
Cuando la agarró por los hombros para evitar que se cayera, su esposa soltó un grito ahogado y palideció un poco.
-Perdón, no esperaba verte. Como sueles madrugar siempre mucho... -se disculpó _____________, que lucía ojeras y tenía los ojos rojos e hinchados.
Lo invadió un sentimiento de culpa y algo más que no supo discernir. _____________ parecía más frágil que nunca y, al pensar en la noche anterior, Joseph apenas podía creer lo que había estado a punto de hacer. Se aclaró la garganta, incómodo de repente.
-Sí, bueno, no ha sido una noche muy buena -comentó-. No he dormido demasiado.
-Yo tampoco -dijo _____________ en voz baja y desviando la mirada-. Tal vez esta noche sea mejor.
El arrepentimiento le oprimía el pecho. Estaba enfadado, era cierto, pero no quería lastimarla. Le tomó el mentón y lo inclinó hacia arriba. Le examinó el rostro las cejas bien dibujadas, los labios inocentemente sensuales y los preocupados ojos verdes que lo miraban con incertidumbre.
-Sí -afirmó-. Estoy seguro de que esta noche será mejor.
Pensó que ella sonreiría al oír sus palabras tranquilizadoras, pero no fue así, y le vino a la cabeza una imagen de la _____________ que vio el primer día; una _____________ con el camisón sucio y andrajoso, que se enfrentaba a él con el valor y la compostura de una dama de su clase social; una _____________ que le rogaba darse un baño.
Saint Bart no había logrado quebrarla. La noche anterior, él casi lo consiguió.
-El criado está esperando para servirnos. -Luchaba contra la necesidad de reconfortarla y a la vez quería de algún modo disipar sus temores-. ¿Por qué no nos sentamos y comemos algo?
_____________ asintió en silencio, pero seguía pareciendo intranquila. Joseph se maldijo. No había sido nunca cruel con una mujer, y ni siquiera la cantidad de alcohol consumida lo excusaba de su comportamiento.
Eran esos malditos deseos que aun sentía por ella. Incluso entonces, con sólo ver el movimiento de la falda sobre las caderas al cruzar el salón, empezaba a excitarse. La noche pasada, cuando la vio tumbada en la cama con el camisón azul transparente, casi había perdido el control. Él no era así. Lamentaba haberla tratado de ese modo brutal, pero por lo menos tenía una respuesta a la pregunta que lo había atormentado.
«Cuando me besaste, cuando me tocaste... fue mágico.» Esas palabras actuaron como un bálsamo. La pasión de _____________ no había sido un engaño. Su respuesta era tan real como la suya propia. Intentó seducirlo, sí, pero no era ninguna furcia y lo deseaba tanto como él a ella. Saber eso lo tranquilizaba, le hacía sentirse menos imbécil, aunque su matrimonio no saldría nunca bien.
Se sentaron ante una jarrita de chocolate caliente y una bandeja con bizcochos azucarados, que era todo lo que el estómago de Joseph podía soportar en ese momento.
-¿Qué vas a hacer hoy? -le preguntó a _____________, con la esperanza de mitigar algo su culpa, aunque no iba a disculparse ni así lo mataran.
Ella levantó la vista, sorprendida de que deseara conversar.
-Pues... no lo sé. Leeré un rato. La duquesa encontró un libro que creyó que me gustaría. Sobre las causas de las enfermedades, de un hombre llamado Morgagni. Lo encontró en la biblioteca de Carlyle Hall y tuvo la amabilidad de prestármelo.
Joseph no pudo evitar fruncir el entrecejo. No entendía por qué se empeñaba en un pasatiempo tan vulgar. Si fuera su esposa de verdad, él acabaría con eso de una vez por todas.
-¿Y tú? -preguntó ella.
La miró. Iba a ir a Londres a ver a su amante, aunque no estaría bien que le dijera eso. Ya había sufrido bastante tiempo por desearla. Estaba decidido a desahogarse con una mujer cálida y bien dispuesta, y cuanto antes mejor.
-Tengo asuntos que atender en Londres. No volveré hasta finales de semana. -Si a ella le sabía mal que se marchara, no lo demostró. Y, por algún motivo extraño, eso lo molestó-. Estoy seguro de que sabrás distraerte mientras no esté, a no ser, claro, que quieras venir conmigo -añadió sólo para ser perverso, ya que sabía que, después de lo que había pasado la noche anterior, se negaría.
-Sólo te estorbaría -lo excusó _____________ desviando fugazmente la mirada a la ventana.
Joseph tomó un sorbo de chocolate, notó que el estómago se le revolvía y dejó la taza en el platito.
-Tal vez tengas razón. En cualquier caso, nos veremos a mi vuelta.
_____________ no dijo nada y, unos momentos después, él se disculpó y la dejó, salió del salón y fue al piso superior para indicarle a su ayuda de cámara que le preparara una maleta para el viaje. Echaría una cabezada en el carruaje para librarse así del dolor de cabeza y, cuando estuviera con Anna, poder disfrutar de ella. Anna Quintain era tan buena amante como bella, y Joseph tenía la intención de tomarla con ganas y varias veces hasta alejar de su mente todos sus pensamientos sobre _____________.
Estaba seguro de que funcionaría. Siempre funcionaba. El mejor modo de superar el deseo que sentía por una mujer era sustituirla por otra.
Y eso era exactamente lo que iba a hacer.
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Absjejberhdiwj maldito.
Gracias por subir el capitulo!! :')
Por favor cuidate!
Gracias por subir el capitulo!! :')
Por favor cuidate!
Augustinesg
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
ahh tiene una amante!!!! :muere:
Pero que le pasa!!!?? Como se atreve a engañarla!!!
Siguela!!!
Pero que le pasa!!!?? Como se atreve a engañarla!!!
Siguela!!!
aranzhitha
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
(._. ) joe! Me engañadas conmigo mismaaa?:O xD lol
AniitaRP4
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Puta madre! Como la dejas asi! Pinche Joe me enga'ara aunque bueno no es matrimonio de verdad puto! Jum! Mato a la perra esa Anna aagh! Siempre tan imbecil el comportamiento de Joseph -.- siguela enserio amo tu nove!
Pao Jonatica Forever :3
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
De pie ante una aspillera a modo de ventana en el Gran Salón, su habitación favorita del castillo, _____________ contempló cómo el marqués subía al carruaje de los Jonas. El corazón le latía débilmente. Cuando le vio golpear el techo con el bastón de empuñadura plateada para indicar al cochero que iniciara la marcha, sintió una dolorosa sensación de ansiedad.
Era impropio que un recién casado abandonara a su esposa el día después de su boda, pero a Joseph no le importaba. No había disimulos respecto a este matrimonio. Si se tenía en cuenta que en menos de un año se terminaría, lo más probable es que fuera mejor así. pero, a pesar de cómo la había tratado la noche anterior, se sentía triste y sola sin él. Ya no le tenía miedo. Aunque estaba muy enfadado, no le hizo daño. Y esa mañana había visto el arrepentimiento en sus ojos.
Procuró convencerse de que era mejor que se fuera, que tal vez así no sentiría ese dolor en el corazón cada vez que lo veía. Quizás así no recordaría el aspecto tan viril que tenía cuando entró en su dormitorio con el pelo suelto y la camisa abierta, ni como por un instante, antes de verle la expresión dura de la cara, deseó que le hiciera el amor.
Se acercó a la gran chimenea de piedra, donde cabrían perfectamente cinco hombres adultos. Recordó el orgullo que contenía la voz de Joseph al hablar del castillo, cuando le contó que Eduardo III se lo regaló a sus antepasados por su valor al servir al rey.
Se preguntó qué haría en Londres y una parte de ella lamentó no haberlo acompañado. Ya lo echaba de menos, y si hubiera viajado con él, podría haber visitado al pequeño Michael. La idea de regresar a Saint Bart le provocaba náuseas, pero lo haría por el niño.
Desde su huida del manicomio pensaba muchas veces en el pequeño. En los días inmediatos a su marcha, con su propia vida en peligro, no podía hacer nada por ayudarlo. Ahora que estaba libre, su determinación había ido aumentando.
Aunque Michael había sobrevivido en Saint Bart los siete años de su vida, _____________ no soportaba la idea de que tuviera que vivir en ese sitio tan horrible cuando creciera. Deseaba pedirle ayuda a Joseph, pero después de los problemas que le había ocasionado no estaba en condiciones de hacerlo.
Cada vez más, buscaba la forma de ayudar al niño y rogaba que estuviera bien hasta que la encontrase.
Pensó en Michael y trató de no hacerlo en Joseph, de no imaginar si iba a satisfacer con otra mujer el deseo que había visto en sus ojos la noche anterior.
Sentado en la silla de raso azul en un rincón del recargado dormitorio púrpura y blanco de la casa que había alquilado en Londres para Anna Quintain, Joseph tomó un sorbo de brandy y apoyó un pie, sin quitarse la bota, en la otomana de raso azul que tenía delante.
Por un instante, Anna frunció el entrecejo. Después volvió a sonreír.
-Ponte cómodo. Enseguida termino de cambiarme.
La mirada de Joseph se posó en las curvas voluptuosas y en los cabellos largos y rubios que ella había soltado de las horquillas para permitir que le cayeran hasta la cintura.
-No hace falta que te des prisa -dijo mientras hacía girar el líquido de su copa-. Estoy contento con sólo ver el espectáculo.
Anna soltó una carcajada, un sonido gutural y seductor que resultaba dulce como la miel. Lo había oído antes, por supuesto. Hasta ese momento no se había dado nunca cuenta de lo falso que sonaba.
Contempló sus movimientos mientras la mujer ponía una pierna bien torneada sobre el banco a los pies de la cama para quitarse las medias de seda. La mayor parte del resto de la ropa había ya desaparecido: el sombrero y los guantes, el vestido de seda y el miriñaque de ballenas. Sólo le quedaba el corsé y la camisa, las medias y las ligas.
Cuando también se los hubiera quitado, Joseph se deleitaría los ojos con los pechos y con la mata de vello rubio de la entrepierna. Ya estaba excitado. Mientras observaba cómo iba quedando cada vez más parte de piel suave y perfecta al descubierto, sintió aumentar la dureza que lo incomodaba bajo los pantalones.
Su cuerpo tenía necesidades y Anna Quintain se las satisfaría. Era su mente la que tenía un problema.
Vio que se quitaba las ligas de raso con puntilla y las medias, primero una y luego otra, y las lanzaba a una silla, antes de acercarse adonde él estaba sentado y darse la vuelta para que le desabrochara el corsé, que le erguía los senos blancos y voluminosos. Lo hizo con menos ganas de las que hubiera imaginado y después, esperó a que se quitara despacio la camisa bordada.
Ella estaba desnuda y él excitado. Su cuerpo quería tomarla, satisfacer sus deseos como no lo había hecho en semanas.
Su mente pensó en _____________ y se rebeló ante la idea.
Maldijo en silencio; en ese instante odió a _____________ Grayson y deseó no haberla conocido nunca. Cuando se casó con ella, ni por un momento pensó que se sentiría culpable al acostarse con otra mujer.
Ni por un momento pensó que en realidad no querría hacerlo.
Anna sonrió con su picardía de siempre, lo que hizo moverse el lunarcito negro de la mejilla.
-Ven, deja que te ayude a desnudarte -ofreció a la vez que lo tomaba de la mano para que se levantara.
Joseph accedió con la esperanza de que le despertara el interés igual que lo había hecho con su cuerpo, pero en cuanto Anna le rodeó el cuello con los brazos y lo besó, oprimiendo los senos flácidos contra su pecho, supo que la esperanza estaba perdida. El aliento de la mujer tenía un ligero olor a cordero y a vino, y su perfume fuerte lo envolvía. Le apretó un seno, pero le resultó demasiado lleno, demasiado pesado, y pensó en otro más pequeño, más delicado, más adecuado a su mano.
Era impropio que un recién casado abandonara a su esposa el día después de su boda, pero a Joseph no le importaba. No había disimulos respecto a este matrimonio. Si se tenía en cuenta que en menos de un año se terminaría, lo más probable es que fuera mejor así. pero, a pesar de cómo la había tratado la noche anterior, se sentía triste y sola sin él. Ya no le tenía miedo. Aunque estaba muy enfadado, no le hizo daño. Y esa mañana había visto el arrepentimiento en sus ojos.
Procuró convencerse de que era mejor que se fuera, que tal vez así no sentiría ese dolor en el corazón cada vez que lo veía. Quizás así no recordaría el aspecto tan viril que tenía cuando entró en su dormitorio con el pelo suelto y la camisa abierta, ni como por un instante, antes de verle la expresión dura de la cara, deseó que le hiciera el amor.
Se acercó a la gran chimenea de piedra, donde cabrían perfectamente cinco hombres adultos. Recordó el orgullo que contenía la voz de Joseph al hablar del castillo, cuando le contó que Eduardo III se lo regaló a sus antepasados por su valor al servir al rey.
Se preguntó qué haría en Londres y una parte de ella lamentó no haberlo acompañado. Ya lo echaba de menos, y si hubiera viajado con él, podría haber visitado al pequeño Michael. La idea de regresar a Saint Bart le provocaba náuseas, pero lo haría por el niño.
Desde su huida del manicomio pensaba muchas veces en el pequeño. En los días inmediatos a su marcha, con su propia vida en peligro, no podía hacer nada por ayudarlo. Ahora que estaba libre, su determinación había ido aumentando.
Aunque Michael había sobrevivido en Saint Bart los siete años de su vida, _____________ no soportaba la idea de que tuviera que vivir en ese sitio tan horrible cuando creciera. Deseaba pedirle ayuda a Joseph, pero después de los problemas que le había ocasionado no estaba en condiciones de hacerlo.
Cada vez más, buscaba la forma de ayudar al niño y rogaba que estuviera bien hasta que la encontrase.
Pensó en Michael y trató de no hacerlo en Joseph, de no imaginar si iba a satisfacer con otra mujer el deseo que había visto en sus ojos la noche anterior.
Sentado en la silla de raso azul en un rincón del recargado dormitorio púrpura y blanco de la casa que había alquilado en Londres para Anna Quintain, Joseph tomó un sorbo de brandy y apoyó un pie, sin quitarse la bota, en la otomana de raso azul que tenía delante.
Por un instante, Anna frunció el entrecejo. Después volvió a sonreír.
-Ponte cómodo. Enseguida termino de cambiarme.
La mirada de Joseph se posó en las curvas voluptuosas y en los cabellos largos y rubios que ella había soltado de las horquillas para permitir que le cayeran hasta la cintura.
-No hace falta que te des prisa -dijo mientras hacía girar el líquido de su copa-. Estoy contento con sólo ver el espectáculo.
Anna soltó una carcajada, un sonido gutural y seductor que resultaba dulce como la miel. Lo había oído antes, por supuesto. Hasta ese momento no se había dado nunca cuenta de lo falso que sonaba.
Contempló sus movimientos mientras la mujer ponía una pierna bien torneada sobre el banco a los pies de la cama para quitarse las medias de seda. La mayor parte del resto de la ropa había ya desaparecido: el sombrero y los guantes, el vestido de seda y el miriñaque de ballenas. Sólo le quedaba el corsé y la camisa, las medias y las ligas.
Cuando también se los hubiera quitado, Joseph se deleitaría los ojos con los pechos y con la mata de vello rubio de la entrepierna. Ya estaba excitado. Mientras observaba cómo iba quedando cada vez más parte de piel suave y perfecta al descubierto, sintió aumentar la dureza que lo incomodaba bajo los pantalones.
Su cuerpo tenía necesidades y Anna Quintain se las satisfaría. Era su mente la que tenía un problema.
Vio que se quitaba las ligas de raso con puntilla y las medias, primero una y luego otra, y las lanzaba a una silla, antes de acercarse adonde él estaba sentado y darse la vuelta para que le desabrochara el corsé, que le erguía los senos blancos y voluminosos. Lo hizo con menos ganas de las que hubiera imaginado y después, esperó a que se quitara despacio la camisa bordada.
Ella estaba desnuda y él excitado. Su cuerpo quería tomarla, satisfacer sus deseos como no lo había hecho en semanas.
Su mente pensó en _____________ y se rebeló ante la idea.
Maldijo en silencio; en ese instante odió a _____________ Grayson y deseó no haberla conocido nunca. Cuando se casó con ella, ni por un momento pensó que se sentiría culpable al acostarse con otra mujer.
Ni por un momento pensó que en realidad no querría hacerlo.
Anna sonrió con su picardía de siempre, lo que hizo moverse el lunarcito negro de la mejilla.
-Ven, deja que te ayude a desnudarte -ofreció a la vez que lo tomaba de la mano para que se levantara.
Joseph accedió con la esperanza de que le despertara el interés igual que lo había hecho con su cuerpo, pero en cuanto Anna le rodeó el cuello con los brazos y lo besó, oprimiendo los senos flácidos contra su pecho, supo que la esperanza estaba perdida. El aliento de la mujer tenía un ligero olor a cordero y a vino, y su perfume fuerte lo envolvía. Le apretó un seno, pero le resultó demasiado lleno, demasiado pesado, y pensó en otro más pequeño, más delicado, más adecuado a su mano.
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Leesto, s.o.s Grayson
Haha gracias por subir!!
Haha gracias por subir!!
Augustinesg
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
SIGUELA!!!
PASATE POR MI NOVE EN MI FIRMA ESTA EL LINK
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lovingthealiens
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
ahh Joseph se esta sintiendo culpable!!!
Que bueno!!!
Siguela!!!
Que bueno!!!
Siguela!!!
aranzhitha
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Anna deslizó su lengua en la boca de Joseph con gran destreza y él pensó en los besos vacilantes, inocentemente seductores de _____________ aquella noche en el pabellón. «Cuando me besaste, cuando me tocaste... fue mágico.» Anna bajó la mano a la bragueta y le empezó a dar masajes, y Joseph maldijo de nuevo en silencio y se apartó.
-¿Milord? -se sorprendió ella.
-Lo siento, preciosa. No funcionará. Esta noche no. -Ni cualquier otra noche en el futuro, añadió para sus adentros. Al parecer, el placer que encontraba antes en Anna Quintain había desaparecido.
-Perdona si he hecho algo que te disguste. Si me das un momento... -Alargó la mano para acariciarlo de nuevo, pero él se dio media vuelta, con la entrepierna aun dura y ansiosa.
-No es nada que hayas hecho, Anna. Ahora mismo tengo demasiadas cosas en la cabeza.
La mujer parecía afectada de verdad. Era la primera emoción real que mostraba desde que él llegó a la casa. Joseph se apartó de ella, tomó el chaleco y sacó una bolsa de monedas del bolsillo y la dejó sobre el tocador.
-Cómprate algo bonito para la próxima vez que venga -le dijo.
Era mentira, porque no iba a regresar, pero les ahorraba a ambos una situación violenta. Por la mañana, avisaría a su abogado, Nathaniel, para que le diera a Anna una cantidad razonable y terminara con el acuerdo.
Le sorprendió sentir un ligero alivio.
Se dijo que no era por _____________. Anna Quintain había dejado de interesarle como antes y nada más. Visitaría el local de Madame Charmaine y encontraría otra mujer que lo motivara.
Salió al porche de la casa con las mandíbulas apretadas. Se estaba mintiendo a sí mismo y lo sabía. La mujer que deseaba vivía bajo su mismo techo, dormía al otro lado del pasillo del dormitorio principal del castillo de Running. El problema era que, una vez que se hubieran acostado juntos, cargaría con ella para siempre.
Apretó los dientes con tanta fuerza que le dolió la mandíbula. _____________ Grayson era la última persona a la que quería por esposa, la clase de mujer con la que había jurado no casarse nunca. Por unas cuantas noches de placer, se enfrentaría a una vida infernal con una arpía testaruda que se dedicaba a unos pasatiempos tan escandalosos que había terminado en un manicomio.
¡Por el amor de Dios, mutilar un cuerpo humano para averiguar cómo funcionaba! ¿Qué clase de mujer intentaría una cosa tan abominable? ¿Qué clase de mujer preparaba pociones y leía libros sobre enfermedades y heridas de bala? Fuera cual fuera esa clase, no era lo que él quería.
Lo que él quería era una esposa dulce y dócil, como Allison Hartman, un bomboncito que obedeciera sus órdenes y le diera media docena de hijos. En menos de un año estaría libre para encontrar otra mujer así. Lo único que tenía que hacer era mantenerse alejado de _____________ y, en poco tiempo, su vida volvería a estar en orden. Sus planes para casarse y tener un heredero seguirían como había previsto.
Se juró hacerlo, por difícil que resultara resistirse a una mujer bella.
Desde la habitación de su dormitorio en el piso de arriba, Winifred Jonas DeWitt observó cómo su sobrino conducía su semental negro al establo y entregaba las riendas a un mozo. Tras su breve estancia en Londres, había vuelto al castillo más inquieto y retraído que antes. Salía a caballo cada día para inspeccionar sus propiedades, visitaba a los arrendatarios y se pasaba las noches en la taberna Quill and Sword, en el pueblo.
Por descontado, Winnie sabía el motivo. Joseph era un hombre joven, normal y viril, casado con una mujer joven y hermosa. Deseaba hacer el amor con ella.
El problema era que él mismo se negaba.
Dejó que la cortina de terciopelo verde volviera a su sitio, se giró y cruzó la habitación. Estaba decidida a hablar con él, a intentar hacerle entrar, en razón. Salió y recorrió el pasillo. Ya casi había llegado al final de las escañeras que daban a la entrada cuando se abrió la puerta principal y entró Nathaniel Whitley.
Winnie se detuvo en las escaleras para observar sus elegantes movimientos mientras se quitaba el tricornio y la capa de lana y los entregaba al mayordomo. Whitley levantó la mirada, la vio y sonrió.
-Me alegro de volver a verte -la saludó.
-Tienes muy buen aspecto, Nathaniel.
«Y estás guapísimo con esos toques plateados en tu cabello castaño y esa mirada apreciativa», pensó. Los ojos tenían el mismo tono azul que ella recordaba, aunque ahora mostraban unas patas de gallo, producto de la risa. De joven era muy serio, y Winnie se preguntó si el hombre en quien se había convertido habría aprendido a reírse de las singularidades de la vida.
-He venido a ver a tu sobrino. He iniciado el procedimiento para obtener la herencia de lady Jonas. Creo que el marqués me está esperando.
-Le vi llegar a caballo. Ordenaré a Reeves que le diga que estás aquí. Mientras tanto, ¿por qué no lo esperas en su estudio?
Nathaniel hizo una leve reverencia con la cabeza y ella lo acompañó al fondo del vestíbulo. Una vez dentro de la sala oscura, con paneles de madera y que olía un poco a humo de vela y a piel envejecida, Winnie fue hasta el tirador de la campanilla y pidió té.
-Joseph te recibirá de un momento a otro. Ponte cómodo.
Se dirigió hacia la puerta, pero la voz de Nat la detuvo:
-¿Serías tan amable de acompañarme mientras lo espero?
Winnie se sonrojó. No debería hacerlo. Nat Whitley era demasiado atractivo.
-¿Milord? -se sorprendió ella.
-Lo siento, preciosa. No funcionará. Esta noche no. -Ni cualquier otra noche en el futuro, añadió para sus adentros. Al parecer, el placer que encontraba antes en Anna Quintain había desaparecido.
-Perdona si he hecho algo que te disguste. Si me das un momento... -Alargó la mano para acariciarlo de nuevo, pero él se dio media vuelta, con la entrepierna aun dura y ansiosa.
-No es nada que hayas hecho, Anna. Ahora mismo tengo demasiadas cosas en la cabeza.
La mujer parecía afectada de verdad. Era la primera emoción real que mostraba desde que él llegó a la casa. Joseph se apartó de ella, tomó el chaleco y sacó una bolsa de monedas del bolsillo y la dejó sobre el tocador.
-Cómprate algo bonito para la próxima vez que venga -le dijo.
Era mentira, porque no iba a regresar, pero les ahorraba a ambos una situación violenta. Por la mañana, avisaría a su abogado, Nathaniel, para que le diera a Anna una cantidad razonable y terminara con el acuerdo.
Le sorprendió sentir un ligero alivio.
Se dijo que no era por _____________. Anna Quintain había dejado de interesarle como antes y nada más. Visitaría el local de Madame Charmaine y encontraría otra mujer que lo motivara.
Salió al porche de la casa con las mandíbulas apretadas. Se estaba mintiendo a sí mismo y lo sabía. La mujer que deseaba vivía bajo su mismo techo, dormía al otro lado del pasillo del dormitorio principal del castillo de Running. El problema era que, una vez que se hubieran acostado juntos, cargaría con ella para siempre.
Apretó los dientes con tanta fuerza que le dolió la mandíbula. _____________ Grayson era la última persona a la que quería por esposa, la clase de mujer con la que había jurado no casarse nunca. Por unas cuantas noches de placer, se enfrentaría a una vida infernal con una arpía testaruda que se dedicaba a unos pasatiempos tan escandalosos que había terminado en un manicomio.
¡Por el amor de Dios, mutilar un cuerpo humano para averiguar cómo funcionaba! ¿Qué clase de mujer intentaría una cosa tan abominable? ¿Qué clase de mujer preparaba pociones y leía libros sobre enfermedades y heridas de bala? Fuera cual fuera esa clase, no era lo que él quería.
Lo que él quería era una esposa dulce y dócil, como Allison Hartman, un bomboncito que obedeciera sus órdenes y le diera media docena de hijos. En menos de un año estaría libre para encontrar otra mujer así. Lo único que tenía que hacer era mantenerse alejado de _____________ y, en poco tiempo, su vida volvería a estar en orden. Sus planes para casarse y tener un heredero seguirían como había previsto.
Se juró hacerlo, por difícil que resultara resistirse a una mujer bella.
Desde la habitación de su dormitorio en el piso de arriba, Winifred Jonas DeWitt observó cómo su sobrino conducía su semental negro al establo y entregaba las riendas a un mozo. Tras su breve estancia en Londres, había vuelto al castillo más inquieto y retraído que antes. Salía a caballo cada día para inspeccionar sus propiedades, visitaba a los arrendatarios y se pasaba las noches en la taberna Quill and Sword, en el pueblo.
Por descontado, Winnie sabía el motivo. Joseph era un hombre joven, normal y viril, casado con una mujer joven y hermosa. Deseaba hacer el amor con ella.
El problema era que él mismo se negaba.
Dejó que la cortina de terciopelo verde volviera a su sitio, se giró y cruzó la habitación. Estaba decidida a hablar con él, a intentar hacerle entrar, en razón. Salió y recorrió el pasillo. Ya casi había llegado al final de las escañeras que daban a la entrada cuando se abrió la puerta principal y entró Nathaniel Whitley.
Winnie se detuvo en las escaleras para observar sus elegantes movimientos mientras se quitaba el tricornio y la capa de lana y los entregaba al mayordomo. Whitley levantó la mirada, la vio y sonrió.
-Me alegro de volver a verte -la saludó.
-Tienes muy buen aspecto, Nathaniel.
«Y estás guapísimo con esos toques plateados en tu cabello castaño y esa mirada apreciativa», pensó. Los ojos tenían el mismo tono azul que ella recordaba, aunque ahora mostraban unas patas de gallo, producto de la risa. De joven era muy serio, y Winnie se preguntó si el hombre en quien se había convertido habría aprendido a reírse de las singularidades de la vida.
-He venido a ver a tu sobrino. He iniciado el procedimiento para obtener la herencia de lady Jonas. Creo que el marqués me está esperando.
-Le vi llegar a caballo. Ordenaré a Reeves que le diga que estás aquí. Mientras tanto, ¿por qué no lo esperas en su estudio?
Nathaniel hizo una leve reverencia con la cabeza y ella lo acompañó al fondo del vestíbulo. Una vez dentro de la sala oscura, con paneles de madera y que olía un poco a humo de vela y a piel envejecida, Winnie fue hasta el tirador de la campanilla y pidió té.
-Joseph te recibirá de un momento a otro. Ponte cómodo.
Se dirigió hacia la puerta, pero la voz de Nat la detuvo:
-¿Serías tan amable de acompañarme mientras lo espero?
Winnie se sonrojó. No debería hacerlo. Nat Whitley era demasiado atractivo.
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Www que divino!!
Continuala pronto :)
Te esperamos!
Gracias por subir el cap !!
Continuala pronto :)
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Gracias por subir el cap !!
Augustinesg
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