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Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Nombre: Seda y Acero
Autor: NiinnyJonas
Adaptacion: Si, Kat Martin
Género: Eromantica
Advertencias: Ninguna, tratare de subir siempre, comenten si les gusta, no me gustan las invisibles
Otras páginas: No que yo sepa
Argumento:
Autor: NiinnyJonas
Adaptacion: Si, Kat Martin
Género: Eromantica
Advertencias: Ninguna, tratare de subir siempre, comenten si les gusta, no me gustan las invisibles
Otras páginas: No que yo sepa
Hola chicas, como han de conocerme soy Niinny, pueden llamarme así si gustan, pueden seguirme en Twatter @JJMakeMeStrong He subido varias adaptaciónes, la última que subi y esta terminada es Esclavizada, pueden leerla si gustan. Sin más nada que decir, les dejo el argumento.
Seda y Acero
Argumento:
Lady _____________ Grayson era una joven de la nobleza, preparada para un futuro privilegiado... hasta que su ambicioso'tío decidió internarla en un asilo para enfermos mentales a fin de apoderarse de su fortuna. _____________ logra introducirse en el carruaje de Joseph Jonas, marqués de Litchfield, quien escucha su historia con incredulidad y recelo. Sin embargo, los instintos de _____________ le dicen que él es un hombre de honor... y su única salvación, por lo que decide seducirlo y casarse con él.
Desde el momento en que la vio por primera vez, Joseph tuvo que luchar contra su deseo por ella. A pesar de sentirse cautivado por su inteligencia, fuerza de voluntad y belleza, había jurado no enamorarse de la mujer que lo había hecho caer en una trampa...
Desde el momento en que la vio por primera vez, Joseph tuvo que luchar contra su deseo por ella. A pesar de sentirse cautivado por su inteligencia, fuerza de voluntad y belleza, había jurado no enamorarse de la mujer que lo había hecho caer en una trampa...
Última edición por NiinnyJonas el Vie 17 Mayo 2013, 5:25 pm, editado 1 vez
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
wow me encanta
sube pronto el primer cap sip
y creo k primer lectora!!!
sube pronto el primer cap sip
y creo k primer lectora!!!
damned
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
waaa sii se ve interesante porfa empiezala yaa
me encantan tus novelas!!!
me encantan tus novelas!!!
Samantha
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
CAPITULO 1
Lady _____________ Grayson se ocultó sin hacer ruido entre las sombras tras la puerta del viejo establo de piedra. Se estremeció; el camisón raído la protegía poco del frío, y la paja del helado suelo de tierra le arañaba las plantas de los pies descalzos. Delante del establo veía a un mozo de cuadra, flaco y pecoso, y el brillo negro de un carruaje caro.
Se acercó más a la puerta y observó que el vehículo estaba a punto de partir y que lucía el blasón dorado de un noble: la cabeza de un lobo sobre una espada plateada. Dos lacayos charlaban con el conductor un poco hacia la izquierda y, mientras escuchaba su conversación, el corazón empezó a latirle con fuerza. El carruaje no se dirigía a Londres, sino que se disponía a volver al campo. ¡Por Dios, se alejaba de la ciudad! ¡Si encontraba donde esconderse, estaría a salvo!
Su nerviosismo aumentó, y la respiración se le aceleró y formó un vaho helado en el aire frío de la mañana. Tenía que irse cuanto antes. El carruaje era la solución perfecta.
Miró un poco más para valorar las líneas elegantes y bien definidas del lujoso coche, con una incontrolable sensación de esperanza. El compartimiento trasero para el equipaje serviría si dentro había espacio para ella. Rogó que lo hubiera, respiró a fondo para calmar el temblor que la sacudía y se dispuso a moverse deprisa, antes de que los lacayos volvieran a ocupar su lugar en el vehículo. Cuando oyó que los hombres reían y vio que prestaban atención a un par de perros que ladraban, corrió hacia la parte posterior del coche y los pies parecieron volar sobre la tierra enlodada mientras la enredada cabellera negra ondeaba a su alrededor y le rozaba los hombros.
Abrió con rapidez la cobertura de piel y se metió en el compartimiento, donde se acomodó entre los baúles y las bolsas, a la vez que procuraba tranquilizar los latidos furiosos de su corazón y rezaba para que no tuvieran que añadir más equipaje antes de la partida del carruaje.
Pasaron los segundos. El pulso le resonaba en los oídos. Aunque la mañana era fría, el sudor le empapaba los cabellos en las sienes y resbalaba por las mejillas. Oyó que los hombres se acercaban y ocupaban su lugar en lo alto del coche. Notó que se inclinaba con el peso. Después, los cuatro caballos negros tensaron los tirantes y el carruaje emprendió la marcha en dirección a la parte delantera de la posada.
Se detuvo sólo un momento, lo suficiente para que su único pasajero subiera y se acomodara en el asiento de piel. Luego, el conductor fustigó a los caballos e iniciaron el viaje.
Oculta a salvo en el portaequipaje, _____________ suspiró de alivio y dejó caer su cansado cuerpo sobre la madera lacada en negro. Estaba exhausta, increíblemente exhausta. La noche había sido agotadora. Corrió y después caminó kilómetros sin nada más que su camisón sucio, con las piernas doloridas y los pies llenos de cortes que sangraban, temiendo todo el rato que la encontraran. Cuando llegó a una carretera y a la posada cubierta de hiedra, dio gracias a Dios y se dirigió con cuidado al establo de la parte posterior.
Varias horas después dormía entre un montón de paja cuando la despertó el ruido de arneses y de caballos al ser enganchados a los tirantes. _____________ supo en el acto que era su oportunidad para alejarse sin peligro.
Ahora, mientras el día frío de otoño comenzaba a caldearse, sus músculos se relajaron con el calor del espacio de la parte trasera del carruaje y empezó a dormitar. Se dormía y se despertaba, como en una ocasión en que el coche se detuvo en una taberna junto a la carretera al final de la tarde y su ocupante bajó, seguramente para comer algo. _____________ ignoró cómo le gruñeron las tripas ante esa idea y se relajó de nuevo cuando el coche volvió a arrancar, demasiado cansada para notar siquiera los bandazos de las ruedas en los baches del camino.
Las horas pasaron despacio. Tenía calambres en las piernas debido al limitado espacio del portaequipaje. La espalda y los hombros le dolían, y un dolor sordo la molestaba en la nuca. Mientras el carruaje seguía su ruta, casi estaba agradecida de no haber tomado nada de comer o beber, ya que no tenía forma de bajar para hacer sus necesidades.
El ritmo del carruaje aumentó su necesidad de dormir. Con un sueño más profundo, la cabeza le cayó hacia el pecho y empezó a soñar.
Volvió a verse en el hospital de Saint Bartholomew, acurrucada en el suelo frío de piedra de su celda, sucia y mal ventilada. El miedo la envolvía como una densa niebla matutina y le agarrotaba la garganta. Se acercaba a un rincón y apoyaba la espalda contra la pared gris, deseando poder desaparecer tras ella. Podía oír a las pacientes de las otras celdas y se tapaba los oídos con las manos para aislarse de los gritos y fingir no escucharlos.
Se acercó más a la puerta y observó que el vehículo estaba a punto de partir y que lucía el blasón dorado de un noble: la cabeza de un lobo sobre una espada plateada. Dos lacayos charlaban con el conductor un poco hacia la izquierda y, mientras escuchaba su conversación, el corazón empezó a latirle con fuerza. El carruaje no se dirigía a Londres, sino que se disponía a volver al campo. ¡Por Dios, se alejaba de la ciudad! ¡Si encontraba donde esconderse, estaría a salvo!
Su nerviosismo aumentó, y la respiración se le aceleró y formó un vaho helado en el aire frío de la mañana. Tenía que irse cuanto antes. El carruaje era la solución perfecta.
Miró un poco más para valorar las líneas elegantes y bien definidas del lujoso coche, con una incontrolable sensación de esperanza. El compartimiento trasero para el equipaje serviría si dentro había espacio para ella. Rogó que lo hubiera, respiró a fondo para calmar el temblor que la sacudía y se dispuso a moverse deprisa, antes de que los lacayos volvieran a ocupar su lugar en el vehículo. Cuando oyó que los hombres reían y vio que prestaban atención a un par de perros que ladraban, corrió hacia la parte posterior del coche y los pies parecieron volar sobre la tierra enlodada mientras la enredada cabellera negra ondeaba a su alrededor y le rozaba los hombros.
Abrió con rapidez la cobertura de piel y se metió en el compartimiento, donde se acomodó entre los baúles y las bolsas, a la vez que procuraba tranquilizar los latidos furiosos de su corazón y rezaba para que no tuvieran que añadir más equipaje antes de la partida del carruaje.
Pasaron los segundos. El pulso le resonaba en los oídos. Aunque la mañana era fría, el sudor le empapaba los cabellos en las sienes y resbalaba por las mejillas. Oyó que los hombres se acercaban y ocupaban su lugar en lo alto del coche. Notó que se inclinaba con el peso. Después, los cuatro caballos negros tensaron los tirantes y el carruaje emprendió la marcha en dirección a la parte delantera de la posada.
Se detuvo sólo un momento, lo suficiente para que su único pasajero subiera y se acomodara en el asiento de piel. Luego, el conductor fustigó a los caballos e iniciaron el viaje.
Oculta a salvo en el portaequipaje, _____________ suspiró de alivio y dejó caer su cansado cuerpo sobre la madera lacada en negro. Estaba exhausta, increíblemente exhausta. La noche había sido agotadora. Corrió y después caminó kilómetros sin nada más que su camisón sucio, con las piernas doloridas y los pies llenos de cortes que sangraban, temiendo todo el rato que la encontraran. Cuando llegó a una carretera y a la posada cubierta de hiedra, dio gracias a Dios y se dirigió con cuidado al establo de la parte posterior.
Varias horas después dormía entre un montón de paja cuando la despertó el ruido de arneses y de caballos al ser enganchados a los tirantes. _____________ supo en el acto que era su oportunidad para alejarse sin peligro.
Ahora, mientras el día frío de otoño comenzaba a caldearse, sus músculos se relajaron con el calor del espacio de la parte trasera del carruaje y empezó a dormitar. Se dormía y se despertaba, como en una ocasión en que el coche se detuvo en una taberna junto a la carretera al final de la tarde y su ocupante bajó, seguramente para comer algo. _____________ ignoró cómo le gruñeron las tripas ante esa idea y se relajó de nuevo cuando el coche volvió a arrancar, demasiado cansada para notar siquiera los bandazos de las ruedas en los baches del camino.
Las horas pasaron despacio. Tenía calambres en las piernas debido al limitado espacio del portaequipaje. La espalda y los hombros le dolían, y un dolor sordo la molestaba en la nuca. Mientras el carruaje seguía su ruta, casi estaba agradecida de no haber tomado nada de comer o beber, ya que no tenía forma de bajar para hacer sus necesidades.
El ritmo del carruaje aumentó su necesidad de dormir. Con un sueño más profundo, la cabeza le cayó hacia el pecho y empezó a soñar.
Volvió a verse en el hospital de Saint Bartholomew, acurrucada en el suelo frío de piedra de su celda, sucia y mal ventilada. El miedo la envolvía como una densa niebla matutina y le agarrotaba la garganta. Se acercaba a un rincón y apoyaba la espalda contra la pared gris, deseando poder desaparecer tras ella. Podía oír a las pacientes de las otras celdas y se tapaba los oídos con las manos para aislarse de los gritos y fingir no escucharlos.
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Nueva lectora
POR LOS JONAS!!! MUJER TIENES QUE SEGUIRLA
POR LOS JONAS!!! MUJER TIENES QUE SEGUIRLA
jonas_dayi_avril
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
New reader!!!!!
sigueeeeeeeeeeeeeeee
sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
sigueeeeeeeeeeeeeeee
sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
@ntonella
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
El corazón le latía irregular y resonaba en el silencio que ella se había creado en su interior. Por Dios, vivía en el mismísimo infierno, o por lo menos en su versión humana. ¿Qué demonio había ideado un lugar así? ¿Cuánto tiempo más iba a soportarlo? Oía el ruido de pisadas y cadenas que se acercaban en su dirección y deducía que los guardias devolvían a alguna desdichada a su celda.
O quizá venían a buscarla a ella.
_____________ se hacía un ovillo y deseaba desaparecer. Los había eludido durante un tiempo; se mostraba silenciosa y dócil para que la dejaran en paz. Pero tarde o temprano irían a buscarla como hacían con las demás.
Los pasos eran cada vez más fuertes. El corazón le latía de miedo. Dios mío, que no me busquen a mí. A otra persona. A cualquier otra. ¡A mí no! ¡A mí no! Y los veía: uno, alto y ancho de hombros, con labios carnosos y sucios cabellos rubios apartados de la cara con una cintita de cuero; el otro, bajo y gordo, y el estómago le sobresalía de los pantalones marrones y manchados de grasa.
_____________ reprimía un sollozo cuando se detenían en la puerta de su celda. El hombre gordo llevaba unos grilletes de hierro en el brazo. A través de los barrotes de la puerta, le lanzaba una sonrisa lasciva.
-Buenas noche, señorita. Ya es hora de que demos un paseo.
-¡Nooo! -Empezaba a retroceder, desesperada, mientras buscaba con la mirada algún medio de huir. Sabía lo que querían, lo que les hacían a algunas de las otras mujeres. Había escapado de ellos hasta entonces, aunque no sabía muy bien por qué-. ¡Déjenme en paz! ¡Aléjense de mí! Se lo advierto, ¡váyanse y déjenme tranquila!
El hombre más alto se limitaba a sonreír, pero el gordo soltaba una carcajada fuerte: un sonido rudo, cruel, hiriente, que provocó un escalofrío en la espalda de _____________ y la despertó de su sueño.
El corazón parecía a punto de salirle del pecho y tenía el camisón empapado en sudor, pegado al cuerpo. Inclinó la cabeza contra la pared del portaequipaje y se recordó que el sueño no era real, ya no. Por algún milagro del destino, o quizá por intervención divina, había engañado a los dos despiadados guardias, se libró del destino que le tenían reservado y logró huir de Saint Bart.
_____________ se obligó a no pensar en ello, a enterrarlo en lo más profundo de su mente y a concentrarse en conservar esa libertad que tanto le costara conseguir. Se encontraba fuera del hospital, fuera del manicomio donde permaneció encerrada casi un año.
De momento eso era lo único que quería, lo único en que podía pensar. El futuro se extendía ante ella, pero ya habría tiempo de planear, de decidir qué hacer. Lo importante era evitar que la capturaran.
Volvió a dormirse. No tenía idea de cuántas horas habrían pasado cuando la despertó un fuerte tirón en el brazo que la sacó tambaleante del carruaje. Habría aterrizado en el barro si un segundo lacayo no le hubiera agarrado el otro brazo y la hubiese levantado con un tirón seco que le lanzó la cabeza hacia atrás.
-¡Suélteme! -_____________ forcejeó con él para intentar soltarse de la fuerte presa-. ¡Quíteme las manos de encima!
-¡Esta mocosa viajaba escondida! -exclamó uno de los hombres, que le pasó un brazo por la cintura para acercar la espalda de _____________ contra su pecho-. Seguro que es una ladrona.
Cuando oyó esa palabra, _____________ le propinó un fuerte puntapié en la espinilla y el hombre dio un respingo hacia atrás, con lo que la peluca plateada le quedó torcida.
-Maldita mendiga, si vuelves a hacer eso te arrepentirás.
-Vuelva a golpearme, señor, y le prometo que será usted quien se arrepentirá -replicó _____________, muy erguida.
-Muy bien, ya basta. -La voz grave se abrió paso entre el tumulto y ambos hombres se detuvieron al instante. Por primera vez, _____________ observó al hombre alto, imponente, que estaba entre las sombras y que supuso que sería el propietario del carruaje. Iba vestido con unos pantalones negros ceñidos, una levita negra y un chaleco a juego y con un fino filete plateado. Por delante, le asomaba el volante de la camisa de batista blanca, y de cada manga colgaba un poco de puntilla. Tenía la piel oscura y los cabellos todavía más oscuros y algo ondulados, recogidos detrás con una ancha cinta negra atada en un lazo-. Suelte a la chica, Cedric. Parece poder expresarse bien. Déle la oportunidad de hablar.
Los dos hombres obedecieron con cierto pesar. Le soltaron los brazos y dieron un paso atrás.
-¿Cómo te llamas? -preguntó el hombre alto-. ¿Y qué rayos hacías en la parte trasera de mi carruaje?
_____________ se puso derecha e intentó no pensar en la lamentable imagen que ofrecía con su camisón sucio, manchado de tierra, y los cabellos sueltos y enredados que le caían sobre la cara. Soltó la mentira que había inventado para la ocasión y las palabras le salieron de los labios con una facilidad sorprendente:
-Me llamo _____________ Gray y le diré una cosa, señor: No soy ninguna mendiga, y tampoco una ladrona. Soy una dama que ha sufrido un problema infausto. Si es el caballero que parece ser, le suplico que me ayude.
El hombre frunció el entrecejo. Tenía las cejas negras y unos ojos igualmente negros que, bajo los últimos rayos del sol de la tarde, parecían poseer un brillo plateado. La examinó de arriba abajo, captando hasta el último centímetro de su aspecto desastrado. Su mirada era tan intensa que, sin darse cuenta, _____________ se cubrió el pecho con los brazos.
O quizá venían a buscarla a ella.
_____________ se hacía un ovillo y deseaba desaparecer. Los había eludido durante un tiempo; se mostraba silenciosa y dócil para que la dejaran en paz. Pero tarde o temprano irían a buscarla como hacían con las demás.
Los pasos eran cada vez más fuertes. El corazón le latía de miedo. Dios mío, que no me busquen a mí. A otra persona. A cualquier otra. ¡A mí no! ¡A mí no! Y los veía: uno, alto y ancho de hombros, con labios carnosos y sucios cabellos rubios apartados de la cara con una cintita de cuero; el otro, bajo y gordo, y el estómago le sobresalía de los pantalones marrones y manchados de grasa.
_____________ reprimía un sollozo cuando se detenían en la puerta de su celda. El hombre gordo llevaba unos grilletes de hierro en el brazo. A través de los barrotes de la puerta, le lanzaba una sonrisa lasciva.
-Buenas noche, señorita. Ya es hora de que demos un paseo.
-¡Nooo! -Empezaba a retroceder, desesperada, mientras buscaba con la mirada algún medio de huir. Sabía lo que querían, lo que les hacían a algunas de las otras mujeres. Había escapado de ellos hasta entonces, aunque no sabía muy bien por qué-. ¡Déjenme en paz! ¡Aléjense de mí! Se lo advierto, ¡váyanse y déjenme tranquila!
El hombre más alto se limitaba a sonreír, pero el gordo soltaba una carcajada fuerte: un sonido rudo, cruel, hiriente, que provocó un escalofrío en la espalda de _____________ y la despertó de su sueño.
El corazón parecía a punto de salirle del pecho y tenía el camisón empapado en sudor, pegado al cuerpo. Inclinó la cabeza contra la pared del portaequipaje y se recordó que el sueño no era real, ya no. Por algún milagro del destino, o quizá por intervención divina, había engañado a los dos despiadados guardias, se libró del destino que le tenían reservado y logró huir de Saint Bart.
_____________ se obligó a no pensar en ello, a enterrarlo en lo más profundo de su mente y a concentrarse en conservar esa libertad que tanto le costara conseguir. Se encontraba fuera del hospital, fuera del manicomio donde permaneció encerrada casi un año.
De momento eso era lo único que quería, lo único en que podía pensar. El futuro se extendía ante ella, pero ya habría tiempo de planear, de decidir qué hacer. Lo importante era evitar que la capturaran.
Volvió a dormirse. No tenía idea de cuántas horas habrían pasado cuando la despertó un fuerte tirón en el brazo que la sacó tambaleante del carruaje. Habría aterrizado en el barro si un segundo lacayo no le hubiera agarrado el otro brazo y la hubiese levantado con un tirón seco que le lanzó la cabeza hacia atrás.
-¡Suélteme! -_____________ forcejeó con él para intentar soltarse de la fuerte presa-. ¡Quíteme las manos de encima!
-¡Esta mocosa viajaba escondida! -exclamó uno de los hombres, que le pasó un brazo por la cintura para acercar la espalda de _____________ contra su pecho-. Seguro que es una ladrona.
Cuando oyó esa palabra, _____________ le propinó un fuerte puntapié en la espinilla y el hombre dio un respingo hacia atrás, con lo que la peluca plateada le quedó torcida.
-Maldita mendiga, si vuelves a hacer eso te arrepentirás.
-Vuelva a golpearme, señor, y le prometo que será usted quien se arrepentirá -replicó _____________, muy erguida.
-Muy bien, ya basta. -La voz grave se abrió paso entre el tumulto y ambos hombres se detuvieron al instante. Por primera vez, _____________ observó al hombre alto, imponente, que estaba entre las sombras y que supuso que sería el propietario del carruaje. Iba vestido con unos pantalones negros ceñidos, una levita negra y un chaleco a juego y con un fino filete plateado. Por delante, le asomaba el volante de la camisa de batista blanca, y de cada manga colgaba un poco de puntilla. Tenía la piel oscura y los cabellos todavía más oscuros y algo ondulados, recogidos detrás con una ancha cinta negra atada en un lazo-. Suelte a la chica, Cedric. Parece poder expresarse bien. Déle la oportunidad de hablar.
Los dos hombres obedecieron con cierto pesar. Le soltaron los brazos y dieron un paso atrás.
-¿Cómo te llamas? -preguntó el hombre alto-. ¿Y qué rayos hacías en la parte trasera de mi carruaje?
_____________ se puso derecha e intentó no pensar en la lamentable imagen que ofrecía con su camisón sucio, manchado de tierra, y los cabellos sueltos y enredados que le caían sobre la cara. Soltó la mentira que había inventado para la ocasión y las palabras le salieron de los labios con una facilidad sorprendente:
-Me llamo _____________ Gray y le diré una cosa, señor: No soy ninguna mendiga, y tampoco una ladrona. Soy una dama que ha sufrido un problema infausto. Si es el caballero que parece ser, le suplico que me ayude.
El hombre frunció el entrecejo. Tenía las cejas negras y unos ojos igualmente negros que, bajo los últimos rayos del sol de la tarde, parecían poseer un brillo plateado. La examinó de arriba abajo, captando hasta el último centímetro de su aspecto desastrado. Su mirada era tan intensa que, sin darse cuenta, _____________ se cubrió el pecho con los brazos.
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
Hola aquí estoy
Me encanta me encanta
Siguelaaaa
Me encanta me encanta
Siguelaaaa
JB&1D2
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
es Joe verdad??
Pero porque estaba en un manicomio??
Siguela!!!
Pero porque estaba en un manicomio??
Siguela!!!
aranzhitha
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
sigueeeeeee...
sigueeeeeeee....
sigueeeeeeeeeee...
sigueeeeeeee....
sigueeeeeeeeeee...
@ntonella
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
-Entre en la casa. Hablaremos en mi estudio.
Su consentimiento sorprendió a _____________. Iba sucia desde la punta de los cabellos grasientos hasta la planta de los pies desnudos y fríos. Sabía que debía de rezumar el hedor nauseabundo del manicomio por todos sus poros. Se armó de valor, no prestó atención a las miradas incrédulas de los lacayos y lo siguió hasta la casa, que era de hecho un enorme castillo de piedra al que se habían ido añadiendo partes con los años. _____________ se detuvo justo al cruzar el umbral.
-Le agradezco su cortesía, milord, pero querría pedirle un favor.
-¿Todavía tiene que explicarse y ya me pide un favor? Quienquiera que sea, no se anda con rodeos. ¿Qué favor desea?
-Un baño, milord. No puedo comentar bien mis circunstancias con lo sucia que voy y vestida de un modo indecente. Si me permitiera bañarme y me prestara algo de ropa para cambiarme, estoy segura de que ambos nos sentiríamos más cómodos.
Él la contempló un largo rato mientras sopesaba sus palabras y contrastaba el modo educado de hablar con el aspecto harapiento. _____________ lo observó a su vez y vio los ángulos bien definidos del rostro y la complexión ancha de hombros y estrecha de caderas. Era un hombre atractivo, sin duda, pero mostraba una dureza, un aspecto de voluntad de hierro que le decía que tuviera cuidado.
-Muy bien, señorita Gray, puede tomar un baño. -Se volvió hacia el mayordomo de nariz larga, que permanecía a escasa distancia-. Llame a la señora Pendergass, Reeves. Pídale que atienda las necesidades de la señorita y después acompáñela de nuevo aquí abajo. -Se giró de nuevo hacia _____________ y añadió-: La esperaré en mi estudio. -Su mirada se intensificó-. Y le advierto que, si lo que me dice no es la verdad, será expulsada de aquí como si fuera basura, señorita Gray. ¿Me explico con claridad?
-Sí, milord. Con toda claridad -respondió _____________ con un escalofrío. Él asintió en silencio y se dio la vuelta para marcharse-. ¿Milord?
-¿Sí, señorita Gray? -murmuró con un suspiro de exasperación.
-Me parece que no sé su nombre.
El hombre arqueó las cejas e hizo una reverencia exagerada.
-Joseph Adam Jonas, quinto marqués de Litchfield, a su servicio. -Una media sonrisa burlona le asomó a los labios-. Bienvenida al castillo de Running.
Se volvió y se alejó, y esta vez _____________ no lo detuvo. El ama de llaves, la señora Pendergass, apareció unos momentos después y la condujo a un elegante dormitorio situado en el piso de arriba. _____________ ignoró la mirada de reproche de aquella mujer metida en carnes y se dirigió tras el biombo para vaciar la vejiga con un suspiro.
Ya sintiéndose mejor, se acercó a la ventana para aguardar el baño. Desde ahí se veía el patio interior. El castillo era magnífico, de cientos de años, con torres almenadas y una buena parte de la muralla exterior aun intacta alrededor de lo que en su día debió de ser el patio bajo.
La casa en sí se hallaba muy bien cuidada. El dormitorio que _____________ ocupaba estaba decorado en azul marino y marfil, acentuado con elegantes piezas orientales. El gusto del marqués era impecable.
La voz del ama de llaves interrumpió sus pensamientos:
-Su baño está preparado. No sé quién es usted ni cómo logró imponerse a su Excelencia, pero le aconsejo que no trate de aprovecharse. Su caridad se debe a la generosidad, no a la debilidad. Más le vale recordarlo.
Lo recordaría, seguro. Le había bastado una mirada a esos duros ojos oscuros para saber que el marqués no era nada débil.
-Yo, que usted, no me demoraría -prosiguió la mujer-. A su Excelencia no le gustaría.
«Y no le gustará verlo enfadado», fueron sus palabras implícitas.
_____________ aceptó el consejo en silencio, se quitó el camisón manchado, contenta de que fuera uno de los suyos, bordados, y no uno de los del hospital con el cuello ribeteado con una amplia cinta roja. Avanzó desnuda hacia el baño con sólo un poquito de vergüenza, se metió en la humeante bañera de cobre y, al sumergirse en el agua, dejó extasiada que el calor penetrara en sus músculos doloridos, que el hedor y la suciedad se diluyeran bajo la fragancia de rosas. Se recostó sonriente en el metal, disfrutando de ese placer simple, tan distinto de las restregaduras mensuales que había soportado en Saint Bart.
La señora Pendergass se fue mientras ella se lavaba la cabeza con el jabón con aroma de rosas que le había llevado para que lo usara. Después, se la aclaró y volvió a acomodarse bien. En unos instantes se vestiría con la ropa que el ama de llaves le hubiera conseguido y se enfrentaría a aquel hombre de cabellos oscuros. Antes de bajar, ensayaría la mentira que tenía preparada. De momento se permitiría el placer de quedarse allí en el agua jabonosa y caliente, in placer que no había experimentado en casi un año.
Sentado tras el amplio escritorio de caoba de su estudio, Joseph Jonas, marqués de Litchfield, se reclinó en su silla de piel. Juntó las manos pensando en la mujer de arriba, en realidad poco más que una niña, pues no tendría más de veinte años. Aun sucia y desarreglada tenía algo..., algo que lo intrigaba. Quizá fuera el modo en que se comportaba, más como un miembro de la realeza que como la mendiga que parecía.
Era más alta de lo corriente, más delgada de lo que debería haber sido, con el pelo castaño oscuro y unos senos pequeños y firmes que su camisón harapiento no hacía mucho por ocultar. Pero hablaba como una dama. Se preguntaba quién demonios sería.
En ese momento llamaron a la puerta. El mayordomo, Preston Reeves, hizo pasar a la chica al estudio en cuanto les ordenó que entraran. Apenas capaz de creer que la mujer que tenía delante era la misma persona desaliñada que se había escondido en la parte trasera de su carruaje, Joseph se levantó de modo instintivo.
Incluso vestida con una simple blusa blanca y la falda de algodón marrón de una sirvienta, no había duda de que era una dama. La postura de sus hombros y la mirada de sus ojos verdes hablaban por sí solos.
Y vio que era preciosa. Tenía cejas oscuras y bien arqueadas, rasgos delicados, nariz recta, y labios carnosos y de forma perfecta. Lo que no había visto de su cara bajo la suciedad era ahora más que evidente: una piel del color de la miel mezclada con nata y unos puntos rosas que le teñían las mejillas.
-Quizás tenía razón, señorita Gray. Su aspecto ha mejorado. ¿Por qué no se sienta y me cuenta qué sucede?
Su consentimiento sorprendió a _____________. Iba sucia desde la punta de los cabellos grasientos hasta la planta de los pies desnudos y fríos. Sabía que debía de rezumar el hedor nauseabundo del manicomio por todos sus poros. Se armó de valor, no prestó atención a las miradas incrédulas de los lacayos y lo siguió hasta la casa, que era de hecho un enorme castillo de piedra al que se habían ido añadiendo partes con los años. _____________ se detuvo justo al cruzar el umbral.
-Le agradezco su cortesía, milord, pero querría pedirle un favor.
-¿Todavía tiene que explicarse y ya me pide un favor? Quienquiera que sea, no se anda con rodeos. ¿Qué favor desea?
-Un baño, milord. No puedo comentar bien mis circunstancias con lo sucia que voy y vestida de un modo indecente. Si me permitiera bañarme y me prestara algo de ropa para cambiarme, estoy segura de que ambos nos sentiríamos más cómodos.
Él la contempló un largo rato mientras sopesaba sus palabras y contrastaba el modo educado de hablar con el aspecto harapiento. _____________ lo observó a su vez y vio los ángulos bien definidos del rostro y la complexión ancha de hombros y estrecha de caderas. Era un hombre atractivo, sin duda, pero mostraba una dureza, un aspecto de voluntad de hierro que le decía que tuviera cuidado.
-Muy bien, señorita Gray, puede tomar un baño. -Se volvió hacia el mayordomo de nariz larga, que permanecía a escasa distancia-. Llame a la señora Pendergass, Reeves. Pídale que atienda las necesidades de la señorita y después acompáñela de nuevo aquí abajo. -Se giró de nuevo hacia _____________ y añadió-: La esperaré en mi estudio. -Su mirada se intensificó-. Y le advierto que, si lo que me dice no es la verdad, será expulsada de aquí como si fuera basura, señorita Gray. ¿Me explico con claridad?
-Sí, milord. Con toda claridad -respondió _____________ con un escalofrío. Él asintió en silencio y se dio la vuelta para marcharse-. ¿Milord?
-¿Sí, señorita Gray? -murmuró con un suspiro de exasperación.
-Me parece que no sé su nombre.
El hombre arqueó las cejas e hizo una reverencia exagerada.
-Joseph Adam Jonas, quinto marqués de Litchfield, a su servicio. -Una media sonrisa burlona le asomó a los labios-. Bienvenida al castillo de Running.
Se volvió y se alejó, y esta vez _____________ no lo detuvo. El ama de llaves, la señora Pendergass, apareció unos momentos después y la condujo a un elegante dormitorio situado en el piso de arriba. _____________ ignoró la mirada de reproche de aquella mujer metida en carnes y se dirigió tras el biombo para vaciar la vejiga con un suspiro.
Ya sintiéndose mejor, se acercó a la ventana para aguardar el baño. Desde ahí se veía el patio interior. El castillo era magnífico, de cientos de años, con torres almenadas y una buena parte de la muralla exterior aun intacta alrededor de lo que en su día debió de ser el patio bajo.
La casa en sí se hallaba muy bien cuidada. El dormitorio que _____________ ocupaba estaba decorado en azul marino y marfil, acentuado con elegantes piezas orientales. El gusto del marqués era impecable.
La voz del ama de llaves interrumpió sus pensamientos:
-Su baño está preparado. No sé quién es usted ni cómo logró imponerse a su Excelencia, pero le aconsejo que no trate de aprovecharse. Su caridad se debe a la generosidad, no a la debilidad. Más le vale recordarlo.
Lo recordaría, seguro. Le había bastado una mirada a esos duros ojos oscuros para saber que el marqués no era nada débil.
-Yo, que usted, no me demoraría -prosiguió la mujer-. A su Excelencia no le gustaría.
«Y no le gustará verlo enfadado», fueron sus palabras implícitas.
_____________ aceptó el consejo en silencio, se quitó el camisón manchado, contenta de que fuera uno de los suyos, bordados, y no uno de los del hospital con el cuello ribeteado con una amplia cinta roja. Avanzó desnuda hacia el baño con sólo un poquito de vergüenza, se metió en la humeante bañera de cobre y, al sumergirse en el agua, dejó extasiada que el calor penetrara en sus músculos doloridos, que el hedor y la suciedad se diluyeran bajo la fragancia de rosas. Se recostó sonriente en el metal, disfrutando de ese placer simple, tan distinto de las restregaduras mensuales que había soportado en Saint Bart.
La señora Pendergass se fue mientras ella se lavaba la cabeza con el jabón con aroma de rosas que le había llevado para que lo usara. Después, se la aclaró y volvió a acomodarse bien. En unos instantes se vestiría con la ropa que el ama de llaves le hubiera conseguido y se enfrentaría a aquel hombre de cabellos oscuros. Antes de bajar, ensayaría la mentira que tenía preparada. De momento se permitiría el placer de quedarse allí en el agua jabonosa y caliente, in placer que no había experimentado en casi un año.
Sentado tras el amplio escritorio de caoba de su estudio, Joseph Jonas, marqués de Litchfield, se reclinó en su silla de piel. Juntó las manos pensando en la mujer de arriba, en realidad poco más que una niña, pues no tendría más de veinte años. Aun sucia y desarreglada tenía algo..., algo que lo intrigaba. Quizá fuera el modo en que se comportaba, más como un miembro de la realeza que como la mendiga que parecía.
Era más alta de lo corriente, más delgada de lo que debería haber sido, con el pelo castaño oscuro y unos senos pequeños y firmes que su camisón harapiento no hacía mucho por ocultar. Pero hablaba como una dama. Se preguntaba quién demonios sería.
En ese momento llamaron a la puerta. El mayordomo, Preston Reeves, hizo pasar a la chica al estudio en cuanto les ordenó que entraran. Apenas capaz de creer que la mujer que tenía delante era la misma persona desaliñada que se había escondido en la parte trasera de su carruaje, Joseph se levantó de modo instintivo.
Incluso vestida con una simple blusa blanca y la falda de algodón marrón de una sirvienta, no había duda de que era una dama. La postura de sus hombros y la mirada de sus ojos verdes hablaban por sí solos.
Y vio que era preciosa. Tenía cejas oscuras y bien arqueadas, rasgos delicados, nariz recta, y labios carnosos y de forma perfecta. Lo que no había visto de su cara bajo la suciedad era ahora más que evidente: una piel del color de la miel mezclada con nata y unos puntos rosas que le teñían las mejillas.
-Quizás tenía razón, señorita Gray. Su aspecto ha mejorado. ¿Por qué no se sienta y me cuenta qué sucede?
NiinnyJonas
Re: Seda y Acero (Joe y Tu) [Adaptación Terminada]
ah sube mas me encanta la nove
plis sube mas kiero saber ke le va a decir
!!!
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!!!
damned
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