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“Pecados de la Carne” (Joe&Tú) CANCELADA

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Mensaje por LaliisSm17 Sáb 28 Mayo 2011, 6:45 pm

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Nombre: Pecados de la Carne.
Autor: Devyn Quinn.
Adaptación: Si.
Género: Hot.
Advertencias: ------------
Otras Páginas: No.



ARGUMENTO:
Cuando ______ ______ debe cerrar su pequeña librería por culpa de las deudas, no tiene tiempo de llorar, ya que los acreedores no se distinguen por su paciencia. Y cuando ve que en el club más de moda de la ciudad están buscando a una camarera, entra decidida a obtener el puesto. Con lo que no contaba era con que su jefe fuera el misterioso y terriblemente sexy Joseph Jonas.

El Mystique es un club gótico, un descenso a la decadencia. El frenesí sexual late al ritmo de la música desenfrenada y delirante. Antes de darse cuenta, la sangre de ______ se calienta y se acelera. Y el culpable es Joe.

Es un amante creativo, dominante, que la despierta a placeres físicos que nunca imaginó, y a corazón se dispara cada vez que se rozan. Pero cada clímax tiene su precio, y pronto Joe reclamará que ______ pague todas sus deudas... con algo más que pasión.




Última edición por LaliisSm17 el Sáb 16 Mar 2013, 6:40 pm, editado 3 veces
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“Pecados de la Carne” (Joe&Tú) CANCELADA Empty Re: “Pecados de la Carne” (Joe&Tú) CANCELADA

Mensaje por MaryPeters Sáb 28 Mayo 2011, 7:18 pm

me encanto, jajaja asi enserio, amm y que quiere joe? yo estoy dispuesta a darle todo! jajaja sigue!
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“Pecados de la Carne” (Joe&Tú) CANCELADA Empty "Pecados de la Carne" (Joe&Tú)

Mensaje por LaliisSm17 Sáb 28 Mayo 2011, 7:37 pm

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Warwickshire, Inglaterra, 1895

La inmortalidad estaba a su alcance, sólo tenía que alargar la mano.
Joseph Jonas miró fijamente a las dos mujeres que lo esperaban desnudas en la cama. La tenue luz de las velas acariciaba sus cuerpos cubriéndoles la piel de un cálido y sensual rubor. Luces y sombras se entremezclaban por la habitación, tejiendo un lento vals, al son de los constantes relámpagos que, fuera, anunciaban tormenta.
Joe sonrió hipnotizado por aquella imagen. La expectación espesaba el ambiente. Su deseo crecía y los impulsos primitivos básicos se multiplicaban en su interior.
Ser. Pertenecer.
La noche anterior, sus ojos se habían cerrado al mundo que lo rodeaba. Su corazón dejó de latir, dejó de entrar aire en sus pulmones y su vida mortal simplemente terminó. El aliento de una criatura inmortal lo había despertado de su breve sueño; la sangre de las venas de su señora y el sabor de su profano beso borraron los últimos vestigios de su vida mortal.
Nunca más volvería a ser un humano entre los humanos. Ya no. Había desechado ese caparazón, ese mordaz manto decadente; lo había abandonado del mismo modo que un gusano se deshace de su crisálida para convertirse en una preciosa mariposa.
De repente, la tormenta envolvió la mansión aislándola del resto del mundo. Un extraño frío, casi glacial, insistía en merodear por las esquinas de la habitación, ignorando el fuego que ardía en la chimenea. El viento del exterior vestía el momento de mayor intensidad; un eco sordo de la tormenta que estaba a punto de desatarse en el interior de su alma.
Le escocía la piel; Joe se tocó la frente con la palma de la mano: estaba helada. Le temblaba la mano. Había librado una dura batalla para escapar de las garras de la muerte. Tenía los hombros tensos y la espalda completamente rígida; no se podía relajar. Los segundos pasaban; se convertían en minutos. Lo habían despertado y ahora sabía que se tenía que alimentar; reponer la energía que su cuerpo había perdido al renacer.


Capítulo 1



Warren, California. En la actualidad.

Una vez más, la noche había llegado a su fin. Las garras del alba se aferraban al horizonte de la tierra, negándose a ceder ni una hora más a la oscuridad. Lentamente, las orillas del oscuro cielo nocturno se teñían de rosa pálido. Muy pronto, el despiadado sol reinaría de nuevo.
Joe Jonas, acostado sobre una chaise longe, se tomaba el último trago de su vaso de jerez.
—Una noche más —murmuró para sí— echada a perder.
Con la ropa mal puesta y apestando a sexo, echó una mirada a su alrededor. Estaba rodeado de una proliferación de cuerpos desnudos. El olor corporal que desprendían se mezclaba con el intenso aroma a incienso de sándalo que flotaba en la habitación. Los sexos se mezclaban, se fusionaban. Aquella noche no sonó música y, sin embargo, muchos de ellos bailaron juntos dibujando rítmicos y lentos movimientos. Otros, más cegados por el placer, se adueñaron de sofás, sillas e incluso del suelo y se dejaron llevar por la pasión de ardientes prácticas amatorias. Fundidos en íntimos abrazos, se exploraron centímetro a centímetro con las manos y la boca.
Joe frunció el ceño disgustado.
—Ya no soy capaz de distinguir una noche de otra. —Su vida se había convertido en una nube borrosa. No estaba viviendo de verdad. Simplemente existía.
Disgustado, se levantó; casi tropieza con las mujeres desnudas que estaban acostadas sobre la alfombra. Registró un vago recuerdo. Se había follado a una de ellas. Más de una vez, analmente, oralmente, y en todas las posturas que uno se pueda imaginar.
Cerró los ojos e intentó rescatar un recuerdo que no tenía ningún interés en rememorar; en su boca se dibujó una mueca de disgusto. La imagen del cuerpo desnudo de aquella chica no conseguía hacerlo reaccionar. Se preguntaba sí habría visto en ella algo más que una mera herramienta para saciar su apetito. Emitió un profundo gruñido. —Nada, maldita sea. Nada.
En lugar de sentirse satisfecho, se sentía vacío. Aquella mujer no significaba nada, no había causado ni las más mínima impresión en él. Ni siquiera sabía su nombre. Dentro de algunas horas no recordaría ni su cara.
—Qué Dios me perdone —dijo esbozando una malvada sonrisa—. Nunca pensé que me aburriría de la inmoralidad.
Triste, pero cierto.
Joe apretó los labios. Todo lo que debía ir bien en su vida iba mal. Muy mal.
Se sintió atrapado entre aquellas paredes, agobiado por la respiración de todas aquellas personas; necesitaba salir al exterior. Si no salía, empezaría a gritar y no pararía de hacerlo nunca más.
Se detuvo un momento para rellenar un vaso que, últimamente, se vaciaba con demasiada regularidad y se encaminó hacia las puertas francesas que daban a los jardines traseros.
Cuando salió, se sintió más aliviado gracias al fresco y perfumado aire de la mañana, pero le seguía doliendo un poco la cabeza.
Mientras se bebía el jerez, observó cómo el día se abría paso entre las sombras. Aquellas silenciosas horas, cuando el mundo aún dormía, eran las que más duras le resultaban; la soledad se apoderaba de él y sentía que su alma estaba vacía. Pronto tendría que buscar refugio. Durante el día, sus energías y habilidades paranormales se debilitaban. Si se mantenía a cubierto, podía ir a cualquier sitio con bastante libertad. Cuando salía al exterior, al bajar del coche, debía apresurarse para ocultarse del sol. Sin embargo, últimamente, había flirteado con la idea de exponerse a la luz del sol.
El suicido lo tentaba, pero siempre se había contenido. Y no porque no fuera lo bastante fuerte; no necesitaba ser fuerte para exponerse a la luz del sol. Sólo debía caminar hasta que se le quemara la carne y su piel se convirtiera en polvo. Sin duda, una muerte como ésa sería dolorosa. Tal vez sería una penitencia bien merecida.
Ariel murió y él había sobrevivido.
Joe dio un paso hacia delante y luego otro; pero se sintió incapaz de dar un tercero.
Se paró. Enterró la idea de la autoinmolación en lo más recóndito de su mente. Los Kynn escaseaban. Los Amhais, acosadores de las sombras, operaban con eficiencia. Los cazadores de vampiros, empujados por el fanatismo religioso, no desistirían jamás. El mismo había estado a punto de caer en sus redes en varias ocasiones. Aquellos humanos eran expertos asesinos y estaban demasiado dispuestos a morir por su causa.
Para los Amhais, un vampiro era un vampiro. Y los vampiros debían ser asesinados.
A Joe se le hizo un nudo en la garganta. Un gélido escalofrío le recorrió la espalda. Ya había pasado casi un siglo desde que perdió a Ariel por culpa de esos estúpidos ignorantes.
A pesar de que nunca fue un hombre que se dejara llevar por la tristeza, cayó en una profunda depresión; su existencia se le antojaba una fútil maldición. La inmortalidad no significaba nada cuando se tenía que pasar en soledad, y la muerte de su señora era más difícil de soportar sabiendo que tenía toda la eternidad por delante. Creía que había progresado desde entonces, pero no era así.
Cerró los ojos. Recordar la muerte de Ariel le provocó un fuerte dolor de cabeza; sus manos empezaron a temblar. Temiendo desmayarse, pasó los fríos dedos por los ojos y presionó los párpados con fuerza. Él y Ariel no habían estado juntos durante mucho tiempo, pero la huella que dejó en él quedó indeleblemente grabada en su cerebro.
Ariel había sido su señora. Su amante. Ella lo había sido todo para él.
Habían planeado una eternidad juntos, y tuvieron menos de una década. Nunca encontraría una mujer que pudiera reemplazarla. En realidad, las mujeres que había actualmente en su vida sólo eran cuerpos bonitos; pasaban de largo en su vida y no dejaban huella alguna ni en su mente ni en su corazón.
Antes era un hedonista en el más amplio sentido de la palabra. Hubo un tiempo en su vida en el que no podía parar de buscar el pecado; era su naturaleza. La vida estaba hecha para disfrutarla y había demasiadas tentaciones.
Sin embargo, había pasado ya mucho tiempo.

Continuara.


mary_y_nick
Bienvenida! :D




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Mensaje por marunii Sáb 28 Mayo 2011, 9:33 pm

ME ENCANTA! LA HISTORIA ME LLAMO LA ATENCIÓN, esta muy buena. Podrías pasarte por la mía? :)

"You're Just Like Me" (Nick&Tu)"

Bueno, mirala o no...

Ah casi me olvido... SEGUILAAAA!
marunii
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“Pecados de la Carne” (Joe&Tú) CANCELADA Empty Re: “Pecados de la Carne” (Joe&Tú) CANCELADA

Mensaje por MaryPeters Lun 30 Mayo 2011, 2:22 pm

porfa siguelaa!
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Mensaje por LaliisSm17 Lun 30 Mayo 2011, 5:46 pm

"Pecados de la Carne" (Joe&Tú)


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Capítulo 4



______ se apresuró hasta la parte trasera de la tienda y atrancó la puerta para que se quedase abierta, luego abrió el maletero del coche. Una ráfaga de viento le levantó un poco la falda. Aún no se oían truenos, pero los constantes relámpagos avisaban de la inminente tormenta.
Se cogió el dobladillo de la falda antes de que se le levantase más y todo el mundo viese sus pantis, y volvió rápidamente a la tienda para coger una caja de libros. La llevó a peso hasta el coche y la metió en el maletero. Hizo dos viajes más y todo acabó.
Cerró el maletero de golpe. Doce años echados a perder. Los coches subían por la calle Main para dirigirse a la gran zona comercial.
—Todos al centro comercial. —«Al maldito centro comercial.»
Una mujer bajita, corpulenta, con una deslumbrante melena pelirroja y las mejillas coloradas salió de la puerta trasera del edificio que estaba junto al suyo. Frannie Sutter se dirigía hacia ella a toda velocidad vestida con uno de sus conjuntos hippies concebido para ignorar abiertamente el mundo de la moda. Los amuletos que llevaba colgados del cuello tintineaban cuando caminaba; parecía una campanita balanceada por el viento. El aire apenas le dañaba el peinado. Aquella masa rojiza siempre tenía el aspecto de haber sido soldada con algún fijador extrafuerte. Llevaba anillos en todos los dedos de las manos, incluso en los pulgares; algunos eran caros, pero la mayoría sólo era bisutería chillona. Frannie tenía una tienda de magia y le gustaba decir que, además de ser pitonisa, era una bruja blanca. A menudo le pedía a ______ las novedades sobre brujería y poderes sobrenaturales.
— ¿Ya te vas, querida?
—Sí, ya lo tengo todo preparado.
Frannie miró el viejo coche oxidado de ______ y suspiró.
—Lo siento, cariño. Hice todos los hechizos que pude. —Se encogió de hombros un poco avergonzada—. Supongo que esta vez me han fallado los poderes.
______ hizo una mueca con los labios.
—No te preocupes. Ya me lo esperaba. A decir verdad, tendría que haber cerrado la tienda hace un año. —«Si lo hubiera hecho aún me quedaría un poco de dinero.» Tal como estaban las cosas en aquel momento, no le quedaba ni un céntimo.
Frannie la arropó con un gran abrazo. El olor a gardenias que desprendía aquella mujer se pegó a la piel de ______.
—Esto no será lo mismo sin ti.
Rachel se enjugó las lágrimas.
—Odio esto —susurró—. Lo estoy perdiendo todo.
A Frannie también se le escaparon las lágrimas, pero intentó sonreír.
—Lo sé. —Hacía pucheros mientras se limpiaba las lágrimas—. ¿Puedo hacer algo por ti?
A ______ se le hizo un nudo en la garganta. Vaciló durante un largo y tormentoso minuto.
—Enciende una vela por mí.
Frannie, encantada con la idea, le dedicó una traviesa mirada y arqueó las cejas.
— ¿Quieres que rece también para que aparezca en tu vida un guapísimo y alto moreno?
Aquella sugerencia recorrió el cuerpo de ______ como una gota de agua congelada. Rotundamente no. « ¿Y que vuelvan a fastidiarme la vida? Ni hablar», pensó.
—Preferiría saber qué número va a salir en la lotería, por favor —contestó.
Frannie le guiñó un ojo.
—Mucho mejor. Así te podrás comprar todos los muñecos hinchables que quieras.
Un relámpago brilló en el cielo advirtiendo de la tormenta que se avecinaba.
Frannie le dio un último abrazo a su amiga, se despidió con la mano y volvió corriendo a su tienda. Tenía un trabajo, un lugar al que ir, clientes que atender.
Justo cuando algunas gruesas gotas de agua empezaron a golpear el coche, Rachel se deslizó tras el volante con la vista nublada por las lágrimas. La lluvia comenzó a castigar la tierra con fuerza. ______ arrugó la nariz y se limpió algunas gotas de lluvia de la cara. No quería irse a casa. Aún no. Tampoco tenía prisa. Nadie la estaba esperando, excepto su gato Sleek. Y si sus platos de comida y agua estaban llenos tampoco él la echaría de menos.
Sintiéndose como una completa perdedora, ______ se hundió en su asiento. Para ella, cerrar la librería no sólo suponía perder su fuente de ingresos, también significaba perder hasta el último céntimo que tenía.
¿Cómo llamaban a las jóvenes empresarias que no tenían dónde caerse muertas? ¿Jóvenes, aunque sobradamente preparadas?
Fracasadas.
—Fracasada, efectivamente —balbuceó—. Tal vez no tenga trabajo, pero aún tengo un título. Seguro que hay un montón de gente que se muere por contratarme. Me puedo ganar la vida trabajando en cualquier sitio.
Valientes palabras. En el fondo estaba muerta de miedo. Tenía el estómago revuelto; amarga bilis subía por su garganta. Se había vuelto a quedar en la calle con la nariz pegada a la ventana de la fortuna. Se sentía como si la vida la hubiera echado. Había sido desahuciada. ¡Otra vez!
Las lágrimas asomaron a sus ojos. Pestañeó y una de ellas resbaló por su mejilla. Otra la siguió. Limpiándoselas, aporreó el volante con las manos.
— ¡Maldita sea, tengo treinta y tres años! Soy demasiado vieja para volver a empezar.
El montón de facturas que ocupaba el asiento del pasajero atrajo su atención. Esbozó una mueca de dolor mientras las enumeraba mentalmente.
El alquiler, el agua, la luz, el gas, el teléfono, el seguro del coche... La Visa al máximo. La Master Card también. Casi mil dólares en facturas, sin contar los tres meses que aún debía del alquiler de la tienda. Había sido una auténtica estúpida y firmó un contrato que la comprometía a pagar el semestre entero, tanto si la tienda seguía abierta como si estaba cerrada. Tenía que pagar el maldito local hasta junio. Casi doce mil dólares.
Un gélido escalofrío le recorrió el cuerpo. «No tengo suficiente dinero.»
Rebuscó en el bolso y cogió el talonario. El balance era desmoralizador. Doscientos dólares en efectivo y otros ochocientos en ahorros. Después de pagar los novecientos dólares del alquiler le quedarían solo cien dólares. Y aunque pagara esos novecientos dólares, ni siquiera se acercaría a liquidar la deuda que tenía por la tienda.
—Brillante. —Tiró el talonario—. Eres un jodido genio con el dinero.
Empezó a deprimirse. La lluvia comenzó a golpear el parabrisas con más fuerza haciendo eco de los pensamientos que se agolpaban en su mente.
______ se frotó los ojos. Estaba exhausta. En ese momento deseaba poder evaporarse, dejar de existir. Su vida no había sido ni hermosa ni interesante. Ciertamente, nadie la iba a echar de menos. Hacía ya muchos años que sus padres habían muerto. Tenía algunas tías y tíos lejanos y algunos primos; personas que apenas conocía y que hacía años que no veía. Si desapareciese mañana, ¿la buscaría alguien?
—No.
Al pensarlo frunció el ceño.
Sola. Así es como estaba en la vida.
Cuidaba de sí misma. Punto. Y en ese momento cuidar de sí misma significaba encontrar otro trabajo.
Rápido.
—Así son las cosas. —Apretó los dientes con rabia—. A partir de ahora voy a pensar solo en mí.


Capítulo 5



Sentada frente a un periódico abierto en la página de clasificados, ______ se tomaba un café con leche doble con nata batida: su capricho favorito. Aunque estuviera arruinada y no le quedase nada para comer en la nevera, no estaba dispuesta a renunciar a la única alegría que tenía en la vida. Sería capaz de dejar de comer a cambio del placer de poder seguir tomándose aquel café demasiado caro en una taza de diseño.
Bolígrafo en mano, marcó algunos anuncios de trabajos a los que quería optar. En la mayoría de ellos sólo se ofrecía el salario mínimo y eran puestos que estaban bastantes peldaños por debajo de los cargos que ella había ocupado. Ya había solicitado todos los puestos de dirección, secretaria y dependienta que estaban dignamente remunerados, incluso se había tragado el orgullo y había solicitado el puesto de segunda encargada en la librería del centro comercial. Pero la economía estaba por los suelos y la tasa de desempleo por las nubes, por lo que no era la única persona que buscaba trabajo. Los empresarios se podían permitir el lujo de elegir entre una gran variedad de candidatos.
______ no tenía tiempo suficiente para encontrar el trabajo que realmente quería. Aceptaría cualquier cosa para poder pagar las facturas hasta que surgiese algo mejor. Bueno, casi cualquier cosa. Por muy mala que fuera su situación, había cosas que eran inaceptables. Se negaba rotundamente a trabajar en establecimientos de comida rápida, y tampoco pensaba lavar coches o trabajar como conserje o auxiliar de enfermería. No había caído tan bajo. Aún.
Arrugó la nariz mientras abandonaba la sección de dependientas y echó una ojeada a los anuncios de alimentación. Justo cuando iba a pasar de largo, sus ojos se pararon en un anuncio.
Decía: «SE BUSCA AZAFATA. DISCOTECA MYSTIQUE. TAMBIÉN SE BUSCAN CAMARERAS Y PERSONAL DE COCINA. SE VALORARÁ MUY POSITIVAMENTE LA EXPERIENCIA
No leyó más; se quedó pensativa golpeándose la barbilla con el bolígrafo mientras decidía si marcaba el anuncio o no.
El Mystique era el mejor local al que ir de marcha. Era una discoteca de temática gótica que había abierto hacía más o menos un año. Atraía a una interesante mezcla de gente: desde personas normales que iban a tomarse una copa y a bailar, hasta psicópatas que parecían tener un problema con la realidad. Además de contar con un numeroso colectivo homosexual, Warren también albergaba una gran comunidad pagana. De día tenían trabajos normales como cualquier otra persona. Por las noches merodeaban vestidos de añil, fingiendo ser criaturas sobrenaturales.
— ¿De verdad quiero trabajar en un sitio así? ______ golpeó el anuncio con el bolígrafo rodeándolo de pequeños puntos rojos. Había algo en aquel anuncio que la atraía. ¿Trabajar en una discoteca? No era la clase de persona a la que le gustara estar en un local repleto de gente. El Mystique era un lugar ruidoso y salvaje, y atraía al tipo de personas con las que ella no se mezclaba. Sin embargo, en la oficina de desempleo, había oído decir que las chicas que trabajaban allí ganaban bastante dinero. Una camarera podía ganar más de cien dólares en propinas en una sola noche. Tenía clarísimo que esa clase de ingresos no iba contra sus principios.
Utilizando las cifras que había escuchado en aquella conversación, garabateó unos cálculos rápidos en la esquina del papel. Esa clase de ingresos la ayudarían a zanjar la deuda más rápido. Volvió a golpearse la barbilla con el bolígrafo. Suponía que sería perfectamente capaz de aguantar a toda aquella gente que frecuentaba el club, a cambio de una cantidad decente de dinero. Ya había trabajado de camarera cuando iba a la universidad. Tampoco podía ser muy complicado llevar bebidas del punto A al punto B.
Sólo había un pequeño problema.
El dueño del Mystique únicamente contrataba a cierta clase de mujeres. Sólo las auténticas bellezas pasaban el exigente examen del jefe. Las chicas que trabajaban en el Mystique eran todas guapas, tenían enormes tetas, el culo firme, llevaban una estupenda permanente y fundas blancas en los dientes (eran actrices que pretendían llegar a Hollywood). La triste realidad era que la mayoría de ellas no tenía verdadero talento. De hecho, comparadas con algunas de ellas, las estrellas del porno parecían inteligentes. Normalmente, la mayoría de esas chicas acababan trabajando de prostitutas.
Vale, ella no tenía una larga melena teñida de rubio ni un enorme par de tetas. Ella tenía una copa B en la delantera y unas matadoras piernas larguísimas (la consecuencia más evidente de ser una jirafa de casi metro ochenta de estatura). Como no pretendía ser la próxima actriz en ganar un Oscar, tal vez trabajar en el Mystique la ayudaría a conseguir un equilibrio financiero hasta que pudiera encontrar una posición más estable.
El puesto de azafata no parecía estar del todo mal. Lo único que hacían aquellas chicas era pasear de un lado a otro, dar la mano a los clientes, asegurarse de que todo el mundo estaba contento, vigilar que nadie se llevase las propinas de las mesas y organizar mesas para grupos. No parecía necesitar muchas de sus neuronas para hacer esas cosas.
Estuvo un buen rato dibujando pequeños círculos alrededor del anuncio, luego se acabó rápidamente el café, metió la taza en el fregadero y tiró la servilleta a la basura.
— ¿Por qué no?
El Mystique estaba en las afueras de Warren; era una de las últimas cosas que veía la gente cuando salía de la ciudad. El edificio representaba un castillo medieval, incluso tenía torres y puente levadizo. El puente, en lugar de estar sobre el agua, unía el edificio con el aparcamiento.
______ le echó un vistazo a su maquillaje y se arregló el pelo antes de salir del coche. No se molestó en cerrarlo. No tenía nada que le pudieran robar, sólo un periódico y un montón de tazas de café vacías. Se colgó el bolso del hombro y se dirigió a la entrada principal del club. Aquel lugar era impresionante incluso a plena luz del día. Rodeado de una arboleda de cuatro mil metros cuadrados, el terreno circundante estaba cubierto por un manto de hierba que siempre crecía verde y los setos estaban perfectamente podados; en realidad, era uno de los lugares más bonitos de la ciudad. El dueño no había reparado en gastos.
Eran las diez de la mañana y el aparcamiento estaba casi vacío. El club no abría las puertas al público antes del mediodía. Había los coches suficientes para que ______ dedujese que algunos empleados ya habían empezado su jornada laboral.
Respiró hondo y se mentalizó para mostrar su mejor faceta «pública», alargó el brazo y abrió la puerta del club.
Estaba un poco nerviosa. Se había acostumbrado a estar al otro lado de la
Mesa durante las entrevistas; ya no recordaba cómo era que la entrevistasen a ella.

Continuara.


marinieva
Bienvenida! :D :D
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Mensaje por Ell Payne' Lun 30 Mayo 2011, 6:15 pm

OHMYJONAS!
AMO LA NOVEE!
Soy nueva y fiel lectora!
siguela porfavor(:
Ell Payne'
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Mensaje por MaryPeters Lun 30 Mayo 2011, 6:25 pm

jajaja pobre la rayis, no sabe lo que
le espere, pero bueno le va a gustar y mucho
jajaja sigue porfa!
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Mensaje por LaliisSm17 Lun 30 Mayo 2011, 7:00 pm


Bienvenida!
ElviiTha Jonas'♥️
Hay mil perdón me equivoque y no les subí los capitulos 2 y 3
Perdón ya se los subo :D


Última edición por LauraSmiley! el Lun 30 Mayo 2011, 7:05 pm, editado 1 vez
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Mensaje por LaliisSm17 Lun 30 Mayo 2011, 7:03 pm

Capítulo 2



El mundo había cambiado. Los humanos crecían, envejecían y morían a su alrededor. La tecnología había evolucionado, la geografía había cambiado, las culturas se encontraban y se fusionaban. Mantenerse a flote nunca había supuesto ningún problema para él.
Hasta ahora.
En algún momento que Joe no podía precisar con claridad, la entropía se había adueñado de su vida. La raíz de ese veneno anidó en sus sentidos y se adueñó de todo su ser. Finalmente, los dos monstruos de su vida, la lujuria y la codicia, se habían vuelto en su contra. La suma de ambos factores no aumentaba su calidad, sino que la deterioraba. Tenía treinta y cuatro años cuando dejó de cumplirlos, ahora estaba iniciando la primera mitad de su segundo siglo. La vida, que un día juró conseguir, ahora lo aburría terriblemente.
¡Mierda! Tenía la sensación de que todo le iba mal. ¿Se suponía que los inmortales padecían una crisis de mitad de siglo? No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que no solucionaría ese bache comprándose cadenas de oro y un Lamborghini.
Joe observó el peligroso sol. De repente se le revolvió el estómago y le flaquearon las rodillas. Hacía tan sólo unos minutos su cuerpo ardía de deseo; ahora estaba completamente helado. El sudor empapaba su camiseta y le salpicaba la frente.
«Tú y yo tal vez nos volvamos a encontrar.»
A su espalda, una voz irrumpió en sus pensamientos.
— ¿Señor?
Joe se volvió. Simpson, su criado y confidente, estaba de pie detrás de él. Era un hombre discreto y completamente de fiar; se podía confiar en Simpson para que hiciera su trabajo y para que mantuviera los ojos abiertos y la boca cerrada.
Joe tragó con fuerza, pero no supo si se sentía aliviado o desilusionado. Su reunión con el brillante astro tendría que esperar. Tal vez mañana. Pero, definitivamente, no sería hoy.
— ¿Se han ido ya?
Simpson, cuya tez era sombría y seria, asintió enérgicamente.
—Los he echado a todos.
Joe asintió. No había nada que odiara más que una casa llena de cuerpos exhaustos. Una vez concluida la orgía, quería que lo dejaran solo.
— ¿Y la jovencita? —preguntó refiriéndose a su polvo más reciente.
Simpson frunció el ceño.
—Le he pagado y se ha ido. —Sus palabras destilaban desaprobación.
Joe tomó otro trago de jerez mientras pensaba que tenía pocas ganas de decir lo que iba a decir.
—Supongo que no debería traer a casa a toda esa chusma. —En ningún momento pretendió darle un tono interrogativo a su frase.
—Si me permite decirlo, señor —replicó el criado—, es peligroso que siga exponiéndose a esa gentuza. Su reputación no está en muy alta consideración. Cualquier día de estos...
—Me darán alguna sorpresa desagradable —lo interrumpió Joe, molesto—. Lo sé. —Últimamente no estaba siendo precisamente discreto.
Simpson resopló, mirándolo bastante disgustado.
—Un poquito más de..., ¿cómo le diría?, moderación por su parte podría ayudar mucho a su reputación. Se habla demasiado sobre lo que ocurre en esta casa. Joe arrugó la frente y encogió los hombros sintiéndose incapaz de protestar. Todo lo que Simpson estaba diciendo era verdad. Probablemente, llegados al punto en el que estaba, intentar salvar su reputación era inútil. Como Kynn, había elegido no limitar su inclinación por la aventura sexual. En realidad, había hecho todo lo contrario. Explotó la mitología vampírica abriendo exitosos clubes nocturnos de temática gótica. Al hacerlo, había rehecho su fortuna en varias ocasiones. Cuando tenía algún problema, utilizaba una solución de hombre rico: el dinero.
Lo único que el dinero no podía comprar era su paz interior. O el amor.
«Algo que no he vuelto a tener desde que Ariel murió.» Había empezado a dudar de si alguna vez volvería a tener la oportunidad de encontrar una segunda pareja.
Intentando olvidar ese tema, apuró el contenido de su vaso. La sensación de vacío le estaba comiendo por dentro.
—No quiero seguir hablando de este tema. —Sus palabras significaban: esta conversación se ha acabado.
—Por supuesto, lord Jonas. —Simpson sólo utilizaba el título de Joe cuando estaba molesto. Con los labios apretados, Joe se masajeó las sienes. Joder. ¡Que se cabree si quiere! El dolor de cabeza volvió con fuerza; tenía la sensación de que los ojos se le iban a salir de las órbitas. Había bebido y follado mucho y se sentía como una mierda. El agotamiento se había apoderado de él y ni siquiera se había dado cuenta. En lugar de sentirse vigorizado gracias a su reciente alimento, se sentía como un bloque de hormigón. Pesado, gris e inerte.
Un rayo de sol se posó sobre su piel y él volvió a las protectoras sombras. Simpson lo siguió. Como si intuyese los últimos pensamientos de su señor, el criado bajó las persianas. Se cerraron emitiendo un enérgico chasquido; podían protegerlo del mundo exterior, pero no de sus pensamientos.
Joe deseó poder cerrar los ojos y escapar a algún lugar indeterminado; vivir en paz en el limbo para siempre.
Simpson se quedó frente a él, manteniendo la distancia deliberadamente.
— ¿Está usted bien, señor? —
Joe tenía la mandíbula rígida. Le dolían mucho los hombros y el cuello. —Estaré bien. —
Por lo menos, eso esperaba.
Los excesos de la noche anterior empezaban a pasarle factura; se presionó los ojos con las manos. Tal vez, si se pudiera frotar con fuerza el cerebro, destruiría las neuronas de su cerebro y dejaría de pensar. De respirar. De existir.
Pensar en la cama vacía que le esperaba aún lo deprimía más. Últimamente dormía muy poco, principalmente porque odiaba enfrentarse a esa desierta extensión de sábanas frías. A pesar de la multitud de preciosas mujeres que había tenido a mano recientemente, se iba a la cama solo. Otra vez.


Capítulo 3


La dependienta giró el cartel de «ABIERTO» y pudo leerse «CERRADO»
—No me puedo creer que ésta sea la última vez que vayamos a hacer esto.
______ ______ estaba absorta contabilizando las ventas del día; levantó la mirada.
—Lo hemos intentado, Ginny. Pero no vendemos lo suficiente como para mantener la librería abierta —dijo frunciendo el ceño—. El problema es que la tienda no está situada en las nuevas instalaciones que se están construyendo en la otra parte de la ciudad. La vieja mujer asintió.
—Es una lástima. El centro comercial ha absorbido los negocios de la calle Main.
______ arrugó la frente. Se había quedado sin trabajo por culpa del nuevo centro comercial; era incapaz de competir con la enorme librería que habían abierto allí. Le hubiera encantado trasladarse a un lugar mejor, pero no se podía permitir el desorbitado alquiler que pedían por los locales. De nada servía que hiciera ofertas, no importaba cuánto llegase a bajar los precios, la nueva librería siempre estaba un paso por delante de ella. Además, ellos tenían una cafetería; ¡con eso no se podía competir! ¿Por qué iba alguien a ir a su pequeña tienda cuando le esperaba una cornucopia en la otra parte de la ciudad?
Ginny se enjugó las lágrimas.
—Me hubiera gustado tanto seguir trabajando aquí... —Echó un último vistazo a las estanterías vacías—. ¡Es una librería tan acogedora!
—Era una librería muy acogedora —refunfuñó ______ mientras escribía en una hoja las cifras del día para su registro. Aquel último mes de liquidación sólo había conseguido ganar el dinero suficiente para cubrir el alquiler del local y el sueldo de Ginny. No sobraba nada para ella. Deprimente. Si no encontraba trabajo rápido, no podría ni pagar el alquiler de su propio apartamento.
______ contó el dinero correspondiente al sueldo de una semana de Ginny.
—Aquí tienes. Siento que no sea más...
Ginny negó con la cabeza.
—No quiero el dinero.
______ sonrió a pesar de su tristeza. Ginny Smithers nunca quería coger su dinero. Era una viuda de sesenta años que vivía de una pobre paga de la Seguridad Social con la que a duras penas le alcanzaba para vivir.
Aunque Ginny protestara alegando que no necesitaba el dinero, ______ siempre insistía hasta que la mujer lo aceptaba. Ginny había sido la única trabajadora que se había podido quedar en aquellos dos últimos meses. El resto del personal se había marchado a medida que las ventas disminuían.
______ suspiró, cansada.
—Por favor, Ginny, hoy no. Has trabajado muy duro esta semana. Coge el dinero, vete a casa y descansa. Ha sido un día muy largo.
Ginny se metió el dinero en su monedero cuidadosamente.
— ¿Necesitas ayuda para cerrar?
______ negó con la cabeza.
—No. Sólo tengo que llevarme estas últimas cajas de libros que no se han vendido y ya estará todo.
Ginny vaciló un momento prolongando su despedida.
—Si estás segura...
—Estoy segura. —______ salió de detrás del mostrador—. Sólo quiero que me des un abrazo, y me prometas que te vas a cuidar. —Se fundió con la diminuta mujer en un tierno abrazo.
Ginny dio a ______ unas cariñosas palmaditas en la mejilla.
— ¿Pasarás a verme algún día?
______ sonrió aunque, en el fondo, no estaba muy alegre.
—Pues claro que iré a verte, y espero tener una de tus deliciosas magdalenas de chocolate esperándome.
Una sincera sonrisa iluminó el rostro de Ginny.
—Haré una gran hornada.
—Perfecto. —______ acompañó a la anciana hasta la puerta—. Venga, vete a casa antes de que anochezca.
Levantó la cabeza y miró hacia arriba. Se avecinaba una tormenta. El cielo tenía un aspecto plomizo: las nubes, pesadas, amenazaban con descargar ferozmente. Se estaba levantando un viento muy frío procedente del norte; estaba claro que el gélido invierno no parecía tener ninguna intención de despedirse tan pronto. Aquel marzo estaba siendo especialmente frío; demasiado para la soleada California.
De todas formas, a ella le gustaban esos días. Relacionaba la lluvia con un cálido fuego, una taza de chocolate caliente y un buen libro; eran días para perderse en otro mundo.
______, con los brazos cruzados, observó cómo Ginny arrastraba los pies por la acera mientras se alejaba. Eran las cinco en punto de la tarde y los demás comercios de la calle Main también estaban cerrando. Esta parte de la ciudad normalmente se recogía al ponerse el sol.
Suspiró, cerró la puerta tras de sí y echó el cerrojo. Se volvió y observó la librería por última vez; tan sólo hacía unas horas estaba llena de libros. Novedades, ficción, no ficción, biografías, viajes, autoayuda, libros infantiles... Siempre intentaba tener un poco de todo. Para mantener contenta a la clientela, pedía sin falta los últimos bestsellers y también conseguía los títulos difíciles de encontrar. Sin embargo, nunca pudo ganar la batalla a los libreros con página en Internet.
No estaba sola. Muchos de los pequeños comercios de la calle Main tampoco habían podido competir con el centro comercial. Pero eso no le hacía sentirse mejor. Seguía sintiéndose como una fracasada. Se había visto obligada a vender la mayoría del género a un precio ridículo para que la gente se lo quitase de las manos. Devolvería todos los libros que no había vendido por si algún librero los volvía a pedir en el futuro. Aunque para ella ya no había futuro; su librería había quebrado.
Para siempre.
Era absurdo quedarse ahí plantada pensando en ello
.
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Mensaje por Invitado Lun 30 Mayo 2011, 7:44 pm

¡Nueva lectora! Espero que la sigas pronto! Soy Monica *-*.
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Mensaje por MaryPeters Lun 30 Mayo 2011, 9:28 pm

pobre la rayis yono seria tan fuerte
creo que me pondria a llorar en plena calle
(soy muy sentimental) jajaja pero bueno
mmm no queda duda de que Joe extraña a Ariel
pero cuando conosca a la rayis todo cambiara
jajajaja sigue!
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Mensaje por Ell Payne' Mar 31 Mayo 2011, 7:55 pm

AMO LA NOVEEE!
ya qiero qe la rayis y joe se conozcan C:
y Gracias por la bienvenida n,n
S I G U E L A!
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Mensaje por LaliisSm17 Miér 01 Jun 2011, 3:01 pm

“Pecados de la Carne” (Joe&Tú)


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Capítulo 6


Aquello aún le dolía, y no sabía si algún día superaría el profundo sentimiento de pérdida que tenía. A decir verdad, no le gustaba la idea de tener que trabajar para otra persona. Disfrutaba teniendo su propio negocio, siendo su propia jefa; le había encantado trabajar en su tranquila librería.
Al entrar se quedó atónita por la inmensidad del club, que la dejó sin aliento. Era un espacio enorme con varios niveles. No tenía una, ni dos, sino tres pistas de baile. El local era oscuro y estaba decorado con un estilo neogótico que recordaba a una especie de extraña edad medieval con cierto aire punk. Las paredes estaban cubiertas por enormes tapices de tela en los que se narraban escenas de infernal brutalidad; se podían apreciar con mayor claridad cuando las luces negras que tenían encima los iluminaban.
En el mundo del Mystique, el mal triunfaba sobre el bien, la noche vencía al día, y la muerte reinaba sobre la vida. Como si de un recuerdo de los calabozos de Torquemada se tratara, los oscuros rincones estaban decorados con instrumentos de tortura falsos. Del techo colgaban jaulas en las que bailaban chicas y había un anfiteatro con una cabina enorme para que el discjockey pudiera ver la pista de baile. El anfiteatro rodeaba todo el club, proporcionando una magnífica vista desde todos los ángulos. Una de las paredes estaba llena de espejos. Cuando el lugar estaba a pleno rendimiento, un elaborado sistema de iluminación proyectaba luces estroboscópicas al ritmo de la música. Era el sitio perfecto al que ir de marcha.
La zona de la barra, vacía, estaba tan silenciosa que resultaba espeluznante. Era extraño no verla llena de gente luchando contra el ensordecedor volumen de la música para pedir las copas. Rachel se imaginó que estaba andando por uno de los siete niveles del mismísimo infierno, perdida en las entrañas del purgatorio, de las que nadie conseguía regresar.
Era un pensamiento estúpido, pero ______ tenía mucha imaginación.
En realidad, el bar estaba bien iluminado en ese momento. Había personas trabajando por todas partes, reponiendo las bebidas detrás de las barras, colocando bien las sillas y preparándolo todo para la noche. Supuso que probablemente las camareras no aparecerían hasta más tarde.
Detrás de ella, alguien llamó su atención.
— ¿La puedo ayudar señorita?
______ giró sobre sus talones.
De pie, detrás de la barra había un chico joven; vestía informal: unos vaqueros y una camiseta del Mystique. En la camiseta se veía a una vampírica hechicera succionando la vida a un hombre medio desnudo. ______ sonrió. Las chicas al poder; sí, señor.
—Querría ver al encargado, por favor.
— ¿Has venido a pedir trabajo? ______ asintió con la cabeza esbozando la más generosa de sus sonrisas.
—Sí.
—Tendrás que rellenar una solicitud. —El joven pasó por debajo del mostrador y le llevó un impreso a ______. Colocó una silla junto a la mesa y le hizo un gesto para que se sentase—. Rellénala aquí, y cuando hayas acabado, me avisas.
A ______ no le pasaron inadvertidos los impactantes ojos grises del chico y cómo le caía despreocupadamente un mechón de pelo sobre la frente. Era muy guapo. Pero joven, sí, demasiado joven para ella; era un cachorrito de veintiún o veintidós años. Ella suspiró. Hacía mucho tiempo que no había un hombre en su vida. Demasiado tiempo...
Rebuscó en el bolso hasta que encontró un bolígrafo y empezó a rellenar la solicitud. Escribió despacio, pero con precisión, con cuidado de no cometer ningún error para no tener que tachar lo que ya había escrito.
Cuando acabó, se levantó y colocó la silla en su sitio.
— ¿Y ahora qué?
El la miró aburrido.
— ¿Has acabado?

Típico. Guapo, pero sin cerebro. ¿Por qué iba a molestarse si no? ______ sonrió.
—Sí— El tío bueno le hizo un gesto para que lo siguiera.
______ corrió tras él por toda la pista de baile; sus tacones resonaban sobre la madera pulida. La condujo hasta la parte trasera del edificio. Cruzaron una puerta y recorrieron lo que parecía una madriguera de pasillos que se entrecruzaban. La gente se cruzaba con ellos sin mirarlos dos veces, sin preocuparse de que una intrusa intentara infiltrarse en su organización. Ellos tenían un trabajo allí. Ella no. No suponía ninguna amenaza.
Se pararon delante de una puerta en la que había una placa: DIRECCIÓN. El joven llamó a la puerta, la abrió y asomó la cabeza en la habitación.
—Rosalía —dijo—. Aquí hay alguien que quiere verte.
— ¿Quién? —Era la voz de una mujer con un tono áspero.
—Ni idea. Una chica que busca trabajo. Ha rellenado una solicitud.
El tono de la mujer se suavizó.
—Dile que entre.
El joven se apartó de la puerta para que ______ pudiera entrar en el despacho. Ella examinó rápidamente la habitación: un armario archivador, un par de sillas y algunas láminas inocuas en la pared; una decoración bastante normal.
Detrás del escritorio, una mujer aporreaba el teclado y entornaba los ojos tras sus gafas para ver bien el monitor. Después de negar con la cabeza a lo que fuera que estuviera escribiendo, se quitó las gafas y se levantó tendiendo la mano.
—Soy Rosalía Dayton. ¿Y tú eres...?
______ le ofreció la mano al mismo tiempo que observaba secretamente a la mujer. Rosalía Dayton era una mujer imponente. Estaba tan gorda como una garrapata afincada en la oreja de un perro, tenía cara de bulldog y unos diminutos ojos, cuya fría mirada parecía derretirlo todo. Estaba claro que la belleza no era, ni había sido nunca, una de sus cualidades. Tenía la piel arrugada y el pelo blanco; resultaba difícil adivinar si tenía cincuenta o sesenta años.
Era un durísimo perro viejo. No parecía fácil de impresionar ni tampoco una persona que se rindiera ante el encanto. Lo mejor que podía hacer era ser directa y tan dura como ella.
—______ ______. Silencio.
Rosalía ni se inmutó. ______ le entregó la solicitud. La mesa de la mujer estaba literalmente empapelada de solicitudes. Muchos de los impresos parecían haber sido rellenados por infra mentales e idiotas. Con un poco de suerte, su pulcra caligrafía le haría ganar algunos puntos.
—He venido a solicitar el puesto de azafata que se anunciaba en el periódico —apuntó amablemente. Rosalía le dedicó una corta y sombría sonrisa.
—El señor Jonas ya ha cubierto ese puesto. No la disuadió.


Capítulo 7


—Vaya, qué lástima. —______ esbozó otra alegre sonrisa—. ¿Qué otros procesos de selección tienen abiertos?
—Lo único que nos queda por cubrir son puestos de camarera —dijo la vieja mujer—. Necesitamos contratar por lo menos a dos chicas más para reemplazar a las que se han marchado sin avisar.
______ se sintió aliviada.
—Estoy interesada.
— ¿De verdad? —Rosalía recorrió el cuerpo de ______ con su incisiva mirada—. No pareces dar el tipo. Ella se irguió, echó los hombros hacia atrás y se puso de pie. Incluso con un zapato plano era más alta que la mayoría. Era el momento de utilizar su estatura en su propio beneficio.
— ¿Por qué? ¿No parezco una fulana? —contraatacó tranquilamente.
Para su sorpresa, aquella vieja hacha de guerra sonrió y asintió.
—Exacto.
— ¿Qué imagen doy?
—Pareces una buena mujer que no trabaja en un lugar como éste.
______ suspiró decepcionada. Mierda. ¿Cuál era su problema? No la habían llamado para hacerle una oferta de empleo firme de ninguno de los puestos para los que se había entrevistado hasta entonces. ¿Parecía demasiado ansiosa, demasiado estúpida, demasiado desesperada?
—Entonces, ¿no me va a contratar?
—Yo no he dicho eso. Esa decisión depende del señor Jonas. —Rosalía bajó el tono de un modo que sugería que ______ le estaba haciendo perder el tiempo.
— ¿Voy a poder verlo o va usted a echarme a patadas por no haber venido vestida como una golfa? —______, tajante, insinuó que ella tampoco estaba allí para perder el tiempo.
Una pequeña sonrisa asomó a los labios de la vieja mujer.
—Muy bien. —Jugueteó con las gafas que colgaban de la cadena que rodeaba su cuello—. Si insistes...
Una pequeña victoria. Chúpate ésa.
—Sígueme.
El despacho de Joe Jonas estaba en el segundo piso. El adjetivo enorme se quedaba corto para describirlo. Ocupaba una enorme suite; desde allí se podía ver perfectamente el primer nivel del club a través de los cristales de espejo que ocupaban casi una pared entera de la habitación. No había ningún armario archivador ni ningún otro artículo de oficina. Delante de su escritorio había dos sillas para las visitas. El suelo, de madera pulida, estaba cubierto por enormes alfombras de estilo oriental en encantadores tonos dorados, azules y rojos.
Jonas estaba en primer plano detrás de una enorme, cara y exótica mesa de madera oscura con incrustaciones de mármol en las esquinas. Estaba reclinado hacia atrás y tenía los pies apoyados sobre una de las esquinas de la mesa. Dejó a un lado los documentos que estaba leyendo y esperó a que las dos mujeres recorriesen la distancia que había que salvar hasta situarse ante su insigne presencia.
Rosalía Dayton no perdió ni un minuto.
—Joe, esta chica quiere hablar contigo sobre un trabajo —dijo dejando la solicitud de ______ sobre el amplio escritorio.
Inclinándose con elegancia, Jonas estiró el brazo y la cogió. Sus ojos recorrieron rápidamente el papel y luego se centraron en ______.
—Señorita ______, gracias por haber venido —su voz, teñida de un suave acento inglés, evocaba imágenes de cálido toffee y dulce chocolate negro. Delicioso.
_______ asintió; se sentía un poco incómoda.
—Gracias.
Curiosamente, él no le ofreció la mano ni esbozó la más mínima sonrisa. Su mirada, sin embargo, estaba en todas partes: la recorría de pies a cabeza. La estaba desnudando con sus ojos cafes.
« ¿Qué estará mirando?», se preguntó.
Entonces se le ocurrió. Tal vez no era lo bastante guapa. Se había vestido muy sencilla: blusa blanca, una falda azul marino, medias marrones y unos tacones bajos azul marino.
______ recobró el aliento. Decidida a no dejarse abrumar por la evidente mirada sexual de aquel hombre, le devolvió la evaluación física.
Fingiendo que se quitaba una pelusa de la falda, echó una tímida mirada en su dirección. Era castaño y llevaba un carísimo corte de pelo. Sus ojos eran muy llamativos; tenían un tono café. Una ligera barba de tres días cubría su recia mandíbula inferior. Su boca estaba hecha para besar, para devorar.
Era alto, por lo menos medía un metro noventa. Estaba segura de que aquel hombre le podría rodear toda la cintura sólo con las manos. Bajo aquel traje italiano hecho a medida, se intuía un cuerpo esbelto y robusto.
Joe achinó ligeramente los ojos y miró fijamente a ______.
—No suelen pasar por aquí muchas mujeres como usted, señorita _______.
Una repentina ola de calor recorrió el cuerpo de _______; respiró hondo. Se le pusieron los pezones en alerta y empezó a sentirse incómoda al notar que se endurecían contra la suave seda de su sujetador. Una interminable serie de escenas lujuriosas empezaron a desfilar por su mente; imaginaba que Joe la cogía por las caderas y se introducía profundamente en su sexo.
______ se esforzó por dejar de pensar con la entrepierna y consiguió ofrecerle una respuesta.
— ¿Eso es un insulto, señor Jonas?
Bajo su demoníaca mirada se dibujó una irónica sonrisa.
—Es un cumplido.
El rubor cubrió las mejillas de ______. Inspiró profundamente y se obligó a aguantarle la mirada. No podía dejar que el magnetismo personal de Joe la distrajese. Necesitaba el trabajo. Si tenía que permitir que el dueño se la comiese con los ojos, adelante. Si la quería mirar, estupendo. Eso no significaba que la pudiera tocar.
—Gracias por recibirme —dijo imprimiendo un tono formal a sus palabras—. Creo que tiene algunos puestos de camarera por cubrir y me gustaría entrevistarme con usted para optar a uno de ellos.
—Muy bien. —Dejó de mirar fijamente a ______ y se dirigió a Rosalía—: ¿Podríamos ofrecerle a la señorita algo para beber?
La mujer, ligeramente molesta por estar recibiendo trato de personal de servicio, miró a ______.
— ¿Café o té?
Ella se relajó un poco y negó con la cabeza. Su tensión disminuyó; lo volvía a tener todo bajo control.
—Nada. Gracias.
— ¿Tú tomarás lo de siempre Joe? —Preguntó Rosalía a su jefe. —Por favor. —Él sonrió, pero no le dio las gracias. Obviamente, dio por supuesta la buena predisposición de su empleada.
Rosalía se dirigió con eficiencia a una esquina del despacho donde había una pequeña cocina americana muy bien surtida. Aparentemente, aquel hombre no se privaba de ningún lujo, incluso en el trabajo. En aquel despacho podía vivir cómodamente una familia de cuatro personas.
Jonas señaló una silla.
—Por favor, tome asiento mientras leo su solicitud.
_______ se sentó; se alegró de tener un motivo para poder agachar un momento la cabeza y no mirarlo. Luchando contra los nervios, entrelazó las manos y esperó a que él tirase la primera piedra. Llegados a aquel punto, obligaría a ese hombre a utilizar dinamita para echarla de su despacho. Tampoco iba a dejarle que la pusiera nerviosa. Tenía cosas más importantes en las que pensar que en aquel tipo extraño que la estaba desnudando con los ojos.
El se sentó y empezó a leer la solicitud. Después de pasar algunos minutos en silencio, se dirigió a ella.
—Aquí pone que ha dirigido su propio negocio. Hábleme de ello.
______ esbozó una sonrisa diplomática.
—Sí. El Rincón del Libro. En la calle Main. —No parecía que el nombre le sonase en absoluto. Por lo visto, no frecuentaba pequeñas librerías en la otra parte de la ciudad.

Continuara.
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Mensaje por MaryPeters Miér 01 Jun 2011, 3:26 pm

dios siguela, pobre rayis todos
la examinan primero, jajaja almenos
se siente orgullosa de su libreria
pobre!
jajajaja sigueee!
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