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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Joseph es un amor. Lo amo
Atraparon a Jack
Siguelaaaa
Atraparon a Jack
Siguelaaaa
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 10
Tengo el corazón acelerado y la sangre me retumba en los oídos; el alcohol que fluye por mi cuerpo amplifica el sonido.
—¿Está…? —Doy un respingo, incapaz de acabar la frase, y miro a Ryan con los ojos muy abiertos, aterrorizada. Ni siquiera puedo mirar a la figura tirada en el suelo.
—No, señora. Solo inconsciente.
Siento un gran alivio. Oh, gracias a Dios.
—¿Y tú? ¿Estás bien? —le pregunto a Ryan. Me doy cuenta de que no sé su nombre de pila. Resopla como si hubiera corrido un maratón. Se limpia la boca para quitarse un resto de sangre y veo que se le está formando un cardenal en la mejilla.
—Ha sido duro de pelar, pero estoy bien, señora Jonas. —Me sonríe para tranquilizarme. Si le conociera mejor diría que incluso tiene cierto aire de suficiencia.
—¿Y Gail? Quiero decir, la señora Jones… —Oh, no… ¿Estará bien? ¿Le habrá hecho algún daño?
—Estoy aquí, ______. —Miro detrás de mí y la veo en camisón y bata, con el pelo suelto, la cara cenicienta y los ojos muy abiertos. Como los míos, supongo—. Ryan me despertó e insistió en que me metiera aquí —dice señalando detrás de ella el despacho de Taylor—. Estoy bien. ¿Está usted bien?
Asiento enérgicamente y me doy cuenta de que ella probablemente acaba de salir de la habitación del pánico que hay junto al despacho de Taylor. ¿Quién podía saber que la íbamos a necesitar tan pronto? Joseph insistió en instalarla poco después de nuestro compromiso. Y yo puse los ojos en blanco. Ahora, al ver a Gail de pie en el umbral, me alegro de la previsión de Joseph.
Un crujido procedente de la puerta del vestíbulo me distrae. Está colgando de sus bisagras. Pero ¿qué le ha pasado?
—¿Estaba solo? —le pregunto a Ryan.
—Sí, señora. No estaría usted ahí de pie de no ser así, se lo aseguro. —Ryan parece vagamente ofendido.
—¿Cómo entró? —sigo preguntando ignorando su tono.
—Por el ascensor de servicio. Los tiene bien puestos, señora.
Miro la figura tirada de Jack. Lleva algún tipo de uniforme… Un overol, creo.
—¿Cuándo?
—Hace unos diez minutos. Lo vi en el monitor de seguridad. Llevaba guantes… algo un poco extraño en agosto. Le reconocí y decidí dejarle entrar. Así le tendríamos. Usted no se hallaba en casa y Gail estaba en lugar seguro, así que me dije que era ahora o nunca. —Ryan parece de nuevo muy orgulloso de sí mismo y Sawyer le mira con el ceño fruncido por la desaprobación.
¿Guantes? Eso me sorprende y vuelvo a mirar a Jack. Sí, lleva unos guantes de piel marrón. ¡Qué espeluznante!
—¿Y ahora qué? —pregunto intentando olvidar los distintos pensamientos que están surgiendo en mi mente.
—Tenemos que inmovilizarle —responde Ryan.
—¿Inmovilizarle?
—Por si se despierta. —Ryan mira a Sawyer.
—¿Qué necesitáis? —pregunta la señora Jones dando un paso adelante. Ya ha recobrado la compostura.
—Algo con que sujetarle… Un cordón o una cuerda —responde Ryan.
Abrazaderas. Me sonrojo cuando los recuerdos de la noche anterior invaden mi mente. Me froto las muñecas en un acto reflejo y bajo la mirada para echarles un rápido vistazo. No, no tengo cardenales. Bien.
—Yo tengo algo: abrazaderas. ¿Eso servirá?
Todos los ojos se fijan en mí.
—Sí, señora. Eso es perfecto —dice Sawyer muy serio.
En ese momento quiero que me trague la tierra, pero me giro y voy hasta nuestro dormitorio. A veces hay que enfrentarse a las cosas sin arredrarse. Tal vez sea la combinación del miedo y el alcohol lo que me proporciona esta audacia.
Cuando vuelvo, la señora Jones está evaluando el desastre del vestíbulo y la señorita Prescott se ha unido al equipo de seguridad. Le paso las bridas a Sawyer, que lentamente y con un cuidado innecesario le ata las manos detrás de la espalda a Hyde. La señora Jones desaparece en la cocina y regresa con un botiquín de primeros auxilios. Coge del brazo a Ryan, lo lleva al salón y se ocupa de curarle el corte de encima del ojo. Él hace una mueca de dolor cuando ella le aplica un antiséptico. Entonces me fijo en la Glock con silenciador que hay en el suelo. ¡Santa Mierda! ¿Estaba Jack armado? Siento la bilis en la garganta y hago todo lo que puedo por evitar vomitar.
—No la toque, señora Jonas —me advierte Prescott cuando me agacho para recogerla. Sawyer emerge del despacho de Taylor con unos guantes de látex.
—Yo me ocupo de eso, señora Jonas —me dice.
—¿La llevaba él? —le pregunto.
—Sí, señora —asegura Ryan haciendo otra mueca de dolor a consecuencia de los cuidados de la señora Jones. Madre mía… Ryan se ha peleado con un hombre armado en mi casa. Me estremezco con solo pensarlo. Sawyer se agacha y coge con cuidado la Glock.
—¿Es aconsejable que hagas eso? —le pregunto.
—El señor Jonas querría que lo hiciera, señora. —Sawyer mete el arma en una bolsa de plástico. Después se agacha y cachea a Jack. Se detiene y saca parcialmente un rollo de cinta americana de su bolsillo. Sawyer se queda blanco y vuelve a guardar la cinta en el bolsillo de Hyde.
¿Cinta americana? Mi mente registra el detalle mientras yo observo lo que están haciendo con fascinación y una extraña indiferencia. Entonces me doy cuenta de las implicaciones y la bilis vuelve a subirme hasta la garganta. Aparto rápidamente el pensamiento de mi cabeza. No sigas por ese camino, ______.
—¿No deberíamos llamar a la policía? —digo intentando ocultar el miedo que siento. Quiero que saquen a Hyde de mi casa, cuanto antes, mejor.
Ryan y Sawyer se miran.
—Creo que deberíamos llamar a la policía —repito esta vez con más convicción, preguntándome qué se traen entre manos Ryan y Sawyer.
—He intentado localizar a Taylor, pero no contesta al móvil. Seguramente estará durmiendo. —Sawyer mira el reloj—. Son las dos menos cuarto de la madrugada en la costa Este.
Oh, no.
—¿Haz llamado a Joseph? —pregunto en un susurro.
—No, señora.
—¿Estabas llamando a Taylor para que les diera instrucciones?
Sawyer parece momentáneamente avergonzado.
—Sí, señora.
Una parte de mí echa chispas. Ese hombre, vuelvo a mirar al desmayado Hyde, ha allanado mi casa y la policía debería llevárselo. Pero al mirarlos a los cuatro, todos con mirada ansiosa, veo que hay algo que no estoy entendiendo, así que decido llamar a Joseph. Se me eriza el vello. Sé que está furioso conmigo, muy pero que muy furioso, y vacilo al pensar lo que va a decirme. Y ahora además se pondrá más nervioso porque no está aquí y no puede volver hasta mañana por la noche. Sé que ya le he preocupado bastante esta noche. Tal vez no debería llamarle… Pero de repente se me ocurre algo. Mierda. ¿Y si yo hubiera estado aquí? Palidezco solo de pensarlo. Gracias a Dios que estaba fuera. Quizá al final el problema no vaya a ser tan grave.
—¿Está bien? —pregunto señalando a Jack.
—Le dolerá la cabeza cuando despierte —aclara Ryan mirando a Jack con desprecio—. Pero necesitamos un médico para estar seguros.
Busco en el bolso y saco la BlackBerry. Antes de que me dé tiempo a pensar mucho en el enfado de Joseph, marco su número. Me pasa directamente con el buzón de voz. Debe de haberlo apagado por lo enfadado que está. No se me ocurre qué decir. Me giro y camino un poco por el pasillo para alejarme de los demás.
—Hola, soy yo. Por favor no te enfades. Ha ocurrido un incidente en el ático, pero todo está bajo control, así que no te preocupes. Nadie está herido. Llámame. —Y cuelgo—. Llama a la policía —le ordeno a Sawyer. Él asiente, saca su móvil y marca.
El agente Skinner está sentado a la mesa del comedor enfrascado en su conversación con Ryan. El agente Walker está con Sawyer en el despacho de Taylor. No sé dónde está Prescott, tal vez también en el despacho de Taylor. El detective Clark no hace más que ladrarme preguntas a mí; los dos estamos sentados en el sofá del salón. El detective es alto, tiene el pelo oscuro y podría ser atractivo si no fuera por su ceño permanentemente fruncido. Sospecho que le han despertado y sacado de su acogedora cama porque han allanado la casa de uno de los ejecutivos más influyentes y más ricos de Seattle.
—¿Antes era su jefe? —me pregunta Clark lacónicamente.
—Sí.
Estoy cansada, mucho más que cansada y solo quiero irme a la cama. Todavía no sé nada de Joseph. La parte buena es que los médicos de la ambulancia se han llevado a Hyde. La señora Jones nos trae a Clark y a mí una taza de té.
—Gracias. —Clark se vuelve de nuevo hacia mí—. ¿Y dónde está el señor Jonas?
—En Nueva York. Un viaje de negocios. Volverá mañana por la noche… quiero decir, esta noche. —Ya es pasada la medianoche.
—Ya conocíamos a Hyde —murmura el detective Clark—. Necesito que venga a la comisaría a hacer una declaración. Pero eso puede esperar. Es tarde y hay un par de reporteros haciendo guardia en la acera. ¿Le importa que eche un vistazo?
—No, claro que no —le respondo y me siento aliviada de que haya terminado con el interrogatorio. Me estremezco al pensar que hay fotógrafos fuera. Bueno, no van a ser un problema hasta mañana. Hago una nota mental de llamar a mamá y a Ray mañana para que no se preocupen si oyen algo en la televisión.
—Señora Jonas, ¿por qué no se va a la cama? —me dice la señora Jones con voz amable y llena de preocupación.
La miro a los ojos tiernos y cálidos y de repente siento la necesidad imperiosa de llorar. Ella se acerca y me frota la espalda.
—Ya estamos seguras —me dice—. Todo esto no será tan malo por la mañana, cuando haya dormido un poco. Además, el señor Jonas volverá mañana por la noche.
La miro nerviosa, conteniendo con dificultad las lágrimas. Joseph se va a poner tan furioso…
—¿Quiere algo antes de acostarse? —me pregunta.
Entonces me doy cuenta del hambre que tengo.
—¿Tal vez algo de comer?
Ella muestra una gran sonrisa.
—¿Un sándwich y un poco de leche?
Asiento agradecida y ella se encamina a la cocina. Ryan sigue con el agente Skinner. En el vestíbulo, el detective Clark está examinando el desastre que hay delante del ascensor. Parece pensativo a pesar de su ceño. De repente siento nostalgia, nostalgia de Joseph. Apoyo la cabeza en las manos y deseo con todas mis fuerzas que pudiera estar aquí. Él sabría qué hacer. Menuda noche. Solo quiero acurrucarme en su regazo, que me abrace y me diga que me quiere aunque yo no haga lo que me dice… Pero esta noche no va a poder ser.
Pongo los ojos en blanco en mi interior… ¿Por qué no me dijo que había aumentado la seguridad de todos? ¿Qué había exactamente en el ordenador de Jack? Qué hombre más frustrante. Pero ahora mismo eso no me importa. Quiero a mi marido. Le echo de menos.
—Aquí tienes, ______. —La señora Jones interrumpe mi agitación interior. Cuando alzo la vista veo que me está tendiendo un sándwich de mantequilla de cacahuete y gelatina con los ojos brillantes. Llevo años sin comer algo así. Le sonrío tímidamente y me lanzo a por él.
Cuando por fin me meto en la cama, me acurruco en el lado de Joseph con su camiseta puesta. Tanto su camiseta como su almohada huelen a él y mientras me voy dejando llevar por el sueño deseo que tenga un buen viaje a casa… y que vuelva de buen humor.
Me despierto sobresaltada. Hay luz y me laten las sienes. Oh, no. Espero no tener resaca. Abro los ojos con cuidado y veo que la silla del dormitorio no está en su sitio habitual y que Joseph está sentado en ella. Lleva el esmoquin y el extremo de su pajarita le sobresale del bolsillo delantero. Me pregunto si estaré soñando. Abraza el respaldo de la silla con el brazo izquierdo y en la mano tiene un vaso de cristal tallado con un líquido ambarino.
¿Brandy? ¿Whisky? No tengo ni idea. Tiene una pierna cruzada, con el tobillo apoyado sobre la rodilla opuesta. Lleva calcetines negros y zapatos de vestir. El codo derecho descansa sobre el brazo de la silla, tiene la barbilla apoyada en la mano y se está pasando el dedo índice lenta y rítmicamente por el labio inferior. En la luz de primera hora de la mañana sus ojos arden con una grave intensidad, pero su expresión general es imposible de identificar.
Casi se me para el corazón. Está aquí. ¿Cómo ha podido llegar? Ha tenido que salir de Nueva York anoche. ¿Cuánto tiempo lleva viéndome dormir?
—Hola —le susurro.
Su mirada es fría y el corazón está a punto de parárseme otra vez. Oh, no. Aparta los dedos de la boca, se bebe de un trago lo que le queda de la bebida y pone el vaso en la mesilla. Espero que me dé un beso, pero no. Vuelve a arrellanarse en la silla y sigue mirándome impasible.
—Hola —dice por fin en voz muy baja. E inmediatamente sé todavía está furioso. Muy furioso.
—Has vuelto.
—Eso parece.
Me levanto lentamente hasta quedar sentada sin apartar los ojos de él. Tengo la boca seca.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí mirándome dormir?
—El suficiente.
—Sigues furioso. —Casi no puedo ni pronunciar las palabras.
Él me mira fijamente, como si estuviera reflexionando sobre qué responderme.
—Furioso… —dice como probando la palabra y sopesando sus matices y su significado—. No, ______. Estoy mucho, mucho más que furioso.
Oh, madre mía. Intento tragar saliva, pero es muy difícil con la boca seca.
—Mucho más que furioso. Eso no suena bien.
Vuelve a mirarme fijamente, del todo impasible y no responde. Un silencio sepulcral se cierne sobre nosotros. Extiendo la mano para coger mi vaso de agua y le doy un sorbo agradecida, a la vez que intento recuperar el control sobre mi errático corazón.
—Ryan ha cogido a Jack. —Pongo el vaso de nuevo en la mesilla e intento una táctica diferente.
—Lo sé —responde en un tono gélido.
Claro que lo sabe…
—¿Vas a seguir respondiéndome con monosílabos durante mucho tiempo?
Mueve casi imperceptiblemente las cejas, lo que demuestra su sorpresa; no se esperaba esa pregunta.
—Sí —responde después.
Oh… bien. ¿Qué puedo hacer? Defensa; es la mejor forma de ataque.
—Siento haberme quedado por ahí.
—¿De verdad?
—No —confieso después de una pausa porque es la verdad.
—¿Y por qué lo dices, entonces?
—Porque no quiero que estés enfadado conmigo.
Suspira profundamente, como si llevara aguantando toda su tensión durante un millón de horas, y se pasa la mano por el pelo. Está guapísimo. Furioso, pero guapísimo. Absorbo todos sus detalles. ¡Joseph ha vuelto! Furioso, pero entero.
—Creo que el detective Clark quiere hablar contigo.
—Seguro que sí.
—Joseph, por favor…
—¿Por favor qué?
—No seas tan frío.
Vuelve a elevar las cejas por la sorpresa.
—______, frío no es lo que siento ahora mismo. Me estoy consumiendo. Consumiéndome de rabia. No sé cómo gestionar estos…—agita la mano en el aire, buscando la palabra— sentimientos. —Su tono es amargo.
Oh, mierda. Su sinceridad me desarma. Lo único que yo quiero hacer es acurrucarme en su regazo, es todo lo que he querido hacer desde anoche. Qué diablos… Me acerco, cogiéndole por sorpresa y me acomodo torpemente en su regazo. No me aparta, que es lo que temía. Después de un segundo me rodea con los brazos y entierra la nariz en mi pelo. Huele a whisky. ¿Cuánto habrá bebido? También huele a jabón. Y a Joseph. Le rodeo el cuello con los brazos y le acaricio la garganta con la nariz y él vuelve a suspirar, esta vez más profundamente.
—Oh, señora Jonas, qué voy a hacer con usted… —Me besa en el pelo. Cierro los ojos y saboreo su contacto.
—¿Cuánto has bebido?
Se pone tenso.
—¿Por qué?
—Porque normalmente no bebes licores fuertes.
—Es mi segunda copa. He tenido una noche dura, ______. Dame un respiro, ¿bien?
Le sonrío.
—Si insiste, señor Jonas. —Aspiro el aroma de su cuello—. Hueles divinamente. He dormido en tu lado de la cama porque tu almohada huele a ti.
Me acaricia el pelo con la nariz.
—¿Por eso lo has hecho? Me estaba preguntando por qué estabas en mi lado. Sigo furioso contigo, por cierto.
—Lo sé.
Me acaricia rítmicamente la espalda con la mano.
—Y yo también estoy furiosa contigo —le susurro.
Él se detiene.
—¿Y qué he podido hacer yo para merecer tu ira?
—Ya te lo diré luego, cuando deje de consumirte la rabia —le digo dándole un beso en la garganta.
Cierra los ojos y me deja besarle, pero no hace ningún movimiento para devolverme el beso. Me abraza más fuerte, apretándome.
—Cuando pienso en lo que podría haber pasado… —Su voz no es más que un susurro. Quebrada y ronca.
—Estoy bien.
—Oh, ______… —Sus palabras son casi un sollozo.
—Estoy bien. Estamos bien. Un poco impresionados, pero Gail también está bien. Ryan está bien. Y Jack ya no está.
Niega con la cabeza.
—Pero no gracias a ti —murmura.
¿Qué? Me aparto un poco y le miro.
—¿Qué quieres decir?
—No quiero discutir eso ahora mismo, ______.
Parpadeo. Bueno, tal vez yo sí… Pero decido que no es el momento. Al menos ya me habla. Vuelvo a apoyarme contra él. Ahora enreda los dedos en mi pelo y empieza a juguetear con él.
—Quiero castigarte —me susurra—. Castigarte de verdad. Azotarte hasta que no lo puedas soportar más.
El corazón se me queda atravesado en la garganta. ¡Mierda!
—Lo sé —le digo a la vez que se me eriza el vello.
—Y tal vez lo haga.
—Espero que no.
Vuelve a apretarme en su abrazo.
—______, ______, ______… Pones a prueba la paciencia de cualquiera, hasta la de un santo.
—Se pueden decir muchas cosas de usted, señor Jonas, pero que sea un santo no es una de ellas.
Finalmente me concede una risa reticente.
—Muy cierto, como siempre, señora Jonas. —Me da un beso en la frente y se mueve—. Vuelve a la cama. Tú tampoco has dormido mucho. —Se levanta, me coge en brazos y me deposita en la cama.
—¿Te acuestas conmigo?
—No. Tengo cosas que hacer. —Se agacha y recoge el vaso—. Vuelve a dormir. Te despertaré dentro de un par de horas.
—¿Todavía estás furioso conmigo?
—Sí.
—Entonces me voy a dormir otra vez.
—Bien. —Tira del edredón para taparme y me da un beso en la frente—. Duérmete.
Y como estoy tan grogui por lo de anoche, tan aliviada de que Joseph haya vuelto, y tan fatigada emocionalmente por este encuentro a primera hora de la mañana, no lo dudo ni un momento y hago lo que me dice. Mientras me voy quedando dormida me pregunto por qué no habrá utilizado su mecanismo habitual para gestionar las cosas: lanzarse sobre mí para follarme sin piedad. Aunque, dado el mal sabor que siento en la boca, agradezco que no lo haya hecho.
—Te traigo zumo de naranja —dice Joseph y yo abro los ojos otra vez.
Acabo de pasar las dos horas de sueño más profundo y relajante de mi vida y me levanto fresca. Además, ya no me late la cabeza. El zumo de naranja es una visión que agradezco, igual que la de mi marido. Se ha puesto el chándal. Por un momento mi mente vuelve al Heathman Hotel, la primera vez que me desperté a su lado. La sudadera gris está húmeda por el sudor. O ha estado entrenando en el gimnasio del sótano o ha salido a correr. No debería estar tan guapo después de hacer ejercicio.
—Me voy a dar una ducha —murmura y desaparece en el baño.
Frunzo el ceño. Sigue estando distante. O está distraído pensando en todo lo que ha pasado o sigue furioso o… ¿qué? Me siento, cojo el zumo de naranja y me lo bebo demasiado rápido. Está delicioso, frío y mejora mucho la sensación de mi boca. Salgo de la cama, ansiosa por reducir la distancia, real y metafórica, entre mi marido y yo. Echo un vistazo al despertador. Son las ocho. Me quito la camiseta de Joseph y le sigo al baño. Está en la ducha, lavándose el pelo, y yo no lo dudo un segundo y me meto con él. Se pone tenso un momento cuando le abrazo desde detrás, pegándome contra su espalda musculosa y mojada. Ignoro su reacción y le aprieto con fuerza apoyando la mejilla contra su piel a la vez que cierro los ojos. Después de un instante se mueve un poco para que los dos quedemos bajo la cascada de agua caliente y sigue lavándose el pelo. Dejo que caiga el agua sobre mí mientras abrazo al hombre que quiero. Pienso en todas las veces que me ha follado y las veces en que me ha hecho el amor aquí. Frunzo el ceño. Nunca ha estado tan callado. Giro la cabeza y empiezo a darle besos en la espalda. Noto que su cuerpo se tensa otra vez.
—______… —dice y suena a advertencia.
—Mmm…
Mis manos bajan lentamente por su estómago plano en dirección a su vientre. Él me coge las dos manos con las suyas y me obliga a detenerme mientras niega con la cabeza.
—No —dice.
Le suelto inmediatamente. ¿Me está diciendo que no? Mi mente se desploma en caída libre. ¿Había ocurrido esto alguna vez antes? Mi subconsciente niega con la cabeza, frunce los labios y me mira por encima de las gafas de media luna con una mirada que dice: Ahora sí que lo has jodido del todo. Siento como si me hubiera dado una bofetada fuerte. Me ha rechazado. Y toda una vida de inseguridades desembocan en una idea horrible: ya no me desea. Doy un respingo cuando siento la punzada de dolor. Joseph se gira y me alivia ver que no es totalmente indiferente a mis encantos. Me coge la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me encuentro mirando sus ojos ambarinos y cautelosos.
—Todavía estoy muy furioso contigo —me dice con la voz baja y seria. ¡Mierda! Se inclina, apoya su frente contra la mía y cierra los ojos. Yo levanto las manos y le acaricio la cara.
—No te pongas así, por favor. Creo que estás exagerando —le susurro.
Se yergue y palidece. Mi mano cae junto a mi costado.
—¿Que estoy exagerando? —exclama—. ¡Un puto lunático ha entrado en mi piso para secuestrar a mi mujer y tú me dices que estoy exagerando! —La amenaza parcial de su voz es aterradora y sus ojos me abrasan al mirarme como si yo fuera el puto lunático del que hablaba.
—No… Eh… No era eso lo que quería decir. Creía que estabas enfadado porque me quedé a tomar las copas en el bar.
Cierra los ojos una vez más como si no pudiera soportar el dolor y niega con la cabeza.
—Joseph, yo no estaba aquí —le digo intentando apaciguarle y tranquilizarle.
—Lo sé —susurra y abre los ojos—. Y todo porque no eres capaz de hacer caso a una simple petición, joder. —Su tono es amargo y ahora ha llegado mi turno de ponerme pálida—. No quiero discutir esto ahora, en la ducha. Todavía estoy muy furioso contigo, ______. Me estás haciendo cuestionarme mi juicio. —Se gira y sale de la ducha, cogiendo una toalla al pasar y saliendo después del baño, dejándome allí sola y helada bajo el agua caliente.
Mierda. Mierda. Mierda.
Entonces el significado de todo lo que ha dicho empieza a abrirse camino en mi mente. ¿Secuestro? Joder. ¿Jack quería secuestrarme? Recuerdo la cinta americana de su bolsillo y que no quise darle vueltas a por qué la llevaba. ¿Joseph tiene más información? Me enjabono rápidamente el cuerpo y después me lavo el pelo. Quiero saberlo. Necesito saberlo. No le voy a dejar que siga ocultándome cosas.
Joseph no está en el dormitorio cuando salgo. Oh, sí que se ha vestido rápido… Hago lo mismo: me pongo mi vestido favorito color ciruela y las sandalias negras. Soy vagamente consciente de que me he puesto esta ropa porque a Joseph le gusta. Me seco el pelo con energía con la toalla, me lo trenzo y lo recojo en un moño. Me pongo unos pendientes con un diamante pequeño en las orejas y voy corriendo al baño para darme un poco de rimel y mirarme en el espejo. Estoy pálida. Siempre estoy pálida. Inspiro hondo para tranquilizarme. Necesito enfrentar las consecuencias de mi decisión precipitada de querer seguir pasándomelo bien con una amiga. Suspiro y sé que Joseph no lo va a ver así.
Tampoco hay ni rastro de Joseph en el salón. La señora Jones está ocupada en la cocina.
—Buenos días, ______ —me dice dulcemente.
—Buenos días —respondo con una amplia sonrisa. ¡Por fin vuelvo a ser ______!
—¿Té?
—Por favor.
—¿Algo de comer?
—Sí. Esta mañana me apetece una tortilla, por favor.
—¿Con champiñones y espinacas?
—Y queso.
—Ahora mismo.
—¿Dónde está Joseph?
—El señor Jonas está en su estudio.
—¿Ha desayunado? —Miro los dos platos que hay sobre la barra del desayuno.
—No, señora.
—Gracias.
Joseph está al teléfono vestido con una camisa blanca sin corbata y vuelve a parecer el confiado presidente de la empresa. Cómo pueden engañar las apariencias. Me mira cuando me asomo al umbral pero niega con la cabeza para dejarme claro que no soy bienvenida. Mierda… Me giro y vuelvo desanimada a sentarme en la barra del desayuno. Entra Taylor vestido con un traje oscuro y con el aspecto de haber dormido ocho horas sin interrupciones.
—Buenos días, Taylor —le saludo intentando averiguar de qué humor está. A ver si me da alguna pista visual de lo que está ocurriendo.
—Buenos días, señora Jonas —me responde y oigo cierta compasión en esas cuatro palabras. Le sonrió amablemente sabiendo que ha tenido que soportar a un Joseph enfadado y frustrado en su regreso a Seattle antes de lo previsto.
—¿Qué tal el vuelo? —me atrevo a preguntar.
—Largo, señora Jonas. —Su brevedad dice mucho—. ¿Puedo preguntarle cómo está? —añade en un tono más suave.
—Estoy bien.
Asiente.
—Discúlpeme —dice, y se encamina al estudio de Joseph. Mmm… A Taylor le deja entrar y a mí no.
—Aquí tiene. —La señora Jones me coloca delante el desayuno. Acabo de quedarme sin apetito, pero me lo como para no ofenderla.
Para cuando termino lo que he podido comer de mi desayuno, Joseph todavía no ha salido del estudio. ¿Me está evitando?
—Gracias, señora Jones —le digo bajándome del taburete y dirigiéndome al baño para lavarme los dientes.
Me los cepillo y recuerdo la discusión con Joseph por los votos matrimoniales. También entonces se refugió en su estudio. ¿Es eso lo que le pasa? ¿Está enfurruñado? Me estremezco al recordar la pesadilla que tuvo después. ¿Va a volver a ocurrir eso? Tenemos que hablar. Quiero saber lo que sea que pasa con Jack y por qué ha aumentado la seguridad de todos los Jonas; todos los detalles que me ha estado ocultando a mí, pero que Kate sí sabía. Obviamente Elliot sí le cuenta las cosas.
Miro el reloj. Las nueve menos diez… Voy a llegar tarde al trabajo. Acabo de cepillarme los dientes, me doy brillo en los labios, cojo la chaqueta negra fina y me encamino al salón. Me alivia ver que Joseph está allí desayunando.
—¿Vas a ir? —me dice al verme.
—¿A trabajar? Claro. —Camino valientemente hacia él y apoyo las manos en la barra del desayuno. Me mira sin expresión—. Joseph, no hace ni una semana que hemos vuelto. Tengo que ir a trabajar.
—Pero… —Deja la frase sin terminar y se pasa la mano por el pelo. La señora Jones sale en silencio de la habitación. Muy discreta, Gail.
—Sé que tenemos mucho de que hablar. Si te calmas un poco, tal vez podamos hacerlo esta noche.
Se queda con la boca abierta por la consternación.
—¿Que me calme? —pregunta en voz extrañamente baja.
Me sonrojo.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—No, ______, no lo sé.
—No quiero pelear. Venía a preguntarte si puedo coger mi coche.
—No, no puedes —me responde.
—Está bien —acepto.
Él parpadea. Obviamente estaba esperando que empezara a discutir.
—Prescott te acompañará. —Su tono es ahora menos beligerante.
Oh, por favor, Prescott no… Quiero hacer un mohín y protestar, pero al final no lo hago. Ahora que Jack ya no está, podríamos volver a reducir la seguridad…
Recuerdo las sabias palabras de mi madre el día de mi boda: «______, cariño, tienes que elegir bien las batallas que vas a librar. Te pasará lo mismo con tus hijos cuando los tengas». Bueno, al menos me deja ir al trabajo.
—Está bien —murmuro. Como no quiero dejarle así, con tantas cosas sin resolver y tanta tensión entre nosotros, doy un paso vacilante para acercarme a él. Él se tensa y abre mucho los ojos y durante un segundo parece tan vulnerable que me conmueve desde el fondo del corazón. Oh, Joseph, lo siento. Le doy un beso casto en la comisura de la boca. Él cierra los ojos como si saboreara mi contacto—. No me odies —le digo en un susurro.
Me coge la mano.
—No te odio.
—No me has devuelto el beso…
Sus ojos me miran suspicaces.
—Lo sé —murmura.
Estoy a punto de preguntarle por qué, pero no estoy segura de querer saber la respuesta. De repente se pone de pie y me coge la cara con las manos. Un momento después sus labios aprietan con fuerza los míos. Abro la boca por la sorpresa y eso le da acceso a su lengua. Él aprovecha la oportunidad e invade mi boca, poseyéndome. Justo cuando empiezo a responderle, él me suelta con la respiración acelerada.
—Taylor y Prescott te llevarán a la editorial —dice con los ojos ardientes por la necesidad—. ¡Taylor! —le llama a gritos. Me sonrojo e intento recuperar un poco la compostura.
—¿Señor? —Taylor está de pie en el umbral.
—Dile a Prescott que la señora Jonas va a ir a trabajar. ¿Puedes llevarla, por favor?
—Claro, señor. —Taylor desaparece.
—Por favor, intenta mantenerte al margen de cualquier problema hoy. Te lo agradecería mucho —me pide Joseph.
—Haré lo que pueda —le respondo sonriendo dulcemente. Una media sonrisa aparece reticente en los labios de Joseph, pero la frena en cuanto se da cuenta.
—Hasta luego —me dice un poco frío.
—Hasta luego —le respondo en un susurro.
Prescott y yo cogemos el ascensor de servicio hasta el garaje del sótano para evitar a los medios de comunicación que hay fuera. El arresto de Jack y el hecho de que lo atraparon en nuestro piso ya es algo del dominio público. Cuando me siento en el Audi me pregunto si habrá paparazzi esperando en la puerta de Seattle Independent Publishing como el día que anunciamos el compromiso.
Vamos en el coche en silencio hasta que recuerdo que tengo que llamar a Ray y después a mamá para que sepan que Joseph y yo estamos bien y se queden tranquilos. Por suerte las dos llamadas son cortas y acabo justo antes de que aparquemos delante de la editorial. Como me temía, hay una pequeña multitud de reporteros y fotógrafos esperando. Todos se giran a la vez y miran el Audi expectantes.
—¿Está segura de que quiere hacer esto, señora Jonas? —me pregunta Taylor. Una parte de mí quiere volver a casa, pero eso significa pasar el día con el señor Hecho una Furia. Espero que el tiempo le dé un poco de perspectiva. Jack está bajo custodia policial, así que mi Cincuenta debería estar contento, pero no lo está. Un parte de mí le comprende: demasiadas cosas han quedado fuera de su control, yo una de ellas, pero no tengo tiempo de pensar en eso ahora.
—Llevame por el otro lado, por la entrada lateral, Taylor.
—Sí, señora.
Ya es la una de la tarde y he conseguido concentrarme en el trabajo toda la mañana. Oigo que llaman a la puerta y Elizabeth asoma la cabeza.
—¿Tienes un momento? —me pregunta con una sonrisa.
—Claro —murmuro sorprendida por su visita inesperada.
Entra y se sienta, colocándose el largo pelo negro detrás del hombro.
—Quería saber si estabas bien. Roach me ha pedido que viniera a verte —aclara apresuradamente mientras se sonroja—. Lo digo por todo lo que pasó anoche…
El arresto de Jack Hyde está en todos los periódicos, pero nadie parece haber hecho todavía la conexión con el incendio en las oficinas de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
—Estoy bien —le respondo intentando no pensar mucho en cómo me siento. Jack quería hacerme daño. Bueno, eso no es nada nuevo. Ya lo intentó antes. Es Joseph el que me preocupa.
Le echo un vistazo al ordenador por si tengo correo. Nada de Joseph todavía. No sé si escribirle yo o si eso intensificará su furia.
—Bien —responde Elizabeth y esta vez, para variar, la sonrisa le alcanza los ojos—. Si hay algo que pueda hacer por ti, cualquier cosa, solo dímelo.
—Lo haré.
Elizabeth se pone de pie.
—Sé que estás muy ocupada, ______, así que te dejo volver al trabajo.
—Eh… gracias.
Esta ha sido la reunión más breve y absurda que ha habido hoy en todo el hemisferio occidental de la tierra. ¿Por qué le ha pedido Roach que venga? Tal vez esté preocupado; después de todo soy la mujer de su jefe. Aparto todos esos pensamientos sombríos y cojo la BlackBerry con la esperanza de que allí tenga un correo de Joseph. Nada más hacerlo, suena un aviso en mi correo del trabajo.
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De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 04
Para: ______ Jonas
Asunto: Declaración
______:
El detective Clark irá a tu oficina hoy a las 3 de la tarde para tomarte declaración. He insistido en que vaya a verte porque no quiero que tú vayas a la comisaría.
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando ese correo durante cinco minutos completos, intentando pensar en una respuesta ligera y graciosa para mejorarle el humor. Como no se me ocurre nada, opto por la brevedad.
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 12
Para: Joseph Jonas
Asunto: Declaración
OK. X_
______ Jonas
Editora de SIP
Me quedo contemplando la pantalla, ansiosa por recibir su respuesta, pero no llega nada. Joseph no está de humor para jugar hoy.
Me acomodo en el asiento. No puedo culparle. Mi pobre Cincuenta ha debido de pasar las primeras horas de esta mañana frenético. Pero entonces se me ocurre algo. Llevaba el esmoquin cuando le he visto al despertarme esta mañana… ¿A qué hora decidió volver de Nueva York? Normalmente deja cualquier evento entre las diez y las once. Anoche a esa hora yo todavía estaba con Kate.
¿Decidió Joseph volver a casa porque yo estaba en un bar o por el incidente con Jack? Si volvió porque estaba fuera pasándomelo bien, no habrá sabido ni lo de Jack, ni lo de la policía, ni nada… hasta que ha aterrizado en Seattle. De repente me parece muy importante saberlo. Si Joseph decidió volver solo porque yo estaba en un bar, entonces su reacción fue exagerada. Mi subconsciente enseña un poco los dientes y pone cara de arpía. Vale, me alegro de que haya vuelto, así que puede que sea irrelevante. Pero Joseph debió de quedarse de piedra cuando aterrizó. Es normal que esté tan confuso hoy. Recuerdo sus palabras de antes: «Todavía estoy muy furioso contigo, ______. Me estás haciendo cuestionarme mi juicio».
Tengo que saberlo: ¿volvió por mi salida a tomar cócteles o por el puto lunático?
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 24
Para: Joseph Jonas
Asunto: Tu vuelo
¿A qué hora decidiste volver a Seattle ayer?
______ Jonas
Editora de SIP
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De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 26
Para: ______ Jonas
Asunto: Tu vuelo
¿Por qué?
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 29
Para: Joseph Jonas
Asunto: Tu vuelo
Digamos que por curiosidad.
______ Jonas
Editora de SIP
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De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 32
Para: ______ Jonas
Asunto: Tu vuelo
La curiosidad mató al gato.
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 35
Para: Joseph Jonas
Asunto: ¿Eh?
¿A qué viene eso? ¿Es otra amenaza?
Ya sabes adónde quiero llegar con esto, ¿verdad?
¿Decidiste volver porque me fui a un bar con una amiga a tomar una copa aunque tú me hubieras pedido que no lo hiciera o volviste porque había un loco en nuestro piso?
______ Jonas
Editora de SIP
Me quedo mirando la pantalla. No hay respuesta. Miro el reloj del ordenador. La una cuarenta y cinco y sigue sin haber respuesta.
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 56
Para: Joseph Jonas
Asunto: He dado en el clavo…
Tomaré tu silencio como una admisión de que decidiste volver a Seattle porque CAMBIÉ DE OPINIÓN. Soy una mujer adulta y salí a tomar unas copas con una amiga. No entiendo las ramificaciones en cuanto a la seguridad de CAMBIAR DE IDEA porque NUNCA ME CUENTAS NADA. Tuve que enterarme por Kate de que has aumentado la seguridad de todos los Jonas, no solo la nuestra. Creo que siempre reaccionas exageradamente en lo que respecta a mi seguridad y entiendo por qué, pero cada vez te pareces más al niño que siempre decía «que viene el lobo».
Nunca sé si hay algo por lo que preocuparse de verdad o si todo se trata de tu percepción del peligro. Tenía a dos miembros del equipo de seguridad conmigo. Creí que tanto Kate como yo estábamos seguras. Lo cierto es que estábamos más seguras en ese bar que en el piso. Si yo hubiera tenido TODA LA INFORMACIÓN sobre la situación, tal vez habría hecho las cosas de forma diferente.
Creo que tus preocupaciones tienen algo que ver con el material que había en el ordenador de Jack, mejor dicho, eso es lo que cree Kate. ¿Sabes lo frustrante que es que mi mejor amiga sepa más que yo de lo que está pasando? Soy tu MUJER. ¿Me lo vas a contar o vas a seguir tratándome como a una niña, lo que te garantizará que yo siga comportándome como tal?
Que sepas que tú no eres el único que está furioso. ______
______ Jonas
Editora de SIP
Y pulso «Enviar». Hala… Chúpate esa, Jonas. Inspiro hondo. Estoy furiosa. Me estaba sintiendo culpable por lo que había hecho, pero ya no.
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De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 59
Para: ______ Jonas
Asunto: He dado en el clavo…
Como siempre, señora Jonas, se muestra directa y desafiante por correo. Tal vez deberíamos discutir esto cuando vuelvas a NUESTRO piso. Y deberías cuidar ese lenguaje. Yo sigo estando furioso también.
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
¡Que cuide mi lenguaje! Miro el ordenador con el ceño fruncido y me doy cuenta de que esto no me lleva a ninguna parte. No le respondo, sino que cojo un manuscrito que hemos recibido hace poco de un autor nuevo muy prometedor y empiezo a leer.
Mi reunión con el detective Clark transcurre sin incidentes. Está menos gruñón que anoche, creo que porque habrá podido dormir un poco. O tal vez es que prefiere trabajar en el turno de día.
—Gracias por su declaración, señora Jonas.
—De nada, detective. ¿Está Hyde bajo custodia policial ya?
—Sí, señora. Le dieron el alta en el hospital esta mañana. Con los cargos que tenemos contra él, creo que pasará con nosotros una temporada. —Sonríe y eso hace que se arruguen las comisuras de sus ojos oscuros.
—Bien. Nos ha hecho pasar una temporada muy difícil a mi marido y a mí.
—He hablado largo y tendido con el señor Jonas esta mañana. Está muy aliviado. Un hombre interesante su marido.
No se hace una idea…
—Sí, creo que así es. —Le sonrío educadamente y él entiende que con eso ha acabado aquí.
—Si se le ocurre algo más, llámeme. Tome mi tarjeta. —Saca con dificultad una tarjeta de la cartera y me la pasa.
—Gracias, detective. Lo haré.
—Que tenga un buen día, señora Jonas.
—Igualmente.
Cuando se va me pregunto de qué irán a acusar a Hyde. Seguro que Joseph no me lo dice. Frunzo los labios.
Volvemos en coche en silencio al Escala. Sawyer es el que conduce esta vez y Prescott va a su lado. El corazón se me va cayendo poco a poco a los pies conforme nos acercamos. Sé que Joseph y yo vamos a tener una gran pelea y no sé si tengo fuerzas.
Cuando subo en el ascensor desde el garaje con Prescott a mi lado, intento poner en orden mis pensamientos. ¿Qué es lo que quiero decir? Creo que ya se lo he dicho todo en el correo. Tal vez ahora él me dé algunas respuestas. Eso espero. No puedo controlar mis nervios. El corazón me late con fuerza, tengo la boca seca y me sudan las manos. No quiero pelear. Pero a veces él se pone difícil y yo necesito mantenerme firme.
Las puertas del ascensor se abren y aparece el vestíbulo, otra vez en perfecto orden. La mesa está de pie y tiene un jarrón nuevo encima con un precioso ramo de peonías rosa pálido y blanco. Echo un vistazo rápido a los cuadros según vamos pasando: las madonas parecen todas intactas. Ya han arreglado la puerta del vestíbulo que estaba rota y vuelve a cumplir su función; Prescott me la abre amablemente para que pase. Ha estado muy callada todo el día. Creo que me gusta más así.
Dejo el maletín en el pasillo y me encamino al salón, pero me paro en seco al entrar. Oh, vaya…
—Buenas noches, señora Jonas —dice Joseph con voz suave. Está de pie junto al piano vestido con una camiseta negra ajustada y unos vaqueros… «Esos» vaqueros, los que normalmente lleva en el cuarto de juegos. Madre mía. Son unos vaqueros claros muy lavados, ceñidos y con un roto en la rodilla, que le quedan de muerte. Se acerca a mí descalzo, con el botón superior de los vaqueros desabrochado y los ojos ardientes que me miran fijamente—. Que bien que ya estés en casa. Te estaba esperando.
—¿Está…? —Doy un respingo, incapaz de acabar la frase, y miro a Ryan con los ojos muy abiertos, aterrorizada. Ni siquiera puedo mirar a la figura tirada en el suelo.
—No, señora. Solo inconsciente.
Siento un gran alivio. Oh, gracias a Dios.
—¿Y tú? ¿Estás bien? —le pregunto a Ryan. Me doy cuenta de que no sé su nombre de pila. Resopla como si hubiera corrido un maratón. Se limpia la boca para quitarse un resto de sangre y veo que se le está formando un cardenal en la mejilla.
—Ha sido duro de pelar, pero estoy bien, señora Jonas. —Me sonríe para tranquilizarme. Si le conociera mejor diría que incluso tiene cierto aire de suficiencia.
—¿Y Gail? Quiero decir, la señora Jones… —Oh, no… ¿Estará bien? ¿Le habrá hecho algún daño?
—Estoy aquí, ______. —Miro detrás de mí y la veo en camisón y bata, con el pelo suelto, la cara cenicienta y los ojos muy abiertos. Como los míos, supongo—. Ryan me despertó e insistió en que me metiera aquí —dice señalando detrás de ella el despacho de Taylor—. Estoy bien. ¿Está usted bien?
Asiento enérgicamente y me doy cuenta de que ella probablemente acaba de salir de la habitación del pánico que hay junto al despacho de Taylor. ¿Quién podía saber que la íbamos a necesitar tan pronto? Joseph insistió en instalarla poco después de nuestro compromiso. Y yo puse los ojos en blanco. Ahora, al ver a Gail de pie en el umbral, me alegro de la previsión de Joseph.
Un crujido procedente de la puerta del vestíbulo me distrae. Está colgando de sus bisagras. Pero ¿qué le ha pasado?
—¿Estaba solo? —le pregunto a Ryan.
—Sí, señora. No estaría usted ahí de pie de no ser así, se lo aseguro. —Ryan parece vagamente ofendido.
—¿Cómo entró? —sigo preguntando ignorando su tono.
—Por el ascensor de servicio. Los tiene bien puestos, señora.
Miro la figura tirada de Jack. Lleva algún tipo de uniforme… Un overol, creo.
—¿Cuándo?
—Hace unos diez minutos. Lo vi en el monitor de seguridad. Llevaba guantes… algo un poco extraño en agosto. Le reconocí y decidí dejarle entrar. Así le tendríamos. Usted no se hallaba en casa y Gail estaba en lugar seguro, así que me dije que era ahora o nunca. —Ryan parece de nuevo muy orgulloso de sí mismo y Sawyer le mira con el ceño fruncido por la desaprobación.
¿Guantes? Eso me sorprende y vuelvo a mirar a Jack. Sí, lleva unos guantes de piel marrón. ¡Qué espeluznante!
—¿Y ahora qué? —pregunto intentando olvidar los distintos pensamientos que están surgiendo en mi mente.
—Tenemos que inmovilizarle —responde Ryan.
—¿Inmovilizarle?
—Por si se despierta. —Ryan mira a Sawyer.
—¿Qué necesitáis? —pregunta la señora Jones dando un paso adelante. Ya ha recobrado la compostura.
—Algo con que sujetarle… Un cordón o una cuerda —responde Ryan.
Abrazaderas. Me sonrojo cuando los recuerdos de la noche anterior invaden mi mente. Me froto las muñecas en un acto reflejo y bajo la mirada para echarles un rápido vistazo. No, no tengo cardenales. Bien.
—Yo tengo algo: abrazaderas. ¿Eso servirá?
Todos los ojos se fijan en mí.
—Sí, señora. Eso es perfecto —dice Sawyer muy serio.
En ese momento quiero que me trague la tierra, pero me giro y voy hasta nuestro dormitorio. A veces hay que enfrentarse a las cosas sin arredrarse. Tal vez sea la combinación del miedo y el alcohol lo que me proporciona esta audacia.
Cuando vuelvo, la señora Jones está evaluando el desastre del vestíbulo y la señorita Prescott se ha unido al equipo de seguridad. Le paso las bridas a Sawyer, que lentamente y con un cuidado innecesario le ata las manos detrás de la espalda a Hyde. La señora Jones desaparece en la cocina y regresa con un botiquín de primeros auxilios. Coge del brazo a Ryan, lo lleva al salón y se ocupa de curarle el corte de encima del ojo. Él hace una mueca de dolor cuando ella le aplica un antiséptico. Entonces me fijo en la Glock con silenciador que hay en el suelo. ¡Santa Mierda! ¿Estaba Jack armado? Siento la bilis en la garganta y hago todo lo que puedo por evitar vomitar.
—No la toque, señora Jonas —me advierte Prescott cuando me agacho para recogerla. Sawyer emerge del despacho de Taylor con unos guantes de látex.
—Yo me ocupo de eso, señora Jonas —me dice.
—¿La llevaba él? —le pregunto.
—Sí, señora —asegura Ryan haciendo otra mueca de dolor a consecuencia de los cuidados de la señora Jones. Madre mía… Ryan se ha peleado con un hombre armado en mi casa. Me estremezco con solo pensarlo. Sawyer se agacha y coge con cuidado la Glock.
—¿Es aconsejable que hagas eso? —le pregunto.
—El señor Jonas querría que lo hiciera, señora. —Sawyer mete el arma en una bolsa de plástico. Después se agacha y cachea a Jack. Se detiene y saca parcialmente un rollo de cinta americana de su bolsillo. Sawyer se queda blanco y vuelve a guardar la cinta en el bolsillo de Hyde.
¿Cinta americana? Mi mente registra el detalle mientras yo observo lo que están haciendo con fascinación y una extraña indiferencia. Entonces me doy cuenta de las implicaciones y la bilis vuelve a subirme hasta la garganta. Aparto rápidamente el pensamiento de mi cabeza. No sigas por ese camino, ______.
—¿No deberíamos llamar a la policía? —digo intentando ocultar el miedo que siento. Quiero que saquen a Hyde de mi casa, cuanto antes, mejor.
Ryan y Sawyer se miran.
—Creo que deberíamos llamar a la policía —repito esta vez con más convicción, preguntándome qué se traen entre manos Ryan y Sawyer.
—He intentado localizar a Taylor, pero no contesta al móvil. Seguramente estará durmiendo. —Sawyer mira el reloj—. Son las dos menos cuarto de la madrugada en la costa Este.
Oh, no.
—¿Haz llamado a Joseph? —pregunto en un susurro.
—No, señora.
—¿Estabas llamando a Taylor para que les diera instrucciones?
Sawyer parece momentáneamente avergonzado.
—Sí, señora.
Una parte de mí echa chispas. Ese hombre, vuelvo a mirar al desmayado Hyde, ha allanado mi casa y la policía debería llevárselo. Pero al mirarlos a los cuatro, todos con mirada ansiosa, veo que hay algo que no estoy entendiendo, así que decido llamar a Joseph. Se me eriza el vello. Sé que está furioso conmigo, muy pero que muy furioso, y vacilo al pensar lo que va a decirme. Y ahora además se pondrá más nervioso porque no está aquí y no puede volver hasta mañana por la noche. Sé que ya le he preocupado bastante esta noche. Tal vez no debería llamarle… Pero de repente se me ocurre algo. Mierda. ¿Y si yo hubiera estado aquí? Palidezco solo de pensarlo. Gracias a Dios que estaba fuera. Quizá al final el problema no vaya a ser tan grave.
—¿Está bien? —pregunto señalando a Jack.
—Le dolerá la cabeza cuando despierte —aclara Ryan mirando a Jack con desprecio—. Pero necesitamos un médico para estar seguros.
Busco en el bolso y saco la BlackBerry. Antes de que me dé tiempo a pensar mucho en el enfado de Joseph, marco su número. Me pasa directamente con el buzón de voz. Debe de haberlo apagado por lo enfadado que está. No se me ocurre qué decir. Me giro y camino un poco por el pasillo para alejarme de los demás.
—Hola, soy yo. Por favor no te enfades. Ha ocurrido un incidente en el ático, pero todo está bajo control, así que no te preocupes. Nadie está herido. Llámame. —Y cuelgo—. Llama a la policía —le ordeno a Sawyer. Él asiente, saca su móvil y marca.
El agente Skinner está sentado a la mesa del comedor enfrascado en su conversación con Ryan. El agente Walker está con Sawyer en el despacho de Taylor. No sé dónde está Prescott, tal vez también en el despacho de Taylor. El detective Clark no hace más que ladrarme preguntas a mí; los dos estamos sentados en el sofá del salón. El detective es alto, tiene el pelo oscuro y podría ser atractivo si no fuera por su ceño permanentemente fruncido. Sospecho que le han despertado y sacado de su acogedora cama porque han allanado la casa de uno de los ejecutivos más influyentes y más ricos de Seattle.
—¿Antes era su jefe? —me pregunta Clark lacónicamente.
—Sí.
Estoy cansada, mucho más que cansada y solo quiero irme a la cama. Todavía no sé nada de Joseph. La parte buena es que los médicos de la ambulancia se han llevado a Hyde. La señora Jones nos trae a Clark y a mí una taza de té.
—Gracias. —Clark se vuelve de nuevo hacia mí—. ¿Y dónde está el señor Jonas?
—En Nueva York. Un viaje de negocios. Volverá mañana por la noche… quiero decir, esta noche. —Ya es pasada la medianoche.
—Ya conocíamos a Hyde —murmura el detective Clark—. Necesito que venga a la comisaría a hacer una declaración. Pero eso puede esperar. Es tarde y hay un par de reporteros haciendo guardia en la acera. ¿Le importa que eche un vistazo?
—No, claro que no —le respondo y me siento aliviada de que haya terminado con el interrogatorio. Me estremezco al pensar que hay fotógrafos fuera. Bueno, no van a ser un problema hasta mañana. Hago una nota mental de llamar a mamá y a Ray mañana para que no se preocupen si oyen algo en la televisión.
—Señora Jonas, ¿por qué no se va a la cama? —me dice la señora Jones con voz amable y llena de preocupación.
La miro a los ojos tiernos y cálidos y de repente siento la necesidad imperiosa de llorar. Ella se acerca y me frota la espalda.
—Ya estamos seguras —me dice—. Todo esto no será tan malo por la mañana, cuando haya dormido un poco. Además, el señor Jonas volverá mañana por la noche.
La miro nerviosa, conteniendo con dificultad las lágrimas. Joseph se va a poner tan furioso…
—¿Quiere algo antes de acostarse? —me pregunta.
Entonces me doy cuenta del hambre que tengo.
—¿Tal vez algo de comer?
Ella muestra una gran sonrisa.
—¿Un sándwich y un poco de leche?
Asiento agradecida y ella se encamina a la cocina. Ryan sigue con el agente Skinner. En el vestíbulo, el detective Clark está examinando el desastre que hay delante del ascensor. Parece pensativo a pesar de su ceño. De repente siento nostalgia, nostalgia de Joseph. Apoyo la cabeza en las manos y deseo con todas mis fuerzas que pudiera estar aquí. Él sabría qué hacer. Menuda noche. Solo quiero acurrucarme en su regazo, que me abrace y me diga que me quiere aunque yo no haga lo que me dice… Pero esta noche no va a poder ser.
Pongo los ojos en blanco en mi interior… ¿Por qué no me dijo que había aumentado la seguridad de todos? ¿Qué había exactamente en el ordenador de Jack? Qué hombre más frustrante. Pero ahora mismo eso no me importa. Quiero a mi marido. Le echo de menos.
—Aquí tienes, ______. —La señora Jones interrumpe mi agitación interior. Cuando alzo la vista veo que me está tendiendo un sándwich de mantequilla de cacahuete y gelatina con los ojos brillantes. Llevo años sin comer algo así. Le sonrío tímidamente y me lanzo a por él.
Cuando por fin me meto en la cama, me acurruco en el lado de Joseph con su camiseta puesta. Tanto su camiseta como su almohada huelen a él y mientras me voy dejando llevar por el sueño deseo que tenga un buen viaje a casa… y que vuelva de buen humor.
Me despierto sobresaltada. Hay luz y me laten las sienes. Oh, no. Espero no tener resaca. Abro los ojos con cuidado y veo que la silla del dormitorio no está en su sitio habitual y que Joseph está sentado en ella. Lleva el esmoquin y el extremo de su pajarita le sobresale del bolsillo delantero. Me pregunto si estaré soñando. Abraza el respaldo de la silla con el brazo izquierdo y en la mano tiene un vaso de cristal tallado con un líquido ambarino.
¿Brandy? ¿Whisky? No tengo ni idea. Tiene una pierna cruzada, con el tobillo apoyado sobre la rodilla opuesta. Lleva calcetines negros y zapatos de vestir. El codo derecho descansa sobre el brazo de la silla, tiene la barbilla apoyada en la mano y se está pasando el dedo índice lenta y rítmicamente por el labio inferior. En la luz de primera hora de la mañana sus ojos arden con una grave intensidad, pero su expresión general es imposible de identificar.
Casi se me para el corazón. Está aquí. ¿Cómo ha podido llegar? Ha tenido que salir de Nueva York anoche. ¿Cuánto tiempo lleva viéndome dormir?
—Hola —le susurro.
Su mirada es fría y el corazón está a punto de parárseme otra vez. Oh, no. Aparta los dedos de la boca, se bebe de un trago lo que le queda de la bebida y pone el vaso en la mesilla. Espero que me dé un beso, pero no. Vuelve a arrellanarse en la silla y sigue mirándome impasible.
—Hola —dice por fin en voz muy baja. E inmediatamente sé todavía está furioso. Muy furioso.
—Has vuelto.
—Eso parece.
Me levanto lentamente hasta quedar sentada sin apartar los ojos de él. Tengo la boca seca.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí mirándome dormir?
—El suficiente.
—Sigues furioso. —Casi no puedo ni pronunciar las palabras.
Él me mira fijamente, como si estuviera reflexionando sobre qué responderme.
—Furioso… —dice como probando la palabra y sopesando sus matices y su significado—. No, ______. Estoy mucho, mucho más que furioso.
Oh, madre mía. Intento tragar saliva, pero es muy difícil con la boca seca.
—Mucho más que furioso. Eso no suena bien.
Vuelve a mirarme fijamente, del todo impasible y no responde. Un silencio sepulcral se cierne sobre nosotros. Extiendo la mano para coger mi vaso de agua y le doy un sorbo agradecida, a la vez que intento recuperar el control sobre mi errático corazón.
—Ryan ha cogido a Jack. —Pongo el vaso de nuevo en la mesilla e intento una táctica diferente.
—Lo sé —responde en un tono gélido.
Claro que lo sabe…
—¿Vas a seguir respondiéndome con monosílabos durante mucho tiempo?
Mueve casi imperceptiblemente las cejas, lo que demuestra su sorpresa; no se esperaba esa pregunta.
—Sí —responde después.
Oh… bien. ¿Qué puedo hacer? Defensa; es la mejor forma de ataque.
—Siento haberme quedado por ahí.
—¿De verdad?
—No —confieso después de una pausa porque es la verdad.
—¿Y por qué lo dices, entonces?
—Porque no quiero que estés enfadado conmigo.
Suspira profundamente, como si llevara aguantando toda su tensión durante un millón de horas, y se pasa la mano por el pelo. Está guapísimo. Furioso, pero guapísimo. Absorbo todos sus detalles. ¡Joseph ha vuelto! Furioso, pero entero.
—Creo que el detective Clark quiere hablar contigo.
—Seguro que sí.
—Joseph, por favor…
—¿Por favor qué?
—No seas tan frío.
Vuelve a elevar las cejas por la sorpresa.
—______, frío no es lo que siento ahora mismo. Me estoy consumiendo. Consumiéndome de rabia. No sé cómo gestionar estos…—agita la mano en el aire, buscando la palabra— sentimientos. —Su tono es amargo.
Oh, mierda. Su sinceridad me desarma. Lo único que yo quiero hacer es acurrucarme en su regazo, es todo lo que he querido hacer desde anoche. Qué diablos… Me acerco, cogiéndole por sorpresa y me acomodo torpemente en su regazo. No me aparta, que es lo que temía. Después de un segundo me rodea con los brazos y entierra la nariz en mi pelo. Huele a whisky. ¿Cuánto habrá bebido? También huele a jabón. Y a Joseph. Le rodeo el cuello con los brazos y le acaricio la garganta con la nariz y él vuelve a suspirar, esta vez más profundamente.
—Oh, señora Jonas, qué voy a hacer con usted… —Me besa en el pelo. Cierro los ojos y saboreo su contacto.
—¿Cuánto has bebido?
Se pone tenso.
—¿Por qué?
—Porque normalmente no bebes licores fuertes.
—Es mi segunda copa. He tenido una noche dura, ______. Dame un respiro, ¿bien?
Le sonrío.
—Si insiste, señor Jonas. —Aspiro el aroma de su cuello—. Hueles divinamente. He dormido en tu lado de la cama porque tu almohada huele a ti.
Me acaricia el pelo con la nariz.
—¿Por eso lo has hecho? Me estaba preguntando por qué estabas en mi lado. Sigo furioso contigo, por cierto.
—Lo sé.
Me acaricia rítmicamente la espalda con la mano.
—Y yo también estoy furiosa contigo —le susurro.
Él se detiene.
—¿Y qué he podido hacer yo para merecer tu ira?
—Ya te lo diré luego, cuando deje de consumirte la rabia —le digo dándole un beso en la garganta.
Cierra los ojos y me deja besarle, pero no hace ningún movimiento para devolverme el beso. Me abraza más fuerte, apretándome.
—Cuando pienso en lo que podría haber pasado… —Su voz no es más que un susurro. Quebrada y ronca.
—Estoy bien.
—Oh, ______… —Sus palabras son casi un sollozo.
—Estoy bien. Estamos bien. Un poco impresionados, pero Gail también está bien. Ryan está bien. Y Jack ya no está.
Niega con la cabeza.
—Pero no gracias a ti —murmura.
¿Qué? Me aparto un poco y le miro.
—¿Qué quieres decir?
—No quiero discutir eso ahora mismo, ______.
Parpadeo. Bueno, tal vez yo sí… Pero decido que no es el momento. Al menos ya me habla. Vuelvo a apoyarme contra él. Ahora enreda los dedos en mi pelo y empieza a juguetear con él.
—Quiero castigarte —me susurra—. Castigarte de verdad. Azotarte hasta que no lo puedas soportar más.
El corazón se me queda atravesado en la garganta. ¡Mierda!
—Lo sé —le digo a la vez que se me eriza el vello.
—Y tal vez lo haga.
—Espero que no.
Vuelve a apretarme en su abrazo.
—______, ______, ______… Pones a prueba la paciencia de cualquiera, hasta la de un santo.
—Se pueden decir muchas cosas de usted, señor Jonas, pero que sea un santo no es una de ellas.
Finalmente me concede una risa reticente.
—Muy cierto, como siempre, señora Jonas. —Me da un beso en la frente y se mueve—. Vuelve a la cama. Tú tampoco has dormido mucho. —Se levanta, me coge en brazos y me deposita en la cama.
—¿Te acuestas conmigo?
—No. Tengo cosas que hacer. —Se agacha y recoge el vaso—. Vuelve a dormir. Te despertaré dentro de un par de horas.
—¿Todavía estás furioso conmigo?
—Sí.
—Entonces me voy a dormir otra vez.
—Bien. —Tira del edredón para taparme y me da un beso en la frente—. Duérmete.
Y como estoy tan grogui por lo de anoche, tan aliviada de que Joseph haya vuelto, y tan fatigada emocionalmente por este encuentro a primera hora de la mañana, no lo dudo ni un momento y hago lo que me dice. Mientras me voy quedando dormida me pregunto por qué no habrá utilizado su mecanismo habitual para gestionar las cosas: lanzarse sobre mí para follarme sin piedad. Aunque, dado el mal sabor que siento en la boca, agradezco que no lo haya hecho.
—Te traigo zumo de naranja —dice Joseph y yo abro los ojos otra vez.
Acabo de pasar las dos horas de sueño más profundo y relajante de mi vida y me levanto fresca. Además, ya no me late la cabeza. El zumo de naranja es una visión que agradezco, igual que la de mi marido. Se ha puesto el chándal. Por un momento mi mente vuelve al Heathman Hotel, la primera vez que me desperté a su lado. La sudadera gris está húmeda por el sudor. O ha estado entrenando en el gimnasio del sótano o ha salido a correr. No debería estar tan guapo después de hacer ejercicio.
—Me voy a dar una ducha —murmura y desaparece en el baño.
Frunzo el ceño. Sigue estando distante. O está distraído pensando en todo lo que ha pasado o sigue furioso o… ¿qué? Me siento, cojo el zumo de naranja y me lo bebo demasiado rápido. Está delicioso, frío y mejora mucho la sensación de mi boca. Salgo de la cama, ansiosa por reducir la distancia, real y metafórica, entre mi marido y yo. Echo un vistazo al despertador. Son las ocho. Me quito la camiseta de Joseph y le sigo al baño. Está en la ducha, lavándose el pelo, y yo no lo dudo un segundo y me meto con él. Se pone tenso un momento cuando le abrazo desde detrás, pegándome contra su espalda musculosa y mojada. Ignoro su reacción y le aprieto con fuerza apoyando la mejilla contra su piel a la vez que cierro los ojos. Después de un instante se mueve un poco para que los dos quedemos bajo la cascada de agua caliente y sigue lavándose el pelo. Dejo que caiga el agua sobre mí mientras abrazo al hombre que quiero. Pienso en todas las veces que me ha follado y las veces en que me ha hecho el amor aquí. Frunzo el ceño. Nunca ha estado tan callado. Giro la cabeza y empiezo a darle besos en la espalda. Noto que su cuerpo se tensa otra vez.
—______… —dice y suena a advertencia.
—Mmm…
Mis manos bajan lentamente por su estómago plano en dirección a su vientre. Él me coge las dos manos con las suyas y me obliga a detenerme mientras niega con la cabeza.
—No —dice.
Le suelto inmediatamente. ¿Me está diciendo que no? Mi mente se desploma en caída libre. ¿Había ocurrido esto alguna vez antes? Mi subconsciente niega con la cabeza, frunce los labios y me mira por encima de las gafas de media luna con una mirada que dice: Ahora sí que lo has jodido del todo. Siento como si me hubiera dado una bofetada fuerte. Me ha rechazado. Y toda una vida de inseguridades desembocan en una idea horrible: ya no me desea. Doy un respingo cuando siento la punzada de dolor. Joseph se gira y me alivia ver que no es totalmente indiferente a mis encantos. Me coge la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me encuentro mirando sus ojos ambarinos y cautelosos.
—Todavía estoy muy furioso contigo —me dice con la voz baja y seria. ¡Mierda! Se inclina, apoya su frente contra la mía y cierra los ojos. Yo levanto las manos y le acaricio la cara.
—No te pongas así, por favor. Creo que estás exagerando —le susurro.
Se yergue y palidece. Mi mano cae junto a mi costado.
—¿Que estoy exagerando? —exclama—. ¡Un puto lunático ha entrado en mi piso para secuestrar a mi mujer y tú me dices que estoy exagerando! —La amenaza parcial de su voz es aterradora y sus ojos me abrasan al mirarme como si yo fuera el puto lunático del que hablaba.
—No… Eh… No era eso lo que quería decir. Creía que estabas enfadado porque me quedé a tomar las copas en el bar.
Cierra los ojos una vez más como si no pudiera soportar el dolor y niega con la cabeza.
—Joseph, yo no estaba aquí —le digo intentando apaciguarle y tranquilizarle.
—Lo sé —susurra y abre los ojos—. Y todo porque no eres capaz de hacer caso a una simple petición, joder. —Su tono es amargo y ahora ha llegado mi turno de ponerme pálida—. No quiero discutir esto ahora, en la ducha. Todavía estoy muy furioso contigo, ______. Me estás haciendo cuestionarme mi juicio. —Se gira y sale de la ducha, cogiendo una toalla al pasar y saliendo después del baño, dejándome allí sola y helada bajo el agua caliente.
Mierda. Mierda. Mierda.
Entonces el significado de todo lo que ha dicho empieza a abrirse camino en mi mente. ¿Secuestro? Joder. ¿Jack quería secuestrarme? Recuerdo la cinta americana de su bolsillo y que no quise darle vueltas a por qué la llevaba. ¿Joseph tiene más información? Me enjabono rápidamente el cuerpo y después me lavo el pelo. Quiero saberlo. Necesito saberlo. No le voy a dejar que siga ocultándome cosas.
Joseph no está en el dormitorio cuando salgo. Oh, sí que se ha vestido rápido… Hago lo mismo: me pongo mi vestido favorito color ciruela y las sandalias negras. Soy vagamente consciente de que me he puesto esta ropa porque a Joseph le gusta. Me seco el pelo con energía con la toalla, me lo trenzo y lo recojo en un moño. Me pongo unos pendientes con un diamante pequeño en las orejas y voy corriendo al baño para darme un poco de rimel y mirarme en el espejo. Estoy pálida. Siempre estoy pálida. Inspiro hondo para tranquilizarme. Necesito enfrentar las consecuencias de mi decisión precipitada de querer seguir pasándomelo bien con una amiga. Suspiro y sé que Joseph no lo va a ver así.
Tampoco hay ni rastro de Joseph en el salón. La señora Jones está ocupada en la cocina.
—Buenos días, ______ —me dice dulcemente.
—Buenos días —respondo con una amplia sonrisa. ¡Por fin vuelvo a ser ______!
—¿Té?
—Por favor.
—¿Algo de comer?
—Sí. Esta mañana me apetece una tortilla, por favor.
—¿Con champiñones y espinacas?
—Y queso.
—Ahora mismo.
—¿Dónde está Joseph?
—El señor Jonas está en su estudio.
—¿Ha desayunado? —Miro los dos platos que hay sobre la barra del desayuno.
—No, señora.
—Gracias.
Joseph está al teléfono vestido con una camisa blanca sin corbata y vuelve a parecer el confiado presidente de la empresa. Cómo pueden engañar las apariencias. Me mira cuando me asomo al umbral pero niega con la cabeza para dejarme claro que no soy bienvenida. Mierda… Me giro y vuelvo desanimada a sentarme en la barra del desayuno. Entra Taylor vestido con un traje oscuro y con el aspecto de haber dormido ocho horas sin interrupciones.
—Buenos días, Taylor —le saludo intentando averiguar de qué humor está. A ver si me da alguna pista visual de lo que está ocurriendo.
—Buenos días, señora Jonas —me responde y oigo cierta compasión en esas cuatro palabras. Le sonrió amablemente sabiendo que ha tenido que soportar a un Joseph enfadado y frustrado en su regreso a Seattle antes de lo previsto.
—¿Qué tal el vuelo? —me atrevo a preguntar.
—Largo, señora Jonas. —Su brevedad dice mucho—. ¿Puedo preguntarle cómo está? —añade en un tono más suave.
—Estoy bien.
Asiente.
—Discúlpeme —dice, y se encamina al estudio de Joseph. Mmm… A Taylor le deja entrar y a mí no.
—Aquí tiene. —La señora Jones me coloca delante el desayuno. Acabo de quedarme sin apetito, pero me lo como para no ofenderla.
Para cuando termino lo que he podido comer de mi desayuno, Joseph todavía no ha salido del estudio. ¿Me está evitando?
—Gracias, señora Jones —le digo bajándome del taburete y dirigiéndome al baño para lavarme los dientes.
Me los cepillo y recuerdo la discusión con Joseph por los votos matrimoniales. También entonces se refugió en su estudio. ¿Es eso lo que le pasa? ¿Está enfurruñado? Me estremezco al recordar la pesadilla que tuvo después. ¿Va a volver a ocurrir eso? Tenemos que hablar. Quiero saber lo que sea que pasa con Jack y por qué ha aumentado la seguridad de todos los Jonas; todos los detalles que me ha estado ocultando a mí, pero que Kate sí sabía. Obviamente Elliot sí le cuenta las cosas.
Miro el reloj. Las nueve menos diez… Voy a llegar tarde al trabajo. Acabo de cepillarme los dientes, me doy brillo en los labios, cojo la chaqueta negra fina y me encamino al salón. Me alivia ver que Joseph está allí desayunando.
—¿Vas a ir? —me dice al verme.
—¿A trabajar? Claro. —Camino valientemente hacia él y apoyo las manos en la barra del desayuno. Me mira sin expresión—. Joseph, no hace ni una semana que hemos vuelto. Tengo que ir a trabajar.
—Pero… —Deja la frase sin terminar y se pasa la mano por el pelo. La señora Jones sale en silencio de la habitación. Muy discreta, Gail.
—Sé que tenemos mucho de que hablar. Si te calmas un poco, tal vez podamos hacerlo esta noche.
Se queda con la boca abierta por la consternación.
—¿Que me calme? —pregunta en voz extrañamente baja.
Me sonrojo.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—No, ______, no lo sé.
—No quiero pelear. Venía a preguntarte si puedo coger mi coche.
—No, no puedes —me responde.
—Está bien —acepto.
Él parpadea. Obviamente estaba esperando que empezara a discutir.
—Prescott te acompañará. —Su tono es ahora menos beligerante.
Oh, por favor, Prescott no… Quiero hacer un mohín y protestar, pero al final no lo hago. Ahora que Jack ya no está, podríamos volver a reducir la seguridad…
Recuerdo las sabias palabras de mi madre el día de mi boda: «______, cariño, tienes que elegir bien las batallas que vas a librar. Te pasará lo mismo con tus hijos cuando los tengas». Bueno, al menos me deja ir al trabajo.
—Está bien —murmuro. Como no quiero dejarle así, con tantas cosas sin resolver y tanta tensión entre nosotros, doy un paso vacilante para acercarme a él. Él se tensa y abre mucho los ojos y durante un segundo parece tan vulnerable que me conmueve desde el fondo del corazón. Oh, Joseph, lo siento. Le doy un beso casto en la comisura de la boca. Él cierra los ojos como si saboreara mi contacto—. No me odies —le digo en un susurro.
Me coge la mano.
—No te odio.
—No me has devuelto el beso…
Sus ojos me miran suspicaces.
—Lo sé —murmura.
Estoy a punto de preguntarle por qué, pero no estoy segura de querer saber la respuesta. De repente se pone de pie y me coge la cara con las manos. Un momento después sus labios aprietan con fuerza los míos. Abro la boca por la sorpresa y eso le da acceso a su lengua. Él aprovecha la oportunidad e invade mi boca, poseyéndome. Justo cuando empiezo a responderle, él me suelta con la respiración acelerada.
—Taylor y Prescott te llevarán a la editorial —dice con los ojos ardientes por la necesidad—. ¡Taylor! —le llama a gritos. Me sonrojo e intento recuperar un poco la compostura.
—¿Señor? —Taylor está de pie en el umbral.
—Dile a Prescott que la señora Jonas va a ir a trabajar. ¿Puedes llevarla, por favor?
—Claro, señor. —Taylor desaparece.
—Por favor, intenta mantenerte al margen de cualquier problema hoy. Te lo agradecería mucho —me pide Joseph.
—Haré lo que pueda —le respondo sonriendo dulcemente. Una media sonrisa aparece reticente en los labios de Joseph, pero la frena en cuanto se da cuenta.
—Hasta luego —me dice un poco frío.
—Hasta luego —le respondo en un susurro.
Prescott y yo cogemos el ascensor de servicio hasta el garaje del sótano para evitar a los medios de comunicación que hay fuera. El arresto de Jack y el hecho de que lo atraparon en nuestro piso ya es algo del dominio público. Cuando me siento en el Audi me pregunto si habrá paparazzi esperando en la puerta de Seattle Independent Publishing como el día que anunciamos el compromiso.
Vamos en el coche en silencio hasta que recuerdo que tengo que llamar a Ray y después a mamá para que sepan que Joseph y yo estamos bien y se queden tranquilos. Por suerte las dos llamadas son cortas y acabo justo antes de que aparquemos delante de la editorial. Como me temía, hay una pequeña multitud de reporteros y fotógrafos esperando. Todos se giran a la vez y miran el Audi expectantes.
—¿Está segura de que quiere hacer esto, señora Jonas? —me pregunta Taylor. Una parte de mí quiere volver a casa, pero eso significa pasar el día con el señor Hecho una Furia. Espero que el tiempo le dé un poco de perspectiva. Jack está bajo custodia policial, así que mi Cincuenta debería estar contento, pero no lo está. Un parte de mí le comprende: demasiadas cosas han quedado fuera de su control, yo una de ellas, pero no tengo tiempo de pensar en eso ahora.
—Llevame por el otro lado, por la entrada lateral, Taylor.
—Sí, señora.
Ya es la una de la tarde y he conseguido concentrarme en el trabajo toda la mañana. Oigo que llaman a la puerta y Elizabeth asoma la cabeza.
—¿Tienes un momento? —me pregunta con una sonrisa.
—Claro —murmuro sorprendida por su visita inesperada.
Entra y se sienta, colocándose el largo pelo negro detrás del hombro.
—Quería saber si estabas bien. Roach me ha pedido que viniera a verte —aclara apresuradamente mientras se sonroja—. Lo digo por todo lo que pasó anoche…
El arresto de Jack Hyde está en todos los periódicos, pero nadie parece haber hecho todavía la conexión con el incendio en las oficinas de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
—Estoy bien —le respondo intentando no pensar mucho en cómo me siento. Jack quería hacerme daño. Bueno, eso no es nada nuevo. Ya lo intentó antes. Es Joseph el que me preocupa.
Le echo un vistazo al ordenador por si tengo correo. Nada de Joseph todavía. No sé si escribirle yo o si eso intensificará su furia.
—Bien —responde Elizabeth y esta vez, para variar, la sonrisa le alcanza los ojos—. Si hay algo que pueda hacer por ti, cualquier cosa, solo dímelo.
—Lo haré.
Elizabeth se pone de pie.
—Sé que estás muy ocupada, ______, así que te dejo volver al trabajo.
—Eh… gracias.
Esta ha sido la reunión más breve y absurda que ha habido hoy en todo el hemisferio occidental de la tierra. ¿Por qué le ha pedido Roach que venga? Tal vez esté preocupado; después de todo soy la mujer de su jefe. Aparto todos esos pensamientos sombríos y cojo la BlackBerry con la esperanza de que allí tenga un correo de Joseph. Nada más hacerlo, suena un aviso en mi correo del trabajo.
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De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 04
Para: ______ Jonas
Asunto: Declaración
______:
El detective Clark irá a tu oficina hoy a las 3 de la tarde para tomarte declaración. He insistido en que vaya a verte porque no quiero que tú vayas a la comisaría.
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando ese correo durante cinco minutos completos, intentando pensar en una respuesta ligera y graciosa para mejorarle el humor. Como no se me ocurre nada, opto por la brevedad.
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 12
Para: Joseph Jonas
Asunto: Declaración
OK. X_
______ Jonas
Editora de SIP
Me quedo contemplando la pantalla, ansiosa por recibir su respuesta, pero no llega nada. Joseph no está de humor para jugar hoy.
Me acomodo en el asiento. No puedo culparle. Mi pobre Cincuenta ha debido de pasar las primeras horas de esta mañana frenético. Pero entonces se me ocurre algo. Llevaba el esmoquin cuando le he visto al despertarme esta mañana… ¿A qué hora decidió volver de Nueva York? Normalmente deja cualquier evento entre las diez y las once. Anoche a esa hora yo todavía estaba con Kate.
¿Decidió Joseph volver a casa porque yo estaba en un bar o por el incidente con Jack? Si volvió porque estaba fuera pasándomelo bien, no habrá sabido ni lo de Jack, ni lo de la policía, ni nada… hasta que ha aterrizado en Seattle. De repente me parece muy importante saberlo. Si Joseph decidió volver solo porque yo estaba en un bar, entonces su reacción fue exagerada. Mi subconsciente enseña un poco los dientes y pone cara de arpía. Vale, me alegro de que haya vuelto, así que puede que sea irrelevante. Pero Joseph debió de quedarse de piedra cuando aterrizó. Es normal que esté tan confuso hoy. Recuerdo sus palabras de antes: «Todavía estoy muy furioso contigo, ______. Me estás haciendo cuestionarme mi juicio».
Tengo que saberlo: ¿volvió por mi salida a tomar cócteles o por el puto lunático?
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 24
Para: Joseph Jonas
Asunto: Tu vuelo
¿A qué hora decidiste volver a Seattle ayer?
______ Jonas
Editora de SIP
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De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 26
Para: ______ Jonas
Asunto: Tu vuelo
¿Por qué?
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 29
Para: Joseph Jonas
Asunto: Tu vuelo
Digamos que por curiosidad.
______ Jonas
Editora de SIP
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De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 32
Para: ______ Jonas
Asunto: Tu vuelo
La curiosidad mató al gato.
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 35
Para: Joseph Jonas
Asunto: ¿Eh?
¿A qué viene eso? ¿Es otra amenaza?
Ya sabes adónde quiero llegar con esto, ¿verdad?
¿Decidiste volver porque me fui a un bar con una amiga a tomar una copa aunque tú me hubieras pedido que no lo hiciera o volviste porque había un loco en nuestro piso?
______ Jonas
Editora de SIP
Me quedo mirando la pantalla. No hay respuesta. Miro el reloj del ordenador. La una cuarenta y cinco y sigue sin haber respuesta.
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De: ______ Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 56
Para: Joseph Jonas
Asunto: He dado en el clavo…
Tomaré tu silencio como una admisión de que decidiste volver a Seattle porque CAMBIÉ DE OPINIÓN. Soy una mujer adulta y salí a tomar unas copas con una amiga. No entiendo las ramificaciones en cuanto a la seguridad de CAMBIAR DE IDEA porque NUNCA ME CUENTAS NADA. Tuve que enterarme por Kate de que has aumentado la seguridad de todos los Jonas, no solo la nuestra. Creo que siempre reaccionas exageradamente en lo que respecta a mi seguridad y entiendo por qué, pero cada vez te pareces más al niño que siempre decía «que viene el lobo».
Nunca sé si hay algo por lo que preocuparse de verdad o si todo se trata de tu percepción del peligro. Tenía a dos miembros del equipo de seguridad conmigo. Creí que tanto Kate como yo estábamos seguras. Lo cierto es que estábamos más seguras en ese bar que en el piso. Si yo hubiera tenido TODA LA INFORMACIÓN sobre la situación, tal vez habría hecho las cosas de forma diferente.
Creo que tus preocupaciones tienen algo que ver con el material que había en el ordenador de Jack, mejor dicho, eso es lo que cree Kate. ¿Sabes lo frustrante que es que mi mejor amiga sepa más que yo de lo que está pasando? Soy tu MUJER. ¿Me lo vas a contar o vas a seguir tratándome como a una niña, lo que te garantizará que yo siga comportándome como tal?
Que sepas que tú no eres el único que está furioso. ______
______ Jonas
Editora de SIP
Y pulso «Enviar». Hala… Chúpate esa, Jonas. Inspiro hondo. Estoy furiosa. Me estaba sintiendo culpable por lo que había hecho, pero ya no.
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 13: 59
Para: ______ Jonas
Asunto: He dado en el clavo…
Como siempre, señora Jonas, se muestra directa y desafiante por correo. Tal vez deberíamos discutir esto cuando vuelvas a NUESTRO piso. Y deberías cuidar ese lenguaje. Yo sigo estando furioso también.
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
¡Que cuide mi lenguaje! Miro el ordenador con el ceño fruncido y me doy cuenta de que esto no me lleva a ninguna parte. No le respondo, sino que cojo un manuscrito que hemos recibido hace poco de un autor nuevo muy prometedor y empiezo a leer.
Mi reunión con el detective Clark transcurre sin incidentes. Está menos gruñón que anoche, creo que porque habrá podido dormir un poco. O tal vez es que prefiere trabajar en el turno de día.
—Gracias por su declaración, señora Jonas.
—De nada, detective. ¿Está Hyde bajo custodia policial ya?
—Sí, señora. Le dieron el alta en el hospital esta mañana. Con los cargos que tenemos contra él, creo que pasará con nosotros una temporada. —Sonríe y eso hace que se arruguen las comisuras de sus ojos oscuros.
—Bien. Nos ha hecho pasar una temporada muy difícil a mi marido y a mí.
—He hablado largo y tendido con el señor Jonas esta mañana. Está muy aliviado. Un hombre interesante su marido.
No se hace una idea…
—Sí, creo que así es. —Le sonrío educadamente y él entiende que con eso ha acabado aquí.
—Si se le ocurre algo más, llámeme. Tome mi tarjeta. —Saca con dificultad una tarjeta de la cartera y me la pasa.
—Gracias, detective. Lo haré.
—Que tenga un buen día, señora Jonas.
—Igualmente.
Cuando se va me pregunto de qué irán a acusar a Hyde. Seguro que Joseph no me lo dice. Frunzo los labios.
Volvemos en coche en silencio al Escala. Sawyer es el que conduce esta vez y Prescott va a su lado. El corazón se me va cayendo poco a poco a los pies conforme nos acercamos. Sé que Joseph y yo vamos a tener una gran pelea y no sé si tengo fuerzas.
Cuando subo en el ascensor desde el garaje con Prescott a mi lado, intento poner en orden mis pensamientos. ¿Qué es lo que quiero decir? Creo que ya se lo he dicho todo en el correo. Tal vez ahora él me dé algunas respuestas. Eso espero. No puedo controlar mis nervios. El corazón me late con fuerza, tengo la boca seca y me sudan las manos. No quiero pelear. Pero a veces él se pone difícil y yo necesito mantenerme firme.
Las puertas del ascensor se abren y aparece el vestíbulo, otra vez en perfecto orden. La mesa está de pie y tiene un jarrón nuevo encima con un precioso ramo de peonías rosa pálido y blanco. Echo un vistazo rápido a los cuadros según vamos pasando: las madonas parecen todas intactas. Ya han arreglado la puerta del vestíbulo que estaba rota y vuelve a cumplir su función; Prescott me la abre amablemente para que pase. Ha estado muy callada todo el día. Creo que me gusta más así.
Dejo el maletín en el pasillo y me encamino al salón, pero me paro en seco al entrar. Oh, vaya…
—Buenas noches, señora Jonas —dice Joseph con voz suave. Está de pie junto al piano vestido con una camiseta negra ajustada y unos vaqueros… «Esos» vaqueros, los que normalmente lleva en el cuarto de juegos. Madre mía. Son unos vaqueros claros muy lavados, ceñidos y con un roto en la rodilla, que le quedan de muerte. Se acerca a mí descalzo, con el botón superior de los vaqueros desabrochado y los ojos ardientes que me miran fijamente—. Que bien que ya estés en casa. Te estaba esperando.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!!
PERO QUE SUSTO DE MUERTEEE!!!!.. LO BUENO QUE YA ESTA ENCERRADOO!!!
PERO POR QUE JOEE NO LE DIJOOOO NADAAAAA!!!
AAAIIII CIELOOSSS SIGUELAA PORFIISS QUE QUIERO SABER QUE ES LO QUE PRETENDE JOEEEE
PERO QUE SUSTO DE MUERTEEE!!!!.. LO BUENO QUE YA ESTA ENCERRADOO!!!
PERO POR QUE JOEE NO LE DIJOOOO NADAAAAA!!!
AAAIIII CIELOOSSS SIGUELAA PORFIISS QUE QUIERO SABER QUE ES LO QUE PRETENDE JOEEEE
chelis
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
ahh Joseph es tan exasperante!!!!
Y la rechazo??? Por dios que le pasa??
Porque es asi, él si tiene derecho a enojarse pero la rayiz no??
Ahhh me saca de quisio!!!
Siguela!!!
Y la rechazo??? Por dios que le pasa??
Porque es asi, él si tiene derecho a enojarse pero la rayiz no??
Ahhh me saca de quisio!!!
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 11
—Ah, ¿me has estado esperando? —le pregunto en un susurro. La boca se me seca aún más y el corazón amenaza con salírseme del pecho. ¿Por qué va vestido así? ¿Qué significa? ¿Sigue enfadado?
—Sí. —Su voz es muy suave y sonríe mientras se acerca a mí.
Está muy guapo, con los vaqueros colgándole de las caderas de esa forma… Oh, no, no me voy a dejar distraer. Intento averiguar cuál es su estado de ánimo mientras se acerca. ¿Enfadado? ¿Juguetón? ¿Lujurioso? ¡Ah! Es imposible saberlo.
—Me gustan tus vaqueros —le digo.
Me dedica esa sonrisa depredadora que me desarma pero no le alcanza los ojos. Mierda, sigue enfadado. Lleva esa ropa para distraerme. Se queda parado delante de mí y noto su intensidad abrasadora. Me mira con los ojos muy abiertos pero impenetrables. Su mirada, fija en la mía, arde. Trago saliva.
—Creo que tiene algún problema, señora Jonas —me dice con voz sedosa y saca algo del bolsillo de atrás de los vaqueros. No puedo apartar mis ojos de los suyos pero oigo que desdobla un papel. Me lo muestra; le echo un vistazo rápido y reconozco mi correo. Vuelvo a mirarle y sus ojos sueltan chispas de furia.
—Sí, tengo algunos problemas —susurro casi sin aliento. Necesito distancia si vamos a hablar de esto. Pero antes de que pueda apartarme, él se inclina y me acaricia la nariz con la suya. Sin darme cuenta cierro los ojos, agradeciendo ese inesperado contacto tan tierno.
—Yo también —dice contra mi piel y yo abro los ojos al oírle decir eso. Se aparta, vuelve a erguirse y de nuevo me mira con intensidad.
—Creo que conozco bien tus problemas, Joseph. —Hay ironía en mi voz y él entorna los ojos para ocultar la diversión que ha aparecido en ellos momentáneamente.
¿Vamos a pelear? Doy un paso atrás para prepararme. Tengo que establecer una distancia física con él: con su olor, su mirada y su cuerpo que me distrae con esos vaqueros. Frunce el ceño y se aparta.
—¿Por qué volviste de Nueva York? —le pregunto directamente. Acabemos con esto cuando antes.
—Ya sabes por qué. —Su tono es de clara advertencia.
—¿Porque salí con Kate?
—Porque no cumpliste tu palabra y me desafiaste, exponiéndote a un riesgo innecesario.
—¿Que no cumplí mi palabra? ¿Así es como lo ves? —exclamo ignorando el resto de la frase.
—Sí.
Madre mía. Hablando de reacciones exageradas… Empiezo a poner los ojos en blanco pero paro al ver que me mira con el ceño fruncido.
—Joseph, cambié de idea —le explico lentamente, con paciencia, como si fuera un niño—. Soy una mujer. Es muy normal en las mujeres cambiar de opinión. Lo hacemos constantemente.
Parpadea como si no comprendiera lo que acabo de decir.
—Si se me hubiera ocurrido que ibas a cancelar tu viaje por eso… —Me faltan las palabras y me doy cuenta de que no sé qué decir. Me veo por un momento volviendo a la discusión sobre los votos. No he prometido obedecerte, estoy a punto de decir, pero me muerdo la lengua porque en el fondo me alegro de que haya regresado. A pesar de su enfado, me alegro de que esté de vuelta sano y salvo; enfadado y echando chispas, pero aquí delante de mí.
—¿Cambiaste de idea? —No puede ocultar su desdén y su incredulidad.
—Sí.
—¿Y no me llamaste para decírmelo? —Se me queda mirando, todavía incrédulo, antes de continuar—. Y lo que es peor, dejaste al equipo de seguridad corto de efectivos en la casa y pusiste en peligro a Ryan.
Oh. No se me había ocurrido.
—Debería haberte llamado, pero no quería preocuparte. Si te hubiera llamado, me lo habrías prohibido, y echaba de menos a Kate. Quería salir con ella. Además, eso hizo que estuviera fuera del piso cuando vino Jack. Ryan no debería haberle dejado entrar. —Es todo tan confuso… Si Ryan no le hubiera permitido entrar, Jack seguiría por ahí.
Los ojos de Joseph brillan salvajemente. Los cierra un momento y su cara se tensa por el dolor. Oh, no. Niega con la cabeza y antes de que me dé cuenta me está abrazando, apretándome contra él.
—Oh, ______ —susurra mientras me aprieta aún más, hasta que casi no puedo respirar—. Si te hubiera pasado algo… —Su voz es apenas un susurro.
—No me ha ocurrido nada —consigo decir.
—Pero podría haber ocurrido. Lo he pasado fatal hoy, todo el día pensando en lo que podría haber pasado. Estaba tan furioso, ______. Furioso contigo, conmigo, con todo el mundo. No recuerdo haber estado nunca tan enfadado, excepto… —Deja de hablar.
—¿Excepto cuándo? —le animo a continuar.
—Una vez en tu antiguo apartamento. Cuando estaba allí Leila.
Oh, no quiero recordar eso.
—Has estado tan frío esta mañana… —le digo y la voz se me quiebra en la última palabra al recordar lo mal que me he sentido por su rechazo en la ducha. Deja de abrazarme y sube las manos hasta mi nuca. Yo inspiro hondo mientras me echa atrás la cabeza.
—No sé cómo gestionar toda esta ira. Creo que no quiero hacerte daño —dice con los ojos muy abiertos y cautos—. Esta mañana quería castigarte con saña y… —No encuentra las palabras o le da demasiado miedo decirlas.
—¿Te preocupaba hacerme daño? —termino la frase por él. No he creído ni un segundo que él pudiera hacerme daño, pero me siento aliviada de todas formas; una pequeña y despiadada parte de mí temía que su rechazo hubiera sido porque ya no me quería.
—No me fiaba de mí mismo —confiesa.
—Joseph, sé que no eres capaz de hacerme daño. Ni físicamente ni de ninguna forma. —Le cojo la cabeza entre las manos.
—¿Lo sabes? —me pregunta y oigo escepticismo en su voz.
—Sí, sé que lo que dijiste era una amenaza vacía. Sé que no quieres azotarme hasta que no lo pueda soportar.
—Sí que quería.
—Realmente no. Creías que querías.
—No sé si eso es así —murmura.
—Piénsalo —le digo abrazándole otra vez y acariciándole el pecho con la nariz por encima de la camiseta negra—. Piensa en cómo te sentiste cuando me fui. Me has dicho muchas veces cómo te dejó eso, cómo alteró tu forma de ver el mundo y a mí. Sé a lo que has renunciado por mí. Piensa cómo te sentiste al ver las marcas de las esposas durante la luna de miel.
Su cuerpo se tensa y sé que está procesando la información. Aprieto el abrazo con las manos en su espalda y siento los músculos tensos y tonificados bajo la camiseta. Se va relajando gradualmente.
¿Eso era lo que le estaba preocupando? ¿Que fuera capaz de hacerme daño? ¿Por qué tengo yo más fe en él que él mismo? No lo entiendo. No hay duda de que hemos avanzado. Normalmente es tan fuerte, tan dueño del control… pero sin él está perdido. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… Lo siento. Me da un beso en el pelo y yo levanto la cara. Sus labios se encuentran con los míos y me buscan, me dan y se llevan, me suplican… pero no sé el qué. Quiero seguir sintiendo su boca sobre la mía y le devuelvo el beso apasionadamente.
—Tienes mucha fe en mí —murmura cuando se separa.
—Sí que la tengo. —Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos y la yema del pulgar, mirándome intensamente a los ojos. La furia ha desaparecido. Mi Cincuenta ha vuelto de donde estaba. Me alegro de verle. Le miro y le sonrío con timidez—. Además —le susurro—, no tienes los papeles.
Se queda con la boca abierta por el asombro, divertido, y me aprieta contra su pecho otra vez.
—Tienes razón. —Ríe.
Estamos de pie en medio del salón, abrazados.
—Vamos a la cama —me pide tras no sé cuánto tiempo.
Oh, madre mía…
—Joseph, tenemos que hablar.
—Después —dice.
—Joseph, por favor. Habla conmigo.
Suspira.
—¿De qué?
—Ya sabes. De no contarme las cosas.
—Quiero protegerte.
—No soy una niña.
—Soy perfectamente consciente de eso, señora Jonas. —Me acaricia el cuerpo con una mano y al final la deja apoyada sobre mi trasero. Mueve las caderas y su erección creciente se aprieta contra mí.
—¡Joseph! —le regaño—. Que me lo cuentes.
Vuelve a suspirar, exasperado.
—¿Qué quieres saber? —pregunta resignado y me suelta. No me gusta eso; que me hable no quiere decir que tenga que soltarme. Me coge la mano y se agacha para recoger mi correo del suelo.
—Muchas cosas —digo mientras dejo que me lleve hasta el sofá.
—Siéntate —me ordena. Hay cosas que no cambian, me digo, pero hago lo que me pide. Joseph se sienta a mi lado, se inclina hacia delante y apoya la cabeza en las manos.
Oh, no. ¿Esto es demasiado duro para él? Pero entonces se incorpora, se pasa las dos manos por el pelo y se vuelve hacia mí expectante y aceptando su destino.
—Pregunta —me dice directamente.
Oh. Bueno, esto va a ser más fácil de lo que creía.
—¿Por qué le has puesto seguridad adicional a tu familia?
—Hyde también era una amenaza para ellos.
—¿Cómo lo sabes?
—Por su ordenador. Tenía detalles personales míos y del resto de mi familia. Sobre todo de Carrick.
—¿Carrick? ¿Y por qué?
—Todavía no lo sé. Vámonos a la cama.
—¡Joseph, dímelo!
—¿Que te diga qué?
—Eres tan… irritante.
—Y tú también. —Me mira fijamente.
—No aumentaste la seguridad cuando descubriste la información sobre tu familia en el ordenador. ¿Qué pasó para que lo hicieras? ¿Por qué aumentarla ahora y no antes?
Joseph entorna los ojos.
—No sabía que iba a intentar quemar mi edificio ni que… —Se detiene—. Creíamos que no era más que una obsesión desagradable. Ya sabes —dice encogiéndose de hombros—, cuando estás expuesto a los ojos de la gente, la gente se interesa por ti. Eran cosas sueltas: noticias de cuando estaba en Harvard sobre el equipo de remo o de mi carrera. Informes sobre Carrick, siguiendo su carrera y la de mi madre, y también cosas de Elliot y de Mia.
Qué raro…
—Has dicho «ni que»… —le interrogo.
—¿«Ni que» qué?
—Has dicho que no sabías que iba a intentar quemar tu edificio ni que…, como si tuvieras intención de añadir algo más.
—¿Tienes hambre?
¿Qué? Le miro con el ceño fruncido y mi estómago protesta.
—¿Has comido algo hoy? —me pregunta con voz dura y ojos gélidos.
El rubor de mis mejillas me traiciona.
—Me lo temía. Ya sabes lo que pienso de que no comas. Ven —me dice a la vez que se pone de pie y me tiende la mano—. Yo te daré de comer. —Y su tono cambia de nuevo. Ahora está lleno de una promesa sensual.
—¿Darme de comer? —le pregunto. Todo lo que hay por debajo de mi ombligo se acaba de convertir en líquido. Maldita sea. Es la típica distracción para que dejemos el tema. ¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que voy a sacarle por ahora? Me lleva hasta la cocina, coge un taburete y se encamina al otro lado de la isla de la cocina.
—Siéntate —me ordena.
—¿Dónde está la señora Jones? —pregunto mientras me encaramo al taburete notando su ausencia por primera vez.
—Les he dado a Taylor y a ella la noche libre.
Oh.
—¿Por qué?
Me mira durante un segundo y vuelve a su tono de diversión arrogante.
—Porque puedo.
—¿Y vas a cocinar tú? —Se percibe claramente la incredulidad en mi voz.
—Oh, mujer de poca fe… Cierra los ojos.
Guau… Yo pensé que íbamos a tener una pelea de mil demonios, y aquí estamos, jugando en la cocina.
—Que los cierres —insiste.
Primero pongo los ojos en blanco y después obedezco.
—Mmm… No es suficiente —dice.
Abro un ojo y le veo sacar un pañuelo de seda color ciruela del bolsillo de atrás de sus vaqueros. Hace juego con mi vestido. Demonios… Le miro extrañada. ¿Cuándo lo ha cogido?
—Ciérralos —me ordena de nuevo—. No vale hacer trampas.
—¿Me vas a tapar los ojos? —pregunto perpleja. De repente estoy sin aliento.
—Sí.
—Joseph… —Me coloca un dedo sobre los labios para silenciarme.
¡Quiero hablar!
—Hablaremos luego. Ahora quiero que comas algo. Has dicho que tenías hambre. —Me da un beso breve en los labios. Noto la suave seda del pañuelo contra los párpados mientras me lo anuda con fuerza en la parte de atrás de la cabeza—. ¿Ves algo? —pregunta.
—No —digo poniendo los ojos en blanco, figurativamente.
Se ríe.
—Siempre sé cuando estás poniendo los ojos en blanco… y ya sabes cómo me hace sentir eso.
Frunzo los labios.
—¿Podemos acabar con esto cuanto antes, por favor? —le respondo.
—Qué impaciente, señora Jonas. Tiene muchas ganas de hablar. —Su tono es juguetón.
—¡Sí!
—Primero te voy a dar de comer —sentencia y me roza la sien con los labios, lo que me calma instantáneamente.
De acuerdo, lo haremos a tu manera. Me resigno a mi destino y escucho los movimientos que Joseph hace por la cocina. Abre la puerta de la nevera y coloca varios platos sobre la encimera que hay detrás de mí. Camina hasta el microondas, mete algo dentro y lo enciende. Me pica la curiosidad. Oigo que baja la palanca de la tostadora, que gira la rueda y el suave tictac del temporizador. Mmm… ¿Tostadas?
—Sí, tengo muchas ganas de hablar —digo distraída. Una mezcla de aromas exóticos y especiados llena la cocina y yo me revuelvo en el asiento.
—Quieta, ______. —Está cerca otra vez—. Quiero que te portes bien… —me susurra.
Oh, madre mía.
—Y no te muerdas el labio. —Joseph me tira suavemente del labio inferior para liberarlo de mis dientes y no puedo evitar una sonrisa.
Después oigo el ruido seco del corcho de una botella y el sonido del vino al verterlo en una copa. Luego hay un momento de silencio al que le sigue un suave clic y el siseo de la estática de los altavoces envolventes cuando cobran vida. El tañido alto de una guitarra marca el comienzo de una canción que no conozco. Joseph baja el volumen hasta convertirlo solo en música de fondo. Un hombre empieza a cantar en voz baja, profunda y sexy.
—Creo que primero una copa —susurra Joseph, distrayéndome de la canción—. Echa un poco atrás la cabeza. —Hago lo que me dice—. Un poco más —me pide.
Obedezco y noto sus labios contra los míos. El vino frío cae en mi boca. Trago en un acto reflejo. Oh, Dios mío. Me inundan recuerdos de no hace tanto: yo, en Vancouver antes de graduarme, tirada en una cama con un Joseph sexy y furioso al que no le había gustado mi correo. Mmm… ¿Han cambiado las cosas? No mucho. Excepto por que ahora reconozco el vino. Es Sancerre, el favorito de Joseph.
—Mmm —digo apreciativa.
—¿Te gusta el vino? —murmura y noto su aliento caliente en la mejilla. Me embargan su proximidad, su vitalidad y su calor, que irradia hasta mi cuerpo aunque no me está tocando.
—Sí —digo en un jadeo.
—¿Más?
—Contigo siempre quiero más.
Casi puedo oír su sonrisa. Y eso me hace sonreír a mí también.
—Señora Jonas, ¿está flirteando conmigo?
—Sí.
Su anillo de boda choca contra la copa cuando da otro sorbo. Ahora me parece un sonido sexy. Esta vez él tira de mi cabeza hacia atrás y me la sujeta. Me besa otra vez y yo trago ávidamente el vino que me vierte en la boca. Sonríe y me da otro beso.
—¿Tienes hambre?
—Creía que ya le había dicho que sí, señor Jonas.
El cantante del iPod está cantando algo sobre juegos perversos. Mmm… qué apropiado.
Suena la alarma del microondas y Joseph me suelta. Me siento erguida. La comida huele a especias: ajo, menta, orégano, romero… También huele a cordero, creo. Abre la puerta del microondas y el olor se intensifica.
—¡Mierda! ¡Joder! —exclama Joseph y oigo que un plato repiquetea sobre la encimera.
¡Oh, Cincuenta!
—¿Estás bien?
—¡Sí! —responde con voz tensa. Un momento después lo noto de pie a mi lado otra vez—. Me he quemado. Aquí —dice metiéndome el dedo índice en la boca—. Seguro que tú me lo chupas mejor que yo.
—Oh. —Le agarro la mano y me saco el dedo de la boca lentamente—. Ya está, ya está —digo y me acerco para soplarle y enfriarle el dedo. Después le doy dos besitos suaves. Él deja de respirar.
Vuelvo a meterme el dedo en la boca y lo chupo con cuidado. Él inspira bruscamente y ese sonido me llega directamente a la entrepierna. Tiene un sabor tan delicioso como siempre y me doy cuenta de que este es su juego: la lenta seducción de su esposa. Se supone que estaba enfadado, pero ahora… Este hombre que es mi marido es muy confuso. Pero a mí me gusta así. Juguetón. Divertido. Y muy sexy. Me ha dado algunas respuestas, pero no las suficientes. Quiero más, pero también quiero jugar. Después de toda la ansiedad y la tensión del día y la pesadilla de anoche con lo de Jack, necesito una distracción como esta.
—¿En qué piensas? —me pregunta Joseph y me saca el dedo de la boca, lo que interrumpe mis pensamientos.
—En lo temperamental que eres.
Todavía está a mi lado.
—Cincuenta Sombras, nena —dice por fin y me da un beso tierno en la comisura de la boca.
—Mi Cincuenta Sombras —le susurro y le agarro de la camiseta para atraerlo hacia mí.
—Oh, no, señora Jonas, nada de tocar. Todavía no.
Me coge la mano, me obliga a soltarle la camiseta y me besa los dedos uno por uno.
—Siéntate bien —me ordena.
Hago un mohín.
—Te voy a azotar si haces mohínes. Abre bien la boca.
Oh, mierda. Abro la boca y él mete un tenedor con cordero caliente y especiado cubierto por una salsa de yogur fría y con sabor a menta. Mmm… Mastico.
—¿Te gusta?
—Sí.
Él emite un sonido de satisfacción y sé que también está comiendo.
—¿Más?
Asiento. Me da otro trozo y yo lo mastico con energía. Deja el tenedor y parte algo… pan, creo.
—Abre —me manda.
Esta vez es pan de pita con humus. Veo que la señora Jones, o tal vez Joseph ha ido de compras a la tienda de delicatessen que yo descubrí hace unas cinco semanas a solo dos manzanas del Escala. Mastico encantada. El Joseph juguetón me aumenta el apetito.
—¿Más? —me pregunta.
Asiento.
—Más de todo. Por favor. Me muero de hambre.
Oigo su sonrisa de placer. Me va dando de comer lenta y pacientemente, en ocasiones me quita un resto de comida de la comisura de la boca con un beso o con los dedos. De vez en cuando me ofrece un sorbo de vino de esa forma suya tan particular.
—Abre bien y después muerde —me dice, y yo lo hago.
Mmm… Una de mis comidas favoritas: hojas de parra rellenas. Están deliciosas, aunque frías; las prefiero calientes pero no quiero arriesgarme a que Joseph vuelva a quemarse. Me las va dando lentamente y, cuando termino, le chupo los dedos para limpiárselos.
—¿Más? —me pregunta con voz baja y ronca.
Niego con la cabeza. Estoy llena.
—Bien —me susurra al oído—, porque ha llegado la hora de mi plato favorito. Tú. —Me coge en sus brazos por sorpresa y yo chillo.
—¿Puedo quitarme el pañuelo de los ojos?
—No.
Estoy a punto de hacer un mohín, pero recuerdo su amenaza y me reprimo.
—Al cuarto de juegos —me avisa.
Oh, no sé si eso es una buena idea…
—¿Lista para el desafío? —me pregunta. Y como ya se ha acostumbrado a la palabra «desafío» no puedo negarme.
—Allá vamos… —le respondo con el cuerpo lleno de deseo y de algo a lo que no quiero ponerle nombre.
Cruza la puerta de la cocina conmigo en brazos y después subimos al piso de arriba.
—Creo que has adelgazado —dice con desaprobación. ¿Ah, sí? Bien. Recuerdo su comentario cuando llegamos de la luna de miel y lo poco que me gustó. Dios, ¿ya ha pasado una semana?
Cuando llegamos al cuarto de juegos me baja pero sigue rodeándome la cintura con el brazo. Abre la puerta con destreza.
Esa habitación siempre huele igual: a madera pulida y a algo cítrico. Se ha convertido en un olor que me resulta tranquilizador. Joseph me suelta y me gira hasta que quedo de espaldas a él. Me quita el pañuelo y yo parpadeo ante la tenue luz. Desprende las horquillas del moño y mi trenza cae. Me la coge y tira un poco para que tenga que dar un paso atrás y pegarme a él.
—Tengo un plan —me susurra al oído, y eso provoca que un estremecimiento me recorra la espalda.
—Eso pensaba —le respondo. Me da un beso detrás de la oreja.
—Oh, señora Jonas, claro que lo tengo. —Su tono es suave y cautivador. Tira de la trenza hacia un lado y me recorre la garganta con suaves besos—. Primero tenemos que desnudarte. —Su voz ronronea desde lo más profundo de su garganta y reverbera por todo mi cuerpo. Quiero esto, lo que sea que haya planeado. Quiero que volvamos a conectar. Me gira para que le mire. Yo bajo la mirada hasta sus vaqueros, que todavía tienen el primer botón desabrochado, y no puedo resistirme. Meto el dedo por debajo de la cintura, evitando la camiseta y siento que el vello de su vientre me hace cosquillas en el nudillo. Él inhala bruscamente y yo levanto la vista para mirarle. Me paro en el botón desabrochado y sus ojos adoptan un tono más oscuro de ámbar. Oh, madre mía…
—Tú deberías quedarte con estos puestos —le susurro.
—Esa era mi intención, ______.
Y entonces se mueve y me pone una mano en la nuca y otra en el trasero. Me aprieta contra él y su boca se cierra sobre la mía besándome como si su vida dependiera de ello.
¡Guau!
Me obliga a caminar hacia atrás, con nuestras lenguas todavía entrelazadas, hasta que noto la cruz de madera justo detrás de mí. Se acerca todavía más y su cuerpo se contonea y se aprieta contra el mío.
—Fuera el vestido —dice subiéndome el vestido por los muslos, las caderas, el vientre… deliciosamente lento, con la tela rozándome la piel y acariciándome los pechos—. Inclínate hacia delante —me ordena.
Obedezco y él me saca el vestido por la cabeza y lo tira a un lado, dejándome en sandalias, bragas y sujetador. Sus ojos arden cuando me coge las manos y me las levanta por encima de la cabeza. Parpadea una vez y ladea la cabeza y sé que es su forma de pedirme permiso. ¿Qué me va a hacer? Trago saliva y asiento y una leve sonrisa de admiración, casi de orgullo, aparece en sus labios. Me sujeta las muñecas con las esposas de piel que hay en la parte superior de la cruz y vuelve a sacar el pañuelo.
—Creo que ya has visto suficiente.
Me tapa los ojos de nuevo, y me recorre un escalofrío cuando noto que los demás sentidos se agudizan: percibo el sonido de su suave respiración, mi respuesta excitada, la sangre que me late en los oídos, el olor de Joseph mezclado con el de la cera y los cítricos de la habitación… Todas las sensaciones están más definidas porque no puedo ver. Su nariz toca la mía.
—Te voy a volver loca —me susurra. Me agarra las caderas con las manos y baja para quitarme las bragas, acariciándome las piernas a su paso.
Volverme loca… Guau.
—Levanta los pies, primero uno y luego el otro. —Obedezco y me quita primero las bragas y después una sandalia seguida de la otra. Me coge suavemente un tobillo y tira un poco de mi pierna hacia la derecha—. Baja el pie —me dice y después me esposa el tobillo derecho a la cruz. Seguidamente hace lo mismo con el izquierdo.
Estoy indefensa, con los brazos y las piernas extendidos y sujetos a la cruz. Joseph se acerca a mí y noto su calor en todo el cuerpo aunque no me toca. Un segundo después me agarra la barbilla, me levanta la cabeza y me da un beso casto.
—Un poco de música y juguetes, me parece. Está preciosa así, señora Jonas. Me voy a tomar un instante para admirar la vista. —Su voz es suave. Todo se tensa en mi interior.
Un minuto o dos, después le oigo caminar hasta la cómoda y abrir uno de los cajones. ¿El cajón anal? No tengo ni idea. Saca algo que deja sobre la cómoda y luego algo más. Los altavoces cobran vida y un segundo después las notas de un piano que toca una melodía suave y cadenciosa llenan la habitación. Me suena: es Bach, creo, pero no sé qué pieza. Algo en esa música me inquieta. Tal vez es porque es demasiado fría, como distante. Frunzo el ceño intentando entender por qué me da esa sensación, pero Joseph me agarra la barbilla, sobresaltándome, y tira un poco de mi labio inferior para que deje de mordérmelo. ¿Por qué siento esta incomodidad? ¿Es la música?
Joseph me acaricia la barbilla, la garganta y va bajando hasta mis pechos, donde tira de la copa del sujetador con el pulgar para liberar el pecho de su aprisionamiento. Ronronea ronco desde el fondo de su garganta y me besa en el cuello. Sus labios recorren el mismo camino que han hecho sus dedos un momento antes hasta mi pecho, besando y succionando a su paso. Sus dedos se dirigen a mi pecho izquierdo, liberándolo también del sujetador. Gimo cuando me acaricia el pezón izquierdo con el pulgar y sus labios se cierran sobre el derecho, tirando y acariciando hasta que los dos pezones están duros y prominentes.
—Ah…
Él no se detiene. Con un cuidado exquisito aumenta poco a poco la intensidad sobre los dos pezones. Tiro infructuosamente de las esposas cuando siento unas punzadas de placer que salen de mis pezones y recorren mi cuerpo hasta la entrepierna. Intento retorcerme, pero apenas puedo moverme y eso hace la tortura más intensa.
—Joseph… —le suplico.
—Lo sé —murmura con voz ronca—. Así me haces sentir tú.
¿Qué? Gruño y él empieza de nuevo a someter a mis pezones a esa agonía dulce una y otra vez… acercándome cada vez más.
—Por favor… —lloriqueo.
Emite un sonido grave y primitivo desde su garganta y se pone de pie, dejándome abandonada, sin aliento y tirando de las esposas que me atan. Me acaricia los costados con las manos. Deja una en la cadera y otra sigue bajando por mi vientre.
—Vamos a ver cómo estás —me dice con suavidad. Me cubre el sexo con la mano y me roza el clítoris con el pulgar, lo que me hace gritar. Lentamente mete un dedo en mi interior y después un segundo dedo. Gimo y proyecto las caderas hacia delante, ansiosa por acercarme a sus dedos y a la palma de su mano—. Oh, ______, estás más que lista —me susurra.
Hace movimientos circulares con los dedos que tiene en mi interior, una y otra vez, y me acaricia el clítoris con el pulgar, arriba y abajo, sin parar. Es el único punto del cuerpo en que me está tocando y toda la tensión y la ansiedad del día se están concentrando en esa parte de mi anatomía.
Oh, Dios mío… esto es intenso… y extraño… la música… empiezo a acercarme… Joseph se mueve, sin detener los movimientos de su mano dentro y fuera de mí, y de repente oigo un zumbido suave.
—¿Qué es…? —pregunto casi sin aliento.
—Silencio… —me dice para que me calle y aprieta sus labios contra los míos, su eficaz forma de silenciarme. Agradezco ese contacto más cálido y más íntimo y le devuelvo el beso vorazmente. Él rompe el contacto y oigo el zumbido más cerca—. Esto es una varita, nena. Vibra.
Me la apoya en el pecho y noto un objeto con forma de bola que vibra contra mi piel. Me estremezco cuando empieza a bajarla por mi cuerpo y entre mis pechos y a desplazarla para que entre en contacto con uno y después con el otro pezón. Me embargan un cúmulo de sensaciones: siento cosquillas por todo el cuerpo y el cerebro en llamas cuando una necesidad oscura, muy oscura, se concentra en el fondo de mi vientre.
—Ah —lloriqueo y los dedos de Joseph siguen moviéndose dentro de mí. Estoy muy cerca… toda esta estimulación… Echo atrás la cabeza y dejo escapar un gemido muy alto. Entonces Joseph para de mover los dedos y todas las sensaciones se esfuman—. ¡No! Joseph… —le suplico y proyecto las caderas hacia delante para intentar lograr algo de fricción.
—Quieta, nena —me dice mientras siento que la posibilidad del orgasmo se aleja y se desvanece. Se acerca otra vez y me besa—. Es frustrante, ¿no? —me dice.
¡Oh, no! Acabo de entender de qué va este juego.
—Joseph, por favor.
—Silencio… —me dice y me da otro beso. Y vuelve a retomar el movimiento: la varita, los dedos, el pulgar… Una combinación letal de tortura sensual. Se acerca para que su cuerpo roce el mío. Él todavía está vestido: la tela de sus vaqueros me roza la pierna y su erección la cadera. Está tan cerca… Vuelve a llevarme casi hasta el clímax, mi cuerpo pidiendo a gritos la liberación, y entonces se detiene.
—No —gimoteo.
Me da unos besos suaves y húmedos en el hombro y saca sus dedos de mí a la vez que va bajando la varita. El juguete se desliza por mi estómago, mi vientre y mi sexo hasta tocarme el clítoris. Joder, esto es tan intenso…
—¡Ah! —grito y tiro fuerte de las esposas.
Tengo todo el cuerpo tan sensible que siento que voy a explotar. Y justo cuando creo que ya ha llegado el momento, Joseph vuelve a detenerse.
—¡Joseph! —chillo.
—Frustrante, ¿eh? —murmura contra mi garganta—. Igual que tú. Prometes una cosa y después… —No acaba la frase.
—¡Joseph, por favor! —le suplico.
Aprieta la varita contra mí una y otra vez, parando justo en el momento álgido cada vez. ¡Ah!
—Cada vez que paro, cuando vuelvo a empezar es más intenso, ¿verdad?
—Por favor… —le pido casi en un sollozo. Mis terminaciones nerviosas necesitan esa liberación.
El zumbido cesa y Joseph me da otro beso y me acaricia la nariz con la suya.
—Eres la mujer más frustrante que he conocido.
No, no, ¡no!
—Joseph, no he prometido obedecerte. Por favor, por favor…
Se coloca delante de mí, me coge con fuerza por el trasero y aprieta su cadera contra mí. Eso me provoca un respingo porque su entrepierna está en contacto con la mía a pesar de la ropa. Los botones de sus vaqueros, que contienen a duras penas su erección, presionan contra mi carne. Con una mano me quita el pañuelo que me tapa los ojos y me coge la barbilla. Parpadeo y cuando recupero la vista me encuentro con su mirada abrasadora.
—Me vuelves loco —susurra empujándome con la cadera una vez, dos, tres, haciendo que mi cuerpo empiece a soltar chispas a punto de arder. Y otra vez me lo niega. Le deseo tanto… Le necesito tanto… Cierro los ojos y murmuro una oración. Me siento castigada, no puedo evitarlo. Estoy indefensa y él está siendo implacable. Se me llenan los ojos de lágrimas. No sé hasta dónde va a llegar esto.
—Por favor… —vuelvo a suplicarle en un susurro.
Pero me mira sin ninguna piedad. Tiene intención de continuar. Pero ¿cuánto? ¿Puedo jugar a esto? No. No. No… No puedo hacerlo. No va a parar. Va a seguir torturándome. Sus manos bajan por mi cuerpo otra vez. No… Y repentinamente el dique estalla: toda la aprensión, la ansiedad y el miedo de los últimos días me embargan y otra vez se me llenan los ojos de lágrimas. Aparto la mirada de la suya. Esto no es amor. Es venganza.
—Rojo —sollozo—. Rojo. Rojo. —Las lágrimas empiezan a correrme por la cara.
Él se queda petrificado.
—¡No! —grita asombrado—. Dios mío, no…
Se acerca rápidamente, me suelta las manos y me agarra por la cintura mientras se agacha para soltarme los tobillos. Yo entierro la cabeza entre las manos y sollozo.
—No, no, no, ______, por favor. No.
Me coge en brazos y me lleva a la cama, se sienta y me acaricia en su regazo mientras lloro inconsolable. Estoy sobrepasada… Mi cuerpo está tenso casi hasta el punto de romperse, tengo la mente en blanco y he perdido totalmente el control de mis emociones. Estira la mano detrás de mí, arranca la sábana de seda de la cama de cuatro postes y me envuelve con ella. La sábana fría me parece algo extraño y desagradable sobre mi piel demasiado sensible. Me rodea con los brazos, me abraza con fuerza y me acuna.
—Lo siento, lo siento —murmura Joseph con voz ronca. No deja de darme besos en el pelo—. ______, perdóname, por favor.
Giro la cara para ocultarla en su cuello y sigo llorando. Siento una liberación catártica. Han pasado tantas cosas en los últimos días: incendios en salas de ordenadores, persecuciones en la carretera, carreras que han planeado otros por mí, arquitectas putonas, lunáticos armados en el piso, discusiones, la ira de Joseph y su viaje. No quiero que Joseph se vaya… Utilizo la esquina de la sábana para limpiarme la nariz y gradualmente vuelvo a oír los tonos clínicos de Bach que siguen resonando en la habitación.
—Apaga la música, por favor —le pido sorbiendo por la nariz.
—Sí, claro. —Joseph se mueve, sin soltarme, saca el mando a distancia del bolsillo de atrás de los vaqueros, pulsa un botón y la música de piano cesa y ya solo se oye mi respiración temblorosa—. ¿Mejor? —me pregunta.
Asiento y mis sollozos se van calmando. Joseph me enjuga las lágrimas tiernamente con el pulgar.
—No te gustan mucho las Variaciones Goldberg de Bach, ¿eh? —me dice.
—No esas en concreto.
Me mira intentando ocultar la vergüenza que siente, pero fracasa estrepitosamente.
—Lo siento —vuelve a decir.
—¿Por qué has hecho eso? —Apenas se me oye. Sigo tratando de procesar el torbellino de pensamientos y emociones que siento.
Niega con la cabeza tristemente y cierra los ojos.
—Me he dejado llevar por el momento —dice de forma poco convincente.
Frunzo el ceño y él suspira.
—______, la negación del orgasmo es una práctica estándar en… Tú nunca… —No acaba la frase.
Me revuelvo en su regazo y él hace una mueca de dolor.
Oh. Me ruborizo.
—Perdona —le susurro.
Él pone los ojos en blanco y se echa hacia atrás de repente, arrastrándome con él para que quedemos los dos tumbados en la cama conmigo en sus brazos. El sujetador me resulta incómodo y me lo ajusto un poco.
—¿Te ayudo? —me pregunta en voz baja.
Niego. No quiero que me toque los pechos. Cambia de postura para poder mirarme. Levanta una mano con precaución y la lleva hasta mi cara para acariciarme con los dedos. Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas. ¿Cómo puede ser tan insensible a veces y tan tierno otras?
—No llores, por favor —murmura.
Este hombre me aturde y me confunde. Mi furia me ha abandonado cuando más la necesito… Me siento entumecida. Solo quiero acurrucarme y abstraerme de todo. Parpadeo intentando controlar las lágrimas y le miro a los ojos angustiados. Inspiro hondo, todavía temblorosa, sin apartar los ojos de los suyos. ¿Qué voy a hacer con este hombre tan controlador? ¿Aprender a dejarle que me controle? No lo creo…
—Yo nunca ¿qué? —le pregunto.
—Nunca haces lo que te digo. Cambias de idea y no me dices dónde estás. ______, estaba en Nueva York, furioso e impotente. Si hubiera estado en Seattle te habría obligado a volver a casa.
—¿Por eso me estás castigando?
Traga saliva y después cierra los ojos. No tiene respuesta para eso, pero yo sé que castigarme era lo que pretendía.
—Tienes que dejar de hacer esto —le digo.
Arruga la frente.
—Primero, porque al final solo acabas sintiéndote peor que cuando empezaste.
Él ríe burlón.
—Eso es cierto —murmura—. No me gusta verte así.
—Y a mí no me gusta sentirme así. Me dijiste cuando estábamos en el Fair Lady que yo no soy tu sumisa, soy tu mujer.
—Lo sé, lo sé —reconoce en voz baja y ronca.
—Bueno, pues deja de tratarme como si lo fuera. Siento no haberte llamado. Procuraré no ser tan egoísta la próxima vez. Ya sé que te preocupas por mí.
Me mira fijamente, examinándome de cerca con los ojos sombríos y ansiosos.
—Bien, está bien —dice por fin.
Se inclina hacia mí, pero se para justo antes de que sus labios toquen los míos en una petición silenciosa de permiso. Yo acerco mi cara a la suya y él me besa tiernamente.
—Después de llorar tienes siempre los labios tan suaves… —murmura.
—No prometí obedecerte, Joseph —le susurro.
—Lo sé.
—Tienes que aprender a aceptarlo, por favor. Por el bien de los dos. Y yo procuraré tener más en cuenta tus… tendencias controladoras.
Se le ve perdido y vulnerable, completamente abrumado.
—Lo intentaré —murmura con una evidente sinceridad en la voz.
Suspiro profundamente para tranquilizarme.
—Sí, por favor. Además, si yo hubiera estado aquí…
—Lo sé —me dice y palidece. Vuelve a tumbarse y se coloca el brazo libre sobre la cara. Yo me acurruco junto a él y apoyo la cabeza en su pecho. Los dos nos quedamos en silencio un rato. Su mano baja hasta el final de mi trenza y me quita la goma, soltándome el pelo, para después lenta y rítmicamente peinármelo con los dedos. De eso es de lo que va todo esto: de su miedo, un miedo irracional por mi seguridad. Me viene a la mente la imagen de Jack Hyde tirado en el suelo del piso con la Glock al lado de la mano. Bueno, tal vez no sea un miedo tan irracional. Por cierto, eso me recuerda…
—¿Qué querías decir antes, cuando has dicho «ni que»…? —insisto.
—¿«Ni que»?
—Era algo sobre Jack.
Levanta la cabeza para mirarme.
—No te rindes nunca, ¿verdad?
Apoyo la barbilla en su esternón disfrutando de la caricia tranquilizadora de sus dedos entre mi pelo.
—¿Rendirme? Jamás. Dímelo. No me gusta que me ocultes las cosas. Parece que tienes la incomprensible idea de que necesito que me protejan. Tú no sabes disparar, yo sí. ¿Crees que no podría encajar lo que sea que no me estás contando, Joseph? He tenido a una de tus ex sumisas persiguiéndome y apuntándome con un arma, tu ex amante pedófila me ha acosado… No me mires así —le digo cuando me mira con el ceño fruncido—. Tu madre piensa lo mismo de ella.
—¿Has hablado con mi madre de Elena? —La voz de Joseph sube unas cuantas octavas.
—Sí, Grace y yo hablamos de ella.
Joseph me mira con la boca abierta.
—Tu madre está muy preocupada por eso y se culpa.
—No me puedo creer que hayas hablado de eso con mi madre. ¡Mierda! —Vuelve a tumbarse y a cubrirse la cara con el brazo.
—No le di detalles.
—Eso espero. Grace no necesita saber los detalles escabrosos. Dios, ______. ¿A mi padre también se lo has dicho?
—¡No! —Niego con la cabeza con vehemencia. No tengo tanta confianza con Carrick. Y sus comentarios sobre el acuerdo prematrimonial todavía me escuecen—. Pero estás intentando distraerme… otra vez. Jack. ¿Qué pasa con él?
Joseph levanta el brazo un momento y me mira con una expresión impenetrable. Suspira y vuelve a taparse con el brazo.
—Hyde estuvo implicado en el sabotaje de Charlie Tango. Los investigadores encontraron una huella parcial, pero no pudieron establecer ninguna coincidencia definitiva. Pero después tú reconociste a Hyde en la sala del servidor. Le arrestaron algunas veces en Detroit cuando era menor, así que sus huellas están en el sistema. Y coinciden con la parcial.
Mi mente empieza a funcionar a mil por hora mientras intento absorber toda esa información. ¿Fue Jack el que averió el helicóptero? Pero Joseph ha cogido carrerilla.
—Esta mañana encontraron una furgoneta de carga aquí, en el garaje. Hyde la conducía. Ayer le trajo no sé qué mierda al tío que se acaba de mudar, ese con el que subimos en el ascensor.
—No recuerdo su nombre.
—Yo tampoco —dice Joseph—. Pero así es como Hyde consiguió entrar en el edificio. Trabaja para una compañía de transportes…
—¿Y qué tiene esa furgoneta de especial?
Joseph se queda callado.
—Joseph, dímelo.
—La policía ha encontrado… cosas en la furgoneta. —Se detiene de nuevo y me aprieta con más fuerza.
—¿Qué cosas?
Permanece callado unos segundos y yo abro la boca para animarle a seguir, pero él empieza a hablar por su propia voluntad.
—Un colchón, suficiente tranquilizante para caballos para dormir a una docena de equinos y una nota. —Su voz ha ido bajando hasta convertirse en apenas un susurro y noto que le embargan el horror y la repulsión.
Maldita sea…
—¿Una nota? —Mi voz suena igual que la suya.
—Iba dirigida a mí.
—¿Y qué decía?
Joseph niega con la cabeza para decirme que no lo sabe o que no me va a revelar lo que ponía.
Oh.
—Hyde vino aquí ayer con la intención de secuestrarte. —Joseph se queda petrificado y con la cara tensa. Cuando lo dice recuerdo la cinta americana y, aunque ya lo sabía, un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
—Mierda —murmuro.
—Eso mismo —responde Joseph, todavía tenso.
Intento recordar a Jack en la oficina. ¿Siempre estuvo loco? ¿Cómo ha podido seguir adelante con algo así? Bien, era un poco repulsivo, pero esto es una locura…
—No entiendo por qué —le digo—. No tiene sentido.
—Lo sé. La policía sigue indagando y también Welch. Pero creemos que la conexión tiene que estar en Detroit.
—¿Detroit? —Le miro confundida.
—Sí. Tiene que haber algo allí.
—Sigo sin comprender…
Joseph levanta la cabeza y me mira con una expresión inescrutable.
—______, yo nací en Detroit.
—Sí. —Su voz es muy suave y sonríe mientras se acerca a mí.
Está muy guapo, con los vaqueros colgándole de las caderas de esa forma… Oh, no, no me voy a dejar distraer. Intento averiguar cuál es su estado de ánimo mientras se acerca. ¿Enfadado? ¿Juguetón? ¿Lujurioso? ¡Ah! Es imposible saberlo.
—Me gustan tus vaqueros —le digo.
Me dedica esa sonrisa depredadora que me desarma pero no le alcanza los ojos. Mierda, sigue enfadado. Lleva esa ropa para distraerme. Se queda parado delante de mí y noto su intensidad abrasadora. Me mira con los ojos muy abiertos pero impenetrables. Su mirada, fija en la mía, arde. Trago saliva.
—Creo que tiene algún problema, señora Jonas —me dice con voz sedosa y saca algo del bolsillo de atrás de los vaqueros. No puedo apartar mis ojos de los suyos pero oigo que desdobla un papel. Me lo muestra; le echo un vistazo rápido y reconozco mi correo. Vuelvo a mirarle y sus ojos sueltan chispas de furia.
—Sí, tengo algunos problemas —susurro casi sin aliento. Necesito distancia si vamos a hablar de esto. Pero antes de que pueda apartarme, él se inclina y me acaricia la nariz con la suya. Sin darme cuenta cierro los ojos, agradeciendo ese inesperado contacto tan tierno.
—Yo también —dice contra mi piel y yo abro los ojos al oírle decir eso. Se aparta, vuelve a erguirse y de nuevo me mira con intensidad.
—Creo que conozco bien tus problemas, Joseph. —Hay ironía en mi voz y él entorna los ojos para ocultar la diversión que ha aparecido en ellos momentáneamente.
¿Vamos a pelear? Doy un paso atrás para prepararme. Tengo que establecer una distancia física con él: con su olor, su mirada y su cuerpo que me distrae con esos vaqueros. Frunce el ceño y se aparta.
—¿Por qué volviste de Nueva York? —le pregunto directamente. Acabemos con esto cuando antes.
—Ya sabes por qué. —Su tono es de clara advertencia.
—¿Porque salí con Kate?
—Porque no cumpliste tu palabra y me desafiaste, exponiéndote a un riesgo innecesario.
—¿Que no cumplí mi palabra? ¿Así es como lo ves? —exclamo ignorando el resto de la frase.
—Sí.
Madre mía. Hablando de reacciones exageradas… Empiezo a poner los ojos en blanco pero paro al ver que me mira con el ceño fruncido.
—Joseph, cambié de idea —le explico lentamente, con paciencia, como si fuera un niño—. Soy una mujer. Es muy normal en las mujeres cambiar de opinión. Lo hacemos constantemente.
Parpadea como si no comprendiera lo que acabo de decir.
—Si se me hubiera ocurrido que ibas a cancelar tu viaje por eso… —Me faltan las palabras y me doy cuenta de que no sé qué decir. Me veo por un momento volviendo a la discusión sobre los votos. No he prometido obedecerte, estoy a punto de decir, pero me muerdo la lengua porque en el fondo me alegro de que haya regresado. A pesar de su enfado, me alegro de que esté de vuelta sano y salvo; enfadado y echando chispas, pero aquí delante de mí.
—¿Cambiaste de idea? —No puede ocultar su desdén y su incredulidad.
—Sí.
—¿Y no me llamaste para decírmelo? —Se me queda mirando, todavía incrédulo, antes de continuar—. Y lo que es peor, dejaste al equipo de seguridad corto de efectivos en la casa y pusiste en peligro a Ryan.
Oh. No se me había ocurrido.
—Debería haberte llamado, pero no quería preocuparte. Si te hubiera llamado, me lo habrías prohibido, y echaba de menos a Kate. Quería salir con ella. Además, eso hizo que estuviera fuera del piso cuando vino Jack. Ryan no debería haberle dejado entrar. —Es todo tan confuso… Si Ryan no le hubiera permitido entrar, Jack seguiría por ahí.
Los ojos de Joseph brillan salvajemente. Los cierra un momento y su cara se tensa por el dolor. Oh, no. Niega con la cabeza y antes de que me dé cuenta me está abrazando, apretándome contra él.
—Oh, ______ —susurra mientras me aprieta aún más, hasta que casi no puedo respirar—. Si te hubiera pasado algo… —Su voz es apenas un susurro.
—No me ha ocurrido nada —consigo decir.
—Pero podría haber ocurrido. Lo he pasado fatal hoy, todo el día pensando en lo que podría haber pasado. Estaba tan furioso, ______. Furioso contigo, conmigo, con todo el mundo. No recuerdo haber estado nunca tan enfadado, excepto… —Deja de hablar.
—¿Excepto cuándo? —le animo a continuar.
—Una vez en tu antiguo apartamento. Cuando estaba allí Leila.
Oh, no quiero recordar eso.
—Has estado tan frío esta mañana… —le digo y la voz se me quiebra en la última palabra al recordar lo mal que me he sentido por su rechazo en la ducha. Deja de abrazarme y sube las manos hasta mi nuca. Yo inspiro hondo mientras me echa atrás la cabeza.
—No sé cómo gestionar toda esta ira. Creo que no quiero hacerte daño —dice con los ojos muy abiertos y cautos—. Esta mañana quería castigarte con saña y… —No encuentra las palabras o le da demasiado miedo decirlas.
—¿Te preocupaba hacerme daño? —termino la frase por él. No he creído ni un segundo que él pudiera hacerme daño, pero me siento aliviada de todas formas; una pequeña y despiadada parte de mí temía que su rechazo hubiera sido porque ya no me quería.
—No me fiaba de mí mismo —confiesa.
—Joseph, sé que no eres capaz de hacerme daño. Ni físicamente ni de ninguna forma. —Le cojo la cabeza entre las manos.
—¿Lo sabes? —me pregunta y oigo escepticismo en su voz.
—Sí, sé que lo que dijiste era una amenaza vacía. Sé que no quieres azotarme hasta que no lo pueda soportar.
—Sí que quería.
—Realmente no. Creías que querías.
—No sé si eso es así —murmura.
—Piénsalo —le digo abrazándole otra vez y acariciándole el pecho con la nariz por encima de la camiseta negra—. Piensa en cómo te sentiste cuando me fui. Me has dicho muchas veces cómo te dejó eso, cómo alteró tu forma de ver el mundo y a mí. Sé a lo que has renunciado por mí. Piensa cómo te sentiste al ver las marcas de las esposas durante la luna de miel.
Su cuerpo se tensa y sé que está procesando la información. Aprieto el abrazo con las manos en su espalda y siento los músculos tensos y tonificados bajo la camiseta. Se va relajando gradualmente.
¿Eso era lo que le estaba preocupando? ¿Que fuera capaz de hacerme daño? ¿Por qué tengo yo más fe en él que él mismo? No lo entiendo. No hay duda de que hemos avanzado. Normalmente es tan fuerte, tan dueño del control… pero sin él está perdido. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… Lo siento. Me da un beso en el pelo y yo levanto la cara. Sus labios se encuentran con los míos y me buscan, me dan y se llevan, me suplican… pero no sé el qué. Quiero seguir sintiendo su boca sobre la mía y le devuelvo el beso apasionadamente.
—Tienes mucha fe en mí —murmura cuando se separa.
—Sí que la tengo. —Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos y la yema del pulgar, mirándome intensamente a los ojos. La furia ha desaparecido. Mi Cincuenta ha vuelto de donde estaba. Me alegro de verle. Le miro y le sonrío con timidez—. Además —le susurro—, no tienes los papeles.
Se queda con la boca abierta por el asombro, divertido, y me aprieta contra su pecho otra vez.
—Tienes razón. —Ríe.
Estamos de pie en medio del salón, abrazados.
—Vamos a la cama —me pide tras no sé cuánto tiempo.
Oh, madre mía…
—Joseph, tenemos que hablar.
—Después —dice.
—Joseph, por favor. Habla conmigo.
Suspira.
—¿De qué?
—Ya sabes. De no contarme las cosas.
—Quiero protegerte.
—No soy una niña.
—Soy perfectamente consciente de eso, señora Jonas. —Me acaricia el cuerpo con una mano y al final la deja apoyada sobre mi trasero. Mueve las caderas y su erección creciente se aprieta contra mí.
—¡Joseph! —le regaño—. Que me lo cuentes.
Vuelve a suspirar, exasperado.
—¿Qué quieres saber? —pregunta resignado y me suelta. No me gusta eso; que me hable no quiere decir que tenga que soltarme. Me coge la mano y se agacha para recoger mi correo del suelo.
—Muchas cosas —digo mientras dejo que me lleve hasta el sofá.
—Siéntate —me ordena. Hay cosas que no cambian, me digo, pero hago lo que me pide. Joseph se sienta a mi lado, se inclina hacia delante y apoya la cabeza en las manos.
Oh, no. ¿Esto es demasiado duro para él? Pero entonces se incorpora, se pasa las dos manos por el pelo y se vuelve hacia mí expectante y aceptando su destino.
—Pregunta —me dice directamente.
Oh. Bueno, esto va a ser más fácil de lo que creía.
—¿Por qué le has puesto seguridad adicional a tu familia?
—Hyde también era una amenaza para ellos.
—¿Cómo lo sabes?
—Por su ordenador. Tenía detalles personales míos y del resto de mi familia. Sobre todo de Carrick.
—¿Carrick? ¿Y por qué?
—Todavía no lo sé. Vámonos a la cama.
—¡Joseph, dímelo!
—¿Que te diga qué?
—Eres tan… irritante.
—Y tú también. —Me mira fijamente.
—No aumentaste la seguridad cuando descubriste la información sobre tu familia en el ordenador. ¿Qué pasó para que lo hicieras? ¿Por qué aumentarla ahora y no antes?
Joseph entorna los ojos.
—No sabía que iba a intentar quemar mi edificio ni que… —Se detiene—. Creíamos que no era más que una obsesión desagradable. Ya sabes —dice encogiéndose de hombros—, cuando estás expuesto a los ojos de la gente, la gente se interesa por ti. Eran cosas sueltas: noticias de cuando estaba en Harvard sobre el equipo de remo o de mi carrera. Informes sobre Carrick, siguiendo su carrera y la de mi madre, y también cosas de Elliot y de Mia.
Qué raro…
—Has dicho «ni que»… —le interrogo.
—¿«Ni que» qué?
—Has dicho que no sabías que iba a intentar quemar tu edificio ni que…, como si tuvieras intención de añadir algo más.
—¿Tienes hambre?
¿Qué? Le miro con el ceño fruncido y mi estómago protesta.
—¿Has comido algo hoy? —me pregunta con voz dura y ojos gélidos.
El rubor de mis mejillas me traiciona.
—Me lo temía. Ya sabes lo que pienso de que no comas. Ven —me dice a la vez que se pone de pie y me tiende la mano—. Yo te daré de comer. —Y su tono cambia de nuevo. Ahora está lleno de una promesa sensual.
—¿Darme de comer? —le pregunto. Todo lo que hay por debajo de mi ombligo se acaba de convertir en líquido. Maldita sea. Es la típica distracción para que dejemos el tema. ¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que voy a sacarle por ahora? Me lleva hasta la cocina, coge un taburete y se encamina al otro lado de la isla de la cocina.
—Siéntate —me ordena.
—¿Dónde está la señora Jones? —pregunto mientras me encaramo al taburete notando su ausencia por primera vez.
—Les he dado a Taylor y a ella la noche libre.
Oh.
—¿Por qué?
Me mira durante un segundo y vuelve a su tono de diversión arrogante.
—Porque puedo.
—¿Y vas a cocinar tú? —Se percibe claramente la incredulidad en mi voz.
—Oh, mujer de poca fe… Cierra los ojos.
Guau… Yo pensé que íbamos a tener una pelea de mil demonios, y aquí estamos, jugando en la cocina.
—Que los cierres —insiste.
Primero pongo los ojos en blanco y después obedezco.
—Mmm… No es suficiente —dice.
Abro un ojo y le veo sacar un pañuelo de seda color ciruela del bolsillo de atrás de sus vaqueros. Hace juego con mi vestido. Demonios… Le miro extrañada. ¿Cuándo lo ha cogido?
—Ciérralos —me ordena de nuevo—. No vale hacer trampas.
—¿Me vas a tapar los ojos? —pregunto perpleja. De repente estoy sin aliento.
—Sí.
—Joseph… —Me coloca un dedo sobre los labios para silenciarme.
¡Quiero hablar!
—Hablaremos luego. Ahora quiero que comas algo. Has dicho que tenías hambre. —Me da un beso breve en los labios. Noto la suave seda del pañuelo contra los párpados mientras me lo anuda con fuerza en la parte de atrás de la cabeza—. ¿Ves algo? —pregunta.
—No —digo poniendo los ojos en blanco, figurativamente.
Se ríe.
—Siempre sé cuando estás poniendo los ojos en blanco… y ya sabes cómo me hace sentir eso.
Frunzo los labios.
—¿Podemos acabar con esto cuanto antes, por favor? —le respondo.
—Qué impaciente, señora Jonas. Tiene muchas ganas de hablar. —Su tono es juguetón.
—¡Sí!
—Primero te voy a dar de comer —sentencia y me roza la sien con los labios, lo que me calma instantáneamente.
De acuerdo, lo haremos a tu manera. Me resigno a mi destino y escucho los movimientos que Joseph hace por la cocina. Abre la puerta de la nevera y coloca varios platos sobre la encimera que hay detrás de mí. Camina hasta el microondas, mete algo dentro y lo enciende. Me pica la curiosidad. Oigo que baja la palanca de la tostadora, que gira la rueda y el suave tictac del temporizador. Mmm… ¿Tostadas?
—Sí, tengo muchas ganas de hablar —digo distraída. Una mezcla de aromas exóticos y especiados llena la cocina y yo me revuelvo en el asiento.
—Quieta, ______. —Está cerca otra vez—. Quiero que te portes bien… —me susurra.
Oh, madre mía.
—Y no te muerdas el labio. —Joseph me tira suavemente del labio inferior para liberarlo de mis dientes y no puedo evitar una sonrisa.
Después oigo el ruido seco del corcho de una botella y el sonido del vino al verterlo en una copa. Luego hay un momento de silencio al que le sigue un suave clic y el siseo de la estática de los altavoces envolventes cuando cobran vida. El tañido alto de una guitarra marca el comienzo de una canción que no conozco. Joseph baja el volumen hasta convertirlo solo en música de fondo. Un hombre empieza a cantar en voz baja, profunda y sexy.
—Creo que primero una copa —susurra Joseph, distrayéndome de la canción—. Echa un poco atrás la cabeza. —Hago lo que me dice—. Un poco más —me pide.
Obedezco y noto sus labios contra los míos. El vino frío cae en mi boca. Trago en un acto reflejo. Oh, Dios mío. Me inundan recuerdos de no hace tanto: yo, en Vancouver antes de graduarme, tirada en una cama con un Joseph sexy y furioso al que no le había gustado mi correo. Mmm… ¿Han cambiado las cosas? No mucho. Excepto por que ahora reconozco el vino. Es Sancerre, el favorito de Joseph.
—Mmm —digo apreciativa.
—¿Te gusta el vino? —murmura y noto su aliento caliente en la mejilla. Me embargan su proximidad, su vitalidad y su calor, que irradia hasta mi cuerpo aunque no me está tocando.
—Sí —digo en un jadeo.
—¿Más?
—Contigo siempre quiero más.
Casi puedo oír su sonrisa. Y eso me hace sonreír a mí también.
—Señora Jonas, ¿está flirteando conmigo?
—Sí.
Su anillo de boda choca contra la copa cuando da otro sorbo. Ahora me parece un sonido sexy. Esta vez él tira de mi cabeza hacia atrás y me la sujeta. Me besa otra vez y yo trago ávidamente el vino que me vierte en la boca. Sonríe y me da otro beso.
—¿Tienes hambre?
—Creía que ya le había dicho que sí, señor Jonas.
El cantante del iPod está cantando algo sobre juegos perversos. Mmm… qué apropiado.
Suena la alarma del microondas y Joseph me suelta. Me siento erguida. La comida huele a especias: ajo, menta, orégano, romero… También huele a cordero, creo. Abre la puerta del microondas y el olor se intensifica.
—¡Mierda! ¡Joder! —exclama Joseph y oigo que un plato repiquetea sobre la encimera.
¡Oh, Cincuenta!
—¿Estás bien?
—¡Sí! —responde con voz tensa. Un momento después lo noto de pie a mi lado otra vez—. Me he quemado. Aquí —dice metiéndome el dedo índice en la boca—. Seguro que tú me lo chupas mejor que yo.
—Oh. —Le agarro la mano y me saco el dedo de la boca lentamente—. Ya está, ya está —digo y me acerco para soplarle y enfriarle el dedo. Después le doy dos besitos suaves. Él deja de respirar.
Vuelvo a meterme el dedo en la boca y lo chupo con cuidado. Él inspira bruscamente y ese sonido me llega directamente a la entrepierna. Tiene un sabor tan delicioso como siempre y me doy cuenta de que este es su juego: la lenta seducción de su esposa. Se supone que estaba enfadado, pero ahora… Este hombre que es mi marido es muy confuso. Pero a mí me gusta así. Juguetón. Divertido. Y muy sexy. Me ha dado algunas respuestas, pero no las suficientes. Quiero más, pero también quiero jugar. Después de toda la ansiedad y la tensión del día y la pesadilla de anoche con lo de Jack, necesito una distracción como esta.
—¿En qué piensas? —me pregunta Joseph y me saca el dedo de la boca, lo que interrumpe mis pensamientos.
—En lo temperamental que eres.
Todavía está a mi lado.
—Cincuenta Sombras, nena —dice por fin y me da un beso tierno en la comisura de la boca.
—Mi Cincuenta Sombras —le susurro y le agarro de la camiseta para atraerlo hacia mí.
—Oh, no, señora Jonas, nada de tocar. Todavía no.
Me coge la mano, me obliga a soltarle la camiseta y me besa los dedos uno por uno.
—Siéntate bien —me ordena.
Hago un mohín.
—Te voy a azotar si haces mohínes. Abre bien la boca.
Oh, mierda. Abro la boca y él mete un tenedor con cordero caliente y especiado cubierto por una salsa de yogur fría y con sabor a menta. Mmm… Mastico.
—¿Te gusta?
—Sí.
Él emite un sonido de satisfacción y sé que también está comiendo.
—¿Más?
Asiento. Me da otro trozo y yo lo mastico con energía. Deja el tenedor y parte algo… pan, creo.
—Abre —me manda.
Esta vez es pan de pita con humus. Veo que la señora Jones, o tal vez Joseph ha ido de compras a la tienda de delicatessen que yo descubrí hace unas cinco semanas a solo dos manzanas del Escala. Mastico encantada. El Joseph juguetón me aumenta el apetito.
—¿Más? —me pregunta.
Asiento.
—Más de todo. Por favor. Me muero de hambre.
Oigo su sonrisa de placer. Me va dando de comer lenta y pacientemente, en ocasiones me quita un resto de comida de la comisura de la boca con un beso o con los dedos. De vez en cuando me ofrece un sorbo de vino de esa forma suya tan particular.
—Abre bien y después muerde —me dice, y yo lo hago.
Mmm… Una de mis comidas favoritas: hojas de parra rellenas. Están deliciosas, aunque frías; las prefiero calientes pero no quiero arriesgarme a que Joseph vuelva a quemarse. Me las va dando lentamente y, cuando termino, le chupo los dedos para limpiárselos.
—¿Más? —me pregunta con voz baja y ronca.
Niego con la cabeza. Estoy llena.
—Bien —me susurra al oído—, porque ha llegado la hora de mi plato favorito. Tú. —Me coge en sus brazos por sorpresa y yo chillo.
—¿Puedo quitarme el pañuelo de los ojos?
—No.
Estoy a punto de hacer un mohín, pero recuerdo su amenaza y me reprimo.
—Al cuarto de juegos —me avisa.
Oh, no sé si eso es una buena idea…
—¿Lista para el desafío? —me pregunta. Y como ya se ha acostumbrado a la palabra «desafío» no puedo negarme.
—Allá vamos… —le respondo con el cuerpo lleno de deseo y de algo a lo que no quiero ponerle nombre.
Cruza la puerta de la cocina conmigo en brazos y después subimos al piso de arriba.
—Creo que has adelgazado —dice con desaprobación. ¿Ah, sí? Bien. Recuerdo su comentario cuando llegamos de la luna de miel y lo poco que me gustó. Dios, ¿ya ha pasado una semana?
Cuando llegamos al cuarto de juegos me baja pero sigue rodeándome la cintura con el brazo. Abre la puerta con destreza.
Esa habitación siempre huele igual: a madera pulida y a algo cítrico. Se ha convertido en un olor que me resulta tranquilizador. Joseph me suelta y me gira hasta que quedo de espaldas a él. Me quita el pañuelo y yo parpadeo ante la tenue luz. Desprende las horquillas del moño y mi trenza cae. Me la coge y tira un poco para que tenga que dar un paso atrás y pegarme a él.
—Tengo un plan —me susurra al oído, y eso provoca que un estremecimiento me recorra la espalda.
—Eso pensaba —le respondo. Me da un beso detrás de la oreja.
—Oh, señora Jonas, claro que lo tengo. —Su tono es suave y cautivador. Tira de la trenza hacia un lado y me recorre la garganta con suaves besos—. Primero tenemos que desnudarte. —Su voz ronronea desde lo más profundo de su garganta y reverbera por todo mi cuerpo. Quiero esto, lo que sea que haya planeado. Quiero que volvamos a conectar. Me gira para que le mire. Yo bajo la mirada hasta sus vaqueros, que todavía tienen el primer botón desabrochado, y no puedo resistirme. Meto el dedo por debajo de la cintura, evitando la camiseta y siento que el vello de su vientre me hace cosquillas en el nudillo. Él inhala bruscamente y yo levanto la vista para mirarle. Me paro en el botón desabrochado y sus ojos adoptan un tono más oscuro de ámbar. Oh, madre mía…
—Tú deberías quedarte con estos puestos —le susurro.
—Esa era mi intención, ______.
Y entonces se mueve y me pone una mano en la nuca y otra en el trasero. Me aprieta contra él y su boca se cierra sobre la mía besándome como si su vida dependiera de ello.
¡Guau!
Me obliga a caminar hacia atrás, con nuestras lenguas todavía entrelazadas, hasta que noto la cruz de madera justo detrás de mí. Se acerca todavía más y su cuerpo se contonea y se aprieta contra el mío.
—Fuera el vestido —dice subiéndome el vestido por los muslos, las caderas, el vientre… deliciosamente lento, con la tela rozándome la piel y acariciándome los pechos—. Inclínate hacia delante —me ordena.
Obedezco y él me saca el vestido por la cabeza y lo tira a un lado, dejándome en sandalias, bragas y sujetador. Sus ojos arden cuando me coge las manos y me las levanta por encima de la cabeza. Parpadea una vez y ladea la cabeza y sé que es su forma de pedirme permiso. ¿Qué me va a hacer? Trago saliva y asiento y una leve sonrisa de admiración, casi de orgullo, aparece en sus labios. Me sujeta las muñecas con las esposas de piel que hay en la parte superior de la cruz y vuelve a sacar el pañuelo.
—Creo que ya has visto suficiente.
Me tapa los ojos de nuevo, y me recorre un escalofrío cuando noto que los demás sentidos se agudizan: percibo el sonido de su suave respiración, mi respuesta excitada, la sangre que me late en los oídos, el olor de Joseph mezclado con el de la cera y los cítricos de la habitación… Todas las sensaciones están más definidas porque no puedo ver. Su nariz toca la mía.
—Te voy a volver loca —me susurra. Me agarra las caderas con las manos y baja para quitarme las bragas, acariciándome las piernas a su paso.
Volverme loca… Guau.
—Levanta los pies, primero uno y luego el otro. —Obedezco y me quita primero las bragas y después una sandalia seguida de la otra. Me coge suavemente un tobillo y tira un poco de mi pierna hacia la derecha—. Baja el pie —me dice y después me esposa el tobillo derecho a la cruz. Seguidamente hace lo mismo con el izquierdo.
Estoy indefensa, con los brazos y las piernas extendidos y sujetos a la cruz. Joseph se acerca a mí y noto su calor en todo el cuerpo aunque no me toca. Un segundo después me agarra la barbilla, me levanta la cabeza y me da un beso casto.
—Un poco de música y juguetes, me parece. Está preciosa así, señora Jonas. Me voy a tomar un instante para admirar la vista. —Su voz es suave. Todo se tensa en mi interior.
Un minuto o dos, después le oigo caminar hasta la cómoda y abrir uno de los cajones. ¿El cajón anal? No tengo ni idea. Saca algo que deja sobre la cómoda y luego algo más. Los altavoces cobran vida y un segundo después las notas de un piano que toca una melodía suave y cadenciosa llenan la habitación. Me suena: es Bach, creo, pero no sé qué pieza. Algo en esa música me inquieta. Tal vez es porque es demasiado fría, como distante. Frunzo el ceño intentando entender por qué me da esa sensación, pero Joseph me agarra la barbilla, sobresaltándome, y tira un poco de mi labio inferior para que deje de mordérmelo. ¿Por qué siento esta incomodidad? ¿Es la música?
Joseph me acaricia la barbilla, la garganta y va bajando hasta mis pechos, donde tira de la copa del sujetador con el pulgar para liberar el pecho de su aprisionamiento. Ronronea ronco desde el fondo de su garganta y me besa en el cuello. Sus labios recorren el mismo camino que han hecho sus dedos un momento antes hasta mi pecho, besando y succionando a su paso. Sus dedos se dirigen a mi pecho izquierdo, liberándolo también del sujetador. Gimo cuando me acaricia el pezón izquierdo con el pulgar y sus labios se cierran sobre el derecho, tirando y acariciando hasta que los dos pezones están duros y prominentes.
—Ah…
Él no se detiene. Con un cuidado exquisito aumenta poco a poco la intensidad sobre los dos pezones. Tiro infructuosamente de las esposas cuando siento unas punzadas de placer que salen de mis pezones y recorren mi cuerpo hasta la entrepierna. Intento retorcerme, pero apenas puedo moverme y eso hace la tortura más intensa.
—Joseph… —le suplico.
—Lo sé —murmura con voz ronca—. Así me haces sentir tú.
¿Qué? Gruño y él empieza de nuevo a someter a mis pezones a esa agonía dulce una y otra vez… acercándome cada vez más.
—Por favor… —lloriqueo.
Emite un sonido grave y primitivo desde su garganta y se pone de pie, dejándome abandonada, sin aliento y tirando de las esposas que me atan. Me acaricia los costados con las manos. Deja una en la cadera y otra sigue bajando por mi vientre.
—Vamos a ver cómo estás —me dice con suavidad. Me cubre el sexo con la mano y me roza el clítoris con el pulgar, lo que me hace gritar. Lentamente mete un dedo en mi interior y después un segundo dedo. Gimo y proyecto las caderas hacia delante, ansiosa por acercarme a sus dedos y a la palma de su mano—. Oh, ______, estás más que lista —me susurra.
Hace movimientos circulares con los dedos que tiene en mi interior, una y otra vez, y me acaricia el clítoris con el pulgar, arriba y abajo, sin parar. Es el único punto del cuerpo en que me está tocando y toda la tensión y la ansiedad del día se están concentrando en esa parte de mi anatomía.
Oh, Dios mío… esto es intenso… y extraño… la música… empiezo a acercarme… Joseph se mueve, sin detener los movimientos de su mano dentro y fuera de mí, y de repente oigo un zumbido suave.
—¿Qué es…? —pregunto casi sin aliento.
—Silencio… —me dice para que me calle y aprieta sus labios contra los míos, su eficaz forma de silenciarme. Agradezco ese contacto más cálido y más íntimo y le devuelvo el beso vorazmente. Él rompe el contacto y oigo el zumbido más cerca—. Esto es una varita, nena. Vibra.
Me la apoya en el pecho y noto un objeto con forma de bola que vibra contra mi piel. Me estremezco cuando empieza a bajarla por mi cuerpo y entre mis pechos y a desplazarla para que entre en contacto con uno y después con el otro pezón. Me embargan un cúmulo de sensaciones: siento cosquillas por todo el cuerpo y el cerebro en llamas cuando una necesidad oscura, muy oscura, se concentra en el fondo de mi vientre.
—Ah —lloriqueo y los dedos de Joseph siguen moviéndose dentro de mí. Estoy muy cerca… toda esta estimulación… Echo atrás la cabeza y dejo escapar un gemido muy alto. Entonces Joseph para de mover los dedos y todas las sensaciones se esfuman—. ¡No! Joseph… —le suplico y proyecto las caderas hacia delante para intentar lograr algo de fricción.
—Quieta, nena —me dice mientras siento que la posibilidad del orgasmo se aleja y se desvanece. Se acerca otra vez y me besa—. Es frustrante, ¿no? —me dice.
¡Oh, no! Acabo de entender de qué va este juego.
—Joseph, por favor.
—Silencio… —me dice y me da otro beso. Y vuelve a retomar el movimiento: la varita, los dedos, el pulgar… Una combinación letal de tortura sensual. Se acerca para que su cuerpo roce el mío. Él todavía está vestido: la tela de sus vaqueros me roza la pierna y su erección la cadera. Está tan cerca… Vuelve a llevarme casi hasta el clímax, mi cuerpo pidiendo a gritos la liberación, y entonces se detiene.
—No —gimoteo.
Me da unos besos suaves y húmedos en el hombro y saca sus dedos de mí a la vez que va bajando la varita. El juguete se desliza por mi estómago, mi vientre y mi sexo hasta tocarme el clítoris. Joder, esto es tan intenso…
—¡Ah! —grito y tiro fuerte de las esposas.
Tengo todo el cuerpo tan sensible que siento que voy a explotar. Y justo cuando creo que ya ha llegado el momento, Joseph vuelve a detenerse.
—¡Joseph! —chillo.
—Frustrante, ¿eh? —murmura contra mi garganta—. Igual que tú. Prometes una cosa y después… —No acaba la frase.
—¡Joseph, por favor! —le suplico.
Aprieta la varita contra mí una y otra vez, parando justo en el momento álgido cada vez. ¡Ah!
—Cada vez que paro, cuando vuelvo a empezar es más intenso, ¿verdad?
—Por favor… —le pido casi en un sollozo. Mis terminaciones nerviosas necesitan esa liberación.
El zumbido cesa y Joseph me da otro beso y me acaricia la nariz con la suya.
—Eres la mujer más frustrante que he conocido.
No, no, ¡no!
—Joseph, no he prometido obedecerte. Por favor, por favor…
Se coloca delante de mí, me coge con fuerza por el trasero y aprieta su cadera contra mí. Eso me provoca un respingo porque su entrepierna está en contacto con la mía a pesar de la ropa. Los botones de sus vaqueros, que contienen a duras penas su erección, presionan contra mi carne. Con una mano me quita el pañuelo que me tapa los ojos y me coge la barbilla. Parpadeo y cuando recupero la vista me encuentro con su mirada abrasadora.
—Me vuelves loco —susurra empujándome con la cadera una vez, dos, tres, haciendo que mi cuerpo empiece a soltar chispas a punto de arder. Y otra vez me lo niega. Le deseo tanto… Le necesito tanto… Cierro los ojos y murmuro una oración. Me siento castigada, no puedo evitarlo. Estoy indefensa y él está siendo implacable. Se me llenan los ojos de lágrimas. No sé hasta dónde va a llegar esto.
—Por favor… —vuelvo a suplicarle en un susurro.
Pero me mira sin ninguna piedad. Tiene intención de continuar. Pero ¿cuánto? ¿Puedo jugar a esto? No. No. No… No puedo hacerlo. No va a parar. Va a seguir torturándome. Sus manos bajan por mi cuerpo otra vez. No… Y repentinamente el dique estalla: toda la aprensión, la ansiedad y el miedo de los últimos días me embargan y otra vez se me llenan los ojos de lágrimas. Aparto la mirada de la suya. Esto no es amor. Es venganza.
—Rojo —sollozo—. Rojo. Rojo. —Las lágrimas empiezan a correrme por la cara.
Él se queda petrificado.
—¡No! —grita asombrado—. Dios mío, no…
Se acerca rápidamente, me suelta las manos y me agarra por la cintura mientras se agacha para soltarme los tobillos. Yo entierro la cabeza entre las manos y sollozo.
—No, no, no, ______, por favor. No.
Me coge en brazos y me lleva a la cama, se sienta y me acaricia en su regazo mientras lloro inconsolable. Estoy sobrepasada… Mi cuerpo está tenso casi hasta el punto de romperse, tengo la mente en blanco y he perdido totalmente el control de mis emociones. Estira la mano detrás de mí, arranca la sábana de seda de la cama de cuatro postes y me envuelve con ella. La sábana fría me parece algo extraño y desagradable sobre mi piel demasiado sensible. Me rodea con los brazos, me abraza con fuerza y me acuna.
—Lo siento, lo siento —murmura Joseph con voz ronca. No deja de darme besos en el pelo—. ______, perdóname, por favor.
Giro la cara para ocultarla en su cuello y sigo llorando. Siento una liberación catártica. Han pasado tantas cosas en los últimos días: incendios en salas de ordenadores, persecuciones en la carretera, carreras que han planeado otros por mí, arquitectas putonas, lunáticos armados en el piso, discusiones, la ira de Joseph y su viaje. No quiero que Joseph se vaya… Utilizo la esquina de la sábana para limpiarme la nariz y gradualmente vuelvo a oír los tonos clínicos de Bach que siguen resonando en la habitación.
—Apaga la música, por favor —le pido sorbiendo por la nariz.
—Sí, claro. —Joseph se mueve, sin soltarme, saca el mando a distancia del bolsillo de atrás de los vaqueros, pulsa un botón y la música de piano cesa y ya solo se oye mi respiración temblorosa—. ¿Mejor? —me pregunta.
Asiento y mis sollozos se van calmando. Joseph me enjuga las lágrimas tiernamente con el pulgar.
—No te gustan mucho las Variaciones Goldberg de Bach, ¿eh? —me dice.
—No esas en concreto.
Me mira intentando ocultar la vergüenza que siente, pero fracasa estrepitosamente.
—Lo siento —vuelve a decir.
—¿Por qué has hecho eso? —Apenas se me oye. Sigo tratando de procesar el torbellino de pensamientos y emociones que siento.
Niega con la cabeza tristemente y cierra los ojos.
—Me he dejado llevar por el momento —dice de forma poco convincente.
Frunzo el ceño y él suspira.
—______, la negación del orgasmo es una práctica estándar en… Tú nunca… —No acaba la frase.
Me revuelvo en su regazo y él hace una mueca de dolor.
Oh. Me ruborizo.
—Perdona —le susurro.
Él pone los ojos en blanco y se echa hacia atrás de repente, arrastrándome con él para que quedemos los dos tumbados en la cama conmigo en sus brazos. El sujetador me resulta incómodo y me lo ajusto un poco.
—¿Te ayudo? —me pregunta en voz baja.
Niego. No quiero que me toque los pechos. Cambia de postura para poder mirarme. Levanta una mano con precaución y la lleva hasta mi cara para acariciarme con los dedos. Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas. ¿Cómo puede ser tan insensible a veces y tan tierno otras?
—No llores, por favor —murmura.
Este hombre me aturde y me confunde. Mi furia me ha abandonado cuando más la necesito… Me siento entumecida. Solo quiero acurrucarme y abstraerme de todo. Parpadeo intentando controlar las lágrimas y le miro a los ojos angustiados. Inspiro hondo, todavía temblorosa, sin apartar los ojos de los suyos. ¿Qué voy a hacer con este hombre tan controlador? ¿Aprender a dejarle que me controle? No lo creo…
—Yo nunca ¿qué? —le pregunto.
—Nunca haces lo que te digo. Cambias de idea y no me dices dónde estás. ______, estaba en Nueva York, furioso e impotente. Si hubiera estado en Seattle te habría obligado a volver a casa.
—¿Por eso me estás castigando?
Traga saliva y después cierra los ojos. No tiene respuesta para eso, pero yo sé que castigarme era lo que pretendía.
—Tienes que dejar de hacer esto —le digo.
Arruga la frente.
—Primero, porque al final solo acabas sintiéndote peor que cuando empezaste.
Él ríe burlón.
—Eso es cierto —murmura—. No me gusta verte así.
—Y a mí no me gusta sentirme así. Me dijiste cuando estábamos en el Fair Lady que yo no soy tu sumisa, soy tu mujer.
—Lo sé, lo sé —reconoce en voz baja y ronca.
—Bueno, pues deja de tratarme como si lo fuera. Siento no haberte llamado. Procuraré no ser tan egoísta la próxima vez. Ya sé que te preocupas por mí.
Me mira fijamente, examinándome de cerca con los ojos sombríos y ansiosos.
—Bien, está bien —dice por fin.
Se inclina hacia mí, pero se para justo antes de que sus labios toquen los míos en una petición silenciosa de permiso. Yo acerco mi cara a la suya y él me besa tiernamente.
—Después de llorar tienes siempre los labios tan suaves… —murmura.
—No prometí obedecerte, Joseph —le susurro.
—Lo sé.
—Tienes que aprender a aceptarlo, por favor. Por el bien de los dos. Y yo procuraré tener más en cuenta tus… tendencias controladoras.
Se le ve perdido y vulnerable, completamente abrumado.
—Lo intentaré —murmura con una evidente sinceridad en la voz.
Suspiro profundamente para tranquilizarme.
—Sí, por favor. Además, si yo hubiera estado aquí…
—Lo sé —me dice y palidece. Vuelve a tumbarse y se coloca el brazo libre sobre la cara. Yo me acurruco junto a él y apoyo la cabeza en su pecho. Los dos nos quedamos en silencio un rato. Su mano baja hasta el final de mi trenza y me quita la goma, soltándome el pelo, para después lenta y rítmicamente peinármelo con los dedos. De eso es de lo que va todo esto: de su miedo, un miedo irracional por mi seguridad. Me viene a la mente la imagen de Jack Hyde tirado en el suelo del piso con la Glock al lado de la mano. Bueno, tal vez no sea un miedo tan irracional. Por cierto, eso me recuerda…
—¿Qué querías decir antes, cuando has dicho «ni que»…? —insisto.
—¿«Ni que»?
—Era algo sobre Jack.
Levanta la cabeza para mirarme.
—No te rindes nunca, ¿verdad?
Apoyo la barbilla en su esternón disfrutando de la caricia tranquilizadora de sus dedos entre mi pelo.
—¿Rendirme? Jamás. Dímelo. No me gusta que me ocultes las cosas. Parece que tienes la incomprensible idea de que necesito que me protejan. Tú no sabes disparar, yo sí. ¿Crees que no podría encajar lo que sea que no me estás contando, Joseph? He tenido a una de tus ex sumisas persiguiéndome y apuntándome con un arma, tu ex amante pedófila me ha acosado… No me mires así —le digo cuando me mira con el ceño fruncido—. Tu madre piensa lo mismo de ella.
—¿Has hablado con mi madre de Elena? —La voz de Joseph sube unas cuantas octavas.
—Sí, Grace y yo hablamos de ella.
Joseph me mira con la boca abierta.
—Tu madre está muy preocupada por eso y se culpa.
—No me puedo creer que hayas hablado de eso con mi madre. ¡Mierda! —Vuelve a tumbarse y a cubrirse la cara con el brazo.
—No le di detalles.
—Eso espero. Grace no necesita saber los detalles escabrosos. Dios, ______. ¿A mi padre también se lo has dicho?
—¡No! —Niego con la cabeza con vehemencia. No tengo tanta confianza con Carrick. Y sus comentarios sobre el acuerdo prematrimonial todavía me escuecen—. Pero estás intentando distraerme… otra vez. Jack. ¿Qué pasa con él?
Joseph levanta el brazo un momento y me mira con una expresión impenetrable. Suspira y vuelve a taparse con el brazo.
—Hyde estuvo implicado en el sabotaje de Charlie Tango. Los investigadores encontraron una huella parcial, pero no pudieron establecer ninguna coincidencia definitiva. Pero después tú reconociste a Hyde en la sala del servidor. Le arrestaron algunas veces en Detroit cuando era menor, así que sus huellas están en el sistema. Y coinciden con la parcial.
Mi mente empieza a funcionar a mil por hora mientras intento absorber toda esa información. ¿Fue Jack el que averió el helicóptero? Pero Joseph ha cogido carrerilla.
—Esta mañana encontraron una furgoneta de carga aquí, en el garaje. Hyde la conducía. Ayer le trajo no sé qué mierda al tío que se acaba de mudar, ese con el que subimos en el ascensor.
—No recuerdo su nombre.
—Yo tampoco —dice Joseph—. Pero así es como Hyde consiguió entrar en el edificio. Trabaja para una compañía de transportes…
—¿Y qué tiene esa furgoneta de especial?
Joseph se queda callado.
—Joseph, dímelo.
—La policía ha encontrado… cosas en la furgoneta. —Se detiene de nuevo y me aprieta con más fuerza.
—¿Qué cosas?
Permanece callado unos segundos y yo abro la boca para animarle a seguir, pero él empieza a hablar por su propia voluntad.
—Un colchón, suficiente tranquilizante para caballos para dormir a una docena de equinos y una nota. —Su voz ha ido bajando hasta convertirse en apenas un susurro y noto que le embargan el horror y la repulsión.
Maldita sea…
—¿Una nota? —Mi voz suena igual que la suya.
—Iba dirigida a mí.
—¿Y qué decía?
Joseph niega con la cabeza para decirme que no lo sabe o que no me va a revelar lo que ponía.
Oh.
—Hyde vino aquí ayer con la intención de secuestrarte. —Joseph se queda petrificado y con la cara tensa. Cuando lo dice recuerdo la cinta americana y, aunque ya lo sabía, un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
—Mierda —murmuro.
—Eso mismo —responde Joseph, todavía tenso.
Intento recordar a Jack en la oficina. ¿Siempre estuvo loco? ¿Cómo ha podido seguir adelante con algo así? Bien, era un poco repulsivo, pero esto es una locura…
—No entiendo por qué —le digo—. No tiene sentido.
—Lo sé. La policía sigue indagando y también Welch. Pero creemos que la conexión tiene que estar en Detroit.
—¿Detroit? —Le miro confundida.
—Sí. Tiene que haber algo allí.
—Sigo sin comprender…
Joseph levanta la cabeza y me mira con una expresión inescrutable.
—______, yo nací en Detroit.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
ahhh Joseph se pasa!!!! Porque la quiere siempre castigar??
Porque él no puede ceder un poco??
Ese Jack es loco sicopata :wut:
Siguela!!!
Porque él no puede ceder un poco??
Ese Jack es loco sicopata :wut:
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
CIIEELOOOSSS!!!
CUAL ES LA RELACION DE JOE Y JACK??????
AAAIII SIGUELAA PORFIIISS
CUAL ES LA RELACION DE JOE Y JACK??????
AAAIII SIGUELAA PORFIIISS
chelis
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
https://onlywn.activoforo.com/t29614-blood-magic-joejonas-tu-primer-libro
Akhsaslkjgakaskjg no se lo van a creer lo que viene por Detroit... ñañañañ... xD
Porfis pásense por mi nove... Es también una adaptación de la nueva saga Blood Magic. El segundo libro todavía no sale a la venta... NO PUEDO ESPERAR!!! Pero es también de nuestro querido Joseph *-* Graaacias aunque sea por leer :)
Akhsaslkjgakaskjg no se lo van a creer lo que viene por Detroit... ñañañañ... xD
Porfis pásense por mi nove... Es también una adaptación de la nueva saga Blood Magic. El segundo libro todavía no sale a la venta... NO PUEDO ESPERAR!!! Pero es también de nuestro querido Joseph *-* Graaacias aunque sea por leer :)
Shoffy_DiJoSmi
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Joseph es demasiado protector y controlador, bajale dos Joeseph
Jack me da miedo siguelaa
Jack me da miedo siguelaa
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
MIERDA...MIERDA...MIERDA!
MATO A JACK : )
MATO A JACK : )
Aria de Jonas
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