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Mensaje por Karely Jonatika Dom 20 Ene 2013, 12:46 am

Capítulo 8


Gia Matteo es un mujer guapa; una mujer alta y muy guapa. Lleva el pelo corto de peluquería, con unas capas perfectas y peinado en una sofisticada corona. Se ha puesto un traje pantalón gris claro: unos pantalones de sport y una chaqueta ajustada que abrazan sus generosas curvas. Su ropa parece cara. En la base de su cuello brilla un solo diamante que va a juego con los pendientes de un quilate que lleva en las orejas. Va muy bien arreglada. Es una de esas mujeres de buena familia que crecieron con dinero. Pero su educación de buena familia se le ha olvidado esta noche. Lleva la blusa azul claro demasiado desabrochada. Igual que yo. Me ruborizo.

—Joseph. ______ —saluda con una sonrisa que muestra unos dientes blancos perfectos y tiende una mano con una manicura cuidada primero a Joseph y después a mí. Es un poquito más baja que Joseph, pero lleva unos tacones increíbles.
—Gia —la saluda Joseph educadamente.

Yo sonrío con frialdad.

—Qué bien se ven después de la luna de miel —dice amablemente y mira con sus ojos castaños a Joseph a través de sus largas pestañas llenas de rímel.

Joseph me rodea con el brazo y me acerca a él.

—Lo hemos pasado de maravilla, gracias. —Me da un beso rápido en la sien que me pilla por sorpresa.

¿Ves? Es mío. Irritante, exasperante incluso… pero mío. Yo sonrío. Ahora mismo te quiero mucho, Joseph Jonas. Yo también le rodeo la cintura con el brazo, meto la mano en el bolsillo de atrás de su pantalón y le doy un apretón en el trasero. Gia nos sonríe sin ganas.

—¿Han podido echarle un vistazo a los planos?
—Sí —le confirmo. Miro a Joseph, que me devuelve la mirada con una ceja levantada, divertido. ¿Qué es lo que le divierte? ¿Mi reacción ante Gia o que le haya tocado el trasero?
—Acompáñanos, por favor —le dice Joseph—. Tenemos aquí los planos —añade señalando la mesa de comedor. Me coge la mano y nos dirigimos a la mesa, con Gia detrás.

Por fin recuerdo que tengo modales.

—¿Te apetece algo de beber? —le pregunto—. ¿Una copa de vino?
—Oh, sí, fantástico —dice Gia—. Blanco seco, si tienes.

¡Mierda! Sauvignon blanc. Eso es un blanco seco, ¿no? Apartándome de mi marido a regañadientes, voy a la cocina. Oigo el sonido del iPod cuando Joseph enciende la música.

—¿Tú quieres más vino, Joseph? —le digo desde la cocina.
—Sí, por favor, nena —dice con voz suave y sonriéndome. Guau… Puede ser tan perfecto a veces y tan insoportable otras…

Me estiro para abrir el armario y noto que Joseph me está mirando. Tengo la extraña sensación de que Joseph y yo estamos haciendo una representación, jugando a algo, pero esta vez desde el mismo bando y nos enfrentamos a la señorita Matteo. ¿Sabe que a ella le atrae y lo está haciendo a propósito para que lo vea? Siento una oleada de placer cuando entiendo que está intentando que me sienta segura. O tal vez le esté mandando a esa mujer un mensaje alto y claro de que ya está pillado.

Mío. Sí, zorra… mío. La diosa que llevo dentro se ha puesto el traje de gladiadora y ha decidido que no va a hacer prisioneros. Sonriendo para mí cojo tres copas del armario, la botella de sauvignon blanc del frigorífico y lo pongo todo en la barra para el desayuno. Gia está inclinada sobre la mesa y Joseph de pie a su lado señalándole algo de los planos.

—Creo que ______ tiene alguna objeción acerca de la pared de cristal, pero en general los dos estamos encantados con las ideas que nos has presentado.
—Oh, me alegro —dice Gia, visiblimente aliviada, y al decirlo le toca el brazo a Joseph en un gesto coqueto. Joseph se tensa de inmediato de forma sutil. Ella no parece notarlo. Déjale tranquilo ahora mismo. No le gusta que le toquen…

Dando un paso para alejarse y quedar fuera de su alcance, Joseph se vuelve hacia mí.

—Por aquí empezamos a tener sed… —me dice.
—Ya voy.

Sigue jugando. Ella le hace sentir incómodo. ¿Por qué no me he dado cuenta de eso antes? Por eso no me cae bien. Él está acostumbrado a la forma en que las mujeres reaccionan ante él. Yo lo he visto muchas veces y él no suele darle importancia. Pero que le toquen es otra cosa. Bien, la señora Jonas al rescate.

Sirvo el vino rápidamente, cojo las tres copas y voy corriendo a salvar a mi caballero en apuros. Le ofrezco una copa a Gia y me coloco entre ella y Joseph. Ella me sonríe educadamente al coger la copa. Le paso la segunda copa a Joseph, que la coge ansioso, con una expresión de gratitud divertida.

—Salud —nos dice Joseph a las dos, pero mirándome a mí. Gia y yo levantamos las copas y respondemos al unísono. Le doy un sorbo al vino que me sienta de maravilla.
—______, ¿tienes objeciones sobre la pared de cristal? —me pregunta Gia.
—Sí. Me encanta, no me malinterpretes. Pero prefiero que la incorporemos de una forma más orgánica a la casa. Yo me enamoré de la casa como estaba y no quiero hacer cambios radicales.
—Ya veo.
—Quiero que el diseño sea algo armonioso… Más en consonancia con la casa original. Miro a Joseph, que me observa pensativo.
—¿Sin grandes reformas? —me pregunta.
—Exacto. —Niego con la cabeza para enfatizar lo que quiero decir.
—¿Te gusta como está?
—En su mayor parte sí. En el fondo siempre he sabido que solo necesitaba unos toques de calor humano.

Los ojos de Joseph brillan con ternura. Gia nos mira a los dos y se ruboriza.

—Está bien —dice—, creo que sé lo que quieres decir, ______. ¿Y qué te parece si dejamos la pared de cristal, pero la ponemos mirando a un porche más grande para seguir manteniendo el estilo mediterráneo? Ya tenemos la terraza de piedra. Podemos poner pilares de la misma piedra, muy separados para que no se pierda la vista. Y añadir un techo de cristal o azulejos como los del resto de la casa. Así conseguimos una zona techada y abierta donde comer o sentarse.

Tengo que reconocerlo… Esa mujer es buena.

—O en vez del porche podemos incorporar unas contraventanas de madera del color que elijáis a las puertas de cristal. Eso también puede ayudar a mantener ese espíritu mediterráneo —continúa.
—Como los postigos azules que vimos en el sur de Francia —le digo a Joseph, que me mira fijamente. Le da un sorbo al vino y se encoje de hombros, sin hacer ningún comentario. Mmm… No le gusta esa idea, pero no la rechaza, ni se ríe de mí, ni me hace sentir estúpida. Dios mío, este hombre es una contradicción en sí mismo. Me vienen a la cabeza sus palabras de ayer: «Quiero que la casa sea como tú desees. Lo que tú desees. Es tuya». Quiere que yo sea feliz, feliz en todo lo que hago. En el fondo creo que lo sé, pero es solo que… Freno en seco. Ahora no es momento de pensar en la discusión. Mi subconsciente me mira enfadada.

Gia está pendiente de Joseph, esperando a que tome la decisión. Veo que se le dilatan las pupilas y que separa los labios cubiertos de brillo. Se pasa la lengua rápidamente por el labio superior antes de darle otro sorbo al vino. Cuando me vuelvo hacia Joseph me doy cuenta de que todavía me está mirando a mí, no a ella. ¡Sí! Yo voy a tomar las decisiones, señorita Matteo.

—______, ¿qué quieres tú? —me pregunta Joseph, pasándome claramente la pelota.
—Me gusta la idea del porche.
—A mí también.

Me vuelvo hacia Gia. Oye, chica, mírame a mí, no a él. Yo soy la que toma las decisiones en este tema.

—Me gustaría ver unos dibujos con los cambios incorporados, con lo del porche más grande y los pilares a juego con el resto de la casa.

Gia aparta a regañadientes los ojos de mi marido y me sonríe. ¿Es que cree que no me doy cuenta?

—Claro —concede en tono agradable—. ¿Alguna otra cosa?

¿Aparte de follarte con la mirada a mi marido?

—Joseph quiere remodelar la suite principal —continúo.

Se oye una tosecita discreta desde la entrada. Los tres nos giramos y nos encontramos con que Taylor está allí de pie.

—¿Qué quieres, Taylor? —le pregunta Joseph.
—Necesito tratar con usted un asunto urgente, señor Jonas.

Joseph apoya las manos en mis hombros desde detrás de mí y le habla a Gia.

—La señora Jonas está a cargo de este proyecto. Tiene carta blanca. Haz lo que ella quiera. Confío completamente en su instinto. Es muy lista. —Su voz cambia sutilmente; ahora hay orgullo y una advertencia velada. ¿Una advertencia para Gia?

¿Que confía en mi instinto? Oh, este hombre es imposible… Mi instinto le ha dejado esta tarde pasar por encima de mis sentimientos sin la menor consideración. Niego con la cabeza frustrada, pero me alegro de que le esté diciendo a la señorita demasiado-provocativa-pero-desgraciadamente-buena-en-su-trabajo que yo soy la que está al mando. Le acaricio la mano que tiene sobre mi hombro.

—Disculpadme. —Joseph me da un apretón en el hombro antes de seguir a Taylor. Me pregunto qué estará pasando.
—Hablábamos de la suite principal… —retoma nerviosa Gia.

La miro y espero un momento para asegurarme de que Joseph y Taylor no pueden oírnos. Entonces, reuniendo toda mi fuerza interior y aprovechando que he estado muy enfadada las últimas cinco horas, me decido a descargarlo con ella.

—Haces bien en ponerte nerviosa, Gia, porque ahora mismo tu trabajo en este proyecto pende de un hilo. Pero no tiene por qué haber ningún problema siempre y cuando mantengas las manos alejadas de mi marido.

Ella da un respingo.

—Si no, te despido, ¿entendido? —digo pronunciando todas las palabras con mucha claridad.

Parpadea muy rápido, totalmente asombrada. No se puede creer lo que acabo de decir. Yo misma no me puedo creer lo que acabo de decir. Pero me mantengo firme y miro impasible sus ojos marrones que se abren cada vez más.

¡No te eches atrás! ¡No te eches atrás! He aprendido de Joseph, que es el mejor en estas cosas, esa expresión impasible que descoloca a cualquiera. Sé que renovar la residencia de Joseph Jonas es un proyecto prestigioso para el estudio de arquitectura de Gia, una bonita pluma para poner en su sombrero. No puede perder este encargo. Y ahora mismo me importa un comino que sea amiga de Elliot.

—______… Señora Jonas… Lo siento. No pretendía… —Se ruboriza sin saber qué más decir.
—Seamos claras. A mi marido no le interesas.
—Por supuesto… —dice ella y se queda pálida.
—Solo quería ser clara, como he dicho.
—Señora Jonas, me disculpo si es que ha pensado que… he… —no termina la frase porque sigue sin saber qué decir.
—Bien, siempre y cuando nos entendamos, todo irá bien. Ahora voy a explicarte lo que tenemos en mente para la suite principal y después quiero que veamos la relación de materiales que tienes pensado usar. Como sabes, Joseph y yo queremos que esta casa sea ecológicamente sostenible y quiero saber qué materiales vamos a utilizar y de dónde proceden, para que él se quede tranquilo.
—Claro, claro… —balbucea todavía con los ojos muy abiertos y parece sinceramente intimidada por mí. He triunfado. La diosa que llevo dentro da una vuelta al estadio saludando a la multitud enfervorecida.

Gia se toca el pelo para colocárselo y me doy cuenta de que es un gesto de nerviosismo.

—Bien, la suite… —dice nerviosa con un hilo de voz.

Ahora que tengo el control me siento relajada por primera vez desde mi reunión con Joseph de esta tarde. Puedo hacer esto. La diosa que llevo dentro está celebrando que ella también lleva dentro una bruja.


Joseph vuelve con nosotras justo cuando ya estamos terminando.

—¿Ya está? —pregunta. Me rodea la cintura con el brazo y se vuelve hacia Gia.
—Sí, señor Jonas. —Gia sonríe ampliamente, pero su sonrisa parece tensa—. Volveré a enviarle los planos modificados dentro de un par de días.
—Excelente. ¿Estás contenta? —me pregunta directamente con la mirada cariñosa y a la vez inquisitiva.

Asiento y me sonrojo no sé por qué.

—Tengo que irme —dice Gia con demasiado entusiasmo. Extiende la mano para estrechar la mía primero y después la de Joseph.
—Hasta la próxima, Gia —me despido.
—Sí, señora Jonas. Señor Jonas.

Taylor aparece en la entrada del salón.

—Taylor te acompañará a la salida —digo lo bastante alto para que él me oiga.

Ella vuelve a tocarse el pelo, se gira sobre sus tacones altos y sale de la habitación seguida de cerca por Taylor.

—Estaba bastante más fría —señala Joseph, mirándome burlonamente.
—¿Ah, sí? No me he dado cuenta. —Me encojo de hombros intentando parecer indiferente—. ¿Qué quería Taylor? —le pregunto en parte porque tengo curiosidad y en parte porque quiero cambiar de tema.

Con el ceño fruncido Joseph me suelta y empieza a enrollar los planos sobre la mesa.

—Era sobre Hyde.
—¿Qué pasa con él?
—Nada de lo que preocuparse, ______. —Deja los planos y me atrae hacia sus brazos—. Por lo que parece no ha pasado por su apartamento en semanas, eso es todo. —Me da un beso en el pelo, me suelta y termina lo que estaba haciendo—. ¿Qué haz decidido? —me pregunta y sé que es porque no quiere que siga interrogándole sobre Hyde.
—Lo que tú y yo hablamos. Creo que le gustas —le digo en voz baja.

Él ríe.

—¿Le has dicho algo? —me pregunta y yo me ruborizo. ¿Cómo lo sabe? Como no sé qué decir, me miro los dedos—. Éramos Joseph y ______ cuando ha entrado y señor y señora Jonas cuando se ha ido. —Su tono es seco.
—Es posible que le haya dicho algo —murmuro. Cuando levanto la vista para mirarle, él me está observando con ojos tiernos y por un momento parece… encantado.

Baja la mirada, niega con la cabeza y su expresión cambia.

—Solo reacciona ante esta cara. —Suena un poco resentido, incluso un poco asqueado.

Oh, Cincuenta, no…

—¿Qué? —Le sorprende mi expresión de perplejidad. Sus ojos se abren por la alarma—. No estarás celosa, ¿verdad? —me pregunta horrorizado.

Me sonrojo, trago saliva y me miro los dedos entrelazados. ¿Lo estoy?

—______, es una depredadora sexual. No es mi tipo. ¿Cómo puedes estar celosa de ella? ¿De cualquiera? Nada de lo que ella tiene me interesa.

Cuando levanto la vista, está mirándome como si me hubiera salido una extremidad de más. Se pasa una mano por el pelo.

—Solo existes tú, ______ —dice en voz baja—. Siempre existirás solo tú.

Oh, Dios mío… Dejando los planos una vez más, Joseph se acerca a mí y me coge la barbilla entre el pulgar y el índice.

—¿Cómo has podido pensar otra cosa? ¿Te he dado alguna vez señales de que podía estar remotamente interesado en otra persona? —Sus ojos sueltan llamaradas, fijos en los míos.
—No —le susurro—. Me estoy comportando como una tonta. Es que hoy… tú… —Todas las emociones en conflicto de antes vuelven a salir a la superficie. ¿Cómo puedo explicarle lo confusa que estoy? Me ha desconcertado y frustrado su comportamiento de esta tarde en mi despacho. En un momento me estaba pidiendo que me quedara en casa y poco después me estaba regalando una empresa. ¿Cómo voy a entenderle?
—¿Qué pasa conmigo?
—Oh, Joseph —me tiembla el labio inferior—, estoy intentando adaptarme a esta nueva vida que nunca había imaginado que llegaría a vivir. Todo me lo has puesto en bandeja: el trabajo, a ti… Tengo un marido guapísimo al que nunca, nunca habría creído que podría querer de un modo tan fuerte, tan rápido, tan… indeleble. —Inspiro hondo para calmarme y él se queda boquiabierto—. Pero eres como un tren de mercancías y no quiero que me arrolles, porque entonces la chica de la que te enamoraste acabará desapareciendo, aplastada. ¿Y qué quedará? Una radiografía social vacía que va de una organización benéfica a otra. —Vuelvo a detenerme, luchando por encontrar las palabras para expresar cómo me siento—. Y ahora quieres que sea la presidenta de una empresa, algo que nunca ha pasado por mi cabeza. Voy rebotando de una cosa a otra, sin comprender, pasándolo mal. Primero me quieres en casa. Después quieres que dirija una empresa. Es todo muy confuso. —Me detengo al fin, con las lágrimas a punto de caer y reprimo un sollozo—. Tienes que dejarme tomar mis propias decisiones, asumir mis propios riesgos y cometer mis propios errores y aprender de ellos. Tengo que aprender a andar antes de echar a correr, Joseph, ¿no te das cuenta? Necesito un poco de independencia. Eso es lo que significa mi nombre para mí. —Por fin… Eso es lo que quería decirle esta tarde.
—¿Sientes que te voy a arrollar? —me pregunta en un susurro.

Asiento.

Cierra los ojos, inquieto.

—Solo quiero darte todo lo del mundo, ______, cualquier cosa, todo lo que quieras. Y salvarte de todo también. Mantenerte a salvo. Pero también quiero que todo el mundo sepa que eres mía. Me ha entrado el pánico cuando he visto tu correo. ¿Por qué no has hablado conmigo de lo de tu apellido?

Me sonrojo. Tiene parte de razón.

—Lo pensé cuando estábamos de luna de miel, y, bueno… no quería pinchar la burbuja. Y después se me olvidó. Me acordé ayer por la noche, pero pasó lo de Jack… Me distraje. Lo siento, debería haberlo hablado contigo, pero no conseguí encontrar un buen momento.

La intensa mirada de Joseph me pone nerviosa. Es como si estuviera intentando meterse en mi cabeza, pero no dice nada.

—¿Por qué te entró el pánico? —le pregunto.
—No quiero que te escapes entre mis dedos.
—Por Dios, Joseph, no voy a ir a ninguna parte. ¿Cuándo te vas a meter eso en tu grueso cráneo? Te. Amo —digo agitando una mano en el aire como él hace algunas veces para dar énfasis a lo que dice—. Más que… «a la luz, al espacio y a la libertad».

Abre unos ojos como platos.

—¿Con el amor de una hija? —me sonríe irónico.
—No. —Río a pesar de todo—. Es que es la única cita que se me ha ocurrido.
—¿La del loco rey Lear?
—El muy amado y loco rey Lear. —Le acaricio la cara y él agradece mi contacto cerrando los ojos—. ¿Te cambiarías tú el apellido y te pondrías Joseph Steele para que todo el mundo supiera que eres mío?

Joseph abre los ojos bruscamente y me mira como si acabara de decir que la tierra es plana. Frunce el ceño.

—¿Que soy tuyo? —susurra como probando el sonido de las palabras.
—Mío.
—Tuyo —me dice repitiendo las palabras que dijimos en el cuarto de juegos ayer—. Sí, lo haría. Si eso significara tanto para ti.

Oh, madre mía…

—¿Tanto significa para ti?
—Sí —dice sin dudarlo.
—Está bien. —Lo voy a hacer por él. Para darle la seguridad que sigue necesitando.
—Creía que ya me habías dicho que sí.
—Sí, lo hice, pero ahora lo hemos hablado mejor y estoy más contenta con mi decisión.
—Oh —murmura sorprendido. Después sonríe con esa preciosa sonrisa juvenil que me deja sin aliento. Me agarra por la cintura y me hace girar. Yo chillo y empiezo a reírme; no sé si está feliz, aliviado o… ¿qué?—. Señora Jonas, ¿sabe lo que esto significa para mí?
—Ahora sí lo sé.

Se inclina y me da un beso mientras enreda los dedos en mi pelo para que me quede quieta.

—Significa mil veces peor que el domingo —me dice junto a mis labios y me acaricia la nariz con la suya.
—¿Tú crees? —le pregunto apartándome un poco para mirarle.
—Has hecho ciertas promesas… Si se hace una oferta, después hay que aceptar el trato —me dice y sus ojos brillan con un placer malicioso.
—Mmm… —Todavía estoy dudosa, intentando descubrir cuál es su humor ahora.
—¿No tendrás intención de faltar a una promesa que me has hecho? —me pregunta inseguro con una mirada especulativa—. Tengo una idea —añade.

Oh, qué perversión se le habrá ocurrido…

—Hay un asunto importante del que tenemos que ocuparnos —continúa de repente muy serio—. Sí, señora Jonas, un asunto de gran importancia.

Un momento… Se está riendo de mí.

—¿Qué? —le pregunto.
—Necesito que me cortes el pelo. Aparentemente lo llevo demasiado largo y a mi mujer no le gusta.
—¡Yo no puedo cortarte el pelo!
—Sí que puedes. —Joseph sonríe y sacude la cabeza de forma que el pelo demasiado largo le tapa los ojos.
—Bueno, creo que la señora Jones tiene unos tazones… —Río.

Él también se ríe.

—De acuerdo, entendido. Le diré a Franco que me lo corte.

¡No! Franco trabaja para la bruja… Quizá yo pueda cortárselo un poco. Lo he hecho con Ray durante años y él nunca se quejó.

—Vamos —le digo cogiéndole la mano.

Él me mira con los ojos muy abiertos. Le llevo hasta el baño, donde le suelto la mano para coger la silla blanca de madera que hay en un rincón. La coloco delante del lavabo. Cuando miro a Joseph veo que él me está contemplando con una diversión que no puede ocultar, los pulgares metidos en las trabillas del cinturón de sus pantalones y los ojos ardientes.

—Siéntate —le digo señalando la silla vacía e intentando mantener mi ventaja momentánea.
—¿Me vas a lavar el pelo?

Asiento. Arquea una ceja por la sorpresa y durante un momento creo que se va a echar atrás.

—Bien. —Se desabrocha lentamente los botones de la camisa blanca, empezando por el que tiene bajo la garganta. Sus dedos diestros se ocupan de un botón cada vez hasta que se abre toda la camisa.

Oh, Dios mío… La diosa que llevo dentro se detiene en mitad de su vuelta de honor al estadio.

Joseph me tiende uno de sus puños en un gesto que indica «suéltamelo tú» y su boca esboza esa media sonrisa tan sexy y desafiante que a él se le da tan bien.

Oh, los gemelos. Le cojo la muñeca y le quito el primero, un disco de platino con sus iniciales grabadas en una sencilla letra bastardilla. Después le quito el otro. Cuando lo hago le miro y su expresión divertida ha desaparecido para dejar paso a algo más excitante… mucho más excitante. Estiro los brazos y le bajo la camisa por los hombros, dejando que caiga al suelo.

—¿Listo? —le susurro.
—Para lo que tú quieras, ______.

Mis ojos abandonan los suyos y bajan hasta sus labios separados para poder inspirar más profundamente. Esculpidos, cincelados o lo que sea… Tiene una boca increíble y sabe más que de sobra qué hacer con ella. Me doy cuenta de que me estoy acercando para besarle.

—No —me dice y coloca las dos manos sobre mis hombros—. Si sigues por ahí, no llegarás a cortarme el pelo.

¡Oh!

—Quiero que lo hagas —continúa, y su mirada es directa y sincera por alguna razón que no me explico. Eso me desarma.
—¿Por qué? —pregunto en un susurro.

Me mira durante un segundo y sus ojos se abren un poco más.

—Porque me hace sentir querido.

Prácticamente se me para el corazón. Oh, Joseph, mi Cincuenta… Y antes de darme cuenta le estoy abrazando y besándole el pecho antes de apoyar la mejilla sobre el vello de su pecho, que me hace cosquillas.

—______. Mi ______ —murmura. Me envuelve con sus brazos y los dos nos quedamos de pie inmóviles, abrazándonos en nuestro baño. Oh, cómo me gusta estar entre sus brazos. Aunque sea un imbécil dominante y megalómano, es mi imbécil dominante y megalómano que necesita una dosis de cariño que dure toda la vida. Me aparto un poco, pero no le suelto.
—¿De verdad quieres que lo haga?

Asiente y sonríe con timidez. Yo le devuelvo la sonrisa y rompo el abrazo.

—Entonces siéntate —le pido otra vez.

Él obedece sentándose de espaldas al lavabo. Me quito los zapatos y los alejo con el pie hasta donde está su camisa tirada en el suelo del baño. Cojo de la ducha su champú de Chanel que compramos en Francia.

—¿Le gusta este champú al señor? —le digo mostrándoselo con ambas manos como si estuviera vendiendo algo en la teletienda—. Traído personalmente desde el sur de Francia. Me gusta como huele… huele a ti —añado en un susurro abandonando el estilo de presentadora de televisión.
—Sigue, por favor —dice sonriendo.

Cojo una toalla pequeña del toallero eléctrico. La señora Jones sí que sabe hacer que las toallas estén de lo más suaves.

—Échate hacia delante —le ordeno y Joseph obedece.

Le cubro los hombros con la toalla y abro los grifos para llenar el lavabo de agua tibia.

—Ahora échate para atrás. —Me gusta estar al mando. Joseph me obedece, pero es demasiado alto. Se sienta más al borde e inclina la silla hasta que la parte alta del respaldo se apoye contra el lavabo. Una distancia perfecta. Deja caer la cabeza. Sus ojos me miran fijamente y yo sonrío. Cojo uno de los vasos que tenemos sobre el lavabo, lo sumerjo en el agua para llenarlo y después la vierto sobre la cabeza de Joseph para mojarle el pelo. Repito el proceso inclinándome sobre él.
—Huele muy bien, señora Jonas —murmura y cierra los ojos.

Mientras le voy mojando el pelo metódicamente, aprovecho para mirarle con total libertad. Dios… ¿Me voy a cansar alguna vez de mirarle? Sus largas pestañas oscuras están desplegadas sobre sus mejillas, tiene los labios un poco separados formando un pequeño rombo oscuro y respira tranquilo. Mmm, qué ganas tengo de meter por ahí la lengua…

Le echo agua en los ojos accidentalmente. ¡Mierda!

—Perdón.

Coge una esquina de la toalla y se ríe al quitarse el agua de los ojos.

—Oye, ya sé que soy un asno, pero no intentes ahogarme.

Me inclino, le beso la frente y suelto una risita.

—No me tientes.

Me coge la nuca y se acerca para juntar sus labios con los míos. Me da un beso breve a la vez que emite un sonido satisfecho desde el fondo de la garganta. Ese sonido entra en conexión con los músculos de lo más profundo de mi vientre. Es un sonido muy seductor. Me suelta y vuelve a colocarse obedientemente, mirándome con expectación. Durante un momento parece vulnerable, como un niño. Se me ablanda el corazón.

Me echo un poco de champú en la palma y le masajeo la cabeza, empezando por las sienes y subiendo hasta la coronilla para después bajar por los lados haciendo círculos con los dedos rítmicamente. Él cierra los ojos y vuelve a hacer ese sonido grave y ronroneante.

—Qué gusto… —dice un momento después y se relaja bajo el firme contacto de mis dedos.
—¿A que sí? —Vuelvo a besarle la frente.
—Me gusta que me rasques con las uñas. —Sigue con los ojos cerrados, pero tiene una feliz expresión de satisfacción; ya no queda ni rastro de su vulnerabilidad. Oh, cuánto ha cambiado su humor… Me alegra saber que he sido yo quien ha logrado ese cambio.
—Levanta la cabeza —le ordeno y él obedece. Mmm… Cualquier mujer se podría acostumbrar a esto. Le froto con la espuma la parte de atrás de la cabeza, rascándole con las uñas—. Atrás otra vez.

Vuelve a colocarse y le aclaro el champú con ayuda del vaso. Esta vez consigo no salpicarle la cara.

—¿Otra vez? —le pregunto.
—Por favor. —Abre los ojos y su mirada serena se encuentra con la mía. Le sonrío.
—Ahora mismo, señor Jonas.

Me voy al lavabo que normalmente usa Joseph y lo lleno de agua templada.

—Para aclararte —le digo cuando me mira intrigado.

Repito el proceso con el champú mientras escucho su respiración regular y profunda. Cuando tiene la cabeza cubierta de espuma, me tomo otro momento para contemplar el delicado rostro de mi marido. No me puedo resistir. Le acaricio la mejilla tiernamente y él abre los ojos para observarme, casi adormilado, a través de sus largas pestañas. Me inclino y le doy un beso suave y casto en los labios. Él sonríe, cierra los ojos y deja escapar un suspiro de total satisfacción.

¿Quién iba a creer que después de nuestra discusión de esta tarde podría estar ahora tan relajado? Y sin sexo… Me inclino más sobre él.

—Mmm… —murmura encantado cuando le rozo la cara con los pechos. Conteniendo las ganas de sacudirme, quito el tapón para que se vaya el agua llena de espuma. Él me pone las manos en la cadera y después las desliza hasta mi trasero.
—No se manosea al servicio —le digo fingiendo desaprobación.
—No te olvides de que estoy sordo —dice con los ojos todavía cerrados mientras me baja las manos por el trasero y empieza a subirme la falda. Le doy un manotazo en el brazo. Me lo estoy pasando bien jugando a la peluquería. Sonríe con una gran sonrisa infantil, como si le hubiera pillado haciendo algo de lo que en el fondo se sintiera orgulloso.

Cojo el vaso otra vez, pero ahora utilizo el agua del otro lavabo para aclararle el champú del pelo. Sigo inclinada sobre él, que no me aparta las manos del trasero y mueve los dedos de un lado a otro, de arriba abajo, otra vez de un lado a otro… Mmmm… Me contoneo un poco. Él gruñe desde el fondo de la garganta.

—Ya está. Todo aclarado.
—Bien —dice. Sus dedos me aprietan el trasero y se incorpora en el asiento con el pelo mojado goteándole por todo el cuerpo. Tira de mí para sentarme en su regazo y sus manos suben desde mi trasero hasta la nuca. Después pasan a mi barbilla para mantenerme quieta. De repente doy un respingo al notar sus labios sobre los míos y su lengua caliente y dura dentro de mi boca. Entierro los dedos entre su pelo mojado y empieza a resbalar agua por mis brazos. Su pelo me cubre la cara. Su mano baja de mi barbilla al primer botón de mi blusa—. Ya basta de tanto acicalamiento. Quiero follarte mil veces peor que el domingo y podemos hacerlo aquí o en el dormitorio. Tú decides.

Los ojos de Joseph lanzan llamaradas, calientes y llenos de promesas, y su pelo nos está mojando a los dos. Se me seca la boca.

—¿Dónde va a ser, ______? —me pregunta todavía sujetándome en su regazo.
—Estás mojado —le respondo.

Agacha la cabeza y me pasa el pelo mojado por la parte delantera de la blusa. Me retuerzo e intento zafarme, pero él me agarra más fuerte.

—Oh, no, no te escaparás, nena. —Cuando levanta la cabeza sonriéndome travieso me he convertido en Miss Camiseta Mojada 2011. Tengo la blusa empapada y se me transparenta todo. Estoy mojada… por todas partes—. Me encanta esta vista —susurra y se agacha para rodearme una y otra vez un pezón con la nariz. Me retuerzo—. Respóndeme, ______. ¿Aquí o en el dormitorio?
—Aquí —le susurro ansiosa. A la mierda el corte de pelo… Ya se lo haré luego.

Sonríe lentamente; sus labios se curvan en una sonrisa sensual llena de una promesa lasciva.

—Buena elección, señora Jonas —dice junto a mis labios. Me suelta la barbilla y baja la mano hasta mi rodilla. Después la desliza sin dificultad por mi pierna, subiéndome la falda y acariciándome la piel, lo que me provoca un cosquilleo. Me va recorriendo la línea de la mandíbula desde la base de la oreja sin dejar de besarme—. Vamos a ver, ¿qué te voy a hacer? —me susurra. Detiene los dedos en el principio de mis medias—. Me gusta esto —me dice y mete un dedo bajo la media y la va rodeando hasta llegar a la parte interior del muslo. Doy un respingo y vuelvo a retorcerme en su regazo.

Él gruñe desde el fondo de su garganta.

—Te voy a follar mil veces peor que el domingo. Pero tienes que quedarte quieta.
—Oblígame —le desafío con la voz grave y jadeante.

Joseph inhala con fuerza. Entorna los ojos y me mira con una expresión excitada y los párpados entrecerrados.

—Oh, señora Jonas, solo tiene que pedirlo. —Su mano pasa de la parte de arriba de las medias a mis bragas—. Vamos a quitarte esto. —Tira un poco y yo me muevo para ayudarle. Deja escapar el aire entre los dientes apretados cuando lo hago—. Quieta —me ordena.
—Te estoy ayudando… —me defiendo con un mohín y él me muerde el labio inferior.
—Quieta —repite con voz ronca.

Me baja las bragas por las piernas y me las quita. Me sube la falda hasta que queda toda arrugada en mis caderas. Después me coge de la cintura con las dos manos y me levanta. Todavía tiene mis bragas en la mano.

—Siéntate. A horcajadas —me ordena mirándome intensamente a los ojos.

Hago lo que me pide; me quedo a horcajadas sobre él y le miro provocativa. ¡Vamos a por ello, Cincuenta!

—Señora Jonas —me dice en un tono de advertencia—, ¿pretende incitarme? —Me mira divertido pero a la vez excitado. Es una combinación muy seductora.
—Sí, ¿qué vas a hacer al respecto?

Sus ojos se encienden con un placer lujurioso ante mi desafío y yo empiezo a notar su erección debajo de mí.

—Junta las manos detrás de la espalda.

¡Oh! Obedezco y él me ata las manos con mis bragas con una habilidad asombrosa.

—¡Son mis bragas! Señor Jonas, no tiene vergüenza —le regaño.
—No en lo que respecta a usted, señora Jonas, pero seguro que ya lo sabía… —Su mirada es intensa y excitante. Me rodea la cintura con las manos y me desplaza para que quede sentada un poco más atrás en su regazo. Le cae agua por el cuello y por el pecho. Quiero agacharme y lamerle las gotas que resbalan, pero atada como estoy resulta difícil.

Joseph me acaricia los dos muslos y baja las manos hasta mis rodillas. Suavemente me las separa un poco más y abre un espacio entre las suyas para que quede encajada en esa posición. Sus dedos empiezan a ocuparse de mi blusa.

—No creo que vayamos a necesitar esto —dice y empieza a desabrochar mecánicamente los botones de la blusa húmeda que tengo pegada al cuerpo.

No aparta su mirada de la mía. Se toma su tiempo en la tarea y sus ojos se oscurecen cada vez más según se acerca al final. El pulso se me acelera y mi respiración se vuelve superficial. No me lo puedo creer. Casi no me ha tocado y ya estoy así: excitada, necesitada… preparada. Quiero retorcerme. Me deja la blusa húmeda abierta. Me acaricia la cara con las dos manos y su pulgar me roza el labio inferior. De repente me mete el pulgar en la boca.

—Chupa —me ordena poniendo énfasis en la CH. Cierro la boca alrededor del dedo y hago exactamente lo que me ha pedido. Oh, me gusta este juego. Sabe bien. ¿Qué otra cosa podría chuparle? Los músculos de mi vientre se tensan solo de pensarlo. Él abre los labios cuando le rozo con los dientes y después le muerdo la yema del pulgar.

Gime, saca lentamente el pulgar húmedo de mi boca y lo baja por la barbilla, la garganta y el esternón. Engancha con él una de las copas de mi sujetador y tira de ella hacia abajo, liberando mi pecho.

Su mirada nunca se separa de la mía. Está observando todas las reacciones que su contacto provoca en mí y yo le observo a él. Es muy excitante. Devorador. Posesivo. Me encanta. Empieza a hacer lo mismo con la otra mano, de forma que en un segundo tengo ambos pechos libres. Me cubre los dos con las manos y me pasa los pulgares sobre los pezones rodeándolos muy lentamente, provocándolos y excitándolos hasta que los dos se endurecen y se dilatan por su hábil contacto. Intento con todas mis fuerzas no moverme, pero parece que mis pezones están conectados con mi entrepierna y no puedo evitar gemir y echar atrás la cabeza hasta que finalmente cierro los ojos y me rindo a esa tortura tan dulce.

—Shh… —El sonido que emite Joseph está en total contradicción con sus caricias y el ritmo constante y sostenido de sus diestros dedos—. Quieta, nena, quieta…

Deja un pecho y me coloca la mano extendida sobre la nuca. Se inclina hacia delante, se mete en la boca el pezón que acaba de descuidar su mano y lo chupa con fuerza. Su pelo mojado me hace cosquillas. Al mismo tiempo deja de acariciar el otro pezón y en su lugar lo coge entre el pulgar y el índice y lo gira suavemente y después tira.

—¡Ah! ¡Joseph! —gimo y siento que mi cadera da una sacudida. Pero él no se detiene. Sigue con su provocación lenta, pausada y desesperante. Mi cuerpo empieza a arder cuando el placer me invade—. Joseph, por favor —gimo.
—Mmm… —ronronea—. Quiero que te corras así. —Mi pezón logra un respiro mientras sus palabras me acarician la piel. Es como si estuviera dirigiéndose a una parte profunda y oscura de mi mente que solo él conoce. Cuando retoma lo que estaba haciendo, con los dientes esta vez, el placer es casi intolerable. Gimo muy alto, me revuelvo en su regazo e intento lograr algo de fricción contra sus pantalones. Tiro de las bragas que me atan sin conseguir nada. Quiero tocarle, pero me pierdo… me pierdo en esta traicionera sensación.
—Por favor… —le susurro de nuevo suplicante y el placer me llena el cuerpo desde el cuello hasta las piernas y los dedos de los pies, tensándolo todo a su paso.
—Tienes unos pechos preciosos, ______ —gime—. Algún día te los tengo que follar.

¿Qué demonios significa eso? Abro los ojos y le miro con la boca abierta mientras sigue chupando. Mi piel responde a su contacto. Ya no siento la blusa húmeda ni su pelo mojado. No siento nada aparte del fuego. Arde deliciosamente con un calor que nace de lo más profundo de mi interior. Todos los pensamientos desaparecen cuando mi cuerpo se tensa y los músculos aprietan… listos, muy cerca… buscando la liberación. Él no se detiene, no deja de chupar y de tirar, volviéndome loca. Quiero… quiero…

—Déjate ir —jadea Joseph.

Y yo lo hago, bien alto, mi orgasmo haciéndome estremecer el cuerpo. Entonces él para esa tortura tan dulce y me abraza apretándome contra él a la vez que mi cuerpo entra en la espiral del clímax. Cuando por fin abro los ojos, tengo la cabeza apoyada en su pecho y él me está contemplando.

—Dios, cómo me gusta ver cómo te corres, ______. —Suena maravillado.
—Eso ha sido… —Me faltan las palabras.
—Lo sé. —Se acerca a mí y me besa, todavía con la mano en mi nuca, sujetándome la cabeza ladeada para poder darme un beso profundo, lleno de amor y de veneración.

Me vuelvo a perder en ese beso.

Se aparta para respirar y sus ojos tienen ahora el color de una tormenta tropical.

—Ahora te voy a follar con fuerza —murmura.

Madre mía. Me agarra por la cintura, me levanta de entre sus muslos y me sienta más cerca de sus rodillas. Con la mano derecha se desabrocha el botón de los pantalones azul marino y con la izquierda me acaricia el muslo arriba y abajo, parándose cada vez que llega al borde de las medias. Me está mirando fijamente. Estamos cara a cara y yo estoy indefensa, atada y en sujetador y medias. Creo que este es uno de nuestros momentos más íntimos; aquí, cerca, sentada en su regazo, mirando sus hermosos ojos ambarinos. Me hace sentir un poco descarada y a la vez muy conectada con él; no siento ni vergüenza ni timidez. Es Joseph, mi marido, mi amante, mi megalómano dominante, mi Cincuenta… el amor de mi vida. Se baja la cremallera y a mí se me seca la boca al ver aparecer su erección, libre al fin.

Sonríe.

—¿Te gusta? —susurra.
—Ajá —le digo. Se envuelve el pene con la mano y empieza a moverla arriba y abajo. Oh, madre mía. Le miro a través de mis pestañas. Joder, es tan sexy…
—Se está mordiendo el labio, señora Jonas.
—Eso es porque tengo hambre.
—¿Hambre? —Abre la boca sorprendido y los ojos se le abren un poco más.
—Sí —le digo humedeciéndome los labios.

Me dedica una sonrisa enigmática y se muerde el labio inferior sin dejar de tocarse. ¿Por qué ver a mi marido dándose placer me pone tanto?

—Ya veo. Deberías haber cenado. —Su tono es burlón y de censura a la vez—. Pero tal vez yo pueda hacer algo… —Me pone la mano en la cintura—. Ponte de pie —me dice en voz baja y yo ya sé lo que va a hacer.

Me pongo de pie; ya no me tiemblan las piernas.

—Y ahora de rodillas.

Hago lo que me pide y me arrodillo sobre el frío suelo de baldosas del baño. Se acerca al borde del asiento.

—Bésame —me pide sujetándose la erección con la mano. Le miro y advierto que se está pasando la lengua por los dientes superiores. Es excitante, muy excitante ver su deseo, su deseo desnudo por mí y por mi boca. Me acerco sin dejar de mirarle y le doy un beso en la punta del pene en erección. Veo como inhala con fuerza y aprieta los dientes. Joseph me coge la cabeza con la mano y yo le paso la lengua por la punta para saborear una gotita que hay en el extremo.

Mmm… sabe bien. Abre más la boca para poder respirar por ella cuando yo me lanzo sobre él, metiéndomelo en la boca y chupando con fuerza.

—Ah…

Suelta el aire entre los dientes apretados y proyecta la cadera hacia delante, empujando dentro de mi boca. Pero eso no me hace parar. Me cubro los dientes con los labios y bajo para después subir. Me coloca la otra mano en la cabeza para agarrármela por ambos lados, enreda los dedos en mi pelo y lentamente va entrando y saliendo de mi boca. Su respiración se acelera y se hace cada vez más trabajosa. Rodeo la punta con la lengua y después me lo vuelvo a meter todo en la boca en perfecto contrapunto a su movimiento.

—Dios, ______. —Suspira y aprieta los párpados. Se está perdiendo y verle así se me sube a la cabeza. Es por mí. Muy lentamente aparto los labios y lo que le roza ahora son mis dientes—. ¡Ah! —Joseph deja de moverse. Se agacha y me coge para volver a subirme a su regazo—. ¡Para! —gruñe.

Busca detrás de mí y me libera las manos con un simple tirón a las bragas. Flexiono las muñecas y miro por debajo de las pestañas a unos ojos abrasadores que me devuelven la mirada con amor, necesidad y lujuria. Y de repente me doy cuenta de que soy yo la que quiere follarle mil veces peor que el domingo. Le deseo con todas mis fuerzas. Quiero verle correrse debajo de mí. Le cojo el pene y me acerco rápidamente a él. Coloco mi otra mano sobre su hombro y muy despacio y con mucho cuidado le introduzco dentro de mí. Él emite un sonido gutural y salvaje desde el fondo de la garganta y levantando los brazos me arranca la blusa y la deja caer en el suelo. Sus manos pasan a mis caderas.

—Quieta —dice con voz ronza y con las manos clavándose en mi carne—. Déjame saborear esto, por favor. Saborearte…

Me quedo quieta. Oh, Dios… Me siento tan bien con él dentro de mí. Me acaricia la cara mirándome con los ojos muy abiertos y salvajes y los labios separados. Se mueve debajo de mí y yo gimo y cierro los ojos.

—Este es mi lugar favorito —me susurra—. Dentro de ti. Dentro de mi mujer.

Oh, joder, Joseph. No puedo aguantar más. Deslizo los dedos entre su pelo mojado, mis labios buscan los suyos y empiezo a moverme. Arriba y abajo, poniéndome de puntillas… saboreándole, saboreándome. Él gime fuerte y noto sus manos en mi pelo y en mi espalda y su lengua invadiendo mi boca ávidamente, cogiéndolo todo y yo dándoselo encantada. Después de todas las discusiones del día, de mi frustración con él y la suya conmigo, al menos todavía tenemos esto. Siempre tendremos esto. Le quiero tanto que es casi demasiado. Baja las manos hasta colocarlas en mi trasero para controlar mi movimiento, arriba y abajo, una y otra vez, a su ritmo, su tempo caliente y resbaladizo.

—¡Ah! —gimo indefensa dentro de su boca y me dejo llevar.
—Sí, ______, sí… —dice entre dientes y yo le cubro la cara de besos: en la barbilla, en la mandíbula, en el cuello…—. Nena… —jadea y vuelve a atrapar mi boca.
—Oh, Joseph, te amo. Siempre te amare. —Estoy sin aliento, pero quiero que lo sepa, que esté seguro de mí después de todas nuestras peleas de hoy.

Gime y me abraza con fuerza, abandonándose al clímax con un sollozo lastimero. Y eso es justo lo que necesitaba para volver a llevarme al borde del abismo: le rodeo el cuello con los brazos y me dejo ir con él en mi interior. Tengo los ojos llenos de lágrimas porque lo amo muchísimo.

—Oye… —me susurra agarrándome la barbilla para echarme atrás la cabeza y mirándome preocupado—. ¿Por qué lloras? ¿Te he hecho daño?
—No —le digo para tranquilizarle.

Me aparta el pelo de la cara y me seca una lágrima con el pulgar a la vez que me besa tiernamente en los labios. Sigue dentro de mí. Cambia de postura y yo hago una mueca cuando sale.

—¿Qué te pasa, ______? Dímelo.

Sorbo por la nariz.

—Es que… Es solo que a veces me abruma darme cuenta de cuánto te amo —le confieso. Él me sonríe con esa sonrisa tímida tan especial que creo que tiene reservada solo para mí.
—Tú tienes el mismo efecto en mí —me susurra y me da otro beso. Yo sonrío y en mi interior la felicidad se despereza y se estira encantada.
—¿Ah, sí?

Él sonríe.

—Sabes que sí.
—A veces sí lo sé. Pero no todo el tiempo.
—Ídem, señora Jonas.

Le sonrío y le doy besitos en el pecho. Luego le acaricio el vello con la nariz. Joseph me acaricia el pelo y me pasa una mano por la espalda. Me suelta el sujetador y me baja un tirante. Me muevo para que me quite el otro tirante y él deja caer al suelo el sujetador.

—Mmm… Piel contra piel —dice feliz y me abraza otra vez.

Me da un beso en el hombro y sube acariciándome con la nariz hasta mi oreja.

—Huele divinamente, señora Jonas.
—Y usted, señor Jonas. —Vuelvo a acariciarle con la nariz y aspiro el aroma de Joseph, que ahora está mezclado con el embriagador perfume del sexo. Podría quedarme así para siempre: en sus brazos, feliz y satisfecha. Es justo lo que necesitaba después de este día de mucho trabajo, discusiones y de poner a una zorra en su sitio. Aquí es donde quiero estar, y a pesar de su obsesión por el control y su megalomanía, este es el sitio al que pertenezco. Joseph entierra la nariz en mi pelo e inspira hondo. Yo suspiro satisfecha y noto su sonrisa. Y así nos quedamos; sentados, abrazados y en silencio.

Pero un instante después la realidad se entromete en nuestro momento.

—Es tarde —dice Joseph mientras me acaricia metódicamente la espalda con los dedos.
—Y tú sigues necesitando un corte de pelo.

Ríe.

—Cierto, señora Jonas. ¿Tiene energía suficiente para acabar lo que ha empezado?
—Por usted, señor Jonas, cualquier cosa. —Le doy otro beso en el pecho y me levanto a regañadientes.
—Un momento. —Me coge de las caderas y me gira. Me baja la falda y me la desabrocha para después dejarla caer al suelo. Me tiende la mano, yo se la cojo y salgo de la falda. Ahora solo llevo puestas las medias y el liguero—. Es usted una visión espectacular, señora Jonas. —Se apoya en el respaldo de la silla y cruza los brazos mientras me mira de arriba abajo.

Yo doy una vuelta para que él me vea.

—Dios, soy un hijo de puta con suerte —dice con admiración.
—Sí que lo eres.

Sonríe.

—Ponte mi camisa para cortarme el pelo. Así como estás ahora me distraes y no conseguiríamos llegar a la cama hoy.

No puedo evitar sonreír. Como sé que está observando todos mis movimientos, voy pavoneándome hasta donde dejamos mis zapatos y su camisa. Me agacho despacio, cojo la camisa, la huelo, mmm… y después me la pongo. Joseph me mira con los ojos muy abiertos. Se ha vuelto a abrochar la bragueta y me está contemplando atentamente.

—Menudo espectáculo, señora Jonas.
—¿Tenemos tijeras? —le pregunto con aire inocente, agitando las pestañas.
—En mi estudio —me dice.
—Voy en su busca. —Le dejo allí, entro en el dormitorio y cojo el peine de mi tocador antes de encaminarme a su estudio.

Cuando entro en el pasillo, advierto que la puerta del despacho de Taylor está abierta. La señora Jones está de pie junto al umbral. Me quedo parada como si hubiera echado raíces. Taylor le está acariciando la cara con los dedos y sonriéndole dulcemente. Entonces se inclina y le da un beso.

]Vaya… ¿Taylor y la señora Jones? Me quedo con la boca abierta por el asombro. Bueno, yo creía… La verdad es que sospechaba algo. ¡Pero ahora es obvio que están juntos! Me sonrojo porque me siento como una voyeur y por fin consigo que mis pies vuelvan a echar a andar. Cruzo corriendo el salón y entro en el estudio de Joseph. Enciendo la luz y voy hasta su escritorio. Taylor y la señora Jones… ¡Vaya! Mi mente va a mil por hora. Siempre he pensado que la señora Jones era mayor que Taylor. Oh, tampoco es tan difícil de entender… Abro el cajón de arriba de la mesa y me distraigo inmediatamente: dentro hay un arma. ¡Joseph tiene un arma!

Un revólver. Dios mío… No tenía ni idea de que Joseph tuviera un arma. Lo saco, abro el tambor y lo examino. Está cargado pero es ligero, muy ligero. Debe de ser de fibra de carbono. ¿Por qué puede querer tener Joseph un arma? Oh, espero que sepa usarla. Me vienen a la mente las advertencias constantes de Ray sobre las armas de fuego, nunca olvidó su entrenamiento militar: «Esto te puede matar, ______. Siempre que cojas un arma de fuego debes saber cómo usarla». Devuelvo el arma al cajón y busco las tijeras. Las cojo y salgo corriendo para volver con Joseph, con la mente trabajando a mil por hora: Taylor y la señora Jones… El revólver…

En la entrada del salón me topo con Taylor.

—Perdón, señora Jonas. —Se sonroja al ver lo que llevo puesto.
—Oh, Taylor, hola… Le voy a cortar el pelo a Joseph —le digo avergonzada.

Taylor está pasando tanta vergüenza como yo. Abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla y se aparta.

—Después de usted, señora —dice formalmente.

Creo que estoy del color de mi antiguo Audi, el que Joseph les compraba a todas sus sumisas. Esta situación no podría ser más embarazosa…

—Gracias —murmuro y me apresuro por el pasillo. Mierda. ¿No me voy a acostumbrar nunca al hecho de que no estamos solos? Corro al baño.
—¿Qué pasa? —Joseph está de pie delante del espejo con mis zapatos en la mano. Toda la ropa que estaba tirada en el suelo ahora está colocada ordenadamente al lado del lavabo.
—Me acabo de encontrar con Taylor.
—Oh. —Joseph frunce el ceño—. ¿Así vestida?

Oh, mierda.

—No ha sido culpa de Taylor.

El ceño de Joseph se hace más profundo.

—No, pero aun así…
—Estoy vestida.
—Muy poco vestida.
—No sé a quién le ha dado más vergüenza, si a él o a mí. —Intento la técnica de la distracción—. ¿Tú sabías que él y Gail están… bueno… juntos?

Joseph ríe.

—Sí, claro que lo sabía.
—¿Y por qué no me lo has dicho nunca?
—Pensé que tú también lo sabías.
—Pues no.
—______, son adultos. Viven bajo el mismo techo. Ninguno tiene compromiso y los dos son atractivos.

Me ruborizo y me siento tonta por no haberlo notado.

—Bueno, dicho así… Yo creía que Gail era mayor que Taylor.
—Lo es, pero no mucho. —Me mira perplejo—. A algunos hombres les gustan las mujeres mayores… —Se calla de repente y se le abren mucho los ojos.

Le miro con el ceño fruncido.

—Ya… —le respondo molesta.

Joseph parece arrepentido y me sonríe tiernamente. ¡Sí! ¡Mi técnica de distracción ha funcionado! Mi subconsciente pone los ojos en blanco: Sí, pero ¿a qué precio? Ahora vuelve a cernirse sobre mí el fantasma de la innombrable señora Robinson.

—Eso me recuerda algo —dice contento.
—¿Qué? —le pregunto. Cojo la silla y la giro para que quede mirando al espejo que hay sobre el lavabo—. Siéntate —le ordeno. Joseph me mira con indulgencia divertida, pero hace lo que le digo y se acomoda en la silla. Empiezo a peinarle el pelo que ya solo tiene un poco húmedo.
—Estaba pensando que podríamos reformar las habitaciones que hay encima del garaje en la casa nueva para que vivan ellos —me explica Joseph—. Convertirlo en un hogar. Así tal vez la hija de Taylor podría venir a quedarse con él más a menudo. —Me observa con cautela a través del espejo.
—¿Y por qué no se queda aquí?
—Taylor nunca me lo ha pedido.
—Tal vez deberías sugerírselo tú. Pero nosotros tendríamos que tener más cuidado.

Joseph arruga la frente.

—No se me había ocurrido.
—Tal vez por eso Taylor no te lo ha pedido. ¿La conoces?
—Sí, es una niña muy dulce. Tímida. Muy guapa. Yo le pago el colegio.

¡Oh! Paro de peinarle y le miro desde el espejo.

—No tenía ni idea.

Él se encoge de hombros.

—Era lo menos que podía hacer. Además, así su padre no deja el trabajo.
—Estoy segura de que le gusta trabajar para ti.

Joseph me mira sin expresión y después se encoje de hombros.

—No lo sé.
—Creo que te tiene mucho cariño, Joseph. —Acabo de peinarle y le miro. Sus ojos no se apartan de los míos.
—¿Tú crees?
—Sí.

Ríe burlón sin darle importancia, pero suena satisfecho, como si se alegrara en el fondo de caerle bien a su personal.

—Entonces, ¿le dirás a Gia lo de las habitaciones sobre el garaje?
—Sí, claro. —Ya no siento la misma irritación que antes cuando menciona su nombre. Mi subconsciente asiente satisfecha. Sí, hoy lo hemos hecho bien. La diosa que llevo dentro se regodea. Ahora dejará en paz a mi marido y así no le hará sentir incómodo.

Ya estoy preparada para cortarle el pelo a Joseph.

—¿Estás seguro? Es tu última oportunidad de echarte atrás.
—Hágalo lo peor que sepa, señora Jonas. Yo no tengo que verme; usted sí.

Le sonrío.

—Joseph yo podría pasarme el día mirándote.

Niega con la cabeza, exasperado.

—Solo es una cara bonita, nena.
—Y detrás de esa cara hay un hombre muy bonito también. —Le doy un beso en la sien—. Mi hombre.

Él sonríe tímido.

Cojo el primer mechón, lo peino hacia arriba y lo sostengo entre los dedos índice y corazón. Agarro el peine con la boca, cojo las tijeras y doy el primer corte, con el que me llevo un centímetro y medio más o menos. Joseph cierra los ojos y se queda sentado como una estatua, suspirando satisfecho mientras yo sigo cortando. De vez en cuanto abre los ojos y siempre le encuentro observándome. No me toca mientras trabajo, lo que le agradezco. Su contacto… me distrae.

En quince minutos he acabado.

—Terminado. —Me gusta el resultado. Está tan guapo como siempre, con el pelo un poco caído y sexy, solo que algo más corto.

Joseph se mira en el espejo y parece agradablemente sorprendido. Sonríe.

—Un gran trabajo, señora Jonas. —Gira la cabeza a un lado y luego al otro y me rodea con un brazo. Me atrae hacia él, me da un beso y me acaricia el vientre con la nariz—. Gracias —me dice.
—Un placer. —Me agacho para darle un beso breve.
—Es tarde. A la cama. —Y me da un azote juguetón en el trasero.
—¡Ah! Deberíamos limpiar un poco esto. —Hay pelos por todo el suelo.

Joseph frunce el ceño como si eso no se le hubiera pasado por la cabeza.

—Bien, voy por la escoba —dice—. No quiero que andes por ahí avergonzando al personal con ese atuendo tan inapropiado que llevas.
—Pero ¿sabes dónde está la escoba? —le pregunto inocentemente.

Joseph se queda parado.

—Eh… no.

Río.

—Ya voy yo.


Cuando me meto en la cama y mientras espero que Joseph venga también, pienso en el final tan diferente que podía haber tenido este día. Estaba tan enfadada con él antes y él conmigo… ¿Cómo puedo tratar esa tontería de que quiere que yo dirija una empresa? No deseo dirigir una empresa. Yo no soy él. Tengo que pararlo ya. Tal vez deberíamos tener una palabra de seguridad para los momentos en que él sea demasiado dominante y autoritario, para cuando sea petulante… Suelto una risita. Tal vez esa precisamente debería ser la palabra de seguridad: petulante. Me gusta la idea.

—¿Qué? —me dice al entrar en la cama a mi lado, llevando solo los pantalones del pijama.
—Nada. Una idea.
—¿Qué idea? —Se estira en la cama a mi lado.

Ahí va…

—Joseph, creo que no quiero dirigir una empresa.

Se apoya sobre uno de los codos y me mira.

—¿Por qué dices eso?
—Porque es algo que nunca me ha llamado la atención.
—Eres más que capaz de hacerlo, ______.
—Me gusta leer, Joseph. Dirigir una empresa me apartaría de eso.
—Podrías ser una directiva creativa.

Frunzo el ceño.

—Mira —continúa—, dirigir una empresa que funciona se basa en aprovechar el talento de los individuos que tienes a tu disposición. Ahí es donde está tu talento y tus intereses; luego estructuras la empresa para permitir que puedan hacer su trabajo. No lo rechaces sin pensarlo, ______. Eres una mujer muy capaz. Creo que podrías hacer lo que quisieras solo con proponértelo.

Vaya… ¿Cómo puede saber que eso se me daría bien?

—Me preocupa que me ocupe demasiado tiempo.

Joseph frunce el ceño de nuevo.

—Tiempo que podría dedicarte a ti —digo sacando mi arma secreta.

Su mirada se oscurece.

—Sé lo que te propones —susurra divertido.

¡Mierda!

—¿Qué? —pregunto con fingida inocencia.
—Estás intentando distraerme del tema que tenemos entre manos. Siempre lo haces. No rechaces la idea todavía, ______. Piénsatelo. Solo te pido eso. —Se inclina y me da un beso casto y después me acaricia la mejilla con el pulgar. Esta discusión va para largo. Le sonrío y de repente algo que ha dicho antes me viene a la cabeza sin saber cómo.
—¿Puedo preguntarte algo? —digo con voz suave y tentadora.
—Claro.
—Antes has dicho que si estaba enfadada contigo, que te lo hiciera pagar en la cama. ¿Qué querías decir?

Se queda quieto.

—¿Tú qué crees que quería decir?

Dios, ahora tengo que decirlo…

—Qué quieres que te ate.

Levanta ambas cejas por el asombro.

—Eh… no. No era eso lo que quería decir en absoluto.
—Oh. —Me sorprende la ligera decepción que siento.
—¿Quieres atarme? —me pregunta porque obviamente ha identificado mi expresión correctamente. Suena alucinado. Me ruborizo.
—Bueno…
—______, yo… —No acaba la frase y algo oscuro cruza por su cara.
—Joseph… —susurro alarmada. Me muevo para quedar tumbada de lado y apoyada en un codo como él. Le acaricio la cara. Tiene los ojos muy abiertos y llenos de miedo. Sacude la cabeza con tristeza. ¡Mierda!—. Joseph, para. No importa. Solo creía que querías decir eso.

Me coge la mano y se la pone sobre el corazón, que le late con fuerza. ¡Joder! ¿Qué pasa?

—______, no sé cómo me sentiría si estuviera atado y tú me tocaras…

Se me eriza el vello. Es como si me estuviera confesando algo profundo y oscuro.

—Todo esto es demasiado nuevo todavía —dice en voz baja y ronca.

Joder. Solo era una idea. Soy consciente de que él está avanzando bastante, pero todavía le queda mucho. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… La ansiedad me atenaza el corazón. Me inclino y él se queda petrificado, pero yo le doy un beso en la comisura de la boca.

—Joseph, no te he entendido bien. No te preocupes por eso. No lo pienses, por favor. —Le doy un beso más apasionado. Él cierra los ojos, gruñe y responde a mi beso. Después me empuja contra el colchón y me agarra la barbilla con las manos. Y en unos momentos los dos estamos perdidos… Perdidos el uno en el otro una vez más.







Aquí el capítulo, chicas. Espero ver un poco más de firmas ;) Pero de todos modos, gracias por sus comentarios.

Atte:
Kary♥️
Karely Jonatika
Karely Jonatika


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Mensaje por JB&1D2 Dom 20 Ene 2013, 6:47 am

Creo que no habia comentado antes. Lo siento.
Me encanro el capi jajaj la rayiz se revelo, pueso en su sitio a Gia
Y Joseph es un amor cada dia me encamoro mas de el.
¿Donde pueso encontrar un hombre como el?Lo amo
Siguelaaa
JB&1D2
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Mensaje por aranzhitha Dom 20 Ene 2013, 11:06 am

ahh que bien que puso en su lugara a esa Gia!!
Asi ya no se mete con Joseph!!!!
Awww Taylor y Gail!!! Aww que lindo estan juntos!!
Mi Joseph es tan dulce y hemoso y lo amo
Siguela!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Aria de Jonas Dom 20 Ene 2013, 4:55 pm

LO AME, LO AME,LO AME...HAY UN MONTÓN DE CHICAS QUE LEEN PERO SEGURO NO TIENE CUENTA KJSDLKSAJDLAS UNO MAAAS ♥
Aria de Jonas
Aria de Jonas


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Mensaje por chelis Dom 20 Ene 2013, 6:51 pm

CIELOOSS!!!
DEBERIAN DE ETIQUETAR A ESOS HOMBREEESS!!!!
JEJEJE Y QUE BUENO QUE __ PUSO EN SU LUGAR A ESA BRUJA!!!
AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!!
SIGO DICIENDO UE QUIERO UN CINCUENTA SOMBRAS!!!!
chelis
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Mensaje por JB&1D2 Dom 20 Ene 2013, 6:57 pm

SIGUELA
JB&1D2
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Mensaje por chelis Dom 20 Ene 2013, 7:29 pm

OOTROOOOOO
chelis
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Mensaje por aranzhitha Dom 20 Ene 2013, 7:58 pm

siguela!!!!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Dom 20 Ene 2013, 8:07 pm

OOTROOOOOO
chelis
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Mensaje por Karely Jonatika Lun 21 Ene 2013, 12:09 am

Capítulo 9


Cuando me despierto antes de que suene el despertador a la mañana siguiente, Joseph está enroscado sobre mi cuerpo como una planta de hiedra: la cabeza sobre mi pecho, el brazo alrededor de mi cintura y una pierna entre las mías. Además está en mi lado de la cama. Siempre pasa lo mismo. Si discutimos la noche anterior, así es como acaba: retorcido sobre mi cuerpo, dándome calor y restringiéndome los movimientos.

Oh, Cincuenta… Tiene tantas necesidades a ese nivel. Quién lo habría creído… La imagen de Joseph como un niño sucio y desgraciado me viene a la mente. Le acaricio el pelo más corto y mi melancolía se va desvaneciendo. Él se mueve y sus ojos somnolientos se encuentran con los míos. Parpadea un par de veces mientras se va despertando.

—Hola —susurra y sonríe.
—Hola. —Me encanta ver esa sonrisa por la mañana.

Me acaricia los pechos con la nariz y emite un sonido de satisfacción desde el fondo de su garganta. Su mano va bajando desde mi cintura por encima de la fresca seda de mi camisón.

—Eres un bocado tentador —susurra—. Pero por muy tentadora que seas —dice mirando el despertador—, tengo que levantarme. —Se estira, se desenreda de mi cuerpo y se levanta.

Yo me tumbo, pongo las manos detrás de la cabeza y disfruto del espectáculo: Joseph desnudándose para meterse en la ducha. Es perfecto. No le cambiaría ni un pelo de la cabeza.

—¿Admirando la vista, señora Jonas? —Joseph arquea una ceja burlona.
—Es que es una vista terriblemente bonita, señor Jonas.

Sonríe y me tira los pantalones del pijama, que casi aterrizan en mi cara pero consigo cogerlos en el aire a tiempo, riendo como una colegiala. Con una sonrisa perversa aparta el edredón, pone una rodilla en la cama, me coge los tobillos y tira de mí haciendo que se me suba el camisón. Chillo mientras él va subiendo por mi cuerpo, dándome besos desde la rodilla, por el muslo, siguiendo por… Oh, Joseph…



—Buenos días, señora Jonas —me saluda la señora Jones. Me ruborizo, avergonzada al recordar su encuentro con Taylor que presencié anoche.
—Buenos días —le respondo. Ella me pasa una taza de té. Me siento en un taburete al lado de mi marido, que está radiante: recién duchado, con el pelo húmedo, una camisa blanca recién planchada y la corbata gris plateado. Mi corbata favorita. Tengo muy buenos recuerdos de esa corbata.
—¿Qué tal está, señora Jonas? —me pregunta con la mirada tierna.
—Creo que ya lo sabe, señor Jonas —le digo mirándole a través de las pestañas.

Él sonríe.

—Come —me ordena—. Casi no cenaste ayer.

¡Oh, mi Cincuenta, siempre tan mandón!

—Eso es porque tú estabas siendo un idiota.

A la señora Jones se le cae algo en el fregadero y el ruido me sobresalta. Joseph parece ajeno al ruido; ignorándolo, se me queda mirando impasible.

—Idiota o no, tú come. —Su tono es serio y no tengo intención de discutir con él.
—Bien. Ya cojo la cuchara y me como los cereales —digo como una adolescente irascible. Extiendo el brazo para coger el yogur griego y me echo unas cucharadas en los cereales. Después le incorporo un puñado de arándanos. Miro a la señora Jones y nuestras miradas se encuentran. Le sonrío y ella me responde con una sonrisa cariñosa. Me ha preparado mi desayuno favorito, el que descubrí durante la luna de miel.
—Creo que voy a tener que ir a Nueva York a finales de semana. —El anuncio de Joseph interrumpe mis pensamientos.
—Oh.
—Solo voy a pasar una noche. Y quiero que vengas conmigo.
—Joseph, yo no puedo pedir el día libre.

Me mira como diciendo: ¿tú crees, teniendo en cuenta que yo soy el jefe?

Suspiro.

—Sé que la empresa es tuya, pero he estado fuera tres semanas. ¿Cómo puedes esperar que dirija el negocio si nunca estoy? Estaré bien aquí. Supongo que te llevarás a Taylor, pero Sawyer y Ryan se quedarán aquí… —Me interrumpo porque Joseph me está sonriendo—. ¿Qué?
—Nada. Solo tú —dice.

Frunzo el ceño. ¿Se está riendo de mí? Entonces se me ocurre algo preocupante.

—¿Cómo vas a ir a Nueva York?
—En el jet de la empresa, ¿por qué?
—Solo quería estar segura de que no ibas a coger a Charlie Tango —le digo en voz baja y un escalofrío me recorre la espalda. Recuerdo la última vez que pilotó ese helicóptero y siento una oleada de náuseas al evocar las tensas horas que pasé esperando noticias. Probablemente ese ha sido el peor momento de mi vida. Noto que la señora Jones también se ha quedado muy quieta. Intento olvidarme de eso.
—No iría a Nueva York con Charlie Tango. El helicóptero no puede recorrer esas distancias. Además, todavía tiene que estar dos semanas más en reparación.

Gracias a Dios. Sonrío, en parte por el alivio, pero también porque sé que el accidente de Charlie Tango ha ocupado los pensamientos y el tiempo de Joseph durante las últimas semanas.

—Bueno, me alegro de que ya casi esté arreglado, pero… —No acabo la frase. ¿Puedo decir lo nerviosa que me pone que vuelva a volar?
—¿Qué? —me pregunta mientras se termina su tortilla.

Me encojo de hombros.

—¿______? —pregunta con la voz tensa.
—Es que… ya sabes. La última vez que volaste con el helicóptero… Creí, creímos que… —No puedo acabar la frase y la expresión de Joseph se suaviza.
—Oye… —Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos—. Fue un sabotaje. —Algo oscuro cruza por su cara y durante un momento me pregunto si ya sabrá quién fue el responsable.
—No podría soportar perderte —le susurro.
—He despedido a cinco personas por eso, ______. No volverá a pasar.
—¿A cinco?

Asiente con expresión seria. Vaya…

—Eso me recuerda algo… He encontrado un arma en tu escritorio.

Frunce el ceño ante la falta de lógica de mi asociación y probablemente por mi tono acusatorio, aunque no era esa mi intención.

—Es de Leila —me dice por fin.
—Está cargada.
—¿Cómo lo sabes? —Su ceño se hace más pronunciado.
—Lo comprobé ayer.
—No quiero que tengas nada que ver con armas —me regaña—. Espero que volvieras a ponerle el seguro.

Parpadeo, momentáneamente estupefacta.

—Joseph, ese revolver no tiene seguro. ¿Sabes algo de armas?

Joseph abre mucho los ojos.

—Eh… no.

Taylor tose discretamente desde la entrada. Joseph asiente.

—Tenemos que irnos —dice Joseph. Se levanta distraído y después se pone la chaqueta. Le sigo en dirección al pasillo.

Tiene el arma de Leila.
Estoy desconcertada por esa información y me pregunto qué le habrá pasado a ella. ¿Seguirá en… dónde era? ¿East algo? ¿New Hampshire? No me acuerdo.

—Buenos días, Taylor —saluda Joseph.
—Buenos días señor Jonas. Señora Jonas. —Nos saluda con la cabeza a ambos, pero procura no mirarme a los ojos. Se lo agradezco, al recordar lo poco vestida que iba anoche cuando me lo encontré.
—Voy a lavarme los dientes —les digo. Joseph siempre se lava los dientes antes de desayunar, no comprendo por qué…


—Deberías pedirle a Taylor que te enseñe a disparar —le sugiero a Joseph mientras bajamos en el ascensor. Joseph me mira divertido.
—¿Tú crees? —me dice cortante.
—Sí.
—______, odio las armas. Mi madre ha tenido que coser a demasiadas víctimas de armas de fuego y mi padre está totalmente en contra de las armas. Yo he crecido con esos valores. He apoyado al menos dos iniciativas para el control de armas en Washington.
—Oh, ¿y Taylor lleva un arma?

Joseph aprieta los labios.

—A veces.
—¿No lo apruebas? —le pregunto al salir del ascensor.
—No —dice con los labios apretados—. Digamos que Taylor y yo tenemos diferentes puntos de vista en lo que respecta al control de armas.

Pues yo creo que estoy con Taylor en ese tema…

Joseph me abre la puerta del vestíbulo y salgo en dirección al coche. No me ha dejado ir sola en coche a la editorial desde que descubrió que lo de Charlie Tango había sido un sabotaje. Sawyer me sonríe amablemente mientras me sujeta la puerta y Joseph sube al coche por el otro lado.

—Por favor —le digo extendiendo el brazo y cogiéndole la mano.
—¿Por favor, qué?
—Aprende a disparar.

Pone los ojos en blanco.

—No. Fin de la discusión, ______.

Y de nuevo me convierto en la niña a la que regaña. Abro la boca para responderle algo cortante, pero decido que no quiero empezar el día de trabajo enfadada. Cruzo los brazos y miro a Taylor, que me observa por el retrovisor. Aparta la vista y se concentra en la carretera, pero niega con la cabeza con evidente frustración. Veo que Joseph también le saca de quicio a veces. La idea me hace sonreír y eso mejora mi humor.

—¿Dónde está Leila? —le pregunto a Joseph, que mira distraído por la ventanilla.
—Ya te lo he dicho. En Connecticut con su familia —me dice mirándome.
—¿Lo has comprobado? Después de todo, tiene el pelo largo. Podría ser ella la que conducía el Dodge.
—Sí, lo he comprobado. Se ha inscrito en una escuela de arte en Hamden. Ha empezado esta semana.
—¿Has hablado con ella? —le pregunto. Toda la sangre ha abandonado mi cara.

Joseph vuelve la cabeza para mirarme al notar el tono de mi voz.

—No. Flynn es quien ha hablado con ella. —Estudia mi cara para saber qué estoy pensando.
—Ah —digo aliviada.
—¿Qué?
—Nada.

Joseph suspira.

—¿Qué te pasa, ______?

Me encojo de hombros porque no quiero admitir que tengo celos irracionales.

—La tengo vigilada —continúa Joseph— para estar seguro de que se queda en su parte del país. Está mejor, ______. Flynn la ha derivado a un psiquiatra en New Haven y todos los informes son positivos. Siempre le ha interesado el arte, así que… —Se detiene y me observa. Y en ese momento me surge la sospecha de que él es quien paga ese curso de arte. ¿Quiero saberlo? ¿Debería preguntarle? No es que no pueda permitírselo, pero ¿por qué se siente obligado? Suspiro. El equipaje de Joseph no se parece nada a mi Bradley Kent de la clase de biología y sus torpes intentos de darme un beso. Joseph me coge la mano—. No te agobies por eso, ______ —murmura y yo le aprieto la mano para tranquilizarle. Sé que está haciendo lo que cree que es mejor.



A media mañana tengo un descanso entre reuniones. Cuando cojo el teléfono para llamar a Kate, veo que tengo un correo de Joseph.

____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 09: 54
Para: ______ Jonas
Asunto: Halagos

Señora Jonas:
Me han alabado tres veces mi nuevo corte de pelo. Que los miembros de mi personal me hagan ese tipo de observaciones es algo que no había ocurrido nunca antes. Debe de ser por la ridícula sonrisa que se me pone cuando pienso en lo de anoche. Es una mujer maravillosa, preciosa y con muchos talentos. Y toda mía.


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



Me derrito al leer esas palabras.

____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 10: 48
Para: Joseph Jonas
Asunto: Estoy intentando concentrarme

Señor Jonas:
Estoy intentando trabajar y no quiero que me distraigan con recuerdos deliciosos. Quizá ha llegado el momento de confesar que le he cortado el pelo regularmente a Ray durante gran parte de mi vida. No tenía ni idea de que eso me iba a ser tan útil.
Y sí, soy suya, y usted, mi querido marido dominante que se niega a ejercer su derecho constitucional enunciado en la Segunda Enmienda a llevar armas, es mío. Pero no se preocupe porque ya le protegeré yo. Siempre.


______ Jonas
Editora de SIP


____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 10: 53
Para: ______ Jonas
Asunto: La pistolera ______ Oakley

Señora Jonas:
Estoy encantado de ver que ya ha hablado con el departamento de informática y al fin se ha cambiado el apellido :D.
Y dormiré tranquilo en mi cama sabiendo que mi esposa, la loca de las armas, duerme a mi lado.


Joseph Jonas
Presidente & Hoplófobo de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



¿Hoplófobo? ¿Qué demonios es eso?

____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 10: 58
Para: Joseph Jonas
Asunto: Palabras largas

Señor Jonas:
Me vuelve usted a impresionar con su destreza lingüística.
De hecho me impresionan sus destrezas en general, y creo que ya sabe a qué me refiero…


______ Jonas
Editora de SIP


____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 11: 01
Para: ______ Jonas
Asunto: ¡Oh!

Señora Jonas:
¿Está usted flirteando conmigo?


Joseph Jonas
Asombrado presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.


____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 11: 04
Para: Joseph Jonas
Asunto: ¿Es que preferiría…?

¿… que coqueteara con otro?

______ Jonas
Valiente editora de SIP


____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 11: 09
Para: ______ Jonas
Asunto: Grrr…

¡NO!

Joseph Jonas
Posesivo presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.


____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 11: 14
Para: Joseph Jonas
Asunto: Guau…

¿Me estás gruñendo? Porque eso me parece muy excitante…

______ Jonas
Retorcida (en el buen sentido) editora de SIP


____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 11: 16
Para: ______ Jonas
Asunto: Tenga cuidado

¿Flirteando y jugando conmigo, señora Jonas? A que voy a hacerle una visita esta tarde…

Joseph Jonas
Presidente afectado de priapismo de Jonas Enterprises Holdings, Inc.


____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 11: 20
Para: Joseph Jonas
Asunto: ¡Oh, no!

No, me porto bien. No quiero que el jefe del jefe del jefe venga a ponerme en mi sitio en el trabajo. ;) Ahora déjame seguir trabajando o el jefe del jefe de mi jefe me va a dar una patada en el trasero y me va a echar a la calle.

______ Jonas
Editora de SIP


____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 11: 23
Para: ______ Jonas
Asunto: &*%$&*&*

Créeme cuando te digo que hay muchas cosas que se me ocurre hacer con tu trasero ahora mismo, pero darle una patada no es una de ellas.

Joseph Jonas
Presidente y especialista en culos de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



Su respuesta me hace reír.

____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 23 de agosto de 2011 11: 26
Para: Joseph Jonas
Asunto: ¡Que me dejes!

¿No tienes que dirigir un imperio?
Deja de molestarme. Ya ha llegado mi siguiente cita.
Yo pensaba que eras más de pechos que de traseros…Tú piensa en mi trasero y yo pensaré en el tuyo…TAx


______ Jonas
Editora ahora húmeda de SIP




No puedo evitar que mi estado de ánimo sea un poco tristón cuando Sawyer me lleva a la oficina el jueves. El viaje a Nueva York que Joseph me había anunciado ha llegado y aunque solo lleva fuera unas pocas horas, ya le echo de menos. Al encender el ordenador veo que ya tengo un correo esperándome. Mi ánimo mejora inmediatamente.

____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 25 de agosto de 2011 04: 32
Para: ______ Jonas
Asunto: Ya te echo de menos

Señora Jonas:
Estaba adorable esta mañana…Pórtate bien mientras estoy fuera.
Te amo.


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



Esta va a ser la primera noche que dormimos separados desde la boda. Tengo intención de tomarme unos cócteles con Kate, eso me ayudará a dormir. Impulsivamente le contesto al correo, aunque sé que todavía está volando.

____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 25 de agosto de 2011 09: 03
Para: Joseph Jonas
Asunto: ¡Compórtate!

Llámame cuando aterrices.
Voy a estar preocupada hasta que no lo hagas.
Me portaré bien.
No puedo meterme en muchos problemas saliendo con Kate…


______ Jonas
Editora de SIP



Pulso «Enviar» y le doy un sorbo a mi caffè latte, cortesía de Hannah. ¿Quién iba a pensar que al final acabaría gustándome el café? A pesar de que voy a salir esta noche con Kate, siento que me falta un trozo de mí; en este momento está a diez mil metros sobre el Medio Oeste, camino de Nueva York. No sabía que me iba a sentir tan alterada y ansiosa solo porque Joseph estuviera fuera. Seguro que con el tiempo ya no sentiré esta sensación de inseguridad y de pérdida, ¿verdad? Dejo escapar un suspiro y sigo trabajando.

Más o menos a la hora de comer empiezo a comprobar frenéticamente mi correo y mi BlackBerry por si me ha mandado un mensaje. ¿Dónde está? ¿Habrá aterrizado bien? Hannah me pregunta si quiero ir a comer, pero estoy demasiado preocupada y le digo que se vaya sin mí. Sé que esto es irracional, pero necesito saber que ha llegado bien.

Suena el teléfono de mi oficina y me sobresalta.

—______ Ste… Jonas.
—Hola. —La voz de Joseph es tierna y tiene un punto alegre. Siento que me embarga el alivio.
—Hola —le respondo sonriendo de oreja a oreja—. ¿Qué tal el vuelo?
—Largo. ¿Qué vas a hacer con Kate?

Oh, no.

—Solo vamos a salir a tomar unas copas tranquilamente.

Joseph no dice nada.

—Sawyer y la chica nueva, Prescott, van a venir también para hacer a vigilancia —le digo para aplacarle un poco.
—Creía que Kate iba a venir al piso.
—Sí, pero después de tomar una copa rápida.

¡Por favor, déjame salir por ahí! Joseph suspira profundamente.

—¿Por qué no me lo habías dicho? —me dice con calma. Demasiada calma.

Me doy una patada en la espinilla mentalmente.

—Joseph, vamos a estar bien. Tengo a Ryan, a Sawyer y a Prescott. Y solo es una copa.

Joseph permanece en testarudo silencio y percibo que no está nada contento.

—Solo he podido quedar con ella unas pocas veces desde que tú y yo nos conocimos. Y es mi mejor amiga…
—______, no quiero apartarte de tus amigos. Pero creía que habíais quedado en casa.
—Bien —concedo—. Nos quedaremos en casa.
—Solo mientras esté por ahí ese lunático suelto. Por favor.
—Ya te he dicho que sí —le digo exasperada y poniendo los ojos en blanco.

Joseph ríe un poco al otro lado del teléfono.

—Siempre sé cuándo estás poniendo los ojos en blanco aunque no te vea.

Miro el auricular con el ceño fruncido.

—Oye, lo siento. No quería preocuparte. Se lo voy a decir a Kate.
—Bien —dice con alivio evidente. Me siento culpable por haberle preocupado.
—¿Dónde estás?
—En la pista del aeropuerto JFK.
—Oh, acabas de aterrizar…
—Sí. Me has pedido que te llamara en cuanto aterrizara.

Sonrío. Mi subconsciente me mira un poco enfadada: ¿Ves? Él hace lo que dice que va a hacer…

—Bueno, señor Jonas, me alegro de que uno de los dos sea tan puntilloso.

Joseph se ríe.

—Señora Jonas, tiene un don inconmensurable para la hipérbole. ¿Qué voy a hacer con usted?
—Estoy segura de que se te ocurrirá algo imaginativo. Siempre se te ocurre algo.
—¿Estás flirteando conmigo?
—Sí.

Noto que sonríe.

—Tengo que irme, ______. Haz lo que te he dicho, por favor. El equipo de seguridad sabe lo que hace.
—Sí, Joseph, lo haré. —Vuelvo a sonar irritada. De acuerdo, he captado el mensaje…
—Te veo mañana por la noche. Y te llamo luego.
—¿Para comprobar lo que estoy haciendo?
—Sí.
—¡Oh, Joseph! —le regaño.
—Au revoir, señora Jonas.
—Au revoir, Joseph. Te amo.

Inspira hondo.

—Y yo a ti, ______.

Ninguno de los dos cuelga.

—Cuelga, Joseph… —le susurro.
—Eres una mandona, ¿lo sabías?
—Tu mandona.
—Mía —dice—. Haz lo que te digo. Cuelga.
—Sí, señor. —Cuelgo y me quedo mirando estúpidamente al teléfono.

Unos segundos después aparece un correo en mi bandeja de entrada.

____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 25 de agosto de 2011 13: 42
Para: ______ Jonas
Asunto: Mano suelta

Señora Jonas:
Me ha resultado tan entretenida como siempre por teléfono.
Haz lo que te he dicho, lo digo en serio. Tengo que saber que estás segura.
Te amo.


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



Él sí que es un mandón. Pero con una llamada de teléfono toda mi ansiedad ha desaparecido. Ha llegado sano y salvo y está demasiado preocupado por mí, como siempre. Me rodeo el cuerpo con los brazos. Dios, cuánto quiero a ese hombre. Hannah llama a la puerta, lo que me distrae y me devuelve a la realidad.


Kate está fantástica. Lleva unos vaqueros blancos ajustados y una camisola roja y parece lista para poner patas arriba la ciudad. Cuando llego la veo charlando animadamente con Claire, la chica de la recepción.

—¡______! —grita envolviéndome en uno de esos abrazos tan típicos de Kate. Luego extiende los brazos para separarse un poco y me mira de arriba abajo.
—Ahora sí que pareces la mujer del multimillonario. ¿Quién lo habría dicho al ver a la pequeña ______ Steele? Se te ve tan… sofisticada. —Sonríe y yo pongo los ojos en blanco. Llevo un vestido recto de color crema con un cinturón azul marino a juego con los zapatos planos.
—Me alegro de verte, Kate —digo abrazándola.
—Bien, ¿adónde vamos?
—Joseph quiere que nos quedemos en el piso.
—¿Ah, sí? ¿Y no podemos tomarnos un cóctel rapidito en el Zig Zag Café? He reservado una mesa.

Abro la boca para protestar.

—Por favor… —suplica y pone un mohín muy dulce. Se le deben de estar pegando esas cosas de Mia. Ella antes no hacía esos gestos. La verdad es que me apetece mucho un cóctel en el Zig Zag. Nos lo pasamos muy bien la última vez que fuimos y está cerca del apartamento de Kate.
—Uno —digo extendiendo el dedo índice.

Sonríe.

—Uno.

Me coge del brazo y salimos en dirección al coche, que está aparcado en la acera con Sawyer al volante. Nos sigue la señorita Belinda Prescott, que es nueva en el equipo de seguridad: una mujer afroamericana con una actitud bastante firme y autoritaria. Todavía no me acaba de caer bien, tal vez porque es demasiado fría y profesional. Su contratación no es definitiva aún, pero como el resto del equipo, la ha elegido Taylor. Va vestida como Sawyer, con un traje pantalón oscuro y discreto.

—¿Puedes llevarnos al Zig Zag, por favor, Sawyer?

Sawyer se gira para mirarme y sé que está a punto de decir algo. Obviamente ha recibido órdenes. Duda.

—Al Zig Zag Café. Solo vamos a tomar una copa.

Miro a Kate con el rabillo del ojo y veo que está observando a Sawyer. Pobrecito…

—Sí, señora.
—El señor Jonas ha pedido expresamente que ustedes fueran al piso —apunta Prescott.
—El señor Jonas no está aquí —le respondo—. Al Zig Zag, por favor.
—Sí, señora —repite Sawyer con una mirada de soslayo a Prescott, que inteligentemente se muerde la lengua.

Kate me mira con la boca abierta como si no se pudiera creer lo que está viendo y oyendo. Yo frunzo los labios y me encojo de hombros. Bien, soy un poco más autoritaria de lo que era antes. Kate asiente mientras Sawyer se introduce en el tráfico de primera hora de la noche.

—¿Sabes que las nuevas medidas de seguridad adicionales están volviendo locas a Grace y a Mia? —me cuenta Kate.

La miro boquiabierta y perpleja.

—¿No lo sabías? —Parece no poder creérselo.
—¿El qué?
—Que han triplicado la seguridad de todos los miembros de la familia Jonas. O más bien la han multiplicado por mil…
—¿De verdad?
—¿No te lo ha dicho?
—No. —Me ruborizo. Maldita sea, Joseph—. ¿Sabes por qué?
—Por lo de Jack Hyde.
—¿Qué pasa con Jack? Creía que solo iba a por Joseph. —Estoy alucinada. Vaya… ¿Por qué no me lo ha dicho?
—Desde el lunes —prosigue Kate.

¿El lunes pasado? Mmm… Identificamos a Jack el domingo. Pero ¿por qué todos los Jonas?

—¿Cómo sabes todo eso?
—Por Elliot.

Claro.

—Joseph no te ha contado nada de esto, ¿eh?
—No —confieso y vuelvo a ruborizarme.
—Oh, ______, qué irritante…

Suspiro. Como siempre, Kate ha dado justo en el clavo con el estilo directo como un mazazo que la caracteriza.

—¿Y sabes por qué? —Si Joseph no me lo va a contar, tal vez Kate sí.
—Elliot dice que tiene algo que ver con la información que había en el ordenador de Jack Hyde cuando trabajaba en Seattle Independent Publishing.

Madre mía…

—Tienes que estar de broma. —Siento una oleada de furia que me inunda el cuerpo. ¿Cómo puede saberlo Kate y yo no?

Levanto la vista y veo a Sawyer observándome por el retrovisor. El semáforo se pone en verde y él vuelve a mirar hacia delante, concentrado en la carretera. Me pongo el dedo sobre los labios y Kate asiente. Estoy segura de que Sawyer también lo sabe, aunque yo no.

—¿Cómo está Elliot? —le pregunto para cambiar de tema.

Kate sonríe tontamente y eso me dice todo lo que necesito saber.

Sawyer aparca a la entrada del pasaje que lleva al Zig Zag Café y Prescott me abre la puerta. Salgo y Kate lo hace también detrás de mí. Nos cogemos del brazo y cruzamos el pasaje seguidas de Prescott, que luce una expresión de malas pulgas. ¡Oh, por favor, es solo una copa! Sawyer se va para aparcar el coche.


—¿Y de qué conoce Elliot a Gia? —le pregunto dándole un sorbo a mi segundo mojito de fresa. El bar es íntimo y acogedor y no quiero irme. Kate y yo no hemos dejado de hablar. Se me había olvidado cuánto me gusta salir con ella. Es liberador salir, relajarse y disfrutar de la compañía de Kate. Se me ocurre que podría mandarle un mensaje a Joseph, pero pronto rechazo la idea. Se pondría furioso y me haría volver a casa como a una niña díscola.
—¡No me hables de esa zorra! —exclama Kate.

Su reacción me hace reír.

—¿Qué te divierte tanto, Steele? —me suelta fingiendo irritación.
—Que tengo la misma opinión de ella.
—¿Ah, sí?
—Sí. No dejaba en paz a Joseph.
—Creo que tuvo algo con Elliot. —Kate vuelve a hacer lo del mohín.
—¡No!

Asiente, aprieta los labios y pone el patentado ceño de Katherine Kavanagh.

—Fue algo breve. El año pasado, creo. Es una trepa. No me extraña que haya puesto los ojos en Joseph.
—Pues Joseph está pillado. Le dije que le dejara en paz o la despedía.

Kate vuelve a mirarme con la boca abierta una vez más, asombrada. Asiente orgullosa y levanta su copa en un brindis, impresionada y sonriente.

—¡Por la señora ______ Jonas! ¡Cuidado con ella! —Y entrechocamos las copas.


—¿Elliot tiene algún arma?
—No. Está totalmente en contra de las armas —dice Kate revolviendo su tercera copa.
—Joseph también. Creo que ha sido influencia de Grace y Carrick —le digo. Empiezo a notarme un poco achispada.
—Carrick es un buen hombre —dice Kate asintiendo.
—Quería que firmara un acuerdo prematrimonial —murmuro con cierta tristeza.
—Oh, ______. —Estira el brazo sobre la mesa y me coge la mano—. Solo estaba preocupándose por su hijo. Las dos somos conscientes de que siempre vas a llevar el título de cazafortunas tatuado en la frente. —Me sonríe. Yo le saco la lengua y después me río también—. Madure, señora Jonas. —Ahora suena como Joseph—. Tú harás lo mismo por tu hijo algún día.
—¿Mi hijo? —No se me había ocurrido que mis hijos también van a ser ricos. Demonios. No les va a faltar de nada. Y con nada quiero decir… nada. Tengo que darle unas cuantas vueltas a eso… pero ahora mismo no. Miro a Prescott y a Sawyer, que están sentados cerca y nos observan a nosotras y al resto de gente del bar con un vaso de agua mineral con gas cada uno—. ¿No crees que deberíamos comer algo? —le pregunto.
—No. Deberíamos seguir bebiendo —responde Kate.
—¿Por qué tienes tantas ganas de beber?
—Porque no te veo todo lo que yo quisiera. No imaginé que te daría tan fuerte y te casarías con el primer tipo que te pusiera la cabeza patas arriba. —Repite el mohín—. Te casaste con tanta prisa que creí que estabas embarazada.

Suelto una risita.

—Todo el mundo pensó lo mismo. Pero no resucitemos esa conversación, por favor. Y además tengo que ir al baño.

Prescott me acompaña. No dice nada, pero tampoco hace falta que lo haga. La desaprobación irradia de su cuerpo como un isótopo letal.

—No he salido sola desde que me casé —digo para mí, mirando la puerta cerrada del baño. Hago una mueca sabiendo que ella está de pie al otro lado de la puerta, esperando a que termine de hacer pis. ¿Y qué iba a hacer Hyde en un bar? Joseph está reaccionando exageradamente, como siempre.


—Kate, es tarde. Deberíamos irnos.

Son las diez y cuarto y acabo de terminarme mi cuarto mojito. Ya estoy empezando a sentir los efectos del alcohol: tengo calor y la vista borrosa. Joseph estará bien. Cuando se le pase…

—Claro, ______. Me he alegrado mucho de verte. Se te ve tan, no sé… segura. El matrimonio te sienta bien, sin duda.

Me sonrojo. Viniendo de Katherine Kavanagh eso es más que un cumplido.

—Sí, es cierto —murmuro y como he bebido demasiado, los ojos se me llenan de lágrimas.

¿Podría ser más feliz? A pesar de todo el equipaje que trae, de su naturaleza y de sus sombras, he conocido y me he casado con el hombre de mis sueños. Cambio rápidamente de tema para alejar esos pensamientos tan sentimentales, porque si no sé que voy a acabar llorando.

—Me lo he pasado muy bien. —Le cojo la mano—. ¡Gracias por obligarme a venir!

Nos abrazamos. Cuando me suelta, asiento en dirección a Sawyer y él le pasa las llaves del coche a Prescott.

—Estoy segura de que la señorita te-miro-por-encima-del-hombro Prescott le ha dicho a Joseph que no estamos en el piso. Y él se habrá puesto furioso —le digo a Kate. Y tal vez se le haya ocurrido alguna forma deliciosa de castigarme… Ojala…
—¿Por qué sonríes como una tonta, ______? ¿Es que te gusta poner furioso a Joseph?
—No. La verdad es que no. Pero es tan fácil… Es muy controlador a veces. —Más bien casi todo el tiempo…
—Ya lo he notado —dice Kate lacónicamente.


Aparcamos delante del apartamento de Kate y ella me da un abrazo fuerte.

—No te conviertas en una extraña —me susurra y me da un beso en la mejilla. Después sale del coche.

La despido con la mano y de repente siento una extraña nostalgia. Echaba de menos la charla de chicas. Es divertida y relajante y me recuerda que todavía soy joven. Tengo que esforzarme más en encontrar tiempo para ver a Kate, pero lo cierto es que me encanta estar en la burbuja con Joseph. Anoche fuimos a la cena de una organización de caridad. Había muchos hombres con trajes y mujeres elegantes y arregladas hablando de los precios de las propiedades inmobiliarias, de la caída de la economía y de los mercados emergentes. Algo aburrido, aburridísimo. Es refrescante soltarme el pelo con alguien de mi edad.

Me ruge el estómago. Todavía no he cenado. ¡Mierda! ¡Joseph! Rebusco en el bolso y saco la BlackBerry. Oh, madre mía… Cinco llamadas perdidas. Y un mensaje:

*¿DÓNDE DEMONIOS ESTÁS? *


Y un correo:

____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 26 de agosto de 2011 00: 42
Para: ______ Jonas
Asunto: Furioso. Más furioso de lo que me has visto nunca.

______:
Sawyer me ha dicho que estás bebiendo cócteles en un bar, algo que me has dicho que no ibas a hacer. ¿Te haces una idea de lo furioso que estoy en este momento? Hablaremos de esto mañana.


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



Se me cae el alma a los pies. ¡Oh, mierda! Ahora sí que la he hecho buena. Mi subconsciente me mira enfadada, después se encoje de hombros y pone la expresión de «tú te lo has buscado». Pero ¿qué esperaba? Pienso en llamarle, pero es muy tarde y probablemente estará durmiendo… O caminando arriba y abajo. Decido que un mensaje rápido será suficiente.

*ESTOY ENTERA. ME LO HE PASADO MUY BIEN. TE ECHO DE MENOS. POR FAVOR NO TE ENFADES*



Me quedo mirando la BlackBerry deseando que me responda, pero el aparato permanece en silencio. Suspiro.

Prescott aparca delante del Escala y Sawyer sale para abrirme la puerta. Mientras esperamos al ascensor, aprovecho la oportunidad para hacerle unas cuantas preguntas.

—¿A qué hora te ha llamado Joseph?

Sawyer se ruboriza.

—A las nueve y media más o menos, señora.
—¿Y por qué no interrumpiste mi conversación con Kate para que pudiera hablar con él?
—El señor Jonas me dijo que no lo hiciera.

Frunzo los labios. Llega el ascensor y subimos los dos en silencio. De repente me alegro de que Joseph tenga toda la noche para recuperarse de su arrebato y de que esté en la otra punta del país. Eso me da un poco de tiempo. Pero por otro lado… le echo de menos.

Se abren las puertas del ascensor y durante un segundo me quedo mirando la mesa del vestíbulo.

¿Qué es lo que no está bien en esa imagen?

El jarrón de las flores está hecho trizas y los fragmentos desparramados por todo el suelo del vestíbulo. Hay agua, flores y trozos de cerámica por todas partes y la mesa está volcada. De repente siento que se me eriza el vello y Sawyer me agarra del brazo y tira de mí de vuelta al ascensor.

—Quédese aquí —dice entre dientes y saca un arma. Entra en el vestíbulo y desaparece de mi campo de visión.

Yo me pego contra la pared del fondo del ascensor.

—¡Luke! —oigo llamar a Ryan desde alguna parte del salón—. ¡Código azul!

¿Código azul?

—¿Tienes al sujeto? —le responde Sawyer—. ¡Dios mío!

Me pego aún más contra la pared. ¿Qué está pasando? La adrenalina me empieza a correr por el cuerpo y tengo el corazón en la garganta. Oigo hablar en voz baja y un momento después Sawyer vuelve a aparecer en el vestíbulo y pisa un charco de agua. Ha guardado el arma en su pistolera.

—Ya puede entrar, señora Jonas —me dice con tranquilidad.
—¿Qué ha pasado, Luke? —Mi voz no es más que un susurro.
—Hemos tenido visita. —Me coge por el codo y yo me alegro del apoyo que me proporciona, porque las piernas se me han convertido en gelatina. Cruzo con él las puertas dobles abiertas.

Ryan está de pie en la entrada del salón. Tiene un corte encima del ojo que está sangrando y otro en la boca. Parece que ha pasado un mal rato y tiene la ropa desaliñada. Pero lo que más me sorprende es ver a Jack Hyde tirado a sus pies.



Karely Jonatika
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Mensaje por aranzhitha Lun 21 Ene 2013, 3:51 pm

awwww mi Joseph es tan lindo!!! :hug:
atraoaron a Jack!!! :wut:
que andaba haciendo en la casa??? :suspect:
siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Lun 21 Ene 2013, 10:08 pm

AAAAAAATRAAAPAARON A JAAACKK!!!!!!!!!!
Y AHORA QUE PASARA CON ______ JOE ESTA MAS QUE FURIOSOOOO!!!!!
CIELOS SIGUELAA PORFIISS
chelis
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Mensaje por aranzhitha Mar 22 Ene 2013, 6:15 am

siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Mar 22 Ene 2013, 12:49 pm

OOTROOOO
chelis
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Mensaje por aranzhitha Mar 22 Ene 2013, 3:13 pm

:lloro:
aranzhitha
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