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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Holii chicas porfpa pasense por mi adaptacion, es sobre nuestro hermoso y querido Joseph tambien :) vale la pena
Link〓 https://onlywn.activoforo.com/t29614-blood-magic-joejonas-tu?watch=topic
Lots of love
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Lots of love
Shoffy_DiJoSmi
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
necesito mas cap, soy nueva ya lei los dos primeros necesito el tercero
Aleeislas
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
OOOHHH MY GOSHH!!!! noooo puede ser que ese hombre sea tan sexy y con solo reirse te derritaa no es justooo D: siguelaa porfaaa esta geniall ñ_ñ
MileyCyruZ
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Este tercer libro es tan asdfghjasdfghjkdfgh ¿me explico? ah.
tienes que seguirla pronto<3
tienes que seguirla pronto<3
lifeisashortrip
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 6
—¿Tienes algo en mente? —me susurra Joseph con una mirada expectante. Me encojo de hombros; de repente me siento nerviosa y estoy casi sin respiración. No sé si es por la persecución, la adrenalina, el mal humor de antes… No entiendo nada, pero ahora quiero esto y lo quiero con todas mis fuerzas. Una expresión divertida aparece en la cara de Joseph—. ¿Sexo pervertido? —me pregunta y sus palabras me parecen una suave caricia.
Asiento y noto que la cara me arde. ¿Por qué me da vergüenza? Ya he echado todo tipo de sexo pervertido con este hombre. ¡Es mi marido, por todos los santos! ¿Me da vergüenza quererlo o admitirlo? Mi subconsciente me mira fijamente como diciendo: Deja de darle tantas vueltas a las cosas.
—¿Tengo carta blanca? —Hace la pregunta en un susurro, mirándome como si intentara leerme la mente.
¿Carta blanca? Madre mía, ¿qué implicará eso?
—Sí —asiento nerviosa y la excitación empieza a crecer en mí. Él sonríe lentamente con una sonrisa sexy.
—Ven —me dice y tira de mí hacia la escalera. Su intención está clara. ¡El cuarto de juegos!
Al llegar al final de la escalera me suelta la mano y abre la puerta del cuarto de juegos. La llave está en el llavero de «Yes Seattle» que le regalé no hace tanto tiempo.
—Después de usted, señora Jonas —me dice abriendo la puerta.
El olor del cuarto de juegos ya me resulta familiar: huele a cuero, a madera y a cera de muebles. Me sonrojo al pensar que la señora Jones ha debido de estar limpiando allí cuando estábamos de luna de miel. Al entrar Joseph enciende las luces y las paredes rojo oscuro quedan iluminadas con una luz suave y difusa. Me quedo de pie mirándole; la anticipación ya corre por mis venas. ¿Qué va a hacer? Cierra la puerta con llave y se gira. Con la cabeza inclinada hacia un lado me mira pensativo y después niega con la cabeza divertido.
—¿Qué quieres, ______? —me pregunta.
—A ti —le respondo en un jadeo.
Sonríe.
—Ya me tienes. Me tienes desde el mismo momento en que te caíste al entrar en mi despacho.
—Sorpréndame, señor Jonas.
Su media sonrisa oculta su diversión y su expresión encierra una promesa lujuriosa.
—Como usted quiera, señora Jonas. —Cruza los brazos y se lleva el dedo índice a los labios mientras me mira de arriba abajo—. Creo que vamos a empezar deshaciéndonos de tu ropa. —Se acerca. Coge mi chaqueta vaquera por delante, me la abre y me la quita por los hombros hasta que cae al suelo. Después agarra el dobladillo de mi camisola negra—. Levanta los brazos.
Obedezco y me la quita por la cabeza. Se inclina para darme un suave beso en los labios. Sus ojos brillan con una atrayente mezcla de lujuria y amor. La camisola acaba en el suelo junto a mi chaqueta.
—Toma —le susurro mirándole nerviosa; me quito la goma del pelo de la muñeca y se la tiendo. Él se queda quieto y abre mucho los ojos un segundo. Por fin me coge la goma.
—Vuélvete —me ordena.
Aliviada, sonrío para mí y obedezco inmediatamente. Parece que hemos superado un pequeño obstáculo. Me recoge el pelo y me lo trenza rápida y hábilmente antes de sujetármelo con la goma. Tira de la trenza para que eche la cabeza hacia atrás.
—Bien pensado, señora Jonas —me susurra al oído y después me muerde el lóbulo de la oreja—. Ahora gírate y quítate la falda. Deja que caiga al suelo.
Me suelta y da unos pasos atrás. Yo me vuelvo para quedar mirándole. Sin apartar los ojos de los suyos me desabrocho la cinturilla de la falda y bajo la cremallera. El vuelo de la falda flota y cae al suelo, rodeándome los pies.
—Sal de la falda —ordena y yo obedientemente doy un paso hacia él. Él se arrodilla rápidamente delante de mí y me agarra el tobillo derecho. Con destreza me suelta una sandalia y después la otra mientras yo mantengo el equilibrio apoyando una mano en la pared bajo los ganchos que usa para colgar los látigos, las fustas y las palas. Ahora mismo las únicas herramientas que hay allí son el látigo de colas y la fusta de montar. Los miro con curiosidad. ¿Querrá usarlos?
Una vez sin zapatos, ya solo me queda puesto el conjunto de sujetador y bragas de encaje. Joseph se sienta en los talones y me mira.
—Es usted un paisaje que merece la pena admirar, señora Jonas. —Se arrodilla, me agarra las caderas y me atrae hacia él para hundir la nariz en mi entrepierna—. Y hueles a ti, a mí y a sexo —dice inspirando hondo—. Es embriagador.
Me da un beso por encima de la tela de las bragas y yo le miro con la boca abierta por lo que ha dicho. Mi interior se está convirtiendo en líquido. Es tan… travieso. Recoge mi ropa y mis sandalias y se pone de pie con un movimiento rápido y grácil, como un atleta.
—Ve y quédate de pie junto a la mesa —me dice con calma señalando con la barbilla.
Se gira y camina hacia la cómoda que encierra todas las maravillas. Me mira y me sonríe.
—Cara a la pared —me manda—. Así no sabrás lo que estoy planeando. Estoy aquí para complacerla, señora Jonas, y ha pedido usted una sorpresa.
Me giro para darle la espalda y escucho con atención; mis oídos de repente captan hasta los sonidos más leves. Es bueno en esto: alimenta mis expectativas y aviva mi deseo haciéndome esperar. Oigo cómo mete mi ropa y creo que mis zapatos también en la cómoda. Ahora percibo el inconfundible sonido de sus zapatos al caer al suelo, primero uno y después el otro. Mmm… Me encanta el Joseph descalzo. Un momento después le oigo abrir un cajón.
¡Juguetes! Oh, me encanta, me encanta esta anticipación. El cajón se cierra y mi respiración se acelera. ¿Cómo el sonido de un cajón puede convertirme en un flan que no deja de temblar? No tiene sentido. El siseo sutil del equipo de sonido al cobrar vida me avisa de que va a haber un interludio musical. Empieza a oírse una música de piano, apagada y suave, y un coro triste llena la habitación. No conozco esta canción. Al piano se le une una guitarra eléctrica. ¿Qué es esto? Empieza a hablar una voz masculina y apenas distingo las palabras: dice algo sobre no tener miedo a la muerte.
Joseph se acerca lentamente hacia mí con los pies descalzos sobre el suelo de madera. Lo siento detrás de mí cuando una mujer empieza a ¿gemir? ¿Llorar? ¿Cantar…?
—Ha pedido usted duro, señora Jonas —me dice junto al oído izquierdo.
—Mmm…
—Pídeme que pare si es demasiado. Si me dices que pare, pararé inmediatamente. ¿Entendido?
—Sí.
—Necesito que me lo prometas.
Inspiro hondo. Mierda, ]i]¿qué es lo que va a hacer?[/i]
—Lo prometo —murmuro sin aliento, recordando sus palabras de antes: «No quiero hacerte daño, pero no me importa jugar».
—Muy bien. —Se inclina y me da un beso en el hombro desnudo. Después mete un dedo bajo la tira del sujetador y sigue la línea de la tela por mi espalda. Quiero gemir. ¿Cómo consigue que hasta el contacto más leve sea tan erótico? —. Quítatelo —me susurra al oído y yo me apresuro a obedecerle. Dejo caer el sujetador al suelo.
Me acaricia la espalda con las manos, mete los dos pulgares bajo la cintura de mis bragas y me las baja por las piernas.
—Sal —me dice.
Vuelvo a hacer lo que me pide y salgo de las bragas. Me da un beso en el trasero y se pone de pie.
—Te voy a tapar los ojos para que todo sea más intenso.
Me pone un antifaz en los ojos y el mundo se vuelve negro. La mujer que canta está gimiendo algo incoherente… Una canción muy sentida y evocadora.
—Agáchate y túmbate sobre la mesa. —Habla con suavidad—. Ahora.
Sin dudarlo me inclino sobre la mesa y apoyo el pecho en la madera bien abrillantada. Siento la cara caliente contra la dura superficie que noto fresca contra mi piel y que huele a cera de abejas con un toque cítrico.
—Estira los brazos y agárrate al borde.
Está bien… Me estiro y me agarro al borde más alejado de la mesa. Es bastante ancha, así que tengo los brazos estirados al máximo.
—Si te sueltas, te azoto, ¿entendido?
—Sí.
—¿Quieres que te azote, ______?
Todo lo que tengo por debajo de la cintura se tensa deliciosamente. Me doy cuenta de que he estado deseándolo desde que me amenazó con hacerlo en la comida y ni la persecución ni el encuentro íntimo en el coche han conseguido satisfacer esa necesidad.
—Sí. —Mi voz no es más que un susurro ronco.
—¿Por qué?
Oh… ¿tiene que haber una razón? Me encojo de hombros.
—Dime —insiste.
—Mmm…
Y sin avisar me da un azote fuerte.
—¡Ah! —grito.
—¡Silencio!
Me frota suavemente el trasero en el lugar donde me ha dado el azote. Después se inclina sobre mí, clavándome la cadera en el trasero, me da un beso entre los omóplatos y sigue encadenando besos por toda mi espalda. Se ha quitado la camisa y el vello de su pecho me hace cosquillas en la espalda a la vez que su erección empuja contra mis nalgas desde debajo de la dura tela de sus vaqueros.
—Abre las piernas —me ordena.
Separo las piernas.
—Más.
Gimo y abro más las piernas.
—Muy bien. —Desliza un dedo por mi espalda, por la hendidura entre mis nalgas y sobre el ano, que se aprieta al notar su contacto—. Nos vamos a divertir un rato con esto —susurra.
¡Mierda!
Sigue bajando el dedo por mi perineo y lo introduce lentamente en mi interior.
—Veo que estás muy mojada, ______. ¿Por lo de antes o por lo de ahora?
Gimo y él mete y saca el dedo, una y otra vez. Me acerco a su mano, encantada por la intrusión.
—Oh, ______, creo que es por las dos cosas. Creo que te encanta estar aquí, así. Toda mía.
Sí… Oh, sí, me encanta. Saca el dedo y me da otro azote fuerte.
—Dímelo —susurra con la voz ronca y urgente.
—Sí, me encanta —gimo.
Me da otro azote bien fuerte una vez más y grito. Después mete dos dedos en mi interior, los saca inmediatamente, extiende mis fluidos alrededor y sube hasta el ano.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunto sin aliento. Oh, Dios mío… ¿Me va a follar por el trasero?
—No voy a hacer lo que tú crees —me susurra tranquilizadoramente—. Ya te he dicho que vamos a avanzar un paso cada vez, nena.
Oigo el suave sonido del chorro de algún líquido, al salir de un tubo seguramente, y siento que sus dedos me masajean otra vez ahí. Me está lubricando… ¡ahí! Me retuerzo cuando mi miedo choca con mi excitación por lo desconocido. Me da otro azote más abajo que me alcanza el sexo. Gimo. Es una sensación… tan increíble.
—Quieta —dice—. Y no te sueltes.
—Ah.
—Esto es lubricante. —Me echa un poco más. Intento no retorcerme, pero el corazón me late muy fuerte y tengo el pulso descontrolado. El deseo y la ansiedad me corren a toda velocidad por las venas—. Llevo un tiempo queriendo hacer esto contigo, ______.
Gimo de nuevo. Siento algo frío, metálicamente frío, que me recorre la espalda.
—Tengo un regalito para ti —me dice Joseph en un susurro.
Me viene a la mente la imagen del día que me enseñó los artilugios que había en la cómoda. Madre mía. Un tapón anal. Joseph lo desliza por la hendidura que hay entre mis nalgas.
Oh, Dios mío…
—Voy a introducir esto dentro de ti muy lentamente…
Doy un respingo; la anticipación y la ansiedad están haciendo mella en mí.
—¿Me va a doler?
—No, nena. Es pequeño. Y cuando lo tengas dentro te voy a follar muy fuerte.
Estoy a punto de dar una sacudida sin control. Se agacha sobre mi cuerpo y me da más besos entre los omóplatos.
—¿Preparada? —me susurra.
¿Preparada? ¿Estoy preparada para esto?
—Sí —digo con un hilo de voz y la boca seca.
Pasa otra vez el dedo por encima del ano y por el perineo y lo introduce en mi interior. Joder, es el pulgar. Me cubre el sexo con el resto de la mano y me acaricia lentamente el clítoris con los dedos. Suelto un gemido… Me siento… bien. Muy lentamente, sin dejar de hacer su magia con los dedos y el pulgar, me va metiendo el frío tapón.
—¡Ah! —grito y gimo a la vez por la sensación desconocida. Mis músculos protestan por la intrusión. Hace círculos con el pulgar en mi interior y empuja más fuerte el tapón, que entra con facilidad. No sé si es porque estoy tan excitada o porque me está distrayendo con sus dedos expertos, pero parece que mi cuerpo lo acepta bien. Pesa… y noto algo raro… ¡«ahí»!
—Oh, nena…
Puedo sentirlo todo: el pulgar que gira en mi interior y el tapón que presiona… Oh, ah… Gira lentamente el tapón, lo que me provoca un interminable gemido.
—Joseph… —Digo su nombre como un mantra mientras me voy adaptando a la sensación.
—Muy bien —me susurra. Me recorre el costado con la mano libre hasta llegar a la cadera. Saca lentamente el pulgar y oigo el sonido inconfundible de la cremallera de su bragueta al abrirse. Me coge la cadera por el otro lado, tira de mí hacia atrás y me abre más las piernas empujándome los pies con los suyos—. No sueltes la mesa, ______ —me advierte.
—No —jadeo.
—Duro, ¿eh? Dime si soy demasiado duro, ¿entendido?
—Sí —le susurro.
Siento que entra en mí con una brusca embestida a la vez que me atrae hacia él, lo que empuja el tapón y lo introduce más profundamente.
—¡Mierda! —chillo.
Se queda quieto con la respiración trabajosa. Mis jadeos se acompasan con los suyos. Estoy intentando asimilar todas las sensaciones: la deliciosa sensación de estar llena, la seducción de estar haciendo algo prohibido, el placer erótico que va creciendo en espiral desde mi interior. Tira suavemente del tapón.
Oh, Dios mío… Gimo y oigo que inspira bruscamente: una inhalación de puro placer sin adulterar. Hace que me hierva la sangre. ¿Me he sentido alguna vez tan llena de lujuria… tan…?
—¿Otra vez? —me susurra.
—Sí.
—Sigue tumbada —me ordena. Sale de mí y vuelve a embestirme con mucha fuerza.
Oh… esto era lo que quería.
—¡Sí! —exclamo con los dientes apretados.
Él empieza a establecer un ritmo con la respiración cada vez más trabajosa, que vuelve a acompasarse con la mía cuando entra y sale de mi interior.
—Oh, ______ —gime. Aparta una de las manos de mi cadera y gira otra vez el tapón para meterlo despacio, sacarlo un poco y volverlo a meter. La sensación es indescriptible y creo que estoy a punto de desmayarme sobre la mesa. No altera el ritmo de su penetración, una y otra vez, con movimientos fuertes y bruscos al entrar, haciendo que mis entrañas se tensen y tiemblen.
—Oh, joder… —grito. Me va a partir en dos.
—Sí, nena —murmura él.
—Por favor… —le suplico, aunque no sé qué le estoy pidiendo: que pare, que no pare nunca, que vuelva a girar el tapón. Mi interior se tensa alrededor de él y del tapón.
—Eso es —jadea y a la vez me da un fuerte azote en la nalga derecha. Y yo me corro, una vez y otra, cayendo, hundiéndome, girando, latiendo a su alrededor una vez, y otra… Joseph saca con mucho cuidado el tapón.
—¡Joder! —vuelvo a gritar y Joseph me agarra las caderas para que no me mueva y llega el clímax con un alarido.
La mujer sigue cantando. Siempre que estamos aquí, Joseph pone una canción y programa el equipo para que se repita. Qué raro. Estoy acurrucada en su regazo, envuelta por sus brazos, con las piernas enroscadas con las suyas y la cabeza descansando contra su pecho. Estamos en el suelo del cuarto de juegos al lado de la mesa.
—Bienvenida de vuelta —me dice quitándome el antifaz. Parpadeo para que mis ojos se adapten a la débil luz. Sujetándome la barbilla me da un beso suave en los labios con los ojos fijos en los míos, mirándome ansioso. Estiro la mano para acariciarle la cara. Él me sonríe—. Bueno, ¿he cumplido el encargo? —me pregunta divertido.
Frunzo el ceño.
—¿Encargo?
—Querías que fuera duro —me explica.
No puedo evitar sonreír.
—Sí, creo que sí…
Alza las dos cejas y me sonríe.
—Me alegro mucho de oírlo. Ahora mismo se te ve muy bien follada y preciosa. —Me acaricia la cara y sus largos dedos me rozan la mejilla.
—Así me siento —digo casi en un ronroneo.
Se agacha y me besa tiernamente y noto sus labios suaves y cálidos contra los míos.
—Nunca me decepcionas.
Él se echa un poco atrás para mirarme.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta con voz suave pero llena de preocupación.
—Bien. Muy bien follada —le digo y siento que me estoy ruborizando. Le sonrío tímidamente.
—Vaya, señora Jonas, tiene una boca muy muy sucia. —Joseph pone cara de ofendido, pero advierto la diversión en su voz.
—Eso es porque estoy casada con un hombre muy, muy sucio, señor Jonas.
Me sonríe con una sonrisa ridículamente estúpida que se me contagia.
—Me alegro de que estés casada con él.
Me coge la trenza, se la lleva a los labios y besa el extremo con veneración; sus ojos están llenos de amor. Oh… ¿Alguna vez podré resistirme a este hombre? Le cojo la mano izquierda y le doy un beso en la alianza, un sencillo aro de platino igual que el mío.
—Mío —susurro.
—Tuyo —me responde. Me rodea con sus brazos y hunde la nariz en mi pelo—. ¿Quieres que te prepare un baño?
—Mmm… Solo si tú te metes en la bañera conmigo.
—Está bien —concede. Me pone de pie y se levanta para quedar junto a mí. Todavía lleva los vaqueros.
—¿Por qué no te pones… eh… los otros vaqueros?
Me mira frunciendo el ceño.
—¿Qué otros vaqueros?
—Los que te ponías antes cuando estábamos aquí.
—¿Esos? —pregunta parpadeando por la perplejidad.
—Te ves muy sexy con ellos.
—¿Ah, sí?
—Sí… Mucho, mucho…
Sonríe tímidamente.
—Por usted, señora Jonas, tal vez me los ponga. —Se inclina para besarme y coge el cuenco que hay en la mesa en el que están el tapón, el tubo de lubricante, el antifaz y mis bragas.
—¿Quién limpia esos juguetes? —le pregunto siguiéndole hasta la cómoda.
Me mira con el ceño fruncido, como si no entendiera la pregunta.
—Yo. O la señora Jones.
—¿Ah, sí?
Asiente, divertido y avergonzado a la vez, creo. Apaga la música.
—Bueno… eh…
—Antes lo hacían tus sumisas —termino la frase por él.
Se encoge de hombros como disculpándose.
—Toma. —Me pasa su camisa. Me la pongo y me envuelvo en ella. La tela mantiene su olor y mi malestar por lo de la limpieza del tapón anal queda olvidado. Deja los juguetes sobre la cómoda. Me coge la mano, abre la puerta del cuarto de juegos, me lleva afuera y bajamos por la escalera. Yo le sigo dócilmente.
La ansiedad, el mal humor, la emoción, el miedo y la excitación de la persecución han desaparecido. Estoy relajada, por fin saciada y en calma. Cuando entramos en nuestro baño bostezo con fuerza y me estiro, por fin cómoda conmigo misma para variar.
—¿Qué? —pregunta Joseph mientras abre el grifo.
Niego con la cabeza.
—Dímelo —me pide suavemente. Echa aceite de baño de jazmín en el agua y el baño se llena de un olor dulce y sensual.
Me sonrojo.
—Es que me siento mejor.
Sonríe.
—Sí, ha tenido un humor extraño todo el día, señora Jonas. —Se pone de pie y me atrae hacia sus brazos—. Sé que estás preocupada por las cosas que han ocurrido recientemente. Siento que te hayas visto envuelta en todo esto. No sé si es una venganza, un antiguo empleado descontento o un rival en los negocios. Pero si algo te pasara por mi culpa… —Su voz va bajando hasta quebrarse en un susurro lleno de dolor. Yo le abrazo.
—¿Y si te pasa algo a ti, Joseph? —Al fin enuncio mi miedo en voz alta.
Me mira.
—Ya lo arreglaremos. Ahora quítate la camisa y métete en el baño.
—¿No tienes que hablar con Sawyer?
—Puede esperar. —La expresión de su boca se endurece y yo siento una punzada de lástima por Sawyer. ¿Qué puede haber hecho para enfadar a Joseph?
Joseph me ayuda a quitarme la camisa y frunce el ceño cuando me giro hacia él. Todavía tengo en los pechos las marcas desvaídas de los chupetones que me hizo durante la luna de miel. Decido no bromear con él sobre ellos.
—Me pregunto si Ryan habrá conseguido seguir al Dodge…
—Ya nos enteraremos después del baño. Entra. —Me tiende la mano para ayudarme a entrar e intento sentarme dentro del agua caliente y fragante.
—Ay. —Tengo el trasero un poco sensible y el agua caliente me provoca un leve dolor.
—Con cuidado, nena —me dice Joseph, pero nada más decirlo la sensación de incomodidad desaparece.
Joseph se desnuda y se mete detrás de mí, atrayéndome hacia él para que me apoye contra su pecho. Me coloco entre sus piernas y los dos nos quedamos tumbados, relajados y satisfechos, en el agua caliente. Le acaricio las piernas y él me coge la trenza con una mano y la hace girar entre sus dedos.
—Tenemos que revisar los planos de la casa nueva. ¿Más tarde?
—Sí. —Esa mujer va a volver. Mi subconsciente levanta la vista del tercer volumen de las Obras completas de Charles Dickens y frunce el ceño. Pienso lo mismo que mi subconsciente. Suspiro. Por desgracia los planos de Gia Matteo son espectaculares—. Debería preparar las cosas del trabajo —digo.
Él se queda muy quieto.
—Sabes que no tienes que volver a trabajar si no quieres —me dice.
Oh, no… otra vez no.
—Joseph, ya hemos hablado de esto. Por favor no resucites aquella discusión.
Me tira de la trenza de forma que tengo que levantar y echar atrás la cabeza.
—Solo lo digo por si acaso… —se defiende y me da un suave beso en los labios.
Me pongo los pantalones de chándal y una camisola y decido ir a buscar mi ropa al cuarto de juegos. Mientras cruzo el pasillo, oigo la voz de Joseph gritando en el estudio. Me quedo petrificada.
—¿Dónde diablos estabas?
Oh, mierda. Le está gritando a Sawyer. Hago una mueca de dolor y subo corriendo la escalera hasta el cuarto de juegos. No quiero oír lo que tiene que decirle; Joseph aún sigue intimidándome cuando grita. Pobre Sawyer. Al menos yo puedo contestarle también a gritos.
Recojo mi ropa y los zapatos de Joseph y entonces me fijo en el pequeño cuenco de porcelana con el tapón, que sigue encima de la cómoda. Bueno… supongo que debería limpiarlo. Lo pongo entre la ropa y bajo la escalera. Miro nerviosamente hacia el salón, pero todo está en calma, gracias a Dios.
Taylor volverá mañana por la noche y Joseph suele estar más tranquilo cuando lo tiene a su lado. Taylor está pasando unos días con su hija. Me pregunto distraída si alguna vez llegaré a conocerla.
La señora Jones sale del office y las dos nos sobresaltamos.
—Señora Jonas… No la había visto. —¡Oh, ahora soy la señora Jonas!
—Hola, señora Jones.
—Bienvenida a casa y felicidades —me dice sonriendo.
—Por favor, llámeme ______.
—Oh, señora Jonas, no me sentiría cómoda dirigiéndome a usted así.
¡Oh! ¿Por qué tiene que cambiar todo solo porque ahora llevo un anillo en el dedo?
—¿Quiere repasar los menús de la semana? —me pregunta mirándome expectante.
¿Los menús?
—Mmm… —No es una pregunta que esperara que me hiciera.
Sonríe.
—Cuando empecé a trabajar con el señor Jonas, todos los domingos por la noche repasaba los menús de la semana siguiente con él y hacía una lista de todo lo que necesitábamos de la tienda.
—Ah, ya veo.
—¿Quiere que yo me ocupe de eso? —dice tendiéndome las manos para cogerme la ropa.
—Oh… no. Todavía no he terminado con todo esto. —Y tengo escondido entre la ropa un cuenco con un tapón anal… Me pongo de color escarlata. No sé ni cómo puedo mirar a la señora Jones a la cara. Ella sabe lo que hacemos, porque es la que limpia la habitación. Dios, es muy raro no tener privacidad.
—Cuando pueda, señora Jonas, estaré encantada de repasar esas cosas con usted.
—Gracias. —Nos interrumpe un Sawyer con la cara cenicienta que sale del estudio de Joseph como una exhalación y cruza a buen paso el salón. Nos saluda brevemente con la cabeza sin mirarnos a los ojos y se mete en el despacho de Taylor. Me alegro de que nos haya interrumpido porque no quiero hablar de menús ni de tapones anales con la señora Jones. Le dedico una breve sonrisa y me escabullo hacia el dormitorio. ¿Me acostumbraré alguna vez a tener servicio doméstico siempre a mi entera disposición? Sacudo la cabeza… Tal vez algún día.
Dejo caer los zapatos de Joseph en el suelo y mi ropa en la cama y me llevo el cuenco con el tapón al baño. Lo miro suspicaz. Parece inofensivo y sorprendentemente limpio. No quiero pensar mucho en él, así que lo lavo enseguida con agua y jabón. ¿Eso será suficiente? Tengo que preguntarle al señor Experto en Sexo si hay que esterilizarlo o algo. Me estremezco de solo pensarlo.
Me gusta que Joseph haya adaptado la biblioteca para mí. Ahora tiene un bonito escritorio de madera blanco en el que puedo trabajar. Saco el ordenador portátil y echo un vistazo a las notas sobre los cinco manuscritos que he leído en la luna de miel.
Sí, tengo todo lo que necesito. Una parte de mí teme volver al trabajo, pero no puedo decirle eso a Joseph. Aprovecharía la oportunidad para hacer que lo deje. Recuerdo que a Roach casi le dio un ataque cuando le dije que me iba a casar, con quién y cómo. Muy poco después me hicieron fija en el puesto. Ahora me doy cuenta de que fue porque iba a casarme con el jefe. No me gusta la idea. Ya no soy editora en prácticas. Ahora soy ______ Steele, editora.
Todavía no he logrado reunir el coraje para decirle a Joseph que no voy a cambiarme el apellido en el trabajo. Creo que tengo buenas razones. Necesito mantener cierta distancia con él, pero sé que vamos a tener una pelea cuando se lo plantee. Tal vez deberíamos hablarlo esta noche.
Me acomodo en la silla y empiezo mi última tarea del día. Miro el reloj del ordenador: son las siete de la tarde. Joseph todavía no ha salido de su estudio, así que tengo tiempo. Saco la tarjeta de memoria de la Nikon y la conecto al ordenador para transferir las fotos. Mientras se van copiando, reflexiono sobre los acontecimientos del día. ¿Habrá vuelto Ryan? ¿O todavía irá de camino a Portland? ¿Habrá conseguido atrapar a la mujer misteriosa? ¿Sabrá Joseph algo de Ryan ya? Quiero respuestas y no me importa que esté ocupado; quiero saber lo que está pasando y de repente siento una punzada de resentimiento porque me tiene en ascuas. Me levanto con intención de ir a hablar con él a su estudio, pero antes de que me dé tiempo, las fotos de los últimos días de nuestra luna de miel aparecen en la pantalla.
Oh, Dios mío…
Hay un montón de fotos mías. Muchísimas dormida: con el pelo sobre la cara o desparramado sobre la almohada, con los labios separados… ¡Mierda! Chupándome el pulgar… ¡Hacía años que no me chupaba el pulgar! Cuántas fotos… No tenía ni idea de que me las había hecho. Hay unas cuantas naturales, hechas desde lejos, incluyendo una en la que estoy apoyada en la barandilla del yate, mirando nostálgicamente a la distancia. ¿Cómo he podido no percatarme de que estaba haciéndome fotos? Sonrío al ver las fotos en las que estoy hecha una bola debajo de él, riéndome y con el pelo volando mientras intentaba zafarme de esos dedos que me hacían cosquillas y me atormentaban. Y hay una de él y mía en la cama del camarote, la que nos hizo con el brazo extendido. Estoy acurrucada en su pecho y él mira a la cámara, joven, con los ojos muy abiertos… enamorado. Con la otra mano me coge la cabeza y yo sonrío como una tonta enamorada, sin poder apartar los ojos de él. Oh, mi guapísimo marido, con el pelo de recién follado, los ojos ambarinos brillando, los labios separados y sonriendo. Mi maravilloso marido que no soporta que le hagan cosquillas y que hasta hace poco tampoco aceptaba que le tocaran, aunque ahora sí tolere mi contacto. Tengo que preguntarle si le complace o si solo me deja tocarle porque a mí me gusta.
Frunzo el ceño al contemplar su imagen, abrumada de repente por lo que siento por él. Hay alguien ahí fuera que va tras él: primero lo de Charlie Tango, después el incendio en la oficina y ahora la persecución del coche. Me tapo la boca con la mano cuando se me escapa un sollozo involuntario. Dejo el ordenador y me levanto de un salto para ir a buscarle, no para enfrentarme con él, sino para comprobar que está bien.
Sin molestarme en llamar, irrumpo en su estudio. Joseph está sentado en el escritorio y hablando por teléfono. Alza la vista con una irritación sorprendida, pero el enfado desaparece cuando ve que soy yo.
—¿Y no se puede mejorar más la imagen? —dice sin abandonar su conversación telefónica, aunque no aparta los ojos de mí. Sin dudarlo, rodeo el escritorio y él se gira en su silla para quedar frente a mí con el ceño fruncido. Veo claramente que está pensando «¿Qué querrá? ». Cuando me encaramo a su regazo, arquea ambas cejas por la sorpresa. Le rodeo el cuello con los brazos y me acurruco contra su cuerpo. Con mucho cuidado me rodea con un brazo.
—Mmm… Sí, Barney. ¿Puedes esperar un momento? —Tapa el teléfono con el hombro—. ______, ¿qué pasa?
Niego con la cabeza. Me coge la barbilla y me mira a los ojos. Yo hago que me suelte y escondo la cara bajo su barbilla, acurrucándome todavía más. Perplejo, aprieta un poco más el brazo que me rodea y me besa en el pelo.
—Ya he vuelto, Barney, ¿qué me estabas diciendo? —continúa sujetando el teléfono entre la oreja y el hombro para poder pulsar con la mano libre una tecla del portátil.
La imagen de una cámara de seguridad en blanco y negro y con mucho grano aparece en la pantalla. Se ve a un hombre con el pelo oscuro y un mono de trabajo de color claro. Joseph pulsa otra tecla y la cámara se acerca al hombre, pero tiene la cabeza agachada. Cuando está más cerca de la cámara, Joseph congela la imagen. Está de pie en una habitación blanca con lo que parece una larga hilera de armarios altos y negros a su izquierda. Debe de ser la sala del servidor de las oficinas de Joseph.
—Una vez más, Barney.
La pantalla cobra vida. Aparece un cuadrado sobre la cabeza del hombre con el tiempo de metraje de la cámara y de repente la imagen se acerca con un zoom. Me incorporo para sentarme, fascinada.
—¿Es Barney el que hace eso? —le pregunto en voz baja.
—Sí —responde Joseph—. ¿Puedes enfocar un poco mejor la imagen? —le pide a Barney.
La imagen se torna borrosa y después vuelve a enfocarse un poco mejor de forma que se ve con más claridad al hombre que mira hacia abajo a propósito para evitar la cámara. Mientras le observo, un escalofrío me recorre la espalda. La línea de la mandíbula me resulta familiar. Tiene el pelo corto y desaliñado y un aspecto raro y descuidado… Pero en la imagen mejor enfocada puedo ver un pendiente, un aro pequeño.
¡Dios santo! Yo sé quién es.
—Joseph —le susurro—. ¡Es Jack Hyde!
Asiento y noto que la cara me arde. ¿Por qué me da vergüenza? Ya he echado todo tipo de sexo pervertido con este hombre. ¡Es mi marido, por todos los santos! ¿Me da vergüenza quererlo o admitirlo? Mi subconsciente me mira fijamente como diciendo: Deja de darle tantas vueltas a las cosas.
—¿Tengo carta blanca? —Hace la pregunta en un susurro, mirándome como si intentara leerme la mente.
¿Carta blanca? Madre mía, ¿qué implicará eso?
—Sí —asiento nerviosa y la excitación empieza a crecer en mí. Él sonríe lentamente con una sonrisa sexy.
—Ven —me dice y tira de mí hacia la escalera. Su intención está clara. ¡El cuarto de juegos!
Al llegar al final de la escalera me suelta la mano y abre la puerta del cuarto de juegos. La llave está en el llavero de «Yes Seattle» que le regalé no hace tanto tiempo.
—Después de usted, señora Jonas —me dice abriendo la puerta.
El olor del cuarto de juegos ya me resulta familiar: huele a cuero, a madera y a cera de muebles. Me sonrojo al pensar que la señora Jones ha debido de estar limpiando allí cuando estábamos de luna de miel. Al entrar Joseph enciende las luces y las paredes rojo oscuro quedan iluminadas con una luz suave y difusa. Me quedo de pie mirándole; la anticipación ya corre por mis venas. ¿Qué va a hacer? Cierra la puerta con llave y se gira. Con la cabeza inclinada hacia un lado me mira pensativo y después niega con la cabeza divertido.
—¿Qué quieres, ______? —me pregunta.
—A ti —le respondo en un jadeo.
Sonríe.
—Ya me tienes. Me tienes desde el mismo momento en que te caíste al entrar en mi despacho.
—Sorpréndame, señor Jonas.
Su media sonrisa oculta su diversión y su expresión encierra una promesa lujuriosa.
—Como usted quiera, señora Jonas. —Cruza los brazos y se lleva el dedo índice a los labios mientras me mira de arriba abajo—. Creo que vamos a empezar deshaciéndonos de tu ropa. —Se acerca. Coge mi chaqueta vaquera por delante, me la abre y me la quita por los hombros hasta que cae al suelo. Después agarra el dobladillo de mi camisola negra—. Levanta los brazos.
Obedezco y me la quita por la cabeza. Se inclina para darme un suave beso en los labios. Sus ojos brillan con una atrayente mezcla de lujuria y amor. La camisola acaba en el suelo junto a mi chaqueta.
—Toma —le susurro mirándole nerviosa; me quito la goma del pelo de la muñeca y se la tiendo. Él se queda quieto y abre mucho los ojos un segundo. Por fin me coge la goma.
—Vuélvete —me ordena.
Aliviada, sonrío para mí y obedezco inmediatamente. Parece que hemos superado un pequeño obstáculo. Me recoge el pelo y me lo trenza rápida y hábilmente antes de sujetármelo con la goma. Tira de la trenza para que eche la cabeza hacia atrás.
—Bien pensado, señora Jonas —me susurra al oído y después me muerde el lóbulo de la oreja—. Ahora gírate y quítate la falda. Deja que caiga al suelo.
Me suelta y da unos pasos atrás. Yo me vuelvo para quedar mirándole. Sin apartar los ojos de los suyos me desabrocho la cinturilla de la falda y bajo la cremallera. El vuelo de la falda flota y cae al suelo, rodeándome los pies.
—Sal de la falda —ordena y yo obedientemente doy un paso hacia él. Él se arrodilla rápidamente delante de mí y me agarra el tobillo derecho. Con destreza me suelta una sandalia y después la otra mientras yo mantengo el equilibrio apoyando una mano en la pared bajo los ganchos que usa para colgar los látigos, las fustas y las palas. Ahora mismo las únicas herramientas que hay allí son el látigo de colas y la fusta de montar. Los miro con curiosidad. ¿Querrá usarlos?
Una vez sin zapatos, ya solo me queda puesto el conjunto de sujetador y bragas de encaje. Joseph se sienta en los talones y me mira.
—Es usted un paisaje que merece la pena admirar, señora Jonas. —Se arrodilla, me agarra las caderas y me atrae hacia él para hundir la nariz en mi entrepierna—. Y hueles a ti, a mí y a sexo —dice inspirando hondo—. Es embriagador.
Me da un beso por encima de la tela de las bragas y yo le miro con la boca abierta por lo que ha dicho. Mi interior se está convirtiendo en líquido. Es tan… travieso. Recoge mi ropa y mis sandalias y se pone de pie con un movimiento rápido y grácil, como un atleta.
—Ve y quédate de pie junto a la mesa —me dice con calma señalando con la barbilla.
Se gira y camina hacia la cómoda que encierra todas las maravillas. Me mira y me sonríe.
—Cara a la pared —me manda—. Así no sabrás lo que estoy planeando. Estoy aquí para complacerla, señora Jonas, y ha pedido usted una sorpresa.
Me giro para darle la espalda y escucho con atención; mis oídos de repente captan hasta los sonidos más leves. Es bueno en esto: alimenta mis expectativas y aviva mi deseo haciéndome esperar. Oigo cómo mete mi ropa y creo que mis zapatos también en la cómoda. Ahora percibo el inconfundible sonido de sus zapatos al caer al suelo, primero uno y después el otro. Mmm… Me encanta el Joseph descalzo. Un momento después le oigo abrir un cajón.
¡Juguetes! Oh, me encanta, me encanta esta anticipación. El cajón se cierra y mi respiración se acelera. ¿Cómo el sonido de un cajón puede convertirme en un flan que no deja de temblar? No tiene sentido. El siseo sutil del equipo de sonido al cobrar vida me avisa de que va a haber un interludio musical. Empieza a oírse una música de piano, apagada y suave, y un coro triste llena la habitación. No conozco esta canción. Al piano se le une una guitarra eléctrica. ¿Qué es esto? Empieza a hablar una voz masculina y apenas distingo las palabras: dice algo sobre no tener miedo a la muerte.
Joseph se acerca lentamente hacia mí con los pies descalzos sobre el suelo de madera. Lo siento detrás de mí cuando una mujer empieza a ¿gemir? ¿Llorar? ¿Cantar…?
—Ha pedido usted duro, señora Jonas —me dice junto al oído izquierdo.
—Mmm…
—Pídeme que pare si es demasiado. Si me dices que pare, pararé inmediatamente. ¿Entendido?
—Sí.
—Necesito que me lo prometas.
Inspiro hondo. Mierda, ]i]¿qué es lo que va a hacer?[/i]
—Lo prometo —murmuro sin aliento, recordando sus palabras de antes: «No quiero hacerte daño, pero no me importa jugar».
—Muy bien. —Se inclina y me da un beso en el hombro desnudo. Después mete un dedo bajo la tira del sujetador y sigue la línea de la tela por mi espalda. Quiero gemir. ¿Cómo consigue que hasta el contacto más leve sea tan erótico? —. Quítatelo —me susurra al oído y yo me apresuro a obedecerle. Dejo caer el sujetador al suelo.
Me acaricia la espalda con las manos, mete los dos pulgares bajo la cintura de mis bragas y me las baja por las piernas.
—Sal —me dice.
Vuelvo a hacer lo que me pide y salgo de las bragas. Me da un beso en el trasero y se pone de pie.
—Te voy a tapar los ojos para que todo sea más intenso.
Me pone un antifaz en los ojos y el mundo se vuelve negro. La mujer que canta está gimiendo algo incoherente… Una canción muy sentida y evocadora.
—Agáchate y túmbate sobre la mesa. —Habla con suavidad—. Ahora.
Sin dudarlo me inclino sobre la mesa y apoyo el pecho en la madera bien abrillantada. Siento la cara caliente contra la dura superficie que noto fresca contra mi piel y que huele a cera de abejas con un toque cítrico.
—Estira los brazos y agárrate al borde.
Está bien… Me estiro y me agarro al borde más alejado de la mesa. Es bastante ancha, así que tengo los brazos estirados al máximo.
—Si te sueltas, te azoto, ¿entendido?
—Sí.
—¿Quieres que te azote, ______?
Todo lo que tengo por debajo de la cintura se tensa deliciosamente. Me doy cuenta de que he estado deseándolo desde que me amenazó con hacerlo en la comida y ni la persecución ni el encuentro íntimo en el coche han conseguido satisfacer esa necesidad.
—Sí. —Mi voz no es más que un susurro ronco.
—¿Por qué?
Oh… ¿tiene que haber una razón? Me encojo de hombros.
—Dime —insiste.
—Mmm…
Y sin avisar me da un azote fuerte.
—¡Ah! —grito.
—¡Silencio!
Me frota suavemente el trasero en el lugar donde me ha dado el azote. Después se inclina sobre mí, clavándome la cadera en el trasero, me da un beso entre los omóplatos y sigue encadenando besos por toda mi espalda. Se ha quitado la camisa y el vello de su pecho me hace cosquillas en la espalda a la vez que su erección empuja contra mis nalgas desde debajo de la dura tela de sus vaqueros.
—Abre las piernas —me ordena.
Separo las piernas.
—Más.
Gimo y abro más las piernas.
—Muy bien. —Desliza un dedo por mi espalda, por la hendidura entre mis nalgas y sobre el ano, que se aprieta al notar su contacto—. Nos vamos a divertir un rato con esto —susurra.
¡Mierda!
Sigue bajando el dedo por mi perineo y lo introduce lentamente en mi interior.
—Veo que estás muy mojada, ______. ¿Por lo de antes o por lo de ahora?
Gimo y él mete y saca el dedo, una y otra vez. Me acerco a su mano, encantada por la intrusión.
—Oh, ______, creo que es por las dos cosas. Creo que te encanta estar aquí, así. Toda mía.
Sí… Oh, sí, me encanta. Saca el dedo y me da otro azote fuerte.
—Dímelo —susurra con la voz ronca y urgente.
—Sí, me encanta —gimo.
Me da otro azote bien fuerte una vez más y grito. Después mete dos dedos en mi interior, los saca inmediatamente, extiende mis fluidos alrededor y sube hasta el ano.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunto sin aliento. Oh, Dios mío… ¿Me va a follar por el trasero?
—No voy a hacer lo que tú crees —me susurra tranquilizadoramente—. Ya te he dicho que vamos a avanzar un paso cada vez, nena.
Oigo el suave sonido del chorro de algún líquido, al salir de un tubo seguramente, y siento que sus dedos me masajean otra vez ahí. Me está lubricando… ¡ahí! Me retuerzo cuando mi miedo choca con mi excitación por lo desconocido. Me da otro azote más abajo que me alcanza el sexo. Gimo. Es una sensación… tan increíble.
—Quieta —dice—. Y no te sueltes.
—Ah.
—Esto es lubricante. —Me echa un poco más. Intento no retorcerme, pero el corazón me late muy fuerte y tengo el pulso descontrolado. El deseo y la ansiedad me corren a toda velocidad por las venas—. Llevo un tiempo queriendo hacer esto contigo, ______.
Gimo de nuevo. Siento algo frío, metálicamente frío, que me recorre la espalda.
—Tengo un regalito para ti —me dice Joseph en un susurro.
Me viene a la mente la imagen del día que me enseñó los artilugios que había en la cómoda. Madre mía. Un tapón anal. Joseph lo desliza por la hendidura que hay entre mis nalgas.
Oh, Dios mío…
—Voy a introducir esto dentro de ti muy lentamente…
Doy un respingo; la anticipación y la ansiedad están haciendo mella en mí.
—¿Me va a doler?
—No, nena. Es pequeño. Y cuando lo tengas dentro te voy a follar muy fuerte.
Estoy a punto de dar una sacudida sin control. Se agacha sobre mi cuerpo y me da más besos entre los omóplatos.
—¿Preparada? —me susurra.
¿Preparada? ¿Estoy preparada para esto?
—Sí —digo con un hilo de voz y la boca seca.
Pasa otra vez el dedo por encima del ano y por el perineo y lo introduce en mi interior. Joder, es el pulgar. Me cubre el sexo con el resto de la mano y me acaricia lentamente el clítoris con los dedos. Suelto un gemido… Me siento… bien. Muy lentamente, sin dejar de hacer su magia con los dedos y el pulgar, me va metiendo el frío tapón.
—¡Ah! —grito y gimo a la vez por la sensación desconocida. Mis músculos protestan por la intrusión. Hace círculos con el pulgar en mi interior y empuja más fuerte el tapón, que entra con facilidad. No sé si es porque estoy tan excitada o porque me está distrayendo con sus dedos expertos, pero parece que mi cuerpo lo acepta bien. Pesa… y noto algo raro… ¡«ahí»!
—Oh, nena…
Puedo sentirlo todo: el pulgar que gira en mi interior y el tapón que presiona… Oh, ah… Gira lentamente el tapón, lo que me provoca un interminable gemido.
—Joseph… —Digo su nombre como un mantra mientras me voy adaptando a la sensación.
—Muy bien —me susurra. Me recorre el costado con la mano libre hasta llegar a la cadera. Saca lentamente el pulgar y oigo el sonido inconfundible de la cremallera de su bragueta al abrirse. Me coge la cadera por el otro lado, tira de mí hacia atrás y me abre más las piernas empujándome los pies con los suyos—. No sueltes la mesa, ______ —me advierte.
—No —jadeo.
—Duro, ¿eh? Dime si soy demasiado duro, ¿entendido?
—Sí —le susurro.
Siento que entra en mí con una brusca embestida a la vez que me atrae hacia él, lo que empuja el tapón y lo introduce más profundamente.
—¡Mierda! —chillo.
Se queda quieto con la respiración trabajosa. Mis jadeos se acompasan con los suyos. Estoy intentando asimilar todas las sensaciones: la deliciosa sensación de estar llena, la seducción de estar haciendo algo prohibido, el placer erótico que va creciendo en espiral desde mi interior. Tira suavemente del tapón.
Oh, Dios mío… Gimo y oigo que inspira bruscamente: una inhalación de puro placer sin adulterar. Hace que me hierva la sangre. ¿Me he sentido alguna vez tan llena de lujuria… tan…?
—¿Otra vez? —me susurra.
—Sí.
—Sigue tumbada —me ordena. Sale de mí y vuelve a embestirme con mucha fuerza.
Oh… esto era lo que quería.
—¡Sí! —exclamo con los dientes apretados.
Él empieza a establecer un ritmo con la respiración cada vez más trabajosa, que vuelve a acompasarse con la mía cuando entra y sale de mi interior.
—Oh, ______ —gime. Aparta una de las manos de mi cadera y gira otra vez el tapón para meterlo despacio, sacarlo un poco y volverlo a meter. La sensación es indescriptible y creo que estoy a punto de desmayarme sobre la mesa. No altera el ritmo de su penetración, una y otra vez, con movimientos fuertes y bruscos al entrar, haciendo que mis entrañas se tensen y tiemblen.
—Oh, joder… —grito. Me va a partir en dos.
—Sí, nena —murmura él.
—Por favor… —le suplico, aunque no sé qué le estoy pidiendo: que pare, que no pare nunca, que vuelva a girar el tapón. Mi interior se tensa alrededor de él y del tapón.
—Eso es —jadea y a la vez me da un fuerte azote en la nalga derecha. Y yo me corro, una vez y otra, cayendo, hundiéndome, girando, latiendo a su alrededor una vez, y otra… Joseph saca con mucho cuidado el tapón.
—¡Joder! —vuelvo a gritar y Joseph me agarra las caderas para que no me mueva y llega el clímax con un alarido.
La mujer sigue cantando. Siempre que estamos aquí, Joseph pone una canción y programa el equipo para que se repita. Qué raro. Estoy acurrucada en su regazo, envuelta por sus brazos, con las piernas enroscadas con las suyas y la cabeza descansando contra su pecho. Estamos en el suelo del cuarto de juegos al lado de la mesa.
—Bienvenida de vuelta —me dice quitándome el antifaz. Parpadeo para que mis ojos se adapten a la débil luz. Sujetándome la barbilla me da un beso suave en los labios con los ojos fijos en los míos, mirándome ansioso. Estiro la mano para acariciarle la cara. Él me sonríe—. Bueno, ¿he cumplido el encargo? —me pregunta divertido.
Frunzo el ceño.
—¿Encargo?
—Querías que fuera duro —me explica.
No puedo evitar sonreír.
—Sí, creo que sí…
Alza las dos cejas y me sonríe.
—Me alegro mucho de oírlo. Ahora mismo se te ve muy bien follada y preciosa. —Me acaricia la cara y sus largos dedos me rozan la mejilla.
—Así me siento —digo casi en un ronroneo.
Se agacha y me besa tiernamente y noto sus labios suaves y cálidos contra los míos.
—Nunca me decepcionas.
Él se echa un poco atrás para mirarme.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta con voz suave pero llena de preocupación.
—Bien. Muy bien follada —le digo y siento que me estoy ruborizando. Le sonrío tímidamente.
—Vaya, señora Jonas, tiene una boca muy muy sucia. —Joseph pone cara de ofendido, pero advierto la diversión en su voz.
—Eso es porque estoy casada con un hombre muy, muy sucio, señor Jonas.
Me sonríe con una sonrisa ridículamente estúpida que se me contagia.
—Me alegro de que estés casada con él.
Me coge la trenza, se la lleva a los labios y besa el extremo con veneración; sus ojos están llenos de amor. Oh… ¿Alguna vez podré resistirme a este hombre? Le cojo la mano izquierda y le doy un beso en la alianza, un sencillo aro de platino igual que el mío.
—Mío —susurro.
—Tuyo —me responde. Me rodea con sus brazos y hunde la nariz en mi pelo—. ¿Quieres que te prepare un baño?
—Mmm… Solo si tú te metes en la bañera conmigo.
—Está bien —concede. Me pone de pie y se levanta para quedar junto a mí. Todavía lleva los vaqueros.
—¿Por qué no te pones… eh… los otros vaqueros?
Me mira frunciendo el ceño.
—¿Qué otros vaqueros?
—Los que te ponías antes cuando estábamos aquí.
—¿Esos? —pregunta parpadeando por la perplejidad.
—Te ves muy sexy con ellos.
—¿Ah, sí?
—Sí… Mucho, mucho…
Sonríe tímidamente.
—Por usted, señora Jonas, tal vez me los ponga. —Se inclina para besarme y coge el cuenco que hay en la mesa en el que están el tapón, el tubo de lubricante, el antifaz y mis bragas.
—¿Quién limpia esos juguetes? —le pregunto siguiéndole hasta la cómoda.
Me mira con el ceño fruncido, como si no entendiera la pregunta.
—Yo. O la señora Jones.
—¿Ah, sí?
Asiente, divertido y avergonzado a la vez, creo. Apaga la música.
—Bueno… eh…
—Antes lo hacían tus sumisas —termino la frase por él.
Se encoge de hombros como disculpándose.
—Toma. —Me pasa su camisa. Me la pongo y me envuelvo en ella. La tela mantiene su olor y mi malestar por lo de la limpieza del tapón anal queda olvidado. Deja los juguetes sobre la cómoda. Me coge la mano, abre la puerta del cuarto de juegos, me lleva afuera y bajamos por la escalera. Yo le sigo dócilmente.
La ansiedad, el mal humor, la emoción, el miedo y la excitación de la persecución han desaparecido. Estoy relajada, por fin saciada y en calma. Cuando entramos en nuestro baño bostezo con fuerza y me estiro, por fin cómoda conmigo misma para variar.
—¿Qué? —pregunta Joseph mientras abre el grifo.
Niego con la cabeza.
—Dímelo —me pide suavemente. Echa aceite de baño de jazmín en el agua y el baño se llena de un olor dulce y sensual.
Me sonrojo.
—Es que me siento mejor.
Sonríe.
—Sí, ha tenido un humor extraño todo el día, señora Jonas. —Se pone de pie y me atrae hacia sus brazos—. Sé que estás preocupada por las cosas que han ocurrido recientemente. Siento que te hayas visto envuelta en todo esto. No sé si es una venganza, un antiguo empleado descontento o un rival en los negocios. Pero si algo te pasara por mi culpa… —Su voz va bajando hasta quebrarse en un susurro lleno de dolor. Yo le abrazo.
—¿Y si te pasa algo a ti, Joseph? —Al fin enuncio mi miedo en voz alta.
Me mira.
—Ya lo arreglaremos. Ahora quítate la camisa y métete en el baño.
—¿No tienes que hablar con Sawyer?
—Puede esperar. —La expresión de su boca se endurece y yo siento una punzada de lástima por Sawyer. ¿Qué puede haber hecho para enfadar a Joseph?
Joseph me ayuda a quitarme la camisa y frunce el ceño cuando me giro hacia él. Todavía tengo en los pechos las marcas desvaídas de los chupetones que me hizo durante la luna de miel. Decido no bromear con él sobre ellos.
—Me pregunto si Ryan habrá conseguido seguir al Dodge…
—Ya nos enteraremos después del baño. Entra. —Me tiende la mano para ayudarme a entrar e intento sentarme dentro del agua caliente y fragante.
—Ay. —Tengo el trasero un poco sensible y el agua caliente me provoca un leve dolor.
—Con cuidado, nena —me dice Joseph, pero nada más decirlo la sensación de incomodidad desaparece.
Joseph se desnuda y se mete detrás de mí, atrayéndome hacia él para que me apoye contra su pecho. Me coloco entre sus piernas y los dos nos quedamos tumbados, relajados y satisfechos, en el agua caliente. Le acaricio las piernas y él me coge la trenza con una mano y la hace girar entre sus dedos.
—Tenemos que revisar los planos de la casa nueva. ¿Más tarde?
—Sí. —Esa mujer va a volver. Mi subconsciente levanta la vista del tercer volumen de las Obras completas de Charles Dickens y frunce el ceño. Pienso lo mismo que mi subconsciente. Suspiro. Por desgracia los planos de Gia Matteo son espectaculares—. Debería preparar las cosas del trabajo —digo.
Él se queda muy quieto.
—Sabes que no tienes que volver a trabajar si no quieres —me dice.
Oh, no… otra vez no.
—Joseph, ya hemos hablado de esto. Por favor no resucites aquella discusión.
Me tira de la trenza de forma que tengo que levantar y echar atrás la cabeza.
—Solo lo digo por si acaso… —se defiende y me da un suave beso en los labios.
Me pongo los pantalones de chándal y una camisola y decido ir a buscar mi ropa al cuarto de juegos. Mientras cruzo el pasillo, oigo la voz de Joseph gritando en el estudio. Me quedo petrificada.
—¿Dónde diablos estabas?
Oh, mierda. Le está gritando a Sawyer. Hago una mueca de dolor y subo corriendo la escalera hasta el cuarto de juegos. No quiero oír lo que tiene que decirle; Joseph aún sigue intimidándome cuando grita. Pobre Sawyer. Al menos yo puedo contestarle también a gritos.
Recojo mi ropa y los zapatos de Joseph y entonces me fijo en el pequeño cuenco de porcelana con el tapón, que sigue encima de la cómoda. Bueno… supongo que debería limpiarlo. Lo pongo entre la ropa y bajo la escalera. Miro nerviosamente hacia el salón, pero todo está en calma, gracias a Dios.
Taylor volverá mañana por la noche y Joseph suele estar más tranquilo cuando lo tiene a su lado. Taylor está pasando unos días con su hija. Me pregunto distraída si alguna vez llegaré a conocerla.
La señora Jones sale del office y las dos nos sobresaltamos.
—Señora Jonas… No la había visto. —¡Oh, ahora soy la señora Jonas!
—Hola, señora Jones.
—Bienvenida a casa y felicidades —me dice sonriendo.
—Por favor, llámeme ______.
—Oh, señora Jonas, no me sentiría cómoda dirigiéndome a usted así.
¡Oh! ¿Por qué tiene que cambiar todo solo porque ahora llevo un anillo en el dedo?
—¿Quiere repasar los menús de la semana? —me pregunta mirándome expectante.
¿Los menús?
—Mmm… —No es una pregunta que esperara que me hiciera.
Sonríe.
—Cuando empecé a trabajar con el señor Jonas, todos los domingos por la noche repasaba los menús de la semana siguiente con él y hacía una lista de todo lo que necesitábamos de la tienda.
—Ah, ya veo.
—¿Quiere que yo me ocupe de eso? —dice tendiéndome las manos para cogerme la ropa.
—Oh… no. Todavía no he terminado con todo esto. —Y tengo escondido entre la ropa un cuenco con un tapón anal… Me pongo de color escarlata. No sé ni cómo puedo mirar a la señora Jones a la cara. Ella sabe lo que hacemos, porque es la que limpia la habitación. Dios, es muy raro no tener privacidad.
—Cuando pueda, señora Jonas, estaré encantada de repasar esas cosas con usted.
—Gracias. —Nos interrumpe un Sawyer con la cara cenicienta que sale del estudio de Joseph como una exhalación y cruza a buen paso el salón. Nos saluda brevemente con la cabeza sin mirarnos a los ojos y se mete en el despacho de Taylor. Me alegro de que nos haya interrumpido porque no quiero hablar de menús ni de tapones anales con la señora Jones. Le dedico una breve sonrisa y me escabullo hacia el dormitorio. ¿Me acostumbraré alguna vez a tener servicio doméstico siempre a mi entera disposición? Sacudo la cabeza… Tal vez algún día.
Dejo caer los zapatos de Joseph en el suelo y mi ropa en la cama y me llevo el cuenco con el tapón al baño. Lo miro suspicaz. Parece inofensivo y sorprendentemente limpio. No quiero pensar mucho en él, así que lo lavo enseguida con agua y jabón. ¿Eso será suficiente? Tengo que preguntarle al señor Experto en Sexo si hay que esterilizarlo o algo. Me estremezco de solo pensarlo.
Me gusta que Joseph haya adaptado la biblioteca para mí. Ahora tiene un bonito escritorio de madera blanco en el que puedo trabajar. Saco el ordenador portátil y echo un vistazo a las notas sobre los cinco manuscritos que he leído en la luna de miel.
Sí, tengo todo lo que necesito. Una parte de mí teme volver al trabajo, pero no puedo decirle eso a Joseph. Aprovecharía la oportunidad para hacer que lo deje. Recuerdo que a Roach casi le dio un ataque cuando le dije que me iba a casar, con quién y cómo. Muy poco después me hicieron fija en el puesto. Ahora me doy cuenta de que fue porque iba a casarme con el jefe. No me gusta la idea. Ya no soy editora en prácticas. Ahora soy ______ Steele, editora.
Todavía no he logrado reunir el coraje para decirle a Joseph que no voy a cambiarme el apellido en el trabajo. Creo que tengo buenas razones. Necesito mantener cierta distancia con él, pero sé que vamos a tener una pelea cuando se lo plantee. Tal vez deberíamos hablarlo esta noche.
Me acomodo en la silla y empiezo mi última tarea del día. Miro el reloj del ordenador: son las siete de la tarde. Joseph todavía no ha salido de su estudio, así que tengo tiempo. Saco la tarjeta de memoria de la Nikon y la conecto al ordenador para transferir las fotos. Mientras se van copiando, reflexiono sobre los acontecimientos del día. ¿Habrá vuelto Ryan? ¿O todavía irá de camino a Portland? ¿Habrá conseguido atrapar a la mujer misteriosa? ¿Sabrá Joseph algo de Ryan ya? Quiero respuestas y no me importa que esté ocupado; quiero saber lo que está pasando y de repente siento una punzada de resentimiento porque me tiene en ascuas. Me levanto con intención de ir a hablar con él a su estudio, pero antes de que me dé tiempo, las fotos de los últimos días de nuestra luna de miel aparecen en la pantalla.
Oh, Dios mío…
Hay un montón de fotos mías. Muchísimas dormida: con el pelo sobre la cara o desparramado sobre la almohada, con los labios separados… ¡Mierda! Chupándome el pulgar… ¡Hacía años que no me chupaba el pulgar! Cuántas fotos… No tenía ni idea de que me las había hecho. Hay unas cuantas naturales, hechas desde lejos, incluyendo una en la que estoy apoyada en la barandilla del yate, mirando nostálgicamente a la distancia. ¿Cómo he podido no percatarme de que estaba haciéndome fotos? Sonrío al ver las fotos en las que estoy hecha una bola debajo de él, riéndome y con el pelo volando mientras intentaba zafarme de esos dedos que me hacían cosquillas y me atormentaban. Y hay una de él y mía en la cama del camarote, la que nos hizo con el brazo extendido. Estoy acurrucada en su pecho y él mira a la cámara, joven, con los ojos muy abiertos… enamorado. Con la otra mano me coge la cabeza y yo sonrío como una tonta enamorada, sin poder apartar los ojos de él. Oh, mi guapísimo marido, con el pelo de recién follado, los ojos ambarinos brillando, los labios separados y sonriendo. Mi maravilloso marido que no soporta que le hagan cosquillas y que hasta hace poco tampoco aceptaba que le tocaran, aunque ahora sí tolere mi contacto. Tengo que preguntarle si le complace o si solo me deja tocarle porque a mí me gusta.
Frunzo el ceño al contemplar su imagen, abrumada de repente por lo que siento por él. Hay alguien ahí fuera que va tras él: primero lo de Charlie Tango, después el incendio en la oficina y ahora la persecución del coche. Me tapo la boca con la mano cuando se me escapa un sollozo involuntario. Dejo el ordenador y me levanto de un salto para ir a buscarle, no para enfrentarme con él, sino para comprobar que está bien.
Sin molestarme en llamar, irrumpo en su estudio. Joseph está sentado en el escritorio y hablando por teléfono. Alza la vista con una irritación sorprendida, pero el enfado desaparece cuando ve que soy yo.
—¿Y no se puede mejorar más la imagen? —dice sin abandonar su conversación telefónica, aunque no aparta los ojos de mí. Sin dudarlo, rodeo el escritorio y él se gira en su silla para quedar frente a mí con el ceño fruncido. Veo claramente que está pensando «¿Qué querrá? ». Cuando me encaramo a su regazo, arquea ambas cejas por la sorpresa. Le rodeo el cuello con los brazos y me acurruco contra su cuerpo. Con mucho cuidado me rodea con un brazo.
—Mmm… Sí, Barney. ¿Puedes esperar un momento? —Tapa el teléfono con el hombro—. ______, ¿qué pasa?
Niego con la cabeza. Me coge la barbilla y me mira a los ojos. Yo hago que me suelte y escondo la cara bajo su barbilla, acurrucándome todavía más. Perplejo, aprieta un poco más el brazo que me rodea y me besa en el pelo.
—Ya he vuelto, Barney, ¿qué me estabas diciendo? —continúa sujetando el teléfono entre la oreja y el hombro para poder pulsar con la mano libre una tecla del portátil.
La imagen de una cámara de seguridad en blanco y negro y con mucho grano aparece en la pantalla. Se ve a un hombre con el pelo oscuro y un mono de trabajo de color claro. Joseph pulsa otra tecla y la cámara se acerca al hombre, pero tiene la cabeza agachada. Cuando está más cerca de la cámara, Joseph congela la imagen. Está de pie en una habitación blanca con lo que parece una larga hilera de armarios altos y negros a su izquierda. Debe de ser la sala del servidor de las oficinas de Joseph.
—Una vez más, Barney.
La pantalla cobra vida. Aparece un cuadrado sobre la cabeza del hombre con el tiempo de metraje de la cámara y de repente la imagen se acerca con un zoom. Me incorporo para sentarme, fascinada.
—¿Es Barney el que hace eso? —le pregunto en voz baja.
—Sí —responde Joseph—. ¿Puedes enfocar un poco mejor la imagen? —le pide a Barney.
La imagen se torna borrosa y después vuelve a enfocarse un poco mejor de forma que se ve con más claridad al hombre que mira hacia abajo a propósito para evitar la cámara. Mientras le observo, un escalofrío me recorre la espalda. La línea de la mandíbula me resulta familiar. Tiene el pelo corto y desaliñado y un aspecto raro y descuidado… Pero en la imagen mejor enfocada puedo ver un pendiente, un aro pequeño.
¡Dios santo! Yo sé quién es.
—Joseph —le susurro—. ¡Es Jack Hyde!
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 7
—¿Tú crees? —me pregunta Joseph, sorprendido.
—Fíjate en el perfil de la mandíbula —le digo señalando a la pantalla—. El pendiente y la forma de los hombros. También tiene su complexión. Debe de llevar una peluca o se ha cortado y teñido el pelo…
—Barney, ¿lo has oído? —Joseph pone el teléfono sobre la mesa y activa el manos libres—. Parece que has estudiado muy bien a tu ex jefe… —dice Joseph, y no parece muy contento. Le miro con el ceño fruncido, pero Barney interviene.
—Sí, he oído a la señora Jonas. Estoy pasando el software de reconocimiento facial por todo el metraje digitalizado de las cámaras de seguridad. Vamos a ver en qué otros sitios de la empresa ha estado este cabrón… perdón, señora… este individuo.
Miro nerviosa a Joseph, que no hace caso del improperio de Barney. Está observando de cerca la imagen de la cámara.
—¿Y por qué haría algo así? —le pregunto a Joseph.
Él se encoge de hombros.
—Venganza, tal vez. No lo sé. Nunca se sabe por qué la gente hace lo que hace. Lo que no me gusta es que hayas trabajado tan cerca de ese tipo. —La boca de Joseph se convierte en una fina línea y me rodea la cintura con el brazo.
—Tenemos el contenido de su disco duro también, señor —dice Barney.
—Sí, lo recuerdo. ¿Tenemos una dirección del señor Hyde? —pregunta Joseph bruscamente.
—Sí, señor.
—Díselo a Welch.
—Ahora mismo. También voy a examinar el circuito cerrado de la ciudad para intentar rastrear sus movimientos.
—Averigua qué vehículo tiene.
—Sí, señor.
—¿Barney puede hacer todo eso? —le pregunto en voz baja.
Joseph asiente y muestra una sonrisa de suficiencia.
—¿Qué había en su disco duro? —vuelvo a susurrar.
La cara de Joseph se endurece y niega con la cabeza.
—Poca cosa —dice con los labios tensos, sin rastro de sonrisa.
—Dímelo.
—No.
—¿Es sobre ti o sobre mí?
—Sobre mí —confiesa y suspira.
—¿Qué tipo de cosas? ¿Sobre tu estilo de vida?
Joseph niega con la cabeza y me pone el índice sobre los labios para callarme. Le miro con el ceño fruncido, pero él entorna los ojos en una clara advertencia para que me muerda la lengua.
—Un Camaro de 2006. Le mando los detalles de la matrícula a Welch también —dice Barney por el teléfono con voz animada.
—Bien. Descubre en qué otras partes de mi edificio ha estado ese hijo de puta. Y compara su imagen con la de su archivo personal de Seattle Independent Publishing. —Joseph me mira un tanto escéptico—. Quiero estar seguro de que tenemos la identificación correcta.
—Ya lo he hecho, señor, y la señora Jonas tiene razón. Es Jack Hyde.
Sonrío. ¿Lo ves? Puedo ser útil. Joseph me frota la espalda con la mano.
—Muy bien, señora Jonas. —Me sonríe, olvidando su malestar anterior, y dice dirigiéndose a Barney—: Avísame cuando hayas rastreado todos sus movimientos dentro del edificio. Comprueba también si ha tenido acceso a alguna otra propiedad de Jonas Enterprises Holdings y avisa a los equipos de seguridad para que vuelvan a examinar todos esos edificios.
—Sí, señor.
—Gracias, Barney.
Joseph cuelga.
—Bien, señora Jonas, parece que no solo es usted decorativa, sino que también resulta útil. —Los ojos de Joseph brillan con una diversión perversa. Noto que está bromeando.
—¿Decorativa? —me burlo siguiendo el juego.
—Muy decorativa —dice en voz baja dándome un beso suave y dulce en los labios.
—Usted es mucho más decorativo que yo, señor Jonas.
Sonríe y me besa con más fuerza, enroscando mi pelo alrededor de su muñeca y abrazándome. Cuando nos separamos para respirar, tengo el corazón a mil por hora.
—¿Tienes hambre? —me pregunta.
—No.
—Pues yo sí.
—¿Hambre de qué?
—De comida, la verdad.
—Te prepararé algo —digo con una risita.
—Me encanta ese sonido.
—¿El de mis palabras?
—El de tu risita. —Me besa en el pelo y yo me pongo de pie.
—¿Qué le apetece comer, señor? —le pregunto con dulzura.
Él entorna los ojos.
—¿Está intentando ser adorable, señora Jonas?
—Siempre, señor Jonas…
La sonrisa enigmática vuelve a aparecer.
—Todavía puedo volver a ponerte sobre mis rodillas —murmura seductoramente.
—Lo sé —le respondo sonriendo. Coloco las manos en los brazos de su silla de oficina, me agacho y le beso—. Esa es una de las cosas que me encantan de ti. Pero guárdate esa mano demasiado larga. Has dicho que tenías hambre…
Me dedica su sonrisa tímida y se me encoge el corazón.
—Oh, señora Jonas, ¿qué voy a hacer con usted?
—Me vas a contestar a la pregunta. ¿Qué quieres comer?
—Algo ligero. Sorpréndame, señora Jonas —me dice utilizando las mismas palabras que yo utilicé antes en el cuarto de juegos.
—Veré qué puedo hacer. —Salgo pavoneándome del estudio y me dirijo a la cocina. Se me cae el alma a los pies cuando me encuentro allí a la señora Jones.
—Hola, señora Jones.
—Hola, señora Jonas. ¿Les apetece algo de comer?
—Mmm…
Está revolviendo algo en una cazuela sobre el fuego que huele deliciosamente.
—Iba a hacer unos bocadillos para el señor Jonas y para mí.
Se queda parada durante un segundo.
—Claro —dice—. Al señor Jonas le gusta el pan de barra… Creo que hay un poco en el congelador ya cortado con el tamaño de bocadillo. Yo puedo hacerles los bocadillos, señora.
—Lo sé. Pero me gustaría hacerlos yo.
—Claro, lo entiendo. Le dejaré un poco de espacio.
—¿Qué está cocinando?
—Es salsa boloñesa. Se puede comer en cualquier otro momento. La congelaré. —Me sonríe amablemente y apaga el fuego.
—Mmm… ¿Y qué le gusta a Joseph… en el bocadillo? —Frunzo el ceño cohibida por la frase. ¿Se habrá dado cuenta la señora Jones de lo que implicaba?
—Señora Jonas, en un bocadillo puede meterle cualquier cosa. Si está dentro de pan de barra, él se lo comerá. —Las dos sonreímos.
—Bien, gracias. —Busco en el congelador y encuentro el pan cortado en una bolsa de congelar. Coloco dos trozos en un plato y los meto en el microondas para descongelarlos.
La señora Jones ha desaparecido. Frunzo el ceño y vuelvo al frigorífico para buscar algo que meter dentro del pan. Supongo que es cosa mía establecer los parámetros de reparto del trabajo entre la señora Jones y yo. Me gusta la idea de cocinar para Joseph los fines de semana, pero la señora Jones puede hacerlo durante la semana. Lo último que me va a apetecer cuando vuelva de trabajar va a ser cocinar. Mmm… Una rutina similar a la de Joseph con sus sumisas. Niego con la cabeza. No debo pensar mucho en eso. Encuentro un poco de jamón y un aguacate bien maduro.
Cuando le estoy añadiendo sal y limón al aguacate machacado, Joseph sale de su estudio con los planos de la casa nueva en las manos. Los coloca sobre la barra para el desayuno, se acerca a mí, me abraza y me besa en el cuello.
—Descalza y en la cocina —susurra.
—¿No debería ser descalza, embarazada y en la cocina? —digo burlonamente.
Él se queda petrificado y todo su cuerpo se tensa contra el mío.
—Todavía no… —dice con la voz llena de aprensión.
—¡No! ¡Todavía no!
Se relaja.
—Veo que estamos de acuerdo en eso, señora Jonas.
—Pero quieres tener hijos, ¿no?
—Sí, claro. En algún momento. Pero todavía no estoy preparado para compartirte. —Vuelve a besarme en el cuello.
Oh… ¿compartirme?
—¿Qué estás preparando? Tiene buena pinta. —Me besa detrás de la oreja y veo que tiene intención de distraerme. Un cosquilleo delicioso me recorre la espalda.
—Bocadillos. —Le sonrío.
Él sonríe contra mi cuello y me muerde el lóbulo de la oreja.
—Mmm… Mis favoritos.
Le propino un ligero codazo.
—Señora Jonas, acaba de herirme —dice agarrándose el costado como si le doliera.
—Estás hecho de mantequilla… —le digo de broma.
—¿De mantequilla? —dice incrédulo. Me da un azote en el trasero que me hace chillar—. Date prisa con mi comida, mujer. Y después ya te enseñaré yo si estoy hecho de mantequilla o no. —Me da otro azote juguetón y se acerca al frigorífico—. ¿Quieres una copa de vino? —me pregunta.
—Sí, por favor.
Joseph extiende los planos sobre la barra para el desayuno. La verdad es que Gia ha tenido unas ideas geniales.
—Me encanta su propuesta de hacer toda la pared del piso de abajo de cristal, pero…
—¿Pero? —pregunta Joseph.
Suspiro.
—Es que no quiero quitarle toda la personalidad a la casa.
—¿Personalidad?
—Sí. Lo que Gia propone es muy radical pero… bueno… Yo me enamoré de la casa como está… con todas sus imperfecciones.
Joseph arruga la frente como si eso fuera un anatema para él.
—Me gusta como está —susurro. ¿Se va a enfadar por eso?
Me mira fijamente.
—Quiero que la casa sea como tú desees. Lo que tú desees. Es tuya.
—Pero yo también quiero que te guste a ti. Que también seas feliz en ella.
—Yo seré feliz donde tú estés. Es así de simple, ______. —Me sostiene la mirada. Está siendo absolutamente sincero. Parpadeo a la vez que el corazón se me llena de amor. Dios, cuánto me quiere.
—Bueno —continúo tragando saliva para intentar aliviar el nudo de emoción que siento en la garganta—, me gusta la pared de cristal. Será mejor que le pidamos que la incorpore a la casa de una forma más comprensiva.
Joseph sonríe.
—Claro. Lo que tú digas. ¿Y lo que ha propuesto para el piso de arriba y el sótano?
—Eso me parece bien.
—Perfecto.
Bueno… creo que es hora de hacer la pregunta del millón de dólares.
—¿Vas a querer poner allí también un cuarto de juegos? —Siento que me ruborizo. Joseph levanta las cejas.
—¿Tú quieres? —me pregunta sorprendido y divertido al mismo tiempo.
Me encojo de hombros.
—Mmm… Si tú quieres…
Me mira durante un momento.
—Dejemos todas las opciones abiertas por el momento. Después de todo, va a ser una casa para criar niños.
Me sorprendo al notar una punzada de decepción. Supongo que tiene razón, pero… ¿cuándo vamos a tener esa familia? Pueden pasar años.
—Además, podemos improvisar.
—Me gusta improvisar —murmuro.
Él sonríe.
—Hay algo que me gustaría hablar contigo —dice Joseph señalando el dormitorio principal y empezamos una detallada discusión sobre baños y vestidores separados.
Cuando terminamos ya son las nueve y media de la noche.
—¿Tienes que volver a trabajar? —le pregunto a Joseph mientras enrolla los planos.
—No si tú no quieres —asegura sonriendo—. ¿Qué te apetece hacer?
—Podríamos ver un poco la tele. —No tengo ganas de leer ni de irme a la cama… todavía.
—Bien —acepta alegremente Joseph y yo le sigo hasta la sala de la televisión.
Solo nos hemos sentado allí tres o cuatro veces, y normalmente Joseph se dedica a leer. A él no le interesa la televisión. Me acurruco a su lado en el sofá, encogiendo las piernas bajo el cuerpo y apoyando la cabeza en su hombro. Enciende la tele plana con el mando a distancia y cambia de canal mecánicamente.
—¿Hay alguna tontería en particular que te apetezca ver?
—No te gusta mucho la televisión, ¿verdad? —le digo sardónicamente.
Él niega con la cabeza.
—Es una pérdida de tiempo, pero no me importa ver algo contigo.
—Podríamos meternos mano.
Se gira bruscamente para mirarme.
—¿Meternos mano? —Por la forma en que me mira, parece que acabara de nacerme una segunda cabeza. Para de cambiar de canal, dejando la televisión en un frívolo culebrón hispano.
—Sí… —¿Por qué me mira así de horrorizado?
—Podemos irnos a la cama a meternos mano.
—Eso es lo que hacemos siempre. ¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste sentado delante de la tele? —le pregunto tímida y provocativa al mismo tiempo.
Se encoge de hombros y niega con la cabeza. Vuelve a pulsar el botón del mando y pasa unos cuantos canales hasta quedarse en uno en el que emiten un episodio antiguo de Expediente X.
—¿Joseph?
—Yo nunca he hecho algo así —dice en voz baja.
—¿Nunca?
—No.
—¿Ni con la señora Robinson?
Ríe burlón.
—Nena, hice un montón de cosas con la señora Robinson, pero meternos mano no fue una de ellas. —Me sonríe y después una curiosidad divertida le hace entornar los ojos—. ¿Y tú?
Me sonrojo.
—Claro que sí. —Bueno, algo así…
—¿Qué? ¿Con quién?
Oh, no. No quiero hablar de esto.
—Dímelo —insiste.
Me quedo mirando mis dedos entrelazados. Él me cubre suavemente las manos con una de las suyas. Cuando levanto la vista, me está sonriendo.
—Quiero saberlo. Para poder romperle todos los huesos.
Suelto una risita.
—Bueno, la primera vez…
—¿La primera vez? ¿Es que lo has hecho con más de un hijo de puta? —pregunta indignado.
Vuelvo a reír.
—¿Por qué se sorprende tanto, señor Jonas?
Frunce un poco el ceño, se pasa una mano por el pelo y me mira como si de repente le pareciera alguien completamente diferente. Se encoge de hombros.
—Me sorprende… quiero decir, dada tu falta de experiencia.
Me ruborizo.
—Creo que ya he compensado eso desde que te conocí.
—Cierto —asegura sonriendo—. Dímelo, quiero saberlo.
Sus ojos ambarinos me miran con paciencia y yo me sumerjo en ellos intentando adivinar su humor. ¿Se va a poner furioso o de verdad quiere saberlo? No quiero ponerle de mal humor… se pone imposible cuando está de mal humor.
—¿De verdad quieres que te lo cuente?
Asiente lentamente una vez más y sus labios se curvan en una sonrisa arrogante y divertida.
—Estaba pasando una temporada en Texas con mi madre y su marido número tres. Iba a mi instituto. Se llamaba Bradley y era mi compañero de laboratorio en física.
—¿Cuántos años tenías?
—Quince.
—¿Y qué hace él ahora?
—No lo sé.
—¿Hasta dónde llegó?
—¡Joseph! —le regaño. Y de repente me agarra las rodillas, después los tobillos y me empuja de forma que caigo sobre el sofá. Se tumba encima de mí, atrapándome bajo su cuerpo, con una pierna entre las mías. Ha sido todo tan repentino que chillo por la sorpresa. Me coge las manos y me las sujeta por encima de la cabeza.
—Vamos a ver, este Bradley ¿superó el primer nivel? —murmura acariciándome la nariz con la suya. Me da unos besos suaves en la comisura de la boca.
—Sí —susurro contra sus labios. Me suelta una de las manos para poder agarrarme la barbilla para que me esté quieta mientras me mete la lengua en la boca y yo me rindo a su beso ardiente.
—¿Así? —jadea Joseph cuando se separa de mí para respirar.
—No… Nada parecido —consigo decir aunque se me está acumulando la sangre por debajo de la cintura.
Me suelta la barbilla y me acaricia todo el cuerpo con la mano para finalmente volver hasta mi pecho.
—¿Y te hizo esto? ¿Te tocó así? —Pasa el pulgar por mi pezón por encima de la ropa suavemente, una y otra vez, y la carne responde a su contacto experto endureciéndose.
—No —digo retorciéndome bajo su cuerpo.
—¿Y llegó al segundo nivel? —me susurra al oído. Su mano baja por mis costillas y sigue por encima de mi cintura hasta mi cadera. Me agarra el lóbulo de la oreja entre los dientes y tira suavemente.
—No —jadeo.
Mulder desde la televisión cuenta algo sobre los menos buscados por el FBI. Joseph se detiene, se estira y pulsa un botón del mando para dejar a la tele sin sonido. Me mira.
—¿Y qué pasó con el segundo? ¿Pasó él del segundo nivel?
Sus ojos arden… ¿de furia? ¿De excitación? Es difícil saberlo. Se mueve para quedar junto a mi costado y mete la mano por debajo de mis pantalones.
—No —le susurro atrapada en su mirada lasciva. Joseph sonríe malicioso.
—Bien. —Me cubre el sexo con la mano—. No lleva bragas, señora Jonas. Me gusta. —Me besa y sus dedos se ponen a hacer magia otra vez; el pulgar me roza el clítoris, excitándome, mientras el dedo índice se introduce dentro de mí con una lentitud exquisita.
—Se supone que solo íbamos a meternos mano —gimo.
Joseph se queda quieto.
—Creía que eso estábamos haciendo.
—No. Meterse mano no implica sexo.
—¿Qué?
—Nada de sexo…
—Ah, nada de sexo… —Saca la mano de mis pantalones—. Bien.
Recorre la línea de mis labios con el dedo índice de forma que me hace saborear mi sabor salado. Me introduce el dedo en la boca exactamente igual que estaba haciendo hace un minuto en otra parte de mi cuerpo. Entonces se mueve para meterse entre mis piernas y aprieta su erección contra mí. Me empuja una vez, dos y una tercera. Doy un respingo cuando la tela de mi chándal me frota justo en el sitio correcto. Vuelve a empujar, restregándose contra mí.
—¿Esto es lo que quieres? —me dice moviendo las caderas rítmicamente, balanceándose contra mi cuerpo.
—Sí —digo en un gemido.
Su mano vuelve a concentrarse en mi pezón otra vez y me roza la mandíbula con los dientes.
—¿Sabes lo excitante que eres, ______? —Su voz suena ronca mientras no deja de empujar contra mí. Abro la boca para responderle, pero no puedo y, en vez de eso, suelto un fuerte gemido. Me atrapa la boca otra vez y me tira del labio inferior con los dientes antes de meterme la lengua en la boca. Me suelta la otra muñeca y mis manos suben ansiosas por sus hombros hasta su pelo mientras me besa. Cuando le tiro del pelo —gruñe y me mira—. Ah…
—¿Te gusta que te toque? —le pregunto en un susurro.
Arruga un momento la frente como si no entendiera la pregunta. Deja de empujar contra mí.
—Claro que sí. Me encanta que me toques, ______. En lo que respecta a tu contacto, soy como un hombre hambriento delante de un banquete. —Su voz rezuma sinceridad apasionada.
Oh, Dios… Se arrodilla entre mis piernas y me obliga a incorporarme para quitarme la parte de arriba. No llevo nada debajo. Agarra el dobladillo de su camisa, se la quita por la cabeza y la tira al suelo. Me levanta para colocarme en su regazo mientras sigue de rodillas y me sujeta justo por encima del trasero.
—Tócame —me pide en un jadeo.
Oh, madre mía… Con cautela extiendo las manos y le rozo con la punta de los dedos la zona cubierta por el vello de su pecho sobre el esternón, encima de las cicatrices de quemaduras. Él inspira bruscamente y sus pupilas se dilatan, pero no es por el miedo. Es una respuesta sensual a mi contacto. Observa cómo mis dedos rozan delicadamente su piel hasta alcanzar primero a una tetilla y después a la otra. Se endurecen al sentir mi contacto. Me inclino hacia delante, le doy besitos por el pecho y mis manos suben hasta sus hombros. Siento las líneas duras y trabajadas de los tendones y los músculos. Guau… está en buena forma.
—Te deseo —me susurra y eso desencadena mi libido.
Mis dedos se hunden en su pelo y tiro de su cabeza hacia atrás para atrapar su boca. Siento que un fuego me consume el vientre. Él suelta un gruñido y me empuja sobre el sofá. Se sienta y me arranca los pantalones del chándal a la vez que se abre la bragueta.
—Último nivel —me susurra y entra en mi interior con un movimiento rápido.
—Ah… —gimo y él se queda quieto y me coge la cara entre las manos.
—Te amo, señora Jonas —me dice en un susurro y después me hace el amor muy lento y muy suave hasta que reviento gritando su nombre y envolviéndole con mi cuerpo porque no quiero dejarle ir.
Estoy tumbada sobre su pecho en el suelo de la sala de la televisión.
—Sabes que te has saltado totalmente el tercer nivel, ¿no? —Mis dedos siguen la línea de sus músculos pectorales.
Él ríe.
—La próxima vez. —Me da un beso en el pelo.
Levanto la cabeza y miro la pantalla, donde ahora aparecen los créditos finales de Expediente X. Joseph coge el mando y vuelve a encender el sonido.
—¿Te gustaba esa serie? —le pregunto.
—Sí, cuando era pequeño.
Oh… Joseph de pequeño: kickboxing, Expediente X y nada de contacto físico.
—¿Y a ti? —me pregunta.
—Es anterior a mi época.
—Eres tan joven… —dice Joseph sonriendo con cariño—. Me gusta esto de meternos mano en el sofá, señora Jonas.
—A mí también, señor Jonas. —Le beso en el pecho y vemos en silencio el final de Expediente X y la irrupción de los anuncios—. Han sido tres semanas perfectas, Joseph. A pesar de las persecuciones, los incendios y los ex jefes psicópatas, ha sido como estar en nuestra propia burbuja privada —le digo con aire soñador.
—Mmm… —Joseph ronronea desde el fondo de la garganta—. No sé si estoy preparado para compartirte con el resto del mundo.
—Mañana vuelta a la realidad —le digo intentando mantener a raya la melancolía de mi voz.
Joseph suspira y se pasa la mano por el pelo.
—Hay que aumentar la seguridad… —Le pongo un dedo sobre los labios. No quiero volver a oír esa canción.
—Lo sé. Y seré buena. Lo prometo. —Lo que me recuerda… Me muevo y me incorporo sobre un codo para verle mejor—. ¿Por qué le estabas gritando a Sawyer?
Se pone tenso inmediatamente. Oh, mierda.
—Porque nos han seguido.
—Eso no es culpa de Sawyer.
Me mira fijamente.
—No deben permitir que haya tanta distancia entre ellos y nosotros. Y lo saben.
Me sonrojo sintiéndome culpable y vuelvo a descansar sobre su pecho. Ha sido culpa mía. Yo quería librarme de ellos.
—Eso no es…
—¡Basta! —me corta de repente Joseph—. Esto está fuera de toda discusión, ______. Es un hecho, y así seguro que no permiten que se vuelva a repetir.
¡______! Cuando me meto en problemas soy ______, igual que cuando estaba en casa con mi madre.
—Bien —accedo para aplacarle. No quiero pelear—. ¿Consiguió Ryan alcanzar a la mujer del Dodge?
—No. Y no estoy convencido de que fuera una mujer.
—¿Ah, no? —exclamo incorporándome de nuevo.
—Sawyer vio a alguien con el pelo recogido, pero solo fue un momento. Asumió que era una mujer. Pero ahora que has identificado a ese hijo de puta, tal vez fuera él. Solía llevar el pelo así. —Noto cierta repulsión en la voz de Joseph.
No sé qué pensar de lo que me acaba de contar. Joseph me acaricia la espalda desnuda con la mano, lo que me distrae.
—Si te pasara algo… —susurra con la mirada seria y los ojos muy abiertos.
—Lo sé —le digo—. A mí me pasa lo mismo contigo. —Me estremezco solo de pensarlo.
—Ven. Vas a coger frío —me dice a la vez que se incorpora—. Vamos a la cama. Podemos ocuparnos del tercer nivel allí. —Me sonríe con una sonrisa perversa. Tan temperamental como siempre: apasionado, enfadado, ansioso, sexy… Mi Cincuenta Sombras. Me coge la mano y tira de mí para ponerme de pie. Y totalmente desnuda voy detrás de él, cruzando salón, hasta el dormitorio.
A la mañana siguiente, Joseph me aprieta la mano cuando aparcamos justo delante del edificio de SIP. Ahora ya vuelve a parecer el ejecutivo poderoso con su traje azul marino, la corbata a juego y la sonrisa. No se había puesto así de elegante desde que fuimos al ballet en Montecarlo.
—Sabes que no hace falta que vayas, ¿verdad? —me recuerda Joseph. Estoy tentada de poner los ojos en blanco.
—Lo sé —le susurro, porque no quiero que nos oigan Sawyer y Ryan, que están en los asientos delanteros del Audi. Frunce el ceño y yo sonrío—. Pero quiero hacerlo —continúo—. Ya lo sabes. —Me acerco y le doy un beso. Su ceño no desaparece—. ¿Qué te ocurre?
Mira inseguro a Ryan cuando Sawyer sale del coche.
—Voy a echar de menos tenerte para mí solo.
Estiro el brazo para acariciarle la cara.
—Yo también. —Le doy otro beso—. Ha sido una luna de miel preciosa. Gracias.
—A trabajar, señora Jonas.
—Y usted también, señor Jonas.
Sawyer abre la puerta. Le aprieto la mano a Joseph una vez más antes de salir del coche. Cuando me dirijo a la entrada del edificio, me giro para despedirme con la mano. Sawyer me sostiene la puerta y me sigue adentro.
—Hola, ______. —Claire me sonríe desde detrás del mostrador de recepción.
—Hola, Claire —la saludo y le devuelvo la sonrisa.
—Estás genial. ¿Una buena luna de miel?
—La mejor, gracias. ¿Qué tal por aquí?
—Roach está igual que siempre, pero han aumentado la seguridad y están revisando la sala del servidor. Pero ya te lo contará Hannah.
Claro que sí. Le dedico a Claire una sonrisa amable y me encamino a mi despacho.
Hannah es mi ayudante. Es alta, delgada y despiadadamente eficiente, hasta el punto de que a veces me resulta incluso intimidante. Pero es dulce conmigo a pesar de que es un par de años mayor que yo. Me está esperando con mi caffè latte de la mañana, el único café que le permito traerme.
—Hola, Hannah —la saludo cariñosamente.
—Hola, ______. ¿Qué tal la luna de miel?
—Fantástica. Toma… para ti. —Saco un frasquito de perfume que le he comprado y lo dejo sobre su mesa. Ella aplaude encantada.
—¡Oh, gracias! —dice entusiasmada—. La correspondencia urgente está sobre tu mesa y Roach quiere verte a las diez. Eso es todo lo que tengo que decirte por ahora.
—Bien, gracias. Y gracias por el café. —Entro en mi despacho, pongo el maletín encima de mi escritorio y miro el montón de cartas. Hay mucho que hacer.
Justo antes de las diez oigo un golpecito tímido en la puerta.
—Adelante.
Elizabeth asoma la cabeza por la puerta.
—Hola, ______. Solo quería darte la bienvenida.
—Hola. La verdad es que, después de leer todas estas cartas, me gustaría volver a estar en el sur de Francia.
Elizabeth ríe, pero su risa suena forzada. Ladeo la cabeza y la miro como Joseph suele mirarme a mí.
—Me alegro de que estés de vuelta sana y salva —dice—. Te veo dentro de unos minutos en la reunión con Roach.
—Bien —le respondo y ella se va y cierra la puerta al salir. Frunzo el ceño mirando la puerta cerrada. ¿De qué iba eso? Me encojo de hombros. Oigo el sonido de un nuevo correo entrante: es un mensaje de Joseph.
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 22 de agosto de 2011 09:56
Para: ______ Steele
Asunto: Esposas descarriadas
Esposa:
Te he enviado el correo que encontrarás más abajo y me ha venido devuelto. Y eso es porque no te has cambiado el apellido. ¿Hay algo que quieras decirme?
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Adjunto:
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 22 de agosto de 2011 09: 32
Para: ______ Jonas
Asunto: Burbuja
Señora Jonas:
El amor cubre todos los niveles con usted. Que tenga un buen primer día tras la vuelta. Ya echo de menos nuestra burbuja. x
Joseph Jonas
De vuelta al mundo real y presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Mierda. Pulso «Responder» inmediatamente.
____________________
De: ______ Steele
Fecha: 22 de agosto de 2011 09: 58
Para: Joseph Jonas
Asunto: No explotes la burbuja
Esposo:
Me encanta su metáfora de los niveles, señor Jonas. Quiero seguir manteniendo mi apellido de soltera aquí. Se lo explicaré esta noche. Ahora tengo que irme a una reunión. Yo también echo de menos nuestra burbuja…
PD: Creía que debía utilizar la BlackBerry para esto…
______ Steele
Editora de SIP
Vaya pelea vamos a tener, lo sé… Suspiro y cojo mis papeles para asistir a la reunión.
La reunión dura dos horas. Asisten a ella todos los editores además de Roach y Elizabeth. Hablamos de personal, estrategias, marketing, seguridad y los resultados de fin de temporada. Según va progresando la reunión me siento cada vez más incómoda. Se ha producido un cambio sutil en la forma de tratarme de mis colegas; ahora imponen cierta distancia y deferencia que no existía antes de que me fuera de luna de miel. Y por parte de Courtney, que es quien lleva el departamento de no ficción, lo que noto es una clarísima hostilidad. Tal vez estoy siendo un poco paranoica, pero esto parece ir en la línea del extraño recibimiento de Elizabeth de esta mañana.
Mi mente vuelve al yate, después al cuarto de juegos y por fin al R8 escapando a toda velocidad del misterioso Dodge por la interestatal 5. Quizá Joseph tenga razón y ya no pueda seguir trabajando. Solo pensarlo me pone triste; esto es lo que he querido siempre. Y si no puedo hacerlo, ¿qué voy a hacer? Intento apartar esos pensamientos sombríos de camino a mi despacho.
Me siento frente a mi mesa y abro mi correo. No hay nada de Joseph. Compruebo la BlackBerry… Tampoco hay nada. Bien. Al menos no ha habido una reacción perjudicial ante mi correo anterior. Seguramente hablaremos de ello esta noche, como le he pedido. Me cuesta creerlo, pero ignoro la incomodidad que siento y abro el plan de marketing que me han dado en la reunión.
Como manda el ritual, los lunes Hannah entra en el despacho con un plato para mí —tengo mi tartera con la comida preparada por la señora Jones—, y las dos comemos juntas, hablando de lo que queremos hacer durante la semana. Me pone al día de los cotilleos de la oficina, de los que, teniendo en cuenta que he estado tres semanas fuera, estoy bastante desconectada. Mientras hablamos, alguien llama a la puerta.
—Adelante.
Roach abre la puerta y a su lado aparece Joseph. Me quedo sin palabras momentáneamente. Joseph me lanza una mirada abrasadora y entra. Después le sonríe educadamente a Hannah.
—Hola, tú debes de ser Hannah. Yo soy Joseph Jonas —le dice. Hannah se apresura a ponerse de pie y le estrecha la mano.
—Hola, señor Jonas. Es un placer conocerle —balbucea mientras le estrecha la mano—. ¿Quiere que le traiga un café?
—Sí, por favor —le pide amablemente. Hannah me mira con expresión asombrada y sale apresuradamente pasando al lado de Roach, que sigue mudo en el umbral de mi despacho.
—Si nos disculpas, Roach, me gustaría hablar con la «señorita» Steele. —Joseph alarga la S con cierto sarcasmo.
Por eso ha venido… Oh, mierda.
—Por supuesto, señor Jonas. ______ —murmura Roach y cierra la puerta de mi despacho al salir. Por fin recupero el habla.
—Señor Jonas, qué alegría verle —le digo sonriéndole con demasiada dulzura.
—«Señorita» Steele, ¿puedo sentarme?
—La empresa es tuya —le digo señalando la silla que acaba de abandonar Hannah.
—Sí. —Me sonríe con malicia, pero la sonrisa no le alcanza los ojos. Su tono es cortante. Echa chispas por la tensión; lo noto a mi alrededor. Mierda. Se me cae el alma a los pies—. Tienes un despacho muy pequeño —me dice mientras se sienta a la mesa.
—Está bien para mí.
Me mira de forma neutral y me doy cuenta de que está furioso. Inspiro hondo. Esto no va a ser divertido.
—¿Y qué puedo hacer por ti, Joseph?
—Estoy examinando mis activos.
—¿Tus activos? ¿Todos?
—Todos. Algunos necesitan un cambio de nombre.
—¿Cambio de nombre? ¿Qué quieres decir con eso?
—Creo que ya sabes a qué me refiero —dice con voz amenazadoramente tranquila.
—No me digas que has interrumpido tu trabajo después de tres semanas fuera para venir aquí a pelear conmigo por mi apellido. ¡Yo no soy uno de tus activos!
Se remueve en su asiento y cruza las piernas.
—No a pelear exactamente. No.
—Joseph, estoy trabajando.
—A mí me ha parecido que estabas cotilleando con tu ayudante.
Me ruborizo.
—Estábamos repasando los horarios —le respondo—. Y no me has contestado a la pregunta.
Llaman a la puerta.
—¡Adelante! —digo demasiado alto.
Hannah abre la puerta. Lleva una bandeja: jarrita de leche, azucarero, café en cafetera francesa… Se ha tomado muchas molestias. Coloca la bandeja en mi mesa.
—Gracias, Hannah —le digo avergonzada de haberle gritado.
—¿Necesita algo más, señor Jonas? —le pregunta con la voz entrecortada. Estoy a punto de poner los ojos en blanco.
—No, gracias, eso es todo. —Le sonríe con esa sonrisa brillante y arrebatadora que haría que a cualquier mujer se le cayeran las bragas. Ella se ruboriza y sale con una sonrisita tonta en los labios. Joseph vuelve a centrar su atención en mí—. Vamos a ver, «señorita» Steele, ¿dónde estábamos?
—Estabas interrumpiendo mi trabajo de una forma muy maleducada para pelear por mi apellido.
Joseph parpadea. Está sorprendido, supongo que por la vehemencia que ha notado en mi voz. Con mucho cuidado se quita una pelusa invisible de la rodilla con sus largos y hábiles dedos. Es una distracción. Lo está haciendo a propósito. Entorno los ojos al mirarle.
—Me gusta hacer visitas sorpresa. Mantiene a la dirección siempre alerta y a las esposas en su lugar. Ya sabes… —Se encoge de hombros con una expresión arrogante.
¡A las esposas en su lugar!
—No sabía que tuvieras tiempo para eso —le contesto.
De repente su mirada es gélida.
—¿Por qué no te quieres cambiar el apellido aquí? —pregunta con la voz mortalmente tranquila.
—Joseph, ¿tenemos que discutir eso ahora?
—Ya que estoy aquí, no veo por qué no.
—Tengo una tonelada de trabajo que hacer tras tres semanas de vacaciones.
Su mirada sigue siendo fría y calculadora… distante incluso. Me asombra que pueda ser tan frío después de lo de anoche, de lo de las últimas tres semanas. Mierda. Tiene que estar hecho una furia, una verdadera furia. ¿Cuándo va a aprender a no sacar las cosas de quicio?
—¿Te avergüenzas de mí? —me pregunta con voz engañosamente suave.
—¡No! Joseph, claro que no. —Le miro con el ceño fruncido—. Esto tiene que ver conmigo, no contigo. —Oh… A veces es exasperante. Estúpido megalómano dominante…
—¿Cómo puede no tener que ver conmigo? —Ladea la cabeza, auténticamente perplejo, y parte de la distancia anterior desaparece. Me mira con los ojos muy abiertos y me doy cuenta de que está dolido. Mierda, he herido sus sentimientos. Oh, no… Él es la última persona a la que querría hacer daño. Tengo que conseguir que lo entienda, explicarle las razones de mi decisión.
—Joseph, cuando acepté este trabajo acababa de conocerte —empiezo a decir con mucha paciencia, esforzándome por encontrar las palabras—. No sabía que ibas a comprar la empresa…
¿Y qué decir de ese acontecimiento de nuestra breve historia? Sus trastornadas razones para hacerlo: su obsesión por el control, su tendencia al acoso llevada hasta el extremo porque nadie le ponía coto por lo rico que es… Sé que quiere mantenerme a salvo, pero el hecho de que sea el dueño de Seattle Independent Publishing es el problema fundamental aquí. Si no hubiera interferido, yo podría seguir con normalidad mi vida sin tener que enfrentarme al descontento que expresan en voz baja mis compañeros cuando no les oigo. Me tapo la cara con las manos solo para romper el contacto visual con él.
—¿Por qué es tan importante para ti? —le pregunto, desesperada por intentar aplacar su crispación. Le miro y tiene una expresión impasible, sus ojos brillantes ya no comunican nada; su dolor anterior ha quedado oculto. Pero mientras hago la pregunta me doy cuenta de que en el fondo sé muy bien la respuesta sin que me la diga.
—Quiero que todo el mundo sepa que eres mía.
—Soy tuya, mira —le digo levantando la mano izquierda y mostrándole los anillos de boda y de compromiso.
—Eso no es suficiente.
—¿No es suficiente que me haya casado contigo? —le pregunto con un hilo de voz.
Parpadea al ver el horror en mi cara. ¿Qué puedo decirle? ¿Qué más puedo hacer?
—No quería decir eso —se disculpa y se pasa la mano por su pelo demasiado largo de forma que le cae sobre la frente.
—¿Y qué querías decir?
Traga saliva.
—Quiero que tu mundo empiece y acabe conmigo —me dice con la expresión dura. Lo que acaba de enunciar me desconcierta totalmente. Es como si me hubiera dado un puñetazo fuerte en el estómago, haciéndome daño y dejándome sin aire. Y la imagen que me viene a la mente es la de un niño pequeño asustado, con el pelo castaño, los ojos ambarinos y la ropa sucia, arrugada y que no es de su talla.
—Pero si así es… —le contesto sin pensarlo porque es la verdad—. Pero estoy intentando forjarme una carrera y no quiero utilizar tu nombre para eso. Tengo que hacer algo, Joseph. No puedo quedarme encerrada en el Escala o en la casa nueva sin nada que hacer. Me volvería loca. Me asfixiaría. He trabajado toda mi vida y esto me gusta. Es el trabajo con el que soñaba, el que siempre había deseado. Pero que mantenga este trabajo no significa que te quiera menos. Tú eres lo más importante para mí. —Se me cierra la garganta y se me llenan los ojos de lágrimas. No, aquí no… Me repito una y otra vez en mi cabeza: No voy a llorar. No voy a llorar.
Se me queda mirando sin decir nada. Después frunce el ceño, como si estuviera reflexionando sobre lo que he dicho.
—¿Yo te asfixio? —me pregunta con la voz lúgubre, y es como un eco de lo que me ha preguntado antes.
—No… sí… no. —Qué conversación más irritante. Y además es algo que preferiría no tener que hablar aquí. Cierro los ojos y me froto la frente intentando descubrir cómo hemos llegado a esto—. Estamos hablando de mi apellido. Quiero mantener mi apellido porque quiero marcar una distancia entre tú y yo… Pero solo en el trabajo, solo aquí. Ya sabes que todo el mundo cree que he conseguido el empleo por ti, cuando en realidad no es… —Me interrumpo en seco cuando sus ojos se abren mucho. Oh, no… ¿Ha sido por él?
—¿Quieres saber por qué conseguiste el trabajo, ______?
¿______? Mierda.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
Se revuelve en la silla como si se estuviera armando de valor. ¿De verdad quiero saberlo?
—La dirección te dio el puesto de Hyde temporalmente. No querían contratar a un ejecutivo con experiencia teniendo en cuenta que se estaba negociando la venta de la empresa. No tenían ni idea de lo que iba a hacer el nuevo dueño cuando la empresa cambiara de manos. Por eso, con buen criterio, decidieron no hacer un gasto más. Así que te dieron a ti el puesto de Hyde, para que te ocuparas de todo hasta que el nuevo dueño —hace una pausa y sus labios forman una sonrisa irónica—, es decir, yo, se hiciera cargo.
Oh, maldita sea…
—¿Qué quieres decir? —De modo que sí que ha sido por él. ¡Joder! Estoy horrorizada.
Sonríe y niega con la cabeza al ver mi expresión.
—Relájate. Has estado más que a la altura del desafío. Lo has hecho muy bien. —Percibo un toque de orgullo en su voz y eso casi es mi perdición.
—Oh —digo sin saber muy bien qué hacer mientras mi mente procesa como loca esas noticias. Me acomodo mejor en la silla con la boca abierta y mirándole. Él vuelve a cambiar de postura.
—No quiero asfixiarte, ______. Ni meterte en una jaula de oro. Bueno… —dice y la cara se le oscurece—. Bueno, mi parte racional no quiere. —Se acaricia la barbilla pensativo mientras su mente va imaginando algún plan.
¿Adónde quiere llegar con esto? Joseph me mira de repente, como si acabara de tener una iluminación.
—Pero una de las razones por las que estoy aquí, aparte de tratar algunas cosas con mi esposa descarriada… —dice entornando los ojos—, es para hablar de lo que voy a hacer con esta empresa.
¡Esposa descarriada! ¡Yo no estoy descarriada y no soy uno de sus activos! Miro a Joseph con el ceño fruncido y desaparece la amenaza de las lágrimas.
—¿Y cuáles son tus planes? —Ladeo la cabeza igual que él y no puedo evitar el tono sarcástico.
Sus labios se curvan formando un principio de sonrisa. Guau, cambio de humor, ¡otra vez! ¿Cómo voy a poder seguir alguna vez a este hombre tan temperamental?
—Le voy a cambiar el nombre a la empresa… La voy a llamar Jonas Publishing.
¡Oh, vaya!
—Y dentro de un año va a ser tuya.
Me quedo con la boca abierta de nuevo, esta vez un poco más.
—Es mi regalo de boda para ti.
Cierro la boca y vuelvo a abrirla, intentando decir algo… Pero no se me ocurre nada. Tengo la mente en blanco.
—¿O te gusta más Steele Publishing?
Lo dice en serio. Oh, maldita sea…
—Joseph —le digo cuando por fin mi cerebro recupera la conexión con la boca—. Ya me regalaste el reloj… Y yo no sé llevar una empresa.
Ladea otra vez la cabeza y me mira con el ceño fruncido, censurándome.
—Yo llevo mis negocios desde que tenía veintiún años.
—Pero tú eres… tú. Un obseso del control y un genio extraordinario. Por Dios, Joseph, pero si te especializaste en economía en Harvard… Tienes cierta idea de lo que haces. Yo he vendido pinturas y bridas para cables a tiempo parcial durante tres años. Por favor… He visto tan poco del mundo que prácticamente no sé nada. —Mi tono de voz va subiendo y haciéndose cada vez más alto y más agudo según me voy acercando al final de mi explicación.
—Eres la persona que más ha leído de todas las que conozco —me responde con total sinceridad—. Te vuelven loca los buenos libros. No podías dejar tu trabajo ni cuando estábamos de luna de miel. ¿Cuántos manuscritos te leíste? ¿Cuatro?
—Cinco —le corrijo en un susurro.
—Y has escrito informes completos de todos ellos. Eres una mujer brillante, ______. Estoy seguro de que puedes hacerlo.
—¿Estás loco?
—Loco por ti —murmura.
Yo sonrío como una boba porque es todo lo que puedo hacer. Entorna los ojos.
—Todo el mundo se va a burlar de ti, Joseph. Has comprado una empresa para una mujer que en su vida adulta solo ha tenido un trabajo a tiempo completo durante unos pocos meses.
—¿Crees que me importa una mierda lo que piense la gente? Además, no estarás sola.
Vuelvo a mirarle con la boca abierta. Esta vez sí que ha perdido la cabeza.
—Joseph, yo… —Tengo que apoyar la cabeza en las manos porque siento un torbellino de emociones. ¿Está loco? Desde algún lugar oscuro y profundo de mi interior me surge la repentina e inapropiada necesidad de reírme. Cuando levanto la vista para mirarle, él tiene los ojos muy abiertos.
—¿Hay algo que le divierta, señorita Steele?
—Sí. Tú.
Sus ojos se abren un poco más, asombrados y a la vez divertidos.
—¿Te estás riendo de tu marido? No deberías. Y te estás mordiendo el labio.
Sus ojos se oscurecen de esa forma… Oh, no… Conozco esa mirada. Sensual, seductora, lasciva… ¡No, no, no! Aquí no.
—Ni se te ocurra —le aviso con la voz llena de alarma.
—¿Que ni se me ocurra qué, ______?
—Conozco esa mirada. Estamos en el trabajo…
Se inclina un poco hacia delante con sus ojos, ámbar líquido y ávidos, fijos en los míos. Oh, madre mía… Trago saliva instintivamente.
—Estamos en un despacho pequeño, razonablemente insonorizado y con una puerta que se puede cerrar con llave —me susurra.
—Comportamiento inmoral flagrante —le digo pronunciando las palabras con mucho cuidado.
—No si es con tu marido.
—¿Y si es el jefe del jefe de mi jefe? —le pregunto entre dientes.
—Eres mi mujer.
—Joseph, no. Lo digo en serio. Esta noche puedes follarme mil veces peor que el domingo. Pero ahora no. ¡Aquí no!
Parpadea y vuelve a entornar los ojos. Y después ríe inesperadamente.
—¿Mil veces peor que el domingo? —dice arqueando una ceja, intrigado—. Puede que luego utilice esas palabras en su contra, señorita Steele.
—¡Oh, deja ya lo de señorita Steele! —exclamo y doy un golpe en la mesa que nos sobresalta a los dos—. Por el amor de Dios, Joseph. ¡Si significa tanto para ti, me cambiaré el apellido!
Abre la boca e inhala bruscamente. Y después esboza una sonrisa radiante, alegre, mostrando todos los dientes. Guau…
—Bien —dice juntando las manos y se levanta de repente.
¿Y ahora qué?
—Misión cumplida. Ahora tengo trabajo. Si me disculpa, señora Jonas.
¡Arg! ¡Este hombre es exasperante!
—Pero…
—¿Pero qué, señora Jonas?
Yo dejo caer los hombros.
—Nada. Vete.
—Eso iba a hacer. Te veo esta noche. Estoy deseando poner en práctica lo de mil veces peor que el domingo.
Frunzo el ceño.
—Oh, y tengo un montón de compromisos sociales relacionados con los negocios en los próximos días y quiero que me acompañes.
Le miro boquiabierta. ¿Por qué no se va de una vez?
—Le diré a Andrea que llame a Hannah para que ponga las citas en su agenda. Hay algunas personas a las que tienes que conocer. Deberías hacer que Hannah se ocupara de tus citas de ahora en adelante.
—Está bien —digo completamente desconcertada, perpleja y asombrada.
Joseph se inclina sobre mi escritorio. ¿Y ahora qué? Me quedo atrapada en su mirada hipnótica.
—Me encanta hacer negocios con usted, señora Jonas. —Se acerca más. Yo sigo sentada y paralizada y él me da un suave y tierno beso en los labios—. Hasta luego, nena —susurra y se levanta bruscamente, me guiña un ojo y se va.
Apoyo la cabeza en el escritorio sintiéndome como si acabara de arrollarme un tren de mercancías; mi querido esposo es como un tren de mercancías. Seguro que no hay un hombre más frustrante, irritante y contradictorio en todo el planeta. Me vuelvo a sentar correctamente y me froto los ojos. Pero ¿a qué acabo de acceder? ______ Jonas dirigiendo Seattle Independent Publishing… quiero decir, Jonas Publishing. Ese hombre está loco. Oigo que llaman a la puerta y Hannah asoma la cabeza.
—¿Estás bien? —me pregunta.
Solo soy capaz de quedarme mirándola fijamente. Ella frunce el ceño.
—Sé que no te gusta que haga estas cosas por ti, pero puedo hacerte un té si quieres.
Asiento.
—Twinings English Breakfast. Poco cargado y sin leche, ¿verdad?
Asiento.
—Ahora mismo, ______.
Me quedo con la mirada vacía clavada en la pantalla del ordenador, todavía conmocionada. ¿Cómo voy a hacer que lo entienda? Oh, con un correo…
____________________
De: ______ Steele
Fecha: 22 de agosto de 2011 14: 23
Para: Joseph Jonas
Asunto: ¡YO NO SOY UNO DE SUS ACTIVOS!
Señor Jonas:
La siguiente vez que venga a verme, pida una cita para que al menos pueda prepararme con antelación para su megalomanía dominante de adolescente.
Tuya: ______ Jonas <—fíjate en el nombre.
Editora de SIP
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 22 de agosto de 2011 14: 34
Para: ______ Steele
Asunto: Mil veces peor que el domingo
Mi querida señora Jonas (con énfasis en el «mi»):
¿Qué puedo decir en mi defensa? Pasaba por allí… Y no, usted no es uno de mis activos, es mi amada esposa. Como siempre, me ha alegrado el día.
Joseph Jonas
Presidente y megalómano dominante de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Está intentando ser gracioso, pero no estoy de humor para reírme. Inspiro hondo y vuelvo a mi correspondencia.
Joseph está muy callado cuando me subo al coche esa noche.
—Hola —murmuro.
—Hola —me responde con cautela. Está bien que sea cauto ahora mismo.
—¿Has interrumpido el trabajo de alguien más hoy? —le pregunto con dulzura fingida.
La sombra de una sonrisa cruza por su cara.
—Solo el de Flynn.
Oh.
—La próxima vez que vayas a verle, te voy a hacer una lista de temas que quiero que trates con él.
—Parece un poco tensa, señora Jonas.
Miro fijamente las nucas de Ryan y Sawyer que están delante de nosotros. Joseph se revuelve a mi lado.
—Oye… —me dice en voz baja y me coge la mano.
Toda la tarde, que debía haber pasado concentrada en mi trabajo, he estado pensando qué le iba a decir. Pero con cada hora que pasaba me he ido enfadando cada vez más. Ya estoy harta de este comportamiento displicente, arrogante y muy infantil, la verdad. Aparto mi mano de la suya de una forma displicente, arrogante y muy infantil.
—¿Estás enfadada conmigo? —me pregunta.
—Sí —le respondo con los dientes apretados. Cruzo los brazos y miro por la ventana. Se revuelve en el asiento de nuevo, pero no me permito mirarle. No sé por qué estoy tan enfadada con él, pero lo estoy. Muy enfadada.
En cuanto aparcamos delante del Escala, rompo el protocolo: salto del coche con mi maletín y me encamino al edificio pisando fuerte sin comprobar si alguien me sigue. Ryan entra corriendo detrás de mí en el vestíbulo y se adelanta para llamar al ascensor antes de que yo llegue.
—¿Qué? —le digo cuando le alcanzo.
Él se sonroja.
—Mis disculpas, señora —murmura.
Llega Joseph y se queda de pie a mi lado esperando al ascensor. Ryan se aparta.
—¿Así que no solo estás enfadada conmigo? —pregunta Joseph. Le miro y noto un principio de sonrisa en su cara.
—¿Te estás riendo de mí? —digo entornando los ojos.
—No me atrevería —responde levantando las manos como si le estuviera amenazando con un arma. Sigue con su traje azul marino y parece fresco y limpio con el pelo caído de forma muy sexy y una expresión cándida.
—Tienes que cortarte el pelo —le digo. Le doy la espalda y entro en el ascensor.
—¿Ah, sí? —Se aparta un mechón de la frente y entra detrás de mí.
—Sí. —Pulso el código de nuestro piso en la consola.
—Veo que ahora me hablas…
—Lo justo.
—¿Y por qué estás enfadada exactamente? Necesito alguna pista —dice con precaución.
Me giro y le miro con la boca abierta.
—¿De verdad no tienes ni idea? Seguro que alguien tan inteligente como tú debe de tener algún indicio. No me puedo creer que seas tan obtuso.
Da un paso atrás alarmado.
—Estás muy enfadada, ya veo. Pensé que lo habíamos aclarado cuando estuve en tu despacho —me dice perplejo.
—Joseph, solo he capitulado ante tus demandas presuntuosas. Eso es todo lo que ha pasado.
Se abren las puertas del ascensor y salgo como una tromba. Taylor está de pie en el pasillo. Se aparta rápidamente y cierra la boca cuando paso a su lado echando humo.
—Hola, Taylor —le saludo.
—Hola, señora Jonas.
Dejo el maletín en el pasillo y me dirijo al salón. La señora Jones está cocinando.
—Buenas noches, señora Jonas.
—Hola, señora Jones —le respondo y me voy derecha al frigorífico y saco la botella de vino blanco. Joseph me sigue hasta la cocina y me observa como un halcón mientras saco una copa del armario. Se quita la chaqueta y la deja sobre la encimera—. ¿Quieres una copa? —le pregunto amablemente.
—No, gracias —dice sin apartar los ojos de mí y sé que se siente indefenso. No sabe qué hacer conmigo. Por una parte es cómico y por otra, trágico. ¡Bueno, que le den!
Me está costando encontrar mi parte compasiva desde nuestra reunión de esta tarde. Se quita lentamente la corbata y después se desabrocha el botón de arriba de la camisa. Me sirvo una copa grande de sauvignon blanc y Joseph se pasa una mano por el pelo. Cuando me giro la señora Jones ha desaparecido. ¡Mierda! Era mi escudo humano. Le doy un sorbo al vino. Mmm… Está muy bueno.
—Deja de hacer esto —me susurra Joseph. Da los dos pasos que nos separan y se queda de pie delante de mí. Me coloca el pelo detrás de la oreja con cariño y me acaricia el lóbulo de la oreja con la punta de los dedos, lo que me provoca un estremecimiento. ¿Es eso lo que he estado echando de menos todo el día? ¿Su contacto? Sacudo la cabeza, lo que hace que tenga que soltarme la oreja. Se me queda mirando—. Háblame —me pide.
—¿Y para qué? Si no me escuchas…
—Sí que te escucho. Eres una de las pocas personas a las que escucho.
Le doy otro sorbo al vino.
—¿Es por lo de tu apellido?
—Sí y no. Es por cómo has tratado el hecho de que discrepara contigo. —Le miro esperando que se enfade.
Frunce el ceño.
—______, ya sabes que tengo… problemas. No me resulta fácil soltarme en las cosas que tienen que ver contigo. Ya lo sabes.
—Pero yo no soy una niña ni uno de tus activos.
—Lo sé —suspira.
—Entonces deja de tratarme como si lo fuera —le suplico.
Me acaricia la mejilla con el dorso de los dedos y recorre la línea de mi labio inferior con la yema del pulgar.
—No te enfades. Eres muy valiosa para mí. Como un activo que no tiene precio, como un niño —me dice con una expresión sombría y reverente al mismo tiempo en la cara. Sus palabras me han distraído. Como un niño… Valioso como un niño… Un niño sería algo precioso para él.
—Pero no soy ninguna de esas cosas, Joseph. Soy tu esposa. Si te sentías dolido porque no iba a utilizar tu apellido, deberías habérmelo dicho.
—¿Dolido? —Vuelve a fruncir el ceño todavía más y sé que está considerando la posibilidad en su mente. Se yergue bruscamente, con el ceño aún fruncido, y le echa un vistazo a su reloj—. La arquitecta va a venir en menos de una hora. Deberíamos cenar.
Oh, no… Gruño para mí. No me ha contestado a la pregunta y ahora tengo que vérmelas con Gia Matteo. Mi día de mierda se está poniendo peor por momentos. Miro a Joseph con el ceño fruncido.
—Esta discusión no ha acabado —le advierto.
—¿Qué más tenemos que discutir?
—Podrías vender la empresa.
Joseph ríe incrédulo.
—¿Venderla?
—Sí.
—¿Crees que encontraría un comprador en el mercado actual?
—¿Cuánto te costó?
—Fue relativamente barata. —Suena a la defensiva.
—¿Y si se hunde?
Sonríe irónico.
—Sobreviviremos. Pero no dejaré que se hunda. No mientras tú trabajes allí.
—¿Y si lo dejo?
—¿Para hacer qué?
—No lo sé. Otra cosa.
—Me has dicho que este es el trabajo de tus sueños. Y corrígeme si me equivoco, pero he prometido ante Dios, el reverendo Walsh y una reunión de tus más allegados y queridos que animaré tus esperanzas y tus sueños y procuraré que estés segura a mi lado.
—Citar tus votos matrimoniales es juego sucio.
—Nunca te prometí juego limpio en lo que a ti respecta. Además —añade—, tú has utilizado tus votos como arma en algún momento.
Frunzo el ceño. Es cierto.
—______, si sigues enfadada conmigo, házmelo pagar luego en la cama. —Su voz es de repente baja y está llena de una necesidad sensual. Su mirada arde.
¿Qué? ¿En la cama? ¿Cómo?
Sonríe indulgente al ver mi expresión. ¿Quizá pretende que yo le ate? Oh, madre mía…
—Mil veces peor que el domingo —me susurra—. Lo estoy deseando.
¡Guau!
—¡Gail! —grita de repente y en cuatro segundos aparece la señora Jones. ¿Dónde estaba? ¿En la oficina de Taylor? ¿Escuchando? Oh, no.
—¿Señor Jonas?
—Queremos cenar ahora, por favor.
—Muy bien, señor.
Joseph no aparta los ojos de mí. Me está observando vigilante, como si estuviera a punto de surgir alguna criatura exótica de mi cabeza. Le doy otro sorbo al vino.
—Creo que me voy a tomar una copa contigo —me dice, suspira y vuelve a pasarse una mano por el pelo.
—¿No te lo vas a acabar?
—No —respondo mirando el plato de fettuccini, que casi ni he probado, para evitar la expresión cada vez más sombría de Joseph. Antes de que pueda decir nada más, me pongo de pie y me llevo los platos—. Gia vendrá dentro de poco —digo. Joseph tuerce la boca para formar una expresión contrariada, pero no dice nada.
—Yo me ocupo de esto, señora Jonas —me dice la señora Jones cuando entro en la cocina.
—Gracias.
—¿No le han gustado? —me pregunta preocupada.
—Estaban buenos. Pero es que no tengo hambre.
Me mira con una sonrisa comprensiva y se gira para limpiar los restos de mi plato y meterlo todo en el lavavajillas.
—Voy a hacer un par de llamadas —anuncia Joseph mirándome de arriba abajo antes de desaparecer en el estudio.
Suelto un suspiro de alivio y me encamino al dormitorio. La cena ha sido muy incómoda. Sigo enfadada con Joseph y él parece creer que no ha hecho nada mal. ¿Y lo ha hecho? Mi subconsciente levanta una ceja y me mira con benevolencia por encima de sus gafas. Sí que lo ha hecho. Ha hecho que las cosas sean todavía más incómodas en el trabajo para mí. No ha esperado para que habláramos del asunto en la relativa privacidad de nuestra casa. ¿Cómo se sentiría él si yo me entrometiera en su oficina? Y para rematar, ahora resulta que quiere regalarme la editorial. ¿Cómo demonios voy a llevar una empresa? Yo no sé nada de negocios.
Contemplo la vista de Seattle bañada por la nacarada luz rosácea del atardecer. Y como siempre, quiere resolver nuestras diferencias en el dormitorio… o en el vestíbulo… el cuarto de juegos… la sala de la televisión… la encimera de la cocina. ¡Basta! Con él todo acaba en sexo. El sexo es su mecanismo para gestionarlo todo.
Entro en el baño y frunzo el ceño ante mi imagen reflejada en el espejo. Volver al mundo real es duro. Conseguimos resolver todas nuestras diferencias cuando estábamos en nuestra burbuja, pero estábamos muy inmersos el uno en el otro. Pero ¿ahora? Durante un momento vuelvo al momento de la boda y recuerdo lo que me preocupaba ese día: casamiento apresurado… No, no debo pensar eso. Ya sabía que era Cincuenta Sombras cuando me casé con él. Tengo que afrontarlo y hablarlo con él hasta que lo resolvamos.
Me observo en el espejo. Estoy pálida y encima ahora tengo que lidiar con esa mujer… Llevo una falda lápiz gris y una blusa sin mangas. Vamos a ver… La diosa que llevo dentro saca la laca de uñas de color rojo pasión. Me desabrocho dos botones para enseñar un poco de escote. Me lavo la cara y me maquillo de nuevo, dándome más rímel de lo habitual y poniéndome más brillo en los labios. Me agacho y me cepillo el pelo con fuerza, de la raíz a las puntas. Cuando vuelvo a incorporarme, mi pelo es una nube castaña que me rodea y me cae hasta los pechos. Me lo coloco con gracia tras las orejas y decido cambiar mis zapatos planos por unos tacones.
Cuando regreso al salón, Joseph tiene los planos de la casa extendidos sobre la mesa del comedor. Ha puesto una música en el equipo que hace que me quede parada.
—Señora Jonas —me saluda cariñosamente y me mira burlón.
—¿Qué es eso? —le pregunto. La música es impresionante.
—El Réquiem de Fauré. Te veo diferente —comenta distraído.
—Oh. Nunca lo había oído.
—Es muy tranquilo y relajante —dice y levanta una ceja—. ¿Te has hecho algo en el pelo?
—Me lo he cepillado —murmuro. Estoy embelesada por las voces tan evocadoras. Joseph abandona los planos sobre la mesa y viene hacia mí con paso lento y acompasado con la música.
—¿Bailas conmigo? —me pregunta.
—¿Con esto? Es un réquiem… —digo escandalizada.
—Sí. —Me atrae hacia sus brazos y me rodea con ellos, enterrando la nariz en mi pelo y balanceándose lentamente de lado a lado. Huele tan bien como siempre… a Joseph.
Oh… Le echaba de menos. Le abrazo y me esfuerzo por reprimir la necesidad de llorar. ¿Por qué eres tan irritante?
—Odio pelear contigo —me susurra.
—Bueno, pues deja de actuar como un asno.
Ríe y ese sonido cautivador reverbera en su pecho. Me abraza más fuerte.
—¿Asno?
—Imbécil.
—Prefiero asno.
—Es normal. Te pega.
Ríe una vez más y me besa en el pelo.
—¿Un réquiem? —pregunto un poco desconcertada por que estemos bailando eso.
Se encoge de hombros.
—Es una música preciosa, ______.
Taylor tose discretamente desde la entrada y Joseph me suelta.
—Ha llegado la señorita Matteo —anuncia.
Oh, qué alegría…
—Que pase —le dice Joseph y me coge la mano cuando Gia Matteo entra en la habitación.
—Fíjate en el perfil de la mandíbula —le digo señalando a la pantalla—. El pendiente y la forma de los hombros. También tiene su complexión. Debe de llevar una peluca o se ha cortado y teñido el pelo…
—Barney, ¿lo has oído? —Joseph pone el teléfono sobre la mesa y activa el manos libres—. Parece que has estudiado muy bien a tu ex jefe… —dice Joseph, y no parece muy contento. Le miro con el ceño fruncido, pero Barney interviene.
—Sí, he oído a la señora Jonas. Estoy pasando el software de reconocimiento facial por todo el metraje digitalizado de las cámaras de seguridad. Vamos a ver en qué otros sitios de la empresa ha estado este cabrón… perdón, señora… este individuo.
Miro nerviosa a Joseph, que no hace caso del improperio de Barney. Está observando de cerca la imagen de la cámara.
—¿Y por qué haría algo así? —le pregunto a Joseph.
Él se encoge de hombros.
—Venganza, tal vez. No lo sé. Nunca se sabe por qué la gente hace lo que hace. Lo que no me gusta es que hayas trabajado tan cerca de ese tipo. —La boca de Joseph se convierte en una fina línea y me rodea la cintura con el brazo.
—Tenemos el contenido de su disco duro también, señor —dice Barney.
—Sí, lo recuerdo. ¿Tenemos una dirección del señor Hyde? —pregunta Joseph bruscamente.
—Sí, señor.
—Díselo a Welch.
—Ahora mismo. También voy a examinar el circuito cerrado de la ciudad para intentar rastrear sus movimientos.
—Averigua qué vehículo tiene.
—Sí, señor.
—¿Barney puede hacer todo eso? —le pregunto en voz baja.
Joseph asiente y muestra una sonrisa de suficiencia.
—¿Qué había en su disco duro? —vuelvo a susurrar.
La cara de Joseph se endurece y niega con la cabeza.
—Poca cosa —dice con los labios tensos, sin rastro de sonrisa.
—Dímelo.
—No.
—¿Es sobre ti o sobre mí?
—Sobre mí —confiesa y suspira.
—¿Qué tipo de cosas? ¿Sobre tu estilo de vida?
Joseph niega con la cabeza y me pone el índice sobre los labios para callarme. Le miro con el ceño fruncido, pero él entorna los ojos en una clara advertencia para que me muerda la lengua.
—Un Camaro de 2006. Le mando los detalles de la matrícula a Welch también —dice Barney por el teléfono con voz animada.
—Bien. Descubre en qué otras partes de mi edificio ha estado ese hijo de puta. Y compara su imagen con la de su archivo personal de Seattle Independent Publishing. —Joseph me mira un tanto escéptico—. Quiero estar seguro de que tenemos la identificación correcta.
—Ya lo he hecho, señor, y la señora Jonas tiene razón. Es Jack Hyde.
Sonrío. ¿Lo ves? Puedo ser útil. Joseph me frota la espalda con la mano.
—Muy bien, señora Jonas. —Me sonríe, olvidando su malestar anterior, y dice dirigiéndose a Barney—: Avísame cuando hayas rastreado todos sus movimientos dentro del edificio. Comprueba también si ha tenido acceso a alguna otra propiedad de Jonas Enterprises Holdings y avisa a los equipos de seguridad para que vuelvan a examinar todos esos edificios.
—Sí, señor.
—Gracias, Barney.
Joseph cuelga.
—Bien, señora Jonas, parece que no solo es usted decorativa, sino que también resulta útil. —Los ojos de Joseph brillan con una diversión perversa. Noto que está bromeando.
—¿Decorativa? —me burlo siguiendo el juego.
—Muy decorativa —dice en voz baja dándome un beso suave y dulce en los labios.
—Usted es mucho más decorativo que yo, señor Jonas.
Sonríe y me besa con más fuerza, enroscando mi pelo alrededor de su muñeca y abrazándome. Cuando nos separamos para respirar, tengo el corazón a mil por hora.
—¿Tienes hambre? —me pregunta.
—No.
—Pues yo sí.
—¿Hambre de qué?
—De comida, la verdad.
—Te prepararé algo —digo con una risita.
—Me encanta ese sonido.
—¿El de mis palabras?
—El de tu risita. —Me besa en el pelo y yo me pongo de pie.
—¿Qué le apetece comer, señor? —le pregunto con dulzura.
Él entorna los ojos.
—¿Está intentando ser adorable, señora Jonas?
—Siempre, señor Jonas…
La sonrisa enigmática vuelve a aparecer.
—Todavía puedo volver a ponerte sobre mis rodillas —murmura seductoramente.
—Lo sé —le respondo sonriendo. Coloco las manos en los brazos de su silla de oficina, me agacho y le beso—. Esa es una de las cosas que me encantan de ti. Pero guárdate esa mano demasiado larga. Has dicho que tenías hambre…
Me dedica su sonrisa tímida y se me encoge el corazón.
—Oh, señora Jonas, ¿qué voy a hacer con usted?
—Me vas a contestar a la pregunta. ¿Qué quieres comer?
—Algo ligero. Sorpréndame, señora Jonas —me dice utilizando las mismas palabras que yo utilicé antes en el cuarto de juegos.
—Veré qué puedo hacer. —Salgo pavoneándome del estudio y me dirijo a la cocina. Se me cae el alma a los pies cuando me encuentro allí a la señora Jones.
—Hola, señora Jones.
—Hola, señora Jonas. ¿Les apetece algo de comer?
—Mmm…
Está revolviendo algo en una cazuela sobre el fuego que huele deliciosamente.
—Iba a hacer unos bocadillos para el señor Jonas y para mí.
Se queda parada durante un segundo.
—Claro —dice—. Al señor Jonas le gusta el pan de barra… Creo que hay un poco en el congelador ya cortado con el tamaño de bocadillo. Yo puedo hacerles los bocadillos, señora.
—Lo sé. Pero me gustaría hacerlos yo.
—Claro, lo entiendo. Le dejaré un poco de espacio.
—¿Qué está cocinando?
—Es salsa boloñesa. Se puede comer en cualquier otro momento. La congelaré. —Me sonríe amablemente y apaga el fuego.
—Mmm… ¿Y qué le gusta a Joseph… en el bocadillo? —Frunzo el ceño cohibida por la frase. ¿Se habrá dado cuenta la señora Jones de lo que implicaba?
—Señora Jonas, en un bocadillo puede meterle cualquier cosa. Si está dentro de pan de barra, él se lo comerá. —Las dos sonreímos.
—Bien, gracias. —Busco en el congelador y encuentro el pan cortado en una bolsa de congelar. Coloco dos trozos en un plato y los meto en el microondas para descongelarlos.
La señora Jones ha desaparecido. Frunzo el ceño y vuelvo al frigorífico para buscar algo que meter dentro del pan. Supongo que es cosa mía establecer los parámetros de reparto del trabajo entre la señora Jones y yo. Me gusta la idea de cocinar para Joseph los fines de semana, pero la señora Jones puede hacerlo durante la semana. Lo último que me va a apetecer cuando vuelva de trabajar va a ser cocinar. Mmm… Una rutina similar a la de Joseph con sus sumisas. Niego con la cabeza. No debo pensar mucho en eso. Encuentro un poco de jamón y un aguacate bien maduro.
Cuando le estoy añadiendo sal y limón al aguacate machacado, Joseph sale de su estudio con los planos de la casa nueva en las manos. Los coloca sobre la barra para el desayuno, se acerca a mí, me abraza y me besa en el cuello.
—Descalza y en la cocina —susurra.
—¿No debería ser descalza, embarazada y en la cocina? —digo burlonamente.
Él se queda petrificado y todo su cuerpo se tensa contra el mío.
—Todavía no… —dice con la voz llena de aprensión.
—¡No! ¡Todavía no!
Se relaja.
—Veo que estamos de acuerdo en eso, señora Jonas.
—Pero quieres tener hijos, ¿no?
—Sí, claro. En algún momento. Pero todavía no estoy preparado para compartirte. —Vuelve a besarme en el cuello.
Oh… ¿compartirme?
—¿Qué estás preparando? Tiene buena pinta. —Me besa detrás de la oreja y veo que tiene intención de distraerme. Un cosquilleo delicioso me recorre la espalda.
—Bocadillos. —Le sonrío.
Él sonríe contra mi cuello y me muerde el lóbulo de la oreja.
—Mmm… Mis favoritos.
Le propino un ligero codazo.
—Señora Jonas, acaba de herirme —dice agarrándose el costado como si le doliera.
—Estás hecho de mantequilla… —le digo de broma.
—¿De mantequilla? —dice incrédulo. Me da un azote en el trasero que me hace chillar—. Date prisa con mi comida, mujer. Y después ya te enseñaré yo si estoy hecho de mantequilla o no. —Me da otro azote juguetón y se acerca al frigorífico—. ¿Quieres una copa de vino? —me pregunta.
—Sí, por favor.
Joseph extiende los planos sobre la barra para el desayuno. La verdad es que Gia ha tenido unas ideas geniales.
—Me encanta su propuesta de hacer toda la pared del piso de abajo de cristal, pero…
—¿Pero? —pregunta Joseph.
Suspiro.
—Es que no quiero quitarle toda la personalidad a la casa.
—¿Personalidad?
—Sí. Lo que Gia propone es muy radical pero… bueno… Yo me enamoré de la casa como está… con todas sus imperfecciones.
Joseph arruga la frente como si eso fuera un anatema para él.
—Me gusta como está —susurro. ¿Se va a enfadar por eso?
Me mira fijamente.
—Quiero que la casa sea como tú desees. Lo que tú desees. Es tuya.
—Pero yo también quiero que te guste a ti. Que también seas feliz en ella.
—Yo seré feliz donde tú estés. Es así de simple, ______. —Me sostiene la mirada. Está siendo absolutamente sincero. Parpadeo a la vez que el corazón se me llena de amor. Dios, cuánto me quiere.
—Bueno —continúo tragando saliva para intentar aliviar el nudo de emoción que siento en la garganta—, me gusta la pared de cristal. Será mejor que le pidamos que la incorpore a la casa de una forma más comprensiva.
Joseph sonríe.
—Claro. Lo que tú digas. ¿Y lo que ha propuesto para el piso de arriba y el sótano?
—Eso me parece bien.
—Perfecto.
Bueno… creo que es hora de hacer la pregunta del millón de dólares.
—¿Vas a querer poner allí también un cuarto de juegos? —Siento que me ruborizo. Joseph levanta las cejas.
—¿Tú quieres? —me pregunta sorprendido y divertido al mismo tiempo.
Me encojo de hombros.
—Mmm… Si tú quieres…
Me mira durante un momento.
—Dejemos todas las opciones abiertas por el momento. Después de todo, va a ser una casa para criar niños.
Me sorprendo al notar una punzada de decepción. Supongo que tiene razón, pero… ¿cuándo vamos a tener esa familia? Pueden pasar años.
—Además, podemos improvisar.
—Me gusta improvisar —murmuro.
Él sonríe.
—Hay algo que me gustaría hablar contigo —dice Joseph señalando el dormitorio principal y empezamos una detallada discusión sobre baños y vestidores separados.
Cuando terminamos ya son las nueve y media de la noche.
—¿Tienes que volver a trabajar? —le pregunto a Joseph mientras enrolla los planos.
—No si tú no quieres —asegura sonriendo—. ¿Qué te apetece hacer?
—Podríamos ver un poco la tele. —No tengo ganas de leer ni de irme a la cama… todavía.
—Bien —acepta alegremente Joseph y yo le sigo hasta la sala de la televisión.
Solo nos hemos sentado allí tres o cuatro veces, y normalmente Joseph se dedica a leer. A él no le interesa la televisión. Me acurruco a su lado en el sofá, encogiendo las piernas bajo el cuerpo y apoyando la cabeza en su hombro. Enciende la tele plana con el mando a distancia y cambia de canal mecánicamente.
—¿Hay alguna tontería en particular que te apetezca ver?
—No te gusta mucho la televisión, ¿verdad? —le digo sardónicamente.
Él niega con la cabeza.
—Es una pérdida de tiempo, pero no me importa ver algo contigo.
—Podríamos meternos mano.
Se gira bruscamente para mirarme.
—¿Meternos mano? —Por la forma en que me mira, parece que acabara de nacerme una segunda cabeza. Para de cambiar de canal, dejando la televisión en un frívolo culebrón hispano.
—Sí… —¿Por qué me mira así de horrorizado?
—Podemos irnos a la cama a meternos mano.
—Eso es lo que hacemos siempre. ¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste sentado delante de la tele? —le pregunto tímida y provocativa al mismo tiempo.
Se encoge de hombros y niega con la cabeza. Vuelve a pulsar el botón del mando y pasa unos cuantos canales hasta quedarse en uno en el que emiten un episodio antiguo de Expediente X.
—¿Joseph?
—Yo nunca he hecho algo así —dice en voz baja.
—¿Nunca?
—No.
—¿Ni con la señora Robinson?
Ríe burlón.
—Nena, hice un montón de cosas con la señora Robinson, pero meternos mano no fue una de ellas. —Me sonríe y después una curiosidad divertida le hace entornar los ojos—. ¿Y tú?
Me sonrojo.
—Claro que sí. —Bueno, algo así…
—¿Qué? ¿Con quién?
Oh, no. No quiero hablar de esto.
—Dímelo —insiste.
Me quedo mirando mis dedos entrelazados. Él me cubre suavemente las manos con una de las suyas. Cuando levanto la vista, me está sonriendo.
—Quiero saberlo. Para poder romperle todos los huesos.
Suelto una risita.
—Bueno, la primera vez…
—¿La primera vez? ¿Es que lo has hecho con más de un hijo de puta? —pregunta indignado.
Vuelvo a reír.
—¿Por qué se sorprende tanto, señor Jonas?
Frunce un poco el ceño, se pasa una mano por el pelo y me mira como si de repente le pareciera alguien completamente diferente. Se encoge de hombros.
—Me sorprende… quiero decir, dada tu falta de experiencia.
Me ruborizo.
—Creo que ya he compensado eso desde que te conocí.
—Cierto —asegura sonriendo—. Dímelo, quiero saberlo.
Sus ojos ambarinos me miran con paciencia y yo me sumerjo en ellos intentando adivinar su humor. ¿Se va a poner furioso o de verdad quiere saberlo? No quiero ponerle de mal humor… se pone imposible cuando está de mal humor.
—¿De verdad quieres que te lo cuente?
Asiente lentamente una vez más y sus labios se curvan en una sonrisa arrogante y divertida.
—Estaba pasando una temporada en Texas con mi madre y su marido número tres. Iba a mi instituto. Se llamaba Bradley y era mi compañero de laboratorio en física.
—¿Cuántos años tenías?
—Quince.
—¿Y qué hace él ahora?
—No lo sé.
—¿Hasta dónde llegó?
—¡Joseph! —le regaño. Y de repente me agarra las rodillas, después los tobillos y me empuja de forma que caigo sobre el sofá. Se tumba encima de mí, atrapándome bajo su cuerpo, con una pierna entre las mías. Ha sido todo tan repentino que chillo por la sorpresa. Me coge las manos y me las sujeta por encima de la cabeza.
—Vamos a ver, este Bradley ¿superó el primer nivel? —murmura acariciándome la nariz con la suya. Me da unos besos suaves en la comisura de la boca.
—Sí —susurro contra sus labios. Me suelta una de las manos para poder agarrarme la barbilla para que me esté quieta mientras me mete la lengua en la boca y yo me rindo a su beso ardiente.
—¿Así? —jadea Joseph cuando se separa de mí para respirar.
—No… Nada parecido —consigo decir aunque se me está acumulando la sangre por debajo de la cintura.
Me suelta la barbilla y me acaricia todo el cuerpo con la mano para finalmente volver hasta mi pecho.
—¿Y te hizo esto? ¿Te tocó así? —Pasa el pulgar por mi pezón por encima de la ropa suavemente, una y otra vez, y la carne responde a su contacto experto endureciéndose.
—No —digo retorciéndome bajo su cuerpo.
—¿Y llegó al segundo nivel? —me susurra al oído. Su mano baja por mis costillas y sigue por encima de mi cintura hasta mi cadera. Me agarra el lóbulo de la oreja entre los dientes y tira suavemente.
—No —jadeo.
Mulder desde la televisión cuenta algo sobre los menos buscados por el FBI. Joseph se detiene, se estira y pulsa un botón del mando para dejar a la tele sin sonido. Me mira.
—¿Y qué pasó con el segundo? ¿Pasó él del segundo nivel?
Sus ojos arden… ¿de furia? ¿De excitación? Es difícil saberlo. Se mueve para quedar junto a mi costado y mete la mano por debajo de mis pantalones.
—No —le susurro atrapada en su mirada lasciva. Joseph sonríe malicioso.
—Bien. —Me cubre el sexo con la mano—. No lleva bragas, señora Jonas. Me gusta. —Me besa y sus dedos se ponen a hacer magia otra vez; el pulgar me roza el clítoris, excitándome, mientras el dedo índice se introduce dentro de mí con una lentitud exquisita.
—Se supone que solo íbamos a meternos mano —gimo.
Joseph se queda quieto.
—Creía que eso estábamos haciendo.
—No. Meterse mano no implica sexo.
—¿Qué?
—Nada de sexo…
—Ah, nada de sexo… —Saca la mano de mis pantalones—. Bien.
Recorre la línea de mis labios con el dedo índice de forma que me hace saborear mi sabor salado. Me introduce el dedo en la boca exactamente igual que estaba haciendo hace un minuto en otra parte de mi cuerpo. Entonces se mueve para meterse entre mis piernas y aprieta su erección contra mí. Me empuja una vez, dos y una tercera. Doy un respingo cuando la tela de mi chándal me frota justo en el sitio correcto. Vuelve a empujar, restregándose contra mí.
—¿Esto es lo que quieres? —me dice moviendo las caderas rítmicamente, balanceándose contra mi cuerpo.
—Sí —digo en un gemido.
Su mano vuelve a concentrarse en mi pezón otra vez y me roza la mandíbula con los dientes.
—¿Sabes lo excitante que eres, ______? —Su voz suena ronca mientras no deja de empujar contra mí. Abro la boca para responderle, pero no puedo y, en vez de eso, suelto un fuerte gemido. Me atrapa la boca otra vez y me tira del labio inferior con los dientes antes de meterme la lengua en la boca. Me suelta la otra muñeca y mis manos suben ansiosas por sus hombros hasta su pelo mientras me besa. Cuando le tiro del pelo —gruñe y me mira—. Ah…
—¿Te gusta que te toque? —le pregunto en un susurro.
Arruga un momento la frente como si no entendiera la pregunta. Deja de empujar contra mí.
—Claro que sí. Me encanta que me toques, ______. En lo que respecta a tu contacto, soy como un hombre hambriento delante de un banquete. —Su voz rezuma sinceridad apasionada.
Oh, Dios… Se arrodilla entre mis piernas y me obliga a incorporarme para quitarme la parte de arriba. No llevo nada debajo. Agarra el dobladillo de su camisa, se la quita por la cabeza y la tira al suelo. Me levanta para colocarme en su regazo mientras sigue de rodillas y me sujeta justo por encima del trasero.
—Tócame —me pide en un jadeo.
Oh, madre mía… Con cautela extiendo las manos y le rozo con la punta de los dedos la zona cubierta por el vello de su pecho sobre el esternón, encima de las cicatrices de quemaduras. Él inspira bruscamente y sus pupilas se dilatan, pero no es por el miedo. Es una respuesta sensual a mi contacto. Observa cómo mis dedos rozan delicadamente su piel hasta alcanzar primero a una tetilla y después a la otra. Se endurecen al sentir mi contacto. Me inclino hacia delante, le doy besitos por el pecho y mis manos suben hasta sus hombros. Siento las líneas duras y trabajadas de los tendones y los músculos. Guau… está en buena forma.
—Te deseo —me susurra y eso desencadena mi libido.
Mis dedos se hunden en su pelo y tiro de su cabeza hacia atrás para atrapar su boca. Siento que un fuego me consume el vientre. Él suelta un gruñido y me empuja sobre el sofá. Se sienta y me arranca los pantalones del chándal a la vez que se abre la bragueta.
—Último nivel —me susurra y entra en mi interior con un movimiento rápido.
—Ah… —gimo y él se queda quieto y me coge la cara entre las manos.
—Te amo, señora Jonas —me dice en un susurro y después me hace el amor muy lento y muy suave hasta que reviento gritando su nombre y envolviéndole con mi cuerpo porque no quiero dejarle ir.
Estoy tumbada sobre su pecho en el suelo de la sala de la televisión.
—Sabes que te has saltado totalmente el tercer nivel, ¿no? —Mis dedos siguen la línea de sus músculos pectorales.
Él ríe.
—La próxima vez. —Me da un beso en el pelo.
Levanto la cabeza y miro la pantalla, donde ahora aparecen los créditos finales de Expediente X. Joseph coge el mando y vuelve a encender el sonido.
—¿Te gustaba esa serie? —le pregunto.
—Sí, cuando era pequeño.
Oh… Joseph de pequeño: kickboxing, Expediente X y nada de contacto físico.
—¿Y a ti? —me pregunta.
—Es anterior a mi época.
—Eres tan joven… —dice Joseph sonriendo con cariño—. Me gusta esto de meternos mano en el sofá, señora Jonas.
—A mí también, señor Jonas. —Le beso en el pecho y vemos en silencio el final de Expediente X y la irrupción de los anuncios—. Han sido tres semanas perfectas, Joseph. A pesar de las persecuciones, los incendios y los ex jefes psicópatas, ha sido como estar en nuestra propia burbuja privada —le digo con aire soñador.
—Mmm… —Joseph ronronea desde el fondo de la garganta—. No sé si estoy preparado para compartirte con el resto del mundo.
—Mañana vuelta a la realidad —le digo intentando mantener a raya la melancolía de mi voz.
Joseph suspira y se pasa la mano por el pelo.
—Hay que aumentar la seguridad… —Le pongo un dedo sobre los labios. No quiero volver a oír esa canción.
—Lo sé. Y seré buena. Lo prometo. —Lo que me recuerda… Me muevo y me incorporo sobre un codo para verle mejor—. ¿Por qué le estabas gritando a Sawyer?
Se pone tenso inmediatamente. Oh, mierda.
—Porque nos han seguido.
—Eso no es culpa de Sawyer.
Me mira fijamente.
—No deben permitir que haya tanta distancia entre ellos y nosotros. Y lo saben.
Me sonrojo sintiéndome culpable y vuelvo a descansar sobre su pecho. Ha sido culpa mía. Yo quería librarme de ellos.
—Eso no es…
—¡Basta! —me corta de repente Joseph—. Esto está fuera de toda discusión, ______. Es un hecho, y así seguro que no permiten que se vuelva a repetir.
¡______! Cuando me meto en problemas soy ______, igual que cuando estaba en casa con mi madre.
—Bien —accedo para aplacarle. No quiero pelear—. ¿Consiguió Ryan alcanzar a la mujer del Dodge?
—No. Y no estoy convencido de que fuera una mujer.
—¿Ah, no? —exclamo incorporándome de nuevo.
—Sawyer vio a alguien con el pelo recogido, pero solo fue un momento. Asumió que era una mujer. Pero ahora que has identificado a ese hijo de puta, tal vez fuera él. Solía llevar el pelo así. —Noto cierta repulsión en la voz de Joseph.
No sé qué pensar de lo que me acaba de contar. Joseph me acaricia la espalda desnuda con la mano, lo que me distrae.
—Si te pasara algo… —susurra con la mirada seria y los ojos muy abiertos.
—Lo sé —le digo—. A mí me pasa lo mismo contigo. —Me estremezco solo de pensarlo.
—Ven. Vas a coger frío —me dice a la vez que se incorpora—. Vamos a la cama. Podemos ocuparnos del tercer nivel allí. —Me sonríe con una sonrisa perversa. Tan temperamental como siempre: apasionado, enfadado, ansioso, sexy… Mi Cincuenta Sombras. Me coge la mano y tira de mí para ponerme de pie. Y totalmente desnuda voy detrás de él, cruzando salón, hasta el dormitorio.
A la mañana siguiente, Joseph me aprieta la mano cuando aparcamos justo delante del edificio de SIP. Ahora ya vuelve a parecer el ejecutivo poderoso con su traje azul marino, la corbata a juego y la sonrisa. No se había puesto así de elegante desde que fuimos al ballet en Montecarlo.
—Sabes que no hace falta que vayas, ¿verdad? —me recuerda Joseph. Estoy tentada de poner los ojos en blanco.
—Lo sé —le susurro, porque no quiero que nos oigan Sawyer y Ryan, que están en los asientos delanteros del Audi. Frunce el ceño y yo sonrío—. Pero quiero hacerlo —continúo—. Ya lo sabes. —Me acerco y le doy un beso. Su ceño no desaparece—. ¿Qué te ocurre?
Mira inseguro a Ryan cuando Sawyer sale del coche.
—Voy a echar de menos tenerte para mí solo.
Estiro el brazo para acariciarle la cara.
—Yo también. —Le doy otro beso—. Ha sido una luna de miel preciosa. Gracias.
—A trabajar, señora Jonas.
—Y usted también, señor Jonas.
Sawyer abre la puerta. Le aprieto la mano a Joseph una vez más antes de salir del coche. Cuando me dirijo a la entrada del edificio, me giro para despedirme con la mano. Sawyer me sostiene la puerta y me sigue adentro.
—Hola, ______. —Claire me sonríe desde detrás del mostrador de recepción.
—Hola, Claire —la saludo y le devuelvo la sonrisa.
—Estás genial. ¿Una buena luna de miel?
—La mejor, gracias. ¿Qué tal por aquí?
—Roach está igual que siempre, pero han aumentado la seguridad y están revisando la sala del servidor. Pero ya te lo contará Hannah.
Claro que sí. Le dedico a Claire una sonrisa amable y me encamino a mi despacho.
Hannah es mi ayudante. Es alta, delgada y despiadadamente eficiente, hasta el punto de que a veces me resulta incluso intimidante. Pero es dulce conmigo a pesar de que es un par de años mayor que yo. Me está esperando con mi caffè latte de la mañana, el único café que le permito traerme.
—Hola, Hannah —la saludo cariñosamente.
—Hola, ______. ¿Qué tal la luna de miel?
—Fantástica. Toma… para ti. —Saco un frasquito de perfume que le he comprado y lo dejo sobre su mesa. Ella aplaude encantada.
—¡Oh, gracias! —dice entusiasmada—. La correspondencia urgente está sobre tu mesa y Roach quiere verte a las diez. Eso es todo lo que tengo que decirte por ahora.
—Bien, gracias. Y gracias por el café. —Entro en mi despacho, pongo el maletín encima de mi escritorio y miro el montón de cartas. Hay mucho que hacer.
Justo antes de las diez oigo un golpecito tímido en la puerta.
—Adelante.
Elizabeth asoma la cabeza por la puerta.
—Hola, ______. Solo quería darte la bienvenida.
—Hola. La verdad es que, después de leer todas estas cartas, me gustaría volver a estar en el sur de Francia.
Elizabeth ríe, pero su risa suena forzada. Ladeo la cabeza y la miro como Joseph suele mirarme a mí.
—Me alegro de que estés de vuelta sana y salva —dice—. Te veo dentro de unos minutos en la reunión con Roach.
—Bien —le respondo y ella se va y cierra la puerta al salir. Frunzo el ceño mirando la puerta cerrada. ¿De qué iba eso? Me encojo de hombros. Oigo el sonido de un nuevo correo entrante: es un mensaje de Joseph.
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 22 de agosto de 2011 09:56
Para: ______ Steele
Asunto: Esposas descarriadas
Esposa:
Te he enviado el correo que encontrarás más abajo y me ha venido devuelto. Y eso es porque no te has cambiado el apellido. ¿Hay algo que quieras decirme?
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Adjunto:
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 22 de agosto de 2011 09: 32
Para: ______ Jonas
Asunto: Burbuja
Señora Jonas:
El amor cubre todos los niveles con usted. Que tenga un buen primer día tras la vuelta. Ya echo de menos nuestra burbuja. x
Joseph Jonas
De vuelta al mundo real y presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Mierda. Pulso «Responder» inmediatamente.
____________________
De: ______ Steele
Fecha: 22 de agosto de 2011 09: 58
Para: Joseph Jonas
Asunto: No explotes la burbuja
Esposo:
Me encanta su metáfora de los niveles, señor Jonas. Quiero seguir manteniendo mi apellido de soltera aquí. Se lo explicaré esta noche. Ahora tengo que irme a una reunión. Yo también echo de menos nuestra burbuja…
PD: Creía que debía utilizar la BlackBerry para esto…
______ Steele
Editora de SIP
Vaya pelea vamos a tener, lo sé… Suspiro y cojo mis papeles para asistir a la reunión.
La reunión dura dos horas. Asisten a ella todos los editores además de Roach y Elizabeth. Hablamos de personal, estrategias, marketing, seguridad y los resultados de fin de temporada. Según va progresando la reunión me siento cada vez más incómoda. Se ha producido un cambio sutil en la forma de tratarme de mis colegas; ahora imponen cierta distancia y deferencia que no existía antes de que me fuera de luna de miel. Y por parte de Courtney, que es quien lleva el departamento de no ficción, lo que noto es una clarísima hostilidad. Tal vez estoy siendo un poco paranoica, pero esto parece ir en la línea del extraño recibimiento de Elizabeth de esta mañana.
Mi mente vuelve al yate, después al cuarto de juegos y por fin al R8 escapando a toda velocidad del misterioso Dodge por la interestatal 5. Quizá Joseph tenga razón y ya no pueda seguir trabajando. Solo pensarlo me pone triste; esto es lo que he querido siempre. Y si no puedo hacerlo, ¿qué voy a hacer? Intento apartar esos pensamientos sombríos de camino a mi despacho.
Me siento frente a mi mesa y abro mi correo. No hay nada de Joseph. Compruebo la BlackBerry… Tampoco hay nada. Bien. Al menos no ha habido una reacción perjudicial ante mi correo anterior. Seguramente hablaremos de ello esta noche, como le he pedido. Me cuesta creerlo, pero ignoro la incomodidad que siento y abro el plan de marketing que me han dado en la reunión.
Como manda el ritual, los lunes Hannah entra en el despacho con un plato para mí —tengo mi tartera con la comida preparada por la señora Jones—, y las dos comemos juntas, hablando de lo que queremos hacer durante la semana. Me pone al día de los cotilleos de la oficina, de los que, teniendo en cuenta que he estado tres semanas fuera, estoy bastante desconectada. Mientras hablamos, alguien llama a la puerta.
—Adelante.
Roach abre la puerta y a su lado aparece Joseph. Me quedo sin palabras momentáneamente. Joseph me lanza una mirada abrasadora y entra. Después le sonríe educadamente a Hannah.
—Hola, tú debes de ser Hannah. Yo soy Joseph Jonas —le dice. Hannah se apresura a ponerse de pie y le estrecha la mano.
—Hola, señor Jonas. Es un placer conocerle —balbucea mientras le estrecha la mano—. ¿Quiere que le traiga un café?
—Sí, por favor —le pide amablemente. Hannah me mira con expresión asombrada y sale apresuradamente pasando al lado de Roach, que sigue mudo en el umbral de mi despacho.
—Si nos disculpas, Roach, me gustaría hablar con la «señorita» Steele. —Joseph alarga la S con cierto sarcasmo.
Por eso ha venido… Oh, mierda.
—Por supuesto, señor Jonas. ______ —murmura Roach y cierra la puerta de mi despacho al salir. Por fin recupero el habla.
—Señor Jonas, qué alegría verle —le digo sonriéndole con demasiada dulzura.
—«Señorita» Steele, ¿puedo sentarme?
—La empresa es tuya —le digo señalando la silla que acaba de abandonar Hannah.
—Sí. —Me sonríe con malicia, pero la sonrisa no le alcanza los ojos. Su tono es cortante. Echa chispas por la tensión; lo noto a mi alrededor. Mierda. Se me cae el alma a los pies—. Tienes un despacho muy pequeño —me dice mientras se sienta a la mesa.
—Está bien para mí.
Me mira de forma neutral y me doy cuenta de que está furioso. Inspiro hondo. Esto no va a ser divertido.
—¿Y qué puedo hacer por ti, Joseph?
—Estoy examinando mis activos.
—¿Tus activos? ¿Todos?
—Todos. Algunos necesitan un cambio de nombre.
—¿Cambio de nombre? ¿Qué quieres decir con eso?
—Creo que ya sabes a qué me refiero —dice con voz amenazadoramente tranquila.
—No me digas que has interrumpido tu trabajo después de tres semanas fuera para venir aquí a pelear conmigo por mi apellido. ¡Yo no soy uno de tus activos!
Se remueve en su asiento y cruza las piernas.
—No a pelear exactamente. No.
—Joseph, estoy trabajando.
—A mí me ha parecido que estabas cotilleando con tu ayudante.
Me ruborizo.
—Estábamos repasando los horarios —le respondo—. Y no me has contestado a la pregunta.
Llaman a la puerta.
—¡Adelante! —digo demasiado alto.
Hannah abre la puerta. Lleva una bandeja: jarrita de leche, azucarero, café en cafetera francesa… Se ha tomado muchas molestias. Coloca la bandeja en mi mesa.
—Gracias, Hannah —le digo avergonzada de haberle gritado.
—¿Necesita algo más, señor Jonas? —le pregunta con la voz entrecortada. Estoy a punto de poner los ojos en blanco.
—No, gracias, eso es todo. —Le sonríe con esa sonrisa brillante y arrebatadora que haría que a cualquier mujer se le cayeran las bragas. Ella se ruboriza y sale con una sonrisita tonta en los labios. Joseph vuelve a centrar su atención en mí—. Vamos a ver, «señorita» Steele, ¿dónde estábamos?
—Estabas interrumpiendo mi trabajo de una forma muy maleducada para pelear por mi apellido.
Joseph parpadea. Está sorprendido, supongo que por la vehemencia que ha notado en mi voz. Con mucho cuidado se quita una pelusa invisible de la rodilla con sus largos y hábiles dedos. Es una distracción. Lo está haciendo a propósito. Entorno los ojos al mirarle.
—Me gusta hacer visitas sorpresa. Mantiene a la dirección siempre alerta y a las esposas en su lugar. Ya sabes… —Se encoge de hombros con una expresión arrogante.
¡A las esposas en su lugar!
—No sabía que tuvieras tiempo para eso —le contesto.
De repente su mirada es gélida.
—¿Por qué no te quieres cambiar el apellido aquí? —pregunta con la voz mortalmente tranquila.
—Joseph, ¿tenemos que discutir eso ahora?
—Ya que estoy aquí, no veo por qué no.
—Tengo una tonelada de trabajo que hacer tras tres semanas de vacaciones.
Su mirada sigue siendo fría y calculadora… distante incluso. Me asombra que pueda ser tan frío después de lo de anoche, de lo de las últimas tres semanas. Mierda. Tiene que estar hecho una furia, una verdadera furia. ¿Cuándo va a aprender a no sacar las cosas de quicio?
—¿Te avergüenzas de mí? —me pregunta con voz engañosamente suave.
—¡No! Joseph, claro que no. —Le miro con el ceño fruncido—. Esto tiene que ver conmigo, no contigo. —Oh… A veces es exasperante. Estúpido megalómano dominante…
—¿Cómo puede no tener que ver conmigo? —Ladea la cabeza, auténticamente perplejo, y parte de la distancia anterior desaparece. Me mira con los ojos muy abiertos y me doy cuenta de que está dolido. Mierda, he herido sus sentimientos. Oh, no… Él es la última persona a la que querría hacer daño. Tengo que conseguir que lo entienda, explicarle las razones de mi decisión.
—Joseph, cuando acepté este trabajo acababa de conocerte —empiezo a decir con mucha paciencia, esforzándome por encontrar las palabras—. No sabía que ibas a comprar la empresa…
¿Y qué decir de ese acontecimiento de nuestra breve historia? Sus trastornadas razones para hacerlo: su obsesión por el control, su tendencia al acoso llevada hasta el extremo porque nadie le ponía coto por lo rico que es… Sé que quiere mantenerme a salvo, pero el hecho de que sea el dueño de Seattle Independent Publishing es el problema fundamental aquí. Si no hubiera interferido, yo podría seguir con normalidad mi vida sin tener que enfrentarme al descontento que expresan en voz baja mis compañeros cuando no les oigo. Me tapo la cara con las manos solo para romper el contacto visual con él.
—¿Por qué es tan importante para ti? —le pregunto, desesperada por intentar aplacar su crispación. Le miro y tiene una expresión impasible, sus ojos brillantes ya no comunican nada; su dolor anterior ha quedado oculto. Pero mientras hago la pregunta me doy cuenta de que en el fondo sé muy bien la respuesta sin que me la diga.
—Quiero que todo el mundo sepa que eres mía.
—Soy tuya, mira —le digo levantando la mano izquierda y mostrándole los anillos de boda y de compromiso.
—Eso no es suficiente.
—¿No es suficiente que me haya casado contigo? —le pregunto con un hilo de voz.
Parpadea al ver el horror en mi cara. ¿Qué puedo decirle? ¿Qué más puedo hacer?
—No quería decir eso —se disculpa y se pasa la mano por su pelo demasiado largo de forma que le cae sobre la frente.
—¿Y qué querías decir?
Traga saliva.
—Quiero que tu mundo empiece y acabe conmigo —me dice con la expresión dura. Lo que acaba de enunciar me desconcierta totalmente. Es como si me hubiera dado un puñetazo fuerte en el estómago, haciéndome daño y dejándome sin aire. Y la imagen que me viene a la mente es la de un niño pequeño asustado, con el pelo castaño, los ojos ambarinos y la ropa sucia, arrugada y que no es de su talla.
—Pero si así es… —le contesto sin pensarlo porque es la verdad—. Pero estoy intentando forjarme una carrera y no quiero utilizar tu nombre para eso. Tengo que hacer algo, Joseph. No puedo quedarme encerrada en el Escala o en la casa nueva sin nada que hacer. Me volvería loca. Me asfixiaría. He trabajado toda mi vida y esto me gusta. Es el trabajo con el que soñaba, el que siempre había deseado. Pero que mantenga este trabajo no significa que te quiera menos. Tú eres lo más importante para mí. —Se me cierra la garganta y se me llenan los ojos de lágrimas. No, aquí no… Me repito una y otra vez en mi cabeza: No voy a llorar. No voy a llorar.
Se me queda mirando sin decir nada. Después frunce el ceño, como si estuviera reflexionando sobre lo que he dicho.
—¿Yo te asfixio? —me pregunta con la voz lúgubre, y es como un eco de lo que me ha preguntado antes.
—No… sí… no. —Qué conversación más irritante. Y además es algo que preferiría no tener que hablar aquí. Cierro los ojos y me froto la frente intentando descubrir cómo hemos llegado a esto—. Estamos hablando de mi apellido. Quiero mantener mi apellido porque quiero marcar una distancia entre tú y yo… Pero solo en el trabajo, solo aquí. Ya sabes que todo el mundo cree que he conseguido el empleo por ti, cuando en realidad no es… —Me interrumpo en seco cuando sus ojos se abren mucho. Oh, no… ¿Ha sido por él?
—¿Quieres saber por qué conseguiste el trabajo, ______?
¿______? Mierda.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
Se revuelve en la silla como si se estuviera armando de valor. ¿De verdad quiero saberlo?
—La dirección te dio el puesto de Hyde temporalmente. No querían contratar a un ejecutivo con experiencia teniendo en cuenta que se estaba negociando la venta de la empresa. No tenían ni idea de lo que iba a hacer el nuevo dueño cuando la empresa cambiara de manos. Por eso, con buen criterio, decidieron no hacer un gasto más. Así que te dieron a ti el puesto de Hyde, para que te ocuparas de todo hasta que el nuevo dueño —hace una pausa y sus labios forman una sonrisa irónica—, es decir, yo, se hiciera cargo.
Oh, maldita sea…
—¿Qué quieres decir? —De modo que sí que ha sido por él. ¡Joder! Estoy horrorizada.
Sonríe y niega con la cabeza al ver mi expresión.
—Relájate. Has estado más que a la altura del desafío. Lo has hecho muy bien. —Percibo un toque de orgullo en su voz y eso casi es mi perdición.
—Oh —digo sin saber muy bien qué hacer mientras mi mente procesa como loca esas noticias. Me acomodo mejor en la silla con la boca abierta y mirándole. Él vuelve a cambiar de postura.
—No quiero asfixiarte, ______. Ni meterte en una jaula de oro. Bueno… —dice y la cara se le oscurece—. Bueno, mi parte racional no quiere. —Se acaricia la barbilla pensativo mientras su mente va imaginando algún plan.
¿Adónde quiere llegar con esto? Joseph me mira de repente, como si acabara de tener una iluminación.
—Pero una de las razones por las que estoy aquí, aparte de tratar algunas cosas con mi esposa descarriada… —dice entornando los ojos—, es para hablar de lo que voy a hacer con esta empresa.
¡Esposa descarriada! ¡Yo no estoy descarriada y no soy uno de sus activos! Miro a Joseph con el ceño fruncido y desaparece la amenaza de las lágrimas.
—¿Y cuáles son tus planes? —Ladeo la cabeza igual que él y no puedo evitar el tono sarcástico.
Sus labios se curvan formando un principio de sonrisa. Guau, cambio de humor, ¡otra vez! ¿Cómo voy a poder seguir alguna vez a este hombre tan temperamental?
—Le voy a cambiar el nombre a la empresa… La voy a llamar Jonas Publishing.
¡Oh, vaya!
—Y dentro de un año va a ser tuya.
Me quedo con la boca abierta de nuevo, esta vez un poco más.
—Es mi regalo de boda para ti.
Cierro la boca y vuelvo a abrirla, intentando decir algo… Pero no se me ocurre nada. Tengo la mente en blanco.
—¿O te gusta más Steele Publishing?
Lo dice en serio. Oh, maldita sea…
—Joseph —le digo cuando por fin mi cerebro recupera la conexión con la boca—. Ya me regalaste el reloj… Y yo no sé llevar una empresa.
Ladea otra vez la cabeza y me mira con el ceño fruncido, censurándome.
—Yo llevo mis negocios desde que tenía veintiún años.
—Pero tú eres… tú. Un obseso del control y un genio extraordinario. Por Dios, Joseph, pero si te especializaste en economía en Harvard… Tienes cierta idea de lo que haces. Yo he vendido pinturas y bridas para cables a tiempo parcial durante tres años. Por favor… He visto tan poco del mundo que prácticamente no sé nada. —Mi tono de voz va subiendo y haciéndose cada vez más alto y más agudo según me voy acercando al final de mi explicación.
—Eres la persona que más ha leído de todas las que conozco —me responde con total sinceridad—. Te vuelven loca los buenos libros. No podías dejar tu trabajo ni cuando estábamos de luna de miel. ¿Cuántos manuscritos te leíste? ¿Cuatro?
—Cinco —le corrijo en un susurro.
—Y has escrito informes completos de todos ellos. Eres una mujer brillante, ______. Estoy seguro de que puedes hacerlo.
—¿Estás loco?
—Loco por ti —murmura.
Yo sonrío como una boba porque es todo lo que puedo hacer. Entorna los ojos.
—Todo el mundo se va a burlar de ti, Joseph. Has comprado una empresa para una mujer que en su vida adulta solo ha tenido un trabajo a tiempo completo durante unos pocos meses.
—¿Crees que me importa una mierda lo que piense la gente? Además, no estarás sola.
Vuelvo a mirarle con la boca abierta. Esta vez sí que ha perdido la cabeza.
—Joseph, yo… —Tengo que apoyar la cabeza en las manos porque siento un torbellino de emociones. ¿Está loco? Desde algún lugar oscuro y profundo de mi interior me surge la repentina e inapropiada necesidad de reírme. Cuando levanto la vista para mirarle, él tiene los ojos muy abiertos.
—¿Hay algo que le divierta, señorita Steele?
—Sí. Tú.
Sus ojos se abren un poco más, asombrados y a la vez divertidos.
—¿Te estás riendo de tu marido? No deberías. Y te estás mordiendo el labio.
Sus ojos se oscurecen de esa forma… Oh, no… Conozco esa mirada. Sensual, seductora, lasciva… ¡No, no, no! Aquí no.
—Ni se te ocurra —le aviso con la voz llena de alarma.
—¿Que ni se me ocurra qué, ______?
—Conozco esa mirada. Estamos en el trabajo…
Se inclina un poco hacia delante con sus ojos, ámbar líquido y ávidos, fijos en los míos. Oh, madre mía… Trago saliva instintivamente.
—Estamos en un despacho pequeño, razonablemente insonorizado y con una puerta que se puede cerrar con llave —me susurra.
—Comportamiento inmoral flagrante —le digo pronunciando las palabras con mucho cuidado.
—No si es con tu marido.
—¿Y si es el jefe del jefe de mi jefe? —le pregunto entre dientes.
—Eres mi mujer.
—Joseph, no. Lo digo en serio. Esta noche puedes follarme mil veces peor que el domingo. Pero ahora no. ¡Aquí no!
Parpadea y vuelve a entornar los ojos. Y después ríe inesperadamente.
—¿Mil veces peor que el domingo? —dice arqueando una ceja, intrigado—. Puede que luego utilice esas palabras en su contra, señorita Steele.
—¡Oh, deja ya lo de señorita Steele! —exclamo y doy un golpe en la mesa que nos sobresalta a los dos—. Por el amor de Dios, Joseph. ¡Si significa tanto para ti, me cambiaré el apellido!
Abre la boca e inhala bruscamente. Y después esboza una sonrisa radiante, alegre, mostrando todos los dientes. Guau…
—Bien —dice juntando las manos y se levanta de repente.
¿Y ahora qué?
—Misión cumplida. Ahora tengo trabajo. Si me disculpa, señora Jonas.
¡Arg! ¡Este hombre es exasperante!
—Pero…
—¿Pero qué, señora Jonas?
Yo dejo caer los hombros.
—Nada. Vete.
—Eso iba a hacer. Te veo esta noche. Estoy deseando poner en práctica lo de mil veces peor que el domingo.
Frunzo el ceño.
—Oh, y tengo un montón de compromisos sociales relacionados con los negocios en los próximos días y quiero que me acompañes.
Le miro boquiabierta. ¿Por qué no se va de una vez?
—Le diré a Andrea que llame a Hannah para que ponga las citas en su agenda. Hay algunas personas a las que tienes que conocer. Deberías hacer que Hannah se ocupara de tus citas de ahora en adelante.
—Está bien —digo completamente desconcertada, perpleja y asombrada.
Joseph se inclina sobre mi escritorio. ¿Y ahora qué? Me quedo atrapada en su mirada hipnótica.
—Me encanta hacer negocios con usted, señora Jonas. —Se acerca más. Yo sigo sentada y paralizada y él me da un suave y tierno beso en los labios—. Hasta luego, nena —susurra y se levanta bruscamente, me guiña un ojo y se va.
Apoyo la cabeza en el escritorio sintiéndome como si acabara de arrollarme un tren de mercancías; mi querido esposo es como un tren de mercancías. Seguro que no hay un hombre más frustrante, irritante y contradictorio en todo el planeta. Me vuelvo a sentar correctamente y me froto los ojos. Pero ¿a qué acabo de acceder? ______ Jonas dirigiendo Seattle Independent Publishing… quiero decir, Jonas Publishing. Ese hombre está loco. Oigo que llaman a la puerta y Hannah asoma la cabeza.
—¿Estás bien? —me pregunta.
Solo soy capaz de quedarme mirándola fijamente. Ella frunce el ceño.
—Sé que no te gusta que haga estas cosas por ti, pero puedo hacerte un té si quieres.
Asiento.
—Twinings English Breakfast. Poco cargado y sin leche, ¿verdad?
Asiento.
—Ahora mismo, ______.
Me quedo con la mirada vacía clavada en la pantalla del ordenador, todavía conmocionada. ¿Cómo voy a hacer que lo entienda? Oh, con un correo…
____________________
De: ______ Steele
Fecha: 22 de agosto de 2011 14: 23
Para: Joseph Jonas
Asunto: ¡YO NO SOY UNO DE SUS ACTIVOS!
Señor Jonas:
La siguiente vez que venga a verme, pida una cita para que al menos pueda prepararme con antelación para su megalomanía dominante de adolescente.
Tuya: ______ Jonas <—fíjate en el nombre.
Editora de SIP
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 22 de agosto de 2011 14: 34
Para: ______ Steele
Asunto: Mil veces peor que el domingo
Mi querida señora Jonas (con énfasis en el «mi»):
¿Qué puedo decir en mi defensa? Pasaba por allí… Y no, usted no es uno de mis activos, es mi amada esposa. Como siempre, me ha alegrado el día.
Joseph Jonas
Presidente y megalómano dominante de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Está intentando ser gracioso, pero no estoy de humor para reírme. Inspiro hondo y vuelvo a mi correspondencia.
Joseph está muy callado cuando me subo al coche esa noche.
—Hola —murmuro.
—Hola —me responde con cautela. Está bien que sea cauto ahora mismo.
—¿Has interrumpido el trabajo de alguien más hoy? —le pregunto con dulzura fingida.
La sombra de una sonrisa cruza por su cara.
—Solo el de Flynn.
Oh.
—La próxima vez que vayas a verle, te voy a hacer una lista de temas que quiero que trates con él.
—Parece un poco tensa, señora Jonas.
Miro fijamente las nucas de Ryan y Sawyer que están delante de nosotros. Joseph se revuelve a mi lado.
—Oye… —me dice en voz baja y me coge la mano.
Toda la tarde, que debía haber pasado concentrada en mi trabajo, he estado pensando qué le iba a decir. Pero con cada hora que pasaba me he ido enfadando cada vez más. Ya estoy harta de este comportamiento displicente, arrogante y muy infantil, la verdad. Aparto mi mano de la suya de una forma displicente, arrogante y muy infantil.
—¿Estás enfadada conmigo? —me pregunta.
—Sí —le respondo con los dientes apretados. Cruzo los brazos y miro por la ventana. Se revuelve en el asiento de nuevo, pero no me permito mirarle. No sé por qué estoy tan enfadada con él, pero lo estoy. Muy enfadada.
En cuanto aparcamos delante del Escala, rompo el protocolo: salto del coche con mi maletín y me encamino al edificio pisando fuerte sin comprobar si alguien me sigue. Ryan entra corriendo detrás de mí en el vestíbulo y se adelanta para llamar al ascensor antes de que yo llegue.
—¿Qué? —le digo cuando le alcanzo.
Él se sonroja.
—Mis disculpas, señora —murmura.
Llega Joseph y se queda de pie a mi lado esperando al ascensor. Ryan se aparta.
—¿Así que no solo estás enfadada conmigo? —pregunta Joseph. Le miro y noto un principio de sonrisa en su cara.
—¿Te estás riendo de mí? —digo entornando los ojos.
—No me atrevería —responde levantando las manos como si le estuviera amenazando con un arma. Sigue con su traje azul marino y parece fresco y limpio con el pelo caído de forma muy sexy y una expresión cándida.
—Tienes que cortarte el pelo —le digo. Le doy la espalda y entro en el ascensor.
—¿Ah, sí? —Se aparta un mechón de la frente y entra detrás de mí.
—Sí. —Pulso el código de nuestro piso en la consola.
—Veo que ahora me hablas…
—Lo justo.
—¿Y por qué estás enfadada exactamente? Necesito alguna pista —dice con precaución.
Me giro y le miro con la boca abierta.
—¿De verdad no tienes ni idea? Seguro que alguien tan inteligente como tú debe de tener algún indicio. No me puedo creer que seas tan obtuso.
Da un paso atrás alarmado.
—Estás muy enfadada, ya veo. Pensé que lo habíamos aclarado cuando estuve en tu despacho —me dice perplejo.
—Joseph, solo he capitulado ante tus demandas presuntuosas. Eso es todo lo que ha pasado.
Se abren las puertas del ascensor y salgo como una tromba. Taylor está de pie en el pasillo. Se aparta rápidamente y cierra la boca cuando paso a su lado echando humo.
—Hola, Taylor —le saludo.
—Hola, señora Jonas.
Dejo el maletín en el pasillo y me dirijo al salón. La señora Jones está cocinando.
—Buenas noches, señora Jonas.
—Hola, señora Jones —le respondo y me voy derecha al frigorífico y saco la botella de vino blanco. Joseph me sigue hasta la cocina y me observa como un halcón mientras saco una copa del armario. Se quita la chaqueta y la deja sobre la encimera—. ¿Quieres una copa? —le pregunto amablemente.
—No, gracias —dice sin apartar los ojos de mí y sé que se siente indefenso. No sabe qué hacer conmigo. Por una parte es cómico y por otra, trágico. ¡Bueno, que le den!
Me está costando encontrar mi parte compasiva desde nuestra reunión de esta tarde. Se quita lentamente la corbata y después se desabrocha el botón de arriba de la camisa. Me sirvo una copa grande de sauvignon blanc y Joseph se pasa una mano por el pelo. Cuando me giro la señora Jones ha desaparecido. ¡Mierda! Era mi escudo humano. Le doy un sorbo al vino. Mmm… Está muy bueno.
—Deja de hacer esto —me susurra Joseph. Da los dos pasos que nos separan y se queda de pie delante de mí. Me coloca el pelo detrás de la oreja con cariño y me acaricia el lóbulo de la oreja con la punta de los dedos, lo que me provoca un estremecimiento. ¿Es eso lo que he estado echando de menos todo el día? ¿Su contacto? Sacudo la cabeza, lo que hace que tenga que soltarme la oreja. Se me queda mirando—. Háblame —me pide.
—¿Y para qué? Si no me escuchas…
—Sí que te escucho. Eres una de las pocas personas a las que escucho.
Le doy otro sorbo al vino.
—¿Es por lo de tu apellido?
—Sí y no. Es por cómo has tratado el hecho de que discrepara contigo. —Le miro esperando que se enfade.
Frunce el ceño.
—______, ya sabes que tengo… problemas. No me resulta fácil soltarme en las cosas que tienen que ver contigo. Ya lo sabes.
—Pero yo no soy una niña ni uno de tus activos.
—Lo sé —suspira.
—Entonces deja de tratarme como si lo fuera —le suplico.
Me acaricia la mejilla con el dorso de los dedos y recorre la línea de mi labio inferior con la yema del pulgar.
—No te enfades. Eres muy valiosa para mí. Como un activo que no tiene precio, como un niño —me dice con una expresión sombría y reverente al mismo tiempo en la cara. Sus palabras me han distraído. Como un niño… Valioso como un niño… Un niño sería algo precioso para él.
—Pero no soy ninguna de esas cosas, Joseph. Soy tu esposa. Si te sentías dolido porque no iba a utilizar tu apellido, deberías habérmelo dicho.
—¿Dolido? —Vuelve a fruncir el ceño todavía más y sé que está considerando la posibilidad en su mente. Se yergue bruscamente, con el ceño aún fruncido, y le echa un vistazo a su reloj—. La arquitecta va a venir en menos de una hora. Deberíamos cenar.
Oh, no… Gruño para mí. No me ha contestado a la pregunta y ahora tengo que vérmelas con Gia Matteo. Mi día de mierda se está poniendo peor por momentos. Miro a Joseph con el ceño fruncido.
—Esta discusión no ha acabado —le advierto.
—¿Qué más tenemos que discutir?
—Podrías vender la empresa.
Joseph ríe incrédulo.
—¿Venderla?
—Sí.
—¿Crees que encontraría un comprador en el mercado actual?
—¿Cuánto te costó?
—Fue relativamente barata. —Suena a la defensiva.
—¿Y si se hunde?
Sonríe irónico.
—Sobreviviremos. Pero no dejaré que se hunda. No mientras tú trabajes allí.
—¿Y si lo dejo?
—¿Para hacer qué?
—No lo sé. Otra cosa.
—Me has dicho que este es el trabajo de tus sueños. Y corrígeme si me equivoco, pero he prometido ante Dios, el reverendo Walsh y una reunión de tus más allegados y queridos que animaré tus esperanzas y tus sueños y procuraré que estés segura a mi lado.
—Citar tus votos matrimoniales es juego sucio.
—Nunca te prometí juego limpio en lo que a ti respecta. Además —añade—, tú has utilizado tus votos como arma en algún momento.
Frunzo el ceño. Es cierto.
—______, si sigues enfadada conmigo, házmelo pagar luego en la cama. —Su voz es de repente baja y está llena de una necesidad sensual. Su mirada arde.
¿Qué? ¿En la cama? ¿Cómo?
Sonríe indulgente al ver mi expresión. ¿Quizá pretende que yo le ate? Oh, madre mía…
—Mil veces peor que el domingo —me susurra—. Lo estoy deseando.
¡Guau!
—¡Gail! —grita de repente y en cuatro segundos aparece la señora Jones. ¿Dónde estaba? ¿En la oficina de Taylor? ¿Escuchando? Oh, no.
—¿Señor Jonas?
—Queremos cenar ahora, por favor.
—Muy bien, señor.
Joseph no aparta los ojos de mí. Me está observando vigilante, como si estuviera a punto de surgir alguna criatura exótica de mi cabeza. Le doy otro sorbo al vino.
—Creo que me voy a tomar una copa contigo —me dice, suspira y vuelve a pasarse una mano por el pelo.
—¿No te lo vas a acabar?
—No —respondo mirando el plato de fettuccini, que casi ni he probado, para evitar la expresión cada vez más sombría de Joseph. Antes de que pueda decir nada más, me pongo de pie y me llevo los platos—. Gia vendrá dentro de poco —digo. Joseph tuerce la boca para formar una expresión contrariada, pero no dice nada.
—Yo me ocupo de esto, señora Jonas —me dice la señora Jones cuando entro en la cocina.
—Gracias.
—¿No le han gustado? —me pregunta preocupada.
—Estaban buenos. Pero es que no tengo hambre.
Me mira con una sonrisa comprensiva y se gira para limpiar los restos de mi plato y meterlo todo en el lavavajillas.
—Voy a hacer un par de llamadas —anuncia Joseph mirándome de arriba abajo antes de desaparecer en el estudio.
Suelto un suspiro de alivio y me encamino al dormitorio. La cena ha sido muy incómoda. Sigo enfadada con Joseph y él parece creer que no ha hecho nada mal. ¿Y lo ha hecho? Mi subconsciente levanta una ceja y me mira con benevolencia por encima de sus gafas. Sí que lo ha hecho. Ha hecho que las cosas sean todavía más incómodas en el trabajo para mí. No ha esperado para que habláramos del asunto en la relativa privacidad de nuestra casa. ¿Cómo se sentiría él si yo me entrometiera en su oficina? Y para rematar, ahora resulta que quiere regalarme la editorial. ¿Cómo demonios voy a llevar una empresa? Yo no sé nada de negocios.
Contemplo la vista de Seattle bañada por la nacarada luz rosácea del atardecer. Y como siempre, quiere resolver nuestras diferencias en el dormitorio… o en el vestíbulo… el cuarto de juegos… la sala de la televisión… la encimera de la cocina. ¡Basta! Con él todo acaba en sexo. El sexo es su mecanismo para gestionarlo todo.
Entro en el baño y frunzo el ceño ante mi imagen reflejada en el espejo. Volver al mundo real es duro. Conseguimos resolver todas nuestras diferencias cuando estábamos en nuestra burbuja, pero estábamos muy inmersos el uno en el otro. Pero ¿ahora? Durante un momento vuelvo al momento de la boda y recuerdo lo que me preocupaba ese día: casamiento apresurado… No, no debo pensar eso. Ya sabía que era Cincuenta Sombras cuando me casé con él. Tengo que afrontarlo y hablarlo con él hasta que lo resolvamos.
Me observo en el espejo. Estoy pálida y encima ahora tengo que lidiar con esa mujer… Llevo una falda lápiz gris y una blusa sin mangas. Vamos a ver… La diosa que llevo dentro saca la laca de uñas de color rojo pasión. Me desabrocho dos botones para enseñar un poco de escote. Me lavo la cara y me maquillo de nuevo, dándome más rímel de lo habitual y poniéndome más brillo en los labios. Me agacho y me cepillo el pelo con fuerza, de la raíz a las puntas. Cuando vuelvo a incorporarme, mi pelo es una nube castaña que me rodea y me cae hasta los pechos. Me lo coloco con gracia tras las orejas y decido cambiar mis zapatos planos por unos tacones.
Cuando regreso al salón, Joseph tiene los planos de la casa extendidos sobre la mesa del comedor. Ha puesto una música en el equipo que hace que me quede parada.
—Señora Jonas —me saluda cariñosamente y me mira burlón.
—¿Qué es eso? —le pregunto. La música es impresionante.
—El Réquiem de Fauré. Te veo diferente —comenta distraído.
—Oh. Nunca lo había oído.
—Es muy tranquilo y relajante —dice y levanta una ceja—. ¿Te has hecho algo en el pelo?
—Me lo he cepillado —murmuro. Estoy embelesada por las voces tan evocadoras. Joseph abandona los planos sobre la mesa y viene hacia mí con paso lento y acompasado con la música.
—¿Bailas conmigo? —me pregunta.
—¿Con esto? Es un réquiem… —digo escandalizada.
—Sí. —Me atrae hacia sus brazos y me rodea con ellos, enterrando la nariz en mi pelo y balanceándose lentamente de lado a lado. Huele tan bien como siempre… a Joseph.
Oh… Le echaba de menos. Le abrazo y me esfuerzo por reprimir la necesidad de llorar. ¿Por qué eres tan irritante?
—Odio pelear contigo —me susurra.
—Bueno, pues deja de actuar como un asno.
Ríe y ese sonido cautivador reverbera en su pecho. Me abraza más fuerte.
—¿Asno?
—Imbécil.
—Prefiero asno.
—Es normal. Te pega.
Ríe una vez más y me besa en el pelo.
—¿Un réquiem? —pregunto un poco desconcertada por que estemos bailando eso.
Se encoge de hombros.
—Es una música preciosa, ______.
Taylor tose discretamente desde la entrada y Joseph me suelta.
—Ha llegado la señorita Matteo —anuncia.
Oh, qué alegría…
—Que pase —le dice Joseph y me coge la mano cuando Gia Matteo entra en la habitación.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
ahh este Joseph es tan deseperante!!
Esa Gia me cae mal!!!
Entonces si es Jack el que esta haciendo todo esto??
Siguela!!
Esa Gia me cae mal!!!
Entonces si es Jack el que esta haciendo todo esto??
Siguela!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!
SUS CINCUENTA SOMBRAS!!!!
PEROO YOO QUIEROOO UNOOOO!!!!!!
AAAIIII SIGUELAA PORFIISSSSSSSSSSSSS
SUS CINCUENTA SOMBRAS!!!!
PEROO YOO QUIEROOO UNOOOO!!!!!!
AAAIIII SIGUELAA PORFIISSSSSSSSSSSSS
chelis
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